Vicco y la Viccobebe
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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 2 Empty Re: .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

Mensaje  Bere Sáb Ene 16, 2016 2:46 am

Capitulo 10

A pesar de todo
Myriam POV
Mientras intenta abrir los ojos no puede dejar de sentir como si un ladrillo estuviera presionándose sobre su cabeza. Suelta todos los improperios habidos y por haber, incapaz de mover el cuerpo paralizado de pies a cabeza.
Alguien irrumpe en su habitación con un golpe.
—Myriam… —Esa es la voz de Cristy— ¡Myriam, despiértate! —Gruñe para que sepa que está despierta— Ya sé que me vas a regañar por no llegar anoche.
Usa toda su fuerza de voluntad para abrir un ojo.
—¿No llegaste a dormir? —la voz retumba en sus oídos.
—¿No?
—¿Puedes dejar de gritar?
No responde de inmediato.
—No te estoy gritando —Nota el peso en la cama cuando se sienta— Y no, no dormí anoche acá, pero parece que no lo pasaste tan mal para no darte cuenta.
—¿Qué? —Otro gruñido sale de sus labios al momento que levanta la cabeza. De algún modo comienza a moverse para quedar sentada en la cama—No me cambies el tema, Cristina Montemayor.
—Myriam, apestas a alcohol y a tabaco.
—Y tú apestas a insistir en cambiar el tema.
Se miran a los ojos. A simple vista la gente no pensaría que fuesen hermanas, pero si te quedas observándolas encuentras algunas pocas similitudes. Y aunque le cueste admitirlo, Cris ya es toda una mujer.
—Me quedé en casa de Adrian… —Dice y rápidamente añade— Y con su padre, obviamente.
Myriam entrecierra los ojos; su lado sobreprotector siempre sale a la luz cuando se trata de su hermana.
—¿No tienes nada que contarme?
Encoge los hombros— Nada en lo absoluto —Al advertir que no la convence, suspira—No pasó nada, Myriam. ¡Sé cuidarme sola!
—Ya sé que sabes cuidarte sola —Su cabeza sigue retumbando — pero para mí siempre serás mi hermana pequeña —Jadea pellizcando la nariz de Cristy.
Ésta sonríe.
—Nunca se te va a quitar ser la hermana osa, pero me gusta. —Vuelven a sonreír. Myriam se sostiene de su brazo para ponerse en pie— Estás fatal ¿Acaso bebiste anoche? Tú siempre bebes cuando estás triste.
Suelta un gemido de dolor, deseando que su hermana deje de hablar tan alto.
—Una historia muy larga.
—¿Me vas a contar?
—No quieres saberlo —El estómago le da un vuelco.
Corre a encerrarse al baño y alcanza a levantar la tapa del retrete antes de expulsar todo lo que bebió la noche pasada. Mientras está en eso, lo único que piensa es "Nunca más beberé alcohol, nunca más beberé alcohol" ¿Esa no es la típica frase de los adictos? Jamás haré tal cosa pero de igual forma lo hacen. Demonios.
¿Por qué no puedes sumirte en la miseria sin la necesidad de hacer esto, maldita sea?
Vomita con la sensación de estar expulsando sus órganos.
Tira de la cadena ante la insistencia de Cristina por entrar. No contesta, no está tan chiflada como para que la vea en estas condiciones. Está bien que sean cercanas, pero debe guardar la compostura de hermana mayor. Su estómago vuelve a rugir al ponerse de pie, tambaleándose y sujetándose del lavamanos con tanta fuerza que sus nudillos cambian de color. Mira el reflejo de su rostro en el espejo, arrugando la nariz porque no exagera: se ve fatal, horrible, desaliñada. Tan pálida como el cabello de Nany, tan desdichada como solo ella sabe serlo.
Lava sus dientes con arcadas y el agua fría la despierta por completo. Sale del baño arrastrando los pies.
Incluso su trasero pesa cuando se sienta en la cama. Comienza a hacer memoria de todo ¿qué hizo ayer? Perdió la cuenta de las veces que vio "¿Qué pasó ayer?" que nunca imaginó que se sentiría tan identificada. Rasca su barbilla con un sonrojo al recordar a Víctor sentado en su sofá. Espera un segundo ¿Víctor García la vio borracha? Cubre su rostro con las manos, totalmente avergonzada. Esto no me puede estar pasando a mí ¿o sí?
Trata de reunir más recuerdos pero no es suficiente. ¿Habrá hecho alguna tontería? ¿Qué le dijo a Víctor?
Por favor, que no haya hablado de más.
Aprieta sus ojos por un momento hasta que escucha el ruido de un vidrio romperse en mil pedazos.
Busca a Cristy por el pasillo, encontrándola en el cuarto de huéspedes.
—¿Qué te pasó?
La pelirroja recoge los restos del jarro.
—Manos de mantequilla —Se ríe— No sé para qué tenía un jarro vacío en el cuarto de todos modos.
Myriam observa la habitación quedándose en la maleta abierta encima de la cama.
—Ey, no pensé que te habías enojado por lo que dije. —Cristy mira a Myriam sin comprender— Nunca pedí que te fueras, no soy como mamá con su frase célebre "mi casa, mis reglas" aunque si hubieses hecho una fiesta sin mi permiso tal vez me enojaría, pero…
Cristina se echa a reír.
—No, no es por eso. ¿No te acuerdas? Esta noche Nany viaja fuera de la ciudad.
Abre mucho los ojos.
—¿Quéeeee? ¿Es hoy? ¿Estás segura? ¡Mierda! —Un pedazo de vidrio se incrusta en su dedo. No, claramente hoy no es su día, ni ayer, ni antes de ayer— No… no me acordaba.
—Myri¿estás bien? Mamá te llamó el otro día para preguntarte si podías ir a dejarla al aeropuerto.
Eso sí recordaba, pero con la borrachera de anoche se había olvidado hasta de dónde vivía.
La imagen de Víctor viéndola en ese estado le carcome las entrañas.
—Siiii —Alarga la palabra con picor en la cabeza. Soba la zona con los ojos cerrados. Su codo apoyándose en el umbral de la puerta y toda ella pálida como la nieve en Navidad— Es solo que… no tengo un buen día.
Suspira; los ojos de Cristy no dejan de observarla con detenimiento.
—Más bien, desde hace meses que no tienes un buen día en ningún momento.
Sabe que Cris sospecha más de lo que debería, aunque no está segura si lo que sospecha es realmente lo que pasa. Sin embargo, no se queda a preguntar, abre los ojos dispuesta a alejar cualquier problema que se le cruce por la cabeza. Como bien hubiera dicho su querido abuelo: Hay que seguir viviendo a pesar de todo. Ojalá él estuviera vivo todavía, pero ¿qué pensaría con todo lo que está pasando?
Camina de regreso a su habitación con los pies descalzos y olvidándose que aún lleva el pijama puesto. Rebota encima de la cama latiéndole la cabeza, como si en cualquier momento se rompiera en mil pequeños pedazos.
—Cristy —Gime— ¿Puedes preparar el desayuno? —Otra cosa ruidosa cae al suelo— Y si no es mucho pedir no rompas los platos.
Su hermana grita un sonoro "sí" que le rompe los tímpanos.
De inmediato se pone en pie para quitarse el pijama. Tan pronto estira la ropa encima de la cama siente una vibración debajo de la blusa. Al quitarla rápidamente se encuentra con un nuevo mensaje en su celular. El aparato se resbala de sus manos y tiene que sostenerla con la otra para ver el destinatario.
Inclina la cabeza hacia adelante para verificar que no está leyendo mal.
Un momento.
¿Víctor?
E: ¿Cómo amaneciste?-
Muerde su labio. ¿Cómo es que tiene el número de teléfono de Víctor?
Se da cuenta que sostiene el celular con las manos temblorosas. Escribe con rapidez, equivocándose en algunas letras, borrando y volviendo a escribir.
B: Creo que bien.-
Luego escribe de nuevo.
B: ¿Cómo es que tengo tu número?-
Se queda esperando que conteste como si se tratara de una estúpida adolescente hormonal.
Salta con la vibración.
E: Estabas lo suficientemente dormida para no darte cuenta-
Rueda los ojos. ¿Él revisó su teléfono mientras dormía? O tal vez solo registró el número allí. No se molesta en contestarle.
Antes de desayunar toma dos analgésicos con un vaso lleno de agua. Luego se sienta junto a Cris a devorar todos los panecillos tostados que quedaban de ayer. Por el dolor de cabeza bien pudo haber evitado el desayuno, pero le vuelve la ansiedad de comer como antes así que prácticamente se olvida de sus achaques por un rato. Siempre que está muy triste bebe alcohol o come mucho, pero para su mala suerte en esta ocasión se trata de ambas.
Un pensamiento la tiene rondando desde que se levantó esta mañana.
—¿Te puedo hacer una pregunta sin que te enojes?
Cristy bebe su último sorbo de té antes de mirarla.
—Um ¿sí?
—¿Tú y Adriam… nunca…? —Sacude la cabeza hacia ella como si tratara de que por sí misma termine la frase, pero su hermana no comprende. Suelta un suspiro— No han tenido relaciones ¿verdad?
El silencio incómodo se rompe con su risa.
—¿Qué? ¿Es en serio? —Se carcajea como si hubiese sido el mejor chiste de la existencia. Myriam la mira con incredulidad.
—¡Solo respóndeme! —Pide, contagiándose con la risa.
—¡No! ¡Obvio que no! ¿Por quién me tomas? —De algún modo recuerda su encuentro con Víctor pero rápidamente lo aparta— Myriam, no tengo para qué mentir con respecto a Adriam. Él y yo solo somos amigos, si fuéramos más que eso te lo contaría, pensé que lo sabías.
Asiente.
—¿Nada de nada? Quiero decir, se ven muy… juntos los dos.
Ahoga un suspiro— Sí —Luego juguetea con la oreja de la taza antes de decir— ¿crees que le guste?
—¿A ti te gusta? —Se miran como solo ellas saben hacerlo. Esa mirada de hermanas cómplices que han adoptado con los años, una mirada que bien pudo tenerla con su hija, de modo que cuando la mira de ésta forma sabe que la respuesta es sí— Yo pienso que también le gustas.
Ella suelta el suspiro que estaba evitando.
—Él es tan… no lo sé, Myri. ¿Respetuoso? ¿Tímido? ¿Demasiado despistado? —Ríe— Yo le doy a entender que me gusta pero no parece darse cuenta.
—Entonces dile directamente.
—¿Qué me gusta? —Myriam asiente—Ay, no lo sé, Myriam.
—¿Tú, Cristina Montemayor, tienes pavor de declararte? ¡Díselo! Y si no lo comprende entonces ya fue, no es para ti.
Se quedan en completo silencio, lo único que se escucha son los gorgoteos de su garganta.
—Estaba pensando en algo pero no sé si sea buena idea.
—¿Qué cosa?
Vuelve a juguetear pero ahora con la servilleta.
—Quiero invitarlo a cenar a casa hoy ¿qué opinas? ¿Crees que Nany lo avergüence mucho?
Myriam frunce el ceño con una sonrisa.
—Sí él realmente es tu amigo o realmente le gustas, entonces se va a tener que aguantar a Nany, porque ni tú ni yo que somos sus nietas nos salvamos de ella.
Se ríen sabiendo que es cierto.
.
Las maletas se encuentran desparramadas en la puerta principal impidiéndole cruzar directamente al salón. Levanta la pierna más alto que de costumbre para no pasar a llevar nada. Nany se encuentra sentada en el sofá con el abanico refrescándole la cara.
—Hola, pecosita 1 ¿y tu hermana no vino contigo?
Besa a su abuela en la mejilla al sentarse junto a ella.
—No, viene después. ¿Cómo estás, Nany? ¿Muy nerviosa?
Sacude sus hombros con gracia.
—Ya sabes, lo normal.
—Así que las Bahamas… ¿te vas a poner traje de baño?
—¿Yoooo? —Sus ojos se abren haciendo que Myriam se eche a reír— Ni aunque me pagaran millo… bueno si me pagaran millones lo podría pensar, sabes. —Vuelve a reírse. Cuando las risas cesan, Nany la observa provocando que se incomode— A ti algo te pasa.
—A mí no me pasa nada.
La señala con el dedo.
—¿Ves por qué sé cuándo te pasa algo? Dices "A mí no me pasa nada" y luego te quedas callada. Myriam, yo le cantaba a la panza de tu madre cuando apenas eras una masa incomprensible en su estómago ¿Cómo no voy a conocerte más que a mí misma?
Myriam frunce el ceño, no quiere ceder.
Aunque su abuela es muy perspicaz. Siempre sabe todo sin necesidad de contarle. Aun así no cree ser capaz de repetir con palabras la escena con Victoria, menos cuando todavía se le forma un nudo en la garganta. ¿Y ella totalmente borrada por el alcohol? No, por ningún motivo.
—No hay forma de dejarte tranquila ¿verdad? —Nany sacude la cabeza. ¿Qué va a decirle?
—Bien, no me digas si no quieres, pero tengo una pregunta para ti antes de irme —Nuevamente levanta su dedo— No tienes que negar nada porque más sabe el diablo por viejo que por diablo, y estoy segura que no terminaste de contarme la historia de cuando tu hija nació.
Su pierna izquierda da una sacudida.
—¿Cómo…?
—Dijiste que no fue tu padre quién te obligó.
—Nany, yo no te mentí con respecto a eso. Es la verdad, fui yo la que decidió irse del hospital.
—Ya lo sé y te creo. Sin embargo, no me dijiste que pasó después.
—¿Con qué?
La mirada de Nany le avisa que está perdiendo la paciencia.
—Myriam Montemayor, será mejor que me cuentes ahora porque si yo me llego a enterar de algo que no sea por tu boca te prometo que no te lo perdono nunca.
No puede dejar de mirarla. Nany jamás le había dicho aquello y para su temor, sabe que está hablando en serio.
Traga saliva con dificultad.
—Solo si me prometes algo —Asiente en respuesta— Por ningún motivo lo vas a decir. Por ninguno, ni por ayudarme ni por nada. Abuela… —La mira fijo a los ojos— estoy hablando en serio.
—Lo prometo —Toma una profunda inspiración y se acerca lo más que puede para que solo ella escuche, aunque su madre se encuentra lo suficientemente lejos en la cocina. Comienza desde el momento en que abandonó el hospital. Cuando termina, Nany la mira totalmente paralizada. Tiene la sensación de que desea decir algo, pero de su boca no sale más que un suspiro quejumbroso. Percibe como sus músculos caen de forma que su respiración comienza a tranquilizarse. Hay un peso menos encima, pese a que todavía tiene más sobre la espalda. Su abuela palmea con suavidad su rodilla, sus ojos llenándose de lágrimas, entonces le sonríe de forma maternal—Y bien ¿dónde me dijiste que estaba tu hermana? —Pregunta para cambiar totalmente el tema.
Myriam se limpia sus propias lágrimas de la cara.
Hay ruido en la entrada.
—¡Llegué!
Se voltean— Bah, ya te hacía desaparecida. Le estaba diciendo a Myriam que llamáramos a la policí… —Corta la frase cuando ve a Adrian entrar detrás de Cristy— ¡Refugio, el cartero! ¿Tiene alguna carta para mí? Soy Graciela Cruz —Myriam empuja su hombro.
—Él no es el cartero, Nany —Explica Cris— Es Adrian Flores, un amigo.
Refugio se limpia las manos en el delantal viendo a Adrian con amabilidad. Sostiene su mano en el aire para agitar la suya. Advierte a Adrian bastante nervioso en presencia de su abuela.
Nany entrecierra los ojos hacia él.
—¿Tú no eres este famoso chico lobo de la película? —Myriam jadea ante su atrevimiento haciendo voltear a su abuela en su dirección—¿Cómo es que se llamaba la película, pecosita 1? ¿Película loca de vampiros o loca película de vampiros? Bueno, algo así.
Las mejillas de Cris arden de coraje. Mira a su madre con ruego.
—Mamá… —Suspira, apartándose— No, Nany, él es mi amigo, trabaja en el edificio de Myriam.
No tarda en comprender.
—¡Ah! ¡Pero si este es el chico portero! —Estira su mano y el chico la recibe con timidez— ¿Cómo dijiste que te llamabas?
—Adrian —Responde éste.
—Un gusto, Fabian
—¡Adrian! —Gruñe Cris, acabando completamente con su paciencia.
Myriam saluda a Adrian y tiene que esconder la ternura que le causa su expresión, como si estuviera tan contento de ver otra cara conocida.
Mientras comen, no puede concentrarse en la conversación porque a su cabeza viene Victoria involuntariamente. Es como si pudiera estar riéndose y bromeando con todos, pero cuando su rostro tropieza en su mente, todo lo que le invade es tristeza. Al tenerla cerca lo único que desea es vincularse más. Abrazarla, besarla, decirle cuánto la quiere, pero son sueños lejanos, algo no correspondido. ¿Qué debe hacer? Su conversación con Nany la deja con muchas preguntas. ¿Acercarse es la solución? Tú la quieres, Myriam. Siempre la quisiste se dice. ¿De verdad vas a tener el mismo valor que hace más de 14 años de dejarla? ¿Eres capaz de decirle a Victoria que no puedes con esto? ¿Qué es demasiado? ¿Eres capaz de vivir ahora sin ella incluso sabiendo que no la tienes?
Búscala, párate enfrente de ella y dile que no quieres, que nunca vas a estar preparada. Ve por ti misma cómo puedes terminar de destruir a esa persona a la que le diste la vida. Cerciórate de su cara de decepción, de cómo por segunda vez pierde a una madre que no vale nada ¿Puedes? ¿Eres capaz?
Su respuesta es definitiva.
No.
Tal vez no tuvo las agallas a los 16 años, tal vez incluso se vea como una descarada que viene a hacerse cargo cuando Victoria ya está grande. Ella sabe que es tarde, sabe que no obtendrá su cariño si no lo intenta.
¿Qué perderías si te acercas? No tienes nada, si ella te rechaza al final sería tu forma de pago por tantos años de ausencia. El único maltratado sería tu corazón, pero tú misma te lo buscaste. Así que ponte los pantalones, sé una verdadera mujer por una vez en tu vida.
Estaba decidido, ella iba a luchar la batalla que abandonó hace años.
Y sí, sonaba muy mal tomar las riendas cuando ha pasado mucha agua bajo el puente.
Pero lo iba a intentar.
Lanza el tenedor al plato provocando un estruendo. Todos en la mesa la miran sin entender su comportamiento. Myriam hace puño su mano, sus ojos llamean por la excitación. Necesita ir ahora, quiere ver a Victoria.
—¿Myriam? —Su madre llama y de pronto vuelve a la realidad.
Siguen observándola, sus mejillas coloradas por la vergüenza.
—¿Estás bien? —Pregunta Cristy.
Las palabras no salen de inmediato, se encuentra todavía en las nubes.
—Sí, es solo que… necesito ir al baño.
Regresa con el corazón latiéndole a toda velocidad. Su madre nota que está alterada, pero como todos parecen en otra, no le pregunta en ese momento.
Adrian habla de su padre y de su hermano Carlos que vive con su madre en Arizona.
—¿Y no te gustaría ir a la Universidad, morenito?
No necesita que Cris le diga con palabras que quiere estrangular a Nany, porque su cara lo dice todo.
.
—Nos vemos en dos semanas, pecositas. —Arregla su sombrero púrpura encima de su cabeza. Todas sus amigas están despidiéndose de su familia también— Vuelvo antes que termine agosto. Me siento como cuando iba a la escuela y volvía antes de septiembre —Ríe abrazando a cada una— Cuiden a su madre.
Refugio besa la mejilla de Nany.
—Disfruta, mamá. ¡Trae recuerdos!
—¡Siii! Te aseguro que recuerdos voy a traer… ¡Ah, te referías a obsequios! —Se burla. Toma un bolso playero y se despide con la mano de Adrian— Te compadezco, Fabian. Veamos cuánto vas a durar, no sé si te habrás dado cuenta que somos solo mujeres. Primero se fue mi marido, luego mi yerno, Refugio nunca tuvo hijos varones y Myriam es divorciada, así que… —Suspira teatralmente— Vigila tus espaldas.
Refugio y Myriam no pueden parar de reír y en cierto modo Adrian también empieza a reír. Solo Cris entrecierra los ojos, empujando el bolso de Nany con una sonrisa.
—¡Buen viaje! —Dice ésta con entusiasmo.
Esa tarde regresa sola a su casa. Mientras cierra la puerta no puede dejar de pensar en la idea que tiene desde que estacionó la camioneta. Todavía su estómago ruge de los nervios cuando se recuerda a sí misma alcoholizada y a Víctor arrastrándola a su habitación. Camina de un lado para otro rogando que no haya soltado la lengua, que no haya dicho cosas que no vienen al caso.
Presiona el celular entre sus manos con tanta fuerza que teme hacerlo pedazos. Finalmente se decide, marca el número y no puede arrepentirse cuando éste comienza a pitar.
—Myriam ¿estás bien? —La voz retumba en su oído.
Tiene la frase lista en su mente, pero no sabe cómo ordenarla.
—Necesito… necesito que nos veamos… hoy… ahora.
Espera con impaciencia, su aliento resonando en el teléfono como si de verdad pudiera traspasarse.
—En una hora estoy allá, no creo que sea bueno que nos vean juntos en otro lugar.
Asiente, recordando en ese momento que no puede verla. Responde rápidamente antes de que corten la llamada.
.
Sirve dos vasos de jugo de naranja en la cocina. El brazo de Víctor se sostiene en la mesa con elegancia, la otra suspendida en el aire viéndola mientras camina de regreso. Todavía le intimida esa mirada hambrienta en sus ojos negros. No sabe si sonrojarse delante de él o evitar su mirada. Le resulta difícil cuando sus dedos se tocan una vez que deja el jugo sobre la mesa. Tal vez si tuviese esa fuerza de voluntad de fingir dureza como cuando se reencontraron después de tanto tiempo y la había encarado exigiéndole una explicación, eso sí, seguía titubeando para entonces, la voz grave de Víctor es todo lo que necesita para perder la cabeza.
Bebe un poco de jugo y se levanta nuevamente para ir a la cocina. Tiene que dejar de deambular por la casa como una lunática o Víctor va a perder los estribos con ella.
—Myriam, siéntate de una vez —Exige con un suspiro.
Aún no se acostumbra que a veces la llame Myriam
Regresa a la mesa con timidez.
Con valor aparta la mirada de él para ver lo caídas que están sus flores en el balcón. Está a punto de ponerse en pie cuando siente la mano de Víctor sobre la suya.
—Yo… solo —Balbucea.
—Yo también tengo que hablar contigo. —Lo mira expectante— pero tú primero.
Sacude la cabeza enérgica.
—Habla tú.
Éste remueve el jugo en su vaso.
—Anoche dijiste algo que no terminé por entender —De un segundo a otro la sangre se le sube a la cabeza— estabas diciendo cosas muy incoherentes, pero sin embargo aquello me dejó pensando. Estuve toda la noche tratando de recordarlo, pero no fue hasta que me llamaste cuando lo supe.
Sus brazos y piernas se vuelven gelatina.
—¿Qué es?
Los ojos de Victor la observan con determinación. Tiene la mandíbula apretada, sus músculos tensados. No sabe qué esperar. ¡Qué dice! Se puede esperar cualquier cosa por culpa de unas copas de más.
Inhala profundamente.
—Tú dijiste que… —Busca las palabras con demasiada calma— habías matado a tu padre.
La torpeza hace que tire el jugo encima de la mesa con una sacudida. Tose sin tener nada en su boca y rápidamente la cubre con la mano.
Se levanta de la silla todavía tosiendo para buscar algo con qué secar la mesa. Él se levanta también pendiente de ella, parece preocupado mientras se acerca a sostener sus brazos.
—¿Necesitas que traiga agua? Espérame un segundo.
La tos no es más que una reacción a su nerviosismo. Había esperado tanto que él dijera lo evitable y finalmente se trataba de otra cosa muy distinta. Ojalá pudiera suspirar con tranquilidad si no se estuviera quedando sin aire.
Víctor regresa con agua y él mismo se lo tiende en los labios. Bebe frenéticamente como si la vida se le fuera en ello.
—Disculpa por la indiscreción.
Aparta el agua— No es indiscreción. —Víctor sigue viéndose culpable — No soy una asesina.
—No pienso que lo seas, pero… ¿entonces?
Vuelven a sentarse en la mesa ahora pegajosa por el jugo derramado. Myriam limpia con un paño de cocina lo más que puede.
—Es una forma de decir, Víctor. No es así. —Da cuenta que él no responde, de modo que suspira con inquietud — Ya sabes que él y yo nunca nos llevamos bien —Asiente— Estábamos discutiendo muy duro cuando le dio aquel ataque al corazón, murió camino al hospital. Tal vez por eso lo dije, como estábamos peleando...
—Siento mucho eso.
—Sí, eso creo. —Se vuelven a mirar— Es raro, sabes. No sentir nada. Cuando papá murió tuve la sensación de que por fin iba a vivir sin que nadie menospreciara mis decisiones. ¿Está malo eso? Me siento como una insensible —Luego suelta un resoplido —¿Y qué se puede esperar de mí? Abandoné a mi propia hija.
—No te puedo culpar por lo de tu padre, IsaMyriam. Lo de Victoria es algo completamente distinto. Antonio siempre fue un muy mal padre con ustedes, eso no se discute. No puedes llorarle a alguien que te ha hecho daño desde que naciste.
Sus palabras la calman.
—Ni siquiera lo extraño, ni siquiera deseo que esté aquí a diferencia de muchos que han perdido a sus padres y harían cualquier cosa por recuperarlos. —Se inclina hacia adelante— Las cosas cambiaron mucho desde el momento en que murió; no habían reglas, no habían restricciones, nadie te criticaba por nada. Y Cristy vivió la parte correcta de él, la forma en que se negaba a aceptar sus sueños de ser actriz. La despreciaba tanto como a mí por ser mujer. Y estoy segura que mi hermana tampoco lo echa de menos, es cosa de escucharla cuando habla de nosotras como si Antonio no hubiese existido jamás.
—¿Y tu abuela? Sé que siempre lo defendía.
Myriam sonríe con tristeza.
—Creo que Nany recién ahora está viendo lo que Antonio era en realidad. Siempre creyó que en el fondo de ese corazón tan oscuro se escondía una parte cariñosa de él hacia nosotras, pero no era así, lamentablemente.
— Siempre creí que era demasiado soberbio para sentir amor —Dice, acercándose con la silla— Y aunque a nosotros dos nos compete algo totalmente diferente, no podría descubrir por mí mismo que llevas la sangre de Antonio Montemayor, la persona más retrógrada de los años 90. Aunque eres una irracional, ya que mencionaste el tema de Victoria.
Sonríe bajo la sombra de su cabello, escondiendo un poco la cara. Cuando siente los dedos de Víctor rozando su rostro no puede evitar cerrar los ojos.
—Una completa irracional, insensible y una bruta indiscutible.
Une sus labios en un delicado beso para silenciarla. Se separan para mirarse a los ojos y volver a besarse ahora con más vigor. La forma en que sus labios se moldean a la perfección, la enloquece.
—Saber que esto está mal y aun así hacerlo es algo que me atrae definitivamente.
Sonríe en sus labios, enredando los brazos alrededor de su cuello. Cuando siente su lengua chocando en sus dientes su corazón comienza a saltar. Saborea el gusto de sentir una parte de él, como si fuera a perderlo en cualquier momento.
Lo aleja unos pocos centímetros.
—Teniéndote así, tan cerca de mí… hasta podría soportar que me odies.
Sabe a naranja y menta. Apenas tiene tiempo de respirar con su boca incrustada en la suya. Víctor mantiene su mano sobre la cintura, acariciándola con sus dedos, subiendo imperioso la blusa.
—Necesitamos parar —Declara sin aliento — Ahora tengo… tengo cosas que hacer y no… —Myriam vuelve a atrapar sus labios.
La melodía suave de un celular los saca de su momento. Se apartan a regañadientes intentando recuperar el ritmo de su corazón. Las mejillas le arden, su cuerpo completo tiembla, se tensa, se vuelve un gusano.
Cuando Víctor la mira, sabe que está en problemas. Y él solo pronuncia dos palabras que la mantienen callada en su lugar "Es Victoria"
Su oído está atento mientras habla por teléfono, a pesar de que no debería escuchar, saber que es Victoria la pone en alerta.
—¿Dónde Casey? ¿Y no que los Bates habían salido de vacaciones? —Victoria responde al otro lado de la línea—Está bien, pero por favor no llegues tarde. Puedes llamarme para que te pase a buscar… de acuerdo, cuídate, hija. Te amo.
—Inconscientemente Victoria nos evitó hacer algo que no debemos —Frunce los labios cuando termina.
Víctor no responde, guarda el celular y vuelve a sentarse.
—¿Qué te dice tu familia? Es decir, tu abuela y tu madre pensaron mal cuando me vieron bajar del edificio la vez pasada y Cristy debe pensar lo peor de mí.
Ríe—Ellas no dicen nada, no se entrometen en mis asuntos. Aunque Nany estaba sorprendida de que tropezara con la misma piedra. Realmente no sé a qué se refiere con eso.
—Supongo que nunca pensó que tú y yo estaríamos de nuevo… bueno, ni siquiera estamos juntos.
Ni siquiera estamos juntos.
—Nunca vamos a estar juntos —Concluye.
Hay un silencio incómodo.
—Mejor será que me vaya ¿ya te dije que tengo cosas que hacer? Bueno, lo repito entonces —Víctor parece bastante nervioso, algo muy raro en él.
Se pone en pie para despedirse en la puerta.
Pudieron haberse despedido con la mano, una simple inclinación de cabeza o por último una sonrisa sincera.
Pero nooooo.
Tenían que volverse a besar para confirmar aún más que actúan como dos adolescentes inconsecuentes que no controlan sus sentimientos.
Mantiene sus labios sobre los de él, dejando besos cortos pero cargados con el fin de no sentir su ausencia demasiado tiempo. Espera ¿Acaba de decir eso? No hay lengua ni otras intenciones, es un beso bastante inocente.
Víctor se aleja y ella se queda pegada a la puerta sintiendo que no puede sostenerse por sí sola. Necesita calmarse o un día de estos va a explotar de lujuria. Y ella no puede permitir que eso ocurra.
.
Durante la última semana de agosto por fin tiene sus vacaciones, pese a que solo sean por unos días. Ya puede imaginarse despertando al medio día y evitando beber café desenfrenadamente cada que tiene que irse a la radio. Mientras riega sus flores en el balcón, no deja de pensar que se merece aunque sea un día de libertad, olvidarse de soportar a un jefe las 24 horas del día siguiéndole los talones. Como sabían que se iba a ausentar una semana, tuvo el doble de trabajo grabando los programas de los próximos 5 días que no estaría al aire, así que ahora estaba relajada, disfrutando de la tarde fresca de agosto, viendo como después de unos meses por fin el verano estaba acabando. Eso no quería decir que no hiciese calor porque ¡Dios! su habitación era un infierno cuando se despierta o cuando se acuesta.
Arremanga la tela de su short con la intensión de que entre más aire a sus muslos. Bebe un poco de jugo de limón con mucho hielo y termina la última maceta, sonriéndole a las flores y hablándoles. Cristy siempre se ríe de ella por hablarle a las plantas, pero solo alguien que ama las flores entiende que ellas se sienten mejor cuando hace eso.
No está loca, lo puede jurar.
El sol comienza a entrar poco después, momento en que decide entrar al departamento. Coge su celular encontrándose con una llamada perdida.
Su corazón palpita con fuerza al darse cuenta que en la llamada entrante dice "Victoria"
Cuando habla con ella y le pide venir al taller de boxeo, no puede dejar de bombardearse de sentimientos. Balbucea para sí misma y en poco tiempo está encendiendo el motor de su camioneta. La voz de Victoria se notaba agitada y algo quejosa, pero estaba tan sorprendida por su llamado que lo pasó inadvertido.
La noche ha caído en la ciudad completamente tan pronto se acerca.
Las luces del gimnasio es lo más llamativo de toda la cuadra. Llega presurosa para encontrarse con puños golpeando rostros escondidos, sacos, pesas, etc.
Encuentra a Victoria revisando su bolso.
—Victoria —La llama; la chica alza el rostro y no puede evitar soltar un jadeo — ¿Qué te pasó en la cara?
Tiene un rasguño en la ceja hasta el comienzo del ojo, un hilo de sangre cae en su contorno. No sabe si es buena idea acercarse, de modo que se queda donde mismo.
—Perdí el casco y tuve que ensayar sin él —Se mira en un espejo pequeño — No puedo ir a casa así.
—No, claro que no. ¿Y tu amiga?
—¿Casey? De vacaciones —Hace una mueca cuando roza el dedo en la herida— No te hubiera llamado si no fuera de absoluta necesidad —Myriam no responde por estar viéndola con asombro — No tienes que ayudarme si no quieres, no te estoy obligando.
Parpadea.
—No me estás obligando —Asegura— Vámonos.
Dentro de la camioneta, Victoria comienza a inspeccionarse más a fondo el rasguño.
—Necesito esconder esto con maquillaje. ¿Tienes?
—Puedes quedarte en mi casa si quieres.
—¿Qué? ¿Estás loca?
Encoge sus hombros.
—Es una herida reciente, si la limpias de igual modo se notará con el maquillaje. Y será peor, te va a entrar infección. Quédate en mi departamento y mañana ves qué inventas.
Se queda pensando un momento.
Que diga que sí. Que diga que sí.
—¿Y qué excusa voy a dar?
Arranca la camioneta metiéndose en la carretera.
—Diles que te quedas con Casey. —Vuelve a quedarse callada. Durante todo el viaje no hacen más que estar en silencio. No parecen estar incómodas así, tal vez porque Victoria está demasiado ocupada pensando al respecto. Se quedan frente al edificio sin el ruido del motor— ¿Y? ¿Qué decidiste?
Victoria muerde su labio con el ceño ligeramente fruncido. Se parece a ti le dice una vocecita.
—Es una locura —Manifiesta con una pequeña sonrisa que desaparece de inmediato— ¿Cuál es la diferencia? Van a reaccionar igual si me ven esto ahora o mañana.
—Tengo algo para desinfectarte eso, pero debes reposar sin tocarlo. Me vas a dar la razón cuando lo veas con tus propios ojos.
La mira con esa conocida desconfianza.
—Uhmm… dormir en tu casa va contra mis reglas.
¿Reglas?
—Bien, si no quieres no importa, solo atente al bombardeo de preguntas cuando regreses a casa.
Eso le asusta.
—De acuerdo —Myriam la mira fijamente, teme sonreír porque Victoria en cualquier momento se pone a gritar— Solo porque quiero seguir boxeando.
.
.
—No, te volviste loca —Retrocede chocando con el brazo del sofá— Lo toqué con mi dedo y la maldita cosa arde como el infierno. ¿Me quieres quemar?
Myriam vuelve a untar el líquido en un poco de algodón. Es rojo y huele a ácido. Jamás ha sabido cómo se llama ni de qué está hecho, su abuela siempre lo usaba para sus rasguños, por eso está completamente segura que es efectivo. Su bisabuela era conocida por crear ungüentos y remedios caseros en aquella época. Es por eso que todo pasó de generación en generación. Nany es la única que sabe prepararlos a la perfección.
—No te voy a quemar, confía en mí.
—Es que ese es justamente el problema ¡No confío en ti!
Hace caso omiso de aquello y acerca el algodón a su cara. Victoria vuelve a retroceder.
—Victoria, si quieres que eso desaparezca de tu cara entonces vas a tener que empezar a confiar un poquito. Aunque sea solo para esto. Ven aquí, no voy a hacerte daño.
Vuelve la desconfianza, sin embargo se acerca con una mueca en los labios. Cierra los ojos esperando que en cualquier momento Myriam prenda un fósforo delante de sus ojos. Tiene que apretar los labios para no echarse a reír de ella.
Cuando el algodón se impregna en su ceja, Victoria suelta un gruñido. A medida que el líquido se ha absorbido Myriam intenta pasar el algodón alrededor con mucho cuidado. Mientras están así, tan cerca la una a la otra, es como si siempre debió ser así, como una madre cura la herida de su hija.
Ahoga un suspiro. Victoria se ve igual de incómoda.
—¿Estás segura que eso no es limón? Me arrrrrrde.
—No lo sé —Sonríe.
—¿Me pusiste algo que no sabes lo que es?
—Es un remedio casero de mi bisabuela. Mi abuela sabe el secreto pero nunca lo revela.
Se acerca a un espejo para observar su ceja roja a causa del líquido.
—Bueno, gracias —Añade con timidez.
Al parecer Víctor no estaba muy seguro de dejarla quedarse en casa de "Casey" pero finalmente Victoria había rogado tanto que se dio por vencido. La familia de su amiga no se encontraba en la ciudad desde hace semanas y ha tenido que inventarle que siguen aquí para poder ir sin problemas a los entrenamientos. Luego de una hora, se altera al notar la hinchazón en su ceja, no escuchando a Myriam cuando le dice que es normal con el remedio que usó para ella.
Tiene que reconocer sus nervios con la presencia de su hija. Ambas se ven demasiado inseguras para hablarse.
No se da cuenta en qué momento sale al balcón. Su cabello vuela con el viento, cubre sus hombros con la manta que seguramente encontró en el sofá. No es capaz de abandonar sus ojos de ella; observándola, admirándola. Incapaz de alejar aquel pensamiento que se cuela en su mente desde que curó su herida. Eso es lo que te perdiste todo este tiempo, Myriam. ¿De verdad creíste que era lo mejor?
Al tenerla tan cerca, el hubiera es lo único en lo que piensa. Si se hubiera quedado, si hubiera estado en sus primeros pasos, si hubiera estado en su primer día de clases, si la hubiera escuchado decirle mamá.
Mamá es una palabra tan pero tan lejana.
Sus pies salen al balcón por reflejo. El viento de finales de agosto no es frío hasta los huesos, pero tampoco caluroso. Acomoda el antebrazo en la baranda, inclinando un poco el cuerpo hacia adelante.
—¿Qué piensas?
Victoria no se da cuenta de su presencia hasta ese minuto. Aparta el cabello de la cara, su nariz y mejillas rojas por el viento.
—¿Qué pienso? Muchas cosas —Responde con la manta más apegada a ella, como si fuera su respaldo, su protección— De todos los lugares que hay en Seattle, esta era la que menos pensaba estar.
—Me alegro que estés aquí —Reconoce.
Ella no la mira.
—No lo entiendo, Myriam. ¿Nunca te importé lo suficiente?
Parece tan mayor para la edad que tiene. Ella actúa como un adulto algunas veces, preguntándole de esta forma, sin gritos. Aunque los hay, por supuesto, pero justo ahora no parece tener 14 años.
—Claro que me importabas, me importas mucho. Incluso me importabas tanto que no quería cargarte por miedo a lastimarte.
Ahora sí se voltea a mirarla.
—¿Cómo…? O sea que me conociste, bueno es obvio que sí, pero estuviste ahí, pensé que te habías largado de inmediato.
—Estuve ahí lo suficiente para saber que ibas a ser la niña más hermosa del mundo.
Frunce el ceño— ¿Pero no lo suficiente para quedarte conmigo?
Myriam muerde el interior de su labio.
Victoria no tiene por qué entenderla, tampoco tiene por qué escuchar sus excusas, pero lo cierto es que desea decir muchas cosas, poder hacerle entender que la amó desde el minuto en que pateó por primera vez dentro de ella. Quiere decirle que fue su compañera durante nueve meses, que escuchaba sus llantos, que fue testigo de muchas peleas en casa. Quiere decirle que aunque su padre estaba en contra del embarazo, ella siempre la defendió. Hay tanto por decir, pero tan poco tiempo. Y tan pocas fuerzas.
—Me faltó valor… y tal vez honestidad.
Hay silencio a continuación. Su antebrazo se duerme pero no quiere moverse de ese lugar.
—No te conozco, Myriam. Y aunque pase el tiempo nunca será lo mismo. Aunque yo te perdonara alguna vez, el tiempo no se puede retroceder.
Cierra los ojos escuchando lo que sabe que es cierto.
—Lo que daría por retroceder…
—Pero no puedes.
—No, no puedo.
—¿Por qué cuando nos conocimos me dijiste que las cosas no eran como parecían?
Hay ruido en el balcón del piso de arriba, sus ojos suben a encontrarse con los ojos de Victoria. Estos brillan por algún motivo.
—Fue… fue un decir —Replica, sus ojos llenándose de lágrimas. Las fuerzas que no es capaz de tener las siente en este momento, pero en vez de decir todo lo que estaba pensando recién, finalmente dice— Perdóname, Victoria. Y no espero que me perdones, pero necesito decírtelo porque es cierto. Mírame —Pide viendo que ella da vuelta la cara; cuando sus ojos vuelven a encontrarse el nudo en su garganta se hace más fuerte— Perdóname por no ser esa madre que merecías tener.
Quiere decir algo pero se da cuenta que su voz no sale. La ve sacudir la cabeza con un suspiro.
—Lástima que no pudieras serlo, porque yo no tuve la culpa de tus errores. Me hiciste pagar tu egoísmo y eso es difícil de borrar.
Entiende que el perdón no es una cosa de aceptar y asunto arreglado. Es más que eso, es sentir que perdonas, es sentir que has olvidado el dolor. Y el dolor que le causó a Victoria, ni siquiera ella cree poder perdonarse a sí misma.
Ahí es donde vuelve a surgir la frase de su abuelo "Hay que seguir viviendo a pesar de todo"
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Mensaje  Eva Robles Dom Ene 17, 2016 9:29 pm

muchas gracias por los capitulos

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Mensaje  Geno Lun Ene 18, 2016 2:15 pm

SEÑOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO MAS CAPITULOSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
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Mensaje  Bere Lun Ene 18, 2016 11:57 pm

Recuerdos
Es hora de crecer
Abril, 1999
Su lugar favorito en casa ha sido desde siempre el ventanal del segundo piso. El ambiente es fresco cuando se sienta aquí, su espalda pegada al vidrio viendo como la vecina busca alguna excusa para salir a la puerta y observarla bajo sus peculiares lentes. Mira dentro del buzón de correos por tercera vez esa tarde, y Myriam solo puede sacudir la cabeza con diversión. Se le han acabado las ideas para chismear.
Vuelve la atención al cuadernillo en sus piernas. Las rodillas prácticamente pegadas a su estómago mientras escribe frenéticamente en ellas. Aquel papel amarillento es su única forma de desahogo; allí expresa sus sentimientos sin que nadie la critique, sin que nadie la rechace. En él plasma sin necesidad de prohibir a su mente a pensar por sí misma, de escribir con eufemismo sin pasarse de la raya. Allí cuenta, por ejemplo, que a sus 14 años tiene una vida difícil, una familia conservadora, una amiga incondicional y un amor que ha mantenido en secreto por temor a que no corresponda a sus sentimientos. Escribe su nombre lo más delicadamente posible, deleitándose y sonriendo sin poder evitarlo. Luego sigue escribiendo sin parar, sin tomarse el tiempo de pensarlo, lo escribe así sin muchas vueltas.
"… me gusta hablar en público, me gusta decir lo que pienso y me gusta hacer reír a la gente. ¿Por qué no puedo hacerlo en casa?"
Se detiene con la mano cansada. Deja reposando el lápiz encima del cuadernillo, suspira apoyando la cara en la ventana. Los días fríos se han ido y la primavera ha reclamado toda la atención.
Vuelve su interés a la primera línea que ha escrito en el diario.
"¿Por qué no soy capaz de decírselo? ¿Por qué, si yo lo quiero tanto?"
—¡Myriam, teléfono! —Llama su madre desde las escaleras. Cierra rápidamente su cuaderno, escondiéndolo bajo la almohada en donde está sentada. Es un pequeño escondite que solo ella conoce. Baja corriendo la escalera de madera— Solo 5 minutos —Advierte antes de entregarle el aparato.
Por reflejo enreda el cable en su dedo.
—¿Hola?
—Myriam, soy Liliana. Te llamaba para invitarte hoy a la cena de bienvenida de Sergio
—Oh ¿Ya llegó? ¿Y cómo está?
Liliana pega un grito.
—¡Está muy alto! Y tiene un poco de barba. —Explica con emoción— ¿Y qué me dices?
Muerde su labio por instinto viendo como su madre peina el largo cabello pelirrojo de su hermana.
—¿Por qué no me lo pediste más temprano? Nos acabamos de ver en el colegio, Al. Sabes cómo es mi papá… —Esto último lo dice apenas en un susurro— Gracias de todos modos.
—Dale, Myriam, inténtalo. ¿Y si le dices a tu mamá?
Rueda los ojos— Eso es como que me pidas que Cristy me ayude, Liliana.
Se ha vuelto común en ella rodar los ojos por cualquier cosa. A modo de protesta cuando no quiere hacer algo rueda los ojos y regaña para sí misma, pero sigue haciendo lo que le piden.
El tiempo a Myriam Montemayor la ha convertido en toda una señorita. Ha crecido por lo menos unos 13 centímetros a diferencia de hace 4 años. Atrás quedó la niña de coletas; ahora su abdomen ha cambiado, sus pechos han crecido en un tamaño ideal para su estatura. Sus piernas que aunque no son demasiado largas, son lo suficientemente flexibles para unirse al grupo de porristas en la escuela. Una sonrisa muy angelical, largas pestañas alrededor de llamativos ojos cafes. Su cabello castaño claro hasta los hombros. Todos dicen lo hermosa que es, recalcando el parecido a su madre, pero también a su abuela cuando era joven.
A ella le gusta que le digan que es bonita ¿y a quién no? La hace sentirse bien consigo misma. Sin embargo, parece que no todos la consideran tan bonita para verla de otra manera.
No solo como la mejor amiga de su hermana.
Liliana bufa en el teléfono.
—Por favor, Myriam. ¡Haz el intento! Esto será aburrido sin ti. Papá aceptó ir por ti si es que te dejan. Llámame para confirmar.
Se despide sin tener respuesta alguna. Sigue mordiéndose el labio, la mano todavía sostenida en el teléfono que pitea un "tu-tu-tu" insoportable. Está a punto de subir las escaleras de regreso cuando se detiene.
¿Y si hace el intento?
Había perdido cualquier esperanza porque sabe la respuesta.
Camina hasta la sala donde todavía su madre intenta peinar a una revoltosa Cristy.
—¿Liliana de nuevo olvidó la tarea? —Pregunta antes de que llegue.
Myriam se sienta en el brazo del sofá, su pie golpeando la mesa de centro con nerviosismo.
—No, la verdad —Contesta— Mamá ¿habrá alguna posibilidad…?
—Myriam, sabes que no —Interrumpe, sus ojos viéndola con tristeza. Sabe que se refiere a los permisos de los viernes por la tarde/noche. Y en realidad, se refiere a los permisos en general. A Myriam se le cae el rostro por la decepción— ¿Qué planes tenían?
Encoge los hombros ahora totalmente rendida.
—Sergio, el hermano de Liliana llegó de Francia. Van a hacer una cena de bienvenida.
—¿Y él no estudia?
—Terminó el año pasado. En septiembre comienza la Universidad.
Refugio asiente con la cabeza. Sigue viendo a su hermana moverse sin parar alrededor mientras intentan amarrarle la desquiciada coleta en el pelo. Ríe cómicamente viendo la televisión.
—Myriam, deja de morderte el labio, ya sabes que me pones nerviosa.
Suelta la carne de entre sus dientes, rodando los ojos y corriendo escaleras arriba. Vuelve a sentarse en la familiar ventana pero ahora sin ganas de escribir. Ojalá ella pudiera ir donde los García, ojalá tuviera ese valor de ser más rebelde, de escaparse como cualquier chico de su edad. Ojalá sea mayor de edad pronto para irse de casa a vivir su libertad, así no tendría que estar encerrada en estas cuatro paredes.
Después de lo que parece una eternidad decide regresar a su habitación. Cierra la puerta detrás de ella sintiéndose cómoda luego de acumular tanta rabia. Cualquier día de estos se va a terminar enfermando del corazón porque nunca expresa lo que siente, menos si está triste o enojada. Las paredes color pastel la calman, se queda observando su habitación, suspirando y desabrochándose el botón de su jean levi's hasta el ombligo. Quita la blusa desde dentro, desabrochándola también y lanzándola con furia al canasto de ropa sucia. Finalmente termina por quitarse las zapatillas rabiando para sus adentros.
En cuanto cumpla los 15 me iré a vivir con mis abuelos.
No es la primera vez que lo piensa, de hecho, su abuela se lo ofreció un año atrás, pero ella no quería, sentía pena de no ver a su mamá y a Cristy. No obstante, estaba tan enrabiada que por ella se mudaba ahora mismo. Eso sí, sabe que su padre pegaría el grito en el cielo si se entera, aunque no está tan segura ahora. ¿Qué más da si se va? A él le daría lo mismo.
Rápidamente se viste con una blusa recortada que deja su abdomen al descubierto y unos jeans desgastados. Hasta ese momento no supo por qué se quitó la otra ropa. Su cabeza está tan ajetreada que está haciendo cualquier cosa. Vuelve a ponerse las mismas zapatillas.
Su corazón se acelera al escuchar el portazo en la puerta principal. El ruido de llaves y la manera en que la puerta chirria cuando se cierra le eriza la piel. Comienza a buscar un suéter en su armario, encontrando solo uno demasiado grueso para este tiempo, sin embargo se lo pone de todas formas antes de escuchar a su madre gritarle que baje a cenar. Busca el espejo de cuerpo para arreglarse el gancho de mariposa que ha puesto en la parte izquierda de su cabeza. Se mira completamente, suspirando. Arranca la mariposa de su cabello con un resoplido.
Baja con el sonido de cubiertos y pronto ve a su padre sentado en la mesa pulcra del comedor. Apenas le dirige la mirada, no existen un "hola, hija ¿cómo ha ido tu día?"
Se sienta sin hacer ruido en la silla. Su madre llega con Cristy a la mesa, sus berrinches se terminan en cuanto ve el rostro serio de su padre, de modo que la niña se comporta como una estatua.
—Myriam, siéntate derecha.
Intenta quedarse quieta en su lugar, pero no puede ponerse más derecha de lo que está.
La cena transcurre en completo silencio. El ruido de sus dientes mientras mastican es lo único que escuchan, así como los cubiertos chocando contra el plato de vidrio o la forma en que Antonio se aclara la garganta. Cris no quiere comer más arroz, pero tiene que obligarse a tragar otra cucharada más. Ella es tan dulce y atenta que a Myriam le hubiese gustado que no viviera atormentada, que pudiera jugar como otros niños sin miedo a mancharse la ropa, sin tener que prohibirle salir con ciertos compañeros.
—Mi jefe y amigo Richard tiene su fiesta de cumpleaños este domingo —Comenta su padre— Quiero que las tres usen vestidos oscuros.
—¿Oscuros? —Cuestiona su madre.
Antonio la mira como si le encontrara un tercer ojo.
—Sí ¿algún problema?
Su madre baja la cabeza a los guisantes del plato.
—No, discúlpame.
Junta sus pesadas manos entrelazando cada uno de sus dedos. Hace una eternidad que está mascando el pedazo de carne. Una vez terminado el plato se permite observarlas.
—Pueden levantarse, todos a dormir. Myriam —Llama antes que ésta desaparezca del comedor— El lunes te llevaré al colegio para ver tus calificaciones. Espero arriba de 9, jovencita. —Asiente en respuesta, pero su padre no queda conforme— No escuché, regresa aquí.
Inhala profundamente. Un tiempo hasta acá se da cuenta que no puede controlar su genio, pero se obliga a bajar la guardia.
—Así será, papá.
—Bien, a tu habitación.
En cuanto llega se quita el suéter que le ha escocido el cuerpo durante toda la cena. Vuelve a ponerse el gancho de mariposa en el pelo y se recuesta en la cama para terminar su tarea de historia.
Otra de sus rebeldías era justamente eso, ella no dormía cuando la mandaban a acostarse.
Escribe con rapidez un párrafo de 10 líneas, resumen sacado de su libro y suelta un suspiro. A esta hora en casa de los García deben estar terminando de cenar, brindando por Sergio y posteriormente subiéndole el volumen a la música.
Guarda todo lo de la escuela y apaga la luz de su lámpara. El cuarto se encuentra a oscuras así todos piensan que está dormida. La luna es su única ampolleta a esa hora de la noche.
La cortina se eleva con el viento, olvidándose de haber dejado la ventana abierta. Resopla poniéndose de pie, su cabello enredado por la almohada, su mal humor echando chispas. Se acerca a la ventana solo para cegarse con un parpadeo de luz. Trata de ver el reflejo, pero son insistentes. Descarta que sea las luces de algún auto, también las de alguna patrulla. Se queda pensando en eso cuando la luz cegadora se apaga. El corazón le salta a toda velocidad cuando ve a Víctor sostener una linterna viendo hacia la dirección de su ventana. Detrás de él, Liliana agarra una piedra del piso y la lanza hacia ella. Por instinto se va hacia atrás.
Abre la ventana con las dos manos.
—¿Qué están haciendo aquí? ¡Papá está en casa! —Medio grita, medio susurra.
—"Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma" —Recita Liliana con voz cantarina.
Se encuentra con la sonrisa de Víctor.
—¿Qué esperas? Será mejor que bajes antes de que nos saquen a patadas.
—¿Qué? Chicos, no puedo salir —Ellos chiflan desde su lugar. Sergio, que maneja el auto de Manuel lanza un resoplido hacia Myriam— ¿Cómo creen que voy a salir sin permiso?
Liliana chilla— ¡De puntillas!
Se escucha un shh de Víctor y Sergio
Su corazón vuelve a palpitar a toda velocidad. Muerde su labio con insistencia, la oferta era tentadora, pero ¿a qué costo? Jamás se ha escapado de la casa, jamás siquiera lo ha pensado. Sabe en los problemas que tendría luego así que lo evita.
Ve que sus amigos no están dispuestos a irse, de modo que actúa y luego piensa. Busca en el armario su chaqueta de cuero negra y acomoda las almohadas en la cama con el fin de que se vea como que está dormida. Cierra la ventana y en silencio sale de la habitación. Se le va a salir el corazón mientras camina por el pasillo a oscuras. Se detiene en el ventanal, asegurándose de que nadie la sigue, rogando para que el piso no brame. De algún modo logra bajar las escaleras, adivinando donde se encuentra el comienzo de cada escalón. Inhala profundamente, recordándose que es una completa estupidez, la más grande locura de su vida. Si Antonio descubre que no se encuentra dormida estará en serios problemas.
Cuando cierra la puerta detrás de ella, sus manos tiemblan de excitación.
Liliana y Víctor la reciben en el anti-jardín.
—¡Deprisa! —Susurra su amiga, tomándole la mano y corriendo al auto.
Suben con rapidez, las ruedas crujen en el cemento para tomar velocidad y ella por fin puede respirar pero no con tranquilidad.
—Esto es una locura —Dice todavía sin aliento. Aparta el cabello de la cara, su gancho de mariposa ha desaparecido de entre sus mechones castaños.
—Faltabas tú, Myriam. Por eso vinimos a sacarte de tu cárcel.
Víctor, que está sentado en el asiento del copiloto, se echa a reír.
—Liliana estaba loca por venir.
A pesar de que su relación con los hermanos de Liliana no es tan cercana como el de ellas dos, siente un aprecio muy especial, sobre todo con Víctor. Son como unos hermanos para ella, la hacen sentir como en casa cada vez que va. Aunque, ahora que sus sentimientos se mezclaron, confundiendo la amabilidad, se estaba volviendo loca con los buenos tratos de él.
Suspira.
—Es tarde para arrepentirme.
.
—No, Sarah. Myriam no bebe alcohol, tiene la edad de Liliana.
La tía Sarah García hipa contra la copa de vino blanco.
—¿Ah sí? Bueno, pues tendrás que esperarte unos cuantos años más para beber, jovencita —Ríe para sí misma, llevándose la copa a los labios— ¿Te han dicho que tienes unos ojos preciosos? Te apuesto a que tienes noviecito.
Liliana se atraganta con el jugo.
—No, Myriam no tiene novio.
—¿Quéee? Es imposible que alguien tan linda como ella no tenga novio. ¿Y tú Liliana? Tú sí debes tener novio, muchachita bonita, mi sobrina favorita.
Myriam se sonroja con las palabras de Sarah. Por algún motivo Víctor la observa desde algún lugar mientras cree que ella no se da cuenta, pero no siente que haya rastro de burla en él, simplemente la mira como si estuviera buscando la razón por la que todos dicen que es bonita.
Baja los ojos a sus manos, deleitándose con la música que retumba por el alto parlante.
Juanita llega con una bandeja de copas con helado. Todos toman una, mientras que los adultos siguen la conversación con alcohol. Sergio que a pesar de tener 16 años, para Juanita sigue siendo un niño. Hace un mohín cuando no lo dejan beber.
—Estamos a portas de una década nueva ¿pueden creerlo? Todos en la televisión dicen que se acabará el mundo para el 2000 ¡Puaj! Que manga de estúpidos —Reclama la tía con una sacudida de cabeza.
Juanita se ríe.
—Nadie sabe cuándo se acabará el mundo, lo que es yo estoy segura que el 2000 será un año de sorpresas. Así me decía mi madre cuando era niña.
—¿Sorpresas buenas? —Pregunta Manuel— Yo espero que Sergio nos traiga buenas calificaciones, esas sí son sorpresas buenas.
Sarah levanta su copa.
—Mientras no venga con un nietecito debajo del brazo.
Manuel y Juanita se ríen.
—¡No! ¡Estamos muy jóvenes para ser abuelos! —Exclama la señora García.
Están todos lo suficientemente perdidos al cabo de veinte minutos y cuando ve que a Víctor le brillan los ojos con picardía, sabe que probablemente se meta en problemas. Él y Sergio intercambian palabras, miradas cómplices que la ponen nerviosa. Nada bueno hay detrás de las miradas cómplices de los hermanos de Liliana, por eso los observa hasta que el mayor se aclara la garganta.
Víctor acerca los labios a su oreja, provocando que se le erice la piel.
—Síguenos la corriente —Susurra, su aliento mezclándose en su oído.
Apenas tiene tiempo de asentir.
—Papá, necesito la llave del auto porque Myriam se quiere ir a casa.
Manuel y Juanita no dejan de reír del chiste de Sarah.
—¿Qué traman estos dos? —Le susurra Liliana. Myriam se encoge de hombros.
Manuel parpadea hacia Victor como si no lo reconociera.
—¿Qué? ¿Quieres irte ya Myriam? —El señor García la mira y sus mejillas comienzan a arder. No está acostumbrada a mentir, menos si se trata de los García. Su voz suena temblorosa cuando responde con un "sí" — Bien, puedo ir a dejarte yo.
Víctor lo detiene.
—Papá, no creo que sea prudente que usted maneje cuando está bebiendo alcohol.
Juanita tira del brazo de Manuel.
—Víctor tiene razón, querido. Deja que avictor o Sergio manejen.
Medita unos segundos hasta que finalmente las llaves caen en manos de Sergio.
- Enseñales que tan precabidos son los europueso al volante hijo
Éste sonríe con suficiencia dándole una mirada a Víctor y éste inclinando la cabeza hacia las chicas para que los sigan. Myriam apenas articula un "Gracias" a Juanita antes de seguir los talones de Liliana. Se abriga con la chaqueta de cuero escuchando el silbido de los chicos, las risas por su plan perfecto, la noche estrellada de abril. Ella es la última en subirse al auto con su corazón saltando en su pecho por la emoción. No diferencia los nervios de la ansiedad, la sonrisa boba en su rostro mientras Sergio enciende el motor.
—¿Quieren diversión, chicas lindas? —Grita.
Liliana chilla en su asiento, tan expectante como Myriam.
No está acostumbrada a esto. No está acostumbrada a la diversión, solo lo limitado está al alcance de su mano. Por eso esto es nuevo para ella, esta sensación de cosquillas en su estómago como sabiendo que está a punto de hacer alguna travesura pero sin embargo no se arrepiente.
Su voz se alza en un grito cuando el techo del vehículo comienza a desaparecer. El cabello le cubre todo el rostro por los azotes del viento, su risa mezclada con la adrenalina, las ganas de ponerse de pie.
Liliana es la primera en actuar; pega un grito a lo alto mientras se sujeta del asiento delantero. Su cabello negro volando en todas direcciones. No sabe qué hacer, está sentada riéndose de su amiga incapaz de moverse.
Víctor se gira en su lugar, sus ojos negris llenos de excitación. Seguramente los suyos están del mismo modo.
—¿Y qué esperas, bonita? ¡Súbete!
Bonita.
Las fuerzas le acompañan cuando se pone en pie sujetándose de la misma manera que Liliana, casi queriendo agarrarse del cabello cobrizo a Víctor, pero se contiene. El viento frío pero primaveral choca en su rostro, sonrojándola, inhalando el aire de Seattle como nunca antes lo había hecho en su vida.
Sergio conduce a toda velocidad. Tiene la sensación de que se le va a salir la piel de tan fuerte que van. Liliana y ella abren los brazos, como si esperaran abrazar a alguien. Su chaqueta estorba encima de sus hombros, pero no tiene tiempo de quitarla. Simplemente se queda allí, sin protección, sin nada donde sujetarse. Podría morir ahora y no le importaría porque esto es mejor que todos los problemas en casa, es mejor que cualquier diario adolescente. Supera con creces cualquiera de sus ideas para rebelarse en contra de su padre.
Vuelven a sentarse cuando Sergio estaciona frente al Space Needle. Intenta arreglar su cabello pero se encuentra tan enredado que se da por vencida. A este paso ya ni sabe qué ocurrió con su gancho de mariposa. Los dedos de Víctor tironean con suavidad algunos mechones, sorprendiéndola.
—Te queda bien así —Dice y realmente no sabe si fue de broma o en serio. Da un portazo al auto y el techo comienza a aparecer con unos cuantos botones que Sergio aprieta. El viento hace cosquillas su ombligo, pero su rostro arde de calor, así que prefiere quitarse la chaqueta antes de que le pongan seguro al auto.
—¡Subamos! —Vocifera Liliana.
Trata de calmar su respiración, pero desaparece su calma cuando la mano de Víctor se arrastra hasta la suya para darle un apretón. Por un momento creyó que solo era eso, pero se da cuenta que él sigue sosteniendo su mano, mirándola y empujándola hasta él para correr a los elevadores.
Tiene una sonrisa boba en el rostro mientras camina junto a Víctor de la mano.
—¡Vamos, Myriam! Estás muy lenta —Ríe y ella acelera su paso.
Entran al pequeño cubículo, razón obvia para soltarse a regañadientes. Está más que segura que sus mejillas parecen dos tomates, pero si le preguntan puede excusarse del viento en el auto.
Veinte segundos tardan en llegar a la cima. No hay nadie a su alrededor en el elevador, solo ellos cuatro.
Recuerda haber venido una vez al Space Needle con Nany, pero era demasiado pequeña para acordarse de cada cosa en su lugar. A simple vista parece un hotel de 5 estrellas. Las ventanas que dan a la ciudad le hace revolverle el estómago. No es muy seguidora de las alturas, más bien se marea mucho, pero esto es precioso. La luna se ve gigante y la ciudad repleta de luces como en Navidad. Se nota que la noche acaba de comenzar, y ella que creía que se acababa a las nueve cada vez que apaga la lámpara de su habitación.
Observan la ciudad por encima de ellos, contemplándola entre risas. Hay más gente aquí arriba, pero no parecen darse cuenta que hay tres menores de edad. Aunque si eso pasara, Victor sería quién respondiera por ellos.
Después de lo que parece una eternidad, bajan por el elevador. Éste se mueve a toda velocidad sin que se den cuenta. Myriam siente el primer mareo en cuanto sale del cubículo, pero se relaja de inmediato. Las luces de los faroles se ven más altos que de costumbre y eso que no ha bebido ni una sola gota de alcohol. Esto es solo obra de la adrenalina en su cuerpo. No se suben al auto, comienzan a caminar alrededor, cantando y gritando.
Liliana va mucho más adelante que ella dando saltos y Sergio le jala del cabello haciendo que grite más fuerte.
Víctor mete sus manos en los bolsillos de la chaqueta ahogando una risa.
—¿No tienes frío?
Hasta ese momento no se había acordado siquiera que sus brazos temblaban.
—No, no tengo frío —Mitad mentira, mitad verdad. Aunque lo cierto es que su cara sigue acalorada— Creo que esos dos se van a matar —Señala a Liliana siguiendo a Sergio, pero éste es demasiado rápido para que lo alcancen.
Víctor vuelve a reír.
—Nada fuera de lo común —Bromea ahora viéndola de perfil. No es capaz de alcanzar su mirada, de modo que se queda fija en sus zapatos— Te ves muy linda, Myriam. Tía Sarah tiene razón, tus ojos son preciosos.
Su cara arde más de lo que está, sonriendo con nerviosismo. Alza sus ojos con fuerza de voluntad para estudiar su rostro.
—Gracias
—Lo digo en serio, eh —Voltea el cuerpo en su dirección, en ningún momento detienen su caminata— No soy el único que piensa así.
Su rostro cae, por un momento de verdad creyó que podía sentir lo mismo que ella. Sin embargo, él dice que no es el único, de forma que solo la encuentra bonita porque los demás así lo creen y no para conquistarla. Quiere suspirar, pero se aguanta.
—¿Ah sí?
—Tienes a Roberto hechizado —Myriam se echa a reír esperando que Víctor también lo haga, pero él sigue serio— No creo que sea bueno que confíes en él, quiero decir… es mujeriego.
Myriam se encoge de hombros.
—No tengo interés en Roberto.
—¿En serio? —Ella asiente en respuesta— Que bueno… ya sabes, yo me las doy de protector de hermanas, digo, no es que tú seas mi hermana pero…
Su corazón late frenéticamente, él nunca va a mirarla de otra forma más que como una "hermana" o más bien, la mejor amiga de su hermana, que vendría siendo casi lo mismo.
—¡Myriam! ¡Tienes que ver esto! —Liliana grita corriendo hacia ella.
.
Reemplaza la adrenalina por el terror una vez que estacionan frente a su casa. Sergio avanza un poco más para esconderse bajo un árbol. Myriam ahoga un suspiro, sus manos temblándoles de nervios. Liliana la mira con una sonrisa de tranquilidad.
—No te preocupes, no se van a dar cuenta.
Mira hacia la casa de dos pisos, ninguna luz está encendida.
—Eso espero.
Se despide de todos. Baja haciendo el menos ruido posible. Se sorprende de ver a Víctor bajarse también.
—Alguien tiene que cuidarte las espaldas.
Cruzan en silencio el anti jardín.
—Creo que será mejor que entre por la cocina —Dice, retrocediendo— No tengo llave.
—De acuerdo, vamos —Vuelve a sentir sus dedos sobre los suyos— ¿Tienes que trepar?
—Sí
—Bien, te ayudo.
Inhala profundamente. Una de sus manos sostiene la cerca de madera, luego Víctor entrelaza sus manos para que Myriam ponga un pie encima. Todo esto haciéndolo en completo silencio. Cuando por fin sube con el otro pie, su cara queda a pocos centímetros del rostro de Víctor. Su aliento en su boca, sus ojos brillantes observándola.
—Gracias por ayudarme —Dice con sinceridad.
Él sonríe provocando que se le formen mariposas en el estómago.
—Buenas noches, bonita.
—Buenas noches, Víctor.
Pega un salto hacia el otro lado de la cerca, su sonrisa imborrable del rostro. Una vez que se arregla la ropa, los nervios anudan su estómago pensando que su padre podría estar esperándola despierto. Observa por última vez la silueta de Víctor al otro lado de la cerca, no puede verlo, pero él hace el intento de buscarla entre medio de los orificios de la madera. Sonríe para sí misma, corriendo en dirección a la puerta de la cocina.
Empuja la puerta sin hacer ruido, se quita las zapatillas para no tener que hacer sonar el piso. Cierra con cuidado antes de avanzar hasta la sala. Suspira con tranquilidad al darse cuenta que todos duermen. Así que sube las escaleras tranquila, cruza el pasillo y por fin se encuentra dentro de su habitación.
Suelta un sonoro suspiro.
Su lámpara se enciende, haciendo que salte del susto.
Su madre está sentada sobre su cama con la bata cruzándole por delante. Su expresión de horror y preocupación la hacen avergonzarse.
—¿Dónde andabas, Myriam? —Su voz enfadada la empequeñecen— ¿Te das cuenta de lo grave que es esto? ¡Si tu padre hubiese sido el que estuviera aquí! —Susurra poniéndose en pie— ¡¿Dónde estabas?!
Se siente pequeña cuando su madre se pone de pie, no sabe qué decir, está totalmente petrificada.
—Estaba… estaba con Liliana.
—Con Liliana —Repite ella como si fuera obvio— Te dije que no habían permisos.
—Perdóname, mamá.
Refugio sacude la cabeza, cubre su rostro con ambas manos. Luego se acerca y abraza a su hija, tomándola con sorpresa.
—Me asusté mucho al no encontrarte aquí, Myriam. No vuelvas a escaparte jamás, tú sabes cómo es tu padre de estricto. Agradece que no ha dejado de roncar —Suspira—Bien, métete a la cama, rápido.
Suspira con sosiego, su madre sigue suspirando con preocupación y regañando sobre su comportamiento. Después de asegurarse de que tiene el pijama puesto y arropada con la cobija, besa su frente alejando los mechones helados de la cara.
—Lo siento mucho, ma —Vuelve a decir.
Refugio asiente— Olvídalo —Agita la mano sobre su cabeza—ahora, dulces sueños.
Gira en la cama justo donde entra la luz de la ventana. Sonríe casi por instinto, segura de que esta noche no iba a olvidársele nunca.
Y tampoco el hecho de que Víctor le llame bonita.
Necesita escribir eso en su diario a primera hora del día.
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Mensaje  myrithalis Mar Ene 19, 2016 12:27 am

