Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
+10
Marianita
AdriIsis
Dianitha
jai33sire
myrithalis
mariateressina
mats310863
alma.fra
FannyQ
laurayvictor
14 participantes
Página 2 de 4.
Página 2 de 4. • 1, 2, 3, 4
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
graxias x el capitulo
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Niña, no sabes cómo me entretengo con estas novelitas en mi trabajo jajaja!!! Muchas gracias por el capi!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
graciias por el cap niiña xfiis no tardes con el siiguiiente cap siii
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Chicas una disculpa por la tardanza pero aqui tienen el capitulo..... disfrutenlo
Capítulo 3
Víctor miró el reloj. Otra vez. Había tratado de hacer que su filosofía personal fuera no preocuparse, pero no podía evitarlo. Era culpa de Myriam. Mientras que Inés llegaba siempre tarde a todas partes, la puntualidad siempre había sido un principio casi religioso para Myriam.
Oficialmente, llegaba trece minutos tarde. Raúl, que le había dicho que había estado corrigiendo exámenes, no sabía dónde podía estar. ¿Cómo podía estar Myriam considerando atarse a ese tipo hasta que la muerte, o mejor dicho el divorcio, los separara?
Entre Inés y él tampoco había ocurrido nada, pero ellos no llevaban saliendo desde hacía diez meses. Inés se había encerrado en el cuarto de baño para hacerse una limpieza de cutis y la pedicura.
Mientras tanto, él se había pasado el tiempo tratando de sacarse a Myriam de la cabeza. Se había visto envuelto en conversaciones con connotaciones sexuales con muchas mujeres, pero nunca con Myriam. Ella nunca lo había mirado sugerentemente con sus ojos color almendra hasta aquel mismo día ni le había hablado con voz profunda, como si se tratara de la caricia de una amante.
—Mírala —dijo Raúl.
Víctor levantó la mirada. Una atractiva rubia avanzaba por la blanca arena. Vaya… Durante un segundo, algo le resultó vagamente familiar, como el modo en el que caminaba. Por primera vez, Sintió una cierta hermandad con Raúl por la admiración que ambos sentían por un increíble par de piernas y un sensual contoneo.
—Ya veo —susurró—. Las trenzas y esas piernas interminables… —añadió. Antes de que pudiera darse cuenta, se la imaginó tumbada debajo de él, con esas hermosas piernas rodeándole la cintura.
—En realidad, me refería a Inés, pero sí, Myriam tiene unas piernas muy bonitas.
¿Myriam? ¿Myriam? ¿Qué diablos…? Víctor se quitó las gafas de sol y miró detenidamente a las mujeres. Dios santo. Con razón había reconocido aquel modo de andar. Entonces, se dio cuenta de que Inés caminaba al lado de Myriam.
Las mujeres pasaron a lado de unos tipos que estaban jugando al voleibol. Uno de ellos se volvió para mirarlas con la boca abierta. Entonces, la pelota le golpeó y le hizo caer sobre la arena. Se lo merecía.
—Perdonad que lleguemos tarde —dijo Inés, mientras entrelazaba el brazo con el de Víctor.
—Inés y yo nos encontramos a la salida del hotel —añadió Myriam, mientras se pasaba una mano por la cabeza—. Bueno, ¿qué os parece?
Llevaba unas trenzas, rematadas con cuentas, por toda la cabeza. El peinado acentuaba sus pómulos y sus gruesos labios. Una fina camiseta ofrecía una ligera visión de su biquini. Desde que habían llegado a Jamaica, Víctor se había dado cuenta de muchas cosas sobre Myriam, cosas que no tenía derecho alguno a notar.
—Es diferente —comentó Raúl—, pero te sienta bien.
—¿Por qué diablos te has hecho eso? —preguntó Víctor, sin poder evitarlo. No estaba acostumbrado a aquella sensual y sugerente imagen de Myriam.
—Venga Víctor, ¿por qué no me dices de verdad tu opinión? —replicó ella, molesta.
—Lo siento, Myriam. Es que estoy acostumbrado a tu otra imagen. Estás muy bien.
—Yo creo que es genial. Ojalá yo tuviera la misma estructura ósea que ella para poder hacérmelas —dijo Inés, haciendo un puchero.
—Tu estructura no tiene nada de malo —le aseguró Raúl, mirándole la parte de arriba del biquini.
Inés sonrió y Myriam levantó las cejas por encima de las gafas de sol. Víctor pensó que Raúl era un idiota. ¿Por qué demonios estaba flirteando con Inés cuando ya tenía una hermosa mujer a su lado? Entonces, se dio cuenta de que si Raúl seguía cortejando a Inés, él no tendría que preocuparse porque se llevara a Myriam al altar. Lo único que tenía que hacer era animarlos y ver cómo saltaban las chispas entre ellos. Raúl nunca se había merecido a Myriam y él estaba a punto de demostrarlo. Por supuesto, aquello significaría que él no podría seguir con Inés, pero una semana de sol y arena sin sexo era un precio muy pequeño por evitar que Myriam cometiera la equivocación de su vida.
—Bueno —dijo—. Raúl y tú tomad la veintisiete. Nosotros nos llevaremos la veintiocho.
Inés se montó rápidamente en la moto acuática y llamó a Raúl.
—Hace mucho tiempo que no estoy con un hombre virgen.
Raúl se montó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos. Dada la diferencia de altura, las manos de Raúl descansaban justo por debajo de los pechos de Inés. Entonces, ella arrancó el motor.
—Yo diría que Raúl está a punto de tocárselas —le susurró Myriam a Víctor con una cierta aspereza. Cuando ella le tocó la cintura, las sensaciones que sintió parecieron hacer estragos con su compostura.
—Estamos aquí —gritó Inés, desde la distancia—. Tratad de atraparnos.
—Creo que tienes razón. A Raúl le está gustando estar sentado detrás de ella. Y a Inés no parece importarle —comentó Víctor.
—¿Te importa a ti?
—No. Necesitaba una mujer para poder venir a un hotel en el que solo se admiten parejas. No hay nada más que unas pocas citas entre nosotros…
—Bueno, venga. Enséñame cómo se conduce esto. Pienso empezar a dar vueltas alrededor de Inés —añadió ella, mientras se recogía las trenzas en la nuca—. ¿De acuerdo?
Maldición. Aquello era el lado malo de la historia. Lo último que Víctor quería era que Myriam se pusiera a competir con Inés por Raúl. Sin embargo, si él, Víctor, la distraía con un ligero flirteo… Aquello era lo que se le daba mejor, pero nunca lo había hecho con Myriam. Podría hacerlo, sin duda, y si al final evitaba que Myriam se casara con Raúl, merecería la pena.
—No estoy seguro de que debas conducir, Myriam. Esta es tu primera vez…
En aquel momento, Myriam abrió el bolso y sacó un frasco de leche solar.
—¿Te importa ponerme un poco en la espalda? Raúl ya se ha marchado y yo no alcanzo a hacerlo —añadió, quitándose la camiseta—. No quiero quemarme durante mi primera vez. En realidad, no quiero quemarme en absoluto.
Víctor la miró atónito. Que el cielo lo ayudara. Por toda la playa había mujeres que llevaban biquinis más pequeños aún y más reveladores, pero ninguna de ellas lo llevaba tan bien como Myriam. Una extraña sensación se le despertó en el vientre.
—¿Víctor?—insistió ella, agitándole el frasco delante de la cara—. ¿Vas a echármela tú o quieres que se lo pida a ese tipo que está jugando al voleibol?
Víctor agarró el frasco. No pensaba consentir que se lo pidiera a un tipo que la había estado devorando con la mirada.
—Date la vuelta.
Myriam lo obedeció. Siempre le habían gustado las suaves líneas de la espalda femenina, pero la de Myriam le quitó el aliento. Se echó una generosa cantidad de loción en la mano y le devolvió el frasco. Entonces, se frotó las manos, tratando de tranquilizarse.
En el momento en el que las manos le tocaron los hombros, se dio cuenta de que había subestimado la tarea. Las palmas, resbaladizas por la loción, se le deslizaron suavemente por la piel. Estuvo a punto de contener el aliento.
Acarició, masajeó y extendió la crema, lo que fue todo un logro, considerando que su cerebro estaba a punto de dejar de funcionar. Deslizó los dedos por debajo de la cinta del biquini. Entonces, ella se echó a temblar y provocó una respuesta inmediata que se abrió paso a través del cuerpo de Víctor. Con cuidado de no dejar ni un centímetro de piel sin tocar, extendió la crema por toda la espalda. Ella tembló de nuevo. Parecía tan sensible, tan consciente de sus caricias… Y eso que solo le había acariciado la espalda.
Aplacó un alocado deseo de deslizar la mano por debajo del elástico del biquini y masajearle el trasero en su totalidad. Le habría susurrado dulces palabras al oído hasta que ella le hubiera animado a buscar una zona de la playa mucho más tranquila para que se hubiera podido dejar llevar por su anterior fantasía. Tal vez si hubiera sido otra mujer… Sin embargo, se trataba de Myriam.
Lo único que ella le había pedido había sido que le pusiera crema en la espalda, no que llevara a cabo sus fantasías. Dejó caer las manos y se recordó que solo era su amigo. Aquello era lo que tenía que tener en cuenta. Su amistad. Dio instrucciones a su libido, a su cerebro y al resto de las partes de su cuerpo, que, de repente, parecían tener vida propia.
—Bien —dijo ella, dándose la vuelta—. Estoy lista. No quiero seguir siendo virgen.
El cuerpo de Víctor, descaradamente, ignoró sus indicaciones.
Myriam miró el reloj. Eran las once en punto. Después del viaje, de la excitación de las motos de agua con Víctor y de la animada conversación durante unas de las mejores cenas que había degustado nunca, debería estar agotada. Sin embargo, se sentía llena de energía. Inquieta. Ansiosa.
A pesar de la hora, la noche parecía joven y viva. En el jardín cercano, los pájaros nocturnos se llamaban los unos a los otros. El aire de la noche traía el perfume de flores exóticas y de especias desconocidas. El murmullo de los amantes se escuchaba bajo los estridentes tonos de los que disfrutaban de la fiesta.
Myriam deslizó el brazo por la cintura de Raúl. Se escuchaba una sensual música caribeña en La Jungla. Sus caderas respondieron instintivamente al ritmo. Entonces, miró a Víctor y a Inés.
—Venga, vamos a bailar.
—Me encantaría —dijo Inés, agarrando a Víctor de la mano.
—Entonces, vamos a buscar La Jungla.
Raúl, que se había tomado tres copas de vino durante la cena, mostró más entusiasmo que aptitud, avanzó por la pasarela tambaleándose ligeramente.
—Vamos.
Myriam se echó a reír.
—No sabía que te gustara bailar, Myriam —comentó Víctor, mientras Inés y él los seguían.
—Tal vez haya un par de cosas sobre mí que desconozcas —replicó ella, por encima del hombro, con un cierto tono de provocación.
—¿Cuánto tiempo hace que sois amigos? —preguntó Inés.
—Veinticuatro años —contestó Myriam. A medida que se iban acercando a la discoteca, el volumen de la música iba subiendo.
—¿Y no os cansáis nunca el uno del otro?
—No —respondieron los dos a la vez.
Raúl estrechó con fuerza los hombros de Myriam.
—Tal vez ella no se canse de él, pero yo sí. Está con nosotros todo el tiempo —gruñó—. No te ofendas, Víctor.
—No hay por qué —replicó él, riéndose ante el comentario de Raúl.
—Veinticuatro años y nunca habéis…
—No —le aseguró Myriam. En otro momento y en otro lugar tan vez se hubiera sentido molesta por la curiosidad de Inés, pero no en aquel instante. El calor de la noche y el ritmo de la música invitaban a los pensamientos más lascivos.
Inés se paró a unos pocos metros de la puerta de la discoteca.
—Venga ya. ¿Veinticuatro años y ni si quiera lo habéis pensado? No me lo creo —dijo Inés.
Myriam, que no estaba dispuesta a contarle a Inés la corriente de atracción que había sentido por Víctor desde que llegaron a la isla, negó con la cabeza y se echó a reír ante su insistencia.
—Créetelo —dijo Raúl—. Son como hermanos.
Bajo aquella tenue luz, Myriam miró a Víctor. El aliento se le atascó en la garganta y la sangre empezó a fluirle a toda velocidad. Estaba atrapada en el ritmo de la música y en la mirada que veía en los ojos de Víctor y que parecía reconocer que él también había pensado sobre ella.
En aquel momento, comprendió que Víctor también había pensado en ella del mismo modo que Myriam lo había hecho en él. En un día normal, aquel pensamiento la hubiera aterrorizado. Sin embargo, no había nada de normal en una noche caribeña. Aquella noche, el pensamiento la excitó profundamente.
—Creo que mi hermana tiene muchas ganas de bailar.
Entraron en la discoteca. El aire estaba algo viciado por el humo de los cigarrillos. Las parejas bailaban en la pista. La música, alta y rítmica, penetró en Myriam y se fundió con su cuerpo, desatando sus inhibiciones. Vibraba en ella, a través de ella, como si se tratara de una fiebre. Las palabras eran pura improvisación. Reinaban los movimientos primitivos. Se trataba de un hedonismo contagioso en su máximo exponente.
Los cuatro se dirigieron hacia la pista de baile. Myriam se entregó a la música, girando, ondulándose… Su cuerpo respondía con movimientos seductores, las notas la llenaban, obligándola a ir más allá de sus límites habituales.
A los pocos minutos, la multitud pareció tragarse a Inés y a Raúl. Víctor, sin embargo, seguía allí, separado de ella por un puñado de personas. Entonces, se acercó. Myriam se inclinó sobre él, sin dejar de bailar.
—¿Dónde están Inés y Raúl?
Víctor se encogió de hombros y sacudió la cabeza. Acercó los labios a la oreja de Myriam y ella notó lo cálidos que eran.
—No lo sé. No importa.
Su boca, la mirada que había en sus ojos, su fuerte cuerpo contra el suyo en la vorágine de la pista de baile, el ritmo imparable de la música… Todo ello la animó. Extendió los brazos y rodeó con ellos el cuello de Víctor a modo de invitación, mientras sus caderas parecían secundar la oferta. Con los ojos brillantes, él aceptó el desafío y lo siguió.
La repleta pista de baile ofrecía la oportunidad de seducir sin consecuencias. Bailando con la desinhibida música, Myriam cruzó una línea a la que nunca había pensado en acercarse. El baile se convirtió en sexo imaginario.
Una oscura sensualidad se entretejió entre ellos, los ató. Movimientos ondulantes, vibrantes… En el calor de la música, la noche, el momento, a Víctor le pareció lo más natural del mundo estrecharla contra su cuerpo. Atrapada en los ritmos eróticos que rezumaban sus cuerpos, Myriam cruzó la línea sobre la que solo se había permitido fantasear ocasionalmente. Descaradamente, reclamó la boca de Víctor. El gimió contra sus labios y dejó que sus dedos se moldearan contra la suave y sudorosa piel de la espalda de Myriam. Las tentativas dieron paso a una ferviente fusión. Ella cerró los ojos mientras él le exploraba la boca con la lengua, gozó y la miró lo que él le ofrecía. De repente, sintió que Víctor vibraba contra su cuerpo y notó su erección. Una febril pasión se abrió paso a través de ella. ¿Dónde terminaba su pasión y empezaba la de él? Se pegó a él, quemándose en un friego que solo Víctor podía apagar.
