"Ama de llaves" COMPLETA
+2
jai33sire
MyVfan1
6 participantes
Página 1 de 2.
Página 1 de 2. • 1, 2
"Ama de llaves" COMPLETA
Esta novela es una adaptación
Ama de llaves
Argumento:
Myriam necesitaba un trabajo y Víctor un ama de llaves. La solución parecía sencilla: Myriam trabajaría para Víctor. Sin embargo, en la práctica, las cosas no iban a ser tan fáciles; Víctor había tenido cinco amas de llaves en menos de cinco meses y era increíblemente exigente respecto al orden y la limpieza de su hogar. Y Myriam solía tener tendencia al caos...
Víctor no necesitó mucho tiempo para darse cuenta de que aquella joven no cumplía los requisitos, pero por alguna extraña razón, era incapaz de despedirla…
Díganme que les parece, y si le sigo
Ama de llaves
Argumento:
Myriam necesitaba un trabajo y Víctor un ama de llaves. La solución parecía sencilla: Myriam trabajaría para Víctor. Sin embargo, en la práctica, las cosas no iban a ser tan fáciles; Víctor había tenido cinco amas de llaves en menos de cinco meses y era increíblemente exigente respecto al orden y la limpieza de su hogar. Y Myriam solía tener tendencia al caos...
Víctor no necesitó mucho tiempo para darse cuenta de que aquella joven no cumplía los requisitos, pero por alguna extraña razón, era incapaz de despedirla…
Díganme que les parece, y si le sigo
Última edición por MyVfan1 el Mar Jun 19, 2012 8:49 pm, editado 6 veces
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
SIIII por favor
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
SI QUEREMOS NUEVA NOVELA POR FAVOR.........GRACIAS
dany- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 883
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Capitulo 1
Capítulo 1
Myriam Montemayor intentó mantener la calma ante la mirad desaprobadora de Sarah Montgomery, la mujer madura, dueña y comandante en jefe de la Agencia de Colocación Montgomery, quien revisaba con expresión cada vez más amenazante una carpeta que tenía ante sí.
—Este es el tercer puesto del que la echan por despistada —dijo, severamente.
Myriam tragó saliva y se esforzó por inventar una excusa convincente.
—Reconozco que estaba…, distraída, pero sólo en una ocasión.
La señora Montgomery arqueó una ceja.
—Aquí dice que mezclaste los pedidos en repetidas ocasiones.
Quemaste las hamburguesas y tus batidos sólo sabían a leche.
—No creo que un restaurante de comida rápida sea el trabajo más apropiado para mí.
—Señorita Montemayor, empiezo a preguntarme si hay algún sitio adecuado para usted. Le conseguimos un puesto como recepcionista en Bennet, Strife y Harwell —la señora Montgomery señaló la carpeta—. Confundió los mensajes, colgó el teléfono a un cliente importante y la encontraron perdida en sus propias ensoñaciones cuando todos los teléfonos sonaban a un tiempo. Cuando la despidieron, lo intentamos en los grandes almacenes Markham. Creó tal confusión en el registro de ventas que aún deben estar resolviéndolo. Mandó la mercancía a la dirección equivocada y no atendió a compradores importantes porque estaba en su propio mundo de fantasía.
Myriam bajó la mirada. No necesitaba que la señora Montgomery le recitara la letanía. Sabía perfectamente que no se había concentrado en ninguno de los trabajos. Quería escribir, pero mientras no pudiera vivir de la literatura necesitaba un trabajo para mantenerse. Gracias a su tiránico padre, cuyo único interés había sido prepararla para un matrimonio ventajoso, Myriam no había aprendido ningún oficio, excepto el de anfitriona. Ahora que se había independizado, eso no le servía de nada.
Si no conseguía algo inmediatamente se quedaría sin dinero y lo último que quería hacer era volver a casa y admitir que su padre tenía razón.
—¿Sabe cocinar?
—Sí —replicó.
Aunque no era una gran cocinera, era capaz de hacer platos básicos.
—Hay un puesto posible —por primera vez, la señora Montgomery esbozo una tímida sonrisa—. Puede ser la pareja perfecta —dijo para sí—. O tal vez el despido más rápido de la historia de la agencia.
—¿Un puesto de cocinera?
—De cocinera y organización general en un rancho fuera de la ciudad.
—¡Lo acepto!
A la señora Montgomery no le pareció apropiado que Myriam mostrara tanto entusiasmo.
—Es lo único que puedo ofrecerle y no va a ser sencillo. Víctor García es un hombre muy difícil. Ha tenido cinco amas de llave en los últimos siete meses. La que más se ha quedado ha resistido cuatro semanas —los comentarios de Sarah Montgomery pretendían disuadir a Myriam, pero no lo lograron.
—Estoy segura de poder hacerlo —Myriam no podía perder la oportunidad. De una forma u otra necesitaba huir del tipo de vida que había conocido hasta entonces. ¡Tenía que lograrlo!
La señora Montgomery la miró por encima de sus gafas con la intención de intimidarla, y aunque estuvo a punto de conseguirlo, Myriam, logrando aparentar una calma que estaba lejos de sentir, sostuvo su mirada.
—El rancho está a una hora de Cheyenne.
Myriam asintió. No le importaba estar fuera de la ciudad.
—Por lo que dicen las otras mujeres que han trabajado allí, Víctor
García es mandón, arrogante y muy exigente. Nada es bastante para él.
Myriam respiró profundamente. Parecía la descripción de su padre y de
Don. Tenía mucha experiencia con ese tipo de hombres.
—Tengo experiencia con ese tipo de situaciones —dijo, con calma.
La señora Montgomery la estudió unos segundos antes de volver la mirada a la carpeta.
—Está bien. Llamaré al señor García para anunciarle que va para allá. Buena suerte, señorita Montemayor. Va a necesitarla.
espero que les guste, si no, díganme y le paro
Saluditos
Myriam Montemayor intentó mantener la calma ante la mirad desaprobadora de Sarah Montgomery, la mujer madura, dueña y comandante en jefe de la Agencia de Colocación Montgomery, quien revisaba con expresión cada vez más amenazante una carpeta que tenía ante sí.
—Este es el tercer puesto del que la echan por despistada —dijo, severamente.
Myriam tragó saliva y se esforzó por inventar una excusa convincente.
—Reconozco que estaba…, distraída, pero sólo en una ocasión.
La señora Montgomery arqueó una ceja.
—Aquí dice que mezclaste los pedidos en repetidas ocasiones.
Quemaste las hamburguesas y tus batidos sólo sabían a leche.
—No creo que un restaurante de comida rápida sea el trabajo más apropiado para mí.
—Señorita Montemayor, empiezo a preguntarme si hay algún sitio adecuado para usted. Le conseguimos un puesto como recepcionista en Bennet, Strife y Harwell —la señora Montgomery señaló la carpeta—. Confundió los mensajes, colgó el teléfono a un cliente importante y la encontraron perdida en sus propias ensoñaciones cuando todos los teléfonos sonaban a un tiempo. Cuando la despidieron, lo intentamos en los grandes almacenes Markham. Creó tal confusión en el registro de ventas que aún deben estar resolviéndolo. Mandó la mercancía a la dirección equivocada y no atendió a compradores importantes porque estaba en su propio mundo de fantasía.
Myriam bajó la mirada. No necesitaba que la señora Montgomery le recitara la letanía. Sabía perfectamente que no se había concentrado en ninguno de los trabajos. Quería escribir, pero mientras no pudiera vivir de la literatura necesitaba un trabajo para mantenerse. Gracias a su tiránico padre, cuyo único interés había sido prepararla para un matrimonio ventajoso, Myriam no había aprendido ningún oficio, excepto el de anfitriona. Ahora que se había independizado, eso no le servía de nada.
Si no conseguía algo inmediatamente se quedaría sin dinero y lo último que quería hacer era volver a casa y admitir que su padre tenía razón.
—¿Sabe cocinar?
—Sí —replicó.
Aunque no era una gran cocinera, era capaz de hacer platos básicos.
—Hay un puesto posible —por primera vez, la señora Montgomery esbozo una tímida sonrisa—. Puede ser la pareja perfecta —dijo para sí—. O tal vez el despido más rápido de la historia de la agencia.
—¿Un puesto de cocinera?
—De cocinera y organización general en un rancho fuera de la ciudad.
—¡Lo acepto!
A la señora Montgomery no le pareció apropiado que Myriam mostrara tanto entusiasmo.
—Es lo único que puedo ofrecerle y no va a ser sencillo. Víctor García es un hombre muy difícil. Ha tenido cinco amas de llave en los últimos siete meses. La que más se ha quedado ha resistido cuatro semanas —los comentarios de Sarah Montgomery pretendían disuadir a Myriam, pero no lo lograron.
—Estoy segura de poder hacerlo —Myriam no podía perder la oportunidad. De una forma u otra necesitaba huir del tipo de vida que había conocido hasta entonces. ¡Tenía que lograrlo!
La señora Montgomery la miró por encima de sus gafas con la intención de intimidarla, y aunque estuvo a punto de conseguirlo, Myriam, logrando aparentar una calma que estaba lejos de sentir, sostuvo su mirada.
—El rancho está a una hora de Cheyenne.
Myriam asintió. No le importaba estar fuera de la ciudad.
—Por lo que dicen las otras mujeres que han trabajado allí, Víctor
García es mandón, arrogante y muy exigente. Nada es bastante para él.
Myriam respiró profundamente. Parecía la descripción de su padre y de
Don. Tenía mucha experiencia con ese tipo de hombres.
—Tengo experiencia con ese tipo de situaciones —dijo, con calma.
La señora Montgomery la estudió unos segundos antes de volver la mirada a la carpeta.
—Está bien. Llamaré al señor García para anunciarle que va para allá. Buena suerte, señorita Montemayor. Va a necesitarla.
espero que les guste, si no, díganme y le paro
Saluditos
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
GRACIAS POR LA NOVELA SE LE MUY BUENA SEGUELE POPR FAVOR NO TARDES CON EL SIGUENTE CAPI
Eva Robles- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 214
Edad : 51
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Siguele por faaaaaaa que se lee muy bien
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
gracias niña por compratir la novelita siguela xfis se ve muy interesante
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
GRACIAS POR EL CAPITULO Y SI POR FAVOR SIGUELE ESTA MUY SOLO EL FORO Y ESPERO QUE CON LA NOVELA HAYA MAS ACTIVIDAD.
dany- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 883
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Capitulo 2
Capítulo 2
Myriam detuvo el coche cerca de la casa del rancho. La casa de dos
pisos de madera le resultó encantadora y se preguntó si la señora
Montgomery no habría exagerado al describir a su dueño. ¿Cómo podía ser
tan horrible el hombre que poseía aquella casa?
Myriam había llegado con tiempo de sobra para instalarse antes de
preparar el almuerzo. Estaba ansiosa por demostrar a su nuevo jefe que era
capaz de hacer bien su trabajo.
Abrió la puerta y se bajó del coche con cierta timidez. Llevaba unos
pantalones vaqueros viejos y una camiseta. Sólo las botas eran nuevas.
Miró en torno y vio a varios hombres trabajando cerca del cobertizo.
Uno de ellos estaba en un gran corral domando a un caballo, otro se
sentaba sobre un barril, desenrollando unas correas de cuero. Otros dos
abandonaron su tarea y se quedaron mirándola. Un hombre de gran
estatura salió del cobertizo al oír el coche. Myriam se llevó la mano a los
ojos para protegerse del sol y esperó. Al verlo aproximarse, su corazón latió
con fuerza.
Myriam no creía que fuera posible viajar en el tiempo, pero en ese
momento lo dudó. Aquel hombre parecía un vikingo. Alto, fuerte, rubio,
cruzó la distancia que los separaba lentamente, con suavidad y elegancia,
como un depredador avanzando hacia su presa. Se sacudió el sombrero en
el muslo y su cabello brilló como un doblón de oro. Se aproximó a Myriam
sin apartar los ojos de ella.
Myriam respiró profundamente y dejó caer la mano, sosteniéndole la
mirada.
—¿Se ha perdido? —preguntó él, poniéndose el sombrero y
echándoselo hacia adelante para protegerse del sol.
Myriam negó con la cabeza y sonrió. El deseo de acercarse a él y sentir
el calor que emanaba de su cuerpo era un sentimiento nuevo para ella. Y
que no tenía más remedio que reprimir.
—Soy Myriam Montemayor, la nueva ama de llaves.
Él la miró con incredulidad.
—¿Bromea?
—No —Myriam sacó del coche la carta que le habían dado en la
agencia—. La señora Montgomery me dijo que lo llamaría.
Victor Garcia tomó la carta, la leyó por encima y miró Myriam. ¿Qué
demonios iba a hacer? La señora Montgomery había llamado el día anterior
para anunciarle que tenía una nueva ama de llaves para él pero no se había
molestado en comentar que se trataba de una mujer joven y bonita, nada
adecuada para el puesto de trabajo. ¡Pero si hasta olía a rosas!
Victor volvió a inspeccionarla. Demasiado joven. Y demasiado femenina.
Tenía las curvas precisas en los sitios adecuados y aunque a él le daba lo
mismo, no quería que sus hombres se distrajeran. Además, no tenía aspecto
de poder hacer el trabajo. Probablemente era una inconsciente que pensaba
que vivir en un rancho sería divertido. ¿O acaso tenía la esperanza de cazar
a un ranchero, como Jeannie?
¿En qué estarían pensando en la agencia? Que hubiera tenido cinco
amas de llave distintas desde la marcha de Rachel no era excusa para que
le mandaran aquélla. Ninguna de las anteriores había servido. Pero
cualquiera de ellas era mejor que la menuda mujer que tenía delante.
—Siento que haya venido hasta aquí, pero no me sirve —Victor dobló la
carta y se la devolvió.
—¿Cómo que no sirvo? —preguntó ésta, desconcertada—. Ni siquiera
me ha entrevistado. No sabe ni cómo cocino ni cómo limpio. Y por lo que he
oído no le queda más remedio que darme una oportunidad. No hay nadie
más disponible —Myriam cerró el coche de un portazo y dio un paso hacia él
—. ¿Es usted Victor Garcia? —le preguntó, para asegurarse de que estaba
hablando con el jefe y no con alguno de sus empleados.
—Así es. Soy el dueño de Rafter C y lo que yo digo se cumple. No me
sirve.
Myriam miró en torno en busca de ayuda. Los hombres habían
continuado con su trabajo. Myriam puso las manos en jarras, levantó la
barbilla y apretó los dientes.
—¿Y dónde están todas esas mujeres que pueden hacer el trabajo
mejor que yo? Por lo que veo, no tiene ninguna —Myriam estaba segura de
ello y Victor sabía que tenía razón—. Quizá debería probar conmigo antes de
echarme del rancho.
Victor tomó una de sus manos y le recorrió la palma con el pulgar.
Myriam se estremeció, desconcertada ante aquel inesperado contacto.
—Un rancho representa un trabajo duro. Sus manos son demasiado
delicadas —dijo él, sin dejar de pasarle el dedo por la palma.
Myriam intentó soltarse, pero él la retuvo con firmeza. Ella lo miró
enfadada.
—No he venido a hacer el trabajo del rancho, sino el de la casa.
—Sigue siendo muy duro para usted —replicó él.
Myriam le sostuvo la mirada con dificultad. Sospechaba que Victor tenía
razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo. Le costaba pensar mientras él
le sujetaba la mano.
—¿Quién hace el trabajo en este momento?
Él se encogió de hombros y siguió acariciándole la mano. Bajó la vista
como si le maravillara la suavidad de la piel de Myriam. Respiró
profundamente y volvió a percibir un perfume de rosas.
—Hasta que llegue la próxima ama de llaves, los hombres y yo.
—Pues se han acabado los problemas. Ya estoy aquí. Soy la nueva ama
de llaves.
Victor sacudió la cabeza.
—Normalmente… —Myriam carraspeó. ¿Qué tenía de normal que un
desconocido le sujetara la mano? Nada. Su corazón latía velozmente. Las
caricias de Victor repercutían en todo su cuerpo. Tirando de la mano, se liberó
y dio un paso atrás.
—¿Normalmente qué? —preguntó él.
—¿Quién hace la comida?
—Durante años he tenido un ama de llaves, pero al enfermar su madre
se tuvo que ir. De esto hace más de un año. Desde entonces nada ha sido
normal. Uno de estos días la agencia mandará a alguien adecuado que se
quedará tanto tiempo como Rachel y se acabarán los problemas.
Myriam forzó una falsa sonrisa.
—Yo soy esa persona. Ha conseguido ahuyentar a todas las demás. La
agencia no lograba encontrar a ninguna otra, así que no tiene más remedio
que aceptarme.
—O ir a otra agencia —Victor frunció el ceño.
—Le ocurriría lo mismo. Cinco amas de llave en siete meses no es un
buen informe —¿de dónde salían las palabras? Myriam nunca se había
enfrentado a su padre, ¿cómo lograba defenderse frente a aquel gigante?
—¿Y usted va a ser mejor que las demás? La que más ha durado se fue
a las cuatro semanas.
—Yo me quedaré más. Y seré la mejor de todas —Myriam no dejaba de
sonreír para ocultar el temor que sentía.
Victor no quería que se quedara. Sólo llevaba allí diez minutos y ya le
recordaba a su antigua prometida, Jeannie. No físicamente. Jeannie era alta
y rubia, mientras que ésta era menuda y tenía un sedoso cabello castaño
que enmarcaba su rostro. Por un instante tuvo la tentación de echárselo
hacia atrás para comprobar si era tan suave como aparentaba, pero,
apretando los puños, se resistió. Más de una vez las hormonas le habían
jugado una mala pasada, pero nunca más. Esa mujer era demasiado joven y
tentadora. Él quería una mujer de cincuenta años, con varios hijos y años de
experiencia en el trabajo. Una mujer como su madre, a la que le gustara la
vida del rancho, disfrutara cocinando para los hombres y compartiendo la
conversación sobre el ganado, el precio de la carne en el mercado y los
rodeos. No una jovencita que pudiera tirar al suelo una ráfaga de viento.
Y sin embargo, ella tenía razón. La casa estaba hecha un desastre.
Nunca tenía ropa limpia y estaba harto de comer de latas. Lo hombres
empezaban a quejarse. Incluso Lance, el capataz, había protestado,
amenazando con marcharse si tenía que seguir cocinando. Y ninguna de las
más de cincuenta amas de llave que habían pasado por el rancho se había
quedado.
Estaba seguro de que iba acceder y de que se arrepentiría toda la vida.
Pero Myriam se había expresado con absoluta claridad y era cierto que
necesitaban ayuda. Si se quedaba, podría echarles una mano. Mientras, él
llamaría a la agencia y les diría que siguieran buscando a alguien más
apropiado.
Espero que les guste
Saludos
Myriam detuvo el coche cerca de la casa del rancho. La casa de dos
pisos de madera le resultó encantadora y se preguntó si la señora
Montgomery no habría exagerado al describir a su dueño. ¿Cómo podía ser
tan horrible el hombre que poseía aquella casa?
Myriam había llegado con tiempo de sobra para instalarse antes de
preparar el almuerzo. Estaba ansiosa por demostrar a su nuevo jefe que era
capaz de hacer bien su trabajo.
Abrió la puerta y se bajó del coche con cierta timidez. Llevaba unos
pantalones vaqueros viejos y una camiseta. Sólo las botas eran nuevas.
Miró en torno y vio a varios hombres trabajando cerca del cobertizo.
Uno de ellos estaba en un gran corral domando a un caballo, otro se
sentaba sobre un barril, desenrollando unas correas de cuero. Otros dos
abandonaron su tarea y se quedaron mirándola. Un hombre de gran
estatura salió del cobertizo al oír el coche. Myriam se llevó la mano a los
ojos para protegerse del sol y esperó. Al verlo aproximarse, su corazón latió
con fuerza.
Myriam no creía que fuera posible viajar en el tiempo, pero en ese
momento lo dudó. Aquel hombre parecía un vikingo. Alto, fuerte, rubio,
cruzó la distancia que los separaba lentamente, con suavidad y elegancia,
como un depredador avanzando hacia su presa. Se sacudió el sombrero en
el muslo y su cabello brilló como un doblón de oro. Se aproximó a Myriam
sin apartar los ojos de ella.
Myriam respiró profundamente y dejó caer la mano, sosteniéndole la
mirada.
—¿Se ha perdido? —preguntó él, poniéndose el sombrero y
echándoselo hacia adelante para protegerse del sol.
Myriam negó con la cabeza y sonrió. El deseo de acercarse a él y sentir
el calor que emanaba de su cuerpo era un sentimiento nuevo para ella. Y
que no tenía más remedio que reprimir.
—Soy Myriam Montemayor, la nueva ama de llaves.
Él la miró con incredulidad.
—¿Bromea?
—No —Myriam sacó del coche la carta que le habían dado en la
agencia—. La señora Montgomery me dijo que lo llamaría.
Victor Garcia tomó la carta, la leyó por encima y miró Myriam. ¿Qué
demonios iba a hacer? La señora Montgomery había llamado el día anterior
para anunciarle que tenía una nueva ama de llaves para él pero no se había
molestado en comentar que se trataba de una mujer joven y bonita, nada
adecuada para el puesto de trabajo. ¡Pero si hasta olía a rosas!
Victor volvió a inspeccionarla. Demasiado joven. Y demasiado femenina.
Tenía las curvas precisas en los sitios adecuados y aunque a él le daba lo
mismo, no quería que sus hombres se distrajeran. Además, no tenía aspecto
de poder hacer el trabajo. Probablemente era una inconsciente que pensaba
que vivir en un rancho sería divertido. ¿O acaso tenía la esperanza de cazar
a un ranchero, como Jeannie?
¿En qué estarían pensando en la agencia? Que hubiera tenido cinco
amas de llave distintas desde la marcha de Rachel no era excusa para que
le mandaran aquélla. Ninguna de las anteriores había servido. Pero
cualquiera de ellas era mejor que la menuda mujer que tenía delante.
—Siento que haya venido hasta aquí, pero no me sirve —Victor dobló la
carta y se la devolvió.
—¿Cómo que no sirvo? —preguntó ésta, desconcertada—. Ni siquiera
me ha entrevistado. No sabe ni cómo cocino ni cómo limpio. Y por lo que he
oído no le queda más remedio que darme una oportunidad. No hay nadie
más disponible —Myriam cerró el coche de un portazo y dio un paso hacia él
—. ¿Es usted Victor Garcia? —le preguntó, para asegurarse de que estaba
hablando con el jefe y no con alguno de sus empleados.
—Así es. Soy el dueño de Rafter C y lo que yo digo se cumple. No me
sirve.
Myriam miró en torno en busca de ayuda. Los hombres habían
continuado con su trabajo. Myriam puso las manos en jarras, levantó la
barbilla y apretó los dientes.
—¿Y dónde están todas esas mujeres que pueden hacer el trabajo
mejor que yo? Por lo que veo, no tiene ninguna —Myriam estaba segura de
ello y Victor sabía que tenía razón—. Quizá debería probar conmigo antes de
echarme del rancho.
Victor tomó una de sus manos y le recorrió la palma con el pulgar.
Myriam se estremeció, desconcertada ante aquel inesperado contacto.
—Un rancho representa un trabajo duro. Sus manos son demasiado
delicadas —dijo él, sin dejar de pasarle el dedo por la palma.
Myriam intentó soltarse, pero él la retuvo con firmeza. Ella lo miró
enfadada.
—No he venido a hacer el trabajo del rancho, sino el de la casa.
—Sigue siendo muy duro para usted —replicó él.
Myriam le sostuvo la mirada con dificultad. Sospechaba que Victor tenía
razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo. Le costaba pensar mientras él
le sujetaba la mano.
—¿Quién hace el trabajo en este momento?
Él se encogió de hombros y siguió acariciándole la mano. Bajó la vista
como si le maravillara la suavidad de la piel de Myriam. Respiró
profundamente y volvió a percibir un perfume de rosas.
—Hasta que llegue la próxima ama de llaves, los hombres y yo.
—Pues se han acabado los problemas. Ya estoy aquí. Soy la nueva ama
de llaves.
Victor sacudió la cabeza.
—Normalmente… —Myriam carraspeó. ¿Qué tenía de normal que un
desconocido le sujetara la mano? Nada. Su corazón latía velozmente. Las
caricias de Victor repercutían en todo su cuerpo. Tirando de la mano, se liberó
y dio un paso atrás.
—¿Normalmente qué? —preguntó él.
—¿Quién hace la comida?
—Durante años he tenido un ama de llaves, pero al enfermar su madre
se tuvo que ir. De esto hace más de un año. Desde entonces nada ha sido
normal. Uno de estos días la agencia mandará a alguien adecuado que se
quedará tanto tiempo como Rachel y se acabarán los problemas.
Myriam forzó una falsa sonrisa.
—Yo soy esa persona. Ha conseguido ahuyentar a todas las demás. La
agencia no lograba encontrar a ninguna otra, así que no tiene más remedio
que aceptarme.
—O ir a otra agencia —Victor frunció el ceño.
—Le ocurriría lo mismo. Cinco amas de llave en siete meses no es un
buen informe —¿de dónde salían las palabras? Myriam nunca se había
enfrentado a su padre, ¿cómo lograba defenderse frente a aquel gigante?
—¿Y usted va a ser mejor que las demás? La que más ha durado se fue
a las cuatro semanas.
—Yo me quedaré más. Y seré la mejor de todas —Myriam no dejaba de
sonreír para ocultar el temor que sentía.
Victor no quería que se quedara. Sólo llevaba allí diez minutos y ya le
recordaba a su antigua prometida, Jeannie. No físicamente. Jeannie era alta
y rubia, mientras que ésta era menuda y tenía un sedoso cabello castaño
que enmarcaba su rostro. Por un instante tuvo la tentación de echárselo
hacia atrás para comprobar si era tan suave como aparentaba, pero,
apretando los puños, se resistió. Más de una vez las hormonas le habían
jugado una mala pasada, pero nunca más. Esa mujer era demasiado joven y
tentadora. Él quería una mujer de cincuenta años, con varios hijos y años de
experiencia en el trabajo. Una mujer como su madre, a la que le gustara la
vida del rancho, disfrutara cocinando para los hombres y compartiendo la
conversación sobre el ganado, el precio de la carne en el mercado y los
rodeos. No una jovencita que pudiera tirar al suelo una ráfaga de viento.
Y sin embargo, ella tenía razón. La casa estaba hecha un desastre.
Nunca tenía ropa limpia y estaba harto de comer de latas. Lo hombres
empezaban a quejarse. Incluso Lance, el capataz, había protestado,
amenazando con marcharse si tenía que seguir cocinando. Y ninguna de las
más de cincuenta amas de llave que habían pasado por el rancho se había
quedado.
Estaba seguro de que iba acceder y de que se arrepentiría toda la vida.
Pero Myriam se había expresado con absoluta claridad y era cierto que
necesitaban ayuda. Si se quedaba, podría echarles una mano. Mientras, él
llamaría a la agencia y les diría que siguieran buscando a alguien más
apropiado.
Espero que les guste
Saludos
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Capitulo 3
Capítulo 3
—Puede quedarse temporalmente. Pero sólo hasta que venga alguien
más adecuado —dijo, al fin.
Myriam asintió y miró en otra dirección para ocultar su satisfacción.
Estaba segura de que la agencia no se molestaría en buscar a otra persona
mientras ella se quedara. Y si hacía las cosas bien, podría estar allí hasta
acabar el libro. Una vez lo vendiera, ya decidiría si se quedaba hasta su
publicación o si se mudaba para escribir el siguiente. Acababa de empezar,
pero no le faltaban ideas. Ver a Victor Garcia le había dado muchas más.
Con su fértil imaginación y el ambiente tranquilo del rancho, estaba segura
de acabarlo en un par de meses. Y ya nada la detendría.
—Voy a enseñarle la casa. Puede deshacer el equipaje y preparar el
almuerzo. Somos diez trabajadores y yo. ¿Sabe cocinar para tantos?
—Desde luego —no podía ser tan difícil. Se limitaría a multiplicar por
doce lo que ella quisiera comer.
—Comemos a las seis, a la una y a las siete. A veces algo más tarde si
estamos marcando las reses.
Myriam asintió. No comprendía por qué Garcia no había logrado que
las demás amas de llave se quedaran. Tres comidas al día no era pedir
demasiado. Eso y la limpieza le llevarían poco tiempo. Por mucho que tuviera
que pasar el aspirador y poner la lavadora un par de días a la semana,
tendría tiempo de sobra para la novela.
Victor llegó en un par de zancadas junto a la puerta de entrada. Sus
botas resonaron sobre los escalones. Myriam corrió tras él. Estaba dispuesta
a …
Se resbaló en el primer escalón. Alargó los brazos para evitar caerse,
se asió a las caderas de Victor y se inclinó sobre él. Victor se tambaleó y perdió
el equilibrio, cayendo al suelo. Myriam lo siguió, aplastándolo con su peso.
—¡Oh, no! ¡Lo siento! —dijo, poniéndose de rodillas con la ayuda del
muslo de Victor—. ¿Se encuentra bien? Lo siento.
Le dio una palmadita en la pierna para asegurarse de que no había
matado a su jefe.
Cuando Victor se incorporó sobre el codo y le lanzó una mirada
furibunda, Myriam pensó que tal vez hubiera sido mejor matarlo. Sus ojos
lanzaban destellos de ira.
—Hay varios escalones. Debe subirlos de uno en uno.
—Lo sé… Me he resbalado.
Victor se sentó. Myriam seguía de rodillas.
—¿Es que no sabe andar? —preguntó él, sarcástico.
—Ha sido un accidente. Estoy segura de que hasta el jefe de Rafter C
sufre accidentes de vez en cuando.
Victor se puso en pie, y sujetando a Myriam por el brazo, la ayudó a
levantarse. Cuando se aseguró de que no volvería a caerse, la soltó, al
tiempo que mascullaba algo entre dientes.
—¿Qué?
—Nada —Victor respiró profundamente—. Los accidentes son
inevitables. Adelante —sujetó la puerta e indicó a Myriam que pasara a la
gran cocina.
La habitación estaba en un estado caótico. El fregadero rebosaba con
platos llenos de grasa; a su paso, crujía el azúcar esparcido por todo el
suelo. No había cortinas y la mesa necesitaba un lavado.
—Tengo la impresión de haber llegado justo a tiempo —dijo Myriam,
ocultando su desánimo.
—No he dicho que no necesitara a nadie, sino que usted no es la
persona apropiada.
¿Cuál era el problema de aquel hombre? Su desaprobación era obvia
sin tan siquiera conocerla. Myriam levantó la barbilla, prometiéndose a sí
misma convertirse en indispensable para el señor García. Y cuando vendiera
el libro y fuera a marcharse, él le suplicaría que se quedara. Pero ella
se marcharía sin volver la mirada. Le daría una lección.
—La despensa y el congelador están en ese lado —dijo Victor, señalando
una puerta—. Puede que necesitemos provisiones. Hemos estado
demasiado ocupados como para hacer la compra.
—Para eso estoy yo aquí. ¿Por qué no sigue con lo que estaba haciendo
mientras yo empiezo con lo mío?
Myriam no quería tenerlo cerca cuando se pusiera a poner orden en
aquel caos. Después de limpiar haría la comida.
—Myriam Montemayor.
Myriam se volvió.
—¿Sí?
—Sólo quería confirmar que ese era su nombre.
Durante una fracción de segundo, Myriam tuvo la sensación que había
una atracción mutua entre ellos, pero rápidamente la ignoró. No necesitaba
distracciones y menos masculinas. Huía de un padre dominante y de un
desastroso romance para concentrarse en su carrera. No tenía la menor
intención de sentirse atraída por su nuevo jefe.
Aun así, iba ser imposible erradicarlo completamente de su mente. Era
su jefe y el prototipo ideal de hombre. Tendría que estar ciega para negarlo.
Pero eso no significaba nada. Ella lo sabía todo sobre los hombres. Querían
mujeres serviciales, boicoteaban sus aspiraciones para impedir que se
desarrollaran y crecieran, ignoraban sus necesidades y las utilizaban para
sus propios fines.
Pero el viento había cambiado de dirección y Myriam estaba decidida a
ser ella quien los utilizara. Observaría a los cowboys del rancho y los
describiría en su novela. ¿Qué mejor lugar que un rancho lleno de hombres
para estudiarlos? Pero evitaría cualquier relación personal. Se mantendría
distante. Tomaría de ellos lo que quisiera y rechazaría el resto. No iba a
quedarse allí lo que le quedaba de vida. En cuanto vendiera el libro, se
marcharía.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Victor, sacudiéndole el brazo.
Myriam pestañeó y asintió con la cabeza.
—Hay mucho que hacer, pero no pienso desmoralizarme.
Tenía que tener cuidado con su tendencia a abstraerse. Le resultaba
demasiado fácil perderse en sus propios pensamientos. Era un mecanismo
que había desarrollado para escapar de la realidad, pero ya no lo
necesitaba.
Victor miró en torno.
—Rachel no tardaría nada en limpiar esto.
—Supongo que Rachel no habría dejado que las cosas llegaran a este
extremo —replicó Myriam airadamente—. ¿No tiene nada que hacer?
—Señorita Montemayor, por si no lo sabe, soy yo quien da las órdenes aquí.
—Yo no he dado ninguna orden. Sólo quiero que se marche para poder
ponerme a trabajar. No necesito que me supervise.
Myriam cometió el error de volverse hacia él. Estaba demasiado cerca.
Resultaba demasiado masculino. Por primera vez en mucho tiempo, Myriam
se preguntó qué aspecto tendría. ¿Se le habría borrado el lápiz de labios?
¿Estaría despeinada?
—Vendremos a comer cinco. Los demás no llegarán hasta la cena.
¿Podrá ocuparse?
—Sí.
Myriam vio que García sacudía la cabeza con incredulidad y se
marchaba. Respiró profundamente y volvió a contemplar el caos que la
rodeaba. Por el momento tendría que olvidarse de escribir. Después de limpiar
la cocina, desharía el equipaje e instalaría el ordenador. No podría
hacer mucho más.
Para cuando los hombres llegaron a almorzar, Myriam había limpiado la
cocina y escrito una lista de provisiones necesarias. Apenas quedaba
comida. Había hecho un esfuerzo por organizar algo para comer, pero los
hambrientos cowboys miraron con desolación la mesa.
En el centro había dos grandes platos, uno con sándwiches de
mantequilla de cacahuetes y mermelada, y el otro con tostadas y queso
fundido. También había varios cuencos con sopa instantánea. En el fogón se
hacía una gran cafetera.
Victor fue a la cabecera de la mesa y miró los platos con incredulidad.
Levantó la vista hacia Myriam lentamente.
—¿Esto es el almuerzo?
Myriam asintió con gesto preocupado. Apenas quedaba comida y ella
había hecho lo que había podido. Pero al ver la mirada de desaprobación de
su jefe, se dio cuenta de que no era bastante.
Los demás hombres estaban sentados en silencio, contemplando las
pilas de sándwiches y las distintas sopas repartidas por la mesa, de pronto,
todos miraron a Myriam.
Ella sonrió animadamente.
—Soy Myriam Montemayor —se presentó. No hubo respuesta—. La nueva
ama de llaves.
—¿Dónde has trabajado antes, en un colegio? —preguntó uno de los
hombres más mayores.
—Empezad, volvemos en seguida —dijo Victor. Asiendo con fuerza el
brazo de Myriam, la llevó hasta su despacho. Cerró la puerta y la obligó a
mirarlo de frente—. ¿Está bromeando o de verdad cree que esto es lo que
espero de un ama de llaves? Mis hombres trabajan duro, no son damiselas
invitadas a tomar el té.
—No es ninguna broma. Es todo lo que he encontrado. Si quiere comer
mejor, tendrá que comprar más comida.
—¿Qué nos va a dar de cena, perritos calientes?
Myriam pasó por alto el sarcasmo.
—Iré al pueblo a comprar.
—Por la noche vendrán todos los hombres. Eso hace diez más nosotros
dos. ¿No me había dicho que se sentía capaz de alimentar a tantos?
Victor no comprendía muy bien por qué le estaba dando una segunda
oportunidad. Al ver el almuerzo se había puesto furioso, pero viéndola tan
decidida y arrogante, le costaba seguir enfadado. Aun así, no estaba
dispuesto a ablandarse por muy bonita que fuera.
—Estos hombres realizan un trabajo agotador. Necesitamos mucha
comida para reponernos. Y nos gusta algo con más sustancia que
mantequilla de cacahuete.
—Estaba en el armario, así que asumí que solían tomarla —replicó
Myriam. Sabía que había metido la pata, pero al menos los hombres tenían
algo que comer.
—Lo debió comprar alguna de las anteriores amas de llave. No
recuerdo haberla probado desde que murió mi madre.
Myriam se irguió.
—De acuerdo. A partir de ahora habrá sándwiches de jamón, queso y
carne —Myriam apretó los dientes. Admitía que tenía que aprender, pero
antes necesitaba llenar la despensa de provisiones.
—Las tostadas con queso fundido no están mal. Espero que quede
alguna.
—Si hubiera habido más pan y más queso, habría hecho más. La
despensa y el refrigerador están vacíos, y en el congelador había grandes
trozos de carne congelada, no algo que pudiera preparar en el momento.
—Si no puede hacer el trabajo…
Myriam se volvió bruscamente y caminó hacia la puerta. ¿Es que Victor
iba a despedirla después de la primera comida? No estaba dispuesta a
consentirlo. Ella necesitaba el trabajo y él, un ama de llaves. Cuando había
puesto varios metros de por medio, se volvió con expresión decidida.
—He llegado hace dos horas. He tenido que quitar la porquería
acumulada en varias semanas y rebuscar para encontrar algo que dar de
comer a media docena de personas. Yo soy escritora, no prestidigitadora.
Teniendo en cuenta lo que había, no lo he hecho tan mal. En cuanto haya
hecho la compra, podré arreglármelas perfectamente.
—¿Escritora? —repitió Victor.
Myriam cerró los ojos durante una fracción de segundo. ¡Cómo podía
ser tan estúpida! No quería que nadie lo supiera hasta haber vendido el
libro. Especialmente después de los burlones comentarios de su padre y de
Don.
—Creía que era ama de llaves —dijo Victor, desconcertado—. ¿Es
escritora?
Myriam lo miró con ojos muy abiertos.
—Lo que haga en mi tiempo libre no es asunto suyo. No voy a
desatender la casa.
—¿Qué escribe? —si era una periodista escribiendo un reportaje, la
echaría de una patada.
—Libros —masculló Myriam, bajando la mirada a la garganta de Victor,
donde pudo ver, fascinada, el pulso rítmico de sus latidos. Hubiera querido
alargar la mano y sentir el fluir de su sangre, sentir…
—¿Qué tipo de libros?
Myriam no quería enfrentarse a su sarcasmo, pero estaba
acostumbrada. Su padre siempre se reía de ella. Su ex prometido se burlaba
de sus proyectos. Pero ella se había mantenido firme y si ellos no habían
logrado desanimarla, tampoco lo haría su nuevo jefe.
—Novelas de amor —dijo, orgullosa.
—Puede quedarse temporalmente. Pero sólo hasta que venga alguien
más adecuado —dijo, al fin.
Myriam asintió y miró en otra dirección para ocultar su satisfacción.
Estaba segura de que la agencia no se molestaría en buscar a otra persona
mientras ella se quedara. Y si hacía las cosas bien, podría estar allí hasta
acabar el libro. Una vez lo vendiera, ya decidiría si se quedaba hasta su
publicación o si se mudaba para escribir el siguiente. Acababa de empezar,
pero no le faltaban ideas. Ver a Victor Garcia le había dado muchas más.
Con su fértil imaginación y el ambiente tranquilo del rancho, estaba segura
de acabarlo en un par de meses. Y ya nada la detendría.
—Voy a enseñarle la casa. Puede deshacer el equipaje y preparar el
almuerzo. Somos diez trabajadores y yo. ¿Sabe cocinar para tantos?
—Desde luego —no podía ser tan difícil. Se limitaría a multiplicar por
doce lo que ella quisiera comer.
—Comemos a las seis, a la una y a las siete. A veces algo más tarde si
estamos marcando las reses.
Myriam asintió. No comprendía por qué Garcia no había logrado que
las demás amas de llave se quedaran. Tres comidas al día no era pedir
demasiado. Eso y la limpieza le llevarían poco tiempo. Por mucho que tuviera
que pasar el aspirador y poner la lavadora un par de días a la semana,
tendría tiempo de sobra para la novela.
Victor llegó en un par de zancadas junto a la puerta de entrada. Sus
botas resonaron sobre los escalones. Myriam corrió tras él. Estaba dispuesta
a …
Se resbaló en el primer escalón. Alargó los brazos para evitar caerse,
se asió a las caderas de Victor y se inclinó sobre él. Victor se tambaleó y perdió
el equilibrio, cayendo al suelo. Myriam lo siguió, aplastándolo con su peso.
—¡Oh, no! ¡Lo siento! —dijo, poniéndose de rodillas con la ayuda del
muslo de Victor—. ¿Se encuentra bien? Lo siento.
Le dio una palmadita en la pierna para asegurarse de que no había
matado a su jefe.
Cuando Victor se incorporó sobre el codo y le lanzó una mirada
furibunda, Myriam pensó que tal vez hubiera sido mejor matarlo. Sus ojos
lanzaban destellos de ira.
—Hay varios escalones. Debe subirlos de uno en uno.
—Lo sé… Me he resbalado.
Victor se sentó. Myriam seguía de rodillas.
—¿Es que no sabe andar? —preguntó él, sarcástico.
—Ha sido un accidente. Estoy segura de que hasta el jefe de Rafter C
sufre accidentes de vez en cuando.
Victor se puso en pie, y sujetando a Myriam por el brazo, la ayudó a
levantarse. Cuando se aseguró de que no volvería a caerse, la soltó, al
tiempo que mascullaba algo entre dientes.
—¿Qué?
—Nada —Victor respiró profundamente—. Los accidentes son
inevitables. Adelante —sujetó la puerta e indicó a Myriam que pasara a la
gran cocina.
La habitación estaba en un estado caótico. El fregadero rebosaba con
platos llenos de grasa; a su paso, crujía el azúcar esparcido por todo el
suelo. No había cortinas y la mesa necesitaba un lavado.
—Tengo la impresión de haber llegado justo a tiempo —dijo Myriam,
ocultando su desánimo.
—No he dicho que no necesitara a nadie, sino que usted no es la
persona apropiada.
¿Cuál era el problema de aquel hombre? Su desaprobación era obvia
sin tan siquiera conocerla. Myriam levantó la barbilla, prometiéndose a sí
misma convertirse en indispensable para el señor García. Y cuando vendiera
el libro y fuera a marcharse, él le suplicaría que se quedara. Pero ella
se marcharía sin volver la mirada. Le daría una lección.
—La despensa y el congelador están en ese lado —dijo Victor, señalando
una puerta—. Puede que necesitemos provisiones. Hemos estado
demasiado ocupados como para hacer la compra.
—Para eso estoy yo aquí. ¿Por qué no sigue con lo que estaba haciendo
mientras yo empiezo con lo mío?
Myriam no quería tenerlo cerca cuando se pusiera a poner orden en
aquel caos. Después de limpiar haría la comida.
—Myriam Montemayor.
Myriam se volvió.
—¿Sí?
—Sólo quería confirmar que ese era su nombre.
Durante una fracción de segundo, Myriam tuvo la sensación que había
una atracción mutua entre ellos, pero rápidamente la ignoró. No necesitaba
distracciones y menos masculinas. Huía de un padre dominante y de un
desastroso romance para concentrarse en su carrera. No tenía la menor
intención de sentirse atraída por su nuevo jefe.
Aun así, iba ser imposible erradicarlo completamente de su mente. Era
su jefe y el prototipo ideal de hombre. Tendría que estar ciega para negarlo.
Pero eso no significaba nada. Ella lo sabía todo sobre los hombres. Querían
mujeres serviciales, boicoteaban sus aspiraciones para impedir que se
desarrollaran y crecieran, ignoraban sus necesidades y las utilizaban para
sus propios fines.
Pero el viento había cambiado de dirección y Myriam estaba decidida a
ser ella quien los utilizara. Observaría a los cowboys del rancho y los
describiría en su novela. ¿Qué mejor lugar que un rancho lleno de hombres
para estudiarlos? Pero evitaría cualquier relación personal. Se mantendría
distante. Tomaría de ellos lo que quisiera y rechazaría el resto. No iba a
quedarse allí lo que le quedaba de vida. En cuanto vendiera el libro, se
marcharía.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Victor, sacudiéndole el brazo.
Myriam pestañeó y asintió con la cabeza.
—Hay mucho que hacer, pero no pienso desmoralizarme.
Tenía que tener cuidado con su tendencia a abstraerse. Le resultaba
demasiado fácil perderse en sus propios pensamientos. Era un mecanismo
que había desarrollado para escapar de la realidad, pero ya no lo
necesitaba.
Victor miró en torno.
—Rachel no tardaría nada en limpiar esto.
—Supongo que Rachel no habría dejado que las cosas llegaran a este
extremo —replicó Myriam airadamente—. ¿No tiene nada que hacer?
—Señorita Montemayor, por si no lo sabe, soy yo quien da las órdenes aquí.
—Yo no he dado ninguna orden. Sólo quiero que se marche para poder
ponerme a trabajar. No necesito que me supervise.
Myriam cometió el error de volverse hacia él. Estaba demasiado cerca.
Resultaba demasiado masculino. Por primera vez en mucho tiempo, Myriam
se preguntó qué aspecto tendría. ¿Se le habría borrado el lápiz de labios?
¿Estaría despeinada?
—Vendremos a comer cinco. Los demás no llegarán hasta la cena.
¿Podrá ocuparse?
—Sí.
Myriam vio que García sacudía la cabeza con incredulidad y se
marchaba. Respiró profundamente y volvió a contemplar el caos que la
rodeaba. Por el momento tendría que olvidarse de escribir. Después de limpiar
la cocina, desharía el equipaje e instalaría el ordenador. No podría
hacer mucho más.
Para cuando los hombres llegaron a almorzar, Myriam había limpiado la
cocina y escrito una lista de provisiones necesarias. Apenas quedaba
comida. Había hecho un esfuerzo por organizar algo para comer, pero los
hambrientos cowboys miraron con desolación la mesa.
En el centro había dos grandes platos, uno con sándwiches de
mantequilla de cacahuetes y mermelada, y el otro con tostadas y queso
fundido. También había varios cuencos con sopa instantánea. En el fogón se
hacía una gran cafetera.
Victor fue a la cabecera de la mesa y miró los platos con incredulidad.
Levantó la vista hacia Myriam lentamente.
—¿Esto es el almuerzo?
Myriam asintió con gesto preocupado. Apenas quedaba comida y ella
había hecho lo que había podido. Pero al ver la mirada de desaprobación de
su jefe, se dio cuenta de que no era bastante.
Los demás hombres estaban sentados en silencio, contemplando las
pilas de sándwiches y las distintas sopas repartidas por la mesa, de pronto,
todos miraron a Myriam.
Ella sonrió animadamente.
—Soy Myriam Montemayor —se presentó. No hubo respuesta—. La nueva
ama de llaves.
—¿Dónde has trabajado antes, en un colegio? —preguntó uno de los
hombres más mayores.
—Empezad, volvemos en seguida —dijo Victor. Asiendo con fuerza el
brazo de Myriam, la llevó hasta su despacho. Cerró la puerta y la obligó a
mirarlo de frente—. ¿Está bromeando o de verdad cree que esto es lo que
espero de un ama de llaves? Mis hombres trabajan duro, no son damiselas
invitadas a tomar el té.
—No es ninguna broma. Es todo lo que he encontrado. Si quiere comer
mejor, tendrá que comprar más comida.
—¿Qué nos va a dar de cena, perritos calientes?
Myriam pasó por alto el sarcasmo.
—Iré al pueblo a comprar.
—Por la noche vendrán todos los hombres. Eso hace diez más nosotros
dos. ¿No me había dicho que se sentía capaz de alimentar a tantos?
Victor no comprendía muy bien por qué le estaba dando una segunda
oportunidad. Al ver el almuerzo se había puesto furioso, pero viéndola tan
decidida y arrogante, le costaba seguir enfadado. Aun así, no estaba
dispuesto a ablandarse por muy bonita que fuera.
—Estos hombres realizan un trabajo agotador. Necesitamos mucha
comida para reponernos. Y nos gusta algo con más sustancia que
mantequilla de cacahuete.
—Estaba en el armario, así que asumí que solían tomarla —replicó
Myriam. Sabía que había metido la pata, pero al menos los hombres tenían
algo que comer.
—Lo debió comprar alguna de las anteriores amas de llave. No
recuerdo haberla probado desde que murió mi madre.
Myriam se irguió.
—De acuerdo. A partir de ahora habrá sándwiches de jamón, queso y
carne —Myriam apretó los dientes. Admitía que tenía que aprender, pero
antes necesitaba llenar la despensa de provisiones.
—Las tostadas con queso fundido no están mal. Espero que quede
alguna.
—Si hubiera habido más pan y más queso, habría hecho más. La
despensa y el refrigerador están vacíos, y en el congelador había grandes
trozos de carne congelada, no algo que pudiera preparar en el momento.
—Si no puede hacer el trabajo…
Myriam se volvió bruscamente y caminó hacia la puerta. ¿Es que Victor
iba a despedirla después de la primera comida? No estaba dispuesta a
consentirlo. Ella necesitaba el trabajo y él, un ama de llaves. Cuando había
puesto varios metros de por medio, se volvió con expresión decidida.
—He llegado hace dos horas. He tenido que quitar la porquería
acumulada en varias semanas y rebuscar para encontrar algo que dar de
comer a media docena de personas. Yo soy escritora, no prestidigitadora.
Teniendo en cuenta lo que había, no lo he hecho tan mal. En cuanto haya
hecho la compra, podré arreglármelas perfectamente.
—¿Escritora? —repitió Victor.
Myriam cerró los ojos durante una fracción de segundo. ¡Cómo podía
ser tan estúpida! No quería que nadie lo supiera hasta haber vendido el
libro. Especialmente después de los burlones comentarios de su padre y de
Don.
—Creía que era ama de llaves —dijo Victor, desconcertado—. ¿Es
escritora?
Myriam lo miró con ojos muy abiertos.
—Lo que haga en mi tiempo libre no es asunto suyo. No voy a
desatender la casa.
—¿Qué escribe? —si era una periodista escribiendo un reportaje, la
echaría de una patada.
—Libros —masculló Myriam, bajando la mirada a la garganta de Victor,
donde pudo ver, fascinada, el pulso rítmico de sus latidos. Hubiera querido
alargar la mano y sentir el fluir de su sangre, sentir…
—¿Qué tipo de libros?
Myriam no quería enfrentarse a su sarcasmo, pero estaba
acostumbrada. Su padre siempre se reía de ella. Su ex prometido se burlaba
de sus proyectos. Pero ella se había mantenido firme y si ellos no habían
logrado desanimarla, tampoco lo haría su nuevo jefe.
—Novelas de amor —dijo, orgullosa.
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
jai33sire escribió:Gracias por el capitulo
hola cual es tu nombre?
oye ya encontre la novela de la colega,
la publico o te la mando?
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Gracias por los capitulos
dany- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 883
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
gracias por el cap
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
MyVfan1 escribió:jai33sire escribió:Gracias por el capitulo
hola cual es tu nombre?
oye ya encontre la novela de la colega,
la publico o te la mando?
Hay que bueno... me la puedes mandar yuri.tapia@tridente.com.mx por faaa
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
yo creo que ya no seguire con esta novela
no hay gente
es una tristeza que el foro se haya acabado asi
Saludos
no hay gente
es una tristeza que el foro se haya acabado asi
Saludos
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 4
—¿Qué? —Victor dio un paso adelante y clavó la mirada en Myriam—.
¿Ha venido a escribir novelas de amor? ¿O acaso a investigar? Manténgase
alejada de mis hombres. Está aquí para ser mi ama de llaves. ¡Maldita sea!
Debería despedirla.
—Mi imaginación es mucho mejor que la realidad. Sé perfectamente
que no se me dan bien los romances y no tengo la menor intención de
seducir a sus hombres. ¿Satisfecho?
Myriam se dio la vuelta, consciente de que había enrojecido. No quería
seguir humillándose. Sabía también que no debía haber mencionado las
novelas de amor. Todos los hombres pensaban…
—No puede escribir durante el horario de trabajo.
—No se preocupe. Haré el trabajo lo mejor que pueda, señor García.
—Llámame Victor —gruñó, acercándose a la puerta—. Y trata de
mejorar.
Dejó sola a Myriam. Ella lo siguió lentamente. La cocina estaba vacía.
Las migas en los platos le indicaron que los hombres habían comido los
sándwiches, y Myriam se preguntó si le habrían dejado algo a Victor. Supuso
que sí, pues de otra manera estaba segura de que habría oído sus gritos.
Sin embargo, para ella no había quedado nada.
Myriam recogió la mesa y fregó. En su mente se repetía una y otra vez
la escena del despacho. Estaba decidida a hacer bien su trabajo, pero Victor
García no tenía derecho a decidir cómo debía invertir su tiempo libre. Y
ella quería escribir novelas de amor.
Después de los hirientes comentarios que le había dedicado Don
respecto a su inhabilidad para atraer y conservar a un hombre, Myriam
estaba segura de que ni volvería a enamorarse ni atraería a nadie. Cuando
Don le había pedido que se casara con él, ella había creído que formarían
una pareja perfecta. Pero sus besos no eran del agrado de Don, y su
negativa a acostarse con él antes de la boda no había hecho más que
confirmarle que era una mujer sin capacidad de seducción. Incluso después
de siete meses, las palabras de Don la atravesaban como un puñal.
Así que, aceptando la realidad, tal y como decía siempre su padre, era
consciente de que los hombres no se sentían atraídos por ella. Por eso había
comenzado a escribir novelas de amor: para satisfacer sus aspiraciones
románticas y su necesidad de alcanzar un final feliz; además de
proporcionar el placer de la lectura a quienes la leyeran.
Y aunque contaba con su propia imaginación, necesitaba recopilar más
datos. Su experiencia era extremadamente limitada. Tal vez podría
preguntar discretamente a los hombres del rancho. Quizá ellos le dirían qué
buscaban en su pareja, qué les gustaba de las mujeres, aparte de lo
evidente, y qué causaba problemas en sus relaciones.
Cuando finalmente acabó de recoger la cocina, se secó las manos y
salió. Si querían cenar tendría que hacer la compra. No quedaba demasiado
tiempo y el pueblo más próximo estaba a cierta distancia.
Fue a buscar a Victor al cobertizo para averiguar si debía pagar en
metálico o si tenía una cuenta abierta en algún supermercado. Myriam
había preparado una lista en la que esperaba haber incluido todo lo que
pudiera necesitar para varios días. No tenía experiencia en organizar menús
por adelantado. Su padre siempre había tenido una cocinera.
—¿Puedo ayudarte, jovencita? —preguntó uno de los viejos
trabajadores, al que Myriam reconoció de inmediato como el que le
preguntó si había trabajado en una guardería. Sonrió tímidamente.
—Estoy buscando a Victor. Tengo que hacer la compra y no sé ni dónde
ir ni cómo pagar.
—Victor ha salido. El Rafter C tiene una cuenta en una tienda de
Cheyenne. Dile al dueño que trabajas aquí y pondrá la compra en la cuenta.
Todas las amas de llave lo hacen así.
—Gracias. Volveré para la cena —Myriam se marchó con una sonrisa.
De haber sabido que hacían la compra en Cheyenne la habría hecho antes
de ir al rancho en lugar de tener que volver en el mismo día.
Al poner el coche en marcha, vio aproximarse a Victor por el espejo
retrovisor y esperó a que la adelantara. Iba sobre el caballo como si hubiera
nacido sobre una silla de montar, elegante y relajado, abrazando los flancos
del animal con sus largas piernas. Myriam no pudo evitar mirarlo con
admiración. Lo quisiera o no, Victor iba a servirle de modelo para su
protagonista, aunque pensaba hacerlo más amable y atento. Su rostro era
perfecto, con rasgos bien definidos y tono bronceado. Myriam hubiera
preferido que no llevara puesto el sombrero para volver a ver el brillo
dorado de su cabello bajo el sol.
Víctor desmontó al llegar a su altura y ella bajó la ventanilla al ver que
se aproximaba.
—¿Te marchas? —preguntó él con voz aterciopelada.