Gracias por los capitulos Saludos
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Mensaje  Bere Miér Ene 20, 2016 12:58 am

Capítulo 11
No te des por vencida.
Myriam
Remueve con inquietud las piernas bajo las sábanas.
Ha estado así durante mucho tiempo y ya se está cansando. El sueño se ha ido completamente, de modo que aparta las cobijas, suspirando y quedándose sobre la cama sin ganas de nada. Su frente suda con calor, los dedos de sus pies acelerados por moverse. La sola idea de tener a Victoria a pocos pasos de su habitación, la hace querer comerse las uñas por completo. Busca desesperada el reloj en el buró, tirando todo a su paso con un gruñido. Finalmente logra encontrarlo.
2:25 am.
Acabando con su paciencia, termina por levantarse de la cama. A pies descalzos comienza a deambular por la habitación a oscuras. Cubre su rostro tratando de tranquilizarse. ¡Deja de actuar como una niñata! Obliga a su mente a comportarse.
Con solo una bata y su vestido corto como pijama, sale de la habitación. Sus pies se dirigen rumbo a la habitación de huéspedes. Sabe que puede encontrarse a Victoria tan despierta como ella y que tal vez se moleste, pero no puede evitarlo. Empuja la puerta suavemente, notando que la luz de la lámpara está apagada. Entra encontrándola tendida en la cama profundamente dormida.
¿Cómo es posible que hasta dormida sea hermosa? ¿O es porque sé que es hija mía?
La luz de la calle le facilita verla bajo la oscuridad. Se acerca en silencio a pesar de que no lleva puestos los zapatos. Observa con una sonrisa a la princesa de ojos negros dormida sobre la cama. Flexiona las piernas para hincarse, consciente de que Victoria puede despertarse en cualquier minuto. Sin embargo, no le importa, no le interesa que despierte y la vea. Quiere seguir aquí, quiere acercarse más. Pasa una mano por encima de su pelo, baja hasta su mejilla para acariciarla con ternura.
—Mi pequeña… —Susurra— Mi bebé
Deja un beso en la sien de Victoria provocando que ésta se remueva inquieta, pero no despierta. Sostiene firmemente una almohada con sus manos, acomodándola en su mejilla izquierda. Myriam suspira, sigue viendo como Victoria inhala y exhala en un sueño profundo.
Se levanta con el pecho oprimido pero tiene una buena sensación. Se siente feliz por primera vez en mucho tiempo.
.
De algún modo logra abrocharse el cierre del vestido en su espalda. Apenas tiene tiempo de peinarse antes de sentir el olor a las tostadas. Corre rápidamente para que no se quemen. Chasquea la lengua al tirarlas dentro de la panera. Son exactamente las nueve de la mañana y apenas durmió unas cuatro horas. Vierte jugo en un jarro y prepara la cafetera.
El teléfono comienza a sonar.
—¿Hola?
—¡Beeeella! ¿Me puedes creer que olvidé mi tazón favorito en tu depa? Voy camino para allá.
Myriam mira la hilera de tazones en el estante, ubicando de inmediato el de Cristy.
—Aquí está sano y salvo. ¿Vienes a desayunar?
—No, ya sabes que mamá no deja que nadie salga sin desayunar.
Se ríe—Te espero. —Cortan la llamada. Está tirando las tostadas calientes otra vez en la panera cuando Victoria sale del cuarto— Ey, buenos días.
Su rostro soñoliento le causa ternura, pero no lo comenta en voz alta.
—Hola ¿esas son tostadas? —Myriam asiente— a papá siempre se le queman.
Si Victoria supiera que hasta hace poco igual se le quemaban.
—¿Cómo dormiste?
Estira los brazos— No sé qué tiene esa cama que es muy cómoda. ¿Puedo usar tu baño?
—Claro que sí —Responde con obviedad— En uno de los muebles hay un cepillo dental nuevo, mi hermana nunca lo usó. Victoria —Llama antes de que se vaya— ¿Ya te miraste la ceja? —Victoria niega con la cabeza, su mano rozando la herida invisible. Se apresura a ir al baño. Sonríe ampliamente cuando la escucha decir "¿Qué brujería usaste?" constatando que no tiene nada. El silbido de la cafetera le avisa que está listo, así que tiene todo en la mesa.
Victoria sale todavía con la mano en su ojo.
—Yo ni siquiera debería sentarme acá —Dice, una vez se sienta— Va contra mis reglas.
No aguanta la curiosidad—¿Reglas?
Ella no la mira a los ojos.
—De alejarme de ti.
Myriam mastica un pedazo de tostada justo después, quedándose pensando en aquello.
No puede evitar decirle:
—No lo hagas.
Ahora sí la mira, untando mermelada a su propia tostada. Frunce los labios, ya no tiene la sonrisa de hace poco cuando salió del baño. Desayunan en silencio. No se puede quitar de la cabeza lo que Victoria acaba de decirle. Es como que tuviera miedo y no pudiera expresarlo, como si de pronto se sintiera atrapada entre cuatro paredes. Ella no quiere que Victoria se aleje. No puede permitirse cometer el mismo error de tenerla lejos. Pensarla, pero no verla.
—Oye —Victoria llama, sus codos encima de la mesa. Mira a través de la preocupación de Myriam, pero no parece darse cuenta— ¿Dónde está tu papá?
Tarda en reaccionar, aún sostiene la taza de café en las manos.
—¿Cómo?
—Tu papá… conozco a toda tu familia pero no a tu papá ¿qué es de él?
Sí, se lo estaba preguntando, no es alucinación. Aunque ¿por qué se sorprende de que le pregunte?
Suspira— Él está muerto.
—Oh —Se ve sorprendida— Lo siento. Tiene que ser feo no tener a tu papá contigo, yo no sé qué haría sin el mío.
Asiente con la cabeza, un pensamiento crudo cruza por su cabeza: Ojalá nunca hubiese tenido.
—Tu papá es muy diferente al mío, Victoria. Si yo hubiese tenido un padre como Víctor —Sonríe con tristeza— Tienes mucha suerte.
Entrecierra los ojos.
—No sé a qué te refieres, pero bueno, cada papá es distinto. Mi abuelo también lo fue con mi papá.
Traga su último sorbo de té.
—Lo reitero, tienes mucha suerte. Los García en general siempre han sido muy buenas personas —Sonríe, recordando las veces que compartió con ellos. Siempre la trataban como de la familia— Sobre todo Juanita.
Victoria se queda detenida en su mirada, tal vez pensando, tal vez preguntándose cómo es posible que ella sea su mamá. No sabe qué es lo que piensa y eso la perturba. Quizá ella también se sienta incómoda cuando Myriam la mira. Querrá saber lo que piensa de ella, que opina. Lo cierto es que desearía leer la mente de su hija justo en este momento.
Suena el timbre.
Victoria se pone de pie, viéndola más fijamente.
—Es mi hermana —La tranquiliza.
Vuelve a sentarse, pesca un pedazo de tostada y juguetea con él. Myriam se apresura para abrir la puerta a Cris.
Pero no es Cris.
Victoria ahoga un grito.
Los ojos marrones de Juanita se tornan sorprendidos viendo a su nieta y luego a Myriam. Lleva una blusa de mezclilla combinándolos con pantalones blancos a su medida, un look bastante moderno que le sienta muy bien a sus 55 años. La elegancia siempre le ha venido bien a Juanita García; recuerda que antes admiraba cuando era niña sus vestidos anchos en la cintura y los zapatos que parecían salir de cuento de hadas. Trata de decir algo pero sigue sorprendida de verlas a ambas juntas. Por algún motivo, Myriam presiente que no es tanto por encontrar a Victoria aquí, sino de que Victoria la vea a ella aquí.
—Vaya, no sabía que Casey se había mudado y hubiese cambiado tanto de aspecto.
Bromea, pero nadie se ríe.
—Y-Yo —Victoria tartamudea— Estaba por irme.
Juanita asiente.
Myriam mira hacia atrás, hacia Victoria que camina de regreso a la habitación. No tarda en regresar con su bolsa del gimnasio.
—Necesito hablar contigo, Myriam —Dice Juanita. En ningún momento aparta la mirada de su nieta— Será mejor que vayas a casa, Liliana está volviéndose loca con tu ausencia.
La xhica suspira.
—Sí, permiso. Y gracias… Myriam.
—De nada —Ojalá pudiese abrazarla para despedirse, pero muerde su labio aguantándose, viendo como desaparece por la puerta. Juanita sigue de pie en la entrada— ¿De qué quieres hablar conmigo?
—¿Puedo pasar?
—Oh, disculpa. Adelante.
Juanita pasa a su departamento. De pronto sus manos sudan de nerviosismo. Juanita fue igual que una madre cuando era adolescente, de modo que tenerla aquí después de tanto tiempo, le es tan difícil asumirlo. Hace caso omiso del desorden en la mesa porque pasan directamente a la sala, sentándose lo más alejado posible.
—Sin querer Victoria me dijo el nombre del edificio. De seguro se debe estar preguntando qué hago aquí —Deja su bolso de lado, entrelazando sus manos— Vine aquí por ella.
—Te escucho
La señora García suspira.
—No quiero que ella sufra, Myriam y sé que estando contigo así será. Sin embargo, no puedo tomar decisiones por Victoria. Sigue siendo menor de edad, pero es lo suficientemente consciente para saber lo que quiere y lo que no. Y con respecto a ti, mi nieta no sabe lo que quiere por primera vez en su vida.
Myriam frunce el ceño.
—Al grano, señora García.
Sus ojos marrones la escrutan.
—¿Qué es lo que quieres, Myriam? ¿Por qué todavía no le pides que se aleje? Tú no querías saber nada de su vida hasta que ella te buscó.
—No saque conclusiones apresuradas, señora García.
—Es lo que veo —Dice, asintiendo lentamente hacia su dirección—Es lo que he visto durante toda su vida. La vi crecer sin ti, Myriam. ¿Qué quieres que piense?
—¿Qué es lo que quiere?
—¡Respuestas! —Exclama— Porque no me cabe en la cabeza que te hayas ido… ¿por qué nunca confiaste en mí? ¿Por qué no me dijiste que tenías miedo? ¿Por qué, Myriam?
—¡Porque no lo hablé con nadie! —Responde alterada. Suspira cerrando los ojos— No quiero hablar de este tema con usted.
La mirada de Juanita sigue escrutándola, pero parece triste cuando se aleja.
—Siempre te traté como una más de la familia. Nunca te hice sentir diferente cuando estabas en la misma mesa que mis hijos, nunca.
—Y eso se lo agradezco mucho.
—Myriam —Busca su mirada— Soy yo, soy Juanita y soy mujer. No vine para declararte la guerra ni ser tu enemiga. Vine… porque soy la abuela de tu hija —Es el momento justo para que Myriam levante la cabeza— porque si tú estás dispuesta a recuperarla, va a ser en serio. No voy a permitir que Victoria tenga esperanzas y que luego tú se las quites con tu cobardía. Yo no soy quién para negarte que la veas ni que ella quiera verte, es por eso que es mejor aceptarlo, eso lo he aprendido con la edad. A veces cometemos errores, pero también tenemos que tener la habilidad de perdonar esos errores.
—¿Usted está queriendo decir…?
—Recupera a Victoria, no te des por vencida ahora, Myriam. Consigue su perdón aunque tarde años, consíguelo. Te lo digo porque yo sé que Victoria necesita a una madre, no a una sustituta, no a su abuela, no a su tía. Necesita a su madre biológica, necesita a la persona que le dio la vida —Se levanta del sofá, sus ojos todavía fijos en los de ella—Te necesita a ti.
—¿De verdad cree que merezco eso?
—¿Y tú que piensas? Tal vez no lo merezcas, pero la muerte es lo único que puede impedirte que seas una madre de verdad de una vez por todas. La vida es corta como para desperdiciarla con lamentos. Y te lo digo yo, que aunque debería odiarte simplemente no puedo.
Myriam suspira con la garganta apretada. No sabe cómo reaccionar a las palabras de Juanita. Todo es completa y absolutamente verdad, pero hasta ahora nadie la había increpado a tal grado de asimilar del daño que hace y que sigue haciendo. Es como una cachetada que la vida le está dando.
—Yo quiero a Victoria, yo la quiero en serio—No se permite llorar ahora, no puede delante de Juanita—pero ella no me va a perdonar nunca.
—¿Y eso es suficiente para darte por vencida? ¡Debería ser todo lo contrario! —Se acerca a ella, las dos de pie en medio de la sala— Dime que estás dispuestas a arriesgarte, dime que estás dispuesta a darlo todo. Dímelo, Myriam. Si tanto dices quererla, entonces prométemelo.
Su voz suena en un hilo cuando responde.
—Se lo prometo.
Juanita asiente, suspira y se dirige a la puerta. Myriam la sigue prácticamente tropezándose. Todo esto es tan raro. Que Juanita García, la madre de Víctor y la abuela de Victoria, le pida que se acerque.
En la puerta se detiene para volverse a ella.
—No se te ocurra romper esta promesa, Myriam, porque si tú dañas a mi nieta, te juro que hago lo imposible para que no te vea nunca más. Nadie lastima a mi familia.
Luego de que Juanita se vaya, recarga el cuerpo en la puerta cerrada, sintiéndose débil y fuerte a la vez. De alguna manera las palabras de ella la fortalecen y una frase cuela en su cabeza repitiéndose una y otra vez.
No te des por vencida.
No sabe lo que hace cuando toma el celular entre sus manos. Tal vez era una completa estupidez, tal vez incluso podía meterse en un gran lío, pero no sabía a quién más recurrir.
Myriam: Tú mamá vino a verme.
Deja el celular encima del sofá, ella sentada con la cabeza inclinada hacia atrás. A pesar de que ya había decidido no alejarse, sentir que tiene una misión casi imposible le aterra.
V: ¿Cómo?
M: Te cuento más tarde
V: ¿Ella sabe lo de nosotros?
M: Vino por Victoria.
V: Mañana te veo ¿de acuerdo?
¿Por qué se le forma un nudo en la garganta?
M: De acuerdo
Luego, sin poder evitarlo tampoco, escribe:
M: Te extraño.
Cierra los ojos. La sensación de decírselo es completamente similar a cuando tenía 15 años. Se sorprende del aparato vibrando en respuesta.
V: Yo también te extraño…
Se pone a llorar como una niña pequeña, sola y desorientada en su propio departamento. ¿Cómo era posible? Myriam Montemayor necesitaba crecer y madurar de una vez. Ella era profesional, había logrado seguir adelante, pero todavía le faltaba lo más importante: enfrentar los hechos, y eso es lo que iba a hacer, costara lo que costara.
.
Víctor
Los gritos de Liliana son suficientes para terminar con su paciencia. Tan pronto termina con su taza de café, se levanta de la mesa. Guarda el celular en el bolsillo, todavía con el mensaje de Myriam en su cabeza. Sin embargo, no puede alejar el hecho de que su madre fue a visitarla. ¿Por qué? Fue el momento justo cuando Colin grita: ¡Llegó Victoria! Su hija aparece por el comedor vestida de la misma forma que ayer. Se acerca para dejar un beso en su frente.
—¿Cómo lo pasaste donde Casey?
Ella lo mira hacia arriba.
—Bien
—¡Por fin llegas! —Liliana cruza la mesa para arrastrarla con ella. Ana por detrás rueda los ojos— ¿Te das cuenta que me caso en 5 horas? ¡Y se te ocurre alojarte con Casey!
Victoria no dice nada, se deja arrastrar por Liliana y Ana al cuarto de la primera para terminar los últimos detalles. Sergio le lanza un silbido, señalando la locura de su hermana. Manuel y él se encargan de levantar la mesa y lavar lo sucio. Juanita había salido temprano sin decir a dónde a su padre, pero él no iba a esclarecerle la duda, de modo que ordenan para cuando llegue. Victoria baja poco después excusándose para el baño.
Se acerca a la sala donde Víctor lee el periódico.
—¿Qué haces?
Le señala el periódico con gracia.
—Oyendo lo escrito —Victoria rueda los ojos— ¿Sabes dónde fue tu abuela? —Pregunta por si acaso.
Se sienta a su lado distraída.
—Mi abuela est… ¿mi abuela?
—Sí, eso te pregunto.
—No lo sé, vengo llegando, papá.
Manuel los interrumpe, hablándoles de fútbol. Intercambia algunos comentarios del último partido con su padre antes de mirar de nuevo el periódico.
—¿Dónde fue la abu, abuelo?
Manuel se encoge de hombros.
—No dijo a dónde.
—¿Para qué la buscas? —Pregunta Víctor.
Victoria lo mira con los ojos bien abiertos.
—¿A quién?
—¿A quién más?
—No la estoy buscando.
—Victoria, estás preguntando por ella.
—¿Yo? Yo no estoy pregunt… ¡Ah! ¡La abuela! —Se ríe, como si se tranquilizara— Por nada, se me hace raro que no esté aquí. ¿Estás seguro que no dijo a dónde iba?
La puerta de la entrada principal da un portazo y la voz de Juanita se hace escuchar por toda la sala. Victoria se pone de pie, tambaleándose. Víctor observa bajo sus lentes para leer que su madre no trae ninguna bolsa, tampoco parece fastidiada o como si hubiese estado haciendo algo oculto. Ella sonríe saludando a todos de besos. Colin y Alan irrumpen para sujetarla de las piernas, haciendo que ella se ría.
—Ya sabes lo que se dice de las novias, todas son unas histéricas —Le dice Sergio, sentándose en el lado que anteriormente ocupó Victoria.
La chica lo mira ceñuda.
—Eso te lo acabas de inventar, Sergio.
Se queda escuchando la pequeña pelea de su hermano y su hija. Lo cierto es que los dos siempre pelean. Tienen sus típicas discusiones. Si Sergio dice negro, Victoria dice blanco. De modo que toda la familia tiene que escuchar sus debates en la mesa. Sin embargo, no es así siempre. Sí, pelean y todo, pero se quieren mucho.
—Sabes que sí, VicyVicy —Ríe con sorna, provocando que ésta se enfurezca y le lance el almohadón del sofá.
—¡No me digas VicyVicy, ChacaChaca!
A Victoria jamas le habia gustado que avereviaran su nombre desde pequeña odiaba que la llamar Vicy por lo que Sergio la llama VicyVicy para molestarlo lo que ella regresaba con su apodo de la infancia
—VicyVicy, VicyVicy, VicyVicy
—Por lo menos yo no bailo como un comercial de detergente
Manuel detiene la discusión con unas pocas palabras.

Para las dos de la tarde, Víctor, Sergio y Manuel están dándole la última vuelta a la corbata, los tres compartiendo el espejo cerca de la puerta principal. Con sus trajes perfectamente planchados y sus zapatos brillando más que un auto nuevo. Víctor pasa su mano por encima de su cabello, asegurándose de que ningún mechón caiga en ninguna dirección opuesta. Juanita sale del baño del primer piso con un frasco de perfume de hombre. Comienza a perfumarlos sin el consentimiento de ninguno. Ella luce fenomenal en su vestido veraniego rojo que termina hasta las rodillas. Su madre siempre sabía cómo vestirse sencilla pero sin perder la elegancia.
—Sergio, por amor de Dios ¡Péinate! No puedes ir a la boda de tu hermana en ese estado.
—¿Qué hay de mal en mi cabello?
Juanita lo ignora— Cariño, recuerda llevarla del brazo. —Se dirige a Manuel.
Se escuchan pasos desde la escalera. Ana por delante sosteniendo el ramo de Liliana. Liliana asegurándose de no pisar su vestido y rodar por las escaleras, y Victoria. Su preciada y dulce Victoria venía bajando con un precioso vestido hasta la rodilla. Era pastel con encaje de flores. Lleva zapatos altos que Liliana le obligó usar.
Esa no era su niña de 14 años, ella parecía toda una mujer.
Se obliga a guardar el decoro de padre y no ponerse a llorar como un bebé porque su hija está creciendo.
—Me encanta tu peinado, hija —Susurra Juanita a Victoria, suavizando la cola de caballo. Tiene amarrado el pelo hacia un lado.
Ella sonríe sosteniendo la cola del vestido de Liliana.
Todos se maravillan.
—Te ves preciosa, Liliana —Dice Manuel.
—Gracias, papá.
—Nada que envidiarle a otras novias —Víctor sostiene la mano de su hermana, dejando un casto beso en ellas.
Liliana sonríe con emoción, sus ojos brillando por completo.
Se quedan de pie en la entrada, incapaces de tomar la iniciativa de irse a la iglesia. Víctor tiene un pequeño dejavu viendo a su hermana, recordando cuando su ex novia Adrianase probó el vestido de novia acá y él la había visto. Recuerda que su madre gritó: ¡Víctor, no puedes verla vestida de novia antes de la boda!
Después de todo, tal vez el mito era ridículamente cierto.
Tocan a la puerta.
Juanita se apresura a abrir.
Víctor mira con horror, como si la hubiese llamado con el pensamiento. Adriana Garza estaba detrás de la puerta con una sonrisa triunfal en el rostro. Con un vestido floreado y sandalias blancas, mira hacia la familia con aspecto sereno. Todos los demás se miran, sobre todo a Víctor. Victoria bufa, agarrando con más fuerza la cola del vestido. Liliana intenta quitárselo de las manos antes de que lo rompa. Ana alza una ceja como diciendo ¿Qué hace esta perra aquí? en cambio Sergio, él mira embobado a Irina, ganándose un codazo de su esposa.
Alan y Colin corren de un lado para otro, gritando.
—Hola a todos.
—¡Adriana! —Su madre da la cara por ellos—Que gusto verte.
Victoria bufa más alto.
—Oh por Dios ¿Liliana? ¿Vas a casarte?
—No, vamos a misa —Articula Victoria en voz baja. Víctor le frunce el ceño.
—Estoy tan contenta de verlos. Pasaba por aquí cerca y decidí venir a visitarlos. —Su rostro cae en Victoria— ¡Oh, estás tan grande! Eres toda una mujer. —Luego se detiene en Víctor— Y tú, tan guapo como siempre ¿Cómo estás?
—Bien —Responde— pero adelante, pasa.
—No, no, no quiero incomodar.
—Nosotros tenemos que irnos, papá —Liliana luce impaciente— Discúlpame, Adriana, pero es que vamos atrasados. Y ustedes —Dirige la vista a los demás— ¡Tienen que irse antes que yo! ¡Tienen que estar ya en la iglesia para esperarme!
—Oh, ¿puedo ir? —Adriana.
Victoria vuelve a bufar una tercera vez, luego se ríe.
—No, no puedes. Una lástima.
—Victoria —Juanita la regaña, después le dirige una sonrisa falsa a Adriana— Claro que sí.
.
Victoria
Si no fuera porque Liliana estaba insistiendo en que todos salieran pronto, habría comenzado a protestar con la decisión de su abuela. Y es que de verdad ¿su abuela se había vuelto loca? ¿Cómo invitar a Adriana? Es decir ¡Se invitó sola la muy perra! Camino a la iglesia no habla absolutamente nada. Mucho era soportar la risa exagerada de Adriana Garza, coqueteándole a su padre descaradamente. Juanita presiona su mano en la suya, frunciendo las cejas para que se comporte. Hasta ese momento no se había dado cuenta que seguía bufando en voz alta.
No le dirige la mirada a Víctor cuando se baja del auto. En vez de quedarse junto a él para entrar a la iglesia, corre junto a Ana que parece complicada llamando a sus dos hijos. Ella carga a Colin de las manos, mientras éste patalea entre risas. De alguna forma logra que no le patee las piernas.
A lo lejos puede escuchar la risa de la querida tía Sarah, que por cierto sino se hubiese reído de igual manera la hubiese visto. Lleva un sombrero en la cabeza demasiado grande y llamativo. Ella luce como toda una celebridad. Es mayor que su abuela, pero parecen de una edad. Saluda a Victoria besando ambas mejillas y dándole un apretado abrazo.
—¡Cada día estás más hermosa! —Dice, asegurándose de que Colin no le pise el vestido—¿Cuántos años tienes? ¿17?
—14 —Responde.
Su reacción le causa gracia.
—¿14? ¡Pero si estás más grande! La última vez que te vi estabas chiquita y me parece que tenías más pecas ¿o es que te maquillaste? —No responde, justo Ana se aclara la garganta—¡Any, cariño! ¡Qué gusto de verte!
La iglesia está repleta de gente. Tanto la familia de Erick como de Liliana están presentes. Reconoce a la hermana de Juanita, Elizabeth, que habla animadamente con su hija Jessica. Más allá las hijas de Sarah: Maggie y Siobhan, además del esposo de ésta última, Liam. Erick se soba las manos con nerviosismo. Él y Sergio intercambian miradas, risas, pero el rubio sigue viéndose con ganas de desmayarse. Se acerca para asustarlo por detrás. Éste salta en respuesta.
—Eh ¿qué tal? —Le pregunta.
Erick sacude la cabeza. El labio le tiembla.
—Ansioso
Sergio palmea su hombro.
—No te preocupes, compañero. Liliana suele ser insoportable pero eso es manejable.
Victoria se echa a reír.
—Eso no es cierto —La defiende— Ella es… es Liliana —Dice, como si fuera suficiente para describirla. Desde donde está puede ver como Adrianapone una mano sobre el pecho de su padre.
—¡Auch, Victoria! —Erick gruñe. Victoria agarra su brazo con fuerza— ¿Qué te pasa?
Sergio contesta.
—Adriana se convidó a la boda.
Se aleja de los chicos, acercándose a su padre. Sin prestar atención aparta a Adriana para ponerse en medio, abrazándolo.
—¿Por qué mejor no entramos? Liliana y el abuelo deben estar por llegar —Toma firmemente su brazo, ignorando completamente a Adriana.
Sin duda, su rechazo hacia ella no ha cambiado desde que es una niña. Algo tiene Adrianaque la hace detestarla. ¿La voz? ¿La risa? No lo sabe, es solo que su presencia le molesta muchísimo. Y para nada le irritaría si decide quedarse callada el resto de la boda. ¿O es mucho pedir?
Para cuando Manuel y Liliana llegan, la marcha nupcial comienza enseguida. Todos los invitados presentes se ponen en pie para recibir a la novia. Erick ya está en su lugar, tan ansioso como un niño. Remueve su corbata en reiteradas veces, inspira y suspira, eso hasta que Liliana aparece al final de la iglesia, tomada del brazo de su abuelo. Ambos sonríen, comienzan a caminar y Victoria presiona el botón de la cámara para fotografiarla.
.
Víctor
El ruido de la música le imposibilita escuchar demasiado a Adriana. Ella sostiene su brazo con insistencia, a pesar de sus intentos de soltarse. Tiene la mirada de Victoria encima de ellos. Se siente como si estuviera haciendo una travesura y su madre luego lo regañaría. Él sabe que su hija es celosa, pero con Adriana es peor que con cualquier otra mujer. Se pregunta qué pensaría si se llegara a enterar de lo suyo con Myriam.
Alrededor de la mesa redonda, sus padres brindan en voz alta por Liliana y por Erick. Su tía Sarah va por su décimo quinto trago de esta noche y ya comienza a hablar incoherencias. Tres veces se acercó a saludarlo como si no lo hubiese visto antes.
—Que hermosas son las bodas —Comenta Adriana— Yo nunca me casé. No después de lo que pasó…
Bebe el resto de vino blanco en su copa. Mira a los ojos claros de Adriana, deseando no haberlo hecho.
—Sí, fue un momento…
—¿Te has puesto a pensar cómo hubiésemos sido como marido y mujer? —Presiona las uñas en el brazo— ¡Seríamos tan felices, Víctor!
—Eso es pasado, Adriana.
—Oh, no. No es pasado. ¿No crees que sería bueno darnos una oportunidad?
¿Ella estaba hablando en serio? Creyó que solo fue producto del alcohol, pero Adriana realmente le estaba preguntando eso.
—Eso es imposible —Ríe.
—¿Por qué? —Pregunta de pronto enfadada—¿Por tu hija? Víctor, ella está grande. No puedes renunciar a tu felicidad por su egoísmo. Perdón que te lo diga, pero eso habla muy mal de Victoria.
Mira a Adriana, ahora sin la risa de anteriormente.
—Te voy a pedir que no hables así de mi hija.
—Sí, lo siento. Tienes razón, es que por su culpa tú y yo no nos casamos.
—No, no fue por ella. Fue por mí. Además… —Mira hacia sus padres que no parecen prestarles atención y al asiento vacío de Victoria. ¿En qué momento se había ido? — Estoy enamorado de alguien más.
Adrianasuelta su brazo desmesuradamente. Comienza a toser con exageración, bebiendo de su vaso con agua en la mesa.
—¿Puedo saber de quién?
Niega—No la conoces.
Frunce los labios, luego se excusa para ir al baño.
—¿Todo bien? —Pregunta Manuel.
Víctor sonríe— Todo bien.
.
Victoria
—¿Y el vestido de Jessica? ¡Es horrible! —Ana y Victoria ríen en la mesa observando a cada invitado de la fiesta.
Se había estado aburriendo viendo a su padre y a Adriana coquetear descaradamente, decidiendo venir a la mesa que Ana y Sergio habían apartado porque los niños estaban demasiado desordenados en la anterior.
Sergio le sirve un vaso de jugo.
—Para la más Myriam —Se lo tiende, Victoria sonríe cuando lo recibe.
Mira hacia la pista de baile. Liliana y Erick dan vueltas mientras sonríen de oreja a oreja. Tienen esta mirada de enamorados embobados que nadie podría sacárselas por más que pudiera. Sonríe para sí misma, feliz por su tía. Liliana se merecía un hombre así en su vida, que la hiciera sentir feliz, que la hiciera sonreír de la forma en que sonríe esta noche. Desde niña que la ha escuchado desear un príncipe azul y a pesar de que tuvo unos cuantos novios antes, cuando conoció a Erick su mundo cambió completamente. Recuerda que estaba de buen humor, estaba mucho más cariñosa de lo que siempre había sido. Así que cuando anunció que tenía novio nadie se extrañó.
Siobhan y Liam se suman a la pista de baile. Su cabello extremadamente largo y rojizo, igual que Maggie, aunque no está segura que sea natural. No las recuerda con ese color antes. Jessica también se suma al baile de la mano de su novio Mike. Comienzan con una danza relajada, girando en círculos.
Sergio carraspea.
—¿Me concede esta pieza de baile, querida esposa?
Ana mira hacia los niños que corren por todo el lugar.
—Pueden romper algo.
—Yo los miro —Asegura Victoria.
Ana tarda en aceptar, pero finalmente los dos se van a la pista dejándola sola. Observa como Colin y Alan se arrastran por el piso como si fueran dos babosas. Adrianase sienta en el puesto vacío de Ana Maria. Rueda los ojos ignorándola como lo ha estado haciendo toda la noche. No aparta la mirada ni de sus primos ni de los que están bailando.
—Me imagino que debes estar feliz por tu cometido —Dice.
Podría seguir ignorándola, pero se queda pensando en ello.
—¿En qué?
Los ojos de Adriana escupen fuego cuando la observa por fin.
—Sigues siendo una niña de papá insoportable. Siempre logrando lo que quieres ¿y sabes una cosa? lo lograste nuevamente.
Encoge los hombros— No sé de qué hablas.
—No te preocupes por mí, no te voy a robar a tu papito. Aunque… creo que tienes competencia —Mira a Adriana— Me dijo que estaba enamorado de alguien más.
¿Qué?
—¿Y eso a ti qué? —Pregunta fingiendo saberlo. ¿De quién estaba enamorado su papá?
—Escúchame bien, Victoria. En su tiempo no te dije nada porque eras una niña chica malcriada, pero ahora estás grande y ¿sabes una cosa? creo que eres insufrible, egoísta, una niña mimada que siempre va a lograr las cosas con berrinches. Siempre serás la niña de papá ¿y cómo no? Nunca has tenido mamá.
El corazón le late con fuerza. No piensa cuando le responde. Toma entre sus manos la copa llena de champaña de Ana.
—Yo sí tengo una mamá y definitivamente tú no ibas a serlo nunca —Acto siguiente le lanza el líquido en la cara.
Adriana ruge como una fiera. La mitad de los invitados se dieron cuenta de la escena. Tan pronto grita, tiene a su abuela jalándola de la mano para llevársela lejos. Los que bailan ya no están bailando. No puede mirar, no ve nada. Todo está borroso mientras la dirigen a otro lugar. Quiere matar a Adriana con sus propias manos.
Cuando entra a un cuarto apartado no puede controlar las ganas de llorar, pero en ese momento su abuela no se da cuenta.
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Cómo se te ocurre lanzarle champagne a Adriana? —Limpia las lágrimas de su rostro dándole la espalda. Al Juanita girarla con el brazo, se sorprende de verla llorando— Oh, cariño ¿qué pasó?
Inspira profundamente para evitar que su voz suene temblorosa.
—Ella es mala, abuela. Ya sé por qué la odio tanto.
—¿Por qué?
No puede dejar de llorar. Los brazos de su abuela la cubren en un abrazo.
—Adriana siempre me hizo sentir abandonada, sin una mamá y ahora otra vez me lo recuerda.
—¿Qué? ¿Ella te dijo eso ahora? ¿Y cómo es eso de que siempre te hizo sentir así?
Cubre su boca con la mano, la única forma de evitar el llanto. Comienza a respirar entrecortadamente para calmarse.
—Estaba muy chica para acordarme, pero algo me hacía rechazarla. Era eso, abuela. Cuando papá estaba presente fingía que me quería, pero luego empezaba a decirme que ella tuvo una madre muy buena y que la mayoría de los niños también. Entonces yo no tenía y ella solo decía que a veces tenemos lo que nos merecemos.
Juanita sacude la cabeza.
—Bien hecho entonces de haberle lanzado esa copa. ¿Por qué no nos dijiste antes lo que pasaba? —La abraza con fuerza— Ahora mismo la voy a poner en su lugar.
—No, no vayas. Deja que se largue y no regrese más —Se apresura a cerrar bien la puerta—Te quería preguntar algo… ¿por qué fuiste a ver a Myriam? ¿Y cómo es que supiste la dirección?
Su abuela aparta la mirada de ella.
—Es un tema entre Myriam y yo que no voy a compartir contigo, no insistas —Pide— Y no creo que recuerdes cuando me diste el nombre del edificio.
Intenta recordar pero no lo logra.
—Dime, abuela. ¡Por favor!
—No, ahora vamos.
Salen del cuartucho. Los invitados siguen viendo a Adriana proferir insultos por doquier. Víctor intenta calmarla, pero ella parece demasiado alterada. Liliana se acerca de la mano de Erick, pero en cuanto Juanita y Victoria aparecen, retrocede.
Víctor tiene cara de pocos amigos cuando se acerca a Victoria con un gruñido.
—Quiero que te disculpes con Adriana, Victoria.
Ella se cruza de brazos.
Juanita intercede— Victoria no se va a disculpar con Adriana, Víctor, porque es Adriana la que se tiene que disculpar con ella.
—¿Qué? —Víctor no comprende.
Adriana sigue gritando— ¿Yo disculparme? ¡Ella me lanzó el champagne encima! ¡Mira cómo quedó mi vestido!
Juanita se dirige hacia ella, toma la copa de jugo de Victoria y se la lanza nuevamente.
La gente comienza a murmurar con sorpresa.
Victoria no puede apartar la mirada de su abuela con asombro. Mira hacia Liliana pensando que podría estar enojada, pero ésta se encuentra riéndose junto a Ana.
—Juanita —Manuel la detiene— ¿Qué te pasa?
—No lo vamos a hablar delante de todos, pero si esta mujer no se retira ahora mismo yo te juro que la mato a golpes.
.
Víctor
—Mamá, fue Victoria la que empezó. Desde un comienzo sabíamos que no estaba contenta de que Adrianaf uera. Ya sé que le cae mal, pero no son maneras.
Juanita se pone de pie. Ya es más de media noche y todos se encuentran en casa después de la fiesta. Liliana y Erick deben estar volando hacia Roma. Manuel y Sergio solo escuchan la discusión, atentos a cada cosa.
—Fue Adriana la que empezó. Si tan solo hablaras con tu hija, entonces…
—¡No me quiere abrir la puerta! La tiene cerrada con llave.
—¿Sabes por qué Victoria odia tanto a Adriana? ¿Quieres saberlo?
—¡Por supuesto que sí!
Su madre comienza a contarle. Cualquier palabra que estuvo a punto de decirle queda estancada en su garganta. ¿Está escuchando bien? ¿Adriana? Comienza a sentir una mezcla de furia y adrenalina. Deja hablando sola a su madre para subir a la habitación de su hija. Ésta sigue cerrada con llave, pero comienza a tocar para que le abra.
—Victoria, soy papá. Tu abuela ya me contó lo de Adriana. —Por unos segundos no hay ruido, pero luego escucha cuando le quita el seguro a la puerta. Abre y Victoria se devuelve a la cama. Se sienta sobre el colchón blando con cuidado. Ella no le dirige la mirada, está de piernas cruzadas encima, sosteniendo el celular. Se lo quita para tomar sus manos— ¿Por qué no me dijiste esto cuando te lo pregunté? Cuando te pregunté por qué odiabas tanto a Adriana.
Encoge los hombros.
—No lo sé, papá. Tal vez solo quería olvidarlo.
—Tú sabes que yo te apoyo a ti en esto, que siempre te voy a defender. Pero no podía hacerlo si no sabía lo que pasaba. Te pido disculpas por lo de hoy.
Sacude la cabeza— No es tu culpa. A lo mejor Adriana tiene razón en que yo tengo lo que me merezco.
Besa sus manos, buscando su mirada.
—Ey, no digas eso. Tú te mereces todo porque eres una persona extraordinaria, eres mi princesa. Y ninguna mujer te va a decir lo contrario, ninguna mujer te va a ningunear como lo hizo Adriana, no mientras yo esté vivo.
—¿Ni tu novia?
Víctor frunce el ceño.
—¿Qué novia?
—Adriana me dijo que estabas enamorado de alguien más. ¿Puedo saber de quién?
La sangre se le congela, de pronto no puede soltarle las manos a Victoria.
—D-De nadie. Era solo para que me dejara tranquilo.
Ella entrecierra los ojos, no estando segura.
—¿Me dirías si tuvieras novia?
Víctor sonríe, acariciando su barbilla.
—¿Para qué le hagas la vida imposible?
Ella le lanza una mirada.
—No tengo por qué hacerle la vida imposible si sé que la quieres y te quiere. —Sonríe, luego lo mira con cariño— Yo quiero que seas feliz, papá. Ahora me doy cuenta que de verdad mereces tener a alguien, no solo a mí, aunque ojalá fuera así, pero… —Ríen— Te mereces lo mejor porque también eres una persona extraordinaria y el mejor papá del mundo.
Se lanza a sus brazos para estrecharlo y él no puede más que quedarse así, sosteniendo a su hija como cuando era pequeña. Aun le cuesta aceptar que Victoria ya ha crecido, que no es una niña, que su cuerpo ha cambiado y su forma de pensar también.
—Te amo, hija. Y estoy muy orgulloso de ti.
—Yo también te amo, papá.
.
Victoria
Casey no deja de enviarle mensajes por Facebook luego de que le contara todo el asunto de alojarse donde Myriam. Le escribía en mayúsculas y eso solo significaba que estaba encima de la cama gritando para sus adentros mientras todos creían que nada pasaba. Eso es lo normal, cuando escribes una risa pero finalmente no te estás riendo.
Luego de la conversación con su padre ahora se sentía un poco más tranquila. Por lo menos, ya no sabría de Adriana nunca más. Eso era bueno.
Apaga el ordenador para meterse a la cama. Decide acostarse sin ponerse el pijama, solo el pantalón de chándal y una sudadera que los reemplaza por el bonito vestido de la boda. Sus pies palpitan de dolor cuando camina por culpa de los tacones, es por eso que ahora los mantiene quietos encima.
Su celular suena con un nuevo mensaje.
Ay, Casey ¿no tienes nada más que hacer?
Está a punto de contestarle que la deje dormir cuando se queda viendo el nombre.
Myriam: ¿Cómo estás?-
De pronto, tiene unas malditas ganas de contestarle.
Escribe rápidamente.
Victoria: Más o menos-
Se muerde el labio no estando segura de su respuesta. Espera paciente a que escriba.
Myriam: ¿Qué anda mal?-
Es tan rara la sensación que tiene. Como si deseara que Myriam escribiera más. Rueda los ojos, pero contesta igualmente.
Victoria: No es sobre mi abuela, para que lo sepas-
No se escriben más. De seguro se aburrió de saber de ella, además no es como si le tuviera tanta confianza como para decirle sus cosas. Se acuesta en la cama apoyando la mejilla en la almohada para dormirse. Al cabo de unos minutos cae en un profundo sueño.
"—Mamá —Esa es Victoria. Se encuentra en medio de un callejón sin salida. Al fondo se encuentra la puerta pero mientras más camina más se aísla del final— ¡Mamá! —Alguien se aleja de ella, es una mujer. Victoria camina apresurando el paso, pero la mujer sigue retrocediendo— ¡Mamá! —Grita, pero nunca llega hasta ella."
Despierta asustada mirando al techo. Olvida el sueño completamente en cuanto abre los ojos. Lleva alrededor de veinte minutos dando vueltas en la cama.
Su teléfono vuelve a sonar en ese momento. Lo coge a duras penas, tirando algo al piso pero hace caso omiso de ello.
Myriam: Estoy afuera. ¿Puedes salir?-
Levanta la cabeza de la almohada, leyendo una y otra vez el mensaje. ¿Es una alucinación? Cierra los ojos y los vuelve a abrir para encontrarse nuevamente con el mismo mensaje. Se levanta en silencio, quitándose el chándal para ponerse unos jeans azules. Abrocha la sudadera hasta arriba, asegurándose de salir por el pasillo y que nadie se dé cuenta. Baja las escaleras a oscuras de puntillas y rogando para que la madera no cruja. Agradece que todos se hayan ido a dormir en cuanto llegaron, porque si no tendría problemas para excusarse.
Abre la puerta principal. Es extraño como de un día para otro el calor se reemplaza por el frío, aunque el otoño no es muy helado. No divisa la camioneta de Myriam; se queda esperando en la entrada hasta que la ve caminar por el sendero, su mirada fija en ella y sus manos dentro de los bolsillos de su propia sudadera.
La espera ahí mismo, escondiendo sus manos por el frío. Cuando están lo suficientemente cerca el frío desaparece. No estés nerviosa.
—Hola —Myriam saluda.
Victoria sonríe un poco, contestando de vuelta.
—Hola.
Aun le sorprende que esté aquí. Realmente no sabe por qué. ¿Es porque le mandó ese mensaje y ella vino no importando la hora? Eso es sin duda algo nuevo para ella.
.
Myriam
Caminan hacia el lado trasero de la casa. Allí había una pequeña bajada, así que si alguien miraba por la ventana no las encontraría. No lo había pensado dos veces cuando decidió venir a verla. Después de su mensaje no podía quedarse en casa como si nada, pensando en cualquier cosa que pudo haberle pasado. Sigue los talones de Victoria completamente en silencio.
Luego se sienta sobre el césped frío del jardín.
—¿Me quieres contar? —Le pregunta. Si Victoria decidía quedarse callada el resto del tiempo, no importaba, Myriam no iba a irse.
Tarda en reaccionar, sus ojos brillando bajo la luna. Sus mejillas rojas por el frío, sus manos temblorosas jugueteando con el hilo saliente de la sudadera. Finalmente encuentra su mirada, seria y un poco atormentada.
—Hoy fue Adriana a la boda de mi tía Liliana, es la ex novia de papá —Comienza— Nunca me gustó ella, sabes. Pero hasta hoy no podía recordar por qué. Adriana es muy bonita no puedo negarlo, pero me enfermaba verla con mi papá. Todos decían que yo era celosa, y no te voy a mentir —La mira— soy un poco celosa con mi papá. Bueno, más que solo un poco —Sonríen — pero a Adriana… la rechazaba. Y hoy me recordó por qué la odiaba tanto.
—¿Por qué? —Inconscientemente lleva una mano a hasta su pelo para atrapar un mechón y llevarlo detrás de su oreja. Por un momento queda suspendida, creyendo que ella va a alejarse, pero Victoria no hace nada.
—Ella era la que siempre me hacía sentir diferente —La mira a los ojos— abandonada. Y entonces… me enojé porque me lo recordó y entonces le lancé una copa de champagne en la cara.
—¿En… la cara? —Aunque le gustaría reírse, no lo hace solo porque parece importante.
—Sip, en la cara. Y si hubiese tenido más tiempo le tiro la botella completa.
Myriam sacude la cabeza.
—Perdón por eso —Es lo único que logra decir, aunque luego añade— la gente es cruel, Victoria. Siempre las hay, vayas donde vayas. Por eso es uno la que tiene que fortalecerse y no decaer con esa gente, porque sería triste que sus palabras nos hieran. Y es bastante extraño que yo te esté dando este consejo a ti que por mi culpa ella te trataba de esa forma, pero de ti depende que la gente te respete. Cuando tú actúas frágil, la gente te va a dañar. Sin embargo, cuando te ves fuerte, ellos no se meten contigo. Se aburren de intentar dañar a alguien fuerte cuando saben que no podrán hacerlo.
Victoria se queda mirando hacia el frente, hacia la casa vecina. Sus manos firmemente alrededor del hilo. Se queda observándola mientras asiente con la cabeza, entendiendo sus palabras.
Unos pasos por el césped las previene.
—¿Victoria? —Se dan vuelta encontrándose con Víctor delante de ellas. Frunce el ceño al verla— ¿Myriam?
Se ponen de pie, Victoria apartando el pelo de la cara.
—Papá
Víctor no sabe qué hacer o decir.
—¿Qué… qué hacen acá?
Bajo la inquietud que le causa que Víctor la vea con Victoria, también está el hecho de que por primera vez están los tres juntos en un mismo lugar. Bueno, aparte del día en que casi los descubre en el departamento. Y también el día en que los tres se conocieron por primera vez. Aquel 7 de octubre.
Victoria mira a Myriam, luego a Víctor.
—Creo que me voy a dormir. Buenas noches, Myriam.
—Buenas noches, duerme bien —Le contesta, viéndola irse, pasando por el lado de Víctor sin mirarlo.
Ahora tiene a Víctor para ella completamente sola. Y… ya puede prever el regaño.
—¿Me acompañas? —Él pide hacia la salida. Camina a su lado, nerviosa y con ansias de abrazarlo. Todo mezclado— ¿Victoria te llamó o…?
—Vine por mi cuenta. Ya sé que me pediste que me alejara…
—Da igual, Myriam. Solo quería saber si fue ella la que llamó. ¿Por qué?
Esconde las manos en los bolsillos.
—No se sentía bien.
—Te contó que…
—Adriana, sí —Víctor asiente— Mejor será que me vaya, Víctor. Es tarde.
La acompaña hasta la otra cuadra para buscar su camioneta. La estacionó alejada para no levantar sospechas.
—¿Qué te dijo mi madre?
Se voltea después de abrir la puerta.
—Hablemos mañana ¿de acuerdo? Te prometo decírtelo todo —Él asiente. Se quedan mirando. No iba a irse con la sensación de extrañarlo y no poder hacer nada. De modo que se acerca de puntillas y deja un beso en sus labios— Buenas noches, Víctor.
Dispone a subirse a la camioneta, pero Víctor tironea de su brazo hacia él, tomándola por sorpresa y atrapando sus labios en un beso. Él sostiene su mandíbula como si se le fuese a caer sin separarse en ningún instante. Termina por dejar besos castos en su boca antes de separarse.
Myriam se muerde el labio.
—Hasta mañana, Myriam.
Lo despide sin aliento, recargándose en la puerta de la camioneta y mirando hacia el oscuro cielo. Víctor García va a terminar matándola. ¿Y Victoria? No puede evitar suspirar. Victoria la va a matar a ella cuando se entere de esto. Si es que se llega a enterar algún día
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Mensaje  Geno Miér Ene 20, 2016 12:11 pm

Señooo bereeee kiero mas capitulossssssssssssssssssssssssssssssss
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Mensaje  Bere Jue Ene 21, 2016 1:22 am