—¿Myriam? —susurró él, tras apartar la boca de la de ella. La joven siguió con los ojos cerrados, atrapada por su pasión, y se lamió los hinchados labios—. ¿Myriam?
Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fueron los de Víctor. Entonces, mil preguntas le acudieron a la cabeza.
¿Qué había hecho? Se estaba besando con su mejor amigo.
—Lo siento… No debería…
Entonces, sin saber por qué, hizo lo que una cobarde hubiera hecho. Salió corriendo.
Capítulo 3
Víctor miró el reloj. Otra vez. Había tratado de hacer que su filosofía personal fuera no preocuparse, pero no podía evitarlo. Era culpa de Myriam. Mientras que Inés llegaba siempre tarde a todas partes, la puntualidad siempre había sido un principio casi religioso para Myriam.
Oficialmente, llegaba trece minutos tarde. Raúl, que le había dicho que había estado corrigiendo exámenes, no sabía dónde podía estar. ¿Cómo podía estar Myriam considerando atarse a ese tipo hasta que la muerte, o mejor dicho el divorcio, los separara?
Entre Inés y él tampoco había ocurrido nada, pero ellos no llevaban saliendo desde hacía diez meses. Inés se había encerrado en el cuarto de baño para hacerse una limpieza de cutis y la pedicura.
Mientras tanto, él se había pasado el tiempo tratando de sacarse a Myriam de la cabeza. Se había visto envuelto en conversaciones con connotaciones sexuales con muchas mujeres, pero nunca con Myriam. Ella nunca lo había mirado sugerentemente con sus ojos color almendra hasta aquel mismo día ni le había hablado con voz profunda, como si se tratara de la caricia de una amante.
—Mírala —dijo Raúl.
Víctor levantó la mirada. Una atractiva rubia avanzaba por la blanca arena. Vaya… Durante un segundo, algo le resultó vagamente familiar, como el modo en el que caminaba. Por primera vez, Sintió una cierta hermandad con Raúl por la admiración que ambos sentían por un increíble par de piernas y un sensual contoneo.
—Ya veo —susurró—. Las trenzas y esas piernas interminables… —añadió. Antes de que pudiera darse cuenta, se la imaginó tumbada debajo de él, con esas hermosas piernas rodeándole la cintura.
—En realidad, me refería a Inés, pero sí, Myriam tiene unas piernas muy bonitas.
¿Myriam? ¿Myriam? ¿Qué diablos…? Víctor se quitó las gafas de sol y miró detenidamente a las mujeres. Dios santo. Con razón había reconocido aquel modo de andar. Entonces, se dio cuenta de que Inés caminaba al lado de Myriam.
Las mujeres pasaron a lado de unos tipos que estaban jugando al voleibol. Uno de ellos se volvió para mirarlas con la boca abierta. Entonces, la pelota le golpeó y le hizo caer sobre la arena. Se lo merecía.
—Perdonad que lleguemos tarde —dijo Inés, mientras entrelazaba el brazo con el de Víctor.
—Inés y yo nos encontramos a la salida del hotel —añadió Myriam, mientras se pasaba una mano por la cabeza—. Bueno, ¿qué os parece?
Llevaba unas trenzas, rematadas con cuentas, por toda la cabeza. El peinado acentuaba sus pómulos y sus gruesos labios. Una fina camiseta ofrecía una ligera visión de su biquini. Desde que habían llegado a Jamaica, Víctor se había dado cuenta de muchas cosas sobre Myriam, cosas que no tenía derecho alguno a notar.
—Es diferente —comentó Raúl—, pero te sienta bien.
—¿Por qué diablos te has hecho eso? —preguntó Víctor, sin poder evitarlo. No estaba acostumbrado a aquella sensual y sugerente imagen de Myriam.
—Venga Víctor, ¿por qué no me dices de verdad tu opinión? —replicó ella, molesta.
—Lo siento, Myriam. Es que estoy acostumbrado a tu otra imagen. Estás muy bien.
—Yo creo que es genial. Ojalá yo tuviera la misma estructura ósea que ella para poder hacérmelas —dijo Inés, haciendo un puchero.
—Tu estructura no tiene nada de malo —le aseguró Raúl, mirándole la parte de arriba del biquini.
Inés sonrió y Myriam levantó las cejas por encima de las gafas de sol. Víctor pensó que Raúl era un idiota. ¿Por qué demonios estaba flirteando con Inés cuando ya tenía una hermosa mujer a su lado? Entonces, se dio cuenta de que si Raúl seguía cortejando a Inés, él no tendría que preocuparse porque se llevara a Myriam al altar. Lo único que tenía que hacer era animarlos y ver cómo saltaban las chispas entre ellos. Raúl nunca se había merecido a Myriam y él estaba a punto de demostrarlo. Por supuesto, aquello significaría que él no podría seguir con Inés, pero una semana de sol y arena sin sexo era un precio muy pequeño por evitar que Myriam cometiera la equivocación de su vida.
—Bueno —dijo—. Raúl y tú tomad la veintisiete. Nosotros nos llevaremos la veintiocho.
Inés se montó rápidamente en la moto acuática y llamó a Raúl.
—Hace mucho tiempo que no estoy con un hombre virgen.
Raúl se montó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos. Dada la diferencia de altura, las manos de Raúl descansaban justo por debajo de los pechos de Inés. Entonces, ella arrancó el motor.
—Yo diría que Raúl está a punto de tocárselas —le susurró Myriam a Víctor con una cierta aspereza. Cuando ella le tocó la cintura, las sensaciones que sintió parecieron hacer estragos con su compostura.
—Estamos aquí —gritó Inés, desde la distancia—. Tratad de atraparnos.
—Creo que tienes razón. A Raúl le está gustando estar sentado detrás de ella. Y a Inés no parece importarle —comentó Víctor.
—¿Te importa a ti?
—No. Necesitaba una mujer para poder venir a un hotel en el que solo se admiten parejas. No hay nada más que unas pocas citas entre nosotros…
—Bueno, venga. Enséñame cómo se conduce esto. Pienso empezar a dar vueltas alrededor de Inés —añadió ella, mientras se recogía las trenzas en la nuca—. ¿De acuerdo?
Maldición. Aquello era el lado malo de la historia. Lo último que Víctor quería era que Myriam se pusiera a competir con Inés por Raúl. Sin embargo, si él, Víctor, la distraía con un ligero flirteo… Aquello era lo que se le daba mejor, pero nunca lo había hecho con Myriam. Podría hacerlo, sin duda, y si al final evitaba que Myriam se casara con Raúl, merecería la pena.
—No estoy seguro de que debas conducir, Myriam. Esta es tu primera vez…
En aquel momento, Myriam abrió el bolso y sacó un frasco de leche solar.
—¿Te importa ponerme un poco en la espalda? Raúl ya se ha marchado y yo no alcanzo a hacerlo —añadió, quitándose la camiseta—. No quiero quemarme durante mi primera vez. En realidad, no quiero quemarme en absoluto.
Víctor la miró atónito. Que el cielo lo ayudara. Por toda la playa había mujeres que llevaban biquinis más pequeños aún y más reveladores, pero ninguna de ellas lo llevaba tan bien como Myriam. Una extraña sensación se le despertó en el vientre.
—¿Víctor?—insistió ella, agitándole el frasco delante de la cara—. ¿Vas a echármela tú o quieres que se lo pida a ese tipo que está jugando al voleibol?
Víctor agarró el frasco. No pensaba consentir que se lo pidiera a un tipo que la había estado devorando con la mirada.
—Date la vuelta.
Myriam lo obedeció. Siempre le habían gustado las suaves líneas de la espalda femenina, pero la de Myriam le quitó el aliento. Se echó una generosa cantidad de loción en la mano y le devolvió el frasco. Entonces, se frotó las manos, tratando de tranquilizarse.
En el momento en el que las manos le tocaron los hombros, se dio cuenta de que había subestimado la tarea. Las palmas, resbaladizas por la loción, se le deslizaron suavemente por la piel. Estuvo a punto de contener el aliento.
Acarició, masajeó y extendió la crema, lo que fue todo un logro, considerando que su cerebro estaba a punto de dejar de funcionar. Deslizó los dedos por debajo de la cinta del biquini. Entonces, ella se echó a temblar y provocó una respuesta inmediata que se abrió paso a través del cuerpo de Víctor. Con cuidado de no dejar ni un centímetro de piel sin tocar, extendió la crema por toda la espalda. Ella tembló de nuevo. Parecía tan sensible, tan consciente de sus caricias… Y eso que solo le había acariciado la espalda.
Aplacó un alocado deseo de deslizar la mano por debajo del elástico del biquini y masajearle el trasero en su totalidad. Le habría susurrado dulces palabras al oído hasta que ella le hubiera animado a buscar una zona de la playa mucho más tranquila para que se hubiera podido dejar llevar por su anterior fantasía. Tal vez si hubiera sido otra mujer… Sin embargo, se trataba de Myriam.
Lo único que ella le había pedido había sido que le pusiera crema en la espalda, no que llevara a cabo sus fantasías. Dejó caer las manos y se recordó que solo era su amigo. Aquello era lo que tenía que tener en cuenta. Su amistad. Dio instrucciones a su libido, a su cerebro y al resto de las partes de su cuerpo, que, de repente, parecían tener vida propia.
—Bien —dijo ella, dándose la vuelta—. Estoy lista. No quiero seguir siendo virgen.
El cuerpo de Víctor, descaradamente, ignoró sus indicaciones.
Myriam miró el reloj. Eran las once en punto. Después del viaje, de la excitación de las motos de agua con Víctor y de la animada conversación durante unas de las mejores cenas que había degustado nunca, debería estar agotada. Sin embargo, se sentía llena de energía. Inquieta. Ansiosa.
A pesar de la hora, la noche parecía joven y viva. En el jardín cercano, los pájaros nocturnos se llamaban los unos a los otros. El aire de la noche traía el perfume de flores exóticas y de especias desconocidas. El murmullo de los amantes se escuchaba bajo los estridentes tonos de los que disfrutaban de la fiesta.
Myriam deslizó el brazo por la cintura de Raúl. Se escuchaba una sensual música caribeña en La Jungla. Sus caderas respondieron instintivamente al ritmo. Entonces, miró a Víctor y a Inés.
—Venga, vamos a bailar.
—Me encantaría —dijo Inés, agarrando a Víctor de la mano.
—Entonces, vamos a buscar La Jungla.
Raúl, que se había tomado tres copas de vino durante la cena, mostró más entusiasmo que aptitud, avanzó por la pasarela tambaleándose ligeramente.
—Vamos.
Myriam se echó a reír.
—No sabía que te gustara bailar, Myriam —comentó Víctor, mientras Inés y él los seguían.
—Tal vez haya un par de cosas sobre mí que desconozcas —replicó ella, por encima del hombro, con un cierto tono de provocación.
—¿Cuánto tiempo hace que sois amigos? —preguntó Inés.
—Veinticuatro años —contestó Myriam. A medida que se iban acercando a la discoteca, el volumen de la música iba subiendo.
—¿Y no os cansáis nunca el uno del otro?
—No —respondieron los dos a la vez.
Raúl estrechó con fuerza los hombros de Myriam.
—Tal vez ella no se canse de él, pero yo sí. Está con nosotros todo el tiempo —gruñó—. No te ofendas, Víctor.
—No hay por qué —replicó él, riéndose ante el comentario de Raúl.
—Veinticuatro años y nunca habéis…
—No —le aseguró Myriam. En otro momento y en otro lugar tan vez se hubiera sentido molesta por la curiosidad de Inés, pero no en aquel instante. El calor de la noche y el ritmo de la música invitaban a los pensamientos más lascivos.
Inés se paró a unos pocos metros de la puerta de la discoteca.
—Venga ya. ¿Veinticuatro años y ni si quiera lo habéis pensado? No me lo creo —dijo Inés.
Myriam, que no estaba dispuesta a contarle a Inés la corriente de atracción que había sentido por Víctor desde que llegaron a la isla, negó con la cabeza y se echó a reír ante su insistencia.
—Créetelo —dijo Raúl—. Son como hermanos.
Bajo aquella tenue luz, Myriam miró a Víctor. El aliento se le atascó en la garganta y la sangre empezó a fluirle a toda velocidad. Estaba atrapada en el ritmo de la música y en la mirada que veía en los ojos de Víctor y que parecía reconocer que él también había pensado sobre ella.
En aquel momento, comprendió que Víctor también había pensado en ella del mismo modo que Myriam lo había hecho en él. En un día normal, aquel pensamiento la hubiera aterrorizado. Sin embargo, no había nada de normal en una noche caribeña. Aquella noche, el pensamiento la excitó profundamente.
—Creo que mi hermana tiene muchas ganas de bailar.
Entraron en la discoteca. El aire estaba algo viciado por el humo de los cigarrillos. Las parejas bailaban en la pista. La música, alta y rítmica, penetró en Myriam y se fundió con su cuerpo, desatando sus inhibiciones. Vibraba en ella, a través de ella, como si se tratara de una fiebre. Las palabras eran pura improvisación. Reinaban los movimientos primitivos. Se trataba de un hedonismo contagioso en su máximo exponente.
Los cuatro se dirigieron hacia la pista de baile. Myriam se entregó a la música, girando, ondulándose… Su cuerpo respondía con movimientos seductores, las notas la llenaban, obligándola a ir más allá de sus límites habituales.
A los pocos minutos, la multitud pareció tragarse a Inés y a Raúl. Víctor, sin embargo, seguía allí, separado de ella por un puñado de personas. Entonces, se acercó. Myriam se inclinó sobre él, sin dejar de bailar.
—¿Dónde están Inés y Raúl?
Víctor se encogió de hombros y sacudió la cabeza. Acercó los labios a la oreja de Myriam y ella notó lo cálidos que eran.
—No lo sé. No importa.
Su boca, la mirada que había en sus ojos, su fuerte cuerpo contra el suyo en la vorágine de la pista de baile, el ritmo imparable de la música… Todo ello la animó. Extendió los brazos y rodeó con ellos el cuello de Víctor a modo de invitación, mientras sus caderas parecían secundar la oferta. Con los ojos brillantes, él aceptó el desafío y lo siguió.
La repleta pista de baile ofrecía la oportunidad de seducir sin consecuencias. Bailando con la desinhibida música, Myriam cruzó una línea a la que nunca había pensado en acercarse. El baile se convirtió en sexo imaginario.