—Sólo para comprar comida. Volveré para la cena.
—¿Qué vas a comprar?
—¿Quieres ver la lista? —Myriam la tomó del asiento de al lado y se la
alargó. Víctor no hizo ademán de tomarla, sino que se limitó a seguir mirando
a Myriam con ojos fríos.
—¿Así que piensas volver? —preguntó él.
—¡Sí! ¿Por qué intentas conseguir que me marche? Me necesitas.
—Y a ti te gusta que te necesiten.
¿Qué aliciente tenía quedarse en un trabajo cuyo jefe no quería que se
quedara? ¿Sentirse necesitada por primera vez en su vida?
Myriam retiró la mano y dejó la lista en el asiento antes de poner el
coche en marcha.
—Tengo trabajo que hacer. Como tú eres el jefe puedes permitirte
perder el tiempo, pero yo tengo que volver a tiempo de preparar la cena.
Su discurso hizo sonreír a Víctor. Myriam respiró profundamente y
arrancó. Ya aprendería a defenderse de él, pero por el momento debía
darse prisa si quería tener la cena lista para las siete.
Víctor se quedó de pie, contemplando el coche alejarse. No se podía
negar que era una mujer con personalidad. Ninguna de las otras amas de
llave se habían atrevido a responderle. Debía estar perdiendo autoridad si
estaba dispuesto a consentirlo. Si volvía a ocurrir, le recordaría que era su
subordinada, que sólo estaba allí temporalmente y que si quería quedarse
hasta que llegara su sustituta, más le valía tratarlo con respeto.
Myriam tardó más de lo que pensaba en encontrar la tienda y en hacer
la compra. Como no iba a llegar a tiempo de preparar la cena, decidió parar
en el camino y comprar tres pizzas grandes. Estaba segura de que a los
hombres les encantaría y que sería una novedad. En cuanto llegara a casa
las metería en el horno y estarían listas para cuando acabara de vaciar el
coche. No tendría tiempo de hacer nada más. Al día siguiente haría un
asado con patatas, verdura y tortas de maíz.
Al llegar al Rafter C, Myriam tuvo la agradable sensación de volver a
casa. Ni siquiera había sacado las maletas del coche y ya tenía la impresión
de que el rancho la recibía como si llevara viviendo allí años.
Apenas había parado el coche frente a la puerta cuando Víctor salió con
paso firme, abrió la puerta del co piloto y comenzó a sacar bolsas. Myriam
llevó las pizzas a la cocina y las metió en el horno.
—Has tardado un montón —dijo Víctor, dejando las bolsas sobre una
encimera.
—Me ha costado encontrar la tienda. Después he tenido que esperar a
que el dueño acabara de hablar con un representante de ventas para
decirle que cargara la compra en la cuenta —Myriam salió en busca del
resto de las bolsas, con Víctor a su lado. No sabía si habría ayudado a las
demás amas de llave, pero tampoco le importaba: lo cierto era que la
ayudaba a ella.
Cuando acabaron de descargar el coche, Víctor sacó las dos maletas de
Myriam.
—Las llevo a tu habitación. Está en lo alto de la escalera. ¿La has visto
esta mañana?
—No he tenido tiempo de ver la casa. Estaba demasiado ocupada
limpiando la cocina. Ya la veré después de cenar.
Si ella dormía en lo alto de la escalera, ¿dónde dormía Víctor? Hasta
entonces Myriam no se había preocupado por ese aspecto de la
convivencia. Pero tampoco tenía demasiada importancia. Estaba segura de
que Víctor podría resistirse a sus encantos.
Metió la comida congelada y la leche en el refrigerador y dejó el resto
para después de la cena. Quería poner la mesa antes de que llegaran los
hombres. No iba a darle a Víctor la oportunidad de volver a quejarse.
A las siete en punto, Víctor entró en la cocina seguido de sus
trabajadores, y Myriam se preguntó si habría sonado un silbato invisible
para anunciarles que era hora de comer. Se presentaron a ella de uno en
uno y Myriam se esforzó por recordar sus nombres.
Sacó las pizzas del horno y las dejó sobre la mesa. Le pasó un cuchillo
a uno de los más jóvenes cuyo nombre, si no recordaba mal, era Bill, y le
pidió que empezara a repartir. Mientras, ella sirvió té, café y leche.
Los hombres comieron en silencio. Cuando las pizzas se acabaron,
todos miraron a Myriam. Ésta vio que no quedaba ni un trozo para ella. El
silencio se prolongó y Myriam dirigió la mirada hacia Víctor, quien se apoyó
en el respaldo de su asiento con los dedos metidos en los bolsillos del
pantalón, las piernas estiradas y los ojos fijos en ella.
—¿Pasa algo? —preguntó Myriam.
—No. Estamos esperando el resto —dijo Víctor, pausadamente,
entornando los ojos y curvando los labios en una cínica sonrisa. Sentía
curiosidad por ver que haría Myriam. ¿Se daría por vencida o tenía
demasiado carácter como para rendirse?
—¿El resto? —a Myriam se le paró el corazón. Miró rápidamente en
torno y comprendió: una vez más, no había preparado suficiente comida.
Myriam tragó saliva. No había nada más para cenar. Según sus
cálculos, varios trozos de pizza debían haber bastado. Ella nunca tomaba
más de dos. ¿Qué podía hacer? Los hombres seguían contemplándola en silencio.
Myriam miró a Víctor con expresión de pánico. Sólo conservaría el
trabajo si él estaba satisfecho. Y no lo iba a estar si sus muchachos se
quedaban con hambre.
—Tortillas y tortas de maíz. Supongo que sabes hacer tortas.
Myriam asintió.
Víctor abrió el refrigerador y contó los huevos.
—Jason, ve a las barracas a ver cuántos huevos tenemos. Aquí hay dos
docenas. Trae otras dos si es que las hay. ¿Tenéis algo de carne?
—Queda un resto de la otra noche —apuntó otro de los hombres.
—Pues traedla también —ordenó Víctor, sacando los huevos.
¿Cuatro docenas de huevos? Myriam no daba crédito a sus oídos, pero
recordó que eran doce hombres y cualquiera de ellos comía mucho más que
ella. Debía haberse dado cuenta después de la experiencia con el almuerzo.
Rápidamente, despejó una encimera y buscó la harina. Haría
suficientes tortas para que se saciaran. Haría…
—Cari, tú y Pete colocad la compra en su sitio. Trevor, corta las
cebollas. Jacke, ralla el queso. Lance…
—Yo me ocupo del café y de los condimentos, jefe —se adelantó Lance,
con cara divertida. Vació los platos de migas y fue hacia el fogón—. Dennis
puede traer algunas verduras y que Steve busque la mermelada.
Pasando junto a Myriam, le ayudó a bajar la harina.
—Pronto aprenderás cuánto nos gusta comer —dijo, para tranquilizarla
—. Las pizzas han sido una buena idea, pero no había bastante. Podríamos
comer una entera cada uno de nosotros —añadió, amablemente.
Víctor clavó la mirada en él y con un gesto de la cabeza le señaló el
fogón. Lance sonrió, se llevó los dedos a la frente en un saludo militar e hizo
lo que se le ordenaba.
Myriam hubiera querido que la tragara la tierra pero le consoló ver que
los hombres, aunque debían estar furiosos, no se quejaran de tener que
hacerse la comida. Habían trabajado duro todo el día y lo mínimo que se
merecían era una cena caliente.
Myriam pasó por alto las bromas y picardías que compartían los
hombres y se concentró en hacer unas tortas perfectas. Quería demostrar
que era capaz de hacer algo bien, pero no estaba segura de que Víctor fuera
a darle otra oportunidad. No parecía el tipo de hombre dispuesto a pasar
por alto los errores repetidos.
Cuando las tortillas estuvieron preparadas y salieron dos hornadas de
tortas, los hombres se sentaron a la mesa. Víctor cruzó la habitación y puso
una mano en el hombro de Myriam para alejarla del horno y obligarla a
sentarse junto a él.
—Tenemos avisadores. Siéntate y come.
Myriam sacudió la cabeza.
—No me hace falta. Quiero asegurarme de que las tortas se hacen
bien.
No se merecía que Víctor la tratara con tanta delicadeza después del
desastre que había hecho.
Víctor la empujó hasta sentarla y cuando retiró sus manos firmes y
cálidas de sus hombros, Myriam sintió frío. Víctor se sentó a la cabecera y con
un gesto de la barbilla le señaló el plato, en el que habían servido una tortilla
de jamón y queso. Uno de los hombres le puso una torta y otro le sirvió
café.
—Come —ordenó Víctor.
—La señora Montgomery me advirtió que eras un mandón —masculló
Myriam, tomando la mantequilla.
—Te tiene pillado, jefe —dijo Lance, sonriendo a Myriam—. ¿Qué más te
han dicho en la agencia de colocación? Sabemos que Víctor es el favorito de
las amas de llave. Ninguna le ha durado más de dos semanas.
Myriam fue a decir lo que la señora Montgomery le había contado, pero
se mordió la lengua. Víctor era su jefe y le debía lealtad. Sonrió y sacudió la
cabeza.
—Sólo que era mandón. Lo cual es comprensible, puesto que es el jefe,
¿no crees?
—Es más bien un tirano —dijo Cari, sin apartar los ojos de plato.
—Además de cabezota —intervino Dennis.
—Por no decir sabelotodo —dijo Jack, dirigiendo una mirada furtiva a
Víctor.
—Sin olvidar agotador —dijo Pete.
—Y me gusta cenar tranquilamente —cortó Víctor, frunciendo el ceño.
Al ver que su comentario era recibido con una carcajada general,
Myriam se dio cuenta de que todos apreciaban y respetaban a su jefe, y le
pareció muy significativo que sus hombres estuvieran lo suficientemente
cómodos con él como para tomarle el pelo. ¿Podía deducir de eso que
quedaba la esperanza de tener una segunda oportunidad? Si Víctor se la
daba, jamás volvería a cometer el error de no preparar suficiente comida.
Mientras cenaban, los hombres charlaron sobre el trabajo en el rancho
y las tareas que les quedaban por hacer.
Myriam intentó unir las caras con los nombres que recordaba. Lance
era el capataz, un hombre de edad aproximada a la de Víctor, que mantenía
la suficiente distancia con los demás trabajadores como para conservar su
respeto sin que ello impidiera que le trataran con familiaridad.
Jack era mayor y tenía el cabello salpicado de canas. Billy era el más
joven y Myriam pensó que todavía debía estar en edad escolar. Los demás
presentaban una variedad de tamaños y edades, pero todos respondían al
prototipo de hombres de rancho: cierto aire salvaje e inconformista, y un
deseo innato de trabajar al aire libre tal y como habían hecho sus
antepasados.
Myriam los encontraba fascinantes, y absorbió su conversación como
una esponja. Para evitar hacer preguntas, intentó deducir el significado de
lo que oía, que a ratos resultaba incomprensible. En un par de ocasiones le
dieron explicaciones técnicas, pero la mayoría del tiempo tuvo que
conformarse con hacerse una idea vaga de lo que hablaban.
A medida que acabaron de comer, fueron saliendo de la cocina. Víctor
fue de los primeros en marcharse y Myriam no supo si alegrarse o
preocuparse. ¿Estarían retrasando la regañina o habría ido a firmar un
cheque, antes de despedirla? Myriam confiaba en que le diera tiempo para
poder rectificar. Limpió la cocina y organizó el menú del día siguiente. Era
evidente que no había comprado suficientes provisiones para una semana,
pero al menos le bastarían para un par de días. En cuanto instalara el
ordenador, prepararía una lista de compra y una selección de menús. Así
tendría una idea más aproximada de las cantidades que necesitaba.
Cuando acabó de fregar fue a su dormitorio para deshacer las maletas,
asumiendo que si Víctor hubiera decidido despedirla, lo habría hecho justo
después de cenar, o incluso mientras cenaban.
Mientras abría los cajones de la cómoda, se preguntó cuál de las tres
puertas que había al otro lado del descansillo sería el dormitorio de Víctor y
se dijo que ya lo descubriría cuando hiciera la limpieza.
Guardó la última camisa, cerró las maletas vacías y las metió bajo la
cama. Al oír las pisadas de Víctor, se volvió. Tenía la puerta abierta, de
manera que si pasaba por delante lo vería. Cruzó la habitación y llegó al
descansillo justo cuando él acababa de subir las escaleras. Parecía cansado,
pero al ver a Myriam se irguió y arqueó una ceja.
—Pensaba que estarías durmiendo. El desayuno es a las seis.
—Temía estar despedida.
Víctor la miró fijamente.
—No hace falta. Sólo te quedarás temporalmente. Tal y como tú misma
has dicho, hasta que venga tu sustituta es preferible aprovechar que estás
aquí.
—Pensaba hacer unas quince tostadas por persona. ¿Serán suficientes?
—preguntó Myriam, sintiéndose desilusionada por la certeza con la que Víctor
se refería a que su presencia sería sólo temporal, aunque, dadas las
circunstancias, no pudiera reprochárselo.
Víctor sonrió y asintió con la cabeza.
—Probablemente.
—Siento haber organizado la cena tan mal. Pensaba que con la pizza
sería suficiente. No volverá a pasar.
—Pero pasará alguna otra cosa, estoy seguro —murmuró él, sin dejar
de mirarla.
—Seguro que sí —Myriam sonrió. Víctor estaba siendo más amable de lo
que esperaba.
—¿Dónde compraste las pizzas?
—En un restaurante cerca del supermercado. Llegaba tarde y pensé
que sería una buena idea.
—¿Te dejaron cargarlo a cuenta?
Myriam sacudió la cabeza.
—Las compré.
Víctor la observó en silencio.
—¿Tienes mucha experiencia como ama de llaves? —preguntó,
apoyándose en la pared con los brazos cruzados.
Myriam supo que Víctor no aceptaría una respuesta vaga. Se apoyó en el
marco de la puerta e intentó pensar qué decirle para, sin mentir, lograr
tranquilizarlo.
—He llevado una casa durante muchos años —dijo, arrastrando las
palabras.
—¿Para doce hombres?
Myriam sacudió la cabeza.
—Sólo para uno. Pero solíamos tener muchos invitados.
—¿Tu padre?
Myriam asintió.
—¿Dónde está ahora? —Víctor la observó entornando los ojos al darse
cuenta de que Myriam se tensaba.
Por su parte, Myriam sintió cómo Víctor pasaba de la curiosidad a la
desconfianza.
—Vive en Denver.
—¿Por qué aceptaste este trabajo?
Myriam se preguntó si podría contarle la verdad, pero temía que se
pusiera del lado de su padre. En cierta manera, Víctor le recordaba a él. Y sin
embargo, era diferente. Su padre no hubiera pensado en una solución ante
el problema de la cena. Se habría limitado a esperar a que ella lo resolviera,
y después le habría dado una lección sobre lo inútil que era. Víctor no había
dicho una palabra, y Myriam, tan acostumbrada a reaccionar ante la ira, no
sabía cómo actuar ante la amabilidad.
Víctor esperó unos segundos a que Myriam pensara la respuesta, pero no
quería una excusa, sino la verdad. Sentía curiosidad por saber qué había
llevado a aquella mujer a trabajar en un rancho en lugar de quedarse en su
ciudad, forjándose una carrera y saliendo con chicos. Pensar en Myriam
relacionándose con otros hombres le desagradó sin que pudiera explicarse
por qué. Él no tenía ningún interés en tener un romance con ella o con
ninguna otra mujer. Ya lo había intentado con Jeannie y desde entonces
tenía el corazón destrozado.
Cuando las mujeres ponían en práctica sus artes de seducción sólo
causaban problemas. Él tenía un rancho lleno de hombres y no le convenía
que una bonita joven los embaucara. Cuanto antes se marchara, mejor.
—Vete a la cama. No falta mucho para las seis —dijo, por encima del
hombro.
Víctor entró en la habitación más a alejada de la de Myriam y ésta
respiró aliviada. Había superado el primer día. Entró en su dormitorio y
cerró la puerta. Era una estúpida, debía haber pensado que tenía que estar
preparada a contestar cualquier pregunta. ¿Quién querría atender una casa
aislada, en medio del campo? Ni siquiera montaba particularmente bien ni
le interesaban los caballos. No sabía nada de ganado. Y todavía menos de
hombres.
Pero estaba decidida a quedarse el plazo que se había propuesto. Al
día siguiente organizaría la casa, conectaría su ordenador y seguiría
trabajando en su libro. Hasta entonces, tal y como había dicho Víctor, se iría a
la cama y olvidaría la acritud con que la había acogido.
Tampoco iba a pensar en la corriente de atracción que circulaba entre
ellos. Víctor era su jefe, nada más. Pero no pasaba nada por imaginar que se
sentía atraído por ella, o qué sensaciones transmitiría a sus dedos la piel de
Víctor si lo tocara, o el calor de su boca contra la de ella, de sus brazos
alrededor de su cuerpo. Con un estremecimiento, Myriam sacudió la cabeza.
No pasaba nada por fantasear, pero tampoco le haría ningún bien. Debía
adoptar una actitud práctica. De ello dependía su futuro.
Para cuando acabó de dar de desayunar a doce bocas, Myriam estaba
agotada. Se había levantado temprano para tener todo listo a tiempo y lo
había conseguido.
Hubo suficiente comida para todos, incluidos huevos fritos y salchichas.
Pero recoger la cocina le iba a llevar al menos una hora, y antes de sentarse
ante su ordenador debía comprobar en qué estado se hallaba el resto de la
casa. Su sentido de la responsabilidad la obligaba a atender primero el
trabajo y postergar sus propios proyectos.
Aún le quedaba preparar el almuerzo y pensar en la cena. Dando un
sorbo al café se preguntó dónde estaba todo el tiempo libre con el que
había creído contar y tuvo la impresión de que no enchufaría el ordenador
antes del fin de semana.
Sin embargo, la determinación de conservar su puesto de trabajo hizo
que pusiera manos a la obra de inmediato. Después de limpiar la cocina,
inspeccionó las habitaciones de la planta baja. Las paredes del salón
estaban cubiertas de retratos de familia y Myriam los observó
detenidamente. Había fotografías de la familia jugando bajo la nieve, de
excursión, montando a caballo, la madre, el padre y los tres hijos. Luego,
sólo estaban los hijos. Myriam vio la progresión marcada por la edad. Las
fotografías más recientes mostraban nuevos núcleos familiares.
Evidentemente, el hermano y la hermana de Víctor tenían su propia familia.
¿Por qué Víctor no se habría casado?
En el preciso momento en que pensó en él, Víctor apareció en el umbral
de la puerta.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, sacudiéndose el sombrero en el
muslo al tiempo que observaba la expresión de culpabilidad de Myriam
cuando se volvió a mirarlo.
—Estaba mirando. Esta habitación necesita una buena limpieza —
respondió ella, precipitadamente. No quería que Víctor se diera cuenta de la
atención que había dedicado a una familia que no significaba nada para
ella.
Pero las fotografías le habían ablandado el corazón. Ella era la hija
única de un hombre difícil. Su madre los había abandonado cuando era un
bebé, y su padre nunca la había llevado de excursión o a la nieve. Víctor
había tenido una infancia feliz, y por un instante, Myriam sintió envidia.
—¿Qué? —Victor dio un paso adelante y clavó la mirada en Myriam—.
¿Ha venido a escribir novelas de amor? ¿O acaso a investigar? Manténgase
alejada de mis hombres. Está aquí para ser mi ama de llaves. ¡Maldita sea!
Debería despedirla.
—Mi imaginación es mucho mejor que la realidad. Sé perfectamente
que no se me dan bien los romances y no tengo la menor intención de
seducir a sus hombres. ¿Satisfecho?
Myriam se dio la vuelta, consciente de que había enrojecido. No quería
seguir humillándose. Sabía también que no debía haber mencionado las
novelas de amor. Todos los hombres pensaban…
—No puede escribir durante el horario de trabajo.
—No se preocupe. Haré el trabajo lo mejor que pueda, señor García.
—Llámame Victor —gruñó, acercándose a la puerta—. Y trata de
mejorar.
Dejó sola a Myriam. Ella lo siguió lentamente. La cocina estaba vacía.
Las migas en los platos le indicaron que los hombres habían comido los
sándwiches, y Myriam se preguntó si le habrían dejado algo a Victor. Supuso
que sí, pues de otra manera estaba segura de que habría oído sus gritos.
Sin embargo, para ella no había quedado nada.
Myriam recogió la mesa y fregó. En su mente se repetía una y otra vez
la escena del despacho. Estaba decidida a hacer bien su trabajo, pero Victor
García no tenía derecho a decidir cómo debía invertir su tiempo libre. Y
ella quería escribir novelas de amor.
Después de los hirientes comentarios que le había dedicado Don
respecto a su inhabilidad para atraer y conservar a un hombre, Myriam
estaba segura de que ni volvería a enamorarse ni atraería a nadie. Cuando
Don le había pedido que se casara con él, ella había creído que formarían
una pareja perfecta. Pero sus besos no eran del agrado de Don, y su
negativa a acostarse con él antes de la boda no había hecho más que
confirmarle que era una mujer sin capacidad de seducción. Incluso después
de siete meses, las palabras de Don la atravesaban como un puñal.
Así que, aceptando la realidad, tal y como decía siempre su padre, era
consciente de que los hombres no se sentían atraídos por ella. Por eso había
comenzado a escribir novelas de amor: para satisfacer sus aspiraciones
románticas y su necesidad de alcanzar un final feliz; además de
proporcionar el placer de la lectura a quienes la leyeran.
Y aunque contaba con su propia imaginación, necesitaba recopilar más
datos. Su experiencia era extremadamente limitada. Tal vez podría
preguntar discretamente a los hombres del rancho. Quizá ellos le dirían qué
buscaban en su pareja, qué les gustaba de las mujeres, aparte de lo
evidente, y qué causaba problemas en sus relaciones.
Cuando finalmente acabó de recoger la cocina, se secó las manos y
salió. Si querían cenar tendría que hacer la compra. No quedaba demasiado
tiempo y el pueblo más próximo estaba a cierta distancia.
Fue a buscar a Victor al cobertizo para averiguar si debía pagar en
metálico o si tenía una cuenta abierta en algún supermercado. Myriam
había preparado una lista en la que esperaba haber incluido todo lo que
pudiera necesitar para varios días. No tenía experiencia en organizar menús
por adelantado. Su padre siempre había tenido una cocinera.
—¿Puedo ayudarte, jovencita? —preguntó uno de los viejos
trabajadores, al que Myriam reconoció de inmediato como el que le
preguntó si había trabajado en una guardería. Sonrió tímidamente.
—Estoy buscando a Victor. Tengo que hacer la compra y no sé ni dónde
ir ni cómo pagar.
—Victor ha salido. El Rafter C tiene una cuenta en una tienda de
Cheyenne. Dile al dueño que trabajas aquí y pondrá la compra en la cuenta.
Todas las amas de llave lo hacen así.
—Gracias. Volveré para la cena —Myriam se marchó con una sonrisa.
De haber sabido que hacían la compra en Cheyenne la habría hecho antes
de ir al rancho en lugar de tener que volver en el mismo día.
Al poner el coche en marcha, vio aproximarse a Victor por el espejo
retrovisor y esperó a que la adelantara. Iba sobre el caballo como si hubiera
nacido sobre una silla de montar, elegante y relajado, abrazando los flancos
del animal con sus largas piernas. Myriam no pudo evitar mirarlo con
admiración. Lo quisiera o no, Victor iba a servirle de modelo para su
protagonista, aunque pensaba hacerlo más amable y atento. Su rostro era
perfecto, con rasgos bien definidos y tono bronceado. Myriam hubiera
preferido que no llevara puesto el sombrero para volver a ver el brillo
dorado de su cabello bajo el sol.
Víctor desmontó al llegar a su altura y ella bajó la ventanilla al ver que
se aproximaba.
—¿Te marchas? —preguntó él con voz aterciopelada.
—Sólo para comprar comida. Volveré para la cena.
—¿Qué vas a comprar?
—¿Quieres ver la lista? —Myriam la tomó del asiento de al lado y se la
alargó. Víctor no hizo ademán de tomarla, sino que se limitó a seguir mirando
a Myriam con ojos fríos.
—¿Así que piensas volver? —preguntó él.
—¡Sí! ¿Por qué intentas conseguir que me marche? Me necesitas.
—Y a ti te gusta que te necesiten.
¿Qué aliciente tenía quedarse en un trabajo cuyo jefe no quería que se
quedara? ¿Sentirse necesitada por primera vez en su vida?
Myriam retiró la mano y dejó la lista en el asiento antes de poner el
coche en marcha.
—Tengo trabajo que hacer. Como tú eres el jefe puedes permitirte
perder el tiempo, pero yo tengo que volver a tiempo de preparar la cena.
Su discurso hizo sonreír a Víctor. Myriam respiró profundamente y
arrancó. Ya aprendería a defenderse de él, pero por el momento debía
darse prisa si quería tener la cena lista para las siete.
Víctor se quedó de pie, contemplando el coche alejarse. No se podía
negar que era una mujer con personalidad. Ninguna de las otras amas de
llave se habían atrevido a responderle. Debía estar perdiendo autoridad si
estaba dispuesto a consentirlo. Si volvía a ocurrir, le recordaría que era su
subordinada, que sólo estaba allí temporalmente y que si quería quedarse
hasta que llegara su sustituta, más le valía tratarlo con respeto.
Myriam tardó más de lo que pensaba en encontrar la tienda y en hacer
la compra. Como no iba a llegar a tiempo de preparar la cena, decidió parar
en el camino y comprar tres pizzas grandes. Estaba segura de que a los
hombres les encantaría y que sería una novedad. En cuanto llegara a casa
las metería en el horno y estarían listas para cuando acabara de vaciar el
coche. No tendría tiempo de hacer nada más. Al día siguiente haría un
asado con patatas, verdura y tortas de maíz.
Al llegar al Rafter C, Myriam tuvo la agradable sensación de volver a
casa. Ni siquiera había sacado las maletas del coche y ya tenía la impresión
de que el rancho la recibía como si llevara viviendo allí años.
Apenas había parado el coche frente a la puerta cuando Víctor salió con
paso firme, abrió la puerta del co piloto y comenzó a sacar bolsas. Myriam
llevó las pizzas a la cocina y las metió en el horno.
—Has tardado un montón —dijo Víctor, dejando las bolsas sobre una
encimera.
—Me ha costado encontrar la tienda. Después he tenido que esperar a
que el dueño acabara de hablar con un representante de ventas para
decirle que cargara la compra en la cuenta —Myriam salió en busca del
resto de las bolsas, con Víctor a su lado. No sabía si habría ayudado a las
demás amas de llave, pero tampoco le importaba: lo cierto era que la
ayudaba a ella.
Cuando acabaron de descargar el coche, Víctor sacó las dos maletas de
Myriam.
—Las llevo a tu habitación. Está en lo alto de la escalera. ¿La has visto
esta mañana?
—No he tenido tiempo de ver la casa. Estaba demasiado ocupada
limpiando la cocina. Ya la veré después de cenar.
Si ella dormía en lo alto de la escalera, ¿dónde dormía Víctor? Hasta
entonces Myriam no se había preocupado por ese aspecto de la
convivencia. Pero tampoco tenía demasiada importancia. Estaba segura de
que Víctor podría resistirse a sus encantos.
Metió la comida congelada y la leche en el refrigerador y dejó el resto
para después de la cena. Quería poner la mesa antes de que llegaran los
hombres. No iba a darle a Víctor la oportunidad de volver a quejarse.
A las siete en punto, Víctor entró en la cocina seguido de sus
trabajadores, y Myriam se preguntó si habría sonado un silbato invisible
para anunciarles que era hora de comer. Se presentaron a ella de uno en
uno y Myriam se esforzó por recordar sus nombres.
Sacó las pizzas del horno y las dejó sobre la mesa. Le pasó un cuchillo
a uno de los más jóvenes cuyo nombre, si no recordaba mal, era Bill, y le
pidió que empezara a repartir. Mientras, ella sirvió té, café y leche.
Los hombres comieron en silencio. Cuando las pizzas se acabaron,
todos miraron a Myriam. Ésta vio que no quedaba ni un trozo para ella. El
silencio se prolongó y Myriam dirigió la mirada hacia Víctor, quien se apoyó
en el respaldo de su asiento con los dedos metidos en los bolsillos del
pantalón, las piernas estiradas y los ojos fijos en ella.
—¿Pasa algo? —preguntó Myriam.
—No. Estamos esperando el resto —dijo Víctor, pausadamente,
entornando los ojos y curvando los labios en una cínica sonrisa. Sentía
curiosidad por ver que haría Myriam. ¿Se daría por vencida o tenía
demasiado carácter como para rendirse?
—¿El resto? —a Myriam se le paró el corazón. Miró rápidamente en
torno y comprendió: una vez más, no había preparado suficiente comida.
Myriam tragó saliva. No había nada más para cenar. Según sus
cálculos, varios trozos de pizza debían haber bastado. Ella nunca tomaba
más de dos. ¿Qué podía hacer? Los hombres seguían contemplándola en silencio.
Myriam miró a Víctor con expresión de pánico. Sólo conservaría el
trabajo si él estaba satisfecho. Y no lo iba a estar si sus muchachos se
quedaban con hambre.
—Tortillas y tortas de maíz. Supongo que sabes hacer tortas.
Myriam asintió.
Víctor abrió el refrigerador y contó los huevos.
—Jason, ve a las barracas a ver cuántos huevos tenemos. Aquí hay dos
docenas. Trae otras dos si es que las hay. ¿Tenéis algo de carne?
—Queda un resto de la otra noche —apuntó otro de los hombres.
—Pues traedla también —ordenó Víctor, sacando los huevos.
¿Cuatro docenas de huevos? Myriam no daba crédito a sus oídos, pero
recordó que eran doce hombres y cualquiera de ellos comía mucho más que
ella. Debía haberse dado cuenta después de la experiencia con el almuerzo.
Rápidamente, despejó una encimera y buscó la harina. Haría
suficientes tortas para que se saciaran. Haría…
—Cari, tú y Pete colocad la compra en su sitio. Trevor, corta las
cebollas. Jacke, ralla el queso. Lance…
—Yo me ocupo del café y de los condimentos, jefe —se adelantó Lance,
con cara divertida. Vació los platos de migas y fue hacia el fogón—. Dennis
puede traer algunas verduras y que Steve busque la mermelada.
Pasando junto a Myriam, le ayudó a bajar la harina.
—Pronto aprenderás cuánto nos gusta comer —dijo, para tranquilizarla
—. Las pizzas han sido una buena idea, pero no había bastante. Podríamos
comer una entera cada uno de nosotros —añadió, amablemente.
Víctor clavó la mirada en él y con un gesto de la cabeza le señaló el
fogón. Lance sonrió, se llevó los dedos a la frente en un saludo militar e hizo
lo que se le ordenaba.
Myriam hubiera querido que la tragara la tierra pero le consoló ver que
los hombres, aunque debían estar furiosos, no se quejaran de tener que
hacerse la comida. Habían trabajado duro todo el día y lo mínimo que se
merecían era una cena caliente.
Myriam pasó por alto las bromas y picardías que compartían los
hombres y se concentró en hacer unas tortas perfectas. Quería demostrar
que era capaz de hacer algo bien, pero no estaba segura de que Víctor fuera
a darle otra oportunidad. No parecía el tipo de hombre dispuesto a pasar
por alto los errores repetidos.
Cuando las tortillas estuvieron preparadas y salieron dos hornadas de
tortas, los hombres se sentaron a la mesa. Víctor cruzó la habitación y puso
una mano en el hombro de Myriam para alejarla del horno y obligarla a
sentarse junto a él.
—Tenemos avisadores. Siéntate y come.
Myriam sacudió la cabeza.
—No me hace falta. Quiero asegurarme de que las tortas se hacen
bien.
No se merecía que Víctor la tratara con tanta delicadeza después del
desastre que había hecho.
Víctor la empujó hasta sentarla y cuando retiró sus manos firmes y
cálidas de sus hombros, Myriam sintió frío. Víctor se sentó a la cabecera y con
un gesto de la barbilla le señaló el plato, en el que habían servido una tortilla
de jamón y queso. Uno de los hombres le puso una torta y otro le sirvió
café.
—Come —ordenó Víctor.
—La señora Montgomery me advirtió que eras un mandón —masculló
Myriam, tomando la mantequilla.
—Te tiene pillado, jefe —dijo Lance, sonriendo a Myriam—. ¿Qué más te
han dicho en la agencia de colocación? Sabemos que Víctor es el favorito de
las amas de llave. Ninguna le ha durado más de dos semanas.
Myriam fue a decir lo que la señora Montgomery le había contado, pero
se mordió la lengua. Víctor era su jefe y le debía lealtad. Sonrió y sacudió la
cabeza.
—Sólo que era mandón. Lo cual es comprensible, puesto que es el jefe,
¿no crees?
—Es más bien un tirano —dijo Cari, sin apartar los ojos de plato.
—Además de cabezota —intervino Dennis.
—Por no decir sabelotodo —dijo Jack, dirigiendo una mirada furtiva a
Víctor.
—Sin olvidar agotador —dijo Pete.
—Y me gusta cenar tranquilamente —cortó Víctor, frunciendo el ceño.
Al ver que su comentario era recibido con una carcajada general,
Myriam se dio cuenta de que todos apreciaban y respetaban a su jefe, y le
pareció muy significativo que sus hombres estuvieran lo suficientemente
cómodos con él como para tomarle el pelo. ¿Podía deducir de eso que
quedaba la esperanza de tener una segunda oportunidad? Si Víctor se la
daba, jamás volvería a cometer el error de no preparar suficiente comida.
Mientras cenaban, los hombres charlaron sobre el trabajo en el rancho
y las tareas que les quedaban por hacer.
Myriam intentó unir las caras con los nombres que recordaba. Lance
era el capataz, un hombre de edad aproximada a la de Víctor, que mantenía
la suficiente distancia con los demás trabajadores como para conservar su
respeto sin que ello impidiera que le trataran con familiaridad.
Jack era mayor y tenía el cabello salpicado de canas. Billy era el más
joven y Myriam pensó que todavía debía estar en edad escolar. Los demás
presentaban una variedad de tamaños y edades, pero todos respondían al
prototipo de hombres de rancho: cierto aire salvaje e inconformista, y un
deseo innato de trabajar al aire libre tal y como habían hecho sus
antepasados.
Myriam los encontraba fascinantes, y absorbió su conversación como
una esponja. Para evitar hacer preguntas, intentó deducir el significado de
lo que oía, que a ratos resultaba incomprensible. En un par de ocasiones le
dieron explicaciones técnicas, pero la mayoría del tiempo tuvo que
conformarse con hacerse una idea vaga de lo que hablaban.
A medida que acabaron de comer, fueron saliendo de la cocina. Víctor
fue de los primeros en marcharse y Myriam no supo si alegrarse o
preocuparse. ¿Estarían retrasando la regañina o habría ido a firmar un
cheque, antes de despedirla? Myriam confiaba en que le diera tiempo para
poder rectificar. Limpió la cocina y organizó el menú del día siguiente. Era
evidente que no había comprado suficientes provisiones para una semana,
pero al menos le bastarían para un par de días. En cuanto instalara el
ordenador, prepararía una lista de compra y una selección de menús. Así
tendría una idea más aproximada de las cantidades que necesitaba.
Cuando acabó de fregar fue a su dormitorio para deshacer las maletas,
asumiendo que si Víctor hubiera decidido despedirla, lo habría hecho justo
después de cenar, o incluso mientras cenaban.
Mientras abría los cajones de la cómoda, se preguntó cuál de las tres
puertas que había al otro lado del descansillo sería el dormitorio de Víctor y
se dijo que ya lo descubriría cuando hiciera la limpieza.
Guardó la última camisa, cerró las maletas vacías y las metió bajo la
cama. Al oír las pisadas de Víctor, se volvió. Tenía la puerta abierta, de
manera que si pasaba por delante lo vería. Cruzó la habitación y llegó al
descansillo justo cuando él acababa de subir las escaleras. Parecía cansado,
pero al ver a Myriam se irguió y arqueó una ceja.
—Pensaba que estarías durmiendo. El desayuno es a las seis.
—Temía estar despedida.
Víctor la miró fijamente.
—No hace falta. Sólo te quedarás temporalmente. Tal y como tú misma
has dicho, hasta que venga tu sustituta es preferible aprovechar que estás
aquí.
—Pensaba hacer unas quince tostadas por persona. ¿Serán suficientes?
—preguntó Myriam, sintiéndose desilusionada por la certeza con la que Víctor
se refería a que su presencia sería sólo temporal, aunque, dadas las
circunstancias, no pudiera reprochárselo.
Víctor sonrió y asintió con la cabeza.
—Probablemente.
—Siento haber organizado la cena tan mal. Pensaba que con la pizza
sería suficiente. No volverá a pasar.
—Pero pasará alguna otra cosa, estoy seguro —murmuró él, sin dejar
de mirarla.
—Seguro que sí —Myriam sonrió. Víctor estaba siendo más amable de lo
que esperaba.
—¿Dónde compraste las pizzas?
—En un restaurante cerca del supermercado. Llegaba tarde y pensé
que sería una buena idea.
—¿Te dejaron cargarlo a cuenta?
Myriam sacudió la cabeza.
—Las compré.
Víctor la observó en silencio.
—¿Tienes mucha experiencia como ama de llaves? —preguntó,
apoyándose en la pared con los brazos cruzados.
Myriam supo que Víctor no aceptaría una respuesta vaga. Se apoyó en el
marco de la puerta e intentó pensar qué decirle para, sin mentir, lograr
tranquilizarlo.
—He llevado una casa durante muchos años —dijo, arrastrando las
palabras.
—¿Para doce hombres?
Myriam sacudió la cabeza.
—Sólo para uno. Pero solíamos tener muchos invitados.
—¿Tu padre?
Myriam asintió.
—¿Dónde está ahora? —Víctor la observó entornando los ojos al darse
cuenta de que Myriam se tensaba.
Por su parte, Myriam sintió cómo Víctor pasaba de la curiosidad a la
desconfianza.
—Vive en Denver.
—¿Por qué aceptaste este trabajo?
Myriam se preguntó si podría contarle la verdad, pero temía que se
pusiera del lado de su padre. En cierta manera, Víctor le recordaba a él. Y sin
embargo, era diferente. Su padre no hubiera pensado en una solución ante
el problema de la cena. Se habría limitado a esperar a que ella lo resolviera,
y después le habría dado una lección sobre lo inútil que era. Víctor no había
dicho una palabra, y Myriam, tan acostumbrada a reaccionar ante la ira, no
sabía cómo actuar ante la amabilidad.
Víctor esperó unos segundos a que Myriam pensara la respuesta, pero no
quería una excusa, sino la verdad. Sentía curiosidad por saber qué había
llevado a aquella mujer a trabajar en un rancho en lugar de quedarse en su
ciudad, forjándose una carrera y saliendo con chicos. Pensar en Myriam
relacionándose con otros hombres le desagradó sin que pudiera explicarse
por qué. Él no tenía ningún interés en tener un romance con ella o con
ninguna otra mujer. Ya lo había intentado con Jeannie y desde entonces
tenía el corazón destrozado.
Cuando las mujeres ponían en práctica sus artes de seducción sólo
causaban problemas. Él tenía un rancho lleno de hombres y no le convenía
que una bonita joven los embaucara. Cuanto antes se marchara, mejor.
—Vete a la cama. No falta mucho para las seis —dijo, por encima del
hombro.
Víctor entró en la habitación más a alejada de la de Myriam y ésta
respiró aliviada. Había superado el primer día. Entró en su dormitorio y
cerró la puerta. Era una estúpida, debía haber pensado que tenía que estar
preparada a contestar cualquier pregunta. ¿Quién querría atender una casa
aislada, en medio del campo? Ni siquiera montaba particularmente bien ni
le interesaban los caballos. No sabía nada de ganado. Y todavía menos de
hombres.
Pero estaba decidida a quedarse el plazo que se había propuesto. Al
día siguiente organizaría la casa, conectaría su ordenador y seguiría
trabajando en su libro. Hasta entonces, tal y como había dicho Víctor, se iría a
la cama y olvidaría la acritud con que la había acogido.
Tampoco iba a pensar en la corriente de atracción que circulaba entre
ellos. Víctor era su jefe, nada más. Pero no pasaba nada por imaginar que se
sentía atraído por ella, o qué sensaciones transmitiría a sus dedos la piel de
Víctor si lo tocara, o el calor de su boca contra la de ella, de sus brazos
alrededor de su cuerpo. Con un estremecimiento, Myriam sacudió la cabeza.
No pasaba nada por fantasear, pero tampoco le haría ningún bien. Debía
adoptar una actitud práctica. De ello dependía su futuro.
Para cuando acabó de dar de desayunar a doce bocas, Myriam estaba
agotada. Se había levantado temprano para tener todo listo a tiempo y lo
había conseguido.
Hubo suficiente comida para todos, incluidos huevos fritos y salchichas.
Pero recoger la cocina le iba a llevar al menos una hora, y antes de sentarse
ante su ordenador debía comprobar en qué estado se hallaba el resto de la
casa. Su sentido de la responsabilidad la obligaba a atender primero el
trabajo y postergar sus propios proyectos.
Aún le quedaba preparar el almuerzo y pensar en la cena. Dando un
sorbo al café se preguntó dónde estaba todo el tiempo libre con el que
había creído contar y tuvo la impresión de que no enchufaría el ordenador
antes del fin de semana.
Sin embargo, la determinación de conservar su puesto de trabajo hizo
que pusiera manos a la obra de inmediato. Después de limpiar la cocina,
inspeccionó las habitaciones de la planta baja. Las paredes del salón
estaban cubiertas de retratos de familia y Myriam los observó
detenidamente. Había fotografías de la familia jugando bajo la nieve, de
excursión, montando a caballo, la madre, el padre y los tres hijos. Luego,
sólo estaban los hijos. Myriam vio la progresión marcada por la edad. Las
fotografías más recientes mostraban nuevos núcleos familiares.
Evidentemente, el hermano y la hermana de Víctor tenían su propia familia.
¿Por qué Víctor no se habría casado?
En el preciso momento en que pensó en él, Víctor apareció en el umbral
de la puerta.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, sacudiéndose el sombrero en el
muslo al tiempo que observaba la expresión de culpabilidad de Myriam
cuando se volvió a mirarlo.
—Estaba mirando. Esta habitación necesita una buena limpieza —
respondió ella, precipitadamente. No quería que Víctor se diera cuenta de la
atención que había dedicado a una familia que no significaba nada para
ella.
Pero las fotografías le habían ablandado el corazón. Ella era la hija
única de un hombre difícil. Su madre los había abandonado cuando era un
bebé, y su padre nunca la había llevado de excursión o a la nieve. Víctor
había tenido una infancia feliz, y por un instante, Myriam sintió envidia.
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 5
—Toda la casa necesita una buena limpieza —dijo Víctor, mirando en
torno. Myriam asintió y dio un paso adelante. Víctor era muy alto. Si pensaba
basarse en él para su héroe, debía averiguar cuánto medía exactamente.
Dio otro paso adelante y comprobó que su cabeza le llegaba a la altura de
la barbilla. A esa distancia, sus hombros parecían aún más anchos. Myriam
sintió un cosquilleo en los dedos al pensar que le gustaría medírselos, sentir
la dureza de sus músculos y su escultural fuerza.
Myriam tragó saliva y apartó la mirada de Víctor.
—¿Estás bien? —preguntó Víctor, sacándola de su ensimismamiento
bruscamente.
—Claro que sí.
—Parecía que estabas en otro mundo.
—Pensaba en mi novela.
Víctor se inclinó levemente hacia adelante y su aliento acarició la mejilla
de Myriam. Ella hubiera querido alargar la mano para sentir los hoyuelos
que se le formaban a los lados de la boca y recorrer el perfil de sus labios
para comprobar si eran suaves y cálidos o duros y fríos.
—Mientras estés en horario de trabajo no quiero que pienses en otra
cosa —dijo él.
Myriam pestañeó.
—Soy una trabajadora responsable.
—Llevas aquí veinticuatro horas y, a parte de matarnos de hambre, no
has hecho nada.
Myriam se indignó. ¿Cómo era Víctor capaz de menospreciar sus
esfuerzos?
—Te olvidas de que he limpiado la cocina y he hecho la compra. Las
dos cosas han representado mucho trabajo, por si no lo recuerdas.
—Ya. Y teniendo en cuenta la cantidad de comida que has comprado,
tendrás que volver al supermercado en un par de días.
—No era consciente de las cantidades que coméis. Puede que no lo
recuerdes, pero te ofrecí enseñarte la lista antes de irme. Si te hubieras
molestado en echarle una ojeada me habrías podido dar algunas ideas. Así
que si tengo que volver mañana, la culpa, en gran parte, será tuya.
Víctor la miró con estupor.
—¿Estás culpándome de tu ineptitud?
Myriam levantó la barbilla, se puso en jarras y asintió.
—Yo no me considero inepta, sino algo inexperta. Y eso deberías
haberlo sabido.
—Suponía que la agencia me mandaría a alguien preparado, no a
alguien que necesita ser instruida como una niña de dos años.
—En cuanto instale mi ordenador prepararé una lista y me aseguraré
de comprar todo lo necesario la próxima vez que vaya al supermercado —
Myriam pensó de pronto en una cosa—. Aunque no sé cómo va a caberme
en el coche —con lo que había comprado el día anterior, su coche iba a
rebosar, así que si metía más bolsas tendría que hacer dos viajes.
—Ve en uno de los camiones del rancho. Era lo que hacían las otras
amas de llave.
Myriam frunció el ceño.
—No sé si sabré conducirlo.
—Es como un coche. Si no te sientes capaz, le diré a uno de los
hombres que te enseñe.
—Me las arreglaré sola —dijo Myriam, airadamente.
—De eso estoy seguro.
La suavidad de su tono desconcertó a Myriam. Al mirarle los labios,
intentó imaginar qué sentiría si los besara. Don lo había hecho pero sus
besos eran insípidos. Y sin embargo, todas las novelas románticas que leía
los describían como una maravillosa experiencia. ¿Serían los besos de Víctor
maravillosos, o insípidos como los de Don?
Estaba recién afeitado y su piel tenía un aspecto suave y cálido. Si la
besaba, ¿sentiría sólo sus labios o también el resto de su cara? ¿La rodearía
con sus brazos para…?
—¡ Myriam!
Myriam dio un salto.
—¿Qué?
Víctor puso el puño bajo su barbilla y le hizo levantar la cabeza hasta
que sus ojos se encontraron. Entornó los ojos y la miró con desaprobación.
—¿Necesitas volver a la cama?
«¿A la cama?» «¿Con Víctor?» Myriam pestañeó para intentar borrar la
imagen que se había formado en su mente.
—¿Por qué iba a necesitar ir a la cama? —¿estaba Víctor haciéndole una
proposición?
Víctor dejó escapar un quedo gemido, abrió la mano y con el dedo gordo
acarició el mentón de Myriam.
Ella se estremeció y se echó hacia adelante. La caricia sobre su piel se
transmitió por todo su cuerpo como un cosquilleo sensual. Jamás había
sentido algo así. ¿Sería capaz de plasmar esas sensaciones en su libro?
— Myriam, me miras como si fuera un regalo de Navidad. Si tienes la
intención de seducirme, olvídalo, no me interesa. Y si sólo lo haces para
documentar tu libro, busca a otro con quien practicar.
Myriam echó la cabeza hacia atrás bruscamente y se apartó de Víctor
llena de furia.
—Me dijiste que me mantuviera alejada de tus hombres.
—Y aún más de mí.
—No he hecho nada —protestó Myriam.
—Supongo que tienes razón —Víctor se irguió y miró en torno como si se
sorprendiera de encontrarse allí—. He venido a ocuparme de unos papeles.
Tienes que decirme cuánto te costó la pizza para poder pagártela.
—No hace falta. Es lo menos que puedo hacer después del desastre
que organicé.
—No tienes por qué comprar la comida con tu dinero.
—No me importa.
— Myriam, soy yo quien paga la comida.
—¡De acuerdo! Tengo el recibo en el bolso. Iré a por él en cuanto acabe
de limpiar.
—Bien. Quiero que pongas la lavadora.
—Por supuesto, estoy aquí para servir —masculló Myriam, sintiendo
que se ahogaba. Necesitaba quedarse a solas para recuperar el dominio de
sí misma.
—Será mejor que no lo olvides.
—¿Qué?
—Que estás aquí para servir. No para ponerte a escribir cada vez que
sientes el impulso de hacerlo.
El impulso que sintió en ese momento Myriam fue el de tirarle a Víctor lo
que tuviera más a mano. Se echó el cabello hacia atrás y pasó de largo
junto a él.
—Sé perfectamente para qué estoy aquí, y te demostraré que soy
capaz de hacer mi trabajo mejor que nadie.
—Por ahora estás demostrándolo de una manera peculiar —dijo él,
colocándose el sombrero bruscamente y saliendo de la habitación con paso
firme.
Myriam subió al segundo piso. Mientras limpiaba, pondría una lavadora.
Dudó un instante antes de abrir la puerta del dormitorio de Víctor. Miró en
torno y estudió el desorden tan característicamente masculino. Sacudió la
cabeza y, tomando en sus brazos el montón de ropa con los pantalones
vaqueros, bajó al piso inferior. La lavadora y la secadora estaban en un
cuarto junto a la cocina. Pondría la lavadora en marcha y comenzaría a limpiar
la casa.
Echándose a un lado para dejar pasar la marabunta que se presentaba
a comer, Myriam se dijo que tal vez aquél no era el trabajo más adecuado
para dedicarse a la escritura. Había preparado tres sándwiches de carne
para cada hombre, una ensalada de fruta para la que había usado toda la
fruta comprada el día anterior y sobre la mesa había tres cuencos gigantes
llenos de patatas fritas. A medida que los hombres se sentaban, fue sirviéndoles
café.
Víctor llegó el último y dirigió una rápida mirada a Myriam al tiempo que
comprobaba si había suficiente comida para todos.
—¿Café? —le ofreció ella.
—Sí.
Víctor bebió un sorbo y observó a Myriam por encima de la taza. Ella lo
miró a su vez y sonrió tímidamente antes de levantarse. Víctor la vio cruzar la
habitación y se fijó en los entallados pantalones vaqueros que se ajustaban
a la perfección a sus caderas y a sus esbeltas piernas. Víctor dejó la taza
sobre la mesa bruscamente y miró a sus hombres. Lance lo miró antes de
volver la mirada hacia Myriam. Víctor frunció el ceño. No quería que Myriam
distrajera a sus hombres.
Por un instante, Víctor se puso furioso al recordar que Jeannie también
había cautivado y coqueteado con todos ellos hasta hacerle enloquecer.
Cada vez que lo mencionaba, ella se mostraba dolida. Lo que no había sido
más que un juego, había tenido consecuencias catastróficas. Víctor estudió a
Myriam y le irritó ver que su actitud era más amistosa que coqueta. El
interés que mostraba por el rancho se reflejaba en sus grandes ojos y los
hombres parecían dispuestos a hacer lo que fuera para darle explicaciones.
Myriam sintió los ojos de Víctor fijos en ella, pero decidió no hacer caso.
Daba la impresión de estar atenta a lo que Pete le contaba sobre las
herraduras de caballos, pero sólo escuchaba parcialmente mientras el resto
de su atención lo dedicaba a entender el torbellino de emociones que Víctor
despertaba en ella.
Era extraño, pero podía adivinar sus movimientos. Aún sin mirarlo,
percibía su mirada fija en ella, tan penetrante que era casi una caricia. Por
un momento pensó en volverse hacia él y sostener la mirada hasta obligarlo
a retirarla, pero cambió de idea y decidió no darle esa satisfacción. En lugar
de eso, dedicaría su atención a alguno de sus hombres y así le demostraría
que no estaba interesada en él.
Lance la observaba. Miró furtivamente a Víctor y al volver a mirar a
Myriam, sonrió. Ella se ruborizó. ¿Habría adivinado sus pensamientos? Al ver
que Lance le mostraba simpatía se dijo que era una pena no sentirse
atraída por él.
—Si quieres venir conmigo esta tarde —dijo Lance—, puedo enseñarte
parte del rancho.
—Tiene mucho que hacer—protestó Víctor, mirando enfadado a su
capataz—. Le pago como ama de llaves, no para que te haga compañía.
Lance sonrió y se encogió de hombros.
—Claro, jefe. Sólo era una sugerencia para que Myriam conociera el
lugar que va ser su hogar.
—No va a quedarse lo suficiente como para llegar a considerarlo su
hogar —dijo Víctor, mirando a Myriam con ojos brillantes.
Los hombres dejaron de comer y miraron a Víctor y a Myriam
alternativamente. Después, se miraron entre sí. Durante varios minutos la
conversación decayó para volver a animarse poco a poco.
Myriam hubiera querido gritar. Víctor no tenía por qué haber anunciado
en público que no quería que se quedara.
Levantó las cejas y fue a decir algo, pero cambió de idea y cerró la
boca. Si los informes de la agencia eran ciertos, sería difícil que encontraran
pronto a una sustituta. Y aunque ella no tenía intención de quedarse para
siempre, al menos pretendía marcharse cuando quisiera y no cuando lo
decidiera Víctor.
Sonrió a Lance.
—Gracias por la invitación. Puede que la acepte en mi día libre —lanzó
una mirada malévola a Víctor. ¿Osaría decir que no iba a darle tiempo libre?
—Si quieres ver el rancho, yo te lo enseñaré tu día libre —dijo Víctor,
sirviéndose más café.
Myriam había pensado que le gustaría hacer la excursión con Lance,
pero al saber que sería con Víctor, no estuvo tan segura. Tal vez si la tensión
entre ellos disminuía antes de que llegase ese día, sería menos incómodo
estar juntos. Myriam se preguntó si Víctor era capaz de relajarse. ¿Reiría y
bromearía como hacían los demás hombres? ¿Qué haría en su tiempo libre?
Al acabar de comer, Myriam continuó con la limpieza. Había hecho
grandes avances en el salón y quería acabar antes de preparar la cena.
Después de quitar el polvo y pasar el aspirador, pensaba limpiar los
cristales para que la habitación reluciera. Ver que era capaz de transformar
el caos en orden le produjo una peculiar satisfacción. Era agradable saber
que su presencia era beneficiosa tanto para la casa como para los hombres.
Víctor había ido a trabajar a su despacho después de comer y, cada vez
que hablaba por teléfono, su voz llegaba ahogada a Myriam.
Mientras limpiaba los cristales la mirada de Myriam recorría las verdes
praderas que se extendían ante sus ojos. En la distancia se veían los picos
de Snowy Mountains, de nieves perpetuas que brillaban bajo el sol. Vio los
árboles que rodeaban la casa cimbrearse con el viento y sonrió. Era el
decorado perfecto para su novela. Podía describir el rancho. La heroína se
perdería en aquella inmensidad. Myriam frunció el ceño. No era una buena
idea, puesto que el héroe sabría dónde encontrarla…
—¿ Myriam?
Myriam se volvió. Víctor estaba a pocos centímetros de ella y, sin
embargo, no le había oído entrar.
—¿Sí?
—¿Qué haces?
—Limpiar los cristales —dijo ella, aunque era evidente.
—Te llevo observando varios minutos y no te has movido.
Myriam sacudió la cabeza y se volvió hacia el cristal.
—¿Querías algo?
—Durante el almuerzo me he dado cuenta de que no habíamos
hablado de tus días libres. ¿Te parece bien sábados y domingos?
—¿Y quién cocinará esos días para los hombres? —preguntó Myriam.
Se sentía avergonzada y para compensar su incomodidad, continuó
trabajando. No quería que volvieran a despedirla por soñadora. Tres veces
ya eran bastantes.
—Pueden ocuparse ellos mismos.
—No me importa cocinar mientras pueda escribir el resto del día. No
tengo dónde ir.
—Casi todos los hombres van al pueblo el sábado. Si quieres puedes
preparar algo para el domingo por la noche.
Myriam asintió. Todo su cuerpo era consciente de la proximidad física
de Víctor. Echó limpiacristales en otra hoja de la ventana y continuó con su
labor diligentemente. Necesitaba compensar su turbación con actividad.
—¿En qué estabas pensando cuando he entrado? —Víctor estaba
decidido a averiguarlo.
—Pensaba en el rancho y en lo hermosas que se ven las montañas
desde aquí. Contemplaba el ganado que sube por la ladera de la izquierda.
—La habitación está quedando muy bien.
Víctor miró a su alrededor y observó lo limpio que lo había dejado todo.
Myriam tenía razón, cuando trabajaba, lo hacía muy bien. Pero eso no
impedía que al entrar, la hubiera encontrado abstraída en sus propios pensamientos.
—¿Las fotografías son de tu familia? —preguntó Myriam al volverse y
ver que Víctor, en lugar de marcharse, estaba mirando los retratos.
—Estos son mi hermano y mi hermana. Mis padres murieron cuando
éramos pequeños.
—Lo siento. ¿Tus hermanos viven cerca de aquí?
—Ángel en Laramie; es profesora en la universidad. Rafe y su mujer
tienen un terreno en Jackson Hole.
—¿Así que es ranchero como tú?
Víctor miró a Myriam con rostro impenetrable.
—Siempre lo ha sido. Nos cuidó a mí y a Ángel al morir nuestros
padres. Rafter C nos pertenece a los tres, no sólo a mí.
—Pero tú lo diriges.
—Sí.
—Y con mucho éxito, por lo que se ve —dijo Myriam, sonriendo.
El rostro de Víctor se endureció. La habitación se llenó de electricidad.
—Yo no diría tanto —replicó él.
Myriam no comprendía qué le había molestado. A todo el mundo le
gustaba ser halagado por un trabajo bien hecho. Por primera vez había
creído poder mantener una conversación normal con Víctor, pero por algún
motivo que desconocía, se había torcido en el último momento.
—Será mejor que dejemos una cosa clara —dijo él, fulminándola con la
mirada—. Éste es un rancho familiar y no tengo la menor intención de
compartirlo con nadie. Y menos con alguien tan volátil como tú.
Myriam lo miró con la boca abierta. ¿Se habría vuelto loco?
—Perdona, pero es evidente que me he perdido algo de la
conversación —dijo, indignada—. No tengo el menor deseo de compartir
este rancho contigo. Estoy aquí para trabajar. En cuanto venda el libro
volveré a la ciudad, alquilaré un apartamento y no tendré que rendir
cuentas a nadie nunca más.
—Muy bien.
El tono sarcástico de Víctor sacó a Myriam de sus casillas. Dio un paso
adelante y se enfrentó a él con la barbilla alta.
—Escúchame, ranchero engreído. No tengo intención de conquistarte
ni a ti ni a ningún otro hombre. Sé que no podría ni aunque quisiera,
¿entendido? Así que mis únicos objetivos son trabajar y escribir mi libro. Te
aseguro que no me interesa seducir a un ranchero mandón y arrogante que
no consigue conservar a un ama de llaves más de un mes.
—Alguien ha debido tratarte muy mal.
—Esa no es la cuestión. La cuestión es que sólo estoy aquí para
ocuparme de tu casa.
—Y para escribir tu libro —dijo Víctor, escéptico.
—Eso, además.
—He conocido a mujeres capaces de cualquier cosa para conseguir lo
que quieren. Esta vez no me dejaré engañar —dijo Víctor, en tono
amenazador.
Myriam, fuera de sí, puso los brazos en jarras y avanzó hacia él hasta
que sintió el calor que emanaba de su cuerpo y pudo aspirar su aroma.
—Olvídalo, ranchero. Ya he tenido bastantes hombres dominantes y
mandones en mi vida. Mi padre y mi ex prometido lo eran. En cualquier
caso, jamás te elegiría a ti.
—Me alegro, así nos entenderemos mejor —Víctor hizo una pausa y
pareció relajarse un poco—. Yo también estuve prometido en una ocasión,
con una mujer a la que sólo le interesaban el rancho y las ganancias que
pudiera obtener de él.
Myriam pestañeó y su enfado se diluyó como por arte de magia. Tras la
fría apariencia de Víctor, había apreciado el dolor y la desilusión que
pretendía ocultar.
—Pues no me metas en el mismo saco. No te quiero ni a ti, ni tu dinero,
ni el rancho.
Víctor la observó en silencio. No confiaba en ella, pero la deseaba. De
pronto sentía que todos sus instintos se volcaban en la menuda mujer que
se mantenía con gesto beligerante frente a él. No se había sentido así desde
que descubrió la traición de Jeannie. Y no le gustaba. Sus mujeres debían
ser dóciles y permanecer alejadas del rancho. No estaba dispuesto a
meterse en un lío por satisfacer una necesidad física. Dominaría su lujuria.
Pues eso era todo lo que había entre ellos.
—… con Lance.
—¿Qué?
—He dicho que no hace falta que me enseñes el rancho el fin de
semana, iré con Lance.
—De eso nada. Yo soy el jefe y no quiero que Lance y tú os relacionéis.
Si quieres ver el rancho, te lo enseñaré yo.
—¿Y no temes que intente seducirte?
—Me daría cuenta.
Myriam se puso seria un instante, antes de volver a provocarlo.
—Seguro que sí, ranchero. Imagino que estás harto de que las mujeres
te atosiguen. Debe ser una lata.
—Puedo soportarlo —Víctor relajó las manos lentamente y dio un paso
adelante, mirando a Myriam con los ojos entornados.
Ella se echó hacia atrás. Temía que Víctor explotara.
—Demasiado tarde, cariño —murmuró Víctor, al tiempo que hundía la
mano en su melena y la atraía hacia sí por la nuca.
Inclinó la cabeza y, aunque Myriam abrió la boca para detenerlo, tal y
como él había dicho, era demasiado tarde. Sus labios cubrieron los de ella
en un beso apasionado.
Un calor hirviente recorrió a Myriam, y sus piernas se reblandecieron.
Sentía una pulsante energía en su interior y toda su atención se concentró
en el hombre que la besaba. Sus labios se movían sobre los de ella en una
danza erótica que quemaba cada poro de su piel. Y cuando su lengua se
adentró en la caverna de su boca, Myriam dejó escapar un inesperado
gemido de placer.
De pronto se sentía avariciosa. Quería más. Se aproximó y sus cuerpos
entraron en contacto. Con el brazo que tenía libre, Víctor la rodeó por la
cintura, estrechándola contra sí. Su cuerpo era como una roca sólida contra
la blandura del de Myriam, sus piernas tenían suficiente fuerza como para
sujetar a los dos. Myriam se abrazó a su espalda y palpó sus músculos
tensos y el calor que irradiaba de él a través de la camisa.
No podía respirar, sólo sentir el calor que recorría sus venas en un
palpitante galope. Por primera vez en su vida las sensaciones eran tan
poderosas como había leído en los libros. Aún más.
Víctor se retiró hacia atrás y posó las manos sobre los hombros de
Myriam, contemplándola con ojos ensoñadores pero atentos a un mismo
tiempo. Ella abrió los ojos lentamente, consciente de que no podía ocultar
sus sentimientos ni aunque se lo propusiera.
—¿Te sirve como escena para el libro? —preguntó Víctor, con voz ronca.
Myriam se apartó de él inmediatamente y se dio la vuelta, dolida. ¿Es
que el beso no había significado nada para él? ¿Habría sentido sólo ella la
intensidad?
—Tal vez —dijo, con descaro.
Tenía que defenderse aunque fuera demasiado tarde. Irguió la cabeza,
cuadró los hombros y fue hasta la ventana para seguir limpiándola. No
quería que Víctor viera que le temblaban las rodillas ni que adivinara la fuerza
con la que el corazón le latía contra el pecho, ni cómo se le aceleraba la
sangre con sólo recordar las sensaciones que le había transmitido. Se pasó
la lengua por los labios y le supieron a Víctor.
—Si quieres me disculpo —dijo él, atropelladamente.
—¿Por qué? Un beso no significa nada. Tú has dejado clara tu postura y
espero que yo también la mía. Ninguno de los dos queremos saber nada del
otro. Intentaré mantenerme fuera de tu camino y espero que tú hagas lo
mismo por mí — Myriam estaba orgullosa de que no le temblara la voz, pero
no sabía cuánto tiempo mantendría aquel aparente aplomo.
Hubo una prolongada pausa tras la cual Myriam se atrevió a mirar por
encima del hombro y vio que Víctor se había marchado.
Se dejó caer en el sillón más próximo y se pasó los dedos por los
labios, reviviendo por un instante el beso. Teniendo en cuenta que Víctor no
la apreciaba, había hecho un gran trabajo.
A pesar de poner en ello todo su empeño, Myriam no logró olvidar el
beso y su recuerdo resurgió una y otra vez a lo largo de la tarde. Estaba
limpiando una mesa y de pronto se quedaba mirando al espacio,
recordando el tacto de Víctor, la forma en que sus labios se habían movido
sobre los de ella, la presión de su cuerpo. No tenía nada que ver con los
besos de Don, ni siquiera con los de los libros. Myriam sacudió la cabeza y
continuó con su labor, sin poder evitar seguir pensando más en el beso que
en lo que estaba haciendo.
Dándose por vencida, fue a la cocina a preparar la cena. Tal vez así
lograría olvidar a Víctor García y su beso mortal.
Estaba removiendo un puré de patatas cuando Lance entró en la
cocina. Myriam levantó la vista y sonrió. Aquél no era un hombre que se
andará con indirectas ni complicaciones.
—¿Qué hay, cariño? ¿Necesitas que te eche una mano? —dijo,
provocativamente, al tiempo que se apoyaba en una encimera, sin apartar
los ojos de ella.
—Si quieres, puedes poner la mesa — Myriam agradecía que
coqueteara con ella. Le recordaba que no todos los hombres estaban
deseando que se marchara.
—Si quisiera lo haría, pero sólo estaba haciéndome el simpático para
poder verte trabajar.
—Te gusta ver trabajar a otros, ¿eh?
—Es mejor que trabajar yo mismo.
—Lo cierto es que podrías hacerme un favor.
—Lo que quieras, cariño.
Su coquetería hizo enrojecer a Myriam. No estaba acostumbrada a
flirtear y no sabía cómo responder.
—No he tenido tiempo de sacar mi ordenador del coche. ¿Te importaría
hacerlo por mí?
—Claro que no. ¿Dónde están las llaves?
—En mi bolso, sobre la cómoda de mi dormitorio. Es la habitación del
piso de arriba.
—Voy a por ellas.
Lance salió y Myriam oyó sus pasos alejarse sobre el suelo de madera.
Metió el puré en el horno para mantenerlo caliente y comprobó cómo
iban las tortas. Estaban perfectas. Les faltaban un par de minutos. Cerró el
horno y preparó la vajilla para poner la mesa.
Oyó un murmullo de voces y se detuvo para escuchar.
—¿Qué demonio hacías en el dormitorio de Myriam?
Era la voz de Víctor. El corazón de Myriam se detuvo. Dejó las cosas
sobre la mesa y se precipitó al vestíbulo.
—… las llaves para sacar el ordenador.
—¿Te lo ha pedido ella?
—Pues claro que sí —los ojos de Lance brillaban con malicia al
enfrentarse a Víctor.
Myriam se paró en seco al llegar junto a ellos. Habría que estar muerto
para no sentir la tensión que cargaba el aire. Los dos eran hombres fuertes
y parecían preparados para una pelea.
—¿Pasa algo? — Myriam hubiera preferido no estar allí, pero dado que
era la causante del conflicto, tenía que hacer lo posible por resolverlo.
Víctor sacudió la cabeza y alargó la mano hacia Lance.
—Yo iré a por el ordenador. En el despacho hay suficiente espacio.
Puede instalarlo en la mesa junto a la ventana.
Lance titubeó antes de mirar a Myriam y guiñarle un ojo.
—De acuerdo —dijo, dándole las llaves a Víctor—. Al final voy a tener
que poner la mesa.
Víctor clavó en él una mirada de ira. Lance se encogió de hombros,
sonrió y se encaminó a la cocina.
—Le he ofrecido mis servicios a Myriam y me ha hecho un par de
sugerencias.
Víctor retuvo a Myriam por el brazo al ver que iba a seguir a Lance. Ella
lo miró sorprendida. Se sintió atravesada por una corriente de excitación y,
por un instante, pensó atolondradamente que Víctor iba a besarla.
—Lance es mi capataz, no un pinche de cocina.
—Se ha ofrecido él.
—¿Y qué otros servicios te ha ofrecido? —Víctor apretó los dientes.
No le importaba. Le daba igual. Pero no podía separarse de Myriam sin
antes saberlo. ¿Qué más le había ofrecido Lance?
—Toda la casa necesita una buena limpieza —dijo Víctor, mirando en
torno. Myriam asintió y dio un paso adelante. Víctor era muy alto. Si pensaba
basarse en él para su héroe, debía averiguar cuánto medía exactamente.
Dio otro paso adelante y comprobó que su cabeza le llegaba a la altura de
la barbilla. A esa distancia, sus hombros parecían aún más anchos. Myriam
sintió un cosquilleo en los dedos al pensar que le gustaría medírselos, sentir
la dureza de sus músculos y su escultural fuerza.
Myriam tragó saliva y apartó la mirada de Víctor.
—¿Estás bien? —preguntó Víctor, sacándola de su ensimismamiento
bruscamente.
—Claro que sí.
—Parecía que estabas en otro mundo.
—Pensaba en mi novela.
Víctor se inclinó levemente hacia adelante y su aliento acarició la mejilla
de Myriam. Ella hubiera querido alargar la mano para sentir los hoyuelos
que se le formaban a los lados de la boca y recorrer el perfil de sus labios
para comprobar si eran suaves y cálidos o duros y fríos.
—Mientras estés en horario de trabajo no quiero que pienses en otra
cosa —dijo él.
Myriam pestañeó.
—Soy una trabajadora responsable.
—Llevas aquí veinticuatro horas y, a parte de matarnos de hambre, no
has hecho nada.
Myriam se indignó. ¿Cómo era Víctor capaz de menospreciar sus
esfuerzos?
—Te olvidas de que he limpiado la cocina y he hecho la compra. Las
dos cosas han representado mucho trabajo, por si no lo recuerdas.
—Ya. Y teniendo en cuenta la cantidad de comida que has comprado,
tendrás que volver al supermercado en un par de días.
—No era consciente de las cantidades que coméis. Puede que no lo
recuerdes, pero te ofrecí enseñarte la lista antes de irme. Si te hubieras
molestado en echarle una ojeada me habrías podido dar algunas ideas. Así
que si tengo que volver mañana, la culpa, en gran parte, será tuya.
Víctor la miró con estupor.
—¿Estás culpándome de tu ineptitud?
Myriam levantó la barbilla, se puso en jarras y asintió.
—Yo no me considero inepta, sino algo inexperta. Y eso deberías
haberlo sabido.
—Suponía que la agencia me mandaría a alguien preparado, no a
alguien que necesita ser instruida como una niña de dos años.
—En cuanto instale mi ordenador prepararé una lista y me aseguraré
de comprar todo lo necesario la próxima vez que vaya al supermercado —
Myriam pensó de pronto en una cosa—. Aunque no sé cómo va a caberme
en el coche —con lo que había comprado el día anterior, su coche iba a
rebosar, así que si metía más bolsas tendría que hacer dos viajes.
—Ve en uno de los camiones del rancho. Era lo que hacían las otras
amas de llave.
Myriam frunció el ceño.
—No sé si sabré conducirlo.
—Es como un coche. Si no te sientes capaz, le diré a uno de los
hombres que te enseñe.
—Me las arreglaré sola —dijo Myriam, airadamente.
—De eso estoy seguro.
La suavidad de su tono desconcertó a Myriam. Al mirarle los labios,
intentó imaginar qué sentiría si los besara. Don lo había hecho pero sus
besos eran insípidos. Y sin embargo, todas las novelas románticas que leía
los describían como una maravillosa experiencia. ¿Serían los besos de Víctor
maravillosos, o insípidos como los de Don?
Estaba recién afeitado y su piel tenía un aspecto suave y cálido. Si la
besaba, ¿sentiría sólo sus labios o también el resto de su cara? ¿La rodearía
con sus brazos para…?
—¡ Myriam!
Myriam dio un salto.
—¿Qué?
Víctor puso el puño bajo su barbilla y le hizo levantar la cabeza hasta
que sus ojos se encontraron. Entornó los ojos y la miró con desaprobación.
—¿Necesitas volver a la cama?
«¿A la cama?» «¿Con Víctor?» Myriam pestañeó para intentar borrar la
imagen que se había formado en su mente.
—¿Por qué iba a necesitar ir a la cama? —¿estaba Víctor haciéndole una
proposición?
Víctor dejó escapar un quedo gemido, abrió la mano y con el dedo gordo
acarició el mentón de Myriam.
Ella se estremeció y se echó hacia adelante. La caricia sobre su piel se
transmitió por todo su cuerpo como un cosquilleo sensual. Jamás había
sentido algo así. ¿Sería capaz de plasmar esas sensaciones en su libro?
— Myriam, me miras como si fuera un regalo de Navidad. Si tienes la
intención de seducirme, olvídalo, no me interesa. Y si sólo lo haces para
documentar tu libro, busca a otro con quien practicar.
Myriam echó la cabeza hacia atrás bruscamente y se apartó de Víctor
llena de furia.
—Me dijiste que me mantuviera alejada de tus hombres.
—Y aún más de mí.
—No he hecho nada —protestó Myriam.
—Supongo que tienes razón —Víctor se irguió y miró en torno como si se
sorprendiera de encontrarse allí—. He venido a ocuparme de unos papeles.
Tienes que decirme cuánto te costó la pizza para poder pagártela.
—No hace falta. Es lo menos que puedo hacer después del desastre
que organicé.
—No tienes por qué comprar la comida con tu dinero.
—No me importa.
— Myriam, soy yo quien paga la comida.
—¡De acuerdo! Tengo el recibo en el bolso. Iré a por él en cuanto acabe
de limpiar.
—Bien. Quiero que pongas la lavadora.
—Por supuesto, estoy aquí para servir —masculló Myriam, sintiendo
que se ahogaba. Necesitaba quedarse a solas para recuperar el dominio de
sí misma.
—Será mejor que no lo olvides.
—¿Qué?
—Que estás aquí para servir. No para ponerte a escribir cada vez que
sientes el impulso de hacerlo.
El impulso que sintió en ese momento Myriam fue el de tirarle a Víctor lo
que tuviera más a mano. Se echó el cabello hacia atrás y pasó de largo
junto a él.
—Sé perfectamente para qué estoy aquí, y te demostraré que soy
capaz de hacer mi trabajo mejor que nadie.
—Por ahora estás demostrándolo de una manera peculiar —dijo él,
colocándose el sombrero bruscamente y saliendo de la habitación con paso
firme.
Myriam subió al segundo piso. Mientras limpiaba, pondría una lavadora.
Dudó un instante antes de abrir la puerta del dormitorio de Víctor. Miró en
torno y estudió el desorden tan característicamente masculino. Sacudió la
cabeza y, tomando en sus brazos el montón de ropa con los pantalones
vaqueros, bajó al piso inferior. La lavadora y la secadora estaban en un
cuarto junto a la cocina. Pondría la lavadora en marcha y comenzaría a limpiar
la casa.
Echándose a un lado para dejar pasar la marabunta que se presentaba
a comer, Myriam se dijo que tal vez aquél no era el trabajo más adecuado
para dedicarse a la escritura. Había preparado tres sándwiches de carne
para cada hombre, una ensalada de fruta para la que había usado toda la
fruta comprada el día anterior y sobre la mesa había tres cuencos gigantes
llenos de patatas fritas. A medida que los hombres se sentaban, fue sirviéndoles
café.
Víctor llegó el último y dirigió una rápida mirada a Myriam al tiempo que
comprobaba si había suficiente comida para todos.
—¿Café? —le ofreció ella.
—Sí.
Víctor bebió un sorbo y observó a Myriam por encima de la taza. Ella lo
miró a su vez y sonrió tímidamente antes de levantarse. Víctor la vio cruzar la
habitación y se fijó en los entallados pantalones vaqueros que se ajustaban
a la perfección a sus caderas y a sus esbeltas piernas. Víctor dejó la taza
sobre la mesa bruscamente y miró a sus hombres. Lance lo miró antes de
volver la mirada hacia Myriam. Víctor frunció el ceño. No quería que Myriam
distrajera a sus hombres.
Por un instante, Víctor se puso furioso al recordar que Jeannie también
había cautivado y coqueteado con todos ellos hasta hacerle enloquecer.
Cada vez que lo mencionaba, ella se mostraba dolida. Lo que no había sido
más que un juego, había tenido consecuencias catastróficas. Víctor estudió a
Myriam y le irritó ver que su actitud era más amistosa que coqueta. El
interés que mostraba por el rancho se reflejaba en sus grandes ojos y los
hombres parecían dispuestos a hacer lo que fuera para darle explicaciones.
Myriam sintió los ojos de Víctor fijos en ella, pero decidió no hacer caso.
Daba la impresión de estar atenta a lo que Pete le contaba sobre las
herraduras de caballos, pero sólo escuchaba parcialmente mientras el resto
de su atención lo dedicaba a entender el torbellino de emociones que Víctor
despertaba en ella.
Era extraño, pero podía adivinar sus movimientos. Aún sin mirarlo,
percibía su mirada fija en ella, tan penetrante que era casi una caricia. Por
un momento pensó en volverse hacia él y sostener la mirada hasta obligarlo
a retirarla, pero cambió de idea y decidió no darle esa satisfacción. En lugar
de eso, dedicaría su atención a alguno de sus hombres y así le demostraría
que no estaba interesada en él.
Lance la observaba. Miró furtivamente a Víctor y al volver a mirar a
Myriam, sonrió. Ella se ruborizó. ¿Habría adivinado sus pensamientos? Al ver
que Lance le mostraba simpatía se dijo que era una pena no sentirse
atraída por él.
—Si quieres venir conmigo esta tarde —dijo Lance—, puedo enseñarte
parte del rancho.
—Tiene mucho que hacer—protestó Víctor, mirando enfadado a su
capataz—. Le pago como ama de llaves, no para que te haga compañía.
Lance sonrió y se encogió de hombros.
—Claro, jefe. Sólo era una sugerencia para que Myriam conociera el
lugar que va ser su hogar.
—No va a quedarse lo suficiente como para llegar a considerarlo su
hogar —dijo Víctor, mirando a Myriam con ojos brillantes.
Los hombres dejaron de comer y miraron a Víctor y a Myriam
alternativamente. Después, se miraron entre sí. Durante varios minutos la
conversación decayó para volver a animarse poco a poco.
Myriam hubiera querido gritar. Víctor no tenía por qué haber anunciado
en público que no quería que se quedara.
Levantó las cejas y fue a decir algo, pero cambió de idea y cerró la
boca. Si los informes de la agencia eran ciertos, sería difícil que encontraran
pronto a una sustituta. Y aunque ella no tenía intención de quedarse para
siempre, al menos pretendía marcharse cuando quisiera y no cuando lo
decidiera Víctor.
Sonrió a Lance.
—Gracias por la invitación. Puede que la acepte en mi día libre —lanzó
una mirada malévola a Víctor. ¿Osaría decir que no iba a darle tiempo libre?
—Si quieres ver el rancho, yo te lo enseñaré tu día libre —dijo Víctor,
sirviéndose más café.
Myriam había pensado que le gustaría hacer la excursión con Lance,
pero al saber que sería con Víctor, no estuvo tan segura. Tal vez si la tensión
entre ellos disminuía antes de que llegase ese día, sería menos incómodo
estar juntos. Myriam se preguntó si Víctor era capaz de relajarse. ¿Reiría y
bromearía como hacían los demás hombres? ¿Qué haría en su tiempo libre?
Al acabar de comer, Myriam continuó con la limpieza. Había hecho
grandes avances en el salón y quería acabar antes de preparar la cena.
Después de quitar el polvo y pasar el aspirador, pensaba limpiar los
cristales para que la habitación reluciera. Ver que era capaz de transformar
el caos en orden le produjo una peculiar satisfacción. Era agradable saber
que su presencia era beneficiosa tanto para la casa como para los hombres.
Víctor había ido a trabajar a su despacho después de comer y, cada vez
que hablaba por teléfono, su voz llegaba ahogada a Myriam.
Mientras limpiaba los cristales la mirada de Myriam recorría las verdes
praderas que se extendían ante sus ojos. En la distancia se veían los picos
de Snowy Mountains, de nieves perpetuas que brillaban bajo el sol. Vio los
árboles que rodeaban la casa cimbrearse con el viento y sonrió. Era el
decorado perfecto para su novela. Podía describir el rancho. La heroína se
perdería en aquella inmensidad. Myriam frunció el ceño. No era una buena
idea, puesto que el héroe sabría dónde encontrarla…
—¿ Myriam?
Myriam se volvió. Víctor estaba a pocos centímetros de ella y, sin
embargo, no le había oído entrar.
—¿Sí?
—¿Qué haces?
—Limpiar los cristales —dijo ella, aunque era evidente.
—Te llevo observando varios minutos y no te has movido.
Myriam sacudió la cabeza y se volvió hacia el cristal.
—¿Querías algo?
—Durante el almuerzo me he dado cuenta de que no habíamos
hablado de tus días libres. ¿Te parece bien sábados y domingos?
—¿Y quién cocinará esos días para los hombres? —preguntó Myriam.
Se sentía avergonzada y para compensar su incomodidad, continuó
trabajando. No quería que volvieran a despedirla por soñadora. Tres veces
ya eran bastantes.
—Pueden ocuparse ellos mismos.
—No me importa cocinar mientras pueda escribir el resto del día. No
tengo dónde ir.
—Casi todos los hombres van al pueblo el sábado. Si quieres puedes
preparar algo para el domingo por la noche.
Myriam asintió. Todo su cuerpo era consciente de la proximidad física
de Víctor. Echó limpiacristales en otra hoja de la ventana y continuó con su
labor diligentemente. Necesitaba compensar su turbación con actividad.
—¿En qué estabas pensando cuando he entrado? —Víctor estaba
decidido a averiguarlo.
—Pensaba en el rancho y en lo hermosas que se ven las montañas
desde aquí. Contemplaba el ganado que sube por la ladera de la izquierda.
—La habitación está quedando muy bien.
Víctor miró a su alrededor y observó lo limpio que lo había dejado todo.
Myriam tenía razón, cuando trabajaba, lo hacía muy bien. Pero eso no
impedía que al entrar, la hubiera encontrado abstraída en sus propios pensamientos.
—¿Las fotografías son de tu familia? —preguntó Myriam al volverse y
ver que Víctor, en lugar de marcharse, estaba mirando los retratos.
—Estos son mi hermano y mi hermana. Mis padres murieron cuando
éramos pequeños.
—Lo siento. ¿Tus hermanos viven cerca de aquí?
—Ángel en Laramie; es profesora en la universidad. Rafe y su mujer
tienen un terreno en Jackson Hole.
—¿Así que es ranchero como tú?
Víctor miró a Myriam con rostro impenetrable.
—Siempre lo ha sido. Nos cuidó a mí y a Ángel al morir nuestros
padres. Rafter C nos pertenece a los tres, no sólo a mí.
—Pero tú lo diriges.
—Sí.
—Y con mucho éxito, por lo que se ve —dijo Myriam, sonriendo.
El rostro de Víctor se endureció. La habitación se llenó de electricidad.
—Yo no diría tanto —replicó él.
Myriam no comprendía qué le había molestado. A todo el mundo le
gustaba ser halagado por un trabajo bien hecho. Por primera vez había
creído poder mantener una conversación normal con Víctor, pero por algún
motivo que desconocía, se había torcido en el último momento.
—Será mejor que dejemos una cosa clara —dijo él, fulminándola con la
mirada—. Éste es un rancho familiar y no tengo la menor intención de
compartirlo con nadie. Y menos con alguien tan volátil como tú.
Myriam lo miró con la boca abierta. ¿Se habría vuelto loco?
—Perdona, pero es evidente que me he perdido algo de la
conversación —dijo, indignada—. No tengo el menor deseo de compartir
este rancho contigo. Estoy aquí para trabajar. En cuanto venda el libro
volveré a la ciudad, alquilaré un apartamento y no tendré que rendir
cuentas a nadie nunca más.
—Muy bien.
El tono sarcástico de Víctor sacó a Myriam de sus casillas. Dio un paso
adelante y se enfrentó a él con la barbilla alta.
—Escúchame, ranchero engreído. No tengo intención de conquistarte
ni a ti ni a ningún otro hombre. Sé que no podría ni aunque quisiera,
¿entendido? Así que mis únicos objetivos son trabajar y escribir mi libro. Te
aseguro que no me interesa seducir a un ranchero mandón y arrogante que
no consigue conservar a un ama de llaves más de un mes.
—Alguien ha debido tratarte muy mal.
—Esa no es la cuestión. La cuestión es que sólo estoy aquí para
ocuparme de tu casa.
—Y para escribir tu libro —dijo Víctor, escéptico.
—Eso, además.
—He conocido a mujeres capaces de cualquier cosa para conseguir lo
que quieren. Esta vez no me dejaré engañar —dijo Víctor, en tono
amenazador.
Myriam, fuera de sí, puso los brazos en jarras y avanzó hacia él hasta
que sintió el calor que emanaba de su cuerpo y pudo aspirar su aroma.
—Olvídalo, ranchero. Ya he tenido bastantes hombres dominantes y
mandones en mi vida. Mi padre y mi ex prometido lo eran. En cualquier
caso, jamás te elegiría a ti.
—Me alegro, así nos entenderemos mejor —Víctor hizo una pausa y
pareció relajarse un poco—. Yo también estuve prometido en una ocasión,
con una mujer a la que sólo le interesaban el rancho y las ganancias que
pudiera obtener de él.
Myriam pestañeó y su enfado se diluyó como por arte de magia. Tras la
fría apariencia de Víctor, había apreciado el dolor y la desilusión que
pretendía ocultar.
—Pues no me metas en el mismo saco. No te quiero ni a ti, ni tu dinero,
ni el rancho.
Víctor la observó en silencio. No confiaba en ella, pero la deseaba. De
pronto sentía que todos sus instintos se volcaban en la menuda mujer que
se mantenía con gesto beligerante frente a él. No se había sentido así desde
que descubrió la traición de Jeannie. Y no le gustaba. Sus mujeres debían
ser dóciles y permanecer alejadas del rancho. No estaba dispuesto a
meterse en un lío por satisfacer una necesidad física. Dominaría su lujuria.
Pues eso era todo lo que había entre ellos.
—… con Lance.
—¿Qué?
—He dicho que no hace falta que me enseñes el rancho el fin de
semana, iré con Lance.
—De eso nada. Yo soy el jefe y no quiero que Lance y tú os relacionéis.
Si quieres ver el rancho, te lo enseñaré yo.
—¿Y no temes que intente seducirte?
—Me daría cuenta.
Myriam se puso seria un instante, antes de volver a provocarlo.
—Seguro que sí, ranchero. Imagino que estás harto de que las mujeres
te atosiguen. Debe ser una lata.
—Puedo soportarlo —Víctor relajó las manos lentamente y dio un paso
adelante, mirando a Myriam con los ojos entornados.
Ella se echó hacia atrás. Temía que Víctor explotara.
—Demasiado tarde, cariño —murmuró Víctor, al tiempo que hundía la
mano en su melena y la atraía hacia sí por la nuca.
Inclinó la cabeza y, aunque Myriam abrió la boca para detenerlo, tal y
como él había dicho, era demasiado tarde. Sus labios cubrieron los de ella
en un beso apasionado.
Un calor hirviente recorrió a Myriam, y sus piernas se reblandecieron.
Sentía una pulsante energía en su interior y toda su atención se concentró
en el hombre que la besaba. Sus labios se movían sobre los de ella en una
danza erótica que quemaba cada poro de su piel. Y cuando su lengua se
adentró en la caverna de su boca, Myriam dejó escapar un inesperado
gemido de placer.
De pronto se sentía avariciosa. Quería más. Se aproximó y sus cuerpos
entraron en contacto. Con el brazo que tenía libre, Víctor la rodeó por la
cintura, estrechándola contra sí. Su cuerpo era como una roca sólida contra
la blandura del de Myriam, sus piernas tenían suficiente fuerza como para
sujetar a los dos. Myriam se abrazó a su espalda y palpó sus músculos
tensos y el calor que irradiaba de él a través de la camisa.
No podía respirar, sólo sentir el calor que recorría sus venas en un
palpitante galope. Por primera vez en su vida las sensaciones eran tan
poderosas como había leído en los libros. Aún más.
Víctor se retiró hacia atrás y posó las manos sobre los hombros de
Myriam, contemplándola con ojos ensoñadores pero atentos a un mismo
tiempo. Ella abrió los ojos lentamente, consciente de que no podía ocultar
sus sentimientos ni aunque se lo propusiera.
—¿Te sirve como escena para el libro? —preguntó Víctor, con voz ronca.
Myriam se apartó de él inmediatamente y se dio la vuelta, dolida. ¿Es
que el beso no había significado nada para él? ¿Habría sentido sólo ella la
intensidad?
—Tal vez —dijo, con descaro.
Tenía que defenderse aunque fuera demasiado tarde. Irguió la cabeza,
cuadró los hombros y fue hasta la ventana para seguir limpiándola. No
quería que Víctor viera que le temblaban las rodillas ni que adivinara la fuerza
con la que el corazón le latía contra el pecho, ni cómo se le aceleraba la
sangre con sólo recordar las sensaciones que le había transmitido. Se pasó
la lengua por los labios y le supieron a Víctor.
—Si quieres me disculpo —dijo él, atropelladamente.
—¿Por qué? Un beso no significa nada. Tú has dejado clara tu postura y
espero que yo también la mía. Ninguno de los dos queremos saber nada del
otro. Intentaré mantenerme fuera de tu camino y espero que tú hagas lo
mismo por mí — Myriam estaba orgullosa de que no le temblara la voz, pero
no sabía cuánto tiempo mantendría aquel aparente aplomo.
Hubo una prolongada pausa tras la cual Myriam se atrevió a mirar por
encima del hombro y vio que Víctor se había marchado.
Se dejó caer en el sillón más próximo y se pasó los dedos por los
labios, reviviendo por un instante el beso. Teniendo en cuenta que Víctor no
la apreciaba, había hecho un gran trabajo.
A pesar de poner en ello todo su empeño, Myriam no logró olvidar el
beso y su recuerdo resurgió una y otra vez a lo largo de la tarde. Estaba
limpiando una mesa y de pronto se quedaba mirando al espacio,
recordando el tacto de Víctor, la forma en que sus labios se habían movido
sobre los de ella, la presión de su cuerpo. No tenía nada que ver con los
besos de Don, ni siquiera con los de los libros. Myriam sacudió la cabeza y
continuó con su labor, sin poder evitar seguir pensando más en el beso que
en lo que estaba haciendo.
Dándose por vencida, fue a la cocina a preparar la cena. Tal vez así
lograría olvidar a Víctor García y su beso mortal.
Estaba removiendo un puré de patatas cuando Lance entró en la
cocina. Myriam levantó la vista y sonrió. Aquél no era un hombre que se
andará con indirectas ni complicaciones.
—¿Qué hay, cariño? ¿Necesitas que te eche una mano? —dijo,
provocativamente, al tiempo que se apoyaba en una encimera, sin apartar
los ojos de ella.
—Si quieres, puedes poner la mesa — Myriam agradecía que
coqueteara con ella. Le recordaba que no todos los hombres estaban
deseando que se marchara.
—Si quisiera lo haría, pero sólo estaba haciéndome el simpático para
poder verte trabajar.
—Te gusta ver trabajar a otros, ¿eh?
—Es mejor que trabajar yo mismo.
—Lo cierto es que podrías hacerme un favor.
—Lo que quieras, cariño.
Su coquetería hizo enrojecer a Myriam. No estaba acostumbrada a
flirtear y no sabía cómo responder.
—No he tenido tiempo de sacar mi ordenador del coche. ¿Te importaría
hacerlo por mí?
—Claro que no. ¿Dónde están las llaves?
—En mi bolso, sobre la cómoda de mi dormitorio. Es la habitación del
piso de arriba.
—Voy a por ellas.
Lance salió y Myriam oyó sus pasos alejarse sobre el suelo de madera.
Metió el puré en el horno para mantenerlo caliente y comprobó cómo
iban las tortas. Estaban perfectas. Les faltaban un par de minutos. Cerró el
horno y preparó la vajilla para poner la mesa.
Oyó un murmullo de voces y se detuvo para escuchar.
—¿Qué demonio hacías en el dormitorio de Myriam?
Era la voz de Víctor. El corazón de Myriam se detuvo. Dejó las cosas
sobre la mesa y se precipitó al vestíbulo.
—… las llaves para sacar el ordenador.
—¿Te lo ha pedido ella?
—Pues claro que sí —los ojos de Lance brillaban con malicia al
enfrentarse a Víctor.
Myriam se paró en seco al llegar junto a ellos. Habría que estar muerto
para no sentir la tensión que cargaba el aire. Los dos eran hombres fuertes
y parecían preparados para una pelea.
—¿Pasa algo? — Myriam hubiera preferido no estar allí, pero dado que
era la causante del conflicto, tenía que hacer lo posible por resolverlo.
Víctor sacudió la cabeza y alargó la mano hacia Lance.
—Yo iré a por el ordenador. En el despacho hay suficiente espacio.
Puede instalarlo en la mesa junto a la ventana.
Lance titubeó antes de mirar a Myriam y guiñarle un ojo.
—De acuerdo —dijo, dándole las llaves a Víctor—. Al final voy a tener
que poner la mesa.
Víctor clavó en él una mirada de ira. Lance se encogió de hombros,
sonrió y se encaminó a la cocina.
—Le he ofrecido mis servicios a Myriam y me ha hecho un par de
sugerencias.
Víctor retuvo a Myriam por el brazo al ver que iba a seguir a Lance. Ella
lo miró sorprendida. Se sintió atravesada por una corriente de excitación y,
por un instante, pensó atolondradamente que Víctor iba a besarla.
—Lance es mi capataz, no un pinche de cocina.
—Se ha ofrecido él.
—¿Y qué otros servicios te ha ofrecido? —Víctor apretó los dientes.
No le importaba. Le daba igual. Pero no podía separarse de Myriam sin
antes saberlo. ¿Qué más le había ofrecido Lance?
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 6
Antes de que Víctor continuara hablando, Myriam dio media vuelta y
corrió hacia la cocina. Tomó el guante del horno y lo abrió. Un olor a pan
quemado impregnó el aire justo cuando los muchachos entraban a cenar.
Myriam sacó la bandeja con gesto de desesperación y la dejó sobre una
superficie. Tomó una de las tortas y al darle la vuelta comprobó que estaba
chamuscada por abajo. Se volvió hacia Víctor llena de indignación.
—La culpa es tuya, Víctor García. Todo habría ido bien si no me
hubieras distraído — Myriam comenzó a poner más tortas en otra bandeja de
horno—. Estaba vigilándolas hasta que te has puesto como una furia al ver
a Lance bajar de mi habitación.
En la cocina se hizo un silencio sepulcral. Myriam cerró los ojos y
reprimió un gemido, sacudió la cabeza y continuó con su labor. Aquella
tanda de tortas de maíz tenía que salir a la perfección. Hiciera lo que hiciera
Víctor, no se dejaría distraer.
—Pete, empieza a servir. No tengo por qué daros explicaciones, pero
he ido al dormitorio de Myriam por las llaves de su coche para sacar su
ordenador —dijo Lance, tomando con calma el plato con jamón.
—Y tú has tenido que pensar lo peor y organizar un escándalo —
susurró Myriam para que no le oyeran los hombres, dirigiéndose a Víctor.
—¿Qué otra cosa podía imaginar al ver a un hombre salir de tu
dormitorio? —susurró a su vez Víctor.
—Piensa lo que quieras, pero no llegues a conclusiones precipitadas
respecto a mí. Lo más seguro es que te equivoques.
Myriam se volvió y estuvo a punto de chocarse con Víctor. Puso la mano
en su pecho y lo empujó. Fue como intentar mover una montaña.
—Estás en medio.
—Sabía que traerías problemas.
—¡Yo no he causado ningún problema! Si no te hubieras puesto como
loco con Lance sin motivo, nada de esto habría ocurrido —replicó Myriam.
—Mientras estés aquí, me siento responsable de lo que hagas. Piensa
en mí como en un tutor.
—¡Déjame en paz! No necesito un padre. Soy lo suficientemente mayor
como para vivir mi propia vida. ¡Apártate!
Víctor se hizo a un lado y la observó ir con paso decidido hasta el fogón.
Había comida de sobra para todos. Myriam, sintiéndose orgullosa de lo
bien que se había organizado, se sentó y se sirvió. Esa noche nadie se
quejaría de no haber comido bastante. Si las tortas no se hubieran quemado,
todo habría salido a la perfección.
Levantó la vista y vio que al probar el puré los hombres ponían una
expresión extraña. Billy le añadió sal y pimienta y volvió a probarlo. Miró a
Myriam de soslayo y, tras sonreír, cortó un trozo de jamón.
—¿Qué les has puesto a la patatas? —preguntó Víctor en tono enfadado.
Myriam lo miró.
—Nada. Son de paquete. Iba a hacer patatas asadas pero no me ha
dado tiempo —no pensaba admitir que se había olvidado y que por eso
había recurrido al puré de bolsa.
—Tomamos puré de patata muy a menudo y nunca sabe así.
Myriam probó un bocado. ¡Estaba dulce! De pronto recordó que
mientras lo hacía había pensado que en su novela, la heroína nunca
aparecería cocinando. Debía haberse distraído y echado azúcar en lugar de
sal a las patatas. ¿Es que no iba ser capaz de hacer una comida en
condiciones?
—Es verdad que saben un poco raras. Tal vez el proceso de
deshidratación ha modificado el sabor. O quizá la leche estaba pasada.
Ni por todo el dinero del mundo estaba dispuesta a admitir que había
sido tan estúpida como para echar azúcar en lugar de sal.
Víctor la miró fijamente. Myriam bebió un sorbo de agua con gesto
nervioso, rogando que Víctor no la reprendiera delante de todo el mundo.
—¿Queréis que haga más? —preguntó, justo cuando sonó el timbre del
horno.
Aprovechando la excusa, Myriam se levantó de un salto y sacó las
tortas de maíz. Vio, aliviada, que se habían dorado a la perfección y dio dos
a cada hombre.
—Nos arreglaremos con esto, pero la próxima vez, pruébalo antes de
servirlo —dijo Víctor.
—Tienes razón — Myriam sonrió y se sentó en su silla.
—Prefiero comer patatas raras que tener que cocinar, jefe —dijo uno de
los hombres.
Víctor no sabía si ser de la misma opinión. Al menos cuando cocinaba
alguno de los hombres las cantidades estaban aseguradas.
Myriam era la peor ama de llaves que había conocido, pero tenía que
admitir que se esforzaba por mejorar. Y era la más atractiva de todas. De
hecho, era verdaderamente bonita. Víctor frunció el ceño y se obligó a mirar
en otra dirección. Era demasiado bonita para quedarse en el rancho. Se
acordó de su madre y de lo guapa que le parecía cuando era pequeño.
Siempre había sido extremadamente cariñosa, y cocinaba pasteles y
bizcochos porque su marido era muy goloso. La vida en el rancho era todo
lo que necesitaba para ser feliz.
No como Jeannie. Su antigua novia se había quedado en el rancho en
varias ocasiones, pero siempre quería ir a Cheyenne, a Fort Davies o a
Denver. Le gustaba bailar, ir a discotecas, y la ropa sofisticada, poco
apropiada para la vida del rancho.
Dirigió una mirada furtiva hacia Myriam. Al menos ella hacía un
esfuerzo por vestirse adecuadamente. Aquel día llevaba zapatillas
deportivas en lugar de botas, pero vestía pantalones vaqueros y una
camiseta. Sin embargo, la ropa no era la única condición necesaria para
adaptarse a la vida en el rancho.
—A pesar de las patatas, ha sido una buena cena, señorita —dijo Jack,
apartando la silla de la mesa.
—Y las tortas estaban excelentes —dijo Billy.
Myriam sonrió, intentando ocultar su rubor. Estaba decidida a mejorar
sus habilidades culinarias. El desayuno había salido perfecto, ¿por qué se
habría distraído al hacer la cena?
—Siempre es mejor que tener que cocinar —añadió Lance,
columpiándose en su silla al tiempo que bebía café y sonreía a Myriam.
—Ha estado muy bien —comentó Trevor, saliendo de la cocina.
—Estupendo.
—Buenas noches.
Uno a uno fueron saliendo hasta que sólo quedó Víctor.
—¿Te ha bastado? —preguntó Myriam, levantándose para recoger.
—¿Te refieres a la comida o a tus esfuerzos como cocinera?
—Me refería a la cocina —dijo Myriam—. Soy la mejor ama de llaves de
todas las que has tenido.
—Eso no quiere decir nada.
—Tú tienes la culpa de que las demás se marcharan.
—¿Es eso lo que te dijo la señora Montgomery?
—Sí.
—Déjame pensar. Al cabo de dos semanas de irse Rachel vino Alice.
Tenía alergia al heno. Y como insistí en mantener el heno para dar de comer
a lo animales, sí, supongo se me puede acusar de obligarla a marcharse.
Myriam reprimió las ganas de reír y abrió el grifo.
—¿Y la segunda? —preguntó, repentinamente intrigada por aquella
faceta bromista de su severo jefe, particularmente después de haber vuelto
a estropear la cena. Su padre habría pasado horas criticándola por su
ineptitud.
—La número dos llegó a la semana siguiente. Patricia Daré. Tenía
miedo a todo: al aislamiento, a estar tan lejos de Cheyenne, al vocabulario
de los hombres, al viento.
—Yo no he oído ni un solo taco —dijo Myriam.
—Espera unos días. Contigo están portándose lo mejor que pueden. Ya
se les pasará cuando haga calor y estén cansados.
Myriam miró por encima del hombro.
—Ya los he visto así y no he oído nada como para escandalizarse.
Myriam decidió olvidarse de fregar, cerró el grifo y, volviéndose, apoyó
la espalda en el fregadero.
Víctor sonrió y a ella se le paró el corazón.
—Eso es porque también yo estoy portándome lo mejor que puedo. A
pesar del azúcar en las patatas, prefiero que cocines tú a que tengan que
cocinar los hombres.
—No habría quemado las tortas de maíz si tú y Lance no hubierais
discutido —dijo Myriam, a la defensiva.
—No hemos discutido. Me he limitado a preguntarle qué demonios
hacía saliendo de tu dormitorio —Víctor dejó de sonreír—. La próxima vez que
necesites ayuda, dímelo.
—Podía haberlo hecho yo sola, pero Lance se ofreció y acepté sin
pensarlo.
—Si quieres, voy ahora por el ordenador y lo instalo en el despacho.
—No quiero molestarte.
—Si haces bien tu trabajo no tendrás tiempo de ir al despacho durante
el día. No coincidiremos. Y si tengo que trabajar por la noche, tendrás que
aceptar mi presencia.
Lo que probablemente la distraería tanto que no conseguiría escribir
una palabra.
—Muchas gracias. Trabajaré mejor que en mi dormitorio.
—Voy a por él.
Mientras fregaba, Myriam reflexionó sobre la conversación que
acababan de mantener. Quizá la señora Montgomery había exagerado. Víctor
no resultaba insoportable y la dos ocasiones en que la había reprendido lo
había hecho con razón. Ni siquiera había vuelto a criticarla por la cena y le
había dado más oportunidades que en cualquiera de los puestos de trabajo
que había ocupado con anterioridad, y eso ya decía mucho en su favor.
Myriam hubiera querido que le siguiera hablando de las otras amas de llave.
Si las dos primeras se marcharon por las razones que él le había explicado,
él no tenía la culpa. ¿Por qué se habrían marchado las demás?
Aunque estaba agotada, Myriam instaló el ordenador y se puso a
revisar los capítulos que tenía escritos. No sabía dónde estaba Víctor y se
negaba a admitir que le desilusionaba no compartir el despacho con él.
Comenzó con el primer capítulo y, a medida que lo leía, se dio cuenta
de que las descripciones no le satisfacían, no capturaban la esencia del
héroe. Quizá debía estudiar atentamente a Víctor para poder describirlo más
acertadamente.
Las palabras comenzaron a bailar ante sus ojos. Si quería levantarse a
tiempo de preparar el desayuno, debía irse a dormir. Suspiró
profundamente y apagó el ordenador, sin dejar de preguntarse dónde
estaría Víctor y qué solía hacer por las noches.
Cuando la despertaron unos golpes en la puerta, Myriam tuvo la
sensación de que acababa de apoyar la cabeza en la almohada. Se sentó
sobresaltada y vio que todavía no había amanecido.
— Myriam, maldita sea, despierta —Víctor llamaba a su puerta. ¿Habría
un incendio?
Myriam se bajó de la cama y corrió a la puerta, abriéndola de golpe.
Pestañeó para protegerse de la brillante luz del descansillo y miró a Víctor.
—¿Qué ocurre?
Víctor dejó caer lentamente la mano que tenía preparada para llamar y
observó a Myriam. Su cabello despeinado le enmarcaba el rostro como una
suave nube marrón. Tenía una profunda marca de dormir en la mejilla y
entornaba los ojos con cara de sueño. Llevaba un camisón corto, azul claro,
que se pegaba a las curvas y los valles de su cuerpo.
Víctor sintió un violento e inesperado deseo. Dio un paso adelante y le
acarició la mejilla.
—¿Hay fuego? —preguntó Myriam, sacudiendo la cabeza para
despertarse.
—No —Víctor descansó la mano en su hombro, atrayéndola hacia sí a la
vez que deslizaba su mirada hasta sus pies. Tenía las piernas desnudas,
morenas y bien torneadas. El camisón se acababa a mitad de muslo y uno
de los tirantes estaba a punto de deslizarse de su hombro.
—¿Víctor? — Myriam se dio cuenta de que él sólo llevaba un albornoz. Por
el pico del escote podía ver su torso de bronce. Sus musculosas piernas
también estaban desnudas.
Víctor la atrajo hacia sí lentamente, como si quisiera darle tiempo a
resistirse, a negarle lo que buscaba. Myriam respondió a su ademán como
hipnotizada. ¿Se habría levantado Víctor para ir a buscarla? ¿Por qué estaba
allí?
Víctor aproximó la boca a sus labios y se los hizo abrir con delicadeza. En
cuanto sintió la lengua de Víctor, Myriam levantó la mano hasta sus hombros,
la deslizó hasta la nuca y hundió los dedos en su cabello. Víctor estaba recién
afeitado y su cabello aún estaba húmedo de la ducha. Pero Myriam no fue
consciente de nada de eso. Ya tenía bastante con seguir respirando y no
desmayarse.
Pero en algún lugar de su mente sí registró que Víctor no debía llevar
nada bajo el albornoz, y que también ella estaba prácticamente desnuda.
— Myriam —Víctor apartó su boca de la de Myriam con la respiración
entrecortada.
—¿Mmmm? — Myriam quería que siguiera abrazándola, dejar que su
beso…
—¿Dónde está mi ropa?
—¿Qué? — Myriam abrió bruscamente los ojos y lo miró desconcertada
—¿Qué quieres decir? En tu… ¡Oh, no!
Apartando a Víctor corrió al piso de abajo, encendió las luces de la
cocina y fue al lavadero. Mentalmente no dejaba de repetirse: ¡Oh, no! Al
abrir la puerta de la lavadora vio la ropa de Víctor, incluidos sus pantalones
vaqueros, formando una masa húmeda. ¡Había olvidado poner la secadora!
En el suelo, delante de la lavadora, había dos montones más de ropa.
—¡Maldita sea! —Víctor la había seguido y estaba de pie en el umbral de
la puerta. Una mirada le bastó para darse cuenta de la situación.
—Puedo secarla inmediatamente — Myriam sacó los vaqueros y los
metió en la secadora.
—Tardan un montón.
—¡Qué tontería! Estarán secos para cuando acabes de desayunar —dijo
Myriam, apretando el botón con los dedos cruzados. Puso jabón en la
lavadora y metió otra carga.
—Si crees que voy a desayunar en albornoz estás loca —dijo Víctor.
Myriam lo miró y se le derritió el corazón.
—Lo siento. Estaba tan concentrada en la limpieza que se me olvidó la
ropa. Hoy terminaré con el resto.
—¿Crees que lograrás no olvidarte? —preguntó Víctor con aspereza.
—Sí.
Víctor tenía motivos para estar enfadado. No se tardaba nada en poner
la secadora, ¿cómo había podido olvidarse? Probablemente el beso que Víctor
le había dado era la causa de que hubiera olvidado tantas cosas. Pero podía
haber puesto la ropa a secar antes de ir a la cama. ¡Debía haberlo
recordado!
—Perdona que te lo pregunte pero, ¿cómo has podido olvidar algo tan
simple?
—Lo olvidé, eso es todo. No volverá a pasar, ¿de acuerdo?
—Me apuesto lo que quieras a que vuelves a olvidarte. Eres una mujer
extraña, Myriam. Cuando te pierdes en tu propio mundo, te abstraes de tal
forma que hasta podría quemarse la casa sin que te enteraras. Si sigues así
tendré que despedirte.
—Por favor, Víctor, no. Prometo mejorar. No es más que un arma de
defensa.
—¿Para defenderte de qué?
—De mi padre. Él… Nunca estaba satisfecho con nada de lo que yo
hacía. Estaba empeñado en que fuera idéntica a mi madre y nunca lo logré.
Ella nos dejó cuando yo era pequeña. Y él es tremendamente duro, siempre
exige la perfección. Por eso me dedicaba a soñar que hacía las cosas tal y
como él las quería y que conseguía gustarle tal y como era — Myriam estuvo
a punto de añadir y quererme, pero calló a tiempo.
—¿Y te imaginabas otro montón de cosas para que la vida fuera más
soportable? —preguntó Víctor.
Myriam asintió con la cabeza.
—Pero aquí no siento lo mismo. Estoy haciendo bien mi trabajo. Sé que
he metido la pata un par de veces…
Víctor dejó escapar una carcajada.
—Yo diría que unas cuantas veces más. Me pregunto cómo defines
hacer las cosas mal.
—Pero estoy mejorando. Ya sé preparar la cantidad suficiente de
comida. No volveré a poner azúcar en las patatas. Y si uso el avisador, no
volveré a quemar nada. Ya he acabado de limpiar la cocina y el salón, y
antes de que te des cuenta habré acabado con el resto de la casa.
—Puedes quedarte, pero sólo temporalmente, Myriam. Te lo advertí
desde el principio.
—Lo sé.
En cuanto vendiera su libro nada tendría importancia. Podría vivir
donde quisiera y dedicarse a escribir. Aún así, le dolía que Víctor insistiera en
recordarle que no tardaría en marcharse.
—Estaré en el despacho. Llévame allí el desayuno —dijo Víctor. Deslizó
la mirada sobre ella y añadió—. Y te aconsejo que te cambies antes de
preparar el desayuno o vas a tener a diez hombres sobre ti como moscas
alrededor de la miel.
—¿Sólo diez? —preguntó Myriam provocativamente.
Myriam le hacía enloquecer. Era absolutamente seductora sin tener ni
idea de serlo. Con la inocencia de una niña, conseguía fascinarlo y
confundirlo a un tiempo. A él le gustaban las mujeres experimentadas y a
las que no les interesara comprometerse. Se negaba a sentir algo especial
por Myriam. Quería que se marchara.
Pero aún no. Con su lengua saboreó la dulzura de la boca de Myriam y
sintió la suavidad de sus senos contra su pecho. Abrazó el cuerpo delicado
que se estrechaba contra él con una entrega absoluta. Si no tenía cuidado,
Víctor sospechaba que querría conseguir de ella más de lo que le había dado
ninguna otra mujer, incluida Jeannie.
El recuerdo de su antigua novia, enfrió su ardor. Concluyó el beso y
levantó la cabeza. Myriam abrió los ojos y miró a Víctor con ojos ensoñadores
que le hicieron sentir fuerte y poderoso, al mismo tiempo que en su cerebro
se encendía una luz de alarma.
—Cámbiate de ropa —dijo, soltándola y marchándose a su despacho.
No estaba dispuesto a enamorarse de una mujer optimista de ojos
inocentes necesitada de afecto. Tenía las prioridades claras. Primero estaba
el rancho y todo lo demás quedaba en una segunda posición a mucha distancia.
Lo mejor que podía hacer era llamar a la agencia de colocación y
meterles prisa para que mandaran una sustituta.
Myriam preparó el desayuno en una nebulosa. Le costaba creer que
Víctor la hubiera besado de aquella manera en dos ocasiones. No lograba
comprenderlo pues mientras que los besos de él eran maravillosos ella
sabía bien que los suyos eran sosos. Don se había encargado de decírselo
en numerosas ocasiones. Tal vez Víctor no había estado con una mujer hacía
tiempo y se había resignado a practicar con ella dado que era la única
disponible. Y si aquello no era más que una práctica, Myriam se preguntaba
cómo besaría cuando estuviera realmente interesado.
Antes de media mañana, Myriam tenía preparada una lista de la
compra interminable y, recordando lo que había tardado la primera vez,
decidió ponerse en marcha para volver a tiempo de preparar la cena.
Preparó un montón de sándwiches, los envolvió y los guardó en la nevera.
Después, dejó una nota sobre la mesa donde indicaba a los hombres dónde
encontrar el almuerzo.
Salió al patio, preguntándose si necesitaría que alguien le enseñara a
manejar el camión. Víctor se había ofrecido, pero Myriam no quería estar con
él a solas en un espacio tan reducido.
El único camión disponible era el azul y blanco que estaba aparcado
junto al cobertizo. Cruzó el patio y abrió la portezuela. La llave estaba
puesta. Trepó al asiento y cerró. ¿Sería difícil? Víctor había mencionado que
era un poco distinto a conducir un coche, pero Myriam vio que los mandos
eran idénticos a los de un coche. Ajustó la distancia del asiento y el espejo
retrovisor, respiró profundamente y puso el motor en marcha.
No se presentó nadie a ver quién conducía el camión. De hecho,
Myriam no había visto a ninguno de los hombres desde que Víctor salió
después de desayunar, vestido con la ropa recién lavada. Al acordarse de
ese detalle, se dio cuenta de había olvidado meter en la secadora la ropa
que había sacado de la lavadora. Dio marcha atrás hasta llegar junto a la
puerta trasera de la casa y detuvo el camión. Corrió dentro, metió la ropa
en la secadora y la puso en marcha.
En unos segundos salía a la carretera que llevaba a Cheyenne,
extremadamente satisfecha consigo misma por no haber olvidado ningún
detalle.
Al final de la semana, Myriam se sentía mucho más segura en su
puesto. La compra había salido a la perfección y no había habido ningún
problema con las comidas. Sólo se quemó algo en una ocasión y había
conseguido ocultar las pruebas antes de que llegaran los hombres.
La casa estaba resplandeciente. Myriam había limpiado todas las
habitaciones, incluido el dormitorio de Víctor. La lavandería seguía siendo su
punto flaco. Olvidaba a menudo poner la ropa en la secadora, pero para
evitar ese problema, se acostumbró a entrar en el lavadero después de
cada comida.
Pero su libro se había resentido. Se acostaba exhausta y no había
revisado ningún capítulo desde el primer día en el rancho. El viernes por la
mañana decidió darle un empujón y, puesto que la casa estaba recién
arreglada y no necesitaba más que un repaso, preparó un guiso para la
noche y se tomó la tarde libre.
Por primera vez desde su llegada tuvo ganas de salir y explorar parte
del rancho. Se puso las botas y se recogió el cabello en una coleta para que
no se le volara con la brisa de la tarde.
Caminó hacia el cobertizo lentamente, fijándose en cada detalle. Los
caballos dormitaban en el corral bajo el sol de la tarde.
El camión azul y blanco estaba aparcado en batería junto al cobertizo y
Myriam no pudo evitar sonreír al recordar lo orgullosa que se había sentido
al regresar a casa sin ningún contratiempo, y la mirada aprobadora que
Víctor le dirigió al saber que había conducido el camión y que había hecho
suficiente compra para un par de semanas.
Las puertas del cobertizo estaban abiertas y el oscuro interior
presentaba un aspecto misterioso en contraste con la brillante luz de fuera.
En el aire flotaban mezclados el aroma de heno y caballos. No se oía
ninguna voz. Los hombres estaban recorriendo el terreno, contando las
reses. Sólo habían ido a almorzar cuatro de ellos.
Myriam se detuvo en el umbral para acostumbrar la vista a la oscuridad
reinante. A los lados estaba almacenado el heno en pilas de fardos, los
establos estaban vacíos. La puerta que daba acceso al cuarto de los trabajadores
estaba abierta y Myriam se dirigió hacia ella…
Jack estaba sentado, encerando unas riendas. Levantó la vista al oírla
entrar.
—Hola —saludó Myriam—, estoy dando un paseo.
—¡Hola! Por fin te animas a salir de la casa.
—Sí. He hecho todo el trabajo pendiente y quería conocer más partes
del rancho.
—Pregúntame lo que quieras.
Myriam miró en torno. Jack ocupaba la única silla a la vista y a ella no
se le hubiera ocurrido pedirle que se la cediera. Tomó una manta que
colgaba de un gancho y, doblándola, la puso en el suelo para sentarse y
observar a Jack mientras trabajaba.
Tenía un montón de preguntas. Algunas, para satisfacer su propia
curiosidad; otras, para completar algunos detalles que quería introducir en
su libro. Jack respondió a todas con paciencia, extendiéndose cuando
Myriam le pedía aclaraciones y dándole explicaciones que por fin hacían
comprensibles las conversaciones que los hombres mantenían en torno a la
mesa.
Al oír un caballo en el patio, Myriam se preguntó si sería Víctor. No lo
veía desde el desayuno. Ni siquiera había ido a comer. Sintió que le
sudaban las manos y que se ponía nerviosa sólo con pensar que pudiera ser
él. Desde el último beso, Víctor había mantenido las distancias. Pero ella no le
había dado motivo de enfado puesto que no había cometido ningún error de
importancia. Se sentía orgullosa de no desilusionarlo y vivía con la
esperanza de que Víctor volviera a besarla, aunque sólo fuera una vez más,
antes de marcharse del rancho.
Antes de que Víctor continuara hablando, Myriam dio media vuelta y
corrió hacia la cocina. Tomó el guante del horno y lo abrió. Un olor a pan
quemado impregnó el aire justo cuando los muchachos entraban a cenar.
Myriam sacó la bandeja con gesto de desesperación y la dejó sobre una
superficie. Tomó una de las tortas y al darle la vuelta comprobó que estaba
chamuscada por abajo. Se volvió hacia Víctor llena de indignación.
—La culpa es tuya, Víctor García. Todo habría ido bien si no me
hubieras distraído — Myriam comenzó a poner más tortas en otra bandeja de
horno—. Estaba vigilándolas hasta que te has puesto como una furia al ver
a Lance bajar de mi habitación.
En la cocina se hizo un silencio sepulcral. Myriam cerró los ojos y
reprimió un gemido, sacudió la cabeza y continuó con su labor. Aquella
tanda de tortas de maíz tenía que salir a la perfección. Hiciera lo que hiciera
Víctor, no se dejaría distraer.
—Pete, empieza a servir. No tengo por qué daros explicaciones, pero
he ido al dormitorio de Myriam por las llaves de su coche para sacar su
ordenador —dijo Lance, tomando con calma el plato con jamón.
—Y tú has tenido que pensar lo peor y organizar un escándalo —
susurró Myriam para que no le oyeran los hombres, dirigiéndose a Víctor.
—¿Qué otra cosa podía imaginar al ver a un hombre salir de tu
dormitorio? —susurró a su vez Víctor.
—Piensa lo que quieras, pero no llegues a conclusiones precipitadas
respecto a mí. Lo más seguro es que te equivoques.
Myriam se volvió y estuvo a punto de chocarse con Víctor. Puso la mano
en su pecho y lo empujó. Fue como intentar mover una montaña.
—Estás en medio.
—Sabía que traerías problemas.
—¡Yo no he causado ningún problema! Si no te hubieras puesto como
loco con Lance sin motivo, nada de esto habría ocurrido —replicó Myriam.
—Mientras estés aquí, me siento responsable de lo que hagas. Piensa
en mí como en un tutor.
—¡Déjame en paz! No necesito un padre. Soy lo suficientemente mayor
como para vivir mi propia vida. ¡Apártate!
Víctor se hizo a un lado y la observó ir con paso decidido hasta el fogón.
Había comida de sobra para todos. Myriam, sintiéndose orgullosa de lo
bien que se había organizado, se sentó y se sirvió. Esa noche nadie se
quejaría de no haber comido bastante. Si las tortas no se hubieran quemado,
todo habría salido a la perfección.
Levantó la vista y vio que al probar el puré los hombres ponían una
expresión extraña. Billy le añadió sal y pimienta y volvió a probarlo. Miró a
Myriam de soslayo y, tras sonreír, cortó un trozo de jamón.
—¿Qué les has puesto a la patatas? —preguntó Víctor en tono enfadado.
Myriam lo miró.
—Nada. Son de paquete. Iba a hacer patatas asadas pero no me ha
dado tiempo —no pensaba admitir que se había olvidado y que por eso
había recurrido al puré de bolsa.
—Tomamos puré de patata muy a menudo y nunca sabe así.
Myriam probó un bocado. ¡Estaba dulce! De pronto recordó que
mientras lo hacía había pensado que en su novela, la heroína nunca
aparecería cocinando. Debía haberse distraído y echado azúcar en lugar de
sal a las patatas. ¿Es que no iba ser capaz de hacer una comida en
condiciones?
—Es verdad que saben un poco raras. Tal vez el proceso de
deshidratación ha modificado el sabor. O quizá la leche estaba pasada.
Ni por todo el dinero del mundo estaba dispuesta a admitir que había
sido tan estúpida como para echar azúcar en lugar de sal.
Víctor la miró fijamente. Myriam bebió un sorbo de agua con gesto
nervioso, rogando que Víctor no la reprendiera delante de todo el mundo.
—¿Queréis que haga más? —preguntó, justo cuando sonó el timbre del
horno.
Aprovechando la excusa, Myriam se levantó de un salto y sacó las
tortas de maíz. Vio, aliviada, que se habían dorado a la perfección y dio dos
a cada hombre.
—Nos arreglaremos con esto, pero la próxima vez, pruébalo antes de
servirlo —dijo Víctor.
—Tienes razón — Myriam sonrió y se sentó en su silla.
—Prefiero comer patatas raras que tener que cocinar, jefe —dijo uno de
los hombres.
Víctor no sabía si ser de la misma opinión. Al menos cuando cocinaba
alguno de los hombres las cantidades estaban aseguradas.
Myriam era la peor ama de llaves que había conocido, pero tenía que
admitir que se esforzaba por mejorar. Y era la más atractiva de todas. De
hecho, era verdaderamente bonita. Víctor frunció el ceño y se obligó a mirar
en otra dirección. Era demasiado bonita para quedarse en el rancho. Se
acordó de su madre y de lo guapa que le parecía cuando era pequeño.
Siempre había sido extremadamente cariñosa, y cocinaba pasteles y
bizcochos porque su marido era muy goloso. La vida en el rancho era todo
lo que necesitaba para ser feliz.
No como Jeannie. Su antigua novia se había quedado en el rancho en
varias ocasiones, pero siempre quería ir a Cheyenne, a Fort Davies o a
Denver. Le gustaba bailar, ir a discotecas, y la ropa sofisticada, poco
apropiada para la vida del rancho.
Dirigió una mirada furtiva hacia Myriam. Al menos ella hacía un
esfuerzo por vestirse adecuadamente. Aquel día llevaba zapatillas
deportivas en lugar de botas, pero vestía pantalones vaqueros y una
camiseta. Sin embargo, la ropa no era la única condición necesaria para
adaptarse a la vida en el rancho.
—A pesar de las patatas, ha sido una buena cena, señorita —dijo Jack,
apartando la silla de la mesa.
—Y las tortas estaban excelentes —dijo Billy.
Myriam sonrió, intentando ocultar su rubor. Estaba decidida a mejorar
sus habilidades culinarias. El desayuno había salido perfecto, ¿por qué se
habría distraído al hacer la cena?
—Siempre es mejor que tener que cocinar —añadió Lance,
columpiándose en su silla al tiempo que bebía café y sonreía a Myriam.
—Ha estado muy bien —comentó Trevor, saliendo de la cocina.
—Estupendo.
—Buenas noches.
Uno a uno fueron saliendo hasta que sólo quedó Víctor.
—¿Te ha bastado? —preguntó Myriam, levantándose para recoger.
—¿Te refieres a la comida o a tus esfuerzos como cocinera?
—Me refería a la cocina —dijo Myriam—. Soy la mejor ama de llaves de
todas las que has tenido.
—Eso no quiere decir nada.
—Tú tienes la culpa de que las demás se marcharan.
—¿Es eso lo que te dijo la señora Montgomery?
—Sí.
—Déjame pensar. Al cabo de dos semanas de irse Rachel vino Alice.
Tenía alergia al heno. Y como insistí en mantener el heno para dar de comer
a lo animales, sí, supongo se me puede acusar de obligarla a marcharse.
Myriam reprimió las ganas de reír y abrió el grifo.
—¿Y la segunda? —preguntó, repentinamente intrigada por aquella
faceta bromista de su severo jefe, particularmente después de haber vuelto
a estropear la cena. Su padre habría pasado horas criticándola por su
ineptitud.
—La número dos llegó a la semana siguiente. Patricia Daré. Tenía
miedo a todo: al aislamiento, a estar tan lejos de Cheyenne, al vocabulario
de los hombres, al viento.
—Yo no he oído ni un solo taco —dijo Myriam.
—Espera unos días. Contigo están portándose lo mejor que pueden. Ya
se les pasará cuando haga calor y estén cansados.
Myriam miró por encima del hombro.
—Ya los he visto así y no he oído nada como para escandalizarse.
Myriam decidió olvidarse de fregar, cerró el grifo y, volviéndose, apoyó
la espalda en el fregadero.
Víctor sonrió y a ella se le paró el corazón.
—Eso es porque también yo estoy portándome lo mejor que puedo. A
pesar del azúcar en las patatas, prefiero que cocines tú a que tengan que
cocinar los hombres.
—No habría quemado las tortas de maíz si tú y Lance no hubierais
discutido —dijo Myriam, a la defensiva.
—No hemos discutido. Me he limitado a preguntarle qué demonios
hacía saliendo de tu dormitorio —Víctor dejó de sonreír—. La próxima vez que
necesites ayuda, dímelo.
—Podía haberlo hecho yo sola, pero Lance se ofreció y acepté sin
pensarlo.
—Si quieres, voy ahora por el ordenador y lo instalo en el despacho.
—No quiero molestarte.
—Si haces bien tu trabajo no tendrás tiempo de ir al despacho durante
el día. No coincidiremos. Y si tengo que trabajar por la noche, tendrás que
aceptar mi presencia.
Lo que probablemente la distraería tanto que no conseguiría escribir
una palabra.
—Muchas gracias. Trabajaré mejor que en mi dormitorio.
—Voy a por él.
Mientras fregaba, Myriam reflexionó sobre la conversación que
acababan de mantener. Quizá la señora Montgomery había exagerado. Víctor
no resultaba insoportable y la dos ocasiones en que la había reprendido lo
había hecho con razón. Ni siquiera había vuelto a criticarla por la cena y le
había dado más oportunidades que en cualquiera de los puestos de trabajo
que había ocupado con anterioridad, y eso ya decía mucho en su favor.
Myriam hubiera querido que le siguiera hablando de las otras amas de llave.
Si las dos primeras se marcharon por las razones que él le había explicado,
él no tenía la culpa. ¿Por qué se habrían marchado las demás?
Aunque estaba agotada, Myriam instaló el ordenador y se puso a
revisar los capítulos que tenía escritos. No sabía dónde estaba Víctor y se
negaba a admitir que le desilusionaba no compartir el despacho con él.
Comenzó con el primer capítulo y, a medida que lo leía, se dio cuenta
de que las descripciones no le satisfacían, no capturaban la esencia del
héroe. Quizá debía estudiar atentamente a Víctor para poder describirlo más
acertadamente.
Las palabras comenzaron a bailar ante sus ojos. Si quería levantarse a
tiempo de preparar el desayuno, debía irse a dormir. Suspiró
profundamente y apagó el ordenador, sin dejar de preguntarse dónde
estaría Víctor y qué solía hacer por las noches.
Cuando la despertaron unos golpes en la puerta, Myriam tuvo la
sensación de que acababa de apoyar la cabeza en la almohada. Se sentó
sobresaltada y vio que todavía no había amanecido.
— Myriam, maldita sea, despierta —Víctor llamaba a su puerta. ¿Habría
un incendio?
Myriam se bajó de la cama y corrió a la puerta, abriéndola de golpe.
Pestañeó para protegerse de la brillante luz del descansillo y miró a Víctor.
—¿Qué ocurre?
Víctor dejó caer lentamente la mano que tenía preparada para llamar y
observó a Myriam. Su cabello despeinado le enmarcaba el rostro como una
suave nube marrón. Tenía una profunda marca de dormir en la mejilla y
entornaba los ojos con cara de sueño. Llevaba un camisón corto, azul claro,
que se pegaba a las curvas y los valles de su cuerpo.
Víctor sintió un violento e inesperado deseo. Dio un paso adelante y le
acarició la mejilla.
—¿Hay fuego? —preguntó Myriam, sacudiendo la cabeza para
despertarse.
—No —Víctor descansó la mano en su hombro, atrayéndola hacia sí a la
vez que deslizaba su mirada hasta sus pies. Tenía las piernas desnudas,
morenas y bien torneadas. El camisón se acababa a mitad de muslo y uno
de los tirantes estaba a punto de deslizarse de su hombro.
—¿Víctor? — Myriam se dio cuenta de que él sólo llevaba un albornoz. Por
el pico del escote podía ver su torso de bronce. Sus musculosas piernas
también estaban desnudas.
Víctor la atrajo hacia sí lentamente, como si quisiera darle tiempo a
resistirse, a negarle lo que buscaba. Myriam respondió a su ademán como
hipnotizada. ¿Se habría levantado Víctor para ir a buscarla? ¿Por qué estaba
allí?
Víctor aproximó la boca a sus labios y se los hizo abrir con delicadeza. En
cuanto sintió la lengua de Víctor, Myriam levantó la mano hasta sus hombros,
la deslizó hasta la nuca y hundió los dedos en su cabello. Víctor estaba recién
afeitado y su cabello aún estaba húmedo de la ducha. Pero Myriam no fue
consciente de nada de eso. Ya tenía bastante con seguir respirando y no
desmayarse.
Pero en algún lugar de su mente sí registró que Víctor no debía llevar
nada bajo el albornoz, y que también ella estaba prácticamente desnuda.
— Myriam —Víctor apartó su boca de la de Myriam con la respiración
entrecortada.
—¿Mmmm? — Myriam quería que siguiera abrazándola, dejar que su
beso…
—¿Dónde está mi ropa?
—¿Qué? — Myriam abrió bruscamente los ojos y lo miró desconcertada
—¿Qué quieres decir? En tu… ¡Oh, no!
Apartando a Víctor corrió al piso de abajo, encendió las luces de la
cocina y fue al lavadero. Mentalmente no dejaba de repetirse: ¡Oh, no! Al
abrir la puerta de la lavadora vio la ropa de Víctor, incluidos sus pantalones
vaqueros, formando una masa húmeda. ¡Había olvidado poner la secadora!
En el suelo, delante de la lavadora, había dos montones más de ropa.
—¡Maldita sea! —Víctor la había seguido y estaba de pie en el umbral de
la puerta. Una mirada le bastó para darse cuenta de la situación.
—Puedo secarla inmediatamente — Myriam sacó los vaqueros y los
metió en la secadora.
—Tardan un montón.
—¡Qué tontería! Estarán secos para cuando acabes de desayunar —dijo
Myriam, apretando el botón con los dedos cruzados. Puso jabón en la
lavadora y metió otra carga.
—Si crees que voy a desayunar en albornoz estás loca —dijo Víctor.
Myriam lo miró y se le derritió el corazón.
—Lo siento. Estaba tan concentrada en la limpieza que se me olvidó la
ropa. Hoy terminaré con el resto.
—¿Crees que lograrás no olvidarte? —preguntó Víctor con aspereza.
—Sí.
Víctor tenía motivos para estar enfadado. No se tardaba nada en poner
la secadora, ¿cómo había podido olvidarse? Probablemente el beso que Víctor
le había dado era la causa de que hubiera olvidado tantas cosas. Pero podía
haber puesto la ropa a secar antes de ir a la cama. ¡Debía haberlo
recordado!
—Perdona que te lo pregunte pero, ¿cómo has podido olvidar algo tan
simple?
—Lo olvidé, eso es todo. No volverá a pasar, ¿de acuerdo?
—Me apuesto lo que quieras a que vuelves a olvidarte. Eres una mujer
extraña, Myriam. Cuando te pierdes en tu propio mundo, te abstraes de tal
forma que hasta podría quemarse la casa sin que te enteraras. Si sigues así
tendré que despedirte.
—Por favor, Víctor, no. Prometo mejorar. No es más que un arma de
defensa.
—¿Para defenderte de qué?
—De mi padre. Él… Nunca estaba satisfecho con nada de lo que yo
hacía. Estaba empeñado en que fuera idéntica a mi madre y nunca lo logré.
Ella nos dejó cuando yo era pequeña. Y él es tremendamente duro, siempre
exige la perfección. Por eso me dedicaba a soñar que hacía las cosas tal y
como él las quería y que conseguía gustarle tal y como era — Myriam estuvo
a punto de añadir y quererme, pero calló a tiempo.
—¿Y te imaginabas otro montón de cosas para que la vida fuera más
soportable? —preguntó Víctor.
Myriam asintió con la cabeza.
—Pero aquí no siento lo mismo. Estoy haciendo bien mi trabajo. Sé que
he metido la pata un par de veces…
Víctor dejó escapar una carcajada.
—Yo diría que unas cuantas veces más. Me pregunto cómo defines
hacer las cosas mal.
—Pero estoy mejorando. Ya sé preparar la cantidad suficiente de
comida. No volveré a poner azúcar en las patatas. Y si uso el avisador, no
volveré a quemar nada. Ya he acabado de limpiar la cocina y el salón, y
antes de que te des cuenta habré acabado con el resto de la casa.
—Puedes quedarte, pero sólo temporalmente, Myriam. Te lo advertí
desde el principio.
—Lo sé.
En cuanto vendiera su libro nada tendría importancia. Podría vivir
donde quisiera y dedicarse a escribir. Aún así, le dolía que Víctor insistiera en
recordarle que no tardaría en marcharse.
—Estaré en el despacho. Llévame allí el desayuno —dijo Víctor. Deslizó
la mirada sobre ella y añadió—. Y te aconsejo que te cambies antes de
preparar el desayuno o vas a tener a diez hombres sobre ti como moscas
alrededor de la miel.
—¿Sólo diez? —preguntó Myriam provocativamente.
Myriam le hacía enloquecer. Era absolutamente seductora sin tener ni
idea de serlo. Con la inocencia de una niña, conseguía fascinarlo y
confundirlo a un tiempo. A él le gustaban las mujeres experimentadas y a
las que no les interesara comprometerse. Se negaba a sentir algo especial
por Myriam. Quería que se marchara.
Pero aún no. Con su lengua saboreó la dulzura de la boca de Myriam y
sintió la suavidad de sus senos contra su pecho. Abrazó el cuerpo delicado
que se estrechaba contra él con una entrega absoluta. Si no tenía cuidado,
Víctor sospechaba que querría conseguir de ella más de lo que le había dado
ninguna otra mujer, incluida Jeannie.
El recuerdo de su antigua novia, enfrió su ardor. Concluyó el beso y
levantó la cabeza. Myriam abrió los ojos y miró a Víctor con ojos ensoñadores
que le hicieron sentir fuerte y poderoso, al mismo tiempo que en su cerebro
se encendía una luz de alarma.
—Cámbiate de ropa —dijo, soltándola y marchándose a su despacho.
No estaba dispuesto a enamorarse de una mujer optimista de ojos
inocentes necesitada de afecto. Tenía las prioridades claras. Primero estaba
el rancho y todo lo demás quedaba en una segunda posición a mucha distancia.
Lo mejor que podía hacer era llamar a la agencia de colocación y
meterles prisa para que mandaran una sustituta.
Myriam preparó el desayuno en una nebulosa. Le costaba creer que
Víctor la hubiera besado de aquella manera en dos ocasiones. No lograba
comprenderlo pues mientras que los besos de él eran maravillosos ella
sabía bien que los suyos eran sosos. Don se había encargado de decírselo
en numerosas ocasiones. Tal vez Víctor no había estado con una mujer hacía
tiempo y se había resignado a practicar con ella dado que era la única
disponible. Y si aquello no era más que una práctica, Myriam se preguntaba
cómo besaría cuando estuviera realmente interesado.
Antes de media mañana, Myriam tenía preparada una lista de la
compra interminable y, recordando lo que había tardado la primera vez,
decidió ponerse en marcha para volver a tiempo de preparar la cena.
Preparó un montón de sándwiches, los envolvió y los guardó en la nevera.
Después, dejó una nota sobre la mesa donde indicaba a los hombres dónde
encontrar el almuerzo.
Salió al patio, preguntándose si necesitaría que alguien le enseñara a
manejar el camión. Víctor se había ofrecido, pero Myriam no quería estar con
él a solas en un espacio tan reducido.
El único camión disponible era el azul y blanco que estaba aparcado
junto al cobertizo. Cruzó el patio y abrió la portezuela. La llave estaba
puesta. Trepó al asiento y cerró. ¿Sería difícil? Víctor había mencionado que
era un poco distinto a conducir un coche, pero Myriam vio que los mandos
eran idénticos a los de un coche. Ajustó la distancia del asiento y el espejo
retrovisor, respiró profundamente y puso el motor en marcha.
No se presentó nadie a ver quién conducía el camión. De hecho,
Myriam no había visto a ninguno de los hombres desde que Víctor salió
después de desayunar, vestido con la ropa recién lavada. Al acordarse de
ese detalle, se dio cuenta de había olvidado meter en la secadora la ropa
que había sacado de la lavadora. Dio marcha atrás hasta llegar junto a la
puerta trasera de la casa y detuvo el camión. Corrió dentro, metió la ropa
en la secadora y la puso en marcha.
En unos segundos salía a la carretera que llevaba a Cheyenne,
extremadamente satisfecha consigo misma por no haber olvidado ningún
detalle.
Al final de la semana, Myriam se sentía mucho más segura en su
puesto. La compra había salido a la perfección y no había habido ningún
problema con las comidas. Sólo se quemó algo en una ocasión y había
conseguido ocultar las pruebas antes de que llegaran los hombres.
La casa estaba resplandeciente. Myriam había limpiado todas las
habitaciones, incluido el dormitorio de Víctor. La lavandería seguía siendo su
punto flaco. Olvidaba a menudo poner la ropa en la secadora, pero para
evitar ese problema, se acostumbró a entrar en el lavadero después de
cada comida.
Pero su libro se había resentido. Se acostaba exhausta y no había
revisado ningún capítulo desde el primer día en el rancho. El viernes por la
mañana decidió darle un empujón y, puesto que la casa estaba recién
arreglada y no necesitaba más que un repaso, preparó un guiso para la
noche y se tomó la tarde libre.
Por primera vez desde su llegada tuvo ganas de salir y explorar parte
del rancho. Se puso las botas y se recogió el cabello en una coleta para que
no se le volara con la brisa de la tarde.
Caminó hacia el cobertizo lentamente, fijándose en cada detalle. Los
caballos dormitaban en el corral bajo el sol de la tarde.
El camión azul y blanco estaba aparcado en batería junto al cobertizo y
Myriam no pudo evitar sonreír al recordar lo orgullosa que se había sentido
al regresar a casa sin ningún contratiempo, y la mirada aprobadora que
Víctor le dirigió al saber que había conducido el camión y que había hecho
suficiente compra para un par de semanas.
Las puertas del cobertizo estaban abiertas y el oscuro interior
presentaba un aspecto misterioso en contraste con la brillante luz de fuera.
En el aire flotaban mezclados el aroma de heno y caballos. No se oía
ninguna voz. Los hombres estaban recorriendo el terreno, contando las
reses. Sólo habían ido a almorzar cuatro de ellos.
Myriam se detuvo en el umbral para acostumbrar la vista a la oscuridad
reinante. A los lados estaba almacenado el heno en pilas de fardos, los
establos estaban vacíos. La puerta que daba acceso al cuarto de los trabajadores
estaba abierta y Myriam se dirigió hacia ella…
Jack estaba sentado, encerando unas riendas. Levantó la vista al oírla
entrar.
—Hola —saludó Myriam—, estoy dando un paseo.
—¡Hola! Por fin te animas a salir de la casa.
—Sí. He hecho todo el trabajo pendiente y quería conocer más partes
del rancho.
—Pregúntame lo que quieras.
Myriam miró en torno. Jack ocupaba la única silla a la vista y a ella no
se le hubiera ocurrido pedirle que se la cediera. Tomó una manta que
colgaba de un gancho y, doblándola, la puso en el suelo para sentarse y
observar a Jack mientras trabajaba.
Tenía un montón de preguntas. Algunas, para satisfacer su propia
curiosidad; otras, para completar algunos detalles que quería introducir en
su libro. Jack respondió a todas con paciencia, extendiéndose cuando
Myriam le pedía aclaraciones y dándole explicaciones que por fin hacían
comprensibles las conversaciones que los hombres mantenían en torno a la
mesa.
Al oír un caballo en el patio, Myriam se preguntó si sería Víctor. No lo
veía desde el desayuno. Ni siquiera había ido a comer. Sintió que le
sudaban las manos y que se ponía nerviosa sólo con pensar que pudiera ser
él. Desde el último beso, Víctor había mantenido las distancias. Pero ella no le
había dado motivo de enfado puesto que no había cometido ningún error de
importancia. Se sentía orgullosa de no desilusionarlo y vivía con la
esperanza de que Víctor volviera a besarla, aunque sólo fuera una vez más,
antes de marcharse del rancho.
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 7
Lance apareció en la puerta.
—Me preguntaba con quién estarías hablando —dijo a Jack antes de
sonreír a Myriam y echarse el sombrero hacia atrás con la punta de los
dedos.
—Estoy contestando algunas preguntas de la señorita. Es la primera
vez que está en un rancho —dijo Jack.
—Ven conmigo y te contaré algunos secretos.
Myriam se levantó y colgó la manta.
—Gracias Jack, espero no haberte vuelto loco con todas mis preguntas.
—No. Me encanta hablar del rancho. A casi nadie le interesa charlar
con un viejo.
—Pues a mí me ha parecido fascinante —dijo Myriam, dirigiéndole una
amplia sonrisa.
Siguió a Lance hacia la parte de atrás. Él ató las riendas y desensilló el
caballo.
—¿Dónde habéis estado? —preguntó Myriam, prestando atención a
cada uno de sus movimientos. Era un caballo enorme, pero a Lance no
parecía importarle. Bajó la silla sin aparente esfuerzo y la dejó a un lado antes
de volverse a Myriam con una sonrisa.
—En una zona donde tenemos mucho ganado. Estamos contando las
reses para asegurarnos de que no hay ninguna herida o extraviada.
—¿Lo hacéis a menudo?
—Bastante.
—El Rafter C parece un rancho muy próspero.
—Y lo es. Es uno de los mejores del país. Cuando lo dirigía Rafe,
apareció en una revista como un ranchero modelo.
—¿Cuánto tiempo hace?
—Varios años, antes de que yo viniera. Rafe no quería capataz, prefería
hacer el trabajo él sólo.
—¿Y dónde estaba Víctor?
—En la universidad. Cuando acabó la carrera comenzó a trabajar de
ayudante de Rafe.
—¿Y después Rafe se fue y él tomó el mando del rancho?
—Sí. Cuando su hermana se graduó, Rafe entró en el circuito de
rodeos. Víctor me contrató a los pocos meses.
—Y el rancho ha seguido siendo igual de próspero —concluyó Myriam,
sintiéndose orgullosa del trabajo realizado por Víctor. Tal vez su hermano
había comenzado la labor, pero era la tenacidad de Víctor la que mantenía
una calidad tan alta.
—Sí, es un rancho muy próspero, pero, ¿por qué te interesa saberlo?
¿Te preocupa tu salario? —preguntó la voz de Víctor, detrás de Myriam.
Ésta se volvió, sorprendiéndose de que Víctor hubiera llegado tan cerca
sin ser oído.
—No estaba preocupada, sólo sentía curiosidad —dijo Myriam,
desconcertada.
—Me pregunto por qué —Víctor miró a Lance y luego a Myriam—. ¿Qué
estás haciendo aquí fuera?
—He acabado con la casa y quería respirar un poco de aire fresco —
dijo Myriam, devolviéndole la mirada con expresión retadora.
—¿En el establo? —dijo Víctor con incredulidad.
— Myriam quería aprender cosas del rancho. Jack le ha contestado
algunas preguntas y yo iba a acompañarla a dar un paseo —dijo Lance
espontáneamente, mirando Víctor con descaro.
Víctor no prestó atención a su capataz sino que siguió mirando a Myriam
con ojos entornados.
—Ya te dije que yo te contestaría cualquier pregunta.
—No estabas aquí, y en cambio Lance y Jack sí.
—Pues ahora ya me tienes aquí.
—No me importa, jefe —intervino Lance.
—¿No tienes nada que hacer? —preguntó Víctor, volviendo la mirada
hacia el capataz.
—El informe del resultado del recuento, pero te lo puedo dar de
palabra.
—No, escríbelo. Cuando vengan los demás, escribe también sus datos.
Y ya que estás aquí, desensilla mi caballo —dijo Víctor, señalando el caballo
con la barbilla al tiempo que se acercaba a Myriam, la tomaba del brazo y la
sacaba del establo.
Lance titubeó un instante antes de encogerse de hombros y sonreír.
—Lo que tú digas, jefe.
Víctor llevó a Myriam hasta el patio. A lo lejos llegaban dos hombres más
a caballo.
—¿No tienes que preparar la cena?
—He hecho un guiso — Myriam intentó soltarse de su mano pero él la
asió con firmeza. A Myriam no le gustaba sentirse como una chiquilla
rebelde a la que obligaban a volver a casa.
—Te advertí que te mantuvieras alejada de los hombres.
—No he hecho nada malo, sólo algunas preguntas.
—¿Para tu libro?
—Tal vez algunas de ellas, pero las demás eran por pura curiosidad.
—¿Por qué? —Víctor se detuvo en seco.
—¿Y por qué no? Ahora vivo aquí, nunca he vivido en un rancho y
quiero aprender.
—Ya te dije que me preguntaras a mí.
—No me dijiste que no hiciera preguntas sobre el rancho, sólo que me
mantuviera alejada de tus hombres.
Víctor cambió de dirección y llevó a Myriam hasta el porche. Se sentó en
una de las mecedoras y Myriam ocupó otra a su lado.
—¿Alguna pregunta? —dijo él.
—Jack ha contestado casi todas —respondió Myriam.
—Él no me importa, pero aléjate de Lance.
—¿Por qué?
—No te quita ojo, le interesas. Y no quiero que mi capataz esté
distraído.
—Pareces un señor feudal. También él tiene derecho a tener una vida
al margen de la del rancho.
—No con una mujer que está aquí temporalmente y a la que le
interesan más las novelas y los romances que…
—¿Que? —preguntó Myriam intuyendo el final de la frase.
—Que las tareas de la casa.
—Eso no es lo que ibas a decir.
Víctor se quitó el sombrero y lo dejó caer al suelo de madera, junto a la
mecedora. Se pasó los dedos por el cabello y, apoyándose en el respaldo,
contempló a Myriam atentamente.
—Eso es lo que he dicho, da lo mismo lo que pensara decir.
—Tengo mucha imaginación.
—¿Es todo inventado? Me refiero a tu libro —dijo Víctor.
—Casi todo — Myriam miró en otra dirección y contempló las plantas de
algodón mecidas por el viento.
—¿No es experiencia de primera mano?
—Yo no tengo demasiada experiencia.
—Has estado prometida.
—¿Y qué tiene que ver eso con la experiencia?
—No lo sé. Háblame de tu compromiso.
Myriam se encogió de hombros, se acomodó en la mecedora y
comenzó a mecerse.
—No sé qué relación tiene esto con mi trabajo.
—No la tiene. Háblame de tu compromiso.
Myriam miró a Víctor y sus ojos se encontraron con su escrutadora
mirada.
—No hay mucho que contar. Mi padre me presentó a Don y
empezamos a salir juntos. Me llevaba a buenos restaurantes, a bailar, me
hacía regalos. Creí que era muy romántico y, cuando me pidió que me
casara con él, acepté.
—Claro, a todas las mujeres os gusta que os traten bien, pero ¿no se te
ocurrió pensar que teníais que construir una vida en común?
—Llegué a creer que estaba enamorada, pero ahora sé que sólo estaba
fascinada. Pronto me desilusioné, pero romper fue muy doloroso.
Más de lo que había pensado aun sabiendo que era la decisión
correcta. Casarse con Don hubiera sido un terrible error. Y la ruptura le
había hecho madurar.
—¿Por qué?
Myriam miró a Víctor.
—Tiene todo lo que una mujer desearía. Es rico, ocupa una posición
importante, tiene una casa preciosa y le encanta salir a bailar y a cenar.
—Suena como un novio modelo. Me sorprende que lo rechazaras.
—Cuanto más lo iba conociendo más me recordaba a mi padre. Me
pasé los primeros veintidós años de mi vida intentando agradar a un
hombre para el que nada era bastante. Sólo teníamos paz en la medida en
que hacía lo que él quería. Don era igual. Las cosas iban bien cuando
actuaba obedientemente, pero si le negaba algo se enfadaba.
—¿Qué le negaste?
Myriam se miró las manos y las enlazó con fuerza.
— Myriam, ¿qué le negaste? —insistió Víctor al verla vacilar.
—Acostarme con él, entre otras cosas. O querer tener una carrera
propia, por ejemplo.
Víctor se separó del respaldo con un movimiento brusco.
—¿Estabas prometida para casarte y no te acostaste con él?
Myriam sacudió la cabeza. Miró a Víctor de soslayo.
—Por lo que te sorprende deduzco que tú sí te acostaste con tu
prometida.
—Claro, íbamos a casarnos —dijo Víctor, a modo de explicación.
Myriam miró en otra dirección.
—¿Y cómo escribes novelas de amor si no tienes experiencia de
primera mano? —preguntó Víctor.
—Ya te he dicho que tengo mucha imaginación.
Víctor se inclinó y tomó la mano de Myriam.
—A veces la experiencia no puede ser sustituida por nada —murmuró.
—¿Estás ofreciéndote a ser el hombre que me la proporcione? —
preguntó Myriam con picardía. La mera idea le ponía el corazón en la
garganta. Si el contacto de su mano le hacia ansiar sentarse en su regazo,
¿qué le pasaría si tocara todo su cuerpo?
—Puedo proporcionarte la que quieras. Pero sólo como documentación
para tu novela —dijo Víctor.
Myriam sonrió.
—¿Qué podría ser sino documentación?
—No quiero que te hagas una idea equivocada. No tengo la menor
intención de casarme contigo.
—¿Casarte? ¿Qué te hace pensar eso?
—Te he oído hacer preguntas a Lance sobre las finanzas del rancho.
¿Querías averiguar si era un buen partido?
Myriam se sintió ofendida y tiró de la mano para soltarse de la de Víctor,
pero él se lo impidió.
—¡No quería saber si eras rico! Si hubiera querido casarme con un
hombre rico no habría dejado escapar a Don. No quiero casarme, punto.
Estoy harta de que los hombres me digan lo que debo hacer. Quiero tener la
oportunidad de hacer las cosas como yo quiera, de comprobar que puedo
valerme por mí misma. Jamás se me ocurriría atarme a un hombre
autoritario que se cree un regalo para las mujeres.
—Entonces, no tiene por qué haber ningún problema.
—¿Qué quieres decir?
—Yo te proporcionaré la experiencia que necesitas para el libro y luego
nos separaremos sin pretender nada el uno del otro.
Myriam miró a Víctor con ojos desorbitadamente abiertos. Durante una
larga pausa consideró la propuesta de Víctor. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Podía
arriesgarse a dejarse besar y abrazar por él para dar autenticidad a su
novela y luego marcharse sin mirar atrás?
Los besos de Don no le habían gustado. A él no lo echaba de menos.
Pero los de Víctor eran muy distintos, como lo eran todas las sensaciones que
le transmitía cuando la abrazaba.
Víctor vio la mezcla de emociones reflejada en el rostro de Myriam y
estuvo a punto de sonreír. Podía ver que estaba considerando la propuesta
desde todos los puntos de vista, pero no podía adivinar qué decisión
tomaría finalmente. ¿Querría Myriam explorar la hirviente sensualidad que
había entre ellos u optaría por permanecer segura y casta?
A Víctor le quemaba la mano cuando la tocaba. Ansiaba estrecharla en
sus brazos y besarla hasta desfallecer. Su cuerpo la reclamaba. Cuando
estaba a su lado, perdía el dominio de sí mismo y ésa era una sensación
que no le gustaba. Tal vez unos cuantos besos lo liberarían de un deseo que
crecía día a día.
Myriam hizo ademán de soltar la mano de Víctor y no supo si alegrarse o
sentirse desilusionada cuando él la dejó ir. Myriam lo miró y observó su
cabello despeinado, su piel bronceada, sus labios firmes que ya la habían
besado en más de una ocasión haciéndola perder el sentido, el mentón
firme que hacía pensar en su fuerza de carácter y sus enigmáticos ojos
grises.
—¿Me das tiempo para pensarlo?
—Claro —Víctor tomó su sombrero y se puso en pie. Se inclinó hacia
Myriam y la tomó por la barbilla—. La oferta está abierta hasta que te
decidas. Pero sólo me incluye a mí. Mantente alejada de mis hombres.
—Ya lo sé — Myriam esperó, conteniendo la respiración. Víctor no tenía
más que agacharse un poco y sus labios se rozarían.
—Nos vemos a la hora de cenar —dijo Víctor antes de desaparecer por el
lateral de la casa, dejando a Myriam sola y aturdida.
Myriam se hundió en la mecedora, avergonzada. Se había ofrecido a
Víctor y él la había rechazado. ¿Lo habría hecho porque no había aceptado su
proposición? ¿Se habría dado cuenta de cuánto deseaba ella que la besara?
Confiaba en que no. Incluso si aceptaba su oferta, quería conservar su
dignidad. No estaba dispuesta a depender de ningún hombre.
Se levantó y entró en la casa. Era hora de hacer el pan y poner la
mesa.
Estaba a punto de poner la masa del pan en el horno cuando sonó el
teléfono, sobresaltando a Myriam. Sonaba tan poco a menudo que tardó en
reaccionar; finalmente, fue a contestarlo.
—¿Hola?
—Hola, ¿está Víctor? —dijo una animada voz de mujer.
—Un momento — Myriam sintió una gran curiosidad. ¿Quién llamaba
Víctor?
Abrió la puerta trasera creyendo que tendría que ir a buscar a Víctor a
los establos pero lo vio apoyado en una valla, observando a uno de los
hombres mientras domaba un caballo.
—Víctor, al teléfono.
Víctor hizo un ademán para indicarle que la había oído y fue hacia la
casa.
Myriam volvió a su trabajo cuando Víctor tomó el auricular.
—¿Hola? ¡Hola, Gillian! ¿Qué hay?
Myriam metió el pan en el horno con mucho cuidado, sin dejar de
escuchar la conversación. Víctor no podía pretender que no lo oyera si
hablaba desde el teléfono de la cocina. Si hubiera querido hablar a solas
habría contestado en el despacho.
—¡Maldición! No, no, está bien. Voy retrasado. Acabo de llegar. Tardaré
una media hora en ducharme y vestirme. Llegaré antes de las ocho.
Myriam removió el guiso mientras todo su cuerpo estaba atento a la
conversación de Víctor. ¿Quién era Gillian y dónde iba a estar Víctor a las ocho?
Víctor colgó y se volvió hacia Myriam.
—No voy a venir a cenar.
—Quitaré tu plato —dijo Myriam sin apartar los ojos de la cazuela,
confiando en que su rostro no reflejase la curiosidad que sentía.
Víctor iba a salir con Gillian y Myriam la imaginó de inmediato como una
joven sofisticada de cabello cobrizo y ojos verdes, con un cuerpo explosivo.
Seguro que era seductora y fascinante y que Víctor caería en sus garras.
¿No acababa de hacerle una proposición a ella? ¿Cómo se atrevía a
marcharse con otra mujer? Levantó la vista para decir a Víctor que había
decidido rechazar su invitación, pero ya se había marchado.
Cuando los hombres fueron a cenar, Billy preguntó de inmediato por el
jefe.
—Va a salir —dijo Myriam, orgullosa de que su voz sonara normal.
Víctor bajó vestido con una camisa clara, una cazadora y pantalones de
algodón. Estaba guapísimo, pero Myriam consiguió dedicarle sólo una fugaz
mirada.
—¡Caramba, jefe, qué guapo te has puesto! ¿Tienes una cita
importante? —bromeó Billy.
El rostro de Víctor se ensombreció.
—Una amiga me ha pedido que la acompañe a una fiesta —dijo,
cortante.
—Pásalo bien, Víctor —dijo Jack.
—Yo también voy a ir al pueblo después de cenar. Es viernes por la
noche y he trabajado mucho toda la semana —dijo Billy.
—Sueles ir incluso cuando no has trabajado —comentó Lance.
Billy sonrió.
—Claro que sí. Así que noche de fiesta, ¿eh, jefe?
Myriam sintió la mirada de Víctor clavada en ella, pero mantuvo los ojos
fijos en su plato. El guiso había salido bien e intentó concentrarse en la
satisfacción que eso le proporcionaba. Pero le desilusionaba que Víctor no lo
probara.
—No vendré tarde —dijo Víctor.
—¿Te refieres a esta noche o a mañana por la mañana? —preguntó
Billy con un guiño pícaro.
—¡Billy! —le amonestó Lance—. Tranquilo jefe, y no te preocupes —
miró a Myriam—. Yo me ocuparé de todo.
Myriam levantó la mirada. Al oír la puerta cerrarse supo que Víctor se
había marchado.
—¿Quieres venir conmigo al pueblo a un bar de música country —
preguntó Lance, y su sonrisa levantó el ánimo abatido de Myriam.
Asintió. No estaba dispuesta a quedarse en casa y dejar que su
imaginación se disparara pensando en Víctor con la hermosa Gillian.
—Me encantaría, pero no sé si sabré bailar.
—Seguro que sí —Lance le guiñó un ojo y siguió comiendo.
Los hombres continuaron hablando sobre los planes que tenían para la
noche. Casi todos irían al pueblo, excepto Jack y Trevor que se iban a
quedar viendo la televisión.
Jack se ofreció a fregar y Myriam aceptó agradecida. En poco tiempo,
ella y Lance salieron camino del pueblo. Myriam estaba decidida a pasarlo
en grande y a hacer que Lance disfrutara de su compañía, así que ocultó el
dolor que la cita de Víctor le causaba y se esforzó por estar animada. Lance
rió con sus comentarios y le hizo suficientes preguntas como para que ella
pudiera contarle anécdotas entretenidas. El viaje a Cheyenne se hizo muy
corto y, en un abrir y cerrar de ojos, entraban en el club Last Roundup.
Lance era obviamente popular en el local y fue saludado
calurosamente. Al ver a unos conocidos en una mesa fue hacia ellos y
presentó a Myriam. Cuando ésta vio que las demás mujeres también iban
vestidas con vaqueros y camisetas, se relajó y en pocos minutos participaba
animadamente en la conversación general.
Fue una gran noche. Los hombres sacaban a las mujeres a bailar sin
darles respiro y las mujeres trataron a Myriam tan amistosamente que
pensó que podría llegar a hacerse amiga de varias de ellas. Si es que se
quedaba…
Cuando comentó que estaba escribiendo una novela de amor, todos se
volvieron hacia ella con preguntas y sugerencias. Algunos querían contarle
los momentos más románticos de su vida y otros comentar con ella las
ideas que tenían para escribir algún día su propia novela.
Al cabo de unos minutos era tal la algarabía que Myriam, riendo, hizo
un amplio ademán con los brazos.
—Tenéis que hablar de uno en uno. Ojalá tuviera papel y lápiz para
apuntar algunas de vuestras ideas, son excelentes.
—Podemos escribirlas y mandártelas. ¿Dónde vives?
—En el rancho Rafter C. Soy el ama de llaves.
—Claro, el rancho de Lance.
—No sabía que las amas de llave fueran tan bonitas. La de mi padre
era un coco —comentó uno de los hombres, guiñándole un ojo.
Myriam sonrió. La simpatía del grupo le hizo sentirse bienvenida y le
hubiera gustado quedarse con ellos para siempre.
Pero la velada llegó a su fin cuando el grupo de música tocó el último
tema y Lance le dijo que debían marcharse. Myriam se despidió con la
promesa de volver y, cabizbaja, se subió al jeep de Lance.
—Lo he pasado maravillosamente, Lance. Gracias por invitarme.
—Me alegro de que hayas venido. ¿Vas a poder usar algunas de las
sugerencias que te han hecho para tu libro?
Myriam sonrió.
—Tal vez una o dos. Me cuesta creer que algunos de los casos que han
contado sean verdad. Y sin embargo, otros eran tan sencillos como un ramo
de flores o una comida casera. Es curioso lo que la palabra «romántico»
evoca en cada persona.
—¿Y qué consideras tú romántico?
Myriam sacudió la cabeza.
—Depende. Las flores, por ejemplo.
Cuando Lance aparcó en el patio vieron una luz encendida en la cocina.
En el barracón de los trabajadores reinaba la oscuridad. El firmamento
estaba repleto de estrellas, la luna no era más que una línea dibujada en el
horizonte. Lance apagó el motor.
—¿Y qué más, Myriam?
—No lo sé. En mi novela quiero que la heroína haga pequeños regalos
al héroe. A él le resultará extraño y le agradará.
—¿Y piensas…?
La puerta del lado de Myriam se abrió bruscamente y el piloto del
coche se encendió, iluminando el interior.
—¿Dónde demonios habéis estado? —Víctor estaba fuera de sí. Se inclinó
hacia adelante y clavó la mirada en Lance—. ¿Tienes idea de lo tarde que
es?
—Las dos pasadas —dijo Lance, apoyándose contra su puerta y
mirando a su jefe con una sonrisa en los labios.
—¡Si querías salir podías habérmelo dicho! —dijo Víctor a Myriam,
alargando la mano para desabrocharle el cinturón.
—Lo que me apetezca hacer fuera del horario de trabajo no es asunto
tuyo —dijo Myriam, apartándole la mano y soltando ella misma el cinturón.
Cuando Víctor alargó la mano de nuevo para sujetarla, Myriam le dio un golpe
—. ¡No me toques!
Myriam se volvió hacia Lance, irritándose al ver que la escena lo
divertía.
—Gracias una vez más.
—Buenas noches, Myriam, que duermas bien —Lance le pasó un dedo
por la mejilla.
Víctor esperó junto a la puerta muy erguido aunque por dentro sentía la
ira en oleadas cada vez más violentas. Myriam caminó con la cabeza muy
alta, evitando rozarse con él. Víctor avanzó a su lado.
—¿Dónde habéis estado? —masculló.
—Por ahí —contestó ella, entrando en la cocina con paso decidido y
haciendo ademán de seguir hacia su dormitorio sin detenerse.
Víctor la obligó a volverse sujetándola por los hombros.
—¡Te he hecho una pregunta y quiero una respuesta!
—Hemos ido al Last Roundup, donde he conocido a una gente
encantadora y lo he pasado maravillosamente —dijo Myriam, elevando el
tono de voz. También ella podía enfadarse. ¿Quién se creía Víctor que era?
¿Su padre?—. De todas formas no es asunto tuyo. ¿Acaso te he preguntado
yo por tu cita?
—No era una cita. ¿Y lo tuyo con Lance?
—Define la palabra «cita». ¿No es una cita ir a recoger a una mujer
para llevarla a una fiesta?
—Te he advertido que te mantengas alejada de Lance.
—¿Y que me quede en casa como una hija obediente mientras tú te vas
a ligar? Ni hablar.
Víctor dejó escapar el aire con exasperación.
—¿Es por eso? ¿Estás celosa porque he llevado a Gillian a una fiesta?
Me lo pidió hace semanas. Antes de que te conociera.
Myriam se encogió de hombros y se liberó de las manos de Víctor.
—No tienes por qué darme explicaciones. Haz lo que quieras con tu
vida, y yo haré lo que quiera con la mía.
—Mientras trabajes para mí, harás lo que yo te mande. Aléjate de
Lance y de los demás hombres del rancho.
—¿O? — Myriam se volvió con ojos relampagueantes.
—O te despido.
Myriam sostuvo la mirada de Víctor. Estaba tan furiosa que iba a estallar,
pero tomó aire. No podía perder su trabajo por un hombre al que sólo la
unían lazos de amistad, sin embargo, tampoco podía consentir que Víctor la
tratara de aquella manera. Le recordaba demasiado a su padre.
—¿Quién te ha dicho que eres el rey? —dijo, entre dientes—. Pienso ver
a quien me dé la gana en mi tiempo libre. ¿Quién te ha dicho que puedes
decidir qué debo hacer con mi vida amorosa? ¿Es así como tratas a todos
los que trabajan en el rancho? No sé cómo te aguantan.
Víctor se pasó los dedos por el cabello y su enfado pareció evaporarse.
—Tienes razón. Lo siento. No es asunto mío. Debía haber aprendido.
Myriam lo miró atónita y también su ira se disipó. ¿Había oído bien?
—¿Qué quieres decir?
Víctor se volvió y fue lentamente hasta la puerta para cerrarla.
—No tengo derecho a intervenir en tu vida privada ni a pedirte que no
te relaciones con Lance. Ya lo intenté en una ocasión: le dije a mi cuñado
que dejara en paz a mi hermana. Y a ella le costó mucho perdonármelo. Debía
haber aprendido la lección. Puedes ver a quien te dé la gana,
evidentemente, siempre que no afecte a tu trabajo o al de él. Vete a la
cama, Myriam.
Myriam no quería marcharse. Ver que Víctor no podía mirarla a la cara
porque se sentía avergonzado la enterneció. Y le hizo recordar la oferta que
Víctor le había hecho en el porche.
—¿No vas a darme un beso de buenas noches?
Víctor se volvió con ojos brillantes.
—¿Has pensado en mi oferta?
Myriam asintió.
—¿Y?
—Sigo sin estar segura.
—Entonces, dejaremos los besos para más adelante.
Myriam se pasó la lengua por los labios.
—Nunca había considerado la posibilidad de tener un amante —dijo,
pausadamente.
—Iremos tan lejos como tú quieras.
Myriam asintió. Sentía que se asfixiaba. Víctor la miró y ella estuvo a
punto de refugiarse en sus brazos y satisfacer el deseo que la atenazaba.
Quería sentir sus besos, y toda la fuerza de su cuerpo contra la blandura del
suyo. Pero tenía miedo. ¿Y si sus sentimientos la traicionaban? ¿Sería capaz
de jugar al amor y salir ilesa del juego?
Lance apareció en la puerta.
—Me preguntaba con quién estarías hablando —dijo a Jack antes de
sonreír a Myriam y echarse el sombrero hacia atrás con la punta de los
dedos.
—Estoy contestando algunas preguntas de la señorita. Es la primera
vez que está en un rancho —dijo Jack.
—Ven conmigo y te contaré algunos secretos.
Myriam se levantó y colgó la manta.
—Gracias Jack, espero no haberte vuelto loco con todas mis preguntas.
—No. Me encanta hablar del rancho. A casi nadie le interesa charlar
con un viejo.
—Pues a mí me ha parecido fascinante —dijo Myriam, dirigiéndole una
amplia sonrisa.
Siguió a Lance hacia la parte de atrás. Él ató las riendas y desensilló el
caballo.
—¿Dónde habéis estado? —preguntó Myriam, prestando atención a
cada uno de sus movimientos. Era un caballo enorme, pero a Lance no
parecía importarle. Bajó la silla sin aparente esfuerzo y la dejó a un lado antes
de volverse a Myriam con una sonrisa.
—En una zona donde tenemos mucho ganado. Estamos contando las
reses para asegurarnos de que no hay ninguna herida o extraviada.
—¿Lo hacéis a menudo?
—Bastante.
—El Rafter C parece un rancho muy próspero.
—Y lo es. Es uno de los mejores del país. Cuando lo dirigía Rafe,
apareció en una revista como un ranchero modelo.
—¿Cuánto tiempo hace?