Recuerdos
Nadie dijo que era fácil.
Marzo, 2000
Myriam empuja el pesado cuerpo de Víctor con una sonrisa picarona en el rostro. Baja rápidamente su falda, arreglándose lo más que puede. El chici sigue mirándola con los labios hinchados y esa manera que tiene de mordérselos cuando está a punto de besarla. Ella vuelve a reír, recibiendo el beso pegada a la pared en el pequeño cubículo del baño. Llevan alrededor de 15 minutos dentro en pleno horario de clases. Si alguna chica entra y ve los pies de Víctor dentro del cubículo, seguramente se pondría a gritar. Lo aparta nuevamente cuando se imagina a ellos dos siendo descubiertos por la directora.
—Tenemos que parar… ahora… en este momento.
Víctor gruñe estirando su labio entre los dientes.
—No quiero
—Nos van a descubrir y se armará una grande. Por favor, Víctor.
—De acuerdo —La besa nuevamente. Acto seguido se abrocha el cinturón del pantalón.
Myriam es la primera que sale del cubículo, asegurándose de que nadie se encuentra allí. Luego tira del brazo de Víctor para sacarlo del baño. Sus mejillas arden cuando logran salir sin que nadie los pille. Caminan por el pasillo separados uno del otro como si se hubiesen encontrado en ese momento. Brenda, su compañera, le dirige una mirada cuando se los encuentra.
—¿Y ustedes? —Mira a Víctor con desconfianza para después mirarla a ella— El profesor ha estado preguntando por ti.
Se muerde el labio pasando por Brenda y entrando al salón de clases. El profesor de lengua no se percata de su llegada, de modo que corre a sentarse junto a Liliana. La chica interrumpe la conversación que tiene con un grupo de compañeros.
—¿Dónde te habías metido? ¿Estás enferma?
—¿Yo? No, estoy perfectamente.
No le pregunta nada más y eso se lo agradece en silencio. Sigue terminando la tarea de lengua ante el bullicio de todos sus compañeros. Desde su asiento puede ver como Víctor intenta ver entre medio de la puerta, haciéndola sonreír. Liliana no tiene ni idea de lo que hay entre ellos, jamás se le ha pasado por la cabeza. Han sido lo suficientemente discretos como para ocultárselo a todo el mundo. Pero la cosa se estaba volviendo difícil cuando lo único que pensaba era besar a Víctor, así que de repente se encontraba viendo a sus labios frente a los demás.
Ella normalmente evitaba su mirada cuando estaban en casa de los García. Hablaban y reían como siempre, pero intentaban no demostrarlo demasiado. La única que se había dado cuenta de la atracción de Víctor hacia ella había sido la señora García, de modo que le pidió a él que se alejara. Según Víctor su madre creía que era muy chica para él, además se metería en un buen lío si Antonio se enteraba. Sin embargo, Juanita solo creyó que Víctor estaba embobado por ella, no que ellos ya estaban completamente embobados y mezclados.
Cuando toca el timbre del recreo, se queda escribiendo la última línea de su tarea. Brenda, Liliana y Bree hacen un círculo con las mesas para conversar. Es cuando siente el primer mareo. De pronto no puede controlar sus impulsos, presiona una mano sobre su estómago sin tener tiempo de evitar el vómito. Se hace a un lado para expulsar todo lo de su boca. Sus amigas murmuran con sorpresa, poniéndose de pie y Liliana rápidamente atrapa su cabello castaño claro para que no se ensucie.
El profesor de lengua, que todavía no se iba del salón, se apresura a prestar ayuda.
—¡Señorita Montemayor! —Exclama quitándose las gafas. Myriam sigue dando arcadas inclinada hacia el lado izquierdo— Señorita Tanner, traiga a la enfermera.
Deja de vomitar, la sensación de su corazón por la garganta le pesa. Intenta recuperar el aliento, totalmente mareada.
—Myriam ¿qué pasó? ¿Qué comiste? —Pregunta Liliana preocupada— ¡Te dije que estabas enferma! Llevas días luciendo pálida.
Y era cierto. Desde hace semanas que viene sintiéndose mal pero no hasta el punto de vomitar. Se marea con facilidad y ha perdido el apetito completamente. Sumándole a su extraño hábito de dormirse en la mesa en plena clase.
En algún momento Brenda sale del salón y vuelve con un vaso de agua.
Bebe la mitad del vaso, incapaz de seguir por el cansancio. Quiere recostarse en algún lugar del salón, no importa si es en el mismo piso. Liliana sostiene su cabeza entre su hombro para que cierre los ojos. El profesor, ellas y la enfermera murmuran en su presencia, pero ella no tiene ánimo para escucharlos. Le toman la presión, tocan su frente y luego la dejan en paz.
Por más que insiste en que se encuentra bien, de igual modo llaman a su madre. Ella la observa acercarse con rostro preocupado.
—Cariño ¿qué anda mal? —Pregunta tocándole la frente— Myriam, estás pálida.
—Fue algo que comí, no lo recuerdo —Intenta calmarla pero su madre siempre era exagerada en todo— ¿Podemos irnos a casa?
—Dentro de unas horas te aseguro que sí —Sostiene su mano para sacarla del colegio como si no pudiera hacerlo sola. Lo acepta de todos modos— Ahora vamos a ir con un doctor.
—¿Qué? No, mamá. ¡Sabes que odio los hospitales!
La guía hasta el paradero de buses, todavía quejándose.
—Te aguantas, Myriam. Esto puede ser producto de tus problemas al corazón ¿ya viste cuando te faltó la respiración en gimnasia? No quiero que te enfermes, hija.
Rueda los ojos— A todos les falta la respiración cuando hacen gimnasia, mamá y te aseguro que no es motivo para que vayan al médico.
Refugio le da su mirada que hace que se quede en silencio.
—Allí viene el bus.
Esperar en la sala de urgencias es la cosa más latosa del mundo. Odia los hospitales, los odia desde que le dio un ataque de asma el mes pasado. Según el doctor era por estrés y algo relacionado a no expresar sus sentimientos, como si se guardara muchas cosas y al final el único perjudicado era su corazón. Por eso ya no hacía gimnasia, a menos que usara su inhalador. Aunque su madre no sabía que ella lo usaba casi nunca.
Tironea de la correa de la mochila mientras espera. Tiene un hambre feroz sentada con los pies entrelazados. Está tan ansiosa que comienza a mover la pierna sin voluntad propia. Refugio empuja su hombro suavemente, frunciéndole el ceño.
—¿Dónde está Cristy?
—En casa de Nany ¿dónde más?
Encoge los hombros.
Llaman a unas tres personas antes que a ella. Ambas se ponen en pie para entrar a la consulta. Se sienta en una camilla con mucho papel encima. Se quita la blusa del colegio para revisar los latidos de su corazón. El doctor es bastante joven y guapo, hay que decirlo. Recuesta la cabeza en la camilla mientras comienza a presionar la yema de los dedos en su estómago. Mira al techo blanco del hospital, negando todas las veces que él le pregunta si le duele. Baja la blusa para sentarse.
—¿Puedes decirme que síntomas has tenido… Myriam? —Dice su nombre corroborándolo en el expediente.
Se rasca la mejilla— Dolor estomacal, mareos y sueño.
—¿Cree que tenga que ver con su corazón, doctor? —Su madre pregunta con preocupación.
El doctor mira su expediente, luego le da una mirada extraña a Myriam. Finalmente mira a su madre.
—No lo creo, es otra cosa muy distinta. Vamos a hacerle análisis.
Su madre jadea—¿Qué? ¿Qué tipo de análisis?
—¿Puede dejarme a solas con su hija, por favor?
Su madre sale de la consulta no estando segura de querer hacerlo. Myriam balancea los pies en el aire, sus manos juntas encima de la falda. Mira al doctor que parece repentinamente serio. Se sienta a su lado en la camilla, dejando de lado el expediente en sus manos. Tiene esta mirada rara que la pone nerviosa, quiere que se aleje. Y… tiene unas malditas ganas de vomitar.
Hasta allí quedó lo guapo. ¿Podemos sumarle a los síntomas a los cambios de opinión constantes?
—Myriam ¿has tenido relaciones sexuales?
Su cuerpo enrojece de pies a cabeza. Sus mejillas arden evitando su mirada. ¿Qué clase de pregunta es esa? No sabe qué contestar.
—¿Qué? —Es lo que sale de su boca.
El doctor sube las gafas más pegadas a sus ojos.
—No te sientas avergonzada por esto, es absolutamente necesario que me lo digas.
—¿Y eso por qué? —Indaga con rechazo.
Él hace una mueca— Porque podrías estar embarazada.
Palidece. Y si no palidece en ese momento, seguramente está a punto de palidecer de todos modos. Detiene el abrupto movimiento de sus piernas al aire, quedándose sin aliento. Su corazón comienza a latir con presión. Eso no es cierto, tiene que ser una broma. Aunque… claro que ha tenido relaciones sexuales.
Repentinamente aparece la imagen de su padre regañándola.
¡Mierda!
—Estoy… estoy…
—No estoy seguro, por eso necesito que me respondas. ¿Eso es un sí? —Asiente con la cabeza—Vamos a hacer exámenes de sangre. Una cosa más, Myriam… —La mira con tristeza en los ojos— Tengo que informarle de esto a tu madre, eres menor de edad.
Ahoga un grito. ¡Su madre! No, no, no, la van a matar.
Cubre su boca con la mano, incapaz de asimilar todo lo que el doctor ha dicho. ¿Qué va a decir? ¿Cómo va a reaccionar su madre? No, ella no puede enterarse por un doctor.
—No se lo diga —Ruega— Deje que yo lo haga.
—Entonces la llamaré para que hablen a solas.
La sangre se le hela, su garganta se atora. Su corazón ha dejado de latir.
¿En qué lío se metió?
Su madre ni siquiera sospecha de nada. Tiene entendido que jamás ha tenido novio, de modo que es imposible que sospeche de un posible embarazo. Se va a caer de espaldas cuando se lo cuente, es más, la va a tirar de espaldas a ella por ser tan estúpida. Cuando Refugio entra a la consulta sus pies no reaccionan. Podría bajarse de la camilla y caer directamente al suelo. Ellas se miran, como si su madre intentara preguntarle qué demonios pasa.
El doctor se acerca a la puerta.
—Voy a avisar de los exámenes de sangre —Mira a Myriam antes de cerrar la puerta.
—¿Qué está pasando, Myriam? ¿Por qué análisis de sangre? Oh, cariño ¿Qué es lo que tienes?
La bombardea de preguntas y Myriam lo único que quiere es largarse a llorar. La mira bajo la capa de lágrimas en los ojos.
—Tengo que… decirte algo —Dice con voz temblorosa.
Su madre se acerca para tomarle de las manos.
—Estás llorando…
—Mamá… —Comienza a sollozar— Perdóname. Por favor, perdóname.
No puede. Rompe en llanto en frente de sus ojos. Refugio está desesperada intentando pedirle una explicación. Está tan asustada viéndola llorar.
—Myriam, cuéntame ¡Me estás asustando!
—Mamá —Vuelve a decir ahora con el rostro pegoteado. Nota su voz ronca— Creo… creo que estoy embarazada.
La reacción de Refugio es al instante. Su mandíbula se desencaja, sus ojos caen. De pronto envejece como un reloj contando los segundos. Se queda de pie mirando directamente a Myriam con incredulidad, vergüenza, decepción. Comienza a sacudir la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas.
—No… no, Myriam. ¡No! —Su cubre la cara— ¡No es gracioso esto! ¡Dime que es una maldita broma!
Ella no acostumbra a maldecir, menos delante de Myriam.
—No es una broma, mamá —Baja el rostro.
Refugio deambula como un alma en pena por la consulta.
Tironea de su pelo— ¿Cómo es posible? ¡No tienes novio! ¿Cómo vas a estar embarazada? Es absurdo, Myriam ¡Tienes 15 años!
Sigue sollozando en su lugar.
—Bueno… tengo novio —Eso no era completamente oficial, aunque si ellos se besaban y tenían relaciones sexuales, entonces sí eran novios. La diferencia estaba en que él jamás se lo pidió— No te lo dije porque… porque nadie lo sabe.
Refugio abre sus ojos desmesuradamente.
—¿Quién es? ¿Lo conozco? ¡Contesta!
—Es Víctor —La mira a los ojos— El hermano de Liliana.
Tocan a la puerta, no tiene tiempo de ver su reacción. El doctor entra con timidez asegurándose de que ninguna de las dos se haya matado ya. Mira a Myriam sonriendo para calmarla. Él comienza hablando de las probabilidades de embarazo, primero obviamente asegurándose de que Refugio supiera ya lo de la sospecha, luego les da las indicaciones para ir al laboratorio del piso 7. Él comienza a hacerle preguntas muy incómodas delante de su madre, como cuándo fue su último periodo, cuándo tuvo su última relación sexual. Estaba nerviosa viendo como su madre la escrutaba mientras respondía. Y ella tampoco parecía nada cómoda escuchándola.
Después se despiden del doctor para irse al piso 7. Durante su ida al elevador, ninguna habla nada. Refugio sigue demasiado impactada con la noticia como para mirarla a los ojos.
Se sienta en la sala de espera luego de entregar el comprobante del doctor. No tardan en llamarla.
Dentro, la enfermera nuevamente comienza con preguntas incómodas. Myriam se levanta la blusa del brazo derecho. Cierra los ojos cuando ella presiona un poco de algodón en la zona antes de hundir la aguja en su brazo. El dolor dura menos de un segundo, hasta que ve el algodón cubriéndolo y posteriormente un parche curita. Su cabeza cae hacia atrás mareada, se baja la blusa aguantando las arcadas cuando ve un frasco lleno de sangre.
Esa no es mi sangre ¿verdad? ¿VERDAD?
—Las muestras de sangre estarán listas mañana por la tarde ¿Se encuentra bien?
Asiente en respuesta. Sale de la consulta siguiendo a su madre a la salida.
No hablan nada el resto del camino. Mientras cruzan la cafetería Refugio sin previo aviso entra a la farmacia. Ella la sigue, frunciendo el ceño.
—Mamá ¿qué haces?
Ella la mira con miedo. Parece como si estuvieran a punto de hacer algo en contra de la ley.
—No puedo esperar hasta mañana por esos malditos resultados —Saca número— Vamos a comprar una prueba de embarazo. No es tan efectiva, pero es rápido al fin y al cabo.
—¿Cómo? ¿De esas de orina? —Asiente con la cabeza— ¡Eso es asqueroso!
—¡Pues te aguantas!
Mientras sus mejillas se encienden cuando su madre pide una prueba de embarazo, camina alrededor de la farmacia mordiéndose el labio y pensando cómo diablos salir de esta. Y lo peor de todo es que ya no puede salir. En ese momento hubiese deseado aguantarse las ganas con Víctor, tal vez incluso aclarar su relación. Por lo menos si todos se enteran que está embarazada sabrán que tiene novio, pero ¡nadie sabe!
Antonio la va a matar, literalmente la va a matar.
Con la compra dentro de la bolsa de Refugio, las dos se dirigen a buscar a Cristy. Ésta se encuentra merodeando en la alacena de Nany. El abuelo ruge en la televisión cuando el equipo contrario anota un gol. Su abuela las recibe con una bandeja de galletas con chispas de chocolate, sus favoritas. Sin embargo, extrañamente no le apetece ninguna.
—¿Estás enferma, pecosita 1?
Mira a su madre.
—Tiene dolor estomacal —Responde por ella— Nos encantaría quedarnos más, mamá, pero tenemos que irnos. Cristy, nos regresamos a casa.
La pequeña pelirroja hace un berrinche antes de irse refunfuñando.
Nany besa a cada una en la mejilla antes de despedirles afuera. El abuelo apenas murmura un adiós por estar pendiente del partido. Nany de inmediato nota que Myriam oculta algo, porque le frunce el ceño, insistiendo en despedirse de beso cuando dentro de la casa ya lo hizo.
Cristy se va brincando hasta la casa. Su madre con la mano sobre la bolsa de manera protectora y Myriam arrastrando los pies atrás.
Sus manos tiemblan cuando entran a la casa. Por fortuna Antonio nunca llega antes de las siete, así que tienen dos horas para realizar la prueba. Aunque si a su madre se le olvidara no pasa nada… pero obviamente en cuanto manda a Cristy a ver televisión en la sala, las dos se van al baño del segundo piso.
Cubre su boca cuando siente el vómito venir, que seguramente es causa de los nervios que tiene. Su madre rápidamente abre la caja con torpeza. Comienzan a leer las instrucciones, pero parece como si tuviera dislexia. Poco después se encierra en el baño. Empieza a caminar por todo el pequeño cubículo como si no tuviera nada más que hacer. La prueba se encuentra suspendida encima del lavabo esperando ser usada. ¡Ni siquiera tiene ganas de orinar! Al cabo de unos minutos y ante la insistencia de su madre al tocar la puerta, decide que está lo suficientemente lista para orinar. Vuelve a leer las instrucciones, memorizándolas y viendo el objeto terrorífico.
Inspira profundamente antes de levantarse la falda.
.
—Mamá ¿qué dice?
Su madre sostiene la prueba con una toalla de papel. A juzgar por su rostro la cosa iba muy mal. No necesita que le responda, está tan petrificada viendo el aparato que Myriam comienza a llorar.
Refugio se sienta en el excusado, tapándose la cara y sacudiendo la cabeza.
—¿Cómo demonios se lo voy a decir a tu padre, Myriam? ¡¿Cómo?!
Una cabeza pelirroja la hace sobresaltar.
—¿Myriam? ¿Por qué lloras?
Limpia su rostro, ahogando el llanto solo por Cristy.
—Por nada, bebé. ¿Por qué no vas a ver televisión?
Pero Cristy sigue de pie viéndola, sus ojos volteándose hacia su madre sentada en el excusado.
—¿Mamá?
Refugio finge una sonrisa escondiendo la prueba.
—Todo bien, cariño. Ya bajamos para cenar ¿sí?
La niña baja en silencio y ellas dudan que les haya creído. Cris era muy intuitiva.
.
La prueba de sangre confirma un embarazo de 7 semanas.
Los días pasaron cuan pasitos de tortuga. Myriam seguía sin poder creerse nada, seguía en la penumbra de una noticia que le cambió la vida por completo. Y esto era solo el comienzo. No sabe cómo reaccionar al hecho de que lleva un bebé en su vientre. Es extraño, incómodo cuando le vienen las arcadas, pero muy, muy singular. Es una sensación insólita, el saber lo que tiene, de saber que no es un simple malestar estomacal.
Durante días ha evitado a Víctor a toda costa. No se atreve a decírselo, menos a Liliana. ¡Y menos a su padre! Con su madre no saben qué hacer, tampoco le han dicho a Nany sobre nada.
Brenda es siempre la que va delante en el grupo. Un poco más atrás a la izquierda Bree, a la derecha Liliana y en medio Myriam. Sin embargo, hoy iba un poco más atrás, viendo al suelo, sus pies arrastrándolos. Sus ojeras bajo los ojos eran tan notorias que sus amigas comenzaron a hacer preguntas. Mientras se dirigen al baño, siente unos pasos apresurados por detrás.
La voz de Víctor la sobresalta.
—¡Myriam! —Llama en susurros. Y ella se apresura a ingresar al baño de chicas.
Allí se recarga en la pared, su cabeza golpeando la cerámica. Su barbilla inclinada y sus ojos sin rastro de luz. Después de que Liliana se percate que todo va perfectamente con su rostro, la mira.
—Te ves fatal, Myri.
—Gracias —Bufa.
Bree se da vuelta también en su dirección.
—Es la verdad, Myriam.
Ahora Brenda se une— Nos hemos dado cuenta que estás extraña. Enferma, ojerosa y pálida. ¿Qué demonios te pasa? ¿Estás vomitando la comida?
—¿Eres bulímica? —Pregunta Bree.
Myriam rueda los ojos.
—No tengo nada, no soy bulímica, no estoy enferma.
—¿Y entonces?
Suspira— Estoy cansada.
Liliana entrecierra los ojos hacia ella, pero no pregunta nada.
Durante cálculo lo único que se la pasa haciendo es dormitar. Esconde el rostro en los brazos, inspirando profundamente. Liliana empuja su hombro para que despierte, pero no puede, le es casi imposible levantarse. Y entonces vuelven las arcadas y tiene que excusarse con el profesor para correr al baño. Allí vomita hasta sus órganos. Se sostiene del váter con fuerza, lloriqueando y luego apoyándose en la puerta.
Luego, como siempre, enjuaga su boca y regresa al salón. Pretende devolverse al baño cuando justamente Víctor viene hacia su dirección. Ella no quiere hablar con él, de modo que igual se da vuelta para volver, pero el es más rápido en llegar para sostenerla del brazo. Aunque no hubiese sido raro que entrara al baño con tal de buscarla.
—Ey ¿Qué pasa? ¿Por qué me estás evitando?
Intenta no mirarlo a los ojos.
—No te estoy evitando.
—Oh, sí que lo haces —Reclama enojado— Todo el tiempo en la última semana.
—Déjalo ya, Víctor. Estás paranoico.
Cuando él no dice nada, se obliga a mirarlo. La está viendo como sopesando algo.
—Quieres terminar conmigo ¿verdad? ¿Por eso estás así?
—¿Qué? ¿Terminar contigo? ¡Si ni siquiera sé lo que somos!
La toma del brazo— Somos…
—¿Ves? No somos nada, ni siquiera te atreves a decir que somos novios. Suéltame.
—Myriam ¿Qué anda mal? Ey ¿estás llorando? Myri, estás llorando. —Se limpia una lágrima que brota inconscientemente. Se aleja de Víctor pero éste la sostiene nuevamente— Dime que está pasando.
Niega con la cabeza.
—No puedo.
—Myriam…
Ella comienza a sollozar— Déjame en paz —Quiere soltarse pero él presiona más fuerte su brazo, de modo que finalmente Myriam explota— ¡Víctor, estoy embarazada!
Rápidamente reacciona y Myriam puede ver a través de Víctor el miedo. Puede ver su asombro, puede ver lo atormentado que le causa la noticia. Se queda de piedra delante de ella viéndola totalmente choqueado.
—¿Qué?
Myriam se suelta, sollozando y viéndolo a los ojos.
—Vamos a tener un bebé.
.
Víctor estaba tan asustado como ella, pero sin duda había actuado como todo un hombre. Le prometió que estaría con ella y que los dos hablarían con sus padres, aunque luego cuando recordó a Antonio su mueca de susto la hizo echarse a reír con una mezcla de llanto.
Una tarde luego de la escuela estaba ayudándole a Cristy con la tarea cuando comenzó el infierno. No sabe si fue intuición o simplemente la bomba debía explotar en cualquier minuto. La cosa es que todo fue en cámara lenta. Su padre sosteniendo un papel en sus manos pidiéndole una explicación a su madre. Él había dicho "Refugio ¿estás embarazada nuevamente? Y Myriam pudo ver cómo su madre se derrumbada enfrente de él. Su corazón dejó de latir, se apartó del lado de Cristy, asegurándose de que ella no la siguiera.
—Te puedo explicar eso —Contesta ella temblorosa.
Antonio examina el papel en sus manos.
—Espero que ahora sí sea un varón.
—Antonio…
—¿7 semanas?
—Papá —Los ojos de Antonio la escrutan. Se siente desvanecer— Soy yo la que está embarazada.
Por un milisegundo el rostro de su padre no cambia. La mira con ese odio que por años ha interpretado como ira. Cólera acumulada por su deseo de tener un varón, por su decepción al saber que era niña. Puede ver el rencor que emana hacia ella sin razón alguna, sin que ella le dé motivos. Aunque justo ahora tiene un buen motivo para hacerlo.
Los sollozos de su mamá no se hacen esperar, es entonces cuando él reacciona.
—Eres una perra —Escupe, apuntándola con el papel— ¿Quién te crees que eres, Myriam? —Luego mira a su madre— ¿Y tú sabías eso? ¡Responde, maldita sea!
—¡Sí! Sí lo sabía. Antonio, por favor…
Ve como él se acerca a ella, lo ve lo suficientemente cerca para sentir su aliento. Myriam cierra los ojos con fuerza.
—¿Quién es el maldito padre? ¿Con quién te acostaste, Myriam? ¡Tú no puedes estar embarazada! —Grita a todo pulmón, después intenta calmarse. Vuelve a apuntarla con el dedo— ¿Sabes lo que va a pasar cuando esa… cosa crezca? Se va a decepcionar de ti, Myriam. Acuérdate de mí. ¿Y sabes por qué? Porque vas a andar mendigando por un pedazo de pan a un bastardo que engendraste todavía en la escuela ¿EN QUÉ ESTABAS PENSANDO?
Con horror ve su mano levantarse con furia.
—¡No! —El golpe nunca llega, pero sí un empujón y finalmente a su madre en el suelo con una cachetada en la cara. Los sollozos de Myriam se hacen más fuertes. Cristy en la sala comienza a gritar.
No sabe qué hacer, no puede moverse de su lugar.
Antonio se vuelve a ella otra vez.
—Vas a abortar. No quiero nietos bastardos. ¡Y AHORA DIME QUIÉN MIERDA ES EL PADRE!
—Víctor —Contesta ella con un hilo de voz— Víctor García.
Los bigotes de su padre se remueven con brusquedad, la mira con deseo de escupirle en la cara.
—Te prohíbo ver a ese muchacho, te prohíbo que tengas a esa cosa que llevas adentro, te prohíbo tener cualquier contacto con esa familia ¡A mí no me dejas en vergüenza, carajo!
Ella se da la vuelta, corriendo hacia la puerta. Los gritos de Antonio se hacen más fuertes pero no le importa nada. Sale de la casa corriendo con lágrimas en los ojos. No tiene idea a dónde se dirige, pero sigue corriendo lejos de la casa, ojalá que para siempre.
En la tercera cuadra ya no da más de correr, pero cuando escucha que alguien la llama "Myriam" vuelve a comenzar. Aunque luego se detiene. Esa voz era demasiado fina para ser la de su padre, además que él nunca la ha llamado "Myriam". Se voltea para encontrarse a Cristy corriendo a toda velocidad con los ojos llenos de lágrimas.
Cuando llega hasta ella la abraza.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Cristy sigue llorando, enseñando los dos huecos en su dentadura que se le cayeron hace dos semanas.
—Quiero irme contigo —Las lágrimas no paran de caer de sus ojos y Myriam intenta limpiárselas pero siguen cayendo. Abraza a su hermana antes de sostener su mano y seguir corriendo lejos de casa.
.
Durante mucho tiempo no hacen más que caminar. El cielo comienza a oscurecerse y con eso el frío provoca que Cristy empiece a temblar. Ella se quita el polo del colegio para ponérselo encima a pesar de que también tiene frío. Tampoco le hace bien desabrigarse por el bebé, pero no iba a dejar que su hermana se congelara. Se detienen delante de un teléfono público. Revisa rápidamente sus bolsillos encontrando dos monedas. Suelta la mano de Cristy.
—Cris, no te alejes de mí, quédate justo aquí —Pide a lo que su hermana asiente. Inserta las monedas en el teléfono y marca un número de memoria. Sus nervios la comen mientras espera, o tal vez es frío. Una voz familiar contesta al otro lado— ¿Nany? Soy Myriam.
—¿Pecosita 1?
—Nany, ve a casa. Ve a casa y asegúrate de que mamá esté bien.
—¿Qué? ¿Qué está pasando Myriam?
—Solo ve a casa, Nany. No hagas preguntas ahora, confía en mí. Dile a mamá que Cristy y yo estamos bien, que vamos a ir donde la señora García.
Su abuela promete hacerlo y no hace preguntas. Corta y nuevamente emprenden camino de la mano.
Desde la cabina de teléfono le quedaban tres cuadras para llegar a casa de Víctor. Cristina ya había dejado de llorar hace rato, pero eso no quería decir que estuviese tranquila. Sostenía firmemente su mano como si tuviera miedo de perderse. Odiaba que Cristy sintiera tanto miedo, odiaba incluso que estuviera pasando esto por su culpa. Ella solo tiene 5 años, no iba a entender absolutamente nada por más que le explicara.
Cuando llegan, siente un poco de alivio entre tanta tensión. Toca la puerta con debilidad, el frío ha anestesiado su mano.
Sergio es el que abre.
—¿Myriam? ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien? —La ve temblar de frío, de modo que la empuja hacia adentro junto con Cristy— Myriam, estás congelada.
—Necesito hablar con tu mamá.
—Bien, está hablando con papá —Le tiende un abrigo de Liliana— Ten esto, parece que fueras a desmayarte ¿Por qué no vas a la estufa?
Cris es la primera en irse a la estufa. Myriam tarda en reaccionar, pero sin embargo la sigue. Intenta sostenerse de la pared, de pronto demasiado mareada y fatigada. La voz de Víctor la llama, causando que sus ansias de llorar le aprieten la garganta. Él se acerca, no importándole que Sergio esté allí viéndolos con las cejas fruncidas.
—¿Qué pasó, Myri? —Él sostiene sus hombros, sorprendido de verlas a ambas— ¿Tu padre ya…?
Asiente en respuesta— Está furioso.
Sergio carraspea— ¿Qué pasa?
No tienen tiempo de contestarle porque en ese momento la señora García aparece de la nada. Ella no se da cuenta de la presencia de todos porque se limpia rápidamente las lágrimas en los ojos que Myriam no pasa desapercibida. Aunque luego de mirar se sorprende también de ver a Myriam y Cristina allí.
—Myriam, qué bueno verte. ¡Cristy! —Su sonrisa desaparece— Ey, chicas. ¿No es un poco tarde para…?
—¿Puedo hablar con usted un minuto?
La mandíbula de Víctor se tensa.
Liliana también aparece sin entender nada. Juanita les pide a los chicos que la dejen hablar con Myriam, pero Víctor no está seguro de eso. Después se va de todos modos. Cristy sigue a Liliana al cuarto.
Ambas se sientan en sofás distintos.
—¿Todo bien en casa? —Niega con la cabeza— Cuéntame, Myriam. Confía en mí.
—No me atrevo a regresar a casa, no hoy. Papá está muy furioso —Ella sigue frunciendo el ceño. De pronto, Víctor aparece por la sala sin que Juanita se dé cuenta— Papá se enteró que estoy embarazada.
Juanita suelta un jadeo, un murmullo alto con sorpresa. Se cubre la boca con la mano viendo a Myriam como con… ¿lástima? No es una mirada que le molesta.
—Cariño… Myriam, eres tan niña todavía ¿quién es el padre?
Su corazón late con rapidez cuando sus ojos señalan detrás de su cabeza. Juanita no tiene que voltearse para saber. Sus ojos se agrandan más, su mano sobre su corazón, jadeando y por fin se voltea para mirarlo.
Con voz ahogada dice:
—Víctor
Myriam ve como Liliana y Sergio se esconden detrás de la puerta, puede ver a su amiga completamente impactada.
Manuel aparece desde el mismo lugar que Juanita anteriormente. Cuando pregunta que pasa, nadie contesta de inmediato, pero no pasa mucho hasta que la señora García le explica. Estaba tan sorprendido que ella, mirando a los chicos como si no pudiera creerlo. Ellos sacudieron la cabeza hacia Víctor, reclamándole de por qué le desobedecieron cuando le exigieron no ver a Myriam con otros ojos, que podía ser su hermana. Sin embargo, Myriam no era su hermana y ya era demasiado tarde para lamentarse.
.
Acostada en la cama de Liliana, no hace más que mantenerse despierta durante horas. La chica se voltea con inquietud, recostándose de espalda al igual que ella. Cristy ya se ha dormido por completo en la colchoneta, razón por la que comienzan a hablar en susurros.
—¿Por qué nunca me dijiste que mi hermano y tú…?
—No sabía cómo decírtelo.
—No confiaste en mí.
—No es eso, Liliana.
—¿Y entonces qué? Es lo que único que consigo entender.
Muerde sus labios— Te lo iba a decir, Al…
—Sí, claro. La mejor manera de decírmelo es enterarme que van a tener un bebé. ¡Un bebé, Myriam!
Su amiga bufa y no pude culparla por eso. Entiende que se encuentre enfadada, en cierto modo lo justifica. Si hubiese sido lo contrario, Myriam también se hubiera molestado. Vuelve a morderse los labios con insistencia, el sueño se le ha ido completamente. Está preocupada por su madre y por cómo reaccione su padre con Nany.
A la mañana siguiente mientras desayunan, Nany llega con el abuelo a casa de los García. Todos se quedan callados cuando la ven pero su abuela solo tiene ojos para ella. Le sonríe para asegurarle que todo va bien. Cristy corre a los brazos de ella con entusiasmo.
—¿Ya nos vamos a casa? —Pregunta la pequeña.
Nany mira a Myriam.
—Sí, nos vamos a casa.
Luego de agradecer la hospitalidad a Juanita, se despide de todos y se van. Víctor parece a punto de decirle algo, pero finalmente no lo hace. De camino a casa Nany le asegura que su madre se encuentra bien. Ellos no mencionan nada delante de Cris, de modo que es probable que más tarde tengan una buena conversación. Retuerce sus dedos con nerviosismo cuando van llegando a casa, no puede imaginarse lo que su padre podría hacer. Si ayer fue capaz de levantarle la mano, él podía ser capaz de cualquier cosa. Incluso delante de sus abuelos.
Refugio corre hacia Cristy para abrazarla en cuanto llega, luego alcanza su brazo hacia Myriam para abrazarla a las dos al mismo tiempo.
Tiene la mejilla hinchada.
Myriam hace una mueca.
—¡Qué bueno que estén aquí! Estaba muy preocupada.
—¿Dónde está papá? —Pregunta de inmediato.
—Trabajando.
Esa tarde Nany y su abuelo le brindaron todo su apoyo. Ellos dijeron que cualquier cosa que necesitara, ellos iban a compensarlo. Sin embargo, seguía sintiéndose débil y confundida por su padre. Mal que mal, él no pensaba igual que Nany. Y estaba en lo cierto. Esa misma noche volvió a repetirle que no quería volver a ver a Víctor aquí. Entonces ella se había puesto a llorar, diciendo que no podía pedirle eso.
Antonio la escruta con sus ojos venenosos.
—Puedo porque soy tu padre y aquí comes con mi dinero. Y mañana no vuelves al colegio, vas a terminar los estudios en casa. Lo último que falta es que la gente se entere y hable de nosotros. ¿Ves en el lío en que nos metes?
Tres días antes de que Nany y su abuelo decidieran mudarse con ellos, hubo una pelea muy fuerte.
Antonio seguía escupiendo veneno hacia Myriam, sacudiendo la cabeza y recordándole lo arrepentido que estaba de haberla tenido, que era una vergüenza, que era una suelta.
—No quiero ese nieto bastardo —Repite— Vas a tener que hacer algo pronto.
—Yo no voy a abortar —Su voz, por primera vez, suena firme.
—¿Y qué quieres? ¿Ser madre a los 16? ¿Estás loca? ¿Te das cuenta todo el gasto que nos va a traer esa cosa de ahí? Pero claro… como la señorita solo estudia y yo tengo que pagarle las consultas al médico.
Frunce los labios— Trabajaré.
—¿Ah sí? ¿Y en qué? ¿Acostándote con hombres?
—¡Antonio!
—¡Tú cierra la boca, traidora! —Grita a su madre— Mantuviste en secreto esto, todo lo que está pasando es tu culpa. Si tu hija es puta es por tu responsabilidad.
Cristy esconde la cara.
—Ella no es… no le hables así.
—Papá, sus palabras ya no me dañan. Así que… me da lo mismo.
Antonio pega la mesa con el puño de su mano.
—¡A mí no me hables así!
—¡Usted tampoco me hable así! Yo no voy a abortar, es mi bebé no el suyo.
—Vete a tu cuarto —Myriam no se mueve— ¡Vete a tu cuarto, maldita sea!
Se ponen de pie. Cristy corre a los brazos de su madre. Myriam sube la escalera seguida de Antonio. Cuando entra a su habitación, escucha cuando él la encierra con llave. Se desespera, comienza a girar la manilla pero ésta se encuentra con seguro. Se obliga a calmarse, se obliga a no desesperaste. "Por el bebé" se dice "hazlo por el bebé."
Durante esos tres días la mantuvo encerrada. Durante esos días tampoco fue a trabajar, es por eso que cuando Víctor y Liliana fueron a verla, él no se lo permitió. Myriam solo podía mirarlos por la ventana con pesar.
Cuando Nany y el abuelo llegaron, las cosas cambiaron un poco, aunque su padre seguía tajante en no querer ver a Víctor.
Myriam levanta la sudadera por encima, notando el apenas visible estómago abultado. Ella siempre fue delgada y se notaba que había cambiado algo. Suspira, baja la sudadera y se recuesta en la cama.
Esto no era fácil, nadie dijo que era fácil.
Con su abuela en casa las peleas dieron tregua, pero eso no quería decir que no las hubiera. Cada vez que discutía con su padre, Cristy corría al jardín. Ella ya se estaba acostumbrando a las peleas pero no le gustaba presenciarlas. Casi nunca ve a su hermana ahora, la mantienen encerrada en su cuarto diciendo que es un mal ejemplo para ella. De modo que Cristy no sabe que está embarazada.
Un día Nany ingreso a su cuarto de puntillas.
—Ven, date prisa. Ponte un abrigo.
—¿Qué? ¿Dónde vamos?
Nany busca por ella misma en su armario.
—Víctor te está esperando afuera. Vamos a aprovechar que tu padre está durmiendo la siesta.
Su corazón brinca, salta fuera de la cama con entusiasmo. Se pone rápidamente el abrigo y baja con su abuela. Ella le dice que en cuanto la luz del pasillo se encienda, es hora de regresar. Asiente con la cabeza, besando la mejilla de Nany con cariño antes de agradecerle. Son cerca de las siete cuando sale al anti jardín. El sol es naranjo a esa hora y el viento sigue siendo frío. Divisa a Víctor escondido detrás de un arbusto. En cuanto se ven él corre a sus brazos. Sus pies se balancean en el aire cuando la alza, girándola unos segundos.
—Hola —Dice Víctor con cariño, sosteniendo su rostro y besándola— Dios, te extrañé tanto.
Myriam le devuelve el beso.
—Yo también te extrañé. ¿Mi abuela te llamó?
—Sí, dijo que tuviéramos cuidado. Aunque estaba pensando que si esto resulta podríamos vernos en la otra esquina. La de allá ¿Ves? —Señala con el dedo, Myriam asiente— ¿Cómo estás?
Suspira— Esto es un caos, cada día es peor. Él no quiere verte ni los zapatos.
Encoge los hombros.
—No te preocupes por eso, estoy seguro que…
Myriam sacude la cabeza.
—¿Te das cuenta? Ni tú puedes asegurarlo porque eso no va a pasar. Papá nunca cambiará de parecer.
—Puedes venir a vivir con nosotros, sabes. Myriam, mírame —Le levanta la cara con la mano— Es nuestro bebé, y sé que somos muy jóvenes, pero tu padre no me va a separar de ustedes. —Ella lo observa con súplica— Nunca te lo he dicho, pero estoy enamorado de ti.
Myriam sonríe, sin embargo se queda pensando en algo.
—¿No lo estarás diciendo solo porque estoy embarazada?
Acaricia su mejilla— No, yo te amo de verdad, Myriam.
Sonríe, besa sus labios en respuesta.
—Yo también te amo. Y estoy muy asustada, Víctor.
—Yo también. Las películas de terror no son nada a comparación con esto.
Se echan a reír.
—La próxima semana me van a hacer una ecografía, de esas que a mamá le hicieron cuando estaba esperando a Cristy.
—¿Vamos a tener una foto de él o ella en tiempo real? —Myriam asiente— ¡Que loco!
—Entonces ¿quieres acompañarme?
Se abrazan— Claro que quiero.
Cuando la luz del pasillo se enciende se despiden rápidamente con un tierno beso.
.
Liliana se sienta nuevamente en la silla con un resoplido.
—¿Siempre se demoran tanto?
Víctor, Liliana, la señora García, su madre y Nany están esperando para la ecografía. Cuando los vio llegar a todos se quiso echar a reír, lo que parecía ser un simple examen médico, se convirtió en todo un acontecimiento para todos.
Víctor entrelaza los dedos con los suyos.
—Creo que el doctor de Myriam se quedó dormido.
Ellos están riéndose cuando llaman a Myriam. El doctor sonríe cuando los ve a todos entrar de a uno. Luego de algunas preguntas, se recuesta en la camilla levantándose la blusa. Hoy su estómago creció un poco más, cuando se miró al espejo estaba sorprendida de que se hubiese agrandado en una noche. Ya no era el estómago plano de antes, y extrañamente se sentía bien. Siente cosquillas cuando un gel frío comienza a esparcirse en su estómago. Enciende una pantallita cerca suyo, mostrando una imagen negra y borrones blancos. No entiende, frunce el ceño intentando buscar al bebé, pero no hay bebé.
—¿Eso se supone que es un bebé? —Liliana pregunta lo mismo que ella estaba pensando.
Juanita y Refugio se ríen.
—Es muy pequeño todavía. Yo no tuve estas cosas cuando esperaba a mis niños —Cuenta Juanita.
Nany está de acuerdo.
—Imagínate yo, Juanita, que para hacerme la prueba de embarazo hice pis en una planta.
—¡¿Qué?! Nany, eso es asqueroso —Dice Víctor con una mueca de asco.
Si tan solo Víctor supiera que hizo pis encima de un aparato.
El doctor les llama la atención.
—¿Ven eso de ahí? El punto blanco, ese es tu bebé —Le dice.
Podría emocionarse pero no ve más que puntos blancos por todas partes.
—¿Está seguro que es uno? Veo unos 10 puntos blancos.
—No, Myriam —Su madre señala— Ese de aquel, el más grande.
Observa un círculo blanco y negro. Sonríe viendo a Víctor.
Víctor parece tan confundido como ella.
—No sé si estoy viendo un mono de nieve o un bebé.
Todos se ríen.
Por la tarde Liliana y Víctor deciden quedarse hasta antes que Antonio llegue. Siguen comentando sobre el punto blanco, bebés y pañales sucios. Liliana comienza a enumerar todas las cosas que va a pasarle: pechos grandes y llenos de leche, cuerpo en forma de ballena, un bebé haciéndose caca dentro de ella, una cicatriz de por vida. Todo eso le asusta en cuanto lo escucha, pero rápidamente lo olvida.
—O sea, ellos se hacen popo todo el tiempo —Liliana está tirada encima de la cama con los brazos abiertos— ¿Te acuerdas de tu hermana? Siempre se hacía popo cuando yo llegaba.
Myriam se ríe.
Un ruido en la puerta los hace sudar frío. La voz de su padre se hace notar antes de que Nany ingrese a la habitación.
—Rápido, chicos. Yo los respaldo.
Se ponen de pie los tres, bajan con cuidado temiendo lo peor. Antonio llega de malas del trabajo, punto menos para ellos. En cuanto nota la presencia de los dos, comienza a rugir.
—¿Qué hacen ustedes aquí? ¡¿No te prohibí juntarte con ellos, Myriam?! ¿Por qué siempre me desobedeces?
—Nosotros ya nos íbamos, Señor Montemayor.
—Tú no me hables. No estoy hablando contigo. Sube a tu cuarto, Myriam ¡si no quieres que te encierre sin cena!
—No le hable así a Myriam —Esa era Liliana.
Antonio la mira como si no creyera que le hubiese respondido.
—¿Cómo te atreves? Le voy a decir a tus padres lo insolente que te has puesto. Ahora largo de aquí.
Víctor frunce los labios, mirándola sin estar seguro de irse. Myriam asiente con la cabeza en respuesta para que se vaya tranquilo. Luego ella sube a su habitación sollozando.
Cuando Juanita y Manuel García convencieron a Antonio de que Víctor y ella se vieran, no podía creerlo. Estaba tan feliz que hasta podría saludar a su padre cada mañana, pero no llegaba a tanto. De modo que ahora veía a Víctor tres veces a la semana y a Liliana todos los días. Se deprimía cada vez que la veía llegar con el uniforme del colegio puesto. ¡Extrañaba tanto la escuela! Su estómago cada vez estaba más abultado y debía usar sudaderas anchas todo el tiempo. Casi no veía a Cristy por estar encerrada en su habitación. La cena siempre se la llevaban a la cama, así que ahora era oficialmente una vaga en forma de ballena en peligro de extinción.
Víctor entra a su habitación con una sonrisa en el rostro.
—¡Tengo buenas noticias!
—¿Cuáles? —Pregunta entusiasmada.
Víctor besa sus labios antes de sentarse en la cama.
—Conseguí trabajo como mecánico a la vuelta de mi casa. ¿No es genial?
—¿Mecánico? No te imagino trabajando en eso. ¡Pero felicitaciones!
Se abrazan, él se recuesta al lado de ella sobando con delicadeza su vientre.
—¿Qué crees que sea?
Pone una mano encima de la de él.
—No lo sé ¿niña? Ya sabes, siguiendo el mito familiar de ser solo mujeres.
Víctor se queda pensando— ¡Tienes razón! Tu abuela, tu madre, tú y tu hermana. En casa solo hay dos mujeres, tal vez tengas razón —Acaricia más suavemente su vientre— tal vez sea niña.
—Y si es niño tal vez el humor de papá cambie. ¿Quién sabe?
Acaricia su barbilla— No estés triste por eso ¿sí? Él ya no puede hacerte daño, no en este estado y menos con mis padres apoyándote.
—Lo sé, sin embargo me molesta que siempre esté insultándome. ¿Qué le hice, Víctor? Aparte de nacer mujer. En serio, si este bebé es niña se va a querer morir.
No pueden aguantar la risa.
—Y cuando Cristy tenga hijos y sean mujeres se va a morir nuevamente.
Ríen sin parar, no daba tanta risa pero estaban muy tentados.
—Te amo, Myriam. Y también a monito de nieve.
Le pega en la mano.
—Yo también te amo y ¡no le digas monito de nieve!
Verse era difícil teniendo a Antonio en contra de ellos, aun si él tampoco quería a su bebé, no importaba. Le importaba solo lo que había ahora, lo que tenía en este momento y lo que vendría después.
Solo que el destino tenía otras cosas preparadas.
Bere
Bere
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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 2 Empty Re: .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

Mensaje  myrithalis Jue Ene 21, 2016 3:52 pm

GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS QUEREMOS MAS!!!!! X FIS!!!!!!!!!!!!!!!!!!! bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce
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Mensaje  Bere Vie Ene 22, 2016 1:23 am

Capítulo 12
Sacando garras.
Myriam3
—¿Eso quiere decir que prefieres irte de fiesta en vez de celebrar tus 21 con tu familia? —Refugio reprocha apuntando a Cristy con la cuchara de palo. Sigue revolviendo el arroz que tiene en la estufa— No me pasé 10 horas de trabajo de parto para que me dejes a un lado.
Su hermana rueda los ojos.
—Nunca dije que no los iba a celebrar con ustedes. ¿Por qué nunca me escuchas?
Myriam se pone de pie, alejando la taza vacía de té.
—Bien, no quiero presenciar otra de sus peleas —Se dirige fuera de la cocina— Me despiden de Nany.
—¿No te vas a quedar a comer? —Pregunta su madre.
Myriam se voltea caminando hacia atrás para enseñarle el reloj de su muñeca y avisarle que va tarde.
—Tengo reunión en el trabajo. Nos vemos luego.
Septiembre había comenzado con días cálidos y refrescantes. Atrás quedaron las calurosas tardes de verano, aunque todavía estaban en esa época, el sol apenas le molestaba. Por lo menos ya no le salían ronchas en el brazo. Eso sí, seguía usando shorts cortos, vestidos combinados con sandalias y sus gafas regalonas. Conduce hasta la radio tomando el camino más corto. En 10 minutos está aparcando fuera del edificio. La pantalla de su celular se enciende con un mensaje de Víctor: Tenemos que hablar mañana. Suspira. Alguien debería prohibir esa terrorífica frase. Hay que admitirlo, cada vez que leemos eso automáticamente pensamos "estoy en problemas"
La última conversación que tuvo con Víctor viene a su cabeza.
Ella había estado nerviosa o más bien, ansiosa por contarle todo lo que Juanita había tenido para decirle. Sin embargo, no estaba muy segura que él lo tomara para bien puesto que se trataba de Victoria y cuando se trataba de Victoria, Víctor sacaba las garras. Algo que ella se maravillaba completamente. La forma en que habla de ella y la defiende es algo digno de admirar. Pero él no lo había tomado tan mal como creyó, simplemente le dijo "haz lo que tengas que hacer. La relación que haya entre tú y Victoria es justamente eso, solo entre tú y Victoria nadie más" así que se había quedado tranquila. Ahora lo que la tiene nerviosa es su hija cuando se lo diga, si es que se atreve a decirle.
Rocio ingresa corriendo al edificio luego de que Myriam suba las escaleras de la entrada. Parece como si recién se hubiese levantado de la cama. En cuanto la ve sonríe con amplitud.
—¡Qué bueno verte! Pensé que era la única atrasada en la reunión.
Suben hasta el piso en dónde la reunión ya estaba comenzando. Se disculpan al entrar, yendo rápidamente a sus puestos. La latosa introducción de su jefe le causa sueño pero luego comienza a dar órdenes y proponer ideas para el mes que comenzaba despertándola de inmediato. Eso le subió el ánimo solo porque le interesaba. Concursos telefónicos, entradas para una banda musical, invitados especiales eran algunas de las propuestas bien recibidas. Ella y la mayoría levantaron la mano cuando éste preguntó quién estaba de acuerdo.
En el lapsus donde hubo un pequeño break, Rocio acercó su silla a ella.
—Llegó una chica nueva —Dice en susurros— pero no logro encontrarla. Creo que no vino a la reunión.
—¿Y qué hará?
—Es actriz, creo. Se encargará de hacer los anuncios. —Bebe agua de su botella— ¿Sabes? Te miro y no puedo creer que hayas rechazado irte a Boston. Lo que daría por mudarme de Seattle para emprender.
—Siempre puedes emprender aquí, Rocio. Es cosa de superarse.
—¡Pero lo tenías al alcance de tu mano! —Gruñe— Parecía como si a mí me hubieran ofrecido el puesto, se lo comentaba a cualquiera que se lo mencionaba —Se ríe.
Quiere reírse pero algo la deja dudando.
—Rocio —La rubia la mira distraída— ¿De casualidad le comentaste esto a Victoria García?
Se queda pensando.
—¿La compañera de mi hija? Supongo.
Suspira, ahora entendía cómo es que Victoria había llegado a hacerle un escándalo.
Se lleva un cappuccino bien caliente a la oficina para comenzar a archivar todo el montón de papeles inservibles encima de la mesa. Los recoge con un resoplido, cerrando los ojos para darse valor, finalmente comienza sentándose en la silla. Las primeras hojas tratan del año en que ingresó a la radio, otras de las últimas tres semanas, pero todas tenían subrayado detalles muy importantes: duración del programa, número de rating, pausa publicitaria, anuncios y temas musicales. Lee con nostalgia la primera hoja recordando su primer día en el programa "Mañaneras". Sonríe mientras termina por archivarlo y guardarlo dentro del portafolio.
Tyler toca a la puerta de la oficina para darle el guion del programa de la tarde. Luego de sus vacaciones Jeff le había solicitado un nuevo programa de las seis para relatar noticias del espectáculo.
En sus programas nunca revelaba su apellido ni su apodo. Simplemente M era suficiente. No era ni siquiera un seudónimo. Todas las personas que le comentaban en redes sociales en la página oficial de "Mañaneras" decían que era su seudónimo y que en realidad tenía un nombre oculto para que nadie la hostigara en la calle. Nadie la conocía, nunca ha subido una foto de ella en la página, de modo que trabaja en el anonimato. Los seguidores solo conocían su voz, lo demás se lo dejaba a imaginación propia.
A las ocho termina su turno de trabajo. Se abriga los brazos con un chaleco de lana y se va directo a buscar la camioneta. Lleva un hambre terrible, por eso que decide pasar igualmente donde su madre, decisión que había rechazado porque se le estaba haciendo muy tarde para visitarlas.
Desde que Nany había regresado de su viaje por la Bahamas, no había parado de enseñarle foto tras foto. Ya se las sabía de memoria, pero no tenía corazón para repetirle que las conocía. Se queda un buen rato sentada junto a ella mientras teje. Ella le cuenta sobre su amiga Patty luciendo un feo traje de baño rojo y esta otra amiga llamada Betty que no paraba de piropearle a los chicos de 18.
—Mira pecosita 1 ¿no está quedando bonito? —Le enseña un extraño cuadrado de lana— Si me dieras bisnietos entonces esto sería un precioso gorrito de bebé.
Rueda los ojos.
—Myriam, tu comida está lista.
Se aleja de Nany para sentarse a la mesa. El olor a estofado de pollo que prepara su mamá es todo lo que necesita para recobrar fuerzas. Nadie en el mundo cocina mejor que Refugio Montemayor. Con los años su madre había adquirido unas cuentas arrugas en la cara y sobre todo canas, pero las cubría fácilmente con tinte. Su sonrisa seguía siendo la misma, angelical y con una habilidad para calmarla en momentos difíciles. Desde que su padre murió, siempre ha deseado que Refugio encuentre alguien lo suficientemente capaz de amarla como se lo merece, que sea respetada como ella respeta a los demás, que se sienta feliz y querida consigo misma. Eso es lo que quiere de su mamá, que sea feliz una vez en la vida.
Mientras come, ella y Cristy se sientan a la mesa para acompañarla. La ve escribiendo rápidamente en un cuaderno, verificando más veces el celular que la tarea. Su madre sacude la cabeza hacia ella.
—¿Le contaste a tu hermana lo de la obra?
Levanta la cabeza con ligereza. Cuando se acuerda una sonrisa aparece en su rostro. Se voltea en dirección a Myriam.
—A mediados de octubre tenemos que realizar una obra en el teatro ZinZanni's ¡¿No es eso genial?!
Refugio asiente con la cabeza, una sonrisa parecida a la de Cristy.
—¿Y podemos ir a verte? —Pregunta Myriam interesada.
Cristy le da esa mirada que dice: Atrévete a defraudarme.
—¡Obviamente tienen que ir!
—¡Con camisetas con tu cara en ellas! —Nany grita desde el sofá— Le decimos al guardia que somos tu fans club o mejor dicho ¡Las Cristy lovers!
Myriam y Refugio se ríen. Cristina no puede aguantar hacerlo también.
—Tengo una noticia que darles —Anuncia su mamá todavía en la mesa, los codos apoyados encima. Cris y Myriam dejan todo lo que están haciendo para prestarle atención — Voy a pedir un préstamo al banco.
—¿Qué? —Myriam parece sorprendida— ¿Estás endeudada?
—¿Nos van a hipotecar la casa? —Cristy.
Refugio sacude la cabeza.
—No, no, nada de eso ¡no sean exageradas! Es algo importante para mí. Quiero poner mi propia panadería.
Sonríe abiertamente hacia ellas. Las dos se ven sorprendidas.
—¿En serio? ¡Mamá, eso es una noticia increíble! —Exclama la castaña.
—¡Yo te apoyo! —Chilla Cris.
—¿Sabes que tienes que pedir una licencia de negocios, verdad? —Su madre asiente— Entonces tienes que primero conseguirla y luego pedir el préstamo. Aunque mamá, tienes que tener mucho cuidado con eso, ya sabes que al primer retraso del pago de la deuda te quitan un pulmón.
—¡Y no exageras, pecosita 1! Estos tipos si no les pagas el día que corresponde te meten presa por años. ¡Y ellos pueden hacer y deshacer con nosotros sin que tengamos derecho a reclamo! ¡Puaj!
—¿Eso quiere decir que vamos a tener pan fresquito todas las mañanas? —Pregunta Cris con intriga.
Todas la miran.
.
A eso de las dos de la tarde del otro día se baja del estacionamiento con los ojos del guardia pegados en ella. Quiere levantar los brazos para que se asegure que no lleva ningún arma, pero se contiene. Sube la enorme escalera infinita y aterradora a pasos de tortuga. Tiene el tiempo suficiente para llegar en el momento justo. Otra vez se pregunta por qué diablos esto no tiene acceso a discapacitados o para la gente mayor. Entra a recepción, encontrándose con la misma chica de la última vez.
—Hola ¿en qué puedo ayudarle?
—Hola, necesito hablar con una alumna de acá. —Una mujer cruza detrás de ella con los labios fruncidos. Sus mejillas enrojecidas y su paso acelerado para salir del establecimiento como si estuviera ardiendo en furia. Mira hacia el pasillo reconociendo la figura de Victoria— Con ella tengo que hablar —Dice señalándola.
La recepcionista mira en su dirección.
—Adelante, solo 5 minutos.
—Victoria —Llama. La chica se voltea sorprendida. Tiene una expresión extraña en el rostro— ¿Qué te pasa?
—¿Qué haces aquí?
—Yo vine porque… espera ¿vas a decirme que te pasa?
Sacude la cabeza con fastidio.
—Nada, es solo que… —Señala con incordio— Adriana
Myriam se la queda viendo. Mira hacia atrás y luego vuelve a ella. Sus ojos brillando de forma singular, como si quisiera largarse a llorar.
—¿Esa es la Adriana que me comentaste?
—Sí —Contempla por última vez a Victoria antes de marcharse. Escucha su voz por la recepción— ¡Myriam, espera!
Pero Myriam ya está saliendo a la calle y ahora no parece importarle la cantidad de escalones que tiene el colegio. Los baja tan rápidamente que se sorprende de sí misma. A lo lejos ve a la rubia caminar igual de apresurada que cuando salió del establecimiento. Lleva el cabello amarrado en una coleta.
—Ey, tú —Grita, pero sigue caminando— ¡Adriana!
La rubia se detiene, dándose la vuelta y examinándola. No parece reconocerla para nada. ¿Dónde quedó el "es bonita" que le dijo Victoria? Y no habla desde la envidia, eh.
—¿Te conozco?
Se para frente a ella con ambas manos en las caderas.
—No, pero a Victoria sí y te voy a decir una cosa, quiero que me escuches bien —Apunta con el dedo— No te metas con ella ¿oíste? Metete con la gente de tu edad ¿no te da vergüenza? Es una niña de 14 años. Déjala en paz si no quieres tener problemas conmigo.
Adriana sacude la cabeza con incredulidad. Suelta una risita por el cual desea callarla con una cachetada.
—¿Disculpa? Yo no te conozco, no tengo por qué escuchar esta sarta de estupideces. —Se gira para irse, pero Myriam la detiene sosteniendo su brazo. Adriana se suelta con brusquedad— ¿Quién te crees…?
—Te lo digo de nuevo y no te lo voy a repetir otra vez: No. Te. Metas. Con. Victoria. Si la haces llorar otra vez, si me entero que volviste a molestarla te juro que te voy a quitar ese pelo rubiecito de tu cabezota.
—¿Quién eres tú, si se puede saber?
—¿Y a ti qué te importa?
—¿Y a ti qué te importa lo que pase entre Victoria y yo?
—¡Me importa! Deja de molestarla, te lo advierto…
—Vaya, vaya… así que Victoria tiene guardaespaldas. Parece que no la conoces tanto, cuando te des cuenta de lo mimada y astuta que es… entonces aceptaré tus disculpas.
—Yo no me voy a disculpar contigo.
—Entonces ¿para qué defenderla tanto?
Frunce los labios, está a punto de arrancarle el pelo de verdad.
—Porque soy su mamá y no voy a dejar que una estúpida como tú la haga llorar de nuevo.
La sonrisa fingida de Adriana se borra al instante.
—¿Qué tú qué?
Gira en sus pies para regresar al colegio dejando a Adriana completamente anonadada. Mientras sube el primer escalón se queda pensando en algo. ¿Acabo de decir lo que creo que acabo de decir? No sabe si se metió en problemas, pero lo hecho, hecho está. De modo que sigue subiendo la escalera con las ansias de arrancarle el pelo a la susodicha, o los ojos o la boca o los dientes. La cosa es que si por ella fuera la arrastraba por el piso.
La recepcionista insiste a Victoria que regrese a clases, pero ésta sigue alegándole que espera a alguien. Cuando ve a Myriam rápidamente deja hablando sola a la mujer.
—¿A dónde fuiste? —Pregunta con curiosidad. Mira por encima de su hombro hacia la calle—¿Fuiste…?
—Adriana no te va a molestar y si lo hace se las va a ver conmigo —Frunce los labios. Su puño latiéndole con ganas de estrellarse en la cara de la rubia desabrida. Victoria no aparta la mirada— ¿Qué?
—Nada —Se encoge de hombros— Tengo… tengo que regresar a clases. ¿Viniste a decirme algo importante? —Ella sigue actuando extraña pero ya no tiene lágrimas en los ojos.
—No, quiero decir… no era tan importante.
Asiente con la cabeza. Se despiden y Myriam vuelve a la salida. Cuando estaba siguiendo a Adrianano le importó para nada la escalera, pero ahora viéndola, sus pies repentinamente se sienten cansados.
.
Termina la primera ronda de fichajes cuando Rocio le lleva una medialuna para comer. Estaba tan repleta de trabajo que apenas tiene tiempo de colación. Ella se sienta en la silla vacía frente a su escritorio sacando una lata de bebida. La rubia se hallaba en su tiempo libre, es por eso que decide darle una ayudadita con los papeles. Llevan un cuarto de hora archivando todo cuando Paul toca a la puerta.
Le da una mirada coqueta a Rocio.
—El jefe nos quiere a todos en la sala de juntas.
—¿Otra vez? —Myriam indaga.
Paul, que estaba yéndose, se devuelve para contestar.
—Nos quiere presentar a la chica nueva.
Rocio alza sus cejas hacia ella sugestivamente.
—Veamos que tal —Dice poniéndose de pie.
Sube a la sala de juntas, quedándose afuera junto con sus otros compañeros de trabajo. Jeff aún no llegaba para entonces con la chica nueva. Se queda terminando la lata de bebida en sorbos. Su rostro acalorado por la ventilación, en ese piso siempre hacía un calor exagerado. Los insistentes zapatos de su amiga resuenan en el piso con insistencia. Más allá, Leah, locutora del programa de las nueve no deja de hacer sonar el lápiz contra la pared.
Cuando por fin el hombre de mantenimiento abre la puerta de la junta, todos entran para agarrar el mejor puesto cercano. Esto más que un trabajo con gente adulta parece un típico curso de la secundaria. Jeff llega junto a una chica morena que mira al piso con timidez. Todos detienen su conversación abruptamente cuando aparecen. Su jefe es ancho y panzón, su barba de tres días no lo hace verse sexy, pero según para él sí.
—Su atención, por favor… quiero presentarles a su nueva compañera de trabajo… ¿Cómo dijiste que te llamabas?
Myriam rueda los ojos, eso no iba a cambiarlo nunca. Cuando ella llegó el primer día también se olvidó de su nombre.
La morena se aclara la garganta.
—Ángela Webber.
Algo le recuerda la chica nueva. No sabe si es su voz o las gafas con montura roja. Intenta recordarla pero se le es imposible con tanta presión, con tanta gente saludándola y dándole la bienvenida, que no tiene tiempo de concentrarse. Ellas dos se saludan de mano, dándole una cálida sonrisa para ser agradable. Cuando viene el turno de Rocio ésta comienza a entablar conversación de inmediato, algo que no es extraño, Rocio normalmente es así siempre.
Tres años lleva Myriam trabajando en la radio. En ese entonces las cosas eran bastante diferentes. La forma en que trabajaban era muy poco convencional. Prácticamente no tenían tiempo de nada y sus horarios llegaron incluso a las 13 horas corridas. Eso hasta que los trabajadores comenzaron a juntar firmas para enviarlas al sindicato. Eric era el presidente de dicha asamblea. Él había sido compañero suyo el último año de secundaria. Se graduaron juntos y ahora trabajan como equipo. El día en que Eric le mencionó que se mudaría a Seattle para trabajar, estuvo toda una noche pensando en ello. Y las vueltas de la vida habían hecho que ella se reencontrara con Eric acá una vez regresó permanentemente. La radio es todo para ella, es el único trabajo que ha tenido en Seattle y lo ha mantenido porque le encanta. Ama su profesión, de lo contrario hubiera estudiado otra cosa. Si no hubiera sido locutor, probablemente habría elegido medicina. Le iba bien en biología y se sabía los nombres del cuerpo humano por completo. Aunque si le llegaran a preguntar ahora dónde queda el radio seguramente daba la dirección de su trabajo.
Mientras cierra su oficina, Ángela se acerca con timidez.
—Disculpa ¿puedo preguntar quién es Tyler Crowley?
Se miran. No sabe si es cosa de ella que la morena la haya mirado como entrecerrando los ojos de la misma forma en que Myriam la estaba mirando.
¿De dónde la ha visto? Está segura que la conoce de algún lugar.
Ella le señala la oficina de Tyler antes de despedirse y apresurarse para su programa de las seis.
.
Su madre todavía no se quita el bolso del hombro cuando comienza a preparar la cena. Acaba de llegar del trabajo y sigue haciendo cosas. Myriam la toma de los brazos para arrastrarla a la silla de la cocina.
—Yo preparo la cena, mamá. Tú descansa.
Se sienta a regañadientes, quitándose la bolsa justo cuando Cristina ingresa a la casa con su grito característico:
—¡Llegó por quién lloraban! —Saluda a Nany de beso para luego ir a la cocina— Ey, Myri
—Ey, Cris ¿cómo te fue?
Lanza un cuadernillo encima de la mesa americana con un estruendo.
—Bien. Oficialmente soy la reina Isabel.
Su madre revisa rápidamente el folleto.
—¿Lo que está marcado en amarillo es lo tuyo? —Lee algunos párrafos en voz alta— ¿Quién lo diría? Cristy toda una artista.
—De seguro vas a ser la que más brille en el escenario —Comenta Nany, llegando a la cocina y abrazando a Cris por los hombros— Siempre te gustó ser el centro de atención.
Refugio no aguanta las ganas de ayudarle a Myriam con la cena, de modo que termina por dejarla. Se sienta en la silla para seguir escuchando a Cristy comentar lo laborioso que son los ensayos. Su madre de pronto suelta la cuchara de palo de la olla, recordando algo.
—¡No lavé las sábanas! —Myriam se pone de pie. Se ofrece a traerlas ella misma — Sácalas de un tirón, creo que tengo repuesto en los cajones.
Sube la escalera hasta el cuarto de su madre. Es uno de los dos cuartos más amplios de la casa, el otro es el de Nany. A diferencia de Cris –y tal vez la suya también- el cuarto estaba completamente impecable. Tenía la virtud de ser detallista con todo, la cama perfectamente hecha, los cajones en la posición ideal. Un sofá cama en el rincón sin ningún rasguño. Arranca la sábana de la cama, enrollándola con las manos y dejándola dentro del canasto que había en la entrada. Luego busca en uno de los cajones uno nuevo. Mientras busca con premura, se encuentra con un sobre arrugado muy por debajo de toda la ropa. Podría dejarlo allí, sacar las sábanas limpias y bajar con el canasto pero entonces siente como si un balde de recuerdos pasados estuviera cayendo en su cabeza. Lo sostiene entre sus manos, sigilosa.
No puede evitar susurrar:
—No puede ser…
Su mamá entra en ese momento.
—Myriam ¿encontraste…? —Se queda viéndola con la carta entre las manos— ¿De dónde sacaste eso?
La mira a los ojos— Yo debería preguntarte eso ¿Qué hace esta carta aquí en tu cajón?
Se asegura de que nadie esté escuchándolas, por lo que cierra la puerta por seguridad.
—Tú no la quisiste así que la guardé.
—¿Por qué? —Su voz suena molesta— ¡Yo rompí esta maldita carta! ¿Cómo es que está aquí ahora?
Refugio se acerca para quitársela de las manos, luego saca lo que hay adentro.
—Lo rompiste en dos cuando la leíste, la tiraste a la basura y yo la recogí. Después la junte con cinta adhesiva.
Intenta quitarle la carta pero Refugio la aparta de ella.
—¿Por qué tienes está carta? ¿Con qué necesidad? ¡Es mía!
—¡La tiraste al basurero! Ya no es tuya, la tengo guardada para cuando sea el momento.
Sacude la cabeza.
—Tú no puedes estar haciéndome esto.
—Myriam, es importante. Cuando te dignes a hablar vamos a tener esta carta como evidencia…
—¡Evidencia y un cuerno! —Grita, bajando la voz en la última palabra— Rompí esa carta porque es una completa estupidez.
Su madre levanta el sobre hasta su cara.
—Es puño y letra de tu padre.
—¿Y a mí que me importa? ¿En qué cambian las cosas?
Comienza a alterarse, camina alrededor de la habitación con furia. Se sorprende de la voz serena de su madre.
—Antonio estaba arrepentido, él te pidió perdón en esta carta.
—¡Por medio de una carta, maldita sea, mamá! —Cierra los ojos. Lo que menos quiere es tratarla así, pero está perdiendo la paciencia— ¡Años sufriendo con él! ¡Años en los que me despreció a mí, a Cristy… a ti! ¿Y cuando supo que estaba enfermo y que probablemente iba a morir, se arrepiente? Y no es capaz de pedir perdón de frente sino en unas miserables palabras escritas. Eso no cambia el odio que siento por él, no quiero su perdón, no lo acepté en ese momento, no lo acepto ahora.
—¡Hija, no seas rencorosa! Eso no te hace bien.
—¡Me importa un rábano ser rencorosa o no! No me sirve que se haya arrepentido en el último momento de su vida ¡no me interesa lo que haya sentido! Él no tenía por qué hacer esto y esa carta la rompí porque él no tenía ningún derecho de contar la verdad. No cuando el daño ya estaba hecho.
Su corazón se acelera y se obliga a calmarse sentándose en la cama.
—Entrégale esta carta a Victoria.
—No
—Myriam…
—¡No! Nunca… ella no es capaz de perdonarme ahora y si se entera de esto mucho menos, mamá. Quiero recuperarla pero así no… así… no —Comienza a sollozar— Mamá, rompe esa carta.
—Si quieres recuperar a Victoria entonces sé honesta con ella. ¡Di toda la verdad! No a medias, no te quedes callada. Si dices que no te va a perdonar si se entera, menos lo hará si sabe por otro medio —Se acerca para sentarse junto a ella— Te advertí que te alejaras de tu hija cuando apareció en tu vida de nuevo, te lo advertí, Myriam. Ahora si quieres recuperarla debes asumir las consecuencias.
—Entrégame eso —Su madre se niega— No te voy a perdonar si le entregas esta carta, te lo juro.
Se levanta de la cama llevando consigo el canasto con las sábanas sucias. Llega a la cocina con la atenta mirada de Nany y su hermana que no se atreven a preguntar. A la velocidad del sol mete las sábanas dentro de la lavadora, presiona algunos botones y pronto están comenzando su trabajo. Finalmente toma su bolsa con furia, saliendo de la cocina.
—¿A dónde vas? —Pregunta Cristy. Es la única que llega hasta la puerta junto a ella— ¿Qué demonios pasa contigo y con mamá? ¿Por qué siempre se andan secreteando? ¿Por qué nadie me cuenta nada?
Suspira y besa su mejilla.
—Nos vemos después.
Cierra la puerta detrás de ella todavía con coraje, aun recordando la primera vez que leyó esa carta. Si su papá se hubiera arrepentido antes, si se hubiera dado cuenta de la familia que tenía antes de enfermarse, las cosas hubieran sido diferentes. No esperes que te perdonen cuando has causado tanto daño.
Myriam se da cuenta con horror que Victoria debe sentir lo mismo que ella. "No esperes que te perdonen cuando has causado tanto daño" probablemente debería tatuárselo cada vez que le pide perdón a su hija.
.
En el último semáforo antes de llegar a casa, Víctor le envía un mensaje.
Víctor: ¿Dónde estás?
Myriam: Voy camino a casa ¿por?
Víctor: Te estoy esperando.
El semáforo cambia para dar marcha a las últimas cuadras antes de estacionarse en la entrada. Cuando llega hasta su piso Víctor ya está esperándola afuera sosteniéndose de la pared. Él rápidamente se endereza en cuanto se percata de su presencia. Frunce el ceño al verla aproximarse.
—¿Pasa algo malo?
—¿Por qué? —Pregunta.
—Estás rara.
Abre la puerta de su departamento sin responderle. No tiene ánimos de nada. Su carácter cambia automáticamente, cualquier cosa que le digan la altera. Lanza las llaves encima de la mesa con un resoplido, se quita la bolsa con brusquedad. Por más que intenta actuar normal no puede. Aparta el cabello de la cara a regañadientes. Es ahí cuando siente las manos de Víctor en su cintura para atraerla hacia él.
—No, Víctor.
—Cálmate, Myriam. Vas a terminar rompiendo todo.
Inhala, luego exhala. Aleja la carta de su mente.
—Estoy bien.
—Y una mierda, tú no estás bien —Sube su rostro hacia él ligeramente con la mano— ¿Myriam?
—¿Para qué querías verme? —Camina hasta su habitación.
—Estaba pensando en lo que me dijiste el otro día. Quiero decir en lo que mi madre te dijo —Él también llega hasta su cuarto— Si tú vas a recuperar a Victoria, cosa que aunque quisiera no te puedo negar, ¿qué va a pasar con nosotros?
Ella detiene lo que está a punto de hacer para mirarlo.
—¿Qué quieres decir?
—Eso, quiero saber qué va a pasar con nosotros. No podemos simplemente decir que somos… —Y aunque pasaran los años, Víctor iba a seguir sin saber lo que eran— Tú me entiendes.
—¿Amantes?
—Sí, eso.
Myriam suspira— Es complicado si te pones a pensar. No podemos decirle a Victoria, ella va a molestarse mucho. No es… conveniente que nosotros… ya sabes.
Ahora estaba igual que él.
La mandíbula de Víctor se tensa. Se queda callado un largo rato en lo que parecen horas infinitas.
—¿Recuerdas algo de lo que dije cuando llegaste borracha?
—¿Algo como qué? Lo de mi padre, claro. Bueno en realidad no lo recuerdo pero es lo que dices que dije.
—¿Eso nada más?
—Víctor, di lo que estás pensando.
Muerde su labio y ella lo único que quiere es morderlo de vuelta. Se queda mirándolo, esperando que hable.
—Yo te dije que aún sigo enamorado de ti. Y si esto tiene fecha de caducidad, entonces quiero asegurarme de que lo sepas.
—Víctor…
—No digas nada —Finalmente dice antes de darse media vuelta.
Mariposas comienzan a surgir de su estómago como plagas, como cuando tenía 13 años. Tiene que actuar ahora ya.
—Espérate, Víctor —No tiene tiempo de detenerlo. Ella logra sostenerle la mano cuando éste se apresura a la puerta. — No te pongas así, no te vayas.
No la mira a los ojos.
—Tienes razón en lo que dices, Myriam. No podemos, simplemente… no podemos hacerle esto.
Su pecho sube y baja con agilidad.
—No, por favor —Insiste. De alguna manera logra ponerse de puntillas para sujetar su rostro— Víctor, yo también te amo. Te lo juro, solo… solo créeme.
Aprisiona sus labios con los suyos en un deseo incontrolable. No le importa tener todos los problemas del mundo ni sentir esta furia que no puede dominar. Cuando Víctor la besa todo parece tan pequeño e insignificante. Él devora sus labios como si no hubiese nada más en la tierra, como una obsesión descontrolada, algo que está fuera de sus manos o de su propia lógica. Y es verdad lo que dice, todo lo que le dice no puede ser más que cierto: Ella sigue enamorada de Víctor García.
Sus pies desaparecen del suelo cuando éste la carga para llevarla hasta la cama. De alguna manera que no recuerda, su blusa ha quedado por los suelos, al igual que su camisa.
.
Abrocha sin prisa el sujetador, viendo como Víctor termina de abotonar su camisa sentado en la orilla. Mientras hace esto no puede dejar de pensar que ambos son unos completos irracionales, aunque él diga que es ella, Víctor también lo es. No hace tanto estaban de acuerdo en dejar esto hasta aquí y resulta que terminaron haciendo el amor como dos locos enamorados. Aunque eso no quería decir que fueran a tirar todo por la borda solo porque seguían sintiéndose atraídos el uno por el otro.
Mira el desorden encima de la cama. La sábana en diferentes direcciones, la colcha por el suelo, la almohada al revés. Ambos se recuestan sin decir una palabra.
Después de una eternidad, Víctor por fin la mira. Sus brazos por encima de su cabeza, su cabello desordenado, su cuerpo sudoroso. Intenta alejarlo de su mente.
—¿Se puede saber por qué venías tan molesta?
La realidad cae de vuelta.
—Discutí con mi mamá… y Cristy no para de hacer preguntas.
—¿Cristy sabe…?
—¿Lo de Victoria? No, no lo sabe.
—Pero ella debería recordarlo… tu embarazo ¿o no?
Ahora sí lo mira— Hay cosas que Cris no recuerda. Algunas por ser demasiado chica para entenderlas y otras… que simplemente quiso olvidar.
—No comprendo.
Se gira en su dirección.
—Mi hermana olvidó una gran cantidad de cosas. Mamá empezó a preocuparse por eso, de modo que la llevó al médico en Kansas. Ellos no sabían lo que pasaba, los análisis confirmaron que Cris no tenía nada. Sin embargo llegaron a la conclusión de que ella misma había borrado muchas cosas en su cabeza, cosas desagradables, cosas que la ponían triste o simplemente cosas que no venían al caso. Por ejemplo ella ni siquiera recordaba a sus antiguos compañeros de clase, ni de su cumpleaños número 5. Yo creo que era su forma de dejar atrás todo lo que vivimos en Seattle, todos los maltratos de papá.
—O sea… que no supo que estuviste embarazada.
—No lo recuerda, o por lo menos nunca me ha dicho nada. Con Victoria actúa normal, ella no sospecha que sea mi hija. Cristy ni siquiera los recordaba a ustedes, Víctor.
—En eso tienes razón, cuando la vimos la primera vez ella estaba muy desorientada.
—¿Ves? A eso me refiero.
—¿Le vas a decir?
Encoge sus hombros— Se va a enterar de todos modos, pero me da terror pensar en su reacción. Cris intuye que algo pasa y cuando sepa que le hemos ocultado esto… se va a enfurecer.
—No puedes reclamarle eso.
—No, no puedo.
Luego de despedirse con un beso que dura horas, no comentan nada sobre dejar esto por la paz ni que lo de ser amantes llegara a su fin. No sabe lo que va a pasar después, pero está consciente que es una bomba que puede explotar en cualquier momento. Y ella tiene que estar preparada para la guerra.
Si es que no comenzó ya.
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Mensaje  Geno Vie Ene 22, 2016 11:16 am

