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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

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Mensaje  Bere Mar Feb 02, 2016 11:24 pm

Capítulo 21
Donde quiera que vayas.
Myriam
El viento sopla en mis pies desnudos, la arena brillante los cubre del sol. Estoy llevando un vestido blanco con un ligero escote en v. Siento el cálido tacto en mi mano derecha y segundos después los dedos de Víctor se entrelazan con los míos. Estamos en la playa bajo el sol de julio. La brisa del mar escuchándose en mis oídos, mi pelo alborotado cayendo en todas direcciones.
—¿Te imaginas tener una casa en la playa? —Pregunta Víctor con entusiasmo. Al igual que yo, está vestido de blanco; pantalones de lino y una camiseta holgada.
—¿Tener esta vista todos los días? Sería fabuloso —Le contesto.
—Como en las películas, nosotros tres, un perro y la casa en la playa. Aunque primero tenemos que terminar la Universidad.
Me río— Cuando nuestra hija cumpla los 18 puede ser.
Se ríe de vuelta.
Seguimos caminando. Estamos acercándonos a la orilla del mar cuando una vocecita nos interrumpe.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Encontré conchas de mar!
Una pequeña niña de unos seis años salta alrededor de nosotros enseñando las conchas de mar que acaba de recoger. Su pelo es negro, largo y delicado. Su vestido de flores ondeando alrededor de sus pies llenos de arena. Está riéndose y pronto sus ojos están clavándose en los míos. El azul intenso, tan intenso como el mar.
Víctor se inclina para tenerla más a su altura.
—Cuando regresemos a casa las vamos a limpiar y podrás coleccionarlas como las demás.
La niña sonríe— ¿Podemos quedarnos un poco más? Quiero seguir buscando.
Víctor se encoje de hombros.
—Creo que tienes que consultárselo a otra persona.
De pronto, ella vuelve a mirarme.
—¿Mamá, por favor?
Estoy fingiendo que pienso en ello y veo su rostro afligido. Me echo a reír, acariciando la punta de su pelo.
—De acuerdo —Le digo y ella salta alrededor, alejándose de nosotros para buscar más conchas— ¿Victoria? —Se voltea hacia nosotros—Donde nuestros ojos te vean.
Despierto con un profundo dolor en la espalda y tengo que enderezar las piernas para volverlas a sentir. Parpadeo, odiando la luz del día y deseando dormirme otra vez. A diferencia de otras veces, los sueños normalmente se me olvidan, menos este. Y quiero revivirlo otra vez, incluso si nunca fue cierto.
Muevo mi adolorida cabeza en varias direcciones, gruñendo por el intenso dolor que tengo. Mi cuerpo está presionado contra una pared y creo no recordar cómo demonios llegué aquí. Según lo que estoy viendo, se trata de un callejón. Es oscuro y huele a estiércol, claro, si unos pocos metros más allá hay un tarro más grande que yo de basura. Me pongo de pie arrepintiéndome inmediatamente. Tan pronto lo hago estoy tambaleándome hacia la pared, casi estampándome la cara en la briqueta. ¿Dónde estás Myriam? ¿Y cómo es que llegaste aquí? El por qué no es necesario, sé por qué vine aquí, lo que no recuerdo es cómo. Probablemente estaba tan cegada que no me di cuenta cuánto caminé durante la noche. Ni siquiera he bebido una gota de alcohol, las lágrimas y mi desdicha se encargaron de emborracharme y borrarme del mundo.
Miro el reloj en mi muñeca: 10:45 am.
Suelto un suspiro tembloroso. No quiero regresar a casa todavía. Me aterra el hecho de volver, me aterra dar explicaciones, me aterra darme cuenta que lo he perdido todo otra vez. Mi celular está en silencio y jadeo cuando veo 30 llamadas perdidas de mi madre y Cristy. No quiero hablar con ellas tampoco. Hay un mensaje de voz de Víctor y es suficiente para acobardarme de nuevo, así que lo termino apagando. Estoy completamente despierta cuando camino fuera del callejón, frotándome los ojos por el sol. Necesito un café urgente y casi me pongo a llorar cuando recuerdo que he traído la billetera. Pago por un cappuccino, recibiendo el cambio poco después. Mi cara tiene que estar horrible por la forma en que la cajera me mira, de seguro piensa que soy alguna vagabunda de por aquí. Mientras tomo un sorbo caliente de mi bebida, me miro en los ventanales de las tiendas de ropa. Y vaya. Horrible es una palabra muy pequeña para describir como me veo. Tengo los ojos hinchados de tanto llorar, las lágrimas marcadas en mis pómulos, mi cabello desordenado y la mayor parte de mi ropa arrugada. No me importa que me vean así, no me importa mi aspecto, ni mi vida ni nada que se le parezca. Estoy cruzando la calle cuando rompo a llorar, sin notarlo a tiempo.
He llorado tanto que me arden los ojos cuando las lágrimas caen. Casi me siento adormecida, no puedo oler el café porque estoy congestionada.
Me acerco a la esquina de la calle, apoyando el cuerpo en la pared y dejando escapar todo el sollozo que vengo bloqueando. No puedo parar, intento parar de llorar y me es imposible. Estoy soltando todo lo que he aguantado y me siento incapaz de respirar. Es una desesperación que empieza desde la boca del estómago.
Soy miserable, soy infeliz, soy lo que he cosechado.
"Puedes tener otros hijos siendo más mayor" había dicho Antonio "Te vas a enamorar otra vez"
Él nunca supo condenadamente amar en su vida, así que ¿para qué el consejo absurdo? No entendió nada, nunca entendió nada. Por eso jamás se lo perdoné, ni siquiera en la asquerosa carta que dejó. Y yo nunca llegué a comprender su odio hacia mí. Así como miles de niños hoy en día no piden venir al mundo, yo tampoco lo pedí.
Me alejo de la pared para seguir caminando. Estoy deseosa de llegar a algún lugar, desplomarme en el suelo y dormir. Quiero césped, quiero sombra, quiero dejar de llorar.
No sé cómo enfrentar esto. Nunca supe cómo hacerlo. Cuando pensaba en ello siempre traté de evadirlo, pero jamás me imaginé que fuese tan difícil. Había decidido por mí misma a no decir nada, a callarlo siempre. No es como si Manuel fuese el vecino de al lado. Es el padre de Víctor, es el abuelo de mi hija. No pude. Cristy estaba de por medio. Y él tuvo razón en una cosa: Ellos iban a estar bien, no sería capaz de hacerles daño. Lo confirmé el día en que vi a Victoria por primera vez. Tan hermosa, tan aterradora y angelical a la vez. Supe que las cosas a Manuel se le habían salido de las manos. No bastaba con que él quisiera alejarme de su familia para siempre, porque nunca se esperó que Victoria decidiera buscarme en primer lugar.
Llevo caminando tanto rato que no llego a ningún lado. Desconozco donde me encuentro, ni siquiera parece ser el centro de Seattle, así que debo de haber andado unos 20 minutos más o menos. Esto parece más un vecindario que una carretera, pero no puedo recordar la dirección.
Me apoyo cerca de un árbol, inspirando profundamente. Me siento agotada, mis piernas no dan más de agotamiento.
Escucho ladridos. Veo como un perro gigante se acerca a grandes zancadas hacia mí, desconfiado. Probablemente si me pongo a correr, el perro vaya a morderme y lo más posible es que termine muerta.
Bueno ¿Por qué no? ¿Qué más esperas en la vida, Myriam? No tienes nada, nunca tuviste nada. Cuando lo tuviste lo dejaste ir sin luchar ¿para qué seguir? Además, tu hija no te va a perdonar, Víctor te va a odiar y vas a acabar siendo una vieja decrépita en la calle, mendigando algo para comer.
A lo mejor el bastardo de Francisco tiene razón, nadie me va a aguantar como él.
Maldita sea.
Mi impulso de arrancar del perro es enorme, pero por algún motivo me quedo de pie, viendo su lengua cerca de mi pierna. Aguanto la respiración tan pronto pasa de largo, esquivándome, dándome la espalda.
Suelto un gemido.
Puede que no sea tu hora de morir, Bellita.
Quiero que mi maldita consciencia se calle, por favor.
Eres una pobre mujer sola y amargada.
Cállate.
Victoria va a pensar lo peor de ti cuando se entere.
¡Déjame en paz!
No tengo idea de la hora que es cuando llego a la entrada de un supermercado. Mi cuerpo tiembla de frío y me duelen los talones. Según el reloj de pared del lugar, son exactamente las 12 del día. Dios mío ¿cuánto caminé? Por algo no siento los pies. Me quedo sentada en una de las bancas a analizar mi vida. Mis manos están en los bolsillos, mi pierna moviéndose con insistencia.
Necesito volver a casa.
Tomo un taxi poco después, agradeciendo un poco el techo y el cómodo asiento. Cuando llego al edificio me arrepiento de decidir regresar, pero ya estoy aquí. Bill me mira sorprendido cuando entro, pero no me dirige la palabra, simplemente inclina la cabeza a modo de saludo. Cruzo rápidamente la recepción, subiendo por el elevador. Ya en casa todo es menos doloroso, aunque aún tengo la reacción de Víctor en mi cabeza.
¿Dónde está Molly? Me pregunto tan pronto me doy cuenta que no está por ninguna parte. De seguro está con mi madre.
Antes de llegar a la habitación ya estoy desprendiéndome de mi ropa. Me meto al baño y me sumerjo dentro de la ducha, sintiendo el agua fría tensándome los hombros, pechos, espalda. Masajeo mi pelo, espumándolo con el champú. Unos minutos más tarde estoy cepillándome los dientes. Me miro al espejo ratificando que ni con eso se me va a quitar la cara que llevo.
¿Y qué esperas? ¿Convertirte en Marilyn Monroe?
Alcanzo el celular de la cama, sopesando si mirar las llamadas o el buzón de voz de Víctor. Mis manos tiemblan cuando el celular se enciende. Rápidamente aparece en la pantalla más de 50 llamadas perdidas y dos buzones de voz. Mierda, los dos son de Víctor.
Golpean a la puerta. Sí, golpean. No están tocando, están casi echándola abajo.
No alcanzo a amarrarme el pelo en la toalla, apresurándome para abrir antes de que terminen molestando a los vecinos. En cuanto abro, los brazos de mi hermana están rodeándome.
—¡Myriam! ¡Dios mío, estás bien! —Me está apretujando tanto que no puedo respirar.
Mamá y Nany entran, cerrando la puerta.
Mamá chilla— ¡¿Dónde te habías metido?! ¿Te das una idea de cómo estamos por ti? ¡Pensábamos lo peor, Myriam!
Cristy me empuja, mirándome a los ojos.
—¡No vuelvas a hacer eso! ¡Demonios, me gustaría golpearte! —Me dice entre dientes.
Nany parece ser la única serena.
—¿Estás bien, pecosita 1?
Después de descargarse en mi contra, Mamá y Cristy me miran preocupadas. No es necesario que responda, ellas ya lo saben, pero lo hago de todos modos.
—No tengo la cara llena de risa, si a eso te refieres —Ninguna me responde devuelta— Voy a vestirme.
Mamá me interrumpe.
—Dimos aviso a la policía, pensamos que algo malo te había pasado. Myriam, escúchame. Ya sé que Víctor se enteró de todo, allá… ellos ya todos lo saben.
La miro, los nervios despertando en mi estómago.
—¿Todos? —Pregunto con temblor en la voz— ¿A qué te refieres con todos?
—Si lo preguntas por Victoria, sí, ella lo sabe —Me responde mi hermana, reafirmando que está enterada de todo. Seguramente Nany y mi madre tuvieron que explicarle la situación— Myriam, tienes que hablar con ella.
Me voy a desmayar.
Mis ojos se llenan de lágrimas.
—No puedo
Mamá toma mis manos.
—Sí, sí puedes.
Niego— No soy capaz, mamá.
—Se acabó, Myriam. Se acabaron las mentiras, se acabaron los silencios. Ahora es momento de enfrentarlo, sabías que esto iba a llegar algún día, lo que pasa es que nunca quisiste verlo.
Regreso a mi habitación cuando ya no puedo derramar más lágrimas. Las palabras de mamá me dejan peor. Termino de vestirme, sentándome finalmente en la cama, teniendo el teléfono encima del buró, deseando que desaparezca de mi vista pero no lo hace.
Me armo de valor, cogiéndolo y escuchando el primer buzón.
"Myriam, contesta el teléfono, por favor. Tu madre y tu hermana están preocupadas por ti y yo también. Te ruego que no hagas ninguna estupidez."
Suspiro, no es tan malo como imaginé. Ni siquiera me detuve a pensar en nadie cuando apagué el maldito celular.
Presiono el siguiente.
"Myriam, soy yo otra vez. ¿Dónde te metiste? Por favor, regresa. Victoria está encerrada en su habitación y no piensa salir hasta que vengas a hablar con ella. Te lo suplico, solo… vuelve."
Luego de que terminara de escuchar "habitación" y "hablar con ella" no alcanzo a comprender lo último. ¿Victoria encerrada en su habitación?
Aguanto la respiración, cambiando de lado el celular entre mis manos. Camino por todos lados tratando de calmar mis jodidos nervios. ¿Victoria no quiere salir de su habitación? De seguro está furiosa.
Cierro los ojos, cayendo sentada en la cama.
Tengo que ir. Ahora.
Llego a la sala ante la atenta mirada de todas. No me sale la voz, estoy completamente choqueada conmigo misma.
—Tengo… tengo… —Es tan pero tan difícil— tengo que ver a mi hija.
Mamá me da una sonrisa ansiosa y no alcanzo a escuchar lo que opinan ellas porque estoy saliendo del departamento. Antes de bajar las escaleras, Cris llega corriendo, estirando la mano para mostrarme que sostiene las llaves de mi camioneta.
—Creo que te servirán.
Las sostengo— Gracias.
Adrian y su padre me miran pasar, pero no tengo tiempo de decirles nada.
.s
Toco con insistencia el timbre de la puerta, mis manos temblando y siento un escalofrío en la espina dorsal. Me siento como si estuviera por enfrentar a mis propios demonios. Tranquilízate, Montemayor. Ya estás aquí ¿acaso piensas irte?
Yo nunca más me iba a ir.
Cuando se abre la puerta y los ojos de Víctor son lo primero que me encuentro, siento que me elevo del suelo. Tocando el cielo pero no de la buena manera. Al primer segundo él no reacciona con mi presencia, hasta que yo suelto un jadeo, parpadeando en su dirección.
—Myriam… ¿estás bien? —Me pregunta preocupado. Asiento en respuesta— Tienes que hablar con ella.
Mis dientes castañean.
—Lo sé.
Abre más la puerta y entro rápidamente. No me dice nada más, me mira de una forma extraña, como si pensara en abrazarme o es solo mi imaginación. Me guía hasta la escalera, lugar que ya conozco, pero lo sigo de todos modos. Juanita viene bajando cuando me ve, su rostro completamente compungido.
—No hay forma de sacarla de su habitación —Dice ella en mi dirección. Subo y cuando Víctor pretende hacerlo, su madre lo detiene— Déjalas a solas.
Él me mira y asiente, así que sigo subiendo. Parece como si siempre hubiese subido y caminado por este pasillo porque no me cuesta encontrar su habitación, y eso que solo he venido dos veces. La primera estaba todo muy oscuro, la segunda me encontraba demasiado nerviosa –menos que ahora- para memorizar el camino. La puerta está cerrada y me quedo afuera un momento. Estoy deambulando en círculos, mi mano sobre mi corazón. Hazlo ya, Myriam.
Tomo todas las fuerzas que tengo en ese momento para finalmente tocar a la puerta. Sin embargo, no obtengo respuesta. Vuelvo a tocar, ahora con más ímpetu, pero nada tampoco.
—Victoria… soy Myriam —Estoy con mi mano en el aire, agradeciendo que mi voz salga sin dificultad. Tardo en escuchar ruido. Ella no contesta, pero escucho como si estuviera empujando algo pesado. Mi corazón se acelera al sentir cómo le quita el seguro a la puerta. Y cuando al final me encuentro con su rostro, sus ojos tan llenos de tristeza, sé que fue buena decisión haber venido. Noto que ha estado llorando, su cabello desordenado, las manchas rojas en sus mejillas.
Frunce los labios mientras se aleja. Es todo lo que necesito para entrar, cerrando la puerta.
—¡¿Dónde estabas?! —Me reclama, su voz temblorosa— ¿Por qué no viniste hasta ahora?
Está demasiado alterada.
—Yo… no sabía cómo hacer esto.
Aparta un mechón de su pelo.
—¿Hacer qué? ¿O pensabas irte de nuevo?
Frunzo el ceño.
—¡No! No pensaba irme a ninguna parte. No sabía cómo enfrentarte, Victoria. No sabía cómo mirarte a la cara ahora.
Sacude la cabeza, confundida.
—No entiendo nada, Myriam. ¿Qué es todo este lío que armaste? —Camina para sentarse en la cama y yo la sigo, sentándome muy cerca de ella— ¿Me vendiste?
Mis ojos se agrandan.
—No, yo no te vendí.
—¿Y entonces por qué dicen que mi abuelo hizo eso… que dicen?
Dios mío, es tan difícil.
—Porque es la verdad. Él… ofreció dinero a cambio…
—A cambio de que me dejaras y tú ni tonta, lo aceptaste —Está atacando y no tengo cómo defenderme. Eso sonaba muy mal, horrible— ¿Y quién demonios es Antonio?
Sus ojos están llenos de confusión.
—Antonio es mi papá —Le contesto y la arruga en su frente, la arruga de confusión, desaparece. Está mirándome tan absorta que quiero echarme a llorar.
—¿Tu papá? —Pregunta, parpadeando— ¿Tu papá me vendió?
Mis labios tiemblan.
—Sí
Se queda en silencio demasiado tiempo. Mirando a la nada, a ratos viéndome a mí como si quisiera encontrar alguna mentira.
Después de algún momento, vuelve a hablar:
—¿Por qué no volviste antes? ¿Por qué nunca me buscaste? —Aclaro mi garganta, preparándome para explicarle. Intento decir todo lo mejor que puedo.
Le cuento como Antonio y Manuel me convencieron de entregársela a su abuelo, y como de primeras, me aferré a ella, a no querer darla. Le narro también, como me amenazaron con mi hermana, acabando así de convencerme. A ratos sacude la cabeza, frunciendo el ceño, jadeando, pero parece realmente conmovida. Está escuchándome atentamente cada palabra que digo, tal vez tratando de memorizarlas o entenderlas— O sea que… preferiste a tu hermana.
Sacudo la cabeza, no sé por qué tuve la sensación de que iba a decirme eso.
—No se trata de preferir a nadie. Yo solo quería asegurarme que estuviera bien.
—Y claro, a mí que me partiera un rayo.
—No —Niego, tomando su cara entre mis manos— Mírame… Victoria, por favor —Lo hace, me mira— Yo te amo, te quiero, te adoro. Y me hubiese gustado que las cosas fueran diferentes, haberte dado una vida diferente. No justifico el que no lo haya intentado, porque nunca hubiera sido suficiente, me di por vencida y he pagado esas consecuencias, te lo juro, pero tenías a Víctor, lo tuviste todo siempre, yo sabía que tú estarías perfectamente…
Victoria está llorando otra vez y eso me parte el alma.
—No me digas que lo tuve todo, no lo tuve todo. ¡No te tuve a ti!
Se aleja, mirando a otro lado.
—Lo siento tanto —Le digo llorando también— Tú también me faltaste siempre. ¿Me estás escuchando? —Le pregunto pero sigue viendo a otro lado. Estoy temblando, mi mano acercándose a su rostro y volviéndola hacia mí otra vez. Sus ojos llenos de lágrimas, llenos de miedo y de preguntas— Te estoy hablando.
—¿Cómo sé que no te vas a ir? ¿Qué no te vas a aburrir de mí? —Pregunta rápidamente, sonando desesperada.
Sonrío, es una pequeña sonrisa que ella nota.
—Lo único que quiero es tenerte conmigo ¿Cómo me voy a aburrir de ti?
Se seca las lágrimas, mirándome incrédula.
—Nos conocimos hace poco, no puedes simplemente quererme de un día para otro.
Encojo mis hombros.
—Tú naciste de mí, así que te amaba incluso antes de verte por primera vez. Desde que te sentí en mi vientre, dentro de mí.
Me mira, analizándome.
—No sé qué pensar, Myriam. Estoy peor que antes. De pronto me entero que mi abuelo hizo esto tan horrible y… todo se arruinó en segundos.
Tomo su mano entre las mías, acariciándola suavemente. Ella me deja hacerlo, mirándome de reojo.
—Me puedo imaginar lo que debes sentir, pero escúchame bien… nada de esto es tu culpa, nada ¿de acuerdo? Vas a ver que el tiempo va a curar todas tus heridas y la pena pronto se va a ir, tú solo ten paciencia.
Una lágrima solitaria cae por su mejilla.
—No puedo creer que mi abuelo haya hecho eso, —Sacude la cabeza— no parece ser él... o siempre fingió ser alguien que no es.
Nos quedamos calladas. Yo escuchándola sollozar, ella todavía dejando que sostenga su mano. No es necesario que hablemos, ya nos dijimos todo. Sin embargo, tengo estas ganas de abrazarla y no soltarla más, pero estoy segura que ella se alejaría.
Luego, cuando ya se le ha quitado el llanto, me pregunta:
—¿De verdad no te vas a aburrir?
Mis ojos encuentran los suyos rápidamente.
—No —Le digo—¿sabes por qué? —Niega con la cabeza— porque eres mi tesoro.
.
Estoy mareada cuando bajo la escalera. Tanto llanto y tantas verdades está terminando por acabar conmigo. Veo varios pares de ojos viéndome bajar y lo único que quiero es desaparecer. No quiero ver la lástima de ellos y tampoco quiero hacerles sentir incómodos con mi presencia. Víctor está de pie esperándome, sus manos dentro de los bolsillos, su mirada diciéndome: ¿Todo está bien?
Estoy mirándolo a él, solo a él.
—Creo que está más tranquila —Digo con un hilo de voz.
Hay suspiros y Víctor todavía no aparta los ojos de mí.
—Vamos al despacho. Tenemos mucho que hablar.
Asiento, siguiéndolo hasta una puerta ancha más allá de la escalera. No me topo con ninguno, no los miro hasta que desaparecemos. El despacho es amplio pero oscuro. En cuanto entro siento que tengo que salir corriendo. Me siento en un sofá verde, cerca de un calefactor eléctrico. Víctor se sienta en el brazo del sofá posterior, que es negro. Al igual que Victoria y Juanita, Víctor parece claramente acabado. Ojos dilatados, pópulos hinchados y las venas de su sien marcadas.
Y como he estado sensible desde anoche, quiero romper a llorar por su aspecto.
—Victoria no quería a nadie más que a ti, ni siquiera a mí, Myriam. No logramos que abriera su puerta hasta que llegaste tú. —Suspiro y a él lo veo morderse los labios— ¿Dónde estabas? ¿Pensaste en escapar?
—No, no pensaba hacerlo, pero no te voy a negar que la desesperación me hizo pensar cosas estúpidas.
Sacude la cabeza.
—¿No te das cuenta que ella te necesita? Esto no se trata de nosotros ni de lo que pasó con… con Manuel —Dice su nombre con un estremecimiento— Se trata de una niña de 15 años que se encerró en su cuarto pensando que te habías ido.
Lo miro— ¿No se encerró por Manuel?
Niega en respuesta.
—Creyó que de verdad te habías ido.
Siento una punzada en el corazón.
—Yo no voy a irme, Víctor. Solo no sabía cómo enfrentar esta situación, fue demasiado, tenía demasiadas cosas en la cabeza. Entonces decidí salir a despejarme, pero nunca imaginé que caminaría tanto y que sería peor. Desperté esta mañana en… no recuerdo dónde, pero estaba muy aturdida, confundida y aterrada.
No me dice nada y nos quedamos mirándonos a la cara mucho tiempo.
Él finalmente dice:
—Ya sé por qué lo hizo… Manuel.
Me enderezo en el asiento.
—¿Por qué? —Pregunto rápidamente.
Víctor inspira antes de contestar.
—Él engañó a mi madre con su hermana Elizabeth. En un intento de que mamá no le pidiera el divorcio, no encontró mejor cosa que pagarle a tu padre para que te fueras y así mamá no se divorciaría.
Frunzo el ceño.
—Eso… eso es lo más absurdo que he escuchado —Le digo. Estoy sacudiendo la cabeza, la impotencia creciendo en mí— ¿Por eso hizo lo que hizo? Dios…
—¿Sabes si tu padre lo sabía?
—No lo sé, supongo que sí —Respondo sincera, recordando las palabras en su carta "las atrocidades que hizo por su familia" — Siento mucho esto, Víctor.
Ladea la cabeza.
—No puedo creer que Manuel haya destruido esta familia. —No le contesto, lo dejo refunfuñar para sí mismo, entendiendo perfectamente. Luego me mira— Al final de todo… mi padre era igual que el tuyo, salvo que Manuel lo supo disimular muy bien. En serio, Myriam ¿qué clase de padres tuvimos?
Encojo los hombros.
—Soy la menos indicada para reprochar nada sobre padres.
Va a preguntarme por qué, pero se da cuenta de inmediato a lo que me refiero.
—No te vas a comparar…
—Me comparo —Digo, poniéndome de pie— que Manuel y mi padre hayan sido capaces de hacer lo que hicieron, no me hace sentir menos culpable. Me siento culpable, me siento mal por todo esto. Y nunca he sido madre para Victoria, así que poco puedo opinar de absolutamente… nada —Camino alrededor del despacho, rápidamente familiarizándome— ¿Él se fue? —Pregunto, refiriéndome a Manuel.
Se pasa una mano por el pelo.
—Sí, mamá lo echó de la casa. —Muerdo mi labio, asintiendo— ¿Por qué tu madre nunca hizo nada? ¿Y Nany? ¿Tu abuelo? ¿Qué pasó con ellos cuando te fuiste del hospital?
Me vuelvo a sentar en el sofá, mis manos entre medio de mis piernas, escondiéndolas.
—Mamá y mis abuelos se creyeron lo de la deuda. Cuando llegamos ese día a casa, mi mamá estaba muy sorprendida de verme y Antonio empezó a decir que teníamos que irnos rápidamente porque lo estaban buscando. Recuerdo la mirada que me dio mamá, ella estaba diciéndome que confiara en ella para decirle cualquier cosa, pero no pude hacerlo. Así que cuando Nany llegó a la sala, papá le dijo que finalmente había decidido dar a mi bebé en adopción pero como estaba escapando de la policía, dejamos todo en manos de ustedes y que yo estaba en perfectas condiciones para que me dieran de alta. —Recobro la respiración— En ese tiempo Nany y mi abuelo le creían todo a mi padre, todo. Cuando papá me gritaba, Nany siempre lo justificaba, aunque por supuesto me defendía, pero… no lo sé, ella creía que papá era bueno a su manera.
—Que equivocada estaba —Me dice.
—Sí, hace pocos meses le conté la verdad y… hasta antes de eso seguía recordándolo con cariño. Y mi madre se enteró que la deuda no existía al darme yo cuenta, se lo dije pero como le temía a mi padre tampoco hizo nada. Ella siempre dudó que yo hubiese decidido no quedarme con mi hija.
—¿Nunca sentiste que tu madre hizo poco por ti?
Niego— Yo le conté lo de Cristy. Ella no iba a permitir tampoco que le hicieran daño. Mamá le tenía demasiado terror a Antonio, más de lo que te puedas imaginar.
Víctor mira al suelo, sus manos comenzando a temblar. Veo a sus ojos vidriosos, opacados.
—¿Cómo… se vive con odio, Myriam? ¿Cómo has vivido odiando a tu padre tantos años, incluso estando ya muerto?
Sé que lo dice por Manuel y en cierto modo lo entiendo, pero no tengo respuesta para eso.
—Es natural, es parte de mí. Antonio nunca me quiso, Víctor, me lo confirmó en la carta. Desde que supo que había tenido una niña me odió, nunca me dio cariño ni se sintió orgulloso de mí por nada. Manuel estuvo contigo desde siempre, y no me mires así, no estoy justificándolo. Solo… no es igual a cómo yo odio a Antonio, así que no sabría decirte lo que siento. Si es odio… lo tengo bien domesticado.
—Es que Antonio era un desalmado por donde se le mirara.
—Sí —Respondo segundos después, poniéndome de pie— Lo era. —Ambos quedamos en silencio unos instantes — Debería irme. —Realmente estoy agotada. Necesito descansar, y dejar un poco el tema.
—Bien
Fuera del despacho, no hay nadie que me haga sentir incómoda. Todos parecen estar en la sala, de modo que cuando salimos por la puerta, no tengo que despedirme. Me acompaña hasta dónde está mi camioneta, todo el camino en silencio y yo tengo que hacer sonar las llaves en mis manos para distraerme.
Ni siquiera me dice nada cuando abro la puerta del vehículo. Es por eso que decido cortar la tensión.
—Siento mucho lo que está pasando tu familia, Víctor. Y me duele en el alma que Victoria esté sufriendo por esto. —Mis ojos se llenan de lágrimas. Él asiente, jugando a empujar con su zapato una piedra en el suelo— ¿Podrás algún día perdonarme?
Se queda viéndome como si estuviera inspeccionándome, confirmando que sea yo y no una impostora. Quita las manos de los bolsillos, estirando un brazo.
—Ven aquí —Me dice, pero pienso que estoy alucinando. Él está estirando el brazo… hacia mí— Ven, Myriam.
Estiro mi brazo y me tironea hacia él para darme un abrazo. Mi cabeza cae en su hombro y no aguanto las ganas de llorar. Lloro por lo que parece una eternidad. Sus grandes brazos rodeándome y apretándome hacía él. Estoy inhalando su perfume y no quiero separarme nunca. Cuando nos separamos, me doy cuenta que él también está llorando.
Jadeo, soltando un descontrolado hipo.
—Yo nunca dejé de pensar en ti —Reconozco.
Víctor logra levantar un poco la comisura de su boca, las lágrimas manchando su rostro.
—Yo tampoco —Reconoce de vuelta. Asiento, entrando a la camioneta. Cierro la puerta, asegurándome de bajar un poco el vidrio. Tan pronto enciendo el motor, el rostro de Víctor aparece con su mano encima de la ventana— y para que te conste, si vuelves a desaparecer, te voy a buscar … a donde quiera que vayas. Y estoy bastante seguro que Victoria también lo haría.
Se aleja, secándose la cara y esperando a que me vaya, sin embargo no puedo irme en ese minuto. Me quedo contemplándolo a pesar de que ambos estamos todavía lloriqueando. Después decido que tengo que irme, así que cuando estoy alejándome, puedo sentirlo mirarme incluso cuando ya he desaparecido por la calle.
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Mensaje  myrithalis Jue Feb 04, 2016 12:59 am

Quiero Capitulo niña!!!
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Mensaje  myrithalis Vie Feb 05, 2016 7:35 pm

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Mensaje  Bere Sáb Feb 06, 2016 1:27 am

Una disculpa enorme por la demora se me ha complicado demasiado publicar abrazos va su doble

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Capítulo 22
Nunca más.
Myriam
Octubre, 2000
Estoy caminando alrededor de la habitación con mi bebé llorando en mis brazos. Intento torpemente que deje de llorar de esa forma, pero parece que tuviera hambre. Está gritando, su cara tornándose roja y eso es suficiente para que me eche a llorar.
—Por favor, no llores —Le suplico, mas no parece importarle ni mis súplicas ni mis lágrimas de tormento— Mamá está contigo. —La acerco tanto a mí que mi cabeza roza con la suya. La acuno mientras tarareo entre lágrimas aun cuando su grito desgarrador no disminuye. Estoy llorando de nuevo— Bebé, por favor, deja de llorar así.
Cuando regreso a la cama, tengo que aguantar la respiración por el ardor que tengo entre medio de mis piernas, pero como mi hija sigue llorando, lo paso sin tomarle importancia. Ahora cargo a la bebé en mis manos para acostarla en la cama. Eso la enfurece más, así que rápidamente me desprendo de los botones de mi pijama para darle de comer. No sé amamantarla, mamá me explicó y la enfermera también, pero no sé hacerlo sola. Regreso a la niña a mis brazos, acomodándola como puedo y tan pronto la acerco al pezón, ella está buscando por sí sola. Me sorprendo por eso, echándome a reír todavía con lágrimas en los ojos. Me siento tranquila de que haya dejado de llorar a pesar de que suelto un jadeo cuando me succiona.
Veo entusiasmada la forma en que su pequeña mano descansa encima de mi pecho, tan delgada y frágil. Apenas se le notan las uñas por la transparencia.
Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida.
Su mechón negro es un remolino en su cabeza. Jugueteo con él con suavidad, asegurándome de que no estoy haciéndole daño. Por un momento deja de chupar, como si se hubiese quedado dormida. Poco después la veo exhalar y finalmente vuelve a succionar. Probablemente estaba cansada.
Mi bebé.
—¿Cuál va a ser tu nombre? —Pregunto en un susurro. Obviamente no obtengo respuesta— Podrías llamarte bebé.
Alcanzo como puedo el bolso que está encima de la mesita. Rebusco dentro, sosteniendo en mi mano una cámara de fotos. Cuando la niña deja de comer me bajo el pijama para esconder mi pecho y me dejo deleitar con su boca en forma de corazón y la manera en que presiona con fuerza sus ojos cerrados. Preparo la cámara, apuntándola hacia ella y saco la fotografía.
2015.
—¿Qué tú qué? —Ángela cierra la puerta y tengo que apartar la mirada expectante de Rocio, que sigue alarmada y asombrada por la noticia. Está inclinada hacia adelante, su estómago chocando con la mesa y sus rulos meciéndose con el viento. Desde que llegué esta mañana a trabajar, ninguna de las dos dejó que pasara por alto mi ausencia de ayer— ¿Cómo que Victoria es tu hija? ¿Victoria? ¿La compañera de piano de mi hija Resee? ¿La hija del maravilloso pero inalcanzable Víctor García? ¿La misma que vino una vez aquí? ¿La misma a la que le dije que te ibas a Boston?
Suspiro.
—Sí, Rocio, sí —Contesto, recopilando todas las carpetas de la mesa— Y ahora si me disculpan… —Me pongo de pie pero Rocio toma mi brazo para que me siente. Mi trasero choca con la silla causando que suelte un gemido de dolor.
—Tú no te vas a ninguna parte ¡¿Cómo es eso de que tienes una hija?! ¡Si no tienes hijos! ¡Y menos esa niña que conozco desde que tenía unos 9 años!
Eric nos interrumpe, gracias a Dios.
—Myriam, comenzamos en 10 —Me anuncia, enseñándome ambas palmas rápidamente antes de irse.
Ahora sí me pongo de pie. Arreglo mi blusa al mismo tiempo que tomo las carpetas y dirijo una mirada amable a Rocio, que sigue con los ojos desorbitados, completamente choqueada. Parece que no logra asimilar nada.
—Espera un momento… —Cuando toco la manilla, ella está chillando— ¡Maldita sea, te acostaste con el guapetón de Víctor García! ¡Te odio!
Ruedo los ojos y Ángela se ríe mientras salimos de la oficina.
Le tuve que contar a Rocio algunos pormenores y la razón de mi desaparición. Ella simplemente no entendía por qué tenía tanto interés en Victoria, y no pude ocultárselo más. En cambio Ángela no me ha preguntado nada, solo se queda en silencio, mirándome y repitiendo que tengo su apoyo.
A pesar de que siento que me he sacado un gran peso de encima, sigo sintiéndome terriblemente mal. No puedo imaginarme lo extraño que se debe sentir todo en casa de Víctor, sobre todo mi niña, tan confundida como lo estaba ayer. Mi madre me insistió en que me quedara con ella en casa anoche, pero yo solo quería mi cama, dormir en algo suave, blando y no en una pared de briqueta ni con olor a estiércol. Así que terminé por convencerla, a pesar que no la vi muy segura.
Luego de terminar mi primer periodo regreso a la oficina con la ficha de mañana. Ángela impide que cierre la puerta con su mano para entrar detrás de mí. Se sienta en la silla vacía, acomodando la mitad de su pelo a un lado del hombro.
—Myriam ¡arriba el ánimo! —Me dice con una sonrisa. Sonrío de vuelta, pero no puedo dejar de pensar en Victoria— ¿Te acuerdas cuando… me dijiste que tenía que estar segura de mi misma para poder olvidar a Ben? —Aparto mi pelo dando una mirada hacia ella y asintiendo poco después— Bueno, ese consejo va para ti también.
Le frunzo el ceño.
—No entiendo.
Se endereza en el asiento.
—Si no dejas de culparte por lo que pasó en el pasado, nunca vas a poder recuperar a tu hija. Cuando la tengas realmente contigo, cuando por fin te acepte, te vas a echar atrás porque vas a sentir que no lo mereces.
La miro. Aunque no quiera reconocerlo, tiene razón.
—No sé si eso pueda pasar.
—¿Recuperar a Victoria?
—No, quitarme la culpa.
Encoje los hombros.
—Eso depende de ti. Nada más que de ti.
La última frase de Ángela se queda rondando en mi cabeza el resto de la tarde. Me quedo destacando con un marcador amarillo mi cuartilla para el programa de las seis y preparando preguntas para entrevistar a un músico este jueves. Tengo las preguntas en la punta de la lengua, sin embargo, mi mente vaga a todas partes y las olvido rápidamente. Sacudo la cabeza con un suspiro y presiono con la yema de los dedos mi frente para así conseguir concentrarme. No lo consigo en ese momento, terminando por vencerme a mí misma. Dejo el folio encima de la mesa, poniéndome de pie y llenando un vaso con agua.
Hago lo mejor que puedo, fingir que todo está bien el resto del día.
Llego muerta de cansada a casa, arrastro los pies y me dejo caer en el sofá. Mi cabeza golpeándose en el respaldo pero no me importa. Molly llega a mis pies de inmediato, sollozando y acomodando su cabeza en mi pantorrilla. De algún modo estiro mi mano para sobar detrás de su oreja. Ha estado así desde que llegué anoche. El hecho de que mi perra se dé cuenta de todo lo que pasa alrededor, me hace sentir una mala dueña.
Soy una mala madre, una mala dueña. Que alguien me explique que demonios hago bien.
Me quito la ropa por prenda, dejando al último la ropa interior, todo eso mientras llego al baño. Abro la llave del agua fría y después la del agua caliente. Me meto dentro deseosa de sentir el agua alrededor de mi cuerpo. Cuando estoy tensa el agua siempre logra calmarme, relajarme. Así que cuando la lluvia cae desde el mango de la ducha, estoy feliz de que por lo menos tengo unos minutos para tranquilizarme. Sin embargo, no me espero que eso no suceda. Pasan cinco, diez, quince minutos y me siento igual de intranquila que antes. Me aferro al bote de champú para agregar un poco a mi pelo, pero me entra un poco de espuma a los ojos y eso termina acabando conmigo. Lanzo el champú y todo lo que hay en la repisa de la ducha, tirándolos al suelo y me encuentro tironeando de mi pelo con el picor del champú todavía en los ojos. No estoy segura si es por esa razón por la que estoy llorando o es simplemente una excusa para gritar. Suelto un gemido de dolor al irme hacia atrás, ocasionando que choque con la pared. Me arrastro en ella, sentándome en la tina mientras que el agua aun cae encima de mí. Pego mis rodillas casi a mi barbilla, llorando y gruñendo por no poder controlarme.
Media hora más tarde salgo con dos cardenales en las piernas, uno en el codo y una zona roja en la espalda de cuando me he topado con la pared.
Me envuelvo en una bata de baño, caminando descalza hasta mi cama. Mientras busco en el armario alguna toalla para secarme el pelo, me encuentro con una conocida cajita de madera muy por debajo de toda mi ropa. La tiro hacia mí, abriendo la cubierta y sacando lo que hay dentro con suma delicadeza. A esta altura ya me he olvidado de la toalla. Estoy sosteniendo la única fotografía que tengo de Victoria y que la he mantenido guardada durante mucho tiempo. La última vez que la vi había sido cuando nos encontramos hace ya algunos meses. Hasta antes de eso, nunca fui capaz de abrir la cajita y observar la foto. Ahora es diferente, ahora puedo deleitarme en su rostro inocente.
Esta vez no la regreso a la cajita; lo que hago es dejarla en la mesita de noche junto a la lámpara para que la mantenga firme y no se caiga. Así tengo un recuerdo visual de mi niña junto a mí.
Los días pasan demasiado lentos para mi gusto. Aunque debo decir que mientras más pasa el tiempo, la pena va siendo casi una compañera. No puedo decir que es una grata compañía, es una sensación que conozco, por supuesto, así que sé de primera mano que no es agradable. No obstante, me he mantenido ocupada en el trabajo para dejar de pensar tantas idioteces. Victoria y yo hemos estado hablando por teléfono estos últimos días. Cada vez que la escucho tengo la sensación de que no ha dormido en toda la noche, su voz es ronca y cansada. Y a pesar de que cada vez que le pregunto cómo está, ella me responde que bien, sé que no es así. Estoy familiarizándome con sus respuestas "Estoy bien" "Sí" "No pasa nada" "Lo normal" pero eso no me convence en absoluto. Víctor me ha dicho que es así, nunca se expresa como a uno le gustaría.
Las cosas en casa de mi madre no se salen de lo normal. A mamá todavía le queda un mes para recibir por fin su préstamo. Nany no deja de insistirme en que le regale a Molly y Cristy ha estado participando en obras de teatro para la Universidad. Según lo que me cuenta, su relación con Adrian va de maravilla y él, después de todo lo que pasó, parece más preocupado por mí. Cada vez que salgo del edificio pregunta si estoy bien, si necesito algo, si él puede llevarme a cualquier parte. Yo creo que eso es porque cuando desaparecí, él no pudo hacer nada.
Es un buen chico, solo si no le rompe el corazón a mi hermana, porque ahí sí tendríamos problemas serios nosotros dos.
.
Mamá me encarga que prepare pastel de manzana para Acción de Gracias que es mañana. No se me da tan bien la repostería como a ella, pero si la preparo tal y como dice la receta, me resulta. Con mi pelo amarrado en una coleta, mi delantal lleno harina y tratando de empujar la masa en todas direcciones del molde con los dedos, se puede decir que parezco… no, no parezco nada más que un empolvado.
Escucho que tocan la puerta cuando ya he pinchado la masa y metido al horno por unos cuantos minutos.
Me sacudo la ropa tan pronto me quito el delantal y me aseguro de que no tengo masa en los dedos para salir a abrir. Molly casi me hace caer cuando se cruza conmigo de camino, metiéndose entre medio de mis piernas. Ella lanza un grito agudo cuando paso sin querer a pisarle la patita. Tomo a la perra entre mis brazos.
—Lo siento, cariño —Digo con mimos, cosa que ama y pronto se ha olvidado de su pequeño accidente. Abro la puerta para encontrarme con una cara bastante conocida— ¿Liliana?
Cambia el peso del pie por el otro, mirándome incómoda.
—¿Puedo pasar?
Molly está ladrando por su presencia. A estas alturas no sé cómo los vecinos no han reclamado ruidos molestos.
—Claro que sí, adelante —Abro la puerta para que pueda pasar— Molly, largo de aquí.
La perra se va sollozando por el pasillo.
No sé cómo reaccionar con la visita de Liliana. No parece venir en plan malvado, camina hasta sentarse en el sofá, todo eso estando callada. Me permito observarla bien. Ya he advertido que a simple vista Liliana solo ha cambiado porque tiene 15 años encima, pero ahora que tiene el cabello hasta los hombros, se parece más a la Liliana adolescente, a mi mejor amiga. Cuando la vi en el supermercado luego de tanto tiempo tenía el pelo mucho más largo, pero eso no impidió que la reconociera. Eso porque sigue teniendo aquellos ojos claros y expresivos, así como la forma de su nariz tan fina y elegante.
—Bonita casa —Me dice.
Observo el lugar, asintiendo.
—Gracias —Contesto. Volvemos a quedar en un incómodo silencio— ¿Quieres algo para tomar?
Ladea la cabeza.
—No, gracias —Me siento en el brazo del sofá del otro extremo, esperando para ver si habla. Me mira y cuando nuestros ojos se encuentran, se aparta. Advierto su nerviosismo cuando se rasca la sien, eso siempre lo hacía antes— Vine porque… —Toma una profunda inspiración, levantando el rostro para buscarme— necesito leer esa carta.
Elevo las cejas.
—¿La carta?
—Sí —Asegura— Necesito verlo con mis propios ojos. No me malentiendas, es solo que… necesito hacerlo. —Aspiro mirando el rostro pálido de Liliana. La dejo sola en la sala, sacando dos papeles arrugados dentro de la mesita de noche. La estiro intentando no leer ninguna palabra. Veo como le tiemblan las manos cuando se la entrego. Lee rápidamente, jadeando mientras lo entiende. Me limito a quedarme ahí aunque intento apartar la mirada de ella. Después de que termina de leer, dobla los papeles y los deja encima del sofá— ¿Por qué nunca me buscaste para contarme? —Pregunta acongojada— Si no te atrevías a enfrentarte a una familia completa, si…
—Liliana, tú no me ibas a creer.
Sacude la cabeza.
—Tal vez sí, sabes. Porque nunca creí que mi amiga se fuera del hospital, no sonaba como algo que Myriam Montemayor haría. Incluso si los años pasaban, incluso si todos termináramos confirmando que fue por tu cuenta y no por Antonio. Yo te conocía más que a ninguno, más de lo que Víctor hacía.
Estoy nuevamente sentada en el brazo del sofá, pero me levanto cruzada de brazos, caminando de un lado a otro.
—Era tu papá, Liliana ¿Cómo te lo iba a decir y cómo me ibas a creer si había pasado tanto tiempo?
Encoje los hombros, luego vuelve a tomar las hojas.
—¿Y esto? ¿Por qué cuando la tuviste nunca la mostraste? Aquí sí tenías pruebas.
Muerdo mi labio.
—No lo sé —Reconozco, sintiéndome completamente idiota— Sé que estuvo mal, pero en ese momento no supe cómo actuar, volver y enfrentar la situación… eso me aterraba.
—Estuvo muy mal, —Afirma— pésimo. Y la única que ha sufrido realmente por todo esto es Victoria. Yo a ella la quiero mucho, es mi sobrina y sé que ahora lo está pasando muy mal con esto de papá. Así que si quieres recuperarla, vas a tener que usar todos tus métodos para conseguirlo. Y cuando te hablo de métodos, te hablo de lo que haría una madre en tu lugar.
—Estoy intentándolo —Digo.
—¡Pues inténtalo más! —Suena desesperada— De verdad espero que algún día ustedes puedan tener una relación cercana. Lo digo en serio —La miro y ahora ella está mirándome sin inquietud. La veo suspirar, llevarse una mano a la frente y sin que me dé tiempo a nada, se larga a llorar— Las cosas están mal en casa y yo… no sé cómo hacerlo.
Me vuelvo a sentar en el sofá.
—¿Hacer con qué?
Se limpia la cara con un pañuelo de papel que saca de su bolso.
—Estoy embarazada —Anuncia con cierta tristeza en la voz.
La miro durante unos segundos.
—¿Embarazada? Pero eso… ¡Es una buena noticia! ¿O no?
Encoje los hombros.
—Por supuesto que sí —Sonríe, viéndose más deprimida que antes— pero ahora no es el mejor momento. No es así como me imaginaba anunciar un embarazo.
Hago un gesto de lamento.
—Yo creo que es el mejor momento —Opino— Ese bebé viene a dar un poco de alegría entre tanta tristeza.
Se queda meditándolo, asintiendo ligeramente.
—¿Nunca pensaste en tener más hijos?
Hago una mueca de terror.
—No
Se seca nuevamente la cara con el pañuelo.
—Victoria es grande, sabes. Y eres joven todavía.
Sonrío— Sí, pero no creo que vaya a tener más hijos. Sería como… muy extraño para mí. Siempre he creído que los bebés vienen por un motivo especial y no sabría decir qué motivo especial querría la vida en darme otro hijo. Yo, de entre tantas mujeres. —Mi voz suena temblorosa cuando lo digo.
—¿Acaso nunca has escuchado eso de "los niños no eligen a sus padres"? —Se ríe— No creo que debas cerrarte a esa posibilidad tan temprano.
Cuando Liliana se va, me quedo pensando en todo lo que me dijo. En cierto modo puedo estar de acuerdo en muchas cosas, pero cuando me nombran la maternidad… es un tema que siempre ha causado un revuelo en mi estómago. No porque no quisiera, sino que es algo muy sensible para mí de hablar o planear.
.
Para Acción de Gracias, Adrian finalmente lleva a su padre para que Nany y mi madre lo conozcan. Parece un poco tímido al principio pero tan pronto mi abuela empieza con la cháchara, él termina cayendo a sus encantos como todo el que la conoce.
Cristy se sienta junto a mí, codeándome con un plato lleno de puré y trozos de pavo. La miro, está luchando con un hueso.
—Sinceramente no sé qué hacer frente a todo —Reconoce y sé que se refiere a todo en general— pero quiero que sepas que estoy contigo, siempre.
Codeo de vuelta, con una sonrisa en mi cara.
—Lo sé, eso va de mí para ti también —Guiño un ojo hacia ella, recibiendo una sonrisa por su parte y veo como descansa su cabeza en mi hombro, todo eso sin quitarse el hueso de la boca.
—Y no te preocupes por Adrian —Dice poco después— Él es muy discreto.
—Ya veo
Mastica su pavo con placer, levantando la cabeza de mi hombro para volver a mirarme.
—Es extraño todo lo que ha ocurrido en este último tiempo. De pronto de la nada tengo una sobrina adolescente, cuando hace unos pocos años yo también lo era —Se ríe— ¿Tienes algún otro secreto que contarme para prepararme con anticipación?
Me río, chocando mi vaso de sidra con el de ella.
—Nada más. Créeme que no me gustaría mantener más secretos en lo que me resta de vida y si algún día me confías uno de seguro lo voy a soltar sin más.
Abre mucho los ojos.
—Gracias por la advertencia.
Nos sentamos a comer el pastel en la sala. Todos aludiéndome por ello, y a pesar de que estoy satisfecha con la comida, me sirvo un trozo pequeño con un poco de crema batida al lado. Mi madre está contándole al padre de Adrian sus planes con la panadería y lo entusiasmada que está con lo del préstamo. Me alegra que ella se sienta tan plena y segura de sí misma, algo que antes de que papá muriera, no sentía. Recuerdo que cuando mamá hablaba en la mesa tenía que pedirle permiso a Antonio y si él se negaba, ella agachaba la cabeza. Eso siempre me enfadó, incluso si era demasiado pequeña para entenderlo. Por eso cuando yo hablaba o lo interrumpía, papá golpeaba contra la mesa, gritándome y pidiéndome que me callara.
No entendía a mi madre y nunca he entendido su afán de quedarse con él a pesar de no amarlo. Lo sé porque ella misma me lo reconoció pocos meses después de que nos mudásemos de Seattle. Repetía que papá fue su único hombre y que ella no tenía nada que ofrecernos ni a mí ni a Cristy.
Mientras veo como todos conversan animadamente, me levanto y me voy a la cocina. Marco al número de Victoria, escuchando su voz apagada como se ha hecho habitual. No parece realmente dispuesta a levantarse el ánimo, aunque no la culpo.
—¿Dónde estás? —Le pregunto.
Su voz está agitada.
—Estoy caminando.
—¿Caminando? ¿Por qué no estás en tu casa?
Suspira— Es el último lugar en el que quiero estar ahora.
Hay silencio, puedo escuchar sus pasos contra el suelo.
—¿Quieres que te acompañe?
No me responde de inmediato.
—No, Myriam, no quiero molestar a nadie.
—No me estás molestando —Digo rápidamente.
—No lo sé, mejor olvida…
— Dime dónde estás —Interrumpo.
Cuando llego al parque agradezco haber pensado en traer una chaqueta extra porque Victoria solo lleva una bufanda alrededor del cuello y un jersey delgado. Llego hasta donde está, mirándola con incredulidad.
—¿Qué? —Pregunta.
Le extiendo la chaqueta.
—Estás realmente loca si piensas que ese jersey te va a abrigar. —Recibe la chaqueta, poniéndosela de inmediato— Pareces un pollito.
—Gracias —Dice, castañeteándole los dientes— por la chaqueta, no por lo de pollito.
Empezamos a caminar. El clima en Seattle ha estado bastante frío y el cielo tiene aspecto de querer nevar en cualquier momento. Vemos correr a los niños y a sus padres siguiéndoles detrás. Hay puestos de dulces, familias reunidas celebrando Acción de Gracias. He pasado muchas fiestas en mi vida y sinceramente, nunca imaginé que pasaría una caminando por el parque con mi hija.
Se ve cansada, de seguro no ha estado durmiendo bien. Lo sé porque he pasado por eso y sé cómo se siente. Tiene marcas en los ojos y a simple vista no parecen los azules maravillosos que conserva.
—¿Por qué no quieres estar allá? —Le pregunto, refiriéndome a su casa.
Victoria se pone la capucha de la chaqueta, llevando sus manos dentro de los bolsillos.
—Todo se fue al demonio, Myriam —Me contesta— Y aunque ellos traten de disimularlo, yo sé que no está bien. Lo que pasa es que no soy tan cínica para pretender que… somos la familia de antes.
—¿Y prefieres alejarte?
Encoje los hombros.
—No está mal estar sola, sobre todo si estoy así.
—Triste, —Le digo— tienes mucha pena, Victoria.
—¿De qué me sirve estar triste si nada se va a arreglar? —Inquiere.
—De nada —Respondo— pero tampoco es bueno guardarse la pena.
Nos sentamos en unas bancas vacías, cerca de unos árboles.
—Tú y papá siempre me dicen lo mismo —La miro, notando una leve sonrisa.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo lo mismo?
—Me dan los mismos consejos.
—Ah —Sonrío levemente— casualidad.
—Casualidad —Repite.
Nos quedamos calladas, sentadas juntas mientras miramos como una madre alza a su pequeña que al parecer acaba de dar pasitos por sí sola. La hace girar, diciendo cosas que no logro escuchar desde donde estamos. Me sorprendo por el silencio que tenemos porque no es como antes, no es incómodo, es todo lo contrario. Y el hecho de que Victoria y yo estemos en silencio cómodamente, es un gran paso que me entusiasma. Ella parece absorta con la imagen de la madre con su hija, y me pregunto qué está pensando sobre eso.
Me remuevo en la banca.
—¿Victoria? —Le hablo y ella tarda en voltearse hacia mí.
—¿Sí?
—¿Quieres acompañarme a casa de mi mamá?
Me queda mirando, sus ojos viajan a todas partes de mi rostro.
—¿Yo? —Su pregunta suena como si no creyera que le estoy hablando a ella.
—Sí, tú.
No se aparta.
—No me gusta ir a una casa dónde no estoy invitada.
—Tú no necesitas invitación —Le contesto. Se muerde el labio, aferrando sus manos en las tablas de la banca— ¿Quieres acompañarme?
Suelta el labio de entre los dientes para contestar:
—Sí.
.
A pesar de que la primera vez que Victoria vino aquí fue por el suceso con Francisco, es como si eso no contara, porque me siento más ansiosa que nunca. Eso se debe a que no somos las mismas que hace meses atrás. Cuando la miro, ella está cubriéndose la boca con la bufanda por el frío. Realmente parece un pollito y otra vez tengo esas ganas de abrazarla, pero me envuelve nuevamente la duda sobre si se apartaría o no. Abro la puerta encontrando bullicio y risas por parte de mi madre. Se ve animada conversando con Bill, algo que es extraño en ella, normalmente se cohíbe cuando habla con alguien. Nany está enseñándole a tejer a Adrian mientras Cristy lo interrumpe entre cosquillas.
Mamá tiene una copa de vino en la mano, agitándola hacia mí.
—¡Myriam, volviste! —Me dice, poniéndose de pie para acercarse. Se detiene cuando nota la presencia de Victoria. Su rostro desconcertado viendo en su dirección— Oh ¿tenemos visita? —Pregunta con una sonrisa.
Nany detiene cualquier técnica con el tejido.
—¡Pero si es pecosita 3!
Al principio la hacen sentir un poco incómoda pero tan pronto Cristy la jala para que se siente con ella, Adrian y Nany, Victoria parece relajarse. Le empiezan a bombardear con cosas como cuál es su color favorito, que le gusta hacer, con quién vive. Hasta algunas bastante absurdas como cuántos años tiene. Cuando Nany le pregunta si tiene novio, Cristy la salva, interrumpiendo para hacer otra pregunta.
Me siento alrededor de ellos, tomando el celular y escribiéndole a Víctor.
"Ella está bien. Está conmigo"
Al poco rato, está respondiéndome.
"Tenía la sensación de que estaba contigo"
Nos mensajeamos un poco más antes de finalmente guardar el móvil. No me he dado cuenta que mamá le ha servido del pastel de manzana. Cuando Cristy se levanta, me siento rápidamente a su lado.
—¿Esto dónde lo compran? —Pregunta, comiendo del pastel.
—En ninguna parte, lo hice yo.
Me mira sorprendida.
—¿Tú? —¿Por qué es tan raro que yo sepa cocinar? — Está muy bueno —Después de que termine y se limpie con la servilleta, se asegura de que nadie nos escuche— ¿por qué pecosita 3?
Me río— Por las pecas. Cristy es pecosita 2, yo pecosita 1 y tú… pecosita 3.
Frunce el ceño.
—¿Tengo pecas? —Pregunta con una sonrisa.
Observo su rostro.
—Sí, unas poquitas —Respondo y sigue sosteniendo mi mirada. A pesar de que no voy a decir nada más no hace el intento de dejar de hacerlo, tratando de encontrar algo en mí que no logro adivinar. Aunque yo termino mirándola con la misma intensidad— ya no te ves tan triste.
Parpadea.
—No —Responde en un susurro— parece que no.
Luego de un rato, la veo reírse con lo que dice Nany y parece que con Cris las cosas van bastante bien. Desde un principio Victoria nunca ha tenido nada en contra de ella, pero en cuestión de lo que me preguntó la última vez, sobre que había elegido a mi hermana por sobre ella, me imaginé que podían tener algún tipo de conflicto. Afortunadamente no es así.
Cuando Víctor llega, Victoria no se espera su presencia. Tan pronto le avisé que estaba conmigo, me dijo que él mismo vendría a buscarla.
—¡Víctor! Siéntate ¿te sirvo algo para comer? —Ofrece mi madre todavía con el delantal de cocina en la cintura— Hay pastel, hay pavo, hay… —Empieza a enumerar todo lo que hay en la mesa.
Víctor se sienta al lado de Victoria en el sofá. Ella descansa la cabeza en su brazo.
—Tienes que probar el pastel de manzana, papá —Le dice— Lo hizo Myriam.
Víctor queda encantado con el pastel de manzana, repitiéndose otro trozo.
Tengo sentimientos encontrados mirando a Víctor y a Victoria. Es tan extraño y maravilloso a la vez. Nunca imaginé que en menos de un año las cosas cambiaran tanto. Ha habido cosas buenas, cosas malas, pero sin duda, no importa cuán malas fueron para llegar hasta aquí. Y sé que queda mucho camino que recorrer. Acercarme más a mi hija, conseguir que confíe en mí, confiar en mí misma también, tener clara mi relación con Víctor. Sentir, de una vez por todas, la plenitud que he estado buscando durante años. Incluso si todo lo que tengo antes de que ellos volvieran a mi vida, fuese gracias a mi esfuerzo, no lo pensaría dos veces para devolverlo y quedarme con ellos para siempre.
Mi pierna roza la de Víctor cuando me siento a su lado. Victoria más allá acaparando toda la atención cuando menciona que boxea.
—¿Cómo estás? —Le pregunto y me arrepiento de inmediato— No, no era así la pregunta. ¿Cómo lo llevas?
Esboza una triste sonrisa.
—Vamos superando etapas cada día.
—Juanita. —Menciono— Tu madre tiene que estar pasándolo muy mal.
Asiente— No lo sabe fingir, pero lo hace por todos. —Alcanzo su mano, mis dedos acariciando los suyos. Durante ese momento no decimos nada y cuando deja el plato con las migas del pastel, él me mira, ahora una sonrisa de verdad apareciendo en su rostro— Necesitas hacer más pastel de manzana.
Sonrío y Víctor presiona sus dedos con los míos.
Miramos hacia los demás, viendo como Victoria está absorta contando cada detalle del boxeo.
Se nota que es algo que le gusta mucho.
—Cada vez cede más —Digo con esperanza, insinuando al comportamiento de Victoria conmigo.
En ningún momento la dejamos de mirar.
—Yo creo —Lo escucho decirme en un murmullo— que Victoria cedió hace mucho tiempo.
Exhalo, ilusionada.
—Mi pollito —Suelto sin más.
Me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué?
Encojo mis hombros para explicarle.
—Cuando la fui a buscar tenía tanto frío que parecía un pollito, así que es mi pollito. —Se ríe, sacudiendo la cabeza— Ni pienses que te voy a dar más pastel.
Deja de hacerlo, empujando su labio hacia afuera para hacer un puchero divertido. Terminamos echándonos a reír.
.
Unos días más tarde todavía tengo Acción de Gracias en mi cabeza. Las cosas que parecían ir por buen camino se han visto estancadas. Aún tengo una opresión en el pecho cada vez que Victoria y yo hablamos porque todavía suena triste. Víctor dice que ha tratado de hablar con ella pero al igual que la vez anterior, está intratable. Es por eso que tenemos miedo de que vuelva a recaer.
—¿Vas a estar bien? —Le pregunto a Victoria mientras entro a mi oficina.
La escucho suspirar.
—Sí, Myriam. Voy a estar bien.
Colgamos y me siento en la silla, todavía mirando al teléfono. Para nada sonó como si de verdad fuera a estar bien. Cierro los ojos con una mano sobando mi frente, intentando relajarme pero sigo con los hombros rígidos. Necesito pastillas para el estrés. No es para menos que esté así sabiendo cuánto quería a Manuel. Probablemente confiaba plenamente en él y que de un momento a otro supiera tantas crudas verdades, es normal que termine colapsada. Tiene apenas 15 años y ha pasado por demasiado.
Regreso a casa a eso de las ocho de la noche. Mis manos dentro de la bolsa mientras empujo la puerta para cerrarla, pero Víctor pone una mano en ella para impedírmelo.
—¿Puedo pasar? —Me pregunta, sonriendo levemente.
—Por supuesto que puedes. —Entramos. De inmediato somos bombardeados por Molly, que salta con sus garras enterrándose en nuestros pantalones. Me quito la chaqueta, lanzándola al sofá y luego llenando el hervidor con agua para tomar té. Víctor se sienta en el sofá mirándome. Finalmente, cuando estoy segura que el agua está calentando, regreso para sentarme junto a él. — ¿Cómo has visto a Victoria?
Su humor cambia, bajando los hombros.
—Triste. No hay nada más que eso, tristeza.
Suspiro— Voy a ir a verla mañana.
Asiente, buscando mi mano.
—No está durmiendo en las noches.
—¿En serio? —Pregunto.
—Tiene pesadillas, pero no quiere contarme sobre ellas. Siempre la encuentro en la cocina a cualquier hora que baje, por eso sé que no está durmiendo bien. —Muerdo el interior de mi labio, eso suena malditamente familiar, cuando tenía insomnio o los primeros meses luego de que nos mudáramos a Kansas. — ¿Myriam?
Salto al escuchar mi nombre.
—¿Qué?
—He estado pensando en algo, pero… quiero tu opinión.
Me enderezo, mi cuerpo completamente girado hacia él.
—Dime.
—He estado pensando que… podría ser buena idea que tuviéramos una salida… los tres.
Estoy repitiendo en mi cabeza "tres" durante mucho tiempo.
—¿Nosotros tres? Tú quieres decir…
No responde en ese momento, está mirándome en silencio.
—Opino que puede ser buena idea tener más tiempo los tres. No solo tú con ella, o nosotros dos solos. Si vamos hacer esto en serio, entonces necesitamos tener momentos más… familiares.
Mi corazón salta cuando escucho lo último. Familia.
—Familiares —Repito con una sonrisa— ¿Y crees que ella esté de acuerdo?
—Yo creo que sí.
Paso mis manos por mis jeans, nerviosa.
—¿A dónde quieres ir?
Sonríe— En un par de semanas empiezan las ferias navideñas y… ya sabes, hay mucha comida, muchos juegos.
—Eso suena divertido.
—Bien ¿qué dices? —Pregunta, sus ojos ansiosos hacia mí.
—Digo que sí.
Y sin que él tenga que decirlo, me confirma con sus planes que lo nuestro sigue en pie.
Después de un rato en el que removemos nuestra taza casi vacía de té, él levanta la cabeza para mirarme. Me deleito en sus ojos grises que aunque están tristes, parecen llenos de esperanza. Quiero quedarme en ellos incluso si sé que voy a perderme, incluso si no hay salida.
Suspiro.
Y Víctor suspira devuelta.
Entonces comienza a cortar nuestra distancia. Su rostro avanzando hacia el mío, sus ojos mirando mis labios y yo haciendo lo mismo. Es como una especie de necesidad, no hay forma de controlarnos y noto que los dos lo decidimos desde un principio. Cuando sus labios tocan los míos me siento en paz, me siento acompañada y protegida. Un aura cae alrededor de nosotros, su pecho subiendo acelerado, su mano rozando mi cuello y sumergiendo su lengua caliente en mi boca. Jadeo haciendo presión de mis labios con los de él, sintiendo su tacto reconfortarme.
El aire pesado me envuelve cuando Víctor aprisiona mi labio sin ninguna consideración, pescándolo con los dientes y recorriendo su lengua por el contorno de mi boca. Entierro mis uñas en su cuello, jadeando en sus labios pero hasta ese momento no estoy enloquecida por aire, estoy más enloquecida por la forma en que me besa con desesperación.
No es hasta que él se separa en busca de aire cuando me doy cuenta que también lo necesito, entonces juntamos nuestras frentes, mezclando nuestros alientos tibios y deleitándome en la caricia de su mano en mi mejilla.
—Hay muchas cosas que me confunden en este momento —Habla con la voz cortada, aun sosteniendo mi rostro con sus manos— pero hay algo de lo que estoy completamente seguro… y es que no quiero perderte nunca más.
Choco mi nariz con la suya, dejando un casto beso en sus labios.
—No quiero perderte tampoco. No quiero perderte ni a ti ni a mi hija nunca más.
Nos besamos más, inclinándonos hacia abajo en el sofá para recostarnos. No hacemos más que eso, besarnos y sentirnos cerca, nada más. Eso es todo lo que necesitamos.
.
—Myriam, estaba pensando en otra cosa —Dice una hora después, ya sentados de nuevo, nuestras espaldas encontrándose con el respaldo del sofá y mirando la televisión.
Alzo la cabeza hacia él, cerca de su rostro.
—Cuéntame.
Tira de mi manga.
—Nunca hemos tenido una cita de verdad, ni antes ni ahora. Así que… ¿quieres tener una cita conmigo?
Levanto una de mis comisuras.
—¿Me estás pidiendo una cita como amigos con beneficio o como novios? —Pregunto con picardía.
Se queda pensando, una risa burlona dibujando su rostro. Hace circulitos con su dedo en mi mentón cuando decide mirarme.
—Como mi novia.
Alzo una ceja, echándome a reír y escondiendo mi cabeza en su cuello. Él se ríe de devuelta, buscando mi cara para que la levante. Me vuelve a preguntar, ya que no he respondido.
—Sí
Me besa durante un tiempo en que solo estamos él y yo, encerraodos en una burbuja.
Nuestra burbuja.
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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 3 Empty Re: .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