—Varios años, antes de que yo viniera. Rafe no quería capataz, prefería
hacer el trabajo él sólo.
—¿Y dónde estaba Víctor?
—En la universidad. Cuando acabó la carrera comenzó a trabajar de
ayudante de Rafe.
—¿Y después Rafe se fue y él tomó el mando del rancho?
—Sí. Cuando su hermana se graduó, Rafe entró en el circuito de
rodeos. Víctor me contrató a los pocos meses.
—Y el rancho ha seguido siendo igual de próspero —concluyó Myriam,
sintiéndose orgullosa del trabajo realizado por Víctor. Tal vez su hermano
había comenzado la labor, pero era la tenacidad de Víctor la que mantenía
una calidad tan alta.
—Sí, es un rancho muy próspero, pero, ¿por qué te interesa saberlo?
¿Te preocupa tu salario? —preguntó la voz de Víctor, detrás de Myriam.
Ésta se volvió, sorprendiéndose de que Víctor hubiera llegado tan cerca
sin ser oído.
—No estaba preocupada, sólo sentía curiosidad —dijo Myriam,
desconcertada.
—Me pregunto por qué —Víctor miró a Lance y luego a Myriam—. ¿Qué
estás haciendo aquí fuera?
—He acabado con la casa y quería respirar un poco de aire fresco —
dijo Myriam, devolviéndole la mirada con expresión retadora.
—¿En el establo? —dijo Víctor con incredulidad.
— Myriam quería aprender cosas del rancho. Jack le ha contestado
algunas preguntas y yo iba a acompañarla a dar un paseo —dijo Lance
espontáneamente, mirando Víctor con descaro.
Víctor no prestó atención a su capataz sino que siguió mirando a Myriam
con ojos entornados.
—Ya te dije que yo te contestaría cualquier pregunta.
—No estabas aquí, y en cambio Lance y Jack sí.
—Pues ahora ya me tienes aquí.
—No me importa, jefe —intervino Lance.
—¿No tienes nada que hacer? —preguntó Víctor, volviendo la mirada
hacia el capataz.
—El informe del resultado del recuento, pero te lo puedo dar de
palabra.
—No, escríbelo. Cuando vengan los demás, escribe también sus datos.
Y ya que estás aquí, desensilla mi caballo —dijo Víctor, señalando el caballo
con la barbilla al tiempo que se acercaba a Myriam, la tomaba del brazo y la
sacaba del establo.
Lance titubeó un instante antes de encogerse de hombros y sonreír.
—Lo que tú digas, jefe.
Víctor llevó a Myriam hasta el patio. A lo lejos llegaban dos hombres más
a caballo.
—¿No tienes que preparar la cena?
—He hecho un guiso — Myriam intentó soltarse de su mano pero él la
asió con firmeza. A Myriam no le gustaba sentirse como una chiquilla
rebelde a la que obligaban a volver a casa.
—Te advertí que te mantuvieras alejada de los hombres.
—No he hecho nada malo, sólo algunas preguntas.
—¿Para tu libro?
—Tal vez algunas de ellas, pero las demás eran por pura curiosidad.
—¿Por qué? —Víctor se detuvo en seco.
—¿Y por qué no? Ahora vivo aquí, nunca he vivido en un rancho y
quiero aprender.
—Ya te dije que me preguntaras a mí.
—No me dijiste que no hiciera preguntas sobre el rancho, sólo que me
mantuviera alejada de tus hombres.
Víctor cambió de dirección y llevó a Myriam hasta el porche. Se sentó en
una de las mecedoras y Myriam ocupó otra a su lado.
—¿Alguna pregunta? —dijo él.
—Jack ha contestado casi todas —respondió Myriam.
—Él no me importa, pero aléjate de Lance.
—¿Por qué?
—No te quita ojo, le interesas. Y no quiero que mi capataz esté
distraído.
—Pareces un señor feudal. También él tiene derecho a tener una vida
al margen de la del rancho.
—No con una mujer que está aquí temporalmente y a la que le
interesan más las novelas y los romances que…
—¿Que? —preguntó Myriam intuyendo el final de la frase.
—Que las tareas de la casa.
—Eso no es lo que ibas a decir.
Víctor se quitó el sombrero y lo dejó caer al suelo de madera, junto a la
mecedora. Se pasó los dedos por el cabello y, apoyándose en el respaldo,
contempló a Myriam atentamente.
—Eso es lo que he dicho, da lo mismo lo que pensara decir.
—Tengo mucha imaginación.
—¿Es todo inventado? Me refiero a tu libro —dijo Víctor.
—Casi todo — Myriam miró en otra dirección y contempló las plantas de
algodón mecidas por el viento.
—¿No es experiencia de primera mano?
—Yo no tengo demasiada experiencia.
—Has estado prometida.
—¿Y qué tiene que ver eso con la experiencia?
—No lo sé. Háblame de tu compromiso.
Myriam se encogió de hombros, se acomodó en la mecedora y
comenzó a mecerse.
—No sé qué relación tiene esto con mi trabajo.
—No la tiene. Háblame de tu compromiso.
Myriam miró a Víctor y sus ojos se encontraron con su escrutadora
mirada.
—No hay mucho que contar. Mi padre me presentó a Don y
empezamos a salir juntos. Me llevaba a buenos restaurantes, a bailar, me
hacía regalos. Creí que era muy romántico y, cuando me pidió que me
casara con él, acepté.
—Claro, a todas las mujeres os gusta que os traten bien, pero ¿no se te
ocurrió pensar que teníais que construir una vida en común?
—Llegué a creer que estaba enamorada, pero ahora sé que sólo estaba
fascinada. Pronto me desilusioné, pero romper fue muy doloroso.
Más de lo que había pensado aun sabiendo que era la decisión
correcta. Casarse con Don hubiera sido un terrible error. Y la ruptura le
había hecho madurar.
—¿Por qué?
Myriam miró a Víctor.
—Tiene todo lo que una mujer desearía. Es rico, ocupa una posición
importante, tiene una casa preciosa y le encanta salir a bailar y a cenar.
—Suena como un novio modelo. Me sorprende que lo rechazaras.
—Cuanto más lo iba conociendo más me recordaba a mi padre. Me
pasé los primeros veintidós años de mi vida intentando agradar a un
hombre para el que nada era bastante. Sólo teníamos paz en la medida en
que hacía lo que él quería. Don era igual. Las cosas iban bien cuando
actuaba obedientemente, pero si le negaba algo se enfadaba.
—¿Qué le negaste?
Myriam se miró las manos y las enlazó con fuerza.
— Myriam, ¿qué le negaste? —insistió Víctor al verla vacilar.
—Acostarme con él, entre otras cosas. O querer tener una carrera
propia, por ejemplo.
Víctor se separó del respaldo con un movimiento brusco.
—¿Estabas prometida para casarte y no te acostaste con él?
Myriam sacudió la cabeza. Miró a Víctor de soslayo.
—Por lo que te sorprende deduzco que tú sí te acostaste con tu
prometida.
—Claro, íbamos a casarnos —dijo Víctor, a modo de explicación.
Myriam miró en otra dirección.
—¿Y cómo escribes novelas de amor si no tienes experiencia de
primera mano? —preguntó Víctor.
—Ya te he dicho que tengo mucha imaginación.
Víctor se inclinó y tomó la mano de Myriam.
—A veces la experiencia no puede ser sustituida por nada —murmuró.
—¿Estás ofreciéndote a ser el hombre que me la proporcione? —
preguntó Myriam con picardía. La mera idea le ponía el corazón en la
garganta. Si el contacto de su mano le hacia ansiar sentarse en su regazo,
¿qué le pasaría si tocara todo su cuerpo?
—Puedo proporcionarte la que quieras. Pero sólo como documentación
para tu novela —dijo Víctor.
Myriam sonrió.
—¿Qué podría ser sino documentación?
—No quiero que te hagas una idea equivocada. No tengo la menor
intención de casarme contigo.
—¿Casarte? ¿Qué te hace pensar eso?
—Te he oído hacer preguntas a Lance sobre las finanzas del rancho.
¿Querías averiguar si era un buen partido?
Myriam se sintió ofendida y tiró de la mano para soltarse de la de Víctor,
pero él se lo impidió.
—¡No quería saber si eras rico! Si hubiera querido casarme con un
hombre rico no habría dejado escapar a Don. No quiero casarme, punto.
Estoy harta de que los hombres me digan lo que debo hacer. Quiero tener la
oportunidad de hacer las cosas como yo quiera, de comprobar que puedo
valerme por mí misma. Jamás se me ocurriría atarme a un hombre
autoritario que se cree un regalo para las mujeres.
—Entonces, no tiene por qué haber ningún problema.
—¿Qué quieres decir?
—Yo te proporcionaré la experiencia que necesitas para el libro y luego
nos separaremos sin pretender nada el uno del otro.
Myriam miró a Víctor con ojos desorbitadamente abiertos. Durante una
larga pausa consideró la propuesta de Víctor. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Podía
arriesgarse a dejarse besar y abrazar por él para dar autenticidad a su
novela y luego marcharse sin mirar atrás?
Los besos de Don no le habían gustado. A él no lo echaba de menos.
Pero los de Víctor eran muy distintos, como lo eran todas las sensaciones que
le transmitía cuando la abrazaba.
Víctor vio la mezcla de emociones reflejada en el rostro de Myriam y
estuvo a punto de sonreír. Podía ver que estaba considerando la propuesta
desde todos los puntos de vista, pero no podía adivinar qué decisión
tomaría finalmente. ¿Querría Myriam explorar la hirviente sensualidad que
había entre ellos u optaría por permanecer segura y casta?
A Víctor le quemaba la mano cuando la tocaba. Ansiaba estrecharla en
sus brazos y besarla hasta desfallecer. Su cuerpo la reclamaba. Cuando
estaba a su lado, perdía el dominio de sí mismo y ésa era una sensación
que no le gustaba. Tal vez unos cuantos besos lo liberarían de un deseo que
crecía día a día.
Myriam hizo ademán de soltar la mano de Víctor y no supo si alegrarse o
sentirse desilusionada cuando él la dejó ir. Myriam lo miró y observó su
cabello despeinado, su piel bronceada, sus labios firmes que ya la habían
besado en más de una ocasión haciéndola perder el sentido, el mentón
firme que hacía pensar en su fuerza de carácter y sus enigmáticos ojos
grises.
—¿Me das tiempo para pensarlo?
—Claro —Víctor tomó su sombrero y se puso en pie. Se inclinó hacia
Myriam y la tomó por la barbilla—. La oferta está abierta hasta que te
decidas. Pero sólo me incluye a mí. Mantente alejada de mis hombres.
—Ya lo sé — Myriam esperó, conteniendo la respiración. Víctor no tenía
más que agacharse un poco y sus labios se rozarían.
—Nos vemos a la hora de cenar —dijo Víctor antes de desaparecer por el
lateral de la casa, dejando a Myriam sola y aturdida.
Myriam se hundió en la mecedora, avergonzada. Se había ofrecido a
Víctor y él la había rechazado. ¿Lo habría hecho porque no había aceptado su
proposición? ¿Se habría dado cuenta de cuánto deseaba ella que la besara?
Confiaba en que no. Incluso si aceptaba su oferta, quería conservar su
dignidad. No estaba dispuesta a depender de ningún hombre.
Se levantó y entró en la casa. Era hora de hacer el pan y poner la
mesa.
Estaba a punto de poner la masa del pan en el horno cuando sonó el
teléfono, sobresaltando a Myriam. Sonaba tan poco a menudo que tardó en
reaccionar; finalmente, fue a contestarlo.
—¿Hola?
—Hola, ¿está Víctor? —dijo una animada voz de mujer.
—Un momento — Myriam sintió una gran curiosidad. ¿Quién llamaba
Víctor?
Abrió la puerta trasera creyendo que tendría que ir a buscar a Víctor a
los establos pero lo vio apoyado en una valla, observando a uno de los
hombres mientras domaba un caballo.
—Víctor, al teléfono.
Víctor hizo un ademán para indicarle que la había oído y fue hacia la
casa.
Myriam volvió a su trabajo cuando Víctor tomó el auricular.
—¿Hola? ¡Hola, Gillian! ¿Qué hay?
Myriam metió el pan en el horno con mucho cuidado, sin dejar de
escuchar la conversación. Víctor no podía pretender que no lo oyera si
hablaba desde el teléfono de la cocina. Si hubiera querido hablar a solas
habría contestado en el despacho.
—¡Maldición! No, no, está bien. Voy retrasado. Acabo de llegar. Tardaré
una media hora en ducharme y vestirme. Llegaré antes de las ocho.
Myriam removió el guiso mientras todo su cuerpo estaba atento a la
conversación de Víctor. ¿Quién era Gillian y dónde iba a estar Víctor a las ocho?
Víctor colgó y se volvió hacia Myriam.
—No voy a venir a cenar.
—Quitaré tu plato —dijo Myriam sin apartar los ojos de la cazuela,
confiando en que su rostro no reflejase la curiosidad que sentía.
Víctor iba a salir con Gillian y Myriam la imaginó de inmediato como una
joven sofisticada de cabello cobrizo y ojos verdes, con un cuerpo explosivo.
Seguro que era seductora y fascinante y que Víctor caería en sus garras.
¿No acababa de hacerle una proposición a ella? ¿Cómo se atrevía a
marcharse con otra mujer? Levantó la vista para decir a Víctor que había
decidido rechazar su invitación, pero ya se había marchado.
Cuando los hombres fueron a cenar, Billy preguntó de inmediato por el
jefe.
—Va a salir —dijo Myriam, orgullosa de que su voz sonara normal.
Víctor bajó vestido con una camisa clara, una cazadora y pantalones de
algodón. Estaba guapísimo, pero Myriam consiguió dedicarle sólo una fugaz
mirada.
—¡Caramba, jefe, qué guapo te has puesto! ¿Tienes una cita
importante? —bromeó Billy.
El rostro de Víctor se ensombreció.
—Una amiga me ha pedido que la acompañe a una fiesta —dijo,
cortante.
—Pásalo bien, Víctor —dijo Jack.
—Yo también voy a ir al pueblo después de cenar. Es viernes por la
noche y he trabajado mucho toda la semana —dijo Billy.
—Sueles ir incluso cuando no has trabajado —comentó Lance.
Billy sonrió.
—Claro que sí. Así que noche de fiesta, ¿eh, jefe?
Myriam sintió la mirada de Víctor clavada en ella, pero mantuvo los ojos
fijos en su plato. El guiso había salido bien e intentó concentrarse en la
satisfacción que eso le proporcionaba. Pero le desilusionaba que Víctor no lo
probara.
—No vendré tarde —dijo Víctor.
—¿Te refieres a esta noche o a mañana por la mañana? —preguntó
Billy con un guiño pícaro.
—¡Billy! —le amonestó Lance—. Tranquilo jefe, y no te preocupes —
miró a Myriam—. Yo me ocuparé de todo.
Myriam levantó la mirada. Al oír la puerta cerrarse supo que Víctor se
había marchado.
—¿Quieres venir conmigo al pueblo a un bar de música country —
preguntó Lance, y su sonrisa levantó el ánimo abatido de Myriam.
Asintió. No estaba dispuesta a quedarse en casa y dejar que su
imaginación se disparara pensando en Víctor con la hermosa Gillian.
—Me encantaría, pero no sé si sabré bailar.
—Seguro que sí —Lance le guiñó un ojo y siguió comiendo.
Los hombres continuaron hablando sobre los planes que tenían para la
noche. Casi todos irían al pueblo, excepto Jack y Trevor que se iban a
quedar viendo la televisión.
Jack se ofreció a fregar y Myriam aceptó agradecida. En poco tiempo,
ella y Lance salieron camino del pueblo. Myriam estaba decidida a pasarlo
en grande y a hacer que Lance disfrutara de su compañía, así que ocultó el
dolor que la cita de Víctor le causaba y se esforzó por estar animada. Lance
rió con sus comentarios y le hizo suficientes preguntas como para que ella
pudiera contarle anécdotas entretenidas. El viaje a Cheyenne se hizo muy
corto y, en un abrir y cerrar de ojos, entraban en el club Last Roundup.
Lance era obviamente popular en el local y fue saludado
calurosamente. Al ver a unos conocidos en una mesa fue hacia ellos y
presentó a Myriam. Cuando ésta vio que las demás mujeres también iban
vestidas con vaqueros y camisetas, se relajó y en pocos minutos participaba
animadamente en la conversación general.
Fue una gran noche. Los hombres sacaban a las mujeres a bailar sin
darles respiro y las mujeres trataron a Myriam tan amistosamente que
pensó que podría llegar a hacerse amiga de varias de ellas. Si es que se
quedaba…
Cuando comentó que estaba escribiendo una novela de amor, todos se
volvieron hacia ella con preguntas y sugerencias. Algunos querían contarle
los momentos más románticos de su vida y otros comentar con ella las
ideas que tenían para escribir algún día su propia novela.
Al cabo de unos minutos era tal la algarabía que Myriam, riendo, hizo
un amplio ademán con los brazos.
—Tenéis que hablar de uno en uno. Ojalá tuviera papel y lápiz para
apuntar algunas de vuestras ideas, son excelentes.
—Podemos escribirlas y mandártelas. ¿Dónde vives?
—En el rancho Rafter C. Soy el ama de llaves.
—Claro, el rancho de Lance.
—No sabía que las amas de llave fueran tan bonitas. La de mi padre
era un coco —comentó uno de los hombres, guiñándole un ojo.
Myriam sonrió. La simpatía del grupo le hizo sentirse bienvenida y le
hubiera gustado quedarse con ellos para siempre.
Pero la velada llegó a su fin cuando el grupo de música tocó el último
tema y Lance le dijo que debían marcharse. Myriam se despidió con la
promesa de volver y, cabizbaja, se subió al jeep de Lance.
—Lo he pasado maravillosamente, Lance. Gracias por invitarme.
—Me alegro de que hayas venido. ¿Vas a poder usar algunas de las
sugerencias que te han hecho para tu libro?
Myriam sonrió.
—Tal vez una o dos. Me cuesta creer que algunos de los casos que han
contado sean verdad. Y sin embargo, otros eran tan sencillos como un ramo
de flores o una comida casera. Es curioso lo que la palabra «romántico»
evoca en cada persona.
—¿Y qué consideras tú romántico?
Myriam sacudió la cabeza.
—Depende. Las flores, por ejemplo.
Cuando Lance aparcó en el patio vieron una luz encendida en la cocina.
En el barracón de los trabajadores reinaba la oscuridad. El firmamento
estaba repleto de estrellas, la luna no era más que una línea dibujada en el
horizonte. Lance apagó el motor.
—¿Y qué más, Myriam?
—No lo sé. En mi novela quiero que la heroína haga pequeños regalos
al héroe. A él le resultará extraño y le agradará.
—¿Y piensas…?
La puerta del lado de Myriam se abrió bruscamente y el piloto del
coche se encendió, iluminando el interior.
—¿Dónde demonios habéis estado? —Víctor estaba fuera de sí. Se inclinó
hacia adelante y clavó la mirada en Lance—. ¿Tienes idea de lo tarde que
es?
—Las dos pasadas —dijo Lance, apoyándose contra su puerta y
mirando a su jefe con una sonrisa en los labios.
—¡Si querías salir podías habérmelo dicho! —dijo Víctor a Myriam,
alargando la mano para desabrocharle el cinturón.
—Lo que me apetezca hacer fuera del horario de trabajo no es asunto
tuyo —dijo Myriam, apartándole la mano y soltando ella misma el cinturón.
Cuando Víctor alargó la mano de nuevo para sujetarla, Myriam le dio un golpe
—. ¡No me toques!
Myriam se volvió hacia Lance, irritándose al ver que la escena lo
divertía.
—Gracias una vez más.
—Buenas noches, Myriam, que duermas bien —Lance le pasó un dedo
por la mejilla.
Víctor esperó junto a la puerta muy erguido aunque por dentro sentía la
ira en oleadas cada vez más violentas. Myriam caminó con la cabeza muy
alta, evitando rozarse con él. Víctor avanzó a su lado.
—¿Dónde habéis estado? —masculló.
—Por ahí —contestó ella, entrando en la cocina con paso decidido y
haciendo ademán de seguir hacia su dormitorio sin detenerse.
Víctor la obligó a volverse sujetándola por los hombros.
—¡Te he hecho una pregunta y quiero una respuesta!
—Hemos ido al Last Roundup, donde he conocido a una gente
encantadora y lo he pasado maravillosamente —dijo Myriam, elevando el
tono de voz. También ella podía enfadarse. ¿Quién se creía Víctor que era?
¿Su padre?—. De todas formas no es asunto tuyo. ¿Acaso te he preguntado
yo por tu cita?
—No era una cita. ¿Y lo tuyo con Lance?
—Define la palabra «cita». ¿No es una cita ir a recoger a una mujer
para llevarla a una fiesta?
—Te he advertido que te mantengas alejada de Lance.
—¿Y que me quede en casa como una hija obediente mientras tú te vas
a ligar? Ni hablar.
Víctor dejó escapar el aire con exasperación.
—¿Es por eso? ¿Estás celosa porque he llevado a Gillian a una fiesta?
Me lo pidió hace semanas. Antes de que te conociera.
Myriam se encogió de hombros y se liberó de las manos de Víctor.
—No tienes por qué darme explicaciones. Haz lo que quieras con tu
vida, y yo haré lo que quiera con la mía.
—Mientras trabajes para mí, harás lo que yo te mande. Aléjate de
Lance y de los demás hombres del rancho.
—¿O? — Myriam se volvió con ojos relampagueantes.
—O te despido.
Myriam sostuvo la mirada de Víctor. Estaba tan furiosa que iba a estallar,
pero tomó aire. No podía perder su trabajo por un hombre al que sólo la
unían lazos de amistad, sin embargo, tampoco podía consentir que Víctor la
tratara de aquella manera. Le recordaba demasiado a su padre.
—¿Quién te ha dicho que eres el rey? —dijo, entre dientes—. Pienso ver
a quien me dé la gana en mi tiempo libre. ¿Quién te ha dicho que puedes
decidir qué debo hacer con mi vida amorosa? ¿Es así como tratas a todos
los que trabajan en el rancho? No sé cómo te aguantan.
Víctor se pasó los dedos por el cabello y su enfado pareció evaporarse.
—Tienes razón. Lo siento. No es asunto mío. Debía haber aprendido.
Myriam lo miró atónita y también su ira se disipó. ¿Había oído bien?
—¿Qué quieres decir?
Víctor se volvió y fue lentamente hasta la puerta para cerrarla.
—No tengo derecho a intervenir en tu vida privada ni a pedirte que no
te relaciones con Lance. Ya lo intenté en una ocasión: le dije a mi cuñado
que dejara en paz a mi hermana. Y a ella le costó mucho perdonármelo. Debía
haber aprendido la lección. Puedes ver a quien te dé la gana,
evidentemente, siempre que no afecte a tu trabajo o al de él. Vete a la
cama, Myriam.
Myriam no quería marcharse. Ver que Víctor no podía mirarla a la cara
porque se sentía avergonzado la enterneció. Y le hizo recordar la oferta que
Víctor le había hecho en el porche.
—¿No vas a darme un beso de buenas noches?
Víctor se volvió con ojos brillantes.
—¿Has pensado en mi oferta?
Myriam asintió.
—¿Y?
—Sigo sin estar segura.
—Entonces, dejaremos los besos para más adelante.
Myriam se pasó la lengua por los labios.
—Nunca había considerado la posibilidad de tener un amante —dijo,
pausadamente.
—Iremos tan lejos como tú quieras.
Myriam asintió. Sentía que se asfixiaba. Víctor la miró y ella estuvo a
punto de refugiarse en sus brazos y satisfacer el deseo que la atenazaba.
Quería sentir sus besos, y toda la fuerza de su cuerpo contra la blandura del
suyo. Pero tenía miedo. ¿Y si sus sentimientos la traicionaban? ¿Sería capaz
de jugar al amor y salir ilesa del juego?
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 8
—Vete a la cama —dijo Víctor dulcemente.
Myriam vaciló. Hubiera deseado atreverse a aceptar su temerario plan
y no sentirse tan insegura y titubeante. Deseaba sobre todo no sentir una
atracción tan irresistible por aquel ranchero cuyo interés en ella era
meramente carnal.
—Esta noche he conocido a mucha gente estupenda en el bar. Cuando
les he dicho que estaba escribiendo una novela romántica me han sugerido
muchas ideas.
Sin dejar de mirar a Myriam fijamente, Víctor se apoyó en la puerta y se
cruzó de brazos.
—¿Y?
—Se me ha ocurrido que podía hacer una consulta general sobre lo que
significa ser romántico para la gente e incorporar las mejores ideas a mi
libro.
—No me parece mal, pero no lo necesitas.
—¿Por qué no? —preguntó Myriam, sorprendida.
—Escribe lo que para ti sea romántico. Después de todo, eres una
mujer.
—¿Pero cómo voy a describir lo que es romántico para un hombre?
—Ya te he dicho que estoy a tu disposición mientras estés aquí.
—¿Para contarme lo que significa para ti ser romántico?
Víctor se encogió de hombros.
—Si eso es todo lo que quieres…
—Creía que tú querías más.
—Y así es. Pero si quieres marcar un límite, estoy dispuesto a
aceptarlo. Pero eres tú quien tiene que decidirlo, Myriam. Yo no voy a
hacerlo por ti.
Myriam estaba desconcertada. No podía imaginarse a su padre o a Don
diciendo algo así. Se quedó mirando a Víctor en silencio, consciente de que
era ella quien debía dar el siguiente paso. Y sabía lo que quería hacer
porque todos sus sentidos le exigían una única cosa: sentir la electricidad
que la recorría cada vez que Víctor la tocaba y entregarse a la sensualidad
que la dominaba hasta hacerla olvidar todo lo demás. Pero tenía miedo. De
sí misma y de Víctor. Titubeó.
—Podría hacer una encuesta en el rancho.
—No.
Myriam levantó la barbilla.
—¿Por qué no?
—Distraerías a mis hombres.
—Lo haría fuera de horas de trabajo.
—No.
—Dame una razón.
—Ya te la he dado.
Myriam se sintió frustrada.
—Me recuerdas a mi padre, dando órdenes a diestro y siniestro sin
justificarlas. De acuerdo, no haré ninguna pregunta a los hombres mientras
estemos en Rafter C.
Víctor la miró con expresión dubitativa.
—Ni dentro ni fuera.
Myriam le dedicó una sonrisa triunfante.
—No puedes controlar lo que haga cuando no esté en el rancho. La
próxima vez que salga con Lance le interrogaré tanto como quiera.
Víctor se separó de la puerta bruscamente y fue hacia Myriam a grandes
zancadas. Ella lo observó, retadora, sintiendo aumentar la tensión y
estremeciéndose interiormente con la anticipación de lo que podía ocurrir.
Le gustaba provocar a Víctor.
—¿A qué juegas, Myriam? ¿Estás probando mi paciencia? ¿Por qué
insistes en quedarte? Dices que quieres escribir un libro y no te he visto
sentarte a trabajar ni un solo día. Además, coqueteas con mis hombres y
haces preguntas sobre el rancho. ¿Qué quieres? ¿Poner a prueba tu
femineidad?
Desilusionada, Myriam negó con la cabeza. Víctor la había
malinterpretado.
—No —musitó—. Quiero escribir un libro. Pero hasta que lo acabe,
necesito ganar dinero. Lo siento, me he pasado.
¿Cómo podía explicarle el impulso que sentía de provocarlo hasta verlo
ceder? ¿Cómo iba a hacérselo comprender cuando ni ella misma lo
entendía?
—Vete a la cama —dijo Víctor por tercera vez.
—Buenas noches — Myriam se volvió y corrió hasta su dormitorio.
Había querido que Víctor la besara sin pedirle permiso. No se sentía
capaz de tomar la decisión que él le exigía. ¿O acaso sí?
Víctor la observó marcharse y arrugó la frente. La deseaba como no
había deseado a ninguna mujer en mucho tiempo, pero no confiaba en ella.
Había creído que Jeannie era honesta y sincera antes de descubrir que le
importaba más el dinero que construir una vida en común.
Myriam parecía ser distinta, pero no estaba seguro, ni le importaba. Sí
acababa accediendo a su propuesta explorarían juntos la sensualidad que
fluía entre ellos, y todo acabaría cuando se marchara.
Confiaba en que decidiera que quería adquirir experiencia de primera
mano para su libro, y, sobre todo, que tomara la decisión lo antes posible.
Aunque en teoría el sábado era su día libre y la noche anterior no se
había acostado hasta las tres de la madrugada, Myriam se levantó temprano
e hizo el desayuno como todos los días. No había dormido bien, pero decidió
que, si lo necesitaba, echaría una siesta. Entre tanto, quería desayunar y no
le importaba preparar algo de comer para todos.
Preparó tostadas y bacón y lo metió en el horno para mantenerlos
calientes. Los hombres fueron apareciendo de uno en uno. Excepto Billy y
Víctor. Myriam se preguntó si seguiría durmiendo.
Con la excitación de saber que tenía todo el día por delante, recogió la
cocina y fue al despacho. Encendió el ordenador, abrió el último capítulo en
el que había trabajado, lo releyó y lo encontró espantosamente soso. Con
un suspiro de resignación, comenzó a corregirlo, buscando darle la chispa
que le faltaba.
Sin embargo, no podía concentrarse. Miró por la ventana y pensó en lo
que Víctor le había dicho. Era cierto que le faltaba experiencia y que tal vez lo
mejor sería aceptar su oferta. Víctor le había dicho que cumpliría sus
condiciones. ¿Significaba eso que ella, Myriam, podía tomar de él lo que
quisiera, marcando los límites, por ejemplo, negándose a acostarse con él?
Ella no quería llegar tan lejos en una relación sin amor ni compromiso. Aun
así, los besos de Víctor la quemaban y hacían reaccionar cada poro de su
cuerpo. Ansiaba despeinarle el cabello, palpar su musculosa espalda, sentir
el sabor de su piel.
Y estaba segura de que si lograba capturar las sensaciones que Víctor
despertaba en ella cada vez que lo tenía cerca, su libro adquiriría la chispa
de la que carecía hasta ese momento. Había llegado la hora de tomar una
decisión. ¿Estaba dispuesta a explorar los límites de la vida o prefería
mantenerse a salvo tal y como su padre le había enseñado a hacer?
—Las palabras no se van a escribir por sí mismas —dijo Víctor, en tono
divertido.
Myriam se volvió bruscamente. Sólo verlo hizo que su corazón se
acelerara. Estaba más atractivo que nunca.
—Estaba pensando.
—Ya lo sé —Víctor entró en la habitación con el paso relajado que le
caracterizaba y que para Myriam era como poesía en movimiento—. Si
quieres ver el rancho ven conmigo. Tengo que dar una vuelta a caballo.
—¡Genial! —sin pensar dos veces en su manuscrito, Myriam apagó el
ordenador y se puso de pie—. Tengo que ponerme las botas.
—De acuerdo. Te espero en el cobertizo. ¿Tienes un sombrero?
Myriam sacudió la cabeza.
—Te buscaré uno. Date prisa.
—¿Has desayunado? —preguntó Myriam.
—Sí, gracias por preparar el desayuno, no tenías que haberte
molestado. El sábado es tu día libre.
—No ha sido ningún esfuerzo. Enseguida vuelvo — Myriam corrió hasta
su dormitorio. No podía creer que Víctor le pidiera que pasara el día con él. La
excitación la embriagaba.
En poco tiempo cabalgaban juntos fuera de los dominios de la casa. La
hierba se hizo más alta y susurraba al paso de los caballos.
—¡Qué maravilla! —dijo Myriam, admirada.
—Nunca me ha tentado vivir en ningún otro lugar —comentó Víctor.
—Te aseguro que he estado en muchos sitios, y éste es el más
hermoso de todos.
—¿Por ejemplo?
—Mi padre es funcionario del Estado. Hemos vivido en Washington,
Virginia, Texas, California, y más recientemente, en Colorado.
—Habéis viajado mucho.
—Sí. Cuando encuentre el lugar donde quiero estar, pienso quedarme
allí para siempre. Odio estar en constante movimiento, hacer nuevos
amigos, tener una permanente sensación de desarraigo. Me alegro de haber
conocido distintas áreas del país, pero ya he tenido bastante.
—Mi padre compró este terreno antes de casarse. Pertenece a mi
familia desde hace treinta y cinco años. He vivido aquí toda mi vida,
excepto los años que fui a la universidad. No puedo imaginarme qué se
siente viajando constantemente.
—No es nada divertido, te lo aseguro. Eres muy afortunado — Myriam
miró en torno con melancolía. Le hubiera encantado pertenecer a un lugar
como aquél y saber que pertenecería a su familia generación tras
generación.
—¿Qué tal montas? —preguntó Víctor.
—Puedo manejarme. ¿Quieres ir más deprisa? — Myriam sonrió.
—Sí —Víctor puso su caballo al trote y Myriam lo siguió.
Se dirigió hacia una plantación de algodón, próxima a un estanque y
disminuyó la velocidad. Al cabo de unos minutos, desmontó y le pasó las
riendas a Myriam.
—Tengo que comprobar una cosa.
Desapareció entre los arbustos y Myriam le vio estudiar la tierra y los
caminos que iban hacia el estanque. Rodeó éste y volvió junto a Myriam.
—¿Estás buscando algo?
—Quería asegurarme de que no había huellas de lobos. Suelen atacar a
los terneros.
—Es todo tan hermoso que cuesta pensar en el instinto asesino de
algunas criaturas.
—Todo ello forma parte de la vida.
Myriam asintió con la mirada fija en Víctor. Los dedos con los que
sujetaba las riendas se le agarrotaron y sintió que se le formaba un nudo en
la garganta.
—¿ Myriam?
—¿Sí?
—¿Has tomado ya una decisión?
La voz aterciopelada de Víctor atravesó a Myriam como una corriente de
energía sexual. Respiró profundamente. Su vida dependía de una sola
palabra. ¿Estaba dispuesta a arriesgarse?
—Sí.
Le devolvió las riendas a Víctor y desmontó. Acercándose a él, elevó la
mano y le acarició la mejilla.
—He decidido que sería maravilloso adquirir cierta experiencia para
plasmarla en mi libro.
Solamente la presencia de Víctor le aportaba nuevas sensaciones.
Capturaría toda la felicidad que sentía en ese instante y la reservaría para
cuando tuviera que partir.
Víctor dejó escapar el aliento lentamente, como si hubiera estado
reteniéndolo.
Los dedos de Myriam temblaron sobre su mejilla y él posó su mano
sobre la de ella, estrechándosela con fuerza.
—No te haré daño —dijo con voz ronca.
Sin apartar sus ojos de los de él, Myriam asintió. Él la miró como si la
viera por primera vez y de pronto, sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Eres una mujer muy hermosa, Myriam Montemayor. Ese Don debía ser un
estúpido si te dejó escapar.
Myriam sintió un placer que irradió calor por todo su cuerpo y hubiera
querido poder atrapar la sensación en una botella para poder abrirla
siempre que quisiera. Sonrió a Víctor, convencida de que nada podría
estropear la perfección de aquel día.
Víctor descendió lentamente sobre ella hasta que su aliento le acarició la
mejilla. Myriam pudo ver sus ojos encendidos por el deseo y se estremeció.
Víctor se inclinó aún más y ella cerró los ojos. Entonces Víctor la rozó levemente
hasta que reclamó sus labios con la presión de los de él y le dio un
beso, preludio de numerosas promesas.
Tomando la mano de Myriam, se la puso detrás de la nuca y soltándola,
la atrajo por la espalda hacia sí. Sus labios acariciaron los de ella
obligándola a abrirlos, su lengua se los recorrió lentamente antes de
profundizar en la húmeda cavidad de su boca para explorar todos su
resquicios, sacudiéndola con una sucesión de oleadas de palpitante deseo.
El sombrero se le cayó al suelo, pero Myriam ni lo notó. Su caballo se
revolvió pero no lo oyó. Todo su ser se centraba en la boca y el cuerpo de
Víctor y en las sensaciones que éste le transmitía. El calor era cada vez más
intenso, el deseo era casi doloroso y el placer burbujeaba en su interior en
todas direcciones, a una velocidad vertiginosa. Y Víctor seguía besándola.
Myriam se aferraba a él temiendo que toda aquella intensidad le hiciera
perder el sentido. Se sentía girar sobre un eje de luz y calor. Era el paraíso.
La más extraordinaria sensación que había experimentado en su vida.
Muy lentamente, Víctor concluyó el beso y separó su boca unos
milímetros de Myriam, sin separar su cuerpo.
—¡Qué agradable! —susurró, segura de que sus mejillas estaban rojas
del calor que irradiaba de todo su cuerpo.
—¿Agradable? —sonrió Víctor—. ¿Es eso todo lo que se te ocurre decir?
No me parece suficiente para tu libro. ¿Quieres que sigamos practicando?
Myriam lo miró aturdida. Asintió lentamente y cerró los ojos,
entreabriendo los labios para ofrecerlos al siguiente beso. Intentaría definir
con exactitud qué le hacía sentir…
Pero, en cuanto los labios de Víctor se posaron sobre los de ella,
desapareció cualquier posibilidad de hacer un análisis racional. Y aun menos
cuando Víctor llevó sus manos hasta sus senos, apretándoselos con fuerza y
disparando dardos de deseo hacia sus entrañas. Myriam no podía pensar,
sólo sentir. Y las sensaciones eran milagrosas, únicas.
Los dos jadeaban cuando Víctor acabó el beso.
—¿Y?
—Muy agradable.
Víctor dejó escapar un gruñido y apoyó su frente en la de Myriam.
—¿Qué tengo que hacer para que digas algo más expresivo que
agradable?
Myriam río quedamente y frotó su nariz contra la de él.
—Creo que tengo problemas. Me has derretido el cerebro y no sé decir
otra palabra. Te juro que tus besos son mucho más que agradables. Nunca
me habían besado tan… agradablemente.
—Cuando lleguemos a casa voy a buscar un diccionario de sinónimos
para ti.
—¿No te han parecido agradables? —preguntó Myriam, desconcertada.
—No. Me han parecido tan arrebatadores que he querido quitarte la
camisa y sentir tu piel de seda. Quiero sentir cada milímetro de tu cuerpo,
sentir el peso de tus senos en mis manos, comprobar si acariciar con mi
boca otras partes de tu cuerpo me hace enloquecer como lo logra besar tus
labios.
Myriam tragó saliva. Víctor invocaba una imagen tan vívida en su mente
como si la escena ya hubiera sucedido. Pero todo iba demasiado deprisa
para ella. Por un instante tuvo la tentación de ceder, pero supo que necesitaba
mantener la cordura.
Carraspeando, se apartó de Víctor.
—Quizá debamos frenar un poco —dijo, mirándole a los ojos. No quería
desilusionarlo, pero ella necesitaba ir poco a poco.
—Estamos yendo despacio —dijo él.
—Para mí no.
Víctor suspiró profundamente, la soltó y se agachó para recoger el
sombrero de Myriam y ponérselo en la cabeza delicadamente.
—Tú mandas. Iremos al ritmo que quieras. Pero la única culpable de
que me impaciente eres tú. Besarte es como prender fuego a un bidón de
gasolina. Me haces estallar.
Myriam lo miró con ojos resplandecientes.
—Víctor, dices las cosas más maravillosas. Voy a usarlas en el libro.
Víctor arrugó la frente.
—No las digo para que las escribas.
—Pero yo creía que querías ayudarme a escribir mi libro.
Víctor le pasó el pulgar por los labios.
—La idea era proporcionarte experiencia para que tu escritura sea más
realista. Pero, además, queremos pasarlo bien juntos.
—De acuerdo — Myriam sonrió con todo su corazón—. Pues yo lo estoy
pasando muy bien.
—Ya lo veo. Gracias a mis agradables besos.
Myriam asintió.
—Ya pensaré en otros adjetivos si eso te hace sentir mejor.
—No, me gusta saber que mis besos sólo son agradables, así tendré
que perfeccionar mi técnica. No me importaría que de vez en cuando fueran
maravillosos o incluso excitantes.
—Han sido maravillosos.
—Ahora no vale cambiar. Has dicho que eran agradables. Tendré que
esforzarme más, eso es todo.
El tono bromista de Víctor enterneció y sorprendió a Myriam, además de
halagarla. Víctor no era sólo el hombre más atractivo del mundo sino que se
reía de sí mismo y la hacía reír. ¿Sería consciente de cómo la afectaba con
sólo acercarse a ella? Sus bromas la divertían y le hacían desear poder ser
su amiga para siempre. Y aunque Myriam no quería cambiar de planes,
pensó que si su libro no se vendía, no le importaría quedarse algo más de
tiempo en Rafter C.
Víctor le aseguró el sombrero en la cabeza.
—Vamos, Myriam, es hora de montar.
Para cuando volvieron a casa, atardecía. Víctor le había mostrado las
reses y los terneros y le había explicado cómo los marcaban y los llevaban
al mercado. Myriam disfrutaba aprendiendo las distintas facetas del rancho
y además adoraba oír la voz de Víctor. Con cada palabra que decía ponía de
manifiesto cuánto amaba al rancho. Y Myriam no se cansaba de
contemplarlo.
—Gracias —dijo Myriam cuando llegaron al cobertizo—. Ha sido un día
maravilloso.
—Me alegro. Entra y lávate. Yo me ocupo de los caballos.
—Voy a preparar la cena —dijo ella, desmontando ágilmente. Al tocar
el suelo se dio cuenta de que las piernas le temblaban y se asió a la silla
para disimular. No quería que Víctor se diera cuenta; estaba segura de Gillian
podía montar durante horas sin que se le resintiera ni un solo músculo.
Víctor sujetó las riendas y asintió.
—Prepara algo ligero. Los hombres ya habrán cenado.
—¿Sopa y sándwiches? —sugirió Myriam, comprobando que las rodillas
la sostendrían.
—¿Manteca de cacahuete otra vez?
Myriam levantó la nariz con gesto indignado y se encaminó hacia la
casa. Antes de llegar se volvió, mirando a Víctor con desdén.
—Hago unos sándwiches de mantequilla de cacahuete fabulosos. Más
quisieras tú que te preparara uno.
Víctor rió quedamente y fue hacia el cobertizo.
Myriam esperó a verlo entrar para meterse en la casa. Se daría una
ducha rápida y prepararía algo de comer. Sería agradable estar solos para
cenar.
Para cuando se duchó y se cambió, estaba dolorida y exhausta. La falta
de sueño de la noche anterior combinada con la larga cabalgata la habían
cansado de tal forma que no estaba segura de ser capaz de esperar a la
cena. Pero no quería perder la oportunidad de estar con Víctor. Y tal vez
después de cenar aceptaría la oferta de buscar un diccionario de sinónimos.
Myriam había creído que cenarían en la intimidad, pero había olvidado
el reclamo que tenía la casa para los trabajadores y, aunque casi todos se
habían ocupado de cenar algo fuera, Jack apareció para tomar café, Billy por
si quedaba algo de postre y Trevor y Pete se acercaron a ver por qué los
otros dos se retrasaban.
Dándose por vencida, Myriam acabó de cenar, metió su plato en el
friegaplatos y se fue al despacho. Si Víctor quería hablar con sus hombres,
ella trabajaría en su libro. Encendió el ordenador con sus mejores intenciones,
pero en cuanto vio la pantalla en blanco supo que no podría hacer
nada: estaba tan cansada que apenas podía mantener los ojos abiertos.
¿Cómo iba a pretender hacer algo creativo?
La vieja casa le resultaba extremadamente acogedora y era
tranquilizador oír el murmullo de las voces de los hombres. Fuera, el viento
soplaba con suavidad, acariciando las hojas de los árboles. El reloj de pared
marcaba suavemente los segundos. Quizá cerraría los ojos unos segundos.
Si así no lograba espabilarse, se iría a la cama.
—¿ Myriam? —Víctor la sacudió delicadamente.
Myriam abrió los párpados con lentitud y lo miró.
—¿Qué? —pestañeó para intentar despertarse. Miró en torno y
comprobó que estaba en el despacho.
—Vete a la cama, Myriam. Te has dormido sobre el escritorio —dijo él,
dulcemente.
—Como siga así no voy a acabar nunca el libro —protestó Myriam.
—Mañana puedes trabajar en él. Es domingo y tienes todo el día libre.
Myriam sonrió. Quería que su héroe fuera idéntico a Víctor, con la misma
voz aterciopelada, su devastadora sonrisa y sus delicadas manos.
—Vamos, Myriam —Víctor la tomó en brazos.
—Puedo ir andando —dijo ella, abrazándose a su cuello y apoyando la
cabeza en su hombro. Cerró los ojos y se dejó llevar por la gozosa sensación
de ser llevada en brazos. Ningún hombre lo había hecho antes—. ¿No te
peso demasiado?
—Sí, una tonelada —dijo él, con una risita.
Myriam separó la cabeza bruscamente.
—¡Suéltame!
—¿Para que te quedes dormida de pie? —preguntó él, comenzando a
subir las escaleras.
—Anoche no dormí demasiado bien — Myriam decidió no protestar y
dejarse llevar por Víctor. Cerró los ojos y se acurrucó entre sus brazos.
—Y mañana tenemos mucho que hacer.
—Mmm — Myriam estaba segura de que sería un día maravilloso.
Víctor abrió la puerta del dormitorio de Myriam, cruzó la habitación y
dejó a Myriam sobre la cama. Ella mantuvo los ojos cerrados mientras él le
quitaba los zapatos y la cubría con la colcha.
—Hasta mañana —dijo, al acabar.
Myriam sonrió, se dio media vuelta y se quedó dormida.
Víctor la observó un largo rato, admirando la inocencia con que dormía.
Recordó a Jeannie y cómo ella lo tenía todo calculado. Al conocerla, había
creído que era espontánea y natural, pero pensándolo en retrospectiva, se
daba cuenta de que había manipulado las circunstancias para que se
adaptaran a sus intereses. De no haberla encontrado en brazos de otro
hombre, Víctor se habría casado con ella. De no haberla oído admitir que el
dinero era lo más importante para ella, tal vez se hubiera dejado convencer
cuando Jeannie intentó darle una explicación del apasionado abrazo que
acababa de interrumpir.
¿Sería Myriam capaz de actuar con la misma premeditación? Aunque
no le había dado ningún motivo de sospecha, Víctor ya no confiaba en
ninguna mujer. No sabría si sería capaz de volver a entregar su corazón; lo
dudaba. Pero si lo hacía, buscaría una mujer en la que pudiera confiar
plenamente, alguien como su madre y no alguien lleno de sueños
atolondrados. A su madre no se le olvidaba secar la ropa, no se le
quemaban las comidas ni se equivocaba con las cantidades. Y desde luego,
jamás la había visto soñar despierta.
Confiaba en que Myriam comenzara al día siguiente a trabajar en su
libro ya que cuanto antes lo terminara, antes conseguiría él recuperar la
calma.
Víctor dejó la habitación sin mirar atrás. No conseguía que el deseo que
sentía por Myriam disminuyera. Sus besos eran una extraña mezcla de
inocencia y sensualidad. La manera en que lo miraba con sus grandes ojos
llenos de ingenuidad le hacía sentir un superhéroe, pero él sabía bien a
dónde le podía conducir ese sentimiento. Myriam estaba allí sólo
temporalmente y él estaba dispuesto a seguirle el juego hasta que se
marchara. Pero entonces, todo terminaría entre ellos. Y si Myriam no tenía
más cuidado, su partida podía producirse antes de lo que esperaba.
—Vete a la cama —dijo Víctor dulcemente.
Myriam vaciló. Hubiera deseado atreverse a aceptar su temerario plan
y no sentirse tan insegura y titubeante. Deseaba sobre todo no sentir una
atracción tan irresistible por aquel ranchero cuyo interés en ella era
meramente carnal.
—Esta noche he conocido a mucha gente estupenda en el bar. Cuando
les he dicho que estaba escribiendo una novela romántica me han sugerido
muchas ideas.
Sin dejar de mirar a Myriam fijamente, Víctor se apoyó en la puerta y se
cruzó de brazos.
—¿Y?
—Se me ha ocurrido que podía hacer una consulta general sobre lo que
significa ser romántico para la gente e incorporar las mejores ideas a mi
libro.
—No me parece mal, pero no lo necesitas.
—¿Por qué no? —preguntó Myriam, sorprendida.
—Escribe lo que para ti sea romántico. Después de todo, eres una
mujer.
—¿Pero cómo voy a describir lo que es romántico para un hombre?
—Ya te he dicho que estoy a tu disposición mientras estés aquí.
—¿Para contarme lo que significa para ti ser romántico?
Víctor se encogió de hombros.
—Si eso es todo lo que quieres…
—Creía que tú querías más.
—Y así es. Pero si quieres marcar un límite, estoy dispuesto a
aceptarlo. Pero eres tú quien tiene que decidirlo, Myriam. Yo no voy a
hacerlo por ti.
Myriam estaba desconcertada. No podía imaginarse a su padre o a Don
diciendo algo así. Se quedó mirando a Víctor en silencio, consciente de que
era ella quien debía dar el siguiente paso. Y sabía lo que quería hacer
porque todos sus sentidos le exigían una única cosa: sentir la electricidad
que la recorría cada vez que Víctor la tocaba y entregarse a la sensualidad
que la dominaba hasta hacerla olvidar todo lo demás. Pero tenía miedo. De
sí misma y de Víctor. Titubeó.
—Podría hacer una encuesta en el rancho.
—No.
Myriam levantó la barbilla.
—¿Por qué no?
—Distraerías a mis hombres.
—Lo haría fuera de horas de trabajo.
—No.
—Dame una razón.
—Ya te la he dado.
Myriam se sintió frustrada.
—Me recuerdas a mi padre, dando órdenes a diestro y siniestro sin
justificarlas. De acuerdo, no haré ninguna pregunta a los hombres mientras
estemos en Rafter C.
Víctor la miró con expresión dubitativa.
—Ni dentro ni fuera.
Myriam le dedicó una sonrisa triunfante.
—No puedes controlar lo que haga cuando no esté en el rancho. La
próxima vez que salga con Lance le interrogaré tanto como quiera.
Víctor se separó de la puerta bruscamente y fue hacia Myriam a grandes
zancadas. Ella lo observó, retadora, sintiendo aumentar la tensión y
estremeciéndose interiormente con la anticipación de lo que podía ocurrir.
Le gustaba provocar a Víctor.
—¿A qué juegas, Myriam? ¿Estás probando mi paciencia? ¿Por qué
insistes en quedarte? Dices que quieres escribir un libro y no te he visto
sentarte a trabajar ni un solo día. Además, coqueteas con mis hombres y
haces preguntas sobre el rancho. ¿Qué quieres? ¿Poner a prueba tu
femineidad?
Desilusionada, Myriam negó con la cabeza. Víctor la había
malinterpretado.
—No —musitó—. Quiero escribir un libro. Pero hasta que lo acabe,
necesito ganar dinero. Lo siento, me he pasado.
¿Cómo podía explicarle el impulso que sentía de provocarlo hasta verlo
ceder? ¿Cómo iba a hacérselo comprender cuando ni ella misma lo
entendía?
—Vete a la cama —dijo Víctor por tercera vez.
—Buenas noches — Myriam se volvió y corrió hasta su dormitorio.
Había querido que Víctor la besara sin pedirle permiso. No se sentía
capaz de tomar la decisión que él le exigía. ¿O acaso sí?
Víctor la observó marcharse y arrugó la frente. La deseaba como no
había deseado a ninguna mujer en mucho tiempo, pero no confiaba en ella.
Había creído que Jeannie era honesta y sincera antes de descubrir que le
importaba más el dinero que construir una vida en común.
Myriam parecía ser distinta, pero no estaba seguro, ni le importaba. Sí
acababa accediendo a su propuesta explorarían juntos la sensualidad que
fluía entre ellos, y todo acabaría cuando se marchara.
Confiaba en que decidiera que quería adquirir experiencia de primera
mano para su libro, y, sobre todo, que tomara la decisión lo antes posible.
Aunque en teoría el sábado era su día libre y la noche anterior no se
había acostado hasta las tres de la madrugada, Myriam se levantó temprano
e hizo el desayuno como todos los días. No había dormido bien, pero decidió
que, si lo necesitaba, echaría una siesta. Entre tanto, quería desayunar y no
le importaba preparar algo de comer para todos.
Preparó tostadas y bacón y lo metió en el horno para mantenerlos
calientes. Los hombres fueron apareciendo de uno en uno. Excepto Billy y
Víctor. Myriam se preguntó si seguiría durmiendo.
Con la excitación de saber que tenía todo el día por delante, recogió la
cocina y fue al despacho. Encendió el ordenador, abrió el último capítulo en
el que había trabajado, lo releyó y lo encontró espantosamente soso. Con
un suspiro de resignación, comenzó a corregirlo, buscando darle la chispa
que le faltaba.
Sin embargo, no podía concentrarse. Miró por la ventana y pensó en lo
que Víctor le había dicho. Era cierto que le faltaba experiencia y que tal vez lo
mejor sería aceptar su oferta. Víctor le había dicho que cumpliría sus
condiciones. ¿Significaba eso que ella, Myriam, podía tomar de él lo que
quisiera, marcando los límites, por ejemplo, negándose a acostarse con él?
Ella no quería llegar tan lejos en una relación sin amor ni compromiso. Aun
así, los besos de Víctor la quemaban y hacían reaccionar cada poro de su
cuerpo. Ansiaba despeinarle el cabello, palpar su musculosa espalda, sentir
el sabor de su piel.
Y estaba segura de que si lograba capturar las sensaciones que Víctor
despertaba en ella cada vez que lo tenía cerca, su libro adquiriría la chispa
de la que carecía hasta ese momento. Había llegado la hora de tomar una
decisión. ¿Estaba dispuesta a explorar los límites de la vida o prefería
mantenerse a salvo tal y como su padre le había enseñado a hacer?
—Las palabras no se van a escribir por sí mismas —dijo Víctor, en tono
divertido.
Myriam se volvió bruscamente. Sólo verlo hizo que su corazón se
acelerara. Estaba más atractivo que nunca.
—Estaba pensando.
—Ya lo sé —Víctor entró en la habitación con el paso relajado que le
caracterizaba y que para Myriam era como poesía en movimiento—. Si
quieres ver el rancho ven conmigo. Tengo que dar una vuelta a caballo.
—¡Genial! —sin pensar dos veces en su manuscrito, Myriam apagó el
ordenador y se puso de pie—. Tengo que ponerme las botas.
—De acuerdo. Te espero en el cobertizo. ¿Tienes un sombrero?
Myriam sacudió la cabeza.
—Te buscaré uno. Date prisa.
—¿Has desayunado? —preguntó Myriam.
—Sí, gracias por preparar el desayuno, no tenías que haberte
molestado. El sábado es tu día libre.
—No ha sido ningún esfuerzo. Enseguida vuelvo — Myriam corrió hasta
su dormitorio. No podía creer que Víctor le pidiera que pasara el día con él. La
excitación la embriagaba.
En poco tiempo cabalgaban juntos fuera de los dominios de la casa. La
hierba se hizo más alta y susurraba al paso de los caballos.
—¡Qué maravilla! —dijo Myriam, admirada.
—Nunca me ha tentado vivir en ningún otro lugar —comentó Víctor.
—Te aseguro que he estado en muchos sitios, y éste es el más
hermoso de todos.
—¿Por ejemplo?
—Mi padre es funcionario del Estado. Hemos vivido en Washington,
Virginia, Texas, California, y más recientemente, en Colorado.
—Habéis viajado mucho.
—Sí. Cuando encuentre el lugar donde quiero estar, pienso quedarme
allí para siempre. Odio estar en constante movimiento, hacer nuevos
amigos, tener una permanente sensación de desarraigo. Me alegro de haber
conocido distintas áreas del país, pero ya he tenido bastante.
—Mi padre compró este terreno antes de casarse. Pertenece a mi
familia desde hace treinta y cinco años. He vivido aquí toda mi vida,
excepto los años que fui a la universidad. No puedo imaginarme qué se
siente viajando constantemente.
—No es nada divertido, te lo aseguro. Eres muy afortunado — Myriam
miró en torno con melancolía. Le hubiera encantado pertenecer a un lugar
como aquél y saber que pertenecería a su familia generación tras
generación.
—¿Qué tal montas? —preguntó Víctor.
—Puedo manejarme. ¿Quieres ir más deprisa? — Myriam sonrió.
—Sí —Víctor puso su caballo al trote y Myriam lo siguió.
Se dirigió hacia una plantación de algodón, próxima a un estanque y
disminuyó la velocidad. Al cabo de unos minutos, desmontó y le pasó las
riendas a Myriam.
—Tengo que comprobar una cosa.
Desapareció entre los arbustos y Myriam le vio estudiar la tierra y los
caminos que iban hacia el estanque. Rodeó éste y volvió junto a Myriam.
—¿Estás buscando algo?
—Quería asegurarme de que no había huellas de lobos. Suelen atacar a
los terneros.
—Es todo tan hermoso que cuesta pensar en el instinto asesino de
algunas criaturas.
—Todo ello forma parte de la vida.
Myriam asintió con la mirada fija en Víctor. Los dedos con los que
sujetaba las riendas se le agarrotaron y sintió que se le formaba un nudo en
la garganta.
—¿ Myriam?
—¿Sí?
—¿Has tomado ya una decisión?
La voz aterciopelada de Víctor atravesó a Myriam como una corriente de
energía sexual. Respiró profundamente. Su vida dependía de una sola
palabra. ¿Estaba dispuesta a arriesgarse?
—Sí.
Le devolvió las riendas a Víctor y desmontó. Acercándose a él, elevó la
mano y le acarició la mejilla.
—He decidido que sería maravilloso adquirir cierta experiencia para
plasmarla en mi libro.
Solamente la presencia de Víctor le aportaba nuevas sensaciones.
Capturaría toda la felicidad que sentía en ese instante y la reservaría para
cuando tuviera que partir.
Víctor dejó escapar el aliento lentamente, como si hubiera estado
reteniéndolo.
Los dedos de Myriam temblaron sobre su mejilla y él posó su mano
sobre la de ella, estrechándosela con fuerza.
—No te haré daño —dijo con voz ronca.
Sin apartar sus ojos de los de él, Myriam asintió. Él la miró como si la
viera por primera vez y de pronto, sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Eres una mujer muy hermosa, Myriam Montemayor. Ese Don debía ser un
estúpido si te dejó escapar.
Myriam sintió un placer que irradió calor por todo su cuerpo y hubiera
querido poder atrapar la sensación en una botella para poder abrirla
siempre que quisiera. Sonrió a Víctor, convencida de que nada podría
estropear la perfección de aquel día.
Víctor descendió lentamente sobre ella hasta que su aliento le acarició la
mejilla. Myriam pudo ver sus ojos encendidos por el deseo y se estremeció.
Víctor se inclinó aún más y ella cerró los ojos. Entonces Víctor la rozó levemente
hasta que reclamó sus labios con la presión de los de él y le dio un
beso, preludio de numerosas promesas.
Tomando la mano de Myriam, se la puso detrás de la nuca y soltándola,
la atrajo por la espalda hacia sí. Sus labios acariciaron los de ella
obligándola a abrirlos, su lengua se los recorrió lentamente antes de
profundizar en la húmeda cavidad de su boca para explorar todos su
resquicios, sacudiéndola con una sucesión de oleadas de palpitante deseo.
El sombrero se le cayó al suelo, pero Myriam ni lo notó. Su caballo se
revolvió pero no lo oyó. Todo su ser se centraba en la boca y el cuerpo de
Víctor y en las sensaciones que éste le transmitía. El calor era cada vez más
intenso, el deseo era casi doloroso y el placer burbujeaba en su interior en
todas direcciones, a una velocidad vertiginosa. Y Víctor seguía besándola.
Myriam se aferraba a él temiendo que toda aquella intensidad le hiciera
perder el sentido. Se sentía girar sobre un eje de luz y calor. Era el paraíso.
La más extraordinaria sensación que había experimentado en su vida.
Muy lentamente, Víctor concluyó el beso y separó su boca unos
milímetros de Myriam, sin separar su cuerpo.
—¡Qué agradable! —susurró, segura de que sus mejillas estaban rojas
del calor que irradiaba de todo su cuerpo.
—¿Agradable? —sonrió Víctor—. ¿Es eso todo lo que se te ocurre decir?
No me parece suficiente para tu libro. ¿Quieres que sigamos practicando?
Myriam lo miró aturdida. Asintió lentamente y cerró los ojos,
entreabriendo los labios para ofrecerlos al siguiente beso. Intentaría definir
con exactitud qué le hacía sentir…
Pero, en cuanto los labios de Víctor se posaron sobre los de ella,
desapareció cualquier posibilidad de hacer un análisis racional. Y aun menos
cuando Víctor llevó sus manos hasta sus senos, apretándoselos con fuerza y
disparando dardos de deseo hacia sus entrañas. Myriam no podía pensar,
sólo sentir. Y las sensaciones eran milagrosas, únicas.
Los dos jadeaban cuando Víctor acabó el beso.
—¿Y?
—Muy agradable.
Víctor dejó escapar un gruñido y apoyó su frente en la de Myriam.
—¿Qué tengo que hacer para que digas algo más expresivo que
agradable?
Myriam río quedamente y frotó su nariz contra la de él.
—Creo que tengo problemas. Me has derretido el cerebro y no sé decir
otra palabra. Te juro que tus besos son mucho más que agradables. Nunca
me habían besado tan… agradablemente.
—Cuando lleguemos a casa voy a buscar un diccionario de sinónimos
para ti.
—¿No te han parecido agradables? —preguntó Myriam, desconcertada.
—No. Me han parecido tan arrebatadores que he querido quitarte la
camisa y sentir tu piel de seda. Quiero sentir cada milímetro de tu cuerpo,
sentir el peso de tus senos en mis manos, comprobar si acariciar con mi
boca otras partes de tu cuerpo me hace enloquecer como lo logra besar tus
labios.
Myriam tragó saliva. Víctor invocaba una imagen tan vívida en su mente
como si la escena ya hubiera sucedido. Pero todo iba demasiado deprisa
para ella. Por un instante tuvo la tentación de ceder, pero supo que necesitaba
mantener la cordura.
Carraspeando, se apartó de Víctor.
—Quizá debamos frenar un poco —dijo, mirándole a los ojos. No quería
desilusionarlo, pero ella necesitaba ir poco a poco.
—Estamos yendo despacio —dijo él.
—Para mí no.
Víctor suspiró profundamente, la soltó y se agachó para recoger el
sombrero de Myriam y ponérselo en la cabeza delicadamente.
—Tú mandas. Iremos al ritmo que quieras. Pero la única culpable de
que me impaciente eres tú. Besarte es como prender fuego a un bidón de
gasolina. Me haces estallar.
Myriam lo miró con ojos resplandecientes.
—Víctor, dices las cosas más maravillosas. Voy a usarlas en el libro.
Víctor arrugó la frente.
—No las digo para que las escribas.
—Pero yo creía que querías ayudarme a escribir mi libro.
Víctor le pasó el pulgar por los labios.
—La idea era proporcionarte experiencia para que tu escritura sea más
realista. Pero, además, queremos pasarlo bien juntos.
—De acuerdo — Myriam sonrió con todo su corazón—. Pues yo lo estoy
pasando muy bien.
—Ya lo veo. Gracias a mis agradables besos.
Myriam asintió.
—Ya pensaré en otros adjetivos si eso te hace sentir mejor.
—No, me gusta saber que mis besos sólo son agradables, así tendré
que perfeccionar mi técnica. No me importaría que de vez en cuando fueran
maravillosos o incluso excitantes.
—Han sido maravillosos.
—Ahora no vale cambiar. Has dicho que eran agradables. Tendré que
esforzarme más, eso es todo.
El tono bromista de Víctor enterneció y sorprendió a Myriam, además de
halagarla. Víctor no era sólo el hombre más atractivo del mundo sino que se
reía de sí mismo y la hacía reír. ¿Sería consciente de cómo la afectaba con
sólo acercarse a ella? Sus bromas la divertían y le hacían desear poder ser
su amiga para siempre. Y aunque Myriam no quería cambiar de planes,
pensó que si su libro no se vendía, no le importaría quedarse algo más de
tiempo en Rafter C.
Víctor le aseguró el sombrero en la cabeza.
—Vamos, Myriam, es hora de montar.
Para cuando volvieron a casa, atardecía. Víctor le había mostrado las
reses y los terneros y le había explicado cómo los marcaban y los llevaban
al mercado. Myriam disfrutaba aprendiendo las distintas facetas del rancho
y además adoraba oír la voz de Víctor. Con cada palabra que decía ponía de
manifiesto cuánto amaba al rancho. Y Myriam no se cansaba de
contemplarlo.
—Gracias —dijo Myriam cuando llegaron al cobertizo—. Ha sido un día
maravilloso.
—Me alegro. Entra y lávate. Yo me ocupo de los caballos.
—Voy a preparar la cena —dijo ella, desmontando ágilmente. Al tocar
el suelo se dio cuenta de que las piernas le temblaban y se asió a la silla
para disimular. No quería que Víctor se diera cuenta; estaba segura de Gillian
podía montar durante horas sin que se le resintiera ni un solo músculo.
Víctor sujetó las riendas y asintió.
—Prepara algo ligero. Los hombres ya habrán cenado.
—¿Sopa y sándwiches? —sugirió Myriam, comprobando que las rodillas
la sostendrían.
—¿Manteca de cacahuete otra vez?
Myriam levantó la nariz con gesto indignado y se encaminó hacia la
casa. Antes de llegar se volvió, mirando a Víctor con desdén.
—Hago unos sándwiches de mantequilla de cacahuete fabulosos. Más
quisieras tú que te preparara uno.
Víctor rió quedamente y fue hacia el cobertizo.
Myriam esperó a verlo entrar para meterse en la casa. Se daría una
ducha rápida y prepararía algo de comer. Sería agradable estar solos para
cenar.
Para cuando se duchó y se cambió, estaba dolorida y exhausta. La falta
de sueño de la noche anterior combinada con la larga cabalgata la habían
cansado de tal forma que no estaba segura de ser capaz de esperar a la
cena. Pero no quería perder la oportunidad de estar con Víctor. Y tal vez
después de cenar aceptaría la oferta de buscar un diccionario de sinónimos.
Myriam había creído que cenarían en la intimidad, pero había olvidado
el reclamo que tenía la casa para los trabajadores y, aunque casi todos se
habían ocupado de cenar algo fuera, Jack apareció para tomar café, Billy por
si quedaba algo de postre y Trevor y Pete se acercaron a ver por qué los
otros dos se retrasaban.
Dándose por vencida, Myriam acabó de cenar, metió su plato en el
friegaplatos y se fue al despacho. Si Víctor quería hablar con sus hombres,
ella trabajaría en su libro. Encendió el ordenador con sus mejores intenciones,
pero en cuanto vio la pantalla en blanco supo que no podría hacer
nada: estaba tan cansada que apenas podía mantener los ojos abiertos.
¿Cómo iba a pretender hacer algo creativo?
La vieja casa le resultaba extremadamente acogedora y era
tranquilizador oír el murmullo de las voces de los hombres. Fuera, el viento
soplaba con suavidad, acariciando las hojas de los árboles. El reloj de pared
marcaba suavemente los segundos. Quizá cerraría los ojos unos segundos.
Si así no lograba espabilarse, se iría a la cama.
—¿ Myriam? —Víctor la sacudió delicadamente.
Myriam abrió los párpados con lentitud y lo miró.
—¿Qué? —pestañeó para intentar despertarse. Miró en torno y
comprobó que estaba en el despacho.
—Vete a la cama, Myriam. Te has dormido sobre el escritorio —dijo él,
dulcemente.
—Como siga así no voy a acabar nunca el libro —protestó Myriam.
—Mañana puedes trabajar en él. Es domingo y tienes todo el día libre.
Myriam sonrió. Quería que su héroe fuera idéntico a Víctor, con la misma
voz aterciopelada, su devastadora sonrisa y sus delicadas manos.
—Vamos, Myriam —Víctor la tomó en brazos.
—Puedo ir andando —dijo ella, abrazándose a su cuello y apoyando la
cabeza en su hombro. Cerró los ojos y se dejó llevar por la gozosa sensación
de ser llevada en brazos. Ningún hombre lo había hecho antes—. ¿No te
peso demasiado?
—Sí, una tonelada —dijo él, con una risita.
Myriam separó la cabeza bruscamente.
—¡Suéltame!
—¿Para que te quedes dormida de pie? —preguntó él, comenzando a
subir las escaleras.
—Anoche no dormí demasiado bien — Myriam decidió no protestar y
dejarse llevar por Víctor. Cerró los ojos y se acurrucó entre sus brazos.
—Y mañana tenemos mucho que hacer.
—Mmm — Myriam estaba segura de que sería un día maravilloso.
Víctor abrió la puerta del dormitorio de Myriam, cruzó la habitación y
dejó a Myriam sobre la cama. Ella mantuvo los ojos cerrados mientras él le
quitaba los zapatos y la cubría con la colcha.
—Hasta mañana —dijo, al acabar.
Myriam sonrió, se dio media vuelta y se quedó dormida.
Víctor la observó un largo rato, admirando la inocencia con que dormía.
Recordó a Jeannie y cómo ella lo tenía todo calculado. Al conocerla, había
creído que era espontánea y natural, pero pensándolo en retrospectiva, se
daba cuenta de que había manipulado las circunstancias para que se
adaptaran a sus intereses. De no haberla encontrado en brazos de otro
hombre, Víctor se habría casado con ella. De no haberla oído admitir que el
dinero era lo más importante para ella, tal vez se hubiera dejado convencer
cuando Jeannie intentó darle una explicación del apasionado abrazo que
acababa de interrumpir.
¿Sería Myriam capaz de actuar con la misma premeditación? Aunque
no le había dado ningún motivo de sospecha, Víctor ya no confiaba en
ninguna mujer. No sabría si sería capaz de volver a entregar su corazón; lo
dudaba. Pero si lo hacía, buscaría una mujer en la que pudiera confiar
plenamente, alguien como su madre y no alguien lleno de sueños
atolondrados. A su madre no se le olvidaba secar la ropa, no se le
quemaban las comidas ni se equivocaba con las cantidades. Y desde luego,
jamás la había visto soñar despierta.
Confiaba en que Myriam comenzara al día siguiente a trabajar en su
libro ya que cuanto antes lo terminara, antes conseguiría él recuperar la
calma.
Víctor dejó la habitación sin mirar atrás. No conseguía que el deseo que
sentía por Myriam disminuyera. Sus besos eran una extraña mezcla de
inocencia y sensualidad. La manera en que lo miraba con sus grandes ojos
llenos de ingenuidad le hacía sentir un superhéroe, pero él sabía bien a
dónde le podía conducir ese sentimiento. Myriam estaba allí sólo
temporalmente y él estaba dispuesto a seguirle el juego hasta que se
marchara. Pero entonces, todo terminaría entre ellos. Y si Myriam no tenía
más cuidado, su partida podía producirse antes de lo que esperaba.
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 9
A la mañana siguiente, Myriam se despertó tarde. Como era su día
libre, se vistió con calma, poniéndose una falda vaquera corta y una camiseta
rosa de escote amplio. En lugar de zapatillas de deportes, decidió
ponerse sandalias. Si más tarde se animaba a dar un paseo, iría por el
camino asfaltado.
Para cuando bajó, eran casi las doce. La casa estaba muy silenciosa.
Myriam se hizo un té, comió algo y fue en busca de Víctor. No lo encontró en
ninguna de las habitaciones del primer piso y aunque se dijo que no le importaba,
se preguntó dónde estaría. ¿También se tomaba un día libre a la
semana o estaría trabajando? Daba lo mismo. Ella no pensaba ir a buscarlo.
Entró en el despacho y abrió la ventana para disfrutar del aire puro
mientras trabajaba. Sobre su escritorio vio un diccionario de sinónimos.
Myriam se sentó y lo tomó en sus manos con cierta desconfianza. Había un
señalador y al abrirlo encontró la palabra agradable. Myriam sonrió al ver la
anotación en el margen: Ver magnífico, arrebatador, glorioso, fantástico,
fenomenal, extraordinario. Myriam se quedó estupefacta. ¿Era así como
Víctor veía la forma en que ella besaba o como quería que describiera los
besos que él le daba?
Si era lo último, Víctor tenía razón: sus besos eran fantásticos. Besos
turbadores y magnéticos distintos a cualquier cosa que hubiera
experimentado anteriormente en su vida. El solo recuerdo la hizo
estremecer. La suave brisa que penetraba por la ventana refrescaba sus
acaloradas mejillas. Cerró los ojos para revivir la cabalgata.
Después los abrió con un profundo suspiro. No podía distraerse con
recuerdos: tenía trabajo que hacer.
Comenzó a escribir. Su heroína pasaría por una situación similar a la
suya. ¿Conseguiría plasmar el tipo de sensaciones que ella experimentaba
de forma que los lectores comprendieran cómo todos sus sentidos le exigían
ir más allá? ¿Podría expresar con claridad las emociones que la poseían
cada vez que él la abrazaba, desbordando su sentido común con un deseo
tan intenso que la única respuesta posible era entregarse a él?
Eso era lo que Myriam quería. Pero, ¿cómo poner por escrito la
misteriosa fuerza que la poseía? Miró por la ventana y se vio junto a Víctor
bajo la sombra de los árboles, sus bocas unidas, sus cuerpos enlazados.
El reloj dio la hora. Myriam volvió la vista hacia él y miró a la pantalla.
Llevaba allí más de una hora y no había escrito una sola palabra. Suspiró
profundamente y se puso a escribir, esforzándose por inyectar vida a su
narración.
Pero en el fondo de su mente bailaba la constante interrogación de
dónde estaría Víctor. Por lo que había escuchado la noche anterior, los
hombres no pensaban trabajar. ¿Habría ido Víctor a comprobar algo o estaría
visitando a Gillian?
Dominada por la inquietud, Myriam decidió hacer un descanso y fue a
la cocina por un vaso de agua. Mientras bebía, se dio cuenta de que el
camión azul y blanco no estaba aparcado donde acostumbraba y dedujo
que Víctor se lo había llevado. Respiró profundamente, dejó el vaso en el
fregadero y salió al porche. Le hubiera gustado saber si Víctor había ido al
pueblo a ver a Gillian. ¿Desde cuándo se conocían? ¿Era bonita? ¿Estaría esperando
a que Víctor se sobrepusiera a la traición de su prometida para
convertirse en la siguiente mujer de su vida?
¿Y por qué no? Víctor tenía derecho a ver a quien quisiera. Después de
todo, entre Myriam y él no había ningún compromiso, y ella se marcharía
pronto del rancho.
Pero a pesar de todo, no lograba tranquilizarse. No le gustaba creer
que sus apasionados besos no significaban nada para Víctor. Él había sido
sincero al advertirle que su romance sólo duraría mientas ella estuviera en
el rancho y en ningún momento le había prometido que durante ese tiempo
fuera a verla sólo a ella. ¿Se sentiría libre de ver y hacer lo que quisiera?
¿Habría ido a ver a Gillian?
Myriam salió al porche buscando en el exterior la calma que no
encontraba en su interior. Se sentó en una mecedora y respiró
profundamente. Ocasionalmente le llegaba el sonido seco que hacían los
caballos al espantar las moscas con la cola. Las praderas se extendían hasta
donde alcanzaba la vista, en el horizonte se erguía la silueta de las
montañas recortadas contra el azul del cielo. El ritmo constante de la
mecedora fue aletargando la ansiedad de Myriam y su mente fue
explorando otros pensamientos relativos a Víctor García.
Víctor tomó la desviación hacia el Rafter C, malhumorado. Se estaba
haciendo tarde y había pasado el día en Laramie, visitando a su hermana y
a Jake, su marido. Víctor se había marchado para alejarse de Myriam y dejarle
tiempo para escribir. También porque quería distanciarse de ella. Aunque la
deseara físicamente, no quería que creyera, erróneamente, que había entre
ellos una relación.
Pero Víctor no había contado con pensar en ella todo el día. El viaje a
Laramie había supuesto una prueba difícil, que había superado ahogando
sus pensamientos con la música a todo volumen. Pero cuando Ángel le interrogó
sobre su nueva ama de llaves, no pudo evitar volver a pensar en
ella. Afortunadamente, Jake había conseguido que su mujer abandonara el
exhaustivo interrogatorio y durante parte de la tarde Víctor había conseguido
alejar sus pensamientos de Myriam. Hasta que volvió al rancho.
Al entrar con el coche en el patio se puso furioso. A lo largo del día,
cuando pensaba en Myriam, la imaginaba trabajando en su libro, delante del
ordenador. En lugar de eso, la encontraba junto a un grupo de hombres,
subida a una valla, contemplando a Billy hacer cabriolas sobre un caballo.
Myriam reía entre los hombres, divertida con las demostraciones de Billy. Y
junto a ella estaba Lance McCord.
Myriam se volvió al oír el camión, y al ver a Víctor su corazón latió con
fuerza. Le sonrió y le saludó con el brazo pero se volvió de inmediato para
que nadie notara cuánto se alegraba de verlo regresar. Miró a Lance y
sonrió. No quería que Víctor sospechara hasta qué punto lo había echado de
menos. Oyó a su espalda la puerta del camión y en unos segundos, Víctor
estaba su lado.
—¿Has escrito mucho? —preguntó él, lacónicamente, mirando a Lance.
Lance miró hacia él, entornando los ojos. Myriam asintió.
—Un poco.
—Pensaba que seguirías delante del ordenador —continuó Víctor,
haciendo un gran esfuerzo para contener la ira.
—No, lo he dejado por el momento. Estoy haciendo un descanso.
Víctor la recorrió con la mirada y vio sus brazos desnudos y el escote de
la camiseta, la falda corta que dejaba al descubierto sus tostadas piernas y
las ridículas sandalias que dejaban ver las uñas de sus pies, pintadas de
rosa.
—No llevas ropa apropiada para un rancho —dijo Víctor, fijando la vista
en su escote.
—A mí me parece que está guapísima —dijo Lance, sonriendo a
Myriam.
Víctor levantó la cabeza bruscamente y miró, a su capataz.
—No es apropiada para el rancho. Tiene los pies llenos de polvo.
—Se los puede lavar. A mí me parece que está muy guapa —dijo
Lance, alargando la mano y enroscando en su dedo un mechón del cabello
de Myriam.
Víctor se la apartó de un manotazo, dando un tirón involuntario al
cabello de Myriam.
—¡Auh! —gritó Myriam, volviéndose hacia él, rabiosa.
Los hombres miraron a Lance y a Víctor, olvidándose temporalmente de
Billy. Dos de ellos se acomodaron contra la valla.
—¿Lance, no tienes nada que hacer? —preguntó Víctor, con voz
amenazadora.
Lance sacudió la cabeza y sonrió.
—No. Hoy es domingo, es mi día libre y estoy disfrutándolo.
Víctor miró a los demás hombres. Todos estaban pendientes de la
escena.
—Ven conmigo —Víctor tiró del brazo de Myriam y la empujó hacia la
casa.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, tropezándose al intentar seguirle el
paso—. ¿Pasa algo malo?
El corazón le latía a tal velocidad que pensó que se le saldría por la
boca. Sentía la mano fuerte y caliente de Víctor en su brazo y las
perturbadoras sensaciones que recorrían su cuerpo.
—Creía que hoy escribirías. Te he dejado sola para que pudieras
dedicarte a tu libro y, cuando vuelvo, te encuentro coqueteando con los
hombres del rancho.
Myriam se paró en seco, haciendo una mueca de dolor cuando Víctor le
apretó el brazo con más fuerza.
—¡Víctor García, no estoy coqueteando con nadie! No he hecho más
que tomarme un descanso. He escrito un docena de hojas; estaba agotada
de mirar a la pantalla y he salido a dar una vuelta. Billy estaba en el corral
haciendo trucos con el caballo y me he acercado a mirarlo. Que los demás
también estuvieran mirando, no significa que coqueteara con ellos.
—¿Y qué me dices de cómo vas vestida?
—¿Qué tiene de malo?
—Estos hombres trabajan duro toda la semana y, cuando llega el fin de
semana, quieren relajarse. Un par de ellos tienen novia, pero el resto hacen
lo que pueden. Y te puedo decir una cosa, tú pareces disponible —Víctor pasó
sus dedos delicadamente por la línea del escote de la camiseta de Myriam y
los bajó rozando sus senos.
Ella le apartó la mano de un golpe y miró hacia el corral. Los hombres
miraban a Billy, excepto Lance que estaba pendiente de ellos dos. Aun a
aquella distancia podía verlo sonreír.
Las insinuaciones de Víctor la enfurecieron.
—Me visto como me da la gana —dijo, mirando a Víctor con ojos
brillantes.
—Mientras trabajes para mí, no. Cámbiate de ropa o haz las maletas y
vete.
Myriam lo miró atónita.
—¿Víctor, estás loco?
Víctor la miró fijamente antes de asentir.
—No estoy loco, y estoy hablando en serio.
Myriam volvió a sentirse como una niña, recibiendo órdenes de su
padre. Ahora Víctor creía que podía decidir cómo debía vestirse. Sacudió el
brazo para librarse de su mano y caminó hacia la casa con la cabeza
erguida. Subió lentamente los peldaños y abrió la puerta con la sensación
de estar en una pesadilla. ¿Por qué todos los hombres la trataban como si
fuera deficiente?
Tenía veintitrés años, era madura y perfectamente capaz de cuidar de
sí misma. Se echó el cabello hacia atrás y comenzó a subir las escaleras.
Haría las maletas y se marcharía en menos de una hora. No quería pensar
qué haría un domingo por la noche sin saber dónde ir. Víctor le debía el
sueldo de la semana y con eso podría pagarse la habitación de un hotel. A
primera hora del día siguiente buscaría trabajo.
Sacó las maletas de debajo de la cama y comenzó a llenarlas.
—¿Qué estás haciendo? —Víctor la observaba desde el umbral de la
puerta.
Myriam lo miró por encima del hombro y siguió con lo que estaba
haciendo.
—Es evidente: hacer las maletas.
—Basta con que te cambies. No te marches.
—¿Sabes, Víctor, nunca acabaste de contarme por qué se fueron las
demás amas de llave? ¿También les decías cómo debían vestirse?
—No hizo falta. Tenían el suficiente sentido común como para no llevar
ropa provocativa.
Myriam cerró la maleta de golpe y se volvió hacia Víctor fuera de sí.
—¡No estoy vestida provocativamente!
—Te aseguro que estás irresistible.
Myriam abrió los ojos desorbitadamente y su enfado se evaporó. ¿Víctor
la encontraba irresistible con una falda vaquera y una camiseta de algodón?
—¿Estás loco? —musitó, atónita.
—Puede que sí —Víctor avanzó unos pasos sin apartar la mirada de
Myriam—. Ya es bastante suplicio verte durante la semana con esos
vaqueros que se ajustan a tu trasero. ¿Tienes idea de cuántas veces he
querido tocarte? Y encima, te pones una falda que deja al descubierto tus
piernas y una piel que parece tan delicada como un pétalo de rosa. ¿Sabes
cuántas ganas tengo de comprobarlo?
Myriam observó que Víctor apretaba los puños y pensar que lo hacía
para evitar tocarla la dejó sin aliento al tiempo que le aceleraba el corazón.
Un hormigueo le recorrió todo el cuerpo. Abrió la boca para decir algo pero
Víctor se adelantó.
—¿Qué sentiría si tus brazos desnudos se abrazaran a mi cuello?
Siempre me has tocado a través de la ropa. Y ese maldito escote es
demasiado amplio: deja ver el inicio de tus senos, la insinuación de la
sombra que los separa —los ojos de Víctor permanecían fijos en Myriam,
quemándola con tanta intensidad como sus palabras.
Myriam tragó saliva. Hizo un esfuerzo por mirar en otra dirección pero
estaba paralizada.
—¿Recuerdas cómo te abracé ayer? Yo me acuerdo de cada milímetro
de tu adorable cuerpo y ahora tengo la oportunidad de deslizar la mano por
debajo de la camiseta y acariciarte sin ropa de por medio.
Como en un sueño, Myriam dio un paso hacia adelante. La sangre le
corría por las venas calentándola por dentro. Las palabras de Víctor eran
como un bálsamo para un moribundo. Jamás nadie le había dicho cosas tan
poéticas. Myriam se detuvo a unos centímetros de Víctor, alzando la cabeza
para seguir mirándolo a los ojos. Víctor dejó escapar un quedo gemido y la
atrajo hacia sí, estrechándola y agachando la cabeza para besarla y unir sus
cuerpos con fuego.
Myriam le rodeó el cuello con sus brazos desnudos y abrió la boca para
acogerlo.
Víctor deslizó una mano hasta asirla por las nalgas y elevarla levemente
para pegarla aún más contra sí. Metió la otra mano por debajo de la
camiseta y le recorrió la columna hacia arriba hasta alcanzar el broche del
sujetador y soltárselo. Lentamente, la hizo separarse lo suficiente como
para poder llevar la mano hacia adelante y, muy despacio, cubrió con ella
uno de sus senos.
Myriam suspiró y se estrechó contra él. La violencia de las sensaciones
que despertaba en su cuerpo amenazaba con arrastrarla. Quería reír de
puro placer, pero se negaba a separar su boca de la de Víctor. Era lo más próximo
a estar en el paraíso y no quería desperdiciar ni un instante de aquella
gloriosa sensación.
Víctor le rozó el pezón con el pulgar y Myriam se arqueó, entregándose a
sus caricias.
Él apartó su boca de los labios de Myriam para dejar una hilera de
besos en su mejilla, en su cuello, en la base de su garganta. Volvió a rozarla
con el pulgar y Myriam se arqueó contra él como si intentara hundirse en su
cuerpo, dominada por un deseo frenético.
—Shh —susurró Víctor, mordisqueándole el lóbulo de la oreja—.
Tranquila, niña. Tranquila —volvió la mano a la espalda de Myriam y la
acarició como si intentara apaciguarla.
Myriam se aferró a él para no perder el equilibrio, cerró los ojos con
fuerza y se concentró en intentar recuperar el ritmo de la respiración para
dominar el torbellino de sensaciones que la desestabilizaba. Sabía que Víctor
la deseaba porque se lo había expresado y porque podía sentir la evidencia
de su excitación contra su vientre. ¿Por qué se detenía?
Las manos de Víctor eran como dos hierros candentes sobre su piel. No
soportaba la idea de separarse de él, pero sabía que nada había cambiado.
Perpleja, se preguntó por qué Víctor la habría besado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él con dulzura.
Myriam asintió.
—Pero no comprendo qué ocurre —dijo, al oído de Víctor. Le besó en la
mejilla y se separó para poder mirarlo a los ojos.
—No ocurre nada. Cámbiate de ropa.
Myriam frunció el ceño.
—Víctor, no me gusta que me manden —separándose de él, Myriam se
cruzó de brazos para retener el calor de su abrazo.
—No estoy mandándotelo —gruñó Víctor.
—Claro que sí. Me has ordenado cambiarme de ropa o marcharme. Me
niego a que me trates así. Ya he tenido bastante con mi padre y con Don.
—¡Maldita sea! —Víctor se pasó los dedos por el cabello y fue hacia la
ventana.
Myriam lo observó con la esperanza de que dijera algo que cambiara la
situación y temiendo que no lo hiciera. Miró hacia las maletas. Lo mejor
sería seguir llenándolas. Metió las manos debajo de la camiseta para
abrocharse el sujetador justo cuando Víctor se volvió hacia ella.
—Deja que lo haga yo —dijo él, avanzando hacia ella.
—No, gracias.
Ignorándola, Víctor buscó a tientas la tira de sujetador y se lo abrochó.
Sus dedos permanecieron junto a la piel de Myriam unos segundos más de
lo necesario y finalmente los retiró.
—No pretendía comportarme como tu padre o tu ex novio —dijo Víctor—.
Mis sentimientos hacia ti no son nada paternales.
Myriam lo miró fijamente.
—Tiene que ver con Jeannie, ¿verdad? —dijo, al fin—. Te molesta que
me vista así por algo relacionado con ella. Por algún motivo, te recuerdo a
ella.
Víctor guardó silencio tanto rato que Myriam pensó que no respondería.
Finalmente, asintió con la cabeza.
—Ella es la causa de que no quiera que te vistas así y por lo que quiero
que te mantengas alejada de los hombres.
—Jeannie se vestía provocativamente —adivinó Myriam.
Víctor asintió.
—Y más cosas.
—¿Más?
Víctor asintió una vez más y se volvió a mirar por la ventana,
apoyándose en el alféizar.
—Ya te dije que Jeannie quería el dinero del rancho, no a su dueño.
—Sí — Myriam lo miró escrutadoramente y tuvo un mal presagio.
—Pero no te conté cómo lo había descubierto.
Myriam sacudió la cabeza pero Víctor no la vio. Seguía mirando hacia
fuera, ¿o acaso hacia el pasado?
—Volví una tarde a casa para celebrar con Jeannie las ventas de un
mercado de ganado. Ella estaba pasando aquí unos días. Cuando entré en el
dormitorio, la encontré con uno de mis hombres.
—¡Oh, Dios mío! — Myriam no tuvo palabras para expresar su horror.
—Los oí y subí las escaleras sin hacer ruido. Habían dejado la puerta
abierta.
Víctor hizo una pausa.
Myriam se aproximó a él. Quería tocarlo, confortarlo de alguna manera,
pero no sabía si Víctor la rechazaría. Parecía absorto en sí mismo.
—Reían y charlaban sobre el dinero que tendría cuando se casara
conmigo y en las posibilidades que tenían de seguir viéndose si eran
suficientemente discretos. Cuando Jeannie me vio en la puerta, se quedó de
piedra.
Myriam alargó la mano y tomó la de Víctor. Hubiera hecho cualquier cosa
por mitigar su dolor.
—Lo siento —susurró.
—Yo también lo sentí —Víctor suspiró profundamente y se volvió a mirar
a Myriam—. No sólo perdí a mi prometida sino a uno de mis mejores
hombres. Y traté tan mal a otros dos que me abandonaron. Nunca más
pasaré por algo así, por eso te he pedido que te alejes de los hombres. ¿Me
comprendes ahora?
Myriam asintió.
—No sólo te comprendo sino que estoy de acuerdo contigo. ¿Por qué
no me lo explicaste desde el principio?
—No tenía por qué darte explicaciones —dijo Víctor fríamente.
Myriam se sintió abofeteada. Soltó la mano de Víctor y dio un paso atrás.
—Claro que no. Ni entonces ni ahora. Pero gracias por habérmelas
dado. Cuando comprendo algo, sé aceptar órdenes y reglas. Lo que no
puedo soportar es no entender lo que se me exige.
— Myriam, yo…
—No, como jefe tenías derecho a pedirme que me vistiera de cierta
manera. Ahora mismo me cambio. Si me disculpas….
Myriam apartó la vista con gesto digno. La frialdad de la respuesta de
Víctor la había humillado. Si la dejaba sola se pondría unos vaqueros y una
camisa de manga larga. Y desde ese momento se apartaría de su camino.
¡No pensaba ser motivo de más quejas!
—¿Vas a quedarte?
—Sí. Tengo que quedarme un poco más, pero desde ahora usaré
vaqueros…
No tenía dónde ir. No tenía ni casa ni trabajo. Pero aquél había sido un
toque de atención para recordarle que debía pensar en otras posibilidades.
Estaba a la merced de aquel hombre y de haber sido despedida, no habría
sabido qué hacer. No podía permitirse estar en una posición tan vulnerable.
—Nos vemos abajo —Víctor cruzó la habitación.
Myriam esperó a oír alejarse sus pisadas antes de ir a cerrar la puerta.
Era su día libre y no tenía responsabilidades en el rancho. Bajaría más tarde
a comer algo pero, por el momento, evitaría encontrarse con Víctor García.
Deshizo la maleta sin dejar de pensar en la respuesta de Víctor: «No
tenía por qué darte explicaciones». Tenía razón, pero, si la tenía, ¿por qué
se sentía tan dolida? ¿Acaso había esperado algo más después de los besos
que habían compartido? Víctor se había ofrecido a proporcionarle experiencia
para ayudarle con el libro. Se sentía atraído por ella, pero eso era todo, pura
y simple atracción sexual. Para él, no significaba nada más. ¡Y tampoco
significaría nada más para ella!
Sacó una vieja camiseta de algodón, se la abrochó hasta el cuello y
encontró unos viejos vaqueros que le quedaban grandes. Sacudiéndose el
polvo de los pies, se echó sobre la cama y, mirando al techo, se puso a
pensar en lo que Víctor le había contado.
¡ Myriam le hacía enfadar en algunas ocasiones de tal manera que
podría sacudirla! Había estado a punto de marcharse sólo porque él le había
ordenado ponerse unos pantalones, sin ni siquiera pedirle explicaciones.
Víctor entró en el despacho como una furia y se dejó caer sobre una silla.
Miró hacia el ordenador de Myriam y vio que seguía encendido. ¡Aquella
mujer acabaría con la paciencia de un santo!
Echó la silla hacia atrás y miró al techo. ¿Estaría Myriam cambiándose
de ropa o habría decidido marcharse? A Víctor hubiera gustado que… No
sabía qué quería. Myriam lo alteraba y ésa era una sensación que no le
gustaba. No era más que un ama de llaves temporal y ni siquiera hacía bien
su trabajo. Quizá lo mejor sería que se marchara. Él ya le había
proporcionado suficiente experiencia para que su libro mejorara. Y si las
cosas entre ellos no se enfriaban, temía empujarla más allá de lo que ella
quería y acabar los dos desnudos sobre la cama, besándose todo el cuerpo.
A medida que pasaban los minutos y no oía ningún ruido en el piso
superior, Víctor se fue poniendo nervioso. Quizá había sido demasiado brusco,
pero la imagen de Jeannie con Walt Hamilton no se iba de su mente. Víctor
había visto la actitud de Lance con Myriam y no quería que hubiera nada
entre ellos. De otra manera, tendría que despedirlos a ambos. Y Lance era
un capataz demasiado bueno como para perderlo.
¿Se mantendría Myriam alejada de Lance sabiendo las razones por las
que se lo pedía? ¿Se alejaría de Víctor? ¿Dónde estaba? Víctor se levantó y
salió al vestíbulo.
Miró hacia el piso de arriba y vio que la puerta de su dormitorio estaba
cerrada. Por un instante pensó en la posibilidad de llamar y exigirle que le
abriera, pero se contuvo. Algo le dijo que no sería bien recibido.
Volvió al despacho y se acercó al ordenador. Si Myriam no iba a
trabajar más, debía apagarlo. Pero al ver las palabras en la pantalla, vaciló.
Pulsó la tecla del cursor, lo llevó hasta el inicio y comenzó a leer.
Sacudió la cabeza. Nunca había leído una novela de amor, pero sí
mucha literatura y no creía que la calidad de la escritura fuera menor. Sin
embargo, el estilo de Myriam no era bueno. Los personajes parecían figuras
de cartón, se movían con artificialidad, sin emoción. Y Víctor, al descubrirlo,
se entristeció. Myriam deseaba tanto escribir y tenía tantos planes
relacionados con que la publicaran… Si aquélla era una muestra, Víctor
estaba seguro de que le quedaba un largo camino que recorrer.
Leyó atentamente el párrafo en el que el héroe besaba a la heroína por
primera vez. Al menos no lo describía como agradable y tenía cierto estilo.
Quizá el problema de Myriam era no tener suficiente experiencia. Víctor se
preguntó si la pareja de la novela se pelearía como acababan de hacer
ellos. ¿Cómo se comportarían, seguirían enfadados o se reconciliarían?
Víctor sintió curiosidad por saber cómo pensaba Myriam desarrollar la
historia y si lograría darle vida. Cuando llegó al final, salvó todo el
documento por si ella no lo había hecho y apagó el ordenador. Sentado en
la silla que ocupaba Myriam, miró por la ventana y se preguntó si sería una
mera coincidencia que el héroe tuviera rasgos similares a él. Myriam había
comenzado el libro antes de llegar a Rafter C, pero era evidente que el
personaje y él se parecían, aunque el héroe de ficción resultara una versión
más amable de Víctor, más próximo a los deseos de una mujer. ¿Estaría
usándolo Myriam como modelo de su héroe? ¿Cuánto tardaría en acabar el
libro, mandarlo a una editorial y descubrir si tenía suerte? ¿Cuánto tiempo
se quedaría?
Para cuando Myriam bajó, era de noche y al no ver a Víctor, fue a la
cocina a hacerse un sándwich y a tomar una limonada. Cuando volvía con
una bandeja a su dormitorio, la detuvo la voz de Víctor.
—Ven al porche, Myriam. Hace una noche preciosa.
Myriam vaciló. Estaría más segura en su dormitorio. ¿Estaba dispuesta
a enfrentarse una vez más al león antes de acabar el día?
—¿ Myriam? —la voz sonó seductora, incluso suplicante.
—De acuerdo — Myriam se dirigió al porche y Víctor le sujetó la puerta—.
¿Has comido? —le preguntó a Víctor al tiempo que se sentaba.
—Hace un rato. También yo me he hecho un sándwich. He comido
mucho en casa de mi hermana.
—¿Es ahí donde has estado?
Víctor no había estado en casa de Gillian y saberlo hizo que Myriam se
sintiera mejor.
—He ido a verla a ella y a su marido a Laramie.
—El hombre al que ordenaste que se alejara de ella —recordó Myriam.
—Sí. Pero sólo antes de que se casaran. Evidentemente, no me
escuchó.
—¿Son felices?
—Mucho. Pasar con ellos más de una tarde es casi insoportable —dijo
Víctor con tristeza.
Myriam mordisqueó el sándwich pensando que, después de lo ocurrido
con Jeannie, comprendía lo doloroso que debía resultarle a Víctor estar cerca
de su hermana. También ella a veces tenía sensaciones parecidas. Había
hecho planes para casarse y tener una vida muy distinta a la que había
tenido con su padre. Y al final el único hombre al que había creído amar se
comportaba como él. Sin embargo, aunque a veces envidiaba la felicidad
ajena, se esforzaba por conservar la esperanza. Algún día encontraría el
amor. Y si no era así, siempre le quedaba la literatura.
—Y tu hermano también está casado, ¿no es cierto? —preguntó al cabo
de un rato.
—Sí. Con una mujer menuda que lo tiene dominado y a la que adora.
—¡Qué suerte! — Myriam sonrió.
A ella también encantaría cautivar a un hombre. Alguien dispuesto a
complacerla todo el tiempo o al menos a respetar y valorar sus decisiones.
—A Rafe parece gustarle.
—¿Y a ti no te gustaría?
—Probablemente no.
—¿Vienen al rancho a menudo? ¿No me dijiste que era de los tres?
—Y así es. Rafe y Charity vienen en otoño. Les gusta venir para la
temporada de fútbol y luego quedarse un fin de semana. Ángel suele venir
en verano durante varias semanas. Este año no sé qué hará. Jake y ella se
han casado hace sólo dos meses.
—Pero eres tú quien verdaderamente dirige el rancho, ¿no es cierto?
—¿ Myriam, te intereso como persona o como héroe para tu novela? —
preguntó Víctor repentinamente.
Myriam estuvo a punto de atragantarse.
—¿Mi libro? —una luz de alarma se encendió en su cerebro.
—Lo he leído mientras estabas arriba.
—¿Has leído mi libro? — Myriam dejó el sándwich en el plato—. ¿Quién
te ha dado permiso? Falta mucho para que esté acabado y no quiero que lo
lea nadie.
—Demasiado tarde. Ya lo he leído. Pero no estoy convencido de que
me guste el héroe.
A la mañana siguiente, Myriam se despertó tarde. Como era su día
libre, se vistió con calma, poniéndose una falda vaquera corta y una camiseta
rosa de escote amplio. En lugar de zapatillas de deportes, decidió
ponerse sandalias. Si más tarde se animaba a dar un paseo, iría por el
camino asfaltado.
Para cuando bajó, eran casi las doce. La casa estaba muy silenciosa.
Myriam se hizo un té, comió algo y fue en busca de Víctor. No lo encontró en
ninguna de las habitaciones del primer piso y aunque se dijo que no le importaba,
se preguntó dónde estaría. ¿También se tomaba un día libre a la
semana o estaría trabajando? Daba lo mismo. Ella no pensaba ir a buscarlo.
Entró en el despacho y abrió la ventana para disfrutar del aire puro
mientras trabajaba. Sobre su escritorio vio un diccionario de sinónimos.
Myriam se sentó y lo tomó en sus manos con cierta desconfianza. Había un
señalador y al abrirlo encontró la palabra agradable. Myriam sonrió al ver la
anotación en el margen: Ver magnífico, arrebatador, glorioso, fantástico,
fenomenal, extraordinario. Myriam se quedó estupefacta. ¿Era así como
Víctor veía la forma en que ella besaba o como quería que describiera los
besos que él le daba?
Si era lo último, Víctor tenía razón: sus besos eran fantásticos. Besos
turbadores y magnéticos distintos a cualquier cosa que hubiera
experimentado anteriormente en su vida. El solo recuerdo la hizo
estremecer. La suave brisa que penetraba por la ventana refrescaba sus
acaloradas mejillas. Cerró los ojos para revivir la cabalgata.
Después los abrió con un profundo suspiro. No podía distraerse con
recuerdos: tenía trabajo que hacer.
Comenzó a escribir. Su heroína pasaría por una situación similar a la
suya. ¿Conseguiría plasmar el tipo de sensaciones que ella experimentaba
de forma que los lectores comprendieran cómo todos sus sentidos le exigían
ir más allá? ¿Podría expresar con claridad las emociones que la poseían
cada vez que él la abrazaba, desbordando su sentido común con un deseo
tan intenso que la única respuesta posible era entregarse a él?
Eso era lo que Myriam quería. Pero, ¿cómo poner por escrito la
misteriosa fuerza que la poseía? Miró por la ventana y se vio junto a Víctor
bajo la sombra de los árboles, sus bocas unidas, sus cuerpos enlazados.
El reloj dio la hora. Myriam volvió la vista hacia él y miró a la pantalla.
Llevaba allí más de una hora y no había escrito una sola palabra. Suspiró
profundamente y se puso a escribir, esforzándose por inyectar vida a su
narración.
Pero en el fondo de su mente bailaba la constante interrogación de
dónde estaría Víctor. Por lo que había escuchado la noche anterior, los
hombres no pensaban trabajar. ¿Habría ido Víctor a comprobar algo o estaría
visitando a Gillian?
Dominada por la inquietud, Myriam decidió hacer un descanso y fue a
la cocina por un vaso de agua. Mientras bebía, se dio cuenta de que el
camión azul y blanco no estaba aparcado donde acostumbraba y dedujo
que Víctor se lo había llevado. Respiró profundamente, dejó el vaso en el
fregadero y salió al porche. Le hubiera gustado saber si Víctor había ido al
pueblo a ver a Gillian. ¿Desde cuándo se conocían? ¿Era bonita? ¿Estaría esperando
a que Víctor se sobrepusiera a la traición de su prometida para
convertirse en la siguiente mujer de su vida?
¿Y por qué no? Víctor tenía derecho a ver a quien quisiera. Después de
todo, entre Myriam y él no había ningún compromiso, y ella se marcharía
pronto del rancho.
Pero a pesar de todo, no lograba tranquilizarse. No le gustaba creer
que sus apasionados besos no significaban nada para Víctor. Él había sido
sincero al advertirle que su romance sólo duraría mientas ella estuviera en
el rancho y en ningún momento le había prometido que durante ese tiempo
fuera a verla sólo a ella. ¿Se sentiría libre de ver y hacer lo que quisiera?
¿Habría ido a ver a Gillian?
Myriam salió al porche buscando en el exterior la calma que no
encontraba en su interior. Se sentó en una mecedora y respiró
profundamente. Ocasionalmente le llegaba el sonido seco que hacían los
caballos al espantar las moscas con la cola. Las praderas se extendían hasta
donde alcanzaba la vista, en el horizonte se erguía la silueta de las
montañas recortadas contra el azul del cielo. El ritmo constante de la
mecedora fue aletargando la ansiedad de Myriam y su mente fue
explorando otros pensamientos relativos a Víctor García.
Víctor tomó la desviación hacia el Rafter C, malhumorado. Se estaba
haciendo tarde y había pasado el día en Laramie, visitando a su hermana y
a Jake, su marido. Víctor se había marchado para alejarse de Myriam y dejarle
tiempo para escribir. También porque quería distanciarse de ella. Aunque la
deseara físicamente, no quería que creyera, erróneamente, que había entre
ellos una relación.
Pero Víctor no había contado con pensar en ella todo el día. El viaje a
Laramie había supuesto una prueba difícil, que había superado ahogando
sus pensamientos con la música a todo volumen. Pero cuando Ángel le interrogó
sobre su nueva ama de llaves, no pudo evitar volver a pensar en
ella. Afortunadamente, Jake había conseguido que su mujer abandonara el
exhaustivo interrogatorio y durante parte de la tarde Víctor había conseguido
alejar sus pensamientos de Myriam. Hasta que volvió al rancho.
Al entrar con el coche en el patio se puso furioso. A lo largo del día,
cuando pensaba en Myriam, la imaginaba trabajando en su libro, delante del
ordenador. En lugar de eso, la encontraba junto a un grupo de hombres,
subida a una valla, contemplando a Billy hacer cabriolas sobre un caballo.
Myriam reía entre los hombres, divertida con las demostraciones de Billy. Y
junto a ella estaba Lance McCord.
Myriam se volvió al oír el camión, y al ver a Víctor su corazón latió con
fuerza. Le sonrió y le saludó con el brazo pero se volvió de inmediato para
que nadie notara cuánto se alegraba de verlo regresar. Miró a Lance y
sonrió. No quería que Víctor sospechara hasta qué punto lo había echado de
menos. Oyó a su espalda la puerta del camión y en unos segundos, Víctor
estaba su lado.
—¿Has escrito mucho? —preguntó él, lacónicamente, mirando a Lance.
Lance miró hacia él, entornando los ojos. Myriam asintió.
—Un poco.
—Pensaba que seguirías delante del ordenador —continuó Víctor,
haciendo un gran esfuerzo para contener la ira.
—No, lo he dejado por el momento. Estoy haciendo un descanso.
Víctor la recorrió con la mirada y vio sus brazos desnudos y el escote de
la camiseta, la falda corta que dejaba al descubierto sus tostadas piernas y
las ridículas sandalias que dejaban ver las uñas de sus pies, pintadas de
rosa.
—No llevas ropa apropiada para un rancho —dijo Víctor, fijando la vista
en su escote.
—A mí me parece que está guapísima —dijo Lance, sonriendo a
Myriam.
Víctor levantó la cabeza bruscamente y miró, a su capataz.
—No es apropiada para el rancho. Tiene los pies llenos de polvo.
—Se los puede lavar. A mí me parece que está muy guapa —dijo
Lance, alargando la mano y enroscando en su dedo un mechón del cabello
de Myriam.
Víctor se la apartó de un manotazo, dando un tirón involuntario al
cabello de Myriam.
—¡Auh! —gritó Myriam, volviéndose hacia él, rabiosa.
Los hombres miraron a Lance y a Víctor, olvidándose temporalmente de
Billy. Dos de ellos se acomodaron contra la valla.
—¿Lance, no tienes nada que hacer? —preguntó Víctor, con voz
amenazadora.
Lance sacudió la cabeza y sonrió.
—No. Hoy es domingo, es mi día libre y estoy disfrutándolo.
Víctor miró a los demás hombres. Todos estaban pendientes de la
escena.
—Ven conmigo —Víctor tiró del brazo de Myriam y la empujó hacia la
casa.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, tropezándose al intentar seguirle el
paso—. ¿Pasa algo malo?
El corazón le latía a tal velocidad que pensó que se le saldría por la
boca. Sentía la mano fuerte y caliente de Víctor en su brazo y las
perturbadoras sensaciones que recorrían su cuerpo.
—Creía que hoy escribirías. Te he dejado sola para que pudieras
dedicarte a tu libro y, cuando vuelvo, te encuentro coqueteando con los
hombres del rancho.
Myriam se paró en seco, haciendo una mueca de dolor cuando Víctor le
apretó el brazo con más fuerza.
—¡Víctor García, no estoy coqueteando con nadie! No he hecho más
que tomarme un descanso. He escrito un docena de hojas; estaba agotada
de mirar a la pantalla y he salido a dar una vuelta. Billy estaba en el corral
haciendo trucos con el caballo y me he acercado a mirarlo. Que los demás
también estuvieran mirando, no significa que coqueteara con ellos.
—¿Y qué me dices de cómo vas vestida?
—¿Qué tiene de malo?
—Estos hombres trabajan duro toda la semana y, cuando llega el fin de
semana, quieren relajarse. Un par de ellos tienen novia, pero el resto hacen
lo que pueden. Y te puedo decir una cosa, tú pareces disponible —Víctor pasó
sus dedos delicadamente por la línea del escote de la camiseta de Myriam y
los bajó rozando sus senos.
Ella le apartó la mano de un golpe y miró hacia el corral. Los hombres
miraban a Billy, excepto Lance que estaba pendiente de ellos dos. Aun a
aquella distancia podía verlo sonreír.
Las insinuaciones de Víctor la enfurecieron.
—Me visto como me da la gana —dijo, mirando a Víctor con ojos
brillantes.
—Mientras trabajes para mí, no. Cámbiate de ropa o haz las maletas y
vete.
Myriam lo miró atónita.
—¿Víctor, estás loco?
Víctor la miró fijamente antes de asentir.
—No estoy loco, y estoy hablando en serio.
Myriam volvió a sentirse como una niña, recibiendo órdenes de su
padre. Ahora Víctor creía que podía decidir cómo debía vestirse. Sacudió el
brazo para librarse de su mano y caminó hacia la casa con la cabeza
erguida. Subió lentamente los peldaños y abrió la puerta con la sensación
de estar en una pesadilla. ¿Por qué todos los hombres la trataban como si
fuera deficiente?
Tenía veintitrés años, era madura y perfectamente capaz de cuidar de
sí misma. Se echó el cabello hacia atrás y comenzó a subir las escaleras.
Haría las maletas y se marcharía en menos de una hora. No quería pensar
qué haría un domingo por la noche sin saber dónde ir. Víctor le debía el
sueldo de la semana y con eso podría pagarse la habitación de un hotel. A
primera hora del día siguiente buscaría trabajo.
Sacó las maletas de debajo de la cama y comenzó a llenarlas.
—¿Qué estás haciendo? —Víctor la observaba desde el umbral de la
puerta.
Myriam lo miró por encima del hombro y siguió con lo que estaba
haciendo.
—Es evidente: hacer las maletas.
—Basta con que te cambies. No te marches.
—¿Sabes, Víctor, nunca acabaste de contarme por qué se fueron las
demás amas de llave? ¿También les decías cómo debían vestirse?
—No hizo falta. Tenían el suficiente sentido común como para no llevar
ropa provocativa.
Myriam cerró la maleta de golpe y se volvió hacia Víctor fuera de sí.
—¡No estoy vestida provocativamente!
—Te aseguro que estás irresistible.
Myriam abrió los ojos desorbitadamente y su enfado se evaporó. ¿Víctor
la encontraba irresistible con una falda vaquera y una camiseta de algodón?
—¿Estás loco? —musitó, atónita.
—Puede que sí —Víctor avanzó unos pasos sin apartar la mirada de
Myriam—. Ya es bastante suplicio verte durante la semana con esos
vaqueros que se ajustan a tu trasero. ¿Tienes idea de cuántas veces he
querido tocarte? Y encima, te pones una falda que deja al descubierto tus
piernas y una piel que parece tan delicada como un pétalo de rosa. ¿Sabes
cuántas ganas tengo de comprobarlo?
Myriam observó que Víctor apretaba los puños y pensar que lo hacía
para evitar tocarla la dejó sin aliento al tiempo que le aceleraba el corazón.
Un hormigueo le recorrió todo el cuerpo. Abrió la boca para decir algo pero
Víctor se adelantó.
—¿Qué sentiría si tus brazos desnudos se abrazaran a mi cuello?
Siempre me has tocado a través de la ropa. Y ese maldito escote es
demasiado amplio: deja ver el inicio de tus senos, la insinuación de la
sombra que los separa —los ojos de Víctor permanecían fijos en Myriam,
quemándola con tanta intensidad como sus palabras.
Myriam tragó saliva. Hizo un esfuerzo por mirar en otra dirección pero
estaba paralizada.
—¿Recuerdas cómo te abracé ayer? Yo me acuerdo de cada milímetro
de tu adorable cuerpo y ahora tengo la oportunidad de deslizar la mano por
debajo de la camiseta y acariciarte sin ropa de por medio.
Como en un sueño, Myriam dio un paso hacia adelante. La sangre le
corría por las venas calentándola por dentro. Las palabras de Víctor eran
como un bálsamo para un moribundo. Jamás nadie le había dicho cosas tan
poéticas. Myriam se detuvo a unos centímetros de Víctor, alzando la cabeza
para seguir mirándolo a los ojos. Víctor dejó escapar un quedo gemido y la
atrajo hacia sí, estrechándola y agachando la cabeza para besarla y unir sus
cuerpos con fuego.
Myriam le rodeó el cuello con sus brazos desnudos y abrió la boca para
acogerlo.
Víctor deslizó una mano hasta asirla por las nalgas y elevarla levemente
para pegarla aún más contra sí. Metió la otra mano por debajo de la
camiseta y le recorrió la columna hacia arriba hasta alcanzar el broche del
sujetador y soltárselo. Lentamente, la hizo separarse lo suficiente como
para poder llevar la mano hacia adelante y, muy despacio, cubrió con ella
uno de sus senos.
Myriam suspiró y se estrechó contra él. La violencia de las sensaciones
que despertaba en su cuerpo amenazaba con arrastrarla. Quería reír de
puro placer, pero se negaba a separar su boca de la de Víctor. Era lo más próximo
a estar en el paraíso y no quería desperdiciar ni un instante de aquella
gloriosa sensación.
Víctor le rozó el pezón con el pulgar y Myriam se arqueó, entregándose a
sus caricias.
Él apartó su boca de los labios de Myriam para dejar una hilera de
besos en su mejilla, en su cuello, en la base de su garganta. Volvió a rozarla
con el pulgar y Myriam se arqueó contra él como si intentara hundirse en su
cuerpo, dominada por un deseo frenético.
—Shh —susurró Víctor, mordisqueándole el lóbulo de la oreja—.
Tranquila, niña. Tranquila —volvió la mano a la espalda de Myriam y la
acarició como si intentara apaciguarla.
Myriam se aferró a él para no perder el equilibrio, cerró los ojos con
fuerza y se concentró en intentar recuperar el ritmo de la respiración para
dominar el torbellino de sensaciones que la desestabilizaba. Sabía que Víctor
la deseaba porque se lo había expresado y porque podía sentir la evidencia
de su excitación contra su vientre. ¿Por qué se detenía?
Las manos de Víctor eran como dos hierros candentes sobre su piel. No
soportaba la idea de separarse de él, pero sabía que nada había cambiado.
Perpleja, se preguntó por qué Víctor la habría besado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él con dulzura.
Myriam asintió.
—Pero no comprendo qué ocurre —dijo, al oído de Víctor. Le besó en la
mejilla y se separó para poder mirarlo a los ojos.
—No ocurre nada. Cámbiate de ropa.
Myriam frunció el ceño.
—Víctor, no me gusta que me manden —separándose de él, Myriam se
cruzó de brazos para retener el calor de su abrazo.
—No estoy mandándotelo —gruñó Víctor.
—Claro que sí. Me has ordenado cambiarme de ropa o marcharme. Me
niego a que me trates así. Ya he tenido bastante con mi padre y con Don.
—¡Maldita sea! —Víctor se pasó los dedos por el cabello y fue hacia la
ventana.
Myriam lo observó con la esperanza de que dijera algo que cambiara la
situación y temiendo que no lo hiciera. Miró hacia las maletas. Lo mejor
sería seguir llenándolas. Metió las manos debajo de la camiseta para
abrocharse el sujetador justo cuando Víctor se volvió hacia ella.
—Deja que lo haga yo —dijo él, avanzando hacia ella.
—No, gracias.
Ignorándola, Víctor buscó a tientas la tira de sujetador y se lo abrochó.
Sus dedos permanecieron junto a la piel de Myriam unos segundos más de
lo necesario y finalmente los retiró.
—No pretendía comportarme como tu padre o tu ex novio —dijo Víctor—.
Mis sentimientos hacia ti no son nada paternales.
Myriam lo miró fijamente.
—Tiene que ver con Jeannie, ¿verdad? —dijo, al fin—. Te molesta que
me vista así por algo relacionado con ella. Por algún motivo, te recuerdo a
ella.
Víctor guardó silencio tanto rato que Myriam pensó que no respondería.
Finalmente, asintió con la cabeza.
—Ella es la causa de que no quiera que te vistas así y por lo que quiero
que te mantengas alejada de los hombres.
—Jeannie se vestía provocativamente —adivinó Myriam.
Víctor asintió.
—Y más cosas.
—¿Más?
Víctor asintió una vez más y se volvió a mirar por la ventana,
apoyándose en el alféizar.
—Ya te dije que Jeannie quería el dinero del rancho, no a su dueño.
—Sí — Myriam lo miró escrutadoramente y tuvo un mal presagio.
—Pero no te conté cómo lo había descubierto.
Myriam sacudió la cabeza pero Víctor no la vio. Seguía mirando hacia
fuera, ¿o acaso hacia el pasado?
—Volví una tarde a casa para celebrar con Jeannie las ventas de un
mercado de ganado. Ella estaba pasando aquí unos días. Cuando entré en el
dormitorio, la encontré con uno de mis hombres.
—¡Oh, Dios mío! — Myriam no tuvo palabras para expresar su horror.
—Los oí y subí las escaleras sin hacer ruido. Habían dejado la puerta
abierta.
Víctor hizo una pausa.
Myriam se aproximó a él. Quería tocarlo, confortarlo de alguna manera,
pero no sabía si Víctor la rechazaría. Parecía absorto en sí mismo.
—Reían y charlaban sobre el dinero que tendría cuando se casara
conmigo y en las posibilidades que tenían de seguir viéndose si eran
suficientemente discretos. Cuando Jeannie me vio en la puerta, se quedó de
piedra.
Myriam alargó la mano y tomó la de Víctor. Hubiera hecho cualquier cosa
por mitigar su dolor.
—Lo siento —susurró.
—Yo también lo sentí —Víctor suspiró profundamente y se volvió a mirar
a Myriam—. No sólo perdí a mi prometida sino a uno de mis mejores
hombres. Y traté tan mal a otros dos que me abandonaron. Nunca más
pasaré por algo así, por eso te he pedido que te alejes de los hombres. ¿Me
comprendes ahora?
Myriam asintió.
—No sólo te comprendo sino que estoy de acuerdo contigo. ¿Por qué
no me lo explicaste desde el principio?
—No tenía por qué darte explicaciones —dijo Víctor fríamente.
Myriam se sintió abofeteada. Soltó la mano de Víctor y dio un paso atrás.
—Claro que no. Ni entonces ni ahora. Pero gracias por habérmelas
dado. Cuando comprendo algo, sé aceptar órdenes y reglas. Lo que no
puedo soportar es no entender lo que se me exige.
— Myriam, yo…
—No, como jefe tenías derecho a pedirme que me vistiera de cierta
manera. Ahora mismo me cambio. Si me disculpas….
Myriam apartó la vista con gesto digno. La frialdad de la respuesta de
Víctor la había humillado. Si la dejaba sola se pondría unos vaqueros y una
camisa de manga larga. Y desde ese momento se apartaría de su camino.
¡No pensaba ser motivo de más quejas!
—¿Vas a quedarte?
—Sí. Tengo que quedarme un poco más, pero desde ahora usaré
vaqueros…
No tenía dónde ir. No tenía ni casa ni trabajo. Pero aquél había sido un
toque de atención para recordarle que debía pensar en otras posibilidades.
Estaba a la merced de aquel hombre y de haber sido despedida, no habría
sabido qué hacer. No podía permitirse estar en una posición tan vulnerable.
—Nos vemos abajo —Víctor cruzó la habitación.
Myriam esperó a oír alejarse sus pisadas antes de ir a cerrar la puerta.
Era su día libre y no tenía responsabilidades en el rancho. Bajaría más tarde
a comer algo pero, por el momento, evitaría encontrarse con Víctor García.
Deshizo la maleta sin dejar de pensar en la respuesta de Víctor: «No
tenía por qué darte explicaciones». Tenía razón, pero, si la tenía, ¿por qué
se sentía tan dolida? ¿Acaso había esperado algo más después de los besos
que habían compartido? Víctor se había ofrecido a proporcionarle experiencia
para ayudarle con el libro. Se sentía atraído por ella, pero eso era todo, pura
y simple atracción sexual. Para él, no significaba nada más. ¡Y tampoco
significaría nada más para ella!
Sacó una vieja camiseta de algodón, se la abrochó hasta el cuello y
encontró unos viejos vaqueros que le quedaban grandes. Sacudiéndose el
polvo de los pies, se echó sobre la cama y, mirando al techo, se puso a
pensar en lo que Víctor le había contado.
¡ Myriam le hacía enfadar en algunas ocasiones de tal manera que
podría sacudirla! Había estado a punto de marcharse sólo porque él le había
ordenado ponerse unos pantalones, sin ni siquiera pedirle explicaciones.
Víctor entró en el despacho como una furia y se dejó caer sobre una silla.
Miró hacia el ordenador de Myriam y vio que seguía encendido. ¡Aquella
mujer acabaría con la paciencia de un santo!
Echó la silla hacia atrás y miró al techo. ¿Estaría Myriam cambiándose
de ropa o habría decidido marcharse? A Víctor hubiera gustado que… No
sabía qué quería. Myriam lo alteraba y ésa era una sensación que no le
gustaba. No era más que un ama de llaves temporal y ni siquiera hacía bien
su trabajo. Quizá lo mejor sería que se marchara. Él ya le había
proporcionado suficiente experiencia para que su libro mejorara. Y si las
cosas entre ellos no se enfriaban, temía empujarla más allá de lo que ella
quería y acabar los dos desnudos sobre la cama, besándose todo el cuerpo.
A medida que pasaban los minutos y no oía ningún ruido en el piso
superior, Víctor se fue poniendo nervioso. Quizá había sido demasiado brusco,
pero la imagen de Jeannie con Walt Hamilton no se iba de su mente. Víctor
había visto la actitud de Lance con Myriam y no quería que hubiera nada
entre ellos. De otra manera, tendría que despedirlos a ambos. Y Lance era
un capataz demasiado bueno como para perderlo.
¿Se mantendría Myriam alejada de Lance sabiendo las razones por las
que se lo pedía? ¿Se alejaría de Víctor? ¿Dónde estaba? Víctor se levantó y
salió al vestíbulo.
Miró hacia el piso de arriba y vio que la puerta de su dormitorio estaba
cerrada. Por un instante pensó en la posibilidad de llamar y exigirle que le
abriera, pero se contuvo. Algo le dijo que no sería bien recibido.
Volvió al despacho y se acercó al ordenador. Si Myriam no iba a
trabajar más, debía apagarlo. Pero al ver las palabras en la pantalla, vaciló.
Pulsó la tecla del cursor, lo llevó hasta el inicio y comenzó a leer.
Sacudió la cabeza. Nunca había leído una novela de amor, pero sí
mucha literatura y no creía que la calidad de la escritura fuera menor. Sin
embargo, el estilo de Myriam no era bueno. Los personajes parecían figuras
de cartón, se movían con artificialidad, sin emoción. Y Víctor, al descubrirlo,
se entristeció. Myriam deseaba tanto escribir y tenía tantos planes
relacionados con que la publicaran… Si aquélla era una muestra, Víctor
estaba seguro de que le quedaba un largo camino que recorrer.
Leyó atentamente el párrafo en el que el héroe besaba a la heroína por
primera vez. Al menos no lo describía como agradable y tenía cierto estilo.
Quizá el problema de Myriam era no tener suficiente experiencia. Víctor se
preguntó si la pareja de la novela se pelearía como acababan de hacer
ellos. ¿Cómo se comportarían, seguirían enfadados o se reconciliarían?
Víctor sintió curiosidad por saber cómo pensaba Myriam desarrollar la
historia y si lograría darle vida. Cuando llegó al final, salvó todo el
documento por si ella no lo había hecho y apagó el ordenador. Sentado en
la silla que ocupaba Myriam, miró por la ventana y se preguntó si sería una
mera coincidencia que el héroe tuviera rasgos similares a él. Myriam había
comenzado el libro antes de llegar a Rafter C, pero era evidente que el
personaje y él se parecían, aunque el héroe de ficción resultara una versión
más amable de Víctor, más próximo a los deseos de una mujer. ¿Estaría
usándolo Myriam como modelo de su héroe? ¿Cuánto tardaría en acabar el
libro, mandarlo a una editorial y descubrir si tenía suerte? ¿Cuánto tiempo
se quedaría?
Para cuando Myriam bajó, era de noche y al no ver a Víctor, fue a la
cocina a hacerse un sándwich y a tomar una limonada. Cuando volvía con
una bandeja a su dormitorio, la detuvo la voz de Víctor.
—Ven al porche, Myriam. Hace una noche preciosa.
Myriam vaciló. Estaría más segura en su dormitorio. ¿Estaba dispuesta
a enfrentarse una vez más al león antes de acabar el día?
—¿ Myriam? —la voz sonó seductora, incluso suplicante.
—De acuerdo — Myriam se dirigió al porche y Víctor le sujetó la puerta—.
¿Has comido? —le preguntó a Víctor al tiempo que se sentaba.
—Hace un rato. También yo me he hecho un sándwich. He comido
mucho en casa de mi hermana.
—¿Es ahí donde has estado?
Víctor no había estado en casa de Gillian y saberlo hizo que Myriam se
sintiera mejor.
—He ido a verla a ella y a su marido a Laramie.
—El hombre al que ordenaste que se alejara de ella —recordó Myriam.
—Sí. Pero sólo antes de que se casaran. Evidentemente, no me
escuchó.
—¿Son felices?
—Mucho. Pasar con ellos más de una tarde es casi insoportable —dijo
Víctor con tristeza.
Myriam mordisqueó el sándwich pensando que, después de lo ocurrido
con Jeannie, comprendía lo doloroso que debía resultarle a Víctor estar cerca
de su hermana. También ella a veces tenía sensaciones parecidas. Había
hecho planes para casarse y tener una vida muy distinta a la que había
tenido con su padre. Y al final el único hombre al que había creído amar se
comportaba como él. Sin embargo, aunque a veces envidiaba la felicidad
ajena, se esforzaba por conservar la esperanza. Algún día encontraría el
amor. Y si no era así, siempre le quedaba la literatura.
—Y tu hermano también está casado, ¿no es cierto? —preguntó al cabo
de un rato.
—Sí. Con una mujer menuda que lo tiene dominado y a la que adora.
—¡Qué suerte! — Myriam sonrió.
A ella también encantaría cautivar a un hombre. Alguien dispuesto a
complacerla todo el tiempo o al menos a respetar y valorar sus decisiones.
—A Rafe parece gustarle.
—¿Y a ti no te gustaría?
—Probablemente no.
—¿Vienen al rancho a menudo? ¿No me dijiste que era de los tres?
—Y así es. Rafe y Charity vienen en otoño. Les gusta venir para la
temporada de fútbol y luego quedarse un fin de semana. Ángel suele venir
en verano durante varias semanas. Este año no sé qué hará. Jake y ella se
han casado hace sólo dos meses.
—Pero eres tú quien verdaderamente dirige el rancho, ¿no es cierto?
—¿ Myriam, te intereso como persona o como héroe para tu novela? —
preguntó Víctor repentinamente.
Myriam estuvo a punto de atragantarse.
—¿Mi libro? —una luz de alarma se encendió en su cerebro.
—Lo he leído mientras estabas arriba.
—¿Has leído mi libro? — Myriam dejó el sándwich en el plato—. ¿Quién
te ha dado permiso? Falta mucho para que esté acabado y no quiero que lo
lea nadie.
—Demasiado tarde. Ya lo he leído. Pero no estoy convencido de que
me guste el héroe.
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 10
—¿No lo escribes para que lo lean otros? —preguntó Víctor.
—Pero no está terminado.
Él se encogió de hombros.
—Te has dejado el ordenador encendido.
—¡La próxima vez contrólate y aléjate de mi ordenador! — Myriam se
mordió el labio. Sentía curiosidad por saber qué sentimientos evocaba la
lectura del libro—. ¿Te ha gustado? —preguntó finalmente, conteniendo la
respiración en espera de su primera crítica.
Víctor vaciló.
—Es horrible, ¿verdad? —gimió Myriam. Sabía que todavía no podía
mandarlo a ninguna editorial, pero le costaba creer que fuera tan malo
como para que Víctor no pudiera decir nada positivo.
—Es un poco artificial. Le falta profundidad a los personajes. Y la
escena en que se besan no tiene fuerza.
—Todavía no he encontrado el estilo adecuado —balbuceó Myriam,
desilusionada.
—Ven —Víctor se levantó y abrió la puerta.
—¿A dónde? —dijo Myriam, obedeciendo y entrando en la casa.
Víctor la condujo hasta el despacho, encendió el ordenador y la obligó a
sentarse. Él ocupó una silla a su lado.
—Busca la escena del beso —dijo.
Myriam, ruborizada, obedeció y leyó la escena. Víctor tenía razón, le
faltaba fuerza, no tenía nada que ver con lo que ella quería expresar. ¿Por
qué le costaba tanto?
—Ahora, mírame —dijo Víctor.
Myriam se volvió obedientemente. Víctor le sonrió y, sujetándola por la
barbilla, rozó con sus labios los de ella y luego se echó hacia atrás.
—¿Qué te ha parecido?
—Muy bien.
—Me refiero a cómo te sientes.
El corazón de Myriam se había acelerado como si acabara de participar
en una carrera, en la barbilla sentía un cosquilleo allí donde Víctor le había
tocado, tenía los ojos nublados y se asía con fuerza a los brazos de la silla
para evitar abrazar a Víctor y pedirle que la ahogara en besos.
—¿Sin aliento? —preguntó, en voz alta.
Víctor arqueó una ceja y sonrió.
—Escribe eso.
—¿Qué?
—Describe el beso y lo que te ha hecho sentir —dijo Víctor,
observándola.
Myriam se volvió hacia el ordenador e intentó capturar las sensaciones
que el beso le había provocado. Sus dedos se movían con torpeza. Pulsaba
constantemente la tecla equivocada pero, poco a poco, logró escribir las
palabras que se aproximaban a cómo se sentía.
—Siguiente —dijo Víctor.
—¿Siguiente? — Myriam lo miró por encima del hombro.
—Siguiente beso —Víctor la hizo girarse y se inclinó sobre ella. Con su
lengua recorrió los labios de Myriam, mordisqueándoselos cuando ella los
entreabrió. De pronto, se echó hacia atrás con expresión satisfecha.
—Escribe cómo te sientes.
Myriam se quedó mirando a la pantalla con la mente en blanco.
Lentamente comenzó a escribir las palabras que describían el fuego que
corría por sus venas, el anhelo que se adueñaba de su interior, la deliciosa
intensificación de los sentidos que Víctor causaba en ella.
—Siguiente.
Myriam respiró profundamente, llena de una embriagadora
expectación. ¿Cuántos más besos habría? Si cada uno era más erótico que
el anterior llegaría un momento en que estaría demasiado mareada como
para escribir. Giró la silla y miró a Víctor.
—Siguiente —confirmó.
Víctor la observó largamente con una mirada de fuego que abrasó a
Myriam. Muy despacio, acarició su cabello de seda y sujetándola por la
nuca, la obligó a inclinar la cabeza, todo ello con tanta lentitud que Myriam
se impacientó. Víctor, notándolo, sonrió felinamente y la atrajo hacia sí. Sus
alientos se mezclaron antes de unir sus bocas y Myriam creyó morir de
deseo.
—Víctor —susurró, jadeante.
—La provocación añade sensualidad —musitó él, tocándole la comisura
de los labios con la lengua.
Myriam intentó acercarse más, pero Víctor se lo impidió.
—Todavía no.
—Sí —susurró ella, sujetándolo por las muñecas y tirando de él.
—Siempre hueles a rosas. ¿Es tu cabello, tu cuerpo o tu olor natural? —
preguntó él, dejando una sucesión de besos sobre la línea de la mandíbula
de Myriam.
Ella gimió quedamente y cerró los ojos para gozar más plenamente de
aquel instante.
—¿Estás tomando nota de todas las sensaciones para poder ponerlas
en el libro? —preguntó Víctor al tiempo que posaba sus labios sobre los de
ella.
Myriam perdió el sentido del tiempo y del espacio, dejándose absorber
por la ola de calor que se propagaba desde la boca de Víctor hasta la suya.
—Escribe —dijo Víctor, con la respiración entrecortada.
Myriam sacudió la cabeza, pero no logró despejarla. Miró a la pantalla
del ordenador y de nuevo a Víctor. Incorporándose a medias, se desplazó de
su asiento al regazo de Víctor y le rodeó el cuello con sus brazos.
—Bromeas, ¿verdad? —dijo, posando delicados besos en la mejilla de
Víctor—. Sería incapaz de escribir una palabra.
Su boca alcanzó la de él y suspiró aliviada cuando Víctor la estrechó con
fuerza contra su pecho y le devolvió el beso.
Víctor bajó las manos a sus caderas y recorrió la parte externa de sus
muslos, mascullando algo sobre la mala suerte de que se hubiera quitado la
falda.
Myriam rió suavemente.
—Si no recuerdo mal, tú me lo has mandado.
—¡Qué orden tan estúpida! —dijo él, besándole el cuello, lamiéndole la
pulsante vena de la base de la garganta. Llevó una mano hacia adelante y
comenzó a desabrocharle los botones—. Prefería la otra camiseta.
—Antes has dicho lo contrario —musitó Myriam, mordisqueándole el
lóbulo de la oreja. Con una mano le acarició el cabello y con la otra imitó
sus movimientos y comenzó a desabrochar la camisa de Víctor.
Él reclamó de nuevo su boca, concluyendo la charla. Cuando Myriam
sintió el fresco de la noche en la piel se dio cuenta de que Víctor le había
quitado la camiseta. Él fue a soltarle el sujetador.
—No — Myriam se irguió y, cruzando los brazos sobre el pecho, miró a
Víctor con gesto amedrentado.
—Sólo esto —dijo Víctor, desabrochándole el sujetador y quitándoselo
lentamente. Myriam movió los brazos y Víctor tiró la prenda de encaje y seda
al suelo. Tomó las manos de Myriam y se la apartó del cuerpo para poder
admirarla. Después, con tanta lentitud que Myriam apenas notó que se
movía, la atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos entraron en contacto: sus
senos contra el torso de Víctor, sus curvas contra su dureza, el calor de
ambos fundiéndose en uno.
—Eres una mujer hermosa, Myriam Montemayor —susurró el a su oído,
acariciándole la espalda.
—Y tú eres un ranchero irresistible, Víctor García.
—Acuérdate de cómo te sientes para tu libro —dijo Víctor.
—Lo recordaré.
Pero Myriam pensó que lo recordaría para sí misma, no para el libro.
Jamás olvidaría aquellos instantes. El placer de estar sentada sobre Víctor,
moviendo su cuerpo con el de él, aprendiendo lo que significaba ser mujer.
No había nadie en el mundo como Víctor, y ella lo amaba.
Por un instante se quedó sin respiración, en suspenso. Luego sonrió y
se relajó en los brazos de Víctor. Acababa de descubrir por qué le gustaban
sus besos y que la tocara. ¡Estaba enamorada de él! Y era normal que le
gustara demostrarle su afecto.
Y aún quería más: quería aprender todo lo que Víctor pudiera enseñarle,
y mostrarle cuánto lo amaba.
Cuando Víctor le dio un beso profundo, Myriam respondió
apasionadamente, entregándose a aquel abrazo con toda su alma. Sabía
que nunca olvidaría aquella noche.
Víctor se desplazó hacia su hombro para besárselo y Myriam sonrió,
sintiendo el cosquilleo que sus labios producían en su piel.
—Te amo —susurró, llena de amor.
Víctor reaccionó como si le hubiera tirado una jarra de agua fría.
Irguiéndose bruscamente la sujetó por los brazos y la separó de sí hasta
poder mirarla a los ojos.
—¿Qué has dicho? —dijo fríamente.
Myriam lo miró atónita.
—Te amo —balbuceó.
—Te equivocas. No confundas el sexo con el amor —dijo él,
apretándole los brazos.
—No me equivoco. Creo que me he ido enamorando de ti desde que
llegué al rancho.
—No me lo puedo creer. Has venido aquí a trabajar, no ha intentar
conquistarme.
—No intento conquistarte. Te amo —dijo ella, con firmeza—. No te pido
nada.
—Claro que sí. Siempre se empieza con palabras de amor y se acaba
exigiendo algo. Ya te advertí que entre nosotros sólo había atracción física.
No me coloques en un pedestal, Myriam. Si no puedes aceptar la situación
dilo, pero no intentes aplacar tu conciencia con bonitas palabras.
Víctor se levantó y cruzó la habitación para marcharse. Al llegar a la
puerta se volvió, fulminándola con la mirada.
—No me lo creo.
—¿El qué? — Myriam se dio cuenta repentinamente de que estaba
semidesnuda y se agachó para recoger la camisa. ¿Cómo podían dos
palabras haber causado tal terremoto?
—No me creo eso del amor. Cuando he vuelto esta tarde estabas
coqueteando con Lance y todos los demás hombres. Ahora, después de
unos cuantos besos, me dices que estás enamorada de mí. No me lo creo,
cariño. Puede que te guste la idea de que cuide de ti para el resto de tu
vida. Y al ver que nuestros besos no estaban tan mal has decidido
arriesgarte.
—¡Cállate! ¡No tienes ni idea! Tú fuiste quien sugirió que practicáramos
para proporcionarme experiencia. Incluso esta noche me has hecho escribir
lo que sentía. Todo empezó por tu parte como una lección.
—Así es, y tú aceptaste tener un romance.
—Yo no he planeado enamorarme de ti.
—Pero te ha resultado muy conveniente.
—¡Deja de comportarte tan cínicamente y olvídate de lo que he dicho!
Tienes razón: he sido una estúpida enamorándome de ti. Tú no puedes dar
amor a nadie. Prefieres seguir lamentándote de lo que ocurrió con Jeannie.
Ahora crees que todas las mujeres son como ella.
Myriam echó la cabeza hacia atrás. No sabía como librarse del dolor
que sentía en el pecho. Había tardado toda la vida en encontrar el amor y
cuando daba con él, ni la creía ni la correspondía.
—Como intento no ha estado mal —comentó Víctor, clavando la mirada
en ella.
Tras encogerse de hombros, Myriam se agachó para recoger el
sujetador y se lo metió en el bolsillo.
—Piensa lo que quieras, pero yo no voy a quedarme a escucharte.
Cruzar la habitación fue un suplicio, pero logró no titubear. Conseguiría
llegar a la seguridad de su dormitorio antes de hundirse. No estaba
dispuesta a que aquel ranchero petulante y engreído descubriera cuánto la
había herido.
Víctor la observó salir de la habitación y escuchó alejarse sus pisadas. No
podía moverse. En su interior se removían sentimientos oscuros y
peligrosos. ¡Cómo se atrevía Myriam a intentar convencerlo de que lo
amaba! ¿Acaso lo consideraba estúpido?
Necesitaba una copa. Al salir del despacho se detuvo bruscamente y
ladeó la cabeza. ¿Qué era aquel ruido? Cerró los ojos y apretó los puños.
Myriam estaba llorando. ¿Por qué confundía la pasión con el amor? ¿Habría
realmente interpretado la intimidad que habían compartido como algo más
elevado? ¿Realmente creía lo que le había dicho o no era como Jeannie y
sólo estaba contrariada porque su plan no había funcionado?
Entró en la cocina violentamente y, sacando el whisky, se sirvió un
vaso. Sentía una opresión en el pecho.
No debía haber permitido que Myriam se quedara. Desde un principio
había sabido que no era la persona adecuada para el trabajo pero llevaban
tanto tiempo sin cocinera que no pudo resistirse. Debía haberla echado el
primer día, o al menos después de la primera comida. O cuando olvidó
secar la ropa. O después del primer beso.
Su gran error había sido besarla. ¿Es que era un completo idiota o
realmente había creído que podrían pasarlo bien juntos y luego separarse
sin recriminaciones por ninguno de los dos lados?
Hacía diez minutos hubiera hecho el amor con Myriam sin titubear. Aún
la deseaba. Podía sentir el tacto de su piel bajo sus dedos. Sus labios
hubieran querido sentir los de ella durante toda la noche.
Tal vez era injusto culparla por creer que estaba enamorada. Él había
actuado con seguridad y ella era inocente e inexperta. Había confundido la
pasión y la lujuria con otra cosa. Desde ese momento, se mantendría
alejado de Myriam. Mantendrían una relación meramente profesional. Y lo
primero que haría por la mañana sería llamar a la agencia para pedir que
mandaran otra ama de llaves. Myriam se quedaría sólo hasta que llegara su
sustituta.
Satisfecho con la idea de que las cosas volverían a su cauce, Víctor
enjuagó el vaso y se fue a la cama. Quería olvidar aquel día cuanto antes.
Al pasar junto a la puerta de Myriam prestó atención por si oía algo.
Silencio. Víctor hubiera querido llamar y comprobar que Myriam estaba bien,
pero temió ser malinterpretado.
Continuó hasta su habitación y cerró la puerta tras de sí, esforzándose
por borrar de su memoria las dulces palabras de amor de Myriam.
Myriam preparó huevos revueltos con bacón. Ya había servido las
tostadas y el zumo de naranja. Estaba furiosa por haber llorado la noche
anterior y tener los ojos hinchados y rojos, y quería marcharse antes de que
llegaran los hombres. Intentó disimular los efectos del llanto con agua fría,
pero no había servido de nada.
Miró de reojo al reloj. Quería que los huevos se hicieran más deprisa.
Solo quedaban unos minutos para que Billy, Jack y el resto de la tropa
llegaran. Y especialmente, Víctor, al que quería evitar por encima de todo. Su
confesión del día anterior la avergonzaba hasta la náusea. ¿Cómo podía
haber sido tan estúpida? Y lo peor no era que Víctor la considerara estúpida,
sino ambiciosa y manipuladora.
Myriam revolvió los huevos y puso más pan a tostar. El café ya estaba
listo, igual que todo lo demás. Sólo le faltaban los huevos….
—Buenos días —oyó a Víctor saludarla desde la puerta.
—Buenos días —respondió ella, sin apartar los ojos de la sartén. No
pensaba salir corriendo porque él hubiera llegado antes de lo esperado.
Víctor fue hasta el fogón y se sirvió café. Myriam se negó a mirarlo.
Siguió concentrada en los huevos y en los ruidos del exterior. Los hombres
no se acercaban.
— Myriam, respecto a lo de anoche…
—Lo siento, necesito esa fuente — Myriam llevó la sartén hasta la
fuente que había calentado y volcó en ella los huevos. La dejó en el centro
de la mesa y miró al reloj. Las últimas tostadas saltaron del tostador y
Myriam las añadió a la cesta que mantenía caliente en el horno. Fuera, se
oía el murmullo de voces de los hombres.
— Myriam —dijo Víctor.
Myriam dejó la cesta sobre la mesa, se cercioró que todo estaba en su
sitio e, ignorando a Víctor, se dirigió hacia el vestíbulo.
—¿Dónde vas?
—Ya he desayunado —mintió Myriam, dándose prisa para evitar que
Víctor la detuviera. Corrió a su dormitorio y cerró la puerta. Lo había
conseguido, había superado la primera prueba.
Un golpeteo en la puerta la sobresaltó.
—Abre la puerta, Myriam.
—Déjame — Myriam se acercó a la ventana. ¿Qué pretendía Víctor,
acabar con ella?
Víctor abrió la puerta pero no entró.
— Myriam, quiero hablar contigo.
—No tenemos nada de qué hablar. Ve a desayunar.
—¿Es verdad que has tomado algo?
—Ya desayunaré más tarde. Tú ve ahora, antes de que se enfríe —dijo
Myriam, jugando nerviosamente con la cortina.
Oyó los pasos de Víctor cruzando la habitación y se puso tensa. No se
sorprendió cuando él le puso la mano en el hombro y la hizo volverse. Con
un dedo, Víctor le obligó a levantar la barbilla y mirarlo.
Myriam estaba dolida. Ella lo amaba y él no la creía.
—Siento haberte hecho llorar.
—Víctor, si quieres decirme algo, dímelo y márchate. No necesito que
me compadezcas —dijo Myriam, empezando a enfurecerse. No quería
humillarse más. No se arrepentía de estar enamorada de Víctor, sólo de
habérselo dicho.
—Ayer perdimos el control. Se suponía que estábamos trabajando para
tu libro.
Myriam asintió. ¡Qué ironía! Para ella el libro no tenía ninguna
importancia en ese momento. Hubiera querido que Víctor dejara de tocarla, le
impedía pensar.
—Y puede que los sentimientos se exageraran —continuó Víctor.
Myriam asintió y Víctor dejó escapar un suspiro.
—No estoy mejorando las cosas, ¿verdad?
Myriam sacudió la cabeza.
—Ven a desayunar —dijo él.
—No. Bajaré cuando os hayáis marchado — Myriam se separó de él y
pudo volver a respirar.
Víctor fue a decir algo, pero reflexionó y se encaminó hacia la puerta.
Myriam siguió el sonido de sus pisadas. Cuando se alejaron, miró por la
ventana. ¡Deseaba tanto que él dijera algo que demostrara que no le era
totalmente indiferente! Pero no lo había hecho. Y en cuanto los hombres se
marcharan, ella llamaría a la agencia para que mandaran una sustituta.
Víctor no se marchó hasta después de las nueve. Myriam estaba muerta
de hambre. Apenas había dormido en toda la noche y mientras preparaba el
desayuno sólo había probado dos bocados de bacón. Fue a la cocina y fregó
antes de prepararse una tortilla. Pero para cuando se sentó a comer había
perdido el apetito. Hubiera dado cualquier cosa por volver las agujas el reloj
al día anterior y cambiar los acontecimientos. De poder hacerlo, no
admitiría estar enamorada de Víctor, ni habría consentido que Víctor la besara.
Después de recoger la cocina, fue al despacho a llamar a la señora
Montgomery.
—Hola, querida. ¿Llamas para que te busque otro trabajo? —preguntó
la señora Montgomery cuando Myriam se presentó.
—Sí. Y querría que mandara otra ama de llaves al rancho Rafter C.
—El señor García ya ha llamado esta mañana. Estoy buscando a
alguien pero ya le advertí que no sería fácil. Me ha sorprendido que dijera
que se puede quedar hasta que encontremos una sustituta.
Víctor se había adelantado a Myriam y saberlo le hizo sentirse
mortificada. Le hubiera gustado colgar con un grito de rabia, pero mantuvo
la calma.
—¿Sigue queriendo marcharse antes de que llegue la sustituta? —
preguntó la señora Montgomery.
—¿Qué? Sí, quiero marcharme en cuanto encuentre otro trabajo para
mí.
Myriam no pensaba permanecer en el rancho ni un minuto más de lo
imprescindible, pero por el momento, necesitaba dinero y alojamiento.
—Muy bien, señorita Montemayor, la llamaré en cuanto encuentre algo.
Myriam debía conformarse con eso. Sabía que la señora Montgomery
no la valoraba particularmente, pero había llegado el momento de
demostrarle que era capaz de hacer bien su trabajo.
Se sentó frente al ordenador. No iba a obsesionarse con hacer las
cosas tal y como Víctor las quería. Después de todo, había dejado claro que
no la quería en el rancho.
Cuando se puso a leer la novela se olvidó de parte de los problemas
que la acuciaban para concentrarse en la necesidad de mejorar sus
personajes. Tenía que acabar el libro y mandarlo a una editorial lo antes
posible.
Al oír el teléfono levantó la vista. Llevaba mucho tiempo trabajando y
era hora de preparar el almuerzo. Myriam salvó el documento y contestó el
teléfono.
Unos minutos más tarde entraba en la cocina como una exhalación.
Los hombres estaban a punto de llegar y todavía no había preparado la
comida. La hermana de Víctor la había entretenido al teléfono más de lo que
había calculado y tuvo que limitarse a hacer a toda prisa unos sándwiches
de jamón. Oyó el ruido de caballos y las voces de los hombres. Mientras
comían el primer sándwich, les prepararía el segundo. En unos segundos
había preparado la suficiente comida como para que se llenaran. Los recibió
con una amplia sonrisa.
—Te hemos echado de menos en el desayuno —dijo Billy.
—Me he levantado temprano. Os prepararé más sándwiches en
seguida. Servios té y café —dijo Myriam, volviéndose para seguir
trabajando.
Víctor entró y, sin decir una palabra, comenzó a comer.
A Myriam no le costó ignorarlo al tener a los demás hombres por
compañía y pronto pudo relajarse y bromear con Jack y Billy, al tiempo que
seguía preparando sándwiches para los hombres hasta asegurarse de que
todos quedaban satisfechos.
—Frena, chica, vas a terminar agotada —dijo Lance en cierto momento,
arrastrando las palabras y mirando a Myriam y a Víctor alternativamente.
—No te preocupes. Es que voy un poco retrasada.
—¿Has vuelto a distraerte? —preguntó Víctor, de mal humor.
—No. Me ha retrasado una llamada de tu hermana. Ella y su marido
vienen la semana que viene. Me ha pedido que te diga que seas amable con
Jake —replicó Myriam cortante, al tiempo que servía té a Lance.
—Ángel te va a gustar —comentó Lance—. Siempre ayuda con el
trabajo de la casa.
—Por teléfono me ha parecido muy amable — Myriam miró hacia la
izquierda de Víctor—. ¿Qué dormitorio les preparo?
—El que está frente al tuyo. Ángel te ayudará con las comidas mientras
esté aquí.
—Por lo que ha dicho, tengo la impresión que ella y Jake están
deseando montar a caballo.
—¿Podrás hacer comida para dos más?
Myriam se encogió de hombros, abrió una bolsa de patatas fritas y se la
pasó a Pete.
—Seguro que sí —dijo, y se mordió la lengua para no añadir: «al menos
mientras me quede».
Quería marcharse de Rafter C y encontrar un lugar donde refugiarse
para poder escribir y recuperar la calma. Debía haber aprendido con Don,
pero había necesitado a Víctor para completar la lección.
El amor, el matrimonio y los finales felices sólo existían en los libros. En
el futuro, no lo olvidaría.
—¿No lo escribes para que lo lean otros? —preguntó Víctor.
—Pero no está terminado.
Él se encogió de hombros.
—Te has dejado el ordenador encendido.
—¡La próxima vez contrólate y aléjate de mi ordenador! — Myriam se
mordió el labio. Sentía curiosidad por saber qué sentimientos evocaba la
lectura del libro—. ¿Te ha gustado? —preguntó finalmente, conteniendo la
respiración en espera de su primera crítica.
Víctor vaciló.
—Es horrible, ¿verdad? —gimió Myriam. Sabía que todavía no podía
mandarlo a ninguna editorial, pero le costaba creer que fuera tan malo
como para que Víctor no pudiera decir nada positivo.
—Es un poco artificial. Le falta profundidad a los personajes. Y la
escena en que se besan no tiene fuerza.
—Todavía no he encontrado el estilo adecuado —balbuceó Myriam,
desilusionada.
—Ven —Víctor se levantó y abrió la puerta.
—¿A dónde? —dijo Myriam, obedeciendo y entrando en la casa.
Víctor la condujo hasta el despacho, encendió el ordenador y la obligó a
sentarse. Él ocupó una silla a su lado.
—Busca la escena del beso —dijo.
Myriam, ruborizada, obedeció y leyó la escena. Víctor tenía razón, le
faltaba fuerza, no tenía nada que ver con lo que ella quería expresar. ¿Por
qué le costaba tanto?
—Ahora, mírame —dijo Víctor.
Myriam se volvió obedientemente. Víctor le sonrió y, sujetándola por la
barbilla, rozó con sus labios los de ella y luego se echó hacia atrás.
—¿Qué te ha parecido?
—Muy bien.
—Me refiero a cómo te sientes.
El corazón de Myriam se había acelerado como si acabara de participar
en una carrera, en la barbilla sentía un cosquilleo allí donde Víctor le había
tocado, tenía los ojos nublados y se asía con fuerza a los brazos de la silla
para evitar abrazar a Víctor y pedirle que la ahogara en besos.
—¿Sin aliento? —preguntó, en voz alta.
Víctor arqueó una ceja y sonrió.
—Escribe eso.
—¿Qué?
—Describe el beso y lo que te ha hecho sentir —dijo Víctor,
observándola.
Myriam se volvió hacia el ordenador e intentó capturar las sensaciones
que el beso le había provocado. Sus dedos se movían con torpeza. Pulsaba
constantemente la tecla equivocada pero, poco a poco, logró escribir las
palabras que se aproximaban a cómo se sentía.
—Siguiente —dijo Víctor.
—¿Siguiente? — Myriam lo miró por encima del hombro.
—Siguiente beso —Víctor la hizo girarse y se inclinó sobre ella. Con su
lengua recorrió los labios de Myriam, mordisqueándoselos cuando ella los
entreabrió. De pronto, se echó hacia atrás con expresión satisfecha.
—Escribe cómo te sientes.
Myriam se quedó mirando a la pantalla con la mente en blanco.
Lentamente comenzó a escribir las palabras que describían el fuego que
corría por sus venas, el anhelo que se adueñaba de su interior, la deliciosa
intensificación de los sentidos que Víctor causaba en ella.
—Siguiente.
Myriam respiró profundamente, llena de una embriagadora
expectación. ¿Cuántos más besos habría? Si cada uno era más erótico que
el anterior llegaría un momento en que estaría demasiado mareada como
para escribir. Giró la silla y miró a Víctor.
—Siguiente —confirmó.
Víctor la observó largamente con una mirada de fuego que abrasó a
Myriam. Muy despacio, acarició su cabello de seda y sujetándola por la
nuca, la obligó a inclinar la cabeza, todo ello con tanta lentitud que Myriam
se impacientó. Víctor, notándolo, sonrió felinamente y la atrajo hacia sí. Sus
alientos se mezclaron antes de unir sus bocas y Myriam creyó morir de
deseo.
—Víctor —susurró, jadeante.
—La provocación añade sensualidad —musitó él, tocándole la comisura
de los labios con la lengua.
Myriam intentó acercarse más, pero Víctor se lo impidió.
—Todavía no.
—Sí —susurró ella, sujetándolo por las muñecas y tirando de él.
—Siempre hueles a rosas. ¿Es tu cabello, tu cuerpo o tu olor natural? —
preguntó él, dejando una sucesión de besos sobre la línea de la mandíbula
de Myriam.
Ella gimió quedamente y cerró los ojos para gozar más plenamente de
aquel instante.
—¿Estás tomando nota de todas las sensaciones para poder ponerlas
en el libro? —preguntó Víctor al tiempo que posaba sus labios sobre los de
ella.
Myriam perdió el sentido del tiempo y del espacio, dejándose absorber
por la ola de calor que se propagaba desde la boca de Víctor hasta la suya.
—Escribe —dijo Víctor, con la respiración entrecortada.
Myriam sacudió la cabeza, pero no logró despejarla. Miró a la pantalla
del ordenador y de nuevo a Víctor. Incorporándose a medias, se desplazó de
su asiento al regazo de Víctor y le rodeó el cuello con sus brazos.
—Bromeas, ¿verdad? —dijo, posando delicados besos en la mejilla de
Víctor—. Sería incapaz de escribir una palabra.
Su boca alcanzó la de él y suspiró aliviada cuando Víctor la estrechó con
fuerza contra su pecho y le devolvió el beso.
Víctor bajó las manos a sus caderas y recorrió la parte externa de sus
muslos, mascullando algo sobre la mala suerte de que se hubiera quitado la
falda.
Myriam rió suavemente.
—Si no recuerdo mal, tú me lo has mandado.
—¡Qué orden tan estúpida! —dijo él, besándole el cuello, lamiéndole la
pulsante vena de la base de la garganta. Llevó una mano hacia adelante y
comenzó a desabrocharle los botones—. Prefería la otra camiseta.
—Antes has dicho lo contrario —musitó Myriam, mordisqueándole el
lóbulo de la oreja. Con una mano le acarició el cabello y con la otra imitó
sus movimientos y comenzó a desabrochar la camisa de Víctor.
Él reclamó de nuevo su boca, concluyendo la charla. Cuando Myriam
sintió el fresco de la noche en la piel se dio cuenta de que Víctor le había
quitado la camiseta. Él fue a soltarle el sujetador.
—No — Myriam se irguió y, cruzando los brazos sobre el pecho, miró a
Víctor con gesto amedrentado.
—Sólo esto —dijo Víctor, desabrochándole el sujetador y quitándoselo
lentamente. Myriam movió los brazos y Víctor tiró la prenda de encaje y seda
al suelo. Tomó las manos de Myriam y se la apartó del cuerpo para poder
admirarla. Después, con tanta lentitud que Myriam apenas notó que se
movía, la atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos entraron en contacto: sus
senos contra el torso de Víctor, sus curvas contra su dureza, el calor de
ambos fundiéndose en uno.
—Eres una mujer hermosa, Myriam Montemayor —susurró el a su oído,
acariciándole la espalda.
—Y tú eres un ranchero irresistible, Víctor García.
—Acuérdate de cómo te sientes para tu libro —dijo Víctor.
—Lo recordaré.
Pero Myriam pensó que lo recordaría para sí misma, no para el libro.
Jamás olvidaría aquellos instantes. El placer de estar sentada sobre Víctor,
moviendo su cuerpo con el de él, aprendiendo lo que significaba ser mujer.
No había nadie en el mundo como Víctor, y ella lo amaba.
Por un instante se quedó sin respiración, en suspenso. Luego sonrió y
se relajó en los brazos de Víctor. Acababa de descubrir por qué le gustaban
sus besos y que la tocara. ¡Estaba enamorada de él! Y era normal que le
gustara demostrarle su afecto.
Y aún quería más: quería aprender todo lo que Víctor pudiera enseñarle,
y mostrarle cuánto lo amaba.
Cuando Víctor le dio un beso profundo, Myriam respondió
apasionadamente, entregándose a aquel abrazo con toda su alma. Sabía
que nunca olvidaría aquella noche.
Víctor se desplazó hacia su hombro para besárselo y Myriam sonrió,
sintiendo el cosquilleo que sus labios producían en su piel.
—Te amo —susurró, llena de amor.
Víctor reaccionó como si le hubiera tirado una jarra de agua fría.
Irguiéndose bruscamente la sujetó por los brazos y la separó de sí hasta
poder mirarla a los ojos.
—¿Qué has dicho? —dijo fríamente.
Myriam lo miró atónita.
—Te amo —balbuceó.
—Te equivocas. No confundas el sexo con el amor —dijo él,
apretándole los brazos.
—No me equivoco. Creo que me he ido enamorando de ti desde que
llegué al rancho.
—No me lo puedo creer. Has venido aquí a trabajar, no ha intentar
conquistarme.
—No intento conquistarte. Te amo —dijo ella, con firmeza—. No te pido
nada.
—Claro que sí. Siempre se empieza con palabras de amor y se acaba
exigiendo algo. Ya te advertí que entre nosotros sólo había atracción física.
No me coloques en un pedestal, Myriam. Si no puedes aceptar la situación
dilo, pero no intentes aplacar tu conciencia con bonitas palabras.
Víctor se levantó y cruzó la habitación para marcharse. Al llegar a la
puerta se volvió, fulminándola con la mirada.
—No me lo creo.
—¿El qué? — Myriam se dio cuenta repentinamente de que estaba
semidesnuda y se agachó para recoger la camisa. ¿Cómo podían dos
palabras haber causado tal terremoto?
—No me creo eso del amor. Cuando he vuelto esta tarde estabas
coqueteando con Lance y todos los demás hombres. Ahora, después de
unos cuantos besos, me dices que estás enamorada de mí. No me lo creo,
cariño. Puede que te guste la idea de que cuide de ti para el resto de tu
vida. Y al ver que nuestros besos no estaban tan mal has decidido
arriesgarte.
—¡Cállate! ¡No tienes ni idea! Tú fuiste quien sugirió que practicáramos
para proporcionarme experiencia. Incluso esta noche me has hecho escribir
lo que sentía. Todo empezó por tu parte como una lección.
—Así es, y tú aceptaste tener un romance.
—Yo no he planeado enamorarme de ti.
—Pero te ha resultado muy conveniente.
—¡Deja de comportarte tan cínicamente y olvídate de lo que he dicho!
Tienes razón: he sido una estúpida enamorándome de ti. Tú no puedes dar
amor a nadie. Prefieres seguir lamentándote de lo que ocurrió con Jeannie.
Ahora crees que todas las mujeres son como ella.
Myriam echó la cabeza hacia atrás. No sabía como librarse del dolor
que sentía en el pecho. Había tardado toda la vida en encontrar el amor y
cuando daba con él, ni la creía ni la correspondía.
—Como intento no ha estado mal —comentó Víctor, clavando la mirada
en ella.
Tras encogerse de hombros, Myriam se agachó para recoger el
sujetador y se lo metió en el bolsillo.
—Piensa lo que quieras, pero yo no voy a quedarme a escucharte.
Cruzar la habitación fue un suplicio, pero logró no titubear. Conseguiría
llegar a la seguridad de su dormitorio antes de hundirse. No estaba
dispuesta a que aquel ranchero petulante y engreído descubriera cuánto la
había herido.
Víctor la observó salir de la habitación y escuchó alejarse sus pisadas. No
podía moverse. En su interior se removían sentimientos oscuros y
peligrosos. ¡Cómo se atrevía Myriam a intentar convencerlo de que lo
amaba! ¿Acaso lo consideraba estúpido?
Necesitaba una copa. Al salir del despacho se detuvo bruscamente y
ladeó la cabeza. ¿Qué era aquel ruido? Cerró los ojos y apretó los puños.
Myriam estaba llorando. ¿Por qué confundía la pasión con el amor? ¿Habría
realmente interpretado la intimidad que habían compartido como algo más
elevado? ¿Realmente creía lo que le había dicho o no era como Jeannie y
sólo estaba contrariada porque su plan no había funcionado?
Entró en la cocina violentamente y, sacando el whisky, se sirvió un
vaso. Sentía una opresión en el pecho.
No debía haber permitido que Myriam se quedara. Desde un principio
había sabido que no era la persona adecuada para el trabajo pero llevaban
tanto tiempo sin cocinera que no pudo resistirse. Debía haberla echado el
primer día, o al menos después de la primera comida. O cuando olvidó
secar la ropa. O después del primer beso.
Su gran error había sido besarla. ¿Es que era un completo idiota o
realmente había creído que podrían pasarlo bien juntos y luego separarse
sin recriminaciones por ninguno de los dos lados?
Hacía diez minutos hubiera hecho el amor con Myriam sin titubear. Aún
la deseaba. Podía sentir el tacto de su piel bajo sus dedos. Sus labios
hubieran querido sentir los de ella durante toda la noche.
Tal vez era injusto culparla por creer que estaba enamorada. Él había
actuado con seguridad y ella era inocente e inexperta. Había confundido la
pasión y la lujuria con otra cosa. Desde ese momento, se mantendría
alejado de Myriam. Mantendrían una relación meramente profesional. Y lo
primero que haría por la mañana sería llamar a la agencia para pedir que
mandaran otra ama de llaves. Myriam se quedaría sólo hasta que llegara su
sustituta.
Satisfecho con la idea de que las cosas volverían a su cauce, Víctor
enjuagó el vaso y se fue a la cama. Quería olvidar aquel día cuanto antes.
Al pasar junto a la puerta de Myriam prestó atención por si oía algo.
Silencio. Víctor hubiera querido llamar y comprobar que Myriam estaba bien,
pero temió ser malinterpretado.
Continuó hasta su habitación y cerró la puerta tras de sí, esforzándose
por borrar de su memoria las dulces palabras de amor de Myriam.
Myriam preparó huevos revueltos con bacón. Ya había servido las
tostadas y el zumo de naranja. Estaba furiosa por haber llorado la noche
anterior y tener los ojos hinchados y rojos, y quería marcharse antes de que
llegaran los hombres. Intentó disimular los efectos del llanto con agua fría,
pero no había servido de nada.
Miró de reojo al reloj. Quería que los huevos se hicieran más deprisa.
Solo quedaban unos minutos para que Billy, Jack y el resto de la tropa
llegaran. Y especialmente, Víctor, al que quería evitar por encima de todo. Su
confesión del día anterior la avergonzaba hasta la náusea. ¿Cómo podía
haber sido tan estúpida? Y lo peor no era que Víctor la considerara estúpida,
sino ambiciosa y manipuladora.
Myriam revolvió los huevos y puso más pan a tostar. El café ya estaba
listo, igual que todo lo demás. Sólo le faltaban los huevos….
—Buenos días —oyó a Víctor saludarla desde la puerta.
—Buenos días —respondió ella, sin apartar los ojos de la sartén. No
pensaba salir corriendo porque él hubiera llegado antes de lo esperado.
Víctor fue hasta el fogón y se sirvió café. Myriam se negó a mirarlo.
Siguió concentrada en los huevos y en los ruidos del exterior. Los hombres
no se acercaban.
— Myriam, respecto a lo de anoche…
—Lo siento, necesito esa fuente — Myriam llevó la sartén hasta la
fuente que había calentado y volcó en ella los huevos. La dejó en el centro
de la mesa y miró al reloj. Las últimas tostadas saltaron del tostador y
Myriam las añadió a la cesta que mantenía caliente en el horno. Fuera, se
oía el murmullo de voces de los hombres.
— Myriam —dijo Víctor.
Myriam dejó la cesta sobre la mesa, se cercioró que todo estaba en su
sitio e, ignorando a Víctor, se dirigió hacia el vestíbulo.
—¿Dónde vas?
—Ya he desayunado —mintió Myriam, dándose prisa para evitar que
Víctor la detuviera. Corrió a su dormitorio y cerró la puerta. Lo había
conseguido, había superado la primera prueba.
Un golpeteo en la puerta la sobresaltó.
—Abre la puerta, Myriam.
—Déjame — Myriam se acercó a la ventana. ¿Qué pretendía Víctor,
acabar con ella?
Víctor abrió la puerta pero no entró.
— Myriam, quiero hablar contigo.
—No tenemos nada de qué hablar. Ve a desayunar.
—¿Es verdad que has tomado algo?
—Ya desayunaré más tarde. Tú ve ahora, antes de que se enfríe —dijo
Myriam, jugando nerviosamente con la cortina.
Oyó los pasos de Víctor cruzando la habitación y se puso tensa. No se
sorprendió cuando él le puso la mano en el hombro y la hizo volverse. Con
un dedo, Víctor le obligó a levantar la barbilla y mirarlo.
Myriam estaba dolida. Ella lo amaba y él no la creía.
—Siento haberte hecho llorar.
—Víctor, si quieres decirme algo, dímelo y márchate. No necesito que
me compadezcas —dijo Myriam, empezando a enfurecerse. No quería
humillarse más. No se arrepentía de estar enamorada de Víctor, sólo de
habérselo dicho.
—Ayer perdimos el control. Se suponía que estábamos trabajando para
tu libro.
Myriam asintió. ¡Qué ironía! Para ella el libro no tenía ninguna
importancia en ese momento. Hubiera querido que Víctor dejara de tocarla, le
impedía pensar.
—Y puede que los sentimientos se exageraran —continuó Víctor.
Myriam asintió y Víctor dejó escapar un suspiro.
—No estoy mejorando las cosas, ¿verdad?
Myriam sacudió la cabeza.
—Ven a desayunar —dijo él.
—No. Bajaré cuando os hayáis marchado — Myriam se separó de él y
pudo volver a respirar.
Víctor fue a decir algo, pero reflexionó y se encaminó hacia la puerta.
Myriam siguió el sonido de sus pisadas. Cuando se alejaron, miró por la
ventana. ¡Deseaba tanto que él dijera algo que demostrara que no le era
totalmente indiferente! Pero no lo había hecho. Y en cuanto los hombres se
marcharan, ella llamaría a la agencia para que mandaran una sustituta.
Víctor no se marchó hasta después de las nueve. Myriam estaba muerta
de hambre. Apenas había dormido en toda la noche y mientras preparaba el
desayuno sólo había probado dos bocados de bacón. Fue a la cocina y fregó
antes de prepararse una tortilla. Pero para cuando se sentó a comer había
perdido el apetito. Hubiera dado cualquier cosa por volver las agujas el reloj
al día anterior y cambiar los acontecimientos. De poder hacerlo, no
admitiría estar enamorada de Víctor, ni habría consentido que Víctor la besara.