Señooo gracias por el capitulo, pero kiero massssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss bounce bounce bounce bounce bounce
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Mensaje  myrithalis Sáb Ene 23, 2016 1:24 am

Gracias por el capitulo Saludos
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Mensaje  Bere Sáb Ene 23, 2016 1:28 am

2x1 nos vemos el lunes

Capítulo 13
Urgencias
Myriam
Traga la píldora anticonceptiva con abundante agua. Desde que sus encuentros con Víctor han comenzado a ser frecuentes, no le queda de otra más que volver a tomar pastillas para prevenir un embarazo. Lo que menos necesita ahora es traer a un niño al mundo que tenga que aguantar a su depresiva y problemática madre. Además, ella se prometió no tener hijos nunca más, así que tenía que cuidarse para no romper la promesa.
Su madre y Nany habían decidido celebrarles a Cristy y a ella el cumpleaños el mismo día 10, algo que no le sorprende porque lo han hecho de esa manera desde hace unos 4 años. Refugio se había encargado de preparar un pastel casero y poner la vela 21 y 31 al lado de la otra.
¿Qué se iba a imaginar que a sus 31 años iba a estar en esta situación? A esta edad bien pudo haber tenido su vida resuelta. A lo mejor hasta estaría casada con Víctor, tal vez incluso Victoria hubiera nacido unos años más tarde. Tendría su trabajo, un marido e hijos en casa esperándola. Nunca hubiera conocido a Francisco y jamás él estaría acosándola. Sin embargo, aquello eran solo sueños frustrados, la realidad era totalmente diferente a lo que imaginaba.
Busca impaciente su billetera en la bolsa antes de salir del departamento cuando Cris irrumpe de manera momentánea. Myriam se echa hacia atrás, asustándose hasta la punta de los pies.
—¡Myriam! —Chilla con una sonrisa en los labios.
Frunce el ceño— ¿Qué…? —Los brazos de su hermana se cierran alrededor de su cuello con un fuerte apretón. La sostiene sin aliento, apretándole el estómago con tanta emoción que apenas tiene tiempo de reaccionar. La hace girar en su lugar todavía encima de ella— ¿Cuántas energizantes tomaste?
—¡Ninguna! —Sigue gritando. De alguna forma logra soltarse. Los ojos de su hermana resplandecen al mirarla— Myriam…
—¡¿Qué?! —Pregunta exasperada.
—¡Adrian me besó!
Parpadea viéndola boquiabierta.
—¿Cómo que te besó? ¿Qué quieres decir? ¿Te besó en la boca?
Cristy rueda los ojos.
—Obviamente en la boca, Myri. —Se ríe, su rostro irradiando felicidad.
Myriam la toma de las manos, arrastrándola hasta la silla del comedor. A este punto se le olvida que estaba cerca de salir de su casa.
—Cuéntamelo todo. —Ella le explica que desde la fiesta de su cumpleaños Adrian había estado muy extraño. Lo sentía lejano como si estuviera allí pero a la vez no. Cris había decidido desde entonces distanciarse, poner un alto entre ellos. Y Adrian había estado llamándola incansablemente sin que Cristy respondiera a ninguna llamada, hasta hoy que se dignó a contestarle. Él la citó en el edificio para conversar. Allí le confesó que se sentía muy atraído hacia ella. Vinieron declaraciones de amor y cursilerías antes de que Adrian finalmente se atreviera a darle un beso. Cris soltaba grititos mientras le relataba. A ratos le faltaba el aliento de tanto hablar pero seguía sonriendo— Nunca te había visto así, Cris.
—¿Tan feliz?
—No, tan entusiasmada con alguien.
Suspira— Es que Adrian… no lo sé, Myriam. Tú me conoces, me gusta la libertad, me gusta disfrutar de la vida y el único novio que he tenido fue hace mucho tiempo. Pero lo que siento por Adrian es distinto; no tengo idea si en un par de años se me vaya a pasar o si dentro de 10 años voy a estar casada con otra persona y diga lo mismo que estoy diciendo ahora, pero él tiene algo que me hace querer conocerlo más, algo muy característico.
Myriam frunce el ceño.
—¿Algo como qué?
Cris muerde sus labios.
—Él no es como papá. Él no actúa como papá. Él me mira de una forma… —La voz se le corta— que me hace sentir segura. Y mi antiguo novio no, y las pocas personas que me han gustado siempre tenían esa cosa extraña en la expresión que me daba miedo —Encoge los hombros— como papá —Repite.
—Cristy —Acaricia su mejilla— Papá ya no está aquí. No tienes por qué tener miedo.
Mira fijamente a Myriam, acercándose lo más que puede para que la escuche.
—Pero es como si lo estuviera —Ladea la cabeza— Te escuché discutiendo con mamá. Escuché cuando lo nombraban a él. ¿Cómo quieres que no sienta miedo cuando a pesar de estar muerto sigue dando problemas?
Aleja la mano de su mejilla, suspirando.
—Eso es sobre mamá y yo. Papá salió a colación pero eso no quiere decir que hayamos estado discutiendo por él.
Su hermana sacude la cabeza.
—No me gusta cuando me tomas por tonta, Myriam. No insisto solo porque sé que no saco nada con hacerlo, pero estoy segura que se trata de él.
Frunce los labios.
—¿Podemos dejar de acordarnos de papá? No me gusta hablar de él.
—A mí tampoco —Asegura— Créeme que durante mucho tiempo he intentado incluso a olvidarlo.
Ella vuelve a acariciar su mejilla.
—Lo sé —Suspira, sacando ánimo de alguna parte— ¿Por qué mejor no volvemos a lo de antes? No sé cómo llegamos aquí.
Cristy apenas sonríe.
—Tengo novio —Myriam pellizca suavemente su estómago haciendo que se retuerza en una carcajada— ¡Tengo novio, tengo novio!
—Ven aquí —Enreda sus brazos alrededor de su cuello— Estoy muy contenta por ti, pero escúchame bien, Cris —Se separa para verla a los ojos— Prométeme que vas a ser cuidadosa y que vas a confiar en mí para lo que sea ¿de acuerdo?
Myriam deja su dedo meñique al aire y poco después Cris enreda el suyo con él.
—Te lo prometo.
.
Deja dos tazas de café encima de la mesa. Sus brazos alrededor de su cintura mirando a Víctor. Alza una ceja sugestiva hacia él, señalando que se siente, pero éste no hace caso y al final suelta un suspiro.
—¿Por qué me estás mirando como si me hubiese salido un tercer ojo?
Víctor tuerce la cabeza.
—Unos años antes no me hubiera imaginado estar sentado en esta mesa contigo tomando café. Todavía no logro comprender qué es lo que tienes, Myriam Montemayor.
—Yo no tengo nada —Dice de forma coqueta, acercándose y pasando una mano por su apretado abdomen— Y si lo tuviera, realmente no sabría decirte.
Él busca sus labios desesperadamente. Recorre con la lengua el contorno de su boca sin tapujos. Allí en medio de la casa, a plena luz del día encerrados en un cuarto privado donde nadie puede molestarlos. Myriam inclina la cabeza hacia atrás para poder profundizar más el beso, besando cada espacio de éste como si fuera lo último en el mundo. Termina empujándolo ella lejos para buscar aliento.
—Siempre cortas el beso en la parte emocionante.
—¿Ah sí? ¿Y esa cuál sería?
Víctor muerde el lóbulo de su oreja.
—La parte en la que yo te desvisto.
Sonríe sintiendo un cosquilleo.
—Siéntate y tómate tu café.
Termina por hacer caso y sentarse. El café sigue caliente, de modo que se la queda mirando un buen rato. Las miradas de Víctor siempre la intimidan, no importa si él está furioso con ella o feliz, la cosa es que siempre va a sentir mariposas cuando encuentra sus ojos. De alguna forma muy particular, le encanta sentirse intimidada cerca suyo.
—Entonces… ¿qué se siente ser una veterana de 31 años? —Se burla.
Entrecierra los ojos hacia él.
—Tenía entendido que eras mayor que yo, veterano.
—Oh, yo me conservo joven.
—Ja, ¿y yo qué? ¿Tengo arrugas en alguna parte?
La mira de reojo, acerca una mano y sostiene con suavidad un mechón de cabello.
—¿Es idea mía o esa es una cana?
Myriam lo mira con los ojos bien abiertos.
—Eso no es cierto —En segundos está parada delante del espejo. Escucha como Víctor se parte de la risa— Vete a la infierno.
—Myriam ¿cómo crees que vas a tener canas? —Sigue riéndose— Y no, no tienes ninguna arruga en ninguna parte —Le guiña el ojo.
Todavía no se acostumbra al cambio drástico de Víctor. De un momento a otro se había vuelto sarcástico y reía con ella como en los viejos tiempos. Solo esperaba que durara siempre así y que ella no lo arruinara nuevamente.
Va por la mitad de su café cuando recuerda algo.
—Ayer mencionaste que Victoria estaba rara. ¿A qué te referías?
Se inclina en la mesa girando lo poco que le queda en el tazón y aparta sus ojos de los de ella.
—Está… alterada. Se frustra con facilidad, alza la voz y casi nunca está en casa. Pensé que era porque estaba creciendo pero… ahora que lo recuerdo Victoria está así desde lo que pasó con Adriana.
—¿Crees que es por eso o estás seguro?
Sacude la cabeza— No lo sé. Intento hablar con ella pero está intratable. No es la Victoria de hace pocas semanas. También lo asocié contigo, a lo mejor todavía no se acostumbra a saber de ti, pero ya no sé qué pensar.
—Es posible que tengas razón, teniendo en cuenta que a ella le afecta que yo… —Se queda meditando otra cosa— ¿Sabes algo? Victoria se parece mucho a Cristy en ese sentido. Borró una parte de su vida, algo que le dolía profundamente y cuando lo recordó, eso la devastó. Cris también borró cosas tristes que pasaron. Se asimilan mucho.
Víctor muerde su labio.
—Y Cris no tiene cómo devolver esos recuerdos —Alza la mirada hacia ella — porque tu padre está muerto.
Asiente en respuesta.
Los días comienzan a pasar con rapidez y ya se encontraban a mitad del mes de septiembre. Estaba ajetreada con tanto trabajo. Ahora con un programa más en su agenda, tenía las horas libres contadas. Los fines de semana se le hacían cortísimos y qué decir de los feriados. Iba a terminar enfermándose de la gripe de tanto ir y venir todo el día. Aparte que duerme poco en las noches, da vueltas en la cama sin conciliar el sueño. Es por eso que prácticamente se la pasa más donde su madre que en el departamento. Primero porque allí había calor de hogar, segundo porque siempre hay comida lista para calentar.
—Oye, pecosita 2 ¿Cuándo vas a traer a tu noviecito Fabian de nuevo?
Cris baja el diálogo de sus ojos.
—Adrian, Nany, no Fabian.
Sacude la mano enfrente de ella.
—¡Como sea! Deberías invitarlo. La última vez que vino fue para tu cumpleaños. Dile que no sea desconsiderado con la abuela de su novia.
Cris sonríe— Bien, le diré.
Myriam ayuda a su madre a poner la mesa. Su relación no ha cambiado luego de la carta. Estuvieron unos días distanciadas y sin llamarse, pero después cuando fue su cumpleaños no pudo resistirse a su abrazo. Refugio era su madre, la que siempre estuvo allí en los peores momentos, fue la que puso la cara cuando Antonio intentó pegarle. No puede simplemente decidir hacer la ley del hielo con ella cuando solo intenta ayudar.
—Deberíamos ver que haremos para Acción de Gracias —Comenta Refugio. Las tres la miran— ¿Qué?
Cristy carraspea— Estamos en Septiembre recién, por si no lo has notado.
Encoge los hombros— Siempre es bueno adelantarse para tener todo perfectamente organizado.
Nany suelta un sonoro resoplido.
—¿Qué va a ser después? ¿Planear la cena de Navidad en Marzo?
.
Da vueltas en la cama aburrida sin lograr dormirse. Se acuesta de espalda, de pecho, de lado, se destapa, se vuelta a tapar. Suspira mirando hacia el techo, inspirando profundamente. Tener tantos problemas estaba pasándole la cuenta. Incluso había llegado a pensar en tomar pastillas para dormir. Se pregunta si esto tiene que ver con la discusión con su madre de hace semanas, si es así va a estar una buena temporada como un zombie.
Salta en su lugar cuando escucha un fuerte golpeteo en la puerta.
Tocan con urgencia y ella rápidamente se levanta, buscando la bata para ponérsela. Quien sea el que estuviera detrás de la puerta tiene que estar desesperado por tocar con tanta insistencia. Logra abrocharse la bata corriendo a abrir. Los ojos oscuros de Adrian la miran bajo la luz cegadora de una linterna.
—¿Adrian? ¿Qué haces a esta hora…?
—Alguien te busca, Myriam. Es una joven, está escandalizada allá abajo y los vecinos se están quejando.
—¿Qué? ¿Quién me busca?
—Es la niña que siempre viene a verte, bueno la que venía a verte hasta hace poco.
Se vuelve a la habitación para buscar los zapatos, encuentra unas ballerinas que hace tiempo no se las ponía. Luego sigue a Adrian hasta las escaleras. Hay vecinos fuera de sus casas murmurando y cuando llega al segundo piso escucha los gritos. Su corazón se detiene al reconocer su voz. Victoria grita afuera y parece que las escaleras fueran infinitas.
El padre de Adrian mira a Myriam como pidiendo ayuda. Le señala a la chica que grita encolerizada en medio de la calle. Rápidamente corre hacia ella. En cuanto Victoria la ve, exclama:
—¡Ah, por fin te dignaste a bajar!
Ella era Victoria, pero no parecía serlo.
—Victoria ¿qué pasa? ¿Qué haces a esta hora en la calle?
—Tú —La señala con el dedo— Tú eres mi peor pesadilla —Adrian llega para sostenerla pero ésta comienza a retorcerse entre más gritos— ¡Suéltame! ¡Suéltame!
—¡Adrian, suéltala! —Pide Myriam, asintiendo en su dirección— No te preocupes, yo me encargo.
—¿Tú te encargas, Myriam Montemayor? ¿Estás segura? Pensé que era una carga para ti, un estorrrrbo.
Myriam frunce el ceño, la voz de Victoria sonaba inusual.
—Victoria ¿estás…?
—¿Estoy qué? ¿Borracha? ¡Pues sí! ¡Estoy jodidamente borracha! —La chica retrocede tropezándose con sus propios pies. Myriam no puede creer todavía en el estado en que se encuentra. Se acerca lo suficiente para escucharla gritar—: ¡No te me acerques, perra! ¡No te me acerques nunca más, maldita sea!
Vuelve hacia atrás con la mano en el aire, sus ojos petrificados viendo a Victoria. Nunca la había visto así y Víctor no exageraba cuando dijo que estaba con un comportamiento extraño.
—Escúchame ¿sí? Vamos a mi casa, necesitas calmarte.
—¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡Tú no tienes ningún derecho! Ningún. Derecho. Sobre. Mí. Eso lo perdiste desde el momento en que te fuiste y me dejaste —Los vecinos siguen viendo la escena entre murmullos. El padre de Adrian los despacha a todos dentro del edificio, dejándola solo con ella y Adrian a poca distancia por si la cosa empeoraba. Los transeúntes también se quedaban de pie viendo el alboroto— ¿Por qué simplemente no me abortaste? —Musita, las lágrimas cayendo de sus ojos— ¿Por qué tenías que tenerme si no me querías?
Myriam sacude la cabeza.
—No, mi amor ¡No digas eso! —Se acerca para nuevamente recibir su rechazo.
—Myriam —Adrian la llama pero ella no puede dejar de mirarla con preocupación— ¿Llamo a la policía?
—No —Responde de inmediato. La frase queda en el aire cuando Victoria se desploma al suelo. Adrian y Myriam están con ella rápidamente— Hay que llamar a su papá. —Le dice agobiada que suba a buscar su teléfono a la habitación y busque el número de Víctor. Adrian corre veloz al edificio, dejándola en el suelo sosteniendo a Victoria— Despierta, nena. Por favor, despierta.
Tantea su mejilla acunándola y esperando que despierte. Su corazón acelerado, sus ansias por hacer algo la llevan al borde de la histeria. Las lágrimas no tardan en aparecer en sus ojos.
En cuanto el auto de Víctor se aproxima a la calle vuelve a respirar. Todavía sigue sosteniendo a Victoria en sus brazos completamente inconsciente, pero Adrian y su padre están junto a ella. Víctor y Liliana bajan del auto corriendo hacia su dirección.
—¿Qué pasó? ¿Por qué no despierta? —Víctor sujeta la mano de Victoria, golpeando suavemente su mejilla— ¿Hija?
Liliana también está junto a ellos. Se inca a su lado y comienza a examinarla. Víctor le aclara que es pediatra, de modo que puede ayudarla. Luego él termina por sostener a Victoria por sí mismo y Adrian es quién la ayuda a ponerse de pie.
—¿Qué tiene? —Pregunta Myriam con voz temblorosa.
Liliana sitúa una mano sobre su frente.
—Efectivamente ha bebido alcohol —Dice esto frunciendo el entrecejo, luego mira hacia Víctor con alarma— pero también está drogada.
—¿Drogada? —Inquiere Víctor— pero si Victoria nunca…
—Víctor, ésta drogada —Asegura Liliana— Tenemos que llevarla a un hospital de inmediato.
Él alza a Victoria en brazos para llevarla al auto. Liliana corre juntos a ellos para subirse al asiento trasero. Adrian sostiene a Myriam por los hombros intentando calmar sus sollozos, pero no puede hacerlo sin dejar de pensar en lo ocurrido. Cuando Víctor se acerca a ella, puede ver el miedo en sus ojos, su pecho subiendo y bajando con dificultad.
—Es mejor que te quedes aquí —Al darse cuenta que va a protestar, añade rápidamente— Te voy a llamar ¿de acuerdo? No es bueno que los demás te vean.
Asiente no estando segura, pero se queda de todas formas. Ve irse al auto y nuevamente se pone a llorar.
.
Víctor
Recuestan a Victoria en una camilla todavía inconsciente. Ambos están a cada lado de ella, siguiendo a las enfermeras. Liliana, que había vuelto de su luna de miel con el pelo corto hasta los hombros, se aparta para silenciar su celular. Ella empieza a hablar con los enfermeros que son compañeros de trabajo, explicándoles la situación. Cuando las puertas se urgencia se abren, él tiene que mirar por última vez a su hija.
Se lleva las manos a la cabeza.
—Víctor, tranquilo. Todo va a estar bien —Le asegura su hermana.
Él niega— No, no, no, esto no está bien. ¿Por qué estaba drogada? ¿Por qué no me di cuenta cuando salió de la casa?
—No sacas nada con lamentarte, Víctor.
Juanita llama y Liliana tiene que hablar con ella porque Víctor no es capaz de hablar con nadie. Se queda esperando en la sala junto a una decena de personas igual de nerviosos que él. Da vueltas, se queda mirando por la ventana, se acerca a la puerta de urgencias. Liliana lo devuelve a la silla y nuevamente se pone de pie. Él jamás se hubiese imaginado estar en esta situación. Victoria no es así, ella siempre ha sido tranquila, tiene buenas amistades, saca buenas calificaciones. Entonces ¿por qué? Había una infinidad de razones del "por qué" si se pone a pensar. De un día para otro encuentra a su madre y su mundo cambia completamente, pero había algo más. Tal vez incluso Adriana tenía que ver, no lo sabe. En este momento no está buscando culpables, solo necesita saber que ella está bien.
Se sorprende de ver a Myriam entrar a la sala de espera.
Ella se sienta junto a él y Liliana, mirándolos con terror.
—¿Cómo está?
—No hemos sabido nada todavía —Contesta Víctor con un suspiro.
Liliana, que estaba al otro lado de Víctor con los brazos sobre el pecho, agrega:
—Tienen que estar haciéndole un lavado de estómago.
—Pero entonces ¿sí estaba drogada? —Liliana asiente y Myriam suelta un jadeo. Cuando su hermana se excusa de ir por café, ellos se quedan solos sentados en la sala de espera. La gente sigue amontonada por cada rincón, todos viendo lo mismo que él: doctores que salen y entran de urgencias— No podía quedarme en casa —Se excusa.
—No importa, Myriam.
—Ella estaba enojada conmigo —Le dice en voz baja— se veía muy… ida.
Liliana regresa con tres vasos plásticos de café, entregándole uno a Víctor y luego a Myriam. Ellas dos se miran por un leve segundo antes de que su hermana vuelva a sentarse junto a él. La última vez que estuvieron los tres en un hospital había sido cuando Victoria nació, así que era extraño. Bebe con manos temblorosas el café a sorbos cortos, mirando con frecuencia hacia la sala de urgencias. Los doctores siguen saliendo y su desesperación está acabando con él. ¿Qué le están haciendo a su hija? ¿Por qué nadie sale a mantenerlos informados? Quiere decirle a Liliana que entre, que ella tiene más acceso que ellos, pero se contiene. Lo que menos necesitan ahora es que se inquiete.
El doctor sale media hora después quitándose la mascarilla y preguntando por los familiares de Victoria García, aunque de todos modos se acerca a ellos por Liliana.
Los tres se levantan de inmediato.
—¿Cómo está mi hija, doctor?
Él frunce los labios.
—Encontramos metanfetamina en su organismo en grandes cantidades y un por cierto bajo de alcohol —Los tres jadean sorprendidos— Le hicimos un lavado de estómago y ahora está dormida con antibióticos. Sugiero que esta noche se quede aquí para ver su evolución.
—¿Podemos verla? —Pregunta Liliana.
El doctor demora en responder.
—Pueden, pero ella va a estar dormida. Los antibióticos la mantendrán así hasta mañana.
Se quedan esperando a que la cambien de habitación. Durante ese tiempo no hacen más que deambular por la sala de espera. Liliana llama a casa para informarles de todo; él todavía no es capaz de hablar con nadie por más que Sergio y su padre han insistido en llamarle. Él sabe que es porque están preocupados, pero no está en sus cinco sentidos ahora. Por algún motivo recuerda sucesos del pasado que lo hacen sentirse desbordado, como cuando no durmió en toda la noche porque a Victoria le estaban saliendo los dientes o cuando corrían por la playa escuchando su risa infantil o también el día en que cumplió 10 años. Tantas cosas pasan por su cabeza en tan solo pocos segundos.
Él no quiere ver a su hija autodestruirse.
.
Myriam
Víctor entra a ver a Victoria mientras se queda con Liliana esperando en el pasillo. Está tan preocupada que apenas tiene tiempo de darse cuenta que está a solas con la que fue su mejor amiga durante años. Ella termina de hablar por teléfono con alguien para volverse a ella, mirándola de reojo.
Podría hablarle, pero no sabe qué decirle. Las dos se quedan pegadas a la pared, los brazos hacia atrás, mirando por si Víctor aparece en cualquier minuto.
—Lo que pasó hoy… ¿es muy grave? —Ella no entiende nada de esto, pero había sonado tan horrible.
Tal vez sí debió estudiar Medicina después de todo.
—Es grave cuando su consumo es habitual, pero el efecto que causó en ella es completamente normal. No está acostumbrada, ya sabes, a drogarse. —Dice esto último como si no pudiera creerlo. Myriam asiente en respuesta, su pie repiqueteando con insistencia— Victoria va a salir de esto, estoy segura.
Luego de que Víctor y Liliana se hubieran llevado a Victoria al hospital, ella se había quedado llorando mientras Adrian intentaba consolarla. Él no entendía absolutamente nada, pero no preguntó tampoco. El padre de Adrian, le sugirió regresar a su departamento a descansar, así que subió todavía llorando. Sin embargo, no duró mucho hasta que comenzó a vestirse para salir a la calle. No iba a estar tranquila sabiendo que estaban en el hospital. Después de ver a Victoria en ese estado su corazón había vuelto a alterarse como antes. Desde que es niña que siempre ha tenido problemas al corazón, si se agita debe estar usando inhalador, pero ahora lo había olvidado y estaba tratando de controlarse por sí misma.
Víctor sale cabizbajo de la habitación. Lo ve acercarse con tristeza, soltando un suspiro y recargándose en la pared junto a ellas. Nadie dice una sola palabra, ni siquiera Liliana hace el amago de ir a verla, así que se aclara la garganta.
—¿Puedo entrar? —Se miran entre ellos; una mirada de hermanos que se rompe cuando Liliana mira hacia abajo. Víctor asiente inclinándose hacia adelante para señalarle el lugar aunque ella ya lo sabe. Una lámpara en el buró iluminaba la mayor parte del cuarto. Victoria se encontraba recostada en la camilla con una mascarilla y un tubo que extraía su sangre. Se hubiera desmayado por eso si no lo hubiese reprimido para sentarse a la orilla de la cama y sostener con cuidado su mano— Hola, hermosa.
Está completamente inconsciente y anestesiada. El ritmo de su corazón va normal según la máquina, algo que la tranquiliza.
»—Tú eres tan fuerte, yo sé que te vas a poner bien —Susurra con la otra mano arrullando su pelo, acunando su rostro con ternura. Quiere quedarse así toda la noche, no separarse en ningún instante— Vas a estar bien, hija —Repite acercándose para besar su frente, repartiendo besos por todas partes.
Se queda durante mucho tiempo solo mirándola dormir. Aun sostiene sus manos, aprovechando que ella no puede apartarse. Víctor llega a la habitación dando pasos silenciosos, parándose en frente de la camilla.
—Liliana se fue a casa. Deberías irte también, te ves cansada.
Myriam se limpia las lágrimas de la cara.
—No me quiero ir.
—Pero tienes que trabajar mañana —Insiste— Además no se va a quedar sola, yo voy a estar con ella.
—¿Y tú te vas a quedar solo?
Él la mira con sus brillantes pero a la vez tristes ojos.
—Siempre hemos sido Victoria y yo —Aleja la vista de él para volverse a la Myriam durmiente— Vete a casa, Myriam. Necesitas descansar.
.
Regresa a casa, pero no a su departamento, sino a casa de su madre. Le manda un mensaje para que le abra la puerta. Refugio la recibe en pijama, solo la luz de la sala encendida.
Necesita desahogarse con alguien y ese alguien no puede ser más que su propia madre. Le explica cómo sucedieron las cosas, lo asustada que se encontraba teniendo a Victoria en sus brazos bajo la inconsciencia, el martirio de tener que esperar una eternidad en la sala de espera y lo mal que se veía postrada en esa camilla. Su madre escucha con atención, acercándole el té de tilo caliente que le prepara. Apenas roza los labios en el agua, incapaz de tragar nada.
Después de contarle todo por fin se siente más en paz, aunque sigue preocupada.
—Deberías dormir un poco —Logra beber un sorbo del té, negando con la cabeza— Myri, tienes que levantarte a las 8 para que alcances a ir a casa a cambiarte. Ven, vamos a dormir.
Duerme escasas tres horas antes de levantarse. Son cerca de las siete de la mañana cuando sale de la casa. El frío adormece sus rodillas, ocasionando que le cueste caminar, pero tan pronto se sube a la camioneta la ventilación la mitiga. En casa se da una ducha, se viste rápidamente olvidándose del desayuno y se va a la radio. Hubiera deseado pasar de largo al hospital, pero más tarde se armaría de valor para ir a visitarla. No sabe cómo hacerlo, pero buscaría la manera.
Cuando termina el programa de la mañana, se va a la cafetería por algo caliente y dulce para comer. Sus ansias por algo dulce no son más que su ansiedad. Es por eso que evita mirar demasiado las vitrinas llenas de cosas o va a terminar comprándose todo. Se sienta en la mesa vacía con el celular encima esperando cualquier noticia.
—¿Puedo sentarme aquí?
Mira hacia arriba encontrándose con Ángela Webber.
—Claro, siéntate.
Se acomoda en silencio con una taza de té en las manos. Deja unas libretas encima de la mesa, apartándolas y entrelazando los dedos.
—¿Te puedo decir algo? —Myriam la mira sin dejar de mordisquear su galleta— Cuando llegué me pareciste muy conocida. No sabía de dónde ni de cuando, hasta que lo recordé hace unos días —Sonríe con bochorno— Nos conocimos en aquel bar ¿te acuerdas? Mi… ex novio me había dejado hace poco y tú…
Como un foco que se enciende, de pronto lo recuerda perfectamente.
—Lo recuerdo —Es apenas una rememoración. Es el rostro de Ángela cerca de su asiento en el bar— También me parecía que te conocía.
—Sí, pero también hay algo más.
—¿Qué cosa?
Ángela aleja el té de sus manos.
—Alguien me dijo tu nombre acá y no sé cómo no lo asocié de inmediato si tu cara no ha cambiado nada, es por eso que sé que eres tú.
Myriam frunce el ceño— ¿Ser yo? ¿Qué quieres decir?
—Yo fui compañera de Víctor en la preparatoria… Víctor García. Tú eras la mejor amiga de su hermana.
—Oh…
—Y bueno, solo me pareció interesante decírtelo. Tu apellido y el de los García fueron muy comentados en el 2000. No quiero que pienses que soy chismosa ¿estoy sonando muy chismosa, verdad?
—Cuéntame.
—Todo el mundo comentaba sobre ustedes y tu extraña salida del colegio; los rumores comenzaron a surgir.
Myriam entrecierra los ojos hacia ella.
—¿Tú… tú no eras la que siempre llevaba chocolates artesanales para vender?
Ángela sonríe— Sí, era yo. Los chocolates los hacía mi madre.
—Que pequeño es el mundo —Ángela asiente— Y bien ¿Qué rumores? —Ya podía saber cuál era.
—Que tú y Víctor iban a tener un bebé. Solo fueron rumores, ni Liliana ni Sergio y menos Víctor confirmaron nada nunca. Los padres de muchos compañeros comenzaron a recolectar firmas para que echaran a la directora por no evitar comportamientos indebidos entre estudiantes, me refiero a un embarazo adolescente.
—No sabía eso.
—Y tú desapareciste de la faz de la tierra, todos comentaban pero nadie decía nada concreto. Y entonces… cuando nos graduamos, vimos a Víctor sostener una bebé pequeña en los brazos. No quiero incomodarte, Myriam. Solo te digo esto para que sepas que te conozco y… si necesitas cualquier cosa, yo estoy aquí. No me tienes que decir nada ni dar explicaciones, pero después de que lo rememoré, también recordé lo que me dijiste en el bar.
"Mi hija me odia" lo recuerda también.
Myriam asiente con la cabeza, mordiéndose el interior del labio y no vuelven a hablar.
Después de narrar las noticias, prácticamente vuela fuera del edificio. No se despide de nadie y tampoco se asegura de cerrar bien la oficina. Si va a hacer lo que está por hacer, es mejor hacerlo rápido. Tener a toda la familia García viéndola no es buen panorama pero no le queda de otra, es la única forma que se le ocurre para poder ver a Victoria. Aparca en la entrada, sus pies picando con nerviosismo. Cruza sus brazos luego de arreglarse la chaqueta, frunciendo el ceño antes de tocar el timbre. Se arma de valor de alguna manera, buscando las palabras adecuadas para quién sea le vaya a atender. Inspira profundamente cuando la manilla gira hacia la izquierda.
Una mujer rubia y delgada la mira a los ojos.
—¿Hola? ¿A quién buscas?
—¿Está Víctor? —Es lo primero que sale de sus labios.
La rubia mira hacia atrás.
—Sí ¿quién la busca?
—Myriam
—Un momen… —Se queda callada a mitad de frase, apuntándola— ¿Tú eres la mamá de Victoria?
—¿Quién es, Any? —El cuerpo robusto de Sergio aparece detrás de ella. Su sonrisa se apaga y sus ojos cambian en cuanto nota su presencia. No parece gustarle para nada verla— ¿Tú que haces acá?
—Sergio, ella quiere hablar con Víctor —"Any" empuja su pecho, pero él es demasiado grande para moverlo.
—Largo de aquí —Le dice con furia— ¿No te bastó con dañar a mi sobrina? ¿Te das cuenta lo que le hiciste?
—Cariño, ya basta.
—¡No, Ana! ¡Basta no! ¡Vete de aquí, Myriam! No eres bien recibida. Aléjate de mi familia, maldita sea.
—Sergio ¿qué está pasando? —Esa era la voz de Liliana. Cuando ve que es Myriam, se vuelve a su hermano para intentar sacarlo — No hagas un escándalo acá, por favor.
—¿Un escándalo? ¿Y vamos a permitir que esta mujer entre como si nada? ¿Acaso nadie se da cuenta que Victoria se pudo haber muerto por culpa de ella?
Juanita y Manuel interrumpen, tratando de calmar a un Sergio exasperado. Liliana se apresura a salir junto a Myriam cerrando la puerta detrás.
Se miran a los ojos.
—No creo que sea buena idea de que estés aquí.
Asiente con una ligera sacudida— ¿Cómo está Victoria?
—Está mejor, un poco decaída pero lo peor ya pasó. Eso sí no recuerda nada.
—Me lo imaginé.
Liliana la mira fijo al rostro.
—Si es verdad lo que dijo mi madre, sobre lo que habló contigo la vez pasada… entonces vas a tener que soportar esto durante mucho tiempo.
—Lo sé.
—Que bien que lo sepas.
—¿Liliana, cariño? —Un hombre se asoma por la puerta donde los murmullos siguen elevándose— Necesitas calmar a tu hermano.
—Voy enseguida, Eric —Se vuelve hacia ella— Victoria está bien, pero será mejor que te vayas.
—Bien, le dices a Víctor que…
—Yo le digo que viniste.
Se despiden.
Regresa a casa más tranquila a pesar del encuentro intenso con Sergio. No puede esperarse otra cosa después de todo. Y era verdad lo que Liliana decía, si iba a recuperar a Victoria tenía que aguantarse este tipo de cosas.
Sin derecho a quejas.
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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 2 Empty Re: .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

Mensaje  Bere Sáb Ene 23, 2016 1:31 am

Capítulo 14
Estaba lista, estaba dispuesta.
Víctor
Baja corriendo las escaleras al darse cuenta que los gritos en la sala son persistentes. Intentó evitar unirse a la discusión porque no sacaba nada con seguir en el mismo tema. Habían estado culpándose entre ellos cuando llegaron con Victoria esa tarde, de modo que ahora no quería acostarse enojado con nadie, pero decidió enfrentarlos para que su hija pudiera dormir tranquila.
Erick empuja a Sergio cuando éste gritonea a Liliana.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
—¿Sabes lo que pasa aquí? —Sergio dice, soltándose de Ana que sigue intentando calmarlo con fracaso— Pasa que ella viene aquí ¡y todos la defienden!
Liliana vuelve a interponerse delante de él.
—¡Aquí nadie la está defendiendo, Sergio! —Gruñe, usando las manos para expresarse— ¡pero las cosas no se solucionan así! ¡No a insultos!
—¿Y qué quieres, que la abrace? Le puedo decir Myriam ¿qué tal te ha ido todos estos años? Yo no soy hipócrita y no pienso rebajarme como ustedes.
Víctor frunce el ceño.
—¿Myriam estuvo aquí?
—Sí, hijo, y Sergio la echó —Contesta Manuel.
—¿Ves? ¿Ves? ¡Lo dice en tono de reproche!
—No es la forma, Sergio y tu padre no te está reprochando —Su madre sacude la cabeza.
Víctor sigue de pie escuchando la discusión pero no entendiendo nada. ¿Myriam estuvo aquí y por eso estaban discutiendo entre todos?
—¿Y cómo es la forma mamá? ¡Explícame!
Ahora sí se enfurece— ¡No le grites a nuestra madre!
—¡Tú no me das órdenes! —Sergio estaba hecho una furia— ¿O acaso tú también la vas a defender? ¿Vas a dejar que Victoria se acerque a ella o viceversa? ¿Qué tienes en la cabeza? ¡Ella ni siquiera debería pensar en ello!
—¡Pues esa no es decisión tuya! —Le dice, acerándose. Liliana empuja a Víctor— ¡Y la discusión se termina aquí porque Victoria tiene que descansar!
Sergio se acerca más, ahora Liliana está en medio de los dos.
—¡¿Pueden dejar de pelear?! ¡No hagamos esto ahora! ¡Los gritos se escuchan por toda la cuadra!
Sin embargo siguen discutiendo entre los tres; Erick intentando defender a Liliana, Ana sacudiendo la cabeza. Cuando escuchan el ruido de un jarro romperse y la voz enfurecida de su madre, todos se quedan callados. Juanita García bañada en cólera, sus mejillas enrojecidas de enfado.
—¡ESTO SE ACABA YA! —Es la única voz que se escucha en toda la sala— ¿No les da vergüenza al trío de grandotes pelearse como niños chicos? Bastante viejitos son para andarse amenazando delante de mis narices —Aprieta los puños, humo saliendo de sus orejas— ¡Aquí nadie va a pelear nunca más a este nivel! ¡Esto les compete a Victoria y a Myriam! ¿Me escucharon bien? ¡A Victoria y a Myriam! Ni tú Sergio, ni yo ni Liliana y tampoco Víctor puede entrometerse. Es Victoria la que va a decidir, no tú —Dice mirando a Sergio— Si ella está dispuesta a perdonarla, la vamos a apoyar estemos de acuerdo o no y si es lo contrario, también. Ninguno de nosotros tiene ningún derecho sobre su vida. No porque sea menor de edad vamos a pasar por encima de ella ¡Ahora espero que sea la última vez que se grite y que yo grite en esta casa!
Manuel sostiene a Juanita de los hombros murmurándole algo ininteligible para finalmente voltearse a los demás.
—Ya escucharon a su madre. Si van a vivir bajo este techo van a acatar las reglas. No van a faltarle el respeto a nadie, menos a nosotros dos. ¿Está claro?
Todavía nadie le explica cómo es que Myriam vino, pero la voz enfurecida de su madre lo hizo olvidarse de eso un momento. Estaba tan enojada, se veía tan decepcionada que de inmediato los tres se quedaron con la boca cerrada igual que cuando eran solo unos niños; como cuando Juanita los regañaba por romper algo o no hacían la tarea. La diferencia es que ahora estaban grandes. Dos casados, Sergio con dos hijos, él con una hija, sabiendo en primera fila lo difícil que era el rol de padre. Por eso sabe que todo lo que dice es verdad.
Liliana se encarga de explicarle lo sucedido en un cuarto alejado de los demás. Ella seguía molesta por la actitud de Sergio, insistiendo que no era la manera de actuar. Y puede que él también esté molesto. No es que esté defendiendo a Myriam porque es completamente normal su reacción, pero a él nunca se le hubiera pasado por la cabeza insultarla en la puerta de su casa cuando toda la familia estaba presente. ¿Y si Victoria lo hubiera visto todo? ¿Si hubiera escuchado la discusión? Su madre tenía razón, si Victoria decidía perdonar a Myriam, ni siquiera él podía negarle ese derecho.
Myriam
Había estado todo el día tratando de evitarla a toda costa, trataba de no pensar en ella. No la llamó para que supiera de Victoria, tampoco es que piense mucho en ello. No sabe qué hacer, qué pasará con su relación. Lo que sí sabe es que lo que a Victoria le pasa, no es para tomarlo a la ligera.
Sube hasta la habitación de su hija. La puerta entreabierta lo hace morderse los labios. ¿Sera que sí escuchó todo? Sus oídos se escandalizan con el chirrido de la puerta y se la encuentra sentada en la cama con las rodillas pegadas al pecho, su mejilla descansando en ellas. Supone que los antibióticos han causado su desánimo, aunque también está cansada y débil luego de toda la sangre que le sacaron. Y qué decir de la resaca que debe tener. Se acerca para sentarse a la orilla de su cama, viéndola sin decir una palabra. Sabe de su presencia porque está parpadeando sin verlo, mirando hacia el suelo. Su cabello desordenado en una coleta, sus mejillas encendidas y la forma en que su pecho sube entre sus rodillas.
—¿Por qué estaban discutiendo? —Pregunta con voz ronca, siguiendo en la misma posición.
Víctor juguetea con la colcha para distraerse.
—Nada que no se pueda arreglar.
—¿Es por mi culpa?
—No, cariño. No es por tu culpa.
—¿Y entonces? —Levanta la cabeza; el brillo en sus ojos ha desaparecido completamente, viéndose apagada, oscura, algo que lo sorprende y entristece a la vez. Victoria sacude la cabeza en negación— Ni se te ocurra mentirme.
Se queda taciturno, no puede apartar los ojos de ella. Tan dulce y angelical hasta hace unos años, tan frágil y tan fuerte al mismo tiempo ahora.
—Myriam vino a verte hace rato y Sergio se enfureció. Él actuó mal y se desquitó con todos, incluso con la abuela.
Victoria frunce el ceño confundida.
—¿Cómo es que Myriam supo lo que pasó? —Vuelve a quedarse en silencio durante un momento. Tiene la mirada de su hija fija en la de él, esperando una respuesta. No era mentira cuando dijo que sentía como si hubiera dormido en horas y que todos los recuerdos estaban borrosos, confusos— ¿Papá? No te quedes callado.
Se aclara la garganta— ¿No te acuerdas nada… de nada? —Una pregunta estúpida por su parte, pero no sabe cómo alargar la situación. Tarde o temprano Victoria iba a enterarse de algún modo. Finalmente niega con la cabeza— Fuiste a casa de Myriam a montarle un escándalo. Fue ella la que me llamó para decir… bueno, alguien llamó por ella para decir que estabas inconsciente y… algo extraña.
Sus ojos se abren como platos.
—¿Yo hice eso?
—Sí, pero no tienes que avergonzarte ¿de acuerdo?
—¿Avergonzarme? Papá ¡yo no era esa persona!
Inspira profundo.
—¿Y quién eras entonces? —Pregunta con tranquilidad— Dime, Victoria ¿Quién te dio esa droga? —Ella frunce los labios pegando la barbilla a sus rodillas. Sus manos entrelazadas sobre estas, viéndose más pequeña— ¿Tiene algo que ver Casey? ¿Tengo acaso que hablar con sus padres?
Levanta la cabeza rápidamente.
—¡No! Papá, no hagas eso. Casey no tiene nada que ver, ni siquiera le he dicho por qué estoy enferma.
—Dime quién fue.
Suspira— La prima de Hanna.
—¿Qué? —No se esperaba esa respuesta— ¿Y quién demonios es la prima de Hanna? ¿Desde hace cuánto la conoces?
Victoria hace caso omiso de su mala palabra.
—No la conozco, la vi ayer y me la dio.
—No entiendo ¿Puedes ser más específica?
—Estaba en casa de Hanna cuando pasó. Me sentía mal, estaba enojada con todo el mundo. No podía ir donde Casey porque ella me bombardearía de preguntas, entonces decidí ir donde Hanna, la rubia. —Aclara rápidamente— Su prima, que no recuerdo el nombre… Papá, no me mires así ¡es la verdad! —Se exaspera— Ella dijo que tenía el remedio perfecto para quitarme la furia.
—Te dio metanfetamina
—Sí y a Hanna también.
—¿Y Hanna estaba bien con eso?
Encoge los hombros— No es la primera vez que los toma, pero no es con frecuencia. Me advirtió de los efectos y de igual manera lo tomé porque no me importaba nada ya.
Víctor se acerca más a ella para tomarle de las manos.
—¿Qué está pasando contigo, Victoria? ¿Te das cuenta que yo me hubiese muerto si te pasa algo?
Los ojos de Victoria se llenan de lágrimas.
—No lo sé, papá. No soy esa persona de anoche, te lo juro —Él seca las lágrimas que comienzan a derramar por su cara— Estaba muy enojada, hace mucho tiempo que estoy muy enojada y exploté, eso es todo.
—¿Es por Myriam?
Suelta un hipido.
—Es por ella, es por mí, es por todo lo que pasa alrededor.
—¿Qué quieres decir?
—Porque no es sincera, papá. Ella dice cosas y luego actúa de otra manera. Hay días que de verdad creo que me quiere, pero luego pienso en todo el tiempo que no estuvo y no me cuadra nada. La quiero lejos y la quiero cerca, a veces la odio, a veces quiero decirle muchas cosas hirientes, a veces simplemente quisiera desaparecer —Vuelve a suspirar— Y está también Adriana que no deja de molestarme.
—¿Qué?
—Fue a verme al colegio hace algunas semanas para repetirme lo que ya sé. Aunque luego no volvió más porque Myr…
—Porque Myriam ¿qué?
—Hablaron… las dos. Y Myriam me aseguró que Adriana no iba a molestarme más. ¿Ves por qué no comprendo nada? Ella actúa como si de verdad le importara.
—¿Y si de verdad le importas?
Victoria lo mira con incredulidad.
—No empieces tú, papá. Suficiente tengo con mi consciencia que no me deja en paz —Sacude la cabeza unos segundos antes de volverse a sus padre, mirándolo a los ojos— Lo siento por esto. No quería ocasionar una pelea ni que te preocupes por mí. No soy ni drogadicta ni alcohólica… yo… simplemente quería olvidarme de todo un rato.
Deja un beso en su frente, acunando su rostro con cariño.
—Yo siempre me voy a preocupar por ti y no tienes que decir lo siento.
Alguien toca a la puerta.
—¿Puedo pasar? —Liliana asoma la cabeza— Oh ¡pero si tienes mejor cara! —Se acerca con una sonrisa a sentarse a la otra orilla de la cama— ¿Cómo te sientes?
La mira con una mueca en los labios.
—¿Cómo crees que me siento?
Liliana se queda pensando— ¿Fatal?
—Exacto.
Su hermana suspira— Andamos de mal humor ¿no? Pero tengo una idea para despejarte —Sonríe de oreja a oreja— ¿Qué? ¿No se te ocurre? ¿Acaso olvidaste que en dos semanas estás de cumpleaños? Tenemos que organizar todo en pocos días, esto debimos empezarlo desde hace un mes o dos.
Su hija rueda los ojos.
—¿Podemos simplemente ese día dormir la siesta durante horas?
Liliana gruñe— Victoria García, no se cumplen 15 años todos los días.
—Ya, pero yo no estoy de ánimo para tus fiestas extravagantes.
Víctor reprime una risa causando que su hermana lo mire enfadada.
—Tú de verdad estás de mal humor y pretendes malhumorar a todo el mundo. ¡No importa! ¡La fiesta sigue en pie! ¿Quieres elegir el vestido? No, seguro que no. Lo haré por ti —Le da un beso en la mejilla, levantándose de la cama y saliendo de la habitación. Se devuelve solo para decir— En un par de años más me lo vas a agradecer, eh.
.
—Está bien lo que hiciste. Lo peor sería prohibirle cosas porque sabemos cómo son los adolescentes —Dice Manuel luego de que Víctor le comentara su conversación con Victoria y la razón por la que decidió tomar esas pastillas— ¿Sabes que tu madre y yo estamos para ustedes en todo momento, verdad?
Él sonríe palmeando el hombro de su padre.
—Por supuesto que sí.
Al otro día la tensión en casa había bajado considerablemente desde que Sergio se había ido a trabajar. Liliana estaba enfrascada en los preparativos para el cumpleaños de Victoria, ayudada y aconsejada por Ana. Su madre ya no estaba enojada y él tenía todo el día libre para cuidar de su hija. Mientras ayuda a poner la mesa para la comida, tocan el timbre. Los rostros familiares de Casey y su hermano saludan alegremente a Ana.
—Hola, Casey, Ethan —Saluda Víctor con la cabeza— Victoria está arriba.
Juanita se acerca rápidamente.
—Aconséjenla ¿sí? Lo peor es cuando decaen.
Casey frunce el ceño, Víctor intenta hablarle a su madre entre señas pero no parece captarlo.
—¿A qué se refiere?
—¿Tú también eres amiga de Hanna? Esa niñita necesita alejarse de Victoria —Insiste.
—¿Qué tiene que ver Hanna con el resfrío de Victoria?
—¿Resfrío? —Juanita ladea la cabeza— ¡Ojalá fuese un resfrío!
—Mamá —Regaña Víctor. Ethan y Casey siguen sin comprender nada— Suban, que ella les explique —Cuando desaparecen por la escalera, él se vuelve a su madre— Victoria no les dijo nada.
—¿Qué? ¿Y por qué no me lo dijiste?
Víctor la mira con incredulidad.
.
Myriam
Se queda callada perdiendo completamente el hilo de la conversación. Revisa rápidamente la hoja en sus manos para recordarlo. Sacude la cabeza, su frente frunciendo el ceño. Eric agita las manos en su dirección, haciendo la señal de corte.
—Uhm… piensen en ello mientras nos vamos a un pequeño corte comercial. No dejen de sintonizarnos —La luz roja se apaga y ella se quita los audífonos con un resoplido. Eric sale de la cabina, alzando las manos como si no entendiera su comportamiento— Lo siento —Se disculpa, cerrando los ojos y presionando el puente de su nariz.
—¿Estás enferma, Myriam? Estás muy distraída hoy.
—Dormí muy poco —Acerca la cuarta taza de café de esa mañana— Te prometo que no se vuelve a repetir.
—Deberías irte a casa cuando terminemos.
Hace una mueca en los labios, negando y preparándose para la vuelta de comerciales. Medita unos segundos antes de que por fin la luz roja se encienda.
En su oficina, unas horas más tarde, termina por explotar. Los papeles caen al piso y ella suelta un bramido lanzando la carpeta completa al suelo. Tironea de su pelo antes de sentarse en el escritorio. No puede concentrarse por más que lo intenta. Estos últimos dos días han sido peor que el mismo infierno. Víctor no da señales de vida y ella ni siquiera se atreve a llamar a Victoria. Probablemente ninguno de los dos quiera saber de ella nunca más. Y eso la tiene colapsada, con la cabeza en cualquier parte menos en el trabajo. El insomnio viene de mucho antes, pero ahora parece empeorar cada vez más. Rocio toca a su puerta con desconfianza.
—¿Puedo pasar? —Myriam asiente sin mirar a la susodicha— Eric me dijo que no estabas bien.
—Me duele la cabeza.
—¿Por qué no vas a casa?
—No puedo irme a casa ¿quién va a presentar las noticias?
Suspira, su cuerpo entero presionándose contra el escritorio. Las manos pegadas a su frente por el dolor intenso. Por más que insiste en tomar aspirinas, la cabeza sigue partiéndosele. Es ese dolor que te cuesta mantener los ojos abiertos. Más que dolor de cabeza, de seguro era jaqueca o migraña.
—Perdón por entrometerme, pero ¿dijiste que no tenías quién narrara las noticias? —Myriam abre un ojo para ver a Ángela en la puerta.
Rocio suspira— Myriam está enferma y no quiere hacerme caso de irse a casa.
—Oh, yo puedo cubrirte las espaldas.
—¿Y cómo vas a ser eso? —Pregunta con voz ronca.
—En la antigua radio en la que trabajaba también ejercía como locutor algunas veces, no solo de actriz —Sonríe— Te ves pálida, sería bueno que vieras a un médico o vueles a casa para acostarte.
Myriam resopla bajo la palma de su mano.
—¿En verdad harías eso por mí? Puedo pagarte las horas extras y ni se te ocurra decirme que no —Advierte cuando ésta intenta negarse con respecto al dinero— Tenemos que hablar con Eric.
—Entonces no es necesario —Dice Rocio— Eric sugirió que te fueras a casa así que no creo que tenga problemas. Y ahora, señorita —Se acerca para arrastrarla fuera de la silla— vas a tomar tus cosas, te vas a ir a casa a tomar un litro de limón con miel. Acuéstate y por ningún motivo camines descalza.
Lo primero que hace cuando llega a casa es sacarse los zapatos. Rocio estaría vociferando si la viera, pero agradece la soledad. Está comenzando a sentir demasiado frío, sus hombros se sacuden con exageración, señal obvia de que se está resfriando. Prepara limonada y se zampa dos analgésicos antes de irse a la cama. Comienza a estornudar en cuanto toca las sábanas con las piernas, sus temblores en el cuerpo aumentan y solo desea dormir mucho tiempo.
Por la tarde se encuentra mejor cuando va a casa de su madre. Después de que Refugio se enterara por Cristy de que estaba enferma, dijo que tenía una sopa de pollo esperándola en casa, de modo que no se pudo negar. Cuando llega Adrian está riéndose a carcajadas con Nany. Algo que no se esperaba porque siempre creyó que Adrian se incomodaría con ella, pero al parecer el buen humor de su abuela terminó por conquistarlo.
—La sopa de pollo de mamá es irresistible —Dice Cristy.
Nany hace sonar el plato con una cuchara.
—Ustedes los jóvenes siempre dicen eso pero de igual manera engullen pizza a montones.
—¿No le gusta la pizza? —Le pregunta Adrian.
—¿A mí? Todo lo que contenga queso me gusta.
—Eso es mentira, las empanadas camarón-queso no te gustan —Cuenta su madre.
—¡Puaj!
Luego de la cena liviana, todos se van a la sala para ver televisión. No hacen más que sentarse a tomar té con galletas, platicando y comentando el programa estelar. En algún momento Cristy se va a la cocina, momento ideal para voltearse hacia Adrian.
—No tuve tiempo de decírtelo antes pero… gracias por no decirle nada a Cristy de… ya sabes.
Adrian sacude la cabeza.
—Yo llegué recién, Myri. No puedo inmiscuirme en algo que no sé y que no comprendo. Además, ¿de qué estamos hablando? —Sonríe para que sepa que no dirá ninguna palabra, y ella se lo agradece una vez más.
.
Victoria
Desde que le contó ayer a Casey lo sucedido, esta sigue estresándola con pregunta tras pregunta y su resoplido al no poder creer lo estúpida que había sido. Y no puede reprocharle eso porque es cierto. Es la cosa más estúpida, irrazonable, absurda, descabellada y todos los sinónimos existentes que había hecho en su vida. Probablemente la más loca e ilógica cosa jamás vista por ella. Lo peor de todo es que no recuerda nada, solo el dolor de cabeza, las ganas de vomitar que le vinieron después cuando despertó en un cuarto de hospital. Estaba asustada y muy perdida. Sobre todo teniendo en cuenta que su brazo estaba amoratado con una aguja incrustada en ella.
Ahora estaba mejor, pero no al cien por ciento. Todavía no logra recuperar el ánimo, por más que lo ha intentado. A veces se recuesta y lo único que hace es quedarse mirando fijo un lugar. Cuando se da cuenta de ello sacude la cabeza e intenta hacer algo productivo, pero luego se aburre y vuelve a lo mismo.
Cruza las piernas encima de la cama viendo la mirada fría de su mejor amiga.
—No estás escuchando nada de lo que estoy diciendo —Reprocha.
Victoria suelta un suspiro.
—Lo siento.
—Déjala en paz, Cass —Pide Ethan desde su estante. Revisa con cuidado cada uno de sus libros. Él había estado atento con ella, preguntando cómo estaba— ¿No ves que se siente mal?
—¡Se siente mal porque se lo buscó! —Resopla volviéndose a ella— A todo esto ¿cuándo regresas a clases? Ya te extraño.
—Tal vez el lunes.
Ethan regresa con un libro sobre las manos; se sienta en la cama con los ojos fijos en los de ella.
—Podemos venir por ti si quieres.
Por alguna razón ese contacto la pone nerviosa.
—Seguramente mi papá vaya a dejarme.
—Deberíamos irnos, Ethan. Mamá va a estar preguntando por qué tardamos tanto —Ellos siguen mirándose y Victoria no entiende cómo es que no ha apartado la mirada todavía. Casey chispea los dedos enfrente de sus narices— ¡Ey, te estoy hablando!
—¡Ya escuché!
Victoria es la primera que corta ese contacto visual mirando a Casey. ¿Se habrá dado cuenta de eso? Seguramente sí, su amiga no se perdía de nada. ¿Y que fue ese momento? ¿Por qué ella seguía viéndolo a los ojos? Se despiden rápidamente cerrando la puerta por detrás. Suelta un sonoro suspiro, ahogándose y sintiendo el calor subiendo por sus mejillas. Ella reaccionó así porque ningún chico la mira como Ethan ¿Verdad? No es porque sienta algo por él…
Casey regresa a su cuarto sola. Entrecierra los ojos hacia ella y Victoria no tiene tiempo de preguntarle qué hace aquí de nuevo.
—¿Qué demonios te traes con mi hermano, Victoria García?
No, definitivamente no lo iba a dejar pasar.
Encoge los hombros— ¿Traerme con qué?
—No te hagas la que no sabes. ¡Te vi mirándolo!
Rueda los ojos— Él lo hizo primero.
Casey se muerde los labios, mira hacia la puerta asegurándose de que no hay moros en la costa.
—¿Sabes el trauma que tendría si ustedes dos… si ustedes…?
—No seas exagerada, Cass. A mí no me gusta tu hermano —Vuelve a entrecerrar los ojos hacia ella— Te lo prometo.
—Uhm… te voy a creer esta vez —Dice palmeando su mano y acercándose a la cama— Si él se pasa de listo contigo tú me dices y lo pongo en su lugar. Ethan ha estado con otras chicas antes, sabes. No quiero que te haga sufrir, además tú nunca has tenido novio.
—Gracias por recordármelo, no sé qué haría sin ti —Resopla. Casey sale de la habitación entre risas— ¡Tú tampoco has tenido novio nunca!
La escucha tropezarse y no puede evitar echarse a reír.
.
—¿Qué te parece este? —Victoria sacude negativamente la cabeza con una mueca en los labios. Liliana termina resoplando contra la hoja de la revista— Cuando estás enferma te pones intratable.
—Es que ese es horrible ¿quieres que me ponga un vestido que parece disfraz de oruga en tono salmón?
—No es un disfraz de oruga —Dice entre dientes— Es un vestido precioso.
—No me gusta. Sigue cambiando de página.
Ya se había resignado a la decisión de su tía con respecto a la fiesta de 15. Estando enferma no tenía ganas de hacer ninguna dichosa celebración, pero ella estaba entusiasmada al igual que lo estuvo con su boda, así que no va a romper sus ilusiones. Eso sí, no quiere una gran fiesta, algo tendrá que hacer para convencerla.
Su abuelo se sienta junto a ella, su brazo rodeándola cerca.
—Y bien ¿qué quieres para tu cumpleaños?
Él hacía esa pregunta todos los años y ella normalmente se quedaba pensando durante todo el día hasta que finalmente se lo decía. Pero ahora estaba en blanco.
—Sorpréndeme —Le dice riéndose y él aprieta más su brazo en el de ella.
—Tal vez tu abuela ya esté pensando en algo.
Ha tenido que soportar toda la tarde como Ana y Liliana manosean su pelo buscando el peinado perfecto. Lo tironean, lo amarran en una coleta, le hacen trenzas, lo alisan o simplemente separan en capas. Quiere apartarse y exigir respeto por su cabello, pero no lo hace por estar cambiándole al canal de la televisión. Estos pocos días que no ha ido a la escuela en vez de ser relajantes, han terminado siendo los más aburridos de su vida. Si no está acostada, está en pijama deambulando por la casa, tomando sopa y antibióticos con sabores horribles. Y no puede olvidarse de mencionar que todo el mundo en casa está pendiente de todo lo que hace. La vigilan para que no tome antibióticos de más, cuando agarra el cuchillo de la mantequilla su abuela ahoga un grito, la van a visitar constantemente a la habitación para seguramente asegurarse de que no va a suicidarse con su arma invisible.
Ella solo rueda los ojos, pero ya se está cansando.
Cuando sus primos llegan de la escuela la casa deja de ser silenciosa, así que es el único momento divertido que tiene.
Eso hasta que comienzan a seguirla sin descanso.
¿De qué sirve ser hija única cuando tiene dos primos revoltosos?
.
Myriam
Cuando llega a casa después del trabajo se encuentra a Adrian intentando impedir que un perrito entre al edificio. Es pequeño con las patas manchadas de barro. Lo escucha sollozar cuando lo empuja con suavidad lejos de la vereda. Parece que a Adrian le costara alejarlo, puesto que el perro sigue sollozando.
—¿Te está dando problemas? —Le pregunta al acercarse.
—No se da por vencido —Dice con un suspiro— Llevo todo el día echándolo de aquí.
Myriam se acerca para acariciar su pelaje blanco causando que éste se retuerza con su tacto.
—A lo mejor tiene hambre —Le revisa el cuello— y al parecer no tiene dueño. ¿Por qué…?
Adrian hace una mueca.
—Oh, no, Myriam. Sabes que los animales están prohibidos en el edificio, además mi padre no estaría de acuerdo tampoco.
Ella sonríe— Pero él no tiene que enterarse… ¡Vamos, Adrian! Míralo, está desamparado. —Trata de usar una voz triste e inocente todavía acariciando al perro. Adrian sigue sin estar convencido— Deja que lo alimente y luego lo regreso a la calle —Eso no era completamente cierto.
El moreno mira hacia atrás, asegurándose de que su padre no está cerca.
—Bien, pero date prisa.
Sostiene al perro en su pecho antes de entrar corriendo al edificio. En el elevador el perro comienza a retorcerse entre sus brazos, sus patas llenas de barro manchándole la ropa pero no puede dejarlo en el suelo y que deambule luego por los pasillos. No ayuda que empiece a aullar viéndose en el espejo del elevador. Cuando salen del cubículo se apresura a su puerta. Lo deja en el suelo tan pronto entran al departamento. Él comienza a mover su cola alrededor de ella, su lengua hacia afuera y ladrando con una mezcla de sollozos. Lo primero que hace es revisar las cacerolas de la cocina, encontrándolas todas vacías. Como normalmente se va donde su madre, no se preocupa de cocinar. Aunque luego recuerda el caldo refrigerado que guardó hace dos días. Con el perro todavía raspando sus piernas, calienta la sopa y se la tiende dentro de un cuenco. Aun no deja la sopa en el piso cuando su cabeza ya está metida en él.
Myriam se sienta en el suelo de piernas cruzadas, su mano en el aire queriendo acariciarlo, pero sabe que no hay que tocar a los animales cuando comen.
—Estabas muy hambriento ¿verdad? —Por supuesto que él no responde. Sigue escuchando el ruido de su lengua en la sopa— ¿De dónde habrás salido? Tienes un pelaje muy blanquito para ser de la calle. ¿Te dejaron por ahí? Pobrecito —No se contiene de acariciarlo; se da cuenta como su mano revolotea la oreja del cachorro. Éste, sin embargo, no hace amago de apartarse— Puedes quedarte aquí si quieres, pero con condiciones… no puedes decírselo a nadie. Este es nuestro secreto ¿de acuerdo? No puedes ladrar ni rasguñar la puerta.
Se queda hasta la media noche recostada en el suelo con el animal. A estas alturas de seguro caía de nuevo en un resfriado al tener las defensas tan bajas. Luego de que él termine por echarse encima de la alfombra, ella se pone de pie agarrando una chaqueta y las llaves de la casa. Bill está dormitando en la silla de recepción, razón por la que no nota su presencia al salir. Lleva un par de horas decidiendo esto. Al tener todavía su última experiencia yendo a ver a Victoria, bien podía quitársele las ganas de intentarlo, pero aquí estaba, subiéndose a la camioneta para ir a casa de los García a medianoche.
Aparca en el mismo lugar de la vez en que Víctor las encontró a las dos conversando. Solo son unas pocas cuadras alejadas de la casa. Camina con pasos lentos y firmes, sus manos dentro de los bolsillos, su labio temblado de frío. Casi llegando a la reja decide enviarle un mensaje.
El primero solo dice: Víctor.
Tarda unos minutos antes de que los clics se vuelvan azules. Myriam suspira, no es la primera vez que lo hace.
M: Deja de ignorarme.
Los clics vuelven a tornarse azules.
Rueda los ojos, tecleando.
M: Estoy afuera de tu casa.
Cuando los clics nuevamente están azules, guarda el celular esperando que salga. Si no lo hace probablemente se va a quedar esperando en la reja toda la maldita noche. No tiene que esperar mucho cuando la silueta de Víctor sale de la casa. Todos deben de estar durmiendo ya, las luces se encontraban apagadas. Parece como si lo hubiese dejado de ver un mes, o como si jamás lo hubiese dejado de ver en años, la cosa es que mientras más se acerca, más ganas tiene de correr a sus brazos. El problema es que ella no sabía si él la iba a recibir.
—¿No crees que es muy tarde para venir? —Dice de inmediato.
Los brazos de Myriam tiemblan a sus costados.
—No fue fácil decidir venir —No responde— No encontraba otra manera ni a qué hora hacerlo.
—Por Sergio.
—Sí, por Sergio —Reconoce— ¿Cómo ha estado Victoria? ¿Ya se siente mejor?
Es extraña su frialdad si se pone a compararla con las últimas semanas, esa misma frialdad que mantuvo durante los primeros encuentros que tuvieron cuando se volvieron a ver.
—Sí, ella… está en eso.
Mira por encima del hombro de Víctor, hacia la casa.
—¿Está durmiendo?
Víctor alza una ceja.
—¿Ves alguna luz encendida?
—No —Contesta tajante, sus labios ligeramente fruncidos— ¿Puedo… puedo verla?
—Myriam, es tarde. No son horas para que la veas…
—Por favor, Víctor. No sé cuándo más hacerlo, la única solución que encontré es venir cuando todos duermen.
Se rasca la barbilla apartando los ojos de ella.
—No creo que sea buena idea.
—Por favor. Te lo ruego, solo cinco minutos.
—No, Myriam.
Suelta un suspiro tembloroso dándose por vencida, pero cuando vuelve a mirarlo a los ojos, hay una fuerza que la hace querer internarlo de nuevo.
—Víctor… aunque sea déjame verla dormida. Solo… necesito ver que está bien.
—¿Para qué? Myriam, lo que le pasó a Victoria no es un juego. Esto está mal, tú estás mal, yo estoy mal. Ella no quiere verte. —Eso estaba claro pero iba a seguir persistiendo. Víctor suspira sacudiendo la cabeza— Cinco minutos, nada más. Y luego te vas. Ah, no vayas a hacer ruido.
Lo sigue bajo la noche silenciosa, presurosa de no hacer ruido con los zapatos, entrando a la casa de Víctor casi en puntillas. Por milagro de la vida no se tropieza mientras sube las escaleras, sin ninguna señal del siguiente escalón. Todo está muy oscuro, silencioso, demasiado prohibido. Siente la prohibición en su sangre, el peligro, como si estuviera allanando una propiedad privada. Se queda casi pegada al brazo de Víctor cuando llegan al final, hacia el pasillo. No encuentra su mirada, ve el reflejo de su rostro gracias a la luz que entra por la ventana.
Él le señala la tercera puerta, poniendo un dedo sobre sus labios.
Myriam asiente y camina de puntillas hasta el cuarto. Gira la manilla con lentitud, empujando la puerta y mordiéndose los labios. Se espera a una Victoria profundamente dormida sobre su cama, con su rostro de princesa como la vez en la que se quedó a dormir con ella, pero no… estaba despierta hojeando rápidamente un libro. La lámpara del buró encendida lo suficiente para poder leer.
Entra y cierra rápidamente; eso provoca que Victoria se dé cuenta, haciéndola saltar del susto.
—¡Myriam! —Ella lleva el cabello suelto caído a un lado del hombro, un mechón detrás de la oreja, sus ojos luciendo cansados cuando la mira. Se queda pegada a la puerta esperando que la eche, pero ella no lo hace— ¿Qué haces acá? ¿Cómo entraste?
Quiere suspirar con tranquilidad al no sentir su pregunta como reproche, más bien estaba sorprendida.
—Víctor me dejó entrar. ¿Puedo sentarme? —Pregunta todavía con las manos temblorosas. Si no se sienta probablemente sus piernas dejen de funcionar.
Mira alrededor, su libro en sus manos, su colcha desordenada.
—Ya estás aquí, ven.
Se sienta encima de su cama, sus manos calmándose de a poco, sus dientes castañeando no solo de frío.
—Vine porque quería saber cómo estabas. ¿Te sientes mejor?
Victoria se la queda viendo sin respuesta. Durante mucho tiempo solo se queda fija en sus ojos.
—Estoy bien, cansada pero bien.
Asiente con la cabeza, feliz de escucharla decir eso de su boca.
—Me alegra saber eso —Sonríe.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad —Acerca una mano para devolver el mechón de pelo que ha caído de su oreja, pero se arrepiente a último minuto, devolviendo la mano a su lugar— No quiero… que te conviertas en esto por mi culpa.
—No soy drogadicta, Myriam —Niega con la cabeza— Fue un momento de debilidad. Bueno, aprovechando que estás aquí, quería decirte que… lo siento… por hacer ese alboroto en tu casa, tal vez hasta tuviste problemas por mí. No soy de reprochar cosas delante de todo el mundo.
—No te preocupes por eso, no pasa nada. No me importa la gente… me importas tú.
Se quedan contemplándose una eternidad hasta que Victoria aparta la cara.
—¿Viniste a eso nada más? Porque, sabes, tengo que seguir leyendo esto para la escuela.
Myriam sacude la cabeza, mordiendo el interior de su labio. Lo que tiene en mente no puede seguir en su cabeza sin decirlo en voz alta.
—No, no vine solo a eso —Responde ante la atenta mirada de su hija— Mira, Victoria. Puede que te molestes o que te niegues, incluso me pidas que me aleje —Ladea la cabeza— pero voy a luchar por ti, cueste lo que cueste. Tal vez tarde años en que me perdones, tal vez nunca lo hagas, pero no voy a dejar de luchar, siempre voy a tener esa esperanza. No me digas nada ahora, necesitaba que lo supieras. —No quiere seguir mirándola y que probablemente vea algo que no quiere ver. Una reacción negativa o una positiva. No importa, su reacción no va a impedir que cumpla con su promesa— Buenas noches.
Estaba dicho, estaba lista, estaba dispuesta.
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Mensaje  Eva Robles Lun Ene 25, 2016 4:36 pm

