Vicco y la Viccobebe
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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

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Mensaje  myrithalis Miér Feb 17, 2016 12:11 am

Gracias por el Capitulo bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce
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Mensaje  monike Miér Feb 17, 2016 12:52 am

Que diga que si porque con eso de que tiene los sintomas de embarazo jijijijijiji.
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Muy buen capi niña, me facina esta historia

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Mensaje  Eva Robles Miér Feb 17, 2016 8:07 am

Gracias por el capitulo y ojala que si este embarazada que bien

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Mensaje  Bere Miér Feb 17, 2016 11:19 pm

Capítulo 30
Momento inoportuno
Myriam
Víctor me mira con tanta intensidad.
Y solo bastan unos segundos para que reaccione. Sin embargo, aquella reacción para nada es como me lo imagino.
Me suelto del brazo de Víctor, levantándome del sofá y corriendo hacia el cuarto de baño. No sé cómo hago para cerrar la puerta ni tampoco como es que alcanzo a sostenerme el pelo, pero en un par de segundos estoy devolviendo todo lo que he comido en un mes. Mi pecho se infla increíblemente, arrodillándome y sosteniéndome con una mano sobre el váter. Tengo la sensación de mis pulmones en la garganta. Maldita seas, comida china. ¿Ya he dicho que no volveré a comerla? Pues no volveré a comerla. Cuando dejo de vomitar, sigo haciendo arcadas, así que de algún modo logro alcanzar el rollo de papel.
—Cariño ¿te encuentras bien?
Encojo el rostro en una mueca de dolor.
—¡No entres! —Grito, mi voz sumamente ronca. Me limpio la boca como puedo, haciendo otra arcada, pero finalmente no vuelvo a vomitar. Suelto un suspiro mareada por tanta fuerza que he hecho. Escucho como gira la manilla— ¡Te dije que no entres!
—¿Quieres que te lleve al hospital? A lo mejor te intoxicaste con la comida, amor.
Tiro la cadena con las rodillas raspadas en el suelo. Tomando una profunda inspiración, me pongo de pie. Mi garganta se siente áspera, la visión tornándoseme borrosa.
—No… no… estoy bien —Contesto sin ánimo. Abro la llave del agua y me acerco para enjuagarme la boca. En ese momento vuelvo a sentir la manilla, mas no vuelvo a insistir en que se quede afuera. Noto sus manos suaves en mis hombros. Me encuentro con su rostro preocupado cuando he dejado de tomar agua. Nos miramos en el espejo.
—Deja que te lleve al hospital.
Niego
—Voy a estar bien. Ya vomité y eso es buena señal ¿no?
Acerca mi espalda a su pecho para sostenerme y deja un beso cálido en el lado izquierdo de mi cabeza. Luego me gira desde mi cintura para quedar frente a él, apartando mi pelo y aun viéndome con preocupación. Me lleva hasta la habitación donde me recuesto debajo de las sábanas y acomoda mis almohadas para hacerme sentir más cómoda.
—Voy a prepararte de nuevo Jengibre. Es bastante efectivo. No demoro nada —Estiro mi brazo y acaricio con suavidad su mejilla.
—Gracias
—No es nada —Contesta, dejando un beso en mi frente antes de irse.
Tomo el remedio del jengibre ahora sin importarme que esté demasiado caliente. Lo único que necesito es que el malestar se vaya, cosa que hace a partir de este momento. Le entrego el tazón a Víctor, quién lo deja encima de la mesita de noche y se acurruca junto a mí, mi cabeza sobre su pecho. Pese a que el dolor se encuentra ausente, mi garganta arde y siento que he hecho gimnasia durante días. Tengo una pequeña sensación de vacío en la boca del estómago, como cuando sientes que has devuelto todo y no te queda más que aire. Víctor acaricia mi pelo hasta que mis ojos comienzan a cerrarse.
—Víctor… —Susurro.
—¿Hm?
No soy capaz de abrir los ojos.
—Yo también… quiero casarme contigo —Apenas lo digo me quedo profundamente dormida.
Lo primero que veo cuando me despierto, son los ojos de Victoria. Ella me sonríe mientras acaricia mi pelo al igual que antes lo hizo Víctor.
—¿Cómo te sientes? —Me pregunta.
La habitación está a oscuras, salvo la luz del pasillo. Me enderezo en la cama a mirar el reloj, dándome cuenta que son las nueve de la noche.
—Mucho mejor ahora —Me quedo en silencio, notando que no siento ningún dolor. Mi estómago suelta un rugido— y bastante hambrienta.
Suelta una risita.
—Bueno, enfermo que come no muere. Así dice mi abuela… —Bromea, ayudándome a quitarme las sábanas de encima— Te preparé sopa, ya que a papá no se le da cocinar.
Me pongo de pie un poco desorbitada.
—¿En serio la hiciste tú?
Encoje los hombros.
—Soy una caja de sorpresas ¿sabías eso?
Sonrío poniendo mi brazo alrededor de su cintura para atraerla hacia mí y empezamos a caminar fuera de la habitación. Victoria apoya su cabeza en la mía cuando llegamos a la sala. No veo a Víctor por ninguna parte, pero tampoco le pregunto.
Usualmente soy yo la que cocina cuando ellos se vienen a alojar conmigo o si es un día bastante agotador pedimos pizza a domicilio. Por tanto, me sorprende que ella haya decidido cocinar. El tiempo que llevo con ellos, me he dado cuenta que por ejemplo Víctor es un fracaso total en dotes culinarias, sobre todo con las tostadas. Si quieres tostadas quemadas donde se deshagan en tus dedos en cuanto las sostengas, entonces Víctor podrá ayudarte…
A menos que por supuesto él deje los panes dentro de la tostadora y Victoria o yo lleguemos lo suficientemente a tiempo para que puedan ser comestibles. De modo que cada vez que desayunamos, pongo un ojo incluso antes de que saque el cuchillo panadero para cortar las rebanadas.
Victoria me entrega un plato con sopa caliente y otro para ella. Le ayudo a poner los cubiertos y servilletas. Nos sentamos cerca de la barra en silencio. El aroma a verduras me produce cosquillas en el estómago. El caldo de inmediato calienta mi cuerpo.
—Ey, esto sabe muy bien —Halago con sinceridad— ¿Juanita te enseñó a cocinar?
Sonríe con nostalgia.
—Sí, era su alumna favorita. Nunca pudo conseguir que Liliana preparara una buena comida cuando era más joven.
Me río.
—Bueno, por lo menos sabemos que los fracasos en la cocina no solo va para Víctor —Ahora es su turno para reír— Por cierto ¿dónde está tu padre?
Arruga la frente.
—Dijo que iba a la farmacia a conseguir un jarabe para tus vómitos. —Asiento, volviendo la atención a mi sopa. Me siento con más fuerza cuando la termino, segura de que ha vuelto el color a mi rostro— Definitivamente has vuelto a ser tú —Consuela.
Suelto un suspiro, contenta por eso.
—Bueno ¿y dónde fueron? Los chicos y tú.
Aparta nuestros platos ya vacíos.
—Fuimos al parque —Me contesta— nos gusta ir cuando ha dejado de llover por el olor a lluvia y a césped. Bueno, a Casey y a mí. Ethan dice que huele a marihuana porque hay un grupo cerca que siempre fuma en ese lugar.
Elevo ambas cejas.
—¿Marihuana? ¿Y él fuma marihuana para saberlo con tanta certeza?
Encoje los hombros.
—No, él no fuma, Myriam. —Se ríe— Ya, no me mires así.
Ni siquiera sé con qué cara estoy mirándola.
—Me gusta Ethan, se nota que es un buen chico.
Pone el codo en la mesa, apoyándose en el brazo.
—Ojalá papá dijera eso, sabes.
Ruedo los ojos.
—Reconoce que ha hecho un esfuerzo.
A Víctor le costó un poco aceptar que Victoria tuviese novio. Él estaba constantemente prohibiéndole o preguntándole qué cosas hacía cuando estaba con Ethan, hasta que un día Victoria se cansó y enojada le pidió que se detuviera. Finalmente, dándose cuenta que su princesa en verdad estaba creciendo, decidió dejarla en paz. Ahora cada vez que Ethan viene a casa, Víctor no lo mira como si se tratara de un desconocido. Se saludan, conversan como gente civilizada.
—Sí, tienes razón —Me confirma. Se pone de pie para llevar nuestros platos al fregadero.
Me levanto también, cruzando la barra y abrazándola por la espalda.
—Gracias por la sopa, hermosa —Dejo un beso en su cuello.
Víctor llega con una pequeña bolsa blanca. Besa mi frente asegurándose de que me encuentro mejor. Una mano afirmando la bolsa de la farmacia y la otra sosteniendo mi rostro. Él es tan dulce todo el tiempo. Víctor no solo me derrite con palabras bonitas. Sabe demostrarlo, es capaz de transmitirlo increíblemente bien sin necesidad de confundirme.
—Tus mejillas están rosadas, gracias a Dios. —Suspira levantando las comisuras en una sonrisa— de todas formas traje un jarabe que calma los vómitos, por si vuelves a sentir malestar. La farmacéutica me dijo que es cada 8 horas y por favor, Myriam, no vayas a pasarte las horas. Aunque igual voy a estar pendiente. ¿Necesitas recostarte? Deberías recostarte.
Victoria, que ha terminado de lavar los platos, inclina su cuerpo en la barra para sonreírle a Víctor.
—Papá, Myriam está bien.
También estoy sonriendo. Pongo una mano sobre su mejilla.
—Sí, estoy mejor ahora, Víctor. De verdad —Aseguro, abrazándolo y pegando mi cara en su pecho— Gracias por preocuparte. Gracias a los dos —Recalco mirando a mi hija.
Ésta noche nos vamos a acostar temprano. Victoria alimenta a Molly por mí mientras recojo algunas cosas de la sala. Ella se despide de Víctor buscando espacio donde no haya barba.
—Necesitas afeitarte, papá.
Víctor se pasa la mano por la mandíbula.
—Me veo guapo con barba.
Demonios que sí.
Escondo mi sonrisa mientras Victoria sacude la cabeza hacia mí, antes de darme un abrazo. ¿Ya mencioné que ella y yo nos damos abrazos todo el tiempo?
Es mi parte favorita en el día.
Hace ya unos meses que Victoria duerme en el ex cuarto de huéspedes. Decidió darnos nuestro espacio cada vez que vienen, dejando que Víctor se quedase en la habitación conmigo y la otra quedó solo para ella. Hasta tiene su esencia, algo que sabes reconocer de ella. Entro al cuarto y de inmediato sé a quién pertenece. No sé si es el aroma a vainilla, el color de las paredes, la hilera de libros en el estante o los guantes de box que descansan en un rincón del armario, pero cada vez que ella duerme en casa de Juanita, me quedo sentada en su cama solo a mirar y recordarla.
Víctor cierra la puerta para que Molly no entre. Nos cepillamos los dientes compartiendo espejos y haciendo muecas chistosas con el cepillo. Eso para nada es romántico, pero me causa mucha risa como la espuma cae de la boca de Víctor y por más que intenta tirarla dentro del lavabo, acaba manchándose el pijama.
Sin embargo, no demoro mucho en cepillarme, ya que el sabor de la pasta es bastante repugnante. Voy a tener que comprar de otra marca, porque la menta está saliendo muy intensa.
Acostados y arropados, escuchamos la débil lluvia golpear contra el ventanal. Me acurruco cerca de Víctor con mi mano descansando encima de su pecho y él se asegura que tengo las frazadas suficientes para el frío. Traza con sus dedos mi brazo al descubierto, dejando un beso en el tope de mi cabeza.
Me aclaro la garganta.
—¿De verdad quieres casarte conmigo?
Su brazo se presiona más fuerte a mi cuerpo.
—Sí, completamente seguro. —La lluvia comienza a intensificarse
—No quiero una gran boda, Víctor —Levanto mi cabeza para mirarlo— No necesito eso para nosotros.
Me sonríe— Estaba pensando lo mismo.
Mi corazón se acelera. Me muerdo el labio cuando tironea de mí para sentarme a horcajadas en sus piernas. Esboza una sonrisa radiante logrando su cometido, echando la cabeza hacia atrás en la almohada. Mis manos viajan por dentro de su pijama, rozando suavemente sus pectorales, moviendo mi trasero más al centro. Víctor suelta un gemido ronco, borrándosele la sonrisa de inmediato y clavando sus ojos ahora oscuros en los míos. De algún modo logra enderezarse en la cama para levantar los brazos y dejar que le quite la camisa. Me encuentro con sus labios con urgencia de inmediato. Por suerte, llevo un delgado vestido para dormir, logrando sentir la dureza en la tela de sus pantalones. Me detengo, solo para ver su mueca.
—Lo siento es que… nuestra hija está en la otra habitación —Me disculpo con malicia, sabiendo su respuesta a continuación.
Frunce el entrecejo.
—No me vengas con tus mierdas, Myriam Montemayor —Gruñe y me echo a reír.
.
—¿Me pasas la salsa, por favor? —Me pide mamá.
Le tiendo el pocillo, notándola extraña, un poco nerviosa.
—Entonces ¿quieres ser una actriz de Hollywood? —Pregunta Nany a Cristy, enfatizando "Hollywood" como si acabara de inventar la palabra— Pensé que estarías de teatro en teatro.
—Y lo haré —Recalca, sus ojos marrones bailando en la emoción— Esto es solo una idea. —Cristy nos está contando que hay un casting para una película de terror que estrenarán por el 2018 y que su maestro de teatro, la sugirió al productor— Además, ¿se imaginan yo en alguna alfombra roja, siendo entrevistada y los flashes cegándome la vista?
Mamá se ríe.
—No sé por qué no me cuesta imaginarte en ello —Le comenta— Cuando eras niña siempre te gustó jugar a que eras la chica famosa del grupo —Una baja melodía empieza a sonar en medio de la cena. Mamá se pone de pie, sus mejillas ruborizadas— Lo siento, es para mí —Señala el móvil.
Nany arruga la nariz, pero no dice nada.
Revuelvo la comida con mi tenedor.
No me ha vuelto a dar dolor de estómago como para tomar el jarabe de los vómitos. Luego del remedio de jengibre, una siesta y la sopa, me sentí como nueva. Aunque estoy evitando ciertas comidas, ya que de todas formas mi estómago está débil.
Cuando mamá regresa, la cena sigue su pie como hasta hace pocos minutos.
Por más que seguimos en la misma conversación, no paso desapercibido el hecho de que mamá parece a punto de echarse a reír de algún chiste interno. Lo sé porque está apretando los labios en una torcida línea. Ella siempre ha hecho eso cuando recuerda algo y no quiere contarnos. Estoy bastante segura que por dentro está partiéndose de la risa, y por alguna razón me pica la curiosidad, solo porque mamá no es buena contando chistes.
Les ayudo a levantar la mesa cuando hemos terminado.
—Dile a Víctor que está cordialmente invitado a una barbacoa cualquier domingo disponible. A los hombres les gustan las barbacoas ¿no? —Sugiere Nany mientras me ayuda a quitar los restos de comida en el plato.
Cristy refunfuña.
—¿Por qué no te equivocas en el nombre de Víctor y sí con Adrian?
—Porque a Víctor lo conozco desde que es un jovencito con acné y Fabian ya estaba bastante grandecito.
Me río de ellas, lavando los platos en el lavavajillas con mi madre. Ella me cuenta que tiene clientela nueva y que están pidiéndole rollos de nuez por docena.
—A pesar de que tengo gente que me ayude, realmente el tiempo se me hace cortísimo —Se queja.
Su panadería queda frente a un edificio de arquitectos, razón por la que tiene el lugar lleno al medio día. No es un lugar grande y tampoco ha terminado de decorarlo como le gustaría.
Vuelve a recibir una llamada, disculpándose con todas antes de salir de la cocina.
Tengo una maldita sed de agua.
Cristy también se sirve un vaso, empujando mi cadera para abrir la llave del grifo. Nany hace sonar su bastón contra el suelo, soltando un gruñido.
—¿Qué pasa? —Le pregunto.
Sacude la cabeza.
—Tu madre… que no quiere soltarles la lengua.
Mi hermana y yo estamos igual de confundidas.
—¿Sobre qué? —Es turno de Cristy para preguntar— ¿Tiene que ver con su extraño comportamiento en la mesa?
Asiente en respuesta.
—Ella no sabe cómo sacar a colación el tema de su nuevo novio.
Cristy y yo, que justo estábamos bebiendo agua, escupimos al tiempo.
—¡¿QUÉ?! —Exclamo con los ojos bien abiertos— ¡¿MAMÁ TIENE NOVIO?! —Casi grito.
Mi hermana se echa a reír.
—Esa sí fue buena, Nany. ¡Muy gracioso! —Pero Nany no está riéndose— ¡Oh Dios mío! Ella no puede tener novio…
La miro— ¿Por qué no?
Me devuelve la mirada un tanto dramática. Hincha el pecho con los brazos abiertos.
—¡Porque es nuestra madre! ¡Ella no tiene novios!
Mi abuela vuelve a golpear el bastón contra el suelo.
—¡Pues déjame decirte que sí tiene uno y se ha vuelto una quinceañera desde entonces!
Se ponen a discutir delante de mí. Cristy repitiendo que es imposible que mamá tenga novio porque mamá nunca nos ha presentado uno y Nany sigue diciéndole que eso es posible y que pronto lo tendremos en casa.
—¡Bueno basta! —Les grito—Vamos a dejar que ella nos lo cuente y si realmente tiene novio… pues… es cosa de ella ¿no?
Cristy suspira.
—Sí, lo sé ¡pero sigue siendo extraño! —Mamá regresa y la conversación acaba. Tratamos de fingir que nada pasa, pero Cristy no es buena en eso y está mirándola constantemente con los ojos entrecerrados. Tengo que pisarle el pie para que deje de hacerlo. — ¡Auch! ¡Casi me sacas el pie!
No deja de sorprenderme la noticia. Es verdad que es extraño que mamá pueda llegar a tener… novio, pero no puedo opinar nada hasta que ella tenga el valor de decírnoslo. Aunque me muera de curiosidad, no voy a decir nada. Ella tampoco dice nada el resto de la velada hasta que decido que es hora de irme.
.
Un día antes del cumpleaños de los gemelos, Ana, Liliana y yo quedamos en una cafetería. El pequeño Jackie está con nosotros, su boca manchada de papilla de calabaza y balanceando la cuchara del cappuccino de Liliana. Él es bastante inquieto y risueño. Tiene el mismo hoyuelo en la mejilla derecha que Liliana, pero pese a que al nacer se parecía mucho a ella, con los meses se ha vuelto más parecido a Erick, obviando el color oscuro en su cabello.
Lanza la cuchara al suelo, haciendo un estruendo y se echa a reír. Lo recojo para devolvérsela.
—Lo siento, es que nunca está tranquilo —Se disculpa Liliana.
Encojo los hombros.
—Yo pienso que es adorable. —Comento, limpiándole la barbilla llena de comida de bebé.
Ana abre una libreta encima de la mesa, apartando su plato con sándwich de pollo. Tengo que apartar la mirada de la carne, todavía revolviéndose mi estómago recordando la comida china. Ella marca una línea en el papel.
—Bien, lo primero que tengo que hacer muy temprano mañana, es ir a buscar el pastel. Luego regresar a casa y preparar los bocadillos, aunque Juanita va a empezar hoy por la noche, pero son muchos y no creo que alcancemos. —Explica haciendo ademán con la mano, apuntando el lápiz nuevamente a lo que tiene escrito— La función de títeres… ¡Mierda! ¡La función de títeres!
—¿Qué? ¿Se te olvidó la función de títeres? —Pregunto.
Niega— No es eso. Debí llamarlos ayer para confirmar —Toma rápidamente su celular, marcando y llevándose el móvil al oído— Contesten, manga de desemple… ¿HOLA? Habla Ana Maria García.
Liliana suelta una risita, negando con la cabeza.
—No la quieres ver estresada, esto no es nada comparado a como estará mañana —Advierte en un susurro mientras la escuchamos reclamar con quién sea al teléfono.
Jackson balbucea, removiéndose aburrido en la silla, sacando la lengua y humedeciéndose la barbilla con baba.
—Puedo imaginármela.
Después de que corte la llamada, suelta un resoplido de indignación.
—¿Ellos creen que el tiempo me sobra? Idiotas.
—¿Qué te dijeron? —Consulta Liliana.
—Que debí llamar ayer, pero de todas formas van a asistir ¡Que se ahorren sus sermones que para algo les pagué por adelantado! —Elevo mis cejas, escondiendo mi sonrisa por lo graciosa que se ve enojada. Sus mejillas se colorean y parece una leona enjaulada— Por cierto, Myriam. Tú estabas en mi lista de invitados indispensables de cumpleaños, pero Victoria se me adelantó. Quería que lo supieras.
—Me alegra oír eso.
—Ahora, muchachas —Cierra la libreta. Tomo el último sorbo de mi café antes de que continúe— ¿Me acompañan a recoger la piñata?
Liliana asegura a Jackie en el canguro para bebé cuando nos ponemos de pie de la mesa, pagándole a la mesera y retirándonos de la cafetería. Envuelvo mi donuts en una servilleta para comerla en el camino. Nos vamos a una tienda de cumpleaños a unas cuadras de aquí. Me quedo mirando como boba las piñatas colgadas del techo, simulando ser focos de luz. Al igual que los maniquíes disfrazados. Esto parece más una fiesta de Halloween que una tienda de cumpleaños, y eso que falta mucho para Octubre. La máscara de Scream y murciélagos colgando de las paredes son algunos de los adornos.
—Ey, Ana ¿no les compraste piñata de Peppa pig? —Escucho a Liliana decir mientras empuja un murciélago hacia arriba.
La pelinegra hace una mueca.
—Sergio no quiso, dice que tiene demasiado rosa.
Los gemelos son fanáticos de Peppa pig. Sin embargo, decidieron hacerles un cumpleaños al estilo Hora de aventura, comprándole la piñata de Finn. Un personaje de dicha serie que tiene largas piernas que probablemente lleguen al suelo cuando intenten colgarlo del techo en casa. Al parecer, quienes crearon la piñata, exageraron un poquito.
Sergio nos alcanza en la tienda luego del trabajo. Desabrocha un poco su corbata mientras nos saluda. Besa a su esposa con cariño, rodeándola por la cintura. Las veces que he estado en el mismo lugar con ellos, de diez minutos, cinco están discutiendo y cinco están haciéndose arrumacos. Víctor tiene razón cuando dice que se quieren pero que tienen problemas como cualquier pareja.
Liliana me codea.
—Extraño a Jazz —Finge lloriquear viendo a Ana y Sergio.
Me río.
—Y yo a Víctor.
.
Víctor me ayuda a cerrar la ventana fuera del balcón.
El balcón siempre es el más perjudicado cuando comienza la lluvia, es por eso que decidí cerrar con ventana la parte de afuera, así ni la hamaca ni el resto de las cosas se empapa con el agua. Nos sentamos en ella en un balanceo cuando hemos terminado. Su mano se entrelaza con la mía, dándole un suave apretón.
—Estoy agotado. ¿Por qué mejor nos quedamos en casa acurrucados en la cama toda la tarde? —Ofrece, su nariz pegada por detrás de mi oído.
Cierro los ojos.
—Suena tentador hasta que recuerdo que Victoria tiene llave del departamento.
Jadea.
—¿Y eso que tiene que ver? Ella va a estar en el cumpleaños.
Doy una vuelta, levantando las piernas en su regazo.
—¿Dónde es el primer lugar al cuál acudiría si nosotros de la nada desaparecemos?
Se queda pensando.
—Buen punto. —Esbozo una sonrisa mientras mi cabeza cae encima de su hombro. Un tanto aturdida, cierro los ojos buscando así apaciguar el sueño que me ha venido de la nada, pero que no se va por unos cuantos pestañeos— No te duermas, tenemos que salir.
—Cinco minutos —Balbuceo con los ojos cerrados— No fastidies.
Su hombro comienza a temblar por la risa que da. Sonrío devuelta, volviendo a cabecear en un sueño placentero. Mientras dormito, recuerdo que no hemos hablado mucho sobre lo que nos compete. Abro los ojos a regañadientes, enderezándome y apartando el punto negro que me persigue donde he estado con los ojos sumidos en la oscuridad.
Víctor me mira con duda.
—¿Qué?
—No hemos hablado sobre nuestra boda ¿o acaso te estás echando para atrás?
Arruga la frente, dándome un beso suave.
—¿Cómo crees que me voy a arrepentir? —Vuelve a dejar otro beso rápido— ¿Quieres poner alguna fecha?
Ladeo la cabeza.
—Creo que hay algo primordial en esto.
Se queda tratando de leer mis pensamientos. De alguna manera, lo descubre.
—Victoria —Recuerda— Tenemos que hablar con ella. ¿Estás preocupada por eso?
—No, pero es obvio que tenemos que decírselo ¿no crees? Y hablando de fechas… no tengo una en especial.
Mira a sus manos. La hamaca resulta ser relajante en mi cuerpo que no hace más que echarse encima de Víctor, como si me hubiese convertido en un saco de harina, tendido en el suelo y sin que nadie pueda cogerlo por sí solo.
—Un mes —Dice sin darme tiempo a nada— Casémonos dentro de un mes.
—¡¿TAN RÁPIDO?!
—¿No quieres casarte pronto conmigo? —Hace un puchero.
—Tonto, claro que sí. Es que saberlo con certeza es impactante.
Toma mis piernas con sus manos, tirándolas más hacia su regazo.
—Entonces, para mí un mes está bien. Podemos hacer una pequeña ceremonia con nuestros familiares más cercanos, amigos y luego un banquete. Liliana diría, sin banquete, no hay boda.
Entrecierro los ojos.
—Hay un pequeño problema… no tengo pruebas para asegurar nuestro compromiso —Levanto la mano derecha, acariciando mi dedo anular con nada de disimulo. Suelta una carcajada estridente, echando la cabeza hacia atrás. Luego, cuando se le ha pasado, se queda mirando mi maceta de margaritas— ¡¿Qué demonios estás haciendo con mis preciadas margaritas?!
Víctor está arrancando una de raíz.
—Silencio, Myriam. No arruines el momento. —Hace algo con los dedos pero no alcanzo a mirar porque se gira y su brazo me tapa. Por más que inclino la cabeza no logro ver nada y finalmente él me pilla espiándolo— Bueno, vamos a hacer esto lo más formal posible.
—Ok
Aclara su garganta, sus ojos grises clavados en los míos con ansiedad.
—Myriam Montemayor, amor de mi vida ¿Aceptarías casarte con este humilde hombre que muere por ti desde que es un crío de 15 años? —Levanta la mano, enseñándome un intento de anillo con la margarita. Dobló el tallo en forma de círculo e hizo que la margarita quedara en el centro. Quiero echarme a reír, pero no parece un buen momento para hacerlo.
Levanto mis ojos, presos en los suyos.
—Por supuesto que sí —Estiro mi mano derecha y Víctor se asegura de poner el "anillo" en mi dedo anular. Acuno su rostro en mis manos, haciendo contacto con nuestros labios unos pocos segundos— Te amo, Víctor. Con anillo de margarita y todo.
Sus ojos se entrecierran en una sonrisa.
—Yo también te amo —Asegura— y el anillo de margarita es solo por hoy. Vas a elegir el anillo más bonito de todo Seattle, de todo el mundo.
—¿Y no se supone que ese es tu trabajo? Elegir los anillos.
Encoje los hombros.
—Quiero que elijamos juntos.
.
Cuando Víctor y yo llegamos a su casa, Victoria se queda con los ojos bien abiertos.
—¡Papá, te quitaste la barba!
Víctor se pasa una mano por la suave mandíbula. Lo hice afeitarse antes de venir acá, porque la barba estaba empezando a lastimarme la cara cada vez que nos besábamos, así que no le quedó de otra más que afeitarse; a no ser que aparte de no recibir besos de su hija, quisiera no recibir los míos tampoco. Él sonríe genuinamente antes de que Victoria se ponga de puntillas y le dé un beso en la mejilla.
—Bueno, por lo menos esto tiene recompensas —Asegura atrapándola para abrazarla.
La casa es un verdadero cuarto de juegos. No solo están los globos celestes colgados por todas partes, sino también todo tipo de afiches de caricaturas, la piñata de Hora de Aventura, juguetes desparramados por el suelo, sillas adornadas, la mesa repleta de comida, niños corriendo de un pasillo a otro.
Alan y Colin vienen corriendo uno detrás del otro a toda prisa.
—¡Tío Víctor, tía Myriam, miren lo que me regaló mi papá! —Exclama emocionado Alan, enseñándonos su camiseta de Buzz lightyear.
—¡Guau, eso es genial! —Víctor le pellizca la nariz.
—¡Feliz cumpleaños, chicos! —Los felicito, sacudiendo sus cabellos.
Al principio, cuando empecé a venir a casa de los García, ellos siempre estaban mirándome por detrás de alguna puerta o sofá, sorprendidos y algo confundidos por mi presencia. Sin embargo, sonreían cada vez que llegaba, y de a poco comenzaron a hablarme cosas como el último episodio de tal serie animada y esas cosas. O algunas más serias, como por qué yo era la madre de Victoria.
Víctor le entrega a cada uno nuestros regalos.
—No pueden abrir los regalos hasta después del pastel —Escuchamos que Ana dice con tono de advertencia, viniendo también hacia nosotros— ¡Myriam, hola! Necesito que me ayudes en la cocina, por favor.
—Hola para ti también, Ana. Estoy bien —Bromea Víctor y ella le lanza una mirada de diversión mientras me jala del brazo hacia la cocina.
Juanita está abriendo cajones sin parar cuando entramos, dando un respingo por nuestra presencia, esboza una sonrisa con cansancio.
—Querida —Se dirige a mí.
Me acerco.
—¿Qué estás buscando?
Resopla.
—¡No logro recordar dónde guardé las velas de cumpleaños! Estoy segura que… ¡Oh, aquí están! —Se ríe, enseñándome las dos velas número seis escondidas dentro de la frutera— Mi cabeza está un poco ajetreada. ¿Te sirvo algo para tomar?
Me sirve jugo de mango mientras Ana saca bandejas de canapés por montones, pidiéndome si puedo ayudarla a rellenar más panecillos. Parece una simple tarea, pero al cabo de un tiempo, las tres estamos prácticamente echándole pasta de queso en grandes cantidades para que se acabe pronto. Luego regreso a la sala repleta de niños. A la mayoría de la gente no la conozco, pero sí logro identificar a Sarah, la tía de Víctor. En el fondo, sentada en un largo sofá, una mujer de edad avanzada no aparta la mirada de mí por más que la miro devuelta. Victoria llega hasta mí con sus mejillas sonrosadas.
—Odio los cumpleaños de niños… —Me dice al oído— ¡Todos gritan tanto!
Me río, codeándola y entrelazando su brazo con el mío.
—Oye —Llamo y me presta atención— ¿Quién es la señora del sofá? La que lleva un vestido verde.
Victoria entrecierra los ojos, tratando de ubicarla.
—Creo que... es Martha. Si no me equivoco es tía abuela de papá —Encoje los hombros— La he visto unas dos veces más o menos en toda mi vida.
Ni siquiera recuerdo haber escuchado su nombre alguna vez.
Colin viene hacia nosotras enseñándonos un auto de carreras, recalcando que "el abuelito Manuel" lo envío esta mañana. Victoria hace una mueca, haciendo caso omiso a la insistencia del pobre chico. Cuando el equipo de títeres llega, Ana está estresada hasta la punta del pie. Liliana tiene razón al decir que lo de ayer no es nada a comparación a cómo está hoy. Pese a que se ha arreglado muy bonita, se ve terriblemente cansada y rabiosa. Gruñe cuando las cosas no le resultan o si no le contestan a la primera empieza a llamar a gritos.
Los 15 niños hacen un círculo frente a la cabina de títeres y todos estamos suspirando porque la casa ha vuelto al silencio. Incluso Jackson ha dejado de quejarse por el ruido, atento en los brazos de su padre esperando que el show comience. Liliana le ha puesto un enterizo tejido a crochet hecho por Juanita. También lleva zapatitos a crochet y un babero que cubre su pecho por sus babas. Le han estado saliendo los dientes y Victoria dice que hace una piscina de babas a causa de eso.
Para cuando el show termina, todos comienzan a jugar de nuevo. Hay un agradable ambiente pese al desorden y tengo, aparte de Martha, miradas curiosas, susurros que me hacen sentir un poco incómoda. En algún momento Víctor se aleja de mí, yéndose con Erick a alguna parte y Victoria ayuda a Liliana con Jackie, dejándome a la deriva. Trato de serenarme y no ponerme nerviosa cuando siento el carraspeo obvio de alguien.
—Usted tiene el descaro suficiente para estar aquí hoy ¿no es así? —Me vuelvo hacia la ronca voz de la señora Martha. Su vestido es realmente feo en ese color verde, sobre todo porque parece una oruga puesto en él. Si no estoy mal, es mucho mayor que mi abuela, sus arrugas me impiden ver bien sus ojos— Me imagino que tú eres la famosa Myriam Montemayor.
No es pregunta, de todos modos.
Me aclaro la garganta.
—La misma, y no sé a qué se refiere cuando me llama descarada, señora
Tiene lápiz labial rojo en los dientes.
—¿No te da vergüenza venir a esta casa cuando no eres bien recibida?
Elevo una de mis cejas, no quiero ser irrespetuosa con una persona mayor, pero ella está haciendo que se forme una pelota de ira en mí.
—Yo a usted no la conozco, no la he visto nunca como para que esté generalizando.
Para entonces, no me he dado cuenta que estamos hablando en voz alta y que algunos nos están mirando. Las mismas chicas que antes susurraban lejos de mí, se quedan espiándonos.
La señora Martha se echa para atrás, señalando a las chicas.
—¿Sabes quiénes son ellas? Siobhan y su hermana Maggie, hijas de Sarah, la hermana de mi querido sobrino. ¿Y al de allá, lo conoces? —Señala ahora a un chico, que también nos mira. De pronto, la sala se queda en silencio— Mi sobrino Benjamín. Y por ejemplo, los de allá atrás ¿sabes quiénes son? —Sigue dándome nombres desconocidos— Conozco a esta familia como la palma de mi mano y por eso sé que la única que está sobrando… eres tú.
Juanita está junto a ella muy pronto.
—Martha, recuerda que es un cumpleaños de…
—¿Cómo es posible que dejen entrar a esta intrusa, Juanita? ¿A esta mujer que dejó abandonada a su hija? —Mira a todos los invitados— ¡La botó como si se tratara de una ropa que ya no usa!
Dejo la copa encima de la mesa, acercándome con cólera en el cuerpo.
—¡Cierre su boca ignorante que no creo que quiera que le diga todo lo que estoy pensando! —Presiono mi boca, enterrando mis uñas en mis manos.
Su querido sobrino…
—¡Suficiente! —Chilla Juanita.
—¡Tú no eres bienvenida! —Me grita y Sergio también está junto a ella de pronto, tratando de detenerla pero la señora ruge con odio— Por esa razón mi sobrino no está aquí hoy. ¡Por tu culpa! Una mujer que abandona a su hija tiene más cabida en esta casa que un padre de familia. Las zorras como tú merecen vivir en la soledad el resto de sus vi…
—¡No le hable así! —Doy un respingo ante la voz. Antes de que pueda hacer algo más, pongo una mano por delante de su pecho para que Victoria no se lance encima de Martha— ¡Cállese de una maldita vez!
Lo más probable era eso lo que Juanita y Sergio estaban tratando de evitar… más escándalos.
Martha está boquiabierta.
—No te metas tú, cariñito. Esto es asunto de grandes.
—Yo no soy tu condenado cariñito
Alguien pone una música lo bastante alta para que el resto de los invitados sigan en lo que estaban antes del altercado.
Mi corazón salta y tengo unas ganas horribles de vomitar.
—Martha, por amor de Dios ¡No me hagas pedirte que te vayas! —Gime Juanita horrorizada— Es el cumpleaños de mis nietos y no tienes ningún derecho a venir a dártelas de ejemplo ni de mando, aquí la única que puede gritar y ordenar ¡soy yo! y al que no le guste tiene la libertad de irse.
Veo a Ana y a Liliana tratando de calmar a los invitados, charlando de cualquier cosa. Los niños han vuelto a jugar ajenos a todo. Cuando Víctor llega junto a Erick y el primero pregunta que está pasando, tomo mi copa de la mesa, dando media vuelta para irme a la cocina. Me quedo sosteniéndome del mesón, calmando a mis ganas de vomitar. Mi pecho sube con irregularidad y lo único que quiero es desaparecer.
Tomando una profunda inspiración, me giro lista para irme, pero choco contra el cuerpo de alguien, causando que el líquido del mango estropee su camisa.
—¡Oh Dios mío! ¡Sergio, lo siento mucho!
Él se echa para atrás, levantando los brazos cuando el líquido se impregna en él.
—No te preocupes, no pasa nada —Dice agarrando un paño y limpiándose con torpeza. Dejo la copa en el mesón, un poco cohibida por tener que mirarlo a la cara luego de aquella escena— No tienes que irte, Myriam.
Sacudo la cabeza.
—Prefiero hacerlo, de verdad que no quiero arruinar el cumpleaños de tus hijos o si es que ya lo arruiné.
—No fuiste tú la que empezó —Me recuerda— Para Martha, papá es como un hijo.
Suspiro, ladeando la cabeza y reanudando mi camino.
—Adiós, Sergio. Y lo siento mucho.
Antes de salir, me encuentro a Ana.
—¡No, Myriam! ¡No puedes irte! Vamos a servir pastel. De verdad que todos ya lo han olvidado.
Hmm.
Mi estómago ruge cuando menciona pastel.
Le doy un beso en la mejilla, abrazándola rápidamente.
—Gracias por todo, pero prefiero irme. ¡Lo siento! Hablamos mañana ¿sí?
No dejo que replique cuando me apresuro a la sala. Por más que busco a Víctor y a Victoria, no logro ubicarlos. Después de un rato largo decido irme, sabiendo que puedo llamarlos luego. Busco instintivamente la llave de mi camioneta mientras salgo por la puerta, pero recuerdo que no he traído vehículo. ¡Rayos! Y está empezando a llover, para peor.
Bajo los tres escalones, cruzándome el bolso por encima de la cabeza.
—¡Myriam!
Es Victoria.
Me detengo de inmediato, terminando de arreglarme el bolso y girando sobre mis talones. Ella camina hacia mí, su rostro sigue igual de molesto que hace unos minutos.
—Cariño, no sabía dónde estabas.
—¿Por qué te vas? No te vayas.
Le doy un abrazo fraterno.
—Dejémoslo así por hoy ¿de acuerdo?
Niega— Ella no tenía por qué decirte eso, no tenía ningún derecho.
—No importa —Sus ojos se llenan de lágrimas— No, no llores. De verdad que no pasa nada. Mira, yo sabía que esto podía pasar, sabes. Es normal, obviamente a algunas personas no les va a gustar mi presencia.
Vuelve a negar, sus lágrimas desbordándose en las esquinas de sus ojos.
—Pero ella no te conoce. No sabe nada de ti, aparte que ni yo misma la conozco bien como para que se meta en la vida de todos ¡Apenas la vi dos veces! No tiene nada que opinar ni decir lo que está bien o lo que está mal.
Asiento, limpiándole las lágrimas.
—No quiero que llores por esto.
—Lo siento —Jadea y yo suelto un suspiro, volviendo a abrazarla ahora con más fuerza— yo te pedí que vinieras.
—Ya pasó, mi amor. No importa, a mí no me importa lo que ella diga. —Cuando nos separamos, sigue hipando por el llanto— Ahora, será mejor que me vaya antes de que se ponga a llover fuerte.
Aparta su pelo con brusquedad.
—Me voy contigo.
Observo su manera tan segura de decirlo, como si fuese una decisión sin derecho a réplica.
—¿Qué? Pero Victoria, toda tu familia está dentro esperándote, le están celebrando el cumpleaños a tus primos y Ana estaría triste si…
—No me importa, me voy contigo —Viendo que no respondo nada, me grita— ¡Myriam, me quiero ir contigo!
Su voz me saca de mi ensoñación. Victoria está enfadada y llorando por algo que no es su culpa. Hace mucho tiempo que no la veo llorar… realmente, eso me parte el corazón.
Arrugo el entrecejo, levantándole el mentón cuando baja la mirada.
—Trae algo para abrigarte y asegúrate de decírselo a tu padre.
Gira sobre sí misma caminando de regreso a casa cuando Víctor sale por la puerta. Sus hombros se relajan en cuanto nos ve. Deja un beso en la frente de Victoria, sorprendido y un poco molesto al darse cuenta que ha estado llorando. Se acerca deprisa cuando ella reanuda su camino.
Me rodea en un abrazo.
—¿Te estabas yendo sin despedirte?
Encojo los hombros.
—No te encontré.
Frunce los labios, sus manos acariciando mis hombros.
—Lo…
—No te disculpes —Advierto y él suspira. El frío congela mis mejillas— Victoria quiere irse conmigo esta noche.
Me escucha decirlo con una mirada triste, baja su rostro hasta que sus labios dejan un cargado beso en mi frente.
—Es lo mejor. Te prometo que en cuanto esto se calme un poco, voy con ustedes.
—De acuerdo. Te estaré esperando.
Asiente, envolviéndome en otro abrazo
—No tardaré.
.
Víctor me pasa la llave de su auto para que vayamos a casa. Dejo el manojo encima de un recipiente mientras me quito la chaqueta y espío por el rabillo del ojo a Victoria que sigue molesta. Lanza su chaqueta al sofá, todo eso con brusquedad.
—¿Quieres un café?
—No
Me cruzo de brazos, mi trasero tocando la barra de cerámica de la cocina.
—¿Quieres que hablemos?
—No
Ese "No" empieza a ser desesperante.
—¿Entonces qué quieres hacer? —Pregunto exasperada. No me responde— ¡Victoria!
—¡¿Qué?! —Me grita.
—¡No te enojes conmigo!
—¡No estoy enojada contigo! —Exclama con la misma intensidad con que yo lo digo— ¡Lo siento! Es solo que no sé controlarme cuando estoy molesta, pero no es contigo.
Se ve agotada, sus pómulos enrojecidos. Me acerco hasta donde está sentada, en el brazo derecho del sofá.
Me siento en el izquierdo.
—Cuenta hasta diez —Suelta un resoplido— Escúchame, cuenta hasta diez —Repito. Me mira directamente y me hace caso, inspirando y luego exhalando sin que tenga que pedírselo. Llegando al número ocho, parece calmarse. Sus hombros dejan de tensarse y su mirada baja, moviendo sus dedos al negar con la cabeza — ¿Mejor?
Se aclara la garganta.
—Sí
—Bueno, ahora vamos a hablar —Tomo sus manos entre las mías— Mírame —Levanta la mirada— hay algo que tienes que entender sobre todo… existe gente que ve y verá esto mal, que de pronto me aparezca de la nada, ellos no lo entienden y tampoco se informan. No les importa informarse, sobre todo si nos ponemos a pensar que ella es familiar… de Manuel. No podemos dejar que eso nos colapse. No podemos decirles que opinen como nosotros.
—Pero ella te estaba insultando…
—Lo sé, cariño. Yo estaba allí y realmente lo que esa mujer piense de mí, no me cambia la vida. Y no quiero que por eso tú te deprimas. Quiero verte feliz, como lo has estado hasta ésta mañana —Acaricio su mejilla con mis nudillos.
—Es que Myriam, me molesta que se meta en un asunto que no le interesa.
Encojo los hombros.
—Bueno, en eso tienes razón —Le quito el pelo que se le ha pegado en la cara por las lágrimas— A mí no me importa lo que opinen de mí.
—A mí sí me importa —Contradice.
Quiero sonreír.
—¿Me das un abrazo? —Le pido.
Aunque su cara de tragedia no cambia, me responde de todas maneras.
—Sí —Me rodea en un abrazo, descansando su barbilla en mi hombro y suspirando— ¿Myriam? No me gustó lo que dijiste antes de irnos.
—¿Qué cosa?
Sorbe su nariz.
—Que dentro estaba mi familia —Se separa de mí, sorprendiéndome por el cambio en su rostro. Sus ojos han vuelto a brillar, pero solo un poco— Tú también eres mi familia.
Sonrío entrelazando nuestras manos.
—Claro que soy tu familia… y tú eres la mía.
.
Son cerca de las once de la noche cuando escucho ruido en la puerta. Me levanto de la cama en silencio para no despertar a Victoria, luego me aseguro de juntar la puerta para que la luz del pasillo no le moleste. Estoy en un pantalón con lunares y una camiseta holgada a modo de pijama. Víctor cierra la puerta despacio, echándome un vistazo.
—Bonito atuendo —Se burla causando que ruede los ojos— ¿Cómo estás? —Se acerca, mirando hacia el pasillo— ¿Cómo está ella?
Me siento en una de las butacas, echando mi pelo detrás de la oreja.
—Ahora estamos más tranquilas —Contesto— ¿Y tú? ¿Cómo siguió todo por allá?
Suelta un suspiro tembloroso.
—El cumpleaños siguió estupendamente, pero cuando todos se fueron Martha empezó a decir lo mal que eduqué a Victoria, ya que la insultó.
Me muerdo el labio.
—A tu tía abuela le gusta meterse mucho en la vida de los demás ¿verdad? Porque eso de decir que tuvo una mala educación, cuando la ha visto dos veces…
Se sienta en la butaca frente a mí.
—Ella estaba molesta porque papá no podía ir al cumpleaños. De todos modos, él no estaba invitado pero Martha no puede entender la razón.
—¿No le han dicho nada?
Sacude la cabeza.
—No queremos meter a toda la familia en esto. Imagínate si todos lo supieran, creerían que tienen el derecho de opinar por sobre nuestras decisiones. Si tía Martha se entromete sin saberlo, no quiero pensar si es que lo supiera.
Me quedo en silencio un instante.
—No has ido a verlo todavía… a Manuel.
—No y no pienso hacerlo.
—Ok
Respira por la nariz.
—Fue a saludar a los pequeños por su cumpleaños esta mañana. Victoria no quiso salir de su habitación hasta que se fue.
—Sí, algo así supe por Colin. Bueno, él me enseñó el regalo de su abuelo. —Tengo que sostener mi rostro con una mano, la cocina dando vueltas sin parar— Necesito ir a dormir.
—Yo también. ¿Victoria está durmiendo contigo? —Pregunta.
—Sí —Respondo con un bostezo, restregando mis ojos por el cansancio al tiempo que me acerco a Víctor— Buenas noches, cariño.
Deposita un beso en mis labios, un brazo rodeándome la espalda y dibujando círculos pequeños en mi piel.
—Buenas noches, hermosa. Descansa.
Llego a la silenciosa y oscura habitación, mis ojos cerrándose del sueño y sin darme cuenta, caigo de culo en la cama sin hacer ningún esfuerzo. Veo el foco de luz doble y por un momento necesito cerrar con fuerza los ojos. Que sensación tan desagradable cuando todo da vueltas y tú sigues en el mismo lugar, tratando de sostenerte de algo pese a que estás sentada, como si fueras a caer pero no caes.
Necesito dormir para que se me quite la idea de que estoy saltando en un trampolín.
Y olvidar el vestido de oruga de Martha.
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Mensaje  Eva Robles Jue Feb 18, 2016 5:31 pm

Muchas gracias por el capitulo

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Mensaje  monike Jue Feb 18, 2016 10:41 pm

Al menos le dijo que si se casaba con el, solo falta que se convenza que esta embarazada... y entonces que se lo diga al Vic jaja .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 4 95247 .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 4 95247 .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 4 196

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Mensaje  Bere Jue Feb 18, 2016 10:51 pm

Se nos acaba esta historia chicas un par de capitulos mas y ya casi ya casi disfrutemos lo que nos queda...