Mensaje  Bere Sáb Feb 06, 2016 1:49 am

Va el 23 chicas planeaba poner el 24 pero es un capitulo demasiado importante asi que esperaremos al lunes....

........

Capítulo 23.
Shock
Víctor
Octubre, 2000
Es el tercer día que vengo aquí, incluso si sé que no hay nadie, tengo este impulso de hacerlo con la esperanza de que ella salga por esa puerta. Me aseguro de que no hay nadie mirándome, caminando por el jardín trasero y observando las nuevas persianas de la ventana. Mi corazón salta tan pronto noto que alguien mira por ella. Me acerco corriendo para tocar la puerta, casi queriendo gritar pero no estoy preparado para recibir de respuesta una cara que no conozco.
—¿Te puedo ayudar en algo? —Una mujer un tanto molesta me pregunta.
Bajo el puño de mi mano.
—Yo… estoy buscando a Myriam.
La mujer frunce el ceño, negando en respuesta.
—Aquí no vive ninguna Myriam.
Parpadeo, mi corazón queriendo salirse de mi pecho.
—¿Qué paso con la familia que vivía aquí? —Mi pregunta suena desesperada, mi voz tornándose temblorosa— ¿Quién es usted?
—Soy nueva en el vecindario y sinceramente no sé qué pasó con los que vivían aquí como tampoco conozco a ninguna Myriam.
Y aunque ella me dice que no la conoce, insisto.
—Tiene que decirme donde está Myriam.
La veo rodar los ojos.
—Muchachito, no estoy para tus bromas de mal gusto. Así que por favor, retírate de aquí si no quieres que llame a la policía.
La mujer cierra la puerta en mis narices, impidiéndome decir algo más. Quiero golpear la puerta con mi puño, gritar por Myriam pero es inútil. Retrocedo dos pasos, mirando a la casa tan familiar. Me invade la misma desesperación que hace tres días cuando llegué al hospital y papá me dijo que Myriam había desaparecido. Él cargaba a mi hija en brazos, tratando de tranquilizar su llanto. De ahí en adelante las cosas pasaron sin darme cuenta. Hay cosas que simplemente no recuerdo y otras que vienen a mi mente de golpe. No sé qué he hecho estos días y no entiendo por qué en casa de Myriam viven otras personas.
¿Dónde estás, Myriam?
Estoy seguro que es un malentendido, que va a volver y todo estará bien.
Cuando regreso a casa mis padres están esperándome. Mamá sostiene un biberón con fórmula tibia, agitándolo con un brazo.
—¡Víctor! ¿Dónde te habías metido? ¿Te das cuenta lo preocupada que estaba por ti? ¡Si vas a salir tienes que avisarme! —Mi madre parece realmente preocupada. Liliana baja corriendo las escaleras, mirándome tan intensamente que quiero largarme a llorar. Me hace un gesto como queriendo que le diga si la encontré, pero sacudo la cabeza, anunciándole así las malas noticias. Suelta un suspiro, su rostro demacrado y lleno de tristeza. Mamá la mira notando nuestra silenciosa manera de comunicarnos— ¿Qué está pasando? ¿Dónde fuiste, Víctor?
Bajo los brazos acercándome a la cuna donde mi pequeña se encuentra arrullada. Sus ojos están abiertos, extrañamente callada y sin su llanto desesperado.
Mamá me sigue y tengo que poner los ojos en blanco por su insistencia.
—Fui a la casa de Myriam.
La escucho refunfuñar.
—Víctor, cariño. No te hagas esto.
Me sostengo de la cuna con fuerza.
—Va a volver, mamá. Estoy seguro.
Papá llega junto a ella, parece también tan preocupado como todos.
—Hijo, yo sé que esto es difícil para ti —Dice mi padre— pero ahora lo único importante es la niña.
Le quito a mamá el biberón, tomando a mi hija en brazos y llevándola a mi habitación. Mientras cierro la puerta puedo recordar casi al instante la última conversación que tuve con Myriam, como si estuviera grabada en mi cabeza. Y a pesar de que intento que eso no me deprima, lo hace, porque tengo su voz en mi oído, su voz cálida, aguda y angelical en él, así que siento que en cualquier momento va a entrar por esa puerta para atender a nuestra hija.
—Víctor ¡eso es fabuloso! —Me dice cuando le comento que he encontrado trabajo— No te preocupes por nosotras, vamos a estar bien. Puedes venir en la visita de la noche.
Aparto un mechón de pelo que está cubriendo su rostro, acercándome para dejar un beso en su frente. Su rostro luce cansado y no ha desaparecido la mueca de dolor aun.
—Cuando salgan de aquí se van a venir a vivir conmigo y mi familia ¿de acuerdo?
Me mira con sus ojos esperanzados.
—De acuerdo
Después me había ido, sin ser consciente de que sería la última vez que la vería. Han pasado tres días de los cuales no me he percatado. No comprendo nada de lo que pasa alrededor, nadie parece tener claro lo que realmente está pasando. No tengo idea de dónde está Myriam, no sé si Antonio se la llevó o ella no fue capaz de aguantar tanta presión. Sin embargo, quiero creer que esto último no es cierto. Y aunque lo fuera ¿por qué no me lo dijo? No, no quiero pensar que fue lo suficientemente capaz de irse sin siquiera decir adiós.
La bebé se remueve en la cama, arrugando la cara y eso es signo de que va a romper a llorar.
—¿Qué tienes? —Le pregunto, las lágrimas apareciendo en mis ojos— No sé qué quieres. Si tan solo pudieras hablar… —Hace puño sus manos, su barbilla temblando al ponerse a llorar. Al principio creí que tenía frío, pero ella llora así… o en general los bebés recién nacidos lloran de esa manera— ¿Es tu pañal? ¿Quieres que cambie tu pañal?
Le quito el mameluco, mis manos temblando cuando arranco el adhesivo del pañal. Sus piernas son delgadas y pequeñas, razón por la que el pañal es demasiado grande para ella. Temo hacerle daño, su piel es sensible, frágil, tan transparente como una tela de cebolla y tan suave que podría quedarme dormido encima. Y sí, su llanto era a causa de un pañal sucio. Tan pronto le limpio con torpeza, ella deja de llorar, sus ojos completamente abiertos mirando hacia la luz de la ventana. Es tan hermosa. Tiene ojos grandes. Mamá dice que en un par de semanas su color va a cambiar y sabremos cómo es en realidad.
Yo pienso que tendrá ojos como Myriam.
O seguirán siendo como hasta ahora, igual que los míos.
Tomo entre mis brazos a mi bebé. Su tamaño es el largo de mi codo hasta el hombro. La paseo por la habitación esperando que por lo menos se duerma. No lo consigo, se remueve inquieta, soltando un grito cuando se aburre.
2015
—¿Dónde está el abuelito, mamá?
Es la tercera vez esa mañana que Colin le pregunta a Ana Maria. Estamos todos en la mesa desayunando en un silencio incómodo que se ha hecho común estas últimas semanas. Siguen las miradas reservadas de nosotros, que no respondemos. La pobre de Ana tiene que armarse de valor para explicarle una vez más.
—Te lo he dicho un montón de veces, Colin. El abuelo está en un viaje de trabajo.
Colin hace un mohín.
—¡El abuelo ya no trabaja! —Exclama en voz alta, enfurecido. Alan en cambio, observa pasmado a su hermano.
—No le hables así a mamá —Pide Sergio con tono autoritario.
Sin embargo Colin no está dispuesto a dejar el tema así, de modo que se levanta de la silla a pesar de que Sergio y Ana le ordenan que vuelva, él corre escaleras arribas, llorando y dándole un portazo a la puerta. Ana se pone de pie, preocupada y lista para ver a su hijo, pero mamá le interrumpe.
—Déjalo, Ana. Él lo extraña.
Victoria baja la cabeza al tazón lleno de café. No ha dicho una sola palabra desde anoche y eso me tiene preocupado. He tratado de dejar el tema, ya que estoy completamente seguro que ella no va a hablar nada sobre eso. Empuja el tazón hacia adelante, haciendo una mueca de asco y pellizcando el pedazo de pan que no ha probado tampoco. Liliana más allá parece a punto de vomitar con la barra de cereal. Ya sé que las cosas están peor que nunca, pero me irrita pensar que probablemente no seamos los mismos jamás. Aunque debo decir que la situación lo amerita, puesto que nadie se ve con las ganas de salir adelante.
Luego del desayuno, me encuentro a Victoria saliendo de su habitación.
—¿Puedo hablar contigo?
Se ve indecisa.
—Voy tarde al colegio —Dice a modo de disculpa.
—No importa, te voy a dejar… o yo mismo te justifico allá —Me mira sorprendida, no es lo que normalmente escucha de mí. Sabe que no me gusta cuando llega tarde al colegio o se salta las clases de la mañana— Es importante —Explico.
Asiente, mirándome bajo un manto de desconfianza.
Nos vamos a mi cuarto donde podemos conversar tranquilos y sin interrupciones. Ella lanza la mochila encima de la cama, sentándose de piernas cruzadas y esperando paciente, mirando como doy vueltas por la habitación.
—Papá, me estás mareando —Confiesa poco después, sus ojos yendo a todos los lugares a los que voy.
Me paro frente a ella, mis brazos en jarra.
—Dime una cosa, Victoria ¿estás drogándote o pensando en ello?
Alza ambas cejas, una arruga formándosele en la frente.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —Inquiere con voz irritada.
Me paso una mano por el pelo.
—Quiero saber si estás drogándote —Mueve la cabeza con incredulidad— No me mires así —Le digo— No creas que no he notado que no estás durmiendo por las noches.
Se queda un momento mirándome sin pestañear, hasta que finalmente vuelve a menear la cabeza.
—Papá, no estoy drogándome.
Suelto un suspiro.
—¿De verdad?
—Sí, ni siquiera lo he pensado. Te lo prometo.
Me hinco para quedar a su altura, alcanzo sus manos para aferrarlas a las mías.
—Estoy muy preocupado por ti. Últimamente estás en otro planeta, no hablas, no comes ni duermes. Por un momento pensé…
—Solo estoy triste —Me interrumpe— No es nada de otro mundo. —No digo nada en ese minuto— Myriam y tú se están llenando la cabeza de idioteces, a la primera cosa que hago piensan que me quiero suicidar —Lo dice medio riéndose y medio enojada— No soy una suicida.
—Bien, te creo, pero no me gusta verte triste.
Encoje los hombros.
—¿Y qué quieres, papá? ¿Te das cuenta que todo esto se fue… se arruinó? —No sé qué palabra iba a usar, pero se corrige a tiempo— No me pidas que esté riéndome cuando todo lo que pasa alrededor tiene que ver conmigo.
—Sí, siento mucho eso.
—No importa —Ladea la cabeza— Tengo que ir a clase.
La contemplo durante un tiempo.
—Si no puedes dormir por las noches, si hay algo que te molesta… dímelo y puedes dormir en mi cuarto, estaría encantado.
Rueda los ojos.
—Desde los 10 que dejé de invadir tu cuarto.
Me río— La oferta está hecha —Palmeo su rodilla— Ahora, date prisa que vamos tarde.
Resopla, agarrando su mochila.
—Esto es culpa tuya, sabes. Si la maestra de Inglés no me deja entrar entonces vas a tener que hablar con ella —Luego recuerda algo, sus ojos abriéndose abruptamente— ¡No, espera! Ni se te ocurra hablar con ella, siempre he creído que tiene cierto interés en ti, así que ¡No!
Nos reímos mientras salimos de la habitación.
Antes de que incluso termine de bajar los escalones, veo como Colin corre a los brazos de Manuel en la puerta. Mi corazón se detiene y más atrás Victoria choca conmigo, tan sorprendida como lo estoy yo. No me espero su visita, sinceramente nadie espera su visita. Su aspecto es deplorable; barba de semanas, arrugas alrededor de los ojos. A simple vista parece tener 10 años más encima. Sergio jala a Colin de la mano, apartándolo y dándole una mala mirada a nuestro padre.
Victoria termina bajando la escalera primero que yo, volteándose hacia a mí, sus ojos volviéndose tristes otra vez.
—Mejor me voy sola, tengo tiempo todavía —Besa mi mejilla— Myriam va a pasar por mí a la salida de clase.
—Sí, me lo dijo —Le contesto— Ve con cuidado.
Victoria mira a mi padre con desprecio y en vez de hacer cualquier cosa, pasa por su lado sin decir nada. Papá cierra los ojos, estoy seguro que le hubiese dolido menos que Victoria le gritara. Colin y Alan están ansiosos de hablar con él, pero Ana los corta apurándolos para la escuela. Veo a mamá de pie detrás de una silla, su rostro no denota ninguna emoción aun cuando se ha pasado días enteros llorándole. Y Liliana, ella no hace más que quedarse cerca de Erick, como una especie de protección.
—Solo vine a buscar lo que queda de mis cosas —Explica con voz apagada. Su vista se desvía hacia mí— ¿Podemos conversar un momento, Víctor?
No respondo de inmediato. Lo veo titubear y tengo la sensación de que espera un "no" por respuesta. Algo que por supuesto quiero hacer, pero necesito explicaciones. No necesito que me confirme o niegue nada, solo necesito que tenga las agallas para decirme en la cara que me traicionó. Así que asiento hacia él, caminando directo al despacho. Nadie en casa dice nada, ni siquiera mi madre se acerca para aconsejarme que me mantenga tranquilo.
Manuel cierra la puerta en mi lugar. Estoy demasiado tenso mirando el brillo del escritorio. Las cosas están tal y como papá las dejó la última vez. El whisky en su lugar, los libros en sus respectivos lugares del estante. Me vuelvo hacia él con la mirada fría y calculadora.
—Tienes diez minutos —Digo con vehemencia.
Lo escucho suspirar, dudar si acercarse o no. Finalmente no lo hace.
—En ese momento no supe qué hacer, Víctor. Sinceramente, no supe hacer las cosas bien —Mis manos se han enrojecido— y actúe a base de la desesperación, temiendo perder a mi familia. Te fallé, lo reconozco. Les fallé a todos.
Río con ironía.
—Terminaste perdiéndonos de todos modos.
—Lo sé —Me contesta con la voz cortada— No quería perder a tu madre e hice cosas horribles. Antonio siempre fue un despiadado y confíe en él porque sabía que no se negaría. Él no quería a Victoria. Yo sabía que ella crecería en un buen lugar con noso…
—No me vengas con esas mierdas…
Frunce el ceño, ahora sí acercándose.
—¿Estás con ella? —Pregunta con enfado— Yo sé que tengo que ver en que no haya vuelto, pero tampoco es que lo haya intentado tanto…
Sacudo la cabeza hacia él, no creyendo que sea capaz de decir algo así.
—Has caído tan bajo, Manuel ¿Con qué cara vienes y me dices esto? Lo que pase entre Myriam y yo no te incumbe para nada, lo que pase entre Myriam, yo y Victoria no te incumbe ¡¿Entendiste?!
—Perdóname, hijo —Pide sollozando.
Meneo la cabeza, mis brazos en posición de jarra, intentando controlar mi ira.
—¿Sabes lo que más me duele? —Pregunto mirándolo— Tú fuiste testigo de mi desesperación cuando Myriam desapareció. Cuando llegué al hospital, cuando le grité a su doctor que era un incompetente porque una de sus pacientes se había ido sin que nadie se diera cuenta… tú estabas ahí, me viste —Mis ojos se llenan de lágrimas— me viste… y no hiciste nada. ¡Y luego! —Grito, alzando los brazos al aire— ¿Cuántas veces me aconsejaste o me consolaste cuando lloraba por ella? ¿Cuántas veces, la primera semana, tuvimos que turnarnos con Victoria porque no quería recibir la leche de fórmula? Me viste hacerme pedazos, me viste caer como un bastardo ¡Y NO HICISTE NADA! ¡TE QUEDASTE CALLADO! Preferiste verme sufrir —Odio no poder controlar las lágrimas— que asumir tus errores, que pagar por tus malditos errores. Decidiste hacerme pagar a mí y a mi hija… y de paso a Myriam. ¿Todo por qué? ¡Por tu egoísmo de mierda!
Él se queda pasmado en su lugar, viendo como mis lágrimas descienden sin control.
—Soy un miserable, Víctor, lo reconozco. Y no te voy a obligar a nada, entiendo perfectamente tu rabia en contra de mí. Solo espero que algún día puedan perdonarme, tanto tú como tus hermanos… como Victoria.
Me acerco rápidamente, mi dedo tembloroso apuntándolo.
—Ni se te ocurra acercarte a mi hija nunca más, Manuel. Te lo prohíbo, te lo exijo. No te atrevas a dirigirle la palabra ¿me escuchaste? No te atrevas.
Estoy lleno de odio, cuando le digo aquello su rostro se contrae.
—Yo a ella la quiero de verdad, nunca fue fingido. Mi amor por esta familia siempre fue en serio.
Vuelvo a reírme.
—Sí, claro. Le tenías tanto amor a esta familia que te acostaste con la hermana de mamá. Te aplaudo, Manuel. Lo hiciste increíble.
Sacude la cabeza, sentándose en el sofá y llevándose las manos a la cara.
—Yo no voy a tener el perdón de tu madre nunca más, Víctor —Dice ahora descubriéndose el rostro para mirarme— pero necesito el perdón de mis hijos.
Ladeo la cabeza.
—Incluso en estas circunstancias sigues siendo un egoísta. Sabiendo todo esto que hiciste ¿todavía quieres el perdón de alguno de nosotros? Y lo peor es que lo dices como si eso fuera suficiente, así te sentirías menos culpable ¿verdad? Pues déjame decirte que Liliana o Sergio podrán llegar a perdonarte, pero no esperes que yo lo haga.
—¿De verdad crees que lo tuyo con Myriam hubiese durado en el pasado? —Se ríe. Malditamente se ríe — Ella la hubiese abandonado de todas formas, Myriam hacía todo lo que Antonio decía ¿o me lo vas a negar?
Literalmente estoy viendo rojo.
—Me importa una mierda lo que hubiera pasado. Aquí no se trata de lo que Myriam pudo haber hecho ¡Ni siquiera estamos hablando de ella! ¡Estamos hablando de lo que tú me hiciste!
—¡Ya lo sé! ¡Te dije que estoy arrepentido! —Exclama— Víctor —Se acerca pero yo retrocedo— Victoria quiere una madre desde que es una niña y Myriam la va a hacer sufrir porque no tiene idea de cómo serlo ¿quieres ver sufrir a tu hija?
Es increíble el grado de desvergüenza que he descubierto en Manuel.
—No te metas en lo que mi hija decida y te recuerdo, que tú y Antonio, amenazándola, le segaron a Myriam la oportunidad de ser madre. No tienes nada que opinar y te agradecería que sacaras tus sucias cosas de inmediato para no verte más —Él no responde, de modo que levanto la cabeza para mirarlo. Está observando el escritorio, algo de allí lo tiene absorto.
Finalmente me mira.
—Lo haré, no te preocupes.
.
Cuando Victoria llega esa tarde, su cara está por los suelos. A pesar de que ha estado así últimamente, no creo que vaya a acostumbrarme a ver siempre triste a mi princesa. Ella se acerca para dejar un beso en mi cara.
—¿Todo bien con Myriam?
Asiente, sonriendo por un leve momento.
—Todo bien —Responde, quitándose la mochila y dejándola en el sofá. La veo morderse el labio mientras me sigue hasta la sala. Me siento con el periódico en la mano ahora más tranquilo luego de mi encuentro con papá esta mañana. Fui a trabajar hecho una furia y seguramente mis alumnos se percataron de ello por mis gritos cuando no corrían— Papá, tengo que hablar contigo.
Levanto las gafas del puente de mi nariz. Sí, soy un jodido ciego.
—¿Sobre qué? —De inmediato me doy cuenta que no es nada bueno— ¿Qué pasó?
Me pongo de pie para acercarme, pero ella me detiene.
—No, creo que deberías sentarte.
—¿Sentarme? —Pregunto confundido y ella solo agita la cabeza afirmativamente. Tamborilea los dedos sobre su otra mano, cruzando la pierna y mirando a todos lados menos a mí— Victoria, no me pongas más nervioso.
Salta cuando le hablo; alisa su falda aun con el labio entre sus dientes.
—No sabía cómo decírtelo y tampoco encontraba un momento para hacerlo, ya sabes todo lo que… bien, no te voy a dar la lata —Toma una profunda inspiración— tengonovio.
Lo dice tan rápido que no logro seguirla, así que estoy doblemente confundido.
—¿Qué dijiste?
Hace una mueca.
—Tengo novio —Dice firme y claro. Se queda callada viendo en mi dirección. Y yo… lo veo venir. Es hielo subiendo por mis piernas, tropezándose en mi estómago y atascándose en mi faringe. Sin embargo, es extraño porque mi cabeza se calienta a tal punto que necesito quitarme la camiseta, pero obviamente no lo hago. Estoy pensando muchas cosas en este minuto, y no puedo moverme— Papá, di algo —No puedo pestañear, estoy intentándolo pero no puedo. Victoria se pone de pie, acercándose a mí y tronando sus dedos frente a mi cara— ¡Oh Dios mío! ¡Papá!
No siento las manos y de pronto me invade una angustia… No, un momento ¿me voy a poner a llorar aquí?
—¿Qué pasa, Victoria? —Escucho a mi madre a la distancia, como si su voz fuera un eco.
Mi hija sigue tronando los dedos frente a mi cara, a ratos agitándola para ver si reacciono. Nada.
—Creo… creo que está en shock.
Mamá se acerca, poniendo una mano tibia en mi brazo.
—Víctor, cariño.
Reacciono. Comienzo a parpadear, el hielo desaparece de mi cuerpo pero mi cabeza sigue caliente. Frunzo el ceño recordando lo que dijo… dijo… no, ella no dijo eso que pienso que dijo.
—Necesito… ir por un vaso con agua. Yo… después hablamos —Digo a la nada.
Me voy a la cocina por un poco de aire y no de agua, aunque igual lo necesito. Apoyo las manos en el mesón con tanta fuerza que me siento con demasiada adrenalina. No sé si esto es una típica reacción de padre o solo son instintos asesinos que acabo de conocer que tengo, porque en este momento quiero matar a quién demonios sea el novio.
¡Mierda! ¡EL NOVIO!
Voy a entrar en pánico en este momento si no fuera porque mamá acaba de entrar a la cocina.
—¿Qué demonios fue eso? —Pregunta con preocupación, lo sé porque ella casi nunca maldice.
N de Novio.
—Tiene novio —Mis brazos caen a cada lado de mí. Mamá luce sorprendida por la noticia. Abre sus ojos con exceso, pero en vez de reaccionar como yo, ella esboza una sonrisa. Una puñetera sonrisa— Es broma que estás sonriendo ¿Verdad?
Niega con la cabeza, su inquietante sonrisa sigue en su rostro.
—Nuestra niña tiene novio —Lo dice como si fuera algo para celebrar. Yo solo quiero llorar en mi almohada— ¡Estás celoso! —Exclama, apuntándome con su dedo.
Mi corazón cae hasta mi pantorrilla.
—No se trata de eso —Miento— pero Victoria… Victoria…
—Victoria tiene 15 años —Me lo recuerda ¡como si no lo supiera ya!— y las adolescentes tienen novios, por si no lo sabías. Y… —Voy a protestar pero ella me interrumpe— es curioso que reacciones así cuando besuqueabas a Myriam cuando ella tenía 15 años.
—¡Mamá! —Eso no ayudaba en nada— Me dejas peor que antes.
—Controla tus celos, Víctor García. Tu hija ya creció ¡Acéptalo!
¡No quiero! Grita una vocecita.
Mando al demonio a Sergio cuando se cruza conmigo unos minutos después. Me encierro en la sala de piano, caminando de un rincón a otro. Mi hija, mi bebé, mi princesa, mi tesoro no puede tener novio. Un novio que probablemente la… probablemente…
¡Cálmate!
Y lo hago, de inmediato. Me calmo y no sé cómo lo he hecho. Es como una bofetada a la realidad. Gracias consciencia. Subo a la habitación de mi hija ahora más calmado. Es más, estoy tan sereno que temo por mi propio bienestar. Esto no está bien, estoy volviéndome loco, eso es. Victoria está hurgando en la mochila cuando toco. Esta vez no salta como siempre, en vez de eso me mira esperando que la regañe o algo. Me acerco para sentarme en la cama, su mirada sin apartarse de la mí mi mente formo una frase, pero cuando estoy por decirla se me olvida. Así que vuelvo a empezar. Victoria tuerce la cabeza en un intento de entender mis muecas. Finalmente digo, con la voz susurrada.
—Deberíamos hablar de…
Sus ojos se agrandan.
—¡No!
—¿No? —Enarco una ceja.
—No —Repite— No pienso hablar de eso contigo.
Asiento— Entonces no quieres que hablemos de eso ahora mismo.
Niega— No quiero hablar de eso contigo nunca.
Me sorprendo.
—Igual podríamos intentarlo.
Se cubre la cara con las manos.
—¡Papá! ¡No es lindo hablar de… de eso contigo! Además, tengo diez en biología, sé sobre el tema.
—¿Qué? Es decir… ¿cuánto sabes del tema? No me respondas.
—Papá, estás exagerando las cosas. No es como si mañana me fuera a casar.
Mi estómago se retuerce cuando dice esto último. Me va a dar taquicardia.
—Bien —Carraspeo— ¿Quién es? —Aunque mi verdadera pregunta es: ¡¿Quién es el bastardo que se atrevió a poner sus ojos en mi princesa?!
Enrosca sus dedos.
—Ethan
—¿Ethan? ¿Y quién demonios es Ethan?
Me mira— ¿El hermano de Casey?
—¿El hermano de Casey? ¿Y quién demonios es el hermano de Ca…? —Lo recuerdo— El hermano de Casey —Repito— ¡Es mayor que tú!
Me mira como si no creyera que esté diciendo tantas estupideces.
—¡Dos años!
Suspiro dándome por vencido. Miro a Victoria a los ojos, deleitándome en ellos y todavía incapaz de creer lo mucho que ha crecido. Mi niña. Tomo sus manos para acariciar suavemente sus nudillos.
—De acuerdo, estoy… muy sorprendido y un poco alterado ¿bien? —Asiente, mirándome como si fuese obvio— pero yo voy a hablar con ese jovencito —Va a protestar, pero sigo hablando— y te voy a pedir una sola cosa… cualquier duda que tengas o si estás confundida, me lo digas. Y si te da vergüenza, entonces puedes decírselo a tu abuela o a Liliana… o a Myriam, pero quiero que te cuides mucho. Prométemelo.
Una sonrisa angelical comienza a aparecer en su rostro y eso es suficiente para mí. He deseado volver a ver esa sonrisa sincera desde hace tiempo, algo que pensé que Victoria había olvidado.
—Te lo prometo, papá —Todavía está sonriendo— Además, no te preocupes. Tú siempre vas a ser mi primer amor.
Sonrío devuelta, volviendo el color a mi rostro. Ella corta nuestra distancia para darme un abrazo, rodeándome con fuerza y mis manos casi al instante están rodeándola también. Me quedo volando en su perfume y su cuerpo tan familiar junto al mío. Y en ese momento sé que aunque pasen los años, Victoria siempre será mi princesa.
.
—¿Qué se siente ser suegro? —Sergio palmea mi hombro con gracia, burlándose por cuarta vez de mí mientras bebemos en el despacho. Hemos estado aquí durante mucho tiempo, hablando de todo y nada a la vez. Es bueno sentir el apoyo de mi hermano a pesar de que no hablamos del tema directamente. Le lanzo una mirada asesina— ¡No te pongas así, Víctor!
Sacudo la cabeza.
—Ese chico ha venido aquí, lo he tenido tan cerca… —Digo recordando a Ethan— Es un traidor.
—¿Traidor? ¿Acaso eres amigo del novio de tu hija?
Jadeo— No, pero vino acá un par de veces cuando en su mente tenía pensamientos pecaminosos con mi hija.
Sergio se carcajea.
—Estás de broma ¿verdad?
Bebo de mi copa.
—Si le rompe el corazón va a saber quién es Víctor García en realidad.
Ana interrumpe.
—Disculpen —Dice en mi dirección— voy a tener que raptar un poco a tu hermano.
Sergio deja la copa de alcohol encima de la mesa, abriendo sus brazos para recibir a su esposa. Ana sonríe, dándole un beso en la mejilla.
Inclino mi cabeza en su dirección.
—Por mí ningún problema.
Sergio resopla.
—Eso es porque no quieres hablar del tema "novio"
Ana sonríe, dirigiéndose a mí.
—Todos sabíamos que algún día pasaría ¿o no? —Admito con una leve sacudida de mi cabeza, solo porque tiene la jodida razón, aun así nunca quise hablar del tema.— Bueno, cielo. Colin y Alan quieren a su papá para jugar.
Poco después se van, dejándome solo en el despacho. Mi espalda se acomoda en el respaldo, sacando mi celular y escribiéndole un mensaje de texto a Myriam.
"Victoria tiene un maldito novio"
Demora en responderme, estoy bebiendo la última gota cuando el móvil vibra encima de la mesa.
"Estás celoso"
Escribo rápidamente.
"Espera ¿tú lo sabías?"
"No y sí"
"¿Qué demonios?"
"No sabía que eran novios"
Suelto un jadeo.
"Es mi bebé, Myriam. Mi bebé tiene un novio"
"¿Quieres enviarla a un convento?"
"¡Nooo! Diablos, ni siquiera quiso que le diera la charla de ya sabes qué"
"¿De sexo?"
Me paso una mano por el pelo.
"Alguien puñeteramente tiene que hablarle de sexo"
No seguimos hablando solo porque mamá llama a todos para cenar.
Más tarde esa noche, bajo por un vaso con agua antes de arreglarme para mi cita con Myriam. Habíamos acordado salir hoy porque es viernes y tanto ella como yo no trabajamos el fin de semana. Tengo que reconocer que estoy nervioso, ansioso y un poco asustado. Nunca hemos salido juntos y es algo que me entusiasma hacer. Cuando éramos más jóvenes nunca salimos a ninguna parte. Primero porque no tenía dinero, segundo porque nuestra relación siempre fue secreta. Y ahora luego de tantos años no teníamos oportunidad porque se suponía que estábamos viéndonos a escondidas, como una relación clandestina. Eso hasta que la familia de Myriam, Victoria y Liliana se enteraran, pero no estoy seguro que el resto de mi familia lo sepa.
Victoria se levanta del taburete cuando llego a la cocina, enjuaga un vaso, todo eso sin mirarme pero yo me he dado cuenta incluso antes de entrar.
—Ey ¿estás llorando? —Me acerco, tomándola de la mano.
—No, papá
—¿Cómo qué no? Si te estoy viendo —La escucho sollozar y entonces se larga a llorar dejando el vaso en el lavavajillas— ¿Qué pasó? ¿Tiene algo que ver Ethan?
Niega con la cabeza.
—No, no se trata de él —Limpia sus lágrimas. Vuelvo a tomarla de la mano, caminando hasta los taburetes de la cocina. Me siento frente a ella secando las lágrimas que todavía caen de sus ojos— No es nada importante, es solo que ando un poco sensible.
—Un poco sensible —Repito dudando— ¿Qué pasa, Victoria?
Se queda callada, aguantando el impulso de echarse a llorar otra vez, puedo notarlo. La conozco tanto que sé cuándo quiere o no llorar. Así que me quedo limpiando sus lágrimas aun si no quiere decirme nada, pero se aclara la garganta tan pronto dejo de hacerlo.
—Es el abuelo —Me dice— Siempre tengo pesadillas con él y estoy cansada. No quiero más.
—¿Pesadillas con el abuelo? ¿Qué tipo de pesadillas?
Encoje los hombros.
—No quiero contarlo.
Le levanto la cara cuando se aparta.
—Cuéntame
—Es… todo lo que él hizo. No lo sé, papá. En las pesadillas yo veo lo que él hace, pero no puedo hacer nada. Soy yo… siendo bebé y está Myriam y estás tú —Vuelve a llorar— por eso no puedo dormir.
Me levanto de la silla, tironeando de su mano para que lo haga también. Ella se aferra a mí cuando la abrazo, todavía llorando.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? Te pregunté qué pasaba y no me decías nada. —Encoje los hombros, todavía apoyando su cabeza en mi pecho, en realidad casi en mi cuello— No es fácil esto, princesa, pero no puedes guardar el dolor para ti sola. Para eso estoy yo ¿o no? Para consolarte.
—No iba a darte la lata.
—Tú nunca podrías darme la lata, nunca. —Nos separamos, sentándonos otra vez en el taburete— ¿Dices que no puedes dormir? —Asiente— Ya te lo dije esta mañana, si quieres puedes dormir en mi cuarto, yo tenía una salida ahora pero voy a cancelarla y entonces…
—¿A dónde vas? —Pregunta interesada, su voz sonando temblorosa.
Me rasco la nuca.
—Iba… con unos amigos, pero eso ya no importa.
Me mira titubeando.
—No lo canceles —Dice de pronto— No te preocupes por mí, no es como si me acabara de pasar.
—No quiero dejarte sola.
—Papá —Llama con autoridad— Nunca sales, siempre estás aquí conmigo.
—Puedo salir otro día —Insisto y la veo rodar los ojos.
—Esa no te la crees ni tú —Esboza una sonrisa triste y acaricio con mi pulgar su mejilla— De verdad, no te preocupes por mí.
—De acuerdo —Termino aceptando— prometo volver temprano.
Asiente, acercándose y dándome un beso en la mejilla con cariño.
Subo hasta mi habitación y ella me sigue. Se sienta encima de la cama encendiendo la televisión y cambiando cada tanto la programación mientras yo elijo la ropa para esta noche. Saco una camisa a rayas del armario, mirándola y alisándola con la mano. Mi hija tiene razón, nunca salgo, por eso me cuesta un poco elegir la ropa que usaré pero esta parece ser la indicada. Cierro el armario encontrándome con los ojos curiosos de Victoria.
—¿Con quién vas? —Pregunta, aun haciendo zapping con el control remoto.
—Con unos amigos, creí que te lo dije.
Murmura algo que no entiendo.
—¿Ah sí?
Definitivamente no se lo cree.
—Bien, voy… a salir con Myriam.
A pesar de que es probable que lo haya sospechado, se ve igual de sorprendida.
—No —Dice y la miro alarmado.
—¿No con qué?
Sigue sosteniéndome la mirada un tiempo hasta que deja el control encima de la cama para acercarse a mí. Me quita la camisa, guardándola en el armario.
—Estás loco si piensas ir con esa camisa —Busca una rápidamente, sorprendiéndome. Saca una camisa gris para tendérmela después — Ésta sí. La otra parecía que ibas a buscar trabajo.
—¿No te molesta? —Mi pregunta suena ansiosa.
Victoria contrae los hombros, volviendo a la cama.
—No —Me quedo dudando si mencionarle sobre la salida de los tres, pero me quedo callado, prefiriendo hacerlo otro día. Al notar que no hay ninguna reacción negativa por su parte, suelto una risita. Ella me mira— ¿Qué? Es la verdad, diviértanse.
A las 10 en punto estoy saliendo del elevador en el piso nueve donde vive Myriam. Me arreglo la camisa gris elegida por mi hija, intentando ver entre los pequeños espejos que hay en el pasadizo. Me siento como si volviera a tener 17 o 18 años, tan ansioso y pensando de inmediato en que voy a arruinarlo. Inhalo profundamente, preparando mi mano para tocar tres veces la puerta. Hay ruido de patas caninas, ladridos y poco después escucho como ella viene hacia aquí.
Su rostro iluminando el pasillo oscuro tan pronto nos miramos. Lleva el pelo amarrado en una coleta alta, una falda negra corta y una blusa blanca dentro de ésta, acentuando mucho más su perfecta y bien formada cintura. Me quedo observando embobado su figura hasta que aclara su garganta.
—Hola, novio
Levanto los ojos hasta los suyos, enseñándole una sonrisa.
—Hola, novia —Le doy un beso. Uno que dura más de lo esperado. No es un simple saludo, nos quedamos pegados tanto tiempo que su labial se queda marcada en mi boca. Myriam se echa a reír, limpiándome con sus pulgares— Estás tan hermosa que era necesario un beso largo.
Cierra la puerta.
—Me arruinaste el maquillaje —Se queja y sostengo su brazo para acercarla a mí. Dejo otro beso pero este más corto— Déjame traer algo para limpiarte la boca, todavía te queda labial. Por cierto, te ves muy guapo —Me guiña un ojo. Con tacos se ve más alta, aunque sigo viéndola con la cabeza inclinada. Amo que sea más baja que yo. Regresa poco después con un paño húmedo el cuál pasa por mi boca con suavidad. Todo eso mientras nos miramos— Adrian va a cuidar de Molly.
—¿Y su padre? —Pregunto— ¿No te ha dicho nada sobre tener a Molly aquí?
Niega— Lo sabe, no es tonto, pero no me dice nada —Encoje los hombros— No entiendo por qué.
—Eres la hermana de su nuera.
Se ríe— Puede ser
Me quedo acariciando su mentón.
—Estuve a punto de cancelar nuestra cita hoy.
Frunce el ceño.
—¿Qué pasó?
—Luego te cuento ¿Nos vamos?
Me mira sin responder.
—¿Es sobre Victoria? —Confirmo, tirando de su mano para que salgamos— ¿Ella está bien? —Pregunta con preocupación.
—Sí, está bien. Ahora, vamos antes de que terminemos comiendo hamburguesas en el parque.
Eso le causa risa y mientras toma su bolso, yo sigo tironeando de su mano. Nos despedimos de Molly en la salida y ella solo nos ladra en respuesta. Myriam le entrega las llaves del departamento a Adrian para que cuide de Molly, éste nos desea suerte y nos vamos. La noche fría ya ha bajado y a pesar de que los dos estamos abrigados, todavía tenemos frío. Myriam abotona su abrigo cuando se sube al vehículo. Enciendo la calefacción y prendo el motor para relajarnos un poco. Luego damos marcha a nuestra cita. A pesar de que últimamente ha estado lloviendo mucho, hoy no es la ocasión. El cielo está despejado, las estrellas brillando con toda la intensidad necesaria. La luna siguiendo nuestro camino hasta el restaurante. Tomo su mano cuando nos bajamos, caminando hacia la entrada. Todavía me es tan raro darme cuenta que estamos en una cita, que ya no tenemos que ocultarnos y que ahora no nos importa que digan de nosotros. Sinceramente, no me importa lo que digan sobre nuestra relación.
El mesero nos guía hacia la mesa que pedí esta mañana por teléfono. Estamos al lado de la ventana en un segundo piso, hacemos nuestro pedido y el mesero nos deja a solas. Hay más gente por supuesto, pero siento que solo estamos los dos.
—No puedo creer que estemos en una cita —Dice entusiasmada. Estaba pensando lo mismo que yo— Ya nada de encierros en el baño como años atrás.
Suelto una risa, sirviendo vino en nuestras copas.
—En los baños de mujeres —Digo, recordándolo— ¿Cómo olvidarlo? Gracias a eso existe Victoria hoy.
—Sí —Me contesta con una sonrisa nostálgica— ¿Me vas a decir que pasó?
Se lleva la copa de vino a los labios, tomando un sorbo y dejándolo encima de la mesa. Alcanzo su mano desocupada, enredando nuestros dedos.
—¿Te acuerdas que te dije que estaba muy extraña? —Afirma poco después— Bueno, antes de venir la encontré llorando. Así que le insistí en que me dijera. Me dijo que tiene pesadillas con mi padre y nosotros, eso es lo que la tiene con insomnio.
Encoje el rostro.
—¿Sobre nosotros? —Pregunta un poco confundida— ¿Sobre lo que pasó?
—Sí
Luce aún más confundida, finalmente se lleva otra vez la copa de vino a los labios.
—No me gusta verla así. Hoy cuando la fui a buscar estaba triste y me contó que Manuel… fue a la casa, pero está muy cerrada. A Victoria le cuesta mucho expresar lo que siente.
Estoy completamente de acuerdo.
—Siempre ha sido así. —Entonces recuerdo algo que me hace formar una mueca de disgusto— por eso me sorprendió que me dijera que tiene novio.
Y de pronto, el ambiente tenso que tuvimos hasta ahora por la conversación de nuestra hija, se corta. Myriam esboza una sonrisa, apretando mis dedos.
—Te quisiste morir —Me dice.
Abro mucho los ojos.
—Estrangular a ese jovencito y morirme después. —Se ríe de mí— ¿En serio te contó que tenía algo con ese tal Ethan? —Ladea la cabeza, no queriendo contestar— ¡Myriam!
—Bueno, ella me contó algo… pero no voy a decírtelo.
Estoy asustado.
—¿Tengo que preocuparme?
—No, para nada.
Suspiro— Voy a confiar en ti.
Llega nuestra comida y hablamos de todo lo que nos parece interesante. Ella me cuenta que tan pronto se graduó, hizo lo necesario para entrar a la Universidad a estudiar lo que le gustaba y no lo que Antonio quería. Me cuenta de lo insoportable que fue vivir con su tía Veronica los primero tres años. No menciona a Francisco directamente ni nada referente a mi padre.
—Eric y yo éramos compañeros en la Secundaria y él me ayudó a conseguir el trabajo en la radio.
Una duda cruza por mi cabeza.
—¿Por qué nunca nos topamos en la calle? Llevas años en Seattle y nunca te vi, ni siquiera a tu familia.
Myriam se queda pensando en eso también.
—No lo sé
—Supongo que el destino no quería que nos encontráramos todavía —Le digo.
—Puede ser —Se ve pensativa— aunque yo casi nunca salía. Iba a trabajar y de ahí volvía a casa, esa era mi aburrida rutina.
Sirvo más vino en nuestras copas, poniéndome de pie y acercando mi silla junto a la de ella. Ahora estamos casi rozando nuestros brazos. Me mira con sus ojos verdes brillantes, agitando el contenido oscuro de la copa.
—Creo que es un buen momento para hacer un brindis ¿no te parece?
Sonríe y me cautivo por ella.
—Sí, por supuesto —Me contesta.
Alzamos nuestras copas de vino, mirándonos a los ojos.
—Por los viejos tiempos, por el ahora y por el futuro —Choca su copa con la mía— Salud, Myriam. Te amo.
—También te amo. Salud.
Para el postre, estamos demasiado tentados de la risa recordando anécdotas de nuestra pre-adolescencia. Myriam me pregunta de mi vida, detalles y yo comienzo con lo que nos compete a ambos: Victoria.
—Siempre nos gustó ir a la playa. Íbamos con Sandie, un perro que tuvo Victoria luego de que Casper muriera.
—Oh ¿qué le pasó?
—Estaba viejito ¿te acuerdas de él?
—Sí, te seguía a todas partes —Recuerda y me entristece hacerlo también— pero bueno, sigue contándome.
Le cuento sobre la vida que hemos tenido, el primer día del preescolar de Victoria y como yo estaba llorando y ella estaba pidiéndome que me fuera pronto. Le cuento que estuve a punto de casarme con Adrianay de las novias que mi hija siempre terminaba espantando.
Mientras terminamos, de pronto recuerdo algo. Me dirijo a ella que está absorta en el material de la cuchara.
—¿Myriam? —Llamo y ella eleva la mirada— Ven, acompáñame.
Estiro mi mano cuando me pongo de pie. Myriam me mira despistada, sin embargo extiende su mano para posarla sobre la mía. La guío lejos de la mesa, bajando por la escalera y metiéndonos dentro de un pasadizo oscuro. Estoy sonriendo al escucharla preguntarme dónde demonios la llevo, pero no respondo. Al final del pasillo empujo una puerta y las luces de colores nos ciegan unos cuantos segundos. Veo su rostro desconcertado, la música retumbando en nuestros oídos, entonces veo como comienza a sonreír.
—¿Una pista de baile?
—Es una de las cuántas sorpresas que tiene este restaurante —Explico, estirando mi brazo curvado para que ponga su mano— ¿Me concede esta pieza, señorita Montemayor?
Sus mejillas se encienden justo cuando una nueva canción comienza. Acepta mi petición y nos acercamos a la pista. Hay muchas parejas bailando, las mismas que estaban cenando hace poco cerca de nosotros. Nos toca un lento para bailar, reconociendo de inmediato que es una de las canciones de Journey. Tomo la cintura de Myriam para pegarla a mi cuerpo. Sus brazos rodeándome el cuello y estamos demasiado cerca como para no mirarnos a los ojos. Sus mejillas se encienden más ahora, así que esconde su cara en mi pecho mientras nos balanceamos en nuestro círculo. Siento su respiración golpear mi pecho tan fuerte, tan agradable. Mis labios suenan en su sien cuando dejo un beso rápido, permitiéndome aspirar su fragancia. Y sin que se dé cuenta muerdo el lóbulo de su oreja. Myriam levanta la cara, riéndose y encogiendo la cabeza hacia un lado al sentir la cosquilla.
—No hagas eso —Dice con gracia— No arruines este momento.
—Me gusta tu oreja —Me defiendo. La alejo suavemente para tomar su mano y girarla con elegancia. Luego vuelve a mí— Me gustas toda tú.
—A mí me gustan tus labios —Dice mirándolos— Son dulces y cálidos.
Acaricio sus labios con los míos, ambos cerrando los ojos.
—¿Así?
Niega con la cabeza.
—Más cerca, mucho más cerca.
Pesco uno de sus labios con suavidad unos segundos.
—¿Y ahora? —Sacude la cabeza de forma negativa. Ahora presiono mi boca con la suya, todavía balanceándonos. La mano de Myriam encima de mi pecho, mi corazón brincando al sentir su calidez, la misma que ella dice sentir conmigo. Soy consciente que probablemente voy a quedar con labial en toda mi cara, pero no me importa. Levanto su mentón, besándola con más impulso. Mientras más nos besamos, más acelerados estamos a pesar de estar alrededor de tanta gente. Me gusta sentirla de esta forma tan cercana y placentera. Mi mano viaja por su cadera, bajando hasta su trasero. Ella pone su mano sobre la mía para quitarla con una sonrisa— ¿Qué?
—Hay gente mirándonos, Víctor —Explica como si fuera obvio.
Encojo los hombros, tomando su cintura con posesión.
—No me importa.
Ella toma mi rostro con sus manos, dejando cortos besos aun con la música de Journey de fondo.
Myriam
Víctor me deja afuera del edificio luego de nuestra cita, se baja y abre la puerta por mí. Es todo un caballero. Apenas siento mis pies y mi abrigo estorba en mi mano. A pesar de que hace frío, ha sido una noche tan agitada que lo único que siento ahora es calor.
—Bien, novia. En la puerta de su casa —Dice, inclinándose hacia adelante con exageración.
—Vivo en el noveno piso, de modo que no es realmente en la puerta.
Hace un sonido con los dientes.
—Siempre le buscas el menor detalle, sabes. —Mira su reloj— Tengo que irme.
—Sí —Respondo, sabiendo que tiene que ir con Victoria— Fue una noche maravillosa, Víctor. Gracias.
Se acerca para besarme, acariciando mi espalda.
—Y la mía, Myriam. —Enreda su mano en mi pelo, como una caricia— Nos vemos luego ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Adiós.
Me lanza un beso al aire.
Cuando Adrian me devuelve las llaves, lo único que hago es ir a la habitación y caer encima de mi cama. Casi a empujones me quito los zapatos, deseando mi almohada como siempre que estoy demasiado cansada. La diferencia es que ahora cierro los ojos con una sonrisa boba en el rostro, la cena y el baile con Víctor en mis pensamientos. De algún modo logro quitarme la ropa para ponerme el pijama, no lo recuerdo bien, pero en poco tiempo estoy quedándome profundamente dormida.
Me levanto casi a las 11 de la mañana, sorprendiéndome porque casi nunca me levanto después de las 10, sea fin de semana o día libre en el trabajo. Preparo abundante café, sirvo a Molly su comida, un cuenco con agua y después me siento en el sofá a ver televisión. Luego Molly cae a mi lado, acomodando su cabeza en mi regazo. Acaricio su pelaje blanco, suave y esponjoso.
—Estás cómoda aquí ¿eh? —Le digo y ella se vuelve a acomodar— ¿Te parece si llamamos a pollito? —Alcanzo el celular como puedo. Molly sigue en mi regazo, prácticamente quedándose dormida. Victoria me contesta al segundo timbre, su voz no tan triste como otras veces. Empezamos a hablar de su revoltosa noche con Liliana y Ana.—¿Tienes algo que hacer hoy o tienes planes con tu noviecito? —Pregunto con una evidente marca en la última palabra.
Victoria se queda callada unos segundos, hasta que finalmente la escucho reír. Reír. Sí, reír.
—Papá te contó ¿verdad? No sé por qué no me sorprende.
—Él estaba un poco alterado ayer.
—¿Un poco?
—Un poco bastante —Nos reímos— Bien ¿tienes o no?
—Nop ¿A dónde vamos? —Me sorprendo que antes de preguntarle ya esté aceptando.
—No lo sé, dónde quieras.
La voy a buscar y al final decidimos quedarnos en casa porque se queda jugueteando con Molly, que no deja de seguirla. Victoria le tira una pelota de goma y la perra corre para recogerla y devolvérsela. Han estado así durante media hora.
—¡Ay! Molly, no me muerdas —Se queja y le tiendo un vaso con jugo de fresa, sentándome en el suelo igual que ella— Cuando se desespera empieza a morder.
Tomo a mi mascota de la panza, esquivando la mano para que no me muerda también.
—Ey, Molly, basta de morder. —Regaño, acariciando detrás de su oreja para ver si se calma. Funciona— Buena chica.
—¿Dónde dijiste que la encontraste? —Pregunta refiriéndose a la perra.
—Afuera del edificio, estaba muriéndose de hambre.
—Pobre Molly —Suena apenada— Yo tuve una perra antes llamada Sandie, pero un día se perdió y nunca supimos de ella.
—Oh, tiene que haber sido duro para ti.
—Sí, los animales siempre son una buena compañía. —En eso estaba completamente de acuerdo. Nos mantenemos calladas casi la hora completa, hasta que me mira— Di lo que tengas que decir —Alzo la mirada, sabiendo que soy bastante obvia cuando no sé cómo decir algo— Has estado mirándome como si fueras a hablarme y al final no lo haces.
Me acomodo en mi lugar.
—Sí, bueno, yo… —Rasco mi mejilla— Tu papá me ha dicho que… has tenido pesadillas.
Sacude la cabeza.
—Mi papá es un bocón.
—No, él solo está preocupado, muy preocupado por ti. —Aseguro. La veo morderse el labio con nerviosismo— No tienes que contarme nada si no quieres. No es eso por lo que te lo digo.
—¿Entonces por qué?
Acomodo un mechón de mi pelo.
—Bueno, me preguntaba si querías quedarte hoy aquí… a dormir. Sé que no estás durmiendo bien y tal vez si te despejas un poco, resulte —Formo una mueca dudosa— No sé, solo si quieres.
Me mira de una forma tan intimidante que quiero apartar la mirada, pero no lo hago. La sostengo de todas maneras.
Parpadea, regresando a Molly a su regazo.
—Solo con una condición.
—¿Cuál?
—Si haces pastel de manzana.

When you love a woman - Journey {Canción que bailan Víctor y Myriam en su ocita.
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Mensaje  myrithalis Sáb Feb 06, 2016 2:16 am

Gracias bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing Laughing
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Mensaje  Eva Robles Sáb Feb 06, 2016 7:28 pm

Muchas gracias por los capítulos están muy buenos y emocionantes

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Mensaje  Bere Lun Feb 08, 2016 11:30 pm

Capítulo 24
Como siempre debió ser
Myriam
2010
Cierro la puerta de entrada despacio, dándome prisa para no tener que dirigirle la palabra, pero hoy no tengo suerte, porque por más que intento su voz desagradable hace eco en el rincón de la pequeña estancia.
—IsaMyriam, espera un momento.
Me quedo de pie en el mismo lugar, cruzada de brazos esperando que diga lo que tenga que decirme, mas él no lo hace.
—Solo vine para saber de Cristy, supe que está enferma.
Me mira y puedo notar lo viejo que se encuentra. Su mirada no es dulce ni agraz, es una mirada muy familiar que tiene hacia mí. Es la misma mirada que le he visto dirigirme desde que tengo uso de razón. No obstante, no puedo negar que su mirada de odio se ha duplicado con el paso del tiempo.
—Tengo que hablar contigo ¿puedes dejar la terquedad? —Enarco una ceja, controlando las ganas de echarme a reír. Descruzo los brazos para enrollar las llaves en mi mano y me acerco al recibidor. Papá está sentado en el sofá con el rostro pálido, su pecho suena como si estuviese resfriado, pero ha estado así durante años. Él saca algo dentro del periódico, tendiéndomelo poco después. Es un sobre blanco y sellado. — Toma, es para ti.
Frunzo el ceño.
—¿Qué es? —No lo recibo.
Antonio insiste, agitando el sobre en su mano.
—Te repito, es para ti. —Con una mirada de desconfianza, recibo el sobre en mi mano— Léela.
—¿Qué es?
—Léela
—No lo haré si no me dices que es.
Suspira, estoy acabando con su paciencia. Y no me importa.
—Es una carta que escribí para ti hace algunas semanas —Mi reacción es un tanto incrédula y confusa— ¿Puedes leerla, por favor?
Parece como si estuviese aguantándose las ganas de gritarme, aunque eso ni lo dudaría porque es normal. Estoy sorprendida que no lo hiciera ya. Arranco el adhesivo de la carta y comienzo a leerla. Estoy casi en la mitad cuando suelto un resoplido, volviéndome a Antonio con furia. Esto tiene que ser una maldita broma.
—¿Qué demonios significa esto? ¿Te volviste loco?
Sacude la cabeza, negándolo.
—Todo lo que dice ahí es cierto.
Me río, es lo único que puedo hacer. Esto parece realmente un chiste. Vuelvo a mirarlo, ahora mis ojos flamean por completo.
—¿Y tú crees que con una carta se arregla todo? ¡Que equivocado estás, papá!
Se pone de pie con las manos formando puños, sus ojos clavándose en los míos.
—¡Es lo único que te ofrezco, ten un poco de consideración!
Cristo…
—¡¿Consideración?! ¡¿Acaso tuviste consideración conmigo?! ¡¿Lo tuviste con los demás?! ¡No me hagas reír!
Paseo por la habitación, sabiendo que Cris está en el segundo piso. Solo espero que esté dormida o con la puerta cerrada para que no nos escuche. Estoy furiosa, mi respiración agitándose con cada aceleración. Me parece una completa aberración que esté haciendo esto justo ahora, después de tanto tiempo.
—No te estoy pidiendo ninguna oportunidad. Tengo clara mi posición y mi deber en esta vida. No tengo más, es lo único que puedes obtener de mí.
Me vuelvo hacia él con ira.
—¡Yo no quiero nada de ti! —Exclamo con fuerza— ¡Por mí no te viera nunca! La razón por la que sigo viniendo a esta casa es solo por mi madre, mi hermana y Nany. Nadie más, así que bájale a tus humos de superioridad como si necesitara algo tuyo ¡Como si alguna vez me hubieses dado algo por lo que recordarte con cariño!
—¡No te atrevas a hablarme así! ¡Soy tu padre, maldita sea!
—¡Mi padre y las pelotas! —Grito devuelta— No eres mi padre. Nunca he tenido un padre. Haz lo que quieras con tu mugrosa vida, escribe todas las estupideces que quieras en todas las cartas que se te antojen, pero eso no va a enmendar nada, eso no va a limpiar tu consciencia ni la mía ni la de nadie, que te quede claro.
Pone sus brazos en sus caderas, sacudiendo la cabeza hacia mí en un refunfuño.
—Te guste o no te di educación, una casa, una estabilidad. ¿Ahora no quieres nada de mí? ¿Ahora que estás casada y viviendo fuera de aquí? Es mi turno para reír, IsaMyriam.
Frunzo los labios, acercándome y levantando la carta frente a sus ojos.
—Esto —Señalo el sobre— No tiene ningún valor para mí —Digo y acto seguido, rompo en dos la carta. Él me mira sorprendido, borrando la sonrisa burlona que tenía antes en el rostro— Arrepiéntete todo lo que quieras, papá. ¿De qué te sirve arrepentirte 10 años después? O sea que… hiciste lo que quisiste y no importa, si total luego te arrepientes y asunto arreglado ¿verdad?
Meneo la cabeza, alejándome pero él me sostiene la muñeca.
—¡Escúchame bien…!
—¡Suéltame, no me toques! ¡Te odio, papá! ¡No sabes cuánto te odio! —Grito y veo como su rostro se contrae. De pronto, cuando estoy enfurecida deambulando por la sala, me doy cuenta que él está inclinado hacia adelante con sus ojos desorbitados y su mano sobre su pecho. En ese momento estoy totalmente paralizada en mi lugar, no entendiendo su reacción. Entonces lo recuerdo. Me acerco, intentando sostenerlo antes de que caiga— ¿Papá? ¿Qué…? ¿Qué te pasa?
Escucho a Cristy de lejos pero no entiendo sus palabras. Sin embargo, todavía estoy mirando a Antonio, su rostro tornándose completamente enrojecido.
Luego escucho un portazo y la voz de mi madre llamándome.
—¿Myriam, qué está pasando? ¡Oh Dios mío! ¡Antonio! —Exclama ella.
Todo avanza en cámara lenta. Francisco en algún lugar de la habitación llamando una ambulancia. Cristy en el umbral de la puerta y yo mirando hacia los dos papeles en el suelo. Mi madre sostiene a mi padre, pero él ya ha cerrado los ojos, probablemente desmayado. De camino al hospital, Francisco intenta bombardearme de preguntas pero yo simplemente no tengo respuestas. Estoy mirando por la ventana frente a nosotros, viendo a los autos pasar a la inversa y él sigue atosigándome como siempre. A veces me aburre, a veces quiero escapar de él para siempre.
En la sala de espera estamos las tres sentadas una al lado de la otra, esperando noticias. Tengo la mirada de Antonio en mi cabeza, retorciéndose en su lugar y su rostro distorsionado, casi desfigurado. Cuando el doctor viene hacia nosotras con su rostro gélido, carente de emoción, no sé qué pensar.
—Lo siento —Dice él— poco pudimos hacer, él llegó sin signos vitales.
No hay lágrimas.
No hay sorpresa.
No hay nada.
Mi madre me mira, suponiendo que tengo alguna reacción y cuando yo la miro, puedo verlo. Es un antes y un después. No puedo explicarlo bien porque no lo entiendo. Es una línea entre el pasado y lo que viene a continuación. Siento que somos nosotras pero a la vez no. Algo cambió tan pronto el doctor nos dio la noticia.
Me vuelvo hacia Cristy que tampoco muestra signos de nada. Ella se da la vuelta, sentándose nuevamente en la silla.
—No está más —La escucho decir.
Tardo unos minutos en reaccionar a sus palabras.
—No —Contesto sin emoción— No está más.
Esa noche regreso a casa con Cristy para recoger un poco de su ropa y la de mamá. Rebecca se ha ofrecido a saldar con todos los gastos del funeral, decidiendo entre todos sepultarlo en Seattle. Así que tenemos que darnos prisa con todo. Cuando mi hermana sube corriendo la escalera, me quedo contemplando las dos mitades de la carta de Antonio. Me acerco para recogerlas y leer el resto que no hice antes. Tengo un nudo en la garganta que me impide ponerme a llorar. No lo hago, pero lo que sí hago es ir a la cocina y tirar al bote de basura lo "único" que me queda de mi papá.
En este momento las palabras de Cris vuelven a mi cabeza "No está más"
La realidad me cae de golpe. Nunca más.
Actualidad
—¿Helado o gelatina? —Me pregunta.
La miro con gracia.
—¿Es en serio? ¿Pones en la misma balanza el helado con la gelatina?
Victoria rueda los ojos.
—¡Contesta!
—Helado, por supuesto —Ella va a decir algo más, pero levanto mi dedo— Es mi turno —Se queda esperándome mientras lo pienso— ¿Chocolate caliente o café con leche?
No demora en responder.
—Definitivamente chocolate caliente —Sonríe, pensando en otra— ¿películas o series?
Entrecierro los ojos.
—¿Las dos?
—¡No! —Exclama— Eso es trampa.
—¿Por qué trampa?
—Solo es una opción.
Suspiro, mordiendo mi labio.
—De acuerdo, series.
Es pasada la medianoche y las dos estamos acostadas en mi cama grande de la habitación. Habíamos quedado satisfechas con el pastel de manzana, quedando agotadas en la sala, por eso decidimos irnos a dormir pero ya aquí el sueño se nos había ido, así que empezamos con el juego de las preguntas. Victoria no había querido dormir sola en la pieza de huéspedes y yo no tenía problema en que durmiera conmigo, de hecho, estaba más que contenta por eso.
—Yo también —Me dice, y por un momento creo que lee mis pensamientos, pero me doy cuenta que es sobre el juego. Alcanza el control remoto con la mano, encendiendo la televisión y me alegra que se sienta tan cómoda de hacer lo que quiera— Sigo sin sueño.
—Y yo —La contemplo sin que se dé cuenta. Me gusta mirarla cuando está distraída, memorizando cada parte de su rostro, cada gesto y cada palabra que dice se queda grabada en mi cabeza. Y si tengo que hacer una comparación de la Victoria que vi hace siete meses atrás, la que tengo a mi lado ahora es un tanto diferente. Ha crecido bastante, de eso no hay duda. Tal vez me hace verla diferente porque ya no me mira con odio o porque no se ve incómoda conmigo, no lo sé— ¿Te gusta Friends?
Sus ojos encuentran los míos.
—A casi todo el mundo le gusta Friends ¿a ti no te gusta?
—Sí, me gusta —Contesto y ella vuelve su atención a la televisión.
—Papá y yo la veíamos los domingos comiendo helado de vainilla —Sonríe y yo sonrío de vuelta.
Por supuesto que me gusta Friends. Liliana y yo la veíamos siempre comiendo helado de vainilla y normalmente Víctor se nos unía. Una ola de nostalgia me corroe teniendo estos recuerdos. Cosas como estas es porque a veces extraño el pasado. Incluso embarazada veíamos la serie juntos en el sofá grande en casa de los García, haciéndome un gran espacio en medio para mí a causa de mi hinchado abdomen, por supuesto, mucho después que Antonio finalmente me permitiera verlos a todos y dejarme salir de mi encierro. Pese a que le desagradaba la idea, no me decía nada.
Miramos televisión hasta que nuestros ojos se cansan. En algún momento nos quedamos dormidas. Cerca del amanecer, me despierto con un salto incapaz de contener las ganas de orinar. Me levanto de la cama tratando de no hacer ruido y corro al baño. Como cuando sueñas con agua y despiertas con ganas de hacer pis, eso justamente me acaba de pasar. Llegando a la cama me doy cuenta que Victoria no se ha despertado en toda la noche. Me aseguro de cubrirla con la colcha, ya que con el paso de las horas se terminó destapando hasta las piernas. Me acomodo cerca de ella, besando su cabeza y rodeándola con mis brazos. Eso se siente tan bien que podría quedarme así el tiempo que sea necesario.
.
—No me digas que te gusta la nutella —Dice con una mueca de asco, viendo el frasco dentro de la alacena.
El sonido de la tostadora me avisa que el pan está listo. Me aseguro de no quemarme mientras los dejo sobre un paño de cocina limpio.
—Nop, es de mi hermana. No sé por qué aún no se lleva su frasco. Prefiero la mantequilla de maní.
—Y yo.
Me siento en la silla y Victoria sigue dando vueltas por la cocina.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunto.
Está echándole agua al cuenco de Molly, luego se sienta conmigo. Este es el segundo desayuno que tenemos juntas. La primera había sido tan tranquila como ahora, salvo cuando me preguntó por mi papá, pero en ese tiempo Victoria no sabía realmente como habían sucedido las cosas. Ahora sin embargo, parece más dispuesta a que entablemos conversación, tanto como para conocernos –el juego de las preguntas- como el de comentar algo no tan importante.
—Ella tenía sed —Explica, tomando el termo con agua caliente.
Tocan el timbre. Tal y como la vez pasada. Solo que no entiendo por qué Juanita vendría a verme de nuevo. Sin embargo, me encuentro a Víctor con su brazo apoyado en el umbral de la puerta. Él está sonriendo sobradamente y no tiene rastro de haber acabado de levantarse. Estoy segura que me veo somnolienta.
—Hola, preciosuras —Saluda y Victoria se pone de pie, olvidándose del agua caliente.
—Papá ¿qué haces aquí? —Su voz no suena enojada.
No sé muy bien qué hacer a continuación. Sin contar con que él me está mirando con toda la intensidad que es posible, así que hago lo que me dicta el corazón o más bien mi lado impulsivo. Me pongo de puntillas y beso a Víctor en la boca. Son apenas dos segundos, un roce de nuestros labios. Es un poco ridículo sentirme como una adolescente solo porque mi hija acaba de verme hacer eso, cuando la primera vez que nos vio así, el beso era bastante diferente. Debería acostumbrarme al hecho de que a Victoria no le molesta nuestra relación.
Víctor se acerca para dejar un beso en la frente de nuestra hija.
—Vine a ver como amaneció mi princesa —Ella le sonríe, abrazándolo por la cintura. Me quedo contemplando esa imagen de los dos tan especial— ¿Dormiste?
Carraspeo, hablando en su lugar.
—Durmió toda la noche como un bebé.
Victoria me sonríe ahora, todavía abrazando a Víctor. Me quiero derretir.
—¿Es eso cierto? —Pregunta Víctor con sorpresa, una sonrisa formándosele en su bello rostro. Victoria asiente hacia él, mirándolo a los ojos.
—No me mires así, papá —Pide, alejándose y codeándolo— parece como si eso fuera el mejor logro de mi vida.
Víctor encoje los hombros.
—¡Y lo es! ¿Qué estaban haciendo? ¿Desayunando? —Mira hacia la mesa.
Mi pie se va hacia adelante, avisándome que tengo que moverme de mi lugar y no quedarme estática viéndolos como embobada.
—¿Quieres desayunar con nosotras? —No soy yo la que pregunta, es Victoria. Esa misma pregunta queda nadando en mi cabeza. Se sientan los dos y estoy demasiado sorprendida para hacerlo también, entonces recuerdo que solo hay dos tazones en la mesa. Voy a la cocina para traer otro para Víctor. Finalmente me siento, notando como parecen estar en una interesante conversación. Me encuentro un poco abrumada con todo esto, pero es una sensación agradable— Mira, papá, Myriam sabe hacer tostadas y tú no.
Un pensamiento cae en mi cabeza de pronto:
Como siempre debió ser.
—¿Me estás sacando en cara algo? —Víctor le pregunta fingiendo estar dolido— por lo menos eran comibles, es lo que importa ¿no crees, Myriam?
Parpadeo.
—¿Qué?
Los dos estudian mi rostro.
—Que no importa el color de la tostada, lo importante es que sepan bien.
Victoria frunce el ceño.
—Las tuyas no saben bien.
Y empiezan una pequeña discusión infantil.
El resto del desayuno es bastante movido. Al cabo de algunos minutos por fin salgo de mi trance, decidiendo meterme en su charla también. Cuando Victoria le dice a Víctor que no le gusta como él cocina, éste se ofende y le indica que no tiene permiso para tener novio, de modo que comenzamos a atacarlo entre las dos.
.
No me doy cuenta que llevamos más de la mitad del mes y estoy algo sorprendida que el año se esté yendo tan pronto. El frío es básicamente insoportable, sin embargo, prefiero esto a tener que soportar 40 grados a la sombra en verano. Por mí está bien ir por la calle de abrigo, bufanda y comprar un delicioso café con abundante cafeína y azúcar. Cualquier día de estos voy a terminar asqueada y con diabetes.
Eric levanta ambos pulgares hacia mí para avisarme que hemos acabado por hoy. Estiro mis pies cansados, quitándome los auriculares y empujando lejos el micrófono. Todavía puedo escuchar la vocecita insistente de Paul en mi oído, quien me da órdenes de irnos a comerciales cada tanto. Busco rápidamente un lápiz azul, marcando una línea gigante a la hoja de programación que ya no sirve. Luego me pongo de pie viendo a los chicos salir de la otra habitación.
—Un excelente programa como siempre, Myri —Me halaga Tyler.
Para el almuerzo, las chicas y yo decidimos comer afuera y evitar la comida de la cafetería esta vez. Es por eso que nos vamos a un restaurante del centro donde preparan una lasagna deliciosa. Rocio es la única que habla todo el camino hasta allá, su voz alzándose por sobre los demás, pero eso no me importa, me gusta el entusiasmo que genera Rocio. Es como un niño al cual necesitan quitarle energías. Su presencia es suficiente para subirte el ánimo. Ángela es más reservada, más centrada y paciente. Es de esas personas de las que puedes estar hablándole durante horas y ella siempre te va a escuchar.
—Ahora que estás con Víctor de seguro vas a tener menos tiempo para nosotras —Rocio hace un mohín, sus manos sobre la mesa— ¡Ay, Myriam! Probablemente más de alguna vez te hablé de él y tú tenías bien guardado ese secreto amoroso.
Ladeo la cabeza.
—Nunca dijiste nada comprometedor.
Sus ojos se agrandan.
—¡Ojalá hubiera! Pero no —Suspira— Si tan solo Reese tuviera la suerte de tu hija. Víctor sí que es un padre ejemplar, no como el de la mía, él se acuerda de ella cada tanto.
—¿Y se ven? —Le pregunta Ángela— Tu hija y tu ex, quiero decir.
La rubia hace una mueca desagradable.
—Casi nunca y cuando viene siempre es por viajes de trabajo, así que Reese lo ve una o dos horas máximo.
—Tiene que ser difícil para ella —Aseguro.
—Por supuesto, aunque últimamente le ha tomado cierto rencor, pero creo que es la edad. Sin embargo, no la culpo. Mi ex marido siempre se aparece para reclamar sus derechos de padre cuando él y yo discutimos.
Alcanzo el salero en medio de la mesa.
—¿Y Paul? —Pregunto con voz insinuada.
Ángela nos mira a ambas, perdida.
Rocio rueda los ojos.
—Lo de Paul fue un polvo y ya está. —Ángela se lleva ambas manos a la boca, exclamando sorprendida. Ella no tenía idea de nada y yo me echo a reír por su reacción— ¿Me vas a decir que no lo sabías, Áng? Toda la maldita oficina lo sabe —Dice exasperada, como si aquello fuese un dolor de cabeza.
Yo sigo riéndome.
—A ti solamente se te ocurre meterte con Paul y luego olvidarlo por completo, Rocio —Me burlo y ella esconde la cabeza entre sus manos— a todo esto, los chicos últimamente le han dado tregua a tu nombre. Antes cada vez que llegaba tenía que escuchar "Rocio" en susurros como un mantra.
Ángela resopla.
—Llegué muy tarde para el chisme —Se lamenta.
Volvemos a la oficina cinco minutos antes de lo esperado, mucho más relajadas. Es por eso que hacemos nuestro trabajo con un poco más de energía el resto de la tarde. Todavía me queda una hora más aquí cuando suena mi celular. Lo sostengo entre mis manos viendo que me ha llegado un mensaje de texto de un número desconocido, pero el problema no es eso, sino que no hay nada escrito en él, salvo puntos suspensivos.
Luego de mi jornada me voy a casa de mamá. Las encuentro a punto de sentarse a cenar, así que llego antes de lo que acostumbro, ya que siempre cuando me las encuentro están sentadas en la sala con una taza de té. Mi madre está mucho más animada hoy porque la llamaron esta mañana para anunciarle que el préstamo se lo entregarán antes de Navidad. Ella estaba casi saltando en un pie, según me contó Cristy. Por eso mismo estábamos cenando pastel de carne, porque cuando mamá está feliz no hay ser humano existente que pueda sacarla de la cocina. Se pone a cocinar todo lo que encuentra comestible.
—Deberías traer a pecosita 3 a cenar con nosotras algún día —Propone Nany.
Mamá y Cristy están de acuerdo.
—¡Sí, Myriam! Además ella se lleva bien con nosotras, se nota que sabe adaptarse bien con la gente —Comenta mi hermana— para Acción de Gracias parecía que siempre hubiese sido de la familia. Fue muy extraño cuando lo pensé después.
—Y es tan linda —Opina mamá con una sonrisa y la cabeza inclinada hacia un lado, sus manos entrelazadas, recordándola— Ella tiene un poco de los dos. Se parece tanto a Víctor como a Myriam.
Nany carraspea.
—Me pregunto a quién habrá salido rubia —Me mira entrecerrando los ojos— Me imagino que no tienes algún secretito guardado sobre el verdadero padre.
Me echo a reír.
—Estás muy loca, Nany.
Las demás se ríen también y no siguen adivinando a quién salió con el pelo rubio. Pese a que es bastante obvio, no voy a ser yo quien nombre a Manuel en la mesa. Supongo que a algo tenía que salir a su abuelo.
Vuelvo a escuchar a Nany.
—Y tiene los ojos azules como Refugio.
Cristy deja caer el tenedor.
—¿Tienes los ojos azules? ¿Cómo es que nunca me he dado cuenta?
Mamá chasquea la lengua.
—Porque no es un azul como el de Victoria, el mío es bastante oscuro, casi ni se nota. Mira —Le enseña los ojos— ¿Ves? Tiende a parecer gris opaco o en ocasiones verde.
Nos quedamos hablando sobre los colores de ojos de la gente y sobre el color entre nosotras. Cristy alega que no le gustan sus ojos marrones y Nany se pavonea con los suyos que son verdes, como los míos. "Verde césped" me dijo un día cuando era niña y le pregunté qué tono de verde teníamos. Desde entonces cada vez que alguien pregunta por el color de mis ojos pienso en eso.
Después de pasar un poco más con ellas luego de la cena, regreso a casa tarde en la noche, completamente agotada. Apenas tengo ganas de jugar con Molly, quien empuja su pelota de goma hacia mí y su cola se balancea de izquierda a derecha. Me disculpo con ella, caminando rápidamente a mi habitación.
Víctor
—Liliana, eso es trampa —Le digo, aplastando su cabeza para que sus pies dejen de estar en puntillas— que hagas eso no hará que crezcas más.
Mi hermana resopla lanzándome dagas con los ojos.
—Eres cruel cuando quieres.
Entrecierro los ojos hacia ella.
—Un momento —Digo, sosteniendo a Liliana del brazo y posicionándola nuevamente en la pared, justo por debajo de mi mano. Miro hacia atrás, buscando a Victoria— Ven acá un momento —Pido y ella viene hacia mí. Gano a Victoria a espaldas de Liliana, para compararlas— Liliana, creo que Victoria te gana por unos cinco centímetros.
Mi madre se sorprende.
—¡Guau! ¡Hasta ahora me doy cuenta que mi niña ha crecido un montón!
Victoria sonríe, volviendo con mi madre.
—Entonces, abuela, soy de tu estatura ahora —La rodea por la cintura y esconde su cabeza en su cuello, como hacía antes— ¿Puede Sergio medirse? Quiero burlarme de él sin razón.
Sergio apunta a Victoria con el dedo, jugando.
—Soy mucho más alto que tú, elefante.
Mi hija suelta un gruñido.
—Cuando sea mayor de edad voy a cambiar el orden de mi nombre.
Dejo que Liliana se vaya para recibir a Sergio. Miro hacia Victoria, alzando una ceja.
—¿En serio? ¿Quieres llamarte Holly Victoria?
Se queda pensando.
—Holly, solo Holly —Luego chasquea la lengua— ¡No! ¡Holly es horrible también!
Sergio se burla de ella mientras marco su estatura en la pared. Luego se aparta. Verificamos que mi estatura con la de mi hermano es la misma.
—¡Comparemos! —Exclama en alto Liliana— Erick, cariño, ve con ellos.
Erick se nos une y todos tienen claro quién es más bajo. Ana se ríe de los 7 centímetros que lo hace ser más bajo. Jazz sonríe sacudiendo la cabeza, volviendo con Liliana. Mamá bromea con que los dos son bajitos y por eso están juntos.
Mientras reímos en la sala, de pronto todos nos quedamos callados, dándonos cuenta al instante de lo mismo. El hecho de que por fin estemos riéndonos sin fingir o que por unos minutos nos olvidemos de los problemas, es un gran paso de superación, y eso sin duda, lo hemos visto reflejado recién.
—Vamos a estar bien —Dice Sergio con nostalgia a todos.
Y mamá lo corrobora:
—Sí, vamos a estar bien.
.
Desde la tercera semana de Diciembre las ferias Navideñas comenzaron a apoderarse de la ciudad y con eso, miles de ciudadanos se han mantenido fuera de sus casas por las tardes. La gente está vuelta loca con los regalos de navidad y los preparativos para la dichosa cena. Mamá ya tiene el menú listo, solo falta que Sergio, Erick y yo decidamos cuando sacar el árbol escondido en el ático. Ana ya ha adornado en el techo unas luces de colores, saliendo por la buhardilla de ésta.
Mamá y yo estamos conversando silenciosamente en la cocina.
—Entonces no le has dicho nada —Me dice obviando el hecho, mientras limpia el mesón— ¿Y qué es lo que te inquieta?
—¿Y si no quiere? ¿Y si es demasiado para ella?
Suelta un bufido, mirándome con desesperación.
—Pensé que era bastante evidente para ti. Victoria no se va a negar, te lo digo yo.
—¿Tú crees?
Vuelve a mirarme, su rostro sereno y amable que tanto conozco de ella.
—Víctor, parece que no la conocieras. Conociendo a tu hija, hace mucho tiempo que hubiese mandado al demonio a Myriam si no quisiera nada con ella. Y por supuesto, eso no ha ocurrido.
Me paso las manos por los pantalones.
—Sí, tienes razón. Es que estoy un poco nervioso.
Se acerca con una sonrisa, dándome un beso en la mejilla.
—Además ¿no fue ella la que me dijo que desayunaron los tres hace algunos días? —Asiento, totalmente vencido. Mi madre siempre tiene razón. Levanta una de sus comisuras, sus ojos pegados en los míos— Recuerda siempre que te quiero mucho.
Sonrío devuelta, rodeando a mi madre en un abrazo.
—Y yo a ti, mamá. —Al separarnos, noto un poco de tristeza en sus ojos— ¿Estás bien?
Encoje los hombros.
—Hago el intento —Guiña un ojo, palmeando mi brazo. Escuchamos un portazo y ella vuelve a mirarme, señalándome la salida con la mano— Ve, es ahora o nunca.
Salgo de la cocina, encontrándome a Victoria subiendo las escaleras. Ella se da cuenta de mi presencia, de modo que baja y corre a abrazarme. Parece demasiado feliz hoy, pero no quiero preguntar el motivo porque si me dice que es por Ethan voy a romper todo lo que está a mi alcance.
Se aparta, mirando mi suéter.
—¿Vas a salir? Tu suéter huele a perfume —Me dice.
Victoria controladora al ataque.
Tomo su pelo entre mis manos con suavidad.
—Vamos a salir.
Frunce el ceño.
—¿Yo también? ¿A dónde?
Pongo mis manos en sus hombros, girándola y señalando que suba las escaleras.
—Luego sabrás. Por lo pronto ponte muy bonita. Bueno, más de lo que eres. —Sube las escaleras, a ratos mirándome de reojo pero finalmente va a su habitación. Me quedo esperándola en la sala, hojeando una revista de moda que tiene Liliana y mirando cada tanto el reloj. Myriam debe estar todavía en su casa, decidimos esperarnos en la feria a eso de las siete. Así que cuando siento pasos en la escalera, me pongo de pie demasiado ansioso. Victoria sigue mirándome con desconfianza. ¿Qué tiene de malo que salgamos los dos? Bueno, porque cuando estás ocultando algo, ella siempre lo sabe. Lleva un lindo suéter con una estrella en el centro, una chaqueta de mezclilla celeste sin mangas, unos jeans y borcegos negros— ¿Lista, pequeña princesa?
Recibe mi mano cuando baja la escalera, su pelo amarrado solo a un lado, lo demás cae en su hombro derecho.
Nos despedimos de mi madre y nos vamos.
No voy a mentir respecto a esto, pero de verdad que estoy nervioso.
Y a pesar que en mi interior sé que no va a pasar nada malo, tengo esta extraña sensación.
La sensación de que vamos a salir los tres por primera vez juntos.
—¿Dónde me raptas? —Sacudo la cabeza en respuesta y ella termina encendiendo la radio con un resoplido. Cuando llegamos, de inmediato notamos la gran cantidad de gente, pero es una gran cantidad. Está absolutamente repleto, montones de humanos empujándose unos con otros. Victoria se inclina para mirar mejor, deleitándose en las luces doradas y plateadas de los árboles navideños— ¿Vamos a comprar un árbol?
Freno, estacionándome bien.
—Nop —Contesto quitándome el cinturón. Ella hace lo mismo— bajémonos.
Tan pronto nos bajamos, el frío golpea mi rostro y necesito malditamente entrar al auto de nuevo. Sin embargo, no lo hago. Victoria está pronto a mi lado, viendo un poco indecisa la masa de gente atolondrada. Me jala del brazo.
—Busquemos libros, siempre los tienen en oferta acá. —Mientras lo dice, veo cuando Myriam se acerca hacia nosotros, evidentemente nos ha visto llegar. Entonces me aclaro la garganta, Victoria mirándome un poco confundida— ¿Qué?
—No venimos solos.
Arquea las cejas.
—¿Con quién?
Señalo con mi cabeza hacia Myriam y pronto está mirando en su dirección.
Myriam
Los ojos de Victoria me miran extrañados, se acerca antes incluso que llegue. Supongo que como no es primera vez que nos ve juntos en el mismo lugar, ya no es algo inusual para ella como lo era al principio.
—Myriam —Me dice y luego mira a Víctor— ¿Qué hacemos los tres aquí?
Muerdo mi labio, esperando que Víctor hable.
Él se encoje de hombros, viéndose igual de nervioso que yo.
—Pensamos que tener un tiempo para nosotros tres, nos vendría bien. —Ella no deja de mirarlo incluso si ha dejado de hablar, parpadeando poco después— ¿Quieres esto? Es decir, ya sé que no te lo pregunté.
—¿Por qué se complican tanto? —Pregunta sacudiendo la cabeza, sorprendiéndonos una vez más— Ya que estamos aquí ¿Por qué no me dejan ir a ver los libros?
Víctor me mira cuando esbozo una sonrisa de tranquilidad. Está más que claro que quién actúa como una verdadera adulta es ella y no nosotros.
Me aturde tanta gente; todos empujan sin tomarse el tiempo de disculparse. Me quedo lo suficientemente cerca de Víctor y Victoria, que miran fascinados a un centenar de Santas en miniatura en la vitrina. Éstos tienen una luz roja en la panza, haciendo que la habitación se vea de ese color.
—Miren ese de allá —Señalo a Santa versión más grande.
—La abuela estaría encantada con eso en el jardín delantero. —Comenta Victoria— Papá, yo quiero a Santa en miniatura.
Víctor levanta una ceja en su dirección con una sonrisa burlona en el rostro.
—¿Cuántos años tienes? ¿Cuatro? —Ella rueda los ojos y me echo a reír. Mientras Victoria se queda eligiendo un libro, Víctor y yo nos vamos a los puestos de enfrente, donde venden todo tipo de figurines. Eso termina cautivándome por completo. Empiezo a buscar figurines, recordando los que rompí hace algunos meses dentro de la caja— Por un momento pensé que podía molestarse —Me dice Víctor en un murmullo.
Escojo cuatro figurines.
—Yo también, pero ya ves… siempre nos sorprende.
Él se ríe.
—Nunca aprendimos, Myriam. Victoria nunca se enoja pero siempre le tenemos miedo ¿te has dado cuenta?
Tuerzo la cabeza.
—Sí, demonios —Compro los figurines y el Santa en miniatura de la otra tienda. Miramos hacia la librería, pero Victoria no se ve— ¿Dónde fue?
Hay mucha gente, demasiada.
—Allí viene —Señala con la cabeza.
Veo como esquiva a la gente hasta llegar a nosotros. Sus mejillas rojas por el cansancio o por el frío, una de dos. Trae una bolsa con un libro dentro.
—Me perdí —Dice con una sonrisa inocente.
—¿En serio? —Le pregunto.
—Salí de la librería un poco desorientada.
Cuando disponemos a seguir caminando, mi lado protector me hace alcanzar la mano de Victoria y entrelazar sus dedos con los míos. Me doy cuenta en ese momento lo que he hecho y mi corazón brinca porque ella deja que lo haga. Víctor se da cuenta de ese pequeño detalle, codeándome y sonriéndome, luego él alcanza mi mano y hacemos lo mismo, entrelazando nuestros dedos. Así que estamos caminando los tres de la mano.
Teniendo sus manos agarradas no puedo evitar sentirme en plenitud. Es más de lo que alguna vez pensé que tendría con mi hija, o con el mismo Víctor, pero es diferente a cómo lo veo con ella. Cuando la conocí, tan llena de odio y rencor hacia mí, no creía que ella pudiese cambiar de opinión, ser amable conmigo o mirarme como me mira ahora. Y Víctor, con tanta rabia e impotencia en mi contra, ahora él está ayudándome a recuperarla. Y eso no voy a terminar de pagárselo nunca.
En una esquina, Víctor nos compra brochetas de fruta bañadas en chocolate.
Victoria no me suelta cuando recibe la brocheta, cosa que no intento hacerlo de todos modos.
—Ug, hay una uva bañada en chocolate al final de la brocheta —Nos cuenta Víctor con una mueca de asco.
Yo sigo masticando mi trozo de manzana.
—¿Y? —Pregunto.
Enseña con más exageración la mueca de asco.
—¿Uva con chocolate? Es asqueroso.
—No es asqueroso —Defiendo— Es delicioso, pruébalo.
Él me tiende la brocheta.
—No, ten, te lo regalo —Luego mira a Victoria— No te va a gustar.
A Victoria solo le queda la uva con chocolate. Nos mira a ambos mientras decide comerla.
Víctor y yo estamos esperando su veredicto.
—Sabe bien.
—¡¿Ves?! —Me burlo de él.
Víctor está sacudiendo la cabeza.
—Ustedes mezclan todo ¡Uva con chocolate! —Lo dice como si fuera un pecado mortal.
Encontramos a un grupo de actores vestidos con ropas de época y cantando villancicos en un gran redondel, llamando la atención de todos. Más allá, todo tipo de adornos navideños, luces con colores maravillosos, personas disfrazadas de Santa, duendes y otros de Rodolfo el reno mientras nos tienden volantes para una obra especial el 25. Los niños, cerca de sus padres, se encantan con ellos, pidiendo sacarse una foto. Una gran cantidad de juguetes para regalar, árboles de todos los tamaños y puestos para comer.
En algún momento nos agobia la gente y nos vamos hacia una esquina de la feria, justo cerca de un carrito de hot dogs. Nos inclinamos en una valla ahora más tranquilos, viendo desde una distancia como los demás parecen ir llevándose entre sí a empujones. Esto de la fiebre navideña es cierto, la gente se vuelve realmente loca, como si tuvieran que comprar todo lo que es necesario de una vez. Y si esto está pasando cuando faltan algunos días todavía, no quiero imaginarme lo que será el día de Nochebuena.
Una mujer sostiene tres bolsas gigantes en una mano, se detiene cerca del carrito, pagándole un dólar al comerciante y recibiendo un hot dog. Los tres estamos mirando en la misma dirección, viendo la reacción de la señora.
—Está asegurándose de que no hay nada extraño en él —Digo.
Victoria se inclina más en la valla.
—Yo creo que no le va a gustar.
Víctor carraspea.
—Yo creo que es vegetariana.
La mujer sigue inspeccionando el hot dog con una mirada curiosa.
—Estoy segura que no le va a gustar —Insiste Victoria— De seguro es extranjera. —Vemos cómo se lleva el hot dog a la boca, masticando un pedazo. Y de pronto, la mujer hace una mueca de asco, tirando el pan a la basura— ¡No le gustó! —Exclama, cubriéndose la boca con la mano tan pronto la desconocida señora nos mira avergonzada.
—Dios… —Me río, codeándola por tan alto que habló, haciendo que varios se voltearan hacia nosotros.
—Es la misma mueca que hace Liliana —Dice Víctor, riéndose también.
Victoria termina por quitarse las manos de la boca, sus mejillas tornándose rosáceas por la vergüenza.
—Esa mueca de Liliana se me está haciendo común —Comenta ella.
Sobo mis manos frías, apoyando los brazos en la baranda de la valla.
—Es cierto, pero es normal que esté así —Escucho a Víctor.
—Los primeros meses de embarazo son así —Les digo a ambos.
De pronto, los dos me están mirando.
—¿Qué? —Preguntan al unísono.
Ahora soy yo la que tiene las mejillas rosadas.
—¿Qué quieres decir? —Indaga Victoria con una arruga en su frente.
Necesito que la tierra me trague de inmediato.
Víctor dice:
—Yo lo decía por todo lo que hemos pasado, es normal que le bajen las defensas… —Se queda taciturno unos segundos— ¿Liliana está embarazada?
Muerdo mi labio.
—¿De qué Liliana estamos hablamos? —Mi pregunta es un tanto estúpida pero ya que no hay salida, hago el intento. Me alejo de la valla, caminando de vuelta a la feria.
—¡Myriam! —Grita Victoria— ¡Regresa aquí!
Algo me dice que no voy a salir bien de ésta.
Yo y mi bocota.
Mi celular vibra en mis pantalones, anunciando otro mensaje de texto. Lo recibo, encontrando lo mismo que el anterior.
Dios ¿la gente no tiene nada que hacer más que enviar mensajes con puntos?
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Mensaje  myrithalis Mar Feb 09, 2016 1:30 am

Gracias por el Capitulo me encanta esta novela Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile
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Mensaje  Eva Robles Mar Feb 09, 2016 6:15 pm

gracias por el capitulo muy bueno Very Happy

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Mensaje  Bere Mar Feb 09, 2016 11:11 pm

Capítulo 25
Rendición
Víctor
Victoria y yo entramos a la casa luego de nuestra primera salida con Myriam. Estamos murmurando por lo bajo para que nadie nos escuche, a pesar de que no hay nadie alrededor de nosotros. Todavía estamos comentando sobre el notición de Liliana, o más bien, el no-notición, ya que aún no ha dicho nada. Myriam no pudo escapar de nosotros después de que soltara la lengua, así que logramos alcanzarla para que terminara de decirnos, solo porque ya no tenía más escapatoria.
Nos encontramos a Liliana saliendo de la sala muy campante.
—Bien, vamos a preguntárselo con calma ¿de acuerdo? No de golpe —Le digo a mi hija en susurros.
Ella asiente con la cabeza.
—De acuerdo —Cuando Liliana nos ve, esboza una genuina sonrisa, acercándose con pasos saltarines— ¿Estás embarazada?
—¡Victoria! —Gruño, captando su atención.
—¿Qué? —Encoje los hombros.
—Así era justamente como no debías decirlo. —Sacudo la cabeza, regresando mi atención al rostro pálido de Liliana, color que adquirió hace unos cinco segundos— ¿Tienes algo que decir?
Está de piedra frente a nosotros, sus grandes ojos viajando de mi rostro al de Victoria, hasta que finalmente la escuchamos suspirar, tropezarse hacia atrás y parpadear repetidas veces.
—¿Cómo lo saben?
Victoria toma la palabra.
—Myriam… pero no fue su culpa —La defiende— Papá dijo algo y ella pensó que sabíamos y entonces… bueno, solo que no fue su culpa.
Liliana frunce el ceño, mirando hacia atrás como para asegurarse de que no hay nadie.
—Sí, es cierto.
Considerando que lo sabíamos, sigue siendo chocante.
—Liliana, pero ¡eso es genial! —Le digo, abrazándola— ¡Felicidades!
Victoria sigue un poco confundida a mi lado.
—No entiendo por qué no has dicho nada —Eso no sonó especialmente como una pregunta por parte de ella, pero estoy seguro que lo es— Es decir, se te va a notar igual.
Liliana ladea la cabeza.
—Con todo esto que pasó, no encontraba el momento —La veo hacer una mueca— pero ya que ustedes lo saben, no creo que sea necesario ocultarlo más.
Victoria suspira, sus brazos cayendo a cada lado.
—¡Dios, Liliana! —Se acerca para rodearla en un abrazo— ¡Felicidades a los dos!
Escuchamos voces cercanas; la risa de mi madre, Sergio bromeando con Ana y Erick mirando extrañado el abrazo de Liliana y Victoria.
—¿Qué está pasando aquí? —Pregunta mamá con curiosidad, girando el contenido oscuro de su copa, probablemente es vino— ¿Felicitar a quién?
Es casi imposible no comparar las situaciones en este momento. Puedo perfectamente recordar la cara pasmada y pálida de mi madre cuando Myriam y yo le dimos la noticia de que Victoria venía en camino. No es como si una madre quisiera que su hijo de 17 años sea padre y menos que haya dejado embarazada a alguien de 15 casi recién cumplidos. La cosa era simple: regaño o aceptación. Sin embargo, hubo de los dos. Y cuando Sergio con Ana nos anunciaron que estaban esperando gemelos, recuerdo que el rostro de mi madre era un poema. Sí, un poema aplastado contra la pared, porque estaba a punto de desmayarse solo sabiendo que venían dos bebés. Pese a que no se lo esperaba, estaba contenta por ellos, pero porque Sergio ya era bastante mayorcito. Ahora con Liliana, sé que todo va a estar bien.
Ella deja la copa de vino encima de una mesita cercana, frunciendo el entrecejo viendo entre nosotros tres.
—Mmm… esto me huele a secreto —Murmura Sergio con los ojos entrecerrados.
Liliana suelta un suspiro, estirando la mano hacia Erick.
Me pregunto que se sentirá dar una noticia así. Y no lo digo como si no tuviese experiencia, lo digo de la forma en que está mi hermana y su esposo. Casados, plenos y esperando un bebé. Me pregunto qué se sentirá saber que estás en la mejor etapa de tu vida y que puedes ofrecerle de todo a un bebé en camino. Cuando Victoria nació, yo estaba aterrorizado porque no tenía nada que ofrecerle, no mientras estuviera trabajando como mecánico en el centro. No estoy desmereciendo aquel trabajo, ya que me vino muy bien el tiempo que estuve. Sin embargo, todos mis logros fueron creciendo a la par con mi hija. Y no como me hubiese gustado que fuera: que ella naciera teniéndolo todo ya.
Mi hermana se aclara la garganta, una sonrisa tímida y sus ojos brillando en la emoción. Creo que ahora ya puedo verla de un modo más maternal, si es que eso fuese posible.
—Bueno, Erick y yo… vamos a tener un hijo.
Escucho exclamaciones sorprendidas. Los rostros desconcertados de mi madre y Ana son para echarse a reír, pero nada como la mandíbula por el suelo de Sergio.
Mi madre es la primera que habla.
—¡Un bebé! —Dice con las manos sobre la cara, una sonrisa emocionada formándosele en el rostro. De pronto, estira los brazos hacia Liliana para darle un apretado abrazo— ¡Oh, cariño! ¡Muchas felicidades!
Sergio está abrazando a Erick y cuando mi madre se separa de Liliana, Ana le regaña entre risas sobre por qué no le contó antes. Hay más abrazos mientras que Victoria y yo nos quedamos en nuestros lugares, ella rodeándome el brazo para apoyar la cabeza en mi hombro.
—¡Enhorabuena, chicos! —Expresa Ana todavía emocionada— ¡No puedo creer que tendremos otro bebé en casa!
Sergio se acerca a su esposa, tirando de su cintura cerca de él.
—Y eso que no viste a Victoria caminando con pañales por los pasillos y a todos nosotros seguirla como idiotas para que no se hiciera daño —Le da una mirada a mi hija, pero ésta no es burlona, mas bien parece emocionarse al recordarlo.
Hay un momento en que todos nos quedamos en silencio y el ambiente de emoción sigue flotando en nuestras cabezas. Me resulta todavía increíble lo mucho que hemos cambiado, lo mucho que nos parecemos a los de antes, pero que no somos los mismos al fin y al cabo. Mis hermanos y yo no somos los mismos adolescentes que éramos antes, ni mamá usa sus vestidos inflados, ni mi hija es un bebé. No vivimos en la antigua casa y tampoco volveremos a ser la familia completa que éramos. Aunque eso no quiere decir que no podamos ser desde ahora una nueva familia. Una familia que no oculte secretos a los demás, una familia a base de amor y no de mentiras, una familia que puede ser incluso mejor que la anterior.
—¿Y qué estamos esperando? —Pregunto para cortar aquel silencio cómodo— ¡Esto hay que brindarlo! No todos los días tengo sobrinos nuevos.
—Yo voy por el champagne —Ofrece Sergio.
Ana le palmea el antebrazo.
—¿Estás ofreciendo alcohol a una embarazada? ¿Es en serio?
Mi hermano se encoje de hombros.
—¿Y con que quieres celebrar? ¿Con agua del grifo?
Ambos se van discutiendo a la cocina. Mi madre le pregunta a Liliana sobre sus síntomas y mencionando que nunca sospechó nada.
—¿Puedo decir algo? —Pide Victoria dirigiéndose a Liliana— Solo no le vayas a poner un nombre tan raro como el mío.
Nos reímos y tengo que rodearla por los hombros, acercarla a mí y besar su cabeza.
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La mayoría parece haber despertado bastante bien posterior a la ronda de champagne la pasada noche, a excepción de Sergio y Ana que terminaron ebrios a mitad de la noche, y ahora estábamos burlándonos de ella porque fue la primera en querer impedir el alcohol para la celebración.
Así es como se confirma que por la boca muere el pez, simple.
Luego del trabajo paso al departamento de Myriam. Habíamos quedado para mañana pero como mi muy preciada princesa está con Casey… ¿A quién quiero engañar? No voy a hacerme el loco con esto, no está con Casey, está con el traidor de Ethan. Al principio quedé sin palabras cuando me dijo por teléfono que Ethan y ella pasearían por la feria navideña, entonces enérgicamente le dije que volviera antes de las 8. Espero me haga caso, pero conociéndola como la conozco, lo más probable es que no lo haga.
Paso un brazo por encima de la cabeza de Myriam, atrayéndola hacia mí. Ella sostiene una taza caliente de chocolate casi en la mitad y me tiende la mía, recibiéndola con mi mano desocupada. Su deslumbrante sonrisa aparece cuando nuestros ojos se encuentran.
—Tienes que dejar que Victoria vuele, Víctor. No puedes siempre ponerte de los nervios solo porque sale con su novio.
Arrugo la nariz.
—Ethan —Corrijo.
Ella vuelve a mirarme, sus cejas alzándose.
—Su novio. —Hago una mueca desagradable y mi tensión desaparece cuando escucho su risa. Entrelaza sus dedos con los míos en mi brazo colgado alrededor de sus hombros—Eres increíble.
—Tú eres increíble —Digo devuelta. Luego, me invade nuevamente una desconfianza, pero no hacia Myriam, sino al tema "novio".
Suelta mis dedos para abrazarme en torno a mi pecho, asegurándose de que no me estropea con el chocolate de su otra mano.
—¿A qué le tienes miedo, Víctor?
Sacudo la cabeza.
—No lo sé, nena.
Myriam frunce el entrecejo, dejando el tazón con chocolate en la mesa. El mío sigue alrededor de mi mano.
—¿Es porque no quieres aceptar que creció o es por otra cosa? —La miro, su ceño se ha suavizado y sé que ha adivinado lo que me preocupa— Ella no es como nosotros.
—No, pero se parece mucho a nosotros.
Me sonríe, acariciando mi mejilla.
—Ya lo sé.
—Me recuerda a ti cuando tenías su edad, solo que Victoria es más… ¿agresiva?
—¿Qué? —Myriam suelta un risita— Dirás, más impulsiva.
—Exacto —Río de vuelta.
Tomo un sorbo de mi chocolate caliente, acercándome a la mesa para dejarla junto al tazón de Myriam, luego nos vamos al respaldo nuevamente.
—Entonces, como Victoria se parece a mí a esa edad, piensas que va a tener un bebé y entonces vas a odiar a Ethan toda la vida. —No era precisamente las palabras que tenía en la cabeza, pero sí, más o menos así. Respondo con un asentimiento causando que suelte una risa burlona— Lo siento —Me dice— Es que me da ternura tu preocupación.
Encendimos la televisión, la lluvia golpeando en el ventanal del departamento. Ella lleva calcetines polares en sus pies con graciosos diseños de los angry birds.
—Myriam —Llamo unos minutos después mientras estamos pegados viendo una película navideña.
—¿Qué? —Levanta la cabeza, sus ojos somnolientos parpadeando con lentitud.
—Habla con ella ¿sí? Por favor.
Por un momento parece demasiado pendiente de mi reacción o como si su cabeza fuera a caer rendida en mi pecho sin respuesta, sin embargo, la veo asentir con una sonrisa sincera.
—Lo haré, papá oso. No te preocupes. —Volvemos nuestra atención a la televisión justo cuando sentimos una melodía de fondo. Myriam se acomoda en el asiento, sacando su celular del bolsillo del pantalón. Hace una mueca cuando lo revisa, guardándolo nuevamente. Presiono mi mano en su brazo, preguntando con la mirada qué ocurre. Myriam ladea la cabeza— Alguien está divirtiéndose enviándome mensajes sin sentido.
—¿Cómo sin sentido?
Encoje los hombros.
—Escriben puntos suspensivos en mensajes anónimos —Bosteza— Cariño ¿te importaría si me duermo en tu brazo?
Me acomodo en el sofá mientras se duerme. Recojo su celular cuando suena nuevamente, revisando sin que caiga en cuenta el nuevo mensaje. Tal y como dijo, solo eran puntos suspensivos. Reviso si hay más pero Myriam los ha borrado tan pronto se lo envían. Borro este también para que no se enfade por unos tontos bromistas.
Cuando finalmente despierta no se percata de su celular, es por eso que va tranquilamente hacia el baño para lavarse la cara. Estoy lavando nuestros tazones de chocolate ya vacíos en el fregadero. Puedo sentirla venir aquí e imaginar que camina con sus pies con calcetines frotando en el suelo. Sus brazos caen alrededor de mi cuerpo, presionando su barbilla en mi espalda y seguramente poniéndose de puntillas. Cierro la llave del grifo, limpiándome las manos y volteándome para tomarla entre mis brazos. Nos fundimos en un tierno beso acompañado de caricias que ella hace en mi cuello. Agarra mi rostro con sus manos para presionarse más cerca de mí y sus piernas se entrelazan en mis caderas.
Aparto un poco su cabello de nuestro contacto visual.
—Como Victoria no va a casa hasta las ocho, si es que no viene acá de sorpresa… tenemos tiempo… —Digo sin terminar la frase.
Me sonríe, codeándome y atrapando nuevamente mis labios. Mientras caminamos hacia su habitación, ella abre los ojos para mirar el reloj en forma de pájaro que tiene en la pared.
—Tenemos una hora y media. Y si viene, por las dudas, va a tocar antes, Víctor. No tiene aún llave.
Myriam arranca mi camisa de un tirón, pareciendo toda una experta en esto. Estoy sorprendido por su reacción desprevenida, buscando mis labios y dándoles un leve topón. Se para sobre la cama dando saltitos, llevando sus manos a los botones de su pantalón pero la detengo, quitándole las manos con suavidad y desprendiéndolo por mi cuenta. Ella parece demasiado agitada mientras nos desvestimos, sin embargo, recuerdo que se ha tomado un tazón de chocolate y lo más probable es que por eso está con demasiada energía. Necesito malditamente poner en su agenda "Modo de alimentación: Chocolate caliente todos los días después de las 7 pm" A pesar de que ella debería estar trabajando en este momento, se ausentó porque se sentía un poco resfriada. Tomaremos esto como una especie de doctor con su paciente. Un nuevo método para los pequeños resfríos de invierno. Me quito de un solo impulso el pantalón y entonces quedo flexionando las piernas en su cama. Myriam está recostada con sus brazos estirados y enseñándome su bonito sujetador color crema.
—Myriam… —Murmuro con voz temblorosa.
Sus manos cálidas acarician mis mejillas.
—Víctor… —Llama del mismo modo.
Presiono mi boca en la suya, alimentándome de su aliento caliente y la forma en que su labio inferior acaricia mi barbilla. Tironeo de la cinta del sujetador, bajándolo por su hombro sin dejar de besarnos. Aún está sosteniendo mi rostro y yo estoy tomándola de la cintura para poder meternos dentro de la colcha. Se ríe con la cabeza inclinada hacia atrás, dejando expuesto su maravilloso y muy deseoso cuello. Mi lengua hace círculos en él, causando que se encoja por el hormigueo. Nos metemos dentro de la funda, empujando la colcha con los pies.
Termino de hacer mi trabajo tanto con el sujetador como con su cuello. La tela de encaje es suave en mis dedos, pero estoy más pendiente de la dueña que del sostén, de modo que lo tiro en algún lugar de la habitación. Mi pecho está aplastando el suyo con suavidad, tratando de no hacerle daño. Reparte besos en mi garganta, barbilla, nuevamente a mis labios y luego juguetea con el lóbulo de mi oreja. Mis manos viajan por sus caderas, suaves y curvilíneas, hasta detenerse en la tira de su tanga.
Myriam deja de repartir besos, solo para que nos miremos.
Sonreímos porque ambos nos damos cuenta de la misma sensación. Un éxtasis que solo juntos podemos llegar a tener. Un éxtasis perdido durante 15 años en algún lugar de nuestros cuerpos.
Pero que, por supuesto, ya ha encontrado su camino.
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Myriam
—Se suponía que acertando a cuatro canastas podía llevarse el oso, pero Ethan acertó solo a tres y la vendedora de igual manera dejó que nos lleváramos el oso. Es de felpa, creo, es suave pero tiene cara de asesino.
Me río.
—¿Qué?
—Como Chucky ¿Nunca viste Chucky?
Todavía estoy sonriendo.
—Sí, lo he visto. —Victoria y yo llevamos casi media hora hablando por teléfono, más de lo que hablamos normalmente. Está emocionada contándome sobre su salida con Ethan y sobre el oso de felpa que ganó en un juego de las ferias navideñas— Pero ¿sabes? Si el oso quiere matarte, se las va a tener que ver conmigo.
Ahora es su turno para reír. Me encanta su risa porque es dulce y angelical, como una suave y agradable melodía.
—Espera —De pronto, ella se queda en silencio— Dios, no me fijé en la hora. De seguro estabas durmiendo. Lo siento.
Acomodo las almohadas detrás de mí.
—No, no lo sientas, no estaba durmiendo aun. ¿Tú estás acostada ya?
—Sip, tengo clases —Lo dice con tono aburrido.
—Bueno, piensa en las vacaciones que tienes por Navidad —La escucho suspirar— Será mejor que duermas o vas a quedarte dormida por la mañana. Por cierto, me pone muy feliz que estés tan contenta con Ethan.
—Sí, tienes razón. Es que él es muy… atento —No parece muy segura de la palabra— Bien —Dice con otro suspiro, ahora un poco quejumbroso— Buenas noches, Myriam.
—Buenas noches, pollito. Que descanses.
—Tú también.
Colgamos.
Siempre que cuelgo una llamada con Victoria, mi pecho está agitado, hinchado, desbordando una emoción contenida. Y luego cuando suspiro, esa inflamación va calmándose poco a poco. Es una reacción que siempre tengo cuando escucho su voz, tanto en el teléfono como cara a cara. Es su voz la que me llena el corazón, su voz, su risa. Es su existencia.
Me despierto con dos nuevos mensajes de texto. Pongo una mano sobre mi rostro, berreando por la insistencia. Borro rápidamente los mensajes para dejar otra vez el celular encima de la mesita de noche. Son recién las siete de la mañana y si me quedo durmiendo, voy a llegar tarde al trabajo. Me aferro a la colcha en mis manos, presionando mi nariz en la almohada que aun huele al perfume de Víctor. Mi sonrisa se esboza casi al instante recordando sus caricias.
Me entra un escalofrío cuando finalmente decido levantarme, mis pies cubiertos con calcetines gruesos de lana y enredando mi bata alrededor de mi cuerpo, todo eso mientras camino con torpeza al baño.
Luego de darme una ducha, lavarme la cara y los dientes, estoy lista para vestirme. Cuando me acerco a la cama, veo como desde mi ventana caen graciosos copos de nieve. Camino con fascinación hacia ella, viendo como la ciudad parece realmente estar en modo navideño. No puedo evitar recordar los villancicos en mi cabeza, los mismos que cantaba en la escuela o que se escuchan en las tiendas comerciales.
Como el día amaneció muy frío, elijo un manto de lana beige con mangas para los brazos. Me arreglo el cuello de ésta para que no se vea demasiado abultado. Posteriormente me pongo la bolsa alrededor del cuerpo y me voy a la cocina. Preparo un poco de café al tiempo que mastico una tostada.
Mi celular vuelve a vibrar y estoy profiriendo un grito de resignación, pero entonces, no me envían tres puntos suspensivos.
"Tic-Tac"
¿Qué demonios?
Guardo el celular un poco desconcertada, bebiendo de a sorbos el café, apresurándome para irme a trabajar. Dejo suficiente comida y agua para Molly a su disposición. Ella mueve la cola en todas direcciones cuando estoy por salir, rasguñando mi pantalón y sollozando.
—Nos vemos luego, cariño. —Me despido— Te portas bien, nada de fiestas con tus amigos perrunos a espaldas de mamá —Le lanzo un beso, cerrando la puerta.
Pensándolo bien, Molly no tiene amigos perrunos, ya que casi nunca sale. Solo cuando va a casa de mi madre y Nany la lleva a jugar a la calle es cuando realmente está libre. Pobre Molly. Tal vez debería replantearme la propuesta de mi abuela en dejársela en casa. Aunque eso supondría volver a quedarme sola en el departamento.
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Los proyectos Navideños en la radio siempre me han entusiasmado, pero por alguna razón este año no. Bueno, sé la razón, claro está. Por ejemplo, no quiero hacer una entrevista fuera de Seattle en plena Nochebuena y tampoco hacer un programa en vivo. Antes me gustaba, era mi forma de acabar con las fiestas, que a pesar de que son buenas estando solo Cristy, mi madre y Nany, seguían siendo tristes para mí. Así que mientras mi jefe recita todo lo que tiene en el arrugado papel, no estoy poniendo mucha atención, pese a que sé que dentro de unos segundos sus ojos se posarán en mí.
—¿Myriam? —Quiero resoplar.
—¿Sí? —Mi respuesta es segura y tranquila.
—Quiero hablar contigo un momento.
Rocio frunce el ceño en dirección a Jeff y yo solo puedo encogerme de hombros.
Lo primero que me percato cuando entro en su oficina, es en el nuevo tapizado del sofá. Antes era rojo, pero ahora es azul marino. Tiene portarretratos de su esposa e hijos encima del escritorio, un estante con la ficha de todos los trabajadores y un plasma en la pared que le sirve para vigilancia. Allí hay unos 20 cuadritos donde están distribuidas las cámaras de seguridad. Por un momento me siento vigilada e instintivamente miro hacia el rincón de la oficina.
"Saluda a la cámara, Myriam" pienso para mí misma.
Mi jefe me indica que tome asiento.
—Verás —Comienza— Estoy entre tres personas para el especial de Navidad. Leah, Ángela y tú están solteras, y a aunque sé que Ángela no tiene cargo de locutor, sus referencias son muy buenas y tiene experiencias. Sin embargo, sabes que eres mi favorita —Me guiña un ojo— los demás tienen hijos y eso complica más las cosas, aunque no es impedimento tampoco. —Se queda mirándome fijamente a los ojos— No creas que no me he dado cuenta de tu nuevo rol últimamente. Siempre trabajas en Navidad y año nuevo, pero ya sabes cómo son los chismes de oficina, gracias a eso me he enterado que no estás realmente soltera, así que, considerando que siempre estás para la radio, podría darte los días libres si quier…
Ese chisme llamado Rocio Denali.
—¿Jeff? —Llamo de pronto. Él me mira con atención— Creo que debería decirte algo para que no tengamos malos entendidos.
—¿Malos entendidos? ¿A qué te refieres?
Me rasco la sien con nerviosismo.
—Mira, no te voy a dar demasiados detalles, pero tengo una hija —Lo digo sin anestesia. Y era verdad que no iba a darle detalles, pero creo que como mi jefe, el cual tiene entendido que no tengo hijos, es justo que lo sepa aunque me lleve un regaño por mentirle.
Se queda un momento observándome.
—Hijastra, querrás decir.
—No, mi hija. Es mía. —Eleva sus cejas hasta la luna y se echa atrás en su silla, pensativo— Vas a decir que te mentí y en cierto modo tienes razón. Hace mucho tiempo que no veía a mi hija y cuando vine a trabajar acá, no teníamos contacto.
Asiente levemente.
—O sea que… ¿viniste a trabajar acá mintiendo para que te contratara?
Frunzo el ceño.
—¿Acaso no me ibas a contratar si te decía que tenía una hija?
Hace una mueca confusa.
—No, quiero decir… te hubiera contratado. Espera un momento, estoy tratando de digerir tu noticia.
Me acomodo en el asiento.
—No estoy tratando de privilegiarme ni nada, voy a seguir trabajando como siempre y si quieres mandarme a hacer notas, lo haré, pero encontré que tenías que saberlo.
Asiente hacia mí con un dedo sobre sus labios, como si todavía estuviera pensándolo.
Aclara su garganta.
—Bien, eh… puedes retirarte. ¿Le puedes decir a Webber que venga a mi oficina, por favor? —Digo que sí y me pongo de pie, lista para salir de su oficina, pero su voz vuelve a detenerme— Por esa razón rechazaste Boston ¿verdad?
Me giro, encontrándome con sus ojos confusos.
—Sí
Lo medita un momento.
—De acuerdo, llama a Ángela.
Rocio, Eric, Tyler y yo estamos adornando el árbol de Navidad del edificio. Somos los únicos desocupados a esta hora, así que para no quedarnos sin hacer nada, sacamos el árbol de la caja y limpiamos los adornos. De vez en cuando algunos salen de sus oficinas para ayudarnos y ahora yo estoy arriba de un pupitre pegando esferas rojas.
Ángela sale de la oficina de Jeff con una sonrisa radiante en el rostro. Levanta su dedo pulgar hacia mí y tengo que sonreír por su entusiasmo.
A la hora del almuerzo, lo único que me apetece comer es una medialuna con frappuccino en la cafetería del trabajo. Ángela elige una ensalada de pollo y Rocio un paquete de galletas. Ninguna de las tres está realmente con mucho apetito, de modo que nos apañamos con nuestro pequeño refrigerio.
Uno de los encargados de la limpieza se acerca a nuestra mesa. No estoy preparada para que dé toquecitos débiles en mi hombro.
—Señorita Montemayor, la buscan abajo.
Me disculpo con las chicas y bajo hasta la recepción. Como es hora de almuerzo es más fácil recibir a gente de afuera, pero no entiendo quién pudo haber venido. Estoy caminando fuera del elevador, acercándome al mesón cuando veo a Liliana de pie frente a una máquina dispensadora. La primera reacción que tengo es de sorpresa, pero no dura mucho cuando recuerdo que me he ido de lengua.
Me acerco con una mueca de disculpa.
—Liliana —Digo y ella pega un respingo, quitando los ojos de alguna cosa para comer. Hago rechinar mis dientes, juntando mis manos frente a mi cara— ¡Lo siento tanto! De verdad, pensé que ellos lo sabían, no fue intencionado, te lo juro.
Durante unos segundos su rostro es apacible, pero bien sé que cuanto más apacible es, peor es la represalia.
Voy a seguir disculpándome cuando la escucho decir:
—No vine para reclamarte, Myriam. Todo lo contrario.
La palabra se queda en mi boca y lo único que logro hacer es fruncir el ceño.
—Un momento ¿lo contrario?
Liliana asiente de una manera tan tranquila que tengo ganas de sacudirla.
—No tenía el valor para contarle a mi familia, no cuando todo se estaba derrumbando frente a mis ojos. Sin embargo, fue el mejor instante que tuve con ellos. Y supe que era el momento indicado, y eso te lo debo a ti.
Estoy asombrada.
—Por mi bocota —Susurro y Liliana suelta una risa.
—Sí, tienes razón. —Sonrío de vuelta justo en el momento en que Víctor aparece de la nada hacia nosotras. Liliana mira hacia él — ¡Ah, pero si aquí estás! ¿Dónde fuiste?
Agita su celular en el aire.
—Lo olvidé en el auto —Explica, acercándose y dejando un beso en mis labios— Hola, cariño.
—Hola —Contesto más sonriente que antes.
Entrelazamos nuestras manos, todo eso mientras Liliana nos mira de soslayo.
Víctor encoje los hombros mirando a su hermana.
—¿Qué?
—Nada —Ahora ella encoje los hombros— Solo que es extraño verlos juntos de nuevo. —Luego se vuelve a mí— Le pedí a Víctor que me trajera a tu trabajo, espero que no te moleste o… ¿estabas ocupada?
—Oh, no te preocupes. Estoy en mi hora de almuerzo.
Rocio y Ángela salen del elevador con sus chaquetas puestas y riéndose de algún chiste que desconozco. Las dos se quedan de pie delante de nosotros. Rocio está controlándose por la presencia de Víctor solo por mí, puedo notarlo. Me guiña un ojo con una sonrisa pícara de las que solo Rocio sabe hacer.
—Myriam, vamos a la librería de la otra esquina, por si no nos encontrabas —Me comenta la rubia.
Víctor está fijamente mirando a Ángela.
—Espera un segundo… —Dice frunciendo el ceño, no estando muy seguro— ¿Ángela Webber?
Ángela tiene una sonrisa tímida en su rostro. Sube un poco sus gafas, flexionando los brazos y abriendo sus palmas.
—La misma —Responde— ¿Qué tal, Víctor?
Empiezan una pequeña conversación sobre sus vidas. Le presento a Liliana a Rocio y le explico a mi amiga que es la hermana de Víctor.
—Deberíamos salir todas juntas algún fin de semana —Se le ocurre decir a la rubia, sus manos dentro de los bolsillos y su perfecto cabello ondeado sobre sus hombros— Ya saben ¡A vivirrrr, disfrutarrrr! Beber hasta perder la razón. No, no es cierto, pero podría ser.
Liliana se ríe.
—Bueno, no creo que pueda ponerme ebria —Dice ella, mirándome.
—Oh, ¿Por qué?
—Está embarazada —Explico.
La reacción de Rocio es graciosa. Es como si le hubiese dicho que su hermana está embarazada y eso que apenas conoce a Liliana. Solo ubica a Víctor y a Victoria gracias a su hija Reese, pero no al resto de la familia.
Después de que las chicas se hayan ido a la librería, nuevamente nos quedamos los tres a solas.
—Tu amiga es muy simpática —Opina Liliana aun riéndose.
Víctor me jala de la mano, acercando su cuerpo al mío.
—¿Por qué nunca me dijiste que Ángela y tú trabajan juntas? ¡Dios! ¡Qué tiempo que no la veía!
Recojo un hombro, abrazándolo por la cintura.
.
El fin de semana antes de Navidad invito a Victoria a casa de mi madre. Lo acepta sin problemas, así que ahora estoy aparcando en la entrada de la casa de los García, sintiendo un poco de escozor en el estómago. Giro la llave en mi dedo mientras camino hacia la puerta. Doy tres toquecitos a la madera, mordiendo mi labio en la espera.
Víctor luce desenfadado cuando abre. Cabello revuelto, camisa con las mangas subidas, pantalones oscuros y sus hermosos ojos iluminándose. Me dedica una sonrisa torcida, acercando sus manos y acomodándolas en mi rostro.
—Que gusto me da verte, hermosa.
Sonrío de oreja a oreja.
—Y a mí —Contesto, cortando nuestra distancia y fundiéndonos en un beso. Nos separamos cuando escuchamos un claro carraspeo. Mis mejillas se encienden al ver a Juanita de brazos cruzados— Hola, Juanita
No estoy segura si Víctor se ha tomado la molestia de contarle lo nuestro, pero si no fuese así, obviamente ella lo descubrió hace mucho tiempo.
—Hola, Myriam —Saluda con un gesto amable— Victoria está casi lista. Espera adentro si quieres ¿te parece?
Muerdo el interior de mi labio, quedándome de pie en el mismo lugar. Víctor toma mi mano, tirando de ella.
—Myriam, ven —Sigo sin estar segura. Él inclina la cabeza a modo de respuesta— Entra.
Lo hago. Pese a que no es primera vez que entro a esta casa, igual me resulta un poco extraño. Es decir, sigo siendo una intrusa ¿o no?
¿No crees que ya pasó el tiempo de achicarse ante la circunstancias?
Me armo de valor. Caminamos hasta la sala y gracias a Dios no hay nadie aparte de nosotros tres. Por lo menos no tendré que aguantar las miradas iracundas de Sergio o el rostro sereno pero extrañado del esposo de Liliana. De este modo está bien, nosotros tres en silencio sentados en el sofá, escuchando como Victoria baja las escaleras. Ella luce tan hermosa como siempre y últimamente me encanta ver como sus ojos han dejado de ser opacos para verse brillantes.
Nuestra relación es buena. Quiero decir, me he dado cuenta que Victoria está mucho más cercana. Le gusta conversar conmigo, me llama por las noches y yo la llamo a ella. Nos vemos, me cuenta sobre Ethan, pero a pesar de todo ese cambio tan notorio, sigue nuestra proximidad. Es como si estuviéramos riéndonos y de un momento a otro recordáramos quiénes somos. Eso no me molesta, sé que debo trabajar más en ello. Y estoy intentándolo, juro que estoy intentándolo.
Salimos de la casa despidiéndonos de Juanita. Víctor vuelve a jalar de mi brazo para rodearme incluso delante de Victoria. Ella rueda los ojos mientras camina en torno a la camioneta. Me dedico a acariciar su mentón antes de separarnos.
—Prometo traerla de regreso pronto —Nuestras narices casi tocándose.
—Lo sé —Me da un sonoro beso— igual estoy dolido porque no me invitaste.
Abro mis ojos, pegando suavemente en su brazo.
—¡Sí te invité! Pero tú me dijiste…
Me calla dándome otro beso.
—Ya lo sé, solo bromeaba. —Suspira, mirándome— Estamos esperando al abogado para los trámites de divorcio de mis padres.
—¿Estás bien con eso?
Encoje los hombros.
—Mi madre está segura, mal que mal, ella lo mandó a llamar. Así que sí, estoy bien.
Lo beso de nuevo, un ligero y cálido beso.
Victoria toca la bocina de la camioneta.
—¿Pueden dejar los besos para otro día? ¡Tienen todo el tiempo del mundo! —Resopla y nosotros soltamos una carcajada.
Víctor me da un último beso, llevándome de la mano al vehículo. Desde la ventanilla le lanza un beso a Victoria.
—Cuídense ¿de acuerdo?
—Adiós, papá.
—Adiós, princesa. —Se vuelve a mí— Adiós, hermosa.
—Adiós, cariño.
—Cursi —Murmura Victoria.
Me giro hacia ella.
—Cursi —Imito— Veamos si cuando estás con Ethan dices cursi.
Se echa a reír y Víctor pone cara de pocos amigos.
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—O sea que… pegas puños —Mamá imita torpemente un puño en presencia de mi hija. Victoria se echa a reír mientras le trata de explicar.
Nany se acerca para susurrarme.
—Las probabilidades de que pecosita 3 termine enseñándole en vivo el puño a tu madre son bastante altas —Bromea— ¡Que mujer tan dura de entender! Hasta yo doy puños.
—¿En serio? —Frunzo el ceño mirándola.
—¿Quieres que te lo demuestre?
—No, gracias. —Cristy sale corriendo de la cocina en dirección a la puerta— ¿A dónde vas? —Le pregunto.
Señala su teléfono.
—Adrian y su padre están en la tienda de la otra cuadra, quiere que elija el postre. ¡Ya vuelvo! —Sale con una sonrisa, su pelo aleteando por el viento. De seguro lleva alguna gorra, porque en cualquier momento vuelve a nevar.
Ha estado nevando mucho, pero hoy el cielo dio tregua en Seattle, dejándonos con el frío y la nieve ya esparcida en la ciudad. Cuando niña me gustaba hacer monos de nieve, sin embargo, hoy en día ya no lo hago.
Nany y mi madre se van a la cocina poco después para terminar la cena. Victoria y yo estamos tendidas en el sofá, cuidando cada detalle minucioso del árbol de navidad. Según ella, las luces rojas parpadean dos veces y no tres como lo hacen las demás.
—¿Ves que parpadean dos veces? Las luces verde y azul tres y la amarilla no estoy segura.
Me quedo viendo las luces, mareándome un poco.
—No, creo que parpadean tres veces también.
Suspira.
—Fíjate bien.
Tocan a la puerta. Le doy un apretón cariñoso en la mano y me levanto a abrir. Es Adrian y su padre.
—¿Y Cristy?
Adrian me mira.
—¿Por qué?
—Creí que vendría contigo de la tienda.
Sacude la cabeza.
—¿De la tienda? Venimos directo desde el edificio, Myriam.
Frunzo el ceño, dejando que Bill pase y me entregue su chaqueta. ¿Por qué Cristy mentiría?
Mi madre ofrece vino a Bill mientras aún no está lista la comida. Adrian y Victoria parecen llevarse bien, sentados en el sofá charlando sobre algo que no logro escuchar. Unos minutos bastan para que empiece a preocuparme. Miro por la ventana para ver si mi hermana llega en algún momento. Mi corazón se empieza a acelerar. Cristy nunca miente, ella no mentiría sobre ir a la tienda. ¿Dónde fue?
Mi celular vibra dentro de mi bolsillo, lo saco para comprobar un nuevo extraño mensaje del anónimo. Quiero borrarlo de inmediato, pero me paralizo leyendo su contenido.
"¡Se te acabó el tiempo! ¿Dónde está tu hermanita?"
Mis manos se congelan, mi labio inferior tiembla leyendo una y otra vez el mensaje. De pronto, la habitación se hace demasiado pequeña y sofocante.
Otra vibración. Otro mensaje. Este me escribe una dirección y que tengo que ir allí lo antes posible. Por un segundo entro en pánico y no recuerdo la ubicación, pero me doy cuenta que se trata del callejón de tres casas más allá de la de mi madre. Pego un salto, dejando el celular encima de la mesa y buscando una chaqueta.
—Myriam ¿qué te pasa? —Otro respingo y miro a los ojos preocupados de Victoria.
Sacudo la cabeza.
—Nada —Me pongo la chaqueta, caminando hacia la salida y en ese momento me detengo. Me vuelvo a Victoria que sigue mirándome con preocupación. Estoy temblando por dentro y mi corazón lo llevo en la garganta. Tomo sus manos entre las mías— Escúchame bien. No salgas ¿de acuerdo? Si no vuel… si demoro, no salgas. Yo… voy y vuelvo. —Ella no me responde— Victoria… —Sus ojos son confusos y tengo unas ganas de largarme a llorar. Tomo su rostro entre mis manos y dejo un beso en su mejilla. Luego salgo de la casa.
No sé cómo hago para no resbalarme en el asfalto con la nieve, pero agradezco no hacerlo para darme más prisa. La calle está desierta. Puedo escuchar mis pasos en el suelo, mi respiración acelerada y los latidos de mi corazón. Pese a que la dirección no es lejana, siento que se me hace eterna.
El callejón está vacío, solo hay autos estacionados de los vecinos y un par de faroles encendidos. Estoy acelerando mi caminata cuando veo a Cristy caminar hacia mí. De algún modo, vuelvo a respirar.
Sin embargo, la respiración se me vuelve a cortar cuando noto su rostro perplejo.
—Myriam, vete —Susurra.
Tomo sus manos congeladas, apretándola en las mías.
—Cristy ¿qué…?
Mi rostro se eleva hacia una silueta detrás de ella.
Quiero vomitar.
—¿Cómo estás, Myriam? —Pregunta Manuel con toda la serenidad que le es posible. Sus manos están en su espalda acercándose con aire frío y calculador. Sigo apretando las manos de mi hermana, incapaz de soltarla. No voy a hacerlo, no voy a soltarla nunca— Sabía que vendrías.
Tironeo de Cris a mi espalda y ella suelta un jadeo tembloroso.
—¿Qué quieres? ¿Qué demonios estás haciendo?
No hay brillo en sus ojos, no hay color, no hay nada.
—Aléjate de ella —Dice pasivo. No le hago caso— Aléjate de ella, Myriam.
—No
Toma una profunda inspiración. Todo pasa demasiado rápido ante mis ojos, sus manos apartándose de su espalda y luego lo veo apuntar hacia mí.
—¡Aléjate de ella, maldita sea!
Sus manos le tiemblan mientras sostiene un arma, seguramente dispuesto a atacar. Cristy suelta un sollozo tratando de soltarse de mí. No la dejo.
—Myriam, suéltame —Pide con la voz ronca— Myriam, por favor…
Miro en su dirección, sus lágrimas y su rostro asustado están acabando conmigo.
A regañadientes y en contra de mi voluntad, me alejo. Paso a paso, despacio y sin apuros. Me alejo lo suficiente. Puedo alcanzar a mi hermana nuevamente si él intenta algo. Su arma apunta a mí, sus ojos desquiciados llenándosele de lágrimas.
—Tú, Myriam —Empieza con la voz cortada— Tú arruinaste mi vida.
—¿Eras tú el de los mensajes? ¡Estás loco!—Grito y aferra más su arma. Escucho los gemidos de mi hermana— Manuel, deja esto ya.
Sacude la cabeza.
—Sí, era yo. Te preguntarás ¿cómo conseguí tu número? Fácil, no lo has cambiado durante años, al igual que el de Cristina. ¿Te suena Francisco Biers? —Mis manos se hacen puño. Camina alrededor con duda, como si alguien estuviera detrás de él— Es fácil para ti decirlo, porque tienes a alguien esperándote. ¿Y yo? Yo no tengo nada. No tengo nada por tu culpa. ¡Destruiste a mi familia!
—No, no lo hice. ¡La destruiste tú mismo con tus mentiras!
Suelta una risa.
—¿Y acaso tú no mientes? Que idiota de creer que eras mi esperanza, sabes. En ese momento pensé que eras mi única forma de conservar a mi familia. Te mantuviste alejada tanto tiempo, Myriam… tanto tiempo y tenías que fastidiarla regresando ¿verdad? ¿Cuántas veces te dije que no volvieras? —Se acerca a mí. Yo retrocedo— Al parecer, no querías tanto a tu hermana como parecía. Estás aquí con ella, volviste para arruinarme, sabiendo las consecuencias.
Mis ojos se llenan de lágrimas.
—Manuel —Llamo con voz lastimera— No… no le hagas daño a mi hermana. —Su arma cambia de posición, apuntando a Cristy. Me vuelvo a paralizar— No hagas esto. No eres tú, no es así como quieres que tu familia te vea, Manuel. ¡No como un asesino!
—¡Cállate!
—¿Quieres que te perdonen? ¿Crees que matándonos vas a conseguir su perdón? Lo que vas a conseguir es vivir el resto de tu vida en la soledad, entre rejas.
Encoje los hombros.
—Ya no me importa nada ¡Ni te atrevas a acercarte a ella! —Advierte cuando intento tomar su mano— Te lo dije, Myriam. Te dije que cuidaras a tu hermana ¿te lo dije o no? Sí, sé que lo sabes, por eso estás llorando ahora. Tu hermana va a morir por tu culpa ¿verdad? Vas a vivir con la culpa toda tu vida.
Cristy llora más fuerte. La mirada demente de Manuel me aturde.
Estoy viendo como él parece querer presionar el arma. Estoy viéndolo. Estoy… demonios.
En este momento tampoco me importa nada. Estoy anestesiada de pies a cabeza, así que cuando hago lo siguiente, sé que estoy haciéndolo por reflejo, dejando mi lugar y empujándolo. No sé cómo lo hago, pero él no se mueve. Es más, su arma está apuntando hacia mí. Cristy vuelve a jadear.
—¡Suelta el arma, Manuel! —Pido— No hagas esto.
Ni siquiera siento mi corazón.
Manuel empieza a llorar.
—Lo perdí todo, todo por tu culpa.
Y entonces, él presiona el gatillo. Es un ruido que resquebraja cualquier pared o cualquier tímpano. Sin embargo, no es ese el sonido que más escucho.
No es eso.
Es una voz, una voz que conozco muy bien.
—¡Mamá! —Es su grito, pero en ese momento no puedo pedirle que se vaya, no cuando lo he escuchado con tanta angustia.
Estoy mirando a los ojos de Manuel, su mano sobre el arma y la mía en su muñeca.
Estoy congelada.
No porque el gatillo se haya incrustado en mi cadera.
No.
El gatillo pasa rozándome, pero no me impacta.
El arma sale volando y de pronto ya no veo a Manuel sino al rostro pálido de Adrian. Me mira para asegurarse de que estoy bien. Entonces le grita a Cristy que coja la pistola. No me puedo mover, sigo en shock viendo a Manuel en el suelo inconsciente por el golpe de Adrian.
Tengo a mi hermana cerca preguntando por mí, toqueteándome por todas partes. Presiento que la anestesia aún no se ha ido, no siento sus manos en las mías, no escucho más sus palabras.
Salgo de mi sopor cuando recuerdo el grito de Victoria. Me giro rápidamente, encontrándola viniendo hacia mí con los ojos llenos de lágrimas. Está temblando.
—Myriam ¿estás bien? —Está llorando, tomándome de las manos.
Suelto un jadeo mezclado con sollozos.
—Estoy bien. No llores, princesa. —Pero Victoria sigue llorando y en unos pocos segundos está rodeándome en un abrazo fraterno. Llora en mi hombro, soltando jadeos incontrolables. No tardo en rodearla también, mi mano en su cintura, la otra acariciando su nuca— Nena, no te asustes. Lo siento tanto, tanto.
—Es que… pensé… que te había… —Hipa, sus brazos apretándose más en mi cuerpo. No quiero que se separe nunca.
Escucho la sirena de la policía. La luz roja, azul y blanca alrededor del callejón.
Mis manos se calientan, mi cara, mis piernas… notando donde estoy en realidad. Hay gente en torno llegando a causa del disparo que probablemente se impactó en alguna pared.
No sé qué mierda acaba de ocurrir o por qué la gente sigue arremolinándose alrededor. Mientras que Victoria y yo seguimos abrazadas, siento su corazón acelerado en mi pecho, sus lágrimas saladas manchando mi hombro. La dejo que se desahogue.
Por algún motivo, mis ojos viajan a Manuel mientras Adrian se suelta de Cristy y regresa a él. Esta vez no lo golpea, simplemente se queda asegurándose de que no va a levantarse y escapar. Él se queja en el suelo, cubriéndose la cara con las manos.
¿En qué momento se convirtió en esto?
¿Entonces Víctor tenía razón? ¿Él era igual a Antonio, pero supo disimularlo?
Me pregunto si Antonio hubiese sido capaz de apuntar con un arma a Víctor…
Lo más probable es que sí.
Me alejo un poco de Victoria para apartar el pelo de su rostro, dejando un beso en su mejilla.
—¿Quién llamó a la policía? —Pregunta Cristy aun con la voz temblorosa.
Adrian, en el suelo, eleva la mirada hacia nosotras.
—Victoria —Contesta— Victoria llamó a la policía.
La miro, sus ojos todavía derramando lágrimas y me encargo de secarlas con mis pulgares.
Se encoje de hombros.
—Dejaste tu celular en la mesita. —Lo dice como si fuera obvio, afirmando que leyó los mensajes.
Para nuestra suerte tenemos una estación de policía a pocas manazas, de lo contrario, todavía no estarían aquí. Ellos se acercan a un Manuel indispuesto en el suelo. Victoria no quiere mirar y esconde su cara en mi hombro.
—¿Estás bien? Quiero decir ¿no te hiciste daño? —Le pregunto.
La escucho sollozar.
—No, estoy bien.
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Mensaje  myrithalis Miér Feb 10, 2016 1:39 am

bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce bounce QUE EMOCIONANTE CAPITULO Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile
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Mensaje  Eva Robles Miér Feb 10, 2016 10:28 am

Gracias por el capitulo me dejo impactada esta geial

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Mensaje  Bere Miér Feb 10, 2016 10:35 pm