Muchas gracias por los capitulos

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Mensaje  Bere Mar Ene 26, 2016 2:09 am

Capítulo 15
Los 15 de Victoria.
Víctor
—¡Liliana, eso me duele!
Su hermana lleva agarrando el cabello de Victoria como si se tratara de una peluca cualquiera. Su hija retuerce el rostro en un jadeo, resoplando y murmurando quejas para sí misma. Mira hacia el calendario colgado en la pared acercando su taza de café a los labios: hoy es 7 de octubre. Tiene sentimientos encontrados con esta fecha; hay felicidad, hay confusión, hay llanto mezclado al número en el calendario, pero sin duda una paz interior ¿Y cómo no? Si Victoria había llegado a su vida para volverlo una mejor persona. Pero también hay recuerdos tristes que nunca pudo borrar.
Se queda contemplando el marco encima del mueble donde normalmente Juanita lo usa para fotografías familiares. Es Victoria a los dos años y medio. Su cabello era más claro que ahora, su sonrisa infantil y el hoyuelo en la mejilla izquierda que no ha cambiado hasta el día de hoy. Manuel la sostiene mientras intenta agarrar la cámara fotográfica; recuerda que ese día era una tarde de playa y Victoria estaba estrenando traje de baño nuevo al que finalmente estropeó con el barro de la orilla del mar. Todos estaban como: ¡No, Victoria no hagas eso! Pero ella hacía caso omiso de sus gritos y seguía con pasos cortos al perro Casper.
—Quédate quieta unos segundos más —Pide Liliana— Esto está casi… ¡Listo! —Era un sencillo moño que amarraba solo un poco de su pelo, lo demás caía en ondas por sus hombros. Ella tenía una sincera sonrisa al espejo cuando ve su peinado— ¿Te gusta?
—Me encanta —Responde de inmediato, sus manos revoloteando un mechón ondeado— ¿Cuál vestido elegiste finalmente?
—Vamos a mi cuarto, lo tengo colgado en el armario.
Las ve subir las escaleras juntas, charlando y riéndose. Le gusta la relación que hay entre Liliana y su hija; es fresca, más que un vínculo tía-sobrina es el de amigas. Aunque Víctor conoce a su hermana, sabe que cualquier secreto que Victoria le diga va a ir directamente a decírselo a él, es por eso que piensa que en ese sentido no son muy cómplices. Por eso se pregunta en quién confiará su hija lo suficiente para contarle sus cosas. Tal vez eso es lo que Victoria necesitaba y por eso se sentía tan acongojada. No sacaba nada con decirle "Cuentas conmigo" porque está seguro que ella no va a decirle. No fue capaz de hacerlo cuando le llegó el periodo, menos lo hará con otras cosas.
—Tu padre y yo le compramos el rizador que quería. Ya ves que siempre se lo está pidiendo a Ana. ¿Qué te parece? —Juanita me muestra la caja sin envolver. Lo examino, Victoria iba a estar contentísima.
—Le va a fascinar.
—¡Juanita! —La voz de Ana suena frustrada— ¿Puedes ayudarme a colgar estos globos?
Victoria había conseguido convencer a Liliana de hacer la fiesta en casa ya que no quería muchos invitados. Compañeros de clases, algunos de piano, familiares, etc.
Un nuevo mensaje vibra en el bolsillo de su pantalón.
Suspira contra la pantalla al darse cuenta que es Myriam.
M: Tenemos que hablar y por favor no te niegues. Necesito que hablemos de Victoria.
Me encuentro solo en la sala, sentado en el sofá viendo como mi madre y cuñada se suben a la silla para colgar los globos blancos. Me aseguro de que nadie está mirando para coger mis llaves y tecleo rápidamente saliendo de casa.
V: ¿Dónde nos vemos?
Adrian me saluda alegremente al entrar al edificio. Se encuentra solo y no con su padre como siempre. Inclina la cabeza hacia adelante a modo de saludo, luego subo por el elevador. Desde el incidente con Victoria, no había vuelto a este edificio, así que me resultaba un poco extraño. Cuando toco el timbre, hay algo que comienza a rasguñar la puerta. Frunzo el ceño al darme cuenta de los bramidos de lo que parece ser… La puerta se abre, recibiéndome un perro blanco que se sube a mis piernas para arañarme. Su cola se mueve en todas direcciones, su lengua agitada mientras se prepara para ladrar.
—¡Molly, déjalo en paz! —Myriam intenta sacar al perro de encima mío, tomándolo de la panza y dejándolo suavemente en el suelo. "Molly" sigue moviendo su cola con insistencia— Lo siento.
—¿Molly? No sabía que tenías perro —Pregunto sorprendido.
Ella se echa mechas sueltas hacia atrás de su coleta alta con un suspiro.
—La encontré hace semanas afuera, no tenía hogar y estaba muriéndose de hambre. Y es hembra, no macho. —Explica— Molly ¿ves?
—Uh, sí, tienes razón.
Me siento en la silla del comedor arrepintiéndome demasiado tarde. Myriam ni siquiera me había dicho que me sentara, pero estaba tan acostumbrado a venir antes sin necesidad de pedir permiso a nada –ni siquiera en relación a los encuentros habituales en su habitación- que no me detuve a pensar que ahora las cosas estaban diferentes.
Luego de asegurarse que Molly esté jugueteando con una pelota de goma, Myriam se sienta en la silla frente a mí, sus mejillas enrojecidas por el cansancio, sus ojos verdes sin luz, la forma indiferente en que me está mirando. Entrelaza las manos encima de la mesa, aclarándose la garganta. Ella está nerviosa.
—Como sabrás te llamé para que hablemos de Victoria. —Suspira, llenándose de valor— No sé si ella te comentó algo cuando la fui a ver… — niego con la cabeza— Yo quiero acercarme a ella… que pueda confiar en mí algún día. Ya sé lo que me vas a decir "Myriam, es tarde" pero escúchame. Es importante que me des tu opinión, de verdad lo quiero. Lo voy a hacer hasta el final. —Soltamos un sonoro suspiro al mismo tiempo. Las manos de Myriam tiemblan cuando me mira y yo tengo las palabras en la punta de la lengua y sin embargo no soy capaz de decir nada por el momento— ¡Oh Dios! no te quedes callado… —Suelta con frustración.
Toso, con un carraspeo para aclararme la garganta.
—Bueno, yo… —Alzo las manos al aire con una sacudida de cabeza— ¿Qué te puedo decir, Myriam? Hazlo si es lo que quieres, pero te voy a decir una cosa… hazlo en serio, hazlo con convicción. Después de esto no hay marcha atrás. Si Victoria vuelve a decepcionarse de ti… no va a ver otra oportunidad.
Ella asiente en respuesta, su pecho subiendo y bajando rápidamente.
—Lo sé. No creas que no estoy aterrada, es todo… confuso. Me estoy metiendo en la boca del lobo, literalmente.
Le frunzo el ceño.
—¿Por qué?
—Por nada, olvídalo. —Su voz suena temblorosa— No voy a dar marcha atrás, Víctor. Es sí o sí, contra todo, contra el miedo. Es tarde para arrepentirme de mis errores, no puedo seguir viviendo con mis lamentos ni con mis remordimientos. Ella está aquí y voy a intentarlo. Estoy viva para hacerlo y tengo la motivación suficiente para ello.
Me muevo, inquieto en la silla.
—Bien ¿qué piensas hacer? ¿Conversar con ella? ¿Qué fluya o algo?
Esto es serio. Es de verdad, está pasando realmente.
Myriam suelta un quejido de su garganta.
—No lo sé. —Suena lastimosa.
—Está bien —Pego la espalda a la silla, y mi voz suena más ronca de lo normal, con mis dedos a cada lado de la mesa— Creo que deberías hablar con ella. Victoria… está confundida. No sabe lo que quieres ni lo que sientes por ella. Dile que te importa, que estás dispuesta a todo porque la quieres, que vas a enmendarte… no lo sé.
—Pero se lo he dicho. —me contesta suavemente.
—Pero ahora que sea más… ¿oficial? Mírala a la cara, que sepa que estás diciéndolo en serio. Tal vez eso necesita ella, que sepa que aunque le cueste reconocerlo, estás.
—Estoy —Corrobora.
Después de la temblorosa conversación, no quedamos sentados y callados en el mismo lugar. Solo los gruñidos de Molly me despiertan a la realidad. Conociendo a Victoria, probablemente haga sufrir a Myriam antes de finalmente aceptarla. Sabe lo orgullosa que es, pero últimamente al saber qué tiene una mamá, se ha visto más frágil y más dispuesta a acercarse. Aunque Victoria no le contara las veces que vino a visitarla, él la conocía como la palma de su mano. Ha visto en sus propios ojos como reacciona cuando hablan de Myriam. A pesar de que hay resentimientos, rencor y dolor, también ve un brillo muy especial. Y está seguro que ese brillo especial es buena señal.
—¿Sabes qué fecha es hoy? —Le pregunto tras unos instantes de silencio.
Myriam sonríe con tristeza.
—Por supuesto que sé qué fecha es hoy. —Me señala el calendario, con emoción— Todos los años marco este día.
En el calendario de la nevera el número siete está rodeado en marcador verde.
Un desconsuelo tremendo me invade cuando la escucho decir eso. Probablemente la vida pase y yo seguiré pensando lo mismo: Si las cosas hubiesen sido diferentes… si ella nunca se hubiese ido…
Exhalo hondo para luego ponerme de pie. Hago pasar mis manos por entre la tela de mi suéter. Myriam tarda en darse cuenta de mis intenciones y cuando lo hace imita mi gesto, incorporándose.
Quisiera abrazarla, quisiera besarla, quisiera hacer tantas cosas... La terquedad me limita a quedarme de pie observándola; el orgullo por encima de lo que dicta mi corazón. Es mi consciencia la que me tiene totalmente paralizado, repitiéndome que no puedo hacer esto, no puedo seguir mezclando las cosas. No puedo seguir ocultándole esto a Victoria ni a mi familia.
—Tengo… que irme. Hay muchas cosas que hacer hoy.
Ella asiente en respuesta, no dice nada hasta que llegan a la puerta. Molly se acerca para subirse a sus piernas nuevamente, por lo que ella tiene que apartarla otra vez, tomándola con un brazo para sostenerla sin hacerle daño.
—Adiós, Víctor.
Me acerco a ella, dudando de mis propias intenciones, su aliento golpea mi cara. Suspiro y al fin, termino por armarme de valor y alejarme.
—Adiós, Myriam.
Desde el suceso que tuvimos con Victoria, me hizo replantearme muchas cosas. No puedo estar con Myriam y llegar a casa como si nada, como si hubiese estado trabajando. No puedo ver a mi familia discutir por Myriam, cuando estoy locamente enamorado de ella. Por eso la decisión estaba tomada. No puedo simplemente elegir a Myriam por sobre mi familia, no ahora, no en esta situación.
No cuando fue ella quien lo arruinó primero.
.
Victoria(3ª persona)
—Tienes dos opciones, las elegí acorde a tu gusto. Y no, no es el "disfraz de oruga" —Dice haciendo comillas al aire, al mismo tiempo que rueda los ojos.
Liliana deja encima de la cama dos vestidos perfectamente planchados. Uno es púrpura con brillantinas, un corte a los lados que deja sus piernas expuestas y un escote en v al centro. El otro, una tela suave de seda en tono plateado, una cinta negra en la cintura con armado de flor al lado izquierdo. No llevaba tirantes, solo la forma lisa en la parte del busto. Se había enamorado completamente de este último diseño.
—Me enamoré —Suspira en la tela acomodando su mejilla en ella.
Liliana se echa a reír.
—¿Puedes traerme la caja del armario? Tengo unos pendientes perfectos para ese vestido.
Salta fuera de la cama para acercarse al armario.
—¿Cuál? Hay unas diez cajas aquí.
—Una marrón —Contesta distraída eligiendo el maquillaje.
Victoria saca una caja marrón de madera y la deja encima de la cama. La abre solo por curiosidad, mientras Liliana sigue seleccionando lo que usará de cosméticos para la fiesta. Dentro no hay pendientes, ni pulseras, ni nada que tenga que ver con joyas, sino un montón de fotos que nunca había visto.
—¿Y estas fotos? —Pregunta curiosa.
Liliana levanta la cabeza.
—Oh, esa no era la caja —Se acerca a ella— Son fotos que he guardado con el pasar de los años.
La primera foto era de Liliana con Sergio y su padre columpiándose. Luego una del cumpleaños de su abuela donde todos estaban alrededor de ella, probablemente su papá ahí tenía unos 9 años. Y así seguía la hilera de fotos familiares, donde todos eran niños. El fondo de la antigua casa, sus abuelos más jóvenes.
—Creo que esta foto es del 90 —Le enseña una donde está disfrazada de Blanca nieves.
Las que siguen a continuación, son casi la mayoría después de los 90's. Sobre todo una que llamó mucho su atención.
—¿Son Myriam y tú? —La foto estaba marcada con el año 91. Myriam tenía un brazo alrededor de Liliana abrazándola con fuerza mientras sonríen; listones con lunares blancos como imitación de minnie amarrado sobre la cabeza.
Liliana sostiene la fotografía con nostalgia.
—Sí, fue la primera vez que ella asistió a mi cumpleaños. Llevábamos muy poco tiempo siendo amigas. —Sostiene una cantidad suficiente de fotografías en las manos— Aquí hay más de ella ¿quieres verlas?
Victoria asiente en respuesta. La segunda foto que ve es del año 92. Myriam estaba sentada en el capó de un auto rojo, usando una jardinera con zapatillas blancas, una camiseta del mismo color y un cintillo de colores en el pelo. Su sonrisa infantil era radiante y Victoria se sorprende del parecido que encuentra con ella misma, salvo en el pelo. La siguiente foto se encuentran todos los García con ella al lado de un cartel gigante del cine con la película Pulgarcita. La foto marca el año 94. La cuarta foto marca el año 97; allí ni Myriam ni Liliana parecen niñas pequeñas; el cabello hacia un lado, pendientes en las orejas y la blusa amarrada en un nudo, sonriendo a Sergio y a su padre, que se veían más grandes que ellas.
Las últimas dos que ve eran del año en que nació. La primera Liliana y Myriam estaban vestidas con el uniforme del colegio, rodeadas de dos chicas desconocidas. La segunda, para su sorpresa, era de todos encima de la cama riéndose, mientras su papá acariciaba un pequeño bulto en el estómago de Myriam.
Se desprende rápidamente de esas fotografías para guardarlas en la caja.
—Suficiente —Murmura, tomando el vestido de seda entre sus manos— ¿Cuándo puedo cambiarme?
Al igual que Victoria, Liliana también ignora el tema "fotos" con rapidez.
—Primero hay que maquillarte. No te asustes, no pienso dejarte como un mapache. Te ves mucho más linda al natural, pero tampoco abuses. —Indica con el índice al aire y un lápiz de ojos acercándolo a su cara.
.
—¡Hola, familia! —Elizabeth Masen agita los brazos al aire en la puerta de entrada. Ella era un tanto parecida a su abuela, pero con unos cuántos años menos. Detrás de ella, su hija Jessica sonríe con falsedad— Que bueno verlos.
—Sí, pasa, pasa —Juanita la saluda de lejos. Nunca ha entendido la lejanía que hay entre las dos, como si Juanita siempre estuviera enfadada con Elizabeth, pero ésta última hace caso omiso de ello— Hola, Jess.
—Hola, tía Juanita
La fiesta ya había empezado unas horas antes y la casa estaba repleta de gente. Cuando le dijo a Liliana que no quería una fiesta extravagante, era justamente éste tipo de fiestas, pero ya estaba hecho, no se podía echar a los invitados. Elizabeth abraza a Victoria casi quitándole el aliento y Jessica sonríe dándole un corto apretón antes de entregarle su regalo.
Casey llega corriendo hasta ella, sosteniendo su brazo con fuerza.
—Dime que puedo andar a pies descalzos por tu casa —Su rostro es una mueca.
Victoria imita la mueca.
—No, si está Liliana cerca.
—¡Rayos! Mis pies me están matando.
—Y los míos —Asegura.
La música retumba en sus oídos, los faroles de luces con colores distintos llenan las habitaciones. Casey y ella se van hacia el jardín, donde la otra mitad de los invitados, casi todos compañeros de la escuela, están bailando y bebiendo del ponche. Juanita y Ana se habían llevado el pastel a la cocina porque allí era probablemente el lugar más seguro de toda la casa. Entre el grupo de estudiantes bailando, se encontraba la tía Sarah. Victoria frunce el ceño con incredulidad, echándose a reír por la forma en que daba vueltas con una copa de pisco sour. No era de extrañar que estuviera entre medio de todos los jóvenes, puesto que ella siempre se ha sentido como una. Incluso se podría decir que sus hijas son más centradas y maduras que tía Sarah.
Después de una hora, más o menos, ni Victoria ni Casey soportan sus pies, de modo que suben hasta su habitación y buscan zapatos cómodos. Casey se pone ballerinas rojas del armario de Victoria y ésta unas converse negras a juego con la cinta del vestido. Si a Liliana le da un infarto, ella tiene la excusa de decir que sus pies estaban en peligro de extinción con esos zapatos.
Víctor se acerca cubriéndole los ojos por detrás.
—¡Papá! —Dice antes incluso de que le pregunte quién es— ¿Ya viste a la tía Sarah?
—Sí, creo que hoy terminará durmiendo como un tronco.
Se ríen.
—¿Qué te pasa? —Le pregunta ella por sobre el ruido de la música.
—¿A mí? Nada ¿por qué?
Encoge los hombros—Estás raro.
Sonríe, sus brazos rodeándola con cariño.
—Solo estoy triste porque mi bebé ya no es un bebé.
—Y ya te estoy alcanzado —Comenta de vuelta, poniéndose de puntillas para estar más alta, pero ni eso es suficiente para llegar a su porte, le faltaba más de una cabeza— Bueno tal vez me falta más que un poquito.
Cuando tenía diez años deseaba crecer como su papá. Todos los días se marcaba en la pared cuántos centímetros había crecido, y aunque casi no había diferencia de un día para otro, ella aseguraba que sí, alentándose a que sería tan alta como Víctor. Al no tener una imagen materna, ella siempre quería ser como él; como ir a la Universidad para ser profesora de gimnasia en un futuro. Eso se acabó unos años más tarde al corroborar su pésimo rendimiento para correr. Siempre ha sido la última en llegar en las carreras, la que se rompe un brazo o una pierna, la que le llega el pelotazo desde una distancia larga, es la que termina tirada en el suelo sin respirar cuando trota 30 minutos y es la que, obviamente, aprueba esa asignatura casi a arrastras. Si su padre fuera su profesor, seguramente le haría sonar el silbato en el oído para que comenzara a dar vueltas como un correcaminos. De lo único que se puede sentir tremendamente orgullosa, es a pegar con los puños, pero su padre no sabe eso.
Por eso pretende estudiar Medicina. Nada de correr, ni de ejercicios. La biología es lo que la motiva, la asignatura donde tiene las calificaciones más altas en toda la clase.
En algún lapsus del tiempo, Victoria entra a la casa con el bullicio de los invitados en el jardín. Va directo a la cocina por más vasos, pero es cuando nota una presencia que se esconde en el salón de piano. Primero cree que son alucinaciones, pero luego nota la puerta moverse hasta quedar a un poco espacio de ser cerrada. Frunce el ceño, se olvida de los vasos y camina hacia el salón. El cuarto se encuentra vacío cuando entra, sus pasos lentos mirando el escritorio. Entonces salta del susto cuando escucha el portazo.
Su corazón salta y quiere gritar si Ethan no cubre su boca con la mano.
—¡No grites!
—¡Ethan, maldita sea! ¿Qué demonios haces aquí encerrado? —Pregunta todavía con el corazón en la mano. Nunca había maldecido tanto en una sola frase, o no recuerda otra ocasión. Él hace girar la manilla de la puerta, cerrándola completamente, luego tironea del brazo de Victoria para que ésta quede pegada a la pared— ¿Qué… qué estás haciendo? ¿Bebiste del ponche de la sala?
—Mmm… sip —Responde riéndose.
—Tenemos que salir de aquí.
—Nop —Niega con la cabeza— Me quiero quedar aquí… contigo… a solas.
Sus manos tiemblan a los costados, el rostro de Ethan a poca distancia del suyo.
—Estás borracho.
—Síp, y tú estás hermosa.
—Tenemos… que salir… de aquí —Insiste empujándolo lejos, pero Ethan vuelve a acercarse. Tiene su aliento a fresa y vino golpeando su rostro. Su voz temblorosa pidiéndole que se aleje— No hagas esto.
—¿Te he dicho que te encuentro hermosa? Porque lo eres. Muy… muy hermosa.
—Ya, ahora vámonos de aquí.
—Y tus ojos me matan y tu sonrisa es muy dulce —Suelta un suspiro— y yo ya no puedo más. Te juro que lo intenté.
—¿De qué hablas, Ethan? Deja de hacer esto, estás borracho. ¡Quítate!
—Intenté no verte como nada más que la mejor amiga de mi hermana… y estabas más chica… pero ahora ya no eres tan chica.
Su rostro se acerca cada vez más. Intenta apartarse, pero él no se inmuta.
—¡Ethan! ¿Qué… qué piensas ha…?
No alcanza a terminar la pregunta cuando los labios de Ethan chocan con los suyos. Fresa, vino, menta, mezclados mientras sus labios se mueven en sincronía. La mano de éste se presiona suavemente en su mejilla, acunándola y Victoria pasa un brazo por su cuello, dejándose llevar, suspirando en sus labios. Siente sus piernas como gelatina, su estómago creciendo en un cosquilleo agradable. La brisa del viento, el cabello de Ethan topándose y acariciando su frente. El sabor de un primer beso, del que hasta ahora, no había sido protagonista.
Ella lo empuja, apartándolo suavemente. La respiración cortada, el rostro de Ethan a tan poca distancia.
—¿Qué? Tú también quieres esto, Victoria.
—Sí, pero aquí no. Está toda mi familia deambulando por todas partes.
De pronto Ethan se da cuenta de la situación.
—Oh, tienes razón.
Sin embargo, se quedan en la misma posición y antes de abrir la puerta, Victoria acuna su rostro para darle un segundo beso, pero éste más rápido que el anterior.
Se asegura de que no hay moros en la costa. Corriendo hasta el jardín, ni siquiera se asegura de que su vestido está arrugado o si tiene mechones de cabello salidos. Su pecho sube y baja con tanta velocidad que teme que le dé un ataque. Casey la asusta al gritarle desde una distancia. Quiere calmarse primero antes de ir donde ella, su mano sobre el corazón, sus piernas todavía como una jalea andante. Apenas tiene tiempo de asimilar que acaba de dar su primer beso… ¡Y con Ethan Bates!
Su mejor amiga se acerca con una sonrisa, pero esta desaparece al darse cuenta de su estado.
—¿Qué te pasa?
—¿A mí? ¿Qué me va a pasar?
Casey frunce el ceño.
—No lo sé, estás… agitada.
—¿Agitada? Yo no estoy agitada ¿Quién te dijo que estaba agitada?
—Yo te veo agitada.
—No estoy agitada.
Cuando poco después Ethan sale al jardín, el calor sube hasta sus mejillas, causando un nuevo cosquilleo en el estómago. En cualquier momento se va desmayar en los brazos de Casey. Y ni siquiera le puede decir por qué está así. ¡La va a matar! Tampoco le puede decir a Liliana porque va a ir corriendo a decírselo a su padre, el que seguramente va a matar a Ethan. A su abuela, ni en sus sueños. A Ana, tampoco. ¿Entonces a quién? No tiene a nadie con la confianza suficiente para decirle algo tan importante como esto.
Camina de regreso a la casa por un vaso de agua, todavía no llega a la puerta cuando un nombre se le viene a la mente.
Myriam.
Entra cuando justo su celular vibra en la mesa de centro. Allí hay unos treinta celulares de todos los invitados más jóvenes. Coge el suyo para encontrarse a su pensamiento plasmado en un mensaje.
M: ¿Puedes salir afuera un momento?
Mira hacia su padre, sus abuelos y tíos riendo en medio del jardín. Sergio y Ana partiéndose de risa por algo que Erick había dicho. Agradece haber cambiado los zapatos altos por las zapatillas porque de ningún modo hubiese llegado corriendo a la puerta como lo hizo, sin tropezarse. Mira nuevamente atrás al mismo tiempo que abre la puerta lentamente. Se acostumbra al farol blanco de la calle, ya que adentro solo habían luces de colores. Se arrepiente de no haber tomado algo que abrigue sus hombros.
Myriam estaba de pie fuera de la reja de la casa. Victoria baja las escaleras de entrada, causando que ella se de vuelta en su presencia.
El ruido en su garganta al tragar ya le es familiar cada vez que tiene a Myriam cerca. Pero por extraño que resulte, esta vez es diferente. No sabe si es por la conversación que tuvieron semanas atrás, la última vez que se vieron. No sabe si fueron sus palabras la que la calmaron o algo parecido, pero sigue existiendo esa distancia que no logra cortar.
Las mejillas de Myriam arden por el frío, sus brazos entrelazados, abrazándose el estómago. Por instinto recuerda las fotos que Liliana le enseño esa misma tarde.
—Hola —Saluda Victoria primero.
Myriam sonríe con cautela.
—Hola… te ves… tan preciosa —Inclina su cabeza para verla mejor.
—Gracias —Se quedan en silencio, el viento revoloteando ambos cabellos. Finalmente Victoria se arma de valor— Tengo que decirte algo.
—¿A mí? —Myriam suena sorprendida.
—Sí, pero vamos a sentarnos allá. Aquí hace frío.
Camina delante, escuchando los pasos de Myriam por detrás. Llega hasta las escaleras de entrada, asegurándose de que nadie esté cerca. Se sientan todavía en silencio, buscando las palabras para comenzar, pero no tiene tiempo de decirle nada cuando ella dice:
—Quiero darte algo —No puede esperar más— No sabía que regalarte porque… no sé tus gustos, no sé nada… de ti. —Eso, aunque intentó no demostrarlo, dolió como el infierno— Hay algo que he llevado conmigo desde que tengo 15 años. Me lo regaló mi abuela para mi cumpleaños. Recuerdo que ella decía que era algo pequeño pero significativo.
—¿Qué es?
Myriam se quita algo de la muñeca.
—No soy una persona que le gusten las joyas, pero esta pulsera es como un… diario. De esos diarios de vida donde puedes plasmar lo que se te ocurra. Bueno, esta pulsera ha pasado por todo lo que yo he pasado. Y quiero que la tengas contigo, para que… cuando sientas que no tienes a nadie, recuerdes que tienes esta pulsera y sepas que no estás sola.
Victoria recibe en su mano derecha una pulsera de plata enrollada. Tiene perlas y letras incomprensibles.
—¿Nunca te la has sacado? —Niega con la cabeza, levantando el brazo y enseñándole la marca de la pulsera. Vuelve a mirar el objeto— Es muy bonita.
—Mi abuelo lo hizo y mi abuela me lo regaló.
—¿Tu abuelo lo hizo?
—Sí, con los restos de una cajita que tuve cuando era más niña. Se suponía que era de cosméticos pero lo usé para guardar cartas. Un día mi hermana lo agarró y lo tiró dentro de la chimenea. Lloré mucho por mi caja, y hasta un par de años más tarde, para mi cumpleaños, mi abuela dijo que la pulsera era de lo poco que habían recuperado cuando se quemó.
—Es como… algo simbólico.
—Sí
—Yo igual tuve algo simbólico cuando niña, hasta que lo perdí en el supermercado. Era una muñeca de trapo que me hizo mi abuela. La llevaba a todas partes, no recuerdo muy bien cómo se perdió o en qué pasillo la dejé, pero puedo recordar cuando llegué a casa con las manos vacías. Lloré igual que tú con la caja—Se ríe— Era especial.
—¿No volviste a tener muñecas de trapo?
Niega— No era lo mismo.
Sigue sosteniendo la pulsera en sus manos, revisando las perlas, sintiéndolas con su tacto.
—Feliz cumpleaños, Victoria.
Se miran por un tiempo indefinido, sin esfuerzo y sin ganas de apartarse. La mira porque es la primera vez que la tiene en su cumpleaños, incluso si es así de lejos. Es una sensación muy extraña.
—Gracias —Contesta, olvidándose completamente del frío— y gracias por la pulsera, es muy bonita.
Myriam se muerde el labio.
—La verdad es que sí te compré algo —Dice, girando el cuerpo hacia ella— pero no puedo dártelo acá.
—¿No puedes?
—Ya me vas a entender —Cambia de tema, recordando que Victoria quería contarle algo— ¿Qué me querías decir?
—¿Yo? —Por un momento se olvida de lo que iba a decirle— ¡Ah! Bueno yo…
Alguien abre la puerta, pero para suerte de las dos, solo se trataba de Casey.
—Aquí estás, tu papá te está buscando —Luego mira hacia Myriam— Oh, lo siento. No quise interrumpir.
Myriam le sonríe a Casey.
Victoria carraspea— Ya voy, Cass —Su amiga entra a la casa dejándolas nuevamente solas— Te cuento mañana.
—¿Es importante?
—No, quiero decir… sí. Ahora tengo que irme.
—Bien.
Se ponen de pie, tambaleándose y volviendo a sentir frío. Los ojos claros de Myriam no dejan de mirarla, sonriendo, viéndola de pies a cabeza. Victoria sigue sosteniendo la pulsera.
—Gracias por la pulsera —Agradece otra vez.
La castaña asiente en respuesta.
—De nada —Hace el intento de irse, pero se gira antes de que piense siquiera entrar a la casa— Feliz cumpleaños… de nuevo.
La ve irse, girar en la esquina y ella sigue con el puño cerrado. Abre lentamente los dedos, encontrándose con la pulsera de plata, esa misma que tenía Myriam marcada en la muñeca. Es un símbolo, es lo primero que tiene de su madre. Antes siempre hubiese querido tener algo de ella, pero no tenía nada. Ahora no solo tenía esta pulsera, también, por lo que le había dicho el día que se puso enferma, decía que estaba para ella. Todas esas cosas seguían confundiéndola, seguían acuchillándola. Tan pronto lo pensaba, se desanimaba.
Suspira, toma la pulsera con la otra mano y se asegura de amarrarla a su muñeca derecha.
.
Cerca de las 3 am por fin todos los invitados se habían ido. Victoria estaba sobre su cama, sin las zapatillas, con el vestido arrugado, su pelo enmarañado. Solo tendida en la cama con el brazo derecho al aire, la pulsera brillando en la oscuridad. Es eso y el recuerdo de su primer beso con Ethan. No puede evitar esbozar una pequeña sonrisa. El estómago le da un vuelco al recordarlo, pero también recuerda que él estaba bebido. ¿Y si mañana no se acuerda? ¿Y si lo deja así como así? Ella no va a acercarse a decirle que se besaron, todavía no ha perdido la dignidad.
Tiene a Myriam en su cabeza, tiene a su padre, tiene a Casey, tiene a la muñeca de trapo en su mente.
Todas y cada una de las cosas. Ahora empezaba una nueva etapa en su vida, tal vez todavía era demasiado joven para tener tantos problemas, pero eso es lo que le había tocado. No se sentía como una niña a pesar de serlo aún. No se siente como la frágil hija de Víctor García, la niña que le ocultan todo. No es más testigo de las veces en las que todos se callaban cuando llegaba y tampoco es la misma niña que no conocía el rostro de su madre.
Solo esperaba que las cosas comenzaran a arreglarse, sea con el resultado que sea.
.
Myriam
Regresa a casa con una sensación de paz, de sosiego, de una quietud que no reconoce de inmediato. No está acostumbrada a esta tranquilidad, es por eso que no puede evitar sonreír, sostener el volante y seguir sonriendo. Este había sido el primer paso con su hija y había resultado un éxito. No hubo peleas, no hubo llantos, solo eran las dos contándose de su vida, una parte pequeña pero que servía muchísimo. No pretende recuperarla con cosas materiales, simplemente la fecha cayó en el momento preciso, y más que cosas costosas, ella le había dado algo tran preciado, algo que había agradecido grandemente. Y era cierto que jamás se había quitado esa pulsera hasta esta noche. Ese símbolo tenía algo que siempre la calmaba, la acompañaba, la hacía acordarse de sus abuelos cuando estaba triste, incluso si ellos vivían en la misma ciudad o en el mismo techo que ella.
Cuando entra al departamento, Molly corre para saltar en sus piernas, rasguñando y sollozando mientras Myriam acaricia su pelaje.
—Ey, cariño ¿me extrañaste?
Molly ladra con la lengua afuera, su cola moviéndose de excitación.
El padre de Adrian no se había dado cuenta hasta ahora de la presencia de Molly. Tampoco sabía si los vecinos se habían dado cuenta, pero hasta el momento no tenía quejas a pesar de que la perra de igual forma ladra en las noches.
Le tiende un cuenco de comida para perro, un poco de agua y se prepara para irse a la cama.
El timbre entorpece sus planes y Molly rápidamente se pone en alerta.
Se corazón salta desbocado cuando el rostro de Francisco emerge entre la oscuridad del pasillo. En su interior lo único que quiere es gritar, pero no es buena idea. Sin embargo, se queda viéndolo como si se tratara de un extraterrestre. Su rostro ovalado, sus marcas en la mandíbula, su mirada penetrante que la escandaliza. Intenta cerrarle la puerta pero éste es más rápido que ella, sosteniéndola con la mano e imposibilitando que desaparezca de su lugar.
—Myriam
—¡Largo de aquí! —Grita lo suficiente para que solo entre ellos se escuchen.
—Espera, necesito hablar contigo. Te juro que vengo en son de paz.
—No te creo nada, quiero que te vayas.
—Myriam, mírame —Insiste— Estoy completamente sobrio y tranquilo. La última vez… yo… lo siento, de verdad.
Su pecho sigue subiendo y bajando desbocado; no quiere ceder, sus labios fruncidos, sus ganas de escupirle en la cara son más grandes que cualquier compasión.
—No te quiero escuchar.
—No voy a intentar volver contigo porque sé que es inútil y reteniéndote a la fuerza como lo hice la última vez… fue un acto estúpido y cobarde, lo reconozco. Solo necesito hablar contigo.
Los nudillos comienzan a tornarse blancos mientras sostiene con fuerza la puerta. ¿Qué debe hacer? Puede llamar a Adrian y que lo saque de aquí, pero Francisco parece de verdad tranquilo, aunque no hay que confiar demasiado.
—De acuerdo, habla rápido y luego te vas.
Lo deja entrar con indecisión. Molly comienza a ladrar con la cola levantada en posición de ataque. Sus patas preparadas para echársele encima.
—No sabía que dejaban tener animales en los edificios —A él no tiene por qué importarle si tiene animales en el departamento o no.
Sigue su mirada, luego a Molly que sigue ladrando. Se acerca a la perra para acariciar detrás de su oreja.
—Tranquila, no pasa nada, Molly —No le ofrece nada a Francisco para tomar, lo único que quiere es que hable rápido y se largue para siempre. Verlo de nuevo es como volver a que le abofeteen la cara. Incluso podía sentir los latidos de su mejilla después de la primera cachetada. Hasta ese momento, había sido fácil olvidarse, pero no ahora, no teniéndolo tan cerca— El tiempo corre, Francisco.
Se aclara la garganta.
—Cuando estábamos casados… discutíamos ¿te acuerdas? —Myriam rueda los ojos, pero asiente afirmativamente— Siempre fue por el tema de los hijos, bueno… aparte de que te insinuabas a tus compañeros de trabajo a propósito para sacarme celos —Sacude la cabeza. ¿Esto es en serio?—.Nunca me dijiste por qué no querías tener hijos.
—No quería, punto.
—Sí, eso me decías. Al principio creí que estábamos demasiado jóvenes para tener niños o que amabas tanto tu trabajo o tu carrera que no querías dejarla de lado, pero no era eso. Y entonces vuelvo al día en que me echaste de la casa —Ella lo mira, los ojos de Francisco totalmente hipnotizados. Molly sigue inquieta— Tú dijiste textual "No pienso tener hijos contigo porque ya tuve una y no quiero pasar por eso otra vez."
Frunce el ceño.
—¿Cuándo dije eso?
—Ya te lo dije, el día en que pusiste fin a lo nuestro.
Comienza a recordar el día en que Francisco se fue de la casa. Estaba tan encolerizada que probablemente lo haya dicho.
—¿Y? Estaba enojada.
—Myriam ¿tuviste un hijo? Te lo pregunto así sin vueltas ¿Por eso no querías tenerlos conmigo? ¿Se murió o algo y quedaste traumada?
Deja a Molly en el suelo deseando que corra a morderle la pierna, pero su mascota no hace más que mover la cola alrededor de ella.
—Eso a ti no te importa.
—Bueno, tal vez no. Y creo saber que no vas a responderme. —Tiene una maldita sonrisa triunfal en el rostro, como si hubiese conseguido lo que quería— Que tengas una buena vida, Myriam Montemayor. Hasta aquí llegué yo contigo, no pienso molestarte más. ¿Sabes? También tengo mi dignidad.
Myriam no puede evitar verlo de forma incrédula.
—Eres un chiste, Francisco.
—Cuando encuentres a alguien y te aguante como lo hice yo, me llamas, aunque creo que eso no va a pasar.
Ríe mientras se acerca a la puerta de salida.
—Y cuando seas lo suficientemente hombre para no levantarle la mano a una mujer, me llamas, pero ¡Oh! Eso no va a pasar.
Sonríe cruzándose de brazos. Francisco frunce los labios y sabe que está haciendo un esfuerzo por no gritarle de vuelta. Sale por la puerta hecho una furia. Molly comienza a saltar y a ladrar en dirección a la salida, pero ya él había desaparecido.
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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 2 Empty Re: .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

Mensaje  Bere Miér Ene 27, 2016 1:55 am

Capítulo 16
Seguir al corazón
Myriam
Molly baja de la camioneta de un salto, sintiéndose libre por primera vez. Su lengua, como siempre, se encuentra agitada mientras sus patas se levantan del suelo, clavando las garras dolorosamente en mis pantorrillas. Hago una mueca de dolor, pero cierro la puerta del vehículo sin soltar ningún insulto. Guío a mi mascota por las escaleras de entrada, agarrando la bolsa y quitándome la chaqueta. Tan pronto toco el timbre, el rostro dulce de Nany me recibe, pero ésta vez, no me está mirando a mí como es habitual.
—Oh ¿y esta preciosidad? ¿Cómo se llama? —Murmura mientras su mano acaricia por detrás de la oreja de la perra.
Carraspeo— Ella es Molly.
Nany sigue interesada en acariciarla.
—¡Mira que graciosas orejitas! Esto es lo más cercano a un bisnieto que he tenido, aparte de ya sabes quién.
Cristy vocifera un "Aw" desde la cocina.
—¿De dónde sacaste este pompón de azúcar? —Pregunta ella con interés, acercándose y poniéndose de puntillas cerca de Molly. Definitivamente la dulce perra estaba acaparando toda la atención posible, y eso parece gustarle porque está aceptando los mimos sin chistar.
Mi madre es la única que evita los arrumacos a Molly puesto que los animales con mucho pelo le dan alergia. En vez de eso, la veo cerrar la puerta y girarse en mi lugar, una sonrisa maternal dibujando su rostro antes de abrazarme. Las muestras de cariño de Refugio siempre son exageradas, a veces incluso cuando no nos vemos durante el día, termina llamándome al departamento para saber si estoy bien. Tengo un montón de fotos a los 3 años donde mamá sale dándome un beso en la mejilla con tanta fuerza que mi cabeza parece inclinada hacia un lado.
—Todas a la sala, tengo que contarles algo —Dice mamá, empujándonos a todas dentro, dejando a la indefensa Molly sollozando y rasguñando el piso con las garras al sentirse sola. Nany es la primera en sentarse, le sigo yo y por último Cristy. Refugio se aclara la garganta, haciendo que se forme una tensión en casa que nos desespera a todas. Finalmente dice, luego de que yo comience a resoplar— Me han dado la licencia.
—¿Qué? —Cuestiona Nany.
—¿Qué licencia? —Fue el turno de Cristy.
—¡Oh Dios mío! —Exclamo.
Se forma un tumulto muy del estilo "mujeres Montemayor". Cuando Cris por fin comprende que tipo de licencia –y no la de conducir- suelta un grito de alegría. Observo como mi madre parece demasiado emocionada con los planes. Ahora de verdad creo que las cosas al fin están arreglándose. ¿Una panadería propia? Sonaba extraño y maravilloso. Refugio nunca había trabajado en su vida hasta que Antonio murió, allí tuvo que ingeniárselas como pudo, ya que el sueldo de éste, estaba destinado a pagar la casa que ella compró cuando se mudaron de vuelta, y yo tuve que quedarme allá al estar todavía casada.
Siguen haciendo planes para el préstamo y todo lo que tienen que hacer desde ahora.
—Tu madre hizo estos palitos de canela que le quedan de maravilla —Comenta Nany, agarrando uno y untándolo en el chocolate caliente— ¿No te sirves, pecosita 1?
Niego— Acabo de comer.
—¿Myriam, negándose a la comida de mamá? —Cristy se extraña— ¿Por qué? ¿No estarás enamorada? A todo esto ¿Cómo van las cosas con Víctor?
Nany y mi madre me miran de reojo.
Me quedo mirando a Cristy.
—¿Qué tiene que ver Víctor?
La pelirroja entrecierra los ojos.
—No vengas a negarlo… bien sé que ustedes dos… ¡Vamos, Myriam! Hasta Nany y mamá te vieron.
Repentinamente, el hambre golpea mi estómago y cojo un palito de canela solo para distraerme con los dientes.
—No pasa nada con Víctor. Quiero decir… —Explico luego de recibir una ola de miradas incrédulas— No estamos… ¿bien?
—Oh —Cristina suena sorprendida— No me digas que su hija no te quiere. ¿Cómo es que se llama? ¿Victoria? Ya sabes que las hijas adolescentes se ponen celosas de sus papás solteros y sobre todo si son tan guapotes como él.
—No, no es eso.
Mi madre hace sonar el tazón de chocolate con la cuchara.
—¿Y si cambiamos de tema?
Eso entusiasma a mi hermana.
—¡Sí! Hablemos por ejemplo, que ustedes tres tienen que ir sí o sí la próxima semana a verme actuar en la obra como la reina Isabel joven.
—¿Cómo es que te dieron ese papel si ni siquiera te pareces a la reina Isabel? ¡Eres pelirroja, por Dios! —Se queja Nany.
.
Como hoy no tuve que trabajar porque el edificio está en mantenimiento, aprovecho para hacer esta locura. Verifico el GPS y la dirección, bajándome de la camioneta y asegurándome de que las llaves no se queden dentro. Cristy había estado más que dispuesta a cuidar de Molly esa tarde, así que tengo tiempo para venir, incluso si no sé realmente a lo que me enfrento. Cuando el GPS me anuncia la dirección, suelto una risa. No se me hubiese imaginado nunca, aunque me sirve para recordar viejos tiempos.
Subo la pequeña escalera familiar, ingresando a la vieja recepción con el mismo lema de años atrás. La recepcionista no es la misma que antes. Ésta ni siquiera tiene cara de ser recepcionista, simplemente me mira con cara de pocos amigos, quitándose el teléfono del oído y esperando que hable.
—¿En qué puedo ayudarle? —Pregunta con fastidio.
—Estoy buscando a alguien de acá… pero no estoy completamente segura si trabaja aquí.
—Umm, dígame el nombre y veo si puedo ayudarla.
—Se trata de Víctor García.
La mujer deja de teclear mirando la pantalla, levanta el rostro hacia mí.
—Ah, él es docente en este establecimiento. Es el profesor de gimnasia, pero ahora mismo está-
Ingreso sin permiso al pasillo con el aullido de la recepcionista repitiéndome cada dos segundos que no se está permitido entrar sin autorización. Sigo caminando, sin tiempo de perderme, conozco este establecimiento como la palma de mi mano. No importan los años que pasen, siempre iba a recordar este colegio. Salgo al área verde del lugar con el frío calándome los huesos, más luminoso y limpio que antes, pero no menos relajante. Cuando estudiaba podía sentarme en el césped durante horas sin tomar en cuenta que el timbre había sonado. Sigo escuchando los zapatos de la recepcionista haciéndose notar detrás de mí, gritándome cosas como: ¡Voy a llamar a seguridad! ¡Usted no puede entrar de esa manera!
Hago caso omiso de su voz chillona y entro al gimnasio.
El ruido de pelotas de basquetbol, risas y silbatos me impide reaccionar de inmediato. La vista se me nubla viendo a tantos estudiantes trotando y jugando. Cuando por fin me recupero, la mano de la recepcionista me frena de seguir caminando.
—¡Usted! ¡¿Acaso es sorda?!
Trato de zafarme de su agarre.
—¡Sí la escuche, claro que no soy sorda!
Se escucha un último silbado y la voz de Víctor por sobre la de nosotras.
—¿Qué está sucediendo aquí?
—Esta mujer entró sin autorización al establecimiento. Por más que insistí ella no me hizo caso, profesor García —Se excusa ella y solo puedo cruzarme de brazos cuando la mirada de Víctor cae en mí.
—¿Myriam?
—¿Quiere que la eche, profesor García?
—No, Susy, yo me encargo.
—Pero…
—Yo me encargo —Repite— Gracias.
No puedo evitar sonreírle a Susy sacudiendo mi mano para despedirla. No dejo de sonreír hasta que ella desaparece del gimnasio. Luego me quedo allí, sin voltearme hacia Víctor. Tengo que morderme los labios porque advierto su reacción, puedo incluso saberlo sin necesidad de verlo a la cara. Inspiro profundo, presiono los ojos con fuerza antes de volverlos a abrir. Finalmente me giro en su dirección, dándome a mí misma la razón por su expresión.
Él mantiene su mirada en la mía, una mirada que bien puede traducirse como: "¿Qué demonios haces aquí?" pero no me inmuto por ello. Simplemente me quedo así tal cual llegué, mirándolo y buscando las palabras, aunque ya antes de venir ni siquiera sabía lo que le diría.
Lo único que tengo claro es que vamos a hablar, quiera o no. Si era posible no delante de todos sus alumnos.
—¿Qué estás haciendo aquí, Myriam? —Pregunta con un resoplido.
—Necesito que hablemos.
—¿Y no puede ser en otro momento? Estoy trabajando —Dice en tono de reproche.
Suelto un suspiro.
—¿No vas a hablar conmigo?
—Myriam, te repito…
—De acuerdo —Contesto tajante.
Salgo del gimnasio con pasos firmes, volteándome y viéndolo por última vez. Luego me dirijo al pasillo del colegio. Tengo que borrar la sonrisa del rostro cuando lo escucho llamarme por detrás, pero sigo caminando, alejándome. Más bien no sé lo que estoy haciendo. Necesito parar de hacer cosas sin lógica.
No hay nadie en los pasillos, todos dentro de las aulas en clases. Puedo recordar las veces que caminé por estos pasadizos, como también familiarizarme con cada color de las paredes, eso tampoco ha cambiado, solo que están pintadas nuevamente del mismo tono. El piso, las ventanas. Es increíble que una mancha en la ventana te haga volver a tu adolescencia.
Cuando Víctor nuevamente me llama, hago la cosa más impulsiva que se me ocurre en ese momento. En vez de entrar al baño de las chicas, entro al de los chicos. Me aseguro de que el lugar esté vacío, encontrándome con mi propia silueta en el espejo. Unos segundos más tarde, Víctor entra al baño.
—¿Qué estás haciendo? ¿Te volviste loca?
Me acerco a la puerta y la cierra con pestillo.
—Sí, estoy muy loca. —Lo tomo de la mano, arrastrándolo a uno de los cubículos. Cierro la puerta, Víctor todavía viéndome con escepticismo— No bromeaba cuando dije que tenemos que hablar.
Suelta un sonoro suspiro.
—No puedo creer lo que estás haciendo. ¡Es el baño de chicos, Myriam!
—¿Ah sí? ¿Y cuándo nos encerrábamos en el baño de chicas en este mismo colegio, no era tan malo, verdad?
—Somos adultos.
—Adultos que se comportan como adolescentes inmaduros. Atrévete a negarlo.
Él vuelve a suspirar, su mano sobre el cabello.
—¿De qué quieres hablar? —Me pregunta abatido.
—De nosotros, de lo nuestro. Quiero que me digas por qué te comportas así conmigo. ¡Me confundes, Víctor García! Todo iba tan bien y de pronto ni siquiera me dices si esto sigue o no. Simplemente… te alejas… te comportas raro.
—No es tan así.
—¡No me digas que no es tan así! —Exclamo— ¿Qué pasa? ¿Es por lo del incidente con Victoria?
Él se muerde el labio, bajando la cabeza a mis ojos.
—No puedo elegirte por sobre Victoria. Viste lo que pasó, los únicos culpables somos nosotros.
Lo miro sin poder creer lo que dice. Sacudo la cabeza.
—Nunca te haría elegir entre Victoria y yo, Víctor. ¿De qué estás hablando exactamente?
En medio del cubículo, cada vez se me hace más difícil mantenerme alejada de él. Es peor con la tensión que acabamos de crear. Un ambiente… caliente.
—¿Tú crees que es llegar y estar juntos? Hay un montón de cosas fuera de nuestro círculo, Myriam. Hay un montón de gente que verá esto mal. Victoria lo verá mal, conozco a mi hija.
Me quedo callada mirándolo a los labios, subiendo hasta sus ojos. Víctor tiene ésta condenada expresión de querer echarse a llorar, pero que su orgullo no se lo permite.
—¿Entonces? ¿Se acabó para siempre? —Me acerco lo suficiente para chocar con su cuerpo, mis manos subiendo por su abdomen— Víctor, mírame, maldita sea.
Finalmente me mira, sus ojos tornándose repentinamente oscuros con mi tacto.
—¿Para qué quieres que te mire? —Cuestiona con dificultad.
De un momento a otro, mi voz se vuelve temblorosa.
—Para que me digas mirándome a los ojos que esto se termina. Dime que no me amas, Víctor. —Hasta ese momento no me doy cuenta de las lágrimas que comienzo a derramar — Dímelo.
—No puedo.
Me pongo de puntillas, agarrando el rostro de Víctor y encontrándome con sus labios. El dulzor que me embarga de inmediato, esa ternura cargada de una fuerza emocional, pero es una sensación triste. Él no demora en corresponder al beso, sosteniéndome por la cintura y alzándome por los aires para estar más a su altura. Él suelta una de las manos de mi cuerpo para levantarme el mentón. Yo sigo lagrimeando en medio de un cosquilleo que me impide pensar.
En segundos él nos hace girar para que mi espalda choque en la pared del pequeño cubículo. Levanto las piernas, entrelazándolas en las caderas de él, como cuando éramos unos adolescentes. La lengua caliente de Víctor circula por todo el interior de mi boca, enredándola con la mía, dejándome sin aire, prácticamente comiéndome por completo.
Me separo un momento, poniendo un dedo sobre sus labios, aguantando las ganas de jadear.
—Dime que esto se terminó —Insisto.
Víctor choca su frente con la mía, su aliento impregnándose en mi boca; cálida, fresca, relajante.
—Myriam, yo te amo, no dudes eso —Ahora soy yo la que no lo está mirando— Mi amor, mírame —Me levanta el mentón con desesperación, rogando que lo mire. Finalmente lo hago, nuestras narices casi estrellándose— No sé qué hacer.
Asiento hacia él, bajándome y sintiendo mi espalda fría al alejarme de la pared. Cuando me dispongo a abrir la puerta, la mano de Víctor se cierra en mi cintura, atrayéndome hacia él.
—Déjalo ya, Víctor. Lo entendí.
—No, no lo entiendes.
Suelto un resoplido, ambos brazos cayendo a mis costados. Víctor aún sigue sosteniéndome.
—Me dejas más desconcertada que antes ¿sabes? Tus cambios de personalidad me están volviendo loca, yo pensé que era loca, pero tú eres peor.
—Tú me tienes loco. Hazte cargo, Señora.
—No me llames Señora —Pido, entrecerrando los ojos. Víctor me suelta, sentándose en el suelo. Lo miro desde arriba, sorprendida de su expresión tan alarmante, como si estuviera acabado. Me hinco, mi mano acariciando con suavidad su mejilla— Víctor, estás ahogándote en un vaso de agua.
—¿Y qué puedo hacer?
Termino sentándome a su lado. Es increíble el espacio que podemos hacer en un metro cuadrado tan pequeñísimo.
—¿Seguir al corazón? —Respondo no muy segura, es por eso que suena como pregunta— Tú me amas, yo te amo. Si vamos a estar buscándonos en cada oportunidad ¿Por qué insistir en alejarnos?
Víctor frunce el ceño, su boca entreabierta, las ansias que me dan de volverlo a besar.
—A veces creo que… vas a terminar matándome. —Sonríe apenas.
Luego de un par de segundos, me armo de valor para hablar:
—¿Y qué? ¿Esto se acabó para siempre? —Vuelvo a preguntar.
Las enormes manos de Víctor me sostienen el rostro.
—No —Responde, envolviéndome en un beso.
.
La pobre de Susy sigue malhumorada cuando los dos llegamos a recepción. Teclea rápidamente mirando al computador, murmurando para sí misma. Cuando pongo una mano sobre el mesón, ella suelta un gemido.
—Hasta luego —Digo tamborileando los dedos con gracia. Susy me mira de reojo, frunciendo los labios— y disculpa la interrupción.
No puedo ocultar la sonrisa divertida en el rostro. Susy suelta un suspiro, fingiendo que alguien la llama en secretaría. Ambos nos quedamos solos nuevamente.
—No es tan mala, solo que terminaste con su paciencia —Explica Víctor, buscando mis manos para entrelazarlas.
—La próxima vez le traeré galletas —Nos reímos— Me voy.
—Bien… yo tengo… ¡rayos! Mis alumnos —Lo recuerda de pronto— Nos vemos luego —Se asegura de que nadie está alrededor de nosotros para plantarme otro beso rápido.
—Te amo —Digo en un murmullo.
Él me guiña un ojo, lanzándome un beso al aire.
—Yo igual te amo.
Salgo del colegio con una sonrisa en el rostro que ni mil problemas me la iban a borrar. No puedo dejar de suspirar mientras bajo la escalera rumbo a la camioneta. La sensación de paz y hormigueo en mi corazón, me hace tener ganas de abrazar a todo el mundo en la calle. De pronto todo parece más fácil, de pronto la vida me sonríe de una manera inexplicable y ni siquiera estoy segura que me lo merezca. Ni siquiera creo que lo merezca pero voy a seguir sonriendo mientras busco la llave del vehículo.
Estoy en eso cuando suena mi celular.
Es un mensaje de Victoria.
V: ¿Podemos vernos hoy?
Suspiro. Por supuesto que puedo hoy, mañana, pasado, ahora mismo si quiere. Le respondo inmediatamente a la vez que subo al asiento piloto.
Cuando paso a buscar a Molly a casa de mi madre, ésta tiene coletas púrpuras en cada oreja hechas por Nany. Mi abuela está sentada en su sofá característico, tejiendo zapatitos de lana para perrito animadamente, tarareando una canción y con Molly a sus pies, recostada. Cristy la había alimentado y luego estuvieron un montón de tiempo intentando ponerle las coletas sin éxito, hasta que la perra se dio por vencida.
Me despido de todas con un beso, mi mascota a un lado del brazo saliendo de la casa.
Adrian me ayuda a entrar al edificio sin que su Padre se percate de nada. De todas formas, cubro a Molly con una manta que saco de la camioneta por si me encuentro con alguien en los pasillos. Para mi buena suerte, en el elevador solo hay una persona que no se interesa en lo que traigo en los brazos y mi mascota tampoco hace ningún ruido. Es una buena chica.
La dejo en completa libertad al entrar al departamento. Ésta comienza a saltar reconociendo el lugar, ladrando bajito y regresando a mis piernas, como si estuviese agradeciéndolo. Justo cuando voy a cerrar la puerta, Victoria pone una mano antes de que le dé un portazo.
—Oh, lo siento —Me disculpo.
Se queda viendo a la perra que en cuanto nota la presencia de ella, comienza a alborotarse.
—¿Y eso? —Pregunta interesada.
—La tengo de infiltrada en el departamento —Contesto viendo como Victoria tantea el terreno con Molly y se acerca para comenzar a acariciarla. La perra se deja llevar, como siempre— Es Molly.
—Hola, Molly —Sonríe. Molly está interesadísima en que Victoria siga mimándola. Su cola moviéndose sin parar, olfateando todo a su paso— Ey, que linda perrita eres —Eso parece gustarle ya que prácticamente está encima de ella—Amo a los perros.
—Yo también —Manifiesto cruzada de brazos, apoyándome en el respaldo de la silla.
—¿Cómo es que te dejaron tenerla ac…? Oh, dijiste que la infiltraste.
—Sí, no iba a dejarla en la calle.
—No, pobrecita —Se acerca a palpar detrás de la oreja— Que blanquita es.
Me alejo del respaldo de la silla, acercándome a la nevera.
—¿Quieres tomar algo? Hay… —Miro lo poco que tengo dentro. Necesito ir con urgencia al supermercado— jugo.
—Jugo está bien —Sirvo un vaso de jugo de naranja, se lo tiendo y Victoria tiene que alejarse de Molly para evitar que el vaso termine en el suelo— Como tenía ensayo de box, aproveché de venir ahora.
Frunzo el ceño.
—¿No fuiste a boxear?
—Nop
—¿Ya no te gusta?
—¿No gustarme? ¡Claro que me gusta! Pero no puedo ensayar sin el casco. Creo que te dije que lo había perdido…
Muerdo mi labio— Sí —Sujeto a Molly de la panza para que no termine comiéndose la pierna de Victoria, luego me dirijo al pasillo directo al cuarto de huéspedes— Ven, voy a darte algo.
Ella me sigue con el vaso de jugo en la mano. Saco una bolsa de papel del armario, donde dentro hay un regalo. No puedo evitar sentir un poco de temor o tal vez solo es ansiedad. De modo que cuando le estiro la bolsa en el aire, siento como si mi corazón estuviera en la garganta. Victoria recibe la bolsa sin chistar, aunque se ve sorprendida. Deja el vaso de jugo encima de la mesita, mirándome como si no entendiera.
—¿Es un regalo? —Me pregunta.
De alguna manera logro sacar la voz.
—Te dije que no podía dártelo anoche.
Se queda pensando, unos segundos más tarde lo recuerda.
—Tienes razón —Quita el pegamento que sella el regalo, arrancándolo rápidamente. Mira dentro, quedándose así algún tiempo. Cuando levanta la cabeza para mirarme, su rostro es como si no pudiese creerlo. Finalmente dice— ¡Oh Dios mío! —Mete la mano para sacarlo— ¿Es un casco? —Su rostro pasa de la incertidumbre, sorpresa a formársele una sonrisa en los labios.
Quiero que mi suspiro se escuche de aquí a la China.
Hago una mueca— ¿Te gusta?
Victoria está demasiado pendiente de cada detalle del casco de boxeo.
—No —Responde, provocando que mi corazón deje de latir— Me encanta. —Suelto un suspiro sin importarme que me haya escuchado — En serio, es… nunca nadie me había dado algo como esto. Bueno, en realidad como me van a regalar algo así si pocas personas lo saben —Un cosquilleo me embarga cuando ella me mira— Gracias, Myriam.
Suena sincera y eso es todo lo que necesito en este momento.
—No es nada.
Acordamos de dejar el casco acá para que nadie en su casa le pregunte nada. Regresamos a la sala en completa calma. Todavía me es extraño como ha cambiado su actitud conmigo, aunque sigue habiendo una distancia. Sin embargo, estando así, aun si es solo hablando, es suficiente obsequio. Molly vuelve a acaparar la atención de Victoria y yo no dejo de pensar en lo que ella tiene para decirme. No le pregunto de inmediato, dejo que juegue con la perra unos minutos más. Las dos parecen llevarse bastante bien, incluso Victoria tiene una facilidad para que ésta le pase la pata a modo de saludo cuando se lo pide.
Durante años estuve soñando con un momento así. A pesar de que no conocía el rostro de mi hija, hacía el intento de recrearla en mi mente. Una mezcla de Víctor, una mezcla mía. Entonces compartíamos cosas, secretos, reíamos. Me imaginaba una vida con ella, como hubiese sido nuestra relación. ¿Hubiésemos sido cómplices? ¿Hubiésemos sido madre e hija pero a la vez amigas? ¿Cómo sonaría de su boca llamarme mamá? Todas esas cosas, noches completas pensándolas.
Me siento en la silla frente a Victoria.
—Molly es muy traviesa —Dice con una sonrisa, escondiendo la mano antes de que la perra la muerda— muy juguetona.
—Es revoltosa —Afirmo, incapaz de dejar el tema por más tiempo— ¿Ibas a decirme algo ayer?
Deja de jugar con la perra, su sonrisa borrándose y de pronto sus mejillas tornándose rosáceas.
—Sí —Aclara su garganta, metiendo mechones de cabello negro detrás de la oreja— No te diría esto si no tuviera a nadie más.
Frunzo el ceño— ¿Qué pasa?
—No sé cómo actuar, esto es… nuevo para mí.
—¿Por…? —No termino de preguntar.
Se muerde los labios, las mejillas más rojas que antes.
—Tú no lo conoces pero… —Toma una profunda inspiración— Puede que Ethan me haya dado un beso.
Lo dice tan rápido que tardo en entenderlo, pero cuando lo hago, mis ojos se agrandan.
—¿Cómo que puede haberte dado un beso? ¿No lo recuerdas?
—No ¡Sí! Quiero decir… me dio un beso, en mi cumpleaños. Y no sé qué hacer, nunca nadie me había… dado… un beso —Dice esto último haciendo una mueca, como si no estuviera segura de decirlo. Me quedo de espalda recta en la silla, mis manos juntas en medio de mis piernas, mirándola todavía sorprendida. Esto es más de lo que me he esperado. De pronto no sé qué decir, ni qué hacer. Es por eso que decido sonreír. Mi hija dando su primer beso— No te burles.
Sacudo la cabeza.
—No me estoy burlando —Me explico— Bueno, no es malo que te haya dado un beso ¿o sí? ¿Te obligó? ¿No te gusta él?
—No, no me obligó, en absoluto.
—¿Y él? ¿Te gusta?
—¿Ethan? —Pregunta. Asiento en respuesta— Creo que sí.
—¿Y cuál es el problema?
Suspira— Es el hermano mayor de mi mejor amiga, Casey. Y ella va a matarme, me lo advirtió antes.
Una ola de deja vu cae en mi cabeza, haciéndome reaccionar. La historia era malditamente familiar. Victoria era yo muchos años antes, cuando me enamoré de Víctor a espaldas de Liliana. Cuando le oculté el romance a mi mejor amiga y la razón por la que se enteró fue porque yo estaba embarazada. Voy a comenzar a sudar frío y Victoria está mirándome, esperando un consejo o algo.
Inspiro, exhalo y luego me vuelvo a ella.
—Es normal que estés nerviosa, el primer beso siempre es así, es… inolvidable. Yo te diría que es completamente necesario que lo hablen, para saber que pretende este chico, Ethan. Si él te quiere de verdad, te buscará. Eso sí, Victoria, eres tan joven. Creo que el mejor consejo que te puedo dar es que no vivas corriendo, vive cada etapa con calma.
Lo sopesa un momento— ¿Y si… no me busca?
Me encojo de hombros.
—Búscalo y aclara el asunto. Las mujeres también podemos, sabes.
Ella parece a punto de vomitar.
—Me va a dar tartamudez justo cuando le hable.
Me río— Ten confianza contigo misma.
Tocan a la puerta.
Abro encontrándome con el rostro de Cristy.
—Hola, ya sé que nos vimos hace unas horas pero tengo clases dentro de media hora y no pienso quedarme esperando como idiota afuera del au… Oh, tienes visitas. ¡Hola, Victoria!
—Hola —Saluda de vuelta.
Cris recibe a Molly en sus brazos.
—¿Y dónde están tus coletas?
—Las tiene desparramadas en la alfombra —Contesto.
Mi hermana acaricia el pelaje de Molly a la vez que se sienta en la otra silla.
—Eres un desorden de perrita ¿sabes? —Luego se vuelve a Victoria— ¿Y cómo está tu papá? Hace tiempo que-
—¡Cristy! La perra… —La interrumpo con rapidez. La sangre se me sube a la cabeza— Creo que quiere orinar ¿por qué mejor no la llevas al balcón?
Cris mira a Molly sin comprender.
—¿Quieres orinar, Molly? —Le pregunta— ¡Pues vamos a orinar!
.
Mediados de Octubre llega y con eso la presentación de Cris en el teatro. Ella había estado nerviosa todo el día, repasando sus líneas, gritoneándonos y exasperándose hasta por el sonido de la cafetera. Mamá, Nany y yo intentamos no perder la paciencia con ella, puesto que era normal su ansiedad. Nos sentamos en la tercera hilera de asientos, justo en medio. Pongo mi bolsa en la silla vacía a mi lado, justo cuando Adrian llega corriendo, pidiéndole permiso a la gente para pasar. Quito la bolsa y él se sienta a mi lado con una sonrisa.
Cuando se abre el telón y comienzan a actuar, no puedo ocultar el orgullo que siento por mi hermana menor.
.
.
Regresamos a casa de mamá con tres cajas de pizzas, bebidas y helado para el postre. Nany sigue tarareando la canción que usaron en la obra, aburriéndonos a todos.
—¿Estás segura que no lo abofeteaste de verdad, Cris? ¡Le diste vuelta la cara! —Exclama mi madre, todavía asombrada por la escena.
Cuando estaciono de inmediato noto algo extraño. Hay alguien en la puerta de casa. Un abrigo cubre su cuerpo, un sombrero rojo en la cabeza. Tacones brillosos y un cigarrillo a punto de ser lanzado y pisoteado en el suelo. Frunzo el rostro, reconociéndola.
Todos se bajan viendo en la misma dirección. Es mi madre la que habla primero:
—¿Veronica?
Veronica Montemayor gira el cuerpo hacia nosotros. Sus facciones tan parecidas a mi padre, me hacen tener escalofríos. Ella sonríe imperiosa, sus uñas rojas llamando la atención de todos.
—Familia —Contesta lacónica— Llevo un buen rato esperando afuera. Estaba pensando que era la dirección equivocada —Sus ojos me escrutan, también a Cristy— Sobrinas, que cambiadas que están.
Entramos serios. La presencia de Rebecca Montemayor nunca es motivo de celebración, como tampoco lo era mi padre. Escucho como Cris intenta explicarle a Adrian de quién se trata. Ella es la hermana menor de papá, Veronica. Es de la edad de mi madre, pero parece con menos edad, puesto que el maquillaje hace milagros con su rostro. Normalmente usa demasiado lápiz de ojo negro, luciendo gótica. Sin necesidad de preguntar, Veronica se sienta en el sofá largo, mostrando pantys negras transparentes en sus piernas.
—¿Te sirvo algo de tomar? —Pregunta mi madre.
—Algo que adormezca mi paladar —Contesta. Mamá regresa con un poco de whisky— Que extraño es verlos a todos… aunque hay un jovencito que no me han presentado.
Cristy se aclara la garganta.
—Él es Adrian. Adrian, ella es mi tía Veronica.
Adrian saluda de mano a Veronica y ella lo mira de reojo.
—¿Y es? —Hay silencio, nadie comprende— ¡Oh, vamos! Todos tenemos etiquetas, estoy segura que este jovencito también.
—Es mi novio —Replica mi hermana.
—Vaya, vaya, la pequeña Cristy con novio. ¡Como estaría mi hermano!
Ruedo los ojos— Bueno, él no está ahora.
Nany me mira, haciéndome ojos para que me calle, pero no puedo hacerlo.
—Tan agradable como siempre, querida Myriam.
—Y tú tan desaparecida como siempre, tía Veronica.
Rechina los dientes—Ya sabes como soy. Voy y vengo todo el tiempo —Suelta una risa— pero ahora me estoy tomando un tiempo, sobre todo en estas fechas.
Mamá aclara su garganta.
—¿Y a qué se debe tu visita? ¿Dejaste a tu marido solo en Kansas?
—Él es feliz estando solo, Refugio —Puedo imaginármelo— Y la razón de mi visita es muy simple. Se acerca el aniversario de muerte de mi querido hermano Antonio y estoy pensando en hacer una ceremonia. Por supuesto, cuento con ustedes.
Frunzo los labios.
—¿Una ceremonia? —Se interesa Nany.
Veronica prosigue— Se organiza una ceremonia de recordatorio en la iglesia. El sacerdote comparte palabras cálidas a todos y luego cada uno de nosotros dirá también unas palabras.
—Oh, no cuentes conmigo —Digo— Soy malísima para hablar en público —Esa era la mentira más grande del mundo.
Nany vuelve a mirarme y me obligo a mí misma a guardar la compostura. No puedo seguir tirando indirectas ni atacando.
Veronica está mirándome.
—¿Puedo hablar un segundo contigo, sobrina? —Vuelvo a fruncir los labios pero asiento en respuesta, inclinando mi cuerpo hacia la cocina. Todos en la sala se quedan en silencio. Un silencio demasiado incómodo. El hambre que traía ha desaparecido por culpa de la presencia de esta mujer. — Pensé que era tu matrimonio la causa de tu mal humor y desagradable presencia, pero no, es parte de tu personalidad.
—Agradezco eso.
Entrecierra los ojos.
—¿Por qué siempre has sido tan desagradecida con mi hermano? Después de todo lo que hizo por ti y te permitió estudiar esa carrera que él aborrecía.
—Pues, usted no vivía con nosotros, así que no tiene nada que opinar.
—Opino lo que veo. Y lo que vi es a un padre demasiado blando con una hija tan rebelde con tú. ¿O quieres que te recuerde tu pequeño incidente?
La sangre vuelve a hervirme.
—¿Pequeño incidente? —Ataco— ¿Por qué no lo dices tal y como es? Tuve una hija y no es un incidente como le llamas.
Sacude la cabeza— Nunca supiste agradecerle a Antonio todo eso, Myriam. ¿Qué padre hubiese dejado que su hija tuviera hijos bastardos por el mundo sin nada a cambio?
—Sin nada a cambio —Repito, riéndome con incredulidad.
—Sí, sin nada a cambio. Él te hizo un favor, gracias a él eres una profesional, soltera, tienes una vida sin preocupaciones. ¿Qué más quieres?
—Siempre tan empática, tía Veronica.
Se ríe— Yo solo digo la verdad. Las cosas como son, sobrina. En esta vida hay que valerse por uno mismo y estoy segura que esa niñita también vale por sí misma en algún lugar del mundo.
—Que bien que lo tengas claro. ¿La viste acaso para asegurarlo?
—No, pero todos alguna vez logramos estar a flote. Tú, por ejemplo.
Intento no demostrar que quiero abofetearle la cara igual que Cristy lo hizo en la obra. La dejo hablando sola, regresando a la sala.
Cuando hace 15 años nos mudamos fuera de Seattle, papá nos llevó a casa de tía Veronica. Las cosas eran difíciles en ese entonces, por lo que Antonio finalmente tuvo que contarle a ella por qué nos mudamos y por qué de pronto yo había subido demasiados kilos extras. Me la pasaba escondida en el cuartucho que nos dio para dormir, y cada vez que entraba sin pedir permiso, me recordaba que era demasiado inmadura e inexperta para entender las cosas correctas de la vida.
Ella no había sido cómplice de nada, pero su voz, su prepotencia y lo parecida que es físicamente a mi padre, me hace rechazarla de una manera inexplicable.
.
—¿Qué te pasa? —Pregunta Víctor con preocupación.
Me estiro en la cama, asegurándome que la sábana me cubre. Los brazos de Víctor me rodean en un abrazo apretado, cálido en su pecho.
—¿Te acuerdas de la hermana de mi padre?
Presiona su mentón en mi cabeza.
—Creo que sí, tuve que haberla visto alguna vez. ¿Era una con cabello negro?
—Sí
—¿Qué pasa con ella?
—Está de visita en Seattle. Viene para conmemorar un año más de la muerte de papá.
—Y tú no quieres —Lo dice como si estuviese seguro— Ahora que lo recuerdo, ella era tan alarmante como tu padre.
—Son cortados con la misma tijera. Mi madre dice que mi abuelo, el padre de Antonio, era mucho peor.
—Vaya… qué familia.
Besa el tope de mi cabeza y yo busco con necesidad sus labios, estampando los míos en los suyos con cautela. Nos movemos en sincronía, pasando una mano por debajo de la sábana y arañando su cadera. Él hace la misma acción pero pellizcándome el trasero.
—¡Ay! —Me quejo entre risas— Eso dolió.
Gimo en sus labios cuando vuelve a hacerlo. Nos besamos largo y tendido. Un fugaz hormigueo en la boca del estómago me hace inclinarme hacia adelante y sentarme a horcajadas en sus piernas. Sigo besándolo, mordiendo sus labios y mezclando nuestros alientos en gemidos temblorosos. Él sonríe cuando vuelve a pellizcarme y solo puedo echar la cabeza hacia atrás, dándome por vencida a que deje de hacerlo.
Media hora más tarde caigo rendida en sus brazos por el cansancio. Víctor suelta un ronquido, no logrando mantener los ojos abiertos. Lo dejo dormir, tal vez pasemos de corrido la hora y termine yéndose al amanecer. Eso me da tiempo de abrazarlo con mis brazos, acariciándolo con la yema de mis dedos.
No puedo evitar soltar un sonoro suspiro, mirándolo.
Tengo que reconocer que hasta este momento, no puedo quejarme de todo, pero me da temor al mismo tiempo. Me da miedo porque tengo esta horrible sensación de que algo malo va a pasar. Como esas sensaciones de las madres o de las abuelas. Cuando todo está muy tranquilo o todos están felices, siempre viene algo y lo arruina.
Eso temo, temo que algo arruine este momento
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Mensaje  Eva Robles Miér Ene 27, 2016 4:23 am

Gracias por el capitulo siguele por favor esta cada vez mejor los capi

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Mensaje  Bere Miér Ene 27, 2016 11:16 pm

Capítulo 17
El recuerdo
Myriam
Recojo la hoja del escritorio y la arrugo violentamente con un gruñido, luego la lanzo hacia el bote de basura, agradeciendo por interno que tenga buena puntería. Rocio se reportó enferma esta mañana y a pesar de que hay más libretistas que pueden reemplazarla, Jeff decidió probarme en este campo, fallando indiscutiblemente. No se me da esto de escribir horarios ni de evaluar la programación del día. Estoy con un ataque de nervios que lo más probable termine en una cama de hospital. Empieza a faltarme el aire como siempre, mi corazón latiendo a una velocidad más rápida de lo que debiera ser con normalidad. Cierro los ojos para así tranquilizarme.
Anoche tía Veronica había vuelto a casa de mi madre para organizar los últimos detalles de la "ceremonia" para Antonio, que es en un par de semanas. A pesar de que no voy a hablar en público, menos recitando unas palabras de mierda para él, Cristy si lo hará, a petición de mi madre. Mi hermana no estaba para nada contenta con el ofrecimiento, pero para aligerar el ambiente y que no comenzaran las habladurías de que las dos hermanas Montemayor eran unas ingratas, prefirió aceptarlo. Me siento un poco mal por ella puesto que si no fuera porque yo estaba en completa negación, no tendría por qué pararse delante de toda la familia a recitar frases de cariño a un padre que en verdad temíamos cuando estaba con vida.
Cuando mi padre murió a causa de un infarto al corazón, Veronica y mi madre decidieron trasladar su cuerpo a Seattle, el lugar que lo vio crecer. Aquí tiene sus raíces, aquí vivieron sus padres. Pero aunque esté sepultado en el cementerio de Seattle, nunca lo he visitado y no creo que Cristy o mi madre, menos Nany, vayan a verlo. No así sería con mi abuelo, pero él quedó en el cementerio de Kansas.
Presiono con tanta fuerza el bolígrafo en la hoja que logro hacer un orificio en él.
Suelto un sonoro resoplido, justo cuando Ángela toca con timidez la puerta de la oficina.
—Perdón —Dice— Eric está buscándote en el piso 9.
—Gracias, Ángela —Suspiro.
—¿Tienes problemas con ello?
Agito el papel frente a mis ojos, soltándola con resignación.
—Es como cuando tenía examen de cálculo.
Se ríe— ¿No puedes simplemente escribirlo en el word?
Niego con la cabeza; lo estuve pensando antes, sugiriéndoselo a Jeff.
—Están probando conmigo como si fuese un maldito conejillo de indias. ¿Y sabes una cosa? lo estoy haciendo terriblemente mal.
Ángela hace una mueca, entrando por completo a la oficina y sentándose en una de las sillas vacías.
—Ten un poco de confianza en ti misma —Dice con una sonrisa triste, de pronto su rostro cambia sin darme tiempo de nada— Yo debería de seguir mis propios consejos de vez en cuando.
Aparto el papel, el bolígrafo y toda mi latosa labor como guionista.
—¿Te sientes bien? —Le pregunto con preocupación.
Sus gafas se empañan de repente y tampoco tengo tiempo de asimilar que se ha puesto a llorar.
—Oh, lo siento por esto —Dice entre hipidos, su mano restregando su nariz con rapidez— No tienes por qué verme así.
Me pongo de pie, empujó la silla de mi escritorio para acercarme a ella. Cuando me siento, sitúo una mano sobre la suya con cautela.
—Siempre te has preocupado por mí, incluso cuando no te reconocía. Ahora, puedes confiar en mí para lo que sea ¿de acuerdo?
Asiente todavía con hipo.
—¿Te acuerdas cuando… te dije en aquel bar que mi novio me había…? —Ella comienza a llorar nuevamente.
Sobo su mano, intentando tranquilizarla.
—Lo recuerdo.
—Bien —Su voz es ronca— Él va a tener un bebé con ella.
Mi mano se queda sobre la suya sin hacer ningún movimiento. Miro a su rostro surcado en lágrimas, sabiendo lo que le afecta la noticia. No sé qué decirle y tampoco qué consejo darle.
—Lo siento tanto, Ángela —Es lo único que se me ocurre. Durante mucho tiempo ella no hace más que llorar y llorar— Supongo que debes hacerlo, llorar quiero decir, no voy a decirte que no lo hagas porque sé que te duele. Solo… intenta calmarte. ¿Te traigo un vaso con agua?
Asiente en respuesta. Voy hasta el bidón de agua que tenemos en todas las oficinas, cogiendo un vaso de plástico y llenándolo hasta la mitad. Se lo tiendo y Ángela apenas bebe un sorbo antes de impedir el llanto por ella misma. Se quita las gafas estropeadas con las lágrimas, secándose los ojos como puede con los dedos. Le tiendo un pañuelo de papel que tengo guardado en uno de los cajones.
No sé me da consolar a alguien que llora; con Rocio estas cosas no suceden. Su llanto siempre se mezcla con la risa y cuando está triste lo normal es que empiece a hablar tonteras o a usar el humor negro para subirse el ánimo, así que no tengo trabajo con ello, pero Ángela parece de verdad afectada y no es como si le pidiera que no llore en mi presencia cuando me ha demostrado que es una persona de confianza.
—Ben era mi novio de años y siempre creí que nunca tendría alguien más, solo él. Y cuando me dijeron que me engañaba… no lo creí. Ni siquiera cuando tuve las pruebas suficientes, no lo creí. Estaba tan ciega, tan entusiasmada con la boda que… no me di cuenta del daño que me estaba haciendo a mí misma.
—Deberías estar feliz de haberte librado de ese bastardo, sabes. Si no lo hubiese hecho ahora, lo hubiese hecho después y todo sería más difícil. Tú estarías con un montón de niños en casa y probablemente esperando al siguiente, entonces él sería un magnate importante, flequillo, ropa de marca, pagándole a cualquier prostituta de la esquina.
Eso parece causarle gracia a Ángela porque comienza a reír entre lágrimas.
—Eso es muy probable —Reconoce.
—Por lo menos te reíste. ¡Tienes que sonreír! ¿No te has mirado al espejo? Eres tan bonita y joven… estoy segura que hay alguien por ahí esperando que le correspondas.
Suena su nariz con el pañuelo de papel.
—No estoy segura.
—Necesitas estar segura, porque de lo contrario, nunca vas a superar a Ben.
Me mira. Sus ojos oscuros colmados de tristeza. Asiente con la cabeza, alejando por completo el llanto.
—Sí, tienes razón —Luego toma mi mano con fuerza— Gracias por el consejo. —Sonreímos y luego dejamos de hablar, aunque sigo sentada frente a ella, ahora tendiéndole otro pañuelo de papel. Lo acepta, sopesando lo que dirá a continuación— ¿Cómo has estado tú? Es decir… ¿Cómo has estado con ella?
Nunca hablo del tema con Ángela. Nunca le he hablado de ella, ni de por qué y tampoco lo que ocurrió en el bar. No es tonta, se da cuenta lo que pasa, no necesito garantizarle que tengo una hija adolescente y menos decirle que es Víctor el padre, porque lo sabe, nos recuerda del colegio.
Por instinto, mis labios esbozan una pequeña sonrisa.
—Bien, no es fácil pero estoy intentándolo.
—Me alegro —Sonríe de vuelta— ¿Puedo preguntar su nombre?
No tengo tapujos para decirlo.
—Victoria —Me gusta decir su nombre— ¿No lo recordabas de entonces?
Se encoge de hombros, negando con la cabeza.
—Nadie preguntó. Fue la sorpresa de ver a la niña en sus brazos, pero todo finalmente quedó como rumor.
Asiento— Estoy… tratando con ella —Ángela me hace querer decirle todo, pero me contengo— quiero conocerla más y que ella me conozca.
—Eso me parece muy bueno, de verdad —Lo dice con sinceridad— Y no pongas esa cara, no pienso preguntar más.
Me río porque no sé qué cara de afligida habré puesto.
.
Cristy gruñe en el mesón de cocina, su pierna se agita encima de la otra y sé que está nerviosa. Ha estado por lo menos una hora con una libreta intentando escribir frases lindas para la ceremonia de papá, obviamente sin resultados. Muerde la goma del lápiz grafito, terminando por aplastar la cabeza entre las manos. Me acerco con un vaso de leche. Se lo tiendo, a pesar de que no me lo ha pedido. Sin embargo, como está nerviosa y presionada, la leche siempre ha hecho que se recupere un poco.
—No se me ocurre nada que escribir —Bufa— ¿Qué puedo decir?
Me encojo de hombros, apoyando los brazos en el mesón.
—Di lo que sientes.
Frunce el ceño, una mirada incrédula cruza su rostro.
—Sí, claro —Escribe rápidamente una frase para leerla en voz alta—: "Papá, gracias por siempre recordarme que soy una inútil. No sé qué habría sido de mí sin ese empujoncito tuyo" —Vuelve a bufar— Tía Veronica me mataría.
—Te descuartizaría.
—Me arrancaría los dientes.
—Te aplastaría con el pasapuré —Le digo y ella mira instintivamente hacia el utensilio colgado encima del microondas. Hace una mueca— Siempre puedes cambiar de opinión. Lo sabes ¿verdad? No hagas esto si no quieres.
—No quiero hacerlo —Asegura— pero lo haré. Por mamá, por ti, por mí. Para que nos dejen de molestar. Y rogando para que tía Veronica se devuelva a Kansas pronto.
Asiento, pescando mi labio con los dientes.
—Veronica me recuerda tanto a papá.
Cristy ahoga un grito.
—Ni me digas, a mí también. Me llevé un susto cuando la vi de pie en la entrada —Bebe de su leche, de repente su rostro se torna extraño, como si estuviera descubriendo algo— ¿Te acuerdas… cuando papá le pegó a mamá?
La miro, sus brillantes ojos marrones completamente alertas.
—¿Cuándo?
Aleja la libreta, quedándose solo con el vaso de leche entre las manos.
—¿No te acuerdas? Él estaba furioso por algo. Papá iba a pegarte a ti y mamá se interpuso. ¿No recuerdas por qué comenzó esa discusión?
Trago con dificultad.
—No lo recuerdo.
Vuelve a intentarlo.
—Tú saliste corriendo de la casa y yo te seguí. Nos fuimos… —Se queda pensando, soltando un jadeo— No puedo recordar a donde fuimos. ¿De verdad no te acuerdas?
Niego— No
Me rasco la cabeza, tomo un trozo de pan encima de la mesa, pellizcándolo con los dientes. No quiero mirar a Cristy, ella está viéndome como si esperara que diga algo más, pero no tengo nada para decir. La dejo nadando en los pocos recuerdos que tiene, esos pocos que olvidó de niña o que quiere olvidar. Su rostro es un poema cuando me vuelvo nuevamente, mordisqueando su labio inferior, la arruga notoria de su frente cuando está pensando demasiado. Quiero ir, abrazarla y decirle que deje de hacer eso. Cuando ella intenta recordar cosas, siempre arruga la frente a tal punto de que sufre una migraña durante horas, así que aclaro mi garganta, llamando su atención.
Mamá ingresa a la cocina con verduras frescas de la verdulería de la esquina. Nos mira a ambas, confundida por nuestras miradas.
—¿Estuvieron peleándose?
—No —Le contesto— Cris y yo nunca peleamos.
—Cierto —Lo recuerda. Mira a mi hermana, todavía en las nubes— ¿Conseguiste inspiración?
Cristy resopla sobre la libreta.
—Nop.
Estuve toda la mañana acompañando a mi madre en el banco para lo de su préstamo. Afortunadamente se lo accedieron, pero dentro de dos meses. En todo ese tiempo nos vamos a preparar con todo. Necesita urgentemente buscar el lugar donde quiere su panadería, pero mamá está decidida. No quiere algo lejos, solo en el centro de Seattle donde hay más clientela. Aunque está consciente de que esto llevará tiempo, no es como si le dieran el dinero y al otro día estuviera trabajando en su negocio nuevo.
Para apartar el momento tenso con Cristy, me dispongo a lavar las verduras que mamá trajo de la calle, para así comenzar con la cena. Nany llega justo a tiempo para distraer a mi hermana un momento, haciéndola olvidar completamente del asunto y desapareciendo la arruga en su frente. Me siento más tranquila ahora que parece sonreír. Hasta aleja el hecho de que tiene un discurso que escribir.
Tenemos a Adrian para la comida. Su sonrisa blanca y sus ojos azabaches es todo lo que necesita para ser un chico guapo. Es tímido la mayoría de las veces, dulce cuando se lo propone y muy atento con Cristy. Eso me ha llamado mucho la atención, la forma en que él se comporta a su alrededor, como si Cristina fuese un cristal que va a romperse y si ella habla, él está allí de inmediato.
Molly junta sus patas, inclinando hacia arriba el hocico. Eso es señal obvia de que tiene hambre, de modo que me levanto para rellenar su cuenco. Tiene las patas traseras manchadas de barro y sé que es Nany la que la deja salir a la calle. A mí me da miedo que ande sola porque no quiero que se pierda, pero supongo que los animales son libres.
Víctor me llama para cuando termino de comer. Me excuso rápidamente, yéndome a la cocina. Su voz ronca afelpada me hace sonreír, es una sensación de picor en el estómago al sentirlo en mi oído.
—Hola —Contesto de vuelta cuando ya me ha saludado— ¿Estás en tu hora libre?
—Sí, tengo una hora. ¿Podemos vernos?
Me muerdo el labio.
—De acuerdo, pero no estoy en casa. Voy saliendo para allá.
Está de acuerdo y colgamos.
Dejo a Molly al cuidado de todos y me disculpo en la mesa para salir. No es tanto lo que demoro conduciendo, pero para mi mala suerte me tocan todos los semáforos rojos. Tamborileo los dedos, mi mano firme en la palanca y el pie en el acelerador, en cuanto cambia a verde, estoy rápidamente acelerando. Llego al edificio saludando al padre de Adrian quien me da esa mirada dudosa cada vez que Víctor viene a verme, aun así, él no hace ningún comentario. Me pregunto cuando Cristy lo invitará a la casa.
Él está esperándome recargando su cuerpo en la puerta. Lleva pantalones de chándal, una camiseta sumamente apretada, causando que sus abdominales se vean a través de la ropa, tentándome a tocarlos. Quiero morderlo en vez de besarlo, pero uso mi control a mi favor.
—Vienes agitada —Dice con una sonrisa.
—Sí —Me río— Subí corriendo.
Me señala la puerta y yo abro enseguida. En cuanto cierra detrás de nosotros, en tres segundos me tiene pegada a su cuerpo y sus labios danzando con los míos. Mete su lengua sin permiso, saboreándome como si lo deseara. Y maldita sea, yo también lo deseo. Le muerdo el labio con astucia, riéndonos. Mis labios se sienten hinchados cuando él se aleja para mirarme a los ojos y volverme a besar. Reparto besos por su barbilla, mis manos adjuntas a su mandíbula, mis pies prácticamente en el aire.
—Estoy en mi hora de comida —Declara, separándose de mí y empujándome al sofá— sabes increíble.
—No sabía que era el plato principal —Bromeo entusiasmada, cayendo al sofá. Él cae segundo después, su rodilla pegada a la mía. Nos quedamos sentados como si estuviésemos esperando a alguien.
Suspira en mi pelo, su mano entrelazando la mía.
—Más que plato principal, yo diría el postre.
Dejo caer la cabeza hacia atrás, mi sonrisa estrechándose más cuando reparte besos por mi cuello.
—Necesitas parar, Víctor García. Estoy intentando comportarme con una adulta de una maldita vez y tú vienes a revolucionar todo.
—¿Estás tratando de rechazarme? ¿Puedes olvidar que eres adulta por una hora?
Suelto una carcajada.
—Fuera de aquí —Lo empujo pero él insiste— Necesitas comer algo.
Finalmente me deja libre, ambos sentados en el sofá. Sigo agitada, mi sonrisa sin borrarse del rostro.
—Te gusta arruinar buenos momentos, Myriam Montemayor.
—Es gracioso que digas que arruino momentos cuando me estás llamando por mi nombre completo el cual odio.
—Te recuerdo que odias tu nombre en general. ¿Cómo quieres que te llame?
—¡Myri!
—Bueno, Myri. Myriam
—Así está bien
—No entiendo por qué no te gusta el nombre Marie.
Mi padre me llamaba de ese modo cuando estaba molesto —Le contesto.
Odias todo lo que tebga qur ver con tu padre
No solo a el y a sus padres

Me quedo pensando en las fotografías que papá tenía sobre la repisa; el rostro triste y apagado de la abuela Marie, me hacía sacar mis propias conclusiones. Mi madre bien pudo haber quedado como ella, sola y amargada, pero no lo hizo. En cambio, tengo entendido que la abuela Marie recibía a las amantes del abuelo Montemayor y tenía incluso que atenderlas. Antonio nunca llevó a ninguna amante a casa, no que yo recuerde, pero obviamente las tenía.
— Ey, regresa aquí.
Levanto la mirada, los ojos de Víctor fijos en mí.
—¿Qué?
—Estás en otra parte. ¿En qué piensas?
Me encojo de hombros, mi cuerpo yéndose suavemente al suyo. Mi mano sobre su pecho, mis dedos acariciando la suave tela de la camiseta.
—En mi abuela Marie. Ella calló muchas cosas, por su familia. Aguantó hasta el último minuto ¿cómo una persona puede… hacer eso? Aguantar sin morir en el intento.
—No pienses en ello si te pone mal.
Muerdo mi labio con demasiada fuerza, puedo sentir el líquido metálico en mi lengua.
—Tengo miedo de lo que pueda pasar —Lo digo sin pensar, condenándome a mis propias palabras.
Él se tensa en mí, su brazo rodeándome.
—¿A qué? Aunque no sé si es por lo que estoy pensando.
Libero mi labio a sabiendas que se encuentra hinchado.
—No lo sé —Intento buscar las palabras adecuadas— Hay tantas cosas que pueden pasar y sin embargo, nunca se está preparado para enfrentarlas.
Víctor inclina su rostro cerca del mío, notando el pequeño hilo de sangre en mi labio. Suelta un suspiro, rodeándome más fuerte.
—Si fuera por eso, la gente no viviría en paz, Myriam.
—No, no viviría en paz —Repito su frase, completamente consciente.
—Yo estoy aquí, a pesar de que no entiendo mucho nada sobre ti, no entiendo lo que pasó ni de por qué, y aun así estoy aquí. No saco nada con pedirte explicaciones cuando tú no me las vas a dar. Porque, sinceramente, no creo nada de lo que me dijiste al principio. Y prefiero eso a que me sigas mintiendo.
Exhalo con dificultad.
—No hay nada que tengas que saber, más allá de todo —Le digo— Ahora ¿vas a comer? Déjame decirte que solo tengo la comida de Molly.
Pide comida china para él, mientras que yo solo lo acompaño con un vaso de bebida. No continuamos con la conversación y agradezco internamente eso. Sin embargo, Víctor sigue viéndome confundido, como si mirándome descubriera todos mis secretos y lo que él ha dicho sobre seguir mintiendo… me deja sin palabras. Realmente a veces no sé si soy demasiado obvia, pero hay momentos que no puedo controlar mi humor, menos mi carácter. Si algo me molesta o me incomoda, lo demuestro rápido.
Pierdo el hilo de mis pensamientos con la voz fuerte de Víctor.
—Pienso hablar con Victoria hoy.
Ladeo la cabeza.
—¿Para qué?
Termina el último bocado del chapsui de pollo.
—Quiero hablarle de ti. Es decir, si vas a intentar relacionarte con ella, quiero que tenga la confianza suficiente conmigo. Quiero que sepa que estoy ahí y que esto tomará tiempo. Esas cosas.
Asiento— Eso está bien.
—Sí, ¿y tú?
Tardo en reaccionar.
—¿Yo qué?
—¿Tú estás bien?
—¿Con qué?
—Con Victoria.
Aclaro mi garganta.
—No es fácil, en absoluto. No sé cómo terminará esto, Víctor. No es algo que… diga, bien voy a hacer tal cosa y ella me perdonará, no sé siquiera si vaya a hacerlo alguna vez.
—¿Eso te aterra?
—No sabes cuánto.
Él me mira unos segundos, su mirada tornándose de algo que no comprendo, por lo que me desconcierta hasta que habla nuevamente.
—No vuelvas a irte, Myriam. Independientemente si termina o no aceptándote. Lo peor sería que arrancaras otra vez al perder con ella. Eso Victoria no te lo perdonaría nunca.
Muerdo mi labio.
—No lo haré. —Y luego, veo un brillo en los ojos de Víctor que me animan a preguntar—: ¿Qué estás pensando?
—Tengo una idea, pero no sé realmente como lo tome.
—¿Cuál? —Le pregunto, pero Víctor no responde en ese momento.
.
Víctor
Mi madre está terminando de lavar los platos cuando ingreso a la cocina.
—¿Está Sergio?
Me mira, sus ojos marrones lucen saltarines.
—No, sabes que él no está a esta hora en casa.
Ella me dice que Victoria acaba de llegar hace poco del colegio, de modo que debe encontrarse en su habitación. Subo la escalera, encontrándome con Liliana bajando rápidamente. Me da un sonrisa sincera, pero esa sonrisa desaparece tan pronto lo hace, pero yo sigo subiendo, directo a la habitación de mi hija. No tengo tiempo de tocar porque la puerta está entre abierta, así que entro sin permiso, encontrándola ordenando los libros de su estante. Su largo cabello negro resplandeciente cae en todas direcciones. Hasta ese momento no me percato de lo enorme que está. Sin embargo, de igual forma tiene que ponerse de puntillas para agarrar el libro de la última hilera en el mueble. Toco suavemente la pared, llamando su atención, pero ella salta hacia atrás, como siempre.
—¿Siempre va a ser así entre nosotros? ¿Espantarme hasta la muerte? Soy muy joven para tener problemas cardíacos.
Me río— ¿Cómo te fue en el colegio?
Encoge sus hombros. Eso me es indudablemente familiar
—Bien.
No pregunto nada más sobre eso, normalmente no me cuenta lo que ocurre en sus clases, a menos que sea realmente importante. Me acerco a ella para dejar un beso en su frente. Todavía es más pequeña así que tengo que agacharme un poco. No tardará mucho hasta que finalmente crezca lo suficiente para mirarla directamente a los ojos sin tener que verla hacia abajo. Su risa es sincera y tengo que deleitarme en ella. Una sonrisa con hoyuelos es suficiente para mi perdición. Como lo son sus ojos. Cuando Victoria sonríe, sus ojos también lo hacen. Así que cuando sonríe cubriéndose la boca con algo, sé que está sonriendo por sus ojos. Es por eso que nunca puede hacer trampa en el juego de no sonreír, porque todos sabemos cuándo lo hace.
—Tengo que hablar contigo. ¿Tienes un minuto?
Mira hacia su estante, luego a mí.
—Claro ¿pasa algo malo?
—No, no es algo malo.
Nos sentamos en la cama. Victoria pasando una pierna por debajo de ella. Sigue usando el uniforme del colegio, aunque ya no tiene la corbata puesta y los dos primeros botones de la blusa se encuentran desprendidos. Ella tiene esta manía de ponerse la blusa dentro de la falda, que la hace ver más delgada y más mayor para mi intranquilidad.
Me mira expectante. Sus ojos azules ansiosos por lo que tengo para decirle. Juguetea con los dedos, arrugando la línea final de la falda.
—Dime —Pide.
—Bien —Aclaro mi garganta— Vengo a hablarte de alguien en especial.
Alza una ceja.
—¿Tienes novia?
Suelto una risa, ella lo hace también.
—No, no tengo novia —Ladea la cabeza, no me cree. Sin embargo, se queda de nuevo expectante mirándome a los ojos— Vine para que hablemos de Myriam.
Su rostro cambia, es realmente una sorpresa para ella. No es como si siempre habláramos de Myriam. En realidad, nunca he venido para aclararle las cosas y Victoria tampoco acude a mí. Así que entiendo ese asombro.
—De Myriam —Dice, no suena como pregunta— Bien, hablemos de ella.
Ahora soy yo el sorprendido. Es increíble lo bien que lo lleva, incluso si Myriam apareció solo hace unos meses. Su mirada vaga por mis ojos, a sus manos.
—Un tiempo hasta acá… las cosas han estado bastante diferentes. Es obvio que lo sabes —Asiente— También sé el cambio en tu relación con ella. No soy tonto, no me cuentas detalles, pero me doy cuenta. Sé lo mucho que te duele el tema de tu madre y sé también que sigue siendo difícil. Tengo entendido que ella… te hizo una promesa cuando vino a verte.
—Sí
—Y quiero que sepas, Victoria, que decidas lo que decidas, yo siempre te voy a apoyar. Si tú quieres darle una oportunidad, no me voy a enojar y tampoco tienes que preocuparte por la opinión que tenga el resto de la familia sobre eso. Tienes que pensar en ti, en lo que tú quieres, lo que tu corazón quiere. Y está bien si necesitas acercarte, conocerla… eso está bien. Pero quiero que confíes en mí, que me digas como lo llevas, si estás afligida, si esto es demasiado, me avisas y lo resolvemos juntos.
Victoria no deja de mirarme, su rostro desconcertado, como si no creyera que haya dicho esas palabras.
Se aclara la garganta.
—Yo no decido por los demás, papá. Eso me lo enseñaste tú, seguir mi propio camino.
—Exacto —Sonrío— Es por eso… que me tomé el atrevimiento de dar ese paso que a lo mejor te cuesta dar.
Frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Ella está aquí —Le digo.
Deja de juguetear con la falda.
—¿Myriam está aquí?
Asiento mirándola.
—Está bien si no quieres verla ahora…
—Tráela —Me interrumpe de inmediato— No hay problema.
.
Myriam
El té que Juanita me sirve se ha enfriado por completo. Mi estómago da vueltas y vueltas, estoy a punto de echarme a vomitar en la pulcra mesa de centro. Sobre todo porque tengo seis pares de ojos contemplándome sin intención de apartarse. Juanita, Liliana y la misma rubia que me atendió en la puerta la otra vez que vine, Ana Maria. Ella es la que más me ha hablado. Parece muy interesada en mí y es la única también que sonríe con mis respuestas, a pesar de que son cortas. Juanita y Liliana intercambian algunas palabras conmigo, pero sigue la distancia. Liliana mantiene sus ojos en mí a pesar de que la estoy mirando también. Es su manera de intimidar, cuando éramos amigas también lo hacía con algunas personas.
—¿Más té, querida? —Pregunta Juanita, sus ojos me escrutan con vehemencia.
Miro a mi taza, todavía con té.
—No, gracias.
En ese momento Víctor aparece por la sala y tengo que suspirar. Sea sí o un no, estaba agradecida de que haya bajado al fin. Él me mira, su cuerpo tonificado atajando la pasada.
—Vamos arriba. —Mi corazón salta en mi pecho y noto el rostro pasivo de Juanita y Liliana, en cambio Ana, sonríe ampliamente, agitando la cabeza hacia mí de forma afirmativa, como si estuviese dándome ánimos. Le sonrío devuelta, aunque me cuesta solo porque soy un manojo de nervios. Subimos al segundo piso, Víctor no me dirige la palabra, pero lo noto igual de nervioso que yo. Antes de que entremos a la habitación, él me da un apretón de manos— No lo arruines.
Asiento, mi labio temblando.
—Bien.
Entramos y Victoria está parada viendo hacia la ventana. Cuando vine a su cuarto porque estaba enferma, no me percaté de ello, pero es igual al lugar donde yo solía escribir en mi antigua casa. Puede sentarse allí, el sol pegarse en su rostro. Me traen recuerdos agradables y agridulces su ventana, a pesar de que esa no es la mía en absoluto. Caminamos y los dos nos quedamos de pie frente a ella. La mirada de Victoria viaja de la mía a la de Víctor, intentando adaptarse al hecho de que estamos los tres en una misma habitación. A pesar de que no era primera vez, cuando Víctor nos encontró a ella y a mí sentadas en el césped por la noche, habían sido unos pocos segundos.
Víctor se aclara la garganta.
—Creo que ustedes dos tienen mucho de qué conversar.
No charlamos mucho cuando nos vemos, es más la sensación de tenernos cerca lo que nos impide hacerlo, pero Víctor tiene razón, tenemos mucho de qué hablar. Yo tengo mucho que decirle. Tengo… tengo que intentarlo, incluso si las probabilidades son demasiado bajas.
Él sonríe a Victoria, luego a mí antes de salir de la habitación.
Me quedo de pie cerca de su cama, incapaz de hacer nada más. Me congelo cuando estamos solas.
—Siéntate —La escucho decir mientras lo hace primero. La imito sentándome frente a ella, controlando las ganas de preguntárselo, pero me da miedo. Siempre tengo un maldito miedo— Bueno… ¿Quién comienza? —Sacude la cabeza, dándose también cuenta de lo absurdo que es esto.
Sonrío con nerviosismo.
—Lo normal es que yo comience.
—Bien, te escucho.
Entrelazo mis dedos, igual que ella, tal vez también lo hace cuando está nerviosa.
—Tengo… tengo esta sensación de que siempre estoy haciendo las cosas mal —Empiezo, no estoy mirándola a los ojos— Nunca sé que hacer, todo siempre lo termino estropeando. Y me cansé de eso, estoy harta de arruinarlo todo —La miro, estoy desesperada— Lo arruiné y te pido perdón por eso. Nunca será suficiente para disculparme, porque si me pongo a pensar en ello, es difícil olvidar o recompensar años de ausencia. Pero tampoco me voy a quedar de brazos cruzados creyendo que nunca voy a conseguir nada. Porque ¿Sabes una cosa? No voy a conseguir nada si no lo intento.
—Papá dice eso… que nunca se puede conseguir algo si no se intenta —La veo tragar con dificultad.
La imito— Tu papá es muy sabio —Victoria asiente con una sonrisa. Yo vuelvo a tomar una bocanada de aire— Te dije que iba a luchar por ti, Victoria, y no me voy a retractar, pero quiero saber una cosa… —Mi garganta me impide seguir hablando, tengo un nudo en él que me hace tener unas malditas ganas de llorar— no te voy a pedir una oportunidad ahora, no es justo hacerlo, pero sé que te dije que lo iba a intentar todo por ti, sin embargo… no pregunté tu opinión, así que… quería saber si… me permites acercarme a ti —Me callo, y ella no dice nada por el momento— No te voy a obligar, porque lo entendería. Y tampoco significa que me vaya a dar por vencida, simplemente necesitaba consultarlo contigo —Me muevo más cerca, aunque sigo en la misma posición— Yo sé que… no he hecho lo suficiente para merecerlo y de verdad, te estoy siendo sincera, no te sientas presionada por esto ¿sí?
Parpadea, aclarándose la garganta.
—De acuerdo —Suelta con un hilo de voz. No estoy entendiendo sus palabras, no las asimilo de inmediato. Escucho su voz, pero estoy demasiado paralizada en el mismo lugar. Ahora es ella la que toma una bocanada de aire— Podemos… intentarlo.
Por más que intento, no puedo moverme. Mi voz no sale cuando trato de hablar, las lágrimas picándome los ojos, pero ninguna lágrima cae. No quiero parecer débil delante de ella. No cuando está tratando de controlarse a sí misma.
—¿Tú… acabas… acabas de decir eso?
Ladea la cabeza.
—No sé si resulte, pero si no lo intentamos tampoco sabremos.
Oh Dios mío. Sí, ella lo ha dicho.
Me ahogo en mis propias ganas de llorar, jadeando mientras suelto un suspiro tembloroso. Ahora no puedo contener algunas lágrimas que corren con facilidad. Ella lo nota, puedo ver sus ojos brillar alrededor de su hermoso iris azul. Durante mucho tiempo no decimos nada, simplemente nos quedamos sentadas, mirándonos de vuelta, sin saber todavía que hacer. Las dos estamos igual, no sabemos lo que nos espera. Lo que sí sé es que mi corazón no deja de latir con tanta fuerza, que temo se salga del pecho.
Me armo de valor para hablar.
—¿Estás segura? —No comprendo mi propia pregunta, pero tengo que hacerla porque sigo choqueada.
Victoria asiente, apartando los ojos de mí, y quiero que esos ojos vuelvan a mirarme, así que hago lo que he estado queriendo hacer hace tiempo. Estiro el brazo y tomo su mano. Al principio carraspea, sorprendida, volviendo sus ojos a mí, sin embargo, después de unos segundos, no hace nada para apartarse, de modo que nos quedamos de la mano, solo un roce pequeño, pero muy significativo.
—Te repito, no sé si vaya a resultar, pero… sé que tengo que hacer esto. Quiero saber cómo es, si así se me quita esta carga que llevo conmigo misma y el coraje que siento por ti. Y te pido una cosa, Myriam —Declara.
—Lo que quieras —Estoy al borde de las lágrimas nuevamente.
—No me vayas a decepcionar.
Ahogo un sollozo.
—No lo haré, te lo prometo.
.
Vuelvo a casa volando en mis pies. Estaba tan en las nubes que olvidé recoger a Molly a casa de mi madre. No importa, ella está bien allí. Lo único que quiero, es pasar un rato conmigo misma, sonriendo a la nada, recordando las palabras mágicas de Victoria.
"De acuerdo. Podemos intentarlo."
Me quiero tatuar esa frase en el pecho ahora mismo.
Busco desesperadamente un vaso con agua. Es tanta la emoción, la adrenalina, que el corazón literalmente va a salirse del pecho y eso no es conveniente. Me calmo a mitad del vaso, aun mi sonrisa incapaz de borrarse de mi rostro.
"No lo arruines" dijo Víctor. Y no, no iba a arruinarlo.
Tengo tanta energía que me pongo a ordenar todo el departamento. Barro el piso, hago nuevamente la cama, desinfecto el baño, reluzco con un paño la cocina. Las ventanas del balcón, riego mis flores favoritas. Y me quedo allí, el viento azotando mi cara, la forma en que la brisa me hace cosquillas la nariz. Sigo limpiando ahora la baranda, que aunque está brillando de limpia, paso un trapo de igual manera. Ahora, me quedo sin nada qué hacer, así que me recuesto en la silla playera del balcón, haciendo caso omiso de que comienza a hacer frío. No siento frío, no siento nada malo en mí.
La puerta suena, golpes fuertes que parecen ser puños desesperados. Camino cruzando todo el inmueble, sin verificar por el agujero. Cristy entra hecha una bala sin saludar. Cierro y la sigo hasta la mesa. Cuando la miro frunzo el ceño. El rostro de Cris es confuso, desorientado, aturdido. Tiene las pupilas dilatadas, sus manos haciendo puños con demasiada intensidad. No entiendo lo que sucede, estoy preocupada por su aspecto.
—Cris… Cristy ¿qué está pasando?
Parpadea rápidamente, volviendo a la realidad. Su pecho sube y baja con dificultad mientras se da cuenta en dónde se encuentra. Sus ojos dilatados caen en mí.
Suelta un brusco jadeo.
—Myriam… —Dice con voz trepidante. El rostro pálido de mi hermana me hace querer correr a abrazarla. Me acerco un paso, pero ella retrocede dos. Sacude la cabeza, el labio temblándole con desesperación.
—¿Qué pasa?
Se pasa una mano por el cuello.
—¿Victoria es tu hija?
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Mensaje  Bere Vie Ene 29, 2016 12:20 am


Capítulo 18
Mentiras del alma.
Myriam
No estoy preparada para esto.
El corazón me da un vuelco, así como mi mundo cae completamente. Tengo la mirada decepcionada de mi hermana menor y lo único que siento en este momento es vergüenza. Vuelvo a acercarme, pero Cris insiste en retroceder. Mis manos comienzan a sudar, a temblar sin mi propio consentimiento. Tengo la sensación de que si hablo me voy a largar a llorar. De modo que me callo, cosa malditamente errónea. Ella quiere respuestas, tengo que darle respuestas. Sin embargo, no soy capaz. No soy capaz porque sigo siendo tan cobarde como el primer día. A pesar de que lo intente, a pesar de que pueda cambiar, sigo siendo la misma Myriam de siempre. Y eso me aterra.
—¡Myriam, responde de una maldita vez! ¡¿Es tu hija?!
—Cristy… —Mi voz es un hilo largo y tendido. Apenas yo puedo escucharme y entenderme.
Sacude la cabeza.
—Estabas embarazada, por eso papá estaba tan enojado, por eso te levantó la mano y por eso mismo mamá salió a defenderte. Después de que te fueras, te seguí, tenía miedo por ti y por mamá. Llamaste a Nany desde un teléfono público y caminamos cuadras enteras antes de llegar a la casa de los García. Estabas llorando y temblando y a mí me llevaron a otra habitación. Lo recuerdo, Myriam. Te recuerdo con… con ese vientre. Recuerdo a papá decirte que eras un mal ejemplo. ¡Lo recuerdo! ¡Mierda, Myriam, no te quedes callada!
Está gritando. Está llorando y gritando a la vez.
Suelto un sollozo.
—Es cierto —Digo— Victoria es mi hija. —Cris suelta un jadeo mezclado con llanto. Necesito acercarme, pero está demasiado alterada. Se cubre el rostro con las manos, caminando alrededor como si estuviese perdida— No sabía cómo decírtelo, Cristy. No recordabas nada y no quería…
—¿No querías, qué? —Se voltea, el rostro anegado en lágrimas— ¿Hacerme un maldito daño? ¿Y tú forma de no hacerme daño era mintiéndome en la cara, Myriam? ¡Tú! ¡Mi hermana! ¡La persona en la que más confío! —Aúlla, apuntándome con el dedo— Sabías… sabías que olvidé gran parte de mi infancia, lo sabías y ni siquiera me ayudaste. ¡Ni siquiera fuiste capaz de hacerme recordar las cosas! Yo que te lo cuento todo, Myriam ¡Todo! ¡Y tú no fuiste capaz de decirme algo así! ¡Decidiste ocultarme esto, todos me ocultaron esto! ¡¿Cuánto tiempo pretendían tenerme como una estúpida?!
—No, Cris ¡No se trata de eso! No te vemos como estúpida, no digas esas cosas. Mira, escúchame. Perdóname por mentirte, yo no quería y tampoco pretendía hacerte daño, no es mi intención, Cristy ¡Tienes que creerme!
—¡Abandonaste a tu hija! Y me hiciste a un lado —Sigue dando vueltas por la sala— No puedo creerlo… cuando… cuando lo recordé, me dije a mi misma: Cris ¡Es Myriam! Ella no te mentiría de esta forma tan horrible. Y resulta que así es, mi propia hermana.
—¡Tenías 6 años! ¿Cómo te íbamos a explicar? Tuviste una vida difícil cuando comenzaste a olvidar todo, lo pasaste mal y preferías encerrarte en la habitación cuando hablábamos de cosas que no entendías. ¿Cómo te lo iba a decir?
—¿Y ahora? —Me mira alterada— ¿Cuándo te vi con Victoria? ¿Por qué demonios no me lo dijiste?
—No sabía cómo.
—¡No sabías cómo! —Repite— ¡¿Qué clase de persona eres, Myriam?! ¡La abandonaste! ¡Te fuiste!
—No, espera —Atajo— No sabes nada, no digas cosas que no sabes. ¡Las cosas no fueron así!
—¿Me vas a negar que no la abandonaste?
Me estremezco.
—No voy a negar sobre eso, pero no fue así. Estás diciendo todo eso porque estás dolida.
Las lágrimas me caen a borbotones, las de Cristy igual. Estamos a una distancia suficiente para tener que alzar la voz. La forma en que ella me está mirando… termina por destrozarme. Esa no es la Cristy que yo conozco, y no quiero que esa Cristy me mire así por el resto de la vida.
—¿Sabes una cosa? Vine aquí con la esperanza de que me dijeras que era mentira, que eran ideas mías, que mis recuerdos se estaban mezclando con las alucinaciones. Es doloroso darme cuenta como mi propia familia me oculta cosas, como mi propia familia no me ayuda a superar mis malditos demonios.
Va directa a la puerta, pero la detengo tomándole la muñeca. Ella intenta soltarse pero no la dejo.
—¿No me vas a dejar explicarte?
Se suelta— No quiero más mentiras y vas a mentirme una vez más. Puedo verlo en tus ojos. Me da igual lo que tengas que decir, me da igual todo desde ahora.
Se va y mi mano se queda pegada a la manilla de la puerta. Me cubro la boca con la mano, no creyendo lo que acaba de pasar. Entonces lo siento, es una desesperación que comienza en la boca del estómago, un cosquilleo desagradable que sube hasta mi garganta. Una explosión, de esas veces que te desesperas cuando no aguantas las ganas de llorar. Es por eso que lo hago, rompo a llorar, dejando salir esa explosión en mi interior que me estaba quemando. Sabía que Cristina no se iba a tomar las cosas bien cuando las supiera, pero ha sido peor de lo que me imaginaba. Sobre todo teniendo en cuenta que no fui yo la que le dijo la verdad.
Llamo rápidamente a mi madre, todavía con las lágrimas descendiendo sin permiso. Mi mano sobre el corazón, mordiéndome con fuerza el labio. Contesta al tercer timbre, su voz serena al otro lado.
—Mamá, Cristy lo sabe todo.
Se queda en silencio unos segundos.
—¿Cómo que todo?
—Está muy alterada, está furiosa —Me pongo a llorar otra vez.
—¿Qué es exactamente lo que Cristy sabe, Myriam? Y por favor, trata de tranquilizarte.
Mi voz tartamudea.
—S-Sabe lo de Victoria, no sé r-realmente como lo supo, parece que lo recordó sola —Digo con velocidad— Tienes que llamarla, n-no quiero que le pase algo.
—Yo me encargo ¿de acuerdo? Y te vuelvo a repetir, necesito que te calmes ahora mismo.
Inhalo, exhalo con dificultad. Tengo mi mano temblorosa sosteniendo el móvil contra mi oreja. Cuando mamá vuelve a prometer que ella se encarga de Cristy, cortamos, pero no me quedo tranquila. Voy corriendo hacia el frasco de galletas, necesitando desesperadamente sentir algo dulce en mi paladar. Estoy sentada en el taburete, llorando y atiborrándome de galletas sin descanso, manchándome las comisuras, sollozando y maldiciéndome a mí misma. No sé en qué momento pasa, pero me he comido todo lo que hay en el frasco, que serían unas 20 galletas con chispas de chocolate.
Durante la primera hora no hago más que caminar alrededor de la casa. Del sofá a la mesa del comedor, de allí hasta mi habitación. Todo eso hasta que mamá vuelve a llamarme. Me dice que Cristy sigue furiosa con todas y que se marchó sin decir a dónde. La han estado llamando pero no contesta. Me deja peor que antes, comiéndome las uñas intentando averiguar dónde puede estar.
Llevo mucho tiempo angustiada pensando en ella cuando la puerta suena.
—Myriam —Es Adrian. No tiene que decirme nada porque sé que Cristy está con él— No te preocupes por ella —Suspiro, todavía estoy temblando. Él me mira de una forma que desconozco y me doy cuenta que mi hermana le ha contado todo— Voy a cuidar de Cristy, te lo prometo.
Lo abrazo, nunca lo he hecho antes, pero me nace hacerlo.
—Gracias, Adrian.
No sé por qué antes no se me ocurre que pudo buscar a Adrian en primer lugar, pero estaba tan preocupada y desesperada que eso me impidió pensar con claridad. Adrian se va poco después, diciendo que no están en casa, sin embargo no pregunto porque de seguro no va a decírmelo.
Llamo al trabajo para reportarme enferma. Me es fácil porque mi voz suena ronca y tengo la nariz obstruida. Así que me dan el resto de la tarde libre. No hago más que deambular por mi habitación, revisando viejas fotografías mías y de Cristy cuando pequeñas. Mi hermana siempre había tenido el cabello extremadamente pelirrojo, pero al paso de los años fue oscureciéndosele más. Encuentro una de cuando Cris apenas tenía 3 meses de nacida. Está dormida con un chupón en la boca. Un poco de cabello en el centro y aretes dorados en las orejas. Sonrío de solo ver cómo era en aquel tiempo. Tan pequeña e indefensa, tan inocente y sin culpa de nada. Recuerdo haber estado feliz de tener una hermana menor, pero me resultaba extraño a la vez porque ya nadie tenía demasiado tiempo para mí. Sin embargo, jamás sentí celos hacia ella y no recuerdo haberla regañado por nada.
Envuelvo mis hombros en un chaleco largo de lana y cojo las llaves rápidamente. Me aseguro de que no tenga restos de maquillaje esparcidos alrededor de mis pópulos en el espejo de baño. Mi cara está horrible. Tengo hinchazón bajo los ojos, una marca rojiza en cada mejilla y mis pupilas dilatadas. Intento arreglarme el cabello con la mano, luchando conmigo misma para desenredarlo, pero me canso de hacerlo así que pongo un poco de labial rojo en mis labios y salgo tal y como estoy.
Mi madre y abuela aguantan la respiración cuando me ven. Ambas suspiran, pensando que se trataba de Cristy. Les explico que se encuentra con Adrian.
—¿Por qué no me avisaste antes? Los nervios me estaban matando —Mi madre se sienta, apartando el pelo de la cara— Se marchó hecha una furia, estaba irreconocible.
Nany imita la acción de mamá y se sienta en el sofá contrario.
—Esto no daba para más. Cristy iba a enterarse tarde o temprano —Dice mi abuela.
Muerdo mis labios, todavía de pie en la sala. Mis brazos cruzados como si estuviera protegiéndome. Mamá me mira, sus ojos cansados me avisan que esto la supera.
—No puedes seguir mintiéndole a tu hermana. Ella ya se enteró de Victoria, ahora es justo que sepa por qué sucedieron las cosas.
Muevo una rodilla con intranquilidad. Decido sentarme en el otro sofá, incapaz de seguir de pie.
—Sí, tienes razón.
Nany carraspea— No creo que sea buena idea.
Mamá y yo la miramos.
—¿Cómo? —Preguntamos al mismo tiempo.
Ella ni se inmuta, tampoco se la ve nerviosa.
—Eso, creo que no es buena idea. Lo único que vamos a lograr es transmitirle miedo.
Sacudo la cabeza.
—Cristy ya no es una niña.
—Lo sé, pecosita 1. Me he dado cuenta que pecosita 2 no es una niña. Sin embargo, hay cosas que ella aun no supera. Acaba de recordar un hecho importante en nuestra familia, pero no ha recordado todo. Y eso solo hará que la confundamos mucho más. ¿O acaso quieren que vuelva a encerrarse en su mundo de fantasías? ¿Qué vuelva a olvidar cosas como lo hizo de niña? Yo no lo quiero, no sé ustedes.
Mamá me mira, no está segura pero me doy cuenta que le encuentra sentido a lo que dice mi abuela. Yo sigo dudando.
—Va a preguntar de todos modos —Agito mis manos.
Nany se encoge de hombros.
—Dile solo lo que tenga que saber. No te estoy diciendo que le mientas, porque las cosas van a empeorar. Solo… no menciones la parte donde ella sale involucrada.
Entrelazo mis dedos por encima de mis rodillas. Suelto un sonoro resoplido y me pongo de pie, caminando a la cocina.
Estoy cansada. Cansada de todo esto, cansada de ocultar cosas, de mentirle a la gente. Estoy cansada de siempre tener alguna excusa para todo, cansada de la puñetera vida que me tocó y de lo mucho que pude hacer y no hice. Y así también estoy cansada porque ya no solo esto me involucra a mí, sino a toda la gente que más quiero.
Cuando escucho la perilla girarse, me quedo inmóvil. Mamá y Nany se ponen de pie, viendo en dirección a la puerta. Cris entra sin mirar a nadie, despidiéndose, de supongo, es Adrian. Cierra la puerta, girándose y mostrando sus brillantes ojos marrones, que noto han estado hinchados por llorar, de seguro yo tenía la misma cara. Me acerco, pero Cris se va hacia la escalera.
—Espérate, Cris —No me responde. No habla, sigue caminando— ¡Cristy! —Alzo más la voz y ella se detiene a mitad de la escalera. Clava sus ojos en mí sin brillo, con un coraje que no reconozco en ella— Tú y yo vamos a hablar.
—No tengo nada que hablar contigo —Me responde, subiendo nuevamente.
—¡Isabel Cristina Montemayor! —Esa es la voz firme de mi abuela. Cristy se detiene de inmediato— Tu hermana quiere hablar contigo y tú vas a hablar con ella.
—¡No quiero!
—Cristina —Ahora mi madre toma el mando— Habla con Myriam. Las cosas se arreglan hablando.
Frunce los labios, mirándome. Seguimos las tres al pie de la escalera, esperando que baje. Finalmente lo hace, pisoteando con fuerza en los escalones. Por más que lo intento no puedo acostumbrarme a su maldita mirada de ira. Tal vez porque en este último tiempo la he visto siempre sonriendo. Cruza sus brazos tan pronto mamá y Nany desaparecen para irse a la cocina.
—Vamos afuera —Le digo.
No se mueve.
—Está bien aquí, sé rápida.
Le tomo el brazo, por un momento duda pero no se aleja.
—Vamos afuera —Repito.
Me sigue a regañadientes. Agradezco haber tomado un chaleco de lana porque el viento está horriblemente frío. Tengo que constantemente traer de vuelta mi pelo a su lugar porque esconde mis ojos o mechones entran por mi boca para impedirme hablar. Me pone nerviosa conversar con Cristy de esta situación. Más porque si nos ponemos a gritar, todo el vecindario se va a terminar enterando de toda nuestra vida. Así que intento decirle a mi cerebro que ocupe las palabras adecuadas, sea calmada y si ella está alterada, no me altere yo tampoco. No obstante, me conozco y la conozco a ella más que cualquier otra persona, y sé que no vamos a cumplirlo.
—Si me traes a morirme de frío para excusarte, déjame decirte…
—No vengo a excusarme, vengo a decirte la verdad. Estás enojada conmigo por mentirte y si no hablamos estaremos enojadas el resto de nuestra vida.
Refunfuña— Bien.
Tomo un poco de aire frío.
—Aparte de tu problema para recordar, papá se la pasaba encerrándome cuando estaba embarazada, para que no me vieras y no te espantaras. Aunque creo que era más por su propia integridad, así tú no lo comentabas en la escuela —Sigue mirándome con desconfianza. Me cubro la boca con la lana de mi chaleco, solo porque todavía siento frío. La quito para continuar— Cuando Victoria nació… yo estaba malditamente asustada. Y en ese minuto me acobardé, más de lo que te puedas imaginar. Si me pongo a pensar ahora todo el apoyo que tuve en ese minuto, no puedo comprender por qué pensaba una cosa así. Y no voy a echarle la culpa a nadie, ni siquiera a papá, a pesar de que gran parte de mi desdicha es por él. Cuando la tuve en mis brazos sentí que no podía cuidarla, no estaba segura de mi bebé siendo atendida por mí. En ese momento solo eran pensamientos internos, no se lo dije a mamá, ni a Nany. En realidad… le comenté eso a Nany semanas antes de dar a luz, pero como dije, eran cosas que yo pensaba sola pero no quería decir que lo fuera a hacer.
Se me forma un nudo en la garganta.
—Pero sí la abandonaste.
—Sí —Respondo con vergüenza— y cuando me arrepentí, era demasiado tarde.
—¿Por qué tarde? ¿Cuántos años pasaron antes de arrepentirte?
Sacudo la cabeza.
—Ese mismo día, antes de salir del hospital.
Frunce el ceño— ¿Y por qué demonios te fuiste? ¿O cómo es que… nos fuimos? No comprendo.
—Papá no me dejó quedarme, él… hizo cosas horrendas, pero yo te prometo, Cristy, que algún día te lo voy a decir. Esta es una parte de la verdad, una verdad que me duele y no quiero que te lleves otra imagen de mí más de lo que es en realidad, yo también fui cómplice, yo también soy culpable y ese error me ha estado persiguiendo durante toda mi vida.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—¿Qué pudo haber hecho papá para que dejaras a tu hija?
Me muerdo el labio— Que hizo papá… y qué permití por estúpida, querrás decir. —Me seco la cara, incapaz de seguir hablando— Te lo voy a contar todo en su momento, pero no ahora. Yo… yo no quiero que me odies. Tú eres mi hermana, eres todo para mí, Cristy. Y te quiero tanto.
Ella deja caer más lágrimas, pero se voltea, ignorándome.
—Eso no cambia que hayas mentido. Pensé que no había secretos entre nosotras, Myriam.
Ahora, el chaleco me estorba.
—Perdóname.
—Y mamá… y Nany… todas ocultándome cosas. ¿Sabes? Antes me la pasaba en mi habitación recorriendo cada cosa que tenía. La ropa, los zapatos, los adornos. Los tocaba para ver si tenía algún recuerdo, me sumergía en el aroma del perfume de mamá para ver si se me presentaba alguna imagen… y nada.
Mi pelo me vuelve azotar la cara, como si se tratara de una bofetada.
—Esa es la verdad, Cris. Discúlpame por dañarte, nunca lo hice a propósito, nunca se me pasaría por la cabeza hacerlo adrede.
No me responde, de modo que entro a la casa, dejándola completamente sola en la calle. Mamá me divisa desde la mesa americana, llamándome para que vaya junto a ella. Me seco las últimas lágrimas que he derramado, antes de escuchar como Cristy da un portazo y sube las escaleras.
—Se le va a pasar —Consuela mi madre— Está superando el hecho de que es tía de una niña que es pocos años menor que ella.
Nany está sosteniendo el bastón, caminando hacia a mí. Pone una mano bajo mi mentón, levantando mi rostro para mirarla.
—Esto mismo deberías estar diciéndole a Victoria. Y lo sabes muy bien.
—Cristy no insistió en que le hablara más, Victoria lo haría.
Ninguna dice nada y por poco me quiero echar a llorar por su silencio. Después tomo a Molly en mis brazos y nos regresamos a casa.
.
Después del trabajo, le pregunto a Victoria si podemos vernos. Me dice que pase por ella al colegio, así que me pongo en marcha con un café cargado de cafeína dentro de la camioneta. Hoy llevo puesto un jeans celeste y un suéter color mostaza que me cubre lo suficiente para no temblar de frío. Mis manos están congeladas, partidas en los nudillos por el otoño. Enciendo la calefacción, selecciono música y acelero. No estoy mintiendo con respecto al frío, es tanto que ni mis botines favoritos que llevo puestos me dan calor, ya que estos son prácticamente los únicos que parecen una estufa cuando frotan mis pies.
Tan pronto la calefacción llena por completo la camioneta, doy un suspiro, agradeciendo un poco de calor.
Los alumnos comienzan a correr directo a la salida, es por eso que tengo que hacerme a un lado antes de que me aplasten en el suelo. Los más grandes caminan, riendo entre amigos. Me quedo de pie esperando y tratando de buscar a Victoria con la mirada, hasta que la encuentro. Viene caminando con Casey y otra chica rubia.
Casey corre a saludarme.
—¡Hola, señora Montemayor!
Me sorprendo— Oh, dime Myriam.
Se ríe— Bien ¡Hola Myriam!
—Hola, Casey —Miro a mi hija— Hola, Victoria —Saludo.
Sonríe con timidez.
—Hola, Myriam.
—Y hola a mí —Dice la rubia.
Victoria se aclara la garganta.
—Ella es Luna. Luna, ella… ella es Myriam.
Luna me saluda, pero sigue esperando que alguien diga algo más.
Casey toma a Luna del brazo mientras le explica:
—Solo Myriam ¿bien? No hay nada que debas saber —Luego se voltea— ¡Nos vemos mañana! Si ves a Ethan por ahí le dices que ya me fui.
Victoria asiente, viéndolas alejarse. Cuando ya han desaparecido, suspira.
—Como si fuera tan fácil —Susurra para sí misma pero logro escucharla.
—Ethan —Digo, asintiendo con la cabeza— ¿Hablaron?
Me mira con el ceño fruncido, hace una mueca, como si intentara olvidarlo.
—Supongamos que Ethan no existe. ¿Podemos irnos? No es como si fuera a decirle que Casey ya… —Mira hacia el pasillo, su rostro es un poema cuando me jala del brazo y nos lleva fuera del colegio— Estaba viniendo hacia aquí y no quiero encontrarme con él.
Bajamos las escaleras.
—¿Todavía no has hablado con él?
Niega— Lo evito todo el tiempo.
—Entonces, ha intentado hablar contigo —Lo digo como afirmando el hecho.
Terminamos de bajar la escalera, a ese punto ya estaba sin aliento, pero Victoria parece tan tranquila y sin una pizca de agotamiento. Debe de estar acostumbrada a subir y bajar todos los días.
—Sí, todo el tiempo.
—¿Y entonces?
Sacude la cabeza
— No puedo elegirlo por sobre Casey, sería una barbaridad.
—No creo que estés eligiendo por sobre tu amiga. Más bien, estás eligiendo lo que en verdad sientes. Estoy segura que Casey va a terminar entendiéndolo.
Sigue negando.
—Myriam, Ethan es… no sé explicarlo, él no toma a sus novias en serio, no me va a tomar en serio a mí. Sobre todo porque sus ex son bonitas y…
—Tú eres bonita
Me mira— Me refiero a que son mayores que él y no vamos a compararme con las chicas de último año.
No lo comprendo, pero parece confiada en lo que dice, así que no insisto. Cuando estamos por llegar a la camioneta se voltea, deteniéndose de golpe. La miro, deteniéndome también.
—¿Qué pasa? —Le pregunto. Sigue viendo en esa dirección, entrecerrando los ojos— Victoria.
Reacciona de inmediato.
—Creo… —Sacude la cabeza— Pensé que alguien nos seguía, pero no hay nadie.
Busco a nuestro alrededor, pero no veo a nadie tampoco. Solo el ruido de las risas de los alumnos y el de los pájaros. Nos subimos a la camioneta, olvidándonos por el momento del dichoso percance.
—Bien ¿a dónde vamos? —Pregunto.
Victoria se entretiene en el espejo delante de ella.
—Tengo clases de box ahora, no sé si quieras ir.
—Vamos.
—¿Estás segura? No estabas especialmente animada cuando me viste.
Me encojo de hombros.
—Eso es porque estaba… sorprendida. Además tenemos que ir a buscar tu casco.
Después de pasar por el departamento, ahora estoy viendo como Victoria sube a la tarima. Esto es peor que mi propia ansiedad. No es bonito verla como se golpea con otra chica, inclusive si está usando el casco. Es… fantástico pero a la vez alarmante. Tengo que reconocer que esta chica sabe en lo que se mete. Se la ve concentradísima mientras choca con sus propios puños en esos enormes guantes rojos. Camina en una línea, viendo fijamente al contrincante. La veo ponerse el casco y algo entre los dientes. Finalmente, cuando suena el silbato, yo pego un salto. Es Victoria la que da el primer golpe, luego la contrincante empuja el suyo pero Victoria alcanza a esquivarla. Estoy con uno de mis puños apretados, la otra mordiéndome las uñas con insistencia.
Hay mechones de pelo que escapan de su coleta, pero eso no parece importarle. Estudia al contrincante como un animal acechando a otro. Vuelve a darle un puñetazo en la mejilla, haciendo que la chica se tambalee hacia atrás, pero se queda de pie, recuperándose inmediatamente. Ahora es ella la que le da un puñetazo a Victoria. Quiero gritarle qué demonios pasa con ella, pero no creo que vayan a escucharme.
Necesito un jodido vaso con agua y pastillas para el estrés ahora mismo.
El entrenador hace sonar su silbato, agitando los brazos en el aire cuando la cosa se estaba poniendo reñida.
—¡Alto, alto! —Exclama— Suficiente, guarden enemistad para la siguiente clase. Victoria, ven un momento.
Victoria se quita lo que lleva entre los dientes y luego el casco. Sus mejillas enrojecidas y la forma en que su pecho sube con irregularidad, me da cuenta de lo agotada que está en tan solo pocos minutos. Se baja de un salto para acercarse al entrenador. Me quedo para mirar al contrincante. Es morena, robusta y con cara de pocos amigos. Camina como los gorilas, los brazos demasiado abiertos. No es para nada dulce como Victoria, así que me hago a un lado cuando pasa junto a mí, escuchándola jadear a regañadientes. Hago una mueca, mirando a mi hija. Ella parece más menudita, pero eso no quiere decir que no tenga cuerpo. Todo lo contrario, tiene unas piernas tonificadas que ni yo que soy mayor tengo. Tener eso a sus cortos 15 años, me pregunto cómo será cuando tenga 20 o más.
Ella regresa junto a mí poco después.
—¿Te vas a desmayar? —Me pregunta.
Sacudo la cabeza con una sonrisa.
—No, pero si esa niña me mira con esa cara, estoy segura que estaré orinándome en los pantalones.
Se ríe— Su nombre es Stephanie. Le dicen "Motor" —La miro con el ceño fruncido— Ruge como los motores.
Por un momento ninguna dice nada, hasta que nos echamos a reír.
Durante la primera hora no hace más que "precalentar" como dijo su entrenador. Está dando puñetazos a un saco de boxeo. Una tras otra sin descanso. Mientras lo hace pienso que pasaría si yo le pagara a ese saco sin los guantes. Seguramente saldría de aquí con 30 huesos menos. Todavía me sorprende la facilidad que tiene para golpear y la forma en que posiciona los brazos, algo que solo una profesional para el boxeo puede hacer, creo yo. Veo como el entrenador la alienta a más, diciendo que está haciéndolo bien. Luego él se acerca más a mí.
Aparenta tener unos 40 y pico, barba de tres días, un gorro sobre la cabeza, las manos dentro de los bolsillos. No es especialmente guapo. Bien, voy a ser sincera, no es para nada guapo, pero digamos que no le va el concepto feo.
—Ella tiene buen potencial, es una de las mejores boxeadoras jóvenes que vienen acá —Dice para comenzar una charla.
—¿Siempre acepta a menores de edad?
Se encoge de hombros.
—No siempre, pero desde que la vi por primera vez supe que sería tremenda. —No puedo evitar sonreír. Él se gira en mi lugar, mirándome— ¿Es familiar suyo?
Ahora lo miro, pero me arrepiento, porque si antes dije que el concepto feo no es para él, ahora confirmo que sí.
—Soy… —Dudo, lo hago porque me es raro decirlo y no porque quisiera que no lo supiera. De hecho, me da lo mismo lo que el entrenador piense— su madre.
Parece sorprendido cuando me escucha. Sus cejas alzándose y asintiendo unos instantes más tarde.
—Es bueno que tenga este tipo de apoyo, sabe. Así no tengo problemas después con los padres, ya ve que pueden venir a reclamar, al ser menor de edad.
—Sí —Me pregunto cuál será la reacción de Víctor cuando se entere.
—Y no quiero problemas legales tampoco. No me parece necesario, es un deporte como cualquier otro y ella lo hace de maravilla. Usted misma la está viendo. Hay mujeres que tardan años en prepararse y Victoria tiene apenas 15 años, es brava. —Intercambiamos unas pocas palabras más antes de que su silbato me haga trastabillar, cubriéndome el oído izquierdo con la mano. Victoria detiene el abrupto golpe al saco de boxeo, dándole un último –y bastante agresivo- golpe que hace que el saco se vaya en varias direcciones— Terminamos por hoy, Victoria. Cada día mejor, muchachita.
Sonríe, su frente surcada en sudor y las mejillas más enrojecidas que antes.
Luego de cambiarse el atuendo de gimnasia para volver al uniforme, nos despedimos del entrenador y nos vamos.
—Eres realmente buena con los puños —Comento, recordando la manera en que daba golpes al azar.
Suspira— Sí, eso dicen.
—¿Y no te duele? Quiero decir, ya sé que llevas guantes pero, no lo sé.
—Claro que me duele, pero se pasa después. Al principio cuando comencé a venir, las manos me dolían como el infierno y a pesar de los guantes, tenía pequeñas hematomas en los nudillos.
Subimos a la camioneta.
—¿No has pensado en decírselo a tu papá?
Se mira al espejo que antes en el colegio había estado jugueteando con él.
—Siempre lo pienso, pero no me animo —Se aflige— mi papá… él todavía me ve como si estuviera en el kínder o me trata como si tuviera 10 años. Incluso podría decir que me ve como las princesas de Disney. Estoy más que segura que no le va a gustar para nada que yo boxee. Ojo, no le estoy reclamando —Sonríe— pero papá es sobreprotector conmigo.
—No puedes culparlo, eres su princesa. —Corroboro.
Vuelve a sonreír.
—Una princesa boxeadora. Solo espero que no se desmaye cuando le cuente.
Me río— Esperemos que no.
.
La dejo en su casa a eso de las seis. Ahora no tengo que aparcar lejos, pero de todos modos me atemoriza que salga Sergio a recibirla o que justo venga llegando. Eso lo nota Victoria, es por eso que me pregunta.
—Sergio ladra pero no muerde.
—Ya veo —Pongo un mechón de mi pelo detrás de la oreja— De todas formas, es mejor que me quede aquí.
—Bien —Nos miramos a los ojos— Entonces…
—Hasta la próxima —Le digo— Gracias por… llevarme a verte boxear, aunque me estremezca la mayoría del tiempo.
—No es tan malo, es cosa de acostumbrarse.
No sé cómo logra acostumbrarse.
—Nos vemos pronto…
—Nos vemos pronto —Repite ella, pero su mirada cae por encima de mi hombro, luego mira a su alrededor— Dios, de nuevo siento como que hay alguien. Me estoy volviendo literalmente loca.
La silueta de Víctor aparece ante nosotras, saliendo por la puerta. Se acerca con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de chándal, de seguro acababa de llegar del trabajo. Lleva una mueca parecida a una sonrisa cuando me mira, pero intenta no ser demasiado obvio, así que lo intento también, mirando hacia el suelo. Victoria no se ve como si estuviera dudando de nosotros, de modo que todo está bien por el momento.
—Ya estaba por llamarte —Le habla a Victoria.
—Estábamos… estábamos —No se le ocurre que excusa darle a su papá.
Busco alguna rápidamente.
—Tomando helado. —Digo.
Victoria me mira, Víctor igual lo hace, pero éste frunce el ceño.
—¿Helado en otoño?
Pongo ambas manos en mis caderas.
—¿Acaso hay restricción con el helado según estación del año?
Alza ambas cejas, sorprendido.
Escucho la risa de Victoria.
—Yo mejor entro a la casa —Se vuelve a mí, una ceja levemente levantada— Gracias por el helado.
Llega hasta Víctor, poniéndose de puntillas y dejando un beso en su mejilla. Finalmente se va, entrando rápidamente a la casa.
—Helado —Murmura— Helado.
—Sí, helado ¿por qué te sorprende? —Pregunto con una sonrisa.
Mueve la cabeza en ambas direcciones; su sonrisa se enancha cuando me lanza un beso.
—Te amo, sabes —Me dice.
—Yo también te amo. Te daría un beso ahora pero ya ves, no creo que sea buena idea.
Mira hacia atrás, negando con la cabeza.
—No, en definitiva —Miro hacia abajo, mordiendo mi labio— ¿Te pasa algo?
Me vuelvo a encontrar con sus ojos a pesar del sol que nos molesta.
—¿Por qué?
Contrae los hombros.
—No lo sé, tus ojos están tristes.
Hago un gesto con la boca.
—Problemas, problemas y más problemas.
—¿Puedo saber cuál es ese problema?
Exhalo— Cristy se enteró que Victoria es mi hija.
Se ve sorprendido por ello.
—Uhm ¿y supongo que no lo tomó bien, verdad?
Niego— Está muy enojada conmigo, con mi madre y mi abuela. Aunque no puedo reprochárselo, le mentí y Cris odia las mentiras.
—Bueno, pero… se le va a pasar. Eres su hermana, tarde o temprano va a terminar cediendo.
—Eso espero. No quiero que me odie y no soporto que esté así por mi culpa.
Me sonríe, su mano acaricia tímidamente mi mentón, olvidando en donde nos encontramos.
—La quieres mucho.
—Ni te imaginas.
—Entonces, —Aleja su mano de mí, controlándose— con más razón creo que va a perdonarte. Si Victoria lo está intentando y yo caí rendido a tus pies ¿por qué Cristy no lo hará?
Esbozo una pequeña sonrisa.
—Eres increíble, ya te lo dije pero, te amo tanto. —Apenas tiene tiempo de responderme cuando su sonrisa desaparece, mirando por encima de mí. Me volteo encontrándome con el rostro iracundo de Sergio García. Mi piel se eriza, pero trato de no demostrarlo— Es mejor que me vaya —Digo rápidamente.
Sergio pasa a mi lado, sus ojos escrutándome.
—Vaya, tenemos visita —Articula en mi dirección.
—Myriam ya se va, Sergio, no seas un cabrón.
Lo mira— ¿Yo un cabrón?
—Adiós, Víctor —Me despido, alejándome de ellos. Los escucho discutir hasta que me subo a la camioneta. No sé qué pasa después, ya estoy demasiado lejos para oírlos.
Todavía puedo recordar al Sergio de antes. Siempre sonriendo, no éramos especialmente cercanos pero cuando estaba en casa de los García, él siempre me trataba con amabilidad. Ahora, con el tiempo y las circunstancias, él había logrado crear cierta ira y rencor en mi contra, justificado, pero me sorprendía que fuera con más intensidad que los demás.
Sergio no me iba a espantar, por más temor que le tuviera a su mirada o a su altura, no iba a intimidarme ahora.
Nunca.
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Mensaje  Eva Robles Sáb Ene 30, 2016 8:24 pm

por favor podrias poner un capitulo de esta novela que cada dia esta mejor sino va hacer un puente muuy laaaargo Sad

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Mensaje  Bere Dom Ene 31, 2016 1:23 am

Hola una disculpa este fin no pude poner el 2x1 ayer como todos los viernes... aquí va un capitulo y nos vemos el lunes...