Una oscura sensualidad se entretejió entre ellos, los ató. Movimientos ondulantes, vibrantes… En el calor de la música, la noche, el momento, a Víctor le pareció lo más natural del mundo estrecharla contra su cuerpo. Atrapada en los ritmos eróticos que rezumaban sus cuerpos, Myriam cruzó la línea sobre la que solo se había permitido fantasear ocasionalmente. Descaradamente, reclamó la boca de Víctor. El gimió contra sus labios y dejó que sus dedos se moldearan contra la suave y sudorosa piel de la espalda de Myriam. Las tentativas dieron paso a una ferviente fusión. Ella cerró los ojos mientras él le exploraba la boca con la lengua, gozó y la miró lo que él le ofrecía. De repente, sintió que Víctor vibraba contra su cuerpo y notó su erección. Una febril pasión se abrió paso a través de ella. ¿Dónde terminaba su pasión y empezaba la de él? Se pegó a él, quemándose en un friego que solo Víctor podía apagar.
—¿Myriam? —susurró él, tras apartar la boca de la de ella. La joven siguió con los ojos cerrados, atrapada por su pasión, y se lamió los hinchados labios—. ¿Myriam?
Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fueron los de Víctor. Entonces, mil preguntas le acudieron a la cabeza.
¿Qué había hecho? Se estaba besando con su mejor amigo.
—Lo siento… No debería…
Entonces, sin saber por qué, hizo lo que una cobarde hubiera hecho. Salió corriendo.
gracias por todos sus comentarios, espero que sigan comentando....
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Ke buen capitulo , No tardes tanto con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Gracias x el Cap... No tardes en postear el Siguiente!!!
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2742
Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
miil graciia por el cap niiña xaf no tardes con el siiguiiente cap sii
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
que paso con esta novelita por que no la continuaron, espero pronto capitulo
rodmina- VBB PLATA
- Cantidad de envíos : 433
Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
hola niñas espero y me disculpen por tardar tanto en continuar con esta novela pero aqui esta el capitulo 4, prometo continuar hasta terminarla. gracias por leerla y por cada uno de sus comentarios.
Capítulo 4
A la mañana siguiente, Víctor estaba esperando a Myriam al lado de la piscina. Durante el desayuno, Inés y Raúl habían anunciado sus planes para jugar a las máquinas tragaperras que había en el bar. Los dos dijeron tener resaca de la noche anterior, lo que dejó a Víctor y a Myriam solos para que siguieran adelante con la excursión en canoa que habían organizado el día anterior. Víctor también tenía resaca, aunque esta no tenía nada que ver con el alcohol. Myriam y su apasionado beso lo habían mantenido despierto la mayor parte de la noche.Capítulo 4
—¿Estás listo? —le preguntó ella, con una gran sonrisa. Parecía decidida a ignorar lo ocurrido durante el baile.
—Claro. Vamos por aquí —dijo él, indicando la playa—. El conserje me dijo que las canoas están por aquí y que hay una distancia muy corta a los acantilados. Se supone que es espectacular.
De repente, un incómodo silencio cayó entre ellos.
—Víctor…
—Myriam…
—Escúchame, Víctor. Siento mucho lo que ocurrió anoche.
—Yo no —replicó, para tratar que ella se sintiera mejor.
—Pues deberías estarlo. No debería haber ocurrido nunca.
—Probablemente tengas razón… —susurró él. Habría sido mejor si nunca hubiera saboreado aquella pasión, que lo había turbado toda la noche y seguía turbándolo.
—No era yo. Me dejé llevar por el vino y la música. Podría haber sido con cualquiera.
—¿Y se supone que tiene que hacer que yo me sienta mejor? —replicó él. Aquello había sido un verdadero revés para su ego.
—Solo quería que comprendieras lo que ocurrió. No dejes que esto se interponga entre nosotros, porque de verdad que no significó nada.
—Muy bien…
—¿No nos podemos olvidar de que ocurrió?
—He dicho que está bien, Myriam. Está olvidado. Hecho. Es historia.
Llegaron a las canoas. El encargado los saludó con una cálida sonrisa.
—Hace una mañana espléndida para salir en canoa —dijo—. El agua está muy tranquila. Si siguen por este lado y dan la vuelta a esa curva de la costa, podrán ver nuestros magníficos acantilados. Elijan la canoa que quieran.
Víctor y Myriam seleccionaron la primera. Entonces, el encargado le dio un remo a cada uno.
—No me he montado en una canoa desde que salíamos al lago cuando estábamos en el instituto —comentó él.
—Es cierto. Te perdiste el viaje que yo hice el año pasado. Tenías una reunión de ventas. Pero no te preocupes. Te acordarás de todo enseguida. ¿Qué resulta más fácil para ti, que yo vaya delante o detrás?
Era una pregunta perfectamente normal. Desgraciadamente, desató la imaginación de Víctor y le hizo pensar en las eróticas imágenes que había visto la noche anterior, cuando los dos bailaban en la discoteca.
—Ponte delante —dijo, consiguiendo un tono de voz adecuado a pesar del deseo que las palabras de Myriam habían despertado en él.
Ella se colocó en la canoa y Víctor saltó detrás. Con fluidos movimientos, hundió el remo en el agua y empezó a alejar la pequeña embarcación de la costa. La camiseta se le ceñía a la espalda y la femenina forma de sus caderas. Distraído por aquella visión, Víctor no conseguía dar una a derechas.
—Tómate tu tiempo —le dijo ella—. Recuerda. Movimientos largos y fluidos. Asegúrate de que está dentro antes de que lo muevas. ¿Ves? —añadió, haciendo una demostración.
Lo que Víctor vio muy claramente fue que iba a ser un largo y tortuoso día.
Aquella tarde, cuando estaban terminando el segundo plato, Inés y Raúl se habían enfrascado en una conversación sobre el funcionamiento interno de Vanderbilt, lo que dejó que Víctor y Myriam tuvieran una íntima cena para dos.
Víctor la estudió. A la luz de las velas, su piel relucía como la miel y sus ojos brillaban como dos gotas de jerez. ¿Cuántas veces había estado a su lado sin verla realmente? ¿Cómo había podido pasar por alto tanta sensualidad? Durante todos aquellos años, había dado por sentado que la conocía y, en aquellas vacaciones, estaba empezando a descubrir que había capas ocultas y profundidades que ni siquiera alcanzaba a distinguir. Myriam era una mujer muy compleja.
Salir en canoa con ella había proporcionado una forma de tortura muy sutil. La curva de su espalda no había dejado de turbarlo. El aroma de su piel en la brisa y el beso de la noche anterior lo habían mantenido excitado durante toda la excursión.
—Esta noche estás muy callado —dijo Myriam. Ella parecía haber olvidado el erótico baile y el apasionado beso.
—Tal vez sea porque me has dejado agotado con esa excursión.
—Creo que probablemente hayan sido las actividades que has desarrollado en tu habitación antes de cenar.
—Lo único que se ha desarrollado en mi habitación han sido las dos horas que Inés ha tardado en arreglarse. Solo verlo resulta agotador. Prueba un poco de esta crema de mango.
—Bueno, pero solo un poco.
Víctor sonrió y observó cómo ella se llevaba una cucharada del postre a la boca. La abrió y deslizó la cuchara, frunciendo los labios para capturarla.
—Mmm… —susurró, abriendo la boca para sacarse la cuchara.
Víctor se preguntó cuántas veces la había visto realizar el mismo gesto. Sin embargo, estaba seguro de que ninguna de aquellas veces había tenido un efecto tan devastador sobre él como en aquella ocasión.
—¿Está bueno?
—Más que bueno. Es casi orgásmico…
Eso también lo había dicho antes, aun que en aquella ocasión la palabra pareció arderle en el cerebro y tensarle la entrepierna. Rápidamente, agarró el vaso de agua y dio un largo trago. No le sirvió de nada.
—Tienes que probar este —ofreció ella, extendiendo su cuchara.
—No, gracias.
—Al menos deberías probarlo —insistió. Entonces, se inclinó sobre él y el escote se bajó un poco, ofreciéndole una visión más amplia de su piel dorada—. ¿Es que no se te hace la boca agua?
Lo estaba matando. Claro que la boca se le hacía agua… Apartó la mirada.
—No, gracias.
—Venga. ¿Es que ni siquiera sientes la tentación de probarlo? Siempre estás dispuesto a probar algo nuevo —ronroneó. Víctor no estuvo seguro de si la nota de seducción era real o producto de sus licenciosos pensamientos.
—No tengo hambre.
—Es delicioso. Estoy segura de que más tarde lamentarás tu decisión. Sentirás no haber probado mi mango —dijo. Entonces, tomó la fruta y le dio un mordisco, para luego lamer la crema que tenía en la cuchara con delicada precisión.
El corazón de Víctor empezó a latir a toda velocidad. Entonces, el sonido de una alarma empezó a llenarle los oídos. Inés apretó un botón de su reloj y la alarma cesó de sonar.
—Son las nueve. Tengo que llamar a la delegación de California antes de que se marchen.
—Iré contigo —dijo Víctor, disponiéndose a levantarse. No podía soportar más tortura.
—No hay necesidad —replicó ella—. Tal vez tarde solo cinco minutos o podrían ser cuarenta y cinco. Te aburrirías.
—Pero…
—Quédate y termínate tu postre. Me reuniré con vosotros en La Jungla. Además, no me importaría nada tener un poco de intimidad para refrescarme un poco.
—Muy bien. En La Jungla. Te buscaré.
—Tal vez llegue algo tarde.
—No te preocupes, Inés. Nosotros lo cuidaremos hasta que tú llegues —bromeó Myriam, con cierta provocación. Había notado como Inés había monopolizado a Raúl durante toda la cena.
—Gracias, Myriam —replicó la otra mujer—. Seguiremos hablando más tarde, Raúl. Para entonces, estaré preparada para probar el baile del limbo y ver hasta dónde puedo llegar.
Raúl observó a Inés mientras esta atravesaba el restaurante.
—¡Qué mujer! ¿Le apetece a alguien otra copa? —preguntó, agarrando la botella de vino—. Tendremos una bacanal caribeña.
—Solo un poco. Gracias —dijo Myriam.
Víctor también aceptó otra ronda. Resultaba evidente que Raúl estaba muy bebido. Que se retirara todas las noches por los efectos del alcohol no le importaba en lo más mínimo. Así, no tendría ganas de realizar juegos de alcoba con Myriam.
—¿Te puedes creer que Inés conozca a Dean Whatley? —preguntó, aunque Víctor no tenía ni idea de quién era ese hombre ni le importaba. Entonces, se volvió a llenar la copa.
—¿Y cómo lo conoce? —quiso saber Myriam.
Fue lo único que Raúl necesitó para seguir bebiendo y hablando. Se terminó la botella y su voz fue viéndose cada vez más afectada por el alcohol. De repente, se vertió lo último que le quedaba en la copa en la pechera de la camisa blanca.
—Maldita sea…
Martin apareció inmediatamente, con un trapo húmedo en la mano.
—¡Qué desgracia, señor! Déjeme ayudarlo —dijo. Entonces, se puso a frotar suavemente la tela de la camisa—. Creo que sería mejor que lo enviara a nuestra excelente lavandería, para que no se le estropee la camisa. ¿Quiere que envíe a alguien a recogerla?
—Bien —concluyó Raúl, poniéndose de pie. Entonces, trató de mantenerse firme contra la mesa—. Estupendo. Ahora, tengo que ir a cambiarme la camisa. Yo también me reuniré con vosotros en La Jungla.
Con eso, Raúl se marchó tambaleándose. Martin lo miró y asintió con la cabeza.
—Ah, La Jungla. Una excelente elección.
Al oírlo, Myriam se echó a reír.
—¿Es que todo es excelente para ti, Martin?
—Desgraciadamente no —respondió él. Víctor habría jurado que, al decir aquellas palabras, volvía a mirar a Raúl—, pero me gusta hacer notar lo que sí lo es, como su cabello. Ahora, si me disculpan —añadió. Tras hacer una inclinación de cabeza, se marchó.
Cuando se quedaron solos, Myriam miró a Víctor y, tras apoyar el codo encima de la mesa, le preguntó:
—¿Estoy siendo yo algo sensible o estoy en lo cierto al pensar que Inés y Raúl han formado un club de admiración mutua?
—Veo que tú también te has dado cuenta…
—Sí. Tendría que estar muerta para no verlo.
—Supongo que eso significa que estás reconsiderando tu opinión de que Arenas Calientes es el sitio ideal para celebrar la luna de miel.
—Este hotel es genial. Lo que estoy reconsiderando es al novio.
Víctor sintió que el alivio se apoderaba de él. Aquello era un comienzo. No podía casarse si no había novio.
—Me alegro mucho de ver que vas a dejar a Raúl.
—Yo no he dicho que vaya a dejarlo, sino que sé con toda seguridad de que no me quiero casar con él.
Eso significaba que lo dejaba. Víctor no se había sentido tan bien desde hacía semanas. Muy pronto, todo volvería a la normalidad.
—¿Quieres que vayamos un rato a la playa antes de reunirnos con ellos en la discoteca?
Myriam sonrió. El sexy hueco que tenía entre los dos dientes frontales le provocó un nudo en el vientre.
—Me parece una excelente sugerencia.
Víctor se puso de pie y la ayudó a levantarse. Sin querer, le rozó la suave piel de la espalda con la mano y sintió que el fuego lo abrasaba solo con aquella breve caricia.
Tal vez todo no volvería a la normalidad tan pronto como había pensado.
—Apóyate en mí.
Víctor rodeó la cintura de Myriam con el brazo mientras ella andaba con dificultad por la acera. Así, intentaba evitar que apoyara su peso sobre el tobillo derecho, que le dolía a rabiar. Ella se detuvo en seco al lado de una de las pequeñas antorchas que daba un aire primitivo a la noche. Sintió el cálido aliento de Víctor contra el cuello. Se oían las risas y la música que salían de La jungla, que se mezclaban a su vez con los ruidos de los insectos nocturnos.
No estaba segura de que pudiera contentarse solo con apoyarse en él. Tenía el más alocado, inoportuno y poderoso deseo de besarlo y ver si la pasión que había explotado entre ellos la noche anterior había sido auténtica.
—Myriam, no irás a desmayarte, ¿verdad?
—No, no me voy a desmayar —respondió, como tampoco iba a lanzarse sobre él como una arpía deseosa de sexo—. Al menos estaba oscuro y nadie vio cómo me caía. ¿Qué me empujó a andar por la arena con unas sandalias de tacón alto?
—Tal vez porque esos zapatos quedan muy bien con un vestido tan corto. Al menos hasta que te caíste.
—¿Tú crees que tengo las piernas más bonitas que…?
—Que las de cualquier mujer —le interrumpió Víctor—. Tienes unas piernas que pueden atontar a un hombre —añadió, con voz muy seria—. Ahora, apóyate sobre mí o te tomaré en brazos para llevarte.
—No serás capaz…
—Tranquila, Myriam —replicó él. Entonces, la agarró con fuerza de la cintura—. Ya sabes que no puedo resistir un desafío.
Ella trató de relajarse. La presión de la cadera y del muslo de Víctor contra los suyos debería haberle resultado tranquilizadora, pero, en vez de eso, la excitaba, evocando una turbadora sensación de anhelo en el interior de su cuerpo. ¿Sería posible que él pudiera notar el ansia que ella sentía?