Recuerdos
Victoria y la búsqueda de su mamá.
La primera vez que Victoria García se sintió perdida en el mundo, fue a la edad de seis años.
Recuerda como todo parecía ser más fácil antes. Por otro lado, la confusión que la embargaba a esa edad y la poca información que obtenía de su familia, hizo que creciera creyendo que no existía otra parte de su vida. Una parte que todos los niños tenían, que todos los adultos tenían, menos ella. No le gustaba participar de las actividades escolares para el día de las madres. Lo normal es que ella no asistiese o si había examen de por medio, se encerraba en el baño de niñas. Pese a que su padre le decía que él podía ir sin problemas o su abuela o la misma Liliana, no era lo mismo. No quería. Lo sentía como lástima. Ella no quería la lástima de nadie.
Aquel lado inexistente de su vida comenzó a perforar su cerebro, llamándola a buscar información, aumentando su curiosidad. Eso fue a los 12 años. Fueron solo pensamientos del momento, no quería decir que ella fuese a buscarla. ¿Cómo lo iba a hacer? Si apenas sabe su nombre.
Y el solo hecho de pensarlo, provoca un sentimiento extraño en ella. La gente no la comprende, ellos no entienden lo que siente. Es un dolor profundo en el corazón, una sensación desagradable. La sensación de soledad, de sentirse sola en el mundo a pesar de tener una familia. Tiene a su padre, a sus abuelos y tíos, pero no puede evitar sentirse incompleta de todos modos.
Es la peor sensación del mundo.
Es por eso que, para aligerar un poco la aspereza que eso le provoca, se dio cuenta de su atracción hacia el boxeo.
En un momento de frustración Victoria adoptó una forma agresiva de controlarse. Recuerda que llegó un día del colegio tan cabreada que golpeó su puño contra la mesa de vidrio, haciendo que sus nudillos sonaran a tal grado que estuvo dos semanas sin poder moverlos; pero eso no es lo importante, sino que después de que se golpeara, pese a que le dolía, se sintió mucho mejor y su ira desapareció.
Una sensación del momento.
Una euforia, una complacencia.
Cuando su maestra de biología imparte la clase de reproducción humana, Victoria puede notar claramente su importancia con el tema. Si antes ya ha tenido cierta curiosidad, ahora eso ha llegado a tanto que comienza a obsesionarse. Ella mira con atención las ilustraciones del pizarrón y el video que la maestra ha enseñado a la clase sobre las etapas de gestación. Está echada en su asiento, el bolígrafo moviéndose entre sus dedos con impaciencia. Un pensamiento no puede salir de su cabeza y trata de apartarlo, pero le es imposible.
No es un capricho su curiosidad. Es sobre buscar a la mujer que le dio la vida. La verdadera. Quien la albergó durante nueve meses. Cuando piensa en ello, se le retuerce el estómago. No puede evitar pensar que antes de venir al mundo estuvo en el vientre de una mujer desconocida, una que vio por primera vez al nacer, pero al ser tan pequeña, no lo recuerda.
—¿Qué demonios pasa contigo? —Pregunta Casey casi corriendo para estar al mismo nivel— Saliste echa una bala de biología. Biología. Tú eres la rata nerd de biología. La última en salir, la que atosiga a la maestra para que le explique cada detalle, cada estúpido detalle y ahora que ha dado tarea ¡Ni siquiera lo anotaste!
—Tengo prisa —Dice a modo de excusa, sin embargo, eso no es cierto— Necesito ir a la biblioteca.
Casey frunce el ceño pero no insiste más.
Se pasa todo el resto de la jornada en silencio. Una mano descansando en su mejilla mientras el profesor de cálculo reparte las hojas del examen. Está tan desorientada que por unos segundos mira confundida el casillero de nombre, olvidando el suyo.
Eres tan tonta, Victoria García piensa para sí, sacudiendo la cabeza.
Cuando le comenta a su mejor amiga sus intenciones de buscar a su mamá, ella le dice que las probabilidades de encontrarla son escasas, nulas, inexistentes, ya que Victoria solo sabe su nombre y que fue amiga de su tía, aunque eso no la desalienta a seguir insistiendo. Sabe que su papá no va a darle información y en casa parece que todos están confabulando en su contra porque nadie suelta nada y Liliana, que siempre han sido cercanas, cierra la boca como si fuera un secreto de confesión.
Casey siempre le dice que le pregunte a su padre, pero eso es como preguntarle a la pared. Él nunca le habla directamente de ella, nunca va a hablarle de su pasado por más que pregunte. Tampoco es como si Victoria lo intentara, pero prefiere callarse a seguir escuchando las mismas repuestas.
Entonces, como si la vida esté a su favor, su amiga dice unos días más tarde:
—Mi hermano Ethan ha estado ocupando mi ordenador por dos semanas porque se cree un jodido investigador privado… —Desde allí, Victoria no supo que más dice, está demasiado concentrada en las últimas dos palabras "investigador privado"
Victoria e Ethan jamás han tenido una relación cercana, aparte de ser la amiga de su hermana, su vínculo no llega a más de un saludo, pero como Victoria está desesperada y un poco entusiasmada, se atreve a consultarle si puede ayudarle.
—Esto es legal ¿verdad? —Pregunta cuando éste acepta ayudarla. Aunque, pensándolo bien, si Ethan dice que no es legal, aceptaría de todos modos.
Él murmura algo con una sonrisa.
—No te preocupes, vamos a hacer esto lo más legalmente posible, pero necesito alguna información sobre ella.
Sus esperanzas bajan a la velocidad de la luz. Termina aceptado de igual forma prometiendo que tratará de conseguir algo.
De este modo, se arma de valor para atosigar a su tía durante toda una tarde.
—¡Liliana! —La sigue al cuarto a tropezones, perdiendo completamente la paciencia— ¡Por favor! Tienes que decírmelo. La última vez me dijiste que se llamaba IsaMyriam ¿por qué no puedes o no quieres decirme su apellido?
—¿Y para qué quieres saberlo, si me puedes explicar? —Indaga con un conocido gesto con las cejas.
Se queda callada, sentándose en la cama y tratando de pensar en algo con rapidez.
—Solo quiero saber su apellido. ¿No crees que tenga derecho a saberlo? Es solo su apellido, Liliana. Nunca nadie me cuenta nada.
Liliana encoje los hombros con un suspiro.
—Mira, el tema de ella es complicado. Lo es para tu papá y para todos. No es nada en contra de ti, solo que no creemos que sea necesario.
Empuja su labio inferior hacia afuera, juntando sus manos frente a su rostro.
—¡Por favor! Te lo suplico, solo el apellido, te prometo que no vuelvo a molestarte más.
La exaspera, rodando los ojos.
—¡De acuerdo! —Profiere con cansancio, levantando los brazos— Te lo diré. Ella se llama IsaMyriam Montemayor.
IsaMyriam Montemayor.
Su nombre flota en su cabeza durante unos segundos.
No puede evitar sentir un cosquilleo en el estómago, pero lo aparta rápidamente.
—Gracias —Dice y nota la tristeza en su voz. Ridícula se reclama mientras sale de la habitación.
Se encierra en el cuarto con el nombre aun en su cabeza. Deambula de una esquina a otra como una sonámbula en busca de respuestas que obviamente no tiene. Se muerde las uñas con inconsciencia. Luego con un suspiro se echa encima de la cama, su rostro mirando al techo vacío en el cuarto. Es una completa estupidez ¿Por qué querría buscarla? ¿Para qué? Perdería cualquier dignidad buscándola ella misma, cuando en verdad no es su deber. Si le importara a su madre biológica, la habría buscado hace mucho tiempo.
—No la necesitas —Susurra para sí misma— No quieres conocerla, no quieres, no quieres. Di y siente que no quieres —Lleva sus manos al rostro, frotándolas por sus mejillas— No quieres conocerla, ella no te quiere y tú tampoco. No la quieres, no la quieres.
Su voz comienza a sonar temblorosa, por lo que detiene su mantra en susurros. Está tratando de calmarse cuando su padre entra a la habitación.
—¿Puedo pasar? —Se sienta en la cama, controlando el temblor en sus manos— ¿Estás bien?
—Sí, solo un poco cansada —Explica, quitándole importancia al asunto. Mira el aspecto de su padre, captando el aroma de su perfume— ¿Vas a salir?
Víctor se sienta junto a ella, rodeándola con un brazo.
—Voy por ahí con tu tío Sergio. No te importa ¿verdad?
Niega con la cabeza.
—Diviértanse.
Él le da un beso en el tope de su cabeza.
—Voy a mantener mi celular encendido, cualquier cosa que necesites, me llamas ¿de acuerdo?
—De acuerdo
Se queda nuevamente sola en la habitación, repitiendo aquel mantra que inventa. Eso solo empeora las cosas, su obsesión se acrecienta.
Necesito verla aunque sea una sola vez
El apellido le sirve muchísimo, pero cuando quiera buscarla ¿cómo va a reconocerla? Si Ethan la localiza y no hay ninguna foto para comprobar ¿Cómo sabrá que es ella? Puede haber un montón de IsaMyriam Montemayor en Seattle y el resto del mundo.
Piensa, Victoria… piensa
Como una luz en su cabeza, de pronto recuerda la habitación de su padre.
¿Y si…?
La otra opción es buscar entre las fotos familiares ¡Tiene que haber alguna! O Liliana tiene que tener, solo que no quiere llegar al extremo de hurgar en sus cosas como una ladrona, aun cuando decide hacerlo en el cuarto de su padre. Camina de puntillas asegurándose de que nadie viene por el pasillo ni por la escalera. Entra a la habitación cerrando la puerta en silencio. Se queda de pie mirando alrededor, tratando de elegir un lugar para buscar, pero no encuentra nada, no está pensando coherentemente ahora. Así que cuando se mete en el armario, de inmediato recuerda la caja que su padre siempre esconde de ella.
¿Dónde está la caja?
Arriba del armario, obviamente. Su padre la deja ahí porque sabe que Victoria no la alcanzaría. Hasta ahora.
Toma uno de los banquitos más cercanos y se sube. Por un momento nota el corazón por la garganta, pero estando ahí se obliga a guardar la compostura. La caja es simple, es pequeña. La abre agradeciendo que no estuviera con algún candado. Encuentra todo tipo de cosas antes de finalmente fijarse en una foto desconocida muy por debajo de todo. Se queda contemplando demasiado tiempo, su mano temblando mientras sostiene la fotografía. Hay algo que reconoce de ella, hay algo de sí misma en el rostro de aquella niña, porque no es una mujer, no pasa de los 15 años.
¿Así eres? Pregunta en su interior, sabiendo todos los años en los que se la ha imaginado en su mente.
Cierra la cajuela, volviéndola a su lugar y bajándose del banquito con un suspiro. Gruesas lágrimas amenazan con rodar por sus ojos, pero lo advierte a tiempo y se mantiene firme, como siempre.
.
Unos días más tarde, en clase de gimnasia, Casey se aclara la garganta con una mirada inquisidora. Lleva mucho tiempo mirándola así, dudando o simplemente tratando de esquivar la pregunta que quiere hacerle, hasta que Victoria suelta un suspiro de resignación.
—¿Qué es lo que pasa? —Encara después, deteniendo el trote de 10 minutos. Más que querer saber la curiosidad de su amiga, está buscando alguna excusa para dejar de correr. Odia correr. Odia la gimnasia
—¿De verdad estás haciendo esto? Quiero decir, mi hermano está trabajando duro en ello —Comenta, tirando de la muñeca de Victoria para que sigan corriendo. La rubia reanuda el trote a regañadientes— sobre tu mamá, quiero decir.
Rueda los ojos.
—No, no es mi mamá. Ella solo fue un medio para venir a este mundo —Dice lo más normal que puede sonar aquello. Casey hace una mueca, soltando su muñeca y sigue trotando sola.
A Victoria le falta el aire, razón por la que vuelve a detenerse.
—¡Señorita García! No estamos aquí para caminar ¡A trotar! —Anima la entrenadora con el silbato.
Después del trote, se van a las gradas para flexionar. Levanta una pierna lo más alto que puede, descansándola y empujando su rodilla hacia abajo.
—No lo entiendo, Victoria ¿para qué quieres conocerla? —Pregunta Casey nuevamente. Desde que ha decidido buscarla le ha estado preguntando lo mismo— No me mires así ¡tú misma estás diciendo que ella solo fue un medio para venir a este mundo! ¿Tú crees que los que nacen por inseminación artificial se ponen a buscar al dueño del espermatozoide?
Victoria abre mucho los ojos, sacudiendo la cabeza hacia su amiga. Puede echarse a reír, pero ella no parece realmente estar diciendo una broma.
—No puedes estar hablando en serio —Termina diciendo— Yo no soy producto de una inseminación. Ella me tuvo y se fue sin decir por qué.
—¿Y cómo estás tan segura que no dijo por qué? A lo mejor tu papá lo sabe…
Encoje los hombros.
—Pues si lo sabe, no quiere decírmelo. Así que ¿qué más puedo hacer?
Casey suspira, negando mientras la mira.
—Victoria, escúchame. Tienes que entender que esto es algo que no puedes hacer sola. Te puedes encontrar… con cualquier cosa. Mira —Su amiga pone cara de estar fastidiándola— a lo mejor ella no quiere verte.
Por más que lo oculta, no puede negar que eso sí dolió.
Frunce los labios, balanceando su coleta alta.
—No me importa. Tengo que hacerlo y si no quiere verme, entonces que me lo diga —Su corazón comienza a latir demasiado rápido— Casey, necesito hacerlo —Dice, mirándola ahora a la cara— Quiero saber si… si me parezco a ella. Si tengo su carácter, si tenemos algún tic nervioso similar, no lo sé. Tú no lo entiendes porque siempre has tenido a tu mamá.
Casey no dice nada, todavía están flexionando sus piernas.
Alguien silba a sus espaldas.
Lily y su ejército se detienen cerca de ellas, pero están mirando a Luna, que acaba de terminar de flexionar.
—¿Qué pasó, Luna? ¿Saltándote las flexiones?
—Déjala en paz, Lily. —Se queja Victoria.
Los ojos de Lily se clavan en los suyos, pero aquella chica no le intimida.
—Vaya, Victoria. Victoria… ¡Que nombre tan extraño! ¿Eres extranjera?
Hanna se aclara la garganta, sus brazos en jarra.
—Es un nombre turco, Lily. Y si tu ignorante cerebro no lo entiende ¿Te suena Turquía?
La voz de la maestra de gimnasia se alza en torno a ellas.
—¡Deprisa, chicas! ¡Nada de sociabilizar!
Lily y su ejército o mejor dicho, guardaespaldas, se van lanzándole dagas a Luna con los ojos.
Victoria se vuelve a Hanna.
—¿Turco? ¿Es en serio o te lo acabas de inventar?
Su amiga contrae los hombros.
—Mi madre dice que es turco. No me preguntes qué significa porque no lo sé.
En el camerino de mujeres, Lily sigue clavándoles la mirada.
La búsqueda de su otra vida resultó no ser tan fácil como creyó. En el historial, al menos hay unas 40 IsaMyriam Montemayor repartidas en Washington. También había una posibilidad de que viviera en otro país o para ser más trágicos, estuviese muerta. Ethan estuvo meses tratando de localizarla bajo su nombre, bajo las características que tiene la fotografía. Victoria nunca se atrevió a preguntarle de dónde saca tanta información y cómo es que puede acceder a algo tan privado. Un día a mitad de semana, Ethan la detiene en el pasillo un poco acelerado y con una hoja en las manos. Él es más alto que ella y tiene que inclinar la cabeza hacia arriba para mirarlo.
—¡Victoria! —Dice totalmente hiperventilado— Tengo noticias.
Tarda unos segundos en reaccionar a "noticias". Le va a preguntar qué noticas, hasta que lo recuerda.
Sus ojos se amplían por la sorpresa.
—¿Conseguiste algo?
Asiente y el corazón de Victoria late de una forma desenfrenada.
—Es mejor de lo que imaginé. Toma —Le tiende el papel— Aquí está su dirección.
Arruga el entrecejo.
—¿Cómo…?
La sonrisa de Ethan florece en su rostro.
—Victoria, tu mamá biológica vive en Seattle.
Apenas nota como toma el papel en sus manos. Allí hay una dirección y claro que conoce esa calle. Cristo… esa mujer vive en la misma ciudad que ella.
En casa mantiene la hoja sobre su cama, mirando y volviéndola a mirar. Lee detenidamente la dirección, memorizándosela.
Tiene un montón de cosas en la cabeza.
Ahora la cuestión es ¿Irá? ¿Será capaz de encararla? ¿Qué va a decirle?
Termina decidiendo ir un viernes después del colegio. Casey e Ethan le preguntan incontable de veces si la acompañan, pero no. No quiere que nadie la acompañe. Quiere hacer esto sola, encararla sola, verla y preguntarle estando sola.
Llega a casa deprisa, subiendo corriendo a su habitación. Cambia su uniforme por un pantalón corto, zapatillas, una blusa holgada y una chaqueta de mezclilla sin mangas. Toma una mochila de la cama y se la asegura en la espalda. Su abuela viene de la sala cuando Victoria baja la escalera.
—¿A dónde vas? ¿Y cómo no te vi llegar? —Se acerca para dejar un beso en su mejilla, buscando rápidamente una excusa.
—Casey y yo tenemos tarea, es para mañana y estamos un poco atrasadas.
Le cree, de modo que no tiene problemas en salir.
Lleva el corazón en la mano mientras sale, los nervios comiéndosela viva.
Lleva consigo la dirección en una mano mientras que con la otra sostiene la tira de su mochila. Ha estado todo el camino de grava mordiendo la pielcita interior de su boca y de vez en cuando tiene que apartarse el cabello de la cara. El sol la mantiene cansada, pero sus nervios le vuelven la piel chinita. Se baja del autobús tres cuadras antes y hasta ahora no puede llegar a la dirección. Se queda en una esquina de pie leyendo la etiqueta de la avenida. Según lo que ahí dice, la calle que busca está justamente frente a sus ojos.
Toma una profunda inspiración, reanudando su recorrido para fijarse en la placa de cada casa. Las piernas le tiemblan como gelatina cuando se detiene frente al número que le ha dado Ethan. Suspira con excitación.
Tú puedes hacerlo, Victoria.
No es momento de rajarse.
Sus dientes castañetean, sigue de pie sin tomar ninguna iniciativa. Lo primero que logra hacer es parpadear, escuchar el sonido de los pájaros en la rama de los árboles.
Termina con esto pronto
Sube tres escalones con apuro, sintiendo que la puerta y el timbre están demasiado altos, pero es solo cosa de ella. Es la sensación de que la casa se le viene encima.
Y sin darle más vueltas, presiona su dedo en el timbre.
Espera unos segundos con su otra mano arrugando el papel de la dirección, luego siente cuando alguien se acerca, su respiración cortándose y entonces… una mujer de mediana edad la recibe. Sus ojos son claros, el cabello recogido en una coleta y mechones rizados sueltos caen alrededor de su cara. Parece un poco confundida con su presencia.
—Hola ¿en qué puedo ayudarte? —Pregunta con amabilidad.
A Victoria se le traba la lengua.
—Busco… a IsaMyriam Montemayor.
Apenas dice aquel nombre, el rostro de la mujer se suaviza.
—Oh, cariño. Creo que has llegado tarde, ella se mudó hace algunas semanas.
El cuerpo se le paraliza unos segundos.
—¿Dónde puedo encontrarla?
—Si me dices tu nombre, entonces podré ayudarte.
Muerde su labio. No quiere darle su nombre.
—Es importante.
Los pómulos de la mujer se vuelven rosáceos, viéndose más cálida.
—Me encantaría poder ayudarte, pero no puedo darte la dirección sin saber quién eres. Por cierto, yo soy su madre, así que si es muy importante puedes darme el recado y te aseguro que se lo haré llegar.
Victoria parpadea… ¿su madre?
O sea que… ¿su abuela?
—Mamá, saqué galletas de la despen… —Alguien las interrumpe. La mujer que acaba de descubrir que es su abuela, se aparta para dejarla pasar. La chica es mayor que Victoria, de eso está segura. Es pelirroja y sus ojos marrones caen en ella rápidamente— Uh, lo siento. No sabía que estaban ocupadas.
—Llámame si vas a regresar tarde —Le pide la mujer a lo que la pelirroja asiente, lanzándole un beso al aire— ¡Cuídate, Cristy! —La ve irse con su pelo al viento, casi tropezándose en las escaleras de salida. Victoria está boquiabierta apretando su mano en un puño cerrado y su pecho sube con demasiada intensidad— Bien ¿en qué estábamos?
Se vuelve con su rostro ardiente, no teniendo las fuerzas de seguir.
Se le ocurre una idea.
—No se preocupe, gracias de cualquier modo. ¡Adiós! —Le sonríe antes de salir corriendo de allí. No ve la reacción de ella y tampoco si todavía está mirándola desde la puerta. Empieza a correr, suplicando tener suerte. Encuentra a la pelirroja cruzando la calle. Sus pasos son elegantes y saltarines, como si estuviera danzando mientras camina— ¡Ey, espera! —Le grita.
"Cristy" hace girar un auricular con un dedo cuando se voltea en su dirección.
Tiene pecas en el rostro y una linda nariz.
—¿Tú no eras nuestra visita? —Indaga apuntándola con el dedo, sus ojos entrecerrados hacia ella.
—S-Sí —Está agotada — Verás, me preguntaba si podías ayudarme —Mete un mechón rebelde de su pelo rubio detrás de la oreja, recuperando la respiración. Nota como la pelirroja se queda de pie, esperando que le explique— Estoy buscando a tu hermana.
—¿A Myriam?
Myriam
—Sí —Contesta ahora un poco más calmada— Acabo de enterarme que se ha mudado y necesito ubicarla urgentemente. Mira, yo… hace algunas semanas le pedí un favor y necesito cobrarle la palabra. Si tan solo pudieras…
—Darte la dirección —Termina por ella, alzando sus brazos con gracia. Esboza una sonrisa que la alienta a tener más esperanzas— Está bien, no te preocupes. Te la daré.
.
Entra a la vacía recepción del edificio. Es bastante amplia, o se ve así porque no hay nadie a excepción de ella. Hay un mural con distintos cuadros de pinturas en la pared. Se queda contemplando los múltiples garabatos con pintura negra y se pone a pensar cómo alguien puede encontrarle algún sentido a aquello. Ella realmente no puede imaginarse nada. De seguro entre medio de esas líneas hay un gato intentando arrancar de un peligroso perro. No lo sabe. Puede ser cualquier cosa.
Un leve vientecito y pasos detrás de ella la hacen voltearse, pero no encuentra a nadie.
Suelta un suspiro, quitándose la mochila y guardando el papel arrugado de su mano. Luego saca la fotografía que tomó prestada de la habitación de su padre. Eso le va a servir de mucho ahora si es que logra encontrar su paradero. Espera que sí. Está contemplando sus ojos cuando alguien carraspea.
—Hola ¿buscas a alguien?
Un chico de piel oscura está mirándola con ojos bondadosos. Victoria se queda de pie un momento más, aturdida y un poco muda. Toma valor de alguna parte para acercarse a la mesa de recepción.
—Hola, estoy buscando a IsaMyriam Montemayor ¿la conoces?
No tarda en verlo asentir.
—Acaba de salir hacia la calle, no te diste cuenta —Señala la salida.
Mira por instinto, cortándosele la respiración, olvidándose de cómo inhalar aire. Se vuelve al chico para agradecer y no sabe cómo sus pies están caminando hacia afuera. Pese a que está muy nerviosa, la ansiedad está comiéndola y eso es peor que decidir si salir arrancando o afrontar lo que esa mujer no quiso hacer antes. Cuando sale a la calle, no divisa a nadie cerca.
Frunce el ceño.
Todavía lleva la fotografía consigo cuando a lo lejos ve a una mujer sostener una caja entre sus manos, cerca de una camioneta.
Su pulso se detiene.
No recorriste medio Seattle para arrepentirte ahora, Victoria García
Comienza a avanzar hacia ella. Pasos firmes, a ratos temblorosos, pero si hay algo que tiene claro justo ahora, es las ganas de vomitar que le han venido de pronto. De alguna manera logra zafarse del repentino dolor de estómago pensando en otra cosa, pero no tiene tiempo de nada cuando se ve cerca de ella.
No puede sacar voz.
Su voz se ha perdido, definitivamente.
Toma una profunda inspiración, cerrando los ojos y volviéndose a la mujer a sus espaldas.
Aclara su garganta.
—Disculpa, ¿tú eres IsaMyriam Montemayor?
Se sorprende de que su voz no se sienta temblorosa, no como se encuentra ella por completo.
Se voltea en su dirección tan pronto escucha su voz. Sus ojos son verdes. El corazón le da dos vuelcos. Ahora mismo está dudando si sigue viva. Mantiene controlando a su pulso para no desvanecerse en el suelo. Los ojos curiosos de IsaMyriam la cohíben y la hacen querer salir corriendo. Tiene el cabello alrededor de sus hombros, castaño y luminoso por el sol. Su piel es blanca y por un momento tiene un pensamiento fuera de lugar.
Al menos ahora sé por qué soy de piel tan clara.
Sin embargo, la mujer todavía no contesta a su pregunta, así que no va a seguir con las falsas esperanzas. ¿A quién quiere engañar? Esos ojos son los mismos de la chica en la fotografía.
Después de que ambas terminen de examinarse, ve como ella levanta una pierna para dejar descansar la caja en sus manos.
—Sí ¿tú eres…?
Se paraliza.
Básicamente, se paraliza a tal punto que no siente los dedos de sus manos ni puede pestañear. Eso es mal signo, mala señal. Ese "sí" cae al precipicio en su cabeza, martilleándola, repitiéndose una y otra vez.
"Sí, sí, sí"
No puede dejar de observar su rostro, comparando así el suyo. Tratando de ver alguna similitud, y claro que lo encuentra. Eso es… extraño.
—Claro que eres tú, no has cambiado mucho…
IsaMyriam sacude la cabeza. En este instante los segundos parecen eternos, como los minutos, como las horas. Como cuando faltan cinco minutos para salir de clases y estos parecen bloquearse en algún punto, porque se hacen interminables.
—¿Nos conocemos? —Consulta más confundida.
Con un suspiro voltea la fotografía en sus manos, enseñándosela.
—La encontré por ahí —Dice con disgusto — Toma.
Mira la fotografía un tanto aturdida, volviéndose a ella poco después. La mira con desconfianza.
—¿Cómo es que tienes esta foto?
Sus ojos claros se funden en los de ella, provocando una ola de sentimientos extraños en su cuerpo. No debe sentir más que repulsión hacia su persona.
—Yo soy Victoria, la hija de Víctor García.
En cuanto nombra a su padre la caja en su pierna cae con un estruendo. Se escucha el sonido de vidrios rotos y se pregunta si adentro habría algo importante. Luego descarta aquello, no puede importarle menos lo que hay en ella.
—No puede ser…
¿Verdad que no? Tampoco puede ser que seas mi madre biológica.
—Sí que lo es —Arrastra las palabras— Así que… tú eres la mujer que me abandonó —IsaMyriam no hace más que mirarla, observarla, contemplarla con tanto terror que bien puede echarse a reír por su reacción. Victoria también estaría actuando de la misma forma si no supiera cómo guardar las apariencias— Y bien ¿vas a decir algo o solo te vas a quedar como estatua mirándome?
La ve tropezar hacia atrás, soltar un suspiro y parpadear en su dirección.
—Es que… no puedes ser tú.
Yo tampoco creo que seas tú.
—Estoy bastante diferente hasta hace 14 años —Eso lo dice sin pensar, como si estuviera aguantándoselo hace mucho tiempo.
Nota como le tiemblan los labios. Muerde los propios para asegurarse de que no están temblándole también.
—Sí —Contesta con voz temblorosa.
Decide que es hora de ir al grano.
—Bien, vamos a hacer una cosa. Te voy a hacer una pregunta, tú me vas a contestar y te prometo que no volverás a verme —IsaMyriam asiente. Se prepara para hacer la pregunta que se ha estado haciendo continuamente— ¿Por qué me abandonaste? —Se odia por tan débil que resulta su voz.
De pronto, se sorprende de ver como ella rompe a llorar en su presencia. Ese llanto le hace doler el pecho. Es un dolor en la garganta que va subiendo a tal grado de querer echarse a llorar también, pero se controla.
—Es… una historia muy complicada.
—Te escucho
—No quieres escucharla —He estado queriendo escucharla durante mucho tiempo ¿me estás jodiendo? — ¿Cómo… me encontraste?
Cambia el peso de su pie.
—No fue fácil encontrarte, llevo… meses juntando información sobre ti. Mi familia no iba a darme toda la información que necesitaba, así que tenía que hacerlo por mi cuenta. Lo que más podían soltar era que fuiste la mejor amiga de mi tía Liliana —Hay algo que no puede evitar comentar. Algo que pensó cuando le preguntó si era IsaMyriam Montemayor— Eres más joven de lo que imaginé.
Tiene unas malditas ganas de ponerse a llorar como la cría que es.
—¿Tú papá sabe que estás aquí?
Suelta una risa opaca.
—No, no lo sabe. Él nunca me hubiese dejado venir, y lo entiendo. No es como que vengo hacer una tarea de la escuela —Sacude la cabeza— ¿Vas a responder lo que te pregunté? No quiero llegar tarde a casa.
Victoria mira a todos lados como si alguien estuviera vigilándolas. Como si el rostro de su padre apareciera en este instante. Vuelve su atención a IsaMyriam, notando como su pecho sube y baja con tanta dificultad que de pronto su rostro se torna pálido y ojeroso.
—No… aquí… yo —Parpadea con lentitud, una mano sobre su mejilla— Solo…
—¿Te sientes bien? —Pregunta un poco alarmada.
Se lleva una mano al pecho. No mira a Victoria durante ese momento, se da cuenta que parece demasiado agitada con las manos temblándole por completo. Y entonces alcanza a sostenerla antes de que se desplome al suelo.
—¡Maldición! No te puedes desmayar ahora… —Gime mientras no puede con el peso y se sienta en el suelo. Mira a su rostro pálido, deseando que no se muera justo ahora que quiere escuchar sus motivos. El mismo chico de la recepción corre en su dirección— No sé qué le pasó —Le explica.
El chico toma a IsaMyriam entre sus brazos, flácida e inconsciente.
Demonios ¿por qué tiene que ser tan complicado?
.
Una hora más tarde sale hecha una furia del edificio. Mientras camina, no puede evitar soltarse a llorar como un bebé. Odia ser tan débil en momentos así, odia sentirse tan perdida y sola por culpa de ella. Se detiene en la parada, limpiándose las lágrimas y esquivando las miradas curiosas de la gente. Lo que menos necesita ahora es que sientan lástima por ella o que empiecen a hacer sus propias conclusiones.
Le irrita las miradas de lástima. No más. Ha vivido lo suficiente con esa palabra en su cabeza como para seguir soportándola. Cada vez que la gente la mira, en cada reunión escolar, siempre es la pobre Victoria. Siempre fue la que todos se quedan en silencio mirándola, a la que en un principio trataban como a un cristal por miedo a que saliera corriendo a cometer una locura.
Lo que ellos no saben, es que ella no es tan estúpida como para arruinar su vida llorándole a una mujer que no la quiere.
Victoria tiene su dignidad.
Sin embargo, justo ahora no parece tener dignidad por nada.
Llega a casa echando un portazo, logrando la atención de todos.
Cuando su padre se acerca a saludarla, lo único que quiere es gritar.
—Hola ¿qué pasó? —Le pregunta.
—Nada, estoy… me duele la cabeza.
Su padre toma su rostro entre sus manos.
—Estás ojerosa, estás como… cuando lloras.
Sacude la cabeza.
—Tengo mucho sueño. ¿Te importaría si me voy a acostar?
Él duda durante unos minutos.
—¿Cenaste?
—Sí, donde Casey. Ya sabes que la señora Bates no deja que me vaya sin comer. —Sonríe acercándola para darle un abrazo. Victoria se queda aspirando su loción— Te quiero, papá.
—Y yo a ti, princesa.
Su fuerza y su voluntad se van desprendiendo de su cuerpo cuando ingresa a su habitación. Tira lejos la mochila, sus manos tirando de su pelo y no puede soportar el nudo en su garganta. De modo que se larga a llorar como si la vida se le fuera en ello. No puede creer que acaba de conocerla incluso si ella misma abogó para que eso sucediera. No es tanto el hecho de que sus palabras la dejen medio aturdida, confundida, peor que antes. Es el hecho de que no pudo decirle todo lo que tenía guardado. Se siente inaccesible, siente que no es capaz de decir el montón de atrocidades que se le ocurriese por la cabeza. Se merece todo su desprecio, odio y repulsión, más no pudo demostrárselo como quiso.
"Nadie tiene derecho a juzgar a los demás" eso se lo enseñó su padre, pero ¿puede llegar a darle una oportunidad? No, claro que no. Sobre todo teniendo en cuenta que no quiere nada con ella. Es obvio que no, por algo Victoria tuvo que dar el primer paso.
No cree tampoco que fuese a verla nuevamente. Tal vez se acobarda más de lo que es e IsaMyriam se mude fuera de la ciudad.
Se recuesta encima de la cama, sus pensamientos quitándole el sueño. Se pregunta ¿qué hubiera pasado si IsaMyriam hubiese decidido dar el primer paso? Las cosas serían distintas, muy distintas. Aunque no está muy segura si habría tenido la valentía de recibirla o aceptar hablar con ella.
Mientras cierra los ojos, su mente sigue dando vueltas sin parar.
Necesita olvidarse de ella, olvidar el día de hoy. Despertar mañana como si nada, despertar sintiéndose la misma Victoria de antes con la mitad de su corazón funcionando, porque así es como ha funcionado desde que tiene uso de razón. Necesita, de una vez por todas, superar la indiferencia de su madre y aceptar que algunas mujeres no están hechas para serlo ni están hechas para dar cariño. Pensar aquello, hace que su corazón se achique y las lágrimas rueden solas por sus ojos. Apoya la cabeza en la almohada, apretando un sollozo que intenta salir a gritos. No se lo va a permitir, no quiere seguir llorando.
Sin embargo, Victoria no se espera que aquel primer encuentro sea el inicio de una relación complicada.
Verla de nuevo la descoloca, le hace replantearse muchas cosas. Cuando la vio por segunda vez en el colegio, lo primero que pensó fue que Myriam era un imán. Un imán desagradable tratando de pegarla a su vida. Lo sintió como una broma pesada del destino. De todos los colegios existentes en Seattle, tenía que justo venir al suyo. Y las peleas y los reclamos, gritos, llantos que ha tenido con ella, lo único que han logrado es a unirlas más, a fortalecerlas. Eso también la confunde.
Le confunde querer tenerla cerca.
Como cuando creyó que se iba a Boston; ese sentimiento de pérdida y desconsuelo, un sentimiento cargado de emociones fuertes. El miedo. Esa es la palabra correcta. Sintió miedo de no verla de nuevo. Y tal vez fue la primera vez que se dio cuenta que Myriam no es la imagen que se imaginó de niña.
Myriam no es un espejismo. De pronto la ve en todas partes, de pronto las similitudes que encuentra con ella, no parecen ser tan extraños como al principio, ya no le molesta.
Y tal vez, si lo intenta, podría llegar a conocerla más.
Sí, Victoria tuvo que buscarla primero. Sí, estuvo ausente toda su vida. Pero, si vamos a estar metiendo el pasado en el presente y futuro, nunca vamos a progresar. No es así como las cosas se superan. Dar una oportunidad no es tan fácil como la mayoría cree. Ahora tiene dos opciones: olvidar o lamentar. Perdonar de corazón tampoco es fácil. Sin embargo, si hay algo peor que cualquiera de esas dos, es pensar que pudiste hacer algo y no lo hiciste. Es querer algo y decir lo contrario. Es perderlo y no volverlo a recuperar.
Eso es lo que la tiene pensando en este momento. Un pensamiento interno desde el día en que la conoció.
A Myriam, la mujer de sus pesadillas.
La figura invisible en el portaretrato familiar.
Su fantasma.
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Mensaje  myrithalis Jue Feb 11, 2016 2:14 am

Gracias por el capitulo me encanta!!!!!!!!!!!!! Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile
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Mensaje  myrithalis Vie Feb 12, 2016 11:28 am

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Mensaje  Bere Dom Feb 14, 2016 1:26 am

Capítulo 26
Absoluta sinceridad
Víctor
"Papá, tienes que venir. ¡Urgente!"
Mientras me detengo frente a los dos coches policiales y al grupo de gente tapando el callejón, puedo volver a leer en mi mente el mensaje de Victoria. Todo ocurre a una velocidad demasiado lenta para mi gusto. Bajo del vehículo sintiendo el corazón al límite. No entiendo por qué hay tanta gente alrededor y tampoco logro confirmar que la mujer que está pidiendo permiso a gritos, sea realmente la madre de Myriam. Y luego, me veo a mí mismo apartando a la muchedumbre para poder pasar, casi queriendo seguir a Refugio pero la pierdo de vista fácilmente.
Tengo los latidos de mi corazón en mis oídos. Todo se escucha lejos, como un eco. Mi respiración se corta.
Mi hija.
Mi Myriam.
"¡Urgente!"
La sensación de estar en una pesadilla está matándome por dentro. Como de esas veces que no puedes gritar o no puedes correr por más que lo intentas. No puedes, simplemente no puedes. Y eso te desespera. Entonces despiertas sudoroso a mitad de la noche, tu pecho subiendo a una velocidad inimaginable, pero es solo una pesadilla. No es real.
Esto es real.
"¿Lo escuchaste?"
"¡Sí!"
"¡Él le disparó a ella!"
"¿Hay heridos?"
"La bala la tiene que haber matado"
Estoy sudando por el ruido y los murmullos. Quiero voltearme y preguntarles por qué demonios dicen eso. No puedo hacerlo. Empujo a un señor corpulento del que ni siquiera me tomo la molestia en disculparme. Estoy sudando más que antes, viendo mi camino que se amplía y se encoje con cada paso que doy. Casi llego al final de la multitud, casi puedo ver a los oficiales sostener a alguien por los brazos, puedo ver como uno de ellos guarda un arma dentro de una bolsa cuidadosamente. Me quedo de pie en la primera fila, estupefacto, totalmente inmovilizado.
No reconozco a nadie. Hay personas pero no puedo saber quién es cuál.
Estoy, a pesar de que una parte de mí no quiere hacerlo, buscando algún cuerpo sobre el suelo, cubierto por un manto.
Mi corazón deja de latir.
Entonces las veo.
Están de pie frente a Refugio escuchando como ella exclama desesperada y luego puedo reconocer a Cristy unírseles. Más allá está Adrian y su padre, hablando con el oficial.
Tomo impulso para ir hacia ellas. Busco de alguna manera mi respiración, sacando mi voz para llamarlas.
—¡¿Victoria?! ¡¿Myriam?! —Mi tono es tembloroso y en ese momento me doy cuenta que todo mi cuerpo está temblando. Ellas se voltean al mismo tiempo para mirarme. Gracias a Dios están bien. De pronto, veo como Victoria corre a abrazarme— Princesa —Susurro rodeándola. Me embarga el miedo que antes no pude descifrar. El miedo de que algo malo les hubiera pasado. Miro hacia a Myriam, a su rostro surcado en lágrimas. Estiro mi brazo hacia el suyo, escuchando su sollozo y la tengo entre mis brazos también. Las aferro como si la vida se me fuera en ello.
No necesito más. Las necesito a ellas dos, a nadie más.
—Papá —Murmura Victoria y noto el miedo en su voz.
Todavía no comprendo por qué están acá ni por qué hay policías ni toda esa gente armando alboroto. De pronto, empieza a llover. Al principio caen pequeños copos de nieve, pero al cabo de unos minutos se convierte en lluvia. Aún estoy rodeándolas a las dos, incapaz de soltarlas en este instante. Siento un frío pesado recorrerme la espina dorsal.
—¿Qué está pasando? —Pregunto.
Myriam me mira, sus ojos brillando por las lágrimas. Sin embargo, no es ella la que me contesta.
—Tu padre —Las mejillas de Refugio están encendidas por el coraje. Lleva las manos en sus caderas, echándose el pelo hacia atrás entre una mezcla de disgusto y nervios — Él casi mata a mishijas.
La miro durante un tiempo hasta que finalmente mis ojos caen al coche patrulla, donde puedo ver su cabello en el asiento trasero.
No puede ser.
Por un instante no hago más que quedarme en silencio, procesando la información. Matar y mi padre en una misma frase es suficiente para mi entendimiento. De a poco Victoria comienza a desprenderse de mi abrazo, limpiándose las lágrimas con las mangas de su abrigo. Su pelo está empapado por la lluvia. Ella eleva la mirada hacia mí y no estoy preparado para lo que tenga que decirme, no estoy preparado siquiera a preguntarle si está bien, si se hizo daño o contenerla de toda esta mierda. Me siento impotente al saber que mi hija está en un altercado de este alcance sin que pueda yo hacer nada al respecto.
Toma una respiración, cruzando los brazos en una especie de protección.
—Él usó su pistola, la que tiene en el escritorio.
Frunzo el ceño, mirándola.
—¿Cuál pistola? —Mi voz apenas en un susurro.
—La que era del bisabuelo Anthony. ¿No te acuerdas?
Mi corazón sigue latiendo descontrolado.
—Sí, lo recuerdo, pero… él… —Bajo la mirada hacia Myriam que sigue abrazándome— Quiero saberlo. —Uno de los oficiales se acerca a nosotros con una libreta en sus manos. Lleva un paraguas pequeño por la lluvia. No sabe a quién dirigirse, momento que aprovecho para hablar— ¿Qué va a pasar con él?
—Por lo pronto, estará encarcelado hasta mañana. De ahí en adelante dependerá si van a tomar cartas en el asunto —El oficial mira de a uno en uno— ¿Quién nos llamó?
—Mi hija —Contesta Myriam, apartándose un poco de mí y cruzándose de brazos del mismo modo en que Victoria lo hizo, como si fuera la única forma de sentirse seguras con ellas mismas.
—¿Supongo que pondrán una denuncia? —Más que pregunta, el oficial lo corrobora.
—Por supuesto que sí —Responde Refugio, la ira aun notándose en su rostro. Cristy está junto a ella con aspecto despavorido. Cuando Myriam mira a su madre, ésta encoje los hombros— Si no vas a demandarlo, yo lo haré. A mis hijas nadie las toca.
No me acerco al coche patrulla ni para confirmar algo que es más que evidente. En este minuto lo único que puedo sentir es más decepción, si es que eso es posible.
Vergüenza.
Esa es otra cosa que siento, mucha vergüenza.
De camino a la comisaría me explican de cómo los mensajes anónimos fueron enviados por mi padre con ayuda de Francisco y como Victoria leyó éstos en el celular de Myriam y llamó a la policía. Estoy en un shock paulatino mirando hacia la carretera, asegurándome de que no estoy manejando en la calle equivocada. Myriam va en el asiento copiloto con el semblante tenso y conmocionado. No ha apartado sus manos de entre medio de las piernas, sus ojos apenas han pestañeado unas seis veces. Victoria está en el asiento trasero con Refugio y Nany. Ninguno de nosotros ha vuelto a hablar desde que me pusieron al corriente, incluso si es necesario aclarar ciertas cosas. Me siento confundido.
Aparcamos en la comisaría todavía en silencio. Refugio baja rápidamente del vehículo, dándose prisa a la entrada seguida de Nany. Victoria se asegura de abrochar el cierre de su abrigo antes de acercarse a mí. Su rostro sigue estando asustado y el cabello se le ha maltratado por la lluvia. Busco a Myriam con la mirada, viéndola cerrar la puerta de un portazo y encoger los hombros por el frío.
Mi cuerpo se congela cuando veo a los policías sostener a mi padre de los brazos y él mantiene la cabeza gacha, como un verdadero delincuente.
Puedo estar muy enojado con él, pero no puedo controlar el dolor que siento en el pecho de verlo de esa forma. Victoria se cubre la boca para soltar un sollozo. Acerco mi brazo y la rodeo junto a mí para que caminemos. Los ojos de Myriam brillan, pero no hay lágrimas. Se mantiene serena mientras entramos los tres juntos.
Un oficial se acerca a nosotros.
—Se les avisará cuando puedan declarar. Entretanto, pueden esperar allí —Señala la hilera de asientos.
Refugio suelta un bufido, cruzándose brazos y mirando de soslayo a Myriam. Cristy descansa la cabeza en el pecho de Adrian mientras éste la rodea con sus brazos. Nos sentamos en las bancas de espera totalmente vacilantes y ojerosos.
Myriam me mira unos segundos y le sostengo la mirada hasta que vemos entrar por la puerta a mi madre, seguida de Sergio y Liliana. Me pongo de pie viendo el rostro asustado de mamá pasar de mí a Victoria hasta que rápidamente se sienta en mi banca para prestar su atención a mi hija. Antes de venir aquí decidí que debía avisarle sobre esto.
—Cariño ¿Estás bien? —Pregunta alarmada, tomando sus manos— ¿No te hicieron daño? ¿Estabas muy cerca?
—Abuela —Llama Victoria a mi madre de una manera notoriamente más calmada— Estoy bien.
El mismo oficial de antes se acerca para tomar los datos de Myriam y Cristy.
—¿Qué está pasando? —Liliana pregunta con temblor en la voz— No entiendo nada —Su mirada se dirige al asiento derecho de Victoria— ¿Myriam?
Nadie responde, ni siquiera Myriam levanta la mirada. Parece más en shock de lo que creo que estoy yo, más estupefacta que cualquiera. El padre de Adrian es quién se atreve a contestar su pregunta, diciéndole que mi padre utilizó una pistola para amenazar a Cristy y terminar disparándole a la nada, casi llegándole a Myriam. Mientras lo escucho contarles, veo los rostros de mis hermanos que se desencajan por la impresión. Entonces mi madre suelta un jadeo, llamando mi atención y viendo como aferra más a Victoria a ella.
Sergio no se atreve a abrir la boca. Él está tan impactado como los demás, pero pese a su estado, lo pillo mirando hacia Myriam con ojos compasivos. Ahora, conocedor de los alcances de nuestro padre para con ella, ya no parece tan hostil en su presencia. Acto que agradezco, ya que nos facilita aún más el camino en nuestra relación y así no tendré que aguantarme sus sermones de hermano mayor.
Durante un tiempo no hacemos más que mirarnos a la cara de vez en cuando, caminar alrededor del estrecho pasillo y suspirar con cansancio.
—Myriam —Llama Cristy, mirándola desde la pared de enfrente. Está apoyando los brazos en ella, la cabeza pegada al muro. Sus ojos marrones siguen viéndose asustados y un poco alarmados— ¿Myriam?
Miro a Myriam. Está en la misma posición que hace unos cinco minutos. Su espalda demasiado recta, sus brazos apoyados en las piernas y su mirada perdida en el suelo, sin embargo, siento que está mirando a la nada.
Victoria se endereza, acercando la cara hacia ella.
—Myriam —Nombra también y como no obtiene respuesta, la sacude por los hombros— ¡Myriam! —Pero no responde— ¿Por qué está tan… flácida?
Salgo de mi lugar para acercarme. Me hinco cerca de su asiento, alarmándome por la posición en que se encuentra. Victoria tiene razón, está flácida, pálida y sus ojos se han apagado. Realmente parece como si no estuviera aquí. La sacudo para tampoco tener respuesta.
—Creo que el impacto es demasiado para ella —Opina Liliana un tanto preocupada.
No pestañea, el cabello se le ha caído alrededor de la cara. Vuelvo a sacudirla. Nada.
—¡Myriam! —Grito ahora aun sabiendo que me encuentro en una comisaría. Finalmente parpadea, mirándome.
—¿Qué?
Suspiro.
—No estabas aquí hace unos segundos.
Vuelve a parpadear, notándose sentada en una banca, como si lo hubiese olvidado.
—Yo… no sé qué pasó —Termina diciéndome.
Presiono mi mano en la suya para calmarla.
—¿Cristina e Myriam Montemayor? —Cristy mira a Myriam un poco acongojada. Toma su mano para ayudarla a levantarse. El oficial apunta con su bolígrafo a las dos— Vamos a interrogarlas en salas distintas. Por favor, acompáñenme.
Myriam se voltea fijando sus ojos en los míos unos segundos antes de posarse en los de Victoria. El oficial está esperando que lo sigan, de modo que corta aquel contacto visual caminando por el pasadizo.
—¿Qué demonios ha sido eso? —Inquiere Nany, sosteniendo su bastón con fuerza.
Adrian encoje los hombros.
—Esa bala iba directo a ella, saben. Creo que es normal que esté un poco traumada —Entonces él mira a Victoria— Tú también lo viste ¿verdad?
Todos la miramos, causando que se ruborice.
—Sí —Contesta apenas en un susurro.
Mi madre se lleva una mano a la cara, tratando, tal vez, de digerir todo esto. Ella eleva su rostro para mirarme, sus ojos tristes y llenos de preocupación.
—¿Qué puede pasar con él?
Nadie responde.
En verdad, nadie sabe lo que va a pasar. Según lo que Cristy y Myriam digan en el interrogatorio, va a ser el dictamen de todo este embrollo. Adrian y Victoria también son testigos del ataque, aunque estoy nervioso por eso. Ni siquiera sé si Victoria va a querer entrar al interrogatorio. Por una parte, mi padre es su abuelo, pero sabe que lo que hizo está mal y si alguien no hubiese hecho algo, Myriam estaría… muerta. Aquel pensamiento me eriza la piel de una manera inexplicable. Cierro los ojos tratando de pensar en otra cosa, pero la imagen de mi padre completamente enloquecido hace que los abra de golpe.
No, no sé qué va a pasar con él de aquí en adelante.
.
Tía Sarah ingresa con pasos rápidos a la comisaría, alzando su voz por sobre los demás.
—¡Le estoy diciendo que busco a mi hermano! Él es Manuel García, por favor, búsquelo por ahí.
Liliana se acerca.
—Estamos aquí.
Sarah mira a Liliana con tanto aflojamiento que estoy dudado que pueda llegar en sus pies hasta nosotros. Está pálida, no deja de agitar su abanico cerca de su cara.
—¡Dios mío! Pensé que era la única enferma de los nervios ¿Qué narices está pasando? ¿Alguien me puede explicar, si es tan amable? —Sergio más o menos intenta explicarle sin ser demasiado detallista. Los ojos de tía Sarah se vuelven redondos y amplios— ¡Eso es una calumnia!
—No, no lo es —Dice mi madre, apoyando los codos en sus rodillas— Manuel no está bien, Sarah. Hay muchas cosas que no sabes de él.
Escuchamos murmullos altos más allá.
—¡Es una vergüenza! ¿Ustedes le van a creer? —La que grita es Refugio y Nany intenta callarla tirando de su brazo. Está peleándose con uno de los oficiales— Discúlpeme que esté tan alterada, pero es que me parece que…
—Basta, Refugio —Exige Nany— Es suficiente.
Me acerco un poco preocupado, viendo las mejillas enrojecidas de la señora Montemayor.
—¿Qué pasa?
—¿Qué pasa? —Repite — ¡Pasa que tu padre quiere hacer creer a los policías que está mal de la cabeza! ¡Es el colmo!
—¿Qué quieres decir? —Sigo sin comprenderlo.
Va a hablar, pero Nany la interrumpe.
—Ellos van a hacerle exámenes psicológicos a tu padre y si realmente está en una crisis o depresión, no pueden mantenerlo encarcelado.
—¡Aberración! —Sigue la madre de Myriam— Tu padre es un maldito hi…
—¡Oh, cállese de una vez! —Grita tía Sarah— ¡No le permito que hable así de él!
Eso la hace enfurecer. Nany cubre su rostro con una mano, sabiendo que lo que ha dicho tía Sarah, es el comienzo de la tercera Guerra Mundial. Estoy apretando mis dientes, viendo como ambas se lanzan dagas por los ojos. Refugio pone ambas manos en sus caderas, expulsando fuego por la nariz.
—¿Y quién eres tú?
—Sarah García, hermana de Manuel García. Tú eres Refugio Montemayor, me acuerdo de ti —Ella estira una mano que Refugio obviamente no recibe. Está demasiado enojada— Y me gustaría, por el debido respeto a nuestra familia, que no digas estas barbaridades…
—¡Barbaridades y un cuerno! —Chilla enfadada— Ese hombre intento matar a mishijas. ¡Y nadie se mete con mis hijas! ¡Nadie, maldita sea!
Definitivamente, no es la Refugio que conocí de niño.
Sarah va a responderle, mas no puede porque mi madre pone una mano encima de su brazo, deteniéndola y empujándola hacia las bancas vacías. Me siento junto a Victoria que parece interesada en el movimiento acelerado de sus piernas. Cuando está nerviosa no puede dejar de rebotar la pierna como trastornada. Muerde su labio con tanta fuerza que provoca un pequeño corte y ella hace caso omiso de la sangre. Pongo una de mis manos en su rodilla, tratando de detener el movimiento que está poniéndome de los nervios. Alza la vista hacia mí, su rostro encapotado por todo este lío.
—Tú ni siquiera deberías estar aquí —Digo frotando las manos en mi rostro.
Suelta un resoplido.
—Deja de decir que no debería estar ni presenciar tal cosa porque decirlo no hará que desaparezca.
Asiento— Tienes razón. Lo siento.
—No lo sientas —Me mira— No tienes que sentir nada.
Tomo su mano entre las mías.
—Victoria —Llamo su atención. Está mirándome directamente a los ojos— Eres una testigo más ¿verdad? Ellos van a querer tu declaración. —Su rostro se contrae y de pronto deja de mirarme— No tienes que hacerlo si no quieres. Eres menor de edad y por ende, si no te autorizo ellos no pueden obligarte.
Sacude la cabeza.
—No estoy segura —Le pregunto por qué y ella me responde—: Él es mi abuelo, papá y Myriam… —No se atreve a decir que es su madre, aun cuando se lo he escuchado decir en otra ocasión— No quiero esto.
—No lo harás. No voy a autorizarlo incluso si luego dices que sí, no tienes por qué hacerlo. No te sientas mal por esto ¿entendido? Además, Adrian es otro testigo. —Cuando Cristy y Myriam salen del interrogatorio, ésta última parece más mejorada que antes de entrar. Le ha vuelto el color al rostro y sus ojos han dejado de estar tan oscuros. Me acerco rápidamente, tomando su cara entre mis manos. Las suyas acarician las mías, asegurándome así que se encuentra bien. Hasta su tacto ha vuelto a la normalidad y no está helada como la nieve— ¿Estás bien?
Me sonríe con tristeza.
—Todo estará bien —Inhala una bocanada de aire— Ellos van a arrestar a Francisco, sea donde se encuentre.
Victoria está junto a nosotros sin que nos demos cuenta.
—Pareces mejor ahora —Comenta lo mismo que pensé cuando apareció por la puerta.
—Sí —Le contesta con una sonrisa triste — ¿Cómo estás tú? ¿Ustedes?
—Más o menos —Responde Victoria con sinceridad, levantando los hombros.
Paso un brazo por encima del hombro de mi hija para acercarla a mí.
—Vamos a estar bien —Aseguro con toda la fe del mundo. Myriam está mirándonos a los dos como si no creyera que fuéramos nosotros y sus ojos se llenan de lágrimas, sin embargo, las intenta alejar con las mangas de su ropa.
Victoria carraspea— ¿Es verdad que él… bueno, lo que van a hacer con él?
Myriam sorbe su nariz.
—¿Sobre los exámenes psicológicos? Sí, es un proceso normal que ellos deben seguir.
—Es que tu madre… —Comienzo.
Myriam resopla.
—Mi madre solo está nerviosa.
Manuel queda arrestado esa noche, de modo que no tenemos nada más que hacer aquí. Tampoco nos dejan verlo y no es como si quisiera hacerlo pero mi madre y Liliana lucen realmente preocupadas. Myriam cuenta de camino a casa, ya totalmente recuperada del trance, que le enseñó a la policía los mensajes de Cristy y ella para compararlos. Preguntaron el parentesco con Francisco, el parentesco con Manuel y si Myriam sabía por qué intentaría dispararle. No quiso entrar en detalles con ellos, así que finalmente terminaron con las preguntas incómodas.
Mientras nos acercamos a la casa de las Montemayor, Refugio no deja de quejarse en voz baja, cruzando los brazos y sacudiendo la cabeza. Myriam está en el asiento junto a mí escudriñándola por el espejo retrovisor con una mirada de advertencia. Finalmente, un poco cansada, se da la vuelta para reprenderla.
—Tienes que parar con esto —Advierte señalando que no están solas.
Refugio mira a Victoria, suspirando.
—Lo siento, cariño. Esto no es nada en contra tuyo ¡Dios sabe que no! —Asegura con cansancio. Victoria asiente un poco aturdida, luego Refugio se dirige a Myriam de nuevo— Es solo que no estoy de acuerdo con tus respuestas cortas en el interrogatorio. Yo creo que deberías decir lo que tu padre y Manuel…
—¡Bueno, ya basta! —Exclama con hastío— Deja de decir lo que tengo y no tengo que hacer.
El ambiente se ha vuelto tenso. Siento que estoy sobrando y estoy seguro que Victoria siente lo mismo. Cuando la miro, forma una mueca incómoda.
—¡Pues me preocupo por ti!
—¡No te preocupes tanto entonces! —Resopla Myriam, indignada.
—Tengan los años que tengan siempre voy a preocuparme por ti y tu hermana, Myriam y creo que…
—¡Madre! —La voz de Myriam refleja que ha perdido completamente la paciencia— ¿Podemos dejar de discutir aquí?
—Me parece lo más sensato, pecosita 1 —Nany, que no ha dicho una sola palabra hasta ahora, está de acuerdo.
Cuando llegamos, Refugio se disculpa con Victoria y conmigo, todavía un poco alterada, sus mejillas luciendo coloradas por la presión. Luego ella y Nany se van a la casa, señalando algo al auto de atrás donde Adrian, Bill y Cristy vienen. El rostro de Myriam cambia cuando mira hacia la dirección del callejón, temblándole los hombros. A decir verdad, a mí también me dan escalofríos mirar ese callejón, sobretodo recordando como todo parecía ir dando vueltas sin parar y yo estaba escuchando los murmullos de la gente, desesperado por saber qué había ocurrido.
—No te enojes con ella —Le digo— Solo está preocupada y muy enojada, cosa que encuentro completamente normal.
Encoje los hombros.
—Ya, pero no debería recalcarlo delante de ustedes —Cruza sus brazos, marcándosele una arruga en el entrecejo como siempre que está enfadada.
Sonrío sin que se dé cuenta de ese detalle. Decido que es hora de despedirnos.
—Estamos agotados, exhaustos y un poco cabreados. Así que, te aconsejo que duermas mucho.
Rueda los ojos.
—No pidas tanto, Víctor.
—Duerme —Dice Victoria de forma autoritaria— Y ni se te ocurra excederte con las pastillas para dormir.
Myriam hace una mueca al recordar algo.
—Las tengo en el departamento —Suspira, llevándose una mano a la cabeza— No creo que vaya a casa esta noche.
—Ni se te ocurra —Digo— Estás segura acá, Francisco todavía está suelto por ahí —Ella asiente, mordiendo su labio y comenzamos a despedirnos de verdad.
Me sorprendo de ver como Myriam abraza a Victoria sin ningún problema y mi hija lo acepta de la misma forma. ¿Estoy… perdiéndome algo? Porque nunca antes las he visto abrazadas, o tal vez solo no he estado presente en ese momento. Sin embargo, aquel gesto me hace sonreír con el pecho inflado.
—Cualquier cosa me llamas ¿bien? —Le pide Myriam apartándole el pelo de un modo muy íntimo.
—Bien —Responde ella.
Victoria se va al auto, dejándonos a solas. Todavía puedo sentir el miedo de Myriam incluso si trata de disimularlo. Tomo su mano entre las mías, tocando cada espacio de su piel. Hace un gesto con la cabeza como diciendo que todo está perfectamente. Levanto su mentón hacia arriba para darle un beso que pudiese transmitirle un poco de seguridad.
—No te angusties más.
—No estoy angustiada —Miente.
—Lo estás —Corroboro sin necesidad que me replique— y con justa razón. Es… difícil, la situación.
Suspira— Por supuesto que lo es y no trates de evadir el hecho de que se trata de tu padre. Tienes que estar con tu familia en este momento, Víctor. No eligiéndome a mí.
—No estoy eligiendo a nadie —Contesto— pero no estuvo bien lo que él hizo. Independientemente de lo nuestro, nunca podría ponerme en su lugar. Él estaba… Myriam… a punto…
—No, Víctor
—… de ser un asesino. Por su egoísmo, prefirió ser un maldito asesino.
Myriam presiona mis manos con fuerza.
—No pienses en eso ahora. —Cierro los ojos tratando de crear una barra de protección para no pensar en mi padre. Me percato de que sus manos acarician mis mejillas antes de regalarme un beso suave en los labios— Deberías seguir tu propio consejo, sabes, tratar de dormir —Me guiña un ojo al separarse y me obsequia con otra de sus sonrisas, pero no es tan radiante como las que suele tener.
Lanzo un beso al aire y me voy al auto.
Myriam ya ha entrado a la casa cuando Victoria clava su mirada en mi cara.
—¿Qué demonios fue eso? —Nunca ha dicho malas palabras en mi presencia, así que supongo que es importante.
—¿Con que?
Sacude la cabeza.
—Con todo, —Suspira y yo giro la llave para encender el motor. El ruido nos zarandea en el asiento— con todo —Repite para sí misma en un susurro.
No lo sé –quiero responder, pero de mi boca no sale ninguna palabra.
.
—Lo que deberíamos hacer es llevarle comida a Manuel, él debe estar muriéndose de hambre —Reclama tía Sarah en el mesón de cocina, sacudiendo las manos con desesperación.
Liliana suelta un gruñido en la silla, sorbiéndose la nariz a causa del llanto.
—No podemos hacer nada por esta noche, Sarah —Repite una vez más mi madre mientras le tiende un vaso con agua a mi hermana— Mañana es otro día y otras decisiones.
Resopla— ¿Por qué estás tan rara, Juanita? No pareces tú. En cualquier otra ocasión estarías llorando por esto.
Mi madre no responde y ninguno de nosotros lo hace por ella. Sin embargo, como nuestra querida tía va seguir arruinando nuestra ya arruinada noche, mamá se aclara la garganta y sé lo que dirá a continuación.
—Él y yo estamos divorciándonos —Lo dice de un momento a otro, justo cuando tía Sarah va a cambiar el tema, pero de pronto, sus ojos se agrandan.
—¿Quéeee? —Después de su sorpresa, se echa a reír— Es una broma ¿verdad? ¿No crees que sea un poco inapropiado hacer bromas en este momento?
Mamá frunce los labios.
—No estoy haciendo ninguna broma, Sarah. Manuel y yo ya no estamos juntos —Mamá se levanta de la silla— y te voy a pedir que no te inmiscuyas en esto. Yo te tengo mucho aprecio pero esto solo nos compete a Manuel y a mí… y a nuestros hijos.
Tía Sarah parpadea.
—No lo puedo creer ¿Tirar a la basura más de 35 años de matrimonio? ¡Dios! —Sacude la cabeza— Tranquila, querida, que no voy a preguntar el motivo. Nadie mejor que yo sabe de divorcios —Pone los ojos en blanco, probablemente recordando a su ex marido.
Cuando todos se han ido a acostar, mi madre pone una mano encima de mi brazo, sonriéndome y señalándome que vuelva a sentarme en la silla de la cocina. Estamos solos y por ende, podemos conversar de todo.
Nunca he dudado del gran amor que mi madre siente por mi padre, pero ahora ni siquiera soy capaz de preguntarle por eso. Sé que el amor no se va de un día para otro, tal vez nunca se vaya. Y yo sé lo que es eso. He estado enamorado de Myriam desde que era un crío de 15 años, quizá mucho antes. Así que en cierto modo, puedo entenderla.
Me sirve un té caliente en una tacita pequeña, sentándose luego en la silla para mirarme.
—No podía irme a dormir sin preguntarte cómo estás—Dice poniendo una mano sobre su mejilla para descansar en ella— Todo esto ha sido tremendo, Víctor. Es demasiado.
—Sí, es demasiado. Esto ni siquiera debería estar pasando.
—Lo sé y estoy un poco avergonzada por eso —Confiesa.
—¿Por qué? —Pregunto bebiendo de mi té.
Encoje los hombros.
—Viste como estaba Refugio de alterada, ella simplemente… estaba echa una furia. Yo hubiese reaccionado igual si a uno de ustedes… —Lleva ambas manos a su cara— ¡Dios mío! Y Victoria estaba ahí, mi pobre niña…
—A eso justamente me refiero, mamá. Es demasiado. Victoria no vino a este mundo para esta mierda.
Sus ojos se empañan.
—Tienes razón, y cada vez me asombro más de su fortaleza. —Nos quedamos en silencio unos segundos— Myriam debería ver a un médico —La miro, sorprendido por el cambio drástico y sus palabras— a un psicólogo. Y su hermana también, esto no es fácil para nadie.
—¿Tú crees que lo necesitan, mamá? —Pregunto con sinceridad— Su padre fue Antonio Montemayor, no sé si lo recuerdas. Cualquier obstáculo en sus vidas no es suficiente para debilitarlas como ser la hija de aquel horrendo ser humano.
Está enrollando un paño de cocina para distraerse.
—Por lo mismo deberían ver a un psicólogo ¿tú crees que ellas lo comenten en la mesa como si nada? Oye, Cris ¿te acuerdas que nuestro padre no nos quería? Por favor, Víctor. Estoy segura que ni mencionan a Antonio en ninguna circunstancia.
Presiono mis dedos en mi taza con fastidio.
—Por lo menos él nunca las defraudó, ellas siempre supieron de sus alcances.
Mamá frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Dejo la taza encima de la mesa.
—Mi padre nos hizo vivir en una mentira durante todos estos años. Él se comportaba como una persona falsa, entregando valores falsos y dando el ejemplo de padre honesto y cariñoso cuando en realidad es una persona detestable que está dispuesto a todo para su propio bienestar. Lo mismo que Antonio ¿no te parece? Ellos siempre pensaron en sí mismos.
Mamá está mirando a la nada, escuchando mis palabras.
—Entiendo que estés muy enojado con tu padre, Víctor. Lo comprendo y no voy a decirte que trates de perdonarlo, la herida está abierta y justo ahora ni yo misma sé perdonar, pero no puedes comparar a tu padre con Antonio.
Muevo lado a lado mi nariz, la ira acumulándose en mi cuerpo.
—¿Por qué no? ¿Acaso no hicieron esto en conjunto?
Mi madre baja la cabeza y siento que sabe que no hay manera de hacerme cambiar de opinión.
—Tu padre hizo cosas horrendas, hijo, pero él los quiere de verdad. Y Antonio… bueno, sabemos cómo él era.
Sacudo la cabeza.
—Si tanto nos hubiese querido o si tanto me hubiese querido, no me hubiera traicionado de esta forma. Él la cagó una vez y esta noche iba a volverlo a hacer.
Ella suspira.
—Repito, no intentaré hacerte cambiar de opinión. Ahora estás molesto y ves las cosas de otra mane…
—Las veo tal y cómo son —Interrumpo y ella se levanta del asiento para darme un abrazo— y no estoy en su contra solo porque estoy con Myriam, espero que sepas eso.
Besa el tope de mi cabeza, rodeándome con sus cálidos brazos.
—Lo sé, lo haces porque él te defraudó. Nos defraudó a todos.
.
Doy vueltas por la cama sin poder conciliar el sueño. Las horas son interminables y siento que hay un peso tremendo en mi cabeza. Suspiro, cubriéndome con la sábana hasta los ojos. Un ruido en la puerta hace que me voltee, causando que dé un respingo al ver a Victoria a los pies de la cama.
—Lo siento —Murmura— No quería despertarte.
Me siento en la cama, encendiendo la lámpara y palmeando el lugar vacío a mi lado.
—No me despertaste. Acuéstate aquí. —Muerde su labio, acostándose y cubriéndose con la sábana. Cuando Victoria era una niña, antes de los 10 años, siempre venía a mi cuarto luego de una pesadilla, entonces la arropaba junto a mí hasta que se quedaba dormida— No puedes dormir ¿verdad?
Acomoda la cabeza en el respaldo de la cama.
—No y no puedo dejar de pensar en lo que pasó… o lo que pudo pasar.
—¿Estás asustada? —Pregunto. Victoria se queda callada, frunciendo los labios como cuando intenta esconder algo— No te guardes esto, por favor. Odio cuando te pones tan… a la defensiva. A veces trato de saber lo que tienes, pero sabes guardarlo muy bien.
Tarda unos segundos en contestarme.
—Asustada es una palabra muy pequeña —No está mirándome— Me aterra lo que el abuelo puede ser capaz de hacer.
Tiro de su mano para dejar un beso en ella.
—Ya sé que no quieres que te lo diga, pero siento todo esto. No me gusta que tengas que pasar por algo así, es innecesario.
Encoje los hombros.
—No es culpa tuya —Asegura con sinceridad, acercándose y acurrucándose en mi pecho— hay cosas que simplemente no se pueden controlar.
—No puedo creer que te hayas puesto tan mayor —Digo, dejando una caricia en su pelo— no quiero aceptar que mi bebé ya no es un bebé.
Se ríe.
Nos quedamos callados, recostados en la cama con nuestros corazones latiendo al compás.
—¿Papá? —Alza su rostro para mirarme— Quiero… decirte algo.
—¿Algo cómo qué?
Se separa para mirarme directamente.
—Quiero hacer algo y si lo pienso mucho voy a terminar echándome para atrás.
Frunzo el ceño.
—Cuéntame.
.
Myriam
—Lo perdí todo, todo por tu culpa —Manuel presiona el gatillo causando una sordera en mis oídos insoportable. El pitido sigue ahí y casi puedo sentir cuando mis tímpanos han reventado. Mis ojos están cerrados esperando que se me pase la adrenalina y sienta el chorro de sangre caer de mi cadera. Sin embargo, los segundos pasan y no siento nada.
Tal vez ya estoy muerta.
Miro a los ojos de Manuel con tanto miedo y él está viéndome de la misma manera, solo que de una forma más desquiciada.
—¡Myriam! —Grita Cristy con desesperación. Quiero girarme y decirle que corra por ayuda o llame a la policía.
Me volteo para darme cuenta que Cristy no está mirándome a mí, sino a Victoria que está de pie a unos cuantos pasos más atrás.
Y la bala está metida en su estómago.
Me despierto sin aire. Aparto la colcha sintiendo el techo encima de mí. Cubro mi rostro con las manos, soltando los sollozos que he estado haciendo mientras dormía. La desesperación sigue carcomiéndome y tardo un rato en asimilar que ha sido solo una pesadilla. Me muevo para quedar cerca del reloj de alarma. Apenas son las 4 de la mañana.
Suspiro presionando la cabeza hacia abajo en la almohada, como si quisiera enterrarme y ahogarme. Estoy mirando al techo sin ninguna intensión. No voy a volver a dormirme, de eso estoy segura.
Necesito mis calmantes. Necesito pastillas para dormir.
Decido levantarme por un vaso con agua. Mi garganta está seca como la sequía del desierto. Bajo los 15 peldaños de la escalera hacia la cocina. Mis pasos son ligeros, lentos y un poco aburridos. No tengo energía para nada, no quiero siquiera respirar. Estoy muerta de miedo cuando siento el ruido de agua cayendo por el grifo, pero es solo Cris que está levantada.
—Parece que es noche de insomnio —Arrastra las palabras.
Me acerco para llenar un vaso y sentarme en la silla. Mis codos están presionándose en la barra.
—Tuve una pesadilla horrible —Confieso con una mueca. No quiero entrar en detalles— pero bueno ¿cómo estás?
Cristy levanta una ceja.
—¿En serio estás preguntándome cómo estoy?
Contraigo los hombros.
—Bueno ¿Cómo lo llevas?
Remueve el líquido transparente de su vaso. Al igual que yo, ha decidido bajar por un vaso con agua.
—No voy a volver a dormir tranquila en mi vida, si es a lo que te refieres —Asiento. Sé que probablemente me pase lo mismo— Fue él ¿verdad? El que entró a la casa en Kansas cuando estaba sola.
Levanto la mirada hacia ella.
—No era él, por supuesto, pero sí, estoy segura que tiene que ver.
No me dice nada, sigue removiendo el contenido de su vaso.
—Esto es ridículo ¿sabes? Irreal. Pasa en los libros y en la tv. Solo en las películas de acción te apuntan con un arma y luego la bala cruje en la pared. Horrible.
—Lo sé…
Su vaso suena cuando lo deja encima de la barra, luego la veo venir hacia mí y darme un abrazo.
—Siento que has hecho tanto por mí, Myriam y yo no he hecho nada por ti.
Rodeo con mis brazos su delgado cuerpo, apoyando mi barbilla en su hombro.
—No necesitas hacer nada por mí, Cristy, yo siempre te voy a cuidar. —Seguimos abrazadas— Espera ¿Cómo que no has hecho nada por mí? Cuando me ves triste siempre tratas de subirme el ánimo de cualquier forma, incluso contando chistes que no hacen reír a nadie.
—¡Mentirosa! —Se aparta de mí— Terminas riéndote igual.
Pellizco su estómago y Cristy se retuerce de la risa.
—Me río por lo terrible que es —A esta altura, la pesadilla ha pasado a segundo plano.
Dejo de hacerle cosquillas para que recupere el aliento.
—Te quiero, Myriam.
—Yo también te quiero, Cristy.
.
Bajo las escaleras a la mañana siguiente con una idea rondándome la cabeza.
Encuentro a mi madre y a Nany preparando tortitas en la cocina. Mi estómago ruge de hambre, pero no quiero perder más el tiempo. Cristy está escribiendo en su celular sin percatarse de mi presencia.
—Buenos días —Saludo.
Nany me regala una dulce sonrisa.
—¡Pecosita 1! Estábamos esperándote para desayunar.
Agarro las llaves del mesón.
—Me encantaría desayunar con ustedes, pero voy a salir.
Mi madre voltea la tortita en la sartén, sus ojos claros clavándose en los míos con un ceño fruncido.
—¿A dónde vas?
Cristy llega a la cocina.
—Voy y vuelvo, lo prometo —Les lanzo a todas un beso y alcanzo a apartarme para no pisarle la pata a Molly.
Cristy llega apresurada a la puerta.
—¿Crees que puedas llegar antes de la 1?
—Um, creo que sí ¿por qué?
Se rasca la nuca.
—Quiero que me acompañes a un lugar. Es importante.
Encojo los hombros.
—Seguro que sí. Nos vemos después.
Salgo apresurada de la casa, retomando las ideas en mi cabeza. Tengo todo sumamente controlado, o eso creo. Meto una de mis manos en los bolsillos mientras que con la otra busco la llave correcta de mi camioneta. Conduzco con tanta velocidad que llega un momento en que debo bajar mi ansiedad y obligarme a mantener la calma para no pasarme un semáforo rojo.
Adrian me saluda desde la recepción con una sonrisa triste y no quita sus ojos de mí hasta que llego al elevador.
Me siento extraña cuando entro a mi casa. No lo sé, tal vez el casi disparo me hace ver la vida de otra manera ahora. ¿Quién sabe? A veces tenemos que estar con un pie fuera del límite para darnos cuenta de todo.
Parpadeo para dejar de ensimismarme y me dirijo a mi habitación. Saco del cajón los dos trozos de papel y los guardo en mi bolsillo, luego me apresuro para salir por la puerta. Me despido de Adrian rápidamente. El trayecto hasta allá es complicado. Quiero decir, no complicado en el sentido de que las calles estén malas o que haya tráfico, lo digo porque no me gusta este camino. Trato de manejar lo más lento que puedo, mirando detenidamente los árboles o la nieve cubriéndolos con ese precioso tono blanquecino.
Aparco en el estacionamiento casi vacío, bajándome y tomando una profunda inspiración.
No me gusta venir al cementerio. Lo odio, me causa una sensación de angustia, independientemente de quién esté aquí. Recorro con pasos tímidos el sendero, leyendo rápidamente las lápidas en mi camino. Bajo dos escalones, camino dos cuadras más y me detengo.
Vuelvo a tomar otra inspiración.
La lápida de Antonio está sucia y descuidada. Las flores que Rebecca dejó para la ceremonia de los 5 años, siguen ahí, pero están tan muertas como él. Pese a que sé que él no está y que no puede hacerme nada, siento esta opresión en el pecho tan desagradable. Un escalofrío recorre mi espalda, haciendo que suelte un jadeo incontrolable.
Él está a unos metros por debajo de mí, muerto en los huesos, su alma completamente desaparecida y aun así causa en mí un terror conocido.
Aclaro mi garganta, sacando los dos trozos de hoja de mi bolsillo. Las estiro lo más que puedo.
—El día que te dio ese ataque al corazón me dijiste que esto era todo lo que podría obtener de ti, Antonio —Comienzo con voz apagada— y te respondí que no quería nada de ti. ¿Y sabes una cosa? Sigo con la misma postura. No quiero nada, nunca he querido nada. No lo tuve antes y no quiero tenerlo ahora que estás muerto —Igual que el día en que me entregó esta carta, la rompo, pero la rompo en trocitos pequeños, asegurándome de mantenerlas en mis manos— Dijiste que se lo enseñe a mi hija para que sepa la clase de persona que eras, pero no lo haré. Estoy segura que lo sabe y no necesita saber de alguien más para seguir decepcionándose.
Termino de romper los dos trozos con manos temblorosas.
»—Estoy cansada de odiarte, Antonio. Cansada. No quiero más pero sé que eso no será posible. Pase el tiempo que pase, yo siempre sentiré esta carga en mi pecho al recordarte. Me molesta hacerlo, me molesta recordar tu voz o tu mirada, me molesta darme cuenta que soy tu hija. —Me hinco cerca de la tierra, escarbando un poco y metiendo allí los trozos pequeños de la carta. Cubro con la tierra y me pongo de pie— Esto también es lo único que puedes obtener de mí.
Camino al estacionamiento, estoy limpiándome a regañadientes unas pocas lágrimas que han caído sin mi consentimiento.
Soy humana y debo llorar aunque no quiera. Tal vez eso simplemente no se puede controlar.
Mientras me subo a la camioneta, tengo en mi mente la segunda cosa que haría hoy día: hablar con Victoria.
Tengo que hablar con ella, tengo que decirle todo lo que siento y pienso porque mañana puede ser demasiado tarde. Ayer pudo serlo, pero por alguna razón no fue así.
Sin embargo, recuerdo que le he prometido a mi hermana ir con ella a quién sabe dónde.
Cristy está esperándome en la puerta.
—¡Por fin llegas! Vamos tarde.
Me jala del brazo.
—¿A dónde vamos?
—Necesito que me acompañes a la biblioteca cerca del parque.
—¿Y no puedes ir sola?
Pone cara de corderito.
—No pienso salir sola hasta que atrapen a Francisco.
Nos vamos del brazo hasta la biblioteca. Cristy habla sobre sus planes para Navidad y me cuenta que la madre de Adrian viajará en Año Nuevo para conocerla. Cuando lo dice, noto que eso la pone muy nerviosa, así que le digo que se calme, que todo estará bien. Me doy cuenta que nos desviamos de la biblioteca al cruzar la calle hacia el parque de Seattle. No le digo nada en ese momento, por lo que seguimos caminando.
Señalo el libro en su mano.
—¿Tú leyendo libros?
—¿Qué tiene de malo? A veces también puedo ser culta, sabes—Responde, hojeándolo rápidamente— Mira, sentémonos allá —Indica con la mano un banco vacío cerca de una fuente de agua.
—¿Y no que íbamos a la biblioteca?
De pronto se detiene.
—¡La credencial! Olvidé mi credencial para la biblioteca y tengo que pedir otro libro y sin eso sabes que no me lo van a entregar —Me pasa el libro en sus manos y éste choca en mi pecho— ¡Voy corriendo, no tardo!
No alcanzo a decir palabra alguna cuando la veo irse deprisa. Miro al libro en mis manos. Ana Frank no parece ser un típico libro que Cris leería, a no ser que se lo pidieran en la escuela. ¿Y si es para una obra de teatro? Froto mis dedos en la áspera hoja de un tono marrón claro mientras camino a la banca y me siento. Al instante tengo que comenzar a leerlo, casi como un recuerdo de mi adolescencia.
"Domingo, 14 de junio de 1942
El viernes 12 de junio me levanté poco antes de las seis, cosa rara, ya que era el día de mi cumpleaños, pero no me permiten levantarme tan temprano" Ojalá a mí no me dejaran levantarme tan temprano para ir a trabajar, sobre todo en los días como estos tan helados que lo único que quieres es cubrirte hasta los ojos para apaciguar los escalofríos.
Sigo leyendo un poco más, eso hasta que percibo como alguien se sienta junto a mí. No le doy demasiada importancia al principio pero al cabo de unos segundos levanto la mirada.
Mi sorpresa es más que notoria en mi rostro.
—¿Victoria? —Ella está sentada a mi lado en la banca, mirándome como si supiera que estaba aquí— ¿Qué haces acá?
Muerde levemente su labio.
—Sabía que estarías aquí.
—¿Cómo?
—Le pedí a Cristy que te trajera al parque —Estoy más asombrada que antes— Quiero hablar contigo.
Cierro la tapa del libro de un golpe.
—Yo también quiero hablar contigo.
Nos miramos en silencio.
—Bueno, empieza tú. —Me dice.
—No, tú querías hablar primero conmigo.
—No, pero puede esperar —Voy a seguir protestando hasta que ella repite— ¡Tú primero!
Trago con dificultad, armándome de valor. Tengo sus ojos fijos en los míos, tan llenos de dudas e inquietud. Está nerviosa. Noto que lo está por la forma en que mueve sus manos.
—Necesito decirte muchas cosas, Victoria. —Hago sonar mis dedos, mis labios secándose— Me… he dado cuenta de muchas cosas desde anoche mientras no podía conciliar el sueño. Lo que pasó… con tu abuelo hizo que replanteara todo lo que he hecho a lo largo de mi vida y me doy cuenta que hay más cosas de las que me arrepiento que de las que estoy completamente segura. Estoy… —Tomo una profunda inspiración— tan feliz de tenerte cerca. Me gusta hablar contigo y que me digas tus cosas, me gusta esta cercanía que hemos logrado enlazar a pesar de lo complicado que fue todo desde un comienzo.
Ella no ha parpadeado en ningún momento mientras hablo.
»—A veces puede parecer que la gente me tilda como una víctima más pero yo no lo veo así y sé que tú tampoco lo ves de esa manera. Me siento tan culpable por todo, sobre todo por pensar que no había más opción. Estoy segura que sí había, pero en ese momento no las supe ver. Todos esos años que pude volver o armarme de valor, no lo hice. Me hubiese gustado tanto cambiar las cosas, pero eso no me sirve de nada en este momento. Y ahora tú… —Mi voz se corta— me miras como si pudieras entenderme aun cuando yo no lo hago conmigo misma. Me has dado un ejemplo con tu actitud de adulta y tan segura de ti misma. Podrías haberme dicho que no querías nada conmigo ¿y sabes qué? Lo hubiera entendido, pero no lo hiciste.
—Myriam…
—… tampoco te he dicho cuánto te amo. No, espera, te lo he dicho pero no es suficiente…
—Myriam, escúchame.
—y a lo mejor piensas que estoy loca por decirlo pero es cierto. No te imaginas cuánto…
—Be…
—y entendería que no quieras hablar de esto todavía conmigo porque ha pasado poco tiempo. No tienes que decir nada si no quieres, no im-
—¡MYRIAM! —Grita y yo doy un respingo en mi asiento, callándome. Sus ojos lucen desesperados— ¡Escúchame!
Suelto un suspiro tembloroso.
—Lo siento —Suelto y hasta ese momento me doy cuenta que lo he soltado todo de golpe.
Se acomoda más en su asiento, viendo como mis lágrimas ruedan por mis mejillas. Las limpio con las manos, esperando que diga lo que tenga que decirme.
—Cuando era más niña te imaginaba en mi cabeza, sabes, te dibujaba en mi mente para ver si así podía tener algo de ti —Dice sin mirarme— pero siendo sincera, la imagen que tenía no es ni parecida a lo que eres —Eleva el rostro y me encuentro con sus ojos. Sacude la cabeza— No sé lo que tienes, Myriam, pero no puedo odiarte. Por más que lo intenté al principio, cuando lo único que quería era reclamarte por todo, no podía hacerlo. De pronto estabas en todas partes, de pronto todos hablaban de ti. Creí que eras un imán, una sombra persiguiéndome día y noche. Sin embargo, después de un tiempo me di cuenta que no eras eso, sino que había algo entre nosotras más fuerte que cualquier odio que quisiera sentir. Una conexión o un lazo sólido, porque no encuentro otra razón para buscarte y para seguir viéndote después. Y a veces creo que si no te hubiera buscado de igual manera nos hubiésemos conocido. Tal vez al principio no sabríamos quienes éramos, pero estaríamos ahí.
Mi pecho sube con irregularidad. Y maldita sea, no dejo de llorar.
Se queda callada unos segundos y su tono de voz se corta cuando me dice:
»—Es horrible lo que te hicieron —Una solitaria lagrima cae por su mejilla, luego se aguanta el hipo— y me duele mucho lo que me hiciste a mí. Me duele que hayas decidido darte por vencida, volver e irte con las manos vacías cuando yo te necesitaba. Yo… siempre te esperé —Se detiene para tomar aire— Y puede que tarde en perdonarte o no sé, tal vez no me dé cuenta cuando lo haga o si es que existe perdonar con el corazón —Vuelve a sacudir la cabeza— pero anoche cuando vi… que él iba a dispararte y que esa bala pudo haberte matado, me dio miedo que te fueras de nuevo. Y eso es lo único que hace que me frene un poco de ti. Cuando estamos juntas y todo parece ir bien, de pronto siento que en cualquier momento te vas a ir y me vas a dejar como antes…
Agarro sus manos con fuerza.
—Mi amor, yo no me voy a ir a ninguna parte.
Las dos estamos llorando.
—Y yo no quiero que te vayas —Hipa y mi corazón está a segundos de salirse de mi pecho— a mí me gusta estar contigo.
Controlo el sollozo en mi garganta, acariciando su mejilla y de paso limpiando sus lágrimas.
—A mí también me gusta estar contigo. Y lo entiendo, no podría esperar menos. Sé que es difícil perdonar, te juro que lo entiendo perfectamente, y no voy a irme, Victoria. Mírame —Ella lo hace— No voy a irme, no quiero irme.
A lo mejor Victoria tiene razón con respecto a la conexión, porque hacemos lo mismo a continuación. Yo la rodeo en un abrazo y ella lo imita, acercándose para presionarse en mí. El abrazo de ahora, a diferencia del primero y luego en la despedida de anoche, es más intenso. La primera vez estaba demasiado sorprendida por tenerla estrechada a mi cuerpo. La segunda vez fue un abrazo rápido pero ahora, el abrazo está cargado de emociones tan fuertes que estoy aturdida. Siento a su frenético corazón en mi pecho, latiendo con demasiada rapidez.
Dejo escapar otra lágrima cuando me fijo en los pasos seguros de Víctor viniendo hacia nosotras. Está sonriéndome de una manera que solo él puede hacer: calmándome. Le sonrío de vuelta. Él aclara su garganta cuando ya está cerca y lastimosamente nos separamos.
—Veo que he interrumpido un momento emocionante. Lo siento —Dice sin dejar de sonreír.
Victoria aparta el cabello de su cara, limpiándose la última lágrima de su mejilla.
—Qué extraño ¿tú interrumpiendo algo?—Lo dice de forma irónica. Ella se pone de pie, totalmente recuperada— Yo… tengo cosas que hacer.
—¿Ah sí? —Víctor eleva sus cejas— Mientras no sea con el traidor de Ethan…
Victoria resopla.
—No, otras cosas —Hace un gesto a mi lado.
Víctor parpadea.
—¡Ah! —Victoria se despide de Víctor con un beso y tomándome por sorpresa me da uno a mí también. Luego la veo irse y estoy flotando en el aire con lo que acaba de hacer— Ella me pidió opinión para hacer esto.
Asiento, la emoción volviendo a consumirme.
—Yo también quería hablar con ella.
—¿Sabes una cosa? Lograste algo que nadie en casa ha podido hacer.
Frunzo el ceño.
—¿Qué cosa?
Se sienta junto a mí.
—Que ella se exprese de esa manera. Decir lo que siente y demostrarlo sin miedo. —No puedo seguir controlando el nudo en mi garganta, de modo que me largo a llorar y pronto tengo los brazos de Víctor envolviéndome— Myri, no llores.
Mi hipo se descontrola, jalándome sin piedad.
—Eres un gran padre, Víctor. Victoria tiene al mejor del mundo.
Esboza una sonrisa torcida, apartándome las lágrimas con su pulgar.
—No sé si el mejor, pero gracias.
—Sí, el mejor. Su corazón es tan grande y tiene sentimientos tan sinceros y eso todo se lo debe a ti. La criaste dándole los mejores valores. Hiciste… un gran trabajo.
Sus ojos se cristalizan con mis palabras.
—Es mi princesa.
—Lo es —Él se acerca y moldea sus labios con los míos.
Acomodo mi cabeza en su pecho, levantando mis piernas para descansarlas en las suyas, casi como recostándome en su regazo. Él sonríe cuando me mira y nos quedamos en silencio, estrechándonos por el frío y observando a Santa venir e inclinar su cabeza hacia nosotros con gentileza.
La gente siempre espera los milagros de Navidad.
Yo ya he recibido el mío antes de tiempo.
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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas - Página 3 Empty Re: .: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

Mensaje  Bere Dom Feb 14, 2016 1:42 am

Regalo Navideño de Víctor
Myriam
—¿Te acuerdas de la broma que Sergio y yo te hicimos para tu décimo cumpleaños?
Levanto el rostro de su pecho, mis piernas balanceándose en su regazo. Todavía estamos sentados en el banco del parque. Una sonrisa sincera aparece en mi boca antes de darme cuenta.
—¿Cuándo nos quedamos encerrados en el cuarto? Por supuesto que me acuerdo. Terminaste siendo usado por Sergio.
Sacude la cabeza.
—Es cierto —Se ríe— estabas muy enojada conmigo —Me acurruco más cerca de él, mi nariz pegada en su cuello—Escribí que lo sentía, nunca te diste cuenta.
—¿Cómo que lo escribiste? —Le pregunto volviendo a levantar la cabeza.
Encoje sus hombros.
—Escribí "perdón" en el suelo mientras dormías. —Lo observo con una sonrisa y Víctor arruga la nariz— No me mires así. Me gustaba molestarte pero no que te enojaras conmigo.
Me río de él, escondiendo mi rostro en su ropa y aspirando su loción.
—Eras una piedra en mi zapato, que quieres que te diga —Me alejo para acercarme y presionar mi boca en la suya, agarrándole el pelo de la nuca. Acaricia suavemente una de mis piernas, causando tal electricidad que el vello de mis brazos se pone de punta— Mmm
Víctor enreda su lengua con la mía, empujando mi cabeza con su mano con fuerza, casi como una necesidad. Luego suspira en mi boca, deteniéndose abruptamente y percibo el dolor en mi labio cuando tironea de él.
—Ahora que lo recuerdo ¿dónde demonios fue Victoria? —Me mira con el ceño fruncido.
—No dijo dónde —Respondo. Luego miro alrededor, notando los carritos con comida. Mi estómago ruge— Deberíamos volver a casa.
—¿A cuál casa?
—A la mía —Contesto sacudiendo mis jeans cuando ya me he puesto de pie— Quiero decir, a la de mi madre.
Caminamos cogidos de la mano, asegurándonos de pisar con cuidado el suelo resbaloso. Los autos están constantemente frenando de sopetón por el hielo.
No comentamos el tema de Manuel de regreso, ni siquiera sé lo que pasará con eso. Noto como le incomoda en cierta forma, porque está enojado con él pero al mismo tiempo sé que le duele su situación. Y yo realmente no sé qué pensar. Si por mí fuera Manuel puede quedarse en la cárcel todo el tiempo que sea necesario, pero no puedo y no quiero pensar de esa forma, ya que estoy segura que Victoria y Víctor van a sufrir. Esto es tan confuso.
El ruido de platos y cubiertos nos recibe cuando entramos. Los murmullos de voces familiares se acrecientan mientras avanzamos hacia el comedor. Hay una especie de olor a orégano y salsa de tomate y estoy segura que se trata de los espaguetis de mamá. Adrian está sentado junto a la mesa, depositando una fuente de ensalada en el centro. Víctor me mira y me sorprendo al darme cuenta que Victoria también está acá, preguntándole a Nany por qué usa bastón.
—Los viejos usamos bastón ¿a que no sabías? —Se echa a reír— No, es broma. Comencé con un dolor en la cadera justo el día en que nació tu madre, así que llevo 31 años con bastón. Ya se me ha hecho normal, sabes, usarlo desde tan joven.
Cristy se da cuenta de nuestra llegada.
—¡Víctor, Myriam!
Victoria levanta la mirada hacia nosotros.
Mi madre nos apunta con una cuchara de palo manchada de salsa de tomate.
—Ustedes dos ¡a la mesa de inmediato! la comida se sirve caliente.
Hay dos puestos junto a Nany, así que antes de sentarme me acerco por detrás de la silla de Victoria, cruzando los brazos por encima de ella a la altura de su pecho y dejando un beso al lado derecho de su cabeza. Escucho su melodiosa risa llenarme el corazón. Luego regreso y me siento junto a Víctor, ya nuestros platos de espaguetis servidos a la mesa. Mi madre es tan veloz que a veces pienso que tiene más de dos brazos. La comida transcurre animada e interesante.
Estamos todos sentados en los sillones con el estómago a punto de explotar.
Víctor pasa un brazo por encima de mi cabeza, mi cuerpo automáticamente pegándose a él de forma espontánea. Nos quedamos escuchando la pequeña y divertida discusión de Cristy y Adrian. Mi hermana le reclama sobre no avisarle con tiempo con respecto a la visita de su madre y Adrian se defiende diciendo que él no sabía nada de eso hasta hace dos días.
—¿Por qué te estresas tanto, pecosita 2?
Cris suelta un gruñido.
—¡Porque es mi suegra! Las suegras siempre son malas ¿o no? —Levanta la mirada hacia Adrian— No recuerdo su nombre, tienes que decirme su nombre. ¡Dime su nombre!
Adrian se ríe.
—Es Sue y no es una mala persona. Te va a amar.
Victoria se sienta junto a mí en el sofá, llegando de la cocina. Nos contempla durante unos minutos en silencio y casi puedo suponer que vernos abrazados le es completamente normal. Se echa para atrás y su mano queda descansando encima de la pierna. Acerco la mía y la sostengo sin miedo. Ya no tengo miedo de que vaya a rechazarme. Levantamos las manos y pegamos nuestras palmas. Ni siquiera soy capaz de poner un nombre específico a lo que siento cuando toco su piel; como el lazo sólido que mencionó en el parque, es algo que eriza el pelo de mi nuca y mi pulso se acelera.
—El tamaño es el mismo —Víctor me saca de mis pensamientos, señalando con el dedo— las manos, que efectivamente son del mismo tamaño.
Victoria presiona más su palma en la mía, momento en el cual me percato de algo frío en mi muñeca. Cuando miro, se trata de la pulsera que le regalé en su cumpleaños, la misma que albergué en mi brazo durante tantos años. El recuerdo de mi abuelo inunda mis sentidos, apretándome la garganta.
—Papá, eso es trampa —Escucho decir a Victoria.
Sacudo la cabeza, regresando nuevamente a la realidad. Víctor tiene la mano estirada hacia Victoria para que ponga su mano. Lo hace e inmediatamente sabemos cuál gana. La mano de Víctor puede cubrir dos de las nuestras.
—No es culpa mía que tengas la mano pequeña —Se mofa de ella atrapando sus dedos y dejando un beso en ellos.
—¡Yo no tengo la mano pequeña! —Se queja.
Estoy sentada en medio de los dos escuchando una nueva discusión.
.
El ambiente Navideño en el trabajo es evidente por la cantidad de adornos tanto en el pasillo como en las oficinas. Según Leah, otra locutora, la fiebre navideña causa unión a las personas y tal vez tiene razón. Paul reparte caramelos a todos como si estuviéramos en el kínder. Sin embargo, las sorpresas no terminan ahí. Cuando veo entrar a Eric vestido de Santa, tengo que echarme a reír por su imitación barata del "jo-jo-jo" Ángela limpia sus lentes, tratando de asimilar que aquel traje es demasiado grande para el cuerpo menudo de Eric. Rocio aplaude con una risotada y todos en la oficina estamos todavía limpiándonos las lágrimas de la risa. Él, por supuesto, hace caso omiso de las burlas y empuja una enorme bolsa de género a su paso, sacando cajas envueltas en papel de regalo.
—Queridos y queridas compañeras —Comienza— queremos desearles una Feliz Navidad.
Tyler carraspea.
—En realidad, es mañana.
Algunos lo hacen callar.
Ángela susurra en mi oído:
—Y en realidad, mañana es víspera y no Navidad.
Eric vuelve a apartar la desatención de la gente para seguir hablando.
—Y por ende, como equipo de esta maravillosa radio, vamos a hacer entrega de unos obsequios para endulzar esta fiesta familiar. Paul, amigo ¿puedes ayudarme?
Paul se acerca para coger una de las cajas de regalo. Él lee la etiqueta.
—Leah Rice —Nombra y hay aplausos. Leah es alta y morena, su melena oscura perfectamente cuidada. Ella suele ser bastante seria y reservada, pero de las veces que me la he topado, ha sido amable conmigo.
Ahora es turno de Eric.
—Veamos, veamos… ¡Tyler Crowley! ¡Guau, amigo! —Agita la caja con las manos— Esto suena a vidrios rotos.
Paul esboza una sonrisa pícara al leer el siguiente.
—Rocio Denali —De inmediato hay murmullos pero Rocio es buena ignorándolos. Se acerca y toma la caja con la mirada clavada en los ojos oscuros de Paul.
Estoy seriamente pensando que algo se trae Paul entre manos con mi amiga.
—¡Atención! Jo-jo-jo —Exclama con voz ronca Eric— El próximo regalo es para mi buena amiga Myriam. ¿Dónde estás que no te veo? ¡Ah, pero sí ya te vi! —Sacudo la cabeza con una sonrisa, acercándome a Eric que me tiende el regalo. Puedo ver sus ojos achinados bajo la barba blanca falsa de Santa— Creo que son de esos chocolates que te gustan —Me guiña un ojo.
—Oh, gracias por arruinar la sorpresa —Digo fingiendo enojo. Él se ríe y me vuelvo junto a Ángela.
Efectivamente eran chocolates, pero los de Ferrero Rocher. Pese a que no me gusta la nutella, no hay poder en el mundo que me haga no querer un bombón de éstos. Aparte de los chocolates, viene un bonito figurín de una bailarina de ballet. Eric sabe que me encantan los adornos, así que lo más probable es que lo apuntó a quién sea haya hecho las compras. Ángela recibe los mismos chocolates y un libro de Susan Elizabeth Phillips, del cual está muy emocionada. Rocio está modelando un traje de mamá Noel. Estoy segura que esos pantalones cortos bien pueden enseñar todo su muslo.
—¿A quién demonios se le ocurrió esto? —Pregunta con un grito alto.
Atrás de mí escucho la risa de Paul.
En la oficina, sostengo el celular en mi oreja al mismo tiempo que tecleo en el ordenador. Voy a quedarme sin oír si Cristy sigue gritándome como si estuviera poseída. Trato de calmarla, aunque no obtengo mucho éxito. Tecleo la contraseña para iniciar sesión y me acomodo en la silla.
—Cris, gritando no se soluciona nada.
Resopla.
—Myriammmmm! —Arrastra las palabras con un tono de auxilio.
Suspiro— d¿Qué tan malo puede ser?
—¿Qué tan malo? —Responde con otra pregunta— ¡Llega esta noche, no en Año Nuevo! Necesito que la tierra me trague, estoy echa un manojo de nervios ¡Myriam, ayúdame!
Cierro los ojos por su grito.
—Eso estoy tratando de hacer ¿qué quieres que haga? ¿Qué me haga pasar por la novia de Adrian y así no tengas que enfrentarla?
Hace un sonido con su garganta.
—Nunca he tenido una suegra, mi último novio no tenía contacto con su mamá y su padre era un borracho. Soy malditamente nueva en esto y tú tienes más experiencia.
Me quiero echar a reír.
—Así como experiencia… del significado experiencia no tengo… pero supongamos que he pasado por esto… una vez.
—¿Qué? ¡Estuviste casada! Tuviste una suegra. Y la madre de Víctor.
Vuelvo a teclear en el ordenador cuando ya ha iniciado completamente la sesión.
—La señora Biers era un encanto conmigo y a Juanita la conozco desde que soy una niña. Además, ella no sabía lo nuestro hasta que me quedé embarazada. —Resopla con cansancio— A ver, Cristy, escúchame bien. No tomes esto como una obligación. Es obvio que algún día pasaría. Trata de ser cordial y no te pongas nerviosa. Salúdala amablemente y actúa como siempre.
—¿Nada más?
—Nada más —Contesto de vuelta.
Nos despedimos y todavía estoy sonriendo por ella. Cris puede ser adorable cuando se lo propone y ponerse de los nervios por conocer a la madre de Adrian, es una de ellas.
Chequeo un par de cosas de la oficina antes de decidir que he terminado por hoy. Apago el ordenador con calma, juntando mis cosas para irme. Rocio abre la puerta de un golpe cuando me estoy levantando de la silla.
—Estamos en problemas —Dice con los ojos bien abiertos y el gorro de Santa en su cabeza. La miro esperando que siga— La puerta de entrada está tapada de nieve.
—¿Quéee?
—Hubo una tormenta de nieve sin que nos diéramos cuenta. Lo otro sería salir por el estacionamiento pero tampoco estamos seguros de que la puerta esté accesible. Tal vez la nieve igual la azotó. Eso nos quedaría… la puerta de emergencia —Dice todo eso tan rápido que tardo un poco en entenderlo— No me mires como si el mundo se acabara. Mueve ese culo tuyo y larguémonos de aquí —Ladea la cabeza hacia la salida y desaparece unos segundos después.
Tomo mis cosas, mi abrigo y cierro la oficina con llave.
El conserje nos avisa que la puerta del estacionamiento está accesible así que estamos bajando por el subterráneo con nuestras manos sobre el pecho, respirando con tranquilidad. Ofrezco a las chicas llevarlas a sus casas, porque con el nevazón que está comenzando a caer, les va a ser difícil pescar un taxi. Quito la nieve del parabrisas y en los espejos, tratando de empujar la que hay por delante de la rueda. Estamos las tres trabajando en ello hasta que está lo suficientemente despejado para subirnos.
Dejo a Ángela en su apartamento y a Rocio en el suyo. Reese está agitando la mano hacia mí desde la ventana y respondo con la misma emoción. Ella cada vez se parece más a mi amiga.
Llamo a Victoria camino a casa, ocupando el manos libres para usar ambas manos en el volante.
—¿Qué estás haciendo? —Le pregunto.
—Tarea de biología. ¿Ya saliste del trabajo?
—Sip —Respondo, frenando en un semáforo— Estaba pensando si querías quedarte conmigo hoy. En realidad, ésta noche porque el sol ya está poniéndose.
—¿Vienes cerca?
—Um… no mucho.
—Bueno, entonces te espero.
Para cuando llego donde los García, los copos de nieve han dejado de caer. Mis manos están congeladas, tiesas y rojas, de modo que las cubro con guantes, presionando hacia abajo mi gorro de lana para que no entre frío a mis orejas. Toco el timbre y aguardo.
Ésta vez, es Liliana quien me recibe.
—Oh, Myriam —Saluda con una genuina sonrisa. Luego se voltea para gritar— ¡Victoria, ya llegó Myriam! —Finalmente, se vuelve a mí otra vez— Adelante.
Ella cierra la puerta a mi espalda y me quedo frotando mis manos frías encima de los guantes. Me siento un poco cohibida y bastante nerviosa porque no solo Liliana está mirándome sin parpadear, sino también su esposo Erick y Rosalie.
La pelinegra cierra la distancia, haciendo sonar su beso en mi mejilla.
—Qué bueno verte, Myriam.
Sonrío en respuesta todavía sorprendida por su beso.
—Victoria nos tiene abrumados porque vendrías a buscarla —Me comenta Erick luego de susurrar un gentil "hola" desde su lugar.
Sí, yo también estoy un poco abrumada.
Mi corazón comienza a palpitar cuando Sergio aparece de la nada. Se queda mirándome como si estuviera arrepintiéndose de haber decidido venir. Sin embargo, se queda de pie delante de la silla del comedor, inclinando su cabeza hacia mí a modo de saludo.
Estoy sorprendida.
Víctor y Victoria bajan la escalera conversando entre ellos. Él me sonríe con su sonrisa enroscada que tanto me gusta. Lleva la camisa arremangada y los primeros dos botones desprendidos. Me quedo como una boba mirándolo antes de darme cuenta dónde me encuentro. Victoria me sonríe también, sus mejillas levemente ruborizadas.
Liliana carraspea.
—Bueno ¡diviértanse! Nosotros tenemos que… ir a la cocina ¿verdad Ana?
—¿A la cocina? —Pregunta confundida. Liliana eleva las cejas con evidente señal— ¡Ah, claro! La cena está casi lista.
Se van junto con Erick, dejándonos a solas.
Víctor pone las manos en mi mandíbula para darme un beso.
—Liliana nunca ha sido amiga de la discreción —Dice con la ceja levantada.
—Ya veo —Contesto divertida. Luego un pensamiento cae en mi cabeza, incapaz de dejarlo pasar— ¿Y tu madre?
Frunce los labios.
—Fue con tía Sarah a ver a mi padre.
—Oh —El ambiente cambia de inmediato.
Victoria se aclara la garganta.
—¿Podemos irnos?
Estoy de acuerdo con eso.
—Sí, cariño. Vamos.
Víctor besa a Victoria en la frente y posteriormente a mí, tocando mis labios con suavidad. Es casi un roce de ellos, pero suficiente para hacerme sonreír.
Al salir nuevamente está nevando, pero es apenas un poco. Mi camioneta está cubierta de ésta cuando nos subimos. El tráfico en vísperas de Navidad es un caos sea la hora que sea. El ruido de bocinas por encima de todos los autos, no faltan los conductores prepotentes e impacientes que se bajan para discutir.
El celular suena en la guantera y lo cojo justo cuando estamos parados en medio de la carretera.
El vello de mi nuca se eriza cuando termino de hablar.
—¿Quién era? —Pregunta Victoria desde su asiento.
Dejo el celular donde estaba, avanzando un poco hacia adelante.
—Me… hablaron de la comisaría.
Abre mucho los ojos.
—¿Es sobre mi abuelo?
Niego
—Detuvieron a Francisco.
Las dos soltamos un suspiro.
—Pero esa es una buena noticia ¿verdad?
—Sí, por supuesto —Contesto.
Por lo menos ahora voy a dormir tranquila.
.
Estamos desparramadas en el sofá grande de la sala, un cuenco con galletas de soletilla en medio de nosotras y dos tazones de chocolate caliente. Es miércoles por la noche y aparte de encontrar películas navideñas hasta por debajo de nuestros pies, dimos con un programa de cocina.
—Estoy segura que se le va a quemar —Me dice Victoria mientras vemos como uno de los concursantes deja un buñuelo en la sartén y va a buscar más ingredientes— No puedes dejar un buñuelo en el aceite caliente e ir a buscar otra cosa. Es como que fuera a la tienda a comprar y dejara la estufa encendida.
Me llevo una galleta a la boca.
—Además ¿viste que saltó el aceite en su mano? Si no se le quema, va a quedar crudo en el interior.
Vemos como el chico corre con más ingredientes en las manos. Se apresura para darle la vuelta al buñuelo dorado.
—¡Nooo! Yo quería que se le quemara. —Se queja con voz ronca. Cuando el programa se va a comerciales, nos mantenemos calladas tomando el chocolate caliente. Miramos sin ninguna intención uno de los reclames— ¿En serio esa gente habla de eso en cámara? ¿No tienen hijos?
Trago el sorbo de chocolate viendo como la pareja del reclame manifiesta el descontento en su relación íntima. De pronto recuerdo las palabras de Víctor sobre hablar con Victoria sobre el tema.
Comienzo a toser.
Ella me mira pero no me dice nada. Seguimos calladas hasta que la publicidad acaba.
Aclaro mi garganta.
—¿Victoria?
—¿Uhm?
—Ya sé que no quieres hablar de esto y te da pudor y todo lo que quieras pero tengo que decírtelo —Victoria me mira frunciendo el entrecejo. Deja la taza con chocolate en la mesa, estirando más arriba la colcha que traje para las dos.
—¿Qué cosa?
—Es sobre ti… e Ethan —Medio murmuro. No me dice nada— Sobre…
—Yo no lo he hecho con Ethan —Me suelta de golpe y a pesar de que la sala está oscura y solo nos alumbra la tv, noto sus mejillas ruborizándose— No te voy a mentir sobre eso.
—O-kay —Es lo primero que digo. Tomo una profunda inspiración— ¿Nunca, nunca? Quiero decir ¿nunca se te insinuó o lo piensan o algo?
Niega en respuesta, apretando los dientes y pronto está diciéndome:
—Soy virgen
Pese a que ya lo sabía, de todas formas suspiro. Esbozo una sonrisa hacia ella, acercando mi mano y acariciando con suavidad su mejilla.
—Bueno, entonces con mayor razón creo que deberíamos… hablar… de esto.
Victoria suelta un sonoro resoplido.
—Ya sé que me vas a decir, Myriam, que debo cuidarme, que tengo que ir con calma, que use protección, que los preservativos y otros tratamientos no son 100% efectivos, que debo poner ojo con las ETS … ¿quieres que siga?
Parpadeo.
—No, definitivamente no son 100% efectivos —Arrugo el entrecejo.
Victoria me mira con duda.
—Tu madre nunca te habló de esto ¿verdad?
Vuelvo a parpadear, sorprendida por su pregunta.
—No
Encoje los hombros como si mi respuesta fuera evidente.
—Por algo nací yo ¿no? —Nos miramos sin decir nada más, hasta que se da cuenta de lo que ha dicho y sus ojos se agrandan— Era solo una broma.
Tardo en asimilarlo y me echo a reír por su reacción, como si la hubiera pillado diciendo groserías.
—Entonces… —Pongo una mano sobre la suya— Tal vez no confías mucho en mí como para decirme algo así, pero… si tú e Ethan llegaran… bueno, no —Tartamudeo— Si tienes alguna duda o si estás titubeando con eso, dímelo ¿de acuerdo?
—De acuerdo
—¿Has pensado en estudiar Medicina? —Pregunto con sinceridad.
Regresa el tazón de chocolate a su mano, insinuando una sonrisa radiante.
—Es lo que quiero estudiar.
Elevo las cejas asombrada.
—¿En serio? A mí igual me gustaba Medicina. Ya sé que no tiene nada que ver con lo que estudié, pero me iba bien en biología.
—Amo biología —Sigue sonriendo— ¿Por qué estudiaste locución?
Encojo los hombros.
—Me gusta todo lo que tenga que ver con eso… investigar o dar entrevistas a la gente.
Me mira fascinada.
—O sea qué ¿has entrevistado a famosos? —Asiento en respuesta. Sus ojos se amplían— ¿En serio? ¡Guau! ¿Y le pides autógrafos?
Suelto una risita.
—No, algunos son bastante más… reservados.
—Últimamente te escucho, sabes. En la radio, quiero decir.
Elevo mis ojos hacia los suyos que brillan más que la tv.
—¿El de la mañana?
—Sip, pero no todo porque estoy en clases, pero lo hago —Muerdo mi labio— Es raro escucharte en un aparato —Se ríe— pero es interesante todo lo que dices, no parece que te costara. Yo estaría tartamudeando todo el tiempo.
—Práctica —Le digo con una sonrisa— Es solo práctica. —No responde nada, momento que me da para acercarme y darle un beso en su mejilla— Eres tan linda.
Victoria solo sonríe, segura de que sus mejillas se han coloreado más que antes.
.
A mitad de la noche y teniendo a Victoria profundamente dormida, contesto la llamada entrante de Víctor. Quito las mantas con sumo cuidado para no despertarla, sacando un pie y luego el otro, todo eso a la velocidad de una tortuga.
—¿Qué pasa? —Pregunto en susurros— ¿Está todo bien?
—Mi padre estará encarcelado hasta que sepan los resultados de los análisis. —Suelto un suspiro, apretando los ojos y echándole un último vistazo a mi princesa antes de caminar al baño— Ellos habían dicho que estaría una noche, pero lo han cambiado.
—Lo siento tanto, amor
—No pasa nada, él está cosechando lo que sembró. —Me dice y luego lo escucho suspirar pesado— No te voy a negar que me duele.
—Por supuesto que te duele, Víctor. ¿Cómo están todos? ¿Juanita? ¿Tus hermanos?
—Tristes, pero no es para menos ¿verdad? —Resopla— ¿Y Victoria?
—Está dormida.
—Bueno, por lo menos está durmiendo ajena a esto. ¿Supiste lo de Francisco?
—Sí, estaba en el auto con Victoria cuando llamaron.
Escucho la voz de Sergio a lo lejos.
—Cariño, tengo que colgar. Que descanses ¿sí? Te amo.
—Yo igual te amo.
Cuelgo sintiendo el corazón a punto de estallar y duele de una manera que solo necesito recostarme y dormir.
.
—¿Ethan te va a venir a buscar aquí? —Le pregunto mientras terminamos el desayuno.
—Sí —Responde, recogiendo algunas cosas de la mesa para ayudarme a ordenar— Eso no te molesta ¿o sí?
—Oh, no me molesta.
Son cerca de las siete cuando tocan a la puerta. Me quedo terminando de lavar nuestras tazas mientras Victoria va a abrir la puerta. Escucho la voz varonil de alguien que no reconozco, así que sé que es Ethan. Me seco las manos y justo alcanzo a ver cuando él le da un tierno beso. Ellos hablan entre sí en murmullos.
Me aclaro la garganta.
Victoria se voltea y luego tira a Ethan del brazo.
—No recuerdo si se conocían pero bueno, Myriam, éste es Ethan, Ethan ésta es Myriam.
Ethan es alto de ojos claros y cabello oscuro. Es bastante guapo aun si sé que es un crío. Hay algo en él que me recuerda a Víctor.
—Un gusto, señora Montemayor —Estira su mano hacia mí gentilmente y respondo al saludo con mi mano, sonriéndole.
—Myriam, puedes llamarme Myriam. —Asiente con rubor en las mejillas— ¿Ya desayunaste?
—Sí, gracias. Además, con Victoria vamos tarde ¿no?
Ella mira el reloj.
—No tanto, no estamos en mi casa. Allá es más lejos, pero sí, vámonos. —Ethan se despide de mí y Victoria me da un beso en la mejilla— Te llamo después —Me dice.
—Bueno ¡que les vaya bien!
Me quedo viendo hacia la puerta vacía, suspirando y sonriendo para mí misma.
Jóvenes.
Salgo al medio día del trabajo porque es víspera de Navidad. Es por eso que decido irme al departamento a ordenar antes de ir a casa de mi madre. Ni siquiera he llamado a Cristy para preguntarle cómo le fue con la madre de Adrian. De seguro estaba muriéndose de los nervios ¡pobrecita!
Quito la nieve de la baranda con un escobillón y me aseguro de que mis flores no tienen una capa blanca por encima. Mi balcón fue el único perjudicado por el nevazón que cayó ayer. Escucho el sonido del timbre y mientras camino hacia la puerta me quito los guantes negros de mis manos.
Víctor me regala su conocida sonrisa torcida cuando nos encontramos.
—Hola, hermosa —Saluda con voz seductora, presionando sus palmas en mis congeladas mejillas y deposita un beso fuerte en mis labios— Pareces tener un poco de frío ¿verdad?
Encojo los hombros, sacudiendo mis manos y dejando de lado el escobillón. Cierro la puerta de salida, siguiendo a Víctor hasta el sofá. Ambos nos sentamos, mirándonos sin decir una palabra. Puedo observar su rostro sin necesidad de hablar y él parece pensar lo mismo. Luego cuando ya ha pasado un tiempo, se endereza y palmea sus manos en las rodillas.
—¿Por qué te ves tan ansioso?
Su sonrisa se enancha y estoy más curiosa que antes.
—Te tengo un regalo —Dice— Mi regalo de Navidad adelantado.
Ahora soy yo la que se endereza en el sofá, alzando las cejas por la sorpresa.
—¿En serio? ¿Y qué esperas para enseñármelo?
Ríe con los dientes apretados, sacando algo del bolsillo del pantalón. Me tiende una pequeña cosa en sus dedos; negra y brillante. Acerco mi cara con el ceño fruncido hacia el objeto extraño. Levanto la mirada cuando lo descubro.
—¿Un pendrive? —Él asiente, sus ojos bailando en la emoción— No entiendo ¿me estás regalando un pendrive? —Hago un énfasis en la última palabra, casi sonando incrédula.
Víctor aclara su garganta.
—Mas bien, estoy regalándote su contenido. —Me hago a un lado, más confundida que antes, mirando hacia el objeto pequeño que brilla bajo la luz del balcón— ¿Tienes como proyectar tu ordenador a la tv?
Se encarga de instalar todo mientras sostengo el pendrive de pie cerca de la cocina. Se ve concentrado metiendo cables y presionando botones en el control remoto. Se vuelve a mirarme para sonreír y estira su brazo en torno a mí para que nos sentemos en el sofá. Le entrego el pendrive y él hace algunos movimientos con el ordenador antes de finalmente escucharlo susurrar un "Listo".
—¿Qué se supone que vamos a ver? ¿Una película?
Niega— No seas impaciente —Tiene su dedo encima de la tecla enter. Eleva la vista para fijarse en mis ojos—¿Lista?
Por algún motivo estoy nerviosa.
—Sí, lista.
Presiona enter y unos segundos más tarde comienza lo que parece ser una película. No, esperen, no es una película. Es un video… casero. Y demonios, esa cosa pelinegra y hermosa con su chupón es Victoria. Mis manos están firmemente a ambos lados del sofá, totalmente paralizada y hechizada por el video.
Según la fecha en la pantalla, se trata del 14 de febrero de 2001. Quien sostiene a mi niña es el Víctor que dejé de ver en mi adolescencia. Él balancea a la pequeña de un lado a otro mientras ella no deja de mover su boca en el chupón, sus ojos negros cerrándose por el sueño. Escucho la voz de Juanita y al parecer la de Sergio.
—Víctor —Susurro y estoy segura que mis ojos brillan cuando lo miro.
Entrelaza nuestros dedos.
—Disfrútalo —Es lo único que me dice antes de que volvamos la atención a la pantalla.
Después de algunas tomas más, de Victoria bebé, el video cambia; ahora se trata de septiembre de 2003. Victoria aún no cumplía los 3 años. Está sentada encima de la mesa con un lindo vestido celeste y una cola de caballo demasiado corta para el poco pelo que tiene. A su lado se encuentra Sergio hablándole.
—Victoria ¿Cuántos años tienes? —Le pregunta éste.
Mi princesa levanta su pequeña mano y con dificultad, ayudándose de la otra, levanta dos dedos.
—Uno —Contesta.
Sergio niega con una sonrisa.
—No, pequeña elefante. Tienes dos años.
Sin poder controlarlo, dejo escapar un par de lágrimas en las esquinas de mis ojos.
Mi corazón salta en mi pecho cuando se echa a reír con su risa infantil, enseñando su sonrisa a la cámara y me doy cuenta como sus ojos brillan de una manera especial.
—Tienes dos años y vas a cumplir tres —Explica Sergio— ¿Cuántos vas a cumplir?
Victoria vuelve a levantar la mano pero esta vez, solo para abrir todos sus deditos.
—¡Dos! —Contesta, burlándose de él.
Me río a la vez que limpio algunas de mis lágrimas. Víctor sigue sosteniéndome la mano.
Ahora estoy viendo a una sonriente Victoria dar un intento de voltereta. Ésta vez, Liliana se encuentra con ella, quien se ríe como intenta dar la vuelta sin mucho éxito. Liliana se pone en posición, explicándole que debe poner bien las palmas en el suelo.
La fecha del video es el 4 de agosto de 2005.
—¡Vamos, Victoria! ¡Tú puedes! —Alienta Juanita desde lejos, reconozco su voz.
Pone sus palmas en el césped, preparada para dar la vuelta, pero se arrepiente empujando las rodillas en el suelo.
—¡No puedo! —Dice con una sonrisa, quitándose el césped de las manos.
—¡Tú puedes, princesa! —Ese es Víctor.
Victoria suspira, volviendo a su posición e impulsándose hacia adelante. Ahora sí logra dar una buena voltereta y todos están aplaudiendo por su logro. Veo como se pone de pie con una sonrisa, la cámara acercándose y apuntándola directamente. En este minuto quiero echarme a llorar como una magdalena por sus mejillas infladas y rosadas.
El siguiente es su cumpleaños número 5. Lleva un bonito vestido de princesa con una diadema de corona en la cabeza. Su largo cabello le llega a la cintura y está danzando en torno a ella, agitando una varita en una de sus manos.
Muerdo mis labios de solo verla, aguantando el otro sollozo que quiere escapar de mi boca.
Quien está grabando en su fiesta de cumpleaños es Víctor.
—¿Estás feliz hoy? —Le pregunta.
Victoria se aparta el cabello de la cara, asegurándose de que la diadema esté en el mismo lugar.
—¡Sí! —Grita entusiasmada.
—¿Tienes algo más que agregar? —Hay bullicio de niños.
—¡Sí! —Grita de nuevo— Te quiero mucho, papá.
Hay un centenar de videos más; Victoria en el piano, Victoria y su primer diente suelto, el primer día de escuela.
—¡Papá, vete! —Le dice. Está de pie frente a la sala del kínder. Su mochila es demasiado grande para su pequeño cuerpo— No vengas a buscarme pronto.
Víctor se hinca en el suelo, acercándola y besando su mejilla, causando que ella se eche a reír.
—Que tengas un buen día. No olvides que papá te ama.
Trata de soltarse cuando la maestra manda a llamar a todos los niños a hacer una fila.
—Yo igual te amo, papá. Hasta pronto —Y se va corriendo agitada.
Los que vienen son de hace unos pocos años, lo sé porque Victoria lleva un aro en la nariz. En uno, ella enseña la lengua donde tiene el otro aro, haciendo que Ana haga una mueca de disgusto.
—¿Qué es eso? ¿Acaso es una tarántula? —La fecha es del 2014— Sergio ¿te compraste una tarántula?
Victoria se acerca detenidamente al terrario donde una cosa extraña se mueve. Ella salta hacia atrás, soltando un grito y Liliana se echa a reír.
—No te hará daño —Asegura ésta
—Si Sergio no la saca de aquí voy a gritar de nuevo—Parece bastante asustada— ¡Papá, auxilio!
Los videos van mezclados. Una Victoria grande y de pronto pequeña. Su risa, sus ojos brillando en la cámara. Un paseo en bicicleta, su boca manchada de helado de vainilla. Paseando a Sandie por la playa…
El video termina cuando está dando sus primeros pasos sola, sin necesidad de que nadie la sostenga. Eso termina por romperme y me cubro la cara para apaciguar el llanto.
—Oye —Víctor me quita las manos de la cara— No lo traje para que te pusieras triste.
Limpio mis lágrimas, volviéndome hacia él con una sonrisa.
—No estoy triste, estoy emocionada —Me acerco y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello— Gracias, Víctor. Es el mejor regalo que alguien me pudo haber dado.
Responde a mi abrazo, presionando sus grandes brazos en mi cuerpo.
—De nada, sabía que te iba a gustar. —Vuelvo a repetir la última parte, donde Victoria da sus primeros pasos. Un instante después el llanto ya se me ha pasado— A Victoria le gustaba dormirse en brazos o con el biberón en la boca, incluso si estaba vacío.
Me río.
—Todos los bebés tienen mañas.
—Sí —Responde con nostalgia. Acerco mi cara para besar su hombro. Él inclina el cuerpo hacia atrás y en segundos estoy sentándome en su regazo. Mis labios encuentran los suyos con desesperación, determinada a explorar cada lugar que no he visitado. Víctor tira la cabeza hacia atrás, dándome chance para acomodarme y morder su labio inferior cómo él hace con el mío. Nuestras lenguas juguetean en un vaivén agitado. Estoy sin aire cuando busca con su lengua en el interior de mi boca, atrayéndome hacia él en un gemido ronco.
—Oh, Víctor
Sus manos agarran con fuerza mis nalgas, empujándome más hacia él.
—Podríamos… —Mis besos no lo dejan hablar con claridad— tener otro bebé. —Lo dice en mis labios y de inmediato me detengo. Cualquier calentura que pude haber sentido, en ese momento desaparece al quedarme como un mono de nieve en la entrada de una casa. Abro los ojos de golpe, nuestros labios todavía enredados entre sí. De pronto, Víctor me empuja con suavidad, frunciendo el entrecejo. — Te pusiste pálida. Cariño, no hablaba en serio —Él sonríe.
Sigo como una estatua.
Parpadeo cuando recupero la compostura.
—Lo siento —Me disculpo con torpeza— Es que me pillaste desprevenida.
Acaricia con sus nudillos mi mejilla ruborizada.
—No te disculpes. Siento haber sacado el tema, entiendo que sea difícil para ti.
Tomo tanto aire que me siento como un globo terráqueo.
—Lo es —Me siento derecha en su regazo, mirándolo desde mi lugar— son… tonteras mías. No te preocupes. —Sonrío mordiendo el interior de mi labio y me salgo de mi lugar, sentándome junto a él— ¿Has ido a ver a Manuel? —Pregunto para cambiar drásticamente el tema. Aunque pensándolo bien, es bastante inapropiada la pregunta, sobre todo teniendo en cuenta que "bebé" y "Manuel" en un mismo tema, no es una buena idea.
Sin embargo, Víctor no parece notarlo.
—No y no quiero hacerlo.
Hago círculos con mi pie en el suelo.
—¿Tú crees… que él esté enfermo? Por lo de los exámenes.
Lo piensa un poco.
—Por una parte sí pero por otra no.
—¿Cómo?
—Cuando él le pagó a Antonio, estaba completamente cuerdo. Ahora, él está pasando un mal momento con nosotros y bueno… no quiero justificarlo.
—No lo estás haciendo, pero ya entendí lo que quieres decir.
—Me parece absurdo que mi papá haya caída tan bajo, Myriam. Es… increíble. Tantos años viviendo con él y aun no conozco quien es en realidad. —Levanto las piernas encima del sofá, flexionándolas y acercándome para dejar un beso en sus labios. Es un beso tierno, simplemente somos nosotros o yo tratando de que no esté tan triste. Él responde a ese beso para posteriormente juntar nuestras frentes— Gracias
Escondo mi cabeza en su cuello.
—De nada.
.
La puerta de entrada en casa de mi madre tiene un gigantesco adorno en letras color dorado que dice "Feliz Navidad" Cuando abro la puerta, el olor a pan dulce y especias como canela y clavo inundan mi olfato. Veo a mi madre cruzar de la sala a la cocina echa una bala, sosteniendo una bandeja con copas de bebida Navideña.
Ella me regala una sonrisa amorosa.
—¡Cariñito! Qué bueno que llegaste —Me señala que la siga. La cocina es un caos— ¿A que no sabes lo que te preparé? —Canturrea, abriendo la puerta del horno y sacando con un paño de cocina la bandeja. El olor familiar me hace agua la boca— ¡Budín de pan!
Amo el budín de pan.
Le sonrío estirando la mano para pellizcar el delicioso budín, pero mi madre la quita con unos golpecitos en los nudillos.
Molly aparece corriendo por el pasillo con su lengua agitándola al aire. Decidí dejarla con Nany estos días para que se sintiera más libre. En cuanto me ve, estira las patas en mis piernas, soltando jadeos agudos de perro y moviendo la cola sin parar.
Cristy lleva un bonito vestido gris con lentejuelas.
Dejo a mi madre y Nany en la cocina, empujando a Cristy a la sala. El árbol de Navidad parece mucho más bonito esta noche o solo son suposiciones mías.
—Cuéntame —Pido sentándonos en el sofá.
—¿Sobre Sue?
Elevo una ceja.
—Ah ¿ahora se llama Sue y no suegra mala?
Se echa a reír.
—Debo decir que mis nervios no sirvieron de nada. ¡Sue es un encanto! Esta noche vendrán para que se conozcan.
—¿Y entonces? ¿Estabas muy nerviosa?
Rueda los ojos.
—Demasiado, pero cuando ella me vio, me abrazó hasta casi quitarme el aire. Es algo tímida pero muy simpática. El hermano menor de Adrian, Seth, es más activo, él hace preguntas sin parar.
Miro a mi hermana con un pensamiento en la cabeza.
—Adrian y tú van bastante en serio ¿Eh?
Su sonrisa se amplía.
—Sí, es verdad. Es que Adrian es Adrian.
No sé lo que quiere decir con eso, pero supongo que es bueno.
Mamá llega hasta nosotras para sentarse frente al sofá, su mirada es bastante seria.
—Hoy fui a la comisaría para ver qué pasará con… Manuel.
Cristy se pone rígida a mi lado.
—Ya sé que lo van a tener más días encerrado —Comento y ella me mira sorprendida por saberlo— Víctor me lo dijo.
Agita la cabeza.
—Van a esperar hasta que estén los resultados de los exámenes —Explica mi madre.
Cristy gruñe.
—¿Y eso cuánto se demora?
Encojo los hombros.
—Como es temporada de fiesta, lo más probable es que se demoren entre una semana o dos. Bueno, es lo que pienso. No sé realmente.
Mi hermana suspira— ¿Y Francisco?
Mamá me mira.
—No lo sé —Contesto.
Nany lleva un lindo traje de dos piezas color púrpura –como siempre- y su bastón de plata brillando bajo su mano. Mi madre suele usar vestidos anchos en la cintura que le lleguen a las rodillas. Éste es celeste con diseño de flores. Yo opté por leggins de cuero –porque hacía frío para vestido-, un tacón alto en forma de cono y una camisa denim. Y la pequeña Molly no se queda atrás, Nany la vistió con un lindo suéter rosa y cintas del mismo color en las orejas.
Mamá prepara el tradicional pavo con todos los condimentos existentes en el mundo y se la pasa hablando entusiasmada de lo que hará con el préstamo que hace unos días se lo entregaron. Es tanta su ansiedad que quiere hacer todo rápido, pero aún está decidiendo donde comprar el terreno. Hacemos un pequeño brindis, del cual nos miramos entre todas y luego empezamos a comer.
En medio de nuestra plática recordando al abuelo, tema que de pronto empieza a hacerme sentir nostálgica, tocan a la puerta. Cristy se pone de pie, revisando su celular y sonriendo.
—¡Yo voy! Es Adrian —Y sale corriendo como una niña de diez años.
Las voces de Adrian y su padre ya me son familiares cuando vengo a casa. Sin embargo, esta vez le acompaña una voz cálida y otra demasiado aguda. Nos ponemos en pie. De inmediato me percato en la madre de Adrian; morena de cabello oscuro como él y a su lado su hermano es una copia exacta de Bill. El chico no debe pasar los 13 años.
—Tú debes de ser Sue Clearwater ¿no? —Saluda mi madre— Un gusto conocerte ¡adelante!
Sue sonríe con timidez.
—Éste es mi hijo menor, Seth. Seth, sé cortés y saluda —Le pide en un susurro.
Carloses casi tan alto como Adrian, pero con la cara más infantil.
—¡Hola!
Sue le pone mala cara, volviéndose a nosotros.
—Un gusto también conocerlos por fin —Sonríe— Adrian me ha hablado mucho de ustedes y de Cristy.
Nany hace sonar su bastón.
—¡Oh, espero que cosas buenas, Joseph!
—¡Adrian! —Corrige Cristy.
—¡Lo mismo! ¡Adrian, Joseph, Juanito! —Hace ademán de restarle importancia— ¡Pasen a la mesa! Oh ¿eso es helado? ¡Me encanta el helado!
—Sabía que le gustaría el helado, señora Graciela —Dice Bill con cierto tono de confianza.
Resulta que los padres de Adrian se divorciaron cuando él y Carloseran muy pequeños. Su hermano menor aun no cumplía los dos años cuando su madre decidió mudarse a Arizona. Por más que intentó que Adrian se fuese con ella, él nunca quiso dejar solo a su padre. Y durante todos estos años, Sue y Bill han logrado entablar una linda relación de padres. Compartiendo fiestas, cumpleaños sin tener que discutir. Ahora Sue se ha vuelto a casar con un tal Harry Clearwater.
Sue y yo conversamos sobre su propia tienda de ropa en Arizona y la página web que tiene para comprar desde otra ciudad. Me lo anota en un papel para que lo revise más tarde. Cris tiene razón, Sue es simpática y un poco tímida, pero sabe adaptarse bien a las conversaciones. Carlosno deja de darle vuelta a las esferas del árbol de Navidad, sin embargo mi madre deja que lo haga.
Luego de la cena y el postre; helado, budín de pan, galletas, tartas y bebida, estamos satisfechos en la sala.
Son cerca de las once cuando Víctor me envía un mensaje.
"¿Puedes salir? Sé que estás con tu madre."
"¿Estás afuera?"
"Estamos afuera"
Mi sonrisa crece leyendo su último mensaje, lo guardo y me disculpo con los demás, dándome prisa hacia la puerta. De inmediato me doy cuenta donde está el auto. Víctor está de pie con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y Victoria está sentada en el capó, diciéndole algo que lo hace reír. Me acerco con paso tranquilo, cruzando los brazos. Ellos se percatan de mi presencia y no puedo evitar sentir un cosquilleo en el estómago.
—Myriam —Sonríe Víctor.
Victoria se voltea hacia mí.
—Papá casi raya tu camioneta.
—¡¿Qué?! —Exclama Víctor frunciendo el ceño— No alcancé a rayarla.
—Dije casi
Saludo a Víctor con un beso y tiro uno a Victoria desde lejos porque no alcanzo desde acá. Ella sonríe, dándome la mano.
—¿Cómo demonios te subiste aquí? —Le pregunto. Victoria señala la palanca. Me subo asegurándome de que no voy a caerme y estoy a la misma altura que ella. Ahora sí, le doy un beso— No los esperaba.
—¿Interrumpimos? —Víctor pregunta y ambos me miran.
—¡No, para nada! Todo lo contrario, me pone feliz que estén aquí.
—Estamos esperando que Santa pase con el trineo ¿verdad, Victoria?
Ella rueda los ojos.
—Él siempre me decía eso cuando niña y nunca vi nada.
Me río— ¿Ni siquiera a Rodolfo el reno?
Resopla— ¿Cuál es la idea de mentirles a los niños? ¡Es cruel!
Ellos me cuentan que decidieron venir luego de la cena. En casa todo estaba tranquilo, pese a los problemas que están teniendo, no iban a quedarse sin Navidad, sobre todo porque los hijos de Sergio son demasiado pequeños para entenderlo.
Un viento frío nos congela el rostro y siento la barbilla de Victoria en mi hombro. Inclino mi cabeza para chocar con la suya, estirando mi mano para rascar con suavidad su cabello. Se queda allí, como si estuviera quedándose dormida. Cuando me detengo, ella suspira.
—No dejes de hacer eso —Pide entre balbuceos.
Víctor se echa a reír.
—Te voy a dejar en el capó si te quedas dormida. —La escuchamos gruñir. No nos damos cuenta de la hora que ha pasado, hasta que escuchamos las campanas de la iglesia avisando así a Seattle que la medianoche ha llegado— Bueno, Feliz Navidad a las dos.
Sonrío todavía rascando la cabeza de mi hija.
—Feliz Navidad —Digo.
Y ella, pese a que está con los ojos cerrados, repite lo mismo que nosotros:
—Feliz Navidad.
Estoy segura que es una primera Navidad de muchas juntos, tengo fe de eso. Como también estoy segura que a partir de hoy, el camino que tomemos va a ser siempre entre tres y no sola como lo era antes.
No se puede volver el tiempo atrás y mucho menos detenerlo.
Así el tiempo comenzó a pasar, sin que nos diéramos cuenta…
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Mensaje  myrithalis Dom Feb 14, 2016 5:23 am

Gracias por los Capitulos Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile Smile
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Mensaje  Eva Robles Dom Feb 14, 2016 8:31 pm

Muchas gracias por los capítulos me gusta mucho esta novela por favor continua con ella

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Mensaje  Bere Lun Feb 15, 2016 10:00 pm


Capítulo 28
Ya somos una familia.
Myriam
Un par de semanas más tarde, me presento en la delegación.
Debo decir que he estado tratando de evitar mi encuentro con Francisco durante estos días, pero sé que es inútil posponerlo más, sobre todo sabiendo que él va a estar en libertad dentro de poco si no consiguen pruebas contundentes. El abogado de Manuel no pudo encontrar pruebas que lo culparan o que él hubiese dado mi número y el de Cristy. Sin embargo, sigue tras las rejas por mal comportamiento contra la policía. Es un idiota.
El oficial me dirige a un oscuro pasillo con bastante olor a moho. Me señala la puerta al fondo donde hay una pequeña ventana. Empujo con manos temblorosas, causando que cierre los ojos por el contacto con la luz. El corredor estaba oscuro y la luz de esta habitación es demasiado fuerte. Hay una especie de cabina a mi izquierda; sillas desparramadas, un teléfono y un cristal que impide el contacto físico con la otra persona. Mi respiración se corta cuando veo a Francisco llegar junto a un policía. Él está en un overol naranja y su mirada es lo más agraz que he visto en mi vida.
Se sienta en la silla y al instante señala la mía. Trago con dificultad al sentarme y coger el teléfono. Él imita mi acción.
—Pensé que ya no vendrías, Myriam.
Presiono con fuerza mi mano en el aparato.
—No lo haría si no fuese necesario.
Su risa pasa por un gruñido.
—Lárgala, entonces.
Me tomo mi tiempo para buscar las palabras adecuadas.
—Quiero que te alejes de mí y de mi familia, quiero que me dejes en paz de una puta vez, Francisco. Es suficiente.
Me mira directamente a los ojos. De pronto, tengo que echarme hacia atrás cuando se acerca tanto que su nariz choca en el ventanal.
—Yo no he hecho eso que me acusan —Lo dice lento y seguro, como si yo fuera una tonta. Resoplo— ¡Es la verdad! ¿Qué iba a saber lo que ese tipo quería? Myriam ¡ni siquiera lo conozco!
—¡Oh, por supuesto que lo conoces! ¿Por qué habrías de darle mi número y el de mi hermana?
Lleva sus manos a la cabeza.
—Me dijo que él te conocía de niña.
Vuelvo a resoplar.
—¿Y porque alguien te dice que me conoce de niña tienes que darle información? No te creo nada, Francisco. Vives mintiéndole a todo el mundo.
Rezonga con los puños apretados.
—Te repito, no sabía que ese viejo era un psicópata que quería matar a tu hermana. No tengo nada en contra de tu hermana, Myriam.
Estoy viendo rojo.
—¿Cómo quieres que te crea cuando intentaste hacerle daño a mi hija?
Frunce inmediatamente el ceño.
—¿Disculpa?
—Cuando intentaste asaltarla fuera de mi edificio ¿crees que se me olvida?
Su rostro se ha vuelto pálido.
—¿Es… tu hija?
Frunzo los labios.
—Sí y me da igual lo que hagas conmigo pero no te atrevas a acercarte a ella.
Está mirando al suelo.
—No conozco a ese hombre, no sabía lo que él quería hacer. Voy a seguir repitiendo lo mismo porque es cierto. ¡No estoy metido en este lío! Y sobre tu hija… —Dice ésta última palabra como si no pudiese creerlo— no te preocupes, créeme que amo mis bolas como para que ella vuelva a maltratarlas.
Ruedo los ojos.
—Te lo advierto y por tu bien espero que estés hablando con la verdad.
Cuelgo el teléfono y me pongo de pie sin despedirme. Luego salgo de la habitación, deseando no volver a verle nunca más la cara.
Las cosas se pusieron realmente crudas cuando finalmente los exámenes mostraron que Manuel estaba pasando por una depresión. Creo que nunca en mi vida había visto llorar tanto a mi madre, ni siquiera cuando murió mi abuelo. Ella insistía en que él debía pagar por lo que había hecho, que si Cristy o yo hubiésemos muerto, él estaría en libertad injustamente. Intenté calmarla sin mucho éxito.
La denuncia siguió en pie y logramos exigir una orden de alejamiento de Manuel con nosotras. Francisco salió en libertad, absuelto de todo cargo.
El juez ordenó estrictamente que Manuel tuviera un psiquiatra al cual acudiría en sesiones establecidas por él, bajo un control y un seguimiento; a parte, claro está de la medicación que debería tomar.
Su hermana Sarah se ha hecho cargo de él, acogiéndolo en su casa y comprometiéndose a estar pendiente de su medicación y las visitas al psiquiatra. Liliana y Sergio han sido los únicos que han ido a visitarlo un par de veces. Juanita no ha ido ni una sola vez. Incluso, debido al dictamen de los médicos diagnosticándole una depresión severa, se ha visto obligada a retrasar y paralizar los trámites del divorcio.
Después del juicio, Juanita se acercó a mí y a Cristy.
—Myriam, quiero que sepas que él no va a volver a hacerte daño y tampoco a tu familia. Hiciste lo correcto en denunciarlo. No te sientas mal por Victoria, ella lo entiende perfectamente.
El asunto nos comenzó a afectar a todos.
Victoria estaba un poco triste por su abuelo, algo que intentaba ocultar pero sabía que ella estaba pasándolo tan mal como la mayoría. Últimamente ha comenzado a sentir cierto rencor hacia él. Asegura que no lo va a perdonar y que no lo quiere volver a ver, ya que por su culpa se ha visto alejada de mí toda su vida, y que casi me mata.
.
Una fría tarde de febrero, noto que Víctor se sienta junto a mí en la alcoba, arrullándome con sus enormes brazos y su mano descansando en la manga de mi codo. Lo único que escucho de él son suspiros temblorosos, como si no fuese capaz de soltar lo que quiere decir. No insisto, tal vez ni siquiera quiero escuchar lo que tenga para decirme.
—Myriam ¿has pensado en… ver a un psicólogo?
Los primeros segundos no hago más que repetir la última palabra en mi cabeza. "Psicólogo. Psicólogo. Psicólogo"
Elevo la mirada a su rostro.
—¿Piensas que lo necesito?
—Bueno, yo… no lo sé.
Encojo los hombros.
—No necesito un psicólogo, Víctor. Para nada.
Carraspea, mordiéndose la lengua.
—Lo decía porque tal vez todo esto fue la gota que rebasó el vaso. Todo lo que pasaste con Antonio, a lo mejor es necesario que…
Vuelvo a mirarlo.
—No necesito un jodido psicólogo.
Aprieta más su abrazo.
—Bueno, no te enojes —Me pide y suelto un resoplido— ¿Y tu hermana?
—Cristy tuvo un psicólogo cuando era una niña. No te preocupes por eso.
—¿Lo tuvo? ¿Por lo de su memoria?
—Sí, pero poco le sirvió. Dejó de ir antes de terminar la secundaria.
Siento sus labios en el tope de mi cabeza, abrazándome más fuerte.
—No te enfades conmigo —Me pide en un susurro.
—No estoy enfadada contigo, Víctor. Solo que no necesito uno, te lo juro. He vivido sin un médico de cabecera y no creo que esté tan chiflada para… —Me pone una mano en la boca.
—Ya lo entendí, cariño. Ahora sí parece que estás enojándote.
Bajo los hombros.
—Lo siento
Durante las semanas siguientes, la pena y la impotencia, fueron desapareciendo tanto en mí como en los demás. Mi madre estaba lo suficientemente ocupada con la construcción de su negocio como para ponerse a pensar en Manuel, Cristy ha comenzado la etapa final de sus exámenes, Víctor parece controlar el impulso de echarse a morir y Victoria descarga su ira en el boxeo. Yo estoy metida de lleno en mi trabajo, ir y venir de oficina en oficina, salir al aire y poner mi mejor voz a la gente que nos escucha en sus casas.
Lo que puedo rescatar de esto, es que Liliana y yo hemos vuelto a hablar. Si bien ya estábamos más o menos de buenas, ahora con su embarazo nos hemos vuelto más unidas. Tiene una pequeña panza de cinco meses que le sienta de maravilla. Sus ojos lucen más brillantes y se ha estado cuidado mucho en su alimentación.
Y cada vez que veo a Ana siempre tiene una sonrisa para mí, la cual agradezco más de lo que imagina. Los cambios de Sergio no van más allá de un saludo con la cabeza o algún esporádico – hola -, pero hasta ahí.
Los fines de semana son mis favoritos; Victoria se queda conmigo el viernes, sábado y domingo. Se ha vuelto una costumbre, se dio sin que se lo pidiera, simplemente se ha ido convirtiendo en un hábito. A veces tenemos a Ethan y a Casey para cenar. Incluso Víctor, se queda a dormir los sábados. Al principio solo venía a cenar, pero en pocas semanas, y con el beneplácito y ciertas "normas" de Victoria, al final, somos tres en las noches del sábado.
Ella lanza su mochila con ropa encima de mi cama, sentándose y apoderándose de la almohada. Mira a Víctor con los ojos entrecerrados.
—Tú vete al cuarto de huéspedes que esta cama es mía.
Víctor apunta con su dedo hacia ella y luego me da una mirada.
Encojo los hombros.
—Si ella lo dice...
Frunce el ceño con diversión, fingiendo dolor. Recoge una de las almohadas del suelo, apretándola en su pecho y caminando a la puerta. Se voltea para clavar la mirada en nosotras.
—Me van a extrañar y las dos van a estar rogándome que vuelva.
Le lanzo un beso al aire antes de que se vaya.
Me quito la bata delgada que he sacado del armario, escondida entre la ropa de verano. El frío invierno fue reemplazado por un cálido Marzo primaveral. Ya no es necesario dormir con dos pares de calcetines ni cubrirte con todas las frazadas posibles y mucho menos frotar tus manos para quitar los escalofríos. Amo el invierno, pero a veces la temperatura era demasiado baja. En cambio, la primavera y otoño, son épocas donde no es ni lo uno ni lo otro.
Victoria apoya la cabeza en el cojín justo cuando yo hago lo mismo y nos quedamos mirando.
—¿Qué te pasa? —Le pregunto.
No me responde de inmediato.
—Tiene que ser extraño para ti ¿verdad?
Frunzo el ceño.
—¿Sobre qué?
—Que papá y yo invadamos así tu casa… tiene que ser abrumador para una persona que vive sola.
Sus ojos son tan hipnóticos que me quedo pegada en ellos.
—No es abrumador, Victoria —Le contesto— Me encanta tenerte aquí y a Víctor. Me gusta que invadan mi vida de esta forma.
—¿Robando tu cama? —Pregunta con una sonrisa.
Le devuelvo la sonrisa.
—Mi cama, la tv, la nevera, el baño ¿quieres que siga?
Se echa a reír, escondiendo la cabeza en la almohada. En ese momento aprovecho para acercar mi mano y pellizcar su estómago. Reacciona de inmediato, retorciéndose sin dejar de reírse.
—¡Myriam! —Sigo pellizcándola y de algún modo logra zafarse al tomarme de las muñecas— No. Hagas. Eso.
—Lo siento —Voy a pellizcar de nuevo pero consigue apartarse rápidamente— ¡Miedosa!
Agita la cabeza, negando y protegiéndose el estómago con la colcha, mirándome detenidamente para saber si voy a atacar de nuevo.
—Tengo armaduras para defenderme.
Miro a su mano, negando con una sonrisa.
—¿Tu armadura es el control remoto?
Sus ojos parpadean, como si fuera obvio.
—¡Todo sirve!
En abril el grupo de piano en el colegio de Victoria prepara una presentación musical. No es porque Victoria sea mi hija, pero para mí fue la mejor tocando el piano. No se detuvo en ningún momento interpretando River flows in you, como si tuviera 30 dedos en el teclado. La melodía inunda mis sentidos, llevándome a una clara melancolía. Cierro los ojos para abrirlos de inmediato, notando como todo el mundo está en silencio, probablemente sintiendo lo mismo, o tal vez soy solo yo. Fue la primera vez en mucho tiempo que pasé más de dos horas con la familia de Víctor. Sin embargo, no me sentía tan incómoda como antes.
—Ella es buenísima en el piano, sabes —Me comenta Ana, codeándome. La escucho soltar un suspiro— Me hubiese encantado tener una hija.
—¿No piensan tener más? —Pregunto con curiosidad.
Sus ojos se agrandan al mirarme.
—¡Dios mío, no! Es suficiente trabajo criar a gemelos, sobre todo si son tan hiperactivos como los míos.
Después de la presentación, Victoria llega con una sonrisa hasta nosotros. Víctor pega un ojo en ella de forma posesiva cuando Ethan se acerca.
Pongo una mano en su brazo.
—Víctor, basta —Le digo.
—Mira como la está mirando…
—¡Son novios! —Susurro.
—¡Es mi bebé! —Susurra devuelta.
Me echo a reír, viendo como Víctor me mira con cara de pocos amigos.
.
Cristy ha estado participando en distintas obras de teatro, de las cuales, todas he asistido. A mi madre se le infla el pecho cada vez que nos sentamos en las butacas, mirando a la gente de atrás y señalando que una de las alumnas es su hija. Nany y yo rodamos los ojos.
.
—Tengo planes para este fin de semana —Víctor se impulsa en la hamaca nueva que compré hace algunas semanas, causando que me maree— Una cita mañana y el sábado una salida de tres.
Es un templado jueves por la noche.
—¿Qué tienes pensado?
Tamborilea los dedos en su barbilla.
—Quiero que veamos el atardecer en la playa. Nunca hemos ido, ni siquiera cuando niños —Me mira esperanzado— y el sábado por la noche podríamos ir los tres a los bolos ¿qué te parece?
Me causa ternura su entusiasmo. Dejo un beso en su cuello, notando como se estremece por eso.
—Me parece estupendo.
Las cosas realmente estaban mejorando. Mi relación con Víctor no se ha estropeado para nada. Mientras más difícil se volvía todo, él se las ingeniaba para que ambos estuviésemos bien. Bueno, los tres. Victoria simplemente no le gusta hablar del tema de su abuelo, así que tampoco insistimos.
.
Paso una delgada línea del lápiz alrededor de mi ojo, agradecida de tener buen pulso ésta tarde. No soy una experta maquillándome, pero se puede decir que tampoco parezco un mapache cada vez que tengo que salir. Peino mi cabello con cuidado de no invocar al frizz, deteniéndome en las puntas y soltando un suspiro. He llevado tanto tiempo el cabello en los hombros que ahora que me miro al espejo, lo único que encuentro es a la misma Myriam de siempre.
Veo a la Myriam divorciada de antes.
Sacudo la cabeza a la vez que me alejo del espejo y quito mi blusa. Estoy en sujetador cuando Víctor me envía un mensaje diciendo que viene camino a buscarme. Empiezo a elegir la ropa del armario, seleccionando y dejando a un lado algunas. Termino eligiendo un vestido de primavera con tiras delgadas en los hombros, el largo no alcanza a llegarme a las rodillas y unas ballerinas blancas, que aunque sé que voy a verme mucho más baja junto a Víctor, no me importa.
Me siento en la cama para esperarlo, quedándome automáticamente pegada al marco encima de mi mesita de noche. Antes solo estaba la foto, pero ahora me había esmerado en enmarcarla. Mi sonrisa es perceptible, mis dedos rozando por encima del frío vidrio. La carita de mi pollito recién nacida es lo primero que veo cada mañana y es lo último que veo antes de dormir.
Cuando Víctor finalmente llega me doy prisa para salir. Me pongo un delgado chaleco blanco y tengo la mirada de mi novio analizando con lentitud mi apariencia, como si estuviera debatiéndose entre decir algo o quedarse callado.
—Te ves… adorable.
Formo una mueca.
—Romántico, muy romántico.
Me toma del brazo, depositando un beso cariñoso en mis labios.
—Te ves preciosa —Me mira con ojos penetrantes— ¿Te he dicho que me encanta que seas más baja que yo? ¿No? Te lo digo ahora… Myriam, me encanta que seas más baja que yo.
—¿Aunque luego tengas dolor de cuello por mirarme a los ojos?
Me sonríe.
—Definitivamente sí. Vale la maldita pena.
Son cerca de las seis cuando nos vamos a la playa. He olvidado como se sienten mis pies en la arena, incluso puedo contar con los dedos de mis manos las veces que he venido. La brisa del mar con ese aroma tan único me hace sentir tan en paz conmigo misma, que bien podría meterme al agua durante horas. Llevo mis ballerinas en las manos, Víctor sus zapatos, así que estamos empujando la arena lejos de nosotros mientras avanzamos.
—Me gusta estar aquí, se siente tan cálido —Le digo.
Se escuchan las olas ir y venir con el ruido de las aves sobre nuestras cabezas.
—Lo sé, yo siento lo mismo —Me jala cerca, su mano alrededor de mi cintura— Aquí puedes dejar fuera todo, por muy imposible que parezca.
Mi pelo se pega en mi cara y tengo que apartarlo todo el tiempo.
Muerdo mi labio por lo que voy a decirle.
—Lo de tu padre te ha tenido en las nubes —Suelto.
Víctor suspira.
—Sí, tengo que reconocerlo. —Aparta la mano de mi cintura, bajando el brazo para entrelazar su mano con la mía— Ha estado yendo al psiquiatra, sabes. Ya sé que no te importa pero… bueno, lo siento.
—No importa, Víctor. Puedes contarme si quieres.
Vuelve a suspirar.
—Su psiquiatra le dice a mis hermanos que papá está deprimido, su depresión es más de lo que imaginamos. Tía Sarah tiene que mantenerlo en vigilancia por cualquier cosa.
Su mano se ha vuelto rígida en la mía y tengo que sobar sus nudillos para calmarlo.
—A Manuel… se le vino el mundo encima de sopetón.
—Fue su culpa.
—Lo sé.
—Sergio dice que él es consciente de lo que hizo, que está arrepentido, pero eso no me sirve, Myriam. Puede que sea un orgulloso de mierda, pero no puedo evitarlo.
—No eres orgulloso, Víctor —Confieso, elevando el rostro— ¿No recuerdas las veces que estuvimos juntos aun cuando no me perdonabas? Me buscaste y no sabías la razón. Decías que no ibas a perdonarme pero estabas ahí de todos modos.
—Porque te amaba, Myriam. Te amo ahora.
Mi corazón late con fuerza por sus palabras.
—Si fueras orgulloso, me hubieses rechazado. No te importaría lo que sintieras por mí, el orgullo termina arruinando a las personas, termina haciendo que pierdas a los seres que amas y tú no hiciste eso. Tú estás enojado, triste y decepcionado. No entiendes sus razones a pesar de que ya te las ha dado. Estás así porque tu padre era tu ejemplo y de pronto era todo lo contrario.
Ladea la cabeza.
—No sé si algún día pueda perdonarlo, la verdad. —Encojo los hombros hacia él— Si él realmente quiere mi perdón, el de Victoria y el del resto de mi familia, va a tener que hacer grandes méritos, pero grandes. Algo que encuentro difícil que suceda.
No hablamos más del tema. Es nuestra cita y vamos olvidar a Manuel. Caminamos alrededor de la playa mucho tiempo hasta que vemos como el cielo comienza a tornarse anaranjado. Nos sentamos en la arena, mis piernas sintiendo el áspero cosquilleo de ésta. Pongo mi cabeza en el hombro de Víctor, mi brazo en torno al suyo, fuerte y duro, para sostenerme.
—¿Víctor?
—¿Myriam?
—Te amo
—Yo también te amo.
.
—Bueno ¿dónde quieres cenar? —Caminamos por el luminoso centro de Seattle. Como es viernes por la noche las calles están repletas de gente. Vamos de la mano, el aire fresco haciéndonos cosquillas las mejillas.
—Umm —Murmuro con un dedo sobre mis labios— Todo está lleno, no vamos a encontrar lugar en ningún restaurante. —Seguimos nuestro camino, haciéndonos paso entre los transeúntes. Algunos ya están tropezándose en el suelo, apestando a alcohol a una generosa distancia. Me quedo mirando un puesto cerca de una botillería— Ya sé dónde.
—¿Dónde? —Me pregunta y le señalo el lugar— ¿Quieres comer pizza?
Encojo los hombros.
—No está mal.
Sonríe, enseñándome su hoyuelo.
Hay bastante gente en las mesas, pero alcanzamos a escoger una a nuestro gusto. Víctor pide una pizza para dos con suficiente queso y pollo cocido. Estoy sentada sola en nuestro lugar, mirando como viene hacia mí guardando su billetera.
—Ordené dos gaseosas ¿está bien?
—Sí, gracias.
Se sienta en la silla a mi lado.
—Nunca podría olvidar de tu gusto por la pizza con pollo cocido.
—¿Por qué?
—Porque es la favorita de Victoria y con mucho queso, al igual que a ti.
Sonrío— ¿En serio? —Agita la cabeza con una sonrisa radiante— ¿Pediste con extra de pepperoni? Sé que te gusta el pepperoni.
—Sip —Responde, sus ojos viajando en los míos. Se queda contemplándome como si fuese un trofeo— Eres hermosa, Myriam.
Intento parecer tranquila.
—¿Debo ruborizarme?
—Deberías, porque estoy comiéndote con la mirada.
Ruedo los ojos.
—Deja estómago para la pizza.
—Bueno, nunca está de más guardar espacio para el postre. —Eleva una ceja con descaro.
Entrecierro los ojos hacia él, consciente del doble sentido en sus palabras, mas si está sonriendo socarronamente.
Cuando la pizza llega a nuestra mesa, mi estómago ruge como una leona. El queso resbala de la caja y estoy a punto de decirle a Víctor que se compre su propia pizza. Bueno, no es cierto. Tampoco podría comer tantos trozos de pizza de una vez. Veo como Víctor se mancha las orillas de su boca con queso y estiro mi mano para quitársela con el dedo. Él me mira con agradecimiento, alcanzando su servilleta y terminando de limpiarse.
—¿Te conté alguna vez que en la primera cita de Ana y Sergio, éste la invitó a una pizzería y Ana se puso a llorar?
Me atraganto con la gaseosa.
—¿Qué? —Enarco una ceja— ¿A llorar?
Víctor se echa a reír.
—Ella tenía grandes expectativas en la primera cita, entonces Sergio le pregunta "¿Quieres pizza con pepperoni o con champiñones?" y Ana estaba llorando delante de la cajera.
—Pobrecita —Me río— Imagino que no consideraba la pizza realmente un coqueteo —Le digo— Tú fuiste muy caballeroso en nuestra primera cita —Recuerdo— Una agradable conversación, vino, cena y un baile lento.
Termina de masticar un trozo.
—La compañía que tuve esa noche fue muy agradable.
—Mmm… me pregunto quién será la afortunada. —Él se acerca a mí y me da un beso sosteniendo mi barbilla— Ellos se quieren mucho ¿verdad? Ana y Sergio.
—Oh, sí. Mucho. Tienen sus problemas como cualquier pareja, sus pros y contra en la crianza de los niños, pero son una buena dupla.
Asiento.
—Me cae bien Ana.
—Y tú también le caes bien —Me dice, tomando un sorbo de su gaseosa— y Sergio…
—Sergio es un caso especial —Interrumpo antes de cualquier cosa.
Me mira a los ojos.
—No creas que te odia —Encojo los hombros, sabiendo que miente— No, es en serio, Myriam. Él estaba un poco confundido por lo que pasó y solo no sabe cómo tomarlo.
—Está bien, no estoy recriminando nada. Entiendo que no confíe en mí.
—No se trata de eso. Sergio adora a Victoria y ve que ella está bien con que tú estés en su vida, así que no tiene problema con eso.
Dejo el trozo de pizza en la mesa.
—Víctor, yo sé que en tu familia hay buenas personas. Sergio es uno de ellos, lo sé porque se nota cuánto quiere a Victoria y eso es suficiente para mí. —De pronto recuerdo algo— A todo esto ¿qué te dijo tu madre sobre nosotros? ¿Tú ya se lo habías dicho? Porque no parecía realmente impresionada cuando nos vio besándonos aquella vez.
Frunce el ceño.
—No lo sé —Responde con sinceridad— ¿Instintos de madre? O tal vez Liliana se fue de lengua.
No digo nada al respecto porque yo también me fui de lengua con el secreto de Liliana.
Luego de nuestra cena, regresamos a casa.
Víctor se ríe de mí porque no puedo acertarle al cerrojo.
El pasillo del noveno piso está oscuro a esta hora de la noche. Así que poco puedo ver si no fuera por la linterna del celular. Logro meter la llave y en segundos entramos al departamento. Estamos riéndonos como dos borrachos cuando ni siquiera hemos bebido alcohol, pero por algún motivo estoy tentada de la risa.
En algún momento se acerca a mí y posa sus largos dedos en la comisura de mi boca, trazando las yemas por el contorno y sus ojos están traspasando los míos sin piedad. Me acerco a él hasta que mi pecho choca en su cuerpo. Inmediatamente siento su labios moldearse en los míos de una forma tan delicada, que ruego para que lo haga siempre. Me empuja suavemente hacia la dura pared de concreto, causando que suelte un gemido sordo. Víctor suelta otro gemido mientras nuestro beso se vuelve más profundo, con más intensidad, dejándome completamente sin aire. Y luego sin que me dé tiempo a nada, se separa, dejando mi trompa estirada como un patito.
Mis mejillas están ardiendo y su sonrisa de superioridad me hace querer golpearlo en la ingle.
Acaricia mi mejilla con sus dedos.
—Buenas noches, novia.
Le frunzo el ceño y antes de que pueda irse, tiro de su brazo hacia mí. Casi puedo verlo sonreír. Engreído. Me pongo de puntillas y sostengo sus mejillas con mis manos.
—Quédate conmigo esta noche —Susurro.
Su sonrisa se profundiza.
—Es lo que estaba esperando que dijeras.
.
—¿Qué hacemos aquí? —Pregunta Victoria un poco confundida.
La calle está abarrotada de gente, más que ayer por la noche.
Víctor se gira hacia nosotras con una sonrisa.
—Vamos a jugar bolos.
—¿Bolos? —Pregunta— Oh…
—¿No te gusta? —Me dirijo a ella.
Encoje los hombros.
—Nunca he jugado a los bolos.
—¿Nunca la trajiste a los bolos? —Miro a Víctor.
Vemos como él paga nuestras entradas.
—Podía romperse el brazo.
—Gracias por la consideración —Resopla.
Hay una larga fila que avanza rápidamente, así que en poco tiempo estamos cruzando la puerta del lugar lleno de luces. No solo están los bolos, sino que todo tipo de juegos; autos chocadores, basquetbol, carrusel, máquinas de peluche, etc.
—Bueno, no se vayan a perder, eh —Nos dice Víctor que camina por delante de nosotras.
Victoria me da la mano de la misma forma que yo lo hice en la feria navideña unos meses atrás.
Intercambiamos los zapatos con la chica encargada, tomando los nuestros con el número correspondiente y nos vamos a nuestro lugar. Al lado de nosotros hay una familia de cuatro jugando. Dos adultos y dos menores. La chica parece tener la edad de Victoria y el más pequeño aparenta unos diez años. Están jugando en parejas, las mujeres gritan de entusiasmo cuando logran derribar todas las piezas.
—¿Quién comienza? —Pregunto.
—¡Yo! —Victoria se pone delante de nosotros, acercándose a una bola anaranjada. Víctor se acerca para enseñarle cómo hay que usarla, pero ella lo detiene— Sé hacer esto.
—¿No habías dicho que nunca has jugado?
Encoje los hombros, poniendo en posición los dedos en el agujero y sacando la bola. Había olvidado la fuerza que Victoria tiene en los brazos.
—Lo he visto un millón de veces en la televisión. Ahora, si me das permiso… gracias.
Víctor me mira con una mueca y luego la vemos lanzar la bola con fuerza. Ésta avanza derecho hasta que los pinos caen en hileras al mismo tiempo.
—¡Eyyy, eres buena! —Exclama Víctor— Bueno, en realidad ha sido solo suerte.
Le enseña la lengua.
—Veamos quién gana.
—¿Myriam, cariño? Tu turno.
Muerdo la pielecita de mi labio, haciendo sonar mis dedos y elijo una bola roja. He jugado un par de veces a los bolos, pero tampoco es que sea una experta. Me pongo en mi lugar, mirando hacia los pinos con determinación. Finalmente hago impulso y la bola sale disparada de mis manos. Va derecho, derecho, derecho y ¡zas! Cae la gran mayoría, salvo uno.
—¡Casi! —Exclamo.
Victoria está mirando detenidamente la única pieza de pie.
—Dios, estoy segura que se estaba moviendo.
Miramos, pero la pieza sigue intacta.
Ahora es turno de Víctor, quien arremanga su camisa hasta los codos. Victoria y yo rodamos los ojos por su obvia exageración. Toma una bola verde y se pone en posición. Demora más de lo habitual, analizando la bola derecho a las piezas. Después de mucho tiempo, en el que estamos casi gritándole que tire, él se hace impulso y la bola se va a hacia adelante, pero… cae en las esquinas.
Victoria esconde la cabeza en mi hombro cuando suelta una carcajada.
Me muerdo la lengua tan pronto Víctor se gira hacia nosotras. Él frunce el ceño, su rostro tornándose divertido.
—¿Se están burlando de mí?
Ella niega con la cabeza, cubriéndose la boca con la mano.
Y luego, sin poder controlarlo más, las dos rompemos a reír.
—Lo siento, papá —Se disculpa— Es que es muy gracioso lo terrible que eres para esto.
Víctor encoje los hombros.
—Solo estoy precalentando…
Sin embargo, sus siguientes tiros son peores. La bola solo azota a unas pocas. Finalmente se da por vencido y nos deja competir entre las dos. Victoria es buena lanzando, pero al parecer, mientras más lo hago yo, mejor es el resultado. Llevamos 4 lanzados y estamos empatadas. Preparo mi penúltimo tiro, haciendo lo que hecho en los anteriores. La bola derriba todas las piezas, sumándome puntos. Victoria entrecierra los ojos en mi dirección, sonriendo y chocando su mano en la mía. Luego va hacia la bola azul para prepararse. Cuando lanza, parece ir bien, pero para su desgracia dos piezas quedan en pie.
Se cubre la cara, todavía sonriendo.
—Está bien, lo acepto. Ganaste.
Víctor levanta un dedo.
—Todavía no, si Myriam falla, habrá revancha.
Tomo la última bola, ahora color rosa y miro hacia las piezas. Mi muñeca duele cuando la dejo en el aire, yendo hacia atrás y lanzándola.
Derribo todas las piezas.
Víctor se echa a reír, dirigiéndose a Victoria.
—¿Y, princesa?
Me giro cerca de mi hija, juntando mis manos y con una sonrisa bailando en mi rostro.
—Lo siento bebé, pero ¡gané!
Ella estira sus manos y las mías chocan en las suyas de nuevo.
.
Victoria me quita una papita de mi plato.
—Eso es por ganarme —Luego le quita dos a Víctor— y eso es porque eres el peor americano en jugar bolos.
Víctor traga una papita, sus ojos fijos en ella.
—Tú también eres americana y perdiste por dos piezas que no cayeron. Soy el peor jugador pero tú eres segundona.
Suelta un resoplido de indignación cargado de diversión.
—Papá ¡eres tan cruel conmigo!
Nuestros rostros lucen cansados cuando terminamos de comer, de modo que estamos de acuerdo que es hora de ir a casa.
—Ey, princesa —Llama Víctor y Victoria levanta la cabeza del respaldo, parece a punto de quedarse dormida— ¿A dónde fuiste anoche?
Cruza sus brazos sobre el pecho, acurrucándose en el asiento.
—Ya te lo dije, papá. Dormí en casa de Casey.
Víctor murmura algo por lo bajo. Pongo los ojos en blanco, sabiendo lo que dirá a continuación.
—Umm, ¿Ethan estaba allí?
Victoria suspira.
—Él vive ahí ¿no? —Le responde.
Me vuelvo a él.
—Víctor… —Susurro con tono de advertencia.
—Papá ¿vas a odiar a mi novio toda la vida?
Escucho la palabra "novio" en su frase y puedo sentir el corazón de Víctor partirse en dos.
—Sí —Le responde— Es un traidor. —Suelto una risita, mirando por la ventana— ¿Qué? Es cierto.
Pollito sacude la cabeza.
—Eres increíblemente celoso.
En el semáforo, él se voltea a mirarla.
—Yo protejo a mi princesa.
.
A mediados de Junio, Liliana y Erick reciben la llegada del pequeño Jackson Anthony Sandoval, de 3 kilos, 800 gramos y 52 centímetros. Es un bebé con mejillas rechonchas y mucho cabello oscuro. Lo que más llama mi atención es lo largas que son sus pestañas.
Sostengo a Jackson en mis brazos, temerosa de hacerle daño y babeando por como intenta abrir sus ojos. Me gusta el olor que tiene, ese olor propio que tienen los bebés en su totalidad.
—¿Cómo te has sentido, Liliana? —Le pregunto, viendo su rostro pálido en la cama. Ha estado acostada con fiebre desde que le dieron de alta. Sus defensas estaban bajas luego de dar a luz.
Ella suspira, estirando una tela celeste del bebé.
—Un poco mejor ahora, gracias a Dios —Eleva los ojos— ¡Pensé que no me recuperaría nunca!
Hace un pequeño rebote.
—Me alegra oír eso… —Contesto con sinceridad— Además, este pequeño dormilón parece necesitar la atención de su mami —Digo dirigiéndome a un Jackson removiéndose en mis brazos. Hace una divertida mueca como si fuera a reírse. Beso suavemente su frente, sintiendo la débil piel que posee— Cristo, hace años que no cargaba un bebé.
—No has cargado muchos bebés ¿verdad?
Frunzo el ceño, negándole en respuesta.
—Victoria fue la última.
Liliana abre mucho los ojos.
—¿Quéee? Myriam ¿No has cargado un bebé desde que Victoria nació? —Niego, mi nudillo apenas rozándole la mejilla regordeta a Jack— Guau…
Sonrío.
—Es una dulzura, Liliana. Felicitaciones —Trato de cambiar el tema, aunque lo que digo es cierto— Me lo comería a besos —Un nudo se forma en mi garganta y rápidamente me pongo de pie, entregando al pequeño devuelta a los brazos de su madre— Ten, creo que está hambriento.
—Uy, sí. Cuando arruga la cara de esa forma, es porque quiere mi pecho. ¡Okay, cariño! Mamá va alimentarte.
Los meses posteriores, fueron más relajados para mí. En el trabajo había acabado con la sección noticias y Jeff decidió que solo me quedaría con el de la mañana, así que ahora trabajaba hasta las 5 de la tarde, cosa que me venía estupendamente.
Rocio finalmente estaba saliendo con Paul. A pesar de que al principio no quería aceptar lo que sentía por él y menos terminar por correr a sus brazos, se dio cuenta que estaba más pendiente de su vida de lo normal. Y Paul realmente estaba interesado, por algo siempre trataba de acercarse de alguna forma o actuaba como un adolescente haciéndole bromas.
Y Ángela, que aunque ella no quiera reconocerlo, sé que últimamente ha estado acercándose más a Eric. Ella dice que es porque la hace reír y como yo soy su amiga, la amistad se formó sin que se dieran cuenta. Yo sé que Ángela está asustada por lo de su último fracaso amoroso, pero le he dicho que tiene que superarlo y si Eric es su vía de escape ¡bienvenido sea!
Mi madre nos tiene los pelos de punta con su entusiasmo por la panadería, aunque me agrada verla tan contenta. Según sus cálculos, estaría listo a fines de Noviembre.
Y Cristy junto a Adrian decidieron ir a visitar a Sue y a Carlosa Arizona un fin de semana.
Mi pollito, cada vez estaba más cerca de mí.
Qué decir de Víctor, eso era evidente.
—¿Vienes de entrenar? —Le pregunto a ella cuando la veo dejar caer un bolso pesado encima del sofá. Sus mejillas están coloradas y parece demasiado agitada.
—Sí —Responde con cansancio— pero creo que no podré ir en algún tiempo.
—¿Por qué? —Revuelvo el puré de patatas que acabo de hacer, mirándola y notando como hace una mueca de dolor— ¿Qué te pasó en la muñeca?
Dejo todo a medias y me acerco hasta donde está. Apenas toco la muñeca Victoria suelta un gruñido.
—Pasé a torcerme la muñeca en el saco.
Tiene inflamado el hueso.
—Cariño, esto se ve muy mal —Busco hielo, lo envuelvo con un paño de cocina y Victoria deja su brazo encima del mesón— Esto va a arder un poco ¿sí?
Se muerde el labio, soltando un bufido sordo.
Víctor llega en ese momento, igual vestido de deporte como Victoria. Se da cuenta de inmediato lo que estamos haciendo.
—¿Quién te hizo eso? —Le pregunta preocupado.
Victoria está demasiado ocupada quejándose por el dolor como para responder, así que lo hago por ella.
—Un pequeño accidente mientras boxeaba —Se queda pegado viendo el paño con hielo— Víctor ¿puedes sostenerlo por mí?
—Deberíamos llevarla al hospital, puede tener algún hueso roto.
Victoria solloza, el dolor creciendo.
—¡No quiero ir al hospital!
Traigo un botiquín, saco una venda y con cuidado, Víctor y yo, cubrimos su muñeca.
Me dirijo a ella.
—Tenemos que llevarte al hospital para estar seguros.
—No te va a pasar nada malo —Le consuela Víctor— Princesa ¿confías en mí?
Ella asiente, todavía con una mueca de dolor.
Afortunadamente no hay ningún hueso roto y solo inflamación en la muñeca. El doctor la envía a casa con suficientes medicamentos para que pueda dormir tranquila esta noche.
Se queda en mi departamento aun cuando es martes. Tiene la mano estirada como si se tratara de una escayola.
Le llevo un té cuando me voy a acostar. Lo recibe con su mano buena.
—Podría haber sido la derecha y así no tendría que escribir en clases —Se queja, bebiendo de la taza caliente— Gracias por el té, Myriam. Y por la venda.
—De nada, princesa.
Unas semanas más tarde, mientras Víctor y yo caminamos por la playa como se nos ha hecho habitual desde nuestra cita, él tira de mi mano y me hace girar como si estuviésemos bailando. Suelto una risita, ruborizándome al darme cuenta que la gente nos mira.
—¿Sabes una cosa, Myriam?
—¿Uhm?
Pone su brazo alrededor de mi cuello y mi mano derecha alcanza la suya, como si fuera un cinturón de seguridad cruzándose en mi estómago.
—Me gusta esta vida. La que tengo ahora.
Elevo mi rostro.
—¿Cuántas vidas has tenido? —Pregunto burlona, cosa que lo hace reír sacudiendo la cabeza.
—Me refiero… a que me gusta el camino que ha tomado mi vida —Nos detenemos en un carrito de algodón de azúcar— ¿Quieres uno?
Digo que sí y compra dos para comer en el trayecto.
—A mí también me gusta a dónde se ha dirigido mi vida —Le digo, mi boca llena de dulce. Me limpio con una servilleta las comisuras— Tú y Victoria llegaron para darle sentido a todo. Ahora no me pregunto por qué tal cosa o por qué sucede esto, simplemente vivo…
Él asiente, estando de acuerdo.
—Tal vez estemos haciendo planes a futuro para ser una familia, pero Myriam… ya somos una familia.
—Ya somos una familia —Repito— Me gusta como suena.
Víctor me regala una sonrisa nostálgica, sacando un poco de su algodón y metiéndolo a mi boca con suavidad. Paso mi lengua por su dedo, viendo que eso lo hace verme con una mirada divertida.
—A mí también me gusta, me gusta mucho, Myriam.
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Mensaje  myrithalis Lun Feb 15, 2016 11:55 pm

Gracias por el capitulo
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Mensaje  monike Mar Feb 16, 2016 9:18 pm

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Que buena novela niña, me encanta
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Mensaje  Eva Robles Mar Feb 16, 2016 10:50 pm

Gracias por el capitulo

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Mensaje  Bere Mar Feb 16, 2016 10:58 pm

Capítulo 29
Tormenta eléctrica.
Myriam
Un año y dos meses después…
"Su llamada será transferida a un buzón de mensajes…"
Suelto un bufido, cortando la llamada a regañadientes.
Perdí la cuenta de las veces que he tratado de llamar a Víctor y a Victoria sin tener éxito. La pantalla de mi celular me avisa que no tengo señal, pero como soy terca sigo insistiendo. Me quedo de pie en medio de unas sillas vacías, marcándole a Víctor otra vez. Nada. "Su llamada será transferida…"
—Bueno, cállate ya —Me quejo a la operadora.
Pego un salto echándome hacia atrás cuando una de las ramas del árbol de afuera golpea la pared. Pongo una mano en mi pecho, mi corazón a punto de salirse de su lugar. El sonido es resquebrajado, agrietado.
A lo lejos, veo como Ángela corre en mi dirección a toda prisa.
—¡Myriam, aquí estás! He estado buscándote por todas partes—Se sostiene de mi brazo para recuperar el aliento— Te tengo malas noticias.
Hago una mueca desagradable, sintiendo el terror invadirme.
—¿Qué quieres decir con malas noticias?
Se estremece con el ruido de las ramas todavía golpeando la pared.
—A causa de la tormenta, un árbol cayó en medio de la carretera hacia Seattle.
—¿Quéee? —Llevo ambas manos a mis mejillas— ¡No me digas eso!
Ángela hace una mueca.
—Según lo que me han informado, tardará unas 5 horas en arreglarse porque creo que se desprendieron algunos cables y eso es más peligroso.
Suelto un bramido.
Cierro los ojos, consciente de que tendré que quedarme un poco más de lo estimado. Llevamos una semana alojando en Tacoma por órdenes de jefatura. Jeff contrató a Ángela como mi compañera en el programa hace unos cuatro meses, razón por la que últimamente pasamos más tiempo juntas que antes. Nos enviaron a las dos a la inauguración de una emisora nueva en esta ciudad, invitándonos a participar en la primera semana para así lograr llamar la atención de la audiencia, ya que yo era muy escuchada por la gente de acá, cosa que me sorprendió y alagó mucho.
Ésta tarde terminó nuestra estancia, sin embargo, el clima nos jugó una mala pasada en la carretera.
Marco al número de Victoria.
Nada.
—Ni siquiera puedo contactarme con esta cosa. —Señalo el móvil.
Ella revisa el propio.
—Ni yo. No hay cobertura —Levanta el aparato al aire— ¡Que desesperación! Quería regresar pronto a casa. Espero que no haya problema con sacar ese árbol…
Me estremezco. Espero que no.
—Yo también —Contesto refiriéndome a querer regresar a casa.
Sin más que hacer, caminamos hacia el comedor.
Luego de abandonar el hotel, nos quedamos atascadas en el barro por la lluvia, motivo por el cual encontramos este lugar a la deriva. Aunque ahora que lo pienso, estoy agradecida de haberlo hecho. Es un enorme gimnasio al que convirtieron en refugio hace algunos años, cuando antes ya había pasado algo parecido con el canal.
Una mujer hippie se acerca para hablarnos.
—Hay caldo de pollo para la cena, les recomiendo que pasen en seguida a la mesa antes de que se ocupen todos los puestos —Nos pide con una sonrisa— Soy Carmen, por si necesitan cualquier cosa.
Le sonrío— Gracias
Marco a Cristy aun si sé que no hay modo de comunicarme con nadie.
Nos sentamos en una larga mesa desocupada. Estoy agotada mientras guardo el móvil en mi bolsillo, suspirando y haciéndome a la idea de que voy a tener que esperar cinco horas y algo más aquí.
Ángela me regala una sonrisa tímida.
—Ya sé que estabas deseando volver —Me dice.
Pestañeo con fuerza.
—Nunca antes había querido regresar tan pronto a casa.
Me sonríe.
—Bueno, eso hasta que sabes que están esperándote.
Sonrío de vuelta, acomodando mi mejilla en mi mano. El recuerdo de los dos me invade de tal forma que quiero largarme a llorar. Hasta hace unos días, no me hubiese imaginado que pasaría esto. Los meteorólogos van a tener serios problemas conmigo porque anunciaron solo nubes toda la semana.
Recuerdo que cuando me despedí de Victoria, ella me dijo "¿Me prometes que vas a volver?"
Y yo se lo prometí.
Ahora ni siquiera puedo llamar por el maldito teléfono.
La misma mujer hippie, nos trae caldo de pollo y trozos de pan.
—Espero que lo disfruten —Nos dice depositando los platos frente a nosotras y juntando ambas manos con una mirada cálida, casi maternal— Creo que con este temporal, siempre viene bien un poco de sopa.
—Muchas gracias —Contestamos Ángela y yo al unísono.
Tomo una cucharada de la sopa con la atenta mirada de Carmen a mi lado, como si se tratara de un concurso de cocina y yo fuese el juez.
En cuanto el líquido calienta mi cuerpo, me siento mucho mejor.
—Mmm, está… deliciosa —Digo con los ojos cerrados, degustado el sabor del pollo.
Eso hace feliz a Carmen y luego de intercambiar unas cuantas palabras más con nosotras, se apresura a la cocina por más platos. La mesa se ha llenado de gente en un par de segundos. Niños balanceando los pies y mordisqueando pedazos de pan. Muchos de ellos están arropados con frazadas, gorros de lana y guantes. Y es que el albergue es bastante frío. Por suerte, antes de abandonar el hotel decidí usar un abrigo. Mis botas negras llegan a mis rodillas, así que es casi imposible que entre frío a mis pies.
Tengo que apartar el cabello encima de mí para no estropearlo en la sopa.
Mi pelo creció considerablemente en un año. No queda nada del tosco y ondulado cabello hasta los hombros. Ahora había crecido hasta el término de mis pechos, mi tono castaño mucho más intenso en el sol, casi rojizo. No recuerdo haber tenido el pelo tan largo antes, pero me gusta el aspecto que tiene en este momento.
Cojo un poco de pan, metiéndolo a mi boca y masticando como si no hubiese comido en todo el día.
En realidad, no había comido en todo el día.
Me doy cuenta que Ángela está mirándome fijamente de manera un tanto inquisidora. Trago el trozo de la hogaza, encogiendo mis hombros hacia ella.
—¿Qué?
Ahora, está entrecerrando los ojos.
—Myriam… —Su tono es de intriga. Pone sus brazos sobre la mesa, empujando un poco su estómago para estar más cerca. Está sentada frente a mí en la mesa— ¿Cuándo le vas a decir a Víctor que estás embarazada?
El caldo caliente me quema la garganta con su pregunta. Refunfuño en su dirección.
—¿Qué parte del "no estoy embarazada" no entiendes?
Sacude la cabeza.
—Estás embarazada.
—No
—Sí
—No
—¿Acaso no fuiste tú la que me dijo… —Mira a ambos lados, asegurándose de que somos las únicas en nuestra conversación— que no te ha llegado el periodo?
Empujo mi silla más adelante.
—Sí, fui yo, pero ya sé por qué —Eleva ambas cejas, esperando que continúe — Estoy… pasando por una crisis.
—Una crisis —Repite no muy segura— ¿Qué tipo de crisis?
Voy a perder la paciencia si sigue interrogándome.
—Estoy estresada por tanto trabajo y eso ocasiona que deje de menstruar. Lo busqué en google. —Me llevo otro trozo de pan a la boca, consciente de que Ángela está pensando que realmente estoy loca, pero no estoy loca. Es bastante coherente mi teoría. Quiero decir, mi certeza— ¡Vamos, Ángela! Además, no es que no me llegue el periodo, es simplemente que no es como antes. —Trato de susurrarle.
Abre mucho los ojos.
—¡Oh Dios mío, Myriam! ¡Ya lo descubrí! —Gime con emoción.
Mis ojos también se agrandan.
—¡¿Qué es?!
—Estás embarazada. —Contesta con voz monótona.
Suelto un resoplido.
—Como quieras…
La verdad es que en estos últimos dos meses he estado menstruando muy poco, pero lo hago de todos modos. Eso sumado a que en ese momento vinieron las fiestas y Jeff me mandó a grabar tres programas en un día para las mini vacaciones que me tomé la semana de Navidad. Así que lo atribuyo a eso, ya que soy fácil para estresarme y normalmente me vuelvo irregular.
Ángela me mira con una sonrisa pícara.
—Cuando tengas el estómago hinchado—Estira los brazos, fingiendo estar embarazada — ¡Acuérdate de mí! —Se mofa cruelmente, acomodando sus gafas— No, es en serio. Si estás dudando sobre ello, puedo solicitar cita a mi ginecólogo. Somos amigos y puedo pedirle que te atienda lo antes posible. No sé, piénsalo —Guiña un ojo.
Pongo los ojos en blanco, erizándose mi piel cuando el ruido de relámpagos retumba en el lugar. Cruzo mis brazos sobre mi pecho, deseando que las horas pasen rápido.
Después de la cena, Carmen se acerca hasta nuestra mesa. Lleva una chaqueta marrón con flecos, pantalones demasiado anchos, pulseras alrededor de sus muñecas y el pelo negro y largo hasta su cintura. No parece del tipo de hippie del que puedas salir corriendo.
—¿Les puedo ayudar en algo más? ¿Quieren un té, un café?
Miro a Ángela y ella contrae los hombros antes de contestarle.
—Un té está bien.
Regresa sosteniendo dos tazas con bolsitas de té, azúcar y un termo lleno de agua caliente. Se acerca a mí para tenderme las cosas con gentileza. Hace una leve inclinación hacia nosotras antes de retirarse. Mi amiga abre mucho los ojos, sorprendida por la forma en que actúa la mujer y me causa risa su reacción.
Después de terminar nuestro té, nos ponemos a curiosear a la gente. Empezamos a conversar sobre nosotras, sobre el trabajo y sobre Eric. Ángela y Eric son novios desde hace muy poco. Cuando él le pidió noviazgo, mi amiga lo rechazó. Recuerdo que estaba sorprendida por eso y ella simplemente me contestó que no estaba preparada para desilusionarse de nuevo. No obstante, aquello solo duró un par de meses antes de que Eric finalmente decidiera pedírselo de nuevo. Ese chico sí que le daba igual su dignidad, pero por lo menos Ángela aceptó, gracias a los consejos de Rocio y míos, que aprovechara la oportunidad.
Las horas pasan bastante rápido gracias a nuestra charla. Buscamos una colchoneta y nos recostamos a mirar el techo. Pese a que hay un bullicio continuo, logro identificar el sonido de la lluvia.
Alguien que no reconozco anuncia más tarde arriba de una mesa, que la carretera camino a Seattle está por fin accesible. Los vítores me animan a ponerme de pie, revisando rápidamente mi celular. Son casi las once de la noche. Tenemos que esperar a que salga un poco de gente antes de decidir abandonar el refugio, eso o morir aplastadas en la entrada. Mientras vamos saliendo, recuerdo que mi camioneta sigue atascada en el barro, así que decido pedirle ayuda a Carmen. Ella gentilmente acepta mi favor, pidiendo a un grupo de muchachos que la acompañen. Enciendo el motor cuando me subo a la camioneta y entre todos empiezan a empujarla, Ángela sumándose también. La lluvia que cae no es impedimento para que sigan empujando. Unos instantes más tarde, la rueda sale del lodo.
Todos se ven cansados cuando me bajo.
—Muchas gracias, chicos. No sé cómo agradecerles.
Los muchachos se despiden, diciendo que no es nada. Carmen se vuelve a mí un tanto tímida.
—Bueno, tal vez yo sepa como puedes agradecerme —Se ríe, juntando sus manos— Tengo que ir a Seattle y realmente a esta hora no hay autobuses disponibles, si tan solo…
—Te llevamos, por supuesto —Contesto de inmediato y su sonrisa se enancha.
Enciendo la calefacción todo el camino de regreso, conduciendo con cuidado la carretera resbalosa, fijándome que los vehículos no estén demasiado cerca de nosotras y mirando el kilometraje.
No queda casi nada para volver a casa.
Víctor
Mantengo el teléfono en mi oído, escuchando el neurótico "bip, bip, bip" sin que nadie conteste devuelta.
Liliana sostiene al pequeño Jack en un brazo cuando se dirige a mí.
—Víctor, es probable que no tenga señal allí. —Frunzo los labios, exhalando— ¿Están seguros sobre el árbol caído?
Mamá le responde:
—Todos lo vimos —Jackson sonríe cuando encuentra mi madre— ¡Oh, trae a este pequeño conmigo! —Reparte besos por toda su cara, haciendo que Jack vuelva a reír. Después de un tiempo, ella también me mira— Víctor, no te preocupes. Estoy segura que no alcanzaron a regresar porque ya estarían aquí. Tienen que seguir en el hotel, quédate tranquilo.
Siento a Victoria bajar las escaleras.
—¿Ya pudiste contactarte con ella?
—No —Contesto con desánimo.
La veo que hace una mueca, mirando su celular.
—Yo tampoco.
Mi madre la observa con el ceño fruncido.
—¿Y tú todavía no te quitas eso?
Se mira el uniforme.
—¿Qué tiene de malo?
—¡Llegaste empapada de la escuela! Te vas a enfermar, mi niña.
Ella rueda los ojos, volviendo a mirarme como si en este lapsus hubiese conseguido noticias de Myriam.
Cuando Sergio llega igual de empapado, nos avisa que la carretera de salida está accesible, pero que hay una gran cantidad de tráfico camino a Seattle y que la gente está empezando a impacientarse. Ana se asegura de quitarle la chaqueta y mandarlo a que se cambie de ropa de inmediato.
Por la noche sigo sin poder contactarme con Myriam y en las noticias no dicen nada relevante. Todos hablan entre sí cuando decido de inmediato un pensamiento que tengo en la cabeza. Camino hacia la escalera.
—¡Víctor! —Mi madre llama y me detengo— ¿A dónde vas?
—Voy a buscar a Myriam —Contesto con calma. Liliana, Ana y mi madre empiezan a decir lo peligrosa que está la carretera— No pasa nada si manejo con cuidado.
Reanudo mi camino.
—Yo voy contigo —Me dice Victoria.
Me vuelvo a ella.
—No, será mejor que te quedes aquí. Estaré más tranquilo si sé que estás segura en casa.
Veo que pone ambas manos en sus caderas.
—Te recuerdo que es mi mamá y tú solo eres una distracción en su vida.
Liliana no puede contener la risa, por eso finge que está tosiendo. Elevo una de mis cejas hacia mi hija que sonríe con suficiencia.
—¿Así que una distracción en su vida, eh? —Repito con diversión— Bueno, gracias a esa distracción estás de pie frente a mí.
Ahora es su turno para elevar su ceja.
—Voy a ir, papá.
Mamá me hace señas de que no la deje. Sin embargo, me doy por vencido.
—De acuerdo, pero date prisa. Tienes 10 minutos para empacar algo de ropa, solo por esta noche —Victoria sonríe, corriendo a las escaleras.
Guardo unos pantalones, cepillo de dientes, frazadas y un anorak antes de bajar. Mi madre me insiste en que nos quedemos por seguridad, que ella no podrá dormir esta noche, pero la sostengo por los hombros para tranquilizarla. Liliana se mete en nuestra disputa diciéndole que es buena idea ir para saber si Myriam está bien y que la lluvia no tardará en darnos tregua. Termina aceptándolo con un suspiro inquieto. Victoria baja poco después lista para irnos.
—Maneja con cuidado, Víctor —Me pide Ana— Te conozco, eres igual que tu hermano. Manejan como si estuvieran en una carrera de autos.
Mamá rechina sus dientes.
—Es cierto. Por favor, hijo. Recuerda que vas con Victoria —Ella me da su mirada severa antes de abrazar a mi princesa— ¡Cariño, cuídate mucho! Y asegúrate de dormir abrigada. ¡Ah, espera! —No tarda en ir a la cocina y regresar con una bolsa— Aquí hay algunos bocadillos que les preparé. Alcanza para ustedes tres y para la amiga de Myriam.
—Gracias, abuela —Le dice Victoria, abrazándola devuelta— No te angusties por nosotros. Vamos a estar bien.
Se quedan en la puerta para despedirnos con la mano. Rápidamente nos subimos, poniéndonos nuestros cinturones de seguridad. La carretera está resbalosa, la lluvia intensa golpeando las ventanillas. Enciendo la radio para ver si hay alguna buena noticia del árbol, pero no hay más que anuncios de accidentes en la ciudad.
En cuanto mi celular vibra en la guantera, mi pecho se acelera al darme cuenta que se trata de Myriam.
"Estoy llegando a Seattle. Acabo de volver a tener señal en el móvil pero por alguna razón no puedo llamarte"
—¿Es ella? ¿Qué dice?—Pregunta Victoria.
—Está llegando a Seattle.
Ella suelta un suspiro, y yo también.
"Dime dónde nos encontramos" envío devuelta.
Myriam
Antes de reanudar nuestro camino -nos detuvimos para poder enviar los mensajes- le digo a Víctor que nos encontremos en la gasolinera cerca de su trabajo, lugar donde Carmen me pidió que la alcanzara. Todavía nos falta algunos tramos cuando Víctor vuelve a enviarme un mensaje.
"Ya estoy camino allá. Nos vemos"
Sonrío por reflejo. Sigo conduciendo, ahora más tranquila de estar por fin en Seattle.
La lluvia es intensa a esta hora de la noche, aun así me sorprende la cantidad de transeúntes por las calles. Tal vez como no acostumbro a salir tan tarde, se me imagina que todos duermen cuando yo estoy durmiendo. Gran error.
Carmen nos cuenta que su único hijo, ya mayor, vive acá, y que había prometido venir a verlo a él y a sus nietos. Ella es una pastelera conocida en Tacoma, solo que no tiene estudios y desde que es muy joven vende pasteles en las estaciones de buses. Le cuento que mi madre tiene una panadería y que tampoco tiene estudios de repostería.
Tan pronto llegamos a la gasolinera, veo el vehículo de Víctor estacionado. Me detengo, quitándome el cinturón y girándome a las chicas.
—Perdón, tengo que ir.
Me bajo del auto, caminando hacia el vehículo pero a la única persona que veo y razón por la que mi pecho se acelera, es a Victoria. Se baja del auto, caminando hacia mí en cuanto me ve. Parece como si estuviese demasiado lejos. Por más que camino, no logro llegar a ella. Mi corazón late a una velocidad increíble, perdiendo mis sentidos y prácticamente lanzándome a sus brazos. Sentir su cuerpo junto al mío otra vez me produce una paz interior, que llega hasta el regocijo. Aspiro su fragancia con un suspiro en su hombro. Ella me rodea con sus brazos con la misma fuerza que yo lo hago.
Me separo un poco para apartar el pelo de su cara, ya con menos dificultad porque lo lleva más corto. Atrás quedó su largo cabello hasta los codos. Hace algún tiempo decidió cortárselo por los hombros.
—Por un momento pensé que ya no te vería hoy, mi bebé. —Ella solo me mira, dejando que mis manos tracen sus mejillas con suavidad. Luego me doy cuenta que está frente a mí en una noche de tormenta en vez de estar bajo techo y frunzo el ceño —Espera ¿Qué haces con esta lluvia acá a esta hora?
Rueda los ojos, soltando una risita.
—Hola para ti también, Myriam. —Sonrío de vuelta. Mi corazón está demasiado acelerado y contento por escuchar su voz de nuevo. Comienzo a repartir besos por toda su cara— ¿Qué estás haciendo? —Pregunta extrañada.
—Besándote todo lo que no hice en una semana —Mi beso resuena con suavidad en su mejilla— ¿Dónde está papá?
La lluvia está golpeando sobre nuestras cabezas.
—Fue a comprar allí dentro —Señala el negocio. Nos contemplamos unos minutos en silencio, hasta que ella rompe el silencio— Bueno, mejor abrázame que te extrañé mucho. —Estira sus brazos alrededor de mi cuello, volviendo a presionarse en mí y estamos balanceándonos en medio de la nada. Noto el murmullo de Ángela y Carmen que se acercan a nosotras— Hola, Ángela.
—¡Hola, Victoria! Qué bueno verte. Tu mamá estaba angustiadísima por no poder comunicarse con ustedes.
Me separo sin muchas ganas.
—Es cierto, no había señal —Le digo.
El ruido estridente de un relámpago nos hace saltar del susto, pero a pesar del miedo y de la lluvia que comienza a ser cada vez más intensa, veo a Víctor caminar hacia nosotras. Agacha la cabeza para que el agua no golpee su rostro. Mi corazón se infla de nuevo, palpitando de una manera desenfrenada. Su rostro tenso se suaviza en cuanto me ubica.
—Nena —Su tono es casi un suspiro, acercándose y dándome un abrazo cargado de tranquilidad— ¿Estás bien? —Pregunta al separarse y sostenerme el rostro.
—Estoy bien —Aseguro. Estiro mi mentón hacia arriba, rozando suavemente su boca. La mía, ligeramente abierta, acaricia su labio inferior muy minuciosa, tomando el impulso de succionar y entre abro sus labios para sentir su aliento junto al mío. Su barba hace cosquillas mis mejillas y Víctor se da cuenta de ello, por lo que se queda allí sin apartarse. Entonces, unas voces carraspean, devolviéndome a la realidad y ruborizándome al darme cuenta que no estamos solos. Me separo de él con una sonrisa— Víctor, Victoria, ella es Carmen. Nos ayudó en el refugio que estuvimos mientras arreglaban la carretera.
—Se cayó un árbol —Cuenta Ángela.
—Sí, lo sabíamos —Contesta Víctor, volviéndose a Carmen— Un gusto, soy Víctor. Ella es nuestra hija, Victoria.
—Un gusto —Se saludan gentiles mientras otro relámpago azota el cielo— Bueno, no quería irme sin despedirme de ustedes, chicas —Luego se dirige a mí— Muchas gracias por traerme hasta aquí, Myriam
—Gracias a ti —Le contesto.
—No es nada. Cuando quieran pueden regresar, claro está, sin una tormenta eléctrica de por medio —Bromea. Mira a Víctor y a Victoria de soslayo— Puedes ir con tu esposo y tu hija a unas cabañas de allá, hay piscina y camping. Es muy bonito.
Víctor aclara su garganta ante la mención de "esposo". Asiento hacia Carmen, agradecida por el ofrecimiento.
Posterior a que se vaya, nos apresuramos a ir a nuestros respectivos vehículos. Dejo a Ángela en su casa, antes de parar en un semáforo para llamar a Víctor. Ahora sí funcionan las llamadas.
—Me gustaría pasar a casa de mamá para saber cómo están —Le digo.
Mi madre se ha asegurado de podar el jardín delantero de la casa. Tulipanes, lirios y rosas adornan la entrada con colores vivos y relucientes. Solo que eso se ve mucho más intenso en primavera.
Ésta es la segunda sensación de hogar que siento cuando entramos. La primera, cuando vi a Victoria y a Víctor en la gasolinera.
Por suerte, las encuentro despiertas.
Cristy me ve desde el salón:
—¡Myriam! —Se sorprende y luego se gira hacia la cocina— ¡Mamá, Nany, es Myriam! —Mi hermana me abraza con fuerza, sus delgados brazos rodeándome— Estábamos preocupadas por ti, no contestabas las llamadas.
Les explico sobre el árbol y de mantenerme en un refugio junto a Ángela hasta hace una hora atrás.
Ellas me abrazan, tranquilas de saber que me encuentro bien y de volverme a ver, puesto que llevábamos días sin vernos. Luego saludan a Víctor y a Victoria mientras nos dirigimos a la sala. Mi madre nos ofrece té y galletas con nueces, que por cierto son furor en su panadería.
Hace algunos meses atrás por fin pudo inaugurar su negocio R&B nombre que eligió por las iniciales de Cristy y mío. Tiene dos empleadas que le ayudan y normalmente está toda la mañana allí, pero para que Nany no esté tanto tiempo sola en casa, regresa para la comida.
Cristy pega un salto en el asiento.
—Me encantaría seguir conversando con ustedes, pero tengo un examen por el que debo estudiar —Nos besa a todos en la mejilla— ¡Arrivederci!
Me disculpo un momento para ir al baño mientras Víctor comenta sobre la tormenta con mi madre. Cierro la puerta desesperada por orinar, como si me hubiese estado aguantando hace mucho. Comencé con estas ganas descontroladas apenas probé el té de mamá. No es la primera vez que me pasa, sobre todo en las mañanas. Tal vez se deba a algún tipo de frialdad ocasionado por el clima.
Cuando regreso a la sala, Molly viene corriendo a picarme las piernas. Empieza a ladrar y a juguetear con su cola para llamar mi atención.
—Hola, nena —Saludo, tomándola en brazos— Extrañaba tus rasguños.
La perra pasa su lengua por mi mano, emocionada de verme.
Victoria se sienta cerca de mi abuela, mirando detenidamente sus manos.
—Nany ¿qué estás haciendo? —Pregunta con curiosidad.
Ella levanta un tejido de sus piernas.
—Esto es un lindo suéter anaranjado para Molly, pecosita 3. Ya sabes que este invierno ha sido bastante frío…
Llevo a Molly al sofá.
—Ella tiene más suéteres que yo —Comento.
Y era verdad, Molly tenía un suéter de distinto color para todos los días de la semana.
Nany baja sus gafas, sus ojos clavados en los míos tan llenos de dulzura.
—Deja a la vieja de tu abuela divertirse ¡Ya que aquí todos trabajan!
—Yo estudio… —Le dice pollito.
—Es cierto. Bueno, tú tienes que entenderme entonces… —Se acerca para susurrar, pero de todos modos escuchamos— ya sabes que ellos se creen superiores por ganar unos cuantos pesos a fin de mes.
Mi madre lanza una exclamación.
—¡Mamá!
.
Llegamos al edificio después de la medianoche.
Saludo a Adrian con un abrazo. Él ha pasado de ser solo el novio de mi hermana a ser casi un familiar. Es como un hermano menor.
Recuerdo que he olvidado el móvil en el auto tan pronto entramos por la puerta de casa.
—Yo voy por él, no te preocupes —Calma Víctor, pidiéndome las llaves de la camioneta.
Cuando baja a buscar mi celular, Victoria y yo nos quedamos solas en el departamento. Molly se revuelve en mis brazos con desesperación, ansiosa a que la suelte. La dejo en el suelo y ella mueve su cola mientras corre por el pasillo. Empujo mi equipaje por el piso, asegurándome de que esté cerrada y la ropa no comience a repartirse para todos lados.
—Es bueno regresar a casa —Le digo con un suspiro. Añoraba sentir la calidez del departamento.
Victoria me está mirando detenidamente.
—Sí, es cierto —Y luego, tomándome por sorpresa, ella me da un abrazo— De verdad que te extrañé, sabes.
Sonrío al envolverla en un abrazo, mi mano acariciando con suavidad su cabello.
—Yo también te extrañé, pollito. Contaba los días para volver a verte.
Se separa en silencio, mirándome como si hubiese descubierto algo. Sus ojos pasean con lentitud los míos sin apartarse demasiado. Su cambio de niña-adolescente a adolescente-mujer ha sido realmente notorio. Tiene la cintura más pronunciada y los pómulos más finos. Ella es hermosa.
—Te quiero —Confiesa.
Es la primera vez que me lo dice y siento como el corazón comienza a derretirse en mi pecho. Dos palabras que suenan a la perfección en sus labios. Esbozo una sonrisa de emoción, acercándome y chocando su frente con la mía, mis manos seguras a cada lado de sus mejillas.
—Y yo a ti, hermosa. Te amo.
Cuando Víctor regresa, las dos nos volteamos hacia él y sé que nos ha pillado en un momento íntimo, por esa razón está sonriendo.
—Aquí tienes, cariño —Me tiende el aparato.
—Gracias
Dejo la maleta encima del sofá justo cuando suena el celular de Víctor con un mensaje. Lo lee rápidamente, guardándolo después.
—Era Sergio. Quiere que lo ayude con el asunto del cumpleaños.
—¿Cuál cumpleaños? —Pregunto intrigada.
—El de los gemelos —Me contesta Victoria y lo recuerdo. No digo nada al respecto — ¿Por qué no vienes con nosotros? Es el próximo viernes.
Su ofrecimiento me sorprende.
—¿Yo?
Asiente con energía.
—Sí, tú ¿Quién más?
—Habrá un montón de niños, te advierto —Me dice Víctor sonriendo— y unos primos y tíos.
Me tenso cuando escucho decir "primos, tíos". Muerdo mi labio con fuerza.
—No lo sé, no creo que sea buena idea que…
Victoria me toma de las manos.
—¡Vamos, Myriam! Ven con nosotros. Ana estará encantada, de seguro igual te lo iba a pedir —Me está costando echarme para atrás— ¿Por favor? Hazlo por mí.
Dios…
Miro a Víctor y éste está encogiendo sus hombros para hacerme ver que Victoria no da su brazo a torcer.
Trago saliva con dificultad.
—Está bien —Contesto y ella traza una sonrisa maravillosa.
—No te preocupes por nada —Me tranquiliza Víctor.
Sin embargo, hay algo en mí que sigue pensando que no es buena idea… y no porque voy a ver a Juanita y a los hermanos de Víctor, porque con ellos no tengo problema, sino por el resto de la familia que no he compartido en este tiempo. Que no he compartido nunca.
Después de que se hayan ido, me voy directo a mi habitación. Lo normal es que se hubiesen quedado, ya que sumándole a los sábados, existen días en la semana donde también se quedan conmigo, pero suponiendo que para que Juanita estuviese tranquila, deciden irse. Hay veces que de verdad me gustaría que se quedaran y estos días en los que no nos hemos visto, esa sensación de querer tenerlos todo el tiempo conmigo, se ha hecho más fuerte. El anhelo de vivir juntos, como una familia.
Me quito las botas de camino lanzándolas al aire sin importarme nada. Me siento tan agotada y fatigada. Estoy quitándome la pulsera de la muñeca cuando veo como la lámpara parece demasiado cerca de mí. No sé si eso fue mi imaginación o es que acabo de marearme. Parpadeo rápidamente, colocando una mano sobre mi frente e inspirando profundo. Me arrepiento de decidir abrir los ojos, porque ahora la pared parece que se me va a caer encima.
—Eso te pasa por recostarte en una incómoda colchoneta —Me reprendo, cayendo encima de la cama y estirando los brazos a cada lado. Mis ojos se quedan fijos en el techo, mi pulso acelerándose considerablemente. Tomo aire como puedo y luego exhalo con dificultad— Tranquila, Myriam… es solo un mareo. No te vas a morir por un mareo ¿verdad?
Llevo el tiempo suficiente recostada para decidir ponerme de pie. Mi cabeza da vueltas, pero necesito quitarme ésta ropa y meterme a la ducha. Hago todo eso entre suspiros y de pronto me empieza a dar un terrible dolor de cabeza.
.
Rocio abre la puerta del estudio antes de que alcance la manilla. Sus ojos claros se agrandan y sus mejillas se colorean por la excitación.
—¡Myriam! ¡Ángela! —Se lanza encima de nosotras, abrazándonos al mismo tiempo. Empieza a dar saltitos de la emoción— ¡Qué bueno que ya llegaron! Las extrañé tanto. Pensé que se quedarían atrapadas en la tormenta en lo que resta de invierno.
—No nos quedamos atrapadas para siempre en Tacoma, pero mi camioneta se quedó atorada en el lodo.
—¡Oh, no! ¿Pudiste recuperarla?
Me quito la gabardina mientras entramos.
—Sí, con varias manos y fuerza extra. Unos chicos de allá me ayudaron.
Ángela suelta un suspiro.
—Ojalá nunca volvamos a esa ciudad en invierno. ¡Por favorrrr!
Los chicos nos saludan manifestándose con abrazos, apretones de mano y palabras bonitas. Rocio se queda parloteando hasta que es hora de ir al aire. Ahora no tengo que hablarle a la pared mientras me preparo. Ángela y yo hacemos una muy buena dupla. Y lo mejor de todo es que la gente que nos escucha le agrada eso. Mientras me pongo los audífonos repaso el programa en la carpeta, memorizándome el tema de hoy.
Eric levanta una mano por detrás del ventanal.
—Empezamos en 3… 2… 1… ¡Estamos al aire!
Después de terminar, me voy a la cafetería para calmar mi fatiga. Hay brownie con una costra deliciosa de chocolate. Me paso la lengua por el labio superior, sumergida en la cantidad de dulce y calorías que aquello contiene. Finalmente me decido por una galleta de avena solo para no seguir tentándome. Me conozco y sé que el chocolate causa en mí demasiada energía.
A la hora de almuerzo, recibo una llamada entrante de Víctor.
Contesto con una enorme sonrisa.
—¿Quieres almorzar conmigo? —Me pregunta con tono inocente— Por aquí cerca hay un lugar donde venden una comida china exquisita. ¿Te gustaría?
—¡Sí!
Por algún motivo, cuando veo a Víctor caminar desde la esquina de la emisora hacia mí, tengo el impulso de echarme a correr a sus brazos. Mas no lo hago. En vez de eso, mis mejillas duelen por las ganas de sonreír, así que al ver que lo hace, pronto estoy enseñándole mis dientes. Él frena su caminata cuando está demasiado cerca y me envuelve en sus brazos como si no nos hubiéramos visto en años –aunque siete días me parecieron una eternidad-. Suelto un gritito cuando mis pies abandonan el suelo y Víctor comienza a girarme en su lugar, mis manos afirmándose alrededor de su cuello. Escondo la cabeza en su hombro para no marearme. Él se ríe al escucharme gritar.
Me baja y tengo que sostenerme de su brazo para no caerme.
—Hola, preciosa.
—¡Estás loco! —Me quejo con diversión. Mi respiración cortada— Hola para ti también —Acerco mis labios a los suyos. Él me sostiene de la nuca, tocándome con la yema de sus dedos y besándome con urgencia, buscando una manera de solventar mi ausencia. Sus labios son tan suaves y tan dulces. Comienza a ser un beso ruidoso mientras su mano recorre mi espalda baja.
Lo empujo lejos cuando no quiere detener el beso. Estoy quedándome sin aire.
Al separarnos mi boca se siente hinchada; mi aliento mezclándose con el suyo en un vaivén agitado. Pongo un dedo en sus labios que se han vuelto de un increíble tono carmesí.
—Ey, cálmate —Pido con picardía y Víctor termina mordiendo mi dedo— ¡Auch!
Sonríe torcidamente, entrelazando nuestras manos.
—Será mejor que vayamos a comer antes de que se termine nuestro descanso —Me dice.
Pido arroz frito y Víctor chapsui de pollo.
—¿Por qué me dices que comamos comida china y te pides chapsui de pollo?
Me mira interrogante mientras le quito un trozo de pollo.
—El chapsui lo es.
—No lo es completamente. Es una mezcla con Estados Unidos.
Pone los ojos en blanco.
—Lo es al fin y al cabo —Vuelvo a quitarle otro trozo— ¿Te vas a comer mi comida?
—Lo siento —Él se ríe y regreso a mi arroz— Oye, Víctor…
—¿Um?
Bebo una generosa cantidad de vino blanco.
—Estoy un poco nerviosa por el cumpleaños de tus sobrinos.
Mis mejillas se calientan.
Termina de masticar su comida, cruzando los dedos por delante, pensativo.
—Lo sé, lo noté cuando Victoria te insistió.
—No creas que quiero echarme para atrás. Se lo prometí a Victoria, pero de todas formas estoy asustada. Y tampoco es por Sergio, claro está.
Sergio y yo hemos sabido llevar una relación más… relajada. Nos dimos cuenta que no podíamos seguir evitándonos ni tampoco hablarnos con tanta formalidad. Él es el tío y yo la madre de Victoria, así que decidimos llevar esto por la paz. Y no fue fácil al principio, pero ahora parece sentirse cómodo en mi presencia.
Así también con el resto del clan. No es difícil entablar una conversación con Ana. Con Liliana teniendo al pequeño Jack, voy de vez en cuando a visitarla. Y Juanita, luego de que me dijera sobre haber hecho lo correcto con Manuel, siempre me recibe gustosa en su casa. A diferencia de antes, que no estaba segura si decirme –hola- con una sonrisa sincera o solo por cortesía. Tampoco iban a hacer sentir incómoda a Victoria, porque ella siempre trata de que vaya con ellos, aunque sea para saludar. Sinceramente, a mí no me molesta hacerlo.
Manuel… él estaba fuera del perímetro. Si bien Liliana y Sergio siguen visitándolo, Víctor y Victoria aún no se sienten preparados, más bien, no quieren. Juanita ha vuelto a tramitar lo del divorcio, así que de vez en cuando tienen que verse las caras. Hasta hoy sigue viendo a un psiquiatra por órdenes del juez y tiene absolutamente prohibido salir del país mientras sigue el tratamiento. Eso sí, ha dejado la casa de su hermana Sarah para independizarse en un pequeño apartamento en el centro. Bueno, eso según lo que ha dicho Liliana.
Víctor me mira directamente.
—Nada va a pasar. La mayoría de mis tíos o tías no te conocen o no se acuerdan…
Ruedo los ojos.
—Sí, claro. Obviamente sí se acuerdan me conozcan o no. Estoy segura que no pasaron desapercibido el hecho de que nunca estuve antes en la vida de Victoria.
Suspira.
—Myriam, no puedes mantenerte escondida toda la vida.
—Lo sé. Lo siento. Es que me he relacionado con tu madre y tus hermanos, pero no con tu otra familia y sinceramente me hace retorcerme de los nervios.
—Te repito, nada malo va a pasar. A mí me da igual lo que ellos piensen sobre nosotros. Si no le di explicaciones a mi propia madre sobre nuestra relación, menos lo haré con mis tíos o primos —Sus palabras me calman por algún motivo. Me quedo ondeando en el aire con una sonrisa al recordar algo. Víctor frunce el ceño— ¿De qué demonios te acordaste para sonreírle a tu copa de vino?
Bebo un poco más.
—De Victoria —Respondo, dejando la copa encima y apoyando los codos en la mesa— ¿Sabes lo que me dijo?
Niega
—¿Qué cosa?
Sonrío aún más.
—Que me quería.
Ahora es turno de Víctor para sonreír.
—¿En serio? Sabía que algo se traían entre manos cuando entré al departamento —Recuerda—Me alegra mucho que por fin lo haya dicho, Myriam.
Una melancolía cruza mi rostro.
—Parecía tan lejano al comienzo… ¡Que digo! Imposible.
Alcanza mi mano, rozando mis nudillos.
—Bueno, pero ahora no es así. Ella es muy cercana a ti.
—Lo sé y al principio creí que no había manera de acercarme. Estaba grande y llena de odio hacia mí, aun así siempre había un motivo para vernos —Mis ojos se cristalizan.
Se queda abstraído.
—Ha sido un camino muy largo… pero, hemos sabido salir adelante, juntos —Después se queda en silencio.
"Juntos" Me pica la curiosidad con una pregunta. El mismo pensamiento que tuve cuando se fueron ayer.
—¿Víctor? —Llamo y él levanta la mirada— Ya que esto va en serio… entre nosotros, digo. ¿No has pensado en que vivamos juntos?
Lo que estábamos hablando no tenía mucho que ver con mi pregunta, pero no es la primera vez que lo pienso y me lo callo. Ésta vez es diferente.
Me contempla durante un tiempo en silencio, provocando que mis nervios florezcan.
—Sí —Contesta de golpe. Se inclina hacia adelante, su mano no abandona la mía— Muchas veces lo he pensado.
Trago grueso.
—A lo mejor tienes miedo de que Victoria no esté preparada ¿o me equivoco?
Deja el tenedor sobre el plato.
—Te equivocas, Myriam. Quiero… que empecemos de cero. Comprar una casa y empezar desde allí, sin malos recuerdos. —Me sonríe— Un lugar limpio donde podamos tener nuestros propios recuerdos. ¿Me entiendes?
Esbozo una sonrisa.
—Lo entiendo.
Aprieta más su agarre en mi mano.
—Y lo voy a cumplir. Voy a comprar la casa más linda para los tres.
—No vuelvo a comer arroz frito… —Me dejo caer en el sofá.
Victoria levanta la cabeza del ordenador.
—Eso pasa por no invitarme —Se queja, volviendo la atención a la pantalla y tecleando sin tomarme atención.
Estamos en esos días, en los que ellos se quedan conmigo entre semana.
Me apretujo el estómago, odiando el recuerdo del sabor de la maldita comida de ésta tarde. Nunca más volveré a comer comida china, nunca, nunca más. Cuando Víctor llega del trabajo, de inmediato nota como flexiono las piernas para aplastarme el estómago. Él frunce el ceño, dejando su bolso encima de la mesa y dándole un beso en la frente a Victoria.
—¡Papá, tu barba! —Vuelve a quejarse.
Víctor se ha dejado crecer un poco la barba desde hace unas dos semanas y Victoria odia eso, razón por la que no deja que él la bese. Hasta que no se afeite no habrá muestras de cariño de padre-hija. Él se echa a reír cuando la ve rascarse la frente.
—¿Qué pasó? —Se acerca a mí todavía con una sonrisa—Tu rostro se ha vuelto como Hulk. Verde como el vó…
—Ni se te ocurra decir esa palabra que… voy a… a —Trago con dificultad— No vuelvas a invitarme a comer ese tipo de comida.
—¿Comida china?
Me cubro la boca con la mano.
—Sí, sí. —Me acomodo en el sofá, consciente de que en cualquier momento me voy a poner a vomitar delante de ellos— Quiero a mi mamá.
Escucho la risita de Víctor y estoy pensando seriamente en devolver la comida china en su cara.
Victoria se pone de pie, apagando el ordenador.
—Papá ¿puedo salir? —Le pregunta.
Él se ha ido a la cocina a preparar… lo que sea que esté preparando.
—No lo sé, pregúntale a tu mamá.
Vuelvo a formar una mueca de asco, frunciendo los labios para calmarme.
—¿Puedo salir? —Me pregunta.
De pronto, el cólico comienza a esfumarse de mi cuerpo. ¡Diossss! Que bien se siente la ausencia del dolor.
—¿Qué? No sé, pregúntale a tu papá.
Rueda los ojos.
—Bueno ¡pónganse de acuerdo!
Víctor sale de la cocina con una taza en las manos, dirigiéndose a Victoria, le dice:
—¿Y dónde se supone que vas?
—Casey e Ethan —Responde de inmediato.
Lo veo encoger los hombros.
—Bien, pero quiero que regreses a las siete. —Victoria sonríe, dando un saltito y agarrando la chaqueta— Ya te lo dije ¡a las siete! Ni un minuto más ni un minuto menos.
Nos lanza a los dos un beso antes de irse.
—Sabemos que va a llegar a las ocho ¿verdad? —Le recuerdo.
Suelta un suspiro, sentándose a mi lado.
—Sí, se ha puesto más rebelde de lo que ya era antes —Tiende la taza caliente hacia mí, causando que me queme los dedos— Toma esto, te hará bien.
—¿Qué es?
—Jengibre. Mi madre nos lo daba a mis hermanos y a mí cuando niños.
—Oh, tienes razón. La mía también lo usaba para los cólicos. —El dolor de estómago ya se me ha pasado y con el jengibre hace que me sienta mucho mejor. Demoro un poco en terminarlo, pero finalmente lo hago. Dejo la taza encima de la mesa, y Víctor está esperándome con su brazo para rodearme— ¿Sabes lo que estaba pensando?
—¿Qué? —Pregunta curioso.
Acomodo las piernas encima de la mesa, mi cabeza apoyada en su hombro.
—Que cuando comience la primavera, podríamos ir a las cabañas que mencionó Carmen ¿No suena genial? —Víctor se tensa a mi lado— Podríamos hacer barbacoa, podríamos invitar a Liliana, a Ana, los niños, a tu madre a la mía… ¿Qué te parece?
—Hm, me parece bien…
—También podríamos invitar a Bill y a Adrian. Puede ser un fin de semana ¿no crees? Es más accesible para todos…
—Myriam, cásate conmigo.
—… y también podríamos… —Me callo de golpe. Mirando hacia arriba, me encuentro con los ojos asustados de Víctor. Me toma fuertemente del brazo, como si quisiera que me pegara al suyo— ¿Qué?
Toma una profunda inspiración.
—Ya sé todo lo que te dije sobre vivir juntos y que esperáramos… pero ahora que recuerdo lo que dijo Carmen sobre ser tu esposo… ¡Demonios! —Se gira emocionado, mirándome directamente— Quiero casarme contigo.
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