"Ama de llaves" COMPLETA
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jai33sire
MyVfan1
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Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 12
Myriam intentó recopilar todos los datos que recordaba sobre el pasado
de Víctor. Su actitud autoritaria se debía a la trágica muerte de sus padres
cuando era pequeño. Había creído poder evitar el dolor ejerciendo un
control férreo sobre quienes lo rodeaban. Probablemente, como ningún
suceso fue tan trágico como la pérdida de sus padres durante el resto de su
vida, había llegado a creer que la técnica funcionaba.
Durante mucho tiempo, Myriam se preguntó si Víctor sena siempre así o
si al darse cuenta de dónde residían sus problemas conseguiría actuar de
otra manera.
De pronto pensó en su padre y en cuánto había cambiado cuando su
madre los abandonó. ¿Habría él también intentado evitar otra tragedia
controlando todo aquello que estaba a su alcance? ¿Sería ésa la razón de
que hubiera intentado dictar sus acciones?
Por primera vez en mucho tiempo, Myriam sintió el deseo de hablar con
su padre y descubrir si sus sospechas eran ciertas. De serlo, ambos tendrían
que esforzarse por mejorar su relación. Tal vez si su padre era consciente
de que, por el hecho de serlo, ella siempre le amaría, tal vez conseguiría
mitigar su necesidad de controlarla.
No era demasiado tarde. Lo llamaría esa misma noche.
Myriam se levantó, se cepilló el cabello e irguió la cabeza. Al bajar las
escaleras hizo más ruido del necesario a propósito para que los que estaban
en el despacho supieran que se acercaba. Pero cuando llegó a la puerta,
sólo vio a Víctor. Los Morgan habían salido.
Víctor levantó la mirada al oírla. Sus ojos estaban velados y su rostro
ensombrecido. No dijo nada.
—He pensado que voy a llamar a mi padre —dijo Myriam desde la
puerta.
Temía que al conseguir lo que quería, Víctor se mostrara arrogante y
vengativo.
En lugar de eso, se limitó a asentir.
—Ahí tienes el teléfono —dijo, señalándolo con la barbilla—. Te dejo a
solas para que estés más cómoda.
Cruzó la habitación para salir, pero Myriam lo detuvo.
—¿Víctor?
El se volvió.
Myriam hubiera querido decirle lo que había descubierto y en qué
medida había afectado la forma en que percibía a su padre, pero si lo hacía
estaría admitiendo que había escuchado la conversación. Finalmente, se
encogió de hombros y sonrió tímidamente.
—Iré a buscarte cuando haya acabado para que puedas seguir
trabajando.
Víctor asintió y se marchó.
Myriam marcó el teléfono de su padre con dedos temblorosos. Cuando
tuvo respuesta, respiró profundamente.
—Hola, papá, soy Myriam.
Myriam colgó el teléfono pensativa. Miró al reloj y le sorprendió
comprobar cuánto tiempo habían hablado. Había valido la pena como una
primera aproximación para redescubrir el amor que sentían el uno por el
otro. No dudaba que su padre siempre querría opinar sobre lo que debía
hacer, pero al menos había admitido que sentía miedo por ella y que quería
protegerla de la dura realidad de la vida. Myriam confiaba en haberle
convencido de que tenía que descubrir esa realidad por sí misma. Había
sido un buen comienzo.
Y Víctor era el artífice de todo. Myriam se levantó con una sonrisa en los
labios. Tenía que ir a buscarlo y decirle que podía volver al despacho si
quería seguir trabajando. Además de darle las gracias, aunque eso le hiciera
creer que había logrado convencerla gracias a su autoridad.
Víctor apoyó los pies en la barandilla de madera y se columpió hacia
atrás. El crujir de las hojas, los mugidos de las reses en la distancia y el
ruido de los caballos agitándose en el corral, se fueron adueñando de la
noche. Su hermana y Jake habían ido a dar un paseo. Myriam llamaba a su
padre. Y él estaba solo.
Por un instante lo invadió un desasosegante sentimiento de soledad.
Pensó en Jeannie y en la vida en común que había imaginado para ambos.
Reflexionando, se daba cuenta de que Jeannie jamás le había prometido
quedarse en el rancho y ayudarlo. Siempre había estado ansiosa por ir a la
ciudad, recibir invitados o viajar. Le gustaban la velocidad y la excitación. Y
Víctor nunca le había visto hacer nada en la casa.
Claro que en aquellos tiempos, Rachel trabajaba para él. ¿Habría
descubierto antes cuál era el verdadero carácter de Jeannie si hubiera
tenido que hacer el trabajo doméstico, si él hubiera insistido en permanecer
en el rancho y hacer cosas juntos?
No tenía importancia. Jeannie había desaparecido y él había aprendido
una valiosa lección. Si alguna vez volvía a considerar el matrimonio,
buscaría una mujer de campo a la que le gustara la vida del rancho y
cocinar. Y que no tuviera otras metas. Como escribir libros, por ejemplo…
—¿Víctor? — Myriam se asomó al porche.
—¿Has terminado de hablar? ¿Qué tal ha ido?
—Bien — Myriam salió y se apoyó en una columna. Miró a la distancia.
—Estoy seguro de que tu padre se ha alegrado de que lo llamaras —
dijo Víctor, contemplándola en la penumbra.
—Estaba preocupado, pero ya no lo está. ¿Dónde han ido Angélica y
Jake?
—A dar un paseo.
Víctor los haba visto alejarse de la mano, susurrándose palabras de
amor. El recuerdo le hizo revolverse en su asiento. AI ver a Myriam se había
acentuado su deseo de encontrar una pareja. No alguien como ella, sino
una mujer estable y con los pies en la tierra. Alguien como su madre.
—Puedes volver al despacho. He acabado por hoy.
—¿No vas a escribir?
—No — Myriam miró hacia Víctor como si quisiera decir algo más, pero
guardó silencio y lentamente, volvió al interior.
Víctor oyó cerrarse la puerta y supo que se había ido. Una vez más,
estaba solo.
Al día siguiente, Myriam se levantó temprano y había acabado de
preparar el desayuno para cuando Angélica bajó a la cocina.
—Venía a ayudarte —dijo Angélica, después de darle los buenos días.
—No hace falta. Este trabajo lo tengo dominado. Sírvete un café —dijo
Myriam, animadamente.
De día, sus preocupaciones parecían diluirse. No podía librarse de la
opresión que ser rechazada por Víctor le causaba, pero al menos veía las
cosas con más optimismo. La relación con su padre había mejorado y su
manuscrito estaba en manos de un editor. Hasta que llegara el momento de
marcharse del rancho, podría seguir trabajando en su libro.
—Víctor ha tenido mucha suerte al dar contigo. Desde que Rachel se fue
no ha tenido más que problemas con las amas de llave —dijo Angélica,
sentándose a tomar el café.
—Yo también he recibido la orden de marcharme. En cuanto encuentre
una sustituta o yo dé con otro trabajo, me voy. Por lo menos espero romper
el récord de cuatro semanas —dijo Myriam, ocultando con una sonrisa alegre
el dolor que sentía.
Angélica dejó la taza sobre la mesa y miró a Myriam.
—¿Quieres decir que Víctor quiere que te vayas?
Myriam asintió.
—Está completamente loco. ¿Por qué?
—No soy una gran ama de llaves. Se me olvida preparar las comidas,
las dejo quemar. Cuando hago la colada olvido secarla… — Myriam evitó
mencionar la ocasión en que había metido una camisa verde con la ropa
blanca. Tal vez Víctor no lo había notado.
—Yo no he oído ninguna queja desde que he llegado.
—Puede que no. Aunque sea una inútil, los hombres prefieren que me
quede a tener que hacerse ellos mismos la comida. Víctor ha pedido a la
agencia de colocación que le manden a otra persona. En cuanto encuentren
a alguien, me iré.
—Yo me iría ahora mismo. Si no le gusta como trabajas, que se ocupe
él mismo.
Myriam miró a la hermana de Víctor. También ella actuaría de esa
manera si le quedara algo de orgullo, pero no podía permitírselo. Quedarse
unos días más representaba alargar el tiempo que pasaba cerca de él.
—Lo cierto es que no tengo otro trabajo.
—¿Y si Víctor encuentra una sustituta antes de que tú encuentres
trabajo?
—Tendré que preocuparme de eso cuando se plantee la situación.
Jake entró en la cocina en ese momento, y Myriam se alegró de poder
cambiar de tema.
Cuando los hombres llegaron, les sirvió el desayuno y se sentó entre
Lance y Jack. Eran los dos hombres con los que se sentía más cómoda y, al
mismo tiempo, los más alejados de Víctor. Pero la distancia no la libró de sus
miradas de ira cada vez que la veía hablar con Lance. Cuando la oyó reír por
un comentario de Lance, Víctor clavó una mirada de hielo en ella.
El día transcurrió con lentitud. Después de limpiar, Myriam se sentó al
ordenador, pero no encontró inspiración. Pasó horas mirando por la
ventana, recordando cada uno de los minutos que había pasado en Rafter
C, y cada segundo al lado de Víctor. Sabía que debía incorporar sus
sentimientos al libro, pero no lograba expresarlos con palabras. La
frustración le hizo cuestionarse si realmente estaba hecha para la literatura
o si se engañaba al creer que su libro llegaría a ser publicado. Después de
todo, ¿cuánta gente alcanzaba el éxito escribiendo? Muy poca.
Sonó el teléfono y al responder, Myriam reconoció de inmediato la voz
de Gillian.
—Víctor no está en casa en este momento —dijo, mordiéndose la lengua
para no decir que no volvería nunca más.
—Dile que me llame. Sabe el teléfono —dijo Gillian en tono alegre.
—No me cabe la menor duda —masculló Myriam malhumorada,
colgando el auricular.
Víctor no volvió para almorzar. Sólo la mitad de los hombres trabajaban
cerca de la casa aquel día, así que Myriam tuvo menos trabajo que de
costumbre y le alegró poder relajarse, y charlar y bromear con aquellos que
sí habían ido a almorzar.
Antes de irse, Lance pasó a verla.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Claro. ¿Por qué lo preguntas?
Lance se encogió de hombros, mirándola atentamente.
—No lo sé. Tengo la impresión de que algo ha cambiado. Durante la
comida parecías distinta.
Myriam esquivó su mirada.
—Estaba distraída, pensando en la próxima escena de mi libro —replicó
vagamente.
—¿Quieres ir al pueblo el viernes por la noche? Podemos ir a bailar al
Last Roundup.
Myriam se lo pensó. La última vez que había ido lo había pasado en
grande, pero finalmente sacudió la cabeza.
—Gracias, Lance. Tal vez la semana que viene.
Puesto que no iba a quedarse mucho tiempo, no quería estrechar lazos
que tendría que romper al cabo de unas semanas.
—Cuando quieras. Hasta luego —Lance se pasó los dedos por el cabello
y se colocó el sombrero. Después, se alejó con paso firme.
Myriam se sentó delante del ordenador, consciente de que no sabía lo
que quería. Debía concentrarse en su futuro en lugar de lamentarse por un
ranchero que no estaba interesado en ella. Pero era casi imposible ser creativa
cuando cada fibra de su cuerpo ansiaba estar con él. Quería observarlo
mientras trabajaba en su escritorio, mientras trataba con sus hombres,
mientras montaba a caballo. En definitiva, quería estar con él todo el
tiempo.
Lentamente comenzó a escribir.
—¿Dónde demonios está la cena? —gritó Víctor a su espalda, un rato
más tarde.
Myriam se volvió bruscamente para mirarlo. Víctor estaba de pie,
mirándola con ojos centelleantes y aspecto cansado. Myriam miró el reloj.
—¡Oh Dios mío! —se levantó de un salto y cruzó la habitación. Eran
cerca de las siete y ni siquiera había comenzado a preparar la cena.
Víctor le interceptó el paso y Myriam, parándose a unos milímetros de él,
pudo sentir la ira que irradiaba de cada poro de su piel.
—Se me ha olvidado.
—¿Se te ha olvidado la cena? —Víctor habló con voz amenazadora.
—Yo… Bueno…, me he puesto a escribir y el tiempo ha pasado volando
—la dura mirada de Víctor hizo estremecer a Myriam.
—¿Hay catorce personas hambrientas esperando a comer y tú te has
olvidado de la cena?
—Improvisaré algo — Myriam se quedó con la mente en blanco. ¿Qué
iba a hacer en diez minutos? Tenía planeado descongelar carne, pero se
había olvidado de hacerlo y apenas quedaban provisiones.
—¿Qué? —la presionó Víctor.
—No lo sé, pero ya se me ocurrirá algo.
—¿Otra vez tortillas?
—Tal vez.
Víctor parecía disfrutar torturando a Myriam. Tenía razón en estar
enfadado, pero cuanto más siguieran discutiendo, más tarde podría
preparar la cena.
Víctor posó las manos sobre los hombros de Myriam.
—Te pago para que limpies y cocines, no para que te sientes delante
del ordenador y pierdas el tiempo escribiendo —dijo Víctor.
—Ya lo sé. Puedo hacer tortillas en menos de diez minutos.
Myriam empujó suavemente a Víctor para que se apartara, pero al sentir
el latido de su corazón y los músculos de su pecho, olvidó lo que quería
decir o hacer.
—Lo siento —se disculpó, acariciándole inconscientemente.
—Estás jugando con fuego —masculló Víctor.
—Será porque tú me quemas —respondió Myriam provocativamente,
enfrentándose a la mirada de hielo de Víctor con gesto airado.
Víctor frunció el ceño.
—No te dediques a jugar, Myriam. Con Jeannie ya tuve bastante. Ve a
preparar la cena.
Myriam sintió una oleada de indignación.
—No estoy jugando.
Intentó empujar a Víctor pero se encontró más cerca de él, tanto, que su
calor la envolvió y sus abrasadores ojos de plata la paralizaron.
Myriam no quería besarlo. Hacerlo se convertía en un suplicio para ella
mientras que para él no significaba nada. Pero antes de que pudiera
protestar se operó un cambió en él que la impidió reaccionar y, en lugar de
separarse de él, se aproximó y devolvió el beso que Víctor le pedía con la
mirada.
De pronto él separó su boca de la de ella.
—Prepara la cena —dijo secamente, saliendo al vestíbulo.
Myriam sintió que se mareaba y se asió al quicio de la puerta. Las
piernas le temblaban. Tomó aire y fue a la cocina. Le quedaban menos de
siete minutos para poner algo sobre la mesa, y estaba segura de que no lo
conseguiría.
Cuando entró en la cocina, Angélica la recibió con una amplia sonrisa.
En la cocina había una actividad febril. Algunos hombres cortaban verduras,
Jake estaba batiendo huevos en un gran cuenco y Angélica se ocupaba de
que el resto friera unas patatas.
—Hemos pensado en tomar tortillas, patatas fritas y tortas de maíz —
dijo Angélica.
Myriam tuvo la sensación de haber vivido aquel momento con
anterioridad, la primera noche que pasó en el rancho, y se preguntó si aquel
episodio completaba el círculo de su estancia allí. ¿Sería aquélla su última
noche en el rancho?
Sintiéndose avergonzada por haberse olvidado de la cena, entró y puso
la mesa. Los hombres no parecían enfadados, pero ésa no era la cuestión.
Era su trabajo y no había sabido cumplirlo. Víctor tenía toda la razón de estar
furioso con ella.
Myriam cenó con ánimo abatido. Intentó participar en la conversación
general, pero al sentir la atención Víctor sobre ella, perdía el hilo de lo que
quería decir. Después de cenar insistió en recoger sola. Agradeció a todos
su colaboración y evitó a Víctor, rogando que no hiciera ningún comentario
sarcástico. Sus súplicas fueron atendidas y Víctor se marchó en cuanto acabó
la cena.
Angélica y Jake volvían a Laramie después de cenar. Myriam se
despidió de ellos, prometiendo mantenerse en contacto, y Angélica le dio
sus señas y su número de teléfono.
—Estamos buscando una casa más grande, ya te mandaré las nuevas
señas. Ven a vernos algún día.
Myriam asintió aun sabiendo que no iría nunca. Cuando dejara Rafter C
tendría que cortar con todos los vínculos que la unieran a Víctor.
Al acabar de recoger fue a su dormitorio. Contempló los verdes prados
desde la ventana y se dijo que había llegado la hora de partir. Lo ocurrido
aquella noche demostraba que no estaba haciendo bien su trabajo y mientras
siguiera viendo a Víctor, su dolor no se mitigaría. Había dejado una nota
a Víctor con el recado de Gillian. ¿Estaría hablando con ella en ese momento?
Al día siguiente llamaría a la agencia de colocación. Si no tenían ningún
trabajo para ella, volvería a casa. Su padre quería que lo visitara y ella
necesitaba hablar más con él, ver hasta qué punto podían mejorar su
relación.
Se marcharía por la mañana.
Pero cuando llegó el día siguiente, Myriam tuvo dudas. Era verdad que
no era una gran ama de llaves, pero tampoco lo había hecho tan mal. Y
antes de marcharse, haría todavía algunas cosas más. Cuando acabó el
desayuno, preparó un montón de sándwiches, los dejó en el refrigerador y
se fue a hacer la compra en el camión blanco y azul. Compró provisiones
para un par de semanas, asumiendo que en ese tiempo la señora
Montgomery habría encontrado a otra ama de llaves.
Cuando llegó al rancho, Myriam se alegró al ver que parecía desierto.
No quería que nada la distrajera y, a toda prisa, descargó el camión y
guardó la compra.
Después, fue al dormitorio de Víctor, quitó las sábanas de la cama, las
toallas, y todo aquello que necesitaba lavarse. Para el final del día se
habrían secado y Víctor tendría ropa limpia para al menos dos semanas.
Myriam pasó el aspirador y quitó el polvo, fregó el suelo de la cocina y
el del porche. Había comprado pizza con su propio dinero, pero mucha más
cantidad que la vez anterior. Siguió cocinando y limpiando al mismo tiempo,
trabajando frenéticamente para acabar con las tareas que se había
propuesto concluir. Cuando se marchara al día siguiente, quería que la casa
estuviera reluciente y que los hombres la recordaran con afecto.
A última hora de la tarde llamaron a la puerta principal. Myriam tardó
un tiempo reaccionar porque se usaba tan poco que nunca había oído el
timbre. Cuando abrió, vio la furgoneta de una floristería y un joven con un
ramo de flores.
—¿ Myriam Montemayor? —preguntó.
—¿Sí?
—Estas flores son para usted —el hombre le tendió el ramo.
Myriam las tomó con una sonrisa exultante. Era la primera vez que le
mandaban flores. Entró en la cocina y las puso en un florero. Entre las hojas
había una tarjeta.
Para Myriam. ¡Eres la mejor! Los hombres del rancho.
Myriam sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y tuvo que
sentarse. Pestañeó con fuerza y releyó la nota. De pronto se sentía querida
y apreciada. Los hombres creían que hacía un buen trabajo. Myriam ladeó la
cabeza y contempló el hermoso ramo de flores. Había claveles, gladiolos y
lirios. Y sus colores se mezclaron en una mancha borrosa al mirarlos entre
lágrimas. Myriam odiaba tener que marcharse. No podía quedarse, pero
aquel detalle hacía su partida aun más difícil.
¿Por qué Víctor no sentía lo mismo que los demás? ¿Por qué no la
consideraba la mejor?
Myriam acababa de sacar tres pizzas del horno y había metido otras
tres cuando los hombres empezaron a llegar. Con una gran sonrisa, los
abrazó uno a uno.
Sus risotadas y las palmadas afectuosas que le dieron en la espalda la
enternecieron tanto como las flores.
—Veo que has recibido las flores —dijo Billy, dando la vuelta alrededor
de la mesa para observarlas desde todos los ángulos—. Son muy bonitas.
—Son maravillosas —dijo Myriam—. Es la primera vez que me regalan
flores —añadió, justo cuando Víctor entraba en la cocina.
Él se quedó mirando el ramo, luego contempló el rostro feliz de Myriam
y a continuación la expresión de satisfacción de sus hombres. Impertérrito,
se lavó las manos en silencio y tomó sitio en la mesa.
—He traído un montón de pizza —dijo Myriam, poniendo el avisador—.
Una para cada uno si es que sois capaces de comer tanto.
—¿Qué celebramos? —preguntó Víctor.
Myriam volvió la vista hacia él. ¿Habría adivinado?
—He ido a hacer la compra y pensé que os gustaría comer pizza —se
limitó a decir. Se sentó entre Jack y Lance e ignoró la atención que Víctor
dirigía a la silla vacía que quedaba a su lado.
—Entonces, ¿te han gustado las flores? —preguntó Lance, después de
comer algo.
—Son maravillosas. Me habéis hecho sentir algo muy especial.
—Recuerda ese sentimiento y así podrás incluirlo en tu libro —dijo Víctor,
con amargura.
Billy levantó la vista.
—¿Estás escribiendo en tu libro todo lo que ocurre en rancho? ¿Me has
incluido a mí?
—Seguro que eres el malo —bromeó Jack.
—No, no estoy escribiendo sobre el rancho. Pero a veces me cuesta
describir emociones.
Myriam recordó los besos de Víctor, su insistencia en que escribiera lo
que le hacían sentir. Sabía que él también los recordaba. ¿Por qué había
sacado el tema? ¿Para establecer un vínculo entre ellos dos? No. Myriam no
quería engañarse a sí misma.
Al menos los demás hombres no sabían nada. Ni llegarían a saberlo.
Ésa iba a ser la última noche con ellos. Después tendría todo el tiempo del
mundo para comprobar si era capaz de imprimir emoción a su escritura. Podía
añadir el dolor y la tristeza al delicioso recuerdo de los besos de Víctor. La
fuente de inspiración iba a ser inagotable.
Se volvió a Billy para bromear con él sobre su presencia en la novela,
pero en el fondo de su corazón estaba contando los minutos que faltaban
para quedarse a solas.
Myriam dobló la ropa limpia, las toallas y las sábanas. Todavía tenía
que hacer la cama de Víctor. Subió las escaleras corriendo y acababa de
empezar a hacerla cuando Víctor apareció en la puerta.
—Lo siento —dijo ella—. Quería haber terminado antes —añadió,
estirando la sábana.
—Te he oído y quería saber qué estabas haciendo. Puedo ayudarte —
Víctor fue hasta el otro lado de la cama y estiró la sábana. En unos segundos
habían acabado.
Myriam necesitaba alejarse de Víctor. Estar tan cerca de él con una cama
de por medio era una tortura. Hubiera querido que Víctor cruzara la distancia
que los separaba, la tomara en sus brazos y la besara hasta hacerle perder
el conocimiento. Myriam contuvo la respiración un instante, antes de dejar
escapar el aire lentamente. Víctor no se había movido de donde estaba.
—He guardado la ropa limpia en los cajones —dijo ella, en voz baja,
dirigiéndose hacia la puerta.
—Gracias.
—Nos vemos en el desayuno.
— Myriam…
—Buenas noches — Myriam prácticamente salió corriendo.
Cuando se encontró a salvo en su dormitorio se arrepintió de haber
huido. Era su última noche en el rancho y le hubiera gustado pasarla con
Víctor. Tal vez sentados en el porche, charlando, o tomando café en el
despacho. Deseó haber podido conservar la amistad que en cierto momento
parecía haber surgido entre ellos. Aunque sólo fuera por unas horas más.
Sacudiendo la cabeza, sacó las maletas de debajo de la cama.
Myriam observó a los hombres detenidamente durante el desayuno. Iba
a echarlos de menos. Se había encariñado con todos ellos: Lance, siempre
tan amable, Billy, coqueto, Jack y su interés en darle explicaciones sobre el
rancho, Trevor, siempre pidiendo repetir. Myriam se prohibió mirar a Víctor.
No era necesario. Ya había acumulado más recuerdos de él de los que podía
soportar.
Cuando los hombres se marcharon, los despidió con una sonrisa,
deseándoles que pasaran un buen día y sabiendo bien que ella ya no estaría
allí cuando regresaran.
Preparó el almuerzo con calma para dejárselo listo y a continuación fue
a desconectar el ordenador. Para evitar levantar sospechas, llevó su coche
hasta la puerta principal, donde los hombres no podrían verlo y puso el
ordenador en el asiento de atrás.
Entró para recoger sus maletas y las metió en el maletero. En cuanto
diera una vuelta por la casa para cerciorarse de que todo estaba en orden,
podría marcharse.
Llamó a la agencia y la señora Montgomery le dijo que todavía no
había encontrado ningún trabajo para ella, pero que creía que pronto
tendría una candidata apropiada para el rancho.
Con la satisfacción de saber que Víctor y sus hombres tendrían pronto
quien cuidara de ellos, Myriam se montó en el coche y avanzó por el camino
de tierra que conducía a la carretera.
Había dejado las señas de su padre sobre el escritorio de Víctor por si
recibía alguna carta. En cuanto llegara a su casa, le mandaría una nota al
editor dándole sus nuevas señas para que, si querían hablar con ella, no
molestaran a Víctor.
Cuando estaba a punto de alcanzar la carretera, vio alejarse la
furgoneta del correo, y decidió comprobar si había algo para ella.
El gran sobre marrón despertó sus sospechas. Llevaba su nombre. Lo
abrió lentamente y sacó el montón de hojas.
Era su manuscrito. La prontitud con que respondía el editor la
sorprendió. Una nota cayó al suelo y Myriam se agachó para recogerla y la
leyó con una mala premonición.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas. A todo el dolor que sentía se
añadía el rechazo de la editorial. Myriam se sentó en el suelo, junto al
coche, y estalló en llanto pensando en todo lo que perdía de un plumazo: su
brillante futuro como novelista y el hombre al que amaba.
Myriam intentó recopilar todos los datos que recordaba sobre el pasado
de Víctor. Su actitud autoritaria se debía a la trágica muerte de sus padres
cuando era pequeño. Había creído poder evitar el dolor ejerciendo un
control férreo sobre quienes lo rodeaban. Probablemente, como ningún
suceso fue tan trágico como la pérdida de sus padres durante el resto de su
vida, había llegado a creer que la técnica funcionaba.
Durante mucho tiempo, Myriam se preguntó si Víctor sena siempre así o
si al darse cuenta de dónde residían sus problemas conseguiría actuar de
otra manera.
De pronto pensó en su padre y en cuánto había cambiado cuando su
madre los abandonó. ¿Habría él también intentado evitar otra tragedia
controlando todo aquello que estaba a su alcance? ¿Sería ésa la razón de
que hubiera intentado dictar sus acciones?
Por primera vez en mucho tiempo, Myriam sintió el deseo de hablar con
su padre y descubrir si sus sospechas eran ciertas. De serlo, ambos tendrían
que esforzarse por mejorar su relación. Tal vez si su padre era consciente
de que, por el hecho de serlo, ella siempre le amaría, tal vez conseguiría
mitigar su necesidad de controlarla.
No era demasiado tarde. Lo llamaría esa misma noche.
Myriam se levantó, se cepilló el cabello e irguió la cabeza. Al bajar las
escaleras hizo más ruido del necesario a propósito para que los que estaban
en el despacho supieran que se acercaba. Pero cuando llegó a la puerta,
sólo vio a Víctor. Los Morgan habían salido.
Víctor levantó la mirada al oírla. Sus ojos estaban velados y su rostro
ensombrecido. No dijo nada.
—He pensado que voy a llamar a mi padre —dijo Myriam desde la
puerta.
Temía que al conseguir lo que quería, Víctor se mostrara arrogante y
vengativo.
En lugar de eso, se limitó a asentir.
—Ahí tienes el teléfono —dijo, señalándolo con la barbilla—. Te dejo a
solas para que estés más cómoda.
Cruzó la habitación para salir, pero Myriam lo detuvo.
—¿Víctor?
El se volvió.
Myriam hubiera querido decirle lo que había descubierto y en qué
medida había afectado la forma en que percibía a su padre, pero si lo hacía
estaría admitiendo que había escuchado la conversación. Finalmente, se
encogió de hombros y sonrió tímidamente.
—Iré a buscarte cuando haya acabado para que puedas seguir
trabajando.
Víctor asintió y se marchó.
Myriam marcó el teléfono de su padre con dedos temblorosos. Cuando
tuvo respuesta, respiró profundamente.
—Hola, papá, soy Myriam.
Myriam colgó el teléfono pensativa. Miró al reloj y le sorprendió
comprobar cuánto tiempo habían hablado. Había valido la pena como una
primera aproximación para redescubrir el amor que sentían el uno por el
otro. No dudaba que su padre siempre querría opinar sobre lo que debía
hacer, pero al menos había admitido que sentía miedo por ella y que quería
protegerla de la dura realidad de la vida. Myriam confiaba en haberle
convencido de que tenía que descubrir esa realidad por sí misma. Había
sido un buen comienzo.
Y Víctor era el artífice de todo. Myriam se levantó con una sonrisa en los
labios. Tenía que ir a buscarlo y decirle que podía volver al despacho si
quería seguir trabajando. Además de darle las gracias, aunque eso le hiciera
creer que había logrado convencerla gracias a su autoridad.
Víctor apoyó los pies en la barandilla de madera y se columpió hacia
atrás. El crujir de las hojas, los mugidos de las reses en la distancia y el
ruido de los caballos agitándose en el corral, se fueron adueñando de la
noche. Su hermana y Jake habían ido a dar un paseo. Myriam llamaba a su
padre. Y él estaba solo.
Por un instante lo invadió un desasosegante sentimiento de soledad.
Pensó en Jeannie y en la vida en común que había imaginado para ambos.
Reflexionando, se daba cuenta de que Jeannie jamás le había prometido
quedarse en el rancho y ayudarlo. Siempre había estado ansiosa por ir a la
ciudad, recibir invitados o viajar. Le gustaban la velocidad y la excitación. Y
Víctor nunca le había visto hacer nada en la casa.
Claro que en aquellos tiempos, Rachel trabajaba para él. ¿Habría
descubierto antes cuál era el verdadero carácter de Jeannie si hubiera
tenido que hacer el trabajo doméstico, si él hubiera insistido en permanecer
en el rancho y hacer cosas juntos?
No tenía importancia. Jeannie había desaparecido y él había aprendido
una valiosa lección. Si alguna vez volvía a considerar el matrimonio,
buscaría una mujer de campo a la que le gustara la vida del rancho y
cocinar. Y que no tuviera otras metas. Como escribir libros, por ejemplo…
—¿Víctor? — Myriam se asomó al porche.
—¿Has terminado de hablar? ¿Qué tal ha ido?
—Bien — Myriam salió y se apoyó en una columna. Miró a la distancia.
—Estoy seguro de que tu padre se ha alegrado de que lo llamaras —
dijo Víctor, contemplándola en la penumbra.
—Estaba preocupado, pero ya no lo está. ¿Dónde han ido Angélica y
Jake?
—A dar un paseo.
Víctor los haba visto alejarse de la mano, susurrándose palabras de
amor. El recuerdo le hizo revolverse en su asiento. AI ver a Myriam se había
acentuado su deseo de encontrar una pareja. No alguien como ella, sino
una mujer estable y con los pies en la tierra. Alguien como su madre.
—Puedes volver al despacho. He acabado por hoy.
—¿No vas a escribir?
—No — Myriam miró hacia Víctor como si quisiera decir algo más, pero
guardó silencio y lentamente, volvió al interior.
Víctor oyó cerrarse la puerta y supo que se había ido. Una vez más,
estaba solo.
Al día siguiente, Myriam se levantó temprano y había acabado de
preparar el desayuno para cuando Angélica bajó a la cocina.
—Venía a ayudarte —dijo Angélica, después de darle los buenos días.
—No hace falta. Este trabajo lo tengo dominado. Sírvete un café —dijo
Myriam, animadamente.
De día, sus preocupaciones parecían diluirse. No podía librarse de la
opresión que ser rechazada por Víctor le causaba, pero al menos veía las
cosas con más optimismo. La relación con su padre había mejorado y su
manuscrito estaba en manos de un editor. Hasta que llegara el momento de
marcharse del rancho, podría seguir trabajando en su libro.
—Víctor ha tenido mucha suerte al dar contigo. Desde que Rachel se fue
no ha tenido más que problemas con las amas de llave —dijo Angélica,
sentándose a tomar el café.
—Yo también he recibido la orden de marcharme. En cuanto encuentre
una sustituta o yo dé con otro trabajo, me voy. Por lo menos espero romper
el récord de cuatro semanas —dijo Myriam, ocultando con una sonrisa alegre
el dolor que sentía.
Angélica dejó la taza sobre la mesa y miró a Myriam.
—¿Quieres decir que Víctor quiere que te vayas?
Myriam asintió.
—Está completamente loco. ¿Por qué?
—No soy una gran ama de llaves. Se me olvida preparar las comidas,
las dejo quemar. Cuando hago la colada olvido secarla… — Myriam evitó
mencionar la ocasión en que había metido una camisa verde con la ropa
blanca. Tal vez Víctor no lo había notado.
—Yo no he oído ninguna queja desde que he llegado.
—Puede que no. Aunque sea una inútil, los hombres prefieren que me
quede a tener que hacerse ellos mismos la comida. Víctor ha pedido a la
agencia de colocación que le manden a otra persona. En cuanto encuentren
a alguien, me iré.
—Yo me iría ahora mismo. Si no le gusta como trabajas, que se ocupe
él mismo.
Myriam miró a la hermana de Víctor. También ella actuaría de esa
manera si le quedara algo de orgullo, pero no podía permitírselo. Quedarse
unos días más representaba alargar el tiempo que pasaba cerca de él.
—Lo cierto es que no tengo otro trabajo.
—¿Y si Víctor encuentra una sustituta antes de que tú encuentres
trabajo?
—Tendré que preocuparme de eso cuando se plantee la situación.
Jake entró en la cocina en ese momento, y Myriam se alegró de poder
cambiar de tema.
Cuando los hombres llegaron, les sirvió el desayuno y se sentó entre
Lance y Jack. Eran los dos hombres con los que se sentía más cómoda y, al
mismo tiempo, los más alejados de Víctor. Pero la distancia no la libró de sus
miradas de ira cada vez que la veía hablar con Lance. Cuando la oyó reír por
un comentario de Lance, Víctor clavó una mirada de hielo en ella.
El día transcurrió con lentitud. Después de limpiar, Myriam se sentó al
ordenador, pero no encontró inspiración. Pasó horas mirando por la
ventana, recordando cada uno de los minutos que había pasado en Rafter
C, y cada segundo al lado de Víctor. Sabía que debía incorporar sus
sentimientos al libro, pero no lograba expresarlos con palabras. La
frustración le hizo cuestionarse si realmente estaba hecha para la literatura
o si se engañaba al creer que su libro llegaría a ser publicado. Después de
todo, ¿cuánta gente alcanzaba el éxito escribiendo? Muy poca.
Sonó el teléfono y al responder, Myriam reconoció de inmediato la voz
de Gillian.
—Víctor no está en casa en este momento —dijo, mordiéndose la lengua
para no decir que no volvería nunca más.
—Dile que me llame. Sabe el teléfono —dijo Gillian en tono alegre.
—No me cabe la menor duda —masculló Myriam malhumorada,
colgando el auricular.
Víctor no volvió para almorzar. Sólo la mitad de los hombres trabajaban
cerca de la casa aquel día, así que Myriam tuvo menos trabajo que de
costumbre y le alegró poder relajarse, y charlar y bromear con aquellos que
sí habían ido a almorzar.
Antes de irse, Lance pasó a verla.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Claro. ¿Por qué lo preguntas?
Lance se encogió de hombros, mirándola atentamente.
—No lo sé. Tengo la impresión de que algo ha cambiado. Durante la
comida parecías distinta.
Myriam esquivó su mirada.
—Estaba distraída, pensando en la próxima escena de mi libro —replicó
vagamente.
—¿Quieres ir al pueblo el viernes por la noche? Podemos ir a bailar al
Last Roundup.
Myriam se lo pensó. La última vez que había ido lo había pasado en
grande, pero finalmente sacudió la cabeza.
—Gracias, Lance. Tal vez la semana que viene.
Puesto que no iba a quedarse mucho tiempo, no quería estrechar lazos
que tendría que romper al cabo de unas semanas.
—Cuando quieras. Hasta luego —Lance se pasó los dedos por el cabello
y se colocó el sombrero. Después, se alejó con paso firme.
Myriam se sentó delante del ordenador, consciente de que no sabía lo
que quería. Debía concentrarse en su futuro en lugar de lamentarse por un
ranchero que no estaba interesado en ella. Pero era casi imposible ser creativa
cuando cada fibra de su cuerpo ansiaba estar con él. Quería observarlo
mientras trabajaba en su escritorio, mientras trataba con sus hombres,
mientras montaba a caballo. En definitiva, quería estar con él todo el
tiempo.
Lentamente comenzó a escribir.
—¿Dónde demonios está la cena? —gritó Víctor a su espalda, un rato
más tarde.
Myriam se volvió bruscamente para mirarlo. Víctor estaba de pie,
mirándola con ojos centelleantes y aspecto cansado. Myriam miró el reloj.
—¡Oh Dios mío! —se levantó de un salto y cruzó la habitación. Eran
cerca de las siete y ni siquiera había comenzado a preparar la cena.
Víctor le interceptó el paso y Myriam, parándose a unos milímetros de él,
pudo sentir la ira que irradiaba de cada poro de su piel.
—Se me ha olvidado.
—¿Se te ha olvidado la cena? —Víctor habló con voz amenazadora.
—Yo… Bueno…, me he puesto a escribir y el tiempo ha pasado volando
—la dura mirada de Víctor hizo estremecer a Myriam.
—¿Hay catorce personas hambrientas esperando a comer y tú te has
olvidado de la cena?
—Improvisaré algo — Myriam se quedó con la mente en blanco. ¿Qué
iba a hacer en diez minutos? Tenía planeado descongelar carne, pero se
había olvidado de hacerlo y apenas quedaban provisiones.
—¿Qué? —la presionó Víctor.
—No lo sé, pero ya se me ocurrirá algo.
—¿Otra vez tortillas?
—Tal vez.
Víctor parecía disfrutar torturando a Myriam. Tenía razón en estar
enfadado, pero cuanto más siguieran discutiendo, más tarde podría
preparar la cena.
Víctor posó las manos sobre los hombros de Myriam.
—Te pago para que limpies y cocines, no para que te sientes delante
del ordenador y pierdas el tiempo escribiendo —dijo Víctor.
—Ya lo sé. Puedo hacer tortillas en menos de diez minutos.
Myriam empujó suavemente a Víctor para que se apartara, pero al sentir
el latido de su corazón y los músculos de su pecho, olvidó lo que quería
decir o hacer.
—Lo siento —se disculpó, acariciándole inconscientemente.
—Estás jugando con fuego —masculló Víctor.
—Será porque tú me quemas —respondió Myriam provocativamente,
enfrentándose a la mirada de hielo de Víctor con gesto airado.
Víctor frunció el ceño.
—No te dediques a jugar, Myriam. Con Jeannie ya tuve bastante. Ve a
preparar la cena.
Myriam sintió una oleada de indignación.
—No estoy jugando.
Intentó empujar a Víctor pero se encontró más cerca de él, tanto, que su
calor la envolvió y sus abrasadores ojos de plata la paralizaron.
Myriam no quería besarlo. Hacerlo se convertía en un suplicio para ella
mientras que para él no significaba nada. Pero antes de que pudiera
protestar se operó un cambió en él que la impidió reaccionar y, en lugar de
separarse de él, se aproximó y devolvió el beso que Víctor le pedía con la
mirada.
De pronto él separó su boca de la de ella.
—Prepara la cena —dijo secamente, saliendo al vestíbulo.
Myriam sintió que se mareaba y se asió al quicio de la puerta. Las
piernas le temblaban. Tomó aire y fue a la cocina. Le quedaban menos de
siete minutos para poner algo sobre la mesa, y estaba segura de que no lo
conseguiría.
Cuando entró en la cocina, Angélica la recibió con una amplia sonrisa.
En la cocina había una actividad febril. Algunos hombres cortaban verduras,
Jake estaba batiendo huevos en un gran cuenco y Angélica se ocupaba de
que el resto friera unas patatas.
—Hemos pensado en tomar tortillas, patatas fritas y tortas de maíz —
dijo Angélica.
Myriam tuvo la sensación de haber vivido aquel momento con
anterioridad, la primera noche que pasó en el rancho, y se preguntó si aquel
episodio completaba el círculo de su estancia allí. ¿Sería aquélla su última
noche en el rancho?
Sintiéndose avergonzada por haberse olvidado de la cena, entró y puso
la mesa. Los hombres no parecían enfadados, pero ésa no era la cuestión.
Era su trabajo y no había sabido cumplirlo. Víctor tenía toda la razón de estar
furioso con ella.