Capítulo 19
Lo inevitable
Víctor
Cuando llego del trabajo esta tarde, voy directamente a la cocina por un vaso con agua. Estoy sediento y muy cansado. Los alumnos que me tocó hacerles clases hoy me hicieron una apuesta para correr con ellos los 45 minutos. Hasta ahora no me había percatado de lo que me cuesta hacerlo. Dios mío, quiero creer que no estoy viejo, solo he madurado en todo aspecto. Me muevo hacia la izquierda para enjuagar el vaso vacío, justo cuando Liliana ingresa a la cocina con una mueca de asco. Me saluda y se va directo a la nevera para coger el jarro con jugo de naranja.
—¿Qué tal, hermanito?
La veo verter del jugo en el vaso, luego se lo lleva a los labios, indecisa.
—Bien —Le contesto, girándome y sosteniéndome del mesón— un poco cansado. ¿Y tú?
Ella vuelve a hacer una mueca.
—Tengo el estómago débil —Dice, alejando el vaso. De pronto sus ojos me miran de una forma que no comprendo. Alza una ceja haciéndome ladear la cabeza— ¿Y?
—¿Y, qué? —Le pregunto de vuelta y Liliana suspira. Acomoda las palmas encima del mesón, viéndome como si estuviese a punto de regañarme— Te voy a hacer esta pregunta porque sabes que no soy buena cuando me callo las cosas… bien ¿qué tienes con Myriam?
Tengo el vaso ahora limpio en mis manos, removiendo el agua invisible del interior.
Frunzo el ceño— ¿Con Myriam? ¿Qué voy a tener con Myriam? —Miento descaradamente.
—No me mientas, Víctor García —Diablos. Cuando ella me llama por mis dos nombres es porque la cosa es seria— Los vi desde la ventana el otro día, parecían bastante coquetos.
Estoy a punto de decir alguna excusa pero sé que es inútil. Sobre todo teniendo en cuenta que se trata de Liliana, mi hermana, la que siempre termina sabiendo todo por sí sola. Así que en vez de seguir justificándome, me acerco lo suficiente para que solo quede entre nosotros.
—No se lo vayas a decir a nadie. —Le pido en un susurro. Liliana sacude la cabeza— Y no me des sermones.
—No pensaba hacerlo —Encoje los hombros, llevando a regañadientes el vaso a sus labios— pero si me permites un consejo, deberías decírselo a tu hija.
Suelto un suspiro y quiero mirar con el ceño fruncido a mi hermana pero no lo hago porque tiene razón. No quiero mentirle a Victoria y no quiero que las cosas empeoren si ella lo llegara a tomar mal. Todo se iría por la borda y ya no solo estaría enojada con Myriam, sino que conmigo también. Tengo que consultárselo a Myriam, ponernos de acuerdo. Si es buena idea decírselo juntos o solo por mí o qué se yo. No soy bueno para estas cosas, nunca fui bueno para lidiar con estos asuntos. No me era fácil y cómodo presentarle novias a mi hija, ahora menos cuando se trata de su propia madre.
Liliana está pálida sosteniendo el vaso.
—¿Qué te pasa? —Le pregunto.
Parpadea, volviéndose a mí.
—Nada, solo que odio el jugo de naranja.
La miro con incredulidad.
—Amas el jugo de naranja.
Tuerce la cabeza en una mueca de desagrado.
—No puedo entender por qué me gustaba. Es asqueroso. Bien, será mejor que me recueste… un poco. —Inspira profundamente— Piensa en lo que te dije, siempre es mejor ir con la verdad.
Sale de la cocina hecha una bala, pasando a llevar a nuestra madre, que lleva una bandeja vacía en las manos. Ella me mira preguntando qué demonios pasa con Liliana, y yo simplemente me encojo de hombros, sin saber qué responderle. Ayudo a mamá a lavar los platos mientras que ella ordena la despensa, reorganizando todo. Ella ama hacer esa cosa de poner todo en el lugar correspondiente. Yo no sirvo para esa mierda. Mientras termino, me pongo a pensar cómo le diré a Victoria sobre mi relación con Myriam "Victoria, lo que quiero decirte es que… amo a tu madre y estamos intentándolo de nuevo. Me gustaría que opinaras al respecto" No, no puede ser de esa forma. Me importa más su opinión que la del resto de mi familia. Estoy seguro que Sergio pegará el grito en el cielo y mis padres estarán como: Víctor, eres grande para tomar buenas decisiones. Sin embargo, todas y cada una de ellas van a repercutir en el futuro y el bienestar de Victoria es primero.
—Víctor —Pego un salto y hago sonar el montón de platos limpios en el lavavajillas. Mamá se va hacia atrás, completamente confundida por mi reacción— ¿Qué le pasa a todo el mundo hoy?
Me excuso para ir al despacho de papá, seguido de la atenta mirada de mi madre. En ningún momento quita la vista de mí, como si sospechara, pero obviamente no son sospechas, es solo que me siento estúpidamente perseguido por todos. Papá está leyendo un libro de su estante cuando entro, toco antes por supuesto y él me hace pasar enseguida. No necesita que le diga nada, él se acerca con whisky para los dos. No me gusta el whisky, pero estoy nervioso y probablemente me beba todo el vaso con hielo. Nos sentamos frente a frente en los sofás de cuero.
—Te veo intranquilo, hijo —Me dice y me quiero echar a llorar como una nena. Bebo un poco de mi trago, quemándome de inmediato la lengua. Se adormece y eso termina siendo placentero. Me quedo con los brazos encima de mis rodillas, apartando los ojos de mi padre— ¿Por qué no me cuentas lo que te tiene así?
Esbozo una sonrisa.
—¿Qué dirías si te digo que estoy fascinado por una mujer?
De pronto él sonríe también, su sonrisa muy parecida a la mía.
—Diría que eso está muy bien —Me contesta con un gesto— ¿Y cuál es el problema? O mejor lo adivino… ¿tiene que ver cierta golondrinita de cabello rubio y ojos azules?
Nos reímos. A papá le encanta llamarle golondrinita, pero yo noto que a ella no le gusta para nada.
—Tengo miedo de cómo pueda reaccionar. Ya sabes cómo es conmigo, no le gustan ninguna de las novias que he tenido.
—¿Y qué sabes? Hace mucho tiempo que no te vemos con una novia. Tal vez te llevas una sorpresa y termina aceptándolo.
Niego— No lo creo, ella es realmente hiriente cuando quiere.
Papá se echa a reír.
—Eso se llaman celos de hija única —Me explica— Si resulta todo bien, hasta capaz que termines dándole un hermanito.
Bebo más del whisky, removiendo la cabeza en negación. No, en definitiva.
—No creo que a esta altura de mi vida vaya a tener más hijos, papá —Río.
Contrae los hombros.
—No vengas con esas tonterías, apenas tienes 33 años —Estoy seguro que es su forma de subirme el ánimo— y si Victoria se lo toma bien, no dudes en traerla a casa para que la conozcamos —Me guiña un ojo.
Si supera de quién hablo…
Sergio nos interrumpe. Desprende los primeros dos botones de la camisa y lanza hacia una silla vacía el maletín. Mi hermano es jefe de una compañía de seguros. Primero lo era mi padre pero al jubilarse mi hermano tomó su puesto. Aunque papá sigue trabajando allí, solo que media jornada. Le señalo el whisky para que nos acompañe, él no tarda en llenar un poco su vaso con dos cubos de hielo. Se sienta a mi lado, un brazo pasándolo por mi espalda a modo de saludo.
—¿Problemas, Eddie?
Papá me sonríe, luego se dirige a Sergio.
—Problema llamado faldas
—¡¿Qué?! —Sergio exclama, tirándome hacia él para que nuestras cabezas choquen. Hago una mueca, pero él lo pasa desapercibido— ¿Conseguiste novia? O solo es un polvo cualquiera.
—Sergio —Papá regaña.
Éste abre los brazos en señal de disgusto.
—¡Papá, no está mamá para que me estés corrigiendo!
Remuevo lo poco que queda de mi bebida.
—No es un polvo, Sergio.
Se quedan en silencio. Tengo que levantar la cabeza para ver a mi hermano a los ojos. Parece muy sorprendido cuando me agarra del brazo.
—Demonios, Víctor. ¡Estás enamorado! —Declara como si hubiese descubierto América— Nunca te vi con esa cara ni cuando lo tuyo con Adrianaterminó. ¿Quién es?
Ana me salva las espaldas, tocando y pidiendo permiso para entrar.
No quiero decirlo justo ahora y menos a ellos. Victoria estaba en primer lugar, así que me tomo el resto de mi bebida y me armo de valor. Tengo que hablar con Myriam, es ahora o nunca. Sin embargo, cuando salgo del despacho lo primero que veo son los ojos de mi hija mientras Colin y Alan la jalan de los brazos. Ella está riéndose viendo como los niños intentan sin descanso moverla de su lugar, pero no son lo suficientemente fuertes para lograrlo.
Desisto de hacer cualquier plan este día. Necesito pensar, pensar claramente cómo se lo diré. Maldita sea.
.
Victoria
Papá estaciona frente a la entrada del colegio. Ha estado callado todo el camino y no es como si tuviera ánimos de entablar conversación. Estuve toda la mañana intentando aprenderme fechas y nombres para el maldito examen de historia, pero aquí estoy, olvidando todo el repaso absurdo. Me quito el cinturón, agarrando la mochila y besando la mejilla de papá. Él acaricia mi rostro.
—Que tengas buen día —Me dice.
—Tú igual. Te quiero, papá
—Y yo a ti. —Me bajo y lo miro. Hay una especie de duda que cruza su rostro, como si fuese a hablarme, pero sacude la cabeza, me da una última sonrisa y se marcha en el auto. Me quedo suspirando, recordando nuevamente que voy a reprobar en el examen.
Casey e Ethan aparecen de pronto, sin darme tiempo a escapar. Todavía sigo como tonta escondiéndome de Ethan a pesar de que insiste en que hablemos, yo no le doy oportunidad. Estoy arrastrando a mi amiga lejos de él, evitándolo una vez más. Lo escucho resoplar y mi alma se congela por un segundo, debatiéndome entre devolverme y abrazarlo o simplemente seguir ignorándolo. Opto por lo segundo, como la cobarde que soy. Tan pronto llegamos arriba el timbre nos avisa que debemos irnos al salón, así que otra vez la campana me salva. Encontramos a Luna en el espejo del baño, tarareando una canción de Katy Perry. Nos cruzamos con Hanna en el pasillo, pero ésta baja la cabeza para pasar sin saludar. Desde que ocurrió el incidente con las metanfetaminas, Hanna no ha querido juntarse con nosotras. Sospecho que Casey tiene que ver en eso, pero cuando intenté hablarle a Hanna, ella simplemente me dijo que no quería meterse en más problemas, ni conmigo ni con mi familia, así que entendí que quisiera alejarse a pesar de que no la culpo por lo que pasó, eso había sido mi responsabilidad.
Garrett pasa a tropezarse conmigo en la puerta, murmurando insultos a diestra y siniestra, pero ya no lo tomo en cuenta. A veces Garrett es peor que yo cuando ando con el periodo, de modo que me he acostumbrado un poco a su humor de mierda. Él sigue compitiendo conmigo en biología, por eso sé que nunca nos llevaremos bien y tampoco es como que sienta empatía hacia su persona. Lo siento, no puedo ser hipócrita.
En el examen de historia me la paso golpeando el lápiz en mi frente, cerrando los ojos y resoplando mi miseria. De las doce preguntas, si es que logro apuntarle, he acertado a tres. Supongamos que mi nombre y la fecha cuentan, así que cinco. Soy la tercera en salir del salón. Casey me da una mirada de auxilio, pero le encojo mis hombros, demostrando así lo horrible que me fue. Luna también resopla, pegándose a la silla y su cabeza inclinándose hasta que toca el respaldo. Las compadezco.
El pasadizo está vacío y eso me da tiempo a replantearme mis bajas calificaciones en historia. Siempre he sido un cero a la izquierda en esta asignatura, pero este año ha sido peor. Desde que comencé en septiembre, he estado un poco… distraída. Más o menos, pero en biología sigo con las mismas notas. Solo espero no bajar tanto y que papá no vaya a regañarme.
Bajo hasta el primer piso para ir al baño. Mis pies se dan prisa cuando escucho la voz de Ethan llamarme. No, demonios. No alcanzo a empujar la puerta cuando él tira de mi muñeca hacia él.
—No creas que te vas a escapar de mí otra vez.
Tiro, intentando soltarme.
—Tengo que ir al baño.
Se acerca, su mano alrededor de mi muñeca.
—Deja de evitarme, maldita sea.
—No te estoy evitando.
Suelta una risa amarga.
—Todos los malditos días, Victoria. ¿Qué más puedo hacer? Tan pronto me acerco tú te vas como una estrella fugaz.
Suspiro—Bueno ¿Qué quieres? —No es realmente lo que quiero saber, pero ya que él no piensa soltarme…
—Hablar contigo, hablar de lo que pasó en tu cumpleaños. ¿O acaso lo olvidaste?
Frunzo los labios.
—¿Podemos olvidar eso? ¿Y puedes soltarme la muñeca? Me estás lastimando.
Mira a nuestras manos y él me suelta de inmediato. Sin embargo, tengo sus ojos claros mirándome tan cerca que mi respiración se agita.
—Victoria… —Se pasa una mano por el pelo— Me gustas mucho.
Estoy teniendo probablemente un ataque de pánico silencioso, porque mi corazón no hace más que saltar en todas direcciones. Hasta siento que se ha cambiado de lugar, como instalarse en mi cuello por ejemplo.
—Eso se te va a pasar pronto…
—No, porque me gustas hace mucho tiempo, más de lo que te imaginas.
Alzo una ceja.
—Eso sonó malditamente psicópata.
Se ríe, su sonrisa me derrite las piernas.
—Bien, lo siento —De pronto deja de sonreír, alzando la mirada para verme— ¿Tú… no sientes nada? Por mí, quiero decir.
Esto es peor que un Knockout en las clases de box. Mi mano tiembla pero la presiono con fuerza, hundiendo las uñas en la piel. Mis ojos no se apartan de los de Ethan en ningún instante.
—Yo… sí. Es decir… me gustas… tú. —Balbuceo pero siento que lo he dicho bastante claro. Cuando él me mira con sorpresa, sé que lo comprende— Pero espérate, no vayas a emocionarte. Casey va a matarme, ella es mi mejor amiga en todo el mundo, y es tu hermana. —Todavía no termino la frase cuando él acerca sus manos y mi cuerpo choca con el suyo en un rápido movimiento. Estoy jadeando, tan cerca de sus labios— No estás entendiendo nada.
—Oh, claro que lo estoy entendiendo.
—No… —Lo empujo, sin embargo, no es tanta la fuerza que ocupo— no vayas a besarme.
Él mira mis labios y estoy gritando por dentro.
—¿Segura?
No, estúpido.
—Segu-ra —Inhalo y es suficiente para cortar la distancia entre los dos. No es él quien me besa, soy yo y eso me sorprende tan pronto estoy hurgando en sus labios. Ethan me presiona más fuerte cerca de él, subiendo una mano hasta mi rostro con el fin de que mi pelo no nos moleste. Tengo la misma sensación que nuestro primer beso: mis piernas como gelatina. Y tal vez el gritito en mi cabeza es porque ahora Ethan no está borracho.
Y también el hecho de que los nervios comienzan a irse, me hacen sentir más exaltada. Ya no hay temblores en mi cuerpo, más bien, un calor abrasador cuando él atrapa mi labio inferior. Estoy jadeando y necesito aire, pero estoy tan bien así que no quiero alejarme.
—¡Ay, Dios! ¡Dime que tu lengua no está en la boca de mi mejor amiga, Ethan!
Lo empujo lejos, mis mejillas arden y mi respiración se siente descompasada. Miramos a Casey al mismo tiempo. Ésta está cubriéndose la cara con las manos y vociferando en contra de su hermano. Me limito a ordenar mi cabello que Ethan estuvo enredándolo mientras nos besábamos.
—Ey, Casey —Le dice él— No seas paranoica.
—¿Yo paranoica? ¡Te encuentro a ti y a mi mejor amiga comiéndose la boca! ¿Cómo quieres que putamente reaccione? —Me acerco a ella, pero me da miedo que salte encima de mí. En serio ¿yo teniéndole miedo a Casey cuando sé defenderme? Esto es más que fuerza, más que un golpe, eso es nimiedad. Cuando Casey Bates se enoja… es el infierno. Ella parece más sorprendida que enojada, por lo que noto— ¡Traidora!
Ethan se acerca, poniendo un brazo alrededor de mi cintura.
—Estaba besando a mi novia.
Por un segundo no comprendo, pero cuando Casey me mira, lo hago, de modo que miro a Ethan con toda la sorpresa y desconcierto del mundo.
—Espera, —Lo detengo— yo no soy tu novia.
Él me mira, sus ojos resplandeciéndome por completo.
—¿Quieres ser mi novia?
Escucho el resoplido y el lloriqueo falso de Casey.
—Esto no es justo, Ethan Bates —Trato de defenderme— ¿Cómo que novia?
Encoje los hombros.
—¿Sí o no?
No puedo apartar la mirada de él, pero lo hago para ver a mi amiga. Está cruzada de brazos, su mandíbula desencajada por la sorpresa.
Así que, cuando le respondo, estoy sonriendo:
—Sí.
.
—No puedo creer lo traidora que puedes llegar a ser ¡Mala amiga! —Casey sigue vociferando en mi contra mientras bajamos las escaleras al término de clases. Quito el envoltorio de un cereal de manzana, ignorándola completamente. Cuando intenté explicarle la situación, ella simplemente me dijo "habla con mi mano" así que ahora que se aguante. Muerdo un pedazo de mi dulce, caminando hacia la salida— ¡Te estoy hablando!
Me detengo, encarándola. No puedo hablar de inmediato porque estoy masticando.
—¿Qué quieres que te diga? —Entrecierra los ojos, sus manos a cada lado de las caderas. Suspiro, echando la cabeza hacia atrás— Me gusta tu hermano, me encanta tu hermano ¿feliz?
Resopla— ¿Y lo dices así sin ninguna pizca de vergüenza?
Vuelvo a detenerme.
—Si te lo decía, ibas a matarme. Y si no me matabas, te ibas a poner así como te estás poniendo ahora.
Se queda callada todo el camino hasta la parada. Al llegar, finalmente se da por vencida.
—Bien, no voy a matarte y te sigo queriendo, pero ahora mismo me gustaría ahorcarte. ¿Sabes el trauma que tengo justo ahora? Todavía puedo… recordar la… lengua de mi hermano en tu boca, Iugh. —Me giro hacia la izquierda, mirando hacia los arbustos— ¿Qué estás mirando?
Busco, pero no encuentro nada.
Sacudo la cabeza— Cosas mías. Creo me estoy volviendo loca, siento como que estuvieran siguiéndome —Me río.
Casey no lo hace.
—Yo te estoy siguiendo y al parecer el estúpido de mi hermano igual.
Ruedo los ojos.
—¿Me lo vas a sacar en cara siempre?
Infla sus mejillas.
—¡SÍ!
.
Víctor
Myriam sostiene a Molly cuando llego al departamento.
Lleva una malditamente sexy jardinera con el tirante del lado izquierdo desprendido. Doy una lenta mirada a cuerpo completo y ella se da cuenta, por eso rueda los ojos, abriendo más la puerta para que pueda pasar. Le planto un beso en la boca y una caricia a Molly cuando entro finalmente. Lleva ballerinas puestas y no entiendo por qué, yo estoy muriéndome de frío, pero luego lo comprendo cuando la veo encender la aspiradora y empezar a pasarla por todos los rincones de la sala. Molly ladra en la cocina, escondida por el miedo que le causa el ruido. Myriam lleva amarrado una parte del pelo, lo demás cae en sus hombros. Me acerco para detener la aspiradora, ganándome una mirada de confusión.
—Tenemos que hablar —Digo y ella tropieza hacia atrás.
Hace una mueca.
—Me da miedo cuando me dices eso.
Tomo su cara entre mis manos y beso sus labios con desesperación.
—No es nada malo… creo.
Aparta la aspiradora, pasando por entre medio de los cables y jalándome hacia el sofá.
—Cuéntame.
Tomo sus manos, dando una pequeña caricia en los nudillos.
—Tenemos que decírselo a Victoria… lo nuestro.
Por un momento se queda callada, mirándome con el rostro turbado.
—¿Estás seguro? —Me pregunta.
—¿Tú no lo estás? —Respondo con otra pregunta.
Inspira profundamente.
—Es… complicado, pero sí… estoy segura —Frunce el ceño, como si no lo estuviera. Y a decir verdad, yo estaba igual que ella. Molly llega hasta nosotros, sus patas rasguñando nuestros pies. Tomo a la perra entre mis brazos, arrullándola y riéndome de sus coletas rosadas— Fue cosa de Nany —Me explica el por qué la perra se ve tan graciosa.
Myriam se asegura de que Molly no pueda salir del departamento para bajar a despedirme. No puedo apartar los ojos de la ex maldita –ahora bendita- jardinera. Estamos bajando con las manos entrelazadas, buscando alguna manera de decírselo a Victoria. Ella dice que probablemente sea mejor que yo se lo diga, puesto que tiene más confianza y así a lo mejor no lo toma tan mal. Quedamos en eso cuando llegamos al auto. El sol de noviembre ya no es caluroso como hasta hace poco, ahora el viento se cuela en nuestros huesos y Myriam lleva los brazos descubiertos, solo la manga cortita de su camiseta. La acerco a mi cuerpo para abrazarla y darle calor. Rápidamente tiene sus brazos alrededor de mí, presionando sus uñas en mi suéter. Tengo su cabeza apoyada en el hueco de mi cuello.
—Te llamo después, —Digo, todavía abrazándola— para decirte como me fue.
Suspira— Bien, nos vemos luego.
Nos separamos. Myriam se pone de puntillas y me besa. Es un beso tierno que me aseguro dure una eternidad. Tomo su labio superior entre los míos y presiono mi boca más fuerte a la suya. Me gusta besarla, es como si lo hubiese hecho toda la vida. Todavía recuerdo cuando éramos más niños. Tan inexpertos pero sus besos siempre lograban levantarme del suelo. Es la forma en que sus labios se moldean a los míos, no lo sé. Empezamos a acelerarnos y el beso deja de ser tierno. Pongo mi palma en su mejilla, mordiendo el interior de su boca y deslizando mi lengua dentro.
—¿Es necesario que hagan esto en la vía pública?
Myriam me empuja y yo la empujo devuelta. Estamos demasiado agitados como para hablar, así que cuando nos volteamos hacia Victoria, nuestras mejillas están más que encendidas. Mi corazón late a una velocidad inimaginable. El rostro de mi hija es una mueca de asco, cruzada de brazos y sacudiendo la cabeza.
—E-Victoria —Tartamudeo— ¿Qué haces aquí?
Myriam me da un codazo, volviéndose a ella.
—Podemos explicarlo —Dice, luego me mira, esperando que diga algo.
—Sí, —Digo— podemos explicarlo.
Victoria camina primero hacia el edificio, seguido de nosotros, pero estamos tan nerviosos que chocamos en la entrada por querer pasar primero. Finalmente dejo que Myriam lo haga. En el elevador, los tres estamos en absoluto silencio y puedo darme cuenta como Victoria mira entre Myriam y yo, como si no pudiese creer lo que acaba de ver. Estoy imaginándome a Victoria completamente furiosa en cuanto entremos al departamento, sin embargo me sorprende lo tranquila que está esperando que el elevador abra sus puertas. Quiero sacudirla y decirle ¡Reacciona! Pero ladeo la cabeza, alejando ese pensamiento.
Entramos y lo primero que hago es voltearme hacia mi hija
—¿Por qué… mejor no nos sentamos? —Ofrece Myriam. Se sienta primero, yo en el otro extremo y Victoria en medio.
Ninguno de los tres dice nada por un largo tiempo, demasiado para mi gusto. Por lo que, acabando con su paciencia, Victoria dice:
—¿Cuándo me lo iban a decir?
Miro a Myriam, está tan pálida como yo.
Carraspeo— Estaba pensando en decírtelo esta misma noche —Me mira con recelo, de modo que añado rápidamente— ¡Es verdad! Myriam es testigo.
Sacude la cabeza— Bien, igual no sé para qué le dan tantas vueltas si era más que obvio.
Comienzo a toser, Myriam se vuelve a Victoria.
—¿Cómo que obvio? ¿Qué quieres decir? —Pregunta lo que yo no pude por estar tosiendo.
Palpa sus rodillas, poniéndose de pie y encarándonos de frente.
—Primero —Empieza sosteniéndose el meñique con la otra mano para enumerar— es más que obvio que tú, papá, sigues enamorado de Myriam, incluso antes de que la encontrara. Segundo… —Myriam y yo nos miramos. Victoria sostiene su dedo anular, ahora mirando hacia Myriam— Tú llamaste a mi papá cuando tomé las metanfetaminas y eso solo significa que tienes su número, de modo que se vieron antes. Tercero… —Eso tenía malditamente sentido. Se voltea hacia mí— Cuando nos encontraste a Myriam y a mí hablando en el césped de noche luego la acompañaste a quién sabe dónde, los vi. Cuarto… cuando llevaste a Myriam a que habláramos hace poco eso no hace más que confirmar todo y la forma en que se miraron el otro día, después que… Myriam y yo tomáramos helado.
Estoy completamente sorprendido por su explicación.
—O sea qué —Sostengo— Tú siempre lo supiste.
—No, pero sospechaba —Se cruza de brazos.
Myriam ladea la cabeza, dirigiéndose a Victoria.
—¿Estás enojada?
Esperamos un maldito minuto en el que ella no dice nada.
—No
¡¿Qué?!
—¿Tu no qué significa? ¿No de "no estoy enojada" o no de "No acepto esto"?
Suspira, rodando los ojos.
—No, de no estoy enojada.
—¿Qué? —Preguntamos al unísono.
Victoria se explica:
—Dijiste que uno elige su camino, papá. Si tú elijes este, no puedo hacer nada. —No parece especialmente enojada, a pesar de que ha dicho que no lo está, pero sigue rara, como si le costara entenderlo. Sin embargo, no seguimos con la plática. Ella se va poco después, dejándonos totalmente anonadados.
Myriam me mira con suficiente shock.
—¿Y si ella le dice a tu familia?
La miro de vuelta. Entonces, corremos fuera del departamento antes de que desaparezca. El elevador es demasiado lento para que llegue al piso nueve, de modo que tenemos que bajar las escaleras. Myriam casi se tropieza en el último escalón del tercer piso y tengo que sujetarla antes de que salude al suelo. Salimos afuera y me limito a buscarla pero no la veo por ninguna parte. Esta niña es más rápida que yo y eso que ella para nada es deportista. Y luego, todo pasa en cámara lenta. Veo a Myriam mirar en la misma dirección que estoy viendo y es como si mi cerebro no quisiese reaccionar. Hay alguien sosteniendo a Victoria del brazo, como si estuviera jalándola y ella intenta soltarse. Me escucho a mí y luego a Myriam gritar a quién sea está asaltando a mi princesa, pero no alcanzo siquiera a tomarlo del cuello.
En tres segundos Victoria había hecho alguna maniobra para pegarle en las bolas con la rodilla, luego lo gira, malditamente increíble, hasta que su puño se estrella en el estómago de él. Todo eso mientras yo estoy acercándome, parpadeando y frunciendo ceño. ¿Qué carajo fue eso?
Myriam se acerca a Victoria, levantándole la cabeza.
—¿Estás bien? ¿Te hizo daño?
Mi hija sigue con el puño apretado, rojizo y preparado para aventarle otro. Estoy choqueado.
—S-Sí —Responde temblorosa.
Sacudo la cabeza, volviendo a la realidad. Agarro al tipo del suelo y lo levanto. Tiene esta cara de haber perdido su dignidad. Myriam abre desmesuradamente los ojos.
—¿Francisco? —Lo encara, está furiosa— ¡Eres un maldito! —Va acercarse a pegarle, pero Victoria la detiene.
—Myriam, déjalo —Le pide y ella se detiene.
Sigo agarrándolo de la camisa, su labio partido cuando cayó al suelo.
—¿Éste es tu ex marido? —Me dirijo a Myriam. Ésta todavía tiene una expresión de querer romperle más las bolas al bastardo, pero se queda ahí y yo hago el trabajo por ella. Sin embargo, no le pego en las bolas, sino preparo mi puño y lo estampo en su cara como la sabandija que es.
.
Victoria acaba de terminar de dar su testimonio de los hechos. A Myriam y a mí ya nos llamaron. Francisco estás tras las rejas pero no lo estará mucho tiempo porque no hay lesionados. Maldita ley. Si ese bastardo vuelve a acercarse a mi hija no me va a temblar la mano para matarlo a patadas. Nos quedamos sentados mientras esperamos al oficial para firmar e irnos. Estoy sentado al lado de mi hija, todavía consternado por como ella se defendió. Eso fue absolutamente maravilloso, pero ¿cómo aprendió a pelear así? Quiero decir, no parecía la Victoria que yo conozco.
Myriam se sienta junto a nosotros, suspirando y echando la cabeza hacia atrás.
Carraspeo— ¿Cómo aprendiste hacer eso? Pegar así, quiero decir.
Victoria pasa de mirarme a observar a Myriam, finalmente se vuelve a mí otra vez.
—Creo que tenemos que hablar.
Estoy más confundido que antes. Myriam pone una mano en mi brazo.
—Yo me voy a casa —Dice, poniéndose de pie— y siento mucho lo de Francisco.
Asentimos y ella se va. Me giro hacia mi hija que muerde su labio con demasiada fuerza.
—¿Y? ¿Qué tenemos que hablar?
Va a comenzar a hablar, pero el oficial nos interrumpe. Firmamos, nos aseguran que Francisco pasará la noche tras las rejas y nos vamos a casa. Ya en ella, Victoria no tiene motivos para no decirme nada. Mamá está demasiado ocupada tratando de meter el hilo en la aguja como para tomarnos en cuenta o saludarnos. Así que no le explicamos nada. Nos vamos a la sala, donde Victoria sigue mordiéndose el labio.
—No vayas a enojarte —Pide, sentándose en el sofá. La imito y me siento a su lado.
—¿Enojarme? ¿Por qué voy a enojarme? —Hace una mueca y tengo que adivinarlo— Ya sé, estoy seguro que fue Sergio quien-
—Papá, practico box.
—…te enseñó, espera ¿qué? —Hago un gesto con las cejas, frunciéndolas lo más que puedo. Estoy mirándola a ella que no repite mi delirio — ¿Acabas de decir… box? ¿Cómo boxeo? ¿Qué quieres decir con practicar box?
Retrae los hombros.
—Eso, yo… boxeo. Practico box todas las semanas —Vuelve a ser la misma mueca. Esa mueca que hacía de niña cuando rompía algo.
Me quedo en blanco.
—No entiendo —Sacudo mi cabeza, poniendo torpemente mis manos en posición como si estuviese imitando a un boxeador— ¿De esos… de esos que pegan puñetazos?
Frunce los labios.
—Sí
—¿Tú boxeadora?
—Sí
—¿Son los mismos que le pegan a un saco o se suben a un ring?
—Sí
Me quedo callado, estoy pensando, analizando lo que ha dicho. La vuelvo a mirar, ahora más confundido que antes.
—¿Acabas de decir que eres boxeadora?
Pierde la paciencia.
—¡Sí, papá, soy boxeadora!
Me voy a desmayar, lo estoy sintiendo.
—Tú no puedes ser boxeadora.
—¿Por qué no?
—Porque eres mi princesa —Le contesto— ¡Eres mi niña!
—¿Y eso que tiene que ver? ¡No soy una princesa, papá! No te lo dije porque… porque ibas a reaccionar así.
De seguro tengo los ojos dilatados. No, mi niña no puede ser…
—Cariño, eso es peligroso para una niña tan…
—¡Papá! —Exclama y me sorprendo— Mírame, no soy una niña chica, ya no. ¿Puedes verme? Mírame bien, no soy una princesa, no soy un bebé ¿entiendes?
Eso fue una bofetada virtual.
—Pero… no lo puedo creer —Me cubro la cara— ¿Y cómo se supone que debo reaccionar a esto?
Encoje uno de sus hombros.
—¿Aceptándolo? ¿Confiando en mí?
Exhalo por la nariz.
—¿Myriam lo sabe? Quiero decir, la miraste en la comisaría…
—Sí, lo sabe. Él le estaba pegando a ella esa vez cuando llegué.
—¿Entonces… tú le pegaste a Francisco?
—Sí
Me hace sentir orgulloso la forma en que se defiende pero sigo en shock. No puedo imaginármela con coleta, guantes y peleándose a puñetazos con otra persona.
—¡Pero si ni siquiera te gusta correr! ¿Cómo es que boxeas?
Se ríe— Sigue sin gustarme correr —La miro con el ceño fruncido, ella entrelaza mi brazo y su cabeza choca con mi hombro— Papá, por favor, solo confía en mí.
—Pero eres mujer.
Bien, eso la molesta.
—Ese es el pensamiento más retrógrada que te he escuchado en todo este tiempo, pa.
—Está bien —Suspiro, su sonrisa se enancha— ¡Dios mío! ¿Por qué tienes que crecer?
.
Myriam
Los días posteriores al incidente con el bastardo de Francisco y luego de que Víctor se enterara de que Victoria practica box, parece que habíamos vuelto a la normalidad. Victoria y yo nos vemos de vez en cuando, después de clases, los fines de semana y aunque sigue incomodándole que Víctor y yo estemos en una relación, no se ve como si le molestara realmente. No lo comenta con la familia, es como un secreto o como si se obligara a olvidarlo. Sin embargo, los primeros días siempre me sacaba en cara de que le había ocultado eso.
Cristy termina de dar su discurso y todo el mundo aplaude. Baja de la plataforma con las mejillas encendidas, suspirando y sentándose junto a Adrian. La ceremonia ha conseguido darme sueño menos cuando subió mi hermana, pero no podía esperar más para que finalizara. El sacerdote dirige unas cuantas palabras más antes de terminar. Luego nos vamos al cementerio, al que no he ido desde que sepultaron a papá. No parece diferente desde la última vez que vine. Familiares y conocidos dejan flores alrededor y el sacerdote lanza agua bendita como si se tratara de un santo. Nany no se mueve de su lugar, sigue mirando como todos lanzan flores. Si hubiese sido otro tiempo, probablemente sería la primera en lanzar flores o a dar unas palabras de cariño. Mamá tiene que despedir a la gente al ser la viuda. Cristy y yo nos despedimos de unos cuantos. Ella sigue sin dirigirme la palabra, a pesar de que de igual modo nos saludamos o hablamos, sigue una distancia.
No insisto porque sé que necesita tiempo.
Regresamos a casa a eso de las cinco. Mis pies arden cuando tocan la alfombra, yéndome directo a la cocina. Cristy me sigue, parándose frente a mí mientras sirvo jugo.
—¿Quieres? —Ofrezco pero ella niega con la cabeza. Después se queda en el mismo lugar, así que tengo que levantar la cabeza, mis ojos fijos en los suyos— ¿Qué pasó?
Suelta un suspiro que surge inesperadamente, sus brazos cayendo a cada lado en un suave sonido cuando choca con la ropa.
—Me rindo, Myriam —Me dice— No sirvo para estar enojada contigo.
Aparto el vaso con jugo, sonriendo levemente y antes de que incluso vaya hacia ella, Cristy ya está rodeándome en un abrazo. Correspondo a su abrazo, presionándola junto a mí, deleitándome en el aroma de su pelo. Extrañaba a mi hermana. Mamá y Nany nos vitorean desde la sala con emoción. Veo la sonrisa de Adrian, y sé que todo va a estar bien.
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—¿Todavía te faltan cosas que llevar? —Pregunta Cristy, viéndome sacar una caja de mi antigua habitación.
—Nop, solo estas pocas fotos. —Eran algunas fotografías mías cuando pequeña y otras de muchas navidades en casa de mis abuelos.
Cristy regresa a su habitación y yo me dispongo a bajar la escalera, pero me detengo. La puerta del cuarto de mamá está entreabierta. Muerdo mi labio, sacudiendo la cabeza, determinada a bajar pero no lo hago. Me quedo mirando a la puerta, a lo poco que se ve de la cama o del sofá. Me aseguro de que nadie me ve desde el primer piso y que Cristy no va a salir de su habitación todavía, así que entro rápidamente. Estoy volviéndome loca. Dejo mi caja encima de la cama sopesando lo que estoy por hacer. Sin pensármelo más abro el cajón y comienzo a hurgar como una ladrona. Me desespero porque no lo encuentro. Miro por encima de mi hombro, ratificando que no hay nadie, entonces lo siento, el suave papel entre mis dedos. Lo tiro hacia mí y lo escondo dentro de mi sostén. Estoy aguantando la respiración al cerrar el cajón, coger la caja e irme.
Me siento mal de ver a mamá después, pero no regreso el sobre al cajón. Me voy a casa poco después, con la caja y mis malditos nervios comiéndome por completo. Tan pronto cierro la puerta detrás de mí, saco el sobre de mi escondite. Mis manos tiemblan al sostenerlo. Saco lo que hay dentro, el maltratado papel tiene manchas y las letras están corridas. Se nota la parte donde mamá lo pegó con cinta adhesiva. Se forma un nudo en mi garganta y no dejo que salga hasta que rompo nuevamente la hoja, arrancándola por la mitad, del mismo modo que lo hice antes.
Rompo a llorar, no sé por qué y dejo caer las hojas al suelo. Estoy llorando e hipando durante mucho tiempo hasta que decido dejar de ser una estúpida y alimentar a Molly. Voy a mi habitación para cambiarme de ropa e ir al baño a limpiarme la cara. No me doy cuenta que llevo una parte de la carta colgando en mi suéter. Lo arranco, lo arrugo y lo lanzo al tarro de basura.
Alimento a Molly, me tomo un café cargado de cafeína y me quedo dormida. Estoy despertando cuando suena la puerta. Restriego mis ojos con cansancio, levantándome del sofá en donde estuve dormida. Abro la puerta encontrando la sonrisa radiante de Víctor y el ánimo vuelve a mi cuerpo. Él me mira un poco desconcertado, pero de igual manera se acerca a besar el tope de mi cabeza.
—Te desperté —Suena a puchero.
—Estaba despertando ¿quieres tomar algo?
—No, gracias —Contesta, acercándome y sentándome con él en el sofá— ¿Cómo fue la ceremonia?
Ruedo los ojos, apartando un poco mi cabello de la cara.
—Una tortura, salvo cuando le tocó hablar a Cristy, por cierto, ya no está enojada conmigo.
Eso le alegra— ¿Ves? Te lo dije.
Sonrío, poniéndome de pie.
—Me voy a lavar los dientes, no pienso besarte cuando acabo de despertarme.
Él se ríe, soltándome a regañadientes de la mano. Voy al baño de mi habitación, cepillándome los dientes a la vez que me miro al espejo. Mis ojeras han disminuido un poco y ya no sufro de insomnio. Rocio dice que es solo el estrés y que debería tomarme vacaciones más largas, pero no, me gusta trabajar. Enjuago mi boca, me cepillo el cabello y estoy lista para regresar a la sala. Hay ropa tirada en el suelo, así que la recojo rápidamente.
Cuando llego a la sala, Víctor está a espaldas de mí. No sé si sea intuición o no, pero mi corazón empieza a dar clavadas y no latidos. Y tan pronto se voltea con una parte de la carta en la mano, estoy por los suelos, mi aliento atorándose en mi garganta. Quiero gritar o preguntarle por qué tiene esa carta, pero nada sale de mi boca. La frente de Víctor está fruncida, su mano aferrándose a la mitad de esa hoja… pronto está mirándome, sus ojos penetrando mi alma.
—¿Qué significa esto, Myriam? —Me pregunta.
Estoy temblando.
—Dame… eso, Víctor.
Levanta la carta, sus fosas nasales abriéndose como un depredador.
—¡Dije, que significa esto! —Grita y yo salto hacia atrás.
Mis lágrimas no demoran en aparecer.
—No tenías que leer eso ¡¿Por qué lo leíste?!
—¿Dónde está la otra parte? —Pregunta con rapidez— ¿Dónde está la maldita otra parte de esta carta? —Su mano está temblando y sus ojos se han dilatado. Tengo miedo de acercarme— ¡Respóndeme de una puta vez!
Sacudo la cabeza, mi voz tartamudeando.
—L-La tiré a la basura.
Lo escucho jadear, su rostro arrugándose de puro coraje.
—¿Quién es la otra persona, Myriam? —Cierro los ojos— Aquí dice que había otra persona más aparte de tu padre, él te pide perdón aquí, pero dice que alguien más tiene que pagar sus errores ¡¿quién es?!
—No te lo voy a decir…
—¡¿QUIÉN ES?! —Vocifera a todo pulmón.
—¡NO TE PIENSO DECIR! —Chillo en respuesta. Necesito sostenerme de algo pronto.
Comienza a calmarse, su mano bajando con la carta. Finalmente la deja caer, mirándome tan decepcionado que quiero vomitar.
—Eres una mentirosa, siempre vas a ser una mentirosa. Prefieres callarte y sufrir sola, prefieres ocultarme todas las putas cosas que te pasan, pero estoy cansado ¡Cansado! ¡Me mientes todo el tiempo! Esto se acabó.
—No me digas eso —Le digo incapaz de soportarlo por mí misma. Estoy a un paso de desvanecerme en el suelo. Mi corazón salta cuando Víctor me mira de esta forma tan… desilusionada, es por eso que cuando él camina para irse probablemente para siempre de mi vida, grito, sin darme cuenta que estoy largando lo que he estado aguantando durante años— ¡Fue Manuel!
Me cubro la boca con la mano, cayendo al sofá y sintiendo las brasas que traen mis lágrimas. Estoy ahogándome, quiero llorar como magdalena, quiero gritar y gritar hasta quedarme sin voz.
Estoy viendo su rostro contraerse de una forma tan dolorosa, que suelto un sollozo, largándome a llorar.
—¿Qué… estás diciendo?
No puedo dejar de llorar.
—Manuel le pagó a mi padre por Victoria… y yo lo sabía —Vuelvo a cubrirme la boca, mis gritos mezclados con sollozos están atormentándome. Me voy a morir ahogada, asfixiada con mis propias manos.
Él niega con la cabeza.
—Estás mintiendo…
—¡No estoy mintiendo!
Se pasa una mano por el pelo, su cara tornándose pálida. Frunce los labios de una forma que solo me dice que quiere golpear algo con demasiada fuerza. Se acerca lo suficiente para que pueda ver como sus ojos se llenan de lágrimas.
—Dímelo, Myriam. Dime que pasó ¿cómo fue que…? —Exhala con esfuerzo.
Siento como el globo comienza a pincharse y no puedo impedir al aire salir. Ya está, ya se terminó todo.
—Mi padre me dijo que tenía una deuda y que lo más probable es que quedáramos en la calle. Había hipotecado la casa y supuestamente Manuel nos ayudaría con el dinero. Le pregunté por qué estaba diciéndome esto… y tu papá dijo que teníamos que irnos antes de que la justicia buscara a Antonio. Le dije que no me iba a ir sin mi bebé pero ellos insistieron, diciendo que iba a estar bien acá, que no me preocupara. Sin embargo, seguía sin querer irme.
—¿Mi papá? —Pregunta más para sí mismo que para mí.
—Si papá quedaba preso, nos quedaríamos sin nada y el sueldo que ganaba mi abuelo no alcanzaba para mantener a tantas personas. Me asusté pero aun así me negué a irme, así que Antonio no le quedó de otra más que chantajearme. Si me iba contigo y con la niña, él iba a denunciarte porque yo era menor de edad.
—¿Y cómo iba a ser eso? ¡Teníamos un bebé juntos!
—Terminé aceptando en ese minuto —Seguí hablando, a pesar de que él murmuraba para él— pero luego de meditarlo un poco, era absurdo. ¿Por qué teníamos que escapar si se supone que Manuel le iba a dar ese dinero a mi padre? Cuando Antonio me fue a buscar se lo dije y también le dije que no iba a irme. Y discutimos.
—¿Mi padre seguía ahí?
—Sí, y él también trato de convencerme. Me dijo que tan pronto la deuda estuviera pagada, podía volver. Sin embargo, para asegurarse de que no iba a arrepentirme otra vez, usaron a mi hermana para asustarme.
—¿Cristy?
—Los dos me dijeron que pensara en Cristy, que ella era pequeña y que no tenía por qué pasar miserias. Si finalmente esto no resultaba, mi tía Veronica tendría que enviar a Cristy a un internado fuera de Seattle, porque mamá ya no tendría como mantenerla.
—¿De qué maldita deuda hablaba Antonio?
—Ninguna, eso se lo inventó.
—¿Qué?
Estoy cansada de hablar, pero tomo una profunda inspiración.
—Por eso volví a los 18 a Seattle, porque me di cuenta que papá recibía dinero de los arrendatarios de nuestra antigua casa. ¿Cómo iba a recibir el dinero si se suponía que la hipotecó y todo ese tiempo debieron embargarla?
—Me dijiste que habías vuelto… pero que no te atreviste a buscarme.
—Me encontré con tu padre. Me dijo que me alejara de su familia, que yo ya había aceptado el dinero sucio. Mencionó a Cristy y entonces me fui, en vez de seguir buscándote, me fui, porque no era que Cristy pudiese ir de interna a otra ciudad, no era eso.
—¿Qué quieres decir? —Sus ojos buscan los míos, tan llenos de dolor y lágrimas.
—No podía volver, yo no iba a arriesgar a mi hermana. Sabía que mi bebé estaba bien porque Manuel no sería capaz de hacerte daño ni a ti ni a ella.
—No —Se lleva las manos a la cabeza.
Salto en mi propio hipo.
—Y volví otra vez, pensé que viviendo lejos él no iba a hacerle nada, pero me arrepentí y me fui. No tengo idea si tu padre supo que volví, pero unos meses más tarde entraron a mi casa estando Cristy sola, la asustaron pero no robaron nada. Y yo solo podía pensar en Manuel.
—Tu hermana… tu… —Está boquiabierto.
—Mi error fue quedarme de brazos cruzados, no insistí… la tercera vez estaba dispuesta a contarlo todo, pero pensaba en mi hermana y se me revolvía todo el estómago. Ni siquiera tenía pruebas para denunciarlo y todo ese tiempo que tuve para hacer, no lo hice. Y eso me duele. Estaba mi hermana de por medio pero también estaba mi hija. Si elegía a una, perdía a la otra. Y mi bebé estaba bien donde estaba, Cristy siempre iba a salir perdiendo.
Se pone de pie.
—Todo ese tiempo, Myriam… todo ese… tiempo para volver. Son 15 años ¡15! —Camina de un lado para otro— No puede ser, tiene que haber un error… no puede ser mi… ¡no puede ser mi padre! ¿Entiendes?
Me pongo de pie también, corriendo al baño de mi habitación. Busco entre el tarro de basura, encontrando la otra mitad de la carta. Cuando vuelvo Víctor sigue caminando. Le tiendo el papel con las manos temblorosas.
—Aquí está la otra parte de la carta —Él la toma entre sus manos, leyéndola y frunciendo el ceño.
Él me mira, sus ojos clavándose en los míos.
—Volvías y te ibas, volvías y te ibas…
—¡Ya sé! —Le grito— ¿Cómo iba a llegar un día y decirte lo que hizo tu padre si yo era una maldita desconocida para Victoria, una que los había abandonado y que prefirió callarlo durante años porque es una cobarde de mierda? Hay muchas cosas que me gustaría haber hecho y no hice. Me quedé… sentada viendo como pasaba el tiempo, creyendo que el dolor que sentía de no ver crecer a mi hija iba a terminar siendo como… parte de mí y nunca fue parte de mí, porque sigue doliendo como si hubiese pasado ayer.
Niega con la cabeza, puedo ver como parece sentirse fuera de lugar, en una pesadilla.
—¿Por qué mi padre haría una cosa así? —Pregunta mirándome directamente. Su rostro está manchado en lágrimas—¿Por qué?
Mis labios tiemblan.
—No lo sé, Víctor. Eso deberías preguntárselo a él.
Sus hombros se sacuden, lo veo trastabillar en medio de la sala, hasta que me mira, sus ojos escupiendo veneno en ellos. Estoy sollozando en silencio cuando sale deprisa del departamento.
Me suelto a llorar nuevamente, cayendo fuera del sofá y tocando el suelo. Tiro de mi pelo como si así fuera suficiente, pero no lo es. Nada lo es. De alguna manera alcanzo el celular y le mensajeo dos palabras a mi madre:
"Se acabó"
Kansas, 28 de Octubre de 2010.
Querida Myriam:
Sé lo mucho que odiabas que te llamara por tu nombre real, Myriam, pero aun así lo hacía. Cuando supe que sería padre estaba muy emocionado. Por fin tendría a mi heredero, a mi primogénito. Debo decir que en mi mente ya tenía hasta el nombre incluso antes de que tu madre tuviera los cinco meses. Y no voy a mentirte, porque sé que lo sabes, pero estaba desilusionado cuando el doctor nos dio la noticia de que una niña había nacido a las 00:51 un 13 de septiembre. Ansiaba un niño, es por eso que comencé a tener rencor hacia ti. Y vas a pensar que soy un bastardo por eso y puede que tengas razón.
Hice cosas malas, muy malas. Mi desesperanza aumentó cuando nació tu hermana. No lo podía creer. ¿Otra niña? Era como un castigo del cielo, no quería alimentar a otra mujer. Entonces todo ese rencor que alguna vez te tuve, se intensificó a tal grado que me molestaba todo lo que hacías, todo. Quería un varón que siguiera mis pasos, un varón que pudiese llevar una familia al hombro cuando fuese mayor, no una mujer a la que probablemente tuviese que sostener hasta el día de su matrimonio.
Y cuando saliste embarazada, Myriam, ese odio hacia ti se convirtió en todo lo que me rodeaba. Lo sentí como si tú estuvieras rebelándote. Y quería a toda costa que interrumpieras ese embarazo, no importaba qué, no importaba nada ya. Sin embargo, seguiste desobedeciéndome y debo decir que me sorprendió la forma en que te aferraste a ese bebé que no conocías, a pesar de que me tenías miedo. Tenías el apoyo de tu madre, el apoyo de tu abuela, no había forma de interrumpir nada. ¿Qué pasó después? ¡Fue niña! Una patada en la boca del estómago, eso fue lo que sentí.
Te pido perdón por todo lo que hice, por todo lo que tuviste que pasar. Y aunque también te has sentido culpable por abandonar a tu hija, a veces creo que fue lo mejor, como también hay veces que no lo creo así. La vida se ha encargado de darme una buena bofetada y estoy más que seguro que mis disculpas no servirán de nada, pero necesito hacerlo. Sin embargo, no voy a irme de este mundo con la culpa bajo el brazo. Así como tú te culpas por cruzarte de brazos, hay otra persona que conocemos muy bien que también hizo cosas malas. No estoy justificándome, pero te repito, no pienso irme de este mundo sabiendo que hay otra persona que ha cerrado la boca durante años.
Una persona que ha mantenido a su familia unida y feliz, pero a base de mentiras. ¿Qué diría su hijo si supiera lo que hizo? ¿Qué diría su esposa de las atrocidades que hizo por su "familia"? Me hubiese gustado ver la cara de ellos cuando se enteraran pero ya estaré bajo tierra, los gusanos comiéndose mis restos.
Manuel tiene un pasado tan negro como el mío y el hecho de que sea capaz de hacer cualquier cosa con tal de no perder, me hace preguntarme ¿qué harás cuando te reencuentres con él? Porque estoy más que seguro que algún día se van a volver a ver las caras.
Y si un día te encuentras con tu hija, Myriam, entrégale esto y que lea con sus propios ojos lo miserable que fue su abuelo.
Yo la vendí, tú lo aceptaste, yo te mentí, tú protegiste a tu hermana.
Te pido perdón a ti, a Cristy, a tu madre.
-Antonio.
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Mensaje  myrithalis Lun Feb 01, 2016 11:45 pm

Quiero capitulo !!!!!!!! bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce
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Mensaje  Bere Mar Feb 02, 2016 12:12 am

Capítulo 20
¿Dónde está Myriam?
Víctor
No estoy en mis cinco sentidos cuando llego al bar.
Y tampoco estoy consciente de que he bebido siete cervezas. Mantengo mi codo en la barra a sabiendas que voy a caerme de culo si me muevo a cualquier lado. Remuevo lo poco que queda de mi bebida, gruñendo por tan rápido que lo he terminado. Es fastidioso tener que llamar cada tanto a la chica para que rellene mi vaso. Entonces cuando lo hago, tampoco noto como mi lengua se enreda en mis dientes, impidiéndome hablar con claridad. Estoy en un puñetero trance, tratando de aclarar las cosas en mi cabeza. No quiero ir a casa en este estado, pero por lo menos la ira que tuve cuando salí del departamento de Myriam se ha ido un poco, por eso decidí venir al bar.
—O-Otra —Pido a la mesera, tropezando mi codo en la barra y mi cabeza cae en mi brazo. Escucho a la chica jadear pero logra quitarme el vaso de la mano. Podría levantar la cabeza ahora mismo, pero no puedo. Parece como si tuviese una carga encima, un ladrillo, una caja fuerte, lo que sea, pero que me impide hacer cualquier fuerza. Estoy volcándome en mi propia miseria y demonios que intento pensar razonablemente pero es imposible. Tan pronto el rostro de mi padre aparece en mi cabeza, la ira regresa. Lo mismo pasa cuando recuerdo a Antonio, incluso a Myriam. Sin embargo, nada es igual a cuando pienso en mi propio padre.
"Fue Manuel" presiono con fuerza mis ojos, esperando la maldita cerveza llegue a mis manos. Cuando el hielo y las gotas frías caen en mis dedos, estoy deseoso de sentir nuevamente aquel ardor en mi garganta. "Manuel le pagó a mi padre" el jodido latido en mi cabeza está acabando conmigo "No sería capaz de hacerte daño ni a ti ni a ella" estoy escuchando a Myriam nuevamente, tengo la voz de ella en mi agobiante cabeza "Eso deberías preguntárselo a él" tiro la cerveza lejos, escuchando el sonido del cristal hacerse añicos. El líquido de la bebida en mi mano, la mirada de terror de la mesera y veo como dos grandullones se acercan para tomarme de los brazos. Estoy forcejeando entre insultos con ellos, pero son demasiado grandes y corpulentos. Es por eso que en poco tiempo estoy tendido en el suelo fuera del bar.
Mi cara pegada al suelo, mis manos raspadas por el cemento. Me quiero poner de pie, pero en vez de eso estoy arrastrándome hasta un bote de basura. Ojalá fuese lo suficientemente grande para meterme en él y que el camión de la basura me lleve para vivir entre toda la mierda.
De alguna manera termino poniéndome de pie, mis piernas temblando por tanto alcohol en mi organismo. Estoy sujetándome de un auto estacionado, mis ojos adaptándose a la estúpida luz de los faroles. Siento el tintineo de las llaves del vehículo en el bolsillo de mis vaqueros, pero no puedo manejar, no en este estado. Incluso si estoy muerto de borracho, sé que no debo manejar en este estado. Mi mente divaga y de pronto la única persona que tengo en mente es Victoria.
Me embarga una pena enorme cuando la recuerdo y estoy lloriqueando mientras me sujeto de las paredes y trato de acercarme para detener un taxi. Pienso en ella, en sus ojos, en su voz, su sonrisa. Ella no se merece esto, y no merece vivir en una mentira. Cuando se entere de lo que mi padre hizo o lo que el padre de Myriam hizo, va a estar destrozada.
El hecho de que mi propio padre, la persona que más confianza tengo, haya pagado y lo haya ocultado durante tanto tiempo… me hace sentir… miserable y eso que no fui yo quien actuó mal. Ni siquiera sé cómo enfrentarlo, maldita sea. Estoy furioso, si lo tuviese delante de mí no tendría la fuerza para mantenerme lejos y no me temblaría la mano si tuviera que golpearlo, y eso que estamos hablando de mi padre.
Mi padre.
¿En serio? ¿Mi padre? No… no es fácil asimilar tantas cosas de una vez. Y mientras Myriam contaba todo como un globo de agua reventado, como si ya no pudiese soportarlo más. Lo soltó porque no tenía otra salida. Y probablemente estaría dudando si esa carta no me lo confirmara.
¿Por qué, Myriam? ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué permitiste que nuestra hija y yo viviésemos bajo el mismo techo que un traidor? ¿Por qué, maldita sea, por qué?
Tomo un taxi poco después, haciendo un esfuerzo para darle la dirección sin trabarme la lengua. Me quedo con la cabeza pegada a la cabecera del asiento, mis manos cruzadas, mis ojos viajando a todos los lugares que pasamos por la ventanilla. Las luces son flashes y las bocinas me aturden los oídos. Justo ahora me siento como en una especie de apogeo, como si estuviésemos volando en la cima en vez de estar sobre la tierra. Me siento más grande que el chófer o como si el taxi fuese demasiado pequeño para mí. No me doy cuenta en qué momento llegamos, pero estoy bajándome sin sentirlo, delante de mi oscura casa. Todos deben de estar durmiendo ya, no hay ninguna luz encendida. Camino con los pies arqueados, mi garganta inflándose por las ganas de llorar. La ira vuelve a mí a cada paso que doy.
No me encuentro con nadie dentro. Subo a tropezones las escaleras y al llegar a mi cuarto, lo único que quiero es huir.
.
En algún momento de la madrugada me duermo, porque ahora estoy con la boca seca y mi cabeza se parte en miles de pedazos. La luz que entra por la ventana no hace más que empeorar todo. Y de pronto, como un balde de agua, recuerdo absolutamente todo. Mi padre cae de golpe en mi cabeza, Myriam, Victoria, Antonio, y no puedo con todo. Me ciego nuevamente por la ira, por la confusión, por el coraje. En el baño, bajo la ducha, estoy constantemente golpeando a la pared de cerámica, cepillándome luego los dientes con un gruñido.
Bajo la escalera abotonándome la camisa, escuchando los murmullos de todos en la mesa. Necesito calmarme ahora, necesito malditamente calmarme y no hacer un escándalo delante de mi hija y mis sobrinos, pero siento que es imposible. No me puedo calmar. Y si voy a encarar a mi padre tengo que ser racional y no calentarme más la cabeza. Sin embargo, cuando mis ojos caen en como papá bromea con Victoria, la sangre me hierve, y quiero que puñeteramente deje de sonreírle.
—Hijo, ven a desayunar —Mi madre me regala una tierna sonrisa, sacudiendo sus manos y levantándose para llenar mi tazón con agua caliente. No nota mi frustración ni mi cara por los suelos— Todavía es temprano para que vayas a trabajar.
—Papá, no te vi llegar anoche —Victoria me mira con desconfianza.
Liliana interrumpe.
—De seguro anda con alguna novia.
—¿Ustedes ya saben? —Sergio pregunta.
Liliana y Victoria se miran.
Luego no escucho lo que hablan. Me siento al lado de mi hija, teniendo a mi padre muy cerca. Él me sonríe pero yo no lo hago. Estoy confundido, muy confundido. Ellos hablan y segundos después lo entiendo, así que estoy en otro lugar, no estoy sentado a la mesa. Presiono mis uñas en mis pantalones, la camisa demasiado apretada para mí. Ni siquiera estoy usando la ropa formal de gimnasia para trabajar, porque sinceramente, no pienso ir a trabajar. Quiero acabar con esto pronto.
—A todo esto —Dice Liliana— Victoria ¿qué pasó con tu aro en la lengua?
La veo enseñar su lengua y no hay rastro de aro. Hasta ese momento no me he dado cuenta que se lo ha quitado.
—Me aburrí de usarlo —Responde— Y ya no se nota el agujero.
Para variar, mi tazón con agua se ha enfriado y no alcanzo a ponerle café. Despedazo un pequeño trozo de pan con los dedos, mi antebrazo izquierdo sobre la mesa, mirando fijamente las líneas horizontales del mantel rojo de éste. Siguen las risas, los murmullos y como alcanzan con sus manos todo lo hay en la mesa para comer. Victoria termina rápidamente su tazón con chocolate, levantándose para lavarse los dientes e irse al colegio.
—Víctor ¿estás bien? —Pregunta papá. Su voz me exaspera y levanto los ojos hacia él. Me está mirando preocupado y quiero pegar mi puño a la mesa.
No le respondo, bajo los ojos nuevamente a las líneas del mantel.
Espera diez minutos más. Espera a que el transporte escolar venga por Colin y Alan. Espera a que Victoria se vaya al colegio, no dejes que pase por esto, no la humilles de esta forma.
No alcanzan a ser diez minutos. A los cinco el transporte ya se ha llevado a los pequeños y Victoria viene bajando la escalera con la mochila sobre la espalda. Mamá le lanza una manzana roja para el camino, aunque ella la guarda en su mochila porque no es buena combinación la manzana con el chocolate caliente. Así que comienza a despedirse. Siento como suenan los besos, el adiós de todos y pronto se vuelve hacia mí. Me besa la mejilla y siento su tacto suave y dulce corromperme los huesos. Quiero largarme a llorar en su hombro, decirle cuánto la amo y que no merece esto. Ojalá pudiese evitarlo, pero sé que tarde o temprano lo va a saber y yo voy a estar ahí, porque sé cuánto dolor va a sentir una vez lo sepa. No quiero ver a mi princesa sufrir.
—Papá —Me mira directamente— No te ves bien.
Alcanzo su mano, presionándola con la mía y dejando un beso en ella.
—No pasa nada. Que tengas buen día.
Me sonríe apenas, no está segura.
—Te quiero —Me dice.
Mi corazón se encoge.
—Y yo a ti, hija. Y yo a ti.
Se va, lo siento porque el aroma de su perfume pronto desaparece. Y escucho el portazo. Era suficiente. Hago puño mis manos, haciendo caso omiso de la conversación que está teniendo mi madre con Liliana y Ana. Sergio se pone de pie, ya preparado para irse al trabajo. Toma el maletín, se acerca a su esposa y entonces…
—Víctor, ¿por qué estás tan raro? —Ese es Manuel nuevamente.
Y exploto.
Levanto el rostro lentamente hacia él, desconociendo por completo a esa persona que tengo frente a mí. No es mi padre, él no es mi padre.
—¿De verdad quieres saber por qué estoy raro? —Pregunto con la voz tensa. Él frunce el ceño, mamá ha dejado la conversación a medias, mirándonos. Sergio no alcanza a despedirse de Ana y Erick tiene la taza de té en sus labios, pero no está bebiendo nada— ¿De verdad?
Encoje sus hombros.
—Me importa lo que te pase, hijo.
Suelto una carcajada.
—Esa no te la crees ni tú.
—¿Qué te pasa, Víctor? —La voz de mi madre hace eco en mis oídos.
La miro, no es necesario que diga nada, sé que ella no puede estar metida en esto. ¿O sí? Yo pensaba que conocía a mi padre ¿mi madre sería capaz de hacer esa atrocidad?
—Lo que pasa, madre —Digo, poniéndome de pie y sin apartar los ojos de papá. Éste sigue mi mirada, enderezándose en la silla— es que hemos estado viviendo engañados toda una maldita vida.
Sergio toma mi brazo, me suelto y él insiste.
—Víctor, tranquilízate —Me dice.
Y no puedo más, no puedo ser más sereno. Mis manos comienzan a temblar, estoy encolerizado.
—Diles tú, Manuel ¡Diles tú lo que hiciste hace 15 años! —Estoy completamente loco elevando mi voz varias octavas. Papá se pone de pie, sus ojos se agrandan, pareciera que estuviera a punto de desmayarse. Su piel se palidece, su pecho sube con irregularidad— ¡Diles, maldita sea!
Liliana se pone de pie también, intenta dirigirse a mí pero no soy capaz de mirarla.
—Víctor —Papá traga con dificultad— No hagas esto delante de todos.
Vuelvo a reír.
—¿Delante de todos? ¿Te da vergüenza decirles, Manuel?
—¡Decir qué! —Mamá está desesperada.
Apunto con el dedo hacia él.
No me importa nada.
—Éste hombre que ven aquí, fue capaz de destrozar mi vida sin importarle nada. —Todos me miran pero no comprenden. Hay un ruido, pero no me detengo— Éste hombre fue capaz de comprar a su propia nieta a Antonio hace 15 años. ¡15 años! ¡¿O me lo vas a negar, papá?!
—¡Víctor! —Chilla Liliana, pero ella no me está viendo a mí.
Me volteo. Mi corazón está en el suelo cuando veo como Victoria no ha soltado la mano de la manilla de la puerta. Su mirada se posa en mí, sus ojos brillantes y confusos pasando de mí para mirar a Manuel. No se puede mover, noto que no puede hacerlo.
—Papá… —Me dice en un susurro.
Quiero acercarme, juro que quise hacerlo, pero al igual que ella, no me pude mover.
—Lo siento —Le digo— Siento mucho esto, princesa, pero tienes que tomar tus cosas porque nos vamos de esta casa.
Mamá jadea.
—¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Cómo que te vas? ¡¿Y qué es esa acusación tan horrible que le estás haciendo a tu padre?! —Está llorando, una mano sobre su pecho.
—¡Es la verdad! —Grito, girándome hacia él— ¡Diles la maldita verdad! ¡Deja de ser un cobarde! —Me acerco a él, pero mamá me impide cualquier acción que estaba a punto de hacer en presencia de mi hija, que sigue en la puerta. Mamá bloquea mi paso, protegiéndolo— No hagas esto, mamá. ¡No te pongas de su lado!
—¡Me pongo de su lado porque lo que estás diciendo es completamente absurdo! ¡Es tu padre, Víctor! ¡Como si no lo conocieras!
—¡Pensé que lo conocía! —Alzo la voz. No quiero alzarle la voz a mi madre— ¡Pregúntale!
—Papá —Victoria vuelve a llamarme, pero no la miro, su voz suena temblorosa.
Mamá está entre la espada y la pared. Me mira, sus ojos anegados en lágrimas, tan llenos de dolor. Se gira hacia mi padre, agobiada.
—Tú no pudiste haber hecho eso, Manuel. Dile a tu hijo que no lo hiciste —Le pide, pero papá lo único que hace es bajar la cabeza. Es suficiente respuesta. Veo como el rostro de mi madre se desfigura, se congela— Tú no hiciste eso… tú no pudiste ser capaz… —Se lleva una mano a la boca y luego, sin ningún preámbulo, le da vuelta la cara a mi padre en una bofetada. Es un sonido sólido, uno que eriza mi nuca.
Más allá Liliana se desvanece en la silla, rompiendo a llorar. Me volteo encontrando a Victoria sentada en el sofá, las lágrimas descendiendo sin remedio y me siento roto por dentro. Alguien toca a la puerta, y Sergio es el único capaz de atender. El rostro de Refugio aparece y ella suspira al verme. Detrás de ella están Cristy y Adrian.
—Disculpen —Entra dándose cuenta de inmediato del alboroto— No quise interrumpir.
Cristy mira a Victoria por unos segundos.
—¿Qué pasa? —Le pregunto, acercándome hasta ella.
Mira a todos, dudosa de decirlo en voz alta.
—Quería saber si has sabido algo de Myriam.
Liliana sigue llorando y escucho los murmullos de Sergio, de Ana, el sollozo de mi madre.
—¿Dónde está Myriam? —Pregunta Victoria, el rostro crispado por el llanto.
Ahora es Refugio quien la mira, más dudosa que antes de hablar delante de tanta gente.
Sacude la cabeza, pero es Cristy la que habla.
—No sabemos nada de ella desde anoche. Le envió un mensaje a mamá y cuando fuimos, no estaba. La perra estaba sollozando sola en la cocina. La llamamos pero no contesta.
Los ojos de Refugio se posan en Manuel; una frialdad recorre su rostro por un segundo antes de enfocarse en mí de nuevo.
—La hemos buscado toda la mañana. —Me dice, notándose afligida— Estoy muy preocupada.
Y aunque Ana intentó hablar en susurros, todos la escuchamos:
—¿Se fue de nuevo?
Victoria mira a Ana y yo no tengo tiempo de detenerla cuando sube las escaleras. Tardo unos segundos antes de seguirla, pero tan pronto llego a su cuarto ella cierra la puerta con seguro. Toco, pero no me contesta. Hay ruido en su habitación, como si estuviese empujando un mueble. Liliana está pronto a mi lado, tocando la puerta también.
—Sal de ahí, hija. Resolvamos esto juntos —Le pido. No hay respuesta.
Liliana lo intenta— Victoria, hablemos ¿de acuerdo?
Seguimos sin respuesta. Toco con insistencia, si es necesario echar abajo la puerta, lo haré.
—¡Victoria, abre la puerta! —Grito.
—¡No! —Grita de vuelta, estoy seguro que está llorando por el tono de su voz— ¡No voy a salir! ¡No pienso salir hasta que venga mi mamá!
Liliana solloza mientras sigue tocando.
—Cariño, no sabemos dónde está tu mamá —Reconoce mi hermana— pero estoy segura que va a aparecer. Tienes que abrir, Victoria, no puedes quedarte ahí para siempre.
—¡Déjenme sola, no quiero ver a nadie!
Pego mi oído en su puerta, escuchando como llora, probablemente deambulando por toda su habitación. No quiero irme y dejarla sola, pero ella no va a dar su brazo a torcer. Liliana me empuja lejos, diciendo que baje y arregle las cosas, pero no estoy seguro que vayan a solucionarse con unas cuantas explicaciones. Estoy de regreso en el primer piso y de inmediato noto que mi padre no está. Lo busco con la sangre subiéndome a la cabeza hasta que Ana me dice que está con Sergio en el despacho. Mi cuerpo se contrae, se vuelve invisible y me quedo viendo el rostro afligido de Refugio, asustándose cuando el celular suena en sus manos.
Revisa rápidamente el destinatario, resoplando.
—Es Rocio, la amiga de Myriam —Explica, contestando— Todavía no hemos sabido nada —Le dice a la chica.
Me acerco a Cris y a Adrian que están de pie en el umbral de la puerta.
—¿Llamaron a la policía?
Cristy suspira.
—No, la hemos estado buscando por nuestra cuenta.
Me quedo pensando.
—El GPS, tenemos que buscarla con GPS.
Adrian niega— Myriam no se llevó la camioneta —Dice enseñándome el vehículo estacionado en la entrada. Me paso una mano por el pelo— me pareció extraño que no saliera con ella, puesto que parecía muy apurada.
Lo miro— Espera ¿la viste salir? ¿Hacia dónde la viste? ¿Cómo la viste? Dame detalles —Pregunto atropelladamente.
—Ella estaba… mal. Cuando le hablé ni siquiera me contestó y desapareció. No vi para qué lado fue, después me di cuenta que la camioneta estaba en el lugar de siempre. Llamé a Cristy para preguntarle si algo pasaba en su casa y saber si podía ayudar en algo. Llegaron después, cuando subimos a su departamento, la puerta estaba abierta.
Después que Refugio termina de hablar por teléfono, se acerca hasta nosotros, dirigiéndose a Cristy.
—Deberíamos seguir buscando, no me gusta quedarme sin hacer nada.
—Voy a tratar de insistir en llamarla —Le digo— si no aparece dentro de unas horas, vamos a tener que avisar a la policía.
Eso les asusta, pero asienten, despidiéndose poco después. Me apresuro a agarrar mi celular y marcarle, pero me dirige al buzón de voz, de modo que lo único que puedo hacer en este momento es dejarle un mensaje.
El teléfono pitea y me preparo para decir:
—Myriam, contesta el teléfono, por favor. Tu madre y tu hermana están preocupadas por ti y yo también. Te ruego que no hagas ninguna estupidez.
Suelto un suspiro, no puedo imaginarme dónde se pudo haber ido.
Liliana viene bajando sola cuando entro nuevamente. Su rostro excesivamente pálido, me da cuenta que ha estado enferma y no es solo por lo de nuestro padre. Erick intenta detenerme cuando voy directo al despacho. Mamá también está siguiéndome, pero los detengo. Ella está al borde de las lágrimas otra vez, sus manos temblando cuando se las lleva a la cara.
—Víctor, por favor, piensa en tu hija. No vayas a hacer nada con este coraje.
Tengo la mandíbula apretada.
—En ella estoy pensando, mamá.
Entro al despacho seguido de Erick. Mi padre parece miserable sentado en medio del sofá. Sergio mirando por la ventana, sus brazos en jarra. Hay un silencio incómodo antes de que noten mi presencia –o nuestra presencia- y luego siento un ligero descontrol. Papá no sabe qué hacer cuando me ve, intenta ponerse de pie, pero finalmente se queda sentado. Estoy al borde del colapso si no deja de mirarme con lástima.
Apunto hacia él.
—Quiero que me digas en este momento por qué mierda lo hiciste. —No está Sergio para decirme "ya basta, Víctor" o Erick intentando tranquilizarme. Al igual que yo, todos queremos saber la razón, una que este hombre no quiere darme. Sacude la cabeza haciendo un intento de sollozo y cubriéndose el rostro con las manos— Dilo de una maldita vez, Manuel. Quiero escucharlo de ti, quiero que tú, mi padre, me diga por qué me traicionó de esta forma. ¡Dilo!
Lo veo trastabillar, secarse las lágrimas y mirarme. No siento compasión.
—Lo hice por ustedes, por nuestra familia. No quería perder a tu madre.
Frunzo el ceño, escucho el gimoteo de Sergio. Mi hermano me mira sin entender absolutamente nada. Es él quien pregunta:
—¿Qué significa eso, papá?
Mi padre baja la cabeza, su cabello yendo a todas direcciones.
—No quería perder a tu madre, no quería perder a tu madre, no quería —Repite.
Mi paciencia se acaba.
—¡Sé claro! ¡No me sirven esas explicaciones! ¡Quiero saber por qué! ¡¿Qué tenemos que ver nosotros?!
—C-cometí errores garrafales, Víctor. Por eso lo hice.
Estoy enfurecido.
—¡¿Y por tus putos errores tenías que dejar a mi hija sin una madre?! —Él sigue sacudiendo la cabeza y repitiendo lo mismo. No soporto que siga así, no soporto sus explicaciones sin sentido. No estoy pensando lo que hago ni me doy cuenta de lo que estoy haciendo hasta que escucho a mi hermano hablarme. Estoy sosteniendo a mi padre de la camisa, levantándolo y con mis ojos inyectados en los suyos— ¡HABLA, DE UNA MALDITA VEZ!
—Víctor, déjalo ¡Víctor! —Sergio logra que lo suelte y Erick sostiene a mi padre. Tengo a Sergio cerca de mí sujetando mi rostro con sus manos, intentando calmarme de alguna manera— Hermano, por favor, sé razonable. No hagas cosas de las que te puedes arrepentir —Estoy lloriqueando como un bastardo — yo sé que esto es confuso pero ahora mismo él no va a decir nada. Víctor —Me vuelve a llamar y lo veo bajo mis ojos llenos de lágrimas— yo estoy contigo ¿oíste? Estoy de tu lado.
Manuel se queda en el despacho mientras los tres salimos. Necesito urgentemente una silla porque estoy por desplomarme cuando por fin me sueltan.
—¿Qué dijo? —Pregunta mi madre— ¿Te lo dijo?
—No —Respondo— Es un maldito cobarde.
Los ojos de mi madre se llenan de un odio profundo, aprieta los puños, mirando fijamente a la puerta.
—Si él no va a decírtelo, tendrá que decírmelo a mí.
Está caminando hasta el despacho secándose las lágrimas. Antes de que alcance a sostener la manilla, estoy diciendo:
—Él dijo que no quería perderte a ti, madre.
Se detiene.
Tengo las manos tiesas cuando noto que mi madre frunce el ceño, devolviéndose sin mirar a ninguno de nosotros. Se sienta en el sofá, todavía viendo a ninguna parte.
—¿Mamá? —Liliana pregunta.
Nuestra madre está murmurando para sí misma, su mano temblorosa sobre la frente, sacudiendo la cabeza.
—No… —Es lo último que escucho hasta que levanta la mirada hacia mí— creo… creo… que se a lo que se refiere.
—¿A qué? —Estoy rápidamente junto a ella, al igual que mis hermanos. Mamá sigue viéndome como si no creyera que fuese su hijo o algo así— Mamá, no te quedes callada.
Liliana carraspea— Ustedes siempre estaban peleándose antes ¿eso tiene algo que ver?
Mamá asiente.
—Con tu padre estábamos mal… antes de que Victoria naciera. —Mi mente divaga, puedo recordar la de veces que mamá no le dirigía ni la mirada a Manuel — Nos íbamos a divorciar.
—Lo recuerdo. —Le digo— Era obvio, mamá, pero ustedes estaban empecinados en ocultárnoslo.
—Sí —Frota su nariz— No estoy diciendo que sea esta la razón, es lo que yo pienso, lo que… se me viene a la cabeza. No hay otra explicación. Su padre…
—¿Papá, qué? —Sergio suena desesperado.
Los ojos de mamá lucen apagados, secos pero vidriosos.
—Su padre me engañó con otra mujer—Dice en un susurro. De momento ninguno de nosotros reacciona a nada, estamos de pie delante de ella, viendo como se apaga cada vez más— con Elizabeth, mi hermana.
—¡¿Qué?! —Exclama Liliana.
No, no puede ser.
—Mamá —Digo, ahogando mi voz— ¿Qué estás diciendo?
—Ellos fueron amantes durante muchos años y yo los descubrí. Por eso nos íbamos a divorciar. Yo… no iba a dar mi brazo a torcer, se lo dije. En cuanto Victoria naciera comenzaríamos los trámites de divorcio, pero… cuando Myriam finalmente desapareció de la faz de la tierra, tu padre me pidió que olvidáramos esto, que Víctor nos necesitaba a los dos, que intentáramos aunque fuera ser padres para ustedes y no esposos.
Estoy… más confundido que antes.
Sergio gruñe.
—¡¿Papá te engañó con tu hermana?! —Lo dice como si recién lo entendiera.
Me siento junto a mamá, mi voz no sale completamente.
—Entonces… —Comienzo— él… hizo esto porque… porque… —No puedo terminar la maldita frase— ¿Él hizo esto para que no te divorciaras de él?
Encoje los hombros.
—Es lo que yo supongo.
Resoplo y Liliana se mueve de su lugar, caminando de una esquina a otra.
—¿Por qué te quedaste con él, mamá? Quiero decir, él te engañó con tu hermana, tú hermana.
—¡Lo sé! —Exclama mi madre— ¿Qué iba a hacer yo? Myriam acababa de irse y Víctor estaba devastado. Tú, Liliana, estabas mal porque tu amiga se había ido. ¿Cómo íbamos a darles la noticia de que nos divorciábamos? Suficiente sufrimiento estábamos pasando. Victoria estaba recién nacida y Víctor no tenía idea de cómo ser padre, no cuando lo único que pensaba era que Myriam iba a volver en cualquier momento. Entonces cuando su padre me dijo que intentáramos llevarnos bien por ustedes, no encontré que fuese una mala idea.
Liliana se desvanece en el sofá con aspecto cansado, se dirige a mi madre otra vez.
—¿Y luego? Ahora ¿Lo perdonaste?
Mamá frunce los labios.
—Con el tiempo sí, con el tiempo de verdad lo hice. Perdoné, perdoné con el corazón, no quería una vida llena de rencores.
Vuelvo a resoplar— Aun así nunca te has llevado bien con Elizabeth.
—No, ya lo sé. Sin embargo, no es que le esté echando toda la culpa a ella, sabes, pero era mi hermana.
—Y papá, tu esposo —Le recuerdo— él te debía respeto y por cierto él me arruinó la vida.
Ella se acerca a mí, tomándome de las manos.
—Te juro, Víctor, que no sabía nada de esto. Nunca hubiese permitido algo así y jamás me imaginé que tu padre fuera capaz de una bajeza como ésta. Tienes que creerme.
Estoy viendo su ruego y es todo lo que necesito para desistir.
—No estoy desconfiando de ti, mamá.
Deja caer su cabeza en mi hombro, sollozando sin dejar soltar mis manos. Cuando veo como Liliana se desploma en el sofá, nos enderezamos. Erick está rápidamente junto a ella.
—Cariño —Sujeta su rostro para que despierte. Mamá rápidamente olvida su lamento para acudir a ella. Mi hermana está flácida encima del sofá, desmayada y prácticamente transparente.
—Ana, trae un poco de agua —Le pide mi madre.
Ana, que hasta ese momento no había dicho una sola palabra, se apresura a ir a la cocina.
Estamos alrededor de ella cuando se despierta. Suelta un suspiro desesperado, intentando levantar la cabeza pero ni Erick ni mamá la dejan. Está descansado en un almohadón del sofá, ahora el color volviendo a su rostro. Sigue mareada, es por eso que tan pronto pestañea, está cerrando los ojos con fuerza.
—Deberías quedarte así un rato —Sugiere Erick.
—¿Qué me pasó? —Pregunta alterada.
Ana le tiende el vaso con agua.
—Te desmayaste, pero no te preocupes que vas a estar bien —Consuela la rubia.
Mamá no parece segura de eso.
—¿Quieres que te llevemos al hospital?
Liliana niega con la cabeza.
—Está bien así, mamá.
Luego de un rato, parece más recuperada y hasta vuelve a caminar sin tambalearse. Estoy mordiéndome las uñas, mirando cada tanto la escalera. Victoria no ha dado señales y tampoco parece dispuesta a salir de su escondite. Dejo a todos en la sala, incluso olvidándome de papá en el despacho. Mi cabeza está a punto de explotar, Myriam viene a mi cabeza, ni siquiera me ha contestado la llamada. Toco ligeramente la puerta temiendo que se enfurezca de nuevo, pero tengo que hacerlo. Tengo que saber que está… bien. ¿A quién quiero engañar? Obviamente no está bien.
—¿Victoria? —Llamo. No hay respuesta— Solo dime que estás ahí.
Escucho ruido, pero no parece que venga a la puerta.
—¿Qué es todo esto, papá? —Me pregunta con la voz ronca. De seguro se la ha pasado llorando— ¿Qué es eso lo del abuelo? ¿Qué tiene que ver Myriam? No entiendo.
Pego mi frente en la puerta, sentándome en el suelo.
—Yo sé que estás confundida y que… lo más probable es que estés muy dolida pero tu abuelo hizo… cosas muy malas, muy, muy malas.
La escucho sollozar.
—¿Y tú crees eso? ¿Él lo reconoció? Es el abuelo, papá, él no sería…
—Victoria, él lo hizo.
Se pone a llorar otra vez. Está un buen rato llorando sola y lo único que quiero es traspasar la puerta.
—¿Dónde está Myriam? —Me pregunta después, su voz todavía sonando temblorosa.
—No lo sé.
—Ella se fue —Voy a negarle pero vuelve a hablar— Me abandonó de nuevo.
—No, Victoria, no digas eso. Myriam no se ha ido —Más vale que no.
—¡¿Y dónde está entonces?! ¡¿Por qué no viene a explicarme nada?!
Me doy la vuelta, mi oreja pegada a la puerta.
—Hija, hablemos ¿por qué no abres la puerta?
—¡No! —Grita ahora alterada— ¡Te dije que no iba a abrir si Myriam no viene!
Suspiro.
—Cuando… quieras hablar conmigo sin esta pared de por medio, yo voy a estar aquí ¿De acuerdo? No te guardes todo ese dolor, Victoria, eso no es bueno. Todos estamos sufriendo…
—¿Todos sufriendo? ¿En serio, papá? ¡Mi abuelo me compró! ¡A mí, no a ti! ¿Te das una idea de cómo estoy? ¿Puedes siquiera entender lo humillada que me siento? ¡Me compraron como si fuera un maldito objeto!
—Yo sé que debe ser muy difícil para ti… y todos estamos muy mal por eso. Y queremos que estés con nosotros, no escondiéndote aquí, eso lo único que hace es dañarte más.
—No voy a salir de aquí. —Suena tajante.
Bajo la escalera totalmente por vencido todavía con su llanto en mi oído. Llamo a Refugio para saber de Myriam, pero todavía no tienen noticias. Cuando colgamos ellos iban de camino a la comisaría. Estoy deseando ir con ellos pero no puedo con todo este lío y menos con Victoria encerrada en su habitación, por eso lo único que me quedo haciendo es marcándole a Myriam sin parar.
El tono del buzón suena nuevamente.
—Myriam, soy yo otra vez. ¿Dónde te metiste? Por favor, regresa. Victoria está encerrada en su habitación y no piensa salir hasta que vengas a hablar con ella. Te lo suplico, solo… vuelve.
¿Dónde demonios estás, Myriam Montemayor?
Entro a la casa y escucho los gritos de mamá desde el despacho. Ana me hace callar con el dedo sobre sus labios incluso antes de que diga algo. Luego veo a mi madre salir con lágrimas en los ojos.
Exhala, sus labios temblando cuando anuncia:
—Tu padre se va de la casa en este mismo instante.
Cuando una hora más tarde lo escuchamos bajar la escalera con una pequeña maleta en la mano, estamos todos esperando en la sala. Hay un silencio incómodo, de alguna forma intentando de hacernos a la idea o averiguando cómo mierda llegamos a esto. Esta mañana todos estaban riéndose en la mesa de desayuno, para más tarde deshacer el círculo familiar que hasta ahora nunca se había roto. Es increíble como de un momento a otro una familia se rompe, se pierde, se borra. Manuel nos dirige una mirada a todos, incapaz de hablar. Su rostro acabado, desgastado lo hace verse más viejo. Sin embargo, no me deleito en ellos, no siento nada por él. No ahora. No con esta furia que tengo.
Él abre la boca, la maleta firmemente sujeta en su mano.
—Lo siento mucho —Dice para todos, pero sus ojos recaen en mí— Siento haber sido un cobarde, Víctor. Nunca hice nada para arreglarlo, incluso cuando supe que estaba mal.
Y entonces se va.
Y es como si un pedazo de esta casa se hubiese ido con él. Es la fuerza o es la costumbre de saber que es el padre de familia y que ahora no, es… impactante. Liliana se larga a llorar abrazándome y solo puedo rodearla con los brazos porque realmente no sé qué decir.
Veo la foto descansado sobre la pared, una foto de todos nosotros. Mis padres más jóvenes sonriendo felices, mis hermanos y yo de niños manchándonos la boca de helado. Eran buenos tiempos, fueron buenos tiempos.
Ni siquiera sé si algún día pueda perdonarle esto a Manuel. Ni siquiera sé si algún día… pueda volver a mirarlo a los ojos y vea a mi papá en ellos nuevamente.
Pero ante cualquier cosa, debo salir adelante por mi hija, por mi familia. Ahora por mi madre.
Incluso por Myriam.
A todo esto…
¿Dónde carajos te metiste?
Debo reconocer que en eso Myriam y Victoria son muy parecidas, las dos se esconden en las dificultades. Victoria en su cuarto y Myriam… y Myriam quién sabe. Solo necesito saber que está bien.
Por favor, necesito despertar de esta pesadilla.
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Mensaje  Eva Robles Mar Feb 02, 2016 10:03 am

Mil gracias por el capitulo espero que pronto aparezca Myriam y no le pase nada malo y ya que esta sufriendo mucho Victoria y Víctor y su mamá por no saber nada de las

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