..............
Capítulo 31
Sorpresa
Myriam
Lo único que veo cuando me acerco al lavabo son las dos desesperantes rayitas perfectamente marcadas en el aparato. Es el segundo positivo que consigo en estos últimos quince minutos. La explosión que veo venir me da el tiempo suficiente para acercarme al váter y vomitar como si fuese la única cosa que puedo hacer en la vida.
Estoy cansada de despertar en medio de la noche con la sensación de la cena dando vueltas igual que una secadora llena de ropa en funcionamiento. Ahora, sabiendo la respuesta a mis "supuestos" cólicos, esto no hace más que confirmar mi sexto sentido. Pese a que compré una prueba para saberlo con certeza, una parte de mí siempre lo supo, solo que no quise reconocerlo hasta hace poco. Lo sé. Lo puedo sentir. Conozco mi cuerpo mejor que nadie y sé que un simple malestar no puede durar con vómitos más de seis días. Mientras estoy hincada, me invade el terror por la noticia.
Estoy embarazada.
Enjuago mi boca con una mueca y seco mis manos en una toalla de baño. Tiro la caja del test a la basura, metiendo trozos de papel encima y escondo las pruebas confirmadas dentro del cajón donde guardo las cremas humectantes.
Estoy demasiado choqueada para reaccionar, demasiado aturdida para pensar al respecto.
Me encuentro a Víctor entrando a la habitación cuando salgo, haciéndome un gesto con los ojos.
—¡Aquí estás! —Luce ansioso. No alcanzo a decirle nada cuando sentimos el portazo propio de Victoria. Es de esos en el cual no sabes si viene enojada o con demasiado impulso. Él me regala una sonrisa— ¿Estás lista?
Inflo el pecho, mareada por la sorpresa.
—Sí
El pasillo es lo suficientemente ancho para los dos. Victoria está llenando un vaso con agua en la cocina, girándose hacia nosotros.
Víctor y yo hemos estado un poco ávidos por decirle a Victoria acerca de la boda. No es como si esperásemos que se enojara, pero tampoco podemos llegar y decir "¿Tienes hambre? Hay papas asadas en la cocina. Por cierto, nos vamos a casar" Víctor dice que tenemos que ser directos, pero yo no encuentro otra manera más directa que decírselo sin pelos en la lengua. No estamos haciendo nada malo, por esa razón la ansiedad. Aunque de los dos, Víctor es el neurótico. Cuando lo llamé de esa forma a la cara, él estaba con la ceja levantada de una forma muy graciosa.
Ella levanta la mano cuando nos ve, bebiéndose de sopetón el vaso con agua.
—Guau… menos mal no tenías tanta sed ¿eh? —Bromea Víctor. Victoria suelta un suspiro, recobrando la respiración. Su sonrisa sincera me hace olvidar un poco a lo que venimos. Víctor me mira con intención y tengo que regresar a la realidad. Aclara su garganta— Tenemos que hablar… contigo.
Ladea la cabeza, pasando de Víctor a mí dos veces.
—¿Qué fue lo que hice? —Pregunta de inmediato.
—¿Hiciste algo malo? —Me dirijo a ella.
Gira los ojos.
—No
Víctor tira de su mano para atraerla y nos sentamos en sofás diferentes. La tenemos frente a nosotros y por un segundo no es la boda lo que tengo en la cabeza. No es eso lo que he estado pensando desde hace cinco minutos. Estoy simulando que les doy la noticia bomba. Un… bebé no es lo mismo a un anillo de compromiso, para nada. Quito la imagen de mi cabeza haciendo un sonido con la garganta. Tal vez ni siquiera estoy embarazada. Tal vez es un tumor gravísimo y termine muriendo Bueno, basta de tragedias, para eso prefiero un bebé.
Victoria nos mira con verdadera impaciencia, moviendo la pierna derecha sin parar. Empujo el brazo de Víctor para que reaccione. Él aclara su garganta de nuevo, rascándose la mejilla.
—Tu madre y yo… queremos… contarte que… bueno, estábamos pensando… No, no estábamos pensando, estamos decidiendo… más bien, ya está decidido...
Suelto un suspiro.
—Nos vamos a casar —Acabo diciéndolo por él que comienza a toser descontrolado.
Ella no reacciona de inmediato. Su pierna sigue moviéndose mientras nos mira como si acabara de saber que somos sus padres. Perdida y un poco desorbitada. No parpadea, claro signo del shock. Finalmente cuando decido que es hora de tronar mis dedos delante de su cara, la escucho suspirar.
—¿Casarse?
Vuelvo a codear a Víctor.
—Sí —Le contesta— Queríamos que fueses la primera en saberlo.
—¿Cuándo?
—En un mes —Le digo.
Frunce el ceño.
—¡¿Un mes?! ¡¿Tan pronto?!
Me muevo de mi lugar, poniéndome un poco nerviosa. Realmente, si la miro ahora ni siquiera sé si esto le enfada o le agrada.
—Nosotros queremos saber qué opinas. Es importante que nos digas lo que piensas al respecto, ya que eres una parte fundamental en nuestras vidas —Digo con certeza.
Victoria abre la boca, pero no sale nada de allí, hasta unos segundos más tarde.
—O sea que… ¿vamos a vivir juntos?
Miro a Víctor.
—Es la idea ¿no? —Él responde.
Asiente pausadamente, sin prisas.
—Estoy… sorprendida —Reconoce — y no-sorprendida a la vez —Eso no tiene sentido alguno— Es obvio que tiene que pasar alguna vez ¿verdad? No serán novios para toda la vida y no creo que papá quiera venir acá cada semana como si fuera un nómade.
Suelto una risita nerviosa.
—¿Entonces… qué opinas? —Víctor pregunta un poco tartamudo… y nervioso como yo.
Encoje los hombros, quedándose en un silencio incómodo, causando que mi pierna se mueva enérgica frente a los dos. Sin embargo, cuando veo el esboce de una genuina sonrisa, siento como el alma vuelve a mi cuerpo.
Lo está haciendo a propósito.
—¡Quiten sus caras de tragedia! ¿Por qué piensan que puedo enojarme? O mejor dicho ¿Por qué siempre me miran como si yo fuese Chucky en persona? —Yo no tengo respuesta para eso. Sus brazos se envuelven en los nuestros antes de pensar en alguna excusa. Ella logra sacarme la carga que llevo, incluso si sabía que no se molestaría por la noticia. Busca en mi mano algún anillo, teniendo que mencionarle sobre la margarita. Mira a Víctor con incredulidad— ¿En serio, papá? ¿Una margarita?
—Estaba al alcance de mi mano ¿o querías que deshilachara la hamaca para hacerle un anillo? Nos hubiésemos ido de bruces al suelo.
Se lo queda viendo con cara de falsa preocupación.
—Papi, pensé que eras más creativo.
—Lo soy.
—No —Insiste, tomando mi mano— Myriam ¿dónde está…? oh, se marchitó tu anillo.
Eleva sus cejas hacia Víctor, claro signo de que ha ganado. Sin embargo, él no va a quedarse tranquilo, de modo que la atrae hacia sí para llenarla de besos.
.
Rocio gira el tazón vacío de café con el bolígrafo. Todavía nos faltan tres horas de trabajo antes de poder largarnos a casa. A diferencia de Ángela, mi plato solo tiene migas de pan, razón por la que mi estómago se ha hinchado tanto que la blusa me incomoda. Ni siquiera recuerdo cómo es que acabé tan pronto mi comida. Pego mi espalda en la silla plegable en un intento vago de reposar. Eso lo único que logra es que me enderece con una mano en la boca.
Trago con dificultad.
—¿Qué te pasa, Myriam? —Pregunta Rocio.
Logro esquivar de mala gana el vómito.
Ángela me sonríe sentada en la otra silla.
—Jaque mate —Murmura y tengo que rodar los ojos. Estoy pensando seriamente que ella es una especie de vidente o algo así.
Rocio no comprende nuestra pequeña interacción, pero tampoco pierdo mi tiempo explicándoselo. Sería a la última persona a la cual le confesaría esto porque en menos de lo que canta un gallo, hasta la reina de Inglaterra estaría enterada. Camino de regreso a la oficina –ahora sin la pelinegra- seguida de Ángela, que no hace más que llamarme en susurros para que le preste atención. Sé lo que va a preguntarme y realmente no estoy de humor para sus suposiciones con sentido. Me siento en la silla giratoria, encendiendo el ordenador y olvidándome por un segundo de la contraseña. Empiezo a navegar por internet mientras sermonea sobre hacerme una prueba de embarazo casera, tal vez dos, para estar seguras. Quiero evitar esto de algún modo pero sé que no podré hacerlo demasiado tiempo.
Cuando me embaracé de Victoria las cosas fueron rápidas. Yo no estaba sospechando de un embarazo, ni siquiera cuando el doctor me preguntó si había tenido relaciones sexuales. Y todavía puedo recordar la cara de mamá después de decírselo. La gran diferencia de entonces y ahora, es que tengo 32 y no puedo comportarme como una de 15 en un tema así.
—Supongo que por la cara de desolación que tienes, diría que estás sospechando…
Presiono una tecla con fuerza, soltando un suspiro tembloroso.
Voy a fingir un poco más con ella.
—No sé… puede que sí.
Apoya las manos en el escritorio, murmurando por lo bajo palabras ininteligibles. Su cuerpo se inclina tan cerca que tengo que echarme para atrás en la silla.
Siempre tuvo la razón, maldita sea.
—¿Te estás cuidando, verdad?
—Sí
—¿Con la píldora?
—Sí
—Y me imagino que te la tomas todos los días sin excepción —No respondo— ¡¿Myriam?!
Mierda.
—Puede que… lo haya olvidado una vez —Le respondo en un hilo de voz, el recuerdo cayéndome de golpe— ¿o dos?
Ángela se va para atrás, soltando una risa de suficiencia. Yo le doy una mala mirada antes de que eleve los brazos como si intentase volar.
—¿De verdad creíste todo este tiempo que eso era estrés? ¡Cariño, ese estrés trae pies!
Llevo mis manos a la cara, apoyando los codos encima de la mesa y sacudiéndome en la silla.
—De acuerdo, no voy a ocultártelo a ti porque no tiene sentido. Me hice dos test de embarazo y en los dos salió positivo. Estoy embarazada. —Lo digo tan rápido como me es posible.
Estoy imaginándome la cara de un bebé con mejillas rosadas. Y no puedo evitar recordar el parto de Victoria ni de su carita en forma de corazón. La habitación me da vueltas cuando escucho nuevamente la voz de Ángela, demasiado alta para mi gusto.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! —Hace puño sus manos, sonriéndome— ¡¿Qué fue lo que te dije?! ¡Era tan evidente! ¡Oh Dios mío! ¡Felicidades, Myriam!
Sonrío un poco, los nervios adueñándose en mi estómago como mariposas. Ella parece tan feliz y yo parezco con tanto… pánico.
—Necesito a tu amigo ginecólogo con urgencia, Ángela. Lo necesito para cerciorarme que esto es en serio, por favor.
.
Me quedo de pie cerca de un mural.
Los primeros que siempre salen cuando la campana suena, son los chicos de primaria. Ellos corren a toda prisa por el pasillo, queriendo de una vez por todas salir al aire libre fuera del colegio. Los veo estrechar manos, abrazarse. Las niñas intercambian conversaciones sobre maquillaje, cosa que me sorprende, no deben de pasar los diez años. De algún modo, o solo es apreciación mía, los chicos se ven más inocentes que las chicas. Los escucho comentar de algún comic o de alguna película infantil. En cambio las niñas, o es el maquillaje, como dije anteriormente, o es sobre tal persona que les gusta. Frunzo el ceño con una sonrisa, sabiendo que los tiempos han cambiado. Eso me hace sentir un poco vieja.
El pasillo cambia de entorno, comienzo a escuchar los murmullos de secundaria. Es un cambio bastante drástico; piernas más largas, voces más roncas. Susurros y muchos grupos entre sí. Pese a que no corren como los de primaria, no suelen estar demasiado pendientes en la dirección que caminan. Pueden pasar a tropezarse con alguien mayor y ellos no van a darse cuenta. Algunos. Porque todavía quedan los que se disculpan si pasan a chocarte sin querer.
Victoria viene con Casey y Hanna. Algo dicen entre ellas que les causa risa. Luego del episodio de las metanfetaminas, Victoria y Hanna se habían distanciado, pero con el tiempo lograron olvidarlo y Hanna volvió al grupo como era habitual.
Casey es la primera que ve. Se aleja del grupo para correr a abrazarme. Ella es muy demostrativa la mayor parte del tiempo.
—¡Myriam! —Aúlla por la emoción. Respondo a su abrazo con una sonrisa, casi sin aliento.
Unos segundos más tarde, Victoria llega a nosotras para apartar a Casey tironeando de su suéter.
—Ya déjala en paz ¡No la agobies! —Dice con tono de enfado.
Casey se alisa la falda con un gruñido.
—¡Deja de ser tan celosa! A tu mamá no le importa ¿Verdad, Myriam?
Miro entre las dos. No consigo responder porque la voz de Hanna nos interrumpe para saludarme. Tomo la mano de Victoria para que su cara de póker se suavice un poco. Nos despedimos de las chicas, viéndolas irse por la puerta principal. Ni siquiera sé qué hacemos todavía paradas en medio de la recepción. Damos marcha a la salida, caminando una al lado de la otra.
—Casey suele ser… un poco molesta —Comenta cuando hemos bajado la escalera.
Trato de recuperar el aliento.
—Yo pienso que es amable y muy cariñosa —Recalco las últimas dos palabras con una sonrisa, recordando su exaltación.
Victoria no dice nada por el momento. Avanza mucho más rápido, dejándome atrás.
—Bueno, entonces quédate con Casey.
Tardo unos segundos en notar su tono de voz. Tomo impulso para que caminemos al mismo nivel. Las escaleras siguen causándome cansancio y aún estoy recobrando la respiración.
—Espera un segundo ¿estás celosa de verdad? —No me responde. Atrapo su mano— ¿Eso es un sí?
Me mira con las mejillas enrojecidas. Otra de varias cosas que he aprendido de Victoria, es que cuando sus mejillas enrojecen, es porque está enojada. No puedo ocultar la sonrisa ni la carcajada que suelto después, cosa que la hace enfurecer más.
—¡No te burles! —Intenta soltarse de mi mano, pero hago más presión en ella— Myriam…
Sin embargo, ni aun así le suelto la mano.
—No te puedes poner celosa de Casey, Victoria —Sigo sonriendo— Siento reírme, es que no te das una idea de lo hermosa que te ves poniéndote así.
Ladea la cabeza.
—No estoy celosa.
Me acerco, mirándola a los ojos.
—¿Segura? —Frunce los labios, respondiendo sí con la cabeza— Está bien, pero aquí entre nos —Susurro, señalándonos con el dedo índice— A mí me gustan tus abrazos.
Reprime una sonrisa, sacudiendo la cabeza.
Víctor nos está esperando en el auto.
—¿Por qué tus mejillas están rojas? —Le pregunta. Me abrocho el cinturón de seguridad, viendo que Victoria ignora su pregunta y lo saluda con un beso— ¿Estás enojada?
—No —Responde con cansancio— Tengo calor.
—¿Calor? Pero aquí hace frío… —Hago ademán a Víctor con los ojos, captando mi indirecta de inmediato. No vuelve a preguntar.
Cae una pequeña llovizna en la ciudad cuando Víctor me va a dejar a casa. Sin embargo, nos compramos tres conos de helado a pesar de que la lluvia parece querer intensificarse. En el camino no pude resistirme a las vitrinas de una heladería cerca del parque. Ni siquiera alcancé a ver los sabores, simplemente me quedé pegada al cartel con la imagen del cono con dos bolas de helado. Así que Víctor se estacionó en la entrada, corriendo para no mojarse demasiado y comprándonos uno con distintos sabores. El de Victoria es de pistacho, el mío de mango y el de Víctor de chocolate suizo. Quería probarlos todos, pero no iba a estar pidiéndoles cuando ya tengo el mío.
—¿Por qué estamos comiendo helado en invierno? —Pregunta Victoria.
El dulzor frío anestesia mi paladar.
—¿No comes helados en invierno? —Respondo con otra pregunta.
Ella se queda pensando.
—No… creo.
Me despido de Víctor con un beso, riéndome por sus comisuras llenas de chocolate. Victoria se baja para ocupar mi lugar, abrazándonos con cuidado de no estropearnos la ropa con el cono. Los veo irse y me doy prisa para refugiarme de la lluvia. Mientras busco mi llave de la puerta, siento los primeros nervios en mi estómago. Agradezco que ellos se hayan ido hoy, pero no porque quisiera estar sola, sino para poder ir a mi cita con el ginecólogo.
Me doy una rápida ducha; uno no puede ir así como así al ginecólogo, menos si se trata de un doctor y mucho menos si vas porque piensas que estás embarazada. Me pongo unos jeans cómodos y uso la misma gabardina que antes. Mientras utilizo un color rojo en mis labios, solo para tratar de controlar mis nervios, no puedo evitar mirarme directamente a los ojos en el espejo. Necesito tranquilizarme, incluso si eso es casi imposible. No voy para que me den una mala noticia, es solo que me produce cierto terror confirmar algo que es evidente. No creo que el test vaya a mentirme, a menos que lo haya usado mal o esté caducado.
Tomo una profunda inspiración, tragando con dificultad y no apartándome del espejo.
Es ahora o nunca, Myriam.
El ginecólogo de Ángela es endemoniadamente guapo, para qué voy a decir otra cosa. Su nombre es James Witherdale y tiene una sonrisa de anuncio de pasta dental. Él me hace algunas preguntas sobre mi periodo, cosas normales para estos casos -bastante incómodas- pero las respondo sin problemas.
Me envía al cuarto de baño con una bata para desvestirme de la cintura para abajo. Soy un manojo de nervios tan pronto me recuesto en la camilla. Pongo los pies en cada estribo y espero. Él escribe algunas cosas más en una hoja antes de ir conmigo. No es para nada cómodo tener a un completo desconocido viéndome hasta el alma casi en medio de mis piernas pero supongamos que es necesario. Él me habla mientras introduce la sonda –que lo único que causa en mí son cosquillas- y enciende un monitor. Mi corazón se detiene.
Lo veo mover la mano mientras que con la otra presiona botones sin parar. La pantalla está encendida, pero todo parece tan confuso.
—¿Ves eso de ahí? —Señala con su dedo una mancha pequeña. Dejo de pestañear— No te preocupes por nada que él está en el lugar adecuado allí dentro.
La imagen se mueve como si estuviera en el agua. Me quedo paralizada mirando la pantalla, sabiendo que esa manchita es mi hijo.
—Dios… —Susurro— ¿Cuántas… semanas tengo?
Él me mira con una sonrisa.
—Lo suficiente para que puedas escuchar esto.
Mueve su mano de la sonda y de pronto la habitación se llena de un sonido ronco. Mierda. Ese es su corazón.
Y es demasiado para mí. Lágrimas gruesas comienzan a descender por las esquinas de mis ojos intentando asimilar el hecho de que ese corazón mantiene vivo a mi hijo en mí. No lo puedo creer… simplemente no puedo explicar el sentimiento que tengo en este minuto. Es… maravilloso y abrumador a la vez. Pero por sobre todo maravilloso.
El doctor Witherdale imprime copias de la imagen y un audio del corazón. Estoy ansiosa mientras termino de vestirme. Me da algunas indicaciones, citándome nuevamente y mencionando que tengo nueve semanas de embarazo.
Salgo de la consulta flotando en mis pies, revisando cada tanto las imágenes en blanco y negro. Trato de controlar el sollozo que me viene de repente, pero no puedo gobernarme a mí misma. Hay mucha gente en espera cerca de mí mientras camino, segura de que están mirándome llorar, pero no me importa, maldita sea. Voy a tener un bebé de nuevo. Me limpio las lágrimas de la cara al sentir el golpe frío del viento en la calle. Tomando una profunda inspiración, reanudo mi camino hasta la camioneta, asimilando todo nuevamente.
.
Víctor
—¿Myriam? —Le hablo al teléfono— ¿Dónde vienes?
Camino al cuarto de baño con el móvil en mi oreja.
—Voy camino a casa, cariño. ¿Por qué?
Suelto una risita.
—Tú y yo tenemos un lugar al cuál visitar.
Unos días más tarde, decido que es hora de pensar en los anillos, ya que lo que menos tenemos ahora es tiempo y no quiero que mi novia no tenga nada brillante en su mano, aunque suene vanidoso. Luego de colgar la llamada abrocho el último botón de mi camisa. Ya estoy adueñándome del espejo de Myriam en su baño, uno que compartiremos cuando estemos casados. Solo espero que pronto podamos tenerlo en un nuevo baño, en nuestra casa propia para los tres.
Con la única persona que he comentado sobre esto es con Erick, quien me dice que tiene un amigo que vende su casa porque él y su familia se han mudado permanentemente a Canadá. Sin embargo, tengo que consultarlo y ver opciones. Tampoco sé cómo es la casa por fuera, tampoco sé si me gustará o si les gustará a Myriam y a Victoria. La opinión de ellas es de suma importancia.
Veo a Victoria apoyarse en el umbral de la puerta.
—Ey ¿cuándo llegaste? —Le pregunto.
Me sonríe.
—Hace quince segundos.
Me pongo un poco de perfume en el cuello.
—Voy a comprarle el anillo a Myriam.
—¿Vas con ella? —Se endereza, cruzada de brazos. Muevo la cabeza en respuesta— Asegúrate de que sea bonito, no vayas a ponerte tacaño a estas alturas de tu vida.
La miro con el ceño fruncido, una sonrisa apareciendo en mis labios.
—Gracias por la advertencia.
Ríe devuelta. Se acerca y deja un beso en mi cara.
—Buena suerte con lo del anillo… Por cierto, hoy me quedo con la abuela.
—¿Quieres que mejor te alcance a casa?
—No, no, ve con mamá —Dice yéndose y se detiene. Se vuelve con una mirada sorprendida. Hace un gesto con la cara impresionada y quiero echarme a reír por eso— ¿Dije lo que creo que dije?
—Estoy seguro que escuché lo mismo —No me responde nada, quedándose apoyada otra vez en la puerta. Al cabo de unos segundos, decide reanudar su camino— ¿Victoria?
—¿Hm?
—Es una lástima que Myriam no esté aquí para escucharte.
Tampoco me dice nada. Me regala una sonrisa nerviosa antes de irse finalmente.
Myriam llega unos minutos más tarde a casa. Se balancea del tocador al armario para darse prisa. Ha estado agitada desde hace días, como si necesitara un calmante todo el tiempo. Tal vez solo está nerviosa por la boda, que se yo. La rodeo por la espalda para dejar un cariñoso beso en su cuello. Acomoda su mano en la mía antes de enderezarse y pegar la cabeza en mi pecho. Hace presión en mi mano, queriendo que sostenga con firmeza su cintura curvada.
Gira sobre sí misma para mirarme de frente.
—¿Seguro que quieres hacer esto hoy? —Su pregunta es suave, sus manos subiendo y bajando en mis brazos. Nuestras narices casi rozándose.
De pronto, la habitación carece de aire.
—Sí —Muevo un mechón de pelo situándolo detrás de su oreja. Amo como luce con el cabello largo— ¿O es que tenías otros planes?
Me mira detenidamente, esbozando una sonrisa.
—No —Menea la cabeza— pero espera un segundo, estoy suponiendo a dónde vamos porque aún no me dices nada.
Dejo un beso rápido en su nariz, entornando los ojos.
—Estoy seguro que lo sabes.
Menashe & sons Jewelers es una joyería con bastante categoría. Queda en medio de una avenida repleta de tiendas. Hay un local de sushi al frente, una tienda de antigüedades al lado, una librería, una florería más allá, en fin. Hay una moto estacionada por delante cuando apago el motor. El sol nos acompaña esta tarde, apaciguando un poco la lluvia y el frío, aunque es raro no ver llover. Supongo que es una forma de darle la bienvenida a la primavera que se avecina.
Entrelazo mi mano con la de Myriam antes de que entremos. Una campanilla suena cuando empujo la puerta. La dependienta casi inmediatamente nos sonríe a modo de recibimiento. No sé si tomarme eso como un gesto de amabilidad o porque nadie viene a comprar aquí. A menos que últimamente tengan todo a un precio excesivamente alto. Eso hace retorcerme el estómago. No soy multimillonario ni nada, pero me prometí esmerarme en comprarle el mejor anillo a mi futura esposa.
No me importa endeudarme con esto hasta que sea anciano, vale la pena.
Lo primero que me encuentro, son mostradores y más mostradores con una cantidad infinita de sortijas. Los focos de luz no son necesarios en este lugar, los anillos brillan tanto que simulan la electricidad. Miro a Myriam por el rabillo de mi ojo, notando su rostro maravillado mientras observa cada una con verdadero detalle.
El mostrador de los anillos de boda está en otra sección, pero nos quedamos en la de compromisos.
—¿Cuál te gusta?
Myriam se muerde el labio, negando.
—Todas son tan bonitas… —Susurra para sí misma— Mira esa ¿no es hermosa? —Señala uno de oro blanco con diamantes incrustados.
Le digo a la chica que nos enseñe el anillo. Ella se queda embobada con el brillo del diamante, como una niña entusiasmada con un juguete.
—¿De verdad te gusta ese?
No me mira, el anillo acapara toda su atención.
—Es precioso.
Me fijo que el precio es asequible a mi presupuesto, aunque como dije, no importa endeudarme.
—Queremos este —Le digo a la vendedora y Myriam aleja la mirada del anillo. Súbitamente se da cuenta en la sección que estamos.
—Víctor… esta no es la de anillos de boda.
—Ya lo sé —Niego con la cabeza. No aparta la mirada de mí, como si esperara que continuara. Me echo a reír antes de darle un beso en los labios— ¿Acaso pensaste ser la única mujer en el mundo sin anillo de compromiso?
Se ve pasmada.
—Pensé que dijiste que eran las alianzas para… —Insiste. Ladea la cabeza sorprendida— ¡Oh Dios mío! ¡¿Me vas a regalar ese anillo?!
Sus ojos brillan por la emoción, y eso suficiente para saber que he hecho bien en traerla.
—Sí, por supuesto.
Se queda en silencio, dejando un beso sorpresivo en mis labios, maravillándome con su sonrisa aun cuando todavía no nos separamos.
—Gracias —Susurra mientras se aleja abruptamente, chocando nuestras barbillas— Cariño, pero es un poco… caro —Hace una graciosa mueca, que solo nos produce risa.
Encojo los hombros.
—No te preocupes por eso. —La dependienta nos trae una caja con anillos similares para buscar uno que se ajuste a la medida de su dedo. Luego le tiende el anillo correspondiente, pero se lo quito— Esto necesita ser formal también ¿no crees?
Sus mejillas se ruborizan.
—Víctor, no…
Abro la pequeña caja con el anillo luminoso dentro. Las miradas curiosas de las dependientas y de dos varones que acaban de entrar no me detienen a hacerlo. Myriam se ve tan abochornada mientras lo hago.
—Este día tendría que haber pasado hace mucho, mucho tiempo. Y los dos sabemos por lo que hemos pasado en todos estos años. Pensé que ya no te encontraría más, pensé que no volvería a reencontrarme contigo —Aclaro mi garganta— Myriam, te amo como nunca amé a nadie más y te lo pregunto por tercera vez ¿quieres casarte conmigo?
Para mi sorpresa, los ojos de Myriam se llenan de lágrimas, regalándome una de sus sonrisas nerviosas.
—Claro que quiero casarme contigo.
Obviamente sabía su respuesta, pero eso no quita que suspire con tranquilidad. Mi sonrisa se amplía mientras sostengo su nuca para acercarla. Nuestra proximidad no hace más que ponerme más ansioso. Sentir el dulzor de su boca un leve segundo antes de atrapar su labio inferior con emoción, inclinando la cabeza hacia el lado derecho para que mi nariz y la de ella no nos entorpezca. Me devuelve el beso con la misma agitación y noto como lágrimas ruedan en las esquinas de sus ojos cerrados. Eso produce una ternura en mí casi incomprensible. Reparto besos cortos a lo largo de su mandíbula, limpiando con mis pulgares sus lágrimas. Los aplausos de las vendedoras y de los dos señores me sacan de aquel momento y me encuentro con los ojos de Myriam, ahora abiertos, totalmente enternecidos.
Me quedo contemplando la belleza de sus ojos durante mucho tiempo.
Escucho a una chica más atrás:
—¡El anillo, póngale el anillo!
Parpadeo y Myriam pasa un dedo por debajo de su párpado para quitar la lágrima que está a punto de escaparse.
Con torpeza saco el anillo de la cajita, tomando su mano y depositándolo en su dedo anular. Eso la hace sonreír más, pero no sigue llorando.
Dejo otro beso, ahora cerca de su mentón.
—Te amo tanto, Myriam.
Suspira
—Y yo a ti, no sabes cuánto.
.
Nos pasamos el resto de la tarde paseando de la mano, como nos gusta. No es muy agradable en invierno pero cogidos de la mano y conversando temas que nos importan, lo hace muy interesante y entretenido. Los ojos de Myriam no dejan de brillar. Tengo el presentimiento de que va a decir algo, mas no lo hace y presiona sus labios, volviendo a mirar hacia el frente. Yo no le pregunto nada, no es la primera vez que tengo esa sensación.
—Hay… una casa que quiero visitar un día de estos. En realidad, quiero que vayamos a visitarla. Me han dicho que es espaciosa, suficiente para los tres. Me gustaría saber tu opinión y si Victoria viene con nosotros, mucho mejor.
—¿Queda en la ciudad?
—Sí, es un barrio muy tranquilo.
La veo morderse el labio.
—¿Espaciosa dices?
—Tiene dos habitaciones, justo lo que estamos buscando. —No me dice nada— ¿Quieres una casa más grande? ¿Con más habitaciones?
Vuelve a mirarme y nuevamente tengo la misma percepción de que está pensando algo sin decirlo. Quiero preguntar qué pasa, sin embargo, no alcanzo a hacerlo.
—Tal vez un cuarto de huéspedes. Ya sabes que a veces… podemos tener visitas.
Sus dedos se presionan en los míos con demasiada fuerza.
—Es cierto, pero de todos modos me gustaría que la vieras. No es la única opción que tenemos, por supuesto.
—Por supuesto —Repite. No hablamos más, hasta el final de la calle. Me suelta de la mano para rodearme por la cintura, apoyando la cabeza en mi pecho. Esbozo una sonrisa acariciando su nuca, envolviéndola y besando el tope de su cabeza— Gracias por todo, Víctor.
—¿Por qué todo?
Encoje los hombros, aun estrechándome.
—Por volver a mi vida.
Se separa unos centímetros. Sostengo su rostro con mis manos, deseando mantenerlas ahí todo el tiempo necesario. Hay lágrimas en su rostro, pero sé que son lágrimas de emoción.
—Entonces yo también te doy las gracias por volver a mi vida.
Me da un tierno beso con una sonrisa. Cuando se separa, la veo fruncir el ceño.
—No, creo que estamos equivocados —Muevo la cabeza, esperando que se explique— Esto es gracias a Victoria.
Suelto una carcajada.
—Tienes razón, si no fuera por sus dotes de investigador privado.
—De hecho, eso fue debido a Ethan.
Entrecierro los ojos, causando que se eche a reír. Su risa es encantadora.
—Sabía que algo bueno debía de tener ese chico.
.
Mamá está tejiendo un nuevo gorro de lana para Jackson. En esta ocasión es amarillo para simular un patito. Tiene botones para los ojos, un pico naranjo para la boca. Se ve entusiasmada mientras me siento junto a ella en el sofá.
No puedo evitar notar su cambio en este último tiempo.
No fue fácil para ella su separación con mi padre. La tristeza que emanaba era casi perceptible durante los siguientes meses, luego de que él se fuera de la casa. Ella quería evitar todo contacto con Manuel, pero a sabiendas de que para divorciarse debían verse, tuvo que buscar valentía de alguna parte. Mamá dice que esto no es echar por la borda tantos años de matrimonio, como le han dicho incontable de veces. Señala que tener tres hijos y cuatro nietos maravillosos es suficiente para saber que ha cumplido con su deber en la vida. Sin embargo, tener a tanta gente en casa no hizo que se sintiera menos sola. Ahora puedo decir que está comenzando a superarlo, comenzando a vivir su vida de mujer divorciada. Sonríe más, bromea más. Y desde la llegada del hijo de Liliana, mi madre parece más rejuvenecida.
—¿Estás haciéndole un patito? —Pregunto divertido.
Tuerce la cabeza.
—Me gusta el color —Explica levantando la mirada— a ti te gustaban los patitos de hule cuando niño.
Arrugo la nariz.
—No lo recuerdes —Se ríe, siguiendo con el tejido. Me quedo mirando sus macetas con flores blancas, las que cuida como si fueran un miembro más de la familia— ¿Madre?
—¿Qué? —No desvía su mirada del tejido, moviendo enérgica sus dedos junto con los palillos. Haciendo esos extraños puntos que dice tener, explicándonos cuando le preguntamos, pero que al final nadie entiende.
Tomo una profunda inspiración.
—Myriam y yo vamos a casarnos dentro de un mes.
El sonido de los palillos desaparece y poco a poco levanta la mirada nuevamente hacia mí. Su expresión de sorpresa me hace querer sacudirla para que reaccione.
—¡¿Un mes?! —Abre desmesuradamente los ojos ¿Por qué todo el mundo se sorprende por eso? — ¡Estás loco!
Frunzo el ceño.
—¿Por qué?
Aparta el tejido de sus piernas, mirándome y alzando sus brazos al aire.
—¿Te das cuenta de lo difícil que es bajar de peso para un matrimonio y tú vas y me dices que dentro de un mes se casan? —Me quedo unos segundos petrificado hasta que rompo a reír. Y ella lo hace también. — Oh, es solo una broma. ¿En serio piensan casarse? ¿Ya es oficial? —Suena interesada.
Asiento.
—Le compré un anillo de compromiso y ya se lo dijimos a Victoria.
Mamá esboza una sonrisa maternal, estirando sus brazos hacia mí para rodearme.
—¡Felicidades, hijo! ¡Estoy tan feliz por ti! —Nos balanceamos de un lado a otro— ¡Tenemos que darnos prisa! Hacer todos los preparativos para la boda y sumado a que tienes que remodelar tu cuarto de soltero para tu esposa.
Frunzo los labios.
—Eh, sí. Justo iba a hablarte de eso —Me rasco la cabeza— Bueno, Myriam y yo vamos a vivir juntos, por supuesto pero… no aquí —No me dice nada— y Victoria se viene con nosotros. Aunque bueno, si a ella se le hace un poco extraño, puede quedarse aquí el tiempo que quiera hasta que esté preparada. Ella creció junto a ti y sé que va a ser difícil…
—¿Te vas… a ir?
He olvidado lo que le cuesta a mamá desprenderse de nosotros. Cuando ofreció que nos mantuviéramos unidos fue cuando Sergio y Ana se casaron, y desde entonces todos hemos estado revueltos en la misma casa. Y Victoria ha estado junto a ella desde su nacimiento, por eso sé lo complejo que será para ambas.
—Vamos a estar en la misma ciudad, nos vamos a ver todo el tiempo —Sigue mirándome como si estuviera en otra parte— ¿Mamá?
Parpadea.
—Lo siento, es que estoy algo sorprendida —Me responde estupefacta. Nos quedamos un momento mirándonos. Sacude la cabeza con una sonrisa — Aun así siempre supe que sería de esta manera.
—¿Qué cosa?
Aparta un mechón de mi cabello con dulzura.
—Que serías el primero en irte —Encoje los hombros— Siempre has sido más libre que tus hermanos.
—¿No estás enojada?
Arruga el entrecejo.
—¿Cómo crees que podría enojarme el que mi hijo quiera formar su propia familia? No, para nada. Pero me pone triste que te vayas, claro —Me da un beso en la mejilla— No te preocupes por mí, no estoy sola. Y el lugar de Victoria es con sus padres, ella sabe que las puertas de esta casa siempre estarán abiertas para ella… para ti y para Myriam.
Le sonrío, sostengo su mano cálida que acaricia mi mejilla.
—Gracias, mamá.
—Bueno, bueno, explícame cómo es eso de que en un mes. ¿Cómo nos vamos a organizar? Porque yo quiero ayudar, por supuesto.
Le cuento un poco sobre nuestros planes. Myriam y yo estábamos pensando en hacer nuestra boda a las afueras de Seattle, en una cabaña cerca de la playa. Hay un jardín precioso que conecta la entrada hasta el jardín trasero, antes de que comience el camino de arena. Hay un muelle en la orilla. La cabaña es lo suficientemente espaciosa para la fiesta y si el día nos acompaña, podemos celebrar nuestra unión civil al aire libre.
Ya dijimos que sería algo solo para nosotros, pero que fuese pequeño, no significa que no sea inolvidable. No podía no ser minucioso en el día más importante de mi vida.
.
Myriam
Cris vuelve a cogerme de la mano para mirar más de cerca el diamante que descansa en mi dedo anular. Lo ha estado mirando desde que le di la noticia de la boda. Mamá y Nany han dejado de invadirme la sortija, sentándose cada una en el sofá largo.
—¡Yo puedo hacer el pastel! —Chilla mi madre entusiasmada en su lugar, apretando las manos en puño de la emoción— Puede ser un pastel a base de fondant ¿verdad? Hoy en día se usa mucho ese pastel para las bodas.
—Myriam, este anillo… es… guau —Es la tercera vez que Cristy murmura "guau" desde que notó el diamante.
Me acomodo mejor el anillo, entrelazando mis dedos.
—¿Puedo verlo otra vez? —Pregunta Victoria enderezándose en el sofá y yo estiro mi mano para que lo vea. Pasa un dedo con suavidad, como si fuera a romperse— Papá es un genio. Le dije que no fuera tacaño.
—¡Oh, qué buena idea! —Mi abuela exclama— ¡Victoria! ¡Ella tiene que ser la niña de los anillos!
Cristy jadea.
—¿No es la niña de las flores?
—En este caso, de los anillos. ¿No sería bonito que su hija entregue los anillos? Aunque estos siempre suelen ser menores de diez años, pero hagamos una excepción.
—No entiendo —Dice Victoria dirigiéndose a mí.
Me giro en el sofá cerca de ella, acomodando mi brazo en el respaldo.
—¿Has visto que en las bodas siempre hay alguien que le entrega los anillos a los novios? A ellos se les llama pajes, porque acompañan también a la novia al altar. Los anillos están en una cajita y cuando sea el momento, esa persona entrega los anillos para sellar la unión. Aunque no vamos a tener boda en la iglesia, pero igual podría ser… —Me mira parpadeando— Bueno, es solo una idea…
Me detiene.
—¿Qué? ¿Piensas que no quiero? —Encojo los hombros y ella sacude la cabeza— No seas tonta…
Enarco una ceja, haciéndola reír. Se acerca para rodearme con sus brazos, apoyando la barbilla en mi cabeza. Está sentada en el brazo del sofá, razón por la que está mucho más alta de lo que habitualmente es. El celular de mamá comienza a sonar, cosa que la hace dar un respingo, disculparse y esconderse en la cocina. Cristy refunfuña cosas que no entiendo y Victoria no comprende el repentino cambio, pero no tengo tiempo de explicarle.
—¿Y qué regalo le vas a hacer a tu futuro esposo? Aparte, claro está, de la noche de bodas —Mueve sus cejas con picardía y Victoria suelta un gritito— ¡Oh, vamos! ¿No piensas regalarle nada? Siempre es lindo tener algún obsequio para él o ella, según sea. Porque me imagino que se van de luna de miel ¿verdad? Probablemente ese sea su regalo, pero ¿y tú?
Me muerdo el labio.
—No lo sé, tengo que pensarlo.
—¡No hay tiempo, pecosita 1! ¡En menos de un mes vas a ser la señora García con todas las de la ley!
Cuando Nany menciona que seré la señora García de inmediato estoy sonriendo.
El único regalo que se me viene a la mente no puedo entregárselo ahora, porque está creciendo aun en mi vientre. Luego de la confirmación de mi embarazo, me sentí un poco culpable –bastante- por Víctor. Me hubiese gustado que él escuchara su corazón como yo, pero era demasiado tarde para arrepentirme. Había estado deseando volver a casa después de la consulta para darle la noticia, pero luego recordé que ellos se habían ido a dormir a casa y pasados unos días, no supe cómo hacerlo. Cuando fuimos a comprar los anillos estuve a punto de confesárselo, pero algo en mí me lo impidió. La emoción del momento me hizo retrasarlo un poco. La pregunta de Nany me hace dudar de decírselo ahora… y si las cosas salen tan bien como las pienso, le voy a dar la noticia tan pronto nos casemos, como mi regalo especial de bodas.
Ni siquiera sé cómo haré para mantenerme callada las siguientes tres semanas.
El resto de la familia de Víctor tomó sobradamente bien la noticia, cosa que esperábamos de todos modos. Ana se ofreció a ayudarme con el vestido puesto que tiene una tienda de diseños en el centro. Liliana se encarga de mantener todo en orden con respecto a los invitados. Mi madre y Juanita el banquete. Víctor y yo logramos arrendar la cabaña para ese día y pudimos conseguir un juez civil para que asistiera al lugar donde se efectuaría el enlace.
Todo está comenzando a tomar forma. Todo está yendo de las mil maravillas. Estaba muy nerviosa y muy, muy ilusionada.
.
Para la noche los tres cenamos lasaña vegetariana y por muy extraño que parezca, no me dan nauseas. No sé qué otra excusa hubiese dado si me ven corriendo al baño de nuevo. Mi asco va directamente a las carnes de todo tipo. Al parecer, el bebé quiere ser vegetariano.
Bebé
Tengo una mezcla de emoción y terror, como ya me es conocido. Pero sobre todo emoción.
Todavía no sé qué palabra darle a la sensación que tengo. Estoy embarazada, incluso lo puedo sentir. Solo necesitaba que alguien lo confirmara, escucharlo de la boca de otra persona para entender finalmente que voy a ser mamá de nuevo.
Cristo… Jamás pensé que podría volver a serlo, la verdad.
Lavo los trastes en silencio, sumida en mis propios pensamientos y sabiendo que tengo una noticia en la punta de la lengua y una boda que preparar.
No hay mucho que hacer por la noche y pronto nos vamos a la cama. Por algún motivo me siento exhausta y cuando mi cabeza toca la almohada, me siento en paz y algo anestesiada. Víctor me da un beso en la frente antes de meterse a la ducha. Empiezo a hacer zapping con el control remoto. Estoy resoplando por la mala programación cuando Victoria entra al cuarto. Se acuesta junto a mí, al lado vacío de Víctor. Está boca abajo y juguetea concentrada un mechón de su cabello. Me vuelvo a su expresión extraña.
—¿Sabes lo que acabo de decidir? —Pregunta sin mirarme.
—¿Qué?
Presiona levemente sus labios.
—Dejar el boxeo.
Pestañeo, sorprendida.
—¡¿Cómo?! ¿Es en serio? —Asiente— pero ¿Por qué?
Contrae los hombros.
—Ya no me es tan atractivo como antes. —Contesta— Si bien… lo comencé como una forma de controlar mi ira... —Se queda callada un momento— uno de los principales motivos fue por ti.
Levanto la cabeza de la almohada.
—¿Por mí?
—Sip. Cuando empecé a buscarte, yo siempre pensaba en ti. Bueno, en la otra imagen. Quiero decir, en lo que creía que me encontraría… una bruja mala y desconsiderada —Medio sonrío, viendo que aún no está mirándome— y cuando te encontré, las ganas de boxear crecieron.
—Me odiabas
—Un poco —Responde y luego se levanta unos centímetros, apoyándose de los brazos y ya no del pecho— No te vayas a poner a lloriquear, Myriam. Ya sabes que te quiero.
Le sonrío— Yo también te quiero.
Ahora vuelve a apoyarse del pecho, estirando los brazos y cogiendo otro mechón de pelo.
—El entrenador dice que tengo potencial para boxeadora. Hasta quería incentivarme a que compitiera en un ring ¿puedes creerlo? Eso fue al principio y realmente estaba emocionada, pero ahora no es algo que quisiera hacer.
Acaricio su mejilla con el pulgar.
—A mí tampoco me gustaría que hicieras eso. Subirte al ring… Es muy peligroso.
—Bien, no tienes que preocuparte más por eso. Ya renuncié.
—Me alegro, entonces —Doy un suave apretón a su mejilla, antes de apartarla para cambiar el canal de la televisión.
Me quito el anillo del dedo para dejarlo encima de la mesita de noche. Victoria se queda acostada a mi lado todo el tiempo en silencio. Me acomodo en la cama luego de sacarme la bata. Escucho el agua de la ducha caer aun, de modo que a Víctor le falta un poco para salir. La noche luce tranquila, de hecho, nosotros mismos estamos tranquilos. Una de las cosas que anhelo de casarnos, es esto. Vivir los tres de forma permanente y que las noches sean tan tranquilas y cálidas como ésta. Cenar como lo hemos hecho hoy, conversar de todo y nada a la vez. Sentir… ese ambiente familiar.
—Mamá—Alcanzo a escuchar su susurro apenas audible. A pesar de que no es la primera vez que la escucho decirlo, esta vez es muy diferente a aquel día, cuando lo gritó sin apenas ser consciente. Mi corazón bombea con una fuerza increíble, tratando de que su voz llegue a mi cerebro. Me vuelvo a ella para mirarla sorprendida. Se ha movido de su lugar, su cabeza apoyada en la almohada y su mano descansado en la tela delgada de la sábana. Sus ojos no apartan los míos— Mamá —Repite ahora con más claridad, con más fuerza.
No puedo evitar que se me forme un nudo en la garganta.
—Hija —Le contesto, acomodándome más abajo en la cama para estar más cerca de ella. Estoy segura que probablemente estoy llorando sin darme cuenta, porque los ojos de Victoria brillan de una manera muy especial. De pronto, ella deja escapar una solitaria lágrima, sonriendo.
—Hace tiempo que… quería decírtelo —Aparta su lágrima con la mano— no sabía cómo.
Rodeo su cuerpo con mis brazos, acercándola y mi barbilla pegándose en el tope de su cabeza. Cuando toco mi cara, confirmo que estoy derramando lágrimas sin parar.
—Sí, soy tu mamá. —Le digo, sorbiendo mi nariz y separándome para mirarla con una sonrisa— Pensé que nunca me lo ibas a decir.
—Es que no es fácil.
—Ya lo sé —Aseguro— yo no iba a obligarte a decirme mamá si no estabas cómoda con ello.
Víctor sale del baño con una toalla en la cadera, sacudiéndose el pelo con la mano y salpicándonos agua. Se queda mirándonos algo desconcertado por las lágrimas. Ya debería de acostumbrarse, sobre todo porque siempre interrumpe momentos como estos.
—Vaya ¿me perdí de algo otra vez?
Victoria se sienta en la cama, acercándose más a mí.
—Nada, mamá y yo estábamos hablando de que dejé el boxeo.
Estoy segura que Víctor no obvió el hecho de que me llamó mamá, porque en cuanto lo dice sus ojos se posan en los míos.
—¿Dejaste el boxeo? ¡Dios escuchó mis plegarias!
Nos reímos de él. Aprovechando que Victoria está tan cerca de mí, acuno su rostro con mi mano y dejo un largo beso en su mejilla, uno que queda allí mucho tiempo, y realmente si no es porque necesitara aire, no me separo.
Víctor se acuesta a nuestro lado, haciendo que la cama sea pequeña con los tres encima. Empieza a acomodarse y nos deja casi a la orilla. Luego nos quita la frazada, tirándole a Victoria la almohada por la cabeza.
—¡Papá! —Le grita entre risas.
Él se ríe también, atrapándola y dejando un beso en su frente, rodeándola con un brazo alrededor del cuello para estrecharla. Estoy asegurándome de no caerme de culo al suelo, pero esto es justamente lo que mencioné anteriormente. Es la misma sensación familiar que estaba buscando desde hace años. Y los tres estamos aquí ahora en la misma cama, como si no hubiésemos pasado tantos años separados. Sé que las cosas van a cambiar tremendamente con un nuevo bebé, pero así como le dije a Liliana que los bebés vienen en el mejor momento para dar un poco más de alegría, éste también viene con el mismo objetivo, a complementarnos más.
Ahora necesito urgentemente un candado en mi boca para no comentárselo a nadie. No sé cómo lo haré, pero lo haría.
Iba a ser mi sorpresa.
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Mensaje  Eva Robles Vie Feb 19, 2016 11:45 am