Myriam cenó con ánimo abatido. Intentó participar en la conversación
general, pero al sentir la atención Víctor sobre ella, perdía el hilo de lo que
quería decir. Después de cenar insistió en recoger sola. Agradeció a todos
su colaboración y evitó a Víctor, rogando que no hiciera ningún comentario
sarcástico. Sus súplicas fueron atendidas y Víctor se marchó en cuanto acabó
la cena.
Angélica y Jake volvían a Laramie después de cenar. Myriam se
despidió de ellos, prometiendo mantenerse en contacto, y Angélica le dio
sus señas y su número de teléfono.
—Estamos buscando una casa más grande, ya te mandaré las nuevas
señas. Ven a vernos algún día.
Myriam asintió aun sabiendo que no iría nunca. Cuando dejara Rafter C
tendría que cortar con todos los vínculos que la unieran a Víctor.
Al acabar de recoger fue a su dormitorio. Contempló los verdes prados
desde la ventana y se dijo que había llegado la hora de partir. Lo ocurrido
aquella noche demostraba que no estaba haciendo bien su trabajo y mientras
siguiera viendo a Víctor, su dolor no se mitigaría. Había dejado una nota
a Víctor con el recado de Gillian. ¿Estaría hablando con ella en ese momento?
Al día siguiente llamaría a la agencia de colocación. Si no tenían ningún
trabajo para ella, volvería a casa. Su padre quería que lo visitara y ella
necesitaba hablar más con él, ver hasta qué punto podían mejorar su
relación.
Se marcharía por la mañana.
Pero cuando llegó el día siguiente, Myriam tuvo dudas. Era verdad que
no era una gran ama de llaves, pero tampoco lo había hecho tan mal. Y
antes de marcharse, haría todavía algunas cosas más. Cuando acabó el
desayuno, preparó un montón de sándwiches, los dejó en el refrigerador y
se fue a hacer la compra en el camión blanco y azul. Compró provisiones
para un par de semanas, asumiendo que en ese tiempo la señora
Montgomery habría encontrado a otra ama de llaves.
Cuando llegó al rancho, Myriam se alegró al ver que parecía desierto.
No quería que nada la distrajera y, a toda prisa, descargó el camión y
guardó la compra.
Después, fue al dormitorio de Víctor, quitó las sábanas de la cama, las
toallas, y todo aquello que necesitaba lavarse. Para el final del día se
habrían secado y Víctor tendría ropa limpia para al menos dos semanas.
Myriam pasó el aspirador y quitó el polvo, fregó el suelo de la cocina y
el del porche. Había comprado pizza con su propio dinero, pero mucha más
cantidad que la vez anterior. Siguió cocinando y limpiando al mismo tiempo,
trabajando frenéticamente para acabar con las tareas que se había
propuesto concluir. Cuando se marchara al día siguiente, quería que la casa
estuviera reluciente y que los hombres la recordaran con afecto.
A última hora de la tarde llamaron a la puerta principal. Myriam tardó
un tiempo reaccionar porque se usaba tan poco que nunca había oído el
timbre. Cuando abrió, vio la furgoneta de una floristería y un joven con un
ramo de flores.
—¿ Myriam Montemayor? —preguntó.
—¿Sí?
—Estas flores son para usted —el hombre le tendió el ramo.
Myriam las tomó con una sonrisa exultante. Era la primera vez que le
mandaban flores. Entró en la cocina y las puso en un florero. Entre las hojas
había una tarjeta.
Para Myriam. ¡Eres la mejor! Los hombres del rancho.
Myriam sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y tuvo que
sentarse. Pestañeó con fuerza y releyó la nota. De pronto se sentía querida
y apreciada. Los hombres creían que hacía un buen trabajo. Myriam ladeó la
cabeza y contempló el hermoso ramo de flores. Había claveles, gladiolos y
lirios. Y sus colores se mezclaron en una mancha borrosa al mirarlos entre
lágrimas. Myriam odiaba tener que marcharse. No podía quedarse, pero
aquel detalle hacía su partida aun más difícil.
¿Por qué Víctor no sentía lo mismo que los demás? ¿Por qué no la
consideraba la mejor?
Myriam acababa de sacar tres pizzas del horno y había metido otras
tres cuando los hombres empezaron a llegar. Con una gran sonrisa, los
abrazó uno a uno.
Sus risotadas y las palmadas afectuosas que le dieron en la espalda la
enternecieron tanto como las flores.
—Veo que has recibido las flores —dijo Billy, dando la vuelta alrededor
de la mesa para observarlas desde todos los ángulos—. Son muy bonitas.
—Son maravillosas —dijo Myriam—. Es la primera vez que me regalan
flores —añadió, justo cuando Víctor entraba en la cocina.
Él se quedó mirando el ramo, luego contempló el rostro feliz de Myriam
y a continuación la expresión de satisfacción de sus hombres. Impertérrito,
se lavó las manos en silencio y tomó sitio en la mesa.
—He traído un montón de pizza —dijo Myriam, poniendo el avisador—.
Una para cada uno si es que sois capaces de comer tanto.
—¿Qué celebramos? —preguntó Víctor.
Myriam volvió la vista hacia él. ¿Habría adivinado?
—He ido a hacer la compra y pensé que os gustaría comer pizza —se
limitó a decir. Se sentó entre Jack y Lance e ignoró la atención que Víctor
dirigía a la silla vacía que quedaba a su lado.
—Entonces, ¿te han gustado las flores? —preguntó Lance, después de
comer algo.
—Son maravillosas. Me habéis hecho sentir algo muy especial.
—Recuerda ese sentimiento y así podrás incluirlo en tu libro —dijo Víctor,
con amargura.
Billy levantó la vista.
—¿Estás escribiendo en tu libro todo lo que ocurre en rancho? ¿Me has
incluido a mí?
—Seguro que eres el malo —bromeó Jack.
—No, no estoy escribiendo sobre el rancho. Pero a veces me cuesta
describir emociones.
Myriam recordó los besos de Víctor, su insistencia en que escribiera lo
que le hacían sentir. Sabía que él también los recordaba. ¿Por qué había
sacado el tema? ¿Para establecer un vínculo entre ellos dos? No. Myriam no
quería engañarse a sí misma.
Al menos los demás hombres no sabían nada. Ni llegarían a saberlo.
Ésa iba a ser la última noche con ellos. Después tendría todo el tiempo del
mundo para comprobar si era capaz de imprimir emoción a su escritura. Podía
añadir el dolor y la tristeza al delicioso recuerdo de los besos de Víctor. La
fuente de inspiración iba a ser inagotable.
Se volvió a Billy para bromear con él sobre su presencia en la novela,
pero en el fondo de su corazón estaba contando los minutos que faltaban
para quedarse a solas.
Myriam dobló la ropa limpia, las toallas y las sábanas. Todavía tenía
que hacer la cama de Víctor. Subió las escaleras corriendo y acababa de
empezar a hacerla cuando Víctor apareció en la puerta.
—Lo siento —dijo ella—. Quería haber terminado antes —añadió,
estirando la sábana.
—Te he oído y quería saber qué estabas haciendo. Puedo ayudarte —
Víctor fue hasta el otro lado de la cama y estiró la sábana. En unos segundos
habían acabado.
Myriam necesitaba alejarse de Víctor. Estar tan cerca de él con una cama
de por medio era una tortura. Hubiera querido que Víctor cruzara la distancia
que los separaba, la tomara en sus brazos y la besara hasta hacerle perder
el conocimiento. Myriam contuvo la respiración un instante, antes de dejar
escapar el aire lentamente. Víctor no se había movido de donde estaba.
—He guardado la ropa limpia en los cajones —dijo ella, en voz baja,
dirigiéndose hacia la puerta.
—Gracias.
—Nos vemos en el desayuno.
— Myriam…
—Buenas noches — Myriam prácticamente salió corriendo.
Cuando se encontró a salvo en su dormitorio se arrepintió de haber
huido. Era su última noche en el rancho y le hubiera gustado pasarla con
Víctor. Tal vez sentados en el porche, charlando, o tomando café en el
despacho. Deseó haber podido conservar la amistad que en cierto momento
parecía haber surgido entre ellos. Aunque sólo fuera por unas horas más.
Sacudiendo la cabeza, sacó las maletas de debajo de la cama.
Myriam observó a los hombres detenidamente durante el desayuno. Iba
a echarlos de menos. Se había encariñado con todos ellos: Lance, siempre
tan amable, Billy, coqueto, Jack y su interés en darle explicaciones sobre el
rancho, Trevor, siempre pidiendo repetir. Myriam se prohibió mirar a Víctor.
No era necesario. Ya había acumulado más recuerdos de él de los que podía
soportar.
Cuando los hombres se marcharon, los despidió con una sonrisa,
deseándoles que pasaran un buen día y sabiendo bien que ella ya no estaría
allí cuando regresaran.
Preparó el almuerzo con calma para dejárselo listo y a continuación fue
a desconectar el ordenador. Para evitar levantar sospechas, llevó su coche
hasta la puerta principal, donde los hombres no podrían verlo y puso el
ordenador en el asiento de atrás.
Entró para recoger sus maletas y las metió en el maletero. En cuanto
diera una vuelta por la casa para cerciorarse de que todo estaba en orden,
podría marcharse.
Llamó a la agencia y la señora Montgomery le dijo que todavía no
había encontrado ningún trabajo para ella, pero que creía que pronto
tendría una candidata apropiada para el rancho.
Con la satisfacción de saber que Víctor y sus hombres tendrían pronto
quien cuidara de ellos, Myriam se montó en el coche y avanzó por el camino
de tierra que conducía a la carretera.
Había dejado las señas de su padre sobre el escritorio de Víctor por si
recibía alguna carta. En cuanto llegara a su casa, le mandaría una nota al
editor dándole sus nuevas señas para que, si querían hablar con ella, no
molestaran a Víctor.
Cuando estaba a punto de alcanzar la carretera, vio alejarse la
furgoneta del correo, y decidió comprobar si había algo para ella.
El gran sobre marrón despertó sus sospechas. Llevaba su nombre. Lo
abrió lentamente y sacó el montón de hojas.
Era su manuscrito. La prontitud con que respondía el editor la
sorprendió. Una nota cayó al suelo y Myriam se agachó para recogerla y la
leyó con una mala premonición.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas. A todo el dolor que sentía se
añadía el rechazo de la editorial. Myriam se sentó en el suelo, junto al
coche, y estalló en llanto pensando en todo lo que perdía de un plumazo: su
brillante futuro como novelista y el hombre al que amaba.
MyVfan1- VBB CRISTAL
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Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 13
Myriam se secó las mejillas. Se sentía como un fardo abandonado. La
tierra tembló y pronto vio por el rabillo del ojo la causa de las vibraciones
que le sacudían el cuerpo. Un jinete galopaba a toda velocidad hacia ella.
Lentamente, consiguió ponerse en pie. Se pasó el dorso de la mano
una vez más por las mejillas y apretó contra el pecho el manuscrito.
Víctor detuvo el caballo al otro lado de la alambrada y desmontó sin
apartar la mirada de Myriam. Soltó las riendas y, de un salto, pasó a la
carretera y se encaminó hacia ella en silencio. Un sol abrasador caía sobre
ellos. Myriam pestañeó para librarse de las últimas lágrimas que inundaban
sus ojos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Víctor.
Al ver el paquete que estrechaba y sus ojos humedecidos, comprendió
al instante.
—¡Oh, cariño! ¿No les ha interesado tu libro?
Su tono compasivo desarmó a Myriam. Sacudiendo la cabeza, estalló
en llanto y se refugió en los brazos de Víctor.
Él la estrechó con fuerza, susurrando palabras de consuelo a su oído, y
ella se dejó inundar por su fuerza. Podía oír el corazón de Víctor latir
pausadamente bajo su oreja. Por un instante se sintió protegida, y al mismo
tiempo tan sola que hubiera querido morir.
—Estoy bien —dijo, separándose de Víctor y secándose las mejillas.
Víctor le tomó el rostro entre las manos.
—¿Qué decía la carta? —preguntó con dulzura.
Myriam se la dio.
—Léela, si quieres. Dice que mi novela no es apropiada para su
colección y que necesito practicar más para alcanzar el nivel de calidad que
requieren.
Víctor leyó la nota por encima antes de devolvérsela.
—Podrías mandarlo a otra editorial.
Myriam asintió en silencio. Eso le daría algo que hacer cuando llegara a
casa de su padre. Intentó sonreír.
—Me recuperaré. Ha sido una gran desilusión añadida a todas las
demás catástrofes —dijo Myriam.
Acababa de dar más información de la que pretendía. No quería que
Víctor conociera sus planes.
—He venido a por el correo —dijo, preguntándose cuánto tiempo
pensaba Víctor seguir sujetándole la cara, y cuánto tiempo tardaría ella en
echarse en sus brazos y rogarle que la besara de nuevo. Un último beso
antes de la partida.
—¿Sólo ha llegado tu manuscrito? —preguntó Víctor, acariciándole la
mejilla con los pulgares.
—No, creo que hay un par de cartas más.
Víctor la soltó y fue hasta el buzón, lo abrió y sacó los sobres. Volviendo
junto a Myriam, se los tendió.
—Puedes llevarlas al rancho —dijo.
Myriam no hizo ademán de tomar el correo. Se quedó con la mente en
blanco. Sólo podía escuchar los latidos de su propio corazón y su sangre
circular aceleradamente por sus venas.
Víctor la observó con expresión confusa. A continuación miró hacia el
coche.
—¿ Myriam?
—¿Si? — Myriam le miró a los ojos.
—¿Vas a llevar el correo a casa?
Myriam sacudió la cabeza lentamente.
Víctor bajó la mano.
—¿Por qué no?
—Porque no voy a volver.
Víctor se acercó hasta el coche con el ceño fruncido y vio el ordenador.
—¿Le pasa algo a tu ordenador? —preguntó, sin dejar de mirar al
coche.
—No — Myriam miró a lo lejos. Si no se hubiera detenido a mirar en el
buzón y no se hubiese echado a llorar, Víctor no la habría visto y ella estaría
ya lejos de allí.
— Myriam, ¿qué ocurre?
—Me marcho —dijo ella, temiendo que Víctor lanzara el sombrero al aire
con un grito de alegría.
Pero en lugar de eso, él la contempló en silencio.
Myriam suspiró profundamente y con una calma que ocultaba la
confusión que la embargaba, caminó hasta su coche. Víctor estaba junto a la
puerta. No se movió.
—¿Por qué? —preguntó.
—Es evidente. No puedo quedarme, has pedido que te manden una
sustituta. Esta mañana he hablado con la señora Montgomery y ya han
encontrado a una. Ayer hice la compra y lavé la ropa para que podáis
resistir hasta que llegue la nueva empleada.
—Lo has planeado todo —musitó Víctor.
Myriam había esperado una reacción más expresiva por parte de Víctor.
Asintió. No podía soportar estar tan cerca de él y amarlo como lo amaba
sabiendo que estaba a punto de partir. ¿Por qué no montaba en su caballo y
la dejaba en paz?
—¿Dónde vas, has conseguido otro trabajo?
—Todavía no. Voy a casa de mi padre. Nos hemos reconciliado y quiero
hacer un esfuerzo para mejorar nuestra relación —y, aunque no pudiera
decírselo a Víctor, siempre tendría que agradecérselo a él—. Estoy segura de
que la nueva ama de llaves será perfecta. Nunca se le olvidarán las comidas
ni secar la ropa.
—Y no creo que me tiña la ropa de verde —dijo Víctor, en voz baja.
Myriam se sonrojó.
—¡Creía que no te habías dado cuenta!
Víctor esbozó una media sonrisa.
—¿Cómo no iba a darme cuenta de que tenía la ropa interior verde?
—No era demasiado oscuro.
—Pero era verde.
—Lo siento, yo…
—Estarías soñando despierta y pusiste una prenda verde con la ropa
blanca.
Myriam asintió.
—Tu próxima ama de llaves puede meterla en lejía.
Se produjo un largo silencio. Myriam se sentía morir lentamente.
Finalmente, forzó una amplia sonrisa e hizo ademán de abrir la puerta.
—Tengo que marcharme, Víctor. Denver está lejos y quiero llegar antes
de que oscurezca.
—Como quieras —Víctor le abrió la puerta y la observó sentarse y dejar
el manuscrito en el asiento de al lado. En el asiento de atrás estaba el ramo
de flores que le habían regalado los hombres.
Víctor se quitó el sombrero y se inclinó hacia ella.
—Conduce con cuidado, Myriam —dijo, antes de besarla
delicadamente. Después se incorporó levemente y estudió su rostro como si
quisiera memorizarlo.
—Adiós, Víctor —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas.
Víctor se irguió sin apartar la mano de la ventanilla. Myriam puso el
coche en marcha.
—No te vayas.
Myriam levantó la mirada. ¿Había dicho eso Víctor o lo había imaginado?
Víctor la miró con ojos brillantes, respiró profundamente y susurró:
—No te vayas.
Myriam paró el motor con dedos temblorosos. Víctor abrió la puerta y le
ayudó a salir del coche. Abrazándola, apoyó la mejilla en su cabeza.
—¿Víctor? —dijo Myriam, temiendo que sus sentidos la engañaran y que
su esperanza fuera más fuerte que la realidad.
—Quédate conmigo, Myriam. No te vayas.
Myriam no se había inventado aquellas palabras. Su corazón rebosó de
amor por aquel difícil hombre que la estrechaba en sus brazos.
—Creía que querías que me marchara.
—Y yo también, pero me equivocaba. Hace unos instantes, cuando me
he dado cuenta de que te ibas realmente, he sentido vértigo. Todas las
personas a las que he amado me han abandonado, Myriam. Mi padre y mi
madre se mataron, Rafe se fue a los rodeos y se estableció en el oeste,
Ángel se ha ido a Laramie.
—Víctor, Rafe y Angélica no te han abandonado, se han ido a vivir sus
vidas.
—Y Jeannie —continuó Víctor como si ella no hubiera hablado—. La
amaba de verdad. Era inteligente y bonita. Pero cuando la encontré con
aquel hombre, algo murió en mi interior. Por eso decidí que si me casaba
alguna vez, lo haría con alguien como mi madre.
Myriam no pudo decir nada. Sabía que nunca se parecería a la madre
de Víctor.
—Seguro que hay alguien cerca que se parezca a ella. ¿Gillian?
—Gillian es una vieja amiga del colegio. De haberme enamorado de
ella lo habría hecho hace mucho tiempo —Víctor apoyó la frente en la de
Myriam y la miró fijamente a los ojos—. Y ya no quiero una madre. Quiero
una mujer que me subyugue de tal manera que apenas pueda
concentrarme en mi trabajo. Una mujer que disfrute con los pequeños
detalles de la vida, una mujer que aunque se olvide de cocinar, sea capaz
de transmitir alegría y amabilidad a un grupo de hombres toscos. Y una
mujer tan fuerte como yo.
El corazón de Myriam latía desbocadamente. Le costaba creer lo que
estaba escuchando y no lo hubiera interrumpido ni por todo el oro del
mundo. Víctor estaba hablando de ella. ¿Realmente creía todo eso?
—No pares —susurró, apretando las manos contra el torso de Víctor.
Él sonrió y sacudió la cabeza.
—Quiero una mujer tan inocente que me asuste y al mismo tiempo tan
femenina que me haga sentir orgulloso de ser un hombre. Quiero una mujer
que me necesite, que…
Myriam se abrazó a su cuello.
—Te amo, Víctor. Te amo —dijo, dejando que las lágrimas se deslizaran
por sus mejillas sin intentar detenerlas.
—Y yo estoy intentado decirte que te amo, Myriam —dijo Víctor,
besándola con ternura.
Se separó, y mirándola con ojos llenos de amor, la tomó en brazos y
dio vueltas con ella en el aire, al tiempo que lanzaba un grito de alegría.
Myriam se asió a él y rió.
Víctor la dejó en el suelo.
—¿Te quedas?
—Supongo. Pero quiero que me aclares una cosa: quieres que me
quede….
—Quiero que te cases conmigo. Seremos felices juntos, Myriam. Tú
podrás escribir y cuidar de los niños. Contrataremos un ama de llaves para
hacer las tareas de la casa.
—No hace falta, puedo ocuparme yo.
Víctor vaciló, respiró profundamente y sonrió.
—Claro que sí. Siempre podemos comer tortilla.
—Eres… — Myriam le dio un golpe en el brazo, mirándolo con adoración
—. Vamos a ser tan felices juntos…. —hizo una pausa. Las palabras de Víctor
habían tardado en penetrar en su mente—. ¿Has dicho niños?
—¿No quieres tenerlos?
—¿Cuántos? —preguntó Myriam, con cautela.
Víctor se encogió de hombros.
—Me encantaría tener un par de chicos y un par de chicas.
—Me parece una buena idea.
Myriam se sentía capaz de cuidar de cuatro hijos. Sonrió lentamente.
Estaba segura de poder superar cualquier obstáculo estando junto a Víctor.
Incluso podría manejar a aquel hombre mandón siempre que él la amara.
Samuel Montemayor carraspeó. Llevaba una semana de visita en el rancho
durante la que habían discutido mucho pero también se habían aproximado
más que nunca.
Myriam se alisó la falda del vestido de boda y se miró en el espejo. La
falda corta le quedaba bien. También el sombrero.
—¿Estás lista, cariño? —preguntó su padre—. ¿Estás segura de lo que
vas a hacer?
—Sí, papá. Completamente segura. Creía que Víctor te gustaba — Myriam
miró a su padre sorprendida. Él y Víctor se habían conocido hacía varias
semanas, durante una visita de un fin de semana.
—Y me gusta. Sólo quiero cerciorarme de que vas a ser feliz.
—Soy tan feliz que voy a estallar —dijo Myriam, tomándolo del brazo.
—Siempre pensé que te casarías en una iglesia —dijo su padre, al
tiempo que salían al descansillo. Se detuvieron en lo alto de la escalera y
miraron a la gente que los esperaba en el vestíbulo y se adentraba hacia el
salón, desde donde llegaban sus voces.
—No, esto está mejor —dijo.
—¿Por qué?
Myriam sonrió a su padre.
—Siempre que Víctor se ponga mandón o se enfade por algo, podré
recordarle que fue en esa misma habitación donde nos juramos amor
eterno, y le haré sentirse culpable.
Cuando sonó la música, Myriam y su padre descendieron lentamente
las escaleras. Todos los hombres del rancho estaban allí, tan elegantes que
Myriam casi no pudo reconocerlos. Lance le guiñó un ojo y Myriam, divertida,
miró para otro lado.
Sabía que a Lance le encantaba tomarle el pelo a Víctor y que su futuro
esposo siempre se irritaba con él.
Cuando llegaron al arco de entrada, Myriam vio a Víctor. Se sonrieron. A
Myriam le costaba creer que no estaba soñando, que verdaderamente iban
a casarse, que Víctor la amaba tanto como ella lo amaba a él.
—Sé feliz, pequeña —le susurró su padre, entregando la mano de
Myriam a Víctor.
—Lo seré, papá, siempre — Myriam sonrió y dio un paso hacia su
amado.
Myriam se secó las mejillas. Se sentía como un fardo abandonado. La
tierra tembló y pronto vio por el rabillo del ojo la causa de las vibraciones
que le sacudían el cuerpo. Un jinete galopaba a toda velocidad hacia ella.
Lentamente, consiguió ponerse en pie. Se pasó el dorso de la mano
una vez más por las mejillas y apretó contra el pecho el manuscrito.
Víctor detuvo el caballo al otro lado de la alambrada y desmontó sin
apartar la mirada de Myriam. Soltó las riendas y, de un salto, pasó a la
carretera y se encaminó hacia ella en silencio. Un sol abrasador caía sobre
ellos. Myriam pestañeó para librarse de las últimas lágrimas que inundaban
sus ojos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Víctor.
Al ver el paquete que estrechaba y sus ojos humedecidos, comprendió
al instante.
—¡Oh, cariño! ¿No les ha interesado tu libro?
Su tono compasivo desarmó a Myriam. Sacudiendo la cabeza, estalló
en llanto y se refugió en los brazos de Víctor.
Él la estrechó con fuerza, susurrando palabras de consuelo a su oído, y
ella se dejó inundar por su fuerza. Podía oír el corazón de Víctor latir
pausadamente bajo su oreja. Por un instante se sintió protegida, y al mismo
tiempo tan sola que hubiera querido morir.
—Estoy bien —dijo, separándose de Víctor y secándose las mejillas.
Víctor le tomó el rostro entre las manos.
—¿Qué decía la carta? —preguntó con dulzura.
Myriam se la dio.
—Léela, si quieres. Dice que mi novela no es apropiada para su
colección y que necesito practicar más para alcanzar el nivel de calidad que
requieren.
Víctor leyó la nota por encima antes de devolvérsela.
—Podrías mandarlo a otra editorial.
Myriam asintió en silencio. Eso le daría algo que hacer cuando llegara a
casa de su padre. Intentó sonreír.
—Me recuperaré. Ha sido una gran desilusión añadida a todas las
demás catástrofes —dijo Myriam.
Acababa de dar más información de la que pretendía. No quería que
Víctor conociera sus planes.
—He venido a por el correo —dijo, preguntándose cuánto tiempo
pensaba Víctor seguir sujetándole la cara, y cuánto tiempo tardaría ella en
echarse en sus brazos y rogarle que la besara de nuevo. Un último beso
antes de la partida.
—¿Sólo ha llegado tu manuscrito? —preguntó Víctor, acariciándole la
mejilla con los pulgares.
—No, creo que hay un par de cartas más.
Víctor la soltó y fue hasta el buzón, lo abrió y sacó los sobres. Volviendo
junto a Myriam, se los tendió.
—Puedes llevarlas al rancho —dijo.
Myriam no hizo ademán de tomar el correo. Se quedó con la mente en
blanco. Sólo podía escuchar los latidos de su propio corazón y su sangre
circular aceleradamente por sus venas.
Víctor la observó con expresión confusa. A continuación miró hacia el
coche.
—¿ Myriam?
—¿Si? — Myriam le miró a los ojos.
—¿Vas a llevar el correo a casa?
Myriam sacudió la cabeza lentamente.
Víctor bajó la mano.
—¿Por qué no?
—Porque no voy a volver.
Víctor se acercó hasta el coche con el ceño fruncido y vio el ordenador.
—¿Le pasa algo a tu ordenador? —preguntó, sin dejar de mirar al
coche.
—No — Myriam miró a lo lejos. Si no se hubiera detenido a mirar en el
buzón y no se hubiese echado a llorar, Víctor no la habría visto y ella estaría
ya lejos de allí.
— Myriam, ¿qué ocurre?
—Me marcho —dijo ella, temiendo que Víctor lanzara el sombrero al aire
con un grito de alegría.
Pero en lugar de eso, él la contempló en silencio.
Myriam suspiró profundamente y con una calma que ocultaba la
confusión que la embargaba, caminó hasta su coche. Víctor estaba junto a la
puerta. No se movió.
—¿Por qué? —preguntó.
—Es evidente. No puedo quedarme, has pedido que te manden una
sustituta. Esta mañana he hablado con la señora Montgomery y ya han
encontrado a una. Ayer hice la compra y lavé la ropa para que podáis
resistir hasta que llegue la nueva empleada.
—Lo has planeado todo —musitó Víctor.
Myriam había esperado una reacción más expresiva por parte de Víctor.
Asintió. No podía soportar estar tan cerca de él y amarlo como lo amaba
sabiendo que estaba a punto de partir. ¿Por qué no montaba en su caballo y
la dejaba en paz?
—¿Dónde vas, has conseguido otro trabajo?
—Todavía no. Voy a casa de mi padre. Nos hemos reconciliado y quiero
hacer un esfuerzo para mejorar nuestra relación —y, aunque no pudiera
decírselo a Víctor, siempre tendría que agradecérselo a él—. Estoy segura de
que la nueva ama de llaves será perfecta. Nunca se le olvidarán las comidas
ni secar la ropa.
—Y no creo que me tiña la ropa de verde —dijo Víctor, en voz baja.
Myriam se sonrojó.
—¡Creía que no te habías dado cuenta!
Víctor esbozó una media sonrisa.
—¿Cómo no iba a darme cuenta de que tenía la ropa interior verde?
—No era demasiado oscuro.
—Pero era verde.
—Lo siento, yo…
—Estarías soñando despierta y pusiste una prenda verde con la ropa
blanca.
Myriam asintió.
—Tu próxima ama de llaves puede meterla en lejía.
Se produjo un largo silencio. Myriam se sentía morir lentamente.
Finalmente, forzó una amplia sonrisa e hizo ademán de abrir la puerta.
—Tengo que marcharme, Víctor. Denver está lejos y quiero llegar antes
de que oscurezca.
—Como quieras —Víctor le abrió la puerta y la observó sentarse y dejar
el manuscrito en el asiento de al lado. En el asiento de atrás estaba el ramo
de flores que le habían regalado los hombres.
Víctor se quitó el sombrero y se inclinó hacia ella.
—Conduce con cuidado, Myriam —dijo, antes de besarla
delicadamente. Después se incorporó levemente y estudió su rostro como si
quisiera memorizarlo.
—Adiós, Víctor —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas.
Víctor se irguió sin apartar la mano de la ventanilla. Myriam puso el
coche en marcha.
—No te vayas.
Myriam levantó la mirada. ¿Había dicho eso Víctor o lo había imaginado?
Víctor la miró con ojos brillantes, respiró profundamente y susurró:
—No te vayas.
Myriam paró el motor con dedos temblorosos. Víctor abrió la puerta y le
ayudó a salir del coche. Abrazándola, apoyó la mejilla en su cabeza.
—¿Víctor? —dijo Myriam, temiendo que sus sentidos la engañaran y que
su esperanza fuera más fuerte que la realidad.
—Quédate conmigo, Myriam. No te vayas.
Myriam no se había inventado aquellas palabras. Su corazón rebosó de
amor por aquel difícil hombre que la estrechaba en sus brazos.
—Creía que querías que me marchara.
—Y yo también, pero me equivocaba. Hace unos instantes, cuando me
he dado cuenta de que te ibas realmente, he sentido vértigo. Todas las
personas a las que he amado me han abandonado, Myriam. Mi padre y mi
madre se mataron, Rafe se fue a los rodeos y se estableció en el oeste,
Ángel se ha ido a Laramie.
—Víctor, Rafe y Angélica no te han abandonado, se han ido a vivir sus
vidas.
—Y Jeannie —continuó Víctor como si ella no hubiera hablado—. La
amaba de verdad. Era inteligente y bonita. Pero cuando la encontré con
aquel hombre, algo murió en mi interior. Por eso decidí que si me casaba
alguna vez, lo haría con alguien como mi madre.
Myriam no pudo decir nada. Sabía que nunca se parecería a la madre
de Víctor.
—Seguro que hay alguien cerca que se parezca a ella. ¿Gillian?
—Gillian es una vieja amiga del colegio. De haberme enamorado de
ella lo habría hecho hace mucho tiempo —Víctor apoyó la frente en la de
Myriam y la miró fijamente a los ojos—. Y ya no quiero una madre. Quiero
una mujer que me subyugue de tal manera que apenas pueda
concentrarme en mi trabajo. Una mujer que disfrute con los pequeños
detalles de la vida, una mujer que aunque se olvide de cocinar, sea capaz
de transmitir alegría y amabilidad a un grupo de hombres toscos. Y una
mujer tan fuerte como yo.
El corazón de Myriam latía desbocadamente. Le costaba creer lo que
estaba escuchando y no lo hubiera interrumpido ni por todo el oro del
mundo. Víctor estaba hablando de ella. ¿Realmente creía todo eso?
—No pares —susurró, apretando las manos contra el torso de Víctor.
Él sonrió y sacudió la cabeza.
—Quiero una mujer tan inocente que me asuste y al mismo tiempo tan
femenina que me haga sentir orgulloso de ser un hombre. Quiero una mujer
que me necesite, que…
Myriam se abrazó a su cuello.
—Te amo, Víctor. Te amo —dijo, dejando que las lágrimas se deslizaran
por sus mejillas sin intentar detenerlas.
—Y yo estoy intentado decirte que te amo, Myriam —dijo Víctor,
besándola con ternura.
Se separó, y mirándola con ojos llenos de amor, la tomó en brazos y
dio vueltas con ella en el aire, al tiempo que lanzaba un grito de alegría.
Myriam se asió a él y rió.
Víctor la dejó en el suelo.
—¿Te quedas?
—Supongo. Pero quiero que me aclares una cosa: quieres que me
quede….
—Quiero que te cases conmigo. Seremos felices juntos, Myriam. Tú
podrás escribir y cuidar de los niños. Contrataremos un ama de llaves para
hacer las tareas de la casa.
—No hace falta, puedo ocuparme yo.
Víctor vaciló, respiró profundamente y sonrió.
—Claro que sí. Siempre podemos comer tortilla.
—Eres… — Myriam le dio un golpe en el brazo, mirándolo con adoración
—. Vamos a ser tan felices juntos…. —hizo una pausa. Las palabras de Víctor
habían tardado en penetrar en su mente—. ¿Has dicho niños?
—¿No quieres tenerlos?
—¿Cuántos? —preguntó Myriam, con cautela.
Víctor se encogió de hombros.
—Me encantaría tener un par de chicos y un par de chicas.
—Me parece una buena idea.
Myriam se sentía capaz de cuidar de cuatro hijos. Sonrió lentamente.
Estaba segura de poder superar cualquier obstáculo estando junto a Víctor.
Incluso podría manejar a aquel hombre mandón siempre que él la amara.
Samuel Montemayor carraspeó. Llevaba una semana de visita en el rancho
durante la que habían discutido mucho pero también se habían aproximado
más que nunca.
Myriam se alisó la falda del vestido de boda y se miró en el espejo. La
falda corta le quedaba bien. También el sombrero.
—¿Estás lista, cariño? —preguntó su padre—. ¿Estás segura de lo que
vas a hacer?
—Sí, papá. Completamente segura. Creía que Víctor te gustaba — Myriam
miró a su padre sorprendida. Él y Víctor se habían conocido hacía varias
semanas, durante una visita de un fin de semana.
—Y me gusta. Sólo quiero cerciorarme de que vas a ser feliz.
—Soy tan feliz que voy a estallar —dijo Myriam, tomándolo del brazo.
—Siempre pensé que te casarías en una iglesia —dijo su padre, al
tiempo que salían al descansillo. Se detuvieron en lo alto de la escalera y
miraron a la gente que los esperaba en el vestíbulo y se adentraba hacia el
salón, desde donde llegaban sus voces.
—No, esto está mejor —dijo.
—¿Por qué?
Myriam sonrió a su padre.
—Siempre que Víctor se ponga mandón o se enfade por algo, podré
recordarle que fue en esa misma habitación donde nos juramos amor
eterno, y le haré sentirse culpable.
Cuando sonó la música, Myriam y su padre descendieron lentamente
las escaleras. Todos los hombres del rancho estaban allí, tan elegantes que
Myriam casi no pudo reconocerlos. Lance le guiñó un ojo y Myriam, divertida,
miró para otro lado.
Sabía que a Lance le encantaba tomarle el pelo a Víctor y que su futuro
esposo siempre se irritaba con él.
Cuando llegaron al arco de entrada, Myriam vio a Víctor. Se sonrieron. A
Myriam le costaba creer que no estaba soñando, que verdaderamente iban
a casarse, que Víctor la amaba tanto como ella lo amaba a él.
—Sé feliz, pequeña —le susurró su padre, entregando la mano de
Myriam a Víctor.
—Lo seré, papá, siempre — Myriam sonrió y dio un paso hacia su
amado.
MyVfan1- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Epílogo
Myriam tarareaba de vuelta a casa en el camión azul y blanco. En
cuanto llegara, iría en busca de Víctor. Si no se lo decía pronto, iba a estallar
de impaciencia. La visita al médico no había hecho más que confirmar lo
que Myriam sospechaba: en unos meses tendrían un hijo.
Detuvo el camión junto al buzón y miró en torno por si veía a alguno de
los hombres, pero debían estar trabajando en otra parte del rancho. Y Víctor
no parecía haberla visto desde lo alto de la colina o, de otra manera, habría
galopado a su encuentro para darle la bienvenida, tal y como solía hacer.
Los dos últimos años habían sido maravillosos. Ocasionalmente Myriam
se olvidaba de cocinar o de poner la secadora, pero Víctor decía que no le
importaba. Y si se enfurruñaba, Myriam lo llevaba al salón y lo besaba, y
pronto Víctor cambiaba de humor. Myriam sonrió. Le encantaba reconciliarse
con su marido.
Claro que también le gustaba no pelearse con él. Víctor no necesitaba
excusas para tomarla en brazos y llevarla a la cama. O para tirar los papeles
del escritorio y hacerle el amor sobre él. O en el granero cuando los trabajadores…
Myriam sacudió la cabeza. Ya estaba soñando despierta otra vez. Se
bajó del camión y sacó las cartas. Un sobre grande marrón hizo que se le
encogiera el corazón. ¿La rechazaban de nuevo? Sacó la carta: sí. Era su
cuarto intento. Y la tercera vez que no aceptaban ese mismo manuscrito.
Leyó la nota por encima y sonrió. Decía que se lo devolvían por varias
razones. Siempre las había. Pero como en las anteriores ocasiones, la
felicitaban por la vividez y el calor de sus escenas de amor.
Metió la carta en el sobre, recogió el resto del correo y puso el camión
en marcha. Víctor no sabía que había mandado el libro a otras editoriales.
Myriam prefería que siguiera ofreciéndose a practicar para que su escritura
mejorara. Una sonrisa resplandeciente iluminó su rostro. Esa misma noche
tendrían ocasión de seguir practicando. Estaba deseando que llegara el
momento.
Miró el reloj y abrió los ojos desorbitadamente. «Oh Dios mío». Era
tarde y no había preparado nada para cenar. ¡Otra vez tortillas!
Fin
Ojala les guste a las muchas o pocas que la lean! nos vemos
Myriam tarareaba de vuelta a casa en el camión azul y blanco. En
cuanto llegara, iría en busca de Víctor. Si no se lo decía pronto, iba a estallar
de impaciencia. La visita al médico no había hecho más que confirmar lo
que Myriam sospechaba: en unos meses tendrían un hijo.
Detuvo el camión junto al buzón y miró en torno por si veía a alguno de
los hombres, pero debían estar trabajando en otra parte del rancho. Y Víctor
no parecía haberla visto desde lo alto de la colina o, de otra manera, habría
galopado a su encuentro para darle la bienvenida, tal y como solía hacer.
Los dos últimos años habían sido maravillosos. Ocasionalmente Myriam
se olvidaba de cocinar o de poner la secadora, pero Víctor decía que no le
importaba. Y si se enfurruñaba, Myriam lo llevaba al salón y lo besaba, y
pronto Víctor cambiaba de humor. Myriam sonrió. Le encantaba reconciliarse
con su marido.
Claro que también le gustaba no pelearse con él. Víctor no necesitaba
excusas para tomarla en brazos y llevarla a la cama. O para tirar los papeles
del escritorio y hacerle el amor sobre él. O en el granero cuando los trabajadores…
Myriam sacudió la cabeza. Ya estaba soñando despierta otra vez. Se
bajó del camión y sacó las cartas. Un sobre grande marrón hizo que se le
encogiera el corazón. ¿La rechazaban de nuevo? Sacó la carta: sí. Era su
cuarto intento. Y la tercera vez que no aceptaban ese mismo manuscrito.
Leyó la nota por encima y sonrió. Decía que se lo devolvían por varias
razones. Siempre las había. Pero como en las anteriores ocasiones, la
felicitaban por la vividez y el calor de sus escenas de amor.
Metió la carta en el sobre, recogió el resto del correo y puso el camión
en marcha. Víctor no sabía que había mandado el libro a otras editoriales.
Myriam prefería que siguiera ofreciéndose a practicar para que su escritura
mejorara. Una sonrisa resplandeciente iluminó su rostro. Esa misma noche
tendrían ocasión de seguir practicando. Estaba deseando que llegara el
momento.
Miró el reloj y abrió los ojos desorbitadamente. «Oh Dios mío». Era
tarde y no había preparado nada para cenar. ¡Otra vez tortillas!
Fin
Ojala les guste a las muchas o pocas que la lean! nos vemos
MyVfan1- VBB CRISTAL
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Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Por fa que no sea la ultima que posteas, no hay muchas leyendo porque me imagino que es la epoca de examenes y trabajos, asi que no te desanimes y soy Yuri y porfa mandame la novelita de la colega al correo que te puse... Gracias por tu atencion y seguimos en contacto
jai33sire- VBB PLATINO
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Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Oye, estoy publicando la novela de la colega, para que la lean las que no la han leido, ahi esta el tema nuevo.!
MyVfan1- VBB CRISTAL
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Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Gracias por terminar la novela............No te preocupes.
dany- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 883
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
graias muy buena novela ...
mariateressina- VBB PLATINO
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Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Página 2 de 2. • 1, 2
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