Después de recoger la cocina, fue al despacho a llamar a la señora
Montgomery.
—Hola, querida. ¿Llamas para que te busque otro trabajo? —preguntó
la señora Montgomery cuando Myriam se presentó.
—Sí. Y querría que mandara otra ama de llaves al rancho Rafter C.
—El señor García ya ha llamado esta mañana. Estoy buscando a
alguien pero ya le advertí que no sería fácil. Me ha sorprendido que dijera
que se puede quedar hasta que encontremos una sustituta.
Víctor se había adelantado a Myriam y saberlo le hizo sentirse
mortificada. Le hubiera gustado colgar con un grito de rabia, pero mantuvo
la calma.
—¿Sigue queriendo marcharse antes de que llegue la sustituta? —
preguntó la señora Montgomery.
—¿Qué? Sí, quiero marcharme en cuanto encuentre otro trabajo para
mí.
Myriam no pensaba permanecer en el rancho ni un minuto más de lo
imprescindible, pero por el momento, necesitaba dinero y alojamiento.
—Muy bien, señorita Montemayor, la llamaré en cuanto encuentre algo.
Myriam debía conformarse con eso. Sabía que la señora Montgomery
no la valoraba particularmente, pero había llegado el momento de
demostrarle que era capaz de hacer bien su trabajo.
Se sentó frente al ordenador. No iba a obsesionarse con hacer las
cosas tal y como Víctor las quería. Después de todo, había dejado claro que
no la quería en el rancho.
Cuando se puso a leer la novela se olvidó de parte de los problemas
que la acuciaban para concentrarse en la necesidad de mejorar sus
personajes. Tenía que acabar el libro y mandarlo a una editorial lo antes
posible.
Al oír el teléfono levantó la vista. Llevaba mucho tiempo trabajando y
era hora de preparar el almuerzo. Myriam salvó el documento y contestó el
teléfono.
Unos minutos más tarde entraba en la cocina como una exhalación.
Los hombres estaban a punto de llegar y todavía no había preparado la
comida. La hermana de Víctor la había entretenido al teléfono más de lo que
había calculado y tuvo que limitarse a hacer a toda prisa unos sándwiches
de jamón. Oyó el ruido de caballos y las voces de los hombres. Mientras
comían el primer sándwich, les prepararía el segundo. En unos segundos
había preparado la suficiente comida como para que se llenaran. Los recibió
con una amplia sonrisa.
—Te hemos echado de menos en el desayuno —dijo Billy.
—Me he levantado temprano. Os prepararé más sándwiches en
seguida. Servios té y café —dijo Myriam, volviéndose para seguir
trabajando.
Víctor entró y, sin decir una palabra, comenzó a comer.
A Myriam no le costó ignorarlo al tener a los demás hombres por
compañía y pronto pudo relajarse y bromear con Jack y Billy, al tiempo que
seguía preparando sándwiches para los hombres hasta asegurarse de que
todos quedaban satisfechos.
—Frena, chica, vas a terminar agotada —dijo Lance en cierto momento,
arrastrando las palabras y mirando a Myriam y a Víctor alternativamente.
—No te preocupes. Es que voy un poco retrasada.
—¿Has vuelto a distraerte? —preguntó Víctor, de mal humor.
—No. Me ha retrasado una llamada de tu hermana. Ella y su marido
vienen la semana que viene. Me ha pedido que te diga que seas amable con
Jake —replicó Myriam cortante, al tiempo que servía té a Lance.
—Ángel te va a gustar —comentó Lance—. Siempre ayuda con el
trabajo de la casa.
—Por teléfono me ha parecido muy amable — Myriam miró hacia la
izquierda de Víctor—. ¿Qué dormitorio les preparo?
—El que está frente al tuyo. Ángel te ayudará con las comidas mientras
esté aquí.
—Por lo que ha dicho, tengo la impresión que ella y Jake están
deseando montar a caballo.
—¿Podrás hacer comida para dos más?
Myriam se encogió de hombros, abrió una bolsa de patatas fritas y se la
pasó a Pete.
—Seguro que sí —dijo, y se mordió la lengua para no añadir: «al menos
mientras me quede».
Quería marcharse de Rafter C y encontrar un lugar donde refugiarse
para poder escribir y recuperar la calma. Debía haber aprendido con Don,
pero había necesitado a Víctor para completar la lección.
El amor, el matrimonio y los finales felices sólo existían en los libros. En
el futuro, no lo olvidaría.
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Re: "Ama de llaves" COMPLETA
Capítulo 11
Myriam estaba guardando un capítulo en el momento en que Víctor entró
en el despacho. Levantó la cabeza con expresión culpable y miró el reloj.
¡Debía haber empezado a preparar la cena hacía media hora! Se levantó
precipitadamente y se dirigió hacia la puerta.
—Tienes una carta —Víctor le entregó un sobre.
Myriam vaciló, sorprendida.
—Nadie sabe dónde estoy —dijo en voz baja, acercándose a recogerlo.
Su antigua dirección aparecía tachada y sustituida por las señas del rancho.
El corazón se le encogió: era una carta de su padre.
—Gracias —la tomó y la metió en el bolsillo trasero. La leería después
de cenar.
Por más que Myriam se esforzó en estar relajada, la cena le resultó un
suplicio. Toda su atención estaba centrada en Víctor, quien se limitó a comer
sin tomar parte en la conversación. En cuanto acabó, se fue al despacho y,
aunque sus hombres no se atrevieron a hacer ningún comentario, sus
rostros de perplejidad mostraban el desconcierto que les causaba el
comportamiento de su jefe.
Myriam fregó y, en lugar de ir directamente a su dormitorio, decidió dar
un paseo. El aire del atardecer la despejó y decidió leer la carta de su
padre. En cuanto volvió a ver su letra, su ánimo se oscureció. Había algo en
ella que le recordaba a Víctor. Los dos eran autoritarios y dominantes. ¿Por
qué se creerían con el derecho de intervenir en la vida de quienes los
rodeaban?
Sacó las dos hojas del sobre. Su padre le exigía que volviera y olvidara
sus locuras. Quería saber dónde estaba y por qué había desconectado el
teléfono. Concluía diciendo que Don había preguntado por ella y que si tuviera
algo de sentido común no habría rechazado a un hombre como él.
Myriam releyó la carta buscando alguna indicación de que a su padre le
interesaran sus sentimientos o quisiera conocer cuáles eran sus planes y
sus esperanzas para el futuro, pero no encontró nada de eso. Sólo una
exigencia clara y concisa de que volviera.
Myriam respiró profundamente, guardó la carta en el sobre y éste en el
bolsillo. Nada había cambiado. Y aunque no le sorprendía, no podía evitar
conservar una leve esperanza de que algún día su padre la escuchara y
respetara su punto de vista, sus sentimientos y sus deseos.
Cuando Myriam llegó a la altura de la carretera se dio cuenta de que
había oscurecido y la desconcertó haberse alejado tanto de la casa. Una vez
más se había distraído y había andado más de lo que pensaba. Tenía que
recorrer unos dos kilómetros sin luces que le alumbraran el camino. Si no
tenía cuidado, se perdería.
Cuadrando los hombros, dio la vuelta y aceleró el paso.
Habían pasado sólo unos minutos cuando vio aproximarse unos faros.
Unos segundos más tarde, Víctor detuvo la furgoneta a su altura y la miró con
expresión enfadada.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿No te das cuenta de que ya es
de noche?
—Sí —replicó Myriam, sin dejar de andar.
—Súbete, te llevo.
—No, gracias.
— Myriam, súbete antes de que te obligue a hacerlo a la fuerza.
Myriam vaciló unos segundos antes de acceder. La idea de caminar en
la oscuridad no la seducía.
En cuanto se subió, Víctor dio la vuelta y aceleró.
—¿Has recibido malas noticias?
Myriam no contestó, aunque le hubiera encantado decirle que no era
asunto suyo.
—¡ Myriam!
—No son malas noticias, sólo el típico mensaje de mi padre insistiendo
en organizarme la vida. No comprendo cómo no se da por vencido.
¿Cuándo se le metería en la cabeza que ya era una adulta capaz de
tomar sus propias decisiones?
—No sabe dónde estás, ¿no es cierto? Estas señas las pusieron en el
servicio de correos.
—No le he dicho dónde iba. No es de su incumbencia —dijo Myriam,
altanera.
—Llámalo, Myriam. Dile dónde estás y dale el teléfono y las señas. Es lo
menos que puedes hacer.
—No creo que tú tengas más derecho que él a decidir qué debo hacer.
Déjame en paz, Víctor.
—No pretendo decirte qué debes hacer con tu vida, sólo me limito a
decir que deberías llamarlo y dejarle saber dónde estás.
—Lo tendré en cuenta —dijo Myriam entre dientes. Si Víctor no estaba
dándole una orden, le hubiera gustado saber qué nombre le daba a lo que
estaba haciendo.
—Llámalo esta noche.
—Creo que sé perfectamente lo que debo hacer.
—Y yo tengo la impresión de que no tienes ni idea —dijo Víctor,
deteniendo la furgoneta y apagando el motor.
—Pues te equivocas.
—Tal y como yo lo veo, creo que la equivocada eres tú —Víctor tomó a
Myriam por los brazos y la atrajo hacia sí hasta casi sentarla sobre su
regazo. Podía ver su rostro bajo la tenue luz que les llegaba desde la cocina
—. Myriam, no puedes quedarte aquí. He llamado a la señora Montgomery y
le he pedido que mande otra ama de llaves.
—Ya lo sé. Yo también la he llamado y me lo ha dicho. Me marcharé
pronto.
—¿Y qué vas a hacer? No has durado ni en la oficina, ni en la tienda, ni
en el restaurante de comida rápida.
¿Habría sido la señora Montogmery tan indiscreta como para compartir
esa información con Víctor? En cualquier caso, no era un asunto que tuviera
por qué discutir con él.
Myriam se revolvió para librarse de las manos de Víctor, pero él la retuvo
con fuerza.
—Ya lo sé, pero como ama de llaves lo estoy haciendo mejor, así que
buscaré un puesto similar. No te preocupes por mí. Si consigo que
publiquen el libro, ganaré bastante dinero para mantenerme hasta que
escriba el siguiente. Eso es lo que quiero hacer realmente.
Víctor guardó un prolongado silencio, sorprendido de la irritación que le
causaba la idea de que Myriam encontrara otro trabajo como ama de llaves.
No le gustaba imaginarla cocinando para otro hombre, ni que otro ranchero
se ofreciera a enseñarle a besar. Y sin embargo, no podía consentir que se
quedara. Myriam creía estar enamorada de él. Debía hacer que se marchara
antes que las cosas se complicaran aún más.
Cuando él se enamorara elegiría a una mujer como su madre. Alguien
que mantuviera la casa inmaculada, fuera una magnífica cocinera y tuviera
tiempo de cuidar a sus hijos, si los tenían. No quería una mujer soñadora,
incapaz de cocinar más que comidas básicas y a la que le gustaba
coquetear con los trabajadores.
Y sin embargo, al ver el gesto desafiante con que Myriam lo
contemplaba en la penumbra, se le encogió el corazón. Era preciosa, tenía
unos ojos grandes y luminosos, un cabello fino y suave y unos labios
tentadores. Víctor respiró profundamente su aroma a rosas y la besó
profundamente.
Cuando Myriam apoyó las manos en su torso y le arrugó la camisa con
sus dedos para acercarlo aún más, algo dentro de Víctor se relajó obligándolo
a estrechar a Myriam con fuerza entre sus brazos. Ella era la representación
misma de la dulzura y de la inocencia, del encanto y la seducción. Y por el
momento eso era todo lo que Víctor quería de ella.
—Vete a casa, Myriam —dijo Víctor con dulzura, interrumpiendo el beso.
Myriam se separó de él. Al abrir la puerta, la luz del piloto se iluminó.
—Me iré cuando tú encuentres una sustituta o yo otro trabajo. Hasta
entonces, seguiré trabajando aquí…
Se bajó, dio un portazo y fue con paso firme hasta la casa. La sangre la
abrasaba con el recuerdo del abrazo de Víctor. Debatiéndose entre la ira y el
deseo, subió los peldaños y atravesó la cocina decidida a seguir escribiendo.
Odiaba que Víctor intentara decirle lo que debía hacer.
Víctor era tan exigente como su padre y Myriam no comprendía cómo
había llegado a creer que estaba enamorada de él. Las emociones que se
arremolinaban en su interior en ese instante no tenían nada que ver con el
amor. ¡Estaba furiosa! ¡Cómo se atrevía Víctor a creer que la seducía a su
antojo! Ella le demostraría que estaba equivocado. No pensaba llamar a su
padre y no se marcharía hasta que estuviera preparada para hacerlo.
Al día siguiente mandaría al editor lo que llevaba escrito. Era bastante
como para dar una idea de la calidad de su escritura y de sus posibilidades.
Cerró la puerta del despacho tras de sí esperando que Víctor se diera
cuenta de que quería estar sola, pero se equivocó. Apenas se había sentado
en su silla cuando él entró y fue directo a su escritorio.
Myriam no apartó la mirada del monitor, pero no conseguía
concentrarse en la novela. Percibía cada movimiento de Víctor, cada crujido
de su silla, cada cambio de postura. Podía imaginarlo frunciendo el ceño
mientras leía, y creía percibir el ritmo pausado de su respiración. Myriam
ansiaba mirarlo, pero se negó a sí misma ese placer. Ella estaba allí para
escribir y eso era lo que pensaba hacer.
Escribió algunas palabras lentamente. Ni siquiera sabía qué hacía, pero
no iba a consentir que Víctor lo supiera. Escribió algo más. Al día siguiente lo
leería y decidiría si tenía algún sentido pero, por el momento, le bastaba
aparentar que hacía algo y que el resto del mundo no tenía la menor
importancia para ella.
La tensión entre ellos se podía palpar, cargaba el aire de electricidad.
Myriam sentía los nervios como una cuerda tirante a punto de saltar. Miraba
a la pantalla fijamente, intentando averiguar qué significaban las palabras
que había escrito, pero toda su atención estaba concentrada en los sonidos
procedentes del escritorio de Víctor. No pasaría nada por mirar sólo una vez
en su dirección.
Lentamente giró la cabeza. Víctor la estaba mirando.
Sus miradas se encontraron y Myriam se ruborizó. No podía apartar los
ojos de él. La ira se diluyó dejando lugar al dolor. Ella amaba a Víctor. ¿Por
qué él no podía corresponderle con algo de afecto? ¿Por qué no le dejaba
quedarse a explorar la atracción que había entre ellos y comprobar si
también en él surgía el amor?
Víctor masculló algo, dejó el bolígrafo y salió de la habitación como una
exhalación. Myriam se apoyó en el respaldo de su asiento con gesto
cansado, guardó el capítulo en el que había trabajado y apagó el ordenador.
Se daría un baño y se iría a la cama. Al día siguiente mandaría lo que
llevaba escrito y cruzaría los dedos.
Durante los dos días siguientes, Myriam evitó a Víctor y sólo coincidieron
en las comidas. Myriam consideró la posibilidad de llevarse el ordenador al
dormitorio pero como Víctor no pareció necesitar el despacho, acabó rela-
jándose y escribiendo cómodamente. Fue a Cheyenne a hacer algo de
compra y mandó los seis primeros capítulos. De paso, se acercó a la
agencia de colocación y le dijo a la señora Montgomery que quería otro
trabajo como ama de llaves.
Myriam no llamó a su padre, pero le escribió una nota en la que le
explicaba que estaba trabajando en un rancho y que se encontraba bien.
Sin embargo, no le mandó las señas puesto que no iba a estar allí mucho
más tiempo. Cuando se mudara, le daría su nueva dirección.
Al tercer día de haber mandado la novela, Myriam oyó un coche a
media tarde. Aquella mañana se había levantado con tanta energía que
había limpiado la casa, había puesto dos lavadoras y tenía un guiso
cocinándose en el fogón. Para la cena había pensado hacer pan casero y
una tarta de chocolate.
Miró por la ventana con curiosidad por si era la hermana de Víctor, a la
que esperaban ese mismo día.
El jeep se detuvo delante de la puerta y en unos segundos una mujer
alta y rubia entró en la cocina seguida de un hombre también alto y
moreno. Los dos vestían pantalón vaquero y camiseta, y tenían un aspecto
desenvuelto y feliz.
—¡Hola! Tú debes ser Myriam. Yo soy Angélica Morgan.
La hermana de Víctor era simpática y agradable; estrechó la mano de
Myriam y le presentó a su marido, Jake. Éste la miró con interés al tiempo
que le estrechaba la mano, y Myriam estuvo segura de que debía ser un
buen policía. Por unos instantes la atención de Jake se concentró en Myriam.
Era extremadamente alto y muy atractivo, y por la forma amorosa en que
Angélica lo observaba, Myriam supo que su mujer lo adoraba.
Myriam, sintiéndose extraña al actuar como anfitriona en el hogar de
Angélica, les ofreció algo de beber.
—Nos gustaría montar antes de la cena. ¿Dónde podemos dejar
nuestras cosas? —preguntó Angélica después de tomar un té helado.
—En el piso de arriba, a la izquierda.
—Me alegro. Es mi antigua habitación. Vamos, Jake, voy a enseñarte el
escondite al que huía cada vez que quería escaparme del mandón de Víctor.
Mientras acababa la tarta, Myriam sonrió para sí al darse cuenta de que
no era ella la única en encontrar autoritario a Víctor, y recordó que él le había
mencionado los esfuerzos que había hecho por alejar a Jake de Angélica. En
el fondo se parecía a su padre, pero ninguno de los dos conseguía ser
obedecido.
A la mañana siguiente, Angélica invitó a Myriam a montar con ellos.
—Ven con nosotros. Víctor va a enseñarnos el nuevo estanque. Lo
pasaremos en grande. Podemos hacer unos sándwiches y comer por ahí.
—No lo sé, tengo mucho que hacer.
—Víctor, dile que venga con nosotros. Le sentará bien ver el rancho —
dijo Angélica, animando a su hermano.
Él miró a Myriam con semblante inexpresivo.
—Ven si quieres.
Myriam vaciló. Tenía la sensación de llevar un montón de días
encerrada en casa. Se había dado algunos paseos para airearse, pero no
había hecho nada divertido ni un poco especial. Y la idea de pasar el día con
Víctor le resultaba muy tentadora.
—De acuerdo. Dadme tiempo para preparar el almuerzo y estaré lista
—accedió Myriam.
—Yo te ayudo —dijo Angélica, abriendo la puerta del refrigerador.
—Vamos, Jake, tú puedes ensillar los caballos conmigo —dijo Víctor.
—Víctor… —comenzó Angélica. Jake la tomó por la nuca y la atrajo hacia
sí.
—No te preocupes, Ángel, si tu hermano mayor intenta abusar de mí, lo
arrestaré y le mandaré a la cárcel —Jake se inclinó para besar a Ángel y
Myriam los observó con envidia.
Involuntariamente, su mirada vagó hacia Víctor. Él la estaba mirando,
con los ojos fijos en sus labios como si recordara los besos que habían
compartido.
Cuando el almuerzo estuvo preparado, Myriam fue a su dormitorio para
ponerse las botas y el sombrero. Se miró en el espejo y le alegró ver que no
desentonaría con los demás. Después de aquel día tendría suficientes
recuerdos de Víctor como para llenar los momentos en que estuviera
ausente.
La cabalgata fue estimulante. Para dejar descansar a los caballos
alternaban el trote con el paso. Jake se quedaba junto a Angélica, y Myriam,
para evitar emparejarse con Víctor, mantenía su caballo a una distancia prudencial.
Le bastaba con estar cerca de él y disfrutar del sol radiante, de los
grandes espacios abiertos y de la brisa perfumada por la hierba fresca.
Víctor los condujo hasta el estanque, donde decidieron descansar y
comer bajo la sombra de los árboles. Extendieron una manta en el suelo y
comieron en muy poco tiempo.
Víctor se tumbó.
—Estoy cansado —dijo, y se cubrió el rostro con el sombrero.
—Yo no —dijo su hermana, poniéndose en pie de un salto y tendiéndole
la mano a Jake—. Vamos a explorar.
—¿A dónde? —preguntó Víctor, sin molestarse en mirarla.
—Por ahí. Quiero recorrer el estanque. ¿Vienes, Myriam?
Myriam sacudió la cabeza. Aquélla era un de esas ocasiones en la que
tres podían ser multitud.
—No somos una pareja, podías haber ido con ellos. He dicho en serio
que estaba cansado, y quiero echar una siesta —masculló Víctor.
—Pues échala, no te molestes por mí —dijo Myriam, estirando las
piernas. Estaba llena y feliz. También debía añadir esa sensación al libro: su
heroína estaría satisfecha como un gato, se haría un ovillo bajo el sol, cerraría
los ojos y soñaría.
Myriam se quitó una mosca de la barbilla de una manotada y murmuró
algo. Sintió otro cosquilleo y volvió a pasarse la mano por la barbilla. ¿Por
qué no se iría la mosca? Myriam cambió de postura. El suelo estaba duro, el
sol seguía caldeando la tierra y el aire tibio soplaba desde las montañas.
La mosca volvió y Myriam la ahuyentó de nuevo, se giró sobre el
costado y se echó el sombrero hacia adelante. El cosquilleo continuó.
Myriam abrió los ojos bruscamente y se encontró con los de Víctor
contemplándola con una sonrisa maliciosa. En una mano sujetaba una
brizna de hierba con la que estaba haciéndole cosquillas.
Myriam intentó apartarla pero sus dedos se entrelazaron con los de
Víctor.
—Si duermes ahora demasiado, te costará dormir por la noche —
musitó él, vacilando un instante antes de besarle la punta de los dedos.
—¿Dónde están Angélica y Jake? —preguntó Myriam pensando que si
actuaba con naturalidad, él no le soltaría la mano.
—Siguen de paseo. Habrán hecho un descanso.
Myriam no se movió. Y de pronto, Víctor se inclinó para besarla.
Myriam se echó sobre la espalda y atrajo a Víctor sobre sí de manera que
su torso casi la aplastaba. La lengua de Víctor se adentró en la boca de
Myriam y sus manos se hundieron en su cabello. Aunque llevaba varias
noches durmiendo mal, no le importaba ver interrumpida su siesta por
besos como aquellos.
Mucho antes de lo que ella hubiera querido, Víctor se incorporó y la
ayudó a sentarse.
—Vienen —dijo, levantándose y yendo a por los caballos.
Myriam se peinó con los dedos y se puso el sombrero. En el momento
no se había hecho preguntas pero, de pronto, sintió curiosidad por saber
cuál era el motivo de que Víctor la hubiera besado. Llevaban varios días sin
hablarse y repentinamente Víctor actuaba como si la deseara. Aturdida,
Myriam recogió las sobras del almuerzo.
—Sentimos haber tardado tanto —dijo Angélica.
—No pasa nada. Me he echado una siesta. Es un placer dormir bajo el
sol.
Angélica le dirigió una mirada escrutadora antes de mirar a su
hermano.
—Desde luego que sí —dijo.
Recorrieron a caballo parte del rancho, con Víctor y Angélica
comentando los cambios que se habían producido y las cosas que
permanecían inalterables a pesar del paso del tiempo. Jake y Myriam
aprendieron mucho del rancho pero no tuvieron oportunidad de participar
en la conversación.
Cuando llegaron a la casa, Víctor pidió a uno de los hombres que
desensillara los caballos. Myriam se refrescó y bajó a la cocina a preparar la
cena con la esperanza de que a los hombres les gustara la pasta. Angélica
llegó a los pocos minutos para ayudarla.
Para cuando Víctor apareció en la cocina, la cena estaba prácticamente
preparada. Echó una ojeada hacia Jake y Angélica, que hacían una ensalada
y clavó la mirada en Myriam. Mostrando un sobre se dirigió ella con gesto
malhumorado.
—Hoy ha llegado esto. Te dije hace días que llamaras a tu padre. Ésta
es la segunda carta que manda aquí el servicio de correos porque él no
sabe dónde estás.
—Así es —dijo Myriam, sin inmutarse.
—¿No lo has llamado?
—No, y tampoco voy a llamarlo esta noche, así que no intentes
convencerme.
—Dame su teléfono y lo llamaré yo. Debe estar muy preocupado.
—Ni hablar. Mi padre siempre me ha organizado la vida. Ahora la única
responsable de mis actos soy yo y pienso ponerme en contacto con él
cuándo y cómo yo decida. No te metas en esto.
—Llámalo ahora —dijo Víctor.
—¡No!
—Soy tu jefe y te ordeno que lo llames esta noche.
Myriam lo miró fijamente, consciente de que Jake y Angélica habían
dejado de trabajar y los estaban observando. Sacudió la cabeza lentamente.
—Hablo en serio, Myriam.
—Y yo también. No te metas donde no te llaman.
—Pienso encontrar el número. Según el remite, vive en Colorado
Springs.
Myriam le quitó la carta y la escondió a la espalda.
—Déjame, Víctor. No es asunto tuyo.
—Mientras trabajes aquí, sí lo es.
—Entonces, me marcharé inmediatamente.
Víctor se quedó mirándola durante unos instantes. Luego, cerrando los
ojos, se pasó los dedos por el cabello y se encaminó al vestíbulo.
—No te marches hasta que hayas encontrado otro trabajo —dijo.
Myriam miró a Jake y a Angélica. Ambos habían retomado su tarea,
pero Myriam sabía que habían estado pendientes de la conversación. No los
culpaba. De no haber sido ella la protagonista de la escena, también habría
sentido curiosidad. Sonrió tímidamente.
—No soporto que me manden. A veces Víctor consigue que surja lo peor
que hay en mí.
Angélica le sonrió con complicidad.
—Te entiendo, pero suele actuar así de buena fe.
Myriam asintió, dobló el sobre y se lo guardó en el bolsillo. Otra carta
de su padre y otro enfrentamiento con Víctor. Tal vez lo mejor sería llamar
por la mañana a la señora Montgomery y ver cómo iba la selección de
candidatas pues dudaba que pudiera permanecer en el rancho muchos más
días.
Después de fregar, fue al despacho. No había visto a Víctor o a los
Morgan desde después de la cena y confiaba en que estuvieran viendo la
televisión o dando un paseo. Pero al acercarse a la puerta del despacho, los
oyó. Suspiró profundamente, desilusionada al darse cuenta de que no
podría trabajar en su libro y ya iba a marcharse cuando oyó que la
nombraban.
— Myriam no es tu hermana. Es una empleada y no tienes derecho a
intervenir en su vida.
—Déjame en paz, Ángel —dijo Víctor, ásperamente.
—¿O es que es más que una empleada? —preguntó Angélica.
—No.
—La miras todo el rato. No recuerdo que actuaras así con Jeannie.
—No la miro todo el rato. Puede que sí lo haga de vez en cuando, pero
es… bueno, para que negarlo, es muy bonita. También los otros hombres la
miran.
—Hay algo más. Sé que os besasteis durante la siesta. Cuando
volvimos ella tenía los labios enrojecidos e hinchados.
—Jake, lleva a tu mujer a dar un paseo —dijo Víctor.
Myriam oyó reír quedamente a Jake.
—Vamos, Ángel, ya has dicho bastante.
—No, todavía no, Jake. Víctor, si sigues actuando así vas a conseguir que
se marche.
—De todas formas se va a ir pronto —dijo Víctor, en tono mate.
—¿Por qué? Es fabulosa. Cocina bien y tiene la casa muy limpia. Y
como tú mismo has dicho, es muy bonita. ¿Por qué vas a echarla?
—Entre otras cosas, porque no se parece nada a mamá.
—¿Qué tiene eso que ver con que se marche? —preguntó Angélica,
perpleja.
—Si piensas actuar de celestina, es mejor que sepas que no estoy
interesado en ella. Myriam se parece mucho más a Jeannie que a mamá.
—No tiene nada que ver con Jeannie. Y si de verdad lo crees, necesitas
hacer un cursillo de relaciones interpersonales.
—Hablas como si fueras un catedrático.
—Relájate, Víctor. Eres su jefe no su padre o su tutor.
Myriam sabía que no estaba bien escuchar a escondidas y que debía
marcharse, pero en lugar de alejarse, se acercó lo suficiente como para
poder ver la habitación por la ranura de la puerta. El vestíbulo estaba a
oscuras y confiaba en no ser vista.
Jake se apoyó en el respaldo de su asiento. Daba la espalda a Myriam y
miraba a su mujer. Angélica estaba sentada en el borde del escritorio. De
pronto Víctor se incorporó y fue hasta la ventana, dándoles la espalda.
—Sé que no soy su tutor. Simplemente creo que debería decirle a su
padre dónde está.
—Y has llegado a amenazarla para que lo hiciera.
—Lo sé.
—Víctor, no puedes controlar sus acciones —dijo Angélica con suavidad.
—Pero me gustaría.
—Tú siempre quieres controlarlo todo.
Víctor vaciló durante varios segundos. Después se volvió hacia su
hermana.
—Sólo puedo evitar que ocurra algo malo si domino las circunstancias
que me rodean.
Myriam se quedó mirándolo con expresión sorprendida. En la
habitación se hizo un prolongado silencio. También Ángel y Jake observaban
a Víctor.
—¿Te refieres a la muerte de tus padres en un accidente? —preguntó
finalmente Jake, comprendiendo antes que los demás.
Víctor asintió, sin apartar los ojos de su hermana.
—Por eso le exigí a Jake que se apartara de ti hace un par de años. No
quería que sufrieras. Intenté intervenir en tu vida para que nunca te
ocurriera nada malo.
—¡Oh, Víctor! —Angélica se incorporó y fue a abrazar a Víctor—. No eres
Dios. No puedes evitar que haya accidentes, ni decidir quién debe y quién
no debe sufrir. No puedes cambiar el destino.
Myriam se alejó sigilosamente. Subió las escaleras de puntillas y se
metió en su dormitorio, cerrando la puerta en silencio. No debía haber
escuchado la conversación. Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Seguía
viendo a Víctor junto a la ventana, explicando por qué necesitaba sentir que
tenía todo bajo control. Todavía vivía bajo el impacto de la muerte de sus
padres. Creía que controlando las circunstancias lograría evitar que
ocurriera algo malo. Myriam sintió que su corazón se llenaba de compasión
por él. Y sus brazos clamaban por poder abrazarlo tal y como había hecho
Angélica.
Myriam estaba guardando un capítulo en el momento en que Víctor entró
en el despacho. Levantó la cabeza con expresión culpable y miró el reloj.
¡Debía haber empezado a preparar la cena hacía media hora! Se levantó
precipitadamente y se dirigió hacia la puerta.
—Tienes una carta —Víctor le entregó un sobre.
Myriam vaciló, sorprendida.
—Nadie sabe dónde estoy —dijo en voz baja, acercándose a recogerlo.
Su antigua dirección aparecía tachada y sustituida por las señas del rancho.
El corazón se le encogió: era una carta de su padre.
—Gracias —la tomó y la metió en el bolsillo trasero. La leería después
de cenar.
Por más que Myriam se esforzó en estar relajada, la cena le resultó un
suplicio. Toda su atención estaba centrada en Víctor, quien se limitó a comer
sin tomar parte en la conversación. En cuanto acabó, se fue al despacho y,
aunque sus hombres no se atrevieron a hacer ningún comentario, sus
rostros de perplejidad mostraban el desconcierto que les causaba el
comportamiento de su jefe.
Myriam fregó y, en lugar de ir directamente a su dormitorio, decidió dar
un paseo. El aire del atardecer la despejó y decidió leer la carta de su
padre. En cuanto volvió a ver su letra, su ánimo se oscureció. Había algo en
ella que le recordaba a Víctor. Los dos eran autoritarios y dominantes. ¿Por
qué se creerían con el derecho de intervenir en la vida de quienes los
rodeaban?
Sacó las dos hojas del sobre. Su padre le exigía que volviera y olvidara
sus locuras. Quería saber dónde estaba y por qué había desconectado el
teléfono. Concluía diciendo que Don había preguntado por ella y que si tuviera
algo de sentido común no habría rechazado a un hombre como él.
Myriam releyó la carta buscando alguna indicación de que a su padre le
interesaran sus sentimientos o quisiera conocer cuáles eran sus planes y
sus esperanzas para el futuro, pero no encontró nada de eso. Sólo una
exigencia clara y concisa de que volviera.
Myriam respiró profundamente, guardó la carta en el sobre y éste en el
bolsillo. Nada había cambiado. Y aunque no le sorprendía, no podía evitar
conservar una leve esperanza de que algún día su padre la escuchara y
respetara su punto de vista, sus sentimientos y sus deseos.
Cuando Myriam llegó a la altura de la carretera se dio cuenta de que
había oscurecido y la desconcertó haberse alejado tanto de la casa. Una vez
más se había distraído y había andado más de lo que pensaba. Tenía que
recorrer unos dos kilómetros sin luces que le alumbraran el camino. Si no
tenía cuidado, se perdería.
Cuadrando los hombros, dio la vuelta y aceleró el paso.
Habían pasado sólo unos minutos cuando vio aproximarse unos faros.
Unos segundos más tarde, Víctor detuvo la furgoneta a su altura y la miró con
expresión enfadada.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿No te das cuenta de que ya es
de noche?
—Sí —replicó Myriam, sin dejar de andar.
—Súbete, te llevo.
—No, gracias.
— Myriam, súbete antes de que te obligue a hacerlo a la fuerza.
Myriam vaciló unos segundos antes de acceder. La idea de caminar en
la oscuridad no la seducía.
En cuanto se subió, Víctor dio la vuelta y aceleró.
—¿Has recibido malas noticias?
Myriam no contestó, aunque le hubiera encantado decirle que no era
asunto suyo.
—¡ Myriam!
—No son malas noticias, sólo el típico mensaje de mi padre insistiendo
en organizarme la vida. No comprendo cómo no se da por vencido.
¿Cuándo se le metería en la cabeza que ya era una adulta capaz de
tomar sus propias decisiones?
—No sabe dónde estás, ¿no es cierto? Estas señas las pusieron en el
servicio de correos.
—No le he dicho dónde iba. No es de su incumbencia —dijo Myriam,
altanera.
—Llámalo, Myriam. Dile dónde estás y dale el teléfono y las señas. Es lo
menos que puedes hacer.
—No creo que tú tengas más derecho que él a decidir qué debo hacer.
Déjame en paz, Víctor.
—No pretendo decirte qué debes hacer con tu vida, sólo me limito a
decir que deberías llamarlo y dejarle saber dónde estás.
—Lo tendré en cuenta —dijo Myriam entre dientes. Si Víctor no estaba
dándole una orden, le hubiera gustado saber qué nombre le daba a lo que
estaba haciendo.
—Llámalo esta noche.
—Creo que sé perfectamente lo que debo hacer.
—Y yo tengo la impresión de que no tienes ni idea —dijo Víctor,
deteniendo la furgoneta y apagando el motor.
—Pues te equivocas.
—Tal y como yo lo veo, creo que la equivocada eres tú —Víctor tomó a
Myriam por los brazos y la atrajo hacia sí hasta casi sentarla sobre su
regazo. Podía ver su rostro bajo la tenue luz que les llegaba desde la cocina
—. Myriam, no puedes quedarte aquí. He llamado a la señora Montgomery y
le he pedido que mande otra ama de llaves.
—Ya lo sé. Yo también la he llamado y me lo ha dicho. Me marcharé
pronto.
—¿Y qué vas a hacer? No has durado ni en la oficina, ni en la tienda, ni
en el restaurante de comida rápida.
¿Habría sido la señora Montogmery tan indiscreta como para compartir
esa información con Víctor? En cualquier caso, no era un asunto que tuviera
por qué discutir con él.
Myriam se revolvió para librarse de las manos de Víctor, pero él la retuvo
con fuerza.
—Ya lo sé, pero como ama de llaves lo estoy haciendo mejor, así que
buscaré un puesto similar. No te preocupes por mí. Si consigo que
publiquen el libro, ganaré bastante dinero para mantenerme hasta que
escriba el siguiente. Eso es lo que quiero hacer realmente.
Víctor guardó un prolongado silencio, sorprendido de la irritación que le
causaba la idea de que Myriam encontrara otro trabajo como ama de llaves.
No le gustaba imaginarla cocinando para otro hombre, ni que otro ranchero
se ofreciera a enseñarle a besar. Y sin embargo, no podía consentir que se
quedara. Myriam creía estar enamorada de él. Debía hacer que se marchara
antes que las cosas se complicaran aún más.
Cuando él se enamorara elegiría a una mujer como su madre. Alguien
que mantuviera la casa inmaculada, fuera una magnífica cocinera y tuviera
tiempo de cuidar a sus hijos, si los tenían. No quería una mujer soñadora,
incapaz de cocinar más que comidas básicas y a la que le gustaba
coquetear con los trabajadores.
Y sin embargo, al ver el gesto desafiante con que Myriam lo
contemplaba en la penumbra, se le encogió el corazón. Era preciosa, tenía
unos ojos grandes y luminosos, un cabello fino y suave y unos labios
tentadores. Víctor respiró profundamente su aroma a rosas y la besó
profundamente.
Cuando Myriam apoyó las manos en su torso y le arrugó la camisa con
sus dedos para acercarlo aún más, algo dentro de Víctor se relajó obligándolo
a estrechar a Myriam con fuerza entre sus brazos. Ella era la representación
misma de la dulzura y de la inocencia, del encanto y la seducción. Y por el
momento eso era todo lo que Víctor quería de ella.
—Vete a casa, Myriam —dijo Víctor con dulzura, interrumpiendo el beso.
Myriam se separó de él. Al abrir la puerta, la luz del piloto se iluminó.
—Me iré cuando tú encuentres una sustituta o yo otro trabajo. Hasta
entonces, seguiré trabajando aquí…
Se bajó, dio un portazo y fue con paso firme hasta la casa. La sangre la
abrasaba con el recuerdo del abrazo de Víctor. Debatiéndose entre la ira y el
deseo, subió los peldaños y atravesó la cocina decidida a seguir escribiendo.
Odiaba que Víctor intentara decirle lo que debía hacer.
Víctor era tan exigente como su padre y Myriam no comprendía cómo
había llegado a creer que estaba enamorada de él. Las emociones que se
arremolinaban en su interior en ese instante no tenían nada que ver con el
amor. ¡Estaba furiosa! ¡Cómo se atrevía Víctor a creer que la seducía a su
antojo! Ella le demostraría que estaba equivocado. No pensaba llamar a su
padre y no se marcharía hasta que estuviera preparada para hacerlo.
Al día siguiente mandaría al editor lo que llevaba escrito. Era bastante
como para dar una idea de la calidad de su escritura y de sus posibilidades.
Cerró la puerta del despacho tras de sí esperando que Víctor se diera
cuenta de que quería estar sola, pero se equivocó. Apenas se había sentado
en su silla cuando él entró y fue directo a su escritorio.
Myriam no apartó la mirada del monitor, pero no conseguía
concentrarse en la novela. Percibía cada movimiento de Víctor, cada crujido
de su silla, cada cambio de postura. Podía imaginarlo frunciendo el ceño
mientras leía, y creía percibir el ritmo pausado de su respiración. Myriam
ansiaba mirarlo, pero se negó a sí misma ese placer. Ella estaba allí para
escribir y eso era lo que pensaba hacer.
Escribió algunas palabras lentamente. Ni siquiera sabía qué hacía, pero
no iba a consentir que Víctor lo supiera. Escribió algo más. Al día siguiente lo
leería y decidiría si tenía algún sentido pero, por el momento, le bastaba
aparentar que hacía algo y que el resto del mundo no tenía la menor
importancia para ella.
La tensión entre ellos se podía palpar, cargaba el aire de electricidad.
Myriam sentía los nervios como una cuerda tirante a punto de saltar. Miraba
a la pantalla fijamente, intentando averiguar qué significaban las palabras
que había escrito, pero toda su atención estaba concentrada en los sonidos
procedentes del escritorio de Víctor. No pasaría nada por mirar sólo una vez
en su dirección.
Lentamente giró la cabeza. Víctor la estaba mirando.
Sus miradas se encontraron y Myriam se ruborizó. No podía apartar los
ojos de él. La ira se diluyó dejando lugar al dolor. Ella amaba a Víctor. ¿Por
qué él no podía corresponderle con algo de afecto? ¿Por qué no le dejaba
quedarse a explorar la atracción que había entre ellos y comprobar si
también en él surgía el amor?
Víctor masculló algo, dejó el bolígrafo y salió de la habitación como una
exhalación. Myriam se apoyó en el respaldo de su asiento con gesto
cansado, guardó el capítulo en el que había trabajado y apagó el ordenador.
Se daría un baño y se iría a la cama. Al día siguiente mandaría lo que
llevaba escrito y cruzaría los dedos.
Durante los dos días siguientes, Myriam evitó a Víctor y sólo coincidieron
en las comidas. Myriam consideró la posibilidad de llevarse el ordenador al
dormitorio pero como Víctor no pareció necesitar el despacho, acabó rela-
jándose y escribiendo cómodamente. Fue a Cheyenne a hacer algo de
compra y mandó los seis primeros capítulos. De paso, se acercó a la
agencia de colocación y le dijo a la señora Montgomery que quería otro
trabajo como ama de llaves.
Myriam no llamó a su padre, pero le escribió una nota en la que le
explicaba que estaba trabajando en un rancho y que se encontraba bien.
Sin embargo, no le mandó las señas puesto que no iba a estar allí mucho
más tiempo. Cuando se mudara, le daría su nueva dirección.
Al tercer día de haber mandado la novela, Myriam oyó un coche a
media tarde. Aquella mañana se había levantado con tanta energía que
había limpiado la casa, había puesto dos lavadoras y tenía un guiso
cocinándose en el fogón. Para la cena había pensado hacer pan casero y
una tarta de chocolate.
Miró por la ventana con curiosidad por si era la hermana de Víctor, a la
que esperaban ese mismo día.
El jeep se detuvo delante de la puerta y en unos segundos una mujer
alta y rubia entró en la cocina seguida de un hombre también alto y
moreno. Los dos vestían pantalón vaquero y camiseta, y tenían un aspecto
desenvuelto y feliz.
—¡Hola! Tú debes ser Myriam. Yo soy Angélica Morgan.
La hermana de Víctor era simpática y agradable; estrechó la mano de
Myriam y le presentó a su marido, Jake. Éste la miró con interés al tiempo
que le estrechaba la mano, y Myriam estuvo segura de que debía ser un
buen policía. Por unos instantes la atención de Jake se concentró en Myriam.
Era extremadamente alto y muy atractivo, y por la forma amorosa en que
Angélica lo observaba, Myriam supo que su mujer lo adoraba.
Myriam, sintiéndose extraña al actuar como anfitriona en el hogar de
Angélica, les ofreció algo de beber.
—Nos gustaría montar antes de la cena. ¿Dónde podemos dejar
nuestras cosas? —preguntó Angélica después de tomar un té helado.
—En el piso de arriba, a la izquierda.
—Me alegro. Es mi antigua habitación. Vamos, Jake, voy a enseñarte el
escondite al que huía cada vez que quería escaparme del mandón de Víctor.
Mientras acababa la tarta, Myriam sonrió para sí al darse cuenta de que
no era ella la única en encontrar autoritario a Víctor, y recordó que él le había
mencionado los esfuerzos que había hecho por alejar a Jake de Angélica. En
el fondo se parecía a su padre, pero ninguno de los dos conseguía ser
obedecido.
A la mañana siguiente, Angélica invitó a Myriam a montar con ellos.
—Ven con nosotros. Víctor va a enseñarnos el nuevo estanque. Lo
pasaremos en grande. Podemos hacer unos sándwiches y comer por ahí.
—No lo sé, tengo mucho que hacer.
—Víctor, dile que venga con nosotros. Le sentará bien ver el rancho —
dijo Angélica, animando a su hermano.
Él miró a Myriam con semblante inexpresivo.
—Ven si quieres.
Myriam vaciló. Tenía la sensación de llevar un montón de días
encerrada en casa. Se había dado algunos paseos para airearse, pero no
había hecho nada divertido ni un poco especial. Y la idea de pasar el día con
Víctor le resultaba muy tentadora.
—De acuerdo. Dadme tiempo para preparar el almuerzo y estaré lista
—accedió Myriam.
—Yo te ayudo —dijo Angélica, abriendo la puerta del refrigerador.
—Vamos, Jake, tú puedes ensillar los caballos conmigo —dijo Víctor.
—Víctor… —comenzó Angélica. Jake la tomó por la nuca y la atrajo hacia
sí.
—No te preocupes, Ángel, si tu hermano mayor intenta abusar de mí, lo
arrestaré y le mandaré a la cárcel —Jake se inclinó para besar a Ángel y
Myriam los observó con envidia.
Involuntariamente, su mirada vagó hacia Víctor. Él la estaba mirando,
con los ojos fijos en sus labios como si recordara los besos que habían
compartido.
Cuando el almuerzo estuvo preparado, Myriam fue a su dormitorio para
ponerse las botas y el sombrero. Se miró en el espejo y le alegró ver que no
desentonaría con los demás. Después de aquel día tendría suficientes
recuerdos de Víctor como para llenar los momentos en que estuviera
ausente.
La cabalgata fue estimulante. Para dejar descansar a los caballos
alternaban el trote con el paso. Jake se quedaba junto a Angélica, y Myriam,
para evitar emparejarse con Víctor, mantenía su caballo a una distancia prudencial.
Le bastaba con estar cerca de él y disfrutar del sol radiante, de los
grandes espacios abiertos y de la brisa perfumada por la hierba fresca.
Víctor los condujo hasta el estanque, donde decidieron descansar y
comer bajo la sombra de los árboles. Extendieron una manta en el suelo y
comieron en muy poco tiempo.
Víctor se tumbó.
—Estoy cansado —dijo, y se cubrió el rostro con el sombrero.
—Yo no —dijo su hermana, poniéndose en pie de un salto y tendiéndole
la mano a Jake—. Vamos a explorar.
—¿A dónde? —preguntó Víctor, sin molestarse en mirarla.
—Por ahí. Quiero recorrer el estanque. ¿Vienes, Myriam?
Myriam sacudió la cabeza. Aquélla era un de esas ocasiones en la que
tres podían ser multitud.
—No somos una pareja, podías haber ido con ellos. He dicho en serio
que estaba cansado, y quiero echar una siesta —masculló Víctor.
—Pues échala, no te molestes por mí —dijo Myriam, estirando las
piernas. Estaba llena y feliz. También debía añadir esa sensación al libro: su
heroína estaría satisfecha como un gato, se haría un ovillo bajo el sol, cerraría
los ojos y soñaría.
Myriam se quitó una mosca de la barbilla de una manotada y murmuró
algo. Sintió otro cosquilleo y volvió a pasarse la mano por la barbilla. ¿Por
qué no se iría la mosca? Myriam cambió de postura. El suelo estaba duro, el
sol seguía caldeando la tierra y el aire tibio soplaba desde las montañas.
La mosca volvió y Myriam la ahuyentó de nuevo, se giró sobre el
costado y se echó el sombrero hacia adelante. El cosquilleo continuó.
Myriam abrió los ojos bruscamente y se encontró con los de Víctor
contemplándola con una sonrisa maliciosa. En una mano sujetaba una
brizna de hierba con la que estaba haciéndole cosquillas.
Myriam intentó apartarla pero sus dedos se entrelazaron con los de
Víctor.
—Si duermes ahora demasiado, te costará dormir por la noche —
musitó él, vacilando un instante antes de besarle la punta de los dedos.
—¿Dónde están Angélica y Jake? —preguntó Myriam pensando que si
actuaba con naturalidad, él no le soltaría la mano.
—Siguen de paseo. Habrán hecho un descanso.
Myriam no se movió. Y de pronto, Víctor se inclinó para besarla.
Myriam se echó sobre la espalda y atrajo a Víctor sobre sí de manera que
su torso casi la aplastaba. La lengua de Víctor se adentró en la boca de
Myriam y sus manos se hundieron en su cabello. Aunque llevaba varias
noches durmiendo mal, no le importaba ver interrumpida su siesta por
besos como aquellos.
Mucho antes de lo que ella hubiera querido, Víctor se incorporó y la
ayudó a sentarse.
—Vienen —dijo, levantándose y yendo a por los caballos.
Myriam se peinó con los dedos y se puso el sombrero. En el momento
no se había hecho preguntas pero, de pronto, sintió curiosidad por saber
cuál era el motivo de que Víctor la hubiera besado. Llevaban varios días sin
hablarse y repentinamente Víctor actuaba como si la deseara. Aturdida,
Myriam recogió las sobras del almuerzo.
—Sentimos haber tardado tanto —dijo Angélica.
—No pasa nada. Me he echado una siesta. Es un placer dormir bajo el
sol.
Angélica le dirigió una mirada escrutadora antes de mirar a su
hermano.
—Desde luego que sí —dijo.
Recorrieron a caballo parte del rancho, con Víctor y Angélica
comentando los cambios que se habían producido y las cosas que
permanecían inalterables a pesar del paso del tiempo. Jake y Myriam
aprendieron mucho del rancho pero no tuvieron oportunidad de participar
en la conversación.
Cuando llegaron a la casa, Víctor pidió a uno de los hombres que
desensillara los caballos. Myriam se refrescó y bajó a la cocina a preparar la
cena con la esperanza de que a los hombres les gustara la pasta. Angélica
llegó a los pocos minutos para ayudarla.
Para cuando Víctor apareció en la cocina, la cena estaba prácticamente
preparada. Echó una ojeada hacia Jake y Angélica, que hacían una ensalada
y clavó la mirada en Myriam. Mostrando un sobre se dirigió ella con gesto
malhumorado.
—Hoy ha llegado esto. Te dije hace días que llamaras a tu padre. Ésta
es la segunda carta que manda aquí el servicio de correos porque él no
sabe dónde estás.
—Así es —dijo Myriam, sin inmutarse.
—¿No lo has llamado?
—No, y tampoco voy a llamarlo esta noche, así que no intentes
convencerme.
—Dame su teléfono y lo llamaré yo. Debe estar muy preocupado.
—Ni hablar. Mi padre siempre me ha organizado la vida. Ahora la única
responsable de mis actos soy yo y pienso ponerme en contacto con él
cuándo y cómo yo decida. No te metas en esto.
—Llámalo ahora —dijo Víctor.
—¡No!
—Soy tu jefe y te ordeno que lo llames esta noche.
Myriam lo miró fijamente, consciente de que Jake y Angélica habían
dejado de trabajar y los estaban observando. Sacudió la cabeza lentamente.
—Hablo en serio, Myriam.
—Y yo también. No te metas donde no te llaman.
—Pienso encontrar el número. Según el remite, vive en Colorado
Springs.
Myriam le quitó la carta y la escondió a la espalda.
—Déjame, Víctor. No es asunto tuyo.
—Mientras trabajes aquí, sí lo es.
—Entonces, me marcharé inmediatamente.
Víctor se quedó mirándola durante unos instantes. Luego, cerrando los
ojos, se pasó los dedos por el cabello y se encaminó al vestíbulo.
—No te marches hasta que hayas encontrado otro trabajo —dijo.
Myriam miró a Jake y a Angélica. Ambos habían retomado su tarea,
pero Myriam sabía que habían estado pendientes de la conversación. No los
culpaba. De no haber sido ella la protagonista de la escena, también habría
sentido curiosidad. Sonrió tímidamente.
—No soporto que me manden. A veces Víctor consigue que surja lo peor
que hay en mí.
Angélica le sonrió con complicidad.
—Te entiendo, pero suele actuar así de buena fe.
Myriam asintió, dobló el sobre y se lo guardó en el bolsillo. Otra carta
de su padre y otro enfrentamiento con Víctor. Tal vez lo mejor sería llamar
por la mañana a la señora Montgomery y ver cómo iba la selección de
candidatas pues dudaba que pudiera permanecer en el rancho muchos más
días.
Después de fregar, fue al despacho. No había visto a Víctor o a los
Morgan desde después de la cena y confiaba en que estuvieran viendo la
televisión o dando un paseo. Pero al acercarse a la puerta del despacho, los
oyó. Suspiró profundamente, desilusionada al darse cuenta de que no
podría trabajar en su libro y ya iba a marcharse cuando oyó que la
nombraban.
— Myriam no es tu hermana. Es una empleada y no tienes derecho a
intervenir en su vida.
—Déjame en paz, Ángel —dijo Víctor, ásperamente.
—¿O es que es más que una empleada? —preguntó Angélica.
—No.
—La miras todo el rato. No recuerdo que actuaras así con Jeannie.
—No la miro todo el rato. Puede que sí lo haga de vez en cuando, pero
es… bueno, para que negarlo, es muy bonita. También los otros hombres la
miran.
—Hay algo más. Sé que os besasteis durante la siesta. Cuando
volvimos ella tenía los labios enrojecidos e hinchados.
—Jake, lleva a tu mujer a dar un paseo —dijo Víctor.
Myriam oyó reír quedamente a Jake.
—Vamos, Ángel, ya has dicho bastante.
—No, todavía no, Jake. Víctor, si sigues actuando así vas a conseguir que
se marche.
—De todas formas se va a ir pronto —dijo Víctor, en tono mate.
—¿Por qué? Es fabulosa. Cocina bien y tiene la casa muy limpia. Y
como tú mismo has dicho, es muy bonita. ¿Por qué vas a echarla?
—Entre otras cosas, porque no se parece nada a mamá.
—¿Qué tiene eso que ver con que se marche? —preguntó Angélica,
perpleja.
—Si piensas actuar de celestina, es mejor que sepas que no estoy
interesado en ella. Myriam se parece mucho más a Jeannie que a mamá.
—No tiene nada que ver con Jeannie. Y si de verdad lo crees, necesitas
hacer un cursillo de relaciones interpersonales.
—Hablas como si fueras un catedrático.
—Relájate, Víctor. Eres su jefe no su padre o su tutor.
Myriam sabía que no estaba bien escuchar a escondidas y que debía
marcharse, pero en lugar de alejarse, se acercó lo suficiente como para
poder ver la habitación por la ranura de la puerta. El vestíbulo estaba a
oscuras y confiaba en no ser vista.
Jake se apoyó en el respaldo de su asiento. Daba la espalda a Myriam y
miraba a su mujer. Angélica estaba sentada en el borde del escritorio. De
pronto Víctor se incorporó y fue hasta la ventana, dándoles la espalda.
—Sé que no soy su tutor. Simplemente creo que debería decirle a su
padre dónde está.
—Y has llegado a amenazarla para que lo hiciera.
—Lo sé.
—Víctor, no puedes controlar sus acciones —dijo Angélica con suavidad.
—Pero me gustaría.
—Tú siempre quieres controlarlo todo.
Víctor vaciló durante varios segundos. Después se volvió hacia su
hermana.
—Sólo puedo evitar que ocurra algo malo si domino las circunstancias
que me rodean.
Myriam se quedó mirándolo con expresión sorprendida. En la
habitación se hizo un prolongado silencio. También Ángel y Jake observaban
a Víctor.
—¿Te refieres a la muerte de tus padres en un accidente? —preguntó
finalmente Jake, comprendiendo antes que los demás.
Víctor asintió, sin apartar los ojos de su hermana.
—Por eso le exigí a Jake que se apartara de ti hace un par de años. No
quería que sufrieras. Intenté intervenir en tu vida para que nunca te
ocurriera nada malo.
—¡Oh, Víctor! —Angélica se incorporó y fue a abrazar a Víctor—. No eres
Dios. No puedes evitar que haya accidentes, ni decidir quién debe y quién
no debe sufrir. No puedes cambiar el destino.
Myriam se alejó sigilosamente. Subió las escaleras de puntillas y se
metió en su dormitorio, cerrando la puerta en silencio. No debía haber
escuchado la conversación. Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Seguía
viendo a Víctor junto a la ventana, explicando por qué necesitaba sentir que
tenía todo bajo control. Todavía vivía bajo el impacto de la muerte de sus
padres. Creía que controlando las circunstancias lograría evitar que
ocurriera algo malo. Myriam sintió que su corazón se llenaba de compasión
por él. Y sus brazos clamaban por poder abrazarlo tal y como había hecho
Angélica.
MyVfan1- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 54
Edad : 34
Fecha de inscripción : 21/12/2011
Página 1 de 2. • 1, 2
Temas similares
» si la ves ((completa))
» Novela completa
» Se le apago la Luz (Completa)
» Arrancame (Completa)
» Coincidir (Completa)
» Novela completa
» Se le apago la Luz (Completa)
» Arrancame (Completa)
» Coincidir (Completa)
Página 1 de 2.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.