Gracias por el capitulo y esperando el momento en que les diga a Víctor y a Victoria que esta.embarazada que emoción

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Mensaje  myrithalis Sáb Feb 20, 2016 2:27 am

Gracias quiero mas!!!!!
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Mensaje  Bere Lun Feb 22, 2016 11:54 pm

Hola chicas a partir de ahora solo 3 capitulos por semana lunes, miercoles y viernes entramos a la recta final disfruten

.........
Capítulo 32
Señor y Señora García
Víctor
—El lazo es importante, hijo.
Mamá me mira de una forma tan severa, que tengo que bajar los hombros en completa rendición. Sostiene la corbata de lazo con ambas manos, asegurándose de que el nudo esté bien hecho y que no haya ninguna imperfección. Con una sonrisa triunfal y muy maternal, me lo tiende con la mano derecha.
—Gracias, mamá.
Dejo la pequeña corbata en la camisa antes de darle una última mirada a mi atuendo y cerrar la cremallera del traje. Mamá se queda en la puerta apoyada de brazos, observando mi rostro como si no creyera que fuese yo. Esboza una sonrisa antes de descruzarse y rodearme por la cintura. Es mucho más baja que yo, por eso tiene que inclinar la cabeza hacia arriba para mirarme los ojos. Su sonrisa no se ha borrado.
—No puedo creer que mañana vayas a casarte.
Sonrío devuelta.
—Yo tampoco
Lo único que hemos hecho en las últimas tres semanas, es organizar y coordinar los preparativos para la boda. Han sido semanas agotadoras y eso que pareciera que no fuera tanto, pero cuando te pones en ello, no terminas nunca. No hemos estado solos en esto, por supuesto, hemos tenido ayuda por parte de ambas familias. Sergio y Erick me ayudaron con el tema de la luna de miel. Myriam se llevó una grata sorpresa cuando le enseñé los dos pasajes a Berlín. Tuvo que mirar tres veces los pasajes en sus manos para cerciorarse que no era una broma. Ya arreglamos todo asunto en el trabajo, consiguiendo vacaciones post-boda por 15 días sin contar los fines de semanas, así que nos vamos por tres semanas fuera del país.
—¿Victoria se quedó con ella, cierto? No te lo pregunté cuando llegaste —Se separa de mí, apartando el pelo de su cara.
Cierro la puerta del armario.
—Sí —Camino de regreso a la cama— como mañana nos vamos a Berlín y no se van a ver… —Mamá sonríe— Ya sabes que últimamente no pueden vivir la una sin la otra.
Mamá se cruza de brazos.
—Me he dado cuenta —Ríe— Bueno, me alegra que estén pasando tiempo madre-hija antes de la boda. No te preocupes por ella, sabes que sé controlarla.
Hago una mueca.
—Por favor, trata de que no llegue tarde a casa después del colegio o los fines de semana y que no descuide los estudios en nuestra ausencia. Que te avise a donde va y con quién.
—Víctor…—Murmura— Lo sé.
Suelto un suspiro.
—Está bien, tienes razón. Es que es la primera vez que estaré tan lejos de ella tanto tiempo y estoy un poco nervioso.
Se acerca unos pasos.
—No te preocupes por nada —Me señala con el dedo— Disfruta tu luna de miel. Aquí todo va a estar bajo control ¿o no confías en mí?
Sonrío nervioso.
—Sí, claro que sí.
Esa noche duermo poco. Doy vueltas sin parar en la cama, logrando que el edredón caiga al suelo. Me quedo viendo la luz que entra en las esquinas de la cortina, deseando que el día llegue pronto. Estoy demasiado ansioso. Mientras más pienso en la boda, más paranoico me pongo. Tal vez soy solo yo y Myriam esté durmiendo plácidamente. Con eso de que últimamente dormir es su cosa favorita en el día. A cualquier hora que la veo se duerme en mi pecho. A veces pienso que tiene anemia y no quiere decírmelo. Yo tampoco le pregunto ¿Eso significa que soy desconsiderado? ¿Poco preocupado? Demonios, creo que sí. Debería insistir cuando está pensando algo mientras me mira y no lo dice. Eso me frustra un poco, pero luego la veo sonreír y se me olvida todo.
Cuando Myriam me sonríe o se ríe, pierdo la cabeza. Es el sonido de su risa lo que me vuelve loco, es su sonrisa lo que me deja totalmente encandilado. Y sus ojos de un verde intenso, que siempre brillan. Es imposible que no me pierda en ellos.
Bueno ¿qué más se puede esperar? Estoy enamorado.
Con un suave suspiro, doy otra vuelta en la cama, cerrando los ojos e intentando dormir las siguientes cuatro horas.
No, no logré dormir ni un maldito segundo.
Lo peor fue que Erick y Sergio irrumpieron en mi habitación a eso de las seis de la mañana para lanzarse encima y repetirme que hoy seré un hombre casado. Creo que sentí huesos rotos cuando el cuerpo de mi hermano cayó encima de mi brazo, sin embargo, al cabo de unos minutos logré estabilizarme y estaba como nuevo.
Me doy una ducha larga, afeitándome la barba y utilizando una generosa cantidad de champú para el pelo. Huelo a jabón cuando salgo del baño. Tarareo una canción para controlar mis nervios y así no termino estropeando mi traje. Me da un poco de pena sacarlo del armario. Se ve tan liso y perfectamente planchado. Mientras abotono mi camisa, mis ojos caen directamente a la caja en la mesita de noche. Lo tomo entre mis manos, abriendo la tapita y encontrándome con las alianzas de oro que Myriam y yo compramos. Son perfectas. Mi nombre está grabado en el de Myriam y en el de ella el mío.
Alguien toca a la puerta.
—Adelante —Liliana lleva una bata blanca y hay una cantidad infinita de tubos en su pelo. Trato de que eso no me cause risa. Sobre todo porque no está sonriendo ni nada— ¿Qué te pasa?
Aclara su garganta.
—Alguien te busca afuera.
—¿Quién?
—Ve por ti mismo. —Me aseguro de que el lazo está bien en su lugar antes de seguir a Liliana. Bajamos la escalera en silencio. En la puerta se detiene para mirarme— Te juro que yo no tuve nada que ver con esto.
Frunzo el ceño.
—¿Con qué?
Me hace espacio para que pase y sigo frunciendo el ceño mientras salgo por la puerta. Creo haberme detenido abruptamente tan pronto veo la silueta de mi padre en la entrada de la casa. Luce desgarbado y su barba cubre prácticamente toda su barbilla hasta el comienzo de su nariz. Hay más canas de lo que recuerdo. No he visto a Manuel desde hace demasiado tiempo y me parece que estoy frente a un desconocido.
—Hola, Víctor —Saluda con voz cansada.
Me tomo un tiempo antes de responder, impresionado y un poco choqueado de verlo de nuevo.
—Hola
Le sigue un silencio terrible en el que ninguno toma la palabra. Aunque yo no sé qué decirle, tampoco sé a qué vino. Estoy empezando a desesperarme. Él lleva las manos a sus bolsillos haciendo un círculo invisible con la punta de su zapato, acercándose con duda.
—¿Cómo estás? —Suena nervioso. Jodidamente nervioso.
Trago con dificultad.
—Bien —Volvemos al silencio. Él me mira unos segundos para luego bajar la mirada al suelo. Encojo los labios— ¿Qué haces aquí?
Puedo haber sonado brusco, pero no me importa.
Toma una profunda inspiración.
—No vine a atormentarte ni arruinarte este día. Solo… sé que vas a casarte hoy —Parpadea rápidamente y veo más arrugas alrededor de sus ojos claros— Quería desearte buena suerte, con toda honestidad. Estoy muy feliz de que estés formando una familia.
Me quedo de pie sin saber muy bien cómo reaccionar a eso. Me doy cuenta ahora que cuando una persona pierde la confianza en otra, cualquier cosa que dice empiezas a dudar. Eso es justo lo que estoy sintiendo en este momento. Él lo dice con un tono de sinceridad, pero ha mentido tanto y ha causado tanto daño… que bien puede ser un experto fingiendo, así que no creo en su modestia.
Levanto el mentón, mis ojos entrecerrándose a causa del sol.
—Okay —Es lo único que sale de mi boca.
Vuelve a mirar sus pies. Tengo la sensación de que va a dar media vuelta e irse, pero se queda como un perrito al que han castigo por hacer alguna travesura. Él sabe muy bien lo que hizo y todo lo que perdió. Así como también sabe que no puede esperar nada de mí. A lo mejor es su intento de acercarse, un modo de disculparse. Él está muy equivocado si piensa de esa manera.
—¿Cómo está… Victoria? —Me pregunta, cortándosele la voz al nombrarla. Eso es lo único que me hace trastabillar. La forma en que la nombra y su rostro se encoge con culpa. Sin embargo, no voy a dar mi brazo a torcer.
—Bien —Contesto sin ánimos de agregar nada más.
Asiente con la cabeza, soltando un suspiro.
—Tiene que estar convertida en toda una señorita —Él le sonríe a la nada— Hace mucho tiempo que no la veo.
Me muerdo el interior del labio, el sol comenzando a incomodarme. La campana me salva cuando Sergio sale por la puerta. Nos mira a ambos y sabe que tiene que interrumpir. Ellos empiezan a hablar y yo me excuso para entrar a casa sin despedirme. Suelto un desagradable suspiro, dándome cuenta que el dolor y la impotencia siguen allí, calando en lo más hondo. Ojalá algún día ese malestar que llevo se disipe, desaparezca. Ojalá pueda vivir algún día sin sentir tanto rencor.
Si es que eso es posible.
Myriam
Mamá termina de amarrarme el pelo con un peine de zafiro. Perdí la cuenta de la cantidad de horquillas que han metido en mi cabello, eso sumado a que no me dejan moverme para no estropear el peinado. Estoy comenzando a desesperarme, más de lo que llevo desde que me levanté esta mañana. Y eso que olvidé mencionar que tengo a Cristy dándole los últimos retoques a mi maquillaje. El rubor está causando un poco de picor en mi nariz.
—Listo, Myriam. ¡Estás perfecta! —Mamá sonríe de forma maternal, juntando sus manos delante de su cara— ¡No puedo creer que mi hija esté por casarse!
—Es la segunda vez que se casa, mamá —Interrumpe mi hermana, ganándose una mala mirada de ella— ¿Qué? Es la verdad.
—¿Podemos obviar ese desafortunado hecho en la vida de tu hermana, Cristy? Gracias.
Nany llega a la sala, mirándome igual que mamá.
—Oh, cariño. Eres la novia más hermosa que he visto.
Inhalo todo el aire que nos rodea, exhalando con un temblor en mi voz. Paso mis manos por entre la tela de mi vestido, tratando de calmarme. Ana fue mi apoyo en el tema del diseño. No quería algo demasiado despampanante pero tampoco algo sencillo. Ella me dio varias opciones, quedándome con lo que llevo puesto. Es un vestido blanco de una sola pieza, su tela es de gasa con un bonito cierre a corsé en la espalda. Lleva una flor en la correa del hombro así como una banda de raso en la cintura.
Cristy vuelve a invadirme el rostro con la brocha.
—Por cierto ¿dónde está Victoria? Pensé que se había quedado contigo anoche. —Me dice, concentradísima en mi cara.
Cierro los ojos.
—Sí, lo hizo. Se ofreció a buscar el ramo a la florería. Por esa razón Ana se fue, así la alcanza allí y la trae conmigo —Insinúo una sonrisa— Tienes que verla, se ve hermosa.
Cristy se ríe.
—Es una Montemayor como nosotras también ¿no? Obviamente es hermosa.
Me río devuelta.
Cuando termina me tiende el espejo para ver el resultado final. Y… realmente me gusta. Me sorprendo un poco verme vestida de blanco. No puedo evitar una sonrisa, tampoco el escozor rápido en mis ojos, razón por la que Cristy aparta el espejo advirtiendo que no llore, porque así estropearía su trabajo. Vuelvo a sentarme en la silla controlando el impulso de largarme a llorar. Nunca he dominado las lágrimas de emoción. Aparecen sin que puedas hacer nada. Sin embargo, tampoco quiero casarme con el rímel corrido alrededor de mi cara. Mamá me tiende un pañuelo de papel, cosa que agradezco. Me sirve para limpiarme las esquinas de los ojos con cuidado.
La bocina del auto de Ana nos avisa que Victoria ha llegado.
Mentí cuando dije que se veía hermosa, esa palabra es muy pequeña para ella.
Su vestido de encaje amarillo le llega casi a la rodilla. Es holgado y con cuello redondo sin mangas. Le adhirió una diadema de flores en el pelo de un tono amarillo vainilla y su pelo cae en ondas perfectas hasta sus hombros. Sus zapatos son bajos, no necesita verse más alta. Ella salió como Víctor aunque por supuesto, sigue siendo mucho más baja que él.
Sonríe cuando me ve, agitando el ramo de peonias en el aire.
—Aquí está tu ramo. Ten cuidado con el listón que le pusieron, creo que está un poco suelto. —Recibo el ramo mientras su mirada se pasea en mí— Myriam… te ves… preciosa.
—No más que tú —Le guiño un ojo. Sonríe y eso produce que inmediatamente recuerde lo que tengo pensado hacer. Remuevo mis dedos con inquietud, poniéndome de pie para caminar un poco. Victoria pronto se ha ido a la cocina con mi madre, dándome tiempo de acercarme a Cristy sin problemas— ¿Puedes hacerme un favor? —Termina de guardar el maquillaje, mirándome— ¿Le dices a Victoria que suba a mi antigua habitación? Solo… espera diez minutos y se lo dices.
Cristy frunce el ceño pero promete hacerlo.
Subo la escalera tomándome el vestido. Estoy haciendo tiempo con esos diez minutos para poder prepararme. El suelo cruje cuando entro rápidamente, pellizcándome la piel de las manos con nerviosismo. No quiero irme de luna de miel sin decírselo. No quiero esperar tres semanas más para que se entere. He estado aguantándome las ganas de contarles a todos sobre mi embarazo y ya no puedo más.
Estaría vomitando si no lo hubiese controlado ya.
Por suerte llevo algunos días sin vómitos. Durante estas últimas semanas, no hacía más que vomitar por las mañanas, tardes y noches. Eso sumado a los variados mareos y sueño excesivo. En varias oportunidades quise tirar el secreto por la borda y decírselo a Víctor, pero me contuve. Me siento en el borde de la cama, mirando hacia un pequeño orificio en la pared de concreto, sucia y destartalada. Muerdo el interior de mi labio con desesperación.
Los diez minutos pasan sin que me dé cuenta y pronto escucho la puerta abrirse.
—¿Me estabas buscando?
Cierro los ojos, rascándome la frente y poniéndome de pie para mirarla.
—Sí, cierra la puerta, por favor.
Lo hace y me vuelvo a la ventana.
—¿En qué momento subiste? La abuela me estaba diciendo que quiere hablarnos abajo, pero luego Cristy me dice que estás acá y… ¿Estás bien?
Me doy la vuelta.
—Sí
Tengo comezón en la cabeza a causa de las horquillas y no puedo hacer nada contra eso. Ella empieza a mirar mi habitación –o ex habitación- como si no la conociera. Ni siquiera recuerdo si alguna vez entró aquí antes. Aprovecho para mirar otra vez hacia la ventana, tomando el valor y buscando las palabras adecuadas en mi mente mientras Victoria sigue observando todo con peculiar interés. ¿Cómo puedo decírselo sin darle muchas vueltas? ¿Cómo puedo asegurarle que la voy a amar con todo mi corazón sin importar nada? ¿Qué no podría amarla menos? ¿Qué ella es lo más importante para mí?
Mis dedos tiemblan en mi brazo, sintiendo el aire apretarse en mi garganta.
—¿Mamá? —Un hormigueo da vueltas en mi estómago. Ha sido fácil acostumbrarme a que me llame de esa forma, escucharlo por ella misma es más emocionante de lo que llegué a pensar antes, pese a que no lo hace todo el tiempo. Es la costumbre de haberme llamado Myriam desde que me conoció. Decido que es hora de enfrentarla, tomando aire suficiente y dándole la espalda a la ventana. La veo sostener algo entre sus manos. Sus ojos buscan los míos de inmediato— ¿Él… es tu papá?
Me acerco para mirar la fotografía. Efectivamente ese es Antonio. Su bigote poblado, sus líneas severas en la frente. Se me eriza la piel de solo verlo.
—Sí, lo era. —Se queda callada. Ojalá pudiese leer su mente para saber lo que piensa de él. Estoy segura que no es nada bueno a juzgar por la forma tan desinteresada en que está mirándolo— Ven, Victoria. Necesito que hablemos.
Tomo su mano y ella deja caer la fotografía a la caja en el suelo. Alguien debió de haber traído el álbum familiar acá, porque no recuerdo haberlo hecho. Nos sentamos en un banco alrededor de la cama. Su mirada de confusión me hace ponerme más nerviosa. Cuando la miro, lo único que quiero es abrazarla.
—¿Qué pasa? —Pregunta preocupada.
—Tengo algo que contarte.
—¿Es algo bueno o malo?
Tomo sus manos entre las mías.
—Algo bueno —Respondo, llevando su mano a mis labios y dejando un beso en ella— Bien, mira. Pensé que sería más fácil decírtelo pero no lo es, y no porque sea malo, sino porque no sé cómo vas a reaccionar…
—¿Reaccionar?
—Es un tema un poco complejo… o más complejo de lo que las personas creen que es porque…
—¡Myriam, me pones nerviosa!
Jadeo.
—Estoy embarazada —Hago contacto visual de inmediato con ella, queriendo desesperadamente adivinar su reacción. Victoria parece una muñeca inmóvil, mirándome a los ojos con aspecto poco convencional. Arrugando el entrecejo, sacude la cabeza de lado a lado— vas… a tener un hermanito.
Se suelta de mi mano en un parpadeo. Eso provoca un vacío en mi interior del que hago hasta lo imposible para que no se note.
—¿Estás…? ¿Tú…? —Ladea la cabeza, aun la confusión palpada en su rostro— Embarazada.
Mi estómago se retuerce.
—Sí —Contesto con dificultad. Aparta la mirada de mí para mirar al suelo. Junta sus manos y se queda en silencio. Un maldito silencio— No te quedes callada, por favor.
—No sé qué decir —Me contesta. Deja sus manos descansando en su regazo, su mirada perdida lejos de la mía.— ¿Cuánto tienes?
—12 semanas —Comienza a exasperarme el aislamiento que de un segundo a otro estamos teniendo. Tomo su mano nuevamente, entrelazándola con la mía— Mírame —Tarda un poco en hacerlo, pero sus ojos han vuelto a los míos en un par de segundos— ¿Sabes que tu papá y yo te amamos por sobre todas las cosas, verdad?
—Lo sé
—Y sé que entiendes que las cosas van a cambiar ahora, pero no de la forma en que crees.
Se muerde el labio.
—¿Papá lo sabe? —Niego— ¿Se lo vas a decir hoy?
—Después de la boda —Contesto y vuelve a apartarse lo suficiente para que sienta otra vez ese vacío— No, no hagas eso.
—¿Qué cosa?
—No te alejes así de mí.
—No lo hago, mamá. —Suena sincera, cosa que me alivia tremendamente— Estoy un poco desconcertada. Bueno, un poco no, bastante diría —Suelta una risita nerviosa, volviéndose a mí— No me mires así, no estoy enojada contigo.
Me siento agobiada.
—Ven aquí —Envuelvo mis brazos alrededor suyo, cuidando de no estropear su peinado y buscando una manera de sentirla cerca, como si así fuera suficiente— Eres… muy importante para mí ¿sabes? —Formo una pequeña distancia, sosteniendo gran parte de su cara con mis manos— No olvides eso nunca.
Victoria sonríe, pero no es una sonrisa que llegue a sus ojos.
—Tú también eres importante para mí.
Aun así mi pecho se acelera, porque cuando la miro -para mi terror- veo algo de tristeza.
Supongo que estará pensando todo lo que este bebé tendrá, que ella siempre ansió. Un papá y una mamá; incluso una hermana mayor. Pero una vez todos juntos, sus años de sufrimiento se verán compensados. Pasaré mi vida en ello.
.
Cuando bajamos, un poco más tranquilas, mi madre está de pie en la puerta. Cristy señala algo con el dedo, haciendo muecas con la boca que no entiendo. Me tomo el vestido con las manos para no caerme en el último escalón cuando noto la presencia de alguien que no reconozco. Lleva un traje oscuro y no necesito que me expliquen de quién se trata. Deduciendo por las mejillas sonrosadas de mamá, es algo bastante evidente. Nany luce circunspecta aclarándose la garganta. El hombre junto a mi madre toma la mano de mi abuela en un gesto amable.
—Usted tiene que ser G…
—Graciela Higginbotham, un placer. ¿Con quién tengo el gusto?
Reprimo una sonrisa y Victoria me codea. He olvidado que todavía no le comento nada. Mamá no ha dicho una sola palabra sobre lo que Nany nos comentó, solo mencionó una amistad con cierto amigo panadero.
—Un gusto señora Graciela. Mi nombre es Roberto Dwyer.
Él es alto y moreno. Aparenta ser mayor que mamá, pero no demasiado. Sus ojos son de un color ámbar y su voz es demasiado calmada. Mi madre se remueve en su lugar, mirando de mí a Cristy todo el tiempo. Es como si esperara que opináramos al respecto. No sé qué decir. Todavía ni siquiera hemos intercambiado alguna palabra.
—Ella es mi hija mayor, Myriam —Le señala a Roberto.
Él se vuelve a mí, mirándome de pies a cabeza.
—La hermosa novia. Un gusto, Myriam —Alarga mi nombre en sus labios.
Mamá interrumpe para presentar a Victoria y a Cristy. Ésta última tiene los ojos entrecerrados, contestando a su saludo con un seco hola. No estoy segura si eso significa que no le gustó o solo se está haciendo la difícil.
Después de una corta conversación en torno a Roberto, en el que Nany chismorrea hasta su estado civil, llega la hora de irnos. Adrian está esperándonos sentado al volante en un esmoquin perfectamente planchado. Logramos conseguir un auto para llevarme, pese a mi insistencia de tener la camioneta, pero en ella no alcanzábamos todos. Nos agrupamos como sea dentro, todas tratando de no estropearme el vestido. Nany se sienta al lado de Adrian para sostener su bastón y así no nos pincha en el ojo de camino.
Antes de partir, ella me pregunta:
—¿Lista para dejar de ser una Montemayor políticamente hablando?
Me falta el aire, la ansiedad acabando conmigo.
—Más que lista.
La entrada a la cabaña es realmente espectacular. No tengo otra palabra más adecuada que esa. Tal vez sí, tal vez fenomenal se le ajuste más. Esto es todo gracias a Liliana, Ana y Cristy, a las cuales voy a hacer un altar tan pronto regrese de mi luna de miel. Hay un caminito lleno de tiernas azucenas sobre una alfombra blanca en el piso, del que no quiero ensuciar con mis tacones. Nos quedamos de pie esperando que Cristy vaya a avisar que hemos llegado. Sostengo con tanta fuerza el ramo que temo estropearlo todo y que las flores terminen cayendo alrededor del piso. Eso dura hasta que siento la mano de Victoria en la mía, regalándome una sonrisa. Sus ojos tristes fueron sustituidos por unos llenos de ansiedad. Estoy casi segura que los míos se ven igual.
—¿Estás nerviosa?
Suelto un jadeo.
—Sí, me tiemblan las manos.
Presiona más la suya en la mía para que deje de hacerlo.
—Te quiero, Myriam.
Suspiro.
—Y yo a ti, mi tesoro. —Deja un beso en mi mejilla antes de que Cristy regrese a toda prisa.
Es Adrian quien me ofrece su brazo. Su sonrisa me hace sentirme menos nerviosa y me entrelazo a él como si fuese un modo de protección. Los demás caminan delante de mí. No es una especie de altar como en la iglesia, pero me siento como tal. Reconozco a la mayoría de los que están de pie cerca de sus sillas. Por un lado la familia de Víctor, que no hace más que agitar su mano para saludarme, veo a Rocio, Reese. Ángela y Eric. Al resto de mis compañeros de la emisora. Veo a Ethan y a Casey, a Hanna en medio de los dos. A mi familia acomodándose rápidamente. Y lo veo a él. De pie junto al juez.
Quiero largarme a llorar de emoción.
Y sin siquiera hacer ningún esfuerzo, mi vida pasa por mi cabeza en un par de segundos. Es como un golpe derecho al pasado, una ventana a los recuerdos vividos, tanto buenos como malos y cuando regreso, me encuentro de pie delante de toda esta gente que me regala una sonrisa. Estoy sintiendo el palpitar acelerado de mi corazón.
De pronto, ya no soy la Myriam sola e independiente que se desvivía trabajando. El trabajo dejó de ser mi prioridad. Ahora soy mamá y dentro de poco esposa.
Y estaba completamente lista para no dejar de serlo nunca.
Víctor esboza una sonrisa en su lugar, inclinando su cabeza hacia mí. Incluso en la distancia, puedo notar el color de sus ojos.
Agradezco tener a Adrian como escudo, porque de seguro estaría tropezándome con los tacones. Estos son peep toe con una cinta en forma de moño en el centro. Me aferro a la tela del esmoquin, tratando de concentrarme en el camino ¿Hay una manera mejor de explicar lo nerviosa que me siento? No puedo controlar mis manos.
—Te ves preciosa —Murmura Víctor a mi lado, tomando mi mano para acercarnos hasta el juez.
Nos tocó un día increíble. Eso nos permitió –o más bien, les permitió a las chicas- sacar las sillas y mesas afuera. Ellas no dejaron que ayudara, por más que insistí en vestirme acá tan pronto llegara, puesto que había una habitación con cuarto de baño.
La ceremonia comienza en un agradable silencio. Escucho el común discurso de "Estamos aquí reunidos para unir en matrimonio…" pierdo el hilo demasiado pronto. Se concede al momento de lectura de los invitados, sorprendiéndome un poco al ver a Liliana. Ella dice unas cuantas palabras que emocionan a todos, recordando cuando nos conocimos y como sin querer, termine siendo parte de su familia. Que a pesar de la distancia que hubo, ella seguía queriéndome mucho. Creo que reprimí el sollozo varias veces con sus palabras. Cris y Nany también hablaron, incluida Rocio, que sacó varias risotadas.
El juez nos pregunta a cada uno si queremos contraer matrimonio por nuestra propia voluntad y ambos decimos que sí. Mi sonrisa se ensancha y Víctor presiona mis nudillos con sus manos. El intercambio de anillos me produce más llantina que todo lo anterior, porque en cuanto veo a Victoria con los anillos sobre un suave algodón, lo único que quiero es soltar el sollozo apretado en mi garganta. Ella nos sonríe a los dos, de pie cerca de nosotros.
Víctor se dirige a mí tomando mi mano izquierda. El juez permite que recitemos los votos tradicionales, pese a que no es una ceremonia religiosa. Su mirada me contempla mientras mueve los labios en el micrófono. Escucho el suave "prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida" y estallo. No puedo controlar más las lágrimas. No lo veo como solo una firma que nos mantendrá unidos de por vida. A mi parecer es su forma de decirme "Sí, Myriam. Te perdono. Te perdono por dejar que pasara tanto tiempo. Te perdono por darte por vencida tan pronto. Te perdono porque no hay modo de volver atrás y reparar los errores ni los daños". Y tal vez, era hora de que yo repitiera esas palabras a mí misma de una vez por todas.
Cuando me toca decir los votos, me trabo un poco por la emoción, pero salgo victoriosa de todo, arrugando la nariz a la sonrisa divertida de Víctor por, probablemente, mi rostro manchado con el maquillaje.
Intercambiamos los anillos, viendo a Victoria tan emocionada como nosotros.
Luego firmamos tanto Víctor y yo, como Sergio y Cristy, los testigos. El juez toma entre sus manos los papeles, dirigiéndose a nosotros.
—Los declaro unidos en matrimonio.
Víctor sostiene mi rostro, dejando un suave beso en mis labios. Escuchamos los aplausos a continuación, pero sinceramente, no tengo cabeza para prestarles atención. Muevo mi labio inferior junto al suyo, presionándome hacia él, mi pulgar sobre su mentón. Víctor empieza a repartir besos rápidos, limpiando con cuidado las lágrimas de mi cara. Posterior a eso, nos volvemos a los invitados, que siguen eufóricos aplaudiendo. Pero Víctor y yo solo tenemos a una persona en vista en este momento, así que la acercamos. Victoria se pone en medio de los dos y la apretamos hasta que ella se echa a reír.
Los brazos de Cristy me rodean. Está igual de llorosa que yo, así que no me preocupo que fuera a regañarme. Luego mamá y Nany me invaden. Hay tantos brazos que recibo, que estoy un poco atontada al final.
.
—La ceremonia fue tan bonita ¡estoy tan emocionada todavía! —Juanita aún tiene los ojos vidriosos.
Todos están de acuerdo con ella.
Sostenemos copas de champagne, alzándolas entre vítores hacia nosotros. Bebo un poco del líquido, dejando la copa llena en la bandeja. Víctor me mantiene junto él, entrelazando nuestros dedos como si yo fuese a perderme. De todos modos, no me molesta para nada. Damos unas vueltas por el lugar, saludando a los de la emisora y a sus colegas del trabajo. El aire es tan agradable a esta hora de la tarde. La primavera comenzó y el clima cambió de inmediato.
—¿Me concede esta pieza, señora García?
Al instante recuerdo la última vez que Víctor repitió esas mismas palabras, en nuestra primera cita "¿Me concede esta pieza, señorita Montemayor?" la sonrisa que enmarco en mi rostro por llamarme con mi nuevo nombre, es inminente.
Presiona su mano en mi cintura. La mía descansa en su pecho mientras nos balanceamos en el apacible sonido del piano. Aspiro su loción varonil pegando mi frente en su hombro y Víctor hace sonar un beso en el lóbulo de mi oreja, dejando un susurro.
—Te amo.
Eso me produce cosquillas y encojo el hombro con una sonrisa, encontrándome con su rostro tranquilo en la sombra.
—Te amo también.
Me toma de la mano dando vueltas en sincronía. Inclino un poco la cabeza hacia atrás para confirmar que no estamos solo nosotros bailando. Liliana y Erick también están en la pista, así como Ana junto a Sergio, Cristy y Adrian. Hasta veo como Roberto sostiene la mano de mi madre para sacarla a bailar.
—¿Sabes que podríamos hacer?
Me acurruco más cerca de su cuerpo.
—¿Hm?
Sus labios rozan mi oreja.
—Cancelar todo e irnos ahora mismo a Berlín.
Suelto una risita.
—¿Estás loco?
—¿Tú no quieres?
Arrugo el entrecejo, pinchando su brazo.
—Sí, demonios.
Ahora es su turno de reír.
—Pues, siempre es buen momento para fingir dolor de estómago.
Ruedo los ojos. Somos interrumpidos por unas frías manos que se posan en las nuestras. Levantamos nuestros rostros, encontrándonos con la sonrisa de Sergio.
—No es que yo sea inoportuno, eh. Pero deberías cederme a tu querida esposa para un baile —Luego señala a Ana a su lado— Rosie quiere darte algunos tips de cómo tratar a tu mujer sin morir en el intento. —Víctor suelta una carcajada, mirándome y preguntándome con los ojos. Paso de estar en los brazos de Víctor a estar en los de Sergio. ¿Quién lo diría? A diferencia de su hermano, las manos de Sergio son corpulentas. Sus ojos son claros y pequeños. Desde que lo conozco, él siempre ha tenido una mirada traviesa, la misma que veo ahora en sus hijos.— Tienes que saber que cualquier idiotez que Víctor haga, puedo patear su culo sin problemas.
Esbozo una sonrisa.
—Lo tendré en cuenta. —Contesto. Agito la cabeza con una sonrisa, causando que Sergio frunza el ceño— Lo siento, es que es extraño que estemos bailando. Ya sabes.
—Sí, ya sé —Damos un giro, mareándome— Creo que nunca te lo he dicho antes, Myriam, pero lo lamento.
Asiento con la cabeza, un poco nerviosa.
—Lo lamento también… por todo.
Mueve la cabeza de la misma forma que yo.
—Bueno, bueno, no estamos aquí para estar tristes ¿verdad? Mucho menos la novia.
Bailamos un poco más hasta que nuevamente regreso a los brazos de Víctor, sintiéndome flácida y cómoda al tener sus manos nuevamente en las mías, su aliento sobre mi piel.
—¿Todo bien? —Me pregunta.
Me pongo de puntillas y lo beso.
—Todo bien.
.
Nos sentamos en una mesa de dos y podemos ver desde aquí a los demás. Las mesas redondas llevan un delicado mantel en tono crema, al igual que las servilletas. Uno de los meseros dispone dos platos con machas a la parmesana delante de nosotros y otros platos con comida variada.
Hago una mueca a las machas, apartándolas de mi plato, sacando puré de patata con ciboulette y esquivando el pollo.
—¿Por qué ya no estás comiendo carne?
Dejo la cuchara de la ensalada en la fuente, haciendo caso omiso a su mirada inquisitiva.
Aún le tengo cierto asco a las carnes.
—No me apetece —Contesto— No soy buena para la carne de todos modos.
Hace una mueca.
—Mmm —Murmura masticando un trozo de pollo, cerrando los ojos— No sabes de lo que te pierdes. —Victoria se nos une, buscando una silla y sentándose junto a nosotros. — ¡Ey, desaparecida! ¿Dónde estabas? No te vimos en el baile.
Sus mejillas se ruborizan.
—Fui al tocador. ¿Me perdí de mucho?
Víctor mastica con exageración la comida, abriendo sus ojos hacia ella.
—Mucho. Tu madre y yo bailamos break dance. —Elevo mi ceja hacia él, que encoje los hombros.— No es cierto, pero hubiese sido tremendo ¿no les parece?
Ella se queda un poco más con nosotros, comiéndose las machas que aparté del plato y haciéndonos prometer traerle regalos de Berlín.
La música después de la comida es más animada. Desconozco totalmente quienes cantan la canción, pero al parecer todos la conocen. Víctor tira a Victoria hacia él, alzándola al aire mientras da una vuelta y ella termina soltando un gritito, luego ella me abraza y nos balanceamos con la música. Cristy y Adrian acaparan la atención de algunos, imitando de forma absurda un robot.
Rocio danza con una cerveza en la mano.
—¡Myriam! —Gritonea por encima de la música— ¡Esto es tan genial! ¡Deberías casarte otra vez!
Me río de ella, que levanta los brazos y mueve las caderas sin parar.
—¡Creo que deberías ser tú la próxima!
Abre mucho los ojos, bebiendo otro sorbo de cerveza.
—¡Nooo! —Paul rodea a Rocio por la cintura, apretándola hacia él con brusquedad. Ella parece feliz por eso— Hola, bombón.
Se besan delante de mí y tengo que apartarme un poco. Luego Paul se disculpa conmigo antes de llevársela.
Al cabo de unas horas, me siento agotada y muy hinchada. Mi vestido me aprieta demasiado el vientre y estoy comenzando a impacientarme. Me incomoda el hecho de que no puedo sentarme para descansar. Víctor y yo partimos el pastel cuando ya ha anochecido y la música sigue en su ritmo habitual, solo que los demás están demasiado cansados para seguir bailando.
A las diez entro a la cabaña para cambiarme el vestido. Nuestro vuelo no parte hasta dentro de una hora y media, así que tenemos tiempo. Me doy una rápida ducha en el baño de la habitación. Creo haber suspirado cuando logré quitarme el vestido. Elijo un conjunto negro en ropa interior y hago malabares para abrocharme el vestido por detrás. Sin embargo, no logro hacerlo completamente. Victoria toca la puerta antes de entrar y ella me ayuda a cerrar la cremallera. Mi vestido azul es de un modelo simple con cuello redondo. Peino mi cabello y doy algunos toques de maquillaje a mi rostro.
Victoria me mira desde su lugar, apoyando la espalda en la puerta. Le sonrío rápidamente y ella lo hace en respuesta.
—¿Te puedo decir algo? —Pregunta.
Guardo los cosméticos en el bolso de viaje.
—Claro que sí.
Muerde el interior de su labio, nerviosa.
—A mí nunca me gustaron las novias que papá tuvo… —Dice directamente— Las rechazada a todas, sobre todo a Adriana. Bueno, ya sabes por qué. Pero a lo que voy, es que me pone muy contenta que seas justamente tú la que se haya casado con él—Sus mejillas se encienden.
Me quedo de pie estudiándola. Corto nuestra distancia para darle un abrazo, sujetándola por la cintura y viéndola a los ojos.
—¿Te puedo decir ahora yo una cosa? —Asiente con la cabeza— Me pone muy contenta que seas mi hija —Contesto— ¿Te he dicho que eres muy tierna y que te amo mucho?
—Lo sé
—Te voy a extrañar, bebé.
Me abraza de vuelta.
—Y yo a ti, y a papá.
Nos separamos y me ayuda a guardar todo lo demás en mi bolso. Mientras me arreglo los pendientes en mis orejas, vemos cuando Liliana ingresa a la habitación a toda prisa. Sus mejillas están sonrosadas y parece demasiado alegre mientras cierra la puerta.
—Víctor está esperándote, querida, y el taxi acaba de llegar. —Tengo mariposas en el estómago, igual que una colegiala. Es como si fuera camino a mi primera vez. Aunque, esa palabra no está destinada en mí a estas alturas de mi vida, no con una hija de 16 y otro en camino. Victoria se ofrece a llevar mi equipaje al taxi, dejándonos a solas— Espero que disfruten mucho el viaje, Myri.
—Gracias, Liliana.
Me rodea en un abrazo, apretándome los hombros con suavidad. Ella huele a flores y a lavanda.
—Lo que dije en la boda es cierto, Myriam… te quiero.
Entrelazo mis brazos alrededor de su espalda.
—Yo también te quiero. Lo he hecho siempre.
Al cabo de unos segundos, nos separamos.
—De acuerdo, señora García. Su esposo está esperándola para su luna de miel.
Me pongo un chal alrededor de los hombros para el frío. Empiezo a estrechar manos y recibir abrazos rápidamente. Cristy casi me asfixia con su abrazo y mi madre no deja de llorar. Creo que Nany es la única tranquila de las tres, recordándome cuanto me quiere. Víctor alcanza mi mano antes de que vuelvan a zarandearme. Me sonríe con su mano presa en la mía. Luego me suelta solo para despedirse de Victoria. Ella lo abraza por la cintura y él reparte besos por todo su rostro.
—Escúchame bien —Le dice, sosteniendo su rostro— Te vas a portar bien. Quiero que obedezcas a tu abuela en todo y no quiero que salgas hasta tarde. Tampoco vayas a faltar a la escuela. Voy a estar llamándote constantemente y también a casa para ver cómo estás. No creas que te la vas a llevar fácil.
Entrecierra los ojos hacia él.
—¿De verdad crees que voy a descontrolarme tan pronto tú y mamá tomen ese vuelo?
Víctor se lo piensa.
—Sí —Bromea.
Se vuelven a abrazar, ahora con más intimidad. Él le dice unas cuantas cosas al oído y luego le da un beso en la mejilla.
—Bueno, déjame despedirme también —Tironeo de Víctor hasta que me deja el camino libre. Victoria y yo nos abrazamos otra vez, al igual que en el cuarto. A pesar de que ya nos habíamos casi como despedido, no es suficiente— Cuídate mucho, pequeña. Y llámanos cualquier cosa. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. Voy a estar bien, no se preocupen.
Asiento, me inclino hacia adelante y dejo un beso en su frente.
Juanita rodea a Victoria por la cintura mientras nosotros nos subimos al taxi. Rocio agita los brazos entre saltitos con una serpentina de colores en la cabeza. Finalmente, cuando ya hemos subido, el chófer toca la bocina y el auto comienza a alejarse del lugar. Lo último que veo es a mi hija junto a Juanita y a Cristy, despidiéndonos con la mano.
—Se fue —Susurro a Víctor.
—¿Quién?
—Victoria
Él sonríe, rodeándome y escondo mi cabeza en su hombro.
—Técnicamente, somos nosotros quienes se fueron.
Golpeo sin fuerza su pecho, sonriendo también.
—Oh, no lo arruines.
.
Llevamos más de 10 horas volando y debo decir que estoy… agotadísima. Mis pies se hincharon desde que me abroché el cinturón en el aeropuerto de Seattle. Creo que amo más a Víctor ahora porque me ha soportado todas estas horas con mis quejas sobre el aire acondicionado y el dolor de espalda insoportable. Eso sin contar los diversos paseos de mi asiento al baño y viceversa para cambiarme el vestido por algo más cómodo. Según mi celular son las 9:30 am pero como la diferencia horaria con Berlín son de nueve horas, aquí son las 6:30 pm. Y yo estoy muriéndome por desayunar cuando aquí ya deben de haber completado las tres comidas del día.
El sol está comenzando a esconderse cuando cogimos un taxi. Ni Víctor ni yo sabemos nada en alemán, pero de alguna forma logramos que el chófer nos lleve al hotel, solo porque lo tenemos anotado en una hoja. Pego mi cabeza en el respaldo, mirando por la ventanilla a Berlín en todo su esplendor. Creo haberme quedado dormida la mitad del viaje hasta el hotel, porque cuando pestañeo, Víctor me tiene la mano sostenida, sonriendo y susurrando que es hora de bajar.
—¿Cómo es que entiendes todo ese rollo del dinero acá?
Él encoje los hombros.
—Practiqué bastante.
Mis ojos se cierran con cansancio cuando subimos por el elevador. Aun siento mis pies hinchados y tengo un terrible dolor de cuello. Quiero encontrar una almohada cómoda tan pronto ingresemos a la habitación. Sin embargo, me sorprende que esta no sea una habitación ¿cómo decirlo? Es un apartamento. Tiene una mini cocina americana, una mini salita de estar. La habitación contigua es lo más amplio, con una cama matrimonial lo suficientemente espaciosa, un baño con jacuzzi, un balcón pequeño… no sigo hurgando más, dejándome caer en el suave colchón de la cama. Víctor deja nuestro equipaje en el suelo antes de sentarse junto a mí, su mano sobre mi pelo.
—Víctor, esto es maravilloso —Balbuceo, girándome y parpadeando para no quedarme dormida.
—Sí, lo es.
No sé si él agrega algo más, no estoy consciente de ello. Caigo dormida profundamente encima de la cama. Me despierto con la habitación a oscuras y con una frazada alrededor de mi cuerpo. Doy un brinco al desconocer la habitación, pero solo dura unos segundos. Enciendo la lamparilla de luz, buscando cepillo dental y pasta en mi equipaje. Hago arcadas con el cepillo y me apresuro a terminar. Sigo teniéndole asco y he deseado que se detenga, porque no pienso comprarme una pastal dental de niños. Esa sí que es asquerosa. Me cambio la ropa del avión a una camiseta holgada y unos pantalones de chándal. Un atuendo para nada atractivo considerando que estamos en nuestra luna de miel.
Víctor está en la cocina a espaldas de mí. Lo escucho cortar contra un tablero y estoy de puntillas rodeándolo por la espalda. Él suelta una risita, apartando el cuchillo y acariciando mis dedos.
—¿Qué estás preparando?
—Oh, no lo sé realmente —Se rasca la nuca— ¿Dormiste bien?
Él da una vuelta, tomando mi cadera para presionarme más cerca.
—Muy bien, lo necesitaba —Respondo, olfateando la cocina— ¿Puede ser que estés preparando pasta?
Encoje los hombros.
—Es la única cosa que sé. No quise ir por comida y dejarte sola.
—Oh, eso es muy dulce de su parte, señor García.
Sacude su nariz con la mía.
—Usted es más dulce, señora García.
Qué bien se escucha eso.
Paso un dedo por su brazo, subiendo a su manzana de adán y contemplando sus ojos en los míos. Se remueve a una velocidad demasiado rápida para girarme y quedar presionada contra el mueble de cocina. Aparto el tablero con Dios sabe qué cosas y me alza del suelo, sentándome y mis piernas rodeando su cadera. Empiezo a repartir pequeños besos en su cuello, subiendo a su barbilla y mordisqueando su labio. Víctor aprieta mi brazo con su mano a la vez que suelta un suspiro tembloroso. Cubre su boca en la mía con desesperación. Su aliento caliente produce que mi piel se parLiliana y lo necesito con urgencia.
Me baja de la encimera para caminar entre besos y toqueteos hasta la habitación. Cuando su mano pasa por debajo de mi blusa, súbitamente recuerdo lo que tenía que decirle. Me pasó igual que con Victoria esta tarde. Es como si de pronto apareciera de golpe nuestro bebé a mi cabeza y no hay modo de apartarlo más. Es el momento menos apropiado para decírselo pero no puedo aguantar más. Además, tenemos todavía tres semanas más para que haga lo que quiera conmigo.
Víctor muerde mi labio, tirando mi camiseta por encima de mi cabeza.
—Víctor —Murmuro en sus labios. Él respira aire caliente, él exhala aire caliente. Él malditamente está caliente— Necesitamos… hablar.
—Sí, sí, háblame todo lo que quieras.
Reparte besos por mi mandíbula.
—Víctor, de verdad que… tenemos… que hablar —Digo entrecortadamente, cerrando los ojos ante sus caricias.
Me mira con intención.
—¿Estás jodiendo, verdad? —Sacudo la cabeza. Nuestros pechos suben de forma irregular. Comienzo a ponerme nuevamente nerviosa. Es más ansiedad que nervios. Muerdo mi lengua cuando Víctor se separa, su labio brillando y necesito malditamente morderlo— Okay, señora inoportuna, te escucho. ¿Qué pasa?
No me salen las palabras.
Jugueteo con la tira de mi sujetador, buscando mi voz.
—Víctor, nosotros… bueno… ni siquiera sé porque me cuesta tanto decirlo. No es como si fuese una mala noticia, porque demonios, no es una mala noticia y sin embargo parezco una tonta adolescente que no sabe cómo decirle a su…
—Cariño —Mueve mis hombros sin esfuerzo—Tranquila. Respira y cuéntame con calma.
Tomo una inspiración.
—Víctor —Llamo nuevamente y él asiente para saber que está atento. Tomo mi dedo entre mi otra mano, estirándolo y haciendo sonar a propósito el huesito— vamos a tener un bebé.
Él sigue sosteniendo mis hombros y su pecho ha dejado de subir con agitación. Sus ojos están activos, mirándome como un niño inquieto.
—¿Quieres tener otro bebé conmigo? ¿Es eso, Myriam? ¡Dios! ¿Estás hablando en serio? ¿Lo vamos a intentar? —Está sonriendo, probablemente a punto de estrecharme entre sus brazos— Myriam, por favor, dime que quieres otro bebé con…
—¡No! —Grito y de inmediato me doy cuenta de lo que he dicho. Ha sido sin querer, pero no supe como callarlo. Su rostro cambia rápidamente, borrándose su sonrisa y mis manos viajan a su rostro, acunándolo— No es que quiera que lo intentemos, es que no hace falta.
Frunce el ceño.
—¿Qué…?
Mi voz suena temblorosa.
—Víctor, estoy embarazada. —Confieso y él se queda totalmente entumecido— Este es mi regalo de bodas para ti, mi amor.
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Mensaje  myrithalis Mar Feb 23, 2016 1:00 am

Gracias por el capitulo Saludos
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Mensaje  Eva Robles Mar Feb 23, 2016 10:31 am

Gracias por capitulo mi encanto

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Mensaje  Bere Jue Feb 25, 2016 9:29 am

Capítulo 33
Berlín, la nueva ciudad del amor.
Myriam
Deslizo mis manos debajo de sus mejillas, ambas cayendo en sincronía a cada lado de mis caderas. No estoy segura si sacudirlo sea lo más conveniente por lo que decido dejarlo reaccionar por sí mismo. Mi respiración se obstruye en algún recodo de mi garganta, manteniéndome inquieta. Él comienza a jadear sin parpadear aún.
—¿Myriam? —Su pecho azorado sube y baja en un par de segundos. Sus ojos brillan en la oscuridad de la habitación y tengo que morderme el labio para reprimir el sollozo interno— ¿Vamos a tener otro hijo?
Se me escapa un sollozo de la garganta.
—Sí
Él comienza a dibujar una sonrisa torcida en su rostro de la cual tardo en responder. De un momento a otro me encuentro en sus brazos y el llanto me invade de tal manera que no soy capaz de detenerme. Empapo su camisa con mis lágrimas saladas pero no presto atención. Nos balanceamos en nuestro pequeño perímetro del que solo somos conscientes un instante más tarde.
—¡No lo puedo creer! —Profiere. Suelto una risita nerviosa, enjugándome los ojos con la mano desocupada. Mi barbilla se pega en su pecho cuando Víctor vuelve a hablar, su voz volviéndose más ronca— ¿Cuándo lo supiste? ¿C-Cuánto tienes?
Libera su abrazo apresando mis hombros de manera que no pudiese escapar, como si eso fuese posible. Apenas busco su mirada me doy cuenta que sus ojos están tan aguados como los míos. Hace mucho tiempo que no lo veo tan emocionado, y tal vez el hecho de que sé que vamos a tener un hijo, su emoción me hace sentir tremendamente realizada.
—Hace casi un mes que lo sé —Replico— Tengo 12 semanas —Su roce acude a mis mejillas, amoldando sus manos con delicada acción antes de inclinarse y darme un beso colmado de nuestras propias lágrimas. Mueve su labio junto al mío despacio, como si tuviera miedo de romperme si es más rudo. Su frente está en la mía en cuanto su respiración comienza a acelerarse. Su aliento caliente logra tranquilizarme— ¿Es necesario que pregunte si estás feliz?
Víctor sonríe abiertamente, robándome otro beso.
—Es el mejor regalo de bodas que pudiste haberme dado, Myriam. No tienes… la menor idea de lo que estoy sintiendo ahora —Exhala en mi frente— No sé cómo explicarlo.
Enredo mis manos alrededor de su cuello.
—Yo tampoco sé explicarlo, es tan raro —Confieso, sacudiendo la cabeza.
Me atrae hacia él situando sus manos en mi espalda. Estar así me hace sentir menos preocupada, menos insegura, aunque eso no significa que desaparezcan. En cuanto comienzo a pensar en ellas… me desvanezco, de modo que aprovecho al máximo el tiempo mientras continúa ciñéndome, repartiendo besos al costado de mi cabeza con una ternura indescriptible; meciéndome en un susurro, tratando de digerir la noticia que cambiará por completo nuestras vidas.
—Sabes que estamos juntos en esto ¿verdad? —Se separa un poco, echándome un vistazo— ¿Estás feliz?
Sostiene mi rostro.
—¿Me preguntas si estoy feliz de que tengamos otro bebé? Por supuesto que estoy feliz ¿cómo no voy a estarlo? —Ambos sonreímos y me acoplo en sus brazos nuevamente, inclinándome a tal punto que mis pies se elevan del suelo. Giramos despacio en la habitación, reprimiendo el gritito que quiere escapar de mi boca mareándome— ¿Te puedo decir una cosa? Victoria y el bebé tienen mucha suerte de que seas su papá.
Me estudia antes de sonreír, dejando un beso en mi frente con dulzura.
Y no miento. Víctor es de esos padres que todo el mundo quisiera tener. De esos padres comprensivos, protectores y celosos de una tierna manera. Me siento complacida de que nuestra hija pueda tener eso, un padre que la mire como si nada en torno a él importe. Con esa mirada especial cargada de amor y que tenga clarísimo que él nunca le hará daño a propósito, que nunca la apartará de su vida. Una imagen que por supuesto, yo no tuve en absoluto.
Sostiene mi cintura al descubierto con claras intenciones de reanudar nuestro trabajo previo. Su boca viaja a la mía en una milésima de segundo, su mano posándose suavemente en mi vientre plano mientras sus ojos se mantienen en los míos. Pego mi nariz alrededor de su mejilla, repartiendo besos a lo largo de su mandíbula y descansando en el hueco de su cuello. Aprovecho esa pausa para presionar mi mano en la suya, advirtiendo el calor en torno a mi cuerpo.
El calor de su mano produce en mí tanta paz que una vez se aleja, necesito regresarla allí. Retrocedo en mis pies hasta caer sentada en la cama. De inmediato comienzo a arrancar su camisa, mandando al diablo los botones. Víctor se inclina hacia adelante, repartiendo besos por mi abdomen hasta el inicio de mis pechos, gruñendo al sentir la tela de mi sostén.
—Tú eres la experta en quitar sujetadores —Susurra agitado. Arranco la tira desde mi espalda y él se encarga de quitarlo por completo con los dientes, tironeándolo y lanzándolo lejos de la litera. Me mira con ojos oscurecidos, erizando mi piel. Su mirada animal a punto de atrapar su presa hace que empiece a hiperventilar— Cubre esos oídos, bebé, que mamá y papá harán un poco de ruido aquí afuera.
Sus labios vuelven a los míos rápidamente, besando el borde de mi boca y su lengua embistiendo la mía entre gemidos roncos. Agarro un puñado de su pelo en un jadeo ardiente, escuchándolo quejarse por ello, aunque eso no lo incentiva a alejarse.
Yo no quiero que se aleje.

Distingo una pequeña caricia cosquillosa en la espina dorsal cuando me despierto. Me encuentro acostada boca abajo y mi brazo se desliza por encima de mi cabeza, rozando el respaldo. Trato de parpadear varias veces para adaptarme a la clara luz de la habitación, algo que no termino de hacer completamente, así que hago puño mi mano en la colcha, encogiendo los hombros en un suspiro. El rostro de Víctor se posa en mi pelo por encima de mi brazo, dando toques suaves antes de inclinarse hacia mí.
—Buenos días, mi hermosa esposa.
Su nariz se queda en mi pelo y aspira.
Levanto las comisuras en una sonrisa soñolienta.
—Buenos días ¿Qué hora es?
Se separa un poco.
—Las tres de la tarde.
Doy una vuelta, mis ojos abiertos de par en par.
—¡¿TAN TARDE?!
Escucho su risa.
—Recuerda que no estamos acostumbrados al horario de acá. En Seattle apenas son las seis —Estrello mi cabeza en la almohada con cansancio. Hago sonidos con mi garganta como gorgoteos. Se siente tan bien estar en la cama sabiendo que son las tres de la tarde y no quiero levantarme— Ven aquí.
Empiezo a rezongar cuando toma mi cadera.
—Déjame dormir —Me agarro de la almohada otra vez— cinco minutos más.
—No lo haré —Empieza a pinchar mi cintura, retorciéndome de inmediato. Me quita la sábana del cuerpo con travesura.
Pese a que trato de regresarla a mi cuerpo, él no me deja.
—Víctor, tengo frío. ¡Estoy desnuda!
Encoje los hombros.
—No me alcanzan los dedos para contar las veces que te he visto desnuda —Sus cejas se elevan sugerentes y tengo que rodar los ojos. Los suyos viajan por mi cuerpo con descaro— ¿Myriam? ¿Es idea mía o anoche no estabas tan hinchada?
Miro hacia mi abdomen de inmediato. Si no fuera porque sé a lo que se refiere, estaría ofendida.
No parece haber mucho cambio de todos modos.
—A lo mejor el bebé creció durante la noche —Le guiño un ojo, abrazándolo por la cintura—o ahora que papá sabe de su existencia, no tiene para qué esconderse.
—O solo necesitas ir al baño.
Golpeo su brazo.
—Cierra la boca —Se sacude en una risotada, haciéndome sonreír — ¿Puedes regresarme la sábana? Estoy congelándome en serio —Cubre mi cuerpo con la sábana y una frazada extra, asegurándose de que estoy envuelta hasta los hombros. Su barbilla descansa en el tope de mi cabeza luego de dejar un casto beso en ella. Dormito un poco en su pecho, sintiendo el latido tranquilo de su corazón. Pulsa sus brazos en mi espalda como si no quisiera despegarse nunca. Entonces, no soy consciente de lo que mi boca dice a continuación— Ella ya lo sabe.
No tengo idea a qué vino esa declaración. Creo que últimamente decir las cosas sin medir las consecuencias está siendo un problema tremendo para mí, mas si no esperaba decírselo de golpe o siquiera mencionárselo tan pronto.
—¿Ah?
—Victoria —Contesto todavía en esa posición— Se lo conté antes de la boda.
No me dice nada en ese momento. Dibuja círculos imaginarios con su pulgar en mi espalda.
—¿Cómo reaccionó?
Libero un suspiro, apretando mis ojos cerrados.
—No reaccionó mal —Le digo con un fruncimiento— pero tampoco bien… creo.
Eso genera que sus brazos se tensen.
—¿Por qué? ¿Qué te dijo?
A regañadientes, me separo de su cuerpo caliente y atrapo toda la frazada posible otra vez. No tengo la fuerza para buscar mi ropa en la habitación.
—No es sobre lo que me dijo, es… lo que vi en ella. —Menea la cabeza, confundido— La vi triste. —Admito. Arruga el ceño parpadeando y apoya el codo sobre la cama— Tenemos que tener cuidado con ella, Víctor. Sabemos que es grande para entenderlo, pero es adolescente y la situación en que la hemos puesto…
—Lo sé —Acomodo la espalda con la vista fija en el techo. La pintura tiene dibujos apenas visibles de líneas verticales. Mi pecho se aprieta sin que tenga el valor de relajarme. No puedo relajarme ahora. Víctor mueve su cabeza cerca de mí, lo suficiente para resollar— Myriam ¿estás llorando?
Aparto rápidamente una lágrima.
—No
Su mano sostiene la mía con fuerza.
—No me mientas, te acabo de ver limpiándote la cara —Su insistencia causa que derrame más lágrimas— Cariño, lo vamos a superar.
Meneo la cabeza, el nudo formándose en mi garganta como un maldito bastardo. Que sensación horrible es querer hablar pero sabes que vas a romperte si lo haces.
—No quiero que se sienta apartada, Víctor. No quiero que se sienta sola nunca más y no sé cómo demonios hacerlo. Yo… —Me ahogo en un hipo— no tengo idea de cómo ser una mamá de verdad o si es que lo voy a hacer bien con el que viene y estoy tan asustada de solo pensarlo.
Lo digo a tanta velocidad que necesito recuperar el aliento. Los brazos de Víctor están nuevamente alrededor mío, sosteniéndome como si fuera a caerme de la cama.
Y vuelvo a respirar.
—Te dije anoche que estamos juntos ahora, Myri. Victoria va a entenderlo, solo tenemos que darle un poco de tiempo. Estoy seguro que debe estar confundida por la noticia, un poco abrumada tal vez, pero lo comprenderá. Su comprensión la hace ser la persona más especial del mundo ¿sabes?
Estaba llorando como un bebé pero no pude evitar sonreír ante sus palabras.
Mi preciosa Victoria.
—Es que ella es increíble —Digo en un susurro— es maravillosa.
—Claro que lo es —Responde.
Trato de dejar de llorar a regañadientes.
Al cabo de unos minutos me siento más recuperada. Levanto la cara para dejar un beso en su cuello y decidir que es hora de ponernos en marcha. No voy a seguir llorando en nuestra luna de miel. Sacudo la sábana frente a mí, levantando la vista con una exhalación.
—Oh.
—¿Qué?
—¿Sabes lo injusto que es que tengas puesto el bóxer y yo esté desnuda?
—¿Quieres ver algo en especial? —Pregunta con una sonrisa.
Entrecierro los ojos.
—Vamos a desayunar —Hago caso omiso a su pregunta. Cubro mi cuerpo con la sábana pese a sus protestas— o a almuerzayunar. Date prisa, dormilón. Berlín nos espera allá afuera.

Comemos en la cafetería Einstein. Esa fue la única palabra que familiaricé porque tan pronto nos entregaron nuestro menú para pedir, las letras fueron un dolor en mi cabeza. Víctor dice unas cuantas palabras en alemán que me dejan sorprendida, no estaba enterada que dominaba un poco el idioma. Tal vez hay más cosas de las que no se sobre él y eso me entusiasma. Pedimos zumo de naranja, huevos con tocino y tostadas con mantequilla. Tengo su mirada bobalicona viéndome engullir todo como si fuera la última comida del día.
—Te recuerdo que anoche no cenamos tu famosa pasta y me desperté hambrienta.
Se ríe.
—Me estoy dando cuenta que tienes hambre —Agita su cabeza. Trago el trozo de tostada, desesperada por coger el tocino— Tómate tu tiempo ¿eh?
Clavo una mirada de advertencia y hago caso omiso a los murmullos incoherentes de los que están en mesas cercanas, prestando toda mi atención a la comida delante de mí. Lo único que falta es que ponga una servilleta en mi pecho para no ensuciarme la ropa.
Terminando de comer nos vamos a la feria artesanal internacional, que queda a unas calles de la cafetería.
Engancho mis dedos en los suyos mientras pasamos caminando. Compramos helados artesanales de frutas con nueces y Víctor me regala un sombrero para el sol hecho de cáñamo. Aun sabiendo que no hay mucho sol a esta hora de la tarde, permanezco todo el camino con él puesto sobre la cabeza, jugueteando con la cinta celeste en forma de moño que tiene en el centro. Una vez llegamos a una fuente de agua, decido sacar unas cuantas monedas de mi bolsillo. No soy de las que cree en la suerte con este tipo de cosas, pero ya que estamos aquí ¿por qué no? No tengo más nada que pedirle a la vida, de cualquier manera, dejo que la suerte haga su trabajo. Lanzo las monedas al agua, observándolas salpicar cuando caen al fondo.
Abrazo a Víctor por la cintura, mis ojos puestos en los suyos, y en una distracción, noto como un señor rollizo se acerca a toda prisa para sacarnos una fotografía. No lo perdemos de vista cuando señala que posemos para la siguiente. Es un fotógrafo callejero de allí, así que le compramos todas las que sacó para nosotros.
Se nos hace de noche en la feria. Buscamos un supermercado en el plano turístico y alcanzamos un taxi. Víctor es quien empuja el carrito mientras nos movemos por los corredores. Cojo algunas verduras para la cena y mercancías suficientes para nuestra estancia en la ciudad.
—¿No vamos a comprar pollo?
Arrastro la parte delantera del carro lejos del pasillo de las carnes.
—Nop
Se detiene abruptamente.
—¿Por esa razón no comes carne? —Cuestiona refiriéndose al embarazo.
Consigo algunas galletas con chips de chocolate y las meto al carrito de compras.
—Estuve un mes queriendo vomitarte encima cada vez que llevabas pollo para la cena.
Él ladea la cabeza.
—Lo siento.
Soplo un beso al aire.
Descargo toda nuestra comida en la caja para pagar, dejando que Víctor se encargue de entenderle a la cajera el monto. Nos vamos con nuestras compras fuera del supermercado rápidamente. Por más que insistí en ayudarlo con algunas otras –solo llevo dos bolsas- no dejó que lo hiciera, recordándome que llevo a su hijo en mi vientre y que no debo esforzarme. En unos cuantos meses más voy a convertirme en una porcelana por tantos cuidados excesivos.
De regreso en el hotel guardo todo en la despensa y me ayuda con la cena. Preparamos lasaña con mucho queso, cosa que es como una compensación por no llevar carne. Pica las verduras en cuadritos, metiéndolas a una olla con agua hirviendo mientras yo dejo las láminas de pasta en agua caliente.
Él va a tener que acostumbrarse a mis cenas vegetarianas, a menos que quiera pedir una pizza a domicilio y encerrarse a comer al baño.
Saco Coca-cola de la nevera y me la quita de inmediato.
—Tú no puedes tomar cafeína —Indica con el dedo, acercándose y tomándome de la cintura— Hay zumo de naranja y… creo que manzana.
—Es tu culpa por comprar gaseosas cuando no puedo tomar.
Las esquinas de sus ojos se achinan en una sonrisa, estirando la trompa hacia mí, besa el puente de mi nariz.
—No lo vuelvo a hacer. Lo prometo.
Cenamos en la mesita de roble junto a la salita de estar. Puedo ver la luna desde la ventana del balcón y me pregunto qué estará haciendo Victoria en este momento. No me importa que suene exagerado, pero la extraño un montón. Es raro no recibir una llamada de ella o que yo lo haga cuando estamos mucho tiempo separadas, que últimamente, ese tiempo se ha reducido a un par de horas. Víctor me mira de reojo de vez en cuando. Revuelvo el último trozo de lasaña, metiéndolo a mi boca y saboreando el gusto a espinaca y queso derretido. Él alcanza mi mano de pronto, presionando mis nudillos antes de ponerse de pie.
—¿Qué estás haciendo? —Demando un poco desconcertada, viéndolo llevarme de la mano hacia la caja encima de la mesa al fondo sin prestarme atención— Víctor
—Dame un segundo —Pide con una sonrisa y me mantengo agarrada de su mano, esperando que vuelva a mí y lo explique, sin embargo, cuando escucho la música de una radioemisora, tengo que parpadear. ¿Acaso eso es…?— Es una radio, aunque no lo parezca.
Vuelvo a sus ojos que se concentran en los míos mientras toma mi brazo, apoyándome en él.
Y la pregunta estúpida sale de mis labios:
—¿Quieres que bailemos?
—A menos que quieras cantar, no tengo problema con eso —Retrae los hombros. Mi sonrisa crece ante su respuesta, cortando nuestra distancia para darle un beso. Mientras nos balanceamos lentamente por la salita, caigo en cuenta que esto es lo único que necesito ahora— Bailar juntos debería considerarse algo que hacer antes de que el día acabe.
Cierro los ojos.
—Lo haremos —Prometo.
No hay letra en la canción y la melodía es tan relajante que voy a dormirme en sus brazos.
—Victoria está bien, Myriam. No debes preocuparte por ella.
—¿Cómo sabes que estaba pensando en ella? —Aparto la cara de su hombro.
Él baja la mirada a mi rostro.
—¿Por qué otra cosa estarías tan triste?
Dando una vuelta al aire, pongo mis manos alrededor de su cuello, buscando su boca para dar una leve caricia. Tuerce la cabeza hacia el lado derecho, dándome fácil acceso a seguir besándolo. Mis mejillas arden cuando sus dedos pasean por mi espalda baja, haciendo un camino rápido para pellizcarme el trasero. Doy un rápido respingo en mi lugar, mordiendo su labio para que sepa que es un hijo de puta. Con todo y eso, no tengo intensiones de apartarme, por mucho que vuelva a pellizcarme.
—Te vas a ir al infierno si sigues pellizcándome el culo —Susurro, causando que se ría de mí.
Ajustando su mano en mi mejilla, todavía sonriendo. Prácticamente cubre la mitad de mi cara y tengo que poner la mía encima, notando la fría alianza en su dedo anular.
Eso me hace sentir orgullosa.
Él es mío.
Solo, solo mío.
—Me vuelves loco, Myriam. Te amo.
—Yo también te amo.
Después de todo soy yo quien rompe el beso cuando la intensidad comienza a acelerarme el pulso y por más que me guste la sensación, lo aparto rápidamente. Esta noche quiero tenerlo junto a mí sin segundas intenciones y él lo entiende tan bien, por eso malditamente lo amo. Asimismo quiero que pague por apretarme tan fuerte el cachete, pero eso es lo de menos. Seguramente debo parecerle una bruja ahora mismo por dejarlo a mitad de, pero luego de ayudarme a lavar los platos, preparar cabritas, veo que está bastante recuperado.
Los canales de televisión tienen opción para subtítulos pero no sabemos cuál es el botón correspondiente, de manera que estamos la mitad de ella viéndola en alemán y cuando por fin descubrimos que se trata del botón rojo, entendemos la razón por la que los protagonistas no quedan juntos. Posterior a encontrar un poco aburrido el final, nos vamos a dormir. Cabeceo en la cama antes incluso de terminar de acomodarme y Víctor me arropa con la colcha hasta que mis ojos comienzan a cerrarse.
Pasamos nuestra primera semana de luna de miel conociendo la ciudad. Repetimos nuestro trayecto a la feria, visitamos el museo de pérgamo, el muro de Berlín, cenamos la mayor parte del tiempo fuera y por las noches estamos más puertas adentro en la habitación que en la salita. Hemos hablado tres veces desde entonces con Victoria. La primera vez que volví a escuchar su voz, sentí a mi corazón salirse de mi pecho unos segundos.
Y eso que solo habían pasado tres días desde la boda.
En la segunda semana más o menos podemos ubicarnos sin obstáculos por la ciudad. Cuando tomamos un taxi sabemos con exactitud en cual sitio bajarnos. Tenemos nuestro restaurante favorito en el centro, uno donde preparan comida estadounidense. Pese a lo bien que se siente estar aquí, sigue siendo extraño caminar por las calles de Berlín. La comida y sus tradiciones son muy diferentes a lo acostumbrado. El mismo trato de la gente con el otro. Hasta el aire es distinto o solo es que extraño mi casa.
—Sal del jacuzzi, Myriam
Pongo espuma en mis brazos.
—No —elevo mis cejas para dar a entender que su silueta está distrayéndome. Víctor está desnudo de pie fuera del jacuzzi, sus hombros con un montón de espuma. Pego mi espalda en la superficie de loza— Ven conmigo ¡no seas aguafiestas!
Toma una toalla de baño, secándose el pelo.
—Hemos estado hace dos horas en el agua —Recuerda con una sonrisa— Estás insaciable.
Suelto una carcajada.
—Sí, como digas ¿ahora soy yo la insaciable? Vuelve al jacuzzi, maldita sea. —Levanto mis piernas del agua, trazando mis manos por la espuma—¿Te gustan mis piernas, Víctor?
Recorre sus ojos por ellas, mordiéndose el labio. Eso provoca que sonría pretensiosa.
—No trates de…
—Cielo —Llamo con dulzura— ¿Por favor? Vuelve al agua. —No tengo que volver a insistir, Víctor regresa al agua en cuanto se lo pido. Me acurruco más en la superficie, esperando que él finalmente se siente— ¿Ves? No es tan difícil.
Rueda los ojos.
—Vas a arruinar la sorpresa que te tengo.
Golpeo mis manos en el agua, salpicándonos.
—¿Tienes una sorpresa para mí?
Me mira con intensión, sus ojos viajando a mis labios.
—Sí, es un lugar al que no hemos ido y ahora ven aquí. —No me da tiempo a pensar nada más cuando me encuentro sentada en su regazo— ¿No querías que regresara al jacuzzi? Atente a las consecuencias.
—Humm —Me sujeto de la baldosa. Comienza a hacerme cosquillas— ¡Oye! —Suelto una risotada, tratando de apartarme de sus manos— ¡al bebé no le gustan las cosquillas!
—Oh, sí que le gustan —No logro nada tratando de tomar sus manos. Se larga a reír ante mi fracaso— Eres muy cosquillosa, Myriam.
Procuro recuperar el aliento, abrazándome a mí misma como escudo.
—¿Y aun así me haces cosquillas? No es justo que le hagas eso a tu mujer, Víctor.
Baja mi rostro con una mano, sus labios a un centímetro de los míos.
—Mi mujer. —Exhala su aliento a menta en mi rostro— Eso suena increíble.
—No, en realidad eso sonó machista.
—¿Qué? ¿Ahora eres anti-hombres?
—Oh, cállate.
—¿Le estás pidiendo a tu marido que se calle?
—No eres mi marido, eres mi hombre.
Víctor sonríe.
—¿Y tú eres mi marida?
—¿No puedes hablar en serio?
—¿Quién dijo que estaba hablando en broma?
—¿Vamos a preguntarnos todo el tiempo?
Agarra mi muñeca, divertido.
—¿Te estás enfadando? ¿Acaso esta es nuestra primera pelea de casados?
—Sigues con las preguntas —Pongo mi mano fría en su pecho, acercándome hasta toparme con su nariz— No me desafíe, señor García.
Entrecierra los ojos.
—Estoy un poco asustado —Salimos del jacuzzi media hora más tarde envueltos en nuestras batas blancas del hotel. Preparo un poco de té y panqueques para desayunar. Ato una parte de mi cabello con un elástico rosa mientras sirvo la comida. Víctor se topa con mi trasero en la pequeña cocina y me impulso hacia adelante, tropezando con la mesa. Él rápidamente está sosteniéndome el brazo, viendo que me he golpeado en el abdomen— ¡Dios, soy tan bruto! ¿Estás bien?
Arreglo la tira de la bata.
—Estoy bien, Víctor. Apenas rocé la encimera.
Él es un adorable sobreprotector neurótico.
Lanza jarabe de frambuesa a mi mano cuando intento ponerle un poco a mi panqueque. Quito un trozo de su tostada con el ceño fruncido. Jugueteamos con el desayuno como si fuéramos dos niños pequeños. Él no deja que coma tranquila, es constante en molestarme mientras mastico o mete su tostada en mi vaso con leche. Tengo que codearlo varias veces hasta que al final termino empujando mi silla más lejos. Eso lo hace parar, solo para hacer un puchero.
Contengo la sonrisa cuando escucho a su silla contra el suelo y su mano está alrededor de mi cuello en un par de segundos, dándome un beso y sacudiendo su nariz con la mía.
Recogemos las cosas al terminar y me ayuda a lavar todo antes de arreglarnos para salir.
Escojo un vestido verde agua con lunares blancos hasta arriba de la rodilla. Tiene un pequeño escote y un elástico en la cintura para no incomodarme. Últimamente todo lo que me pongo me queda ligeramente apretado. Supongo que debo acostumbrarme a ello, aunque no deja de ser deprimente. Amarro las tiras de mis sandalias y estoy lista en la salita de estar.
Víctor se levanta del sofá, soltando un suspiro abrumador.
—Pensé que te habías dormido —Bromea.
Le doy una mirada escéptica.
—Muy gracioso.
Bajamos del autobús con el sol cubriendo nuestras cabezas. Me pongo el sombrero que traje del hotel, el mismo que Víctor me regaló en la feria artesanal y nos adentramos a la orilla del camino. Esto es lo que llaman el famoso Spree. Víctor lo mencionó días antes de casarnos. Es un viaje en barco con el fin de enseñarte la ciudad. La gente se arremolina mientras avanzamos. Compramos nuestros boletos y esperamos a que los guardias permitan el acceso quitando la cerca.
Tomo la mano de Víctor al tiempo que subimos por la escalerita. Él besa mi sien, recibiendo una sonrisa de mi parte. Buscamos asientos desocupados frente a la baranda. Empiezo a observar el movimiento del mar. De pronto, escucho un suave flash a mi lado del asiento. Víctor sostiene la cámara fotográfica en sus manos, sonriendo.
—Necesitaba hacerlo, te ves preciosa.
Una vez que comenzamos la marcha, observo el paisaje cristalino y la forma en que el barco se balancea lento de un lado hacia el otro. Cuando han pasado unos cuantos minutos, la silla comienza a incomodarme, razón por la que nos ponemos de pie, cuidando de apoyarnos en la baranda. Saco algunas fotografías con la cámara, logrando enfocar a Víctor desprevenido.
—Esto es tan bonito, cariño —Le digo, abrazada a su cintura— Tenemos que venir los tres algún día.
—Los cuatro —Corrige— Pronto seremos cuatro ¿puedes creerlo?
El vestido flota en el aire y pongo una mano sobre mi vientre para detenerlo.
Sí, pronto seremos cuatro.
—Es una sensación rara saber que él está allí —Señalo, como si acabara de entenderlo— Su corazón está latiendo y eso es tan asombroso.
—Lo es —Frota mi espalda ante mi voz espasmódica— porque es nuestro bebé.—Mima mi mejilla con los nudillos. — Myriam… ¿sabes qué?
Inhalo profundo.
—¿Qué?
Me enseña una sonrisa torcida, sus ojos enternecidos como los míos.
—¿Recuerdas que dijiste que ellos tenían la suerte de que yo fuese su papá? —Limpio la esquina de mi ojo, agitando la cabeza para que sepa que lo recuerdo— Yo te digo a ti, aquí, que estoy feliz de que seas la mamá de mis hijos. Te lo digo en serio, Myriam. Es por ti que Victoria existe y ya sé que tuve mucho que ver en eso, pero al fin y al cabo fuiste tú quien le dio la vida. La misma vida que le darás a este bebé —Pone una mano sobre mi vientre— Y no puedo más que darte las gracias por tan hermoso regalo.
Empiezo a hipar.
Me pregunto si existen más hombres como Víctor.
Aunque los hubiera, para mí él siempre será único, y lo mejor es que está conmigo.
—Eso… es lo más lindo que me han dicho después de que Victoria me dijera mamá.
Él ríe entre dientes.
—¿En serio?
—Completamente. —Jalo su camisa y dejo tres besos rápidos— Gracias, Víctor. Y a mí me gusta tener tus bebés, quería que lo supieras.
Vuelve a reír, envolviendo sus brazos alrededor de mi espalda y mirando hacia el paisaje de nuevo. Juntos. Como marido y mujer.

Llamamos a Victoria en la última semana en Berlín, pero no tenemos éxito. Juanita nos dijo que no se encontraba en casa porque había salido con Liliana. Estaba un poco triste por no escuchar su voz esta vez, pero lo intentaríamos luego.
Acomodo el pie en el almohadón mientras Víctor intenta de alguna manera quitar mi malestar. He estado con los pies hinchadísimos desde que volvimos del paseo en barco. Las tiras de mis sandalias estaban marcadas en mi pie y desde entonces no he podido ponerme ningún miserable zapato. Pensé que eso pasaba cuando el embarazo estaba más avanzado. No recuerdo haber tenido así los pies en mi primer embarazo, pero supongo que no todos son iguales o solo es que lo olvidé. Nada más ahora noto que mis caderas están un poco dilatadas. Hay mañanas en las que me levanto con el abdomen plano y otras como si acabara de comerme toda la alacena con comida.
—¿Así está bien? ¿Te sientes mejor?
Mi cabeza se golpea en el respaldo duro del sofá.
—No, estoy incómoda.
—Lo siento, nena.
—No importa —Él se pone de pie y se sienta junto a mí, rodeándome— ¿Puedes traer helado? Quiero helado.
—De acuerdo.
—¿Víctor?
—¿Sí?
—¿Puedes traer el helado con galleta oreo?
—Como quieras, cariño.
—¿Víctor? —Se voltea a mitad de camino— No olvides la salsa de caramelo —Digo con una sonrisa angelical.
Regresa con un bote de helado y el frasco de caramelo. Me tiende la cuchara y él mismo quita la tapa del helado. Estoy zarpándome la mitad de su contenido en un par de segundos, haciendo caso omiso de lo frío que se siente en mis dientes. Víctor está todo el tiempo mirándome con una sonrisa divertida. Debo verme como una glotona en este momento, pero este helado es demasiado irresistible.
—¿Se supone que esto es un antojo? —Consulta, sus pies sobre la mesa.
Muevo los hombros, metiendo otra cucharada de helado.
—Eso creo. A menos que tenga un ataque de ansiedad a causa de mi pie hinchado.
Me mira a hurtadillas.
—¿Con cuál opción te quedas?
Trago un poco, echándole una ojeada.
—La segunda.
—¿No crees que sea un antojo, entonces?
—Pueden ser la dos. —Admito.
—¿Puedo tomar de tu helado?
—No —Escudriño bajo mis largas pestañas como si se tratara de alguien a quien debo investigar. Después de unos segundos golpeo la cuchara en la superficie del recipiente— Está bien, compartiré mi helado contigo.
Trae una cuchara extra para él y nos terminamos el helado demasiado pronto. Me quedo raspando los rincones del tarro para quitar todo el helado sobrante, aunque luego se derrite en la cuchara. Parezco alguien que no ha comido en días, por eso pienso que es ansiedad. Me deprimo fácilmente por todo, razón por la que como hasta por los codos. Al principio cuando tenía problemas con Victoria y con Víctor, me pasaba lo mismo.
—Entonces… —Víctor palmea su pierna sobre el vaquero— ¿Estás lista para recibir a dos –la mayor parte del tiempo intolerantes- personas en tu departamento?
Dejo el recipiente encima de la mesa, acomodando mi pie más al centro en el almohadón. Reprimo la sonrisa de mis labios.
—Estoy más que lista. Llevo mucho tiempo deseándolo —Aseguro— Además, ahora es nuestro departamento.
Me guiña el ojo.
—Tienes razón. Espero que de aquí a que el bebé nazca podamos tener una casa más grande. Ya sabes, el departamento es muy pequeño para un niño recién nacido.
Mordisqueo mi labio.
—Lo sé, por eso te dije que buscaras una casa con cuarto de huéspedes. Era por el bebé.
Su rostro se suaviza al recordarlo. Deja su mano en mi estómago mientras se acomoda en el sofá, su rostro cerca y no estoy entendiendo muy bien lo que pretende hacer. Yo también me acomodo y hasta entonces me doy cuenta que su cara está a poca distancia de mi cuerpo. Deja un beso en mi vientre, acariciándolo con los dedos.
—Hola, bebé, habla papá. Sé que eres muy pequeñito o pequeñita para entenderme, pero te amo incluso si no te conozco en persona todavía. —Deja otro beso ahora manteniendo sus labios allí— Mamá también te ama muchísimo. ¿Y sabes qué? Tienes una hermana que estoy seguro te amará como a nadie.
Acaricio su cabello con mi mano, dando suaves toques con mis dedos. La conmoción siendo más fuerte que yo. Aprieto mis labios en una sonrisa nostálgica. Él levanta los ojos para observarme y solo puedo acercarme a dejar un beso en su frente con ternura.

Inhalo por la nariz y suelto por la boca.
Víctor ronca a mi lado y estoy a punto de lanzarle la almohada por la cabeza.
Desde hace una hora más o menos que estoy despierta con una incómoda quemazón en el pecho. Es insoportable. Por más que intento dormir, no logro hacerlo. Doy vueltas sin parar por la cama, apoyando las manos sobre mi mejilla y cerrando los ojos. Con el tiempo los vuelvo a abrir. Resoplo contra la almohada, moviéndome de nuevo y poniéndome de pie. Víctor libera un ronquido sordo antes de desperezarse y darme una mirada aletargada.
Froto mi mano en mi pecho caminando hacia el baño.
—¿Qué pasa, Myriam? —No respondo. Escucho el chirrido de la cama cuando se levanta para seguramente seguirme— ¿Amor?
—Tengo acidez, no te preocupes —Digo, haciendo una mueca— Vuelve a la cama.
Me siento en el váter y él se pone de cuclillas.
—¿Estás loca? No me voy a la cama de nuevo. ¿Quieres que te lleve al hospital?
—No vamos a entender una mierda.
Arruga el entrecejo.
—Eso es lo de menos, no voy a dejar que te retuerces de dolor solo porque estamos lejos de casa.
—Víctor —Llamo— Te lo dije, es acidez. Es normal en los embarazos.
—Podemos llamar a tu madre, si quieres, para que te diga que hacer.
Restriego mi mano sobre mi frente, dirigiéndome a él y amando su preocupación.
—Gracias, cariño, pero voy a estar bien. Te lo prometo.
No parece estar seguro de eso, de modo que lo intenta de nuevo, pero mi respuesta es la misma. Al final, el ardor disminuye y volvemos a la cama. Me abrazo a su cintura caliente, acomodándome para rogar por un sueño profundo. Uno que percibo tan pronto comienzo a sentir el peso en mis ojos.
—Despiértame si te sientes mal ¿de acuerdo?
—De acuerdo —Balbuceo.
Su beso en mi frente es lo último que recuerdo.
Para el martes, tenemos los pasajes listos para viajar de regreso en dos días. Se supone que lo haríamos el lunes que viene, pero decidimos adelantarnos. La ansiedad de volver a casa ha comenzado a inquietarnos. A la única que le diríamos sobre esto, sería a Juanita. Víctor dice que podemos confiar en ella.
Quito mis pantuflas al sentarme en la silla junto a la mesa, escuchando el "bip" ronco del teléfono. Tomo unas cuantas galletas con chips de chocolate antes de que escuchemos la dulce voz de su madre. Nos saluda emocionada como si no hubiese sabido de nosotros durante un largo tiempo, cuando en realidad hace doce horas atrás hablamos con ella de nuevo. Preguntamos por Victoria, pero no la encontramos.
Ayer cuando llamamos, tampoco estaba.
—¿Entonces vuelven el Jueves o el viernes?
—Jueves —Responde Víctor, explicándole que no puede contárselo a nadie, ya que Juanita habló sobre ello en voz alta, aunque luego nos dijo que estaba sola en casa— Oye, mamá. ¿Es idea mía o Victoria nos está evitando?
Guardo el frasco de galletas en la despensa antes de comérmelas todas. Víctor tiene la llamada en voz alta, así escuchamos los dos.
Juanita carraspea.
—No ¿Por qué habría de hacerlo?
—¿Estás segura que no pasa nada? —Cuestiona con los ojos entrecerrados. Me vuelvo a sentar en la silla— Mamá.
—¿Qué?
—Eres una pésima mentirosa.
—¿Yo?
—Sí —Responde con impaciencia— ¿Qué hizo ahora? ¿Acaso reprobó alguna asignatura?
—Sabes que ella no reprueba asignaturas.
—¿Entonces? —Inquiero.
Juanita no responde.
Y empiezo a desesperarme.
—Mamá —Víctor llama de nuevo, desesperado como yo— ¿Qué le pasó a Victoria?
¿Qué le pasó a Victoria? Provoca que se me erice la piel.
Juanita sigue sin respondernos.
Entonces exclamo:
—¡Juanita!
Jadea y estamos al borde del colapso.
—Puede que… Victoria tenga suturas en la cara desde hace unos días.
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Mensaje  Eva Robles Jue Feb 25, 2016 1:29 pm

Mil gracias por el capitulo esta buena esta novela

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Mensaje  Eva Robles Jue Mar 03, 2016 1:19 pm

Por favor pon aunque sea un capitulo chiquito si ya es mucho tiempo de espera a plisssssssss

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Mensaje  Bere Vie Mar 04, 2016 12:17 am

Una disculpa tuve problemas familiares y no me fue posible publicar antes aqui el capitulo
Capítulo 34
De regreso a casa.
—¡¿QUÉ?! —Gritamos al unísono.
Las preguntas comienzan a chocar unas con otras impidiéndole a Juanita explicarse. Después de lo que parecen horas, por fin logramos callarnos.
—¡¿Qué le pasó a mi princesa?! —Expresa Víctor con preocupación en su rostro— ¡Mamá!
Pongo una mano en su hombro.
—Cálmate, cariño. Dejemos que Juanita nos lo explique —Trato de parecer serena. Uno de los dos tiene que mantener tranquilo al otro y si Víctor no lo es, entonces tendré que ser yo— Juanita ¿qué pasó?
Finalmente, ella responde:
—Para empezar, su princesa está bien. Tiene algunas contusiones pero nada del otro mun…
—¡¿Cómo que algunas contusiones?! —Grito olvidándome de la serenidad por completo— ¡¿Pero qué demonios pasó?! —Repito.
Suelta un suspiro.
—¿Me van a dejar hablar? —Pierde completamente la paciencia con nosotros. Asentimos aun sabiendo que ella no puede vernos— Tuvo… una pelea en el colegio. Y antes de que pregunten cualquier cosa… Sí, se agarró a puñetazos con una compañera de la escuela.
Mis ojos se abren de golpe y Víctor se pasa una mano por la cara.
—Juanita —Titubeo, recordando la cantidad de veces que he visto a Victoria pegarle a un saco de boxeo— ¿por qué?
En mi mente estoy viajando de regreso a Seattle.
—Bueno, su compañera pilló a Victoria con la guardia baja y entonces le pegó —Víctor vuelve a mí con el ceño fruncido— Está bien, no es así. Esta chica… Lily, hizo un comentario sobre ustedes que enfureció a Victoria, entonces le pegó y empezaron a pelear entre las dos. Según lo que me contó Casey, Lily es muy conflictiva y saca de quicio a todo el mundo. —Toma aire antes de continuar— Ethan y un amigo de él se metieron para separarlas puesto que no había ningún docente cerca. Así que luego de avisarle a la Inspectora General, ambas fueron derivadas al hospital porque… bueno, se imaginaran como quedaron.
Se me forma un nudo en el estómago.
—Dime por favor que está bien y que no lo dices para calmarnos —Pide Víctor.
—Hijo, no te estoy mintiendo. Ella está bien solo que está sanando las puntadas de su ceja y tiene parte del pómulo grisáceo pero más que eso… en vista de cómo estaba ese día. Siento no haberlo dicho antes, chicos, pero aquí todos pensamos que lo mejor era no preocuparlos.
Víctor vuelve a pasarse una mano por la cara.
—Debiste haberlo hecho, mamá. Victoria es nuestra hija, nada puede importarnos más, ni siquiera la luna de miel.
Asiento hacia él en silencio.
—Ya lo sé, lo siento.
—¿Qué pasó con el colegio? —Pregunto unos instantes después.
Juanita vacila.
—Han estado las dos suspendidas desde entonces, pero se supone que el lunes regresa.
Le preguntamos qué fue lo que su compañera dijo de nosotros, pero Juanita nos asegura que por más que le insiste a Victoria, no quiere decírselo. Y Casey tampoco se lo dice, de modo que ha dejado de persistir en ello. No indagamos más en el tema por ahora. Demás está decir que esa noche no pegamos ojo. El miércoles pasó lentísimo y nos quedamos en el hotel para empacar todo para mañana. Tuve un dolor en la boca del estómago toda la tarde. Ni siquiera cené. Víctor dijo que tenía que alimentarme por el bebé, pero no podía probar bocado. Tal vez es una reacción normal del embarazo. Me sentía igual que las primeras semanas; asqueada, mareada y con náuseas por cualquier cosa.
El taxi nos espera afuera a la diez de la mañana del jueves. Víctor junto al chófer bajan nuestro equipaje al maletero mientras echo un último vistazo al hotel. Anudo la correa de mi gabardina, pasando la bolsa por encima de mi cabeza y tomando la tarjeta del apartamento para entregársela a la encargada. Espero a que Víctor traduzca lo que ella nos dice ni bien salimos, algo acerca de tener buen viaje y regresáramos pronto. Me concentro en ver por última vez la ciudad desde la ventanilla del taxi. Hay una pequeña llovizna cuando aparcamos en el estacionamiento, no demasiado para usar paraguas de todos modos.
Al igual que la primera vez, las diez horas fueron interminables. Estoy segura que fue peor que hace tres semanas. Pese a que salí del hotel con un buzo deportivo para estar más cómoda, el asiento del avión fue de igual manera fastidioso. Estuve moviéndome de un lado para otro y no ayudaba en nada el dolor punzante en mi estómago. Víctor acarició mi vientre algunas veces con intención de hacerme sentir mejor, eso hasta que el dolor desapareció. Le respondí de mala gana unas cuantas veces porque estaba demasiado irritada y no se quejó de ello. Es tan lindo.
Cuando la azafata nos anuncia que estamos aterrizando en el aeropuerto de Seattle, la ansiedad comienza a hacer eco en mi cabeza. La sensación es tremenda y las ansias de volver a ver a mi hija se convierten en una obsesiva necesidad. Víctor toma mi mano mientras avanzamos por el pasillo del avión, procurando no pasar a llevar a los pasajeros en nuestro camino. Y sí, es tan genial regresar a casa. Todo es tan familiar que me dan unas tontas ganas de llorar. Recogemos nuestro equipaje y marchamos juntos a la salida del aeropuerto. Es extraño pensar que salimos de allá cerca de las once de la mañana y aquí apenas sea el medio día. Es como si las diez horas de vuelo se reduzcan a una hora.
No, no. Mi dolor de espalda todo ese tiempo no pasa desapercibido.
Nuestra idea apenas llegar era ir directamente a casa de Juanita, pero no íbamos a estar con las cosas de aquí para allá todo el día. Además de que necesito urgente una ducha tibia. Le indicamos donde parar al conductor y descargamos todo rápidamente. Ayudo con algunas cosas aun cuando Víctor me dice que puede solo, pero no puede solo.
Adrian está revisando la cámara de seguridad cuando toco el mostrador con los nudillos. Sus ojos oscuros me miran con sorpresa, esbozando una sonrisa blanca para mí.
—¡Myriam, regresaste! —Saluda entusiasmado, cruzando el mostrador y dándome un fuerte abrazo— Estaba a punto de olvidar tu cara.
Le doy un pellizco en el brazo.
—¡Que exagerado! —Me río.
Saluda a Víctor y se ofrece para ayudarlo mientras arrastran todo por el elevador. Asisto empellando una de las tantas maletas como me es posible. No recuerdo que es lo que guardamos allí dentro, pero de seguro es una porrada de piedras.
Suspiro cuando abro la puerta.
La frase "Hogar, dulce hogar" nunca cobró tanto sentido para mí hasta ahora.
Mi cocina, mis muebles, mi dulce habitación.
Víctor deja que me dé una ducha antes que él. Lavo mi pelo con abundante champú de manzanilla y cuando me he secado el cuerpo completo, pongo un poco de crema en mis piernas sobre la tina. Está esperándome sentado en la cama al salir, sonriendo hacia mí y empujando levemente la toalla en mi cabeza, causando que me tambalee. No alcanzo a gruñir nada en particular, puesto que cierra la puerta detrás de él antes de que suceda.
Saco un vestido color crema del armario, uno que no lleve al viaje y unos zapatos negros de tacón. Por suerte, mis pies no están tan hinchados como para no poder usarlos. Esa fue la única diferencia con el viaje anterior. Seco mi cabello enredoso, uso un poco de maquillaje en mis ojos y estoy buscando algo para abrigarme la espalda cuando Víctor sale del baño, las gotas en las puntas de su cabello yendo en todas direcciones. Es más rápido que yo, así que en un periquete estamos listos para salir.
Tocan a la puerta cuando agarro las llaves de la casa.
Me aseguro de que llevo bien puesto el vestido antes de abrir. La sonrisa radiante de Cristy y su gritito de emoción posterior a eso, provocan que retroceda por instinto. Sus brazos saltan encima de mí y estoy esperando que me deje sorda en cualquier momento.
—¡¿Por qué no avisaron de su regreso?! —Medio grita otra vez, reprendiéndonos. Le da un abrazo a Víctor, todavía acelerada— Pensé que volverían la próxima semana.
Víctor se desabrocha algunos botones de la camisa.
—Sí, bueno, estábamos un poco ansiosos de regresar —Contesta él guiñándome un ojo.
Ella nos mira a ambos de vez en cuando.
—Oh, oh ¿están por salir? ¡Y yo atajando la pasada! De seguro no han visto a su retoña —Suelto una risita por la forma en que nombró a Victoria. Mientras bajamos por el elevador, puedo ver por el rabillo del ojo como Cristy me mira intensamente de pies a cabeza, el ceño ligeramente fruncido. Tal vez sea porque voy de perfil y mi vestido de un tono claro no es suficiente para esconder demasiado, aunque en realidad no quiero esconder nada— Myriam, te ves rara.
Me miro en el espejo del elevador.
—¿Rara, cómo? —Finjo desinterés.
Víctor busca mis ojos.
—No lo sé —Responde Cristy, pensativa— solo rara.
En recepción, Adrian nos ataja para charlotear. Nos pregunta qué tal Alemania y que si volveríamos a ir pronto. Les contamos lo necesario de nuestra estadía y ambos nos miran como si acabáramos de mencionar que en Berlín hay oro escondido. Luego de un rato, decidimos que ya es hora de irnos. Lo primero que noto tan pronto salgo a la calle es que mi camioneta está más brillosa que de costumbre, eso quiere decir que alguien metió mano en su limpieza. Abro la puerta del conductor, metiendo la llave en la cerradura previo a volverme a mi hermana.
—Pasaré donde mamá por la tarde, para saludar —Le aviso, enderezándome.
Cristy asiente con la cabeza.
—Ok —Me rodea, solo para acercar sus labios a mi oído— No creas que no me he dado cuenta —Susurra.
Frunzo el ceño.
—No tengo idea a lo que te refieres —Acomodo un mechón de mi pelo con disimulo.
Duda mi réplica con los ojos entrecerrados.
—¿No sabes? ¿Acaso nunca te diste cuenta que por más que comas nunca engordas? Y ahora llegas con ¿cuatro kilos extra? ¡Estoy sorprendida!
Mis mejillas pican reprimiendo la sonrisa. Sabiendo que no tengo por dónde refutar, arrugo la nariz hacia ella.
—¿Tanto se nota?
Cristy suspira.
—Cualquiera diría que solo estás más rellenita, pero aquí entre nos, obviamente no es así. Considerando que tu estómago siempre ha sido plano como una tabla —Se acerca— Entonces ¿voy a ser tía de nuevo?
Las voces de Víctor y Adrian se elevan a pasos agigantados, de manera que guiñándole un ojo es suficiente para ella, quien sonríe en respuesta más que antes. Nos despedimos en la calzada, dando marcha al ruidoso motor. Soy yo quien maneja en esta oportunidad, recordándole que es mi camioneta y pese a su insistencia en hacerlo, no se lo permito. Termina bajando la ventanilla por el calor y echándose en el asiento.
Aparcamos en el porche con cuidado. Tomo mi bolso mientras echo un vistazo a mi rostro por el espejo retrovisor, delineando mis labios con el dedo. Víctor suelta una risita burlona, ganándose una mirada asesina por mi parte. Protesto por su risa cuando se baja del vehículo, cruzando la parte delantera y abriendo la puerta para mí.
—¿A qué viene tanta consideración? —Recibo su mano con una sonrisa, y él deja un beso tierno en mis nudillos.
—Perdóname que te corrija, cielo, pero siempre he sido considerado —Aparento que pienso en ello, sabiendo que es cierto. Me río y beso su mentón. Es el único lugar que alcanzo dado que soy muy baja como para alcanzar sus labios. Y demostrando aún más su consideración conmigo, inclina el rostro hacia abajo para besarme. Deja picos cortos en mi boca, poniendo una mano fuerte en torno a mi cintura. Llevo un dedo a sus labios calientes viendo que no va a soltarme y de repente decidir profundizar nuestro beso. Él sonríe pese a que lo estoy alejando— Bien, capté la indirecta, creo que deberíamos entrar.
Enlaza nuestras manos mientras subimos los pequeños peldaños hasta la puerta. Dándome un guiño insinuante, presiona su dedo en el timbre. Escuchamos el ruido de pasos ligeros sobre el piso flotante mientras esperamos. Vemos crujir la cerradura y entonces nos encontramos con la mirada apacible de Juanita García, o desde hace algún tiempo, Juanita Masen, su apellido de soltera. Su sonrisa se extiende al tiempo que agita la mano para que entremos deprisa, y echándole una ojeada a la escalera, nos indica en un susurro que la sigamos a la sala. Estira los cortos brazos encima de su hijo, poniéndose de puntillas como lo hago normalmente. Luego me abraza a mí, repitiendo de vez en cuando "¡qué alegría tenerlos de vuelta en casa!"
—¿Dónde están todos? —Pregunto.
Arregla el cabello de su cara.
—Ana fue por los chicos al cole. Liliana y Erick deben de estar por llegar de la vacuna con el bebé —Pone un dedo sobre sus labios— Victoria en su cuarto y Sergio trabajando, como siempre.
Tengo mariposas en el estómago.
—Vamos a subir —Señala Víctor con voz entusiasta.
Juanita nos hace un alto.
—Quédense aquí, yo la traigo —Se gira en el umbral— Solo no vayan a regañarla tan pronto.
Que ni lo diga.
Lo que menos quiero es regañarla.
Camino del sofá a la mesa de centro y viceversa todo el tiempo hasta que Víctor tiene que poner su mano en mi brazo para detener mi movimiento desquiciado. La ansiedad que he venido trayendo desde el primer día de nuestra luna de miel por las ansias de volverla a ver y hoy por fin podré estrecharla entre mis brazos. Mis manos pican por el anhelo.
Hay pasos en la escalera.
Juanita murmura algo y cuando escucho que ella le responde, siento el zumbido de mi corazón.
—¿Por qué habrías de enseñarme otra vez tus tejidos si ya los vi esta mañana?
—Oh, ya no sigas. Solo quiero hacer comparaciones contigo ¿puedes hacerle ese favor a la pobre de tu abuela? —Llegan al umbral de la puerta. No puedo ver su rostro puesto que está de espaldas— Aunque tal vez quieras quedarte un poco en la sala primero —Nos señala.
No tengo necesidad de contar los segundos, Victoria se voltea de inmediato. Suelto un respingo interno cuando sus ojos se sitúan en nosotros. Las mariposas explotan en mi estómago y al instante me percato de su cicatriz horizontal en la ceja izquierda, así como la sombra grisácea alrededor del pómulo, tal y como Juanita nos dijo. Pese a todo eso, sigue siendo ella. No es tanto como pensé. Creí que me encontraría con una gama de colores en su rostro pero por suerte no es así. Aunque no es como si pasara desapercibida por la calle y el hecho de que tenga esa cicatriz con puntos en la cara, hace que me estremezca.
El primero de los tres en reaccionar es Víctor. Victoria sigue mirándonos como si creyera que somos una alucinación. Él se acerca a rodearla por la cintura, atrayendo su cuerpo y tengo la sensación de que es justo el momento en que se da cuenta que es cierto, que estamos aquí de verdad.
—Papá —Murmura en voz baja.
—Maldición, princesa, no estabas así hace tres semanas. Si hubiera sabido…
—Ya —Lo detiene, cortando el abrazo — Yo también estoy feliz de verte. —Le sonríe.
Con su sonrisa maravillosa.
Víctor le da un beso en la frente repitiendo cuánto la extrañó. Después de hablar en susurros entre ellos, finalmente la libera para dejarnos el camino libre. Los ojos negros de Victoria me contemplan y no sé qué cara tendré en este momento que la hace echarse a reír, sus brazos ciñéndose alrededor mío y vuelvo a tener el perfume de su pelo, aspirando y sintiéndome verdaderamente en casa por fin.
—Hola, hermosa —Susurro, lágrimas asomándose en mis ojos. Mis brazos se presionan en su cintura y parece que le da más motivo a aferrarse a mí del mismo modo— Que bien se siente tenerte conmigo de nuevo.
—Se estaban tardando en volver ¿eh? —Puedo apostar a que está sonriendo.
—Lo sé, bebé. Lo siento —Cuando nos separamos, inconscientemente miro al lado izquierdo de su rostro. Hace el intento de que le regrese la mirada, pero no tiene tiempo de decírmelo porque mi dedo está sobre su mejilla en ese momento— ¿Estás bien? —Mi pulgar baja hasta su mentón.
—Sí —Responde.
No sé por qué razón, pero algo me dice que está mintiendo.
Lo sabe disimular muy bien.
Somos interrumpidas por los gritos vociferantes de los gemelos García. Corren como si la vida se les fuera en ello y casi estoy viendo que van a echar abajo los jarrones que Juanita tiene en la entrada a cada lado de la puerta. Ana les grita que se detengan, suban a su habitación a cambiarse el uniforme y laven sus manos para comer. Momento en que se percata de nuestra presencia. Su entrecejo arrugado -quizá por perder la paciencia con sus hijos- desaparece para abrir los ojos de par en par.
—¡Chicos! —Grita tan alto como los niños. Nos saluda en un abrazo claustrofóbico, dejando atrás por supuesto el enojo que traía. Me mira rápidamente, parpadeando— ¡Tienen que contarme todo sobre su viaje!
Intentamos resumir lo mejor que podemos tal y como hicimos con Cristy y Adrian.
En medio de nuestra platica sobre el viaje, de la nada Ana nos murmura que Victoria está algo distinta a la última vez que la vimos y que debimos de ver cómo quedó la chica involucrada. Por esa razón se gana un codazo de Juanita. La mayor parte del tiempo, Ana Maria no controla lo que dice, por eso sé que no lo hace adrede.
Y Victoria, claramente se molesta por el comentario, pero no dice nada al respecto.
Liliana llega en una silenciosa charla con Erick, que intenta controlar al mismo tiempo el berrinche de Jackson en sus brazos. A diferencia de mi hermana, Liliana no es para nada disimulada cuando sus ojos se posan en mi estómago antes que en mis ojos. No lo comenta en ese momento, pero sé que se ha dado cuenta.
Una vez que Víctor se enfrasca en una conversación con Erick y lograr zafarme del agarre de las chicas, le indico a Victoria que subamos a su habitación. No pone objeción y subimos hasta su puerta, la cual cierro para tener un poco de privacidad con ella. De pie en medio de su cuarto, nuestros ojos se encuentran de nuevo y las mariposas vuelven a aparecer porque juro que puedo ver a través de ellos. No puedo explicarlo con palabras, pero se siente tan bien. Por esa razón corto nuestra pequeña distancia para sentirla cerca de mí otra vez.
Reparto besos por su hombro, luego por su mejilla hasta acunarla con mis manos.
—No debimos habernos quedado tanto tiempo allá. Perdóname, cariño.
Durante un momento no hace más que mirarme.
Exhala impaciente.
—¿Vas a empezar tú también? ¡No pueden cancelar algo solo porque no quieren dejarme sola! No tengo cinco años…
—Ya lo sé.
Le da un tirón al labio.
—Además, no estaba sola —Intenta parecer seria, pero luego suspira con una sonrisa inocente— Bien, puede que me haya sentido un poco huérfana. —Ambas nos reímos— Mami, no pasa nada. Es solo un pequeño rasguño.
No estoy muy segura de eso.
Dedico una mirada a los puntos en su ceja, al igual que al tono oscuro en su pómulo. De pronto tengo el impulso desesperado de preguntarle dónde vive la dichosa Lily y trato de calmar ese pensamiento molestoso. A cambio, decido preguntar algo parecido.
—¿Qué fue lo que ella te dijo? —Sacude la cabeza apenas lo menciono, intentando apartarse de mí pero sostengo su rostro con mi mano, impidiendo que vaya a cualquier parte— Dímelo.
—No quiero hablar de eso —Suena tajante.
Bufo
—Hija, no te puedes quedar callada —No hay caso— Victoria.
Remueve de nuevo la cabeza, observándome.
—De verdad que no quiero hablar sobre eso, Myriam —Ruega—¿Por favor? —Eso es suficiente para que me derrumbe, porque está mirándome con tanto suplicio. Ella es buena manejándome. Toma mi mano entre las suyas, sintiendo sus dedos entrelazados en los míos— Llevo tres semanas sin verte a ti ni a papá y no quiero pelear con ustedes.
Yo tampoco quiero pelear con ella, no cuando la he extrañado tanto.
Dejo de insistir debido a que es bastante terca, así que no saco nada con volver a lo mismo. No voy a forzar algo que no quiere decir.
—Me gustaría mucho saber y entender por qué pasó lo que pasó. No voy a obligarte tampoco a que me lo digas, porque tiene que nacer de ti hacerlo, pero… —Mi voz se quiebra a mitad de frase. Me acerco otra vez a envolverla en un abrazo, deseando que ella pudiese expresarse sin obstáculos— quiero que sepas que mamá está contigo.
Deja caer su cabeza en mi hombro.
—Lo sé, solo quiero olvidarlo y teniendo la cara así no ayuda mucho, sabes. Estoy… tal vez un poco deprimida por esa razón, pero estoy bien. Se me va a quitar pronto —Está tratando de consolarme cuando soy yo quien debe consolarla a ella— Nany me puso esa crema que usaste conmigo aquella vez ¿te acuerdas? Cuando me dañé la ceja boxeando.
Al segundo en que rompemos nuestro abrazo, necesito que regrese.
¿Cómo no iba acordarme? Dibujo una sonrisa nostálgica en mi rostro.
—Fue la primera noche que dormiste conmigo.
—Sí —Contesta con la misma sonrisa— A lo que iba, no estoy tan mal como hace unos días. La crema desinflamó mucho el pómulo y ha cambiado de color. Parecía una berenjena humana. No hubieses querido ver eso.
Suelto una risita, mirándola con ternura.
—No, estoy segura que no. Ni siquiera quiero imaginarlo —Arrugo la nariz, distrayéndome hacia su armario. Regreso mis ojos a ella que frunce el ceño ante mi repentino cambio— ¿Victoria?
—¿Hm?
Hago un círculo imaginario con mi zapato en el suelo.
—¿Te vas a venir con nosotros hoy?
Espero ansiosa su respuesta. Ver su armario intacto provoca que se me revuelva el desayuno de esta mañana.
—¿Ustedes quieren que lo haga?
Desprendo mi labio que tengo entre mis dientes.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
Encoje los hombros.
—Es que pensé que a lo mejor querían más… ¿privacidad? Eso es lo que Liliana dijo.
Parpadeo.
—Eso no es cierto. Lo único que queremos es tenerte con nosotros. Moríamos por verte. —No me dice nada en respuesta, motivo por el que entro en un pánico silencioso— ¿o puede ser que no quieras vivir conmigo todavía?
Parece que pasa una eternidad antes de que reaccione, agrandando los ojos.
—¡No! Quiero decir, no es lo que quise decir. Yo sí quiero vivir contigo. En serio. —Suspiro relajada, sonriendo con ganas de llenarla de besos, pero estoy segura que voy a dañar su mejilla si lo hago. En cambio, arreglo un mechón de su pelo ondulado, echándolo para atrás. Retrocedo después, sentándome sobre su cama— Aunque… no sé qué más llevar de aquí porque tengo casi todo en casa.
En casa.
Miro nuevamente a su armario.
—¿Y toda esa ropa? ¿Acaso te compras toda la tienda?
Observa de vuelta, haciendo una mueca graciosa.
—Nunca es suficiente ropa para mí.
Tres golpecitos en la puerta y antes incluso de que digamos algo, los rostros de Juanita, Liliana y Ana aparecen en el umbral como si acabaran de enterarse de una gran noticia y tal vez, no estoy tan lejana a que eso sea posible, teniendo en cuenta que sus ojos están puestos en mí pero no precisamente en mis ojos.
—¡Tienes un bebé en tu panza! —Grita Liliana. Su tono mucho más alto que Cristy. Y eso es decir mucho.
Victoria me mira con intención de decir que ella no ha dicho nada sobre esto.
—En cuanto abrí la puerta para ustedes me di cuenta —Juanita se sienta junto a mí, poniendo una mano tímida en mi abdomen— No pareces estarlo a espaldas, pero estas notoriamente voluptuosa por delante. Así que si no estoy mal será un niño.
Ana se sienta al otro lado de la cama, también con una mano sobre mi barriga.
—Yo pienso que será niña. Esos mitos no son 100% efectivos.
—O bien puede ser niña y niño —Opina Liliana con una sonrisa— A todo esto ¿cuánto tienes? Yo diría que uno meses ¿no?
Mis ojos se abren de par en par.
No. El médico no vio nada extra cuando lo visité.
Más le vale que no vio nada extra esa vez.
—Casi terminando el cuarto mes —Contesto.
No necesito de todas formas confirmarlo. Ellas ya están seguras de que lo estoy por lo cambiada que me veo estando sentada.
Con mi madre y Nany tampoco fue necesario prepararlas para darles la noticia. En cuanto puse un pie dentro de la casa, mi abuela exclamo con los ojos bien abiertos "¡Estás encintada!" esa es la palabra más obsoleta que pudo haber usado. Es como antiguamente le llamaban a las embarazadas. Creo vagamente recordar que se dirigía a mí de esa forma cuando esperaba a Victoria. La emoción en los ojos de mi abuela me recuerda las veces que me pidió un bisnieto, algo que olvidó cuando estuve casada con Francisco. Ella decía que si tenía un hijo con él, no podría sacármelo nunca de encima. Y por suerte eso no ocurrió. Por lo menos Francisco ya desapareció del mapa.
No tarda mucho en sentarse lista para empezar un nuevo tejido. Al parecer, Molly va a pasar una buena temporada sin ropa nueva.

—Victoria, si sigues moviéndote, vamos a estar aquí toda la noche.
Gruñe cuando la gota cae dentro de su ojo. Ha estado quejándose del dolor de ojo desde que volvimos de casa de mamá y su cara está ardiendo en calentura. Víctor buscó unas gotas para los ojos en el botiquín y me aseguré de poner pomada alrededor de su pómulo.
—Esto… arde… ¿qué me pusiste?
Toma el frasquito, revisándolo con un solo ojo abierto.
Víctor se acerca, dándole un beso en la frente y frunciendo el ceño.
—Hace cinco minutos no le noté tanta temperatura como ahora. Cariño, deberías irte a la cama.
Victoria tiene las mejillas enrojecidas cuando pone una mano sobre su frente.
—No es la primera vez que me da fiebre por la noche.
—¿Desde hace cuánto estás con fiebre? —Pregunto impaciente.
—Tres días, creo —Contesta.
Miro a Víctor.
—No está bien que tenga tanta fiebre —Digo con preocupación.
Por suerte cuando tomamos su temperatura, no hay fiebre, pero de todos modos se va a la cama temprano. Víctor se queda hablando por teléfono con su jefe para acordar regresar al trabajo el lunes y yo programo una cita con el obstetra la próxima semana. Cerca de la medianoche, no aguanto más el peso de mis ojos y nos vamos a acostar. A pesar de que ya me he acostumbrado a tener a Víctor en mi habitación antes, me resulta extraño darme cuenta que ahora es oficialmente un hecho. Contengo la sonrisa boba del rostro cuando me he metido debajo de las cobijas. Él me mira con una ceja alzada, sonriendo sin decirme nada. Nos quedamos en silencio y el sueño se me va de un momento a otro.
Cuando vuelve a mirarme, noto su rostro apesadumbrado.
—Myriam —Llama y me acomodo de lado para verlo mejor— Deberíamos poner un reclamo por lo que pasó en el colegio. Esto no puede volver a ocurrir.
Doblo las puntas de la sábana.
—¿Pedir algún castigo, dices? Si te refieres a eso, déjame decirte que vas a salir perdiendo.
—¿Por qué?
—Porque Victoria comenzó los golpes.
Jadea.
—¡Pero la otra chica empezó!
Pongo una mano en su brazo.
—Eso ya lo sé, cariño. A lo que voy es que cualquier queja que pongas, van a investigar sobre ello. ¿De verdad crees que van a preguntar quién hizo el mal comentario primero? Ellos van a tomar en cuenta quién agredió primero y nosotros sabemos quién fue.
Suelta un resoplido.
—Eso es una mierda.
—Lo sé. Y puede que Lily de todas formas reciba un castigo por molestar a Victoria, pero no van a justificar los golpes.
Se acomoda de lado también, así que estamos mirándonos de frente en la cama.
—No tuve tiempo de hablar del tema con ella ¿pudiste sacar algo cuando subieron a la habitación?
Niego con la cabeza.
—Es muy terca.
Aun cuando la conversación es sobre algo serio, Víctor inclina las comisuras hacia arriba.
—Me pregunto a quién habrá salido…
Ruedo los ojos.
—Habló el señor perfecto.
Chasquea la lengua, escondiendo la cabeza en mi cuello.
El tema pelea no vuelve a salir a colación y los días siguieron su curso con normalidad. Victoria regresó al colegio a mitad de semana más recuperada de la cara y tampoco volvió a sentirse mal del ojo desde aquella noche. Víctor y yo comenzamos a trabajar otra vez y él arregló cualquier asunto pendiente para poder acompañarme a mi cita con el obstetra. Anoté todas las preguntas y dudas que tenía en mente para que no se me olvidaran y Víctor anoto otras pocas por si acaso. El médico nos dijo que la fecha estimada de parto sería para fines de septiembre y que no había ninguna anomalía con respecto al bebé, cosa que nos hizo suspirar de tranquilidad.
Otra de las razones por las que estaba ansiosa de la cita con el obstetra, es porque en esta podríamos saber el sexo de nuestro bebé, pero por más que el doctor intentó, mi pequeño no quiso mostrarse para nosotros. Tampoco insistimos.
Tengo que indicarle a Víctor que el semáforo ha cambiado de color cuando salimos de la consulta, porque no deja de mirar las ecografías con la baba por el suelo.
Empujo la puerta de cristal de la panadería, el aroma a galletas y panecillos colmándome de inmediato. Mamá está riéndose con Juanita detrás del mostrador. A ella se le hizo costumbre venir a ayudar a mi madre en el negocio luego de pasar tantas semanas preparando la boda. A Víctor y a mí nos pone contentos que ellas puedan tener una buena relación de consuegras, pese a que en el pasado nunca fueron amigas cercanas.
En cuanto mamá me ve, su sonrisa se extiende.
—¡Hola, querida! —Se acerca a darme un abrazo, mimando mi abultado estómago con cariño— ¿Vienen de la consulta? ¿Cómo está el bebé?
—¿Ya saben que será? —Nos pregunta Juanita con los codos sobre el mostrador.
Víctor le enseña las ecografías.
—No quiso mostrarse para papá y mamá.
Juanita y mi madre comienzan a hacer sus propios augurios como siempre; que mi barriga está puntiaguda, que estoy ancha, que aquí, que allá. No logran ponerse de acuerdo y Víctor decide quitarme de en medio para dejarlas predecir entre ellas. Su conversación queda a medias cuando entra un cliente.
—Ahora que lo recuerdo, chicos ¿hoy no iban a…? —Juanita ladea la cabeza, dándole el vuelto al cliente antes de irse.
—Sí —Contesta Víctor por mí, rodeándome por la cintura— Justamente tenemos que ir en este momento, aprovechando que Victoria está en su clase de piano.
—Oh, bueno. Entonces que les vaya bien —Mamá mete rápidamente algunos dulces dentro de una bolsa marrón— Lleven estos muffins para el desayuno —Me entrega la bolsa, guardando las manos en los bolsillos cuando intentamos pagárselo— Puse algunos de arándano para Victoria. Y guarden eso que es un regalo.
Mamá siempre dice que es un regalo por su parte cuando no quiere recibir el dinero.
Nos vamos con el aroma a muffins todo el camino en auto. Víctor aparca en el estacionamiento de una cafetería y asegurándonos de que todo está bien, entramos de la mano. Me resulta un poco difícil ubicarla al principio porque de las veces que he asistido a las reuniones de Victoria, no logro familiarizarme nunca con los rostros, a excepción de la mamá de Casey e Ethan, la señora Bates. No obstante, veo una mano alzarse a mitad del lugar.
Luce como la edad de mi madre. Tiene el cabello amarrado en una coleta alta. Nos sentamos mientras nos escruta con la mirada.
Víctor es quien comienza.
—Agradecemos mucho que haya accedido a hablar con nosotros, señora…
—Oh. No, por favor. Díganme Emilia.
—Emilia —Menciono, inclinando mi cabeza hacia ella— creo que sabes por quienes venimos.
Encoje los hombros, su mirada pendiente del celular.
—Por mi Lily y por su hija Victoria, obviamente —Eso lo dice con una risita.
Puesto que Victoria no va a poner de su parte con nosotros para saber cómo fueron las cosas, Víctor y yo decidimos buscarla por nuestra cuenta y lo único que se nos ocurrió fue contactarnos con Emilia, la madre de Lily.
»—Bueno, supongo que es por la pelea que tuvieron hace poco tiempo ¿verdad? —Suelta un suspiro— Es solo cosa de adolescentes ¿no les parece? No tienen para qué disculparse.
Frunzo el ceño.
—No estamos aquí para disculparnos, estamos aquí para saber que pasó realmente —Emilia no aparta la mirada del celular. Eso está comenzando a irritarme— Presumo que sabes que Lily molestó a nuestra hija primero ¿verdad?
—Ah, sí. Ahora que lo recuerdo, tienes razón. Pero insisto, es cosa de adolescentes ¿o acaso ustedes nunca fueron adolescentes? —Vuelve a reírse y al ver que no nos reímos con ella, resopla— Bien, les prometo que hablaré con Lily. Ella suele hacer lo que quiere porque es una joven muy caprichosa, pero si de malos comportamientos estamos hablando, su hija no se queda atrás. No creo que se vea bien que una jovencita "decente" esté golpeando a sus compañeras de curso por un simple comentario que estoy segura no fue malintencionado.
Voy a gritar si sigue tecleando mientras nos habla.
Víctor codea mi brazo y suelto un suspiro. Hasta ese momento no me he dado cuenta que estaba conteniendo la respiración. Él cruza sus manos por encima de la mesa, volviéndose a Emilia.
—¿Lily mencionó lo que le dijo a Victoria?
—No, como te digo, ella hace lo que quiere.
Válgame Dios.
Susurro a Víctor en su oído:
—Estamos perdiendo tiempo valioso aquí ¿sabes? —Él asiente, seguro de ello. Me dirijo a la mujer nuevamente— ¿Puedes por favor dejar el celular?
No podía no decirle eso.
Sus ojos color caramelo se clavan en los míos.
—Lo siento —Dice, pero es solo por cortesía.
Muerdo mi lengua con la cabeza agitada. Estoy a punto de perder el control.
—Mira, voy a ser clara contigo —Listo, se acabó. Víctor aclara su garganta con intención de detenerme— Dile a tu hija que deje en paz a la mía. Te lo digo en serio. No quiero escuchar mencionarla nunca más y si eso ocurriese, créeme que mi esposo y yo no somos los únicos padres que van reclamar por las conductas conflictivas de tu hija en el colegio. Todos los chicos del curso tienen problemas con ella, así que estás advertida. Siento sonar grosera y te pido disculpas por eso, pero con mi hija nadie se mete.
Víctor toma mi brazo, dándome una mirada de advertencia.
Emilia en cambio, se ríe.
—De acuerdo, querida, si estamos en esas. No van a tener más problemas con mi Lily. De todos modos, ahora sé a quién salió Victoria. De tal palo, tal astilla. Es lo que se dice por ahí —Me mira antes de tomar su bolso y ponerse de pie— Fue un gusto verlos, señor y señora García. Hasta luego.
¿De tal palo, tal astilla? Lo mismo digo para ella.
Cuando se marcha, pego mi puño en la mesa.
—Myriam, no debiste decirle eso. Quedamos en no alterarnos.
—¿Y qué querías que le dijera? Me estaba volviendo loca su indiferencia. No iba a ser amable cuando toma un tema tan importante a las risitas. —Vuelvo a contener la respiración— ¿Qué? No te enojes conmigo, si de todos modos estamos donde mismo. No obtuvimos nada.
Mueve la cabeza.
—No estoy enojado contigo, nena, pero descargándote con ella no hará que sea más estricta con su hija. Y sí, tienes razón, quedamos donde mismo.
Unos días más tarde, Juanita y Liliana caen en casa para almorzar. Preguntan de inmediato como nos fue con la mamá de Lily y a juzgar por la forma en que las miré por ello, dedujeron que nada bien.
—A ella le parecía gracioso el tema e insinuó que mi Victoria era matona. Si no le saqué los pelos de la cabeza fue porque estoy embarazada y porque Víctor de seguro me detenía.
Víctor responde que es justo lo que habría hecho, desde la cocina.
Juanita sacude la cabeza.
—Estoy segura que es la típica madre amante del trabajo. Por esa razón su hija pasa a llevar a todo el mundo. Pobrecita, de seguro es para llamar la atención.
—Victoria también hace lo que quiere —Nos comenta Liliana. Juanita y yo lanzamos dagas por los ojos hacia ella, que se explica rápidamente— No me malinterpreten. Victoria obviamente no es Lily. Es llevada a su idea, sí, pero es una chica muy respetuosa con los demás, por eso me extraña que haya perdido la paciencia a tal punto de golpearla, porque ¡vamos! Por algo boxeaba antes, para quitarse la ira y no descargarse con todo el mundo.
Bien, en eso tiene razón.
Víctor llega con una fuente de patatas fritas de la cocina.
—El pedido de patatas fritas, terminado —Finge ser un mesero, depositando todo sobre la mesa en una inclinación.
Nos sentamos para comer y de la nada Liliana se echa a reír.
Si no supiera que es Liliana diría que está loca.
—Lo siento, es que me acordé del día de la pelea. Ahí es cuando uno se da cuenta que el puño de Victoria es de metal y que si quieres conservar tu rostro no tienes que meterte en problemas con ella. —Por más que Juanita intenta serenarse, no logra hacerlo y se ríe junto a Liliana.
Muerdo mi labio, reprimiendo la sonrisa.
Esa es mi chica.
No lo digo en voz alta, por supuesto.
Víctor levanta la mirada de su plato, observando a su madre y hermana como si olvidara que están aquí desde hace rato.
—¿A qué hora fue la pelea?
Juanita se limpia las comisuras con la servilleta.
—4 o 5 de la tarde, no puedo recordarlo bien. ¿Por qué?
Él se dirige a mí.
—¿Ese no fue el día que te enfermaste, cariño? Tu dolor de pecho.
—¿Estuviste enferma, querida? —Pregunta Juanita preocupada.
Realmente no recuerdo cuál de todos los días fue.
—Sí… estuve despierta pasada la una de la madrugada con dolor en el pecho. —Me vuelvo a Víctor—¿Qué tiene eso que ver?
Liliana frunce el ceño.
—¿O sea que… estás tratando de decir que fue un presentimiento? La pelea fue de día y Myriam dice que se enfermó en la madrugada, así que no puede ser.
Juanita pone los ojos en blanco.
—En Berlín era de noche, cariño.
Me quedo pensando en ello.
Cuando mamá me hablaba antes de los "presentimientos" nunca creí que de verdad fueran ciertos, o los creía, pero solo para algunas personas. Antes de que Victoria apareciera igual había sufrido dolores de pecho, pero siempre los tomé como problemas cardiacos que he tenido de niña. Y ahora lo atribuí al embarazo. Aunque lo que Víctor dice tiene sentido.

—¡Mamá! —Grita Victoria desde el cuarto— ¿Sabes dónde dejé las medias? No las encuentro.
Bajo el fuego de la estufa antes de ir con ella. Está tirando la ropa fuera del cajón mientras intenta encontrar lo que busca. Me aseguro de que no piso ninguna por el suelo.
—Espera, vas a echar abajo todo ese armario —Pongo mis manos en las suyas, empujando la ropa dentro del cajón como puedo— ¿Cuáles medias?
—Las que tienen el dibujo de un panda.
Busco entre el desorden, recordándolo más tarde.
—Están en el tendedero.
—No, no están en el tendedero.
—Sí, sí están en el tendedero.
Caminamos al cuarto de lavado, todavía insistiendo en que no están allí.
—No están en el tendedero porque vine hace diez minutos y no esta… Aquí están —Me las enseña con una sonrisa hermosa— No estaban aquí hace un momento.
Ruedo los ojos.
—Aparecieron por arte de magia ¿verdad?
Se ríe.
—Algo así.
Cenamos cuando Víctor llega del trabajo.
Victoria ha estado pidiéndonos permiso para dormir en casa de Casey el fin de semana desde hace dos días, pero Víctor no quiere y ella da un sinfín de razones por las cuales nosotros debemos dejarla. Una de ellas es por haberla dejado sola tres semanas.
—Eso —Víctor la señala con el dedo— es espantosamente manipulador.
—Rompiste el corazón de papi, bebé —Le digo.
Victoria se echa a reír, dando brincos en el asiento como si tuviera dos años.
—¡Por faaaaa!
Víctor niega.
—Mientras Ethan viva en esa casa, no.
Ambos lo miramos.
—¡Papá, no puedo creer que empieces con lo mismo otra vez! Va a estar el señor y la señora Bates allí también ¿o quieres que le diga "Casey, acepto ir a tu casa con la condición de que tires a la calle a tu hermano"? ¡No puedo hacer eso!
Levanto un dedo.
—Ella tiene razón.
Víctor deja caer el tenedor al plato, mirándome dolido.
—Cariño, tienes que apoyarme. ¡Somos un equipo!
—Por favor, por favor, por favor, por favor…
—¡OK! —Grita cuando Victoria no deja de insistir— Sigo creyendo que pueden perfectamente pasar el fin de semana acá. —Doy un rebote en el asiento, echándome para atrás en la silla con los ojos bien abiertos. Víctor y Victoria se vuelven un poco desconcertados por mi comportamiento— ¿Qué te pasa, Myriam?
Levanto la mirada, sorprendida.
—El bebé… acaba de patear —Digo.
Se miran entre sí antes de echarme un vistazo. El bebé sigue pateando y tengo la sensación de palomitas de maíz rebotando sin parar. La mano de Víctor viaja al centro de mi vientre, acariciándolo.
—¿En serio? ¿Está haciéndolo ahora?
No siento nada más.
—Se detuvo —Contesto apenada.
Victoria hace sonar la silla y poniendo los brazos sobre la mesa, se dirige a mí con una mirada cautelosa.
—¿Te duele que patee?
Y en ese momento, siento otra patada. Víctor jadea con la mano sobre mi abdomen.
Con una sonrisa, señalo mi barriga.
—Él patea cuando te escucha —Me vuelvo a ella.
Sus ojos de sorpresa me causan ternura.
—A ver, probemos —Víctor presiona su palma más a la izquierda— Patea para papá, bebé.
Esperamos, pero no hay nada.
Es la primera vez que lo siento patear y necesito que vuelva a hacerlo.
—Victoria, háblale—Insto.
Nos mira con ruego, soltando un suspiro.
—No sé qué decirle.
Otra patada.
—Ven aquí —Estiro mi mano hacia ella, tomando la suya y depositándola en mi estómago. Al principio se tensa por eso porque nunca ha tocado mi barriga, pero cuando el bebé patea, su mano se suaviza— ¿lo sientes?
Desde allí no deja de patear un largo rato.
—Guau —Sus ojos están muy abiertos— Eso… fue tan extraño.
Víctor sonríe al ver nuestras manos sobre el bebé.
—Le gusta la voz de su hermana —Asegura.
Ella sonríe con timidez, sin decir nada al respecto.

Mi armario ha cambiado bastante últimamente. Los pantalones ya no me quedan como antes y no puedo abotonarme las blusas. Es por eso que empecé a comprar ropa y zapatos nuevos. Mis pies siguen hinchándose cada día, motivo por el que solo uso ballerinas. Al final del día, siempre tengo marcado el zapato en mi pie. En el trabajo por ejemplo, tengo que quitarme los zapatos cuando llego a la oficina. Llevo un abanico en mi bolsa por si lo necesito, cosa que eso es constante.
Aunque, dejar de lado mi vieja ropa, no es lo peor.
Lo peor son mis pechos.
Duelen como el infierno.
Y pican.
Demás está decir que han crecido un montón, ese es el por qué Víctor lleva una sonrisa estúpida siempre. A veces ni siquiera puedo tocarlas porque arden y se sienten pesadas. Es horrible.
La gente tiene una mala visión del embarazo. En la televisión no muestran el lado b de ello. No muestran las estrías ni los pechos enormes. No muestran lo anchas que se vuelven tus caderas y el dolor de espalda al estar mucho tiempo sentada. No muestran las náuseas ni lo incómodo que es tener que ponerte de pie con una barriga enorme. En los anuncios señalan que todo es perfecto, pero la realidad es que cuando me despierto en la mañana, lo único que veo es que mi estómago está cada vez más grande.
No es que sea malo, porque esa es la parte buena del embarazo. Ver que tu panza crece y con eso tu hijo crece también.
Me gustaría ser de ese pequeño porcentaje de mujeres que viven sus embarazos sin ninguna complicación.
Pero es difícil estar embarazada, hay que decirlo. No todo es rosita y celeste. No todo es risita contagiosa.
Perdí la cuenta de las veces que he llorado este año por cualquier cosa insignificante.
Y eso que acabo de cumplir los seis meses, todavía me queda un poco más.
Empujo el canasto de la ropa sucia por el pasillo de la habitación, percatándome luego de que la camisa de Víctor ha caído al suelo. Me tomo unos momentos para decidir cómo agacharme para recogerla, momento en que su voz me detiene. De alguna manera, logro tomar la camisa rápidamente y por más que intento hacer oídos sordos, no puedo.
No puedo.
—No es lo mismo, Casey. Ellos van a criar un bebé juntos. Eso es diferente.
Tiro el canasto más atrás, pegando mi cabeza cerca del umbral para que ellas no puedan ver que estoy ahí. Sé que está mal escuchar detrás de las puertas, pero no puedo fingir que no escuché eso.
Casey es la que habla a continuación:
—¿Estás escuchándote? Eso es absurdo. No puedo creer que le estés dando la razón a la zorra de Lily.
—No es que quiera darle la razón —Se explica— pero reconoce que tiene algo de sentido.
Casey refunfuña.
— Si tus papás tienen más hijos, no significa que vayan a tirarte a la basura, sabes. ¿O crees que mi hermano no es hijo de mis papás solo porque nací yo? —No responde de regreso— Victoria.
—¿Qué?
—No te puedes poner celosa de tu hermano.
Escucho como golpea algo con la mano.
—¡No estoy celosa de él! —Susurra desesperada— No puedo enojarme con un bebé.
—¿Entonces?
Tarda en responder.
—No va a ser lo mismo —Insiste— Ellos se quieren de verdad ¿sabes? Es cosa de mirarlos para darse cuenta. Ahora van a tener un bebé y van formar una familia de tres que no pudieron hacer en el pasado. No estoy diciendo que sea malo, pero las cosas como son.
—Una familia sí, pero de cuatro
—Tres.
Se me parte el corazón.
No tengo idea cómo logro llevar el canasto al lavadero. No soy consciente en qué momento meto toda la ropa –color y blanca- a la lavadora, ni tampoco en qué instante llego a la cocina, sosteniéndome de la baldosa. Mi mente es un torbellino de ideas y sinceramente, no sé qué dirección tomar respecto a ello. Esto es lo que temí desde que supe que estaba embarazada. Sin embargo, no puedo evitar pensar ¿por qué no lo supe antes? ¿Por qué no fui más clara con ella? ¿Por qué Víctor y yo no tuvimos una conversación de verdad sobre el tema con Victoria? Ella solo está tratando de llevar la vida normal para no causar problemas. Finge que todo está bien cuando por dentro no se siente parte de nosotros. Eso es como un balde de agua fría para mí.
En cuanto Casey se despide de mí, mirar a Victoria no es igual ahora. Me mira como si nada hubiesen hablado en el cuarto. Y sentir su indiferencia respecto a lo que ha dicho, provoca un agujero en mi pecho que no puedo cicatrizar.
Entra a la cocina para abrir la nevera, su mirada fija en mí.
—¿Qué te pasa? —Pregunta.
No soy capaz de responderle. Sacudo la cabeza para que sepa que no pasa nada y ella me cree. Saca agua del jarrón de la nevera, buscando adivinar por sí sola mi extraña conducta. Bebe la mitad del vaso en silencio y luego camina fuera de la cocina. Y sé que debo actuar. No puedo callarme lo que acabo de escuchar, por eso no intento controlar el impulso de decírselo.
—¿Era eso lo que te dijo Lily? —Mi voz es rasposa. La veo detenerse de golpe. Sus ojos confusos en los míos cuando se vuelve— que no eras parte de nosotros ¿por eso le pegaste?
De pronto se ha vuelto pálida e inquieta reconociendo mis palabras. Avanza dos pasos hacia el frente, examinándome con cautela. Menea la cabeza con lentitud, entrecerrando los ojos.
—¿Me estabas espiando?
No puedo respirar.
—No —Contesto con dificultad, notando la recriminación en su voz— Fue sin querer.
Sus pómulos enrojecen.
—Me estabas espiando —Asegura, agitando la cabeza enérgica— ¿Con qué derecho tú espías mis conversaciones?
Sacudo la cabeza también.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Hago caso omiso a su pregunta— ¿Por qué piensas así? ¿Por qué dices esas cosas?
Lleva sus manos a la cara y sé que está controlando su ira, pero no hay forma de retroceder.
—Mira, si hay algo que odio es que estén vigilándome. No tenías por qué hacerlo y tampoco tengo por qué decirte todo lo que pienso.
—¡Acabas de decir que no te sientes parte de nosotros! ¡¿Cómo quieres que reaccione?! —No me dice nada— Cariño, habla conmigo.
—¡No! —Me grita, provocando que dé un brinco— ¡No quiero hablar contigo! ¡Déjame en paz! —Da una vuelta y de alguna manera adivino lo que está a punto de hacer. Por esa razón me apresuro antes que ella, bloqueando la puerta. — Déjame salir…
—¡No!
—¡Déjame salir!
—¡No! —Insisto, las lágrimas cubriendo mis ojos. Si la dejo salir, dudo que regrese— No te voy a dejar salir hasta que hables conmigo.
—¡¿Qué parte del "no quiero hablar contigo" no entiendes, Myriam?! ¡Déjame salir o voy a gritar más fuerte!
—¡Me importa un demonio que grites más fuerte! ¡Grita todo lo que quieras!
Me mira con tanta cólera, que no parece mi Victoria.
—¡Quiero salir! ¡No quiero verte ahora!
Mi espalda se siente como si le hubiesen puesto engrudo sobre la puerta.
—¡Dime a dónde vas entonces! —Ululo exasperada.
—¡Que importa a dónde voy!
—¡Soy tu madre y me importa!
Su pecho sube a una rápida velocidad. Se dirige a mí con la voz más calmada, bajando los brazos.
—¿No me vas a dejar salir?
—No —Reitero. Da media vuelta luego de asentir con la cabeza— ¡¿A dónde vas?!
Volteándose con la misma rabia, vocifera:
—¡¿Acaso tampoco me vas a dejar ir a mi habitación?!
Me separo de la puerta cuando ella reanuda su camino, llamándola pero no soy capaz de hablar más fuerte.
—¿Qué está pasando aquí? —Cuando escucho la voz de Víctor, siento que todo el mundo se me viene abajo. Él me da una mirada preocupante, dirigiéndose rápidamente hacia el pasillo— ¿Victoria?
Pero lo único que recibimos en respuesta es su estrepitoso portazo del cuarto.
Mierda.
Mis manos están temblando.
¿Qué fue lo que hice ahora?
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Mensaje  Eva Robles Vie Mar 04, 2016 12:42 pm

Mil gracias por el capitulo de verdad me gusta mucho

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Mensaje  monike Vie Mar 04, 2016 4:40 pm

Pobre Victoria y sus celos, tantos cambios en su corta vida tenia que reaccionar de alguna forma .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 4 423370


Ojala todo este bien Bere, BENDICIONES para Ti y tu Familia.


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Mensaje  Bere Vie Mar 04, 2016 10:43 pm

Capítulo 35
Amor de padres.
Myriam
Después de lo que parecen horas, me llevo una mano a cubrir mi boca para contener el llanto con desesperación, temblando de los nervios. Víctor se queda de pie delante de la puerta de la habitación de Victoria y en un intento de conseguir un poco de información, se apresura a tomar mis hombros, haciéndome tambalear.
—Cariño ¿Qué fueron esos gritos?
No puedo hablar. Mi mente repite la misma escena de hace cinco minutos, como si estuviera frente a la Victoria de catorce años. Intento zafarme de su agarre, lágrimas descendiendo sin control ahora.
—Tienes… tienes… —Es imposible que pueda pensar en algo coherente— tienes que… hablar con ella, Víctor. No puedes dejar que se vaya. Ella no se puede ir de aquí. Yo no la quiero perder de nuevo. Víctor ¡tienes que hacerlo!
Caigo en cuenta de mi histeria descontrolada a raíz de algo que pude haber evitado –o pudimos- pero aun así no soy capaz de controlarme a mí misma. El entrecejo de Víctor se arruga y de manera rápida me toma de la mano para llevarme a la cocina. En tiempo record tengo un vaso lleno de agua en las manos del que tomo pequeños sorbos.
—Necesito que te calmes para que puedas explicarme qué acaba de pasar ¿Qué es eso de que Victoria va a irse?
Aparto el vaso con un movimiento de cabeza.
—Ya sé lo que le dijo Lily. O eso creo, es decir… más o menos.
Frunce el ceño.
—Explícame. —Suelto un sollozo desde el fondo de mi garganta mientras me sostengo del mesón, incapaz de mover mis pies. — Myri, trata de calmarte, por favor. Hazlo por el bebé.
Nombra al bebé y rompo a llorar.
Empiezo a apaciguar el llanto, explicándole como llegué a escuchar la conversación de Victoria con Casey y lo enojada que se puso cuando supo que lo sabía. Víctor se queda en silencio, pensando en ello y mirando de vez en cuando hacia el pasillo. Sé que está deseando ir con ella, pero sabe que no es buena idea porque no conseguirá nada estando furiosa. A menos que queramos armar la tercera Guerra Mundial, que es obvio no queremos.
—Víctor, yo no quiero que se vaya.
Él levanta la cabeza, aclarando su mente.
—¿Ella dijo que lo haría? —Sus ojos lucen desconcertados. Y en ese minuto comprendo que no lo dijo de manera directa. Tal vez solo quería salir a despejarse pero no irse de la casa… ¿verdad? Mi crisis de histeria hizo que actuara como una completa loca en su presencia, queriendo mantenerla aquí, bloqueando la puerta. No puedo quitarme la sensación que tuve antes, pensando que se iría sin regresar— Myriam —Víctor truena los dedos delante de mi nariz— ¿Dijo que se iba?
—No —Reconozco— No fueron esas sus palabras, solo que en ese momento… de verdad pensé que quería irse.
Él lo entiende, aunque no parece tranquilo.
Su puerta sigue cerrada una hora más tarde, intacta desde que le dio el portazo. Desde entonces no me he movido de mi asiento frente a la encimera. Víctor pide una pizza para cenar pero yo no tengo nada de apetito. Lo único que hago es pensar al respecto y mirar de soslayo a su puerta. Ésta parece estar burlándose de mí, puesto que a cada momento pienso que va a salir de allí como si nada hubiese pasado.
Víctor no toca la pizza. Estoy segura que tampoco tiene apetito.
Escucho que suspira cansado, levantándose de la butaca y dirigiéndose al pasillo. De inmediato doy un brinco fuera del asiento. Mi corazón bombea de una forma incontrolable.
Se queda a centímetros de la puerta antes de decidir darle golpecitos.
—Victoria, abre la puerta —Dice con voz tranquila— Tuviste tiempo suficiente para calmarte y ahora vamos a hablar.
No obtiene respuesta con eso y pese a que lo intenta tres veces más, Victoria no contesta.
Me acerco rápidamente.
—¿Y si le pasó algo…?
Él niega, pero sus ojos dicen otra cosa. Vuelve a tocar a la puerta.
—Voy a contar hasta diez para que abras la puerta, Victoria —La manilla se encuentra apretada intentando girarla— Voy a tirarla si no sales. Sabes que hablo en serio.
Pongo una mano en mi vientre cuando Víctor comienza a contar. El bebé ha estado inquieto y por esa razón mi tripa se ha endurecido. Él ni siquiera tiene idea de por qué mamá se encuentra tan rígida. Soltando un resoplido, busco un asiento ansiosa, mi corazón dando un vuelco en mi pecho, sin embargo, me quedo de pie sin tener todavía respuesta alguna por su parte.
—Víctor… —Llamo al borde de las lágrimas.
Ocho… nueve…
La puerta se abre.
Exhalo todo el aire pesado en un par de segundos.
Victoria sale por la puerta con el rostro solemne del que jamás le vi antes en mi vida. Se detiene en medio de la sala y puedo darme cuenta que ha estado llorando. Las preguntas se agolpan de tal manera que quiero escupirlas todas de inmediato. Cuento hasta cinco en silencio. No voy a correr el riesgo de que vuelva a encerrarse en la habitación. Por esa razón decido quedarme callada y dejar que Víctor hable con ella. Él sabe manejar una situación mejor que yo.
Victoria cruza los brazos sobre el pecho y Víctor se sienta en el apoyabrazos del sofá.
—¿Qué puedes decirme al respecto? ¿Es verdad lo que mamá me dijo?
Mueve el pie derecho, dando golpecitos acelerados contra el suelo. Su mirada no se levanta.
—Sí.
—¿Y me puedes explicar por qué dices esas cosas? ¿Por qué nunca has dicho nada sobre eso?
Niega con la cabeza, apretando los labios.
—Fue un impulso —Asegura— fue algo tonto que pensé.
No decimos nada.
—Victoria —Llama Víctor cuando no podemos seguir mudos. Levanta la mirada dura hacia él— ¿Estás diciendo entonces que no es lo que sientes en realidad?
Estudio su mirada azul, llena de desconcierto.
—No… no lo sé.
—¿Cómo?
—¡No lo sé! —Alza la voz, llevándose una mano a la cara— No estoy siendo coherente en este momento, papá. No me pidas que te diga algo de lo que no estoy segura o de lo que es probable me pueda arrepentir. Eso lo dije en un momento de… no lo sé. A veces digo cosas sin pensarlas, sin sentirlas de verdad. Puedo tener un mal día hoy y ver todo negativo como mañana puedo tener un día genial y saber que todo va a estar bien. Y hoy estoy en un mal día.
Parpadeo. La veo recuperar el aliento después de decir eso sin pausas.
—¿Y por qué te enojaste tanto con tu madre?
Agita la cabeza de un lado a otro.
—No me gusta que la gente me espíe.
Trago con dificultad.
—Bueno, gracias a eso pudimos saber "un poco" de lo que te pasa. —Lo dice levantando los dedos índice y corazón para hacer comillas— Quiero que me digas que diablos te dijo Lily y no quiero un no por respuesta. Hemos estado rompiéndonos la cabeza pensando que pasó como para que decidieras pegarle, pero tú no dices nada, Victoria. Te guardas todo para ti misma y es tan difícil leerte.
Pese a que es un reclamo, la voz de Víctor es tan suave que no pareciera que estuviésemos en una discusión seria.
Niega ante eso.
—Si no lo dije es porque no tiene importancia.
Eso ni en un millón de años.
—Entonces no tendrás problemas en decirme que te dijo. Vamos a estar toda la noche si es necesario aquí en la sala hasta que me lo digas. Tú eliges.
Ella resopla. Descruza y cruza los brazos una vez más.
Centrando la mirada en ella, pensaría que está planeando el modo de dormir de pie en la sala con el fin de no decir nada. Es bastante tozuda cuando se lo propone, más de lo que puedo imaginar. No obstante, tengo que reconocer que yo soy así a veces, así que no tengo cara para reclamárselo; tampoco la juzgo, callar fue mi segundo nombre durante gran parte de mi vida.
—Me dijo que no me sorprendiera si ustedes nunca regresaban de la luna de miel. —Ladea la cabeza— que mamá iba a convencerte tarde o temprano de irse juntos y dejarme. Cosa que lo dejé pasar en ese minuto pero luego me enfadó que hablara como si los conociera. Y para acabarla, me aseguró que nunca encajaría en ninguna parte, que ustedes tendrían una familia y yo no. Entonces le pegué.
Le sigue un silencio incómodo con su confesión. Tardamos un poco en asumir sus palabras, buscando las propias. Esto me enfurece en demasía ¿Quién es esa tal Lily para decirle esa sarta de cosas a mi hija? Si no supiera que es menor de edad estaría buscando una manera de enfrentarla. Me aparto de mi lugar –del que no me doy cuenta- sosteniendo su muñeca.
—Sabes que no es cierto lo que ella dice, Victoria —Mis dientes castañetean— Lo sabes.
Víctor pone sus manos en mi cadera, acercando sus labios a mi oído.
—Myriam, cariño. Tranquila —Y luego, su mano viaja a la que tengo alrededor del brazo de Victoria— La vas a lastimar.
En un solo titileo me doy cuenta que estoy empleando demasiada presión en su delgada muñeca. No quiero lastimarla.
La suelto de inmediato.
—Es lo que dijo Lily, no estoy diciendo palabras por mi cuenta. Por esa razón le pegué y no me arrepiento. No lo creí en ese momento y no lo creo ahora. Es solo que… me confundí y hablé por hablar. A veces pienso demasiado y la mayor parte del tiempo termina siendo perjudicial para mí. —Deja caer sus hombros, cansada— ¿Me puedo ir a mi cuarto ahora?
Víctor arruga la nariz.
—Confío en que estés diciendo la verdad, princesa. —Levanta la vista hacia ella— Te amamos muchísimo. Espero que sepas eso con certeza.
—Lo siento —Se disculpa antes de caminar de regreso a su cuarto, cerrando la puerta esta vez con menos violencia. Tengo un dolor en el bajo vientre cuando la veo desaparecer, más preocupada que antes. Del tiempo que estuvo aquí, sus ojos no se encontraron con los míos en ningún momento, ni siquiera cuando tomé su muñeca.
Eso solo significa que sigue muy enfadada conmigo.

Ingreso a la sala cuando Víctor pone una taza limpia en la mesa. Mis ojos hinchados pesan en mi cara y arrastro los pies sin ánimos de nada. Logré dormirme cerca del amanecer, por esa razón no pude levantarme tan pronto sonó la alarma. Por lo menos es sábado y no tengo que ir al trabajo. Restriego mis ojos, recibiendo una sonrisa amorosa por su parte.
—Buenos días, preciosa —Saluda, dejando un beso en mi frente.
Bato mis pestañas.
—Buenos días para ti —Miro a todos lados— ¿Y Victoria?
Víctor está a espaldas de mí, preparando huevos revueltos, de manera que no puedo ver su reacción.
—Fue a casa de mi madre.
Oh.
Me quedo de pie detrás de la mesa, el corazón latiéndome a una velocidad preocupante. Decido sentarme antes de que vaya a desvanecerme.
—¿Sigue muy enojada, verdad?
Él regresa con la sartén llena de huevos revueltos. Lo deposita en el centro de la mesa, apresurándose para sentarse.
—No —Mueve la silla más adelante, cogiendo una tostada de la cesta— Ella no está enojada, mi amor.
—Claro que lo está —Aseguro, alicaída— o por lo menos lo está conmigo. Yo soy la del problema. Tú no tuviste que ver así que es obvio que no está enfadada contigo.
—Cariño, no te tortures.
Lanzo un suspiro.
—Sé que se le va a pasar pero no puedo evitar sentirme mal. Cada vez que recuerdo lo de ayer… me duele muchísimo —Me encuentro con sus ojos. Víctor ha dejado de lado su tostada— Por un momento de verdad creí que se iría. Me dio pánico pensar que la perdería, entonces… —Me llevo las manos a la cara— Víctor, yo no puedo vivir sin ella. Vas a pensar que estoy loca pero es cierto. Victoria se ha convertido en todo para mí.
Él pone su mano sobre la mía en la mesa.
—No la vas a perder, Myriam. Y no creo que estés loca tampoco. Fue una discusión que ya aclaramos. Tienes que saber que van a existir peleas en el futuro de las que no significa que ella vaya a dejar de hablarte el resto de su vida.
—Lo sé. Estoy consciente de eso. De todos modos me da miedo que eso pase algún día.
Empuja mi tazón con leche caliente frente a mí, dando toquecitos en él para que desayune.
—Cuando hablen del tema a solas vas a ver que todo volverá a la normalidad. Ustedes se entienden muy bien conversando —Me guiña un ojo. Termino tomándome la leche a sorbos pequeños— Las dos se ahogan en un vaso con agua ¿sabías?
—¿Qué tratas de decir? —Entrecierro los ojos.
Víctor sonríe con timidez.
—Si Victoria es terca, berrinchuda y todo lo que tenga que ver con crear hecatombes, eso es debido a ti.
Pongo los ojos en blanco.
—De acuerdo. Me hago responsable de ello —Sacudo la cabeza, divertida por un momento— Para su mala suerte sacó lo peor de mí. Y tú no te quedas atrás, no me vengas con que eres un santo cuando los dos ponen la misma cara cuando se enojan.
Suelta una carcajada estridente, llevando una tostada a su boca para darle un mordisco.
Un poco menos estresada después, Víctor aclara su garganta.
—Cambiando de tema, Erick quiere que lo acompañe a ver un modelo de auto esta tarde, pero si te sientes mal, puedo cancelarlo sin problemas. De hecho, voy a decirle que podemos acordar la próxima semana, así tú y yo…
—No vayas a cancelar, Víctor. Voy a estar bien.
Trago la leche ahora tibia mirando hacia el tazón de la encimera; el mismo que Victoria ocupa para tomar chocolate caliente. Y el nudo se forma en mi garganta otra vez. Adiós a mi tranquilo desayuno.
—¿Por qué no me acompañas? Luego podemos ir a donde tú quieras.
Frunzo los labios.
—No, gracias. Estoy algo cansada para caminar. Puede que visite a mamá más tarde.
Duda un poco y entiendo que lo haga. De seguro parezco un zombie en la mesa. Su mirada perdura en la mía hasta que corta nuestra distancia, dándome un beso suave en los labios. Acaricio la parte trasera de su cabeza, devolviendo un pequeño beso en respuesta.
Cuando Víctor se va, me quedo circulando en pijama por la casa como si no la conociese ya. Mi vientre empuja sin querer la puerta de la habitación, facilitando las cosas. Me quedo con las manos cruzadas en la espalda, las palmas pegadas a la pared de hormigón y contemplando su cama hecha a la perfección. Si no supiera que Víctor la vio irse esta mañana, diría que no pasó la noche acá. Tal vez solo no tuvo más que hacer que dejar limpio el cuarto. Una punzada de dolor comienza a incomodarme el pecho, pero al cabo de unos segundos, me doy cuenta que no es dolor físico. Es solo dolor. Es el mismo dolor que tienes cuando sabes que estás en un mal momento con alguien a quién amas mucho. Y puede que ahora mismo esté exagerando, quizá Víctor tiene razón, mas no puedo evitarlo. Las palabras de Victoria llegan de golpe: "Puedo tener un mal día hoy y ver todo negativo"Lo entiendo. Juro que lo entiendo.
Es solo una pelea me recuerdo.
Echo un vistazo a su armario, suspirando una vez que veo su ropa allí doblada y algunas amontonadas con otras. No puedo negar tampoco que mi niña es un poco desordenada… todo el tiempo.
Luego de arrojar algunas lágrimas, decido que es hora de dejar de lamentarme. Siempre es bueno hacer que tu día horrible, sea menos horrible. Aun cuando va a seguir siendo horrible.
En casa de mamá por lo menos tengo a Nany y a mi hermana que no dejan de cuchichearme cada dos por tres. Si no es por las maldades de Molly, es por las clases de actuación de Cris. Molly hace meses que ha estado quedándose aquí con mi abuela. Lo decidí porque creí que estaba siendo muy egoísta en mantenerla encerrada en el departamento todo el día. Eso y sabiendo que podía tener problemas si los vecinos comenzaban por cualquier motivo a reclamar por ello o a llevar sus propias mascotas. Preferí ahorrarle ese problema a Bill, que es el encargado del edificio.
—¿Sabes, Myriam? —Cristy pone una mano en mi panza— Este bebé te hará explotar.
Sí, yo también lo creo.
—¡Oh, ya llegó! —Mamá se apresura a la puerta con una sonrisa alarmante en su rostro. Sabemos a ciencia cierta que se trata de Roberto. Él y mamá han estado saliendo desde hace algún tiempo de manera oficial y aunque ella nos ha dicho en incontable de veces que cuando lo presentó solo eran amigos, no me convence— ¡Adelante, adelante!
Roberto trae bolsas del supermercado y un ramo de rosas.
Cristy pone los ojos en blanco.
—Empezamos con las rosas… —Susurra— Esto ya parece velorio.
Empujo su codo.
—No puedo creer que sigas celosa, Cris —Sonrío, sincera.
Saca tres rosas sueltas del ramo para entregarnos a cada una, dejando el resto de las flores del ramo para mi madre, quien huele el perfume de estas con una sonrisa radiante. Nunca he sentido el olor de las rosas. Y aunque a Cristy le moleste, me parece un hermoso gesto de su parte.
Nany recibe la flor un tanto desconfiada.
Ella ha bajado la guarda con Roberto, por mucho que no se note. Al principio no hubo manera de que pudiese ser amable en su presencia. Cuando le pedí que se portara juiciosa por mamá, me dijo que estuvo años negándose a aceptar la clase de persona que era mi padre, así que ahora no sería fácil conseguir su confianza. Yo entendía su punto. A veces me encuentro tratando de ver como Roberto se desenvuelve en torno a nosotras, buscándole algo que me recuerde a Antonio, pero por suerte no lo he hecho. Papá era una persona hostil y Roberto demuestra ser alguien más bien benévolo. Además de que siempre está intentando agradarle a Cristy, llevándole obsequios o interesándose en su carrera.
Mi hermana y abuela todavía están acostumbrándose a aceptar que mamá también tiene derecho a enamorarse. Algo que he querido que suceda desde hace mucho tiempo.
—Vaya, Myriam. Eres una embarazada muy bonita —Adula él, formándosele arrugas alrededor de los ojos cuando sonríe.
Estiro más abajo mi camiseta para cubrirme el estómago. La ropa se me sube sin que pueda impedirlo.
—Gracias por el cumplido.
Se sienta frente a mí, recibiendo la taza humeante de té que carga mi madre.
—¿Ya saben lo que será? —Pregunta interesado.
Nany contesta por mí:
—Nos va a mantener en ascuas hasta que decida venir al mundo.
—Se esconde en los ultrasonidos —Explico y él se echa a reír— Por lo menos sabemos que es recatado. No se muestra a cualquiera.
Decido irme a casa temprano tan pronto como Víctor me llamara para decir que se van a demorar más de lo esperado. Cierro la puerta al llegar, soltando las llaves con cansancio encima del sofá. Todo está tan silencioso que podría tomar una siesta larga toda la tarde. De esas siestas que se prolongan hasta que el sol se esconde. Casi llegando al pasillo, doy un brinco al encontrarme a Victoria saliendo de su cuarto. También parece un poco sorprendida de verme, echándose para atrás.
—¡Me asustaste! —Se queja con una mano sobre el pecho. Yo trato de recuperar el aliento— Papá me dijo que no estabas.
Mi pecho se agita.
—No lo estaba, acabo de llegar —Me da una rápida mirada a los ojos, mordiéndose el labio y dando una vuelta— ¿Me estás evitando? —Camina de regreso a su habitación— Te estoy hablando.
Me da una ojeada.
—No te estoy evitando.
—Sí, lo haces. ¿Por qué me evitas? ¿Por qué no quieres hablar conmigo?
Se lleva las manos a la cara, suspirando.
—No hagas esto ahora —Toma un poco de ropa. Ve en mí el terror y se da prisa para decir— ¿Si recuerdas que voy donde Casey, verdad? —No deja que responda— ¿Me vas a mirar todo el tiempo así?
Mordisqueo la piel interior de mi boca.
Su voz sigue siendo violenta, y siendo sincera, no quiero pelear con ella ahora. Antes de echarle un último vistazo, me voy de su cuarto en silencio. Me obligo a no llorar mientras esté aquí. Tomo una esponja para hacer algo mientras tanto. Termino quitándole la mancha odiosa a la estufa que no parece con intenciones de salir. Al menos sirve para quitarme un poco el coraje. Escucho el ruido de sus pies contra el suelo y mis hombros se tensan de inmediato. Unos segundos más tarde, la puerta se cierra con otro portazo. Y suspiro. Mi frente se golpea en la puerta del mueble frente a mí, sollozando. Me tiemblan los labios, de pronto no puedo aguantarlo más.
Por esa razón lloro. Lloro mucho.
Con el tiempo parece que me he secado, paso mis manos por debajo de mis ojos mojados. Tomo un vaso con agua antes de irme a la habitación. Tengo cuatro llamadas perdidas de Víctor y un mensaje suyo diciendo que está deseando volver pronto pero que el papeleo del auto se ha demorado por un problema con el sistema. Luego me pregunta si estoy bien, que por qué no contesto sus llamadas.
"Estaba limpiando la cocina y no escuché el celular. Lo siento. Espero que puedas regresar pronto. Ya te extraño"
Me da la impresión de que Víctor está de viaje, como si esta mañana no hubiésemos desayunado juntos.
Recibo una respuesta rápida:
"Yo también, nena. Te amo"
Descanso la cabeza en el respaldo, tirando de la camiseta desde el cuello y sintiendo que me falta la respiración. Se vuelve una necesidad abrir una ventana, pero está demasiado lejos y no tengo la fuerza de voluntad de caminar. No recuerdo dónde demonios dejé el inhalador, puesto que nunca lo ocupo. Mientras reviso dentro del cajón de la mesita de noche, recuerdo que siempre lo mantengo en el armario. Ahora sin muchas excusas me pongo de pie, abriendo de golpe la puerta del clóset. El inhalador está intacto allí sin usar apenas. Lo agito con mi mano, conteniendo el aliento. Mi doctor había permitido que lo usara, solo hasta cierto grado, pero me aseguró que no dañaba al bebé.
Una mano me agarra el brazo.
—¿Qué te pasa? —Creo que me sorprendo más de ver a Victoria que a su voz alarmada— Mamá.
No respondo. Agito otra vez el inhalador, mi voz saliendo ronca por la falta de aire. Después de todo, niego con la cabeza para que sepa que ya estoy mejor. He olvidado que el asma se me quita usándolo dos veces seguidas.
—Fue solo un ataque de asma —Me explico.
Me alivio de escuchar a mi voz más recuperada. Victoria me estudia unos segundos. Algo en ella la hace vacilar, despejando su garganta.
—Deberías recostarte. Estás muy pálida —Caminamos hasta la cama. Sin tener en cuenta de lo mareada que me siento, por lo menos puedo respirar bien— ¿Estás enferma?
—No. A veces me dan ataques de asma.
—No recuerdo haberte visto así antes.
Mi cabeza está sobre la almohada.
—No me dan muy seguidos —Se sienta conmigo con las palmas a cada lado del colchón. Parece que va a decirme algo que al final no hace. Eso me da cuenta lo incómoda que se siente estar en la misma habitación conmigo y lo confirmo cuando unos segundos más tarde se pone en pie— ¿A dónde vas?
Señala la puerta.
—Regresé porque olvidé algo en el cuarto —Se va rauda.
En cuanto sale por la puerta, decido que es hora de tomar cartas en el asunto. Hago una mueca de dolor poniéndome de pie. No creo soportar una noche más sin que arreglemos esto o que por lo menos me diga que es lo que siente. La encuentro tomando algo de la mesita en su cuarto. Se sorprende de verme allí y que cierre la puerta por detrás.
—Por favor, dime que vas a hablar conmigo —Comienza a irritarme que se quede callada, sin responder algo; un ruido, un jadeo, un grito— No… no aguanto más —Mi voz suena cortada, y vuelvo a romper a llorar. Eso no estaba en mis planes. Se supone que hablaríamos con tranquilidad, pero siempre he sido buena cambiando planes a última hora. Me cubro el rostro con las manos, la espalda pegada a la puerta y si no supiera que hay que tirarla para abrir, estaría yéndome de bruces al suelo. No sé cuánto tiempo transcurre mientras sollozo en silencio –o eso creo- pero sí sé el momento exacto en que sus manos apartan las mías del rostro antes de que me envuelva en un abrazo.— Lo siento —Murmuro.
Su cabeza cae en mi hombro y hasta ese momento me doy cuenta que está llorando también.
—No —Su voz es áspera— Perdóname —Dice. Mi llanto cesa pero el de Victoria tan solo comienza y de repente no es capaz de calmarse. Envuelvo mis brazos alrededor suyo, meciéndola en un susurro para tranquilizarla— No te enojes conmigo.
Jadeo.
—Eres tú la que está enojada conmigo, no yo contigo —Por fin su llanto comienza a dar tregua y solo escucho su hipo en mi hombro. Nos muevo un poco para poder mirarla— Ven. Vamos a sentarnos allí.
Nos sentamos una frente a la otra en la cama. Flexiono mi pierna para sentarme encima y ya estoy pensando en cómo voy a levantarme.
—Perdón —Repite.
Mis nudillos limpian por debajo de sus ojos llenos de lágrimas, negando con la cabeza.
—Deja de decir eso —Continúo limpiando su rostro— pero por favor, no hagas esto nunca más. Si hay algo que te molesta, tienes que decirnos lo que pasa.
—Lo sé —Responde— es que no se suponía que tenían que saberlo.
—¿Por qué no?
Encoje los hombros.
—Porque es algo que dije sin importancia. ¿Acaso nunca dijiste o hiciste algo de lo que te arrepientes?
Me estremezco.
—Créeme que sí.
—¿Ves? Eso pasó.
Baja la mirada, mordisqueándose el labio.
—Entonces… ¿Esto no se trata de tu hermano? ¿Estás celosa? —Lo piensa— Necesito que me mires para saberlo.
Su mirada cristalina titubea.
—No
—¿No?
—No estoy celosa —Mantengo la mirada en ella mucho tiempo, hasta que la escucho suspirar— o puede que un poco celosa.
Por lo menos sé que eso es más que cierto.
Quiero estrechar una pequeña sonrisa, una que domino para que no se vuelva a enojar. Acaricio su mejilla con cariño.
—¿Piensas que lo vamos a querer más que a ti? —Mueve la cabeza— ¿Y entonces?
Durante ese lapsus, no hace más que mirar hacia abajo.
—No va a ser lo mismo.
Ahora es mi turno para sacudir la cabeza.
—¿Sigues pensando eso? Creí que dijiste que no lo decías en serio.
—Excepto eso.
Me quedo helada.
—Cariño —Busco a sus ojos tristes— ¿No me crees cuando digo que te amo?
—Myriam, no se trata de eso. Claro que te creo —Viendo que no digo nada al respecto, prosigue— va a ser… otro tipo de conexión.
—¿Acaso no tengo una conexión contigo? —Frunzo el ceño.
Resopla.
—No me refiero a eso —Dice apartando la mirada— Me refiero a que él siempre te va a tener y no digo que sea malo, simplemente será diferente a tu relación conmigo.
Sabía que se trataba de eso, pero escuchárselo decir es más fuerte que pensarlo.
Me empujo más cerca, acomodándome.
—Mira, yo sé que me perdí muchas cosas en tu vida. Muchísimas. Cosas que me hubiese gustado aprenderlas contigo. Y créeme que entiendo el miedo y la inseguridad que este embarazo ha causado en ti, porque lo debes sentir como una amenaza, pero no lo es. Sabes que no podríamos quererte menos —Está atenta a mis palabras— ¿Quieres que te diga otra cosa más importante? —Mi garganta se aprieta— No existe día en que no piense que eres la razón de mi vida.
Hace un sonido con su garganta, parecido a un sollozo.
Y no puedo evitar pensar que sus ojos son el reflejo del océano.
—¿Lo dices en serio?
Dejo un beso en su frente.
—Muy en serio. Te lo prometo, siempre lo has sido.
Después de secarse una lágrima, se cubre el rostro con las manos.
—Soy tan estúpida.
Al igual que ella, yo también le quito las manos de la cara.
—No es cierto ¿por qué dices eso?
—Porque es la verdad —Gruñe— porque me comporto como una niña malcriada.
—No pasa nada —Consuelo— Es normal que te sientas rara. Solo prométeme que vas a hablarlo la próxima vez.
—Te lo prometo.
Beso su mejilla— Bien, me alegra escuchar eso.
No decimos nada más, no necesitamos hacerlo sin embargo. Volvemos al mutismo cómodo de antes. Recuerdo que cuando yo era adolescente como ella y me sentía así de vulnerable, no tenía con quién desahogarme. No tenía a quién decirle lo triste que me encontraba, a pesar de que vivía con más gente en casa. Por más que tuviera a mamá o a Nany nunca me sentí con esa confianza, sobre todo porque no podía decirle todo lo que sentía a mi abuela una vez que nos fuimos de aquí. Yo no quiero que Victoria se sienta sola, quiero que pueda confiar en nosotros para decir lo que siente. La veo removerse en la cama, de pronto su mirada ansiosa puesta en mis ojos, y antes de darme cuenta su frente está unida a la mía, su confirmación conmoviéndome como nadie lo ha hecho nunca.
—Te amo —Susurra lo suficiente para escucharlo.
Y puedo sentir a mi corazón saltar.
—Yo también te amo, bebé.

Mi estómago se topa con su brazo, recostadas encima de la cama, que es lo suficientemente ancha para acomodarnos. Termino usando la mitad de su almohada, dejándola casi al borde del colchón. El sol comienza a esconderse, pero no importa si eso significa que tengo a mi princesa conmigo.
—Oye —Llamo con el ceño fruncido— ¿Tú no venías a buscar algo?
Da media vuelta, quedando frente a mí.
—No, fue una excusa.
—¿Una excusa?
Se ríe— Había venido a disculparme cuando te encontré con tu ataque de asma, pero luego ya no supe cómo hacerlo, así que dije que olvidé algo en el cuarto —Acomoda la mano debajo de su mejilla— Pensé que estabas enojada conmigo.
—¿Por qué pensarías algo así? —Sería muy extraño que yo pensara siquiera en enojarme con ella.
Arruga la nariz.
—Porque te fuiste de mi cuarto sin decir nada. No insististe, y eso me asustó.
El bebé da una patada fuerte.
—Ah. Sí, bueno. No quería seguir peleando contigo.
—Oh. —Sisea— Lo siento.
Doy toquecitos en su nariz.
—Te dije que dejaras de decir eso. —Enredo mi brazo en el suyo y ella esconde el rostro en la almohada— Dime una cosa… ¿Es cierto lo que dijo Lily? Quiero decir, no lo dijiste por decir.
—Fue eso lo que dijo —Confirma.
—Está bien —Juego con un poco de su pelo— Y eso te puso mal. No me digas que no.
Aprieta los labios.
—Sí, pero… ya pasó. —Debo parecer insegura porque exhala— Mamá, hablo en serio. Me puso mal en ese momento porque… llevaba unos días un poco sensible y eso gatilló a todo lo demás. Y si le dije eso a Casey fue porque a veces me pongo un poco idiota.
—¿Sensible? ¿Por qué?
—Porque los echaba de menos. Me sentía un poco sola.
—Oh, nena —Tomo su mano entre la mía— ¿Y por qué no nos dijiste eso? Podríamos haber vuelto mucho antes —Agrando mis ojos— Espera un momento ¡Tú no querías hablar con nosotros! Nunca estabas cuando llamábamos.
Rueda los ojos.
—No iba a arruinarles la luna de miel y no hablé porque tarde o temprano terminaría mencionándoles lo de la pelea.
Nos acurrucamos más la una junto a la otra en la cama. Le digo que todavía tiene tiempo de ir con Casey, pero dice que prefiere quedarse conmigo en casa. Eso por supuesto me pone feliz así que en breve nos ponemos de pie para preparar la cena. Víctor llega cuando hemos seleccionado todo para un pastel de carne. Él no necesita que digamos nada, su sonrisa es más que suficiente para darse cuenta que las cosas se han arreglado. Le da un abrazo a Victoria, dejando un beso fuerte en su mejilla y acunándole el rostro con ambas manos.
—¿Tienes claro que siempre serás mi princesita, verdad? Tengas la edad que tengas.
Ella sonríe, abrazándolo por la cintura unos segundos, fijándose rápido en mí.
—Lo sé.
Víctor también levanta el rostro hacia mí, todavía abrazándola y puedo notar la tranquilidad en su mirada.
.
El lunes tuve doble y ardua jornada de trabajo. Estaba acostumbrada a terminar a las cinco de la tarde y ahora me siento exhausta encima de una silla plegable, que por cierto, está dañando a mi pobre trasero. Ángela dice que mi culo ha crecido, por supuesto por el embarazo, pero que es sexy. No hay manera en el mundo en que mi trasero sea sexy, sobre todo porque no me considero una persona… con esa definición a esta altura de mi vida, o en esta ocasión, con una barriga.
—¡Ay, pateó para mí! —La voz de Rocio resquebraja mis tímpanos al instante. Su mano está sobre mi panza, acariciando y usando un tono aniñado— Este pequeño me cae muy bien.
Ángela pone una mano en su mejilla.
—Pateó porque lo acabas de asustar, Tan —Ríe cuando la pelinegra hace un mohín. Se dirige a mí con una sonrisa dulce— Que lindo debe ser estar embarazada. ¿Ya han pensado en nombres?
Jadeo en respuesta.
Mi bebé vuelve a saltar, pero ésta vez, no patea. De seguro tiene hipo. Pobrecito.
—No creas que es lindo, Áng. No te dejes engañar. Y ahora que lo dices… No. No hemos pensado en nombres todavía.
Rocio se sienta encima de la mesa, cruzando una pierna perfecta con un gran tacón, meneándolo en el aire.
—Tienes que elegir un nombre muy exótico, así como el de tu hija. Uno que nadie tenga, así todos sabrán quién es.
Ángela chasquea la lengua.
—Creo que Myriam y Víctor sabrán que nombre es perfecto para su hijo. Aunque, por favor, no vayan a ponerle uno demasiado largo.
Río ante el pensamiento de mi bebé trabajando duro en el preescolar para descifrar su nombre.
—No se preocupen. Ya veremos que nombre escoger. Por lo pronto, solo estoy deseando que nazca sin ninguna complicación.
Ambas están de acuerdo.
Rocio vuelve a poner una mano sobre mi estómago.
—Oh, cariño. Patea para tía Rocio otra vez.

—Te voy a enviar la dirección por mensaje cuando estés camino acá, que ahora mismo no lo recuerdo.
Logro ponerme la siguiente ballerina en color negro sin usar las manos. Empujo el talón contra el suelo alfombrado al mismo tiempo que sujeto el móvil en mi oreja.
—De acuerdo. Date prisa que ya voy saliendo.
Victoria y yo colgamos. Quedamos en que iría por ella a casa de su amiga –que no es Casey- y luego pasaríamos por las casas piloto para conocerlas junto a Víctor. Él y yo habíamos visitado unas cuantas pero eran demasiado pequeñas para lo que buscamos. Si la sala y cocina eran grandes, las habitaciones eran estrechas. Victoria necesita su espacio, nosotros el nuestro y el bebé de igual manera porque crecerá y comenzará a correr y hacer todo lo que hacen los niños.
Esquivo a tiempo el tubo del suelo que la señora Finnigan tiene proyectado al grifo. Me mira bajo sus enormes gafas anchas, echándole un rápido vistazo a mi aspecto antes de volverse a regañadientes a seguir regando el césped. Hago caso omiso de su actitud. Yo sé que no soy santo de su devoción, como tampoco lo es el resto de los inquilinos para ella. Es la típica vecina que llamaría a la policía por ruidos molestos. Adrian dice que la ancianita es un ser especial; que hay que saber qué palabras usar y qué tipo de tono emplear para caerle bien. Supongo que mi tono no es de su agrado, pero no es como si me importara.
En cuanto enciendo el motor, recibo el mensaje de Victoria.
Tengo que leerlo dos veces para asegurarme de que no estoy alucinando. Doy marcha a la camioneta en un estruendo, apartando el celular. No necesito leerlo de nuevo. Picoteo un muffin de limón de camino. Ha estado dentro de la bolsa marrón desde esta mañana y por más que me insistí a mí misma de guardarlo para la noche, no pude resistirme. Mamá va a ser la culpable si luego ya no puedo verlos porque no hay día que no tenga uno para mí cada vez que voy a verla. Y siendo franca, es lo que espero que suceda cuando voy.
Mmm… limón. Como me gustaría exprimir todo ese jugo en este momento.
Demonios ¡Quiero limón!
Victoria y su amiga Hanna están esperándome en el porche cuando aparco en la acera. Mi mirada viaja a la calle siguiente de forma automática y mi reacción se nota en el vello de mis brazos. Un hormigueo recorre mi espalda y mi estómago cosquillea de anticipación, haciendo que el bebé lo sienta; comienza a moverse por dentro como si quisiera nadar. Saludo a Hanna todavía en el auto y cuando me bajo, me veo cruzando la calle sin prestar atención a mi hija. Escucho su voz llamarme de lejos.
No hay un cambio drástico en ella, de esos que se espera tengan las casas viejas, salvo que la pintura es nueva y el jardín ha sido podado con los años. La vieja ventana del segundo piso sigue intacta. Allí me sentaba por horas a escribir todos los días mirando hacia la calle vacía y tranquila. Se puede decir que era mi único lugar donde podía estar en paz. Escribía todo lo que se me venía a la mente. Escribía sobre mi atracción por Víctor en mi pre-adolescencia, uno que en aquel momento, él no correspondía, o yo no estaba enterada que lo hacía. Me pregunto si quedarán algunas cosas nuestras en el interior. Lo único que empacamos aquella vez fue ropa, así que los muebles y todo lo demás quedaron para el siguiente dueño. Tal vez no son los mismos propietarios. Tal vez solo queda el recuerdo fantasma.
—¿Qué miras? —Debo estar demasiado ensimismada como para no saber contestarle— Mamá, estás en medio de la calle. Vámonos.
—Dame un minuto —Le pido. Avanzo tres pasos para ahorrarme un atropello. Ella sigue mis pasos— Ésta es mi antigua casa, sabes.
De los años que llevo viviendo en Seattle, nunca me atreví a rememorar este pedazo de mi vida. Llámese temor o lo que sea.
—¿En serio? ¿Cuándo?
Hay un perro saltando en la cerca, ladrando al segundo en que nos ve.
—Cuando era niña —Contesto, el perro me hace trastabillar — Aquí viviste tú también.
—¿Yo? —Suena sorprendida.
—Sí —Asiento con una sonrisa y señalo mi estómago— Pero estabas aquí aún.
Mi voz suena rota y Victoria parpadea, acercándose para tomarme del brazo.
—De acuerdo, es mejor que nos larguemos de aquí antes de que te pongas a llorar —Me empuja junto a ella por la carretera, mis ojos fijos en la casa— ¡Mamá!
—¡Qué!
—¡Vámonos!
Víctor nos espera afuera del recinto. Agita la mano aun cuando lo hemos visto antes. La vivienda está en medio de una cuadra vacía, alrededor de muchísimo césped mal cuidado, pero quitando eso, es muy bonita.
En este lugar Molly podría jugar todo lo que quisiera.
La casa tiene tres habitaciones amplias, dos baños y la cocina paralelo a la sala. Las paredes son de un amarillo chillón y el piso de madera flotante, como en casa de Juanita. Un detalle importante es que es muy luminosa. La luz proyecta justo en el ventanal más grande de la sala. No hay segundo piso. Solo una escalera que conduce al ático y otra al sótano.
—¿Qué les parece? —Pregunta Víctor, entusiasmado.
Victoria se lleva un dedo a la barbilla.
—Es bonita, pero el color amarillo está haciendo que me duela la cabeza.
—Podemos pintarla del color que quieran —Toca la pared con los nudillos. Su mirada gris viaja a la mía—¿Myriam?
Esbozo una sonrisa.
—Me gusta —Eso parece sorprenderlo, como si esperara que dijera "no, no me gusta" — De verdad, es muy espaciosa y eso es justo lo que necesitamos los cuatro. —Recalco "cuatro" y lo haría todo el tiempo que fuese necesario.
Muy en el fondo sabía que estaba decidido. Ésta sería mi casa. Ésta ya es mi casa. Se sentía como tal, no importa que ahora mismo no haya nada dentro. La sensación es lo que cuenta.

—Espera ¿vas a pedir un préstamo para comprar la casa? —Pregunto contrariada.
Víctor tamborilea los dedos en su mejilla.
—Estoy tratando de no pensar en sacar el dinero que tengo para la Universidad de Victoria y por mucho que me cueste admitirlo, no tengo muchas opciones.
—Por supuesto que tienes opciones. Siempre existen las opciones. —Sacudo mis manos en mis pantalones, poniéndome en pie de la cama— Tengo dinero ahorrado.
Él sacude la cabeza con rapidez.
—No
—¿Por qué no?
—Porque quiero comprar yo la casa.
Pongo mis manos en mis caderas… o lo que queda de ellas.
—¿Qué propones? No vas a pedir un préstamo, Víctor García. Quedamos en que lo pediríamos para algo urgente en relación al bebé. No podemos arriesgarnos. Él necesita cuidados y eso conllevará muchos gastos.
Se rasca la nuca.
—Pero…
—Pero nada. Ya te dije que tengo ahorros.
—No, Myriam. No voy a discutir en eso.
Suspiro. Después las tercas éramos Victoria y yo…
—Bien, si no quieres que compre la casa —Me sigue hasta el baño donde me cepillo el cabello— Deja que yo le pague la Universidad a Victoria.
—¿De verdad quieres hacerlo?
Hago erguir mis cejas.
—¿Es broma? Claro que sí. ¿A quién más le daría el dinero? ¿Al vecino?
Me muestra una sonrisa arqueada.
—Te levantaste sarcástica hoy, eh.
Tiro demasiado fuerte mi cabello con el cepillo, formando una mueca de dolor.
—He ahorrado toda mi vida, cariño. Ese dinero es de ella.
—¿Por qué ahorraste en primer lugar?
Toma mi cabello para peinarlo viendo que estoy en problemas. Quita los nudos con sus dedos con toda la paciencia del mundo.
—Por si alguna vez me quedaba sin trabajo. Allí tendría un poco de dinero mientras buscaba otro empleo, pero nunca necesité sacar nada de esa cuenta —Lo miro desde el espejo— Me haría muy feliz saber que es para ella.
Sonríe para mí.
—Si eso es lo que quieres... Adelante —Tengo clarísimo que el dinero no va a enmendar nada en absoluto pero por lo menos sé que será beneficioso para ella en el futuro, para que pueda ser una profesional el día de mañana. Eso me llena de ilusión. Víctor pasa por encima de mi pecho una gargantilla delgada. Sonrío tan solo de verla, maravillada— ¿Estás lista para hacer esto?
Dibujo una sonrisa tímida en mis labios.
—Ella… —Me rio, nerviosa— Hay dos opciones: nos va a matar o nos va a amar.
Se ríe conmigo.
—Espero que la segunda.

Victoria
Ethan chasquea los dedos delante de mi cara.
—Deja de mirarla, Victoria.
Mis ojos no se apartan del rostro sereno de Lily, quien ríe a carcajadas con su grupo.
—No puedo —Aprieto las manos en el cuaderno— Cada vez que la miro tengo ganas de golpearla. Ethan, pellízcame.
—¿En serio?
—Sí —Siento un leve ardor en el brazo— ¡Ay, no lo decía en serio!
—Pero… tú dijiste…
Casey se sienta junto a mí mientras gruño.
—Nos van a mandar a todos al auditorio dentro de un momento.
Cruzo una pierna con la otra. Lily se fija en mí por un leve segundo. Maldita.
—¿Al auditorio? ¿Y qué se supone que vamos a hacer en el auditorio? —Ethan pregunta, tomando mi mano para que deje de refunfuñar.
Mi amiga encoje los hombros.
—La conocida de Victoria va a tocar el piano —Inclina la barbilla hacia mí— Reese, la gritona.
Giro los ojos.
No es que Reese sea gritona. La gente no comprende que su voz es demasiado alta y aguda.
Somos empujados por la multitud mientras caminamos al auditorio. Pasamos antes por el pasillo de primaria, soportando las burlas de los chicos que se tropiezan a propósito con nosotros para jugar. Nos enseñan la lengua de pasada, corriendo hacia sus salones como si tuviéramos tiempo de vengarnos de ellos. Por algún motivo, me recuerdan a los hijos de Sergio, pero por suerte ellos no estudian aquí. Me detengo detrás de alguien a tiempo antes de tropezar. El salón aún está cerrado.
Lily menea el trasero delante de mí, dándome una mirada cabreada. Mi vista se nubla.
De todos modos te rompí la cara.
Apreso el puño e Ethan toma mi mano otra vez.
—Oye, no caigas en su juego. Te lo he dicho mil veces.
—Es que… —Resoplo y él me jala para darme un beso— Ah, bueno. Si me vas a calmar siempre así…
—Ok, chicos. No quiero sus demostraciones cursis en mis narices —Se queja Casey.
Entramos con el bullicio de la mitad del alumnado. Nos damos prisa para coger asientos desocupados e Ethan se queda en el asiento que es destinado a su hermana, esperando que no lo descubran por no estar con el curso de último año. Pese a que se esconde, de todas maneras la profesora de Literatura se percata que está escabullido y lo envía de regreso a su grupo. Casey se larga a reír, cambiando puesto para sentarse en el suyo.
La directora da un sermón común sobre convivencia antes de presentar a Reese, que inclina la cabeza en reverencia. Yo no hago eso de saludar cuando toco el piano. Casey y Hanna murmuran en mi oído todo el tiempo y no sé a quién dirigirme sin que me explote la cabeza, por esa razón les susurro que se cierren la boca, cosa que hacen.
Reese termina, inclinándose otra vez para despedirse y la veo bajar la escalinata del escenario, buscando su asiento.
La maestra de música ha tomado el mando del micrófono al frente.
—¿Sabes por qué amo tanto estas ceremonias al azar en el auditorio?
—¿Porque nos saltamos la clase de Química?
Me contagia su energía.
—¡Y en la última hora! Esto es tan genial. Ojalá tuviéramos una exhibición de piano todos los días. ¿Te imaginas en clase de gimnasia? Yo creo que tú serías la más feliz puesto que eres un cero a la izquier… —Se queda en silencio a mitad de frase, por lo que me quedo mirándola confundida— Victoria.
—¿Qué?
Señala con el dedo.
—¿Qué es lo que hace tu papá en el escenario?
—¿Cómo…? —Muevo la cabeza de inmediato, quedándome agarrotada en el asiento durante un tiempo. Parpadeo para asegurarme de que no es un delirio— Mi papá —Susurro, atarantada.
En efecto, él está en medio del escenario. Cuando sus ojos se encuentran con los míos, no solo me quedo agarrotada de nuevo, sino que también congelada. Mirando un poco más a los primeros asientos, veo a mamá.
¿Qué demonios?
¿Qué hacen aquí?
Papá toca el micrófono con los dedos.
—¿Aló? ¿Hay alguien ahí? —Sonríe— Bueno, supongo que me escuchan ¿verdad? O no estarían asintiendo. Está bien… intentaré no ser demasiado tedioso.
—Adelante, señor García, con confianza —Anima la profesora.
El corazón se me va a salir del pecho.
—He sido apoderado de este colegio desde hace años. Mi hija ha estado aquí desde la primaria. Estoy seguro que algunos de ustedes la conocen, ella es la que está sentada allí en medio —Puedo sentir a mis mejillas ruborizarse en cuanto me señala. Todo el mundo se voltea a verme— Su nombre es Victoria García… —Suspira— y es lo más maravilloso que la vida pudo haberme dado.
Escucho numerosos "Aw" alrededor del auditorio.
Hanna me codea, sus ojos abiertos de par en par y una sonrisa tierna en el rostro. Sigo sin entender qué es esto, pero mi estómago cosquillea escuchando a papá.
»—La mayoría de los adolescentes estarían avergonzados si sus padres estuvieran de pie donde me encuentro yo para decir cosas lindas de su hijo o hija, pero lo que los adolescentes no saben y no logran comprender es el inmenso amor que nosotros como padres sentimos por nuestros hijos, un amor tan grande que nos hace hacer cosas como estas. Y no es por desmerecerlos, chicos, pero déjenme decirles que tengo a la mejor hija del mundo. —Hay pifias, posteriores risotadas y el silencio otra vez— Ella es especial y los que la conocen saben a la perfección de lo que estoy hablando. Ella tiene un corazón tan grande como el universo y la amo. La amo muchísimo.
Eso último lo dice mirándome.
Se me encoge el corazón.
Yo también te amo, papá pienso para mí.
—Ella sabe que eso es cierto ¿verdad? —Inconsciente de hacerlo, asiento — Sabe que daría mi vida por ella.
Casey solloza.
No puedo llorar por más que quiero hacerlo.
Mi garganta suena cuando veo a mamá subir.
—¡Ah, miren a quién tenemos aquí! Ella es mi esposa, Myriam, y es la madre de Victoria. —Mamá tiene las mejillas rojas, similares a las mías.— Estoy seguro que ya se dieron cuenta que está embarazada —Hay risas de atrás—¿Te sientes bien para hacer esto, cariño?
Asiente.
—Estoy un poco nerviosa —Escucho a mis compañeros murmurar mi nombre, como si yo no supiera que son mis padres los que están frente al colegio. Algunos profesores como la mayor parte de la multitud, empieza a dar ánimos a mamá para que esté tranquila— Bien… es extraño que me sienta nerviosa de hablar en público puesto que en general es lo que hago, pero ésta es una ocasión especial porque… como ha dicho Víctor, Victoria es una persona muy especial y por ende debe ser tratada de la misma forma. Y quiero decirle delante de todos algo que se lo he dicho más de alguna vez —Ella me mira— Te amo. Sé que me escuchas decírtelo más de alguna vez en el día, pero nunca es suficiente. Tengo muchas cosas que agradecerte, muchas cosas que he aprendido contigo de las que me siento muy afortunada y sé que sabes que es cierto, que mi amor por ti no se puede medir de ninguna forma, mucho menos contar con los dedos.
Trago grueso. Mamá se vuelve a la multitud.
»—Y sí hoy estamos haciendo esto para ustedes, es para demostrarle algo que parece que no termina por entender. De verdad, espero de corazón que lo comprenda ahora ¿verdad? —Se dirige a papá con una sonrisa— Espero que no nos odies después de esto, cariño, pero en serio te adoramos como no te imaginas. Que todo el mundo lo sepa, no importa, pero recuérdalo siempre.
El globo de agua explota en mi interior y rompo a llorar. Los suspiros de aquí no se hacen esperar. Casey está llorando como yo.
—¿Ustedes quieren a sus padres? —Pregunta papá. Hay un sonoro sí en respuesta— En ese caso háganselo saber todos los días, porque estoy seguro que ellos harían lo mismo que nosotros ahora.
Me dirigen una última mirada antes de que desaparezcan del lugar. La maestra, entre jadeos y los ojos llenos de lágrimas, continúa la ceremonia. En cambio yo, no puedo seguir en mi asiento. Me pongo de pie consciente de que todos siguen mirándome como si fuese la niña de las flores y salgo corriendo del auditorio. No tengo idea de dónde pudieron haber ido, o creo que sí, pero me siento tan hiperventilada que no sé qué dirección tomar. Obligándome a mantener la calma, avanzo entre el caminito de piedra hasta la parte trasera del salón. Están despidiéndose de la directora cuando salen por la puerta, momento en que me ven. Sé que estoy con la cara surcada en lágrimas y de alguna manera ellos también.
Mamá me sonríe con timidez.
—¿Me pueden explicar que fue lo que acaba de pasar? —Mi respiración entrecortada—¡Se volvieron locos!
Papá hace un gesto con la boca, haciendo ademán con la mano.
—Fue nuestra demostración de amor hacia ti, princesa. —Pasan unos segundos en los que ambos parecen a punto de una neurosis— ¿Te gustó? ¿Nos odias? ¿Te acabamos de arruinar la vida?
—No puedo creerlo —Sacudo la cabeza. Me doy cuenta que están por pensar que voy a gritarles.— ¿Me preguntas si me gustó? Me encantó. Por supuesto que no los odio, pero es que… no lo puedo creer.
Puedo ver el minuto exacto en que sus rostros suspiran de tranquilidad. Y por más serenidad que trate de tener, no soy buena fingiendo mucho, de modo que abrazo a papá por la cintura, la adrenalina en mi cuerpo haciendo su propio trabajo. Él responde al abrazo.
—Te amo. Por favor, nunca olvides eso.
Derramo algunas lágrimas en su suéter.
—¿No hay un abrazo para mamá también? —Ella se aclara la garganta, ladeando la cabeza hacia un lado y no alcanzo a separarme demasiado de papá cuando ella me abraza.
Limpiándome las lágrimas al separarme, no evito la risa que se me escapa de los labios.
—Están mal de la cabeza… ambos —Señalo— Locos de remate.
Me miran con diversión.
—Y eso no es todo. —Me dice mamá.
—¿No?
Sacan algo dentro de su ropa al mismo tiempo y me cuesta un poco percatarme que se trata de una gargantilla de oro. Me acerco para leer su contenido, sorprendiéndome al encontrar mi nombre impreso en ella.
—Pensamos en mandar a hacer sudaderas con tu nombre ¿sabes? Pero ya ves que tu madre no siempre estará embarazada y luego se queja de que le queda grande.
Myriam le codea en el estómago, y dirigiéndose a mí, me regala otra sonrisa.
—¿Ahora sí nos crees que te vamos a amar siempre de la misma manera?
Aparto el cabello de la cara, sonriendo en reflejo.
—Sin duda alguna, sí.
La tripa de mamá se tropieza conmigo para abrazarme otra vez, acunando mi rostro y atacándome a besos, de esos que me hacen sentir más querida aun, pero yo no voy a admitirlo en voz alta. Papá nos rodea devuelta tanto que puede escondernos alrededor suyo. Y como si quisiera llamar su propia atención, siento las patadas del bebé en la panza de mamá, como si estuviera dando puños. Una manera muy obvia de decirnos que también está aquí.
Todavía estoy un poco choqueada por lo que acaban de hacer.
Supongo que el día de mañana voy a recordar esto como la anécdota más loca que he vivido… Si es que no hacen otra cosa loca en el futuro que lo supere.
Conociéndolos, eso no lo pongo en duda.
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Mensaje  Eva Robles Sáb Mar 05, 2016 9:08 pm

Gracias por el capitulo cada vez esta más emocionante esta novela mil gracias por campartirla

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Mensaje  mariateressina Lun Mar 07, 2016 6:16 pm

Worale hasta que me puse al corriente con esta historia, graxias esta buenísima. muy hermosa. flower .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 4 196 flower flower .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 4 196
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Mensaje  Bere Lun Mar 07, 2016 11:52 pm

Capítulo 36
La señal
Víctor
Myriam atrapa un puñado de cabritas antes de que deje el recipiente encima de la mesa. Sus hinchados pies sobre ésta, acurrucándose en mí tan pronto me siento. Ella me señala la tv mientras entrelazo nuestras manos.
—No sé qué pensar sobre esto. Liliana casi se hace pis por esta película pero Ana me asegura que apenas le dio miedo —Me quita el control remoto, presionando play para que la cinta comience.
—Eso depende de cada persona. Por ejemplo a Sergio le causó mucha risa —Me muevo más al centro del sofá, notando el vacío a mi lado derecho— ¿Dónde está Victoria?
Myriam tose con las cabritas.
—En su cuarto.
Echo la cabeza hacia atrás.
—¡Victoria! Ven aquí, miedosa.
Desde aquí podemos escuchar su grito de vuelta:
—¡No soy miedosa! —En un par de segundos, ella está asomada en la pared del pasillo, sujetándose de ella y mirándonos con ojos curiosos— No se vayan a comer todas las cabritas.
Myriam le tiende el cuenco.
—Mi vida, nada de eso es real. —Le asegura.
Ella protesta.
—¡Es real! —Saca unas pocas, todavía de pie en el pasillo— Aquí la única que se va a dormir sola y tiene baño fuera del cuarto soy yo. No pienso verla.
Me rio.
—¿En serio le tienes miedo a una película de terror? ¿Tú?
Agita la cabeza, entrecerrando sus ojos.
—Sí… Es decir, no tengo miedo. —Myriam y yo nos reímos— ¡Es la verdad!
Señalo el puesto a mi lado.
—Ven aquí de inmediato. ¿No que tienes que hacer servicio comunitario la próxima semana donde aparte de eso va Ethan? Te dejo ir sin problemas con la condición de que vengas a ver la película con nosotros.
Eso no estaba en discusión, ella tenía que ir de todos modos, pero manejarla un poco nunca está de más.
Sus ojos se abren de par en par.
—¿Cómo sabes que va Ethan?
—No lo sabía, pero acabas de confirmar mis sospechas.
Resopla.
Myriam me codea, mas no doy mi brazo a torcer. Escuchando sus resoplidos continuos, al final decide apartarse de la pared del pasillo, ocupando el lado vacío en el sofá con las piernas cruzadas. Lleva un pijama corto, ya que estamos en época de calor.
El clima de Agosto llegó como olas de fuego. De un día para otro estábamos asándonos terriblemente. Como Myriam trabaja y yo estoy haciendo clases particulares de gimnasia fuera de mi trabajo actual, Victoria se va donde mi madre o a veces donde Refugio, por eso casi nunca estamos en casa por la tarde, y eso significa que los fines de semana el balcón obtiene la atención de los tres. La casa de mamá tiene la ventaja de que llega toda la sombra durante el día, razón por la que es cómodo y agradable estar en la sala o en la cocina, pero donde Refugio, si no estás en la cocina, estas dentro de la nevera, porque la sala es un horno. No hay muchas opciones allí.
Pongo mi brazo alrededor de Victoria y otro alrededor de Myriam.
Cada mañana cuando me despierto y desperezo, me doy cuenta que tengo una familia real, una familia bien constituida; una esposa, una hija y un bebé en camino. Y es cuando me veo junto a las dos sentados a la mesa ya sea para desayunar o cenar, que todo esto es imprescindible. Sé que Victoria y yo estamos donde tenemos que estar. Sé que Myriam lo está de igual modo. Es así como siempre debió ser y es así como será el resto de nuestras vidas. Por esa misma razón mi hijo va a nacer. Él tiene que nacer. En algún recóndito espacio de aquella palabra llamada "destino" él estaba inscrito. Las cosas fueron difíciles al principio, confusas, dolorosas. Hay muchas cosas que me gustaría cambiar, pero si miro atrás a las cosas que hice o no hice, comprendo que he hecho lo correcto.
Para cualquiera es fácil decir que todo valió la pena, pero no es así para nosotros. No todo valió la pena. No es como si nos hubiésemos reencontrado después de tanto tiempo para formar una familia así de simple. Existieron todos estos años en los que Myriam y Victoria no se tuvieron, por esa razón sé que nunca valdrá la pena en ese aspecto. No podría decir que vale la pena lo que mi padre y Antonio hicieron para estar donde estamos. Nunca lo haría. Sin embargo, he aprendido que no podemos quejarnos siempre de lo que pasó y no pasó. ¿De qué sirve? Aparte de claro, amargarse la vida.
En medio de la publicidad en la tv, Myriam y yo nos metemos en una burbuja que a veces estamos sin que nos demos cuenta. Ella susurra cosas al tiempo que le robo picos pequeños de la boca. Eso es lo único que puedo conseguir por ahora. A veces nuestros besos son más intensos pero no es como si quisiese que nuestra hija nos viera. Myriam me ha mantenido en la abstinencia desde hace varias semanas, mofándose de mí cada vez que me lo recuerda.
Con todo y sus burlas intencionadas, la amo.
Victoria carraspea y me alejo para verla ponerse de pie.
—Se supone que estamos aquí para ver la película —Se sienta en medio de los dos— Así está mejor.
Myriam suelta una carcajada, sacudiendo su mano para despedirse de mí. ¿Ya mencioné también que las dos se ponen de acuerdo para actuar en mi contra?
Se ponen a cuchichear mientras la película aún no comienza y me apodero del cuenco de cabritas.
Desde que Myriam y yo nos presentamos en el colegio de Victoria con esta loca idea, la relación entre los tres estaba mucho mejor que antes, y eso que ya estaba bien en ese momento. Sobre todo la de ellas. Tratamos de pasar la mayor parte del tiempo con nuestra hija, haciéndola sentir amada y protegida. No han vuelto las peleas ni tampoco las inseguridades. Victoria entendió por fin que no hay manera en el mundo de que podamos dejarla de lado. Y creo que hablarle con tanta sinceridad delante de tanta gente, causó el resultado que esperábamos. Ya no se pone a la defensiva por nada. Antes le costaba un poco adaptarse al hecho de que tendríamos un nuevo integrante en la familia. Ahora es un tema fácil de hablarlo para ella.
Otra de las cosas con que Myriam y yo estamos tomándolo con cuidado, son los celos. Victoria es muy celosa. Conmigo lo fue cuando era una niña y llevaba amigas a casa, ahora sin embargo, lo es con Myriam. Es su naturaleza. Lo extraño es que no es celosa con Ethan o con otras personas cercanas, sino solo con nosotros dos.
Celos de hija única.
Después de que las asuste a ambas encendiendo y apagando la luz y fingiendo que no soy yo, terminamos cambiando la película casi al final para poner un programa de caricaturas y así quitarnos un poco la tensión, aunque si me pongo a buscar el trasfondo de lo que ven mis ojos, diría que es un programa infantil para hipnotizar a los adultos.
—Bueno, chicos —Myriam suspira— acostumbrémonos desde ya con esto porque es lo que veremos en la televisión los siguientes siete años o más.
Victoria, quien se echa para abajo en el sofá, emite un grito sofocado.
—Eso me da más miedo que la propia película.
Suelto una carcajada, encontrándole razón.
—Ya sabes, siempre podemos cambiar a Daniel, el tigre. —Bromeo.
Myriam me mira.
—Oh. —Ahora desvía la mirada hacia el suelo.
Y yo frunzo el ceño.
—¿Oh, con qué?
Tiene una sonrisa radiante en el rostro.
—Daniel es un lindo nombre. —Antes de que Victoria y yo podamos reaccionar o siquiera a pensar en ello, Myriam jadea, poniendo sus manos en su vientre— Víctor, enciende la luz.
Hago eso lo más rápido posible, preocupado por su voz jadeante.
Victoria es la primera en reaccionar.
—¡Dios mío! —Deja escapar en voz alta, señalando el estómago de Myriam— Papá, dime que acabas de ver eso. —De algún modo, el lado derecho de su estómago está un poco abultado, como si el bebé intentara salir por la piel de la barriga— Esto… mierda.
Toso.
—Victoria —Regaño a tiempo que alcanzo el celular de la mesita, dándome prisa para poner la grabadora, todo eso en unos segundos— Vuelve a hacer eso para nosotros, bebé.
Y lo hace. Es la primera vez que él o ella hace caso a lo que digo. Cuando da patadas y quiero que vuelva a hacerlo, siempre decide quedarse quieto. En ese aspecto es igual a su hermana. Uno les dice una cosa y hacen otra.
—¿En serio no te duele? Él acaba de estirar tu piel más de lo que está.
Myriam traza sus dedos con suavidad en la zona abultada, sonriendo.
—No me duele… o tal vez solo estoy un poco desconcertada para sentirlo. Mira, por poco y quiere salir por mi ombligo.
—Mamá —La detiene con la mano, perpleja— ¿Tienes ombligo?
Reprimo la sonrisa y Myriam entrecierra los ojos hacia Victoria con diversión.
—Muy graciosa. —La verdad es que el ombligo de Myriam ha desaparecido desde hace algunos meses. Recuerdo que Liliana tenía una pequeña prominencia, en cambio Myriam solo tiene una mancha marrón. Cambiamos el canal para ver Friends y al cabo de una hora, todos parecemos cansados. Myriam nos mira a los dos— ¿Pueden ayudarme a ponerme de pie, por favor?
Ella acaba de entrar en la semana 33 de embarazo y ha estado quejándose de que no puede verse los pies y que su tripa está pegada a sus piernas, motivo por el que le cuesta caminar. Yo trato de masajear su espalda todos los días, los pies y a veces limpiar las lágrimas que derrama por la incomodidad. Aparte de todo eso es que le impide dormir por la noche. Se mueve para todos lados. No hay modo de que se acomode pese a que Liliana le regaló un almohadón especial que lo usa entre sus piernas. Ni eso.
Pero con el tiempo y calmando su llanto, siempre se repite a si misma que es por nuestro hijo.
Victoria y yo tiramos de las manos de Myriam, que logra ponerse de pie del sofá.
—Ya está, gordita. ¿Quieres un té antes de dormir? —Al momento en que termino la pregunta sé que la he cagado muy mal. Victoria me da una mala mirada y Myriam, en vez de enojarse, se va tranquila hasta la cocina. Camino junto a ella, calentando el agua en la tetera de la estufa. Nos topamos cuerpo con cuerpo un par de veces, pero nada fuera de lo normal. Antes de que estuviera embarazada igual chocábamos porque la cocina es demasiado estrecha— Cariño, puedo hacer esto por ti. Si quieres puedes…
—¿Para qué tu gordita no te estorbe, verdad? —Su tono es acusador y sus ojos se llenan de lágrimas— Deja que yo lo haga. Puedo hacerlo sola sin problemas.
Parpadeo.
—Nena, yo no quise…
—Ya, Víctor. Te dije que lo dejes —Ella se limpia las lágrimas con las manos. No me muevo de donde estoy, haciendo que se irrite— ¡Víctor! ¡Ahora tú estás estorbando!
Muevo la cabeza.
—Me voy a mover cuando dejes de decir estupideces.
Ahora es su turno de parpadear.
—¿Estás diciendo que soy estúpida?
—¡No! —Mierda, Víctor— Cariño, estás pensando cualquier cosa. —Su mirada asesina es suficiente para decirme que no le interesa que arregle la situación. Y como soy el rey de lo inoportuno, me echo a reír. Algo que, por supuesto, le enfurece.
—¡Deja de burlarte! —Chilla y en vez de reírse conmigo, se larga a llorar— No tienes que recordarme que estoy horrible, Víctor.
Me apresuro a rodearla con mis brazos. Al principio se pone a la defensiva pero al tiempo sus lágrimas son más fuertes que su presión para apartarme.
—Oye, mírame. No intentaba hacerte sentir mal, en serio. Lo dije con cariño. Yo pienso que estás hermosa.
Resopla, restregando sus ojos en mi camisa.
—Eres un idiota.
—Te amo. Lo siento —Le digo, limpiando sus mejillas rebosadas de lágrimas.
Exhala fuerte, sus manos sobre mi pecho.
—No, yo lo siento. Perdón por actuar como un león todo el tiempo.
Rio entre dientes.
—Estás sensible y eso es normal. Escucha, no es como si fuese la primera vez que te veo embarazada.
Sus ojos se agrandan.
—Sí, tienes razón —Se aparta de mí, mirándome ahora sin su irritación de entonces— pero en aquella época era mucho más chica y todo era nuevo y alucinante para nosotros. Incómodo, pero alucinante al fin y al cabo.
Eso era muy cierto.
Hay una pequeña similitud del Víctor de 18 al Víctor de 35. A los dieciocho estaba aterrado hasta la médula porque no tenía idea a lo que me enfrentaba y hoy, diecisiete años más tarde, vuelvo a tener el mismo sentimiento, pero de una manera distinta. Ser papá adulto tiene sus ventajas, porque a comparación de antes ahora tengo experiencia y un trabajo estable.
—¿Puedes darme un abrazo? — Myriam me sonríe, su panza topándose con la mía. Y de pronto, rompe a llorar de nuevo— ¿Qué…? ¿Qué pasa ahora? —Pregunto, preocupado.
Ella se muerde el labio, reprimiendo el sollozo.
—Es que… —Suspira, incapaz de dominar las lágrimas — no puedo abrazarte.
Señala su tripa gigante, la causa de por qué no puede hacerlo.
Es una ternura.
Victoria sale de su cuarto antes de que pueda darle una respuesta o más bien… llenarla de besos. Ella capta de inmediato las lágrimas de su madre y echándome un vistazo, se acerca para abrazarla.
—¿Por qué estás llorando? Papá ¿qué le hiciste? —Recrimina.
Oh. Vamos.
—¡Yo no le hice nada! —Me defiendo.
Myriam se aclara la garganta.
—No, cariño. Él no hizo nada. Lo siento, ni siquiera sé por qué estoy llorando —Y lo sigue haciendo.
Después de todo, y por la constancia de Victoria en pedirle que deje de llorar y yo preparando su té, logra calmarse. Son muy pocas las veces en que ella tiene un ataque de llanto. Si bien llora todo el tiempo, hay veces en las que llora hasta por la publicidad de perritos en la televisión. Así que aprovechando su semblante tranquilo, decidimos todos irnos a dormir. Cepillo mis dientes rápidamente, mojando mi rostro y usando la toalla de mano antes de regresar a la habitación. Encuentro a Myriam acostada con un libro sobre su panza, hojeándolo.
—¿Qué lees?
Empujo lejos la colcha, por el calor no la necesitamos.
Señala el contenido con un bolígrafo azul.
—Este libro me lo regaló mi madre ¿Recuerdas? Para que eligiéramos el nombre de nuestro bebé. Estaba leyendo aquí el significado de Daniel —Su mirada viaja a la mía— Espera, yo no te pregunté si te gusta ese nombre.
Muevo mis dedos, entrelazándolos.
—Me agrada el nombre y si a ti te gusta, está bien.
—No pareces muy seguro, pero no importa porque podemos buscar más. De hecho, aquí marqué con el bolígrafo unos cuantos. También marqué para niña.
Ella lee en voz alta algunos.
—Me gusta Norman —Digo— por si es niño. También Alexander y Caleb.
Sus ojos se suavizan.
—Oh, Caleb es un nombre muy bonito. —Hojea un poco más, encontrando las casillas marcadas con los nombres de niña— Aquí marqué las que me parecieron lindas, pero si no te gustan no pasa nada —Myriam parece demasiado emocionada con el asunto de los nombres, porque tiene que detenerse para recuperar el aliento— Mia es un nombre muy bonito, así como Amanda y Abigail.
—¿Qué tienes con los nombres con A?
Encoje los hombros.
—Nada en especial. Acá hay más, escucha: Crystal y Camille. Esos son también preciosos.
Llevo un dedo a mi barbilla, pensando.
—¿Te gusta Caleb para niño, verdad? —Agita la cabeza con vehemencia— Pues a mí me gusta Abigail pero Camille también suena bien. No lo sé, esto es tan difícil.
—Caleb o Alexander. —Nos echamos a reír— Está claro que no nos vamos a poner de acuerdo.
Myriam cierra el libro, guardándolo en la mesita de noche y abrazándome, dejando pequeños besos en mi cuello. Aspiro su fragancia hasta que siento que va a quedarse dormida. Su panza está pegada a mi cadera y puedo sentir cuando el bebé comienza a dar patadas, algo que hace siempre que Myriam está por dormirse.
—Tranquila —Murmuro, dibujando círculos alrededor de su brazo— Aguanta siete semanas más ¿sí?
Se remueve, inquieta.
—No falta tanto a comparación de hace unos meses, pero se me hace una fecha tan lejana.
Presiono mis manos más fuerte en sus brazos.
—Lo sé, nena. Lo sé.

La espuma de la cerveza de Erick se sale de la lata, manchando el mantel rojo de mi madre.
—¿Una cena, dices? ¿Qué estamos celebrando?
Él se encoje de hombros.
—Sabes que últimamente a tu mamá se le da con preparar cenas sin motivos especiales. Eso es bueno. Desde que trabaja con tu suegra se le ve feliz y animada.
Erick está poniéndome al corriente de todo lo que pasa en casa y el hecho de que nadie me haya mencionado una cena familiar para mañana, es algo para apuntar. Esta vez, sus invitados especiales son las Montemayor. No es la primera vez que cenamos juntos, pero como últimamente mi madre y Refugio son casi uña y carne, parecen querer tener reuniones de este tipo muy seguidas.
—Supongo que está bien. Mientras mamá se vea feliz, por mí está perfecto.
Sergio alcanza a pescar a Colin de la camiseta pero éste logra arrancar.
—¡Te vas a quedar sin el videojuego si sigues rayando las paredes! ¡Te lo advierto!
Con un suspiro muy peculiar de papá cansado, se sienta en la silla justo debajo de la sombrilla. Estamos los tres en la terraza y hay suficientes cervezas para compartir.
—Cuando Rosie y yo te vemos a ti con una esposa embarazada y una hija adolescente, nos dan ganas de tener otro hijo, pero luego recordamos que tenemos a los huracanes como propios y se nos pasa.
Erick suelta una carcajada, tendiéndole una cerveza lista para beber. Mi hermano la recibe con gusto, bebiéndola antes de que el chorro de espuma caiga.
—¿De verdad, Sergio? —Es mi turno para reír—Esos niños son tu copia exacta. Fuiste, eres y serás un dolor en el culo.
Inclina la cabeza hacia en reverencia.
—Gracias por siempre ser tan cariñoso con tu hermano mayor, Víctor.
Erick le señala con el dedo.
—Liliana me ha contado todo sobre ti cuando ella era niña y lo fastidioso que siempre eras.
—Acuérdate que fuiste un jodido traidor y me encerraste a mí y a Myriam en el cuarto el día de su cumpleaños.
Él abre los brazos como si fuese a volar.
—¡No te atrevas a reclamarme eso! Deberías de agradecerme por lo menos porque te encerré con la que sería tu esposa y la madre de tu hija… perdón, hijos. Eso es un gran gesto por mi parte.
Suena el timbre y estamos demasiado entretenidos platicando que no le prestamos atención. Sergio sigue insistiendo en que es nuestro maldito cupido por encerrarnos y que todo comenzó allí gracias a su idea, cuando de hecho Myriam se durmió en sus piernas, enojada conmigo.
Alan sale a la terraza a toda velocidad.
—¡Papá! ¡Papá! ¡Es el abuelito! ¡El abuelito está aquí!
Bebo otro sorbo de cerveza, mirando de soslayo a Sergio y a Erick. Alan luce tan entusiasmado que me apena que no todos reaccionemos como él.
Papá viene una vez por semana para visitar a Alan y a Colin. La mayoría de sus visitas él los lleva a pasear y por más que ha insistido en que Victoria se les una, como es de esperar, ella nunca ha querido. Pese a que Myriam y yo hablamos con ella para decir que está bien si quiere verlo o al menos decirle algo, se enoja y repite que no quiere.
Me quedo sentado en mi lugar cuando Erick y mi hermano se ponen de pie, bebiendo mi último sorbo de cerveza. No tengo intención de levantarme a saludar hasta el momento en que recuerdo exaltado que en algún rincón de la casa… está Victoria. Eso hace que me ponga de pie de inmediato. Ella se va a sentir menos incómoda si estoy yo presente.
Manuel está de pie en la puerta.
—Hola, hijo. Que gusto me da verte —Saluda.
Se ve mucho mejor desde la última vez que lo vi. A lo mejor está decidiendo seguir con su vida al igual que lo está haciendo mi madre.
—Hola
Colin abraza a Manuel por la cintura, rebosando de felicidad. Ellos son la única razón por la que no hay escándalos de gran magnitud ni recriminaciones. Son niños que no tienen la culpa y es entendible que lo quieran, como también era entendible que empezaran a comportarse mal cuando no sabían nada en absoluto de por qué de un momento a otro se fue de la casa. Querían respuestas que nadie podía darles. Sergio y Ana están decididos a decirles la verdad una vez consigan la edad suficiente para comprenderlo.
—¿Vamos a ir al parque, abuelito? ¿Podemos comprar helados y jugar en los columpios? —Colin regresa la mirada a su padre— ¿Papá, nos dejas salir con el abuelo, por favor?
Sergio revuelve el cabello de su chico.
—No hay problema, campeón. Solo no vayas a portarte mal. Lo mismo para ti, Alan.
Y como si hubiese intuido lo que pasaría a continuación, Victoria y Liliana bajan las escaleras. Están riéndose de algo entre ellas sin percatarse de su presencia y la confusión de Victoria por el extraño silencio acaba una vez que sus ojos se posan en los suyos. Tengo la sensación de que va a salir corriendo, pero en cambio, baja lo que queda de la escalera para detenerse cerca de mí. Mi instinto de papá oso me hace estirar mi brazo para rodearla y no se queja de ello.
Los ojos de Manuel brillan al verla, casi como admirándola. Sé del tiempo que ha pasado desde que se dejaron de ver, como también sé que hay un cambio muy grande en eso. Victoria ya no corre para abrazarlo, ya no le llama abuelo y sus ojos no brillan en respuesta.
—Victoria —Murmura él con voz rota— Estás… hermosa.
Mi hija levanta la mirada azul para susurrarme:
—Voy a ir a la cocina.
Mis manos se presionan en sus brazos.
—De acuerdo —Termino diciendo.
Sus pasos se dejan de escuchar cuando desaparece por la puerta. Manuel se ve decepcionado por su ausencia. Los niños comienzan a impacientarse para salir pero él no hace ningún impulso.
Sus ojos están en los míos.
—Déjame hablar con ella, Víctor… por favor.
Sergio y Erick lucen incómodos con la situación. Liliana carraspea, llamando a los niños para alistarlos.
—Eso no depende de mí.
Juega con sus manos.
—Solo serán cinco minutos.
Su insistencia por hablar con ella a veces es molestosa, aun así nunca se rinde. No tengo idea qué podría decirle a estas alturas que ella no sepa.
Trago con dificultad.
—Veré que puedo hacer.
Y sin más que decir, doy un vuelta rumbo a la cocina.
Victoria está tamborileando los dedos sobre el mesón cuando me ve, dando un respingo. Algo en mi rostro la hace trastabillar.
—Él es insistente ¿verdad?
Me acerco lo suficiente para tomar su mano.
—Quiere hablar contigo, como siempre.
—¿Y qué le dijiste?
Chasqueo la lengua.
—Que vería que puedo hacer.
Palidece.
Aparto un mechón de su pelo, dejándolo detrás de su oreja.
—Princesa, no tienes que hacerlo si no quieres. No vine a obligarte, pero ¿sabes qué? Tal vez si solo lo escucharas, solo eso, sin tener que responder a nada, él va a dejar de insistir, va a entender que no quieres esto.
Baja la mirada, moviendo sus manos.
—No quiero hablar con él, papá —Su voz es de súplica.
Pongo mis manos en sus mejillas, levantando su mirada.
—No te sientas mal. Eso solo depende de ti.
Mordiéndose el labio, de pronto su frente está encima de mi pecho.
—¿De verdad crees que dejará de insistir si accedo a escucharlo? Esto está comenzando a cansarme.
Me abraza por la cintura y yo me aferro a ambos costados de su cuerpo.
—No lo sabremos si no lo intentas.
Murmura algo por lo bajo, suspirando. Líneas visibles marcándose en su frente una vez que se separa.
—Papá —Noto el miedo en su voz— Por favor, no me dejes sola. Lo haré si te quedas conmigo.
Lo dice como si eso fuese demasiado para mí, como si fuera a rogarme para que no la deje sola. Sonrío para ella, mi instinto sobreprotector regresando al instante. Reparto besos por su cara, dejando entre ver que conmigo está a salvo.
—Claro que sí, pequeña.
Le pido a Manuel que nos espere en el despacho. Liliana suelta un gemido, sorprendida y envía a los chicos al cuarto de juegos. Ellos, listos para salir, se van a regañadientes. Sergio está intranquilo señalándonos mientras Victoria camina junto a mí. Puedo notar lo nerviosa que está, por esa razón entrelazo su mano en la mía, pasando por el lado de mis hermanos.
Sergio besa el tope de su cabeza pelinegra.
—Todo va a estar bien, pequeña elefante —Le regala una sonrisa sincera, confortándola.
Soy yo quien entra primero al despacho y Victoria en ningún momento suelta mi mano cuando entra después. Trato de tranquilizar a mi pulso acelerado. Si veo que es demasiado para ella, no voy a dudar en detenerlo. Mi padre está ansioso esperándonos de pie, sus manos dentro de los bolsillos y buscando de alguna manera los ojos de Victoria.
—Gracias por permitir esto, hijo. —Mueve la cabeza como si estuviera despidiéndome.
Enderezo la espalda, mi mano presionándose en la de mi princesa.
—Voy a quedarme con ella. Sea lo que tengas que decirle, lo tendrás que decir en mi presencia.
Eso le sorprende.
—No te preocupes, lo entiendo. —Hay asientos libres para ocuparlos, sin embargo, nos mantenemos de pie. Mi estómago se retuerce. Puedo imaginarme como se debe sentir Victoria. Papá aclara su garganta, examinándola con una sonrisa— Estás muy cambiada, Victoria. Te ves como… —Entrecierra los ojos— te ves como Myriam.
Noto la rigidez alrededor de su mano y antes de pensárselo dos veces, se suelta de mí, caminando unos pasos hacia adelante y señalándolo con el dedo índice.
—No te atrevas a mencionar a mi mamá. —Es tajante. Es dura. Es… es Victoria.
El desconcierto de Manuel es evidente.
—Lo siento —Estira los brazos a cada lado de su cuerpo, como una especie de árbol de Navidad— Perdóname por todo lo que te hice, por todo lo que les hice. Tengo claro que va a ser difícil que me perdones, aun así necesito decírtelo porque lo digo de corazón. Perdí a toda mi familia por un error garrafal. En todo este tiempo en que los he tenido lejos, me he dado cuenta que no saco nada con echarme a morir, que debo seguir adelante pese a mis desgracias. Debo enmendar lo que hice, por esa razón estoy diciéndote esto —Rasca su mejilla, nervioso— Diré algo que estoy seguro ya sabes… Tu madre era una niña en aquel entonces, un poco más joven que tú. Yo fui testigo de cómo ella se aferró a ti hasta el último momento. Myriam le temía muchísimo a su padre, Antonio. Sin embargo, contigo en sus brazos parecía la persona más valiente del mundo y apenas tenía 16 años.
Victoria respira con dificultad.
»—Yo ayudé a convencerla de que tú estabas mejor con nosotros, pero ella no quería. Seguía negándose. —Se toma unos momentos para meditar— Estoy convencido de que si Myriam hubiese sido un poco mayor, una joven que haya terminado sus estudios, capaz de encontrar un trabajo sin dificultades, las cosas hubiesen sido diferentes, pero te repito, ella era solo una niña, así como tu padre era solo un niño. Aproveché la debilidad adolescente de ambos para conseguir lo que quería. Sabía que Víctor no conseguiría nada buscándola. Él estaría trabajando y criándote. —Presiona sus ojos con fuerza— Me arrepiento mucho de lo que hice. Manejé a mi propio hijo a mi gusto y manejé a una muchacha que no tenía las armas para defenderse.
Victoria menea la cabeza y me quedo con la mano sobre mi barbilla. Las palabras de Manuel son duras, son difíciles y siguen doliendo.
—¿De qué sirve que me digas todo eso ahora? ¿Crees que arrepintiéndote todo va a ser más fácil para ti?
Él niega con la cabeza.
—No, pero creo que necesitábamos esta conversación. Tú necesitas decirme lo que tengas que decir.
Se queda callada. Durante ese momento me aseguro de que no va a ponerse a llorar, pero en lugar de eso, me sorprende ver su cólera cargada en sus mejillas sonrosadas.
—Y lo voy a decir.
—Mira, entiendo que…
—No, déjame hablar —Lo interrumpe— ¿Qué más puedes decirme aparte de pedirme perdón? ¿Vas a decirme algo diferente, vas a agregar algo más? —Manuel niega en respuesta— Entonces ahora me vas a escuchar a mí porque he estado dos años queriendo decírtelo pero no soportaba la idea de tenerte cerca. Eres… —Tartamudea, presa en su propio enojo— un ser despreciable. ¿Sabes qué pensaba sobre ti de niña? Te admiraba, y tuviste el descaro de mentirnos siempre. Me quitaste a mi mamá y eso no te lo voy a perdonar nunca. Alguien tan egoísta como tú capaz de buscar su propio bienestar sin importarle la del resto. Dices que somos tu familia pero lo único que hiciste fue hacernos daño.
Sus palabras son como un Deja vu, como cuando encaré a Manuel aquella horrible vez.
—Yo me hago responsable de eso —Está al borde de las lágrimas— pero Antonio…
—¡No me importa él! ¡Yo te conocía a ti! ¡Sé que fue una mierda como ser humano y comprar a una persona como lo hiciste tú, te hace serlo también! ¡Me compraste, maldita sea! ¡Me compraste como se compra algo desechable en el supermercado!
Cierro los ojos. La voz rota de mi hija me parte el corazón. Decidiendo que es hora de terminar con esto, me acerco y pongo mis manos en sus hombros.
—Está bien, nena. Vámonos de aquí.
—¡No! —Papá exclama— Era demasiado tarde cuando me di cuenta del error que cometí. Estaba arrepentido de verdad.
Ella se suelta de mí, acercándose a él de nuevo.
—¿Arrepentirte? ¿Y me vas a decir que también te arrepentiste cuando le quisiste disparar? ¿Acaso me ves cara de estúpida? —Su voz se eleva dos octavas— No quiero verte. No puedo perdonarte aunque lo quisiera. Hay errores que simplemente no se pueden perdonar y ahora mismo siento que podría gritarte un millón de cosas. No sé lo que pasará el día de mañana, no tengo idea si alguna vez pueda mirarte sin sentir tanta decepción y vergüenza. —Mueve la cabeza—Aléjate de mi familia. —Las lágrimas que antes reprimió, ahora están cayendo alrededor de sus mejillas— Aléjate de nosotros, no pienses siquiera en acercarte a mi hermano —Mi corazón salta en ese momento —¿te digo otra cosa? si mi mamá defendió a su hermana, yo también voy a defender al mío. Y créeme que yo sí sé defenderme bien.
Con una última mirada, tomo la mano de Victoria para sacarla de allí. Manuel no insiste en que se quede, se queda atarantado en su lugar y me obligo a no hacer contacto visual con él. Vemos a Liliana y Sergio esperándonos afuera y a juzgar por sus rostros compungidos, sé que han escuchado toda la discusión. Decido ir a la cocina con Victoria, cerrando la puerta y viendo que se cubre el rostro con las manos.
No soporto verla llorar.
—Ven aquí —Enredo mis brazos alrededor suyo y de inmediato tengo su cara en mi pecho, las lágrimas manchando mi camisa— Todo va a estar bien ¿de acuerdo? Estoy muy orgulloso de ti, pequeña, porque diste un paso muy importante.
Comienza a limpiarse la cara a regañadientes, controlando su llanto.
—Va parecer muy extraño, pero me siento tranquila ahora.
Nos miramos y luego de un momento, nos largamos a reír.
—Sí, es extraño porque tu cara está toda pegoteada. —Bromeo logrando que me pegue en el brazo— No, en realidad te entiendo. Te sientes… desahogada ¿verdad? Es lo que tenías que hacer, Victoria. Necesitabas quitarte esa carga.
Asiente, calmándose un poco.
—Lo siento tanto, papá —Murmura— Esto tiene que ser difícil para ti.
Pongo una mano alrededor de su cuello, captando su atención.
—No tienes que disculparte. A mí solo me importa que estés bien después de esto. Papá y mamá están contigo ¿sabes? Vamos a estar bien.
—Lo estamos. No es que vayamos a estar bien, lo estamos —Corrobora muy segura— Quiero ver a mamá ¿podemos ir por ella al trabajo?
Miro mi reloj. A Myriam todavía le quedan diez minutos antes de salir, así que si nos damos prisa alcanzaremos.
—Está bien.
Un poco dubitativa, pregunta:
—¿Puede esto… quedar entre nosotros? Quiero decir, sé que los demás igual lo saben, pero me gustaría que no se lo mencionaras a mamá hoy. No quiero que se preocupe o se estrese.
Yo estaba más que de acuerdo con eso.
—No te preocupes. Este es nuestro pequeño secreto… por ahora.
Les pido a mis hermanos y a Erick que se mantengan discretos con la situación reciente, considerando que Myriam está llegando a término su embarazo y no es buena idea alterarla. A ellos les parece bien. Cuando Victoria regresa más tranquila del baño para limpiarse la cara, Manuel y los niños ya se han ido, de esta forma no tenemos que enfrentarlo de nuevo.

La recepcionista nos saluda amable a Victoria y a mí cuando ingresamos al edificio. Una vez que las puertas se abren del elevador, nos encontramos con el rostro afectuoso de Eric quien nos saluda también, más animoso que la chica, mientras salimos del cubículo. Lo único que escuchamos por el pasillo es el ruido de nuestros pies, pero tan pronto doblamos en la siguiente esquina, puedo ver la silueta de Myriam dándonos la espalda, conversando con Rocio y otra chica que si no estoy mal, es Leah. Ángela, un poco más allá, nota nuestra llegada, avisándole a Myriam.
Su sonrisa florece en su rostro afable. Se despide de las chicas antes de dirigirse en nuestra dirección con una carpeta en las manos. Victoria se arrima alrededor de ella antes incluso de que pueda llegar hasta nosotros. Myriam se sorprende de eso, soltando una risita y enredando la mano en su pelo.
—¡Hola! —Saluda sin borrar su sonrisa— que abrazo tan reconfortante, cariño.
Mirándolo de este lado, diría que es lo que Victoria estaba esperando que sucediera desde que tuvo el enfrentamiento con Manuel.
Dejo un beso en los labios de Myriam apenas se separan y ella no aparta la mirada extraña en Victoria.
—Estábamos extrañándote mucho —Le digo para distraerla.
—¿Estás bien? —No presta mucha atención a mis palabras, frunciendo el ceño hacia ella.
Victoria sonríe, sincera.
—Sí, muy bien. ¿Acaso no podemos venir a buscarte al trabajo?
Después de unos momentos, Myriam sonríe también, y sé que la ha convencido.
—Claro que sí. Me alegra mucho —Hace una mueca de dolor, suspirando— Por suerte vinieron. Estaba un poco cansada de tener que esperar un taxi afuera.
Sacudo la cabeza.
—Myriam, tienes que parar con esto. Tienes que dejar de trabajar, no estás en condiciones de…
Me detengo una vez que la veo agitar la carpeta en sus manos.
—Ya no tienes que preocuparte por eso, Víctor. Acaban de darme vacaciones. —Anuncia con un gesto. Eso en definitiva me alivia. Todos los días me voy preocupado a trabajar porque Myriam apenas puede ponerse de pie sola y ha estado con dolores constantes desde hace unos días en el vientre. Ese es el motivo por el que he insistido con ella en que deje el trabajo. Y ahora por fin lo haría.— ¿Qué? ¿Acaso no van a decirme nada?
Victoria y yo nos miramos, sonriendo. Ella vuelve a abrazar a su madre.
—Lo bueno de esto es que no voy a tener que andar de casa en casa por el resto del verano.
Myriam deja un beso en su mejilla.
—Bueno, bueno ¿podemos irnos? No soporto mis pies.
Entrelazo mi mano en la de ella y caminamos los tres juntos fuera del edificio.

Como en cada cena por la noche, mi madre agita una campanita dorada al aire, incluso si ya hemos cenado. Supongo que el postre tiene el mismo valor que la cena para ella.
—Quiero decir, es obvio que yo seré la pediatra de mi sobrino o sobrina ¿verdad? —Liliana nos da una mirada interrogativa a Myriam y a mí, pero más que interrogativa, parece una amenaza.
Ana aparta el pocillo vacío de helado.
—No entiendo por qué no eres la pediatra de tu propio hijo, Liliana.
Mi hermana lleva un poco de helado a su boca, rodando los ojos.
—Porque soy su madre y prefiero la opinión de un segundo pediatra ¿Quién sabe si mi lado aprensivo florece justo cuando se enferma? Voy a calentarme la cabeza pensando en una infinidad de diagnósticos. —La mesa está llena de gente como lo está en Acción de Gracias, Navidad y Año nuevo. Nany está de un lado, Refugio y Cristy del otro. Mis hermanos, mis cuñados, mis desordenados sobrinos. Myriam y Victoria junto a mí— Y bien ¿qué estamos celebrando? —Liliana hace sonar la cuchara en la mesa.
Mi madre bebe un poco de vino.
—Oh, nada en especial, querida. Nos gusta reunir a la familia de vez en cuando.
—El próximo mes será en mi casa —Recuerda Refugio levantando el dedo. Sus mejillas coloradas por el vino— Solo si Myriam no se pone de parto, por supuesto.
La mayoría ríe.
En el momento en que lo mencionan, mi estómago se revuelve de los nervios.
Sergio se burla sentado frente a mí en la mesa, elevando ambas cejas para molestarme, repitiendo lo que ha estado diciendo desde que la cena comenzó "Víctor, pareces un papá primerizo" y puede que tenga razón. Pasó tanto tiempo desde que cambié un pañal o mecí un bebé lloroso por la noche que la sensación me abruma.
Las mujeres levantan sus copas al aire, despejando sus gargantas.
—¡Por el futuro descendiente! —Grita mamá a viva voz.
Myriam alza la copa de jugo, la otra mano sobre su barriga.

Tomo entre mis manos la cajuela arriba del armario.
Lo primero que veo cuando abro la cajita, es la fotografía de Myriam que he guardado allí durante años. No me doy cuenta de la sonrisa nostálgica que esboza mi rostro, un acto que Myriam no pasa desapercibido. Ella viene saliendo del baño, quitándose la bata que ya no puede abrocharse.
—¿Por qué estás sonriendo?
Sin borrar mi sonrisa, le enseño la fotografía. La reacción de Myriam es casi instantánea. Sus ojos pasan de la incertidumbre a la nostalgia. Tal vez ella sí recuerda cuando le sacaron esta foto.
—Oh, esa fotografía —Susurra, tomándola entre sus manos.
—¿Recuerdas esta foto?
Niega con la cabeza.
—No recuerdo cuando la tomaron pero… —Levanta sus ojos claros a mi rostro, contemplándome como si estuviera en una especie de globo— ¿Sabes que con esta foto conocí a Victoria?
Arrugo el entrecejo.
—¿Cómo…?
—¿Ella nunca te lo mencionó? A lo mejor no lo recuerdas. —Trato de pensar. Quizá lo dijo y como dice Myriam, no lo recuerdo— Ella y yo nos conocimos fuera del edificio y me preguntó si era, bueno, yo… —Suelta una risilla— y ella tenía esta foto para asegurarse de que lo era.
Aprovechando su distracción con la foto, dejo mis manos a cada lado de sus caderas y le doy un beso cargado en su frente. Mis labios se quedan allí por lo que parecen horas.
—Supongo que mantenerte en la incógnita para ella, hizo que sus ansias de conocerte fueran aumentando a medida que crecía —Comento. Myriam cierra los ojos, mis labios aun besando su frente.— ¿Sabes qué haremos con esta foto? —La recupero entre mi mano, señalando la mesita de noche— La pondremos allí al igual que esa foto tan preciosa de nuestra hija recién nacida.
Myriam suspira en mi pecho, viendo la foto de Victoria sobre la mesita. Sus hombros se tensan, así como su mirada cambia a una con verdadero temor.
—Falta tan poco para que el bebé nazca y los nervios están comiéndome.
—No eres la única ¿eh? —Descanso mi mano sobre su tripa— Me tiene ansioso.
Sacude la cabeza.
—Solo espero no arruinarlo. Me gustaría que él se sintiera protegido conmigo y no asustado.
—¿Y por qué se sentiría asustado?
—No lo sé… me da miedo no ser lo suficiente para él.
Miro alrededor, decidiendo arrastrarla hasta el baño. Quedándome de pie detrás de ella frente al espejo, digo:
—Repite después de mí, Myriam —Presiono mis dedos suaves en sus hombros, masajeando para que se tranquilice. Parpadea cuando sus ojos comienzan a cerrarse.— Soy y seré una buena madre.
Toma una profunda inspiración.
—Ok.
—No, no. Tienes que decirlo.
—Ah, lo siento. De acuerdo… —Respira de nuevo — Soy y seré una buena madre.
Lo repite cuatro veces.
Doy toquecitos amistosos en su espalda.
—Muy bien… quiero que repitas eso todos los días frente al espejo ¿está bien? Vas a ser una madre genial. No quiero que dudes eso. Empezaste al revés con Victoria pero ¿ves? Ella te adora.
—Gracias. Es que estoy aterrada de un bebé en casa, sabes. No es como si yo supiera "algo" sobre bebés, porque no sé nada de bebés.
Dejo un beso en su cuello, repartiendo otros por su clavícula.
—Nadie nos enseña a ser padres, Myriam —Trazo mi nariz por su hombro, mis brazos alrededor de su pecho.
—Tú sabes ser un padre, Víctor —Me mira con ternura, su mano sobre la mía— Cambiaste pañales, diste biberones por la noche, bajaste su fiebre —Su voz se quiebra al tiempo que sus ojos se abren de par en par— ¡Dios mío! ¡La fiebre! ¿Qué vamos a hacer cuando tenga fiebre? ¿Y si se va en el sueño? Ni siquiera sé si despertaré cuando él despierte llorando.
No puedo evitar sonreír. Su rostro denota total preocupación mientras su mano se aparta de la mía para acariciar su abultado estómago.
—Liliana será nuestra pediatra ¿no es eso una ventaja? La tendremos para nosotros las 24 horas del día. De a poco vas a ir aprendiendo y no creas que yo no esté nervioso solo porque ya he cambiado pañales antes. Me siento igual de aterrado que la primera vez. Él será un bebé saludable y muy amado. Ya lo verás.
Esboza una sonrisa tranquila, descansando su nuca en mi cuello.
—No todo puede salir mal ¿Verdad? ¡Jesucristo! Estoy tan nerviosa.
La giro sobre sus talones y levanto su barbilla ante su expresión palpitante. Beso su boca para transmitir de alguna manera tranquilidad, pese a que estoy al borde del colapso también. Al menos por mi lado, Myriam sí logra calmarme y ella adapta su mano en mi mejilla, suspirando en mis labios. Una sonrisa afectuosa es lo que recibo por su parte y durante unos segundos no hacemos más que quedarnos pegados el uno al otro, sin decir nada.

Myriam abre la bolsa de patatas fritas en un respingo y el aire del interior sale de sopetón. La escucho refunfuñar, dándole una mala mirada a la bolsa.
—Esto trae solo aire ¿te das cuenta? Nos estafaron.
Rio entre dientes, estirando mi brazo y sacando papitas.
—Siempre han traído aire. Lo que pasa es que eres demasiado distraída para darte cuenta. —Hace caso omiso de lo que digo, masticando la papita y volviéndose hacia la ventana. Apago el motor cuando hemos aparcado frente a un letrero de estacionar — ¿La ves por ahí?
—Está aquí, Víctor —Señala frente a su ventana. Una cuadra más allá está Victoria junto a los chicos pintando la pared del colegio.
Su profesora jefe asignó a un grupo para hacer servicio comunitario por las vacaciones de verano, seleccionando alumnos con buena disposición como también algunos que hayan tenido problemas, y como Victoria y Lily tuvieron ese enfrentamiento hace meses atrás, también fueron elegidas para la tarea, de igual manera Casey y Luna. Ethan y otros chicos fueron voluntarios.
Ella tiene una brocha llena de pintura en la mano.
Hago una mueca.
—¿Por qué le permitimos usar esa jardinera?
Myriam mira hacia ella y luego se vuelve a mí.
—Porque nunca le hemos exigido usar la ropa que nosotros queremos. De todos modos ¿qué tiene de malo su jardinera? —No tiene nada de malo. Quiero decir, es un poco… apretada y bastante sugerente, por decir lo menos— Que paranoico eres —Se burla y no estoy seguro si lo he dicho en voz alta.
Ruedo los ojos.
—Se ve preciosa así —Aseguro— pero no cuando…
—… está Ethan a su alrededor. Ya me sé de memoria tu frase.
Jadeo.
—Ok, voy a calmarme.
—Eso estaría bien. —Toco la bocina para que sepa que hemos llegado— Por cierto, yo también estoy usando una jardinera. ¿Puedo recibir su consentimiento, señor?
—Chistosita. —Victoria llega sacudiéndose las manos en las rodillas— Ey ¿Cómo va el trabajo?
Suspira.
—Bien, ya estamos casi terminando. ¿Esas son papitas?
Myriam le tiende la bolsa.
—Papitas de aire. —Le dice mientras Victoria saca unas pocas— Vamos a esperarte aquí, bebé.
Saca otra papita, lanzando besos al despedirse.
Saco una libretita de la cajuela, leyendo las múltiples cosas que tenemos que hacer esta semana. Myriam sigue comiendo patatas, echándome un vistazo.
—Entonces… —Murmuro— La próxima semana comenzaremos la mudanza. Tengo todo controlado. Sergio conoce a un amigo que tiene camión para cargamentos. ¿Ya decidiste que empacar primero?
—Deberíamos dejar la cuna y la cómoda del bebé para lo último. Y… puede ser que llevemos primero la mesa. Podemos comer en la encimera mientras tanto.
—Bien —Lo anoto deprisa— ¿Deberíamos llevar también la nevera? No, espera, eso es necesario —Tacho mi incomprensible letra— Las alfombras. No hay que olvidar las alfombras.
—Víctor —Escribo alfombras con una letra parecida a la de doctor. Acomodo mi espalda en el respaldo, dejando el lápiz a un lado de la cajuela y mirando a Myriam de reojo— Acabo… de… romper aguas.
—Sí, cariño, pero no creo que debamos llevar en seguida eso porque… Espera ¿qué?
Mis ojos se abren de golpe, dándome cuenta que tiene las piernas abiertas. Su rostro no es más que un tomate.
—Acabo de romper aguas. —Repite con voz tranquila, como si no pudiese creerlo.
No, eso no puede ser.
Todavía no es tiempo de que nazca ¿verdad? Eso no significa que vaya a nacer… es decir, sí. Si rompe aguas es porque va a nacer, mierda. Aunque no significa tampoco que vaya a nacer ya. No creo que lleguemos al hospital y el bebé esté asomándose para nacer ¿o sí? Escucho a Myriam llamarme pero estoy demasiado centrado en mis propios pensamientos para captar su atención.
Con el tiempo, entumecido de pies a cabeza, siento la mano de Myriam en mi mejilla, dándome una bofetada. Entonces reacciono.
—¡Víctor, por el amor de Dios! —Gruñe, su mano aun en el aire— ¡Haz algo!
Suelto un jadeo.
—Pero… pero todavía faltan seis semanas.
—¡Ya sé! —Grita ajustando su trasero en el asiento, de pronto viéndose demasiado asustada— Tenemos que ir al hospital. He escuchado que tenemos hasta 24 horas para ir pero no me voy a quedar en el maldito auto hasta que sienta una contrac… ¡Mierda! —Cierra los ojos, su mano presionándose en mi mano. Acabo de sentir a mis huesos romperse— ¡No te quedes callado!
Parpadeo.
Voy a ser papá por segunda vez.
Toco la bocina con fuerza y le digo a Myriam que regreso en unos segundos. Victoria viene caminando tranquila hacia mí y quiero gritarle que corra, pero mi voz se queda atascada. Sin embargo, mi aspecto tuvo que ponerla en alerta, porque me dice:
—Papá, estás blanco como la leche.
Tomo una profunda inspiración.
—Tu madre va a tener al bebé.
En una fracción de segundo, Victoria no hace nada. Agranda sus ojos tan pronto comprende mis palabras, sacudiendo la cabeza.
—¡¿Qué?! Pero si todavía falta…
Agito la cabeza del mismo modo que ella.
—Lo sé, seis semanas. Myriam acaba de romper aguas.
Aun no termino la frase cuando Victoria camina hasta la ventanilla del auto. La voz de Myriam se quiebra cuando le habla a nuestra hija.
—¿Recuerdas cuando te dije lo que tenías que hacer si yo entraba en trabajo de parto?
Si no estoy mal, Victoria va a tener un ataque de histeria pronto.
—Sí —Recuerda— Tomar el bolso del armario, el que está en el segundo cajón. Meter la ropa con etiquetas blancas de la cómoda en este y asegurarme de agarrar la maleta marrón de la silla donde tienes tu ropa.
Myriam asiente, las lágrimas asomándose en sus ojos. Me apresuro a subirme al auto.
—Llévalas al hospital por mí, por favor.
—¿Vas a estar bien? —Le pregunta, alarmada.
Myriam acaricia su mejilla, dejando puesta su mano allí.
—Sí, voy a estar bien. No te preocupes por mí.
Ambas se despiden con un beso y nos ponemos en marcha de inmediato.
No puedo decir que estoy manejando como se debe porque estaría mintiendo. Tampoco es que esté manejando como un loco, solo que… no estoy manejando tranquilo.
—¿Cómo te sientes ahora?
Myriam resopla.
He estado preguntándole lo mismo cada dos minutos.
—Estoy bien
—¿No tienes contracciones?
—No
—¿Segura?
—¡Sí!
Quince minutos después aparcamos fuera del hospital. En un movimiento flash, me bajo y abro la puerta para Myriam, que suspira en respuesta. Ella se queja de que puede caminar sola, pero de todos modos le ayudo. El ruido de altavoces y enfermeras caminando de acá para allá termina mareándome. Agilizando las cosas, llamo a una de las recepcionistas para decir que mi esposa está en trabajo de parto. Algo grita hacia un costado y en pocos segundos tenemos al enfermero junto a una silla de ruedas. Myriam hace una mueca de dolor al sentarse y su mano está aferrada a la mía.
Tengo intención de ir con ella, mas no me lo permiten. La recepcionista toma mi brazo.
—Tiene que llenar el formulario de su esposa para ingresarla. Ella estará bien. Deje que Josh la lleve.
Myriam está a punto de romper a llorar y me aseguro de mecer su rostro en mis manos.
—Voy a estar contigo en unos minutos ¿de acuerdo? Sé mi chica valiente.
Sonríe con tristeza, asintiendo levemente antes de que el enfermero se la lleve en la silla de ruedas.
Mi corazón salta en mi pecho cuando se va.
Viendo que no puedo hacer nada más, me doy prisa para anotar todo lo que la señorita me pide en el formulario.
Esto es una locura.
Y aun cuando estoy nervioso por Myriam, no puedo dejar de pensar que nuestro bebé está llegando seis semanas antes al mundo.
Un bebé prematuro.
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Mensaje  Bere Mar Mar 08, 2016 9:36 pm

El final esta cada vez mas cerca

Capítulo 37.
Es la hora
Víctor
Cuando llego a la segunda planta, el mismo enfermero que transportó a Myriam en silla de ruedas me comunica que ella está siendo atendida por su doctor y que tengo que esperar en una de las sillas al fondo del pasillo. Trueno los dedos de mi mano, los mismos que con anterioridad Myriam maltrató con su agarre y sin ánimos de esperar más, me acerco a la puerta dando débiles golpecitos. Soy consciente de que el doctor puede molestarse por mi interrupción, pero necesito asegurarme que mi esposa está bien. Mi mano queda suspendida en el aire cuando vuelvo a tocar, encontrándome con el rostro conocido del obstetra.
—Adelante, por favor —Él no se ve molesto. Entro encontrando a Myriam tumbada en una camilla. Sus ojos son una mezcla de desasosiego y miedo— Le estaba comentando a su esposa que apenas lleva 1 cm de dilatación. El líquido amniótico por suerte es transparente, de manera que quedará internada de inmediato.
Aclaro mi garganta.
—Doc, ella… tenía fecha para Septiembre. ¿Qué tan malo es que se adelante tanto tiempo? —Mi voz se quiebra apenas lo pregunto.
Él se acomoda los guantes blancos en sus manos.
—Considerando que son seis semanas de adelanto, no hay mayor problema. Myriam tiene 34 semanas y eso está dentro de lo relativamente normal, por el momento. Es posible que nazca pequeño, sí, pero también es posible que nazca con un peso normal —Supongo que ve en nosotros el desconcierto y se apresura a añadir— No se dejen llevar por la mala visión de partos prematuros. Si bien, lo ideal es que los embarazos lleguen a término, en este caso no significa que vaya a tener problemas graves. Él tiene las mismas posibilidades de supervivencia que un bebé nacido de 40 semanas. Lo mejor que pueden hacer ahora, es calmarse. Sobre todo usted. —Señala a Myriam— Si estuviéramos frente a un embarazo menor a las 30 semanas, en ese caso tendríamos que preocuparnos de verdad.
Nos quedamos más tranquilos con su explicación.
Él revisa su historial médico, del que es parte también y toma su temperatura. Estamos cerca de cuarenta minutos dentro de la consulta antes de que le avise al personal sobre trasladar a Myriam a una habitación. Aprovechando que el médico no está en el cuarto, me acerco y sostengo su mano tibia, apartando con la otra su cabello.
—¿Cómo estás? —Susurro.
Ella se deja acariciar.
—Ansiosa… y muy nerviosa. —Me inclino y beso su frente— ¿Llamaste a los demás?
Yo ni siquiera lo había recordado hasta ese momento.
—Lo haré en seguida. Por el momento me aseguraré de que quedas bien en la habitación. No pienso separarme de ti.
—Sí, por favor, no te vayas.
Dejo un beso en sus labios, al tiempo en que ingresan para llevársela. La sigo muy de cerca por el corredor, tanteando las manos en los bolsillos para buscar mi celular. Me quedo en el umbral de la puerta viéndolos meter tubos alrededor de ella, máquinas y exponiendo su tripa al aire. Le señalo a Myriam el teléfono para que sepa que voy a hablar y ella lo entiende. Salgo de allí justo cuando la voz de mi madre contesta de vuelta. Por un momento creo que voy a quedarme sordo por su grito apenas le anuncio lo sucedido. Comienza a atolondrarme de preguntas. Al cabo de unos minutos, en los que tengo que rogarle que se tranquilice, le aviso que es cosa de horas para el parto.
Cerca de las seis de la tarde Victoria llega. Nos topamos en el pasillo y le ayudo con todas las cosas que trae.
Como es de esperar, lo primero que me pregunta es por su madre.
—Ya comenzamos con la cuenta regresiva. Solo hay que tener un poco de paciencia.
—¿Cuánto dura esto?
Sacudo un poco mi frente, cansado.
—No lo sé. 12 horas más o menos.
Jadea.
—Eso es mucho tiempo… —Murmura.
—¿No recuerdas como fue con Liliana?
—Estaba en el colegio ese día —Cruza de brazos— ¿Puedo entrar a verla? —Pongo mis manos en sus hombros, llevándola conmigo a la habitación. Myriam está postrada incómoda en la cama, sus ojos puestos en el techo. Por supuesto, en cuanto nota la presencia de Victoria, cambia por completo— Hola, mami —Se sienta a la orilla de la cama.
Myriam busca su mano para apretarla en la suya, sonriendo.
—Justo estaba pensando en ti. —Da toquecitos en su barbilla con la otra desocupada.
El hecho de que Victoria cambie el humor de Myriam al instante, es algo a considerar.
—¿Te duele mucho?
Myriam parpadea, tomando una inspiración.
—Un poco. Ahora son leves y lejanas —Hace un gesto con la boca— pero eso es solo el comienzo —Suspira— Tu hermano va a acabar conmigo.
Están agarradas de las manos, mirándose la una a la otra mientras hablan en voz baja. Si hubiera más gente en la habitación, estoy seguro que ellas ni se percatarían.
—Vas a estar bien —Consuela— Sabes eso ¿verdad?
Toma aire de alguna parte.
—Sí, lo sé.
Recibo un mensaje de mi madre para avisarme que todos están en la sala de espera. Cuando leo "todos" puedo imaginarme a lo que se refiere.
Lamentando hacerlo, las interrumpo.
—Mamá está esperando abajo. ¿Debería ir y dejarlas o Victoria va y así me quedo contigo?
—No —Interrumpe, incómoda— Vayan juntos. Voy a estar bien.
Victoria le da un beso.
—Usa el botón rojo por si necesitas algo —Pide de manera que pudiésemos irnos tranquilos.
Myriam sostiene su mano, acercándola a sus labios para dejar un beso en ella.
—Lo haré —Abandonamos la habitación no sin antes echarle un último vistazo, notándola tener otra contracción.
Como es de suponer, todos están en la sala de espera, bloqueando la pasada.
Antes de que podamos darnos cuenta, los chicos de Sergio arrojan el jarro de flores de la esquina de la habitación en un estruendo, haciendo que pedazos de vidrios pequeños caigan en todas direcciones. Ana pega el grito en el cielo, disculpándose al tiempo que reciben una reprimenda de la enfermera. Sergio y ella comienzan a recoger todo el desastre posible, enviando a sus hijos a sentarse tranquilos en sus sillas, cosa que por supuesto, no dura mucho.
Refugio me toma el brazo.
—Víctor, mi hija. ¿Dónde está mi hija?
Acaparo toda la atención y me armo de paciencia para contestar cada una de sus preguntas. Les digo que no hay manera de que nazca esta noche, así que no sacan nada con quedarse en el hospital. Refugio y Cristy suben para visitar a Myriam, y Nany, que ha decidido sentarse, les cuenta historietas a mis sobrinos para mantenerlos tranquilos. Algo que para sorpresa de todos, logra sin dificultad. Mamá me lleva a un extremo de la habitación, aconsejándome cómo cuidar de Myriam en este proceso; los mismos consejos que le dio a Sergio y luego a Erick en su momento. Ella estaba tan impaciente en el nacimiento de Victoria que no se le ocurrió dármelas.
Más tarde, cuando todos se han ido, incluida mi Victoria, regreso a la habitación junto a Myriam.
Sus mejillas están enrojecidas cuando me acerco. Incluso si sé lo mal que se siente, me regala una sonrisa como bienvenida. Aparto el cabello de su cara, trazando mis dedos por la suavidad de su piel y besando ambos de sus pómulos inflamados.

Estoy desgastado.
Lo único que pude conseguir con el personal de turno fue un sofá color crema situado cerca de la ventana, una almohada de hilo y una frazada pequeña para descansar, pero si soy sincero conmigo mismo, lo que menos he hecho es descansar. Llevamos cuatro horas en el hospital y desde entonces Myriam ha estado removiéndose y quejándose dormida todo el tiempo. Pasa de las contracciones leves a las más fuertes, aunque la última vez que alguien vino a comprobarlas, nos dijeron que estas últimas –las que han sido más o menos fuertes- no son en realidad mucho.
A las diez de la noche la enfermera regresa a revisarla otra vez.
—Tienes 3 de dilatación, cielo —La voz dulce de la mujer nos avisa.
¿Tres de dilatación? ¡Falta un montón!
Después de unas horas, cuando le administran oxitocina para ayudar a que dilate más rápido, los dolores comienzan a ser constantes y Myriam está llorando ahora. La veo inhalar profundo por la nariz y exhalar por la boca.
—Así es, hermosa. Tú puedes hacerlo —Susurro solo para ella.
Cuatro minutos más tarde vuelve a tener una nueva contracción y su serenidad se va al demonio.
Apenas llega a 5 cm, Myriam acepta la epidural. Yo no iba a opinar al respecto porque es ella la que tiene los dolores y si me hubiesen preguntado, de seguro decía que sí de igual modo.
—Me duele la espalda… —Balbucea— Quiero irme a casa.
Ocupo la orilla de su cama y ella entierra sus uñas en mi brazo. No me quejo de ello.
—Aguanta un poco más. Solo un poco más.
Cierra los ojos, cabeceando.
Los 8 cm llegan en menos de una hora.
La escucho lloriquear.
—Quiero… —Solloza— Quiero ver a Victoria. Tráeme a mi hija.
Me levanto del sofá.
—Cariño, son las 3 de la mañana y ella está en casa de mi madre ahora.
Gira la cabeza, lágrimas apareciendo en las esquinas de sus ojos.
—Por favor, dile que venga. Quiero verla antes de tener al bebé —Su voz se ha vuelto ronca y pese a saber que los dolores han disminuido a causa de la epidural, ella está muerta de miedo— Víctor, por favor.
Comienza a llorar más fuerte y no necesito que vuelva a repetírmelo.
—Voy a llamar a Sergio para que la traiga ¿de acuerdo? Por favor, no llores más.
Cuando llamo a Sergio, él no tiene problema en traerla. Tan luego como colgamos, el doctor nos avisa que a las cuatro en punto será trasladada al paritorio, razón por la que Myriam está más exasperada por Victoria.
Faltan 40 minutos.
Le envío un mensaje:
"¿Dónde vienes?"
Y ella contesta al minuto:
"Acabamos de llegar"
.
¿Por qué no me sorprendo una vez más de ver reunida a mi familia en la primera planta? Todos salvo Erick. Y por las caras que traen, estoy seguro que no han dormido nada.
—¿Dejaron al pobre de Erick como niñero?
Liliana se encoje de hombros.
—Él se ofreció.
Antes de percatarme Victoria tira de mi brazo para subir. Presiono el botón del elevador cuando Sergio nos detiene, sosteniendo una grabadora en ambas manos.
—Ah, y antes que se me olvide… Él es Víctor, tu papá y ella Victoria, tu hermana mayor. Ambos lucen como si fueran a vomitar en cualquier momento, pero no te preocupes que no es ninguna infección estomacal —Nos señala.
Ruedo mis ojos, desapareciendo dentro del cubículo del ascensor.
Me tomo un instante en observar a Victoria; lleva el cabello suelto alrededor de los hombros y su rostro, que sé que no ha dormido, se ve suave y cálido. Abrocha el cierre de su suéter gris en el momento en que salimos del elevador. Ella se queda de pie fuera de la puerta cerrada de la habitación. Myriam ladea la cabeza al verme entrar, arqueando los labios con dolor.
—Myriam —Llamo su atención. Sus ojos atormentados puestos en los míos— Tienes una visita.
De algún modo el cual no comprendo, cambia de labios arqueados a una sonrisa agotada al instante en que la ve entrar.
—Oh, cariño —Musita en voz baja— Por fin llegaste.
Se acerca a la cama con las manos dentro de los bolsillos del suéter. Me quedo en el otro lado del cuarto, viéndolas saludarse como si no se hubiesen visto en días, cuando en realidad han sido unas cuantas horas.
—Lo siento, es que se nos unieron todos en el auto —Aparta un mechón castaño del pelo de Myriam— ¿Sergio me dijo que estabas llorando?
Myriam bate con lentitud sus pestañas.
—Necesitaba verte antes.
La ternura con que Victoria trata a Myriam a continuación, está haciendo que mi corazón comience a derretirse. Ella sonríe inclinándose para besar su frente.
—Todo va a terminar pronto. Ya vas a ver.
En un rápido movimiento, me veo sentado en el otro extremo de la cama.
—Y luego vamos a tener un pequeño angelito en casa ¿no es eso genial?
Noto a Victoria enjugarse las lágrimas de su rostro, volviéndose a su madre todavía con una sonrisa.
El reloj parece haberse detenido ahora que quedan solo unos minutos. Me es imposible creer que apenas transcurra un minuto cada vez que lo reviso. Después de decidir entre los tres los nombres para el bebé, independiente de cual sea el sexo, la enfermera nos anuncia que es la hora. Mis nervios carcomen mis entrañas. El nudo incómodo formándose en mi garganta.
Victoria y Myriam se abrazan para despedirse y con las manos hinchadas, llenas de parches de hospital, sostiene su rostro en forma de corazón.
—Escúchame una cosa, tú siempre vas a ser mi bebé. No importa cuán adulta te pongas, siempre serás el bebé de mamá. —Myriam deja un beso sonoro en su mejilla— Te amo mucho.
—Yo también te amo, mamá —Le devuelve el beso— Voy a estar afuera esperándote.
Es probable que yo esté chillando ahora, pero no me doy cuenta.
—Nos vemos pronto, mi amor. —Le asegura.
Salimos de la habitación secando nuestras lágrimas y ella se pone de puntillas para abrazarme.
—Prométeme que vas a cuidar de mamá.
Me tomo unos segundos para profundizar nuestro abrazo.
—Por supuesto que lo haré —Sonrío de vuelta, preguntándole antes de que decida irse— ¿No quieres que cuide a alguien más?
Las mangas de su suéter absorben sus mejillas húmedas y veo a su sonrisa extenderse en su hermoso rostro.
—Cuida a mi hermano también.
Con un último abrazo, la libero justo cuando los enfermeros ingresan a la habitación de Myriam. Viéndola irse por el pasillo, no puedo dejar de pensar que cuando la vuelva a ver, ella ya no será hija única.

Me muevo de un lado para otro en el pequeño cuarto iluminado solo por un foco de luz. Mis manos están calientes y sudadas, mi estómago retorcido y fatigado. La enfermera entra por una de las dos puertas que dan al paritorio, haciendo movimientos agiles en el casillero y tendiéndome lo que al parecer es la ropa para entrar al parto.
Todo es de color verde, el mismo que usé hace diecisiete años. Por lo que puedo ver, eso no lo han cambiado. Tengo rápidos recuerdos mientras me visto y me envían a lavarme las manos con abundante jabón. Listo en una esquina, me preparo física y psicológicamente para entrar.
No ayuda en nada que el lugar este lleno de gente.
Myriam está recostada en posición en la camilla. Me sorprende ver la tranquilidad en su semblante.
Pongo una mano en su hombro y ella levanta de inmediato la cabeza.
—Es la hora, cariño —Le digo.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—Es la hora —Repite y me agacho para besarla.
Los primeros pujos son leves, pequeños. En cuanto ella comienza a tener contracciones, infla el pecho y empuja. Su mano está alrededor de la mía y es tanto mi ansiedad que no presto mucha atención a lo roja que se ha puesto mi piel por su fuerte agarre. Puja una y otra vez. La voz del partero, los gruñidos de Myriam y mi corazón palpitando, son tres de las cosas que tengo ahora mismo en mi cabeza.
Él dice:
—Su cabeza se está asomando, Myriam. Tú puedes hacerlo.
Mi mano libre se posa sobre su frente.
—Vamos, cariño. Lo estás haciendo excelente. Un poco más y estará afuera.
Una vez que el doctor señala con expectación que la cabeza ya está afuera, exploto. Suspiro contra la mascarilla de mi boca, lágrimas amenazando con salir raudas. Myriam echa la cabeza hacia atrás, su rostro surcado en sudor.
—¡Un poco más, un poco más! —Repite el doctor.
Ella cierra los ojos, mareada. Inflando todo el pecho con aire, hace un leve sonido con su garganta antes de empujar con fuerza.
Entonces, veo al médico recibir a mi bebé en sus brazos.
Estoy demasiado anonadado viendo al pequeño bulto lleno de sangre como para ponerme a pensar con claridad.
—¡Pero miren a quién tenemos aquí! —Lo levanta justo al momento en que rompe a llorar. El sonido de su llanto en mis oídos por vez primera.
Es un llanto débil y agudo.
No sé lo que es. Mis ojos están empañados para darme cuenta. Es Myriam la primera en percatarse porque tan pronto como vuelvo en sí, escucho su voz ronca hablarle:
—Hola —. Llora con una sonrisa cansada al ver a nuestro bebé por primera vez— Hola, Abigail.

El llanto de mi bebé se intensifica cuando la recuestan en la pesa. Los pequeños dedos de sus manos, su rostro arrugado mientras grita. Su piel ha pasado del morado al rosa en un par de minutos. No queda rastro alguno de sangre ni nada extra en su cuerpo, a excepción del muñón umbilical. Para nuestro alivio, la prueba Apgar no mostró nada extraño en ella. Nervioso como estaba, ahora sabríamos cuánto era su peso en realidad, aunque no es un bebé pequeño del que puedas pensar que es prematuro.
Los números aparecen rápidos en la máquina.
2 kilos 700 gramos.
—Tal vez papá quiera sostener a su hija ¿no es así? —La enfermera envuelve a Abigail en una manta de hospital y antes de darme cuenta, su pequeño cuerpo caliente se acuna en mis brazos.
La sensación asombrosa de este momento es como para enmarcarla para siempre. Ella no está llorando mientras la sostengo.
—Hola, pequeña —Susurro al borde de las lágrimas. Dejo un beso en su cabecita, fascinado por sentirla moverse inquieta y prepararse para llorar; comienzo a mecerla para calmarla— Gracias por llegar —La misma chica que me entregó a mi hija, se asegura de cubrir su cabeza en un gorro blanco— ¿Quieres conocer a tu mamá? Ella está cansada ahora mismo pero va a estar feliz de verte, bebé.
Myriam está con los ojos cerrados cuando nos acercamos. Noto el rosado teñido en sus mejillas templadas, descansando los brazos a cada lado de su cuerpo. El gimoteo de Abby la hace despertarse de inmediato, sus grandes ojos verdes, brillantes y muy cansados, se posan en el bulto en mis brazos.
Su respiración se agita.
—Dámela —Me ruega, y con sumo cuidado deposito al bebé inquieto en sus brazos. La contempla durante mucho tiempo hasta que su nudillo roza la pequeña mejilla de la niña, un sollozo escapando de su boca— Bienvenida al mundo, Abigail —Nuestra bebé abre la boca en un bostezo y Myriam mira hacia arriba, sus ojos con lágrimas cayendo por sus mejillas— No puedo creer que ya esté aquí.
Capturo su boca en la mía, apoyando mi mentón sobre su cabecilla.
—Yo tampoco —Mi cabeza todavía da vueltas— Hiciste un gran trabajo, Myriam. Estoy muy orgulloso de ti, cariño.
.
.
Tan pronto como trasladan a Myriam y a Abigail fuera del paritorio, regreso al cuartucho anterior para quitarme la ropa de hospital. Me abstengo de lavar mis manos en esta ocasión; todavía tengo el olor de la manta de hospital y de algún modo, eso me recuerda a mi bebé. Vuelo en mis pies hacia la sala de estar.
Mi familia camina de un lado para otro cuando llego y al segundo en que notan mi presencia, se acercan a la velocidad de una liebre. A juzgar por mi sonrisa boba, ellos se dan cuenta que traigo buenas noticias.
—¡¿Qué es?! —Grita Cristy.
Liliana interrumpe justo cuando voy a decirlo.
—¡Espera! —Me tiende dos trozos de tela; uno celeste y otro rosa— Date la vuelta y enséñanos el ganador.
Sergio jadea, exasperado.
—¡¿Estamos aquí porque Myriam dio a luz o estamos en un programa de televisión?!
Liliana hace caso omiso de Sergio.
Observo a Victoria junto a mi hermana; su mirada impaciente es todo lo que necesito para hacer lo que Liliana me pide.
Doy una vuelta, escondiendo la tela celeste en mi bolsillo y metiendo el rosa en la palma de mi mano. A continuación, cierro los dedos en torno a este y regreso a las miradas atentas de todos. Comienzan a exigirme que muestre la mano, perdiendo la paciencia con mi silencio. Riéndome por sus reacciones abro la mano de golpe, eclipsando el momento en que los gritos no se hacen esperar. El guardia de turno del hospital nos exige silencio con evidente molestia. Tratan de mantener el "grito" más silencioso, aun cuando ni siquiera sé si es posible hacerlo.
Por supuesto, antes de que alguien venga a abrazarme, arrastro la mano de mi hija, su mirada marcada de sorpresa.
—Ven aquí, hermana mayor —Rodeo en un abrazo. Responde a mi tacto de inmediato, sus manos cruzándose por mi espalda— Tienes que saber que ella es tan hermosa como tú.
Escucho su risita.
—¿Es muy pequeña? ¿Está bien? ¿Cómo está mamá? —Sus preguntas se golpean unas con otras.
Me gustaría que nuestro abrazo pudiese durar una eternidad.
—Las dos están en perfectas condiciones. Tienes una madre muy valiente ¿sabes?
Sus ojos brillan por la emoción y asiente con certeza.
—Lo sé
Soy bombardeado por abrazos y besos, llantos y más gritos.

Ha pasado una hora y media desde el parto y pese al cansancio, mis ojos están más abiertos que nunca. Victoria tiene su cabeza apoyada en mi hombro y su mano se entrelaza en la mía. Liliana y Ana ya se han ido a casa. Al contrario de mi madre y Refugio, que tienen la esperanza de ver a Myriam en la sala de recuperación antes de marcharse, se han ido a la cafetería a recobrar fuerzas. Cristy es otra que sigue deambulando todavía, hablando por teléfono.
Nany se ve más despabilada que cualquiera de nosotros.
Muevo los ojos hacia Victoria.
—¿Estás despierta?
—Sí —Gorjea— No voy a irme a casa si es que vas a insistir de nuevo con eso.
Rio entre dientes.
—No, la verdad es que… —Empujo mi hombro para que levante la cabeza— ¿Quieres ir a conocer a tu hermana?
Apenas hago la pregunta se endereza a la velocidad de la luz y si antes estaba durmiéndose en mi hombro, ahora parece despierta de cuerpo entero.
—¿Me…? ¿Me estás preguntando a mí?
Pongo cara de circunstancias.
—No, a mí —Bromeo y ella amplía sus ojos— ¿Quién más aparte de ti acaba de tener una hermana?
Lleva un dedo a su barbilla, pensando.
—Es una pregunta difícil porque si nos ponemos a pensar en todos los bebés que nacieron esta madrugada y que tengan hermanos mayores, entonces…
Jalo su brazo con diversión.
—No fastidies.
Caminamos por el pasillo al compás. Tengo el corazón desbocado y al parecer no soy el único nervioso. Ella se aclara la garganta, cuidando de que sigamos el mismo ritmo.
—¿En serio me vas a llevar? ¿Y si… está durmiendo?
Su voz es de auténtico terror. Detengo de manera abrupta nuestro paseo, haciendo que se eche para atrás.
—No pasa nada si quieres visitarla más tarde.
Mordisquea el interior de su labio, escondiendo las manos en los bolsillos de su suéter.
—Ok
—¿Ok, con qué?
De un momento a otro, ella luce ansiosa.
—Quiero conocerla. Ahora.
Sacudo su maraña de pelo rubio, recibiendo un gimoteo por su parte.
—Esa es mi chica.
El rótulo de neonatología nos indica cual pasadizo tomar. Este es ancho, lo suficiente para disponer camillas o cunas. El ruido de nuestros pies contra el suelo y el susurro apenas audibles de lugares cercanos, sobre todo por la hora, nos hacer querer dejar de respirar para no llamar la atención. Miro hacia las placas de las puertas para asegurarme de que no nos equivocamos de puerta. La sala de neonatos donde se encuentra Abigail es la más ruidosa. La mayoría de los bebés están inquietos y llorando; son algunos pocos los que están durmiendo a pierna suelta en su cuna. Hay tres chicas encargadas de darles de comer a los que gritan. Nos quedamos de pie frente al ventanal, la única barrera que nos impide ir con ella.
No se me hace difícil encontrarla.
Es una de las que está despierta e inquieta.
Codeo a Victoria, señalando con mi dedo aquella cuna de la derecha. No es tan necesario que lo haga, puesto que en la parte posterior de su cuna sale el nombre de Myriam.
Las cosquillas regresan a mi estómago al ver a mi bebé cómoda en sus mantas.
Tan pronto como miro a Victoria, noto que lucha para respirar.
—Oh. —Pega una mano en el ventanal, asegurándose de que no puede traspasarlo— Dijiste que tenía un peso normal.
—Y la tiene.
—Pero es muy pequeñita… —Dice eso como si le doliera.
—Los bebés son pequeñitos —Recuerdo, captando su voz ahogada mientras mira con atención a su hermana. Me tomo ese momento para observarla; sus ojos claros como el cielo se han hipnotizado— ¿Qué piensas de ella?
Su frente se topa con el ventanal, la mirada puesta en el suelo. Por un momento creo que algo va mal, pero con el tiempo me doy cuenta que está sonriendo.
—Pienso que es hermosa.
La puerta de neonatos se abre y una de las enfermeras nos llama para acercarnos.
—¿Vienen a visitar a uno de los bebés? —Seco mis manos sudadas en mis pantalones para contestar. La mujer nos dirige dentro de la sala y me percato de inmediato que donde nos encontrábamos, no podíamos escuchar ni el ruido ni el llanto, algo que lo hace ser más real aun en el interior. Ella hojea una carpeta mientras tanto— Usted es Víctor García.
Marca con un rotulador amarillo una línea sobre mi nombre.
—¿Cómo lo sabe?
Señala su hoja.
—Su nombre está puesto aquí para que pueda entrar y ver a la niña —Mi confusión no afloja— Estuve en el parto de su esposa, por eso es que recuerdo su cara —No espera a nuestra reacción— Entonces ¿cuál era el nombre de la pequeña?
Despejo mi garganta.
—Abigail García.
Era más por curiosidad que por requisito, ya que con solo buscar el nombre de la madre es suficiente. Cuando la mujer carga a Abigail, comienza a emitir un sonido agudo y tembloroso. Eso me hace sonreír.
—Papá te vino a ver, Abigail —La traspasa a mis brazos.
Ella nos deja a solas después.
Balanceo a mi bebé hasta lograr que deje de retorcerse. Volver a sentir su olor tan exquisito, asociándolo de inmediato a ella, provoca en mí tranquilidad e ilusión de quedarme allí el tiempo que sea necesario. Victoria está frente a mí cuando levanto el rostro, su mano sujetando la rejilla de la cuna, como una especie de escudo.
—Mira, Abby. Alguien muy especial quiere conocerte —Cuando me acerco a Victoria, ella se queda petrificada. Me tomo un momento en asimilar que está nerviosa y acorto toda la distancia. Al momento en que mira a Abigail por primera vez, la presión o la tensión endurecida en su rostro, lentamente comienza a suavizarse— Ella es Victoria, tu hermana mayor ¿Recuerdas cuando pateabas por su voz? Bueno, te presento a esa voz. Una voz que por cierto, yo también amo, así que no culpo que te guste, pequeña.
La bebé gimotea.
Victoria toma aire, incapaz de emitir algún sonido de su boca.
—A… —Susurra con dificultad y sin llegar a terminar de mencionar su nombre, se larga a llorar.
Cuidando de sostener bien a Abigail con un brazo, estiro el otro para atraer a mi hija hacia mí, incapaz de soportar verla llorar.
—Ey —Murmuro en voz baja— No llores, nena. Tienes que estar feliz.
Todavía llorando, agita la cabeza.
—Lo… lo estoy. Es que… ella es tan pequeña —Repite— y tan frágil.
Alejo mis propias lágrimas, parpadeando.
—Tú también fuiste así de pequeña —Me aseguro de que se siente mejor para acercar más a la bebé y que pudiese verla más de cerca. La veo trazar con extremo cuidado –y dulzura- su dedo en la mejilla sonrosada de su hermana— ¿Quieres cargarla?
Creyendo que va a negarse, me sorprendo verla mover la cabeza en aceptación. Limpia sus lágrimas de la cara antes de que le ayude a sostenerla con cuidado. Al principio la carga con torpeza, pero con el tiempo logra adaptar sus manos alrededor del cuerpo de Abigail. Ahora sí, hermana mayor y hermana menor por fin cara a cara.
Aquella imagen de ambas juntas es perfecta y dulce para mí. Una imagen que llevaré en mis recuerdos por siempre.
La arrulla en sus brazos, tocando la sensible piel de su rostro con el nudillo.
—Hola, Abigail —Logra decir sin trabarse. Susurra para ella mientras sigue meciéndola, sonriendo un par de veces al verla arrugar el rostro. Después de todo, viendo que no he dicho ni pio en mucho tiempo, ella alza el rostro hacia mí— ¿Por qué no está en incubadora?
Me inclino para limpiar la última lágrima de su rostro.
—Porque no era necesario. Todo en ella es normal, como si hubiese nacido a término.
—¿Por qué nació antes, entonces?
Encojo los hombros.
—Hay una infinidad de razones por las que pudo haber nacido antes, pero me gusta pensar que ella estaba ansiosa de conocernos, al igual que nosotros de conocerla a ella.
Eso la hace sonreír, regresando la atención a su hermana. En cuanto Abby se remueve para llorar, me la devuelve.
—Ten, me dice que quiere estar contigo.
Me echo a reír.
—Oh, sí. Por supuesto que lo dijo.
Luego de conseguir sin esfuerzos que se tranquilice, la devuelvo a su cuna donde duerme plácida y tranquila. De este modo, echándole un último vistazo, abandonamos la sala de neonatos, deseando tenerla entre mis brazos otra vez.
Y así como Victoria cambió mi vida un 7 de Octubre, haciendo que esa fecha sea especial todos los años, Abigail también lo hizo… ahora cada 13 de Agosto.
.
Myriam
Víctor deja un ramo de rosas en mi regazo y yo sonrío en respuesta.
Mi rostro es lo más probable el sinónimo de lo exhausto.
Ayer por la tarde él también envió rosas a mi habitación con una nota que decía "Te amo. Gracias por todo" Desde que Abigail nació hace dos días, todo el mundo parece demasiado pendiente de todo lo que hago. Es por eso que sé que cuando me den el alta médica sabré en realidad a lo que me enfrento. Ahora tengo manos de sobra que atienden a la bebé cada vez que llora. La acomodan en mi pecho cuando voy a darle de amamantar o doy su biberón. La pasean de un lado para otro. Se aseguran de que tengo suficientes cobijas para la noche. Esas, por supuesto, son Juanita y mi madre. Victoria tampoco se ha apartado de mí en ningún segundo.
Mi cosa favorita en el mundo es cuando ella carga a su hermana cada vez que viene. Verlas juntas o siquiera escuchar a Victoria susurrarle, llena mi corazón de amor.
Regreso mi atención a las rosas, cogiéndolas por el tallo.
—Son preciosas, gracias.
Él se inclina y besa mi nariz con ternura. Luego se va hacia la cuna junto a mí, que está lo suficientemente cerca para tomar a mi niña sin necesidad de ponerme de pie, eso gracias a las enfermeras. Veo como Abigail mueve la boca mientras duerme, todavía creyendo que está comiendo.
He tenido dificultades con la leche materna. No me ha bajado la cantidad que debería y tengo que darle de comer al bebé con relleno en un biberón para que deje de llorar. El doctor me ha dicho que debo intentar amamantarla, cosa que hago pero al final lo que a veces consigo es su cara roja por el grito, e incluso sacar leche con una pezonera. Algo que es incómodo pero no hay otra forma.
—¿Cómo te sientes? —Su brazo está sobre la rejilla de la cuna y la otra acaricia mi pierna sobre la manta.
Mi nuca se presiona más hacia la almohada, facilitando mi visión.
—Me siento mucho mejor hoy.
—Pero hay algo que te preocupa ¿no es así?
Él me conoce mejor que nadie.
—La leche me tiene preocupada.
—¿Aun no baja del todo?
—No, baja muy poquita —Niego.
Lleva mi mano a sus labios.
—Lo vamos a resolver. Podemos seguir intentándolo con el relleno.
Oprimo los ojos, echándome para abajo en la cama.
—Lo sé, Víctor, pero no es lo mismo. Yo quiero darle de comer.
—Cariño, tal vez si dejas de pensar en ello te baje. Quiero decir, me doy cuenta que esta situación te tensa y a lo mejor por esa razón en vez de bajarte, se está secando —Eso sonaba más o menos convincente. Víctor cambia de tema, notando que eso comienza a deprimirme— Entonces… ¿cómo se ha portado nuestro angelito?
Mi mal humor se esfuma en cuanto miro hacia la cuna, contemplando los ojos cerrados de Abigail, su pequeña y fina nariz con manchas blancas, así como su apenas visible vello en las cejas.
Entrecierro los ojos hacia él.
—Más o menos —Reconozco y Víctor suelta una risilla— Tiene un carácter tan podrido como el mío… y su hermana. Llora a gritos cuando le cambio el pañal.
—¿Cambiaste su pañal? ¿Tú sola? —Parece sorprendido.
Le quito importancia a eso con la cabeza.
—Soy un poco torpe, pero estoy aprendiendo —Me mira orgulloso y acerca mi barbilla con su mano para darme un beso— ¿Y mi bebé? ¿No vino contigo?
Aleja un mechón de mi pelo, acomodándolo detrás de mi oreja.
—Está hablando por teléfono abajo.
El llanto de Abigail interviene, consiguiendo de forma automática la atención de papá. Su barbilla tiembla alrededor de sus pequeños labios rosa. Víctor tararea una melodía para ella antes de entregármela. Arreglo la maraña pelinegra encima de su cabeza, calmándola de pronto.
Sí, ella es pelinegra. Tan pelinegra que el vello de sus cejas es apenas visible.
Apoyo mi nudillo cerca de su boca, confirmando que la razón de su enojo es por hambre. Ladea la cabeza en dirección del dedo, abriendo la boca para buscar su comida y al darse cuenta que no voy a darle nada, llora de nuevo. Víctor se ríe, alcanzándome el biberón de la mesita pero le digo que prefiero amamantarla. Ella se adapta fácil a mi pecho, pescando mi pezón con su suave boca y chupando con energía.
Todavía sonriendo, Víctor me mira a los ojos.
—Ojalá que nuestro tercer hijo no sea tan llorón.
Lo miro espantada.
—¿Nuestro tercer hijo? —Mi voz es de incredulidad absoluta — Di a luz a tu hija hace dos días ¿y ya quieres tener otro?
Suelta una carcajada.
—Por lo menos tenemos la certeza de que hacemos lindos bebés —Me guiña un ojo— Así que… si quieres seguir mostrándole al mundo nuestras obras de arte, siempre podemos hacer una tercer belleza. Ya sabes que estoy disponible.
Reprimo la sonrisa.
—Eres imposible.
—Puede que tengamos suerte y nos salga el varón…
—Víctor —Advierto.
—Un niño tan guapo como el padre…
—Oh, cállate. —Retorciéndose de la risa, sus ojos viajan alrededor de la habitación, frunciendo el ceño. La habitación está llena de globos y carteles de esta mañana. Si bien es lo primero que uno vería cuando entra, Víctor no se percató de ello porque las rosas estaban en su cara— El cartel lo escribió Sergio.
Con letras grandes y purpurina en las esquinas, había escrito "Bienvenida Abigail Graciela" y más abajo en letras más pequeñas "Gracias Myriam por pujar hasta partirte en dos"
—Eso... es muy dulce de su parte —Dice con sorna— ¿Y esos globos de allá?
—¿Los que tienen un moño rojo en el centro? Mi abuela. Ella quedó sorprendida porque le pusimos de segundo nombre el suyo y compró aquellas como muestra de agradecimiento. Dice que eres su nieto político favorito ahora.
Esboza una tierna sonrisa.
—Soy su único nieto político.
—Por ahora —Ambos miramos a nuestra bebé reposada en mis brazos— Creo que se ha dormido.
—Hm —Murmura— Lo dudo —Roza su mejilla con el pulgar, logrando que de inmediato mueva la boca para comer.
Victoria entra a la habitación, guardando el celular dentro de su bolsillo.
—Hooola —Alarga el saludo, dándome un dulce abrazo e inclina el rostro hacia abajo para besar a Abigail. Mira entre nosotros y al florero en la mesita— ¿Te gustaron las rosas? Papá estuvo calentándose la cabeza toda la mañana para decidir que regalarte… —Dice esto con evidente sarcasmo.
Víctor, notando que está mofándose de él, tira de su brazo hasta que logra sentarla en su regazo.
—¿Te estás burlando de tu padre, princesita?
—Nop —Finge seriedad, cosa que le dura medio segundo. Después de que Abigail dormite en mi pecho, Víctor la carga para pasearla en la habitación, dándome oportunidad de acomodarme en la cama más a la izquierda y así Victoria se recueste conmigo. Pongo un brazo alrededor suyo y sus pies se meten dentro de la frazada para acurrucarnos juntas— Te extrañamos en casa ¿sabes? No es lo mismo sin ti.
Rasco un lado de su cabeza mientras se apoya en mí. Sé que eso le causa sueño, pero continuo porque no me pide que me detenga.
—Yo también los extraño, mi vida. —Se queda en silencio, escondiendo la cabeza en el hueco de mi cuello— Nena, ¿estás durmiendo? —Recibo balbuceos por respuesta— Mírame —A regañadientes, mueve la cabeza lejos para mirarme a los ojos; los suyos lucen cansados y chispeantes al mismo tiempo— ¿No dormiste anoche?
Agita las pestañas.
—Sí. Por supuesto que dormí.
—Te ves cansada.
Dibuja círculos invisibles en la tela de su falda.
—Me quede despierta hasta tarde, pero… dormí. —Vemos a Víctor de pie frente al ventanal, asegurándose de que Abigail está abrigada. Un instante más tarde, los ojos de Victoria están fijos en los míos— ¿Mamá? Necesito…
—¿Alguien vio mi celular? —Víctor interrumpe, girando en su lugar frente a la ventana y tanteando con la mano desocupada el bolsillo de su pantalón— Ah. Aquí está.
Mi visión regresa a Victoria, que no hace más que ruborizarse cuando se levanta de la cama.
.
Una vez que Víctor se va de la habitación para rellenar mi botella de agua, y me aseguro de que mi bebé está durmiendo cómoda y caliente en su metro cuadrado, me vuelvo al rostro, ahora tranquilo, de Victoria. Está tecleando en su celular e intento captar su atención poniendo una mano sobre el aparato.
Su mirada pasa de iracunda a la tranquilidad por haber interrumpido en su escritura.
—Casi haces que envíe esto a medias —Se queja.
—¿Qué te pasa?
—¿Por qué?
—No sé —Encojo los hombros— Algo te pasa.
Cuando termina de escribir y enviar, regresa a mí, tomando toda mi atención.
—Papá se está tardando ¿verdad? Debería ir y v… —Tomo su muñeca antes de que pueda escapar.
—Ibas a decirme algo antes de que tu padre interrumpiera.
Ella se señala con el dedo.
—¿Yo? —Por un momento le creo— Oh. No lo recuerdo.
Ruedo los ojos. He aprendido a no andar con rodeos con ella.
—¿Algo va mal? ¿Es por tu hermana?
Sus ojos se agrandan.
—¡No! ¿Por qué iba a ser sobre Abigail?
—No lo sé, dímelo tú. —Se muerde el labio, indecisa— Confía en mí, cariño. ¿Te metiste en algún problema?
Mueve la cabeza, negándolo. Mete sus manos entre sus piernas.
—Confío en ti, mamá —Me asegura y de repente suspira— Está bien —Mueve una pierna hacia el suelo— Es algo muy importante y necesito que me prometas por tu vida que no se lo vas a decir a mi papá —Frunzo el ceño ante su petición, asintiendo un poco confundida— Prométemelo.
—Te lo prometo, pero ¿por qué?
Y es cuando me doy cuenta de todo en absoluto. Incluso si ella aun no me ha dicho nada.
¿Cómo no me di cuenta antes?
—Mira…
—Dios… mío —Susurro muy bajito. Mis ojos expectantes— ¿Acaso tú…?
De algún modo ella entiende que lo sé, por esa razón no intenta preguntármelo.
Toma una bocanada de aire.
—Sí —Contesta en un hilo de voz— Yo… e Ethan.
Hay una sola cosa que necesito ahora.
Y eso es oxígeno.
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Mensaje  Eva Robles Miér Mar 09, 2016 10:15 am

Cada día me gusta más y cada vez esta más emocionante mil gracias por el capitulo

Eva Robles
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Mensaje  monike Miér Mar 09, 2016 3:07 pm

Aiiiiñññ ya nació la bebé.
Muy Buen Capítulo Niña Bere, lo malo que ya se va a acabar
Crying or Very sad

monike
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