—Estoy bien —dijo, apartándose inmediatamente.
—Si es eso lo que quieres…
Con un rápido movimiento, la tomó en brazos. Los segundos fueron pasando muy lentamente. Cada centímetro del cuerpo de Myriam estaba respondiendo ante el contacto con Víctor. El roce de los antebrazos de él contra la parte posterior de las rodillas y de la espalda. El duro tórax de Víctor contra sus senos. Los firmes músculos del vientre contra la cadera. Los frenéticos latidos del corazón contra su brazo.
De repente, las pupilas de Víctor se dilataron, se oscurecieron. Las emociones que siempre habían estado tan claramente definidas entre ellos, se habían enredado, atándolos con las firmes cuerdas de la promesa.
—Rodéame el cuello con los brazos —le ordenó él, con voz ronca.
Myriam pensó que debería haberle pedido que la volviera a dejar en el suelo. Sin embargo, una parte de ella reconocía que le gustaba mucho que él la hubiera tomado en brazos y que la estrechara contra su cuerpo. Sin poder evitarlo, rodeó la firme columna del cuello de Víctor con los brazos y apoyó la cabeza sobre el hombro de su amigo sin decir palabra alguna.
—¿A tu habitación o a la mía? —preguntó él, de repente.
La cálida noche, las sugerentes palabras, todo parecía darle una connotación diferente a aquella pregunta. Myriam se recordó que Víctor era su amigo y que solo tenía intención de examinarle el pie.
La habitación de él estaba más cerca. La suya estaba en el ala oeste. Cuanto antes la dejara en el suelo, mucho mejor.
—Vamos a la tuya. Está más cerca que la mía. Además, seguro que Raúl se ha quedado dormido.
Víctor se detuvo frente a la puerta de su dormitorio y se sacó la tarjeta para abrir la puerta sin dejarla en el suelo. De repente, se oyeron unas risas desde el otro lado de la puerta.
—Inés debe de estar hablando por teléfono —dijo Víctor. Entonces, empujó la puerta y entró en la habitación.
Sin saber que tenía espectadores, Inés estaba tumbada en la cama, entre un revuelo de extremidades y sábanas y gemía de placer.
—No está hablando por teléfono —dijo Myriam, mirando a Víctor.
En aquel momento, Inés levantó la cabeza y lanzó un grito de sorpresa al ver a Myriam y a Víctor. Entonces, la cabeza de Raúl surgió de entre las sábanas.
Myriam se quedó sin palabras. Había notado la evidente atracción que había entre Inés y Raúl, pero nunca había esperado aquello. Hizo que Víctor la dejara en el suelo, aunque se mantuvo agarrada a él. Raúl estaba en la cama, desnudo, con otra mujer y, además, dada la postura, no necesitaba la licenciatura de Inés en Física Cuántica para saber lo que había estado haciéndole. Algo que nunca había querido hacerle a ella.
—No se ha quedado dormido —comentó Víctor, con sorna.
—Lo siento, chicos. Se puede decir que nos gustamos inmediatamente —dijo Inés, a modo de explicación—. Espero que no os hayáis enfadado demasiado.
—Uníos a nosotros —sugirió Raúl, levantando la sábana, invitándolos—. Dos son una pareja, tres multitud, pero cuatro una fiesta.
¿Y aquel era el hombre al que casi no había conseguido sacar de la postura del misionero? Myriam había contado con que Jamaica sirviera para animar a Raúl, pero nunca había imaginado que lo haría tanto. Víctor la abrazó con fuerza para darle ánimos.
—Gracias, pero no —dijo.
Myriam se echó a reír, esperando que nadie notara el ligero tono de histeria que había en su voz.
—A mí no me van mucho las fiestas —comentó ella.
—Mira, Myriam, en eso te equivocas —replicó Inés—. Te vi en la pista de baile. No seas tímida. Aunque tú y Víctor lo negarais, he visto el modo en que os miráis cuando creéis que nadie os ve. ¿Por qué iban a venir dos parejas a un lugar como este si no estuvieran interesados en cambiar y en conocer a otros?
Eso nunca se le había ocurrido a Myriam. No se consideraba chapada a la antigua y no tenía frustraciones sexuales, pero no le atraían las relaciones sexuales en grupo.
—Creo que ayudará a que vuelva a haber chispa en nuestra relación, Myriam —sugirió Raúl.
—Podría ser muy divertido —insistió Inés—. Los cuatro… Además, durante la cena me dijiste que te ocuparías de Víctor.
—Eso de divertido es algo relativo —dijo Víctor, antes de que ella pudiera responder—. No me gusta compartir con otros.
Raúl palideció.
Aunque Myriam se sentía algo ingenua y torpe a la vista de la sofisticación de Inés, no tenía ningún interés en jugar a aquello, al menos con las reglas de Raúl y Inés. Decidió que impondría sus propias reglas. Entonces, una amplia sonrisa se le dibujó en el rostro. Se volvió a Víctor y se pegó completamente a él.
—Evidentemente, no tenemos que preocuparnos por cómo o cuándo les damos las noticias, cariño —le dijo.
Víctor comprendió su juego y decidió seguirlo. La rodeó también con el otro brazo y bajó la mano para colocársela en el trasero.
—De hecho, la coincidencia ha sido perfecta —comentó.
Durante un momento, Myriam se perdió en el fuego que vio en los ojos de Víctor, en la fuerza de su cuerpo y en la mano que tenía en el trasero. Un hombre muy sensual la tenía entre sus brazos.
—¿Qué noticia? —rugió Raúl, desde la cama.
—Inés tiene razón en una cosa. Myriam y yo nos hemos dado cuenta de que, entre nosotros, hay algo mucho más intenso que la simple amistad. Algo caliente y explosivo —añadió, sin dejar de mirar a Myriam.
—No estábamos seguros de cómo decíroslo —añadió ella.
—No he podido quitarle las manos de encima en toda la noche —comentó Víctor, mientras le tocaba el trasero suavemente—. Ahora, ya no tengo por qué hacerlo.
Sus caricias hacían que los nervios le ardieran. Sus ojos verdes la hipnotizaban. Durante un segundo, les pareció que estaban a solas en la habitación.
—¡Myriam! —protestó Raúl—. ¿Cómo has podido hacerme algo como esto? ¡No doy crédito!
—Pues a mí no me sorprende —comentó Inés—. Ya sabes que te dije el modo en que se miraban el uno al otro…
Era increíble ver cómo los dos podían tener el descaro de sentirse ultrajados cuando habían estado revolcándose entre las sábanas. Aparentemente, que ellos dos se hubieran metido en la cama o que lo hicieran los cuatro era algo aceptable, pero que lo hicieran Myriam y Víctor era un insulto.
—Parece que os estáis sobreponiendo a la conmoción —dijo Víctor, con cierto sarcasmo en la voz—. Creo que los dos os recuperaréis rápidamente.
—Lo siento mucho, Raúl —comentó Myriam, tratando de poner expresión de pena—. Lo que hay entre nosotros… —añadió, rozando suavemente su boca contra la de Víctor. A pesar de que solo estaba actuando, sintió que un escalofrío le recorría la piel—… es abrumador. Míralo de este modo. Al menos no te has quedado solo, Inés y tú os quedáis con el premio de consolación.
—Un momento, bonita… —replicó Inés, con la boca tensa.
—Entiendo que estés disgustada —la interrumpió Myriam—. Yo también lo estaría si fuera tú —añadió, mirándolos a los dos en la cama—, pero hay tan pocos hombres decentes por ahí que una se debe aferrar al que encuentra… Aunque haga mucho tiempo que lo conoce.
—Bueno, ahora que nos hemos quitado esto de encima —dijo él, mirándola con unos ojos tan abrasadores que la dejó temblando—, creo que nos vendría bien un poco de intimidad. Raúl, volveré dentro de un minuto con tu ropa y me llevaré mis cosas.
Raúl trató de incorporarse, como si prefiriera recoger sus cosas él mismo.
—No quiero que se me arruguen las camisas…
—Por favor —le pidió Víctor, levantando una mano—. Haznos a todos un favor. No te levantes.
[justify]
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
muchas gracias por el capitulo estuvo buenisimo
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
gracias por el cap
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Ke bueno ke si vas a seguir con la novela . . . . . . . . Muchas gracias por el capitulo, te esperamos con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
hola chicas aqui tienen un nuevo capitulo de esta novelita, gracias por leerla y dejar sus comentarios...
Capítulo 5
—Lo he comprobado en Recepción e incluso he ido a buscar a Martin para ver si nos puede ayudar —dijo Víctor, mientras dejaba la maleta encima de una butaca—. No hay ni una sola habitación vacía en todo el hotel. Todo está reservado. Parece que vamos a ser compañeros de habitación durante el resto de la semana.
Víctor se sacó la camisa del pantalón. Las cosas habían ido mucho más allá de lo que había imaginado. No había creído nunca que fuera a compartir habitación con Myriam, quien, lentamente, lo estaba volviendo loco.
Ella se mordió los labios y entonces se encogió de hombros.
—No es gran cosa. ¿Cuántas noches te has quedado a dormir en mi casa? —le dijo.
Eso había sido antes de que la tocara como hombre en vez de como amigo. Antes de que conociera el cálido y dulce sabor de su boca. Antes de que la atracción que había entre ellos tomara vida. Además, dormir en su casa estaba a años luz de hacerlo en aquella habitación, con una cama tan grande que suplicaba sexo.
—Claro, no es gran cosa —le aseguró—. Podremos superarlo.
—Por supuesto —afirmó ella, aunque no parecía más segura que él—. Así nuestra historia de pasión recién descubierta será más creíble si estamos en la misma habitación.
—Supongo que debemos dar gracias a que tengas mucho ingenio y a que seas muy competitiva —comentó Víctor, mientras se desabrochaba los puños de la camisa—. Debes dejar de apoyarte sobre ese tobillo.
Myriam no le hizo ningún caso. No dejaba de pasear de arriba abajo.
—¿Te puedes creer que estuvieran en la cama juntos? Desde mi punto de vista, es mejor ser el que deja que no el dejado. Aunque las cosas me iban mal con Raúl, no pensaba dejar que Inés se marchara creyendo que me lo había robado. Y los comentarios de Raúl no habrían sido muy diferentes.
Víctor notó que, a pesar de aquellas palabras, se sentía muy dolida. Borrar a Raúl de la lista para su posible matrimonio era una cosa. Encontrarle en la cama con otra mujer era otra muy distinta. Mostraba un aspecto que era una mezcla de indignidad y de vulnerabilidad. Solo mirarla de pie al lado de la cama lo llenaba con un anhelo tan fiero que lo dejaba sin aliento.
—Eso es cuestión de opinión —dijo—. Yo me he quedado con lo mejor. Raúl es un idiota.
—Has hablado como un verdadero buen amigo lo habría hecho.
—He hablado como un hombre —replicó él. ¿Habría sido el comentario de Myriam una afirmación o un recordatorio?
—Inés es la idiota —susurró ella, mirándolo con una intensidad que lo abrumó.
—Tienen mucho en común. Siéntate en la cama, Myriam…
—Víctor, no podemos… No creo que… —murmuró ella, sonrojándose.
—Tienes que dejar de apoyarte sobre ese pie.
—Oh. De acuerdo —comentó ella. Entonces, se sentó encima del colchón y levantó las piernas, corriéndose hacia un lado para dejarle sitio a él.
—¿Te parece bien?
—Sí.
Víctor se sentía la prueba viva de que a los hombres se les estimula visualmente. Se sentía tan estimulado al verla que casi no lo podía soportar. Exóticas trenzas, piel de raso, piernas interminables, uñas pintadas… Solo le sobraba el vestido para cumplir la fantasía que había tenido el día anterior en la playa.
—¿Quieres mirármelo?
Aquella pregunta lo dejó más tenso aún. Por supuesto, se refería al pie. ¿Cómo iba a poder aguantar seis noches con ella en aquella habitación?
—Claro. Echémosle un vistazo…
Se arrodilló delante de la cama. Un hombre no podía soportar tanta tortura. El vestido era tan corto y tan ceñido… Se suponía que lo único que tenía que mirar era el tobillo.
—¿Víctor?
—¿Si?
—Cuando nos pidieron que nos uniéramos a ellos, ¿te sentiste tentado a hacerlo?
—¿Y tú?
—Te lo he preguntado yo primero.
—No. No me interesaba en lo más mínimo. ¿Y a ti?
—¿Quieres que te diga la verdad? Creo que soy demasiado competitiva para disfrutar del sexo en grupo. Estaría tan ocupada tratando de satisfacer a todos, que no podría gozar yo misma.
Los delicados huesos y la suave piel del tobillo de Myriam eran muy cálidos. Víctor cerró los ojos y gruñó en silencio. Las imágenes empezaron a pasársele por la cabeza, dejándole sin palabras y con una fuerte erección. Miró a Myriam. Contempló sus pómulos, las suaves pecas que le cubrían el puente de la nariz, la pequeña cicatriz que tenía en la barbilla… Nunca había sentido por nadie lo que sentía por Myriam. Y él sabía muy bien que el cariño y el sexo eran dos temas muy diferentes.
—¿Qué pasa? —susurró ella.
—Desde que te conozco, nunca me había fijado en que tenías una estructura ósea tan bonita —dijo, mientras le acariciaba la mejilla.
—Eso fue lo que me dijo Martin. Yo creía que solo estaba esperando una comisión.
—No. Martin tenía razón. ¿Vas a seguir con las trenzas cuando regresemos a casa?
—No. Resulta un cambio emocionante para unos días, pero no encajaría. Volveré a ser como era antes.
Sin saber por qué, a Víctor le pareció que estaban hablando de algo más que del cabello de Myriam.
—Algunas cosas nunca deberían volver a ser como eran antes —dijo. ¿Cómo iba a poder volver a reunirse con Myriam en Birelli’s para almorzar y no sentir aquella poderosa atracción?
—¿Te habría interesado si yo no hubiera sido parte de la ecuación? —preguntó ella, de repente.
—Estás de broma, ¿verdad?
—¿Me ves reírme, Víctor? —le dijo. Efectivamente, sus ojos castaños lo miraban con intensidad.
—No me gusta compartir.
—Oh.
—Prefiero hacer el amor de uno en uno. Sin dividir la atención. Sin distracciones. Además, para que conste, tú eras la única parte de la ecuación que tenía interés para mí.
Aquellas palabras parecieron flotar entre ellos durante un instante. Entonces, Myriam respiró profundamente.
—Bueno, ¿qué me recomienda para el tobillo, doctor García?
—Creo que lo mejor será mantenerlo en alto —respondió él, agarrando una almohada—. Estará bien mañana —añadió, mientras Myriam colocaba el tobillo encima de la almohada, mostrándole brevemente sus dorados muslos. Entonces, Víctor se puso de pie secamente. Un hombre no podía soportar tanto—. Voy por un poco de hielo. ¿Por qué no te pones el pijama mientras tanto?
—Pero si todavía es muy temprano…
—Sí, pero si esta noche te cuidas, mañana estarás mejor. Si no lo haces, podrías estar poniendo en peligro toda la semana.
—Muy bien. Tienes razón. Venga, ve por el hielo y date una vuelta. Yo estaré bien aquí —suspiró.
Víctor se dio cuenta de lo que estaba pensando y decidió que no la dejaría sola para que se pusiera a pensar otra vez en Raúl. Además, sin ella no sería nada divertido.
—Olvídalo. Estamos en esto juntos. Además, ¿y si me encuentro con Inés y con Raúl? ¿Cómo voy a estar yo por ahí de juerga cuando se supone que estoy en la cama contigo?
—Sí, tienes razón…
Víctor se dirigió hacia la puerta.
—Voy por el hielo. Subo enseguida. Desgraciadamente, también estaban subiendo otras cosas.
Myriam salió cojeando del cuarto de baño, decidida a encontrar un poco de ecuanimidad antes de que Víctor regresara.
«Prefiero hacer el amor de uno en uno… sin distracciones… tú eras la única parte de la ecuación que tenía interés para mía».
Amigos. Amigos. Amigos. Se repitió la palabra una y otra vez para hacer desaparecer el eco de las tentadoras frases de Víctor, el recuerdo de los dedos de él contra su piel y del fuego que ardía en sus ojos verdes…
De repente, se abrió la puerta.
—El hielo —dijo él, mostrándole un cubo y cruzando la habitación sin ni siquiera mirarla—. ¿Por qué no vuelves a colocar el tobillo encima de la almohada mientras yo te preparo una bolsa de hielo?
Mientras se sentaba en la cama, el nerviosismo se apoderó de ella. Víctor estaba me tiendo el hielo en una de las bolsas de la lavandería. Aunque parecía el mismo de siempre, era un hombre completamente diferente. Más concretamente, se trataba de una faceta diferente del hombre que conocía. Vivir su carnalidad de segunda mano era muy diferente a encontrarse cara a cara con su deseo.
Se subió un poco más el cuello de su camisola. Víctor la había visto en pijama muchas veces, pero para aquel viaje no había llevado sudaderas, pantalones cortos o enormes camisetas. Se había armado con un equipaje de seducción.
Los minúsculos pantalones de raso color bronce y la escotada camisola eran lo más corriente que se había llevado. Le dio otro tirón a la camisola. Tal vez Víctor no se diera cuenta de que, prácticamente, no cubría nada.
Él se dio la vuelta, envolviendo una toalla alrededor de la bolsa de hielo. Entonces, levantó la mirada y se detuvo en seco. Se sonrojó y contuvo el aliento.
El pulso de Myriam comenzó a latir tan fuertemente que la dejó sin sentido.
Víctor se había dado cuenta.
—¿Dónde están tus pantalones cortos? ¿Tu camiseta? —le preguntó—. Iré a buscártelos.
—No los he traído.
—Seguramente tienes frío —susurró él—. ¿Qué te parece si te traigo un albornoz? Dime dónde está e iré por él.
—No he traído ningún albornoz…
Entonces, Víctor cerró los ojos y apretó la mandíbula.
—Dentro de cinco segundos, voy a abrir los ojos. Si sabes lo que es mejor para ambos, para entonces estarás debajo de las sábanas.
Myriam estaba debajo de las sábanas en tres segundos. Solo tenía fuera el pie apoyado sobre la almohada.
Víctor abrió los ojos. El fuego de sus pupilas había desaparecido. Si ella no hubiera sabido que no era posible, habría pensado que se lo había imaginado todo.
—Esto te vendrá bien —comentó él, colocándole la bolsa de hielo sobre el tobillo y ajustándole la almohada bajo la pierna.
Sus manos temblaban contra la piel de Myriam, destruyendo su compostura. El aroma de su colonia la envolvía. Lo deseaba con una intensidad que la hacía temblar.
—Ya está bien —dijo ella, tratando de alejar la pierna de las manos de Víctor—. Gracias.
Entonces, él se alejó de la cama, lo que Myriam aprovechó para tratar de recuperar el control. Se echó a reír, aunque las carcajadas sonaron tensas hasta para sus propios oídos.
—Esto no es lo que había planeado. Tumbada en la cama, con un pie torcido…
—¿Encontrar a tu novio con mi novia? —le preguntó Víctor, mientras se daba la vuelta para desabrocharse la camisa.
—No, eso tampoco —respondió ella, mientras lo observaba a través del espejo que había en la cómoda. Tenía el torso cubierto de vello castaño claro, que se iba estrechando a medida que le desaparecía bajo los pantalones.
De repente, Víctor levantó los ojos y la sorprendió mirándolo. Deseándolo. Sin decir ni una palabra, se dirigió al cuarto de baño y cerró la puerta. Entonces, Myriam apagó la luz y rezó para que volviera a recuperar la cordura.
«Víctor era su amigo». Tenía que recordarlo.
«Víctor tenía una larga lista de novias». Eso sí que tenía que recordarlo.
«Las caricias de Víctor le hacían arder de pasión». Eso la metería en un buen lío.
Mmm… Myriam se rebulló y se acurrucó un poco más a lo que tenía debajo de la mejilla y contra el muslo mientras salía de las profundidades de un descanso profundo y sin sueños. Un aroma familiar fue filtrándose en su conciencia y el sueño fue desapareciendo poco a poco. Cuando se despertó del todo, se dio cuenta de que tenía la pierna de un hombre encima de ella. Sentía vello contra su pecho. La erección de un hombre…
Abrió los ojos de par en par. Ella. Víctor. Abrazados. Habían comenzado la noche en lados opuestos de la cama, pero, mientras dormían, parecían haberse encontrado el uno al otro. Por suerte, seguía dormido.
Lo más sensato habría sido apartarse de él inmediatamente. Y lo haría… dentro de un momento. ¿Qué mal podría salir de unos pocos minutos de sensual indulgencia?
Cerró los ojos y absorbió las sensaciones. Sus fuertes piernas, embutidas en los pantalones de un pijama, se enredaban con las de ella. El vello de su torso rozaba uno de sus pezones. Los músculos del vientre debajo de la mano y su fuerte brazo como almohada. La firme columna de su erección, confinada por la tela del pijama, se le apretaba contra el muslo. Su cálido aliento le acariciaba la cabeza.
El deseo, lánguido y líquido, se abrió paso a través de ella. Entre los brazos de Víctor, se dio cuenta de que nunca había conocido el deseo hasta aquel momento. Lo que había creído deseo había sido simplemente excitación sexual. Víctor era su deseo.
Y también era su mejor amigo.
Flexionó los dedos sobre su firme vientre, gozando la textura de su piel, con su aroma masculino. El ligero roce del vello del torso contra su tenso pezón la tenía húmeda y deseosa.
Víctor la deseaba tan desesperadamente como ella a él. Myriam lo había visto en sus ojos, en su voz. Lo más fácil habría sido despertarlo, meterle la mano por debajo del pantalón de pijama y haberle rodeado su masculinidad mientras le lamía un pezón.
Cerró los ojos. La amistad ofrecía seguridad. Sin embargo, como amante, Víctor no ofrecía seguridad alguna. ¿Cuántas veces lo había visto ir de una mujer a otra? Nunca le haría daño intencionadamente, pero, a pesar de todo, podría destruirla.
Nunca había pensado que aquello podría ocurrir. No tenía un plan sobre cómo enfrentarse a aquella situación. Por eso, apartó la pierna de la de él y se subió la camisola. Se movió con mucho cuidado para acercarse al borde del colchón, pero Víctor empezó a gruñir en sueños y se volvió a pegar a ella, colocándole un brazo por encima del hombro, cruzándole el pecho. Con el otro, la agarró por detrás. Corno si fuera una espada entrando en la vaina, su erección se acopló en el trasero.
Sabía que debía moverse. Saltar. Correr. Hacer algo. En vez de todo eso, se acurrucó instintivamente contra él. La mano derecha de Víctor se le deslizó por un seno, acogiéndoselo entre los dedos. Entonces, con lentos y perezosos movimientos comenzó a acariciarle el pezón. Unas sensaciones exquisitas se abrieron paso a través de ella. Por detrás, la cálida boca de Víctor le besaba la deliciosa unión de hombro y cuello, lo que hizo que se le escapara un profundo gemido.
En el momento en el que Víctor recuperó la consciencia, ella lo supo enseguida. La mano que jugueteaba con el pezón se detuvo en seco y su cuerpo entero se volvió rígido.
—¿Myriam? Myriam, ¿estás despierta?
¿Cómo podía darse la vuelta y decir que sí? Estiró los brazos, fingiendo despertarse.
—¿Humm? ¿Cómo dices? —preguntó. Entonces, sin mirar a Víctor, se levantó de la cama de un salto—. Me ducho yo primero.
Se encerró en el cuarto de baño con un portazo. Entonces, se apoyó de la puerta con una mezcla de deseo y de odio hacia sí misma.
Víctor terminó rápidamente en el cuarto de baño. Se había duchado la noche anterior, una larga ducha fría antes de meterse en la cama con Myriam, su mejor amiga, su torturadora. Se puso el traje de baño y volvió a salir a la habitación.
—¿Te apetece que bajemos ya a desayunar? —le preguntó Myriam, con voz frágil. No lo había mirado desde que se había duchado y vestido.
Víctor sabía que debería sentirse muy mal por haber estado tocando a su amiga mientras ella estaba dormida. Desgraciadamente, había disfrutado mucho. Aún podía saborear la dulce calidez de la piel del hombro de Myriam, la deliciosa tortura que el trasero de ella ejercía sobre su erección…
—Me parece una buena idea. ¿Qué tal tienes el tobillo?
—Mucho mejor —respondió ella, mientras se ponía un par de sandalias—. Me molesta algo de vez en cuando.
—¿Te apetece que vayamos a bucear con snorkel esta mañana? El barco sale del muelle dentro de hora y media. Nos he apuntado mientras tú te estabas duchando.
—Buena idea. Ahora, recuerda. Cada vez que veamos a Inés y a Raúl, tenemos que mostrar pasión.
—¿Estás segura de que no es mejor dejarlo estar? —replicó Víctor, al recordar cómo se había sentido con el seno de Myriam entre las manos.
—Nos han traicionado. Se metieron en la cama prácticamente delante de nuestras narices. ¿Cómo puedes creer que es mejor dejarlo estar?
—Muy bien. Mostraremos pasión.
Seis días más y cinco largas noches… Tenía que recordar que Myriam no era como las otras mujeres. Era… bueno, era Myriam, aunque precisamente que fuera Myriam parecía ser el problema.
Cuando salieron de la habitación, le rodeó el hombro con un brazo. Tenía un seno muy cerca de los dedos. El movimiento de la cadera de ella contra la suya, la presión del brazo sobre su propia cintura, el roce de las trenzas contra el hombro… Todo ello demostró ser una dulce tortura.
Cuando llegaron al restaurante, pudieron admirar el hermoso color azul verdoso del mar, que relucía bajo el cielo.
—Otro hermoso día en el paraíso, ¿no es verdad? —comentó Myriam.
El desayuno era informal, de tipo bufé, en el que se sentaban y se servían ellos mismos. Víctor vio a Inés y a Raúl en el momento en el que entraron en el restaurante.
—No mires, pero el enemigo está a las dos en punto.
Myriam no se molestó en mirar, sino que se pegó a él inmediatamente, como si fuera una lapa. Víctor sintió el mismo deseo que había estado a punto de ahogarlo aquella mañana.
—Venga, Víctor —susurró ella—. Tienes que mirarme como si nos acabáramos de levantar de la cama y estuvieras deseando volver a meterme en ella.
—Tal vez esto esté más cerca de la verdad de lo que tú te imaginas —murmuró, contra los labios de Myriam. Entonces, le rodeó la cintura con el brazo.
Cruzaron el restaurante y se dirigieron a una mesa que había al lado del agua. Víctor se sentó al lado de Myriam, en vez de en frente, como si no pudiera estar tan alejado de ella. Entonces, le tomó la mano.
Martin apareció enseguida, con su omnipresente sonrisa.
—Lamento no haberles podido ayudar más anoche. ¿Cómo va todo esta mañana? —les preguntó—. Ah, parece que capearon la velada —añadió, sonriendo, al ver que tenían entrelazadas las manos.
—Sí, hace una mañana muy hermosa aquí en la isla —respondió Víctor.
—En realidad, lo vemos con frecuencia. Dos parejas que vienen juntas y se marchan con la del otro. Es la magia de la isla. Lanza un hechizo y saca la verdad del corazón. Por la expresión de sus rostros veo que no creen en la magia de jamaica. Yo tampoco creía hasta que me concedió una esposa excelente.
—Me encantaría conocer cómo conociste a Mathilde —dijo Myriam, con interés—. ¿A ti no, Víctor?
—Por supuesto —respondió él.
—Mathilde y yo solíamos jugar juntos. Crecimos en el mismo pueblo. Éramos amigos, pero yo no supe ver la excelencia de Mathilde hasta que me pasé una temporada, cuando tenía diecinueve años, trabajando en Negril para prepararme para mi puesto aquí. Cuando regresé, un hombre del pueblo estaba cortejándola. Fue entonces, gracias a la magia de la isla, cuando vi de verdad cómo era. Nos casamos enseguida.
Víctor se rebulló en la silla. La historia de Martin le resultaba demasiado familiar. Y el camarero había terminado casado. Atado a una mujer.
Entonces, vio que una expresión de pánico se reflejaba en los ojos de Myriam. ¿Se habría dado cuenta ella también de las similitudes?
—Es una historia preciosa, Martin. ¿Cómo eras de muchacho? ¿Tímido? ¿Abierto?
—En mis tiempos, era un poco seductor. A mi Mathilde no le gustaba nada, pero bueno, basta ya de hablar de mí. ¿Les gustaría que les sirviera el excelente café de jamaica? Está en el bufé, pero les traeré una cafetera recién hecha especialmente para ustedes.
—Gracias.
—No hay de qué. Cuando visiten el bufé, permítanme que les sugiera el akee y el pain au chocolat. Los dos están excelentes hoy.
Martin fue por el café. Entonces, Víctor se levantó.
—Espera aquí y yo iré a buscar una selección. No debes forzar el tobillo. No te preocupes —dijo, cuando Myriam se dispuso a protestar—. Sé lo que te gusta.
—Muy bien, gracias.
Víctor regresó rápidamente. Había llenado un plato con trozos de mango, de papaya, de plátano y de manzana. En otro, llevaba una selección de bollos. Mientras no estaba, Martin les había llevado el café, que tenía un aroma excelente.
—Víctor, sabes que no me puedo resistir a los bollos, pero no quiero tomarlos…
—Estás de vacaciones, Myriam. Mímate. Ya tendrás tiempo de regresar al régimen cuando volvamos a Nashville —dijo, mientras partía el pain au chocolat en dos.
Myriam tomó un trozo de papaya, pero, antes de que pudiera metérselo en la boca, Víctor se inclinó sobre ella y le ofreció un bocado antes de que pudiera separar los labios. Lenta, deliberadamente, ella hundió los dientes en el delicioso pastel y en el cremoso chocolate. Sin poder evitarlo, le lamió el dedo para tomarse todo el chocolate. Solo con aquel gesto, Víctor sintió una potente erección.
—Chocolate y fruta. Mi desayuno favorito —susurró ella, mientras se metía la papaya en la boca. Entonces, cerró los labios alrededor de la jugosa carne de la fruta, dejando que el zumo le humedeciera los labios.
Los pezones se le irguieron contra el suave algodón de la camiseta que llevaba puesta. Estaba tan excitada como él. De eso Víctor estaba seguro. De lo que no lo estaba tanto era de que pudiera sobrevivir a aquel desayuno.
Entonces, ella le dio la otra mitad de la fruta, marcada con las huellas de sus propios dientes.
—Pruébalo —le dijo, metiéndole la fruta en la boda.
Firme, pero suculenta. Víctor saboreó la jugosa dulzura de la papaya. Su cuerpo volvió a reaccionar. Nunca habría soñado que desayunar con Myriam se convirtiera en una experiencia casi indecente.
Capítulo 5
—Lo he comprobado en Recepción e incluso he ido a buscar a Martin para ver si nos puede ayudar —dijo Víctor, mientras dejaba la maleta encima de una butaca—. No hay ni una sola habitación vacía en todo el hotel. Todo está reservado. Parece que vamos a ser compañeros de habitación durante el resto de la semana.
Víctor se sacó la camisa del pantalón. Las cosas habían ido mucho más allá de lo que había imaginado. No había creído nunca que fuera a compartir habitación con Myriam, quien, lentamente, lo estaba volviendo loco.
Ella se mordió los labios y entonces se encogió de hombros.
—No es gran cosa. ¿Cuántas noches te has quedado a dormir en mi casa? —le dijo.
Eso había sido antes de que la tocara como hombre en vez de como amigo. Antes de que conociera el cálido y dulce sabor de su boca. Antes de que la atracción que había entre ellos tomara vida. Además, dormir en su casa estaba a años luz de hacerlo en aquella habitación, con una cama tan grande que suplicaba sexo.
—Claro, no es gran cosa —le aseguró—. Podremos superarlo.
—Por supuesto —afirmó ella, aunque no parecía más segura que él—. Así nuestra historia de pasión recién descubierta será más creíble si estamos en la misma habitación.
—Supongo que debemos dar gracias a que tengas mucho ingenio y a que seas muy competitiva —comentó Víctor, mientras se desabrochaba los puños de la camisa—. Debes dejar de apoyarte sobre ese tobillo.
Myriam no le hizo ningún caso. No dejaba de pasear de arriba abajo.
—¿Te puedes creer que estuvieran en la cama juntos? Desde mi punto de vista, es mejor ser el que deja que no el dejado. Aunque las cosas me iban mal con Raúl, no pensaba dejar que Inés se marchara creyendo que me lo había robado. Y los comentarios de Raúl no habrían sido muy diferentes.
Víctor notó que, a pesar de aquellas palabras, se sentía muy dolida. Borrar a Raúl de la lista para su posible matrimonio era una cosa. Encontrarle en la cama con otra mujer era otra muy distinta. Mostraba un aspecto que era una mezcla de indignidad y de vulnerabilidad. Solo mirarla de pie al lado de la cama lo llenaba con un anhelo tan fiero que lo dejaba sin aliento.
—Eso es cuestión de opinión —dijo—. Yo me he quedado con lo mejor. Raúl es un idiota.
—Has hablado como un verdadero buen amigo lo habría hecho.
—He hablado como un hombre —replicó él. ¿Habría sido el comentario de Myriam una afirmación o un recordatorio?
—Inés es la idiota —susurró ella, mirándolo con una intensidad que lo abrumó.
—Tienen mucho en común. Siéntate en la cama, Myriam…
—Víctor, no podemos… No creo que… —murmuró ella, sonrojándose.
—Tienes que dejar de apoyarte sobre ese pie.
—Oh. De acuerdo —comentó ella. Entonces, se sentó encima del colchón y levantó las piernas, corriéndose hacia un lado para dejarle sitio a él.
—¿Te parece bien?
—Sí.
Víctor se sentía la prueba viva de que a los hombres se les estimula visualmente. Se sentía tan estimulado al verla que casi no lo podía soportar. Exóticas trenzas, piel de raso, piernas interminables, uñas pintadas… Solo le sobraba el vestido para cumplir la fantasía que había tenido el día anterior en la playa.
—¿Quieres mirármelo?
Aquella pregunta lo dejó más tenso aún. Por supuesto, se refería al pie. ¿Cómo iba a poder aguantar seis noches con ella en aquella habitación?
—Claro. Echémosle un vistazo…
Se arrodilló delante de la cama. Un hombre no podía soportar tanta tortura. El vestido era tan corto y tan ceñido… Se suponía que lo único que tenía que mirar era el tobillo.
—¿Víctor?
—¿Si?
—Cuando nos pidieron que nos uniéramos a ellos, ¿te sentiste tentado a hacerlo?
—¿Y tú?
—Te lo he preguntado yo primero.
—No. No me interesaba en lo más mínimo. ¿Y a ti?
—¿Quieres que te diga la verdad? Creo que soy demasiado competitiva para disfrutar del sexo en grupo. Estaría tan ocupada tratando de satisfacer a todos, que no podría gozar yo misma.
Los delicados huesos y la suave piel del tobillo de Myriam eran muy cálidos. Víctor cerró los ojos y gruñó en silencio. Las imágenes empezaron a pasársele por la cabeza, dejándole sin palabras y con una fuerte erección. Miró a Myriam. Contempló sus pómulos, las suaves pecas que le cubrían el puente de la nariz, la pequeña cicatriz que tenía en la barbilla… Nunca había sentido por nadie lo que sentía por Myriam. Y él sabía muy bien que el cariño y el sexo eran dos temas muy diferentes.
—¿Qué pasa? —susurró ella.
—Desde que te conozco, nunca me había fijado en que tenías una estructura ósea tan bonita —dijo, mientras le acariciaba la mejilla.
—Eso fue lo que me dijo Martin. Yo creía que solo estaba esperando una comisión.
—No. Martin tenía razón. ¿Vas a seguir con las trenzas cuando regresemos a casa?
—No. Resulta un cambio emocionante para unos días, pero no encajaría. Volveré a ser como era antes.
Sin saber por qué, a Víctor le pareció que estaban hablando de algo más que del cabello de Myriam.
—Algunas cosas nunca deberían volver a ser como eran antes —dijo. ¿Cómo iba a poder volver a reunirse con Myriam en Birelli’s para almorzar y no sentir aquella poderosa atracción?
—¿Te habría interesado si yo no hubiera sido parte de la ecuación? —preguntó ella, de repente.
—Estás de broma, ¿verdad?
—¿Me ves reírme, Víctor? —le dijo. Efectivamente, sus ojos castaños lo miraban con intensidad.
—No me gusta compartir.
—Oh.
—Prefiero hacer el amor de uno en uno. Sin dividir la atención. Sin distracciones. Además, para que conste, tú eras la única parte de la ecuación que tenía interés para mí.
Aquellas palabras parecieron flotar entre ellos durante un instante. Entonces, Myriam respiró profundamente.
—Bueno, ¿qué me recomienda para el tobillo, doctor García?
—Creo que lo mejor será mantenerlo en alto —respondió él, agarrando una almohada—. Estará bien mañana —añadió, mientras Myriam colocaba el tobillo encima de la almohada, mostrándole brevemente sus dorados muslos. Entonces, Víctor se puso de pie secamente. Un hombre no podía soportar tanto—. Voy por un poco de hielo. ¿Por qué no te pones el pijama mientras tanto?
—Pero si todavía es muy temprano…
—Sí, pero si esta noche te cuidas, mañana estarás mejor. Si no lo haces, podrías estar poniendo en peligro toda la semana.
—Muy bien. Tienes razón. Venga, ve por el hielo y date una vuelta. Yo estaré bien aquí —suspiró.
Víctor se dio cuenta de lo que estaba pensando y decidió que no la dejaría sola para que se pusiera a pensar otra vez en Raúl. Además, sin ella no sería nada divertido.
—Olvídalo. Estamos en esto juntos. Además, ¿y si me encuentro con Inés y con Raúl? ¿Cómo voy a estar yo por ahí de juerga cuando se supone que estoy en la cama contigo?
—Sí, tienes razón…
Víctor se dirigió hacia la puerta.
—Voy por el hielo. Subo enseguida. Desgraciadamente, también estaban subiendo otras cosas.
Myriam salió cojeando del cuarto de baño, decidida a encontrar un poco de ecuanimidad antes de que Víctor regresara.
«Prefiero hacer el amor de uno en uno… sin distracciones… tú eras la única parte de la ecuación que tenía interés para mía».
Amigos. Amigos. Amigos. Se repitió la palabra una y otra vez para hacer desaparecer el eco de las tentadoras frases de Víctor, el recuerdo de los dedos de él contra su piel y del fuego que ardía en sus ojos verdes…
De repente, se abrió la puerta.
—El hielo —dijo él, mostrándole un cubo y cruzando la habitación sin ni siquiera mirarla—. ¿Por qué no vuelves a colocar el tobillo encima de la almohada mientras yo te preparo una bolsa de hielo?
Mientras se sentaba en la cama, el nerviosismo se apoderó de ella. Víctor estaba me tiendo el hielo en una de las bolsas de la lavandería. Aunque parecía el mismo de siempre, era un hombre completamente diferente. Más concretamente, se trataba de una faceta diferente del hombre que conocía. Vivir su carnalidad de segunda mano era muy diferente a encontrarse cara a cara con su deseo.
Se subió un poco más el cuello de su camisola. Víctor la había visto en pijama muchas veces, pero para aquel viaje no había llevado sudaderas, pantalones cortos o enormes camisetas. Se había armado con un equipaje de seducción.
Los minúsculos pantalones de raso color bronce y la escotada camisola eran lo más corriente que se había llevado. Le dio otro tirón a la camisola. Tal vez Víctor no se diera cuenta de que, prácticamente, no cubría nada.
Él se dio la vuelta, envolviendo una toalla alrededor de la bolsa de hielo. Entonces, levantó la mirada y se detuvo en seco. Se sonrojó y contuvo el aliento.
El pulso de Myriam comenzó a latir tan fuertemente que la dejó sin sentido.
Víctor se había dado cuenta.
—¿Dónde están tus pantalones cortos? ¿Tu camiseta? —le preguntó—. Iré a buscártelos.
—No los he traído.
—Seguramente tienes frío —susurró él—. ¿Qué te parece si te traigo un albornoz? Dime dónde está e iré por él.
—No he traído ningún albornoz…
Entonces, Víctor cerró los ojos y apretó la mandíbula.
—Dentro de cinco segundos, voy a abrir los ojos. Si sabes lo que es mejor para ambos, para entonces estarás debajo de las sábanas.
Myriam estaba debajo de las sábanas en tres segundos. Solo tenía fuera el pie apoyado sobre la almohada.
Víctor abrió los ojos. El fuego de sus pupilas había desaparecido. Si ella no hubiera sabido que no era posible, habría pensado que se lo había imaginado todo.
—Esto te vendrá bien —comentó él, colocándole la bolsa de hielo sobre el tobillo y ajustándole la almohada bajo la pierna.
Sus manos temblaban contra la piel de Myriam, destruyendo su compostura. El aroma de su colonia la envolvía. Lo deseaba con una intensidad que la hacía temblar.
—Ya está bien —dijo ella, tratando de alejar la pierna de las manos de Víctor—. Gracias.
Entonces, él se alejó de la cama, lo que Myriam aprovechó para tratar de recuperar el control. Se echó a reír, aunque las carcajadas sonaron tensas hasta para sus propios oídos.
—Esto no es lo que había planeado. Tumbada en la cama, con un pie torcido…
—¿Encontrar a tu novio con mi novia? —le preguntó Víctor, mientras se daba la vuelta para desabrocharse la camisa.
—No, eso tampoco —respondió ella, mientras lo observaba a través del espejo que había en la cómoda. Tenía el torso cubierto de vello castaño claro, que se iba estrechando a medida que le desaparecía bajo los pantalones.
De repente, Víctor levantó los ojos y la sorprendió mirándolo. Deseándolo. Sin decir ni una palabra, se dirigió al cuarto de baño y cerró la puerta. Entonces, Myriam apagó la luz y rezó para que volviera a recuperar la cordura.
«Víctor era su amigo». Tenía que recordarlo.
«Víctor tenía una larga lista de novias». Eso sí que tenía que recordarlo.
«Las caricias de Víctor le hacían arder de pasión». Eso la metería en un buen lío.
Mmm… Myriam se rebulló y se acurrucó un poco más a lo que tenía debajo de la mejilla y contra el muslo mientras salía de las profundidades de un descanso profundo y sin sueños. Un aroma familiar fue filtrándose en su conciencia y el sueño fue desapareciendo poco a poco. Cuando se despertó del todo, se dio cuenta de que tenía la pierna de un hombre encima de ella. Sentía vello contra su pecho. La erección de un hombre…
Abrió los ojos de par en par. Ella. Víctor. Abrazados. Habían comenzado la noche en lados opuestos de la cama, pero, mientras dormían, parecían haberse encontrado el uno al otro. Por suerte, seguía dormido.
Lo más sensato habría sido apartarse de él inmediatamente. Y lo haría… dentro de un momento. ¿Qué mal podría salir de unos pocos minutos de sensual indulgencia?
Cerró los ojos y absorbió las sensaciones. Sus fuertes piernas, embutidas en los pantalones de un pijama, se enredaban con las de ella. El vello de su torso rozaba uno de sus pezones. Los músculos del vientre debajo de la mano y su fuerte brazo como almohada. La firme columna de su erección, confinada por la tela del pijama, se le apretaba contra el muslo. Su cálido aliento le acariciaba la cabeza.
El deseo, lánguido y líquido, se abrió paso a través de ella. Entre los brazos de Víctor, se dio cuenta de que nunca había conocido el deseo hasta aquel momento. Lo que había creído deseo había sido simplemente excitación sexual. Víctor era su deseo.
Y también era su mejor amigo.
Flexionó los dedos sobre su firme vientre, gozando la textura de su piel, con su aroma masculino. El ligero roce del vello del torso contra su tenso pezón la tenía húmeda y deseosa.
Víctor la deseaba tan desesperadamente como ella a él. Myriam lo había visto en sus ojos, en su voz. Lo más fácil habría sido despertarlo, meterle la mano por debajo del pantalón de pijama y haberle rodeado su masculinidad mientras le lamía un pezón.
Cerró los ojos. La amistad ofrecía seguridad. Sin embargo, como amante, Víctor no ofrecía seguridad alguna. ¿Cuántas veces lo había visto ir de una mujer a otra? Nunca le haría daño intencionadamente, pero, a pesar de todo, podría destruirla.
Nunca había pensado que aquello podría ocurrir. No tenía un plan sobre cómo enfrentarse a aquella situación. Por eso, apartó la pierna de la de él y se subió la camisola. Se movió con mucho cuidado para acercarse al borde del colchón, pero Víctor empezó a gruñir en sueños y se volvió a pegar a ella, colocándole un brazo por encima del hombro, cruzándole el pecho. Con el otro, la agarró por detrás. Corno si fuera una espada entrando en la vaina, su erección se acopló en el trasero.
Sabía que debía moverse. Saltar. Correr. Hacer algo. En vez de todo eso, se acurrucó instintivamente contra él. La mano derecha de Víctor se le deslizó por un seno, acogiéndoselo entre los dedos. Entonces, con lentos y perezosos movimientos comenzó a acariciarle el pezón. Unas sensaciones exquisitas se abrieron paso a través de ella. Por detrás, la cálida boca de Víctor le besaba la deliciosa unión de hombro y cuello, lo que hizo que se le escapara un profundo gemido.
En el momento en el que Víctor recuperó la consciencia, ella lo supo enseguida. La mano que jugueteaba con el pezón se detuvo en seco y su cuerpo entero se volvió rígido.
—¿Myriam? Myriam, ¿estás despierta?
¿Cómo podía darse la vuelta y decir que sí? Estiró los brazos, fingiendo despertarse.
—¿Humm? ¿Cómo dices? —preguntó. Entonces, sin mirar a Víctor, se levantó de la cama de un salto—. Me ducho yo primero.
Se encerró en el cuarto de baño con un portazo. Entonces, se apoyó de la puerta con una mezcla de deseo y de odio hacia sí misma.
Víctor terminó rápidamente en el cuarto de baño. Se había duchado la noche anterior, una larga ducha fría antes de meterse en la cama con Myriam, su mejor amiga, su torturadora. Se puso el traje de baño y volvió a salir a la habitación.
—¿Te apetece que bajemos ya a desayunar? —le preguntó Myriam, con voz frágil. No lo había mirado desde que se había duchado y vestido.
Víctor sabía que debería sentirse muy mal por haber estado tocando a su amiga mientras ella estaba dormida. Desgraciadamente, había disfrutado mucho. Aún podía saborear la dulce calidez de la piel del hombro de Myriam, la deliciosa tortura que el trasero de ella ejercía sobre su erección…
—Me parece una buena idea. ¿Qué tal tienes el tobillo?
—Mucho mejor —respondió ella, mientras se ponía un par de sandalias—. Me molesta algo de vez en cuando.
—¿Te apetece que vayamos a bucear con snorkel esta mañana? El barco sale del muelle dentro de hora y media. Nos he apuntado mientras tú te estabas duchando.
—Buena idea. Ahora, recuerda. Cada vez que veamos a Inés y a Raúl, tenemos que mostrar pasión.
—¿Estás segura de que no es mejor dejarlo estar? —replicó Víctor, al recordar cómo se había sentido con el seno de Myriam entre las manos.
—Nos han traicionado. Se metieron en la cama prácticamente delante de nuestras narices. ¿Cómo puedes creer que es mejor dejarlo estar?
—Muy bien. Mostraremos pasión.
Seis días más y cinco largas noches… Tenía que recordar que Myriam no era como las otras mujeres. Era… bueno, era Myriam, aunque precisamente que fuera Myriam parecía ser el problema.
Cuando salieron de la habitación, le rodeó el hombro con un brazo. Tenía un seno muy cerca de los dedos. El movimiento de la cadera de ella contra la suya, la presión del brazo sobre su propia cintura, el roce de las trenzas contra el hombro… Todo ello demostró ser una dulce tortura.
Cuando llegaron al restaurante, pudieron admirar el hermoso color azul verdoso del mar, que relucía bajo el cielo.
—Otro hermoso día en el paraíso, ¿no es verdad? —comentó Myriam.
El desayuno era informal, de tipo bufé, en el que se sentaban y se servían ellos mismos. Víctor vio a Inés y a Raúl en el momento en el que entraron en el restaurante.
—No mires, pero el enemigo está a las dos en punto.
Myriam no se molestó en mirar, sino que se pegó a él inmediatamente, como si fuera una lapa. Víctor sintió el mismo deseo que había estado a punto de ahogarlo aquella mañana.
—Venga, Víctor —susurró ella—. Tienes que mirarme como si nos acabáramos de levantar de la cama y estuvieras deseando volver a meterme en ella.
—Tal vez esto esté más cerca de la verdad de lo que tú te imaginas —murmuró, contra los labios de Myriam. Entonces, le rodeó la cintura con el brazo.
Cruzaron el restaurante y se dirigieron a una mesa que había al lado del agua. Víctor se sentó al lado de Myriam, en vez de en frente, como si no pudiera estar tan alejado de ella. Entonces, le tomó la mano.
Martin apareció enseguida, con su omnipresente sonrisa.
—Lamento no haberles podido ayudar más anoche. ¿Cómo va todo esta mañana? —les preguntó—. Ah, parece que capearon la velada —añadió, sonriendo, al ver que tenían entrelazadas las manos.
—Sí, hace una mañana muy hermosa aquí en la isla —respondió Víctor.
—En realidad, lo vemos con frecuencia. Dos parejas que vienen juntas y se marchan con la del otro. Es la magia de la isla. Lanza un hechizo y saca la verdad del corazón. Por la expresión de sus rostros veo que no creen en la magia de jamaica. Yo tampoco creía hasta que me concedió una esposa excelente.
—Me encantaría conocer cómo conociste a Mathilde —dijo Myriam, con interés—. ¿A ti no, Víctor?
—Por supuesto —respondió él.
—Mathilde y yo solíamos jugar juntos. Crecimos en el mismo pueblo. Éramos amigos, pero yo no supe ver la excelencia de Mathilde hasta que me pasé una temporada, cuando tenía diecinueve años, trabajando en Negril para prepararme para mi puesto aquí. Cuando regresé, un hombre del pueblo estaba cortejándola. Fue entonces, gracias a la magia de la isla, cuando vi de verdad cómo era. Nos casamos enseguida.
Víctor se rebulló en la silla. La historia de Martin le resultaba demasiado familiar. Y el camarero había terminado casado. Atado a una mujer.
Entonces, vio que una expresión de pánico se reflejaba en los ojos de Myriam. ¿Se habría dado cuenta ella también de las similitudes?
—Es una historia preciosa, Martin. ¿Cómo eras de muchacho? ¿Tímido? ¿Abierto?
—En mis tiempos, era un poco seductor. A mi Mathilde no le gustaba nada, pero bueno, basta ya de hablar de mí. ¿Les gustaría que les sirviera el excelente café de jamaica? Está en el bufé, pero les traeré una cafetera recién hecha especialmente para ustedes.
—Gracias.
—No hay de qué. Cuando visiten el bufé, permítanme que les sugiera el akee y el pain au chocolat. Los dos están excelentes hoy.
Martin fue por el café. Entonces, Víctor se levantó.
—Espera aquí y yo iré a buscar una selección. No debes forzar el tobillo. No te preocupes —dijo, cuando Myriam se dispuso a protestar—. Sé lo que te gusta.
—Muy bien, gracias.
Víctor regresó rápidamente. Había llenado un plato con trozos de mango, de papaya, de plátano y de manzana. En otro, llevaba una selección de bollos. Mientras no estaba, Martin les había llevado el café, que tenía un aroma excelente.
—Víctor, sabes que no me puedo resistir a los bollos, pero no quiero tomarlos…
—Estás de vacaciones, Myriam. Mímate. Ya tendrás tiempo de regresar al régimen cuando volvamos a Nashville —dijo, mientras partía el pain au chocolat en dos.
Myriam tomó un trozo de papaya, pero, antes de que pudiera metérselo en la boca, Víctor se inclinó sobre ella y le ofreció un bocado antes de que pudiera separar los labios. Lenta, deliberadamente, ella hundió los dientes en el delicioso pastel y en el cremoso chocolate. Sin poder evitarlo, le lamió el dedo para tomarse todo el chocolate. Solo con aquel gesto, Víctor sintió una potente erección.
—Chocolate y fruta. Mi desayuno favorito —susurró ella, mientras se metía la papaya en la boca. Entonces, cerró los labios alrededor de la jugosa carne de la fruta, dejando que el zumo le humedeciera los labios.
Los pezones se le irguieron contra el suave algodón de la camiseta que llevaba puesta. Estaba tan excitada como él. De eso Víctor estaba seguro. De lo que no lo estaba tanto era de que pudiera sobrevivir a aquel desayuno.
Entonces, ella le dio la otra mitad de la fruta, marcada con las huellas de sus propios dientes.
—Pruébalo —le dijo, metiéndole la fruta en la boda.
Firme, pero suculenta. Víctor saboreó la jugosa dulzura de la papaya. Su cuerpo volvió a reaccionar. Nunca habría soñado que desayunar con Myriam se convirtiera en una experiencia casi indecente.
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
gracias por el capitulo...esta buenisima la novelita
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Estos niños ya no tardan en caer en la tentacion jeje. Muchas gracias por el capitulo, no tardes con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
hola niñas aqui tienen otro capitulo de esta novelita.... gracias por los comentarios
Capítulo 6
Myriam estaba de pie en el barco, comprobando el estado de sus gafas y su tubo de bucear. Víctor, que estaba a su lado, se quitó la camisa. Al verlo, ella sintió que estaba deseando ponerse a bucear, no solo por poder explorar aquellas aguas tropicales, sino por poder disponer de un medio de aliviar la tensión que sentía junto a Víctor. Siempre habían estado juntos, pero aquella tensión tan primitiva era nueva para ambos. Todavía no estaba del todo segura de lo que había ocurrido durante el desayuno. Lo que había comenzado como una actuación en honor de Raúl y Inés, se había convertido en una seducción de los sentidos, que seguía afectándola en aquellos momentos. Sin duda, el agua aliviaría aquella tensión.
En aquel momento, el capitán del barco, tomó un micrófono y comenzó a hablar.
—Bienvenidos. Antes de que se metan en el agua, es necesario que repasemos algunas cosas. Recuerden que no deben tocar el coral. Es un ser vivo y estoy seguro de que no querrán dañar la barrera. Esto es muy importante. Les pido también que vayan siempre con un compañero. Esto es por su seguridad. También por eso, les ruego que no vayan más allá de las marcas naranjas. La barrera de coral no sigue más allá, pero los barcos sí. Verse atropellado por un barco es una manera muy mala de terminar unas vacaciones —comentó. Todo el grupo se echó a reír—. Tenemos aperitivos y refrescos a bordo. Sírvanse lo que les apetezca. Para terminar, existe el rumor de que Barba Negra hundió un galeón español en estas aguas. Si lo encuentran, por favor, dígannoslo. Estaremos aquí dos horas. Disfruten de los hermosos tesoros del Caribe.
—¿Estás lista? Tus tesoros te esperan, princesa del mar —comentó Víctor, riendo.
—Déjame que me ponga estos pies de payado —respondió ella, mientras se sentaba en el costado del barco para ponerse las aletas.
—No, Myriam. Te aseguro que eres una princesa del mar. Una sirena exótica que es capaz de atraer a los marineros a sus misteriosas profundidades con la promesa de explorar tus tesoros.
Myriam casi no podía respirar. Aquella voz, la imaginería erótica que habían evocado aquellas palabras… Era como hacer el amor verbalmente…
—Cuando tú digas, princesa. Estoy dispuesto a seguirte —dijo él.
—¿Estás seguro de que quieres seguirme, marinero? —preguntó Myriam, tras lanzarse al agua y colocarse después las gafas y el tubo. Víctor se lanzó detrás de ella.
—Siempre.
Entonces, ella le tomó de la mano y lo llevó bajo la superficie del agua. Visto desde arriba era intrigante, pero bajo las olas la barrera de coral revelaba su verdadera intensidad y belleza. Juntos, exploraron cuevas y recovecos y nadaron entre bancos de peces tropicales.
Víctor le indicó el arenoso suelo marino. Una manta se empezó a mover por el fondo, traicionando su camuflaje. Con gracia y velocidad, se perdió entre las aguas.
A pesar de estar rodeados del líquido elemento, el deseo seguía vibrando entre ellos. Las horas pasaron como si fueran minutos, por lo que Myriam se quedó atónita cuando Víctor se tocó el reloj y le indicó que se les había terminado el tiempo.
—Ha sido fantástico —comentó ella, cuando salieron a la superficie.
—Tienes razón.
Subieron al barco, devolvieron el equipo y se sentaron el uno al lado del otro. Había sido una experiencia maravillosa.
—Gracias —dijo Myriam, mientras tomaba dos toallas y le entregaba una a Víctor.
—¿Gracias por qué? —preguntó él, mientras se secaba.
Myriam contempló cómo una gota de agua se deslizaba por el musculoso brazo de Víctor. Ansiaba lamerla, saborear la sal que se secaba contra su piel… En vez de hacerlo, se secó las trenzas con la toalla, desconcertada por el deseo que sentía por Víctor. Nunca había sentido nada parecido por Raúl o por ningún otro novio. Tal vez estaba perdiendo la cabeza, pero se negaba a perder a su mejor amigo por eso.
—Por apuntarnos a esta excursión. Nunca había visto nada tan hermoso.
Mientras se secaba, Víctor no dejaba de mirarla. Entonces, se inclinó hacia delante y colocó la boca a pocos centímetros de la de Myriam.
—Te aseguro que yo tampoco había visto nunca algo tan hermoso —susurró.
—Myriam, Víctor. Estamos aquí.
Myriam miró por encima del hombro y vio que Inés los estaba saludando desde el borde de la piscina. Raúl estaba a su lado.
Genial. Ya tenía los nervios a punto de romperse. Víctor y ella habían pasado la tarde en la playa, después de regresar del buceo. Debería haber sido una experiencia relajante y tranquilizadora, pero la camaradería que siempre había compartido con él se había visto transformada por el deseo sexual. Ducharse y cambiarse para cenar temprano había sido peor aún.
—Supongo que es demasiado tarde para fingir que no los hemos visto, ¿verdad? —preguntó ella.
—¿Crees que van a pedirnos que nos unamos a ellos en una orgía sexual?
—Existe la posibilidad —dijo Myriam, mientras observaba a Raúl. No sentía ninguna pena.
Sin embargo, cuando Víctor le colocó la mano encima del trasero, sintió que las señales de alerta se encendían en su cuerpo. Sentía el calor de los dedos a través de la fina tela del vestido.
—Hola, chicos. Solo queríamos asegurarnos de que no nos guardáis rencor por lo de anoche —dijo Inés.
—¿Estás de broma? —preguntó Myriam, agarrándose a Víctor—. Estábamos pensando en enviaros una botella de champán para daros las gracias.
—No creo que debas mostrarte tan insultante al respecto —protestó Raúl.
—Lo siento —respondió ella—. Víctor y yo estamos atónitos por habernos descubierto después de todo este tiempo —añadió, mientras él le daba un beso en la frente.
—¿Estuvisteis en la playa esta mañana? —quiso saber Inés.
—No, esta tarde. Nos pasamos la mañana buceando. Fue increíble. Creo que deberíais probarlo mañana.
—No, mañana no —comentó Raúl—. Vamos a ir a una isla privada para tomar el sol completamente desnudos, pero supongo que eso no te interesará. Es algo desinhibido.
—¿Tu crees? —replicó Myriam—. Tal vez os veamos allí. Nosotros habíamos pensado ir también.
—A menos que estemos distraídos de otra manera —corrigió Víctor, con una tensa sonrisa—. Estoy seguro de que os veremos por aquí.
Víctor se llevó a Myriam de allí en un tiempo récord. En vez de llevarla al restaurante, la condujo hacia la habitación.
—El restaurante está en la otra dirección.
—Lo sé —dijo él, furioso, mientras abría la puerta—. Mañana no vamos a ir a esa playa nudista —añadió, cuando estuvieron dentro—. Si quieres ir, tendrás que hacerlo tú sola.
—¿Qué te pasa? —preguntó ella, asombrada por su reacción—. ¿Por qué te escandalizas tanto por tomar el sol desnudo? ¿Es que te has vuelto tímido ahora? No conoces a nadie.
—Por una vez, ¿no puedes dejarlo estar, Myriam?
—No, claro que no puedo. ¿Es por ver a Inés y no poder poseerla?
—Déjalo estar, Myriam…
—No puedo.
Víctor se acercó más a ella. La miró con intensidad, pero no dijo nada.
—Háblame —dijo Myriam.
—¿Que te hable? ¿Quieres que te hable? Maldita sea, Myriam. Ese es el problema. No puedo hablarte. Te deseo tanto que casi no puedo soportarlo. No pienso contemplarte desnuda en ninguna isla mañana para demostrar una estupidez. No pienso hacer más miradas ni más caricias a menos que Raúl y Inés estén delante. ¿Y quieres que te hable? Estas son las únicas palabras que puedo decir ahora.
La tomó entre sus brazos y, tras agarrarle la cabeza, acercó la boca a los labios de Myriam. Una parte de ella deseaba que la besara, pero otra quería protestar por ello. No había público. Era un beso entre un hombre y una mujer, un beso de deseo y necesidad. Sabía que aquel beso cambiaría para siempre su relación, pero se había pasado la vida huyendo y no quería hacerlo más.
Cuando Víctor le colocó la boca encima de la de ella, contuvo el aliento. Entonces, los labios se moldearon, empezaron a saborearse, a sentirse… El deseo volvió a apoderarse traicioneramente de ellos. Por fin, consiguió apartarse de él, luchando por tomar aire, con la respiración entrecortada.
—Tal vez ir a la playa nudista no sea muy buena idea —dijo ella, rompiendo el silencio.
—Ahora se supone que debo decir que lo siento —susurró Víctor, dejando caer las manos—, pero no es así. Llevo todo el día deseando hacer esto.
—Es culpa mía. Yo empecé esto anoche, cuando los encontramos…
—No. Tal vez Martin tenga razón. Tal vez esta isla tenga algo mágico…
—Víctor, necesito contarte algo —susurró Myriam, sintiendo que había llegado la hora de la verdad.
—¿Tengo que sentarme? —bromeó él.
—Solo si estás cansado. Esta mañana, cuando te despertaste, yo no estaba dormida.
El alivio que sintió al pronunciar aquellas palabras igualó al pudor que se apoderó de ella.
—¿Cuánto tiempo llevabas despierta?
—Lo suficiente —admitió la joven—. Sé que esto siempre se va a interponer entre nosotros, pero es mejor que sea así a que lo haga como un secreto o como una mentira por omisión. Yo sabía lo que estabas haciendo. Y quería que me tocaras.
—Yo tampoco estaba dormido, Myriam —admitió Víctor—. Lo siento. Sé que no es excusa, pero lo único que te puedo ofrecer es la verdad. Nunca he deseado a otra mujer del modo en que te deseo a ti.
Myriam lo miró fijamente, sin saber qué decir. Víctor cerró el espacio que los separaba. Entonces, ella giró la cabeza hacia el otro lado, para no tener que mirarlo.
—¿Qué nos está ocurriendo, Víctor?
—Lo único que sé con toda seguridad es que te deseo más que a mi propia respiración —susurró él, acariciándole la mandíbula con un dedo y haciendo que ella se echara a temblar—. No lo sé. No me desperté y decidí complicarme la vida deseándote hasta el punto de la locura, pero así es…
Al notar que el dedo de Víctor seguía bajando, ella levantó la mano y le agarró la suya, deteniendo así su exploración.
—Esto es una locura… Raúl era… Bueno, solo era Raúl. No me importa lo que ocurrió con él, pero tú eres mi mejor amigo. Me siento más cercana a ti que a ningún otro ser humano. Eres mi confidente. Tú me conoces, me aceptas, con mis fallos y con mis virtudes. No puedo estropear todo eso por desearte.
—¿Me deseas? —le preguntó Víctor, aunque ya conocía la respuesta.
—Sí —admitió ella, mientras se mordía el labio inferior—. Sí, ya sabes que sí.
—Myriam, tú eres una de las personas más importantes que hay en vida. Yo tampoco quiero estropear eso, pero fingir que no te deseo no sirve de nada. Esto no va a desaparecer solo porque lo ignoremos. Es un apetito que terminará devorándonos.
—En lo único que podía pensar hoy en la playa era en tocarte… En que tú me tocaras a mí —confesó ella—. Si dejamos las cosas tal y como están, la mística, la tentación, la fantasía siempre estarán presentes… —añadió. Por la expresión que se reflejó en su rostro, Víctor comprendió que tenía un plan—. Creo que tienes razón. No hay vuelta atrás. El único modo de enfrentarse a esto es avanzar…
Mientras hablaba, comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Víctor. Notar que ella le acariciaba el pecho lo dejó completamente inútil.
—Lo que tenemos que hacer —prosiguió ella—, es enfrentarnos a la tensión sexual que hay entre nosotros. Tienes toda la razón…
Cuando Myriam empezó a acariciarle el vientre, Víctor contuvo el aliento. Sentía que el cuerpo entero le vibraba con aquellas caricias.
—¿He dicho yo eso?
—¿No?
—¿Significa eso que vamos a tener relaciones sexuales?
—Sí, creo que sí —respondió ella, colocándole la mano sobre la hebilla del cinturón.
Víctor se dejó caer sobre la cama, colocándosela a ella encima al mismo tiempo.
—En ese caso, eso es exactamente lo que he dicho.
Myriam no estaba completamente segura de que aquellos razonamientos no estuvieran algo influidos por el deseo, pero en todo aquello había una abrumadora sensación de destino, de algo que debía cumplirse. Además, no se le ocurría otro modo de tratar de resolver aquella locura. No quería tener interrogantes más adelante.
Le sacó la camisa de los pantalones y le dijo:
—Quiero saborearte…
—Entonces, se inclinó sobre él y empezó a besarlo en el estómago, aspirando su esencia masculina. A continuación, le dibujó un húmedo sendero con la lengua a lo largo de la cinturilla de los pantalones hasta llegar al ombligo, dejando que las cuentas que le adornaban las trenzas se acercaran a la erección que él presentaba. Había algo más que un elemento prohibido a la hora de saborear aquel gusto salado que había sobre la piel de Víctor.
—Me encanta el sabor de tu piel…
—Y a mí me encanta el modo en que me la saboreas…
Myriam sintió una sensación de intimidad más profunda con él de la que había sentido nunca con otro amante, tal vez porque Víctor la conocía tan bien en otros aspectos. Mientras seguía dibujándole los contornos del vientre con la boca, se echó a reír. Se sentía casi bebida por aquellas sensaciones.
Poco a poco comenzó a subir y le lamió suavemente uno de los pezones. Víctor gruñó de placer y cerró los ojos.
—Oh, niña, eso ha sido tan… —susurró. Myriam se concentró rápidamente en el otro pezón, dejando que sus propios senos le acariciasen el vientre con exquisita tortura—. Sí… sí… sí…
Con la respiración entrecortada, Víctor le agarró la cabeza impacientemente y la besó. Myriam fue más allá del pensamiento racional cuando Víctor le tomó uno de los labios entre los suyos y lo sorbió, para luego soltarlo y lamerlo con fruición. A continuación, lo tocó con el dedo. La superficie callosa de su piel resultaba muy excitante después del terciopelo de la lengua.
—Tienes una boca increíble…
Su voz ronca y excitada hacía que la temperatura interna del cuerpo de Myriam alcanzara niveles incendiarios. Entonces, ella le atrapó el dedo con la boca y lo acarició con la lengua. Las pupilas de Víctor se dilataron…
—Para hacerte gozar más…
De repente, Víctor retiró el dedo y la colocó sobre la espalda.
—Creo que tenemos que ponerte en alto el tobillo.
Myriam comprendió muy bien el juego de dar y tomar que se estaba desarrollando entre ellos. Vio cómo Víctor agarraba una almohada y se la colocaba por debajo del tobillo. La diferencia que había en la altura de las piernas le hizo contener el aliento.
—¿Crees que lo tienes hinchado? ¿Te palpita? —le preguntó, mientras se daba la vuelta. Sin embargo, los dos sabían que ya no estaba hablando del tobillo.
—Sí —susurró ella. Efectivamente así era como se sentía. Y quería ver cómo se desnudaba.
Los músculos de la espalda de Víctor se fruncieron y anudaron mientras se quitaba la camisa.
—¿Qué llevas debajo de ese vestido? ¿Llevas bragas? ¿Sujetador?
—No llevo sujetador. Solo unas braguitas.
—¿Cómo son? —quiso saber Víctor, mientras se bajaba la cremallera del pantalón.
—Es un tanga blanco —murmuró, frotándose las piernas la una contra la otra. Ansiaba tanto las caricias de Víctor…
Entonces, él se quitó los pantalones. Al verlo, Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Era sencillamente impresionante. Desde cualquier ángulo. Todo era firme y duro. Espalda, trasero, muslos…
—Si quieres saber cómo son, ¿por qué no te das la vuelta y lo ves tú mismo? —sugirió Myriam, separando un poco más las piernas.
—Si la vista mejora más de lo que es ahora, no creo que pueda soportarlo.
Ella miró al frente y cruzó la mirada con la de él en el espejo. Todo el tiempo la había estado mirando en aquel espejo. Su sonrisa revelaba lo mucho que le gustaba lo que veía.
—Y yo no puedo soportarlo si tú no puedes.
Por fin, él se dio la vuelta. La devoró con la mirada. ¿Cuántas veces lo había visto Myriam en traje de baño? Los calzoncillos cubrían exactamente lo mismo, pero la diferencia radicada en la erección que tensaba la tela.
—Eres una diosa…
Myriam pensó en la testaruda celulitis que se negaba a desaparecer de los muslos. Entonces, miró a Víctor y vio un profundo deseo en sus ojos. Le estaba observando el pequeño triángulo de tela que le cubría la entrepierna. Efectivamente, se sentía como una diosa, hermosa y poderosa, sin importarle las imperfecciones que él pudiera ver.
—¿Quieres oír una fantasía? —le preguntó Víctor, mientras se sentaba a los pies de la cama y le acariciaba suavemente un pie con el dedo.
—Sí…
—Al principio de esta semana, yo estaba en la playa —dijo, sin dejar de acariciarle el tobillo—, y vi una mujer con unas piernas espectaculares…
—No sabía que te gustaran tanto las piernas —replicó Myriam. Creía que siempre le habían atraído las mujeres con buenos pechos.
—Yo tampoco…
—Es bueno desarrollar intereses nuevos —susurró ella. Sentía que nadie la había acariciado nunca con tanto erotismo.
—Esto va más allá de un interés —replicó Víctor, mientras inclinaba la cabeza y empezaba a lamerle suavemente la rodilla.
Myriam gimió de placer al sentir que aquellas sensaciones tan agradables se le iban extendiendo por el cuerpo. Entonces, Víctor comenzó a hacerle lo mismo a la otra rodilla. Si solo lamiéndole la rodilla le hacía sentir tan bien…
—Sí, sí…
—Eso es, cielo. Dime lo que te gusta. Quiero saberlo.
Myriam bajó los ojos y vio que los anchos hombros de Víctor le ocupaban toda la entrepierna. Entonces, le acarició suavemente con el interior del muslo y levantó la pierna, colocándosela por encima.
—Me estabas contando una fantasía —le recordó.
—Es cierto. Me había distraído —murmuró Víctor, mientras le dibujaba ligeros círculos en la parte interna del muslo.
Myriam se humedeció los labios. La tensión iba creciendo dentro de ella. Se arqueó para que él subiera un poco más, más allá de los muslos…
—Bueno, esta mujer tenía unas piernas muy largas estupendas… y muy seductoras —dijo, mientras le lamía la suave piel, subiendo poco a poco desde la rodilla—. Ah, niña. Solo con tu aroma me excito…
—Víctor… —susurró Myriam, sintiéndose aún más húmeda al escuchar sus palabras.
—No hago más que desviarme del tema —dijo, subiendo poco a poco.
Entonces, le colocó una mano encima del tanga, justo donde ella más lo deseaba. A continuación, depositó suaves y tiernos besos sobre la piel de entre el vientre y la cadera. Aquel contacto estaba volviendo loca a Myriam. Poco a poco, fue acercándose al borde de las braguitas, torturándola más aún, pero sin ofrecerle alivio a su tensión…
Myriam necesitaba mucho más. La boca. La mano. Algo mucho más satisfactorio que el simple y cálido aliento que salía de sus labios.
—Por favor…
—Niña, esto no ha hecho más que empezar, pero todavía tengo que contarte mi historia —musitó, mientras extendía la mano para encontrarle la cremallera del vestido—. Cuando vi a esa mujer de ensueño en la playa, con unas piernas que me hicieron desearla más que a nada en el mundo, con unas trenzas muy sexys, en lo único en lo que pude pensar fue en… —se interrumpió para bajarle la cremallera—… tener a esa mujer desnuda, debajo de mí… en hundirme profundamente dentro de ella y sentir cómo esas piernas tan increíbles me rodeaban la cintura —añadió, bajándole un poco el vestido y dejando casi al descubierto los pechos de Myriam—. Bueno… ¿qué te parece mi fantasía?
Ella sintió que estaba al borde de la locura y no estaba dispuesta a sufrirlo a solas. Víctor tenía el control de la situación. Se agarró el bajo del vestido y fue subiéndoselo poco a poco, hasta sacárselo por la cabeza con movimientos fluidos y seductores.
—Creo que esa fantasía es muy agradable —susurró, dejando que el vestido cayera al suelo. Entonces, rodeó la cintura de Víctor con las piernas—, pero la realidad puede ser aún mejor.
Al verla, Víctor contuvo el aliento y pensó que, efectivamente, en aquel caso la realidad podría superar a la ficción. Aquella fantasía, al contrario que las que había tenido hasta entonces, iba más allá de lo físico. Habían sido parte integral el uno del otro a lo largo de muchos años. Hacer el amor con Myriam era la culminación. El final. Un principio.
—La realidad ya es mucho mejor —susurró, acariciándole suavemente los costa dos—. Tienes una piel tan suave…
Le acarició la parte inferior de los pechos, haciendo que la tensión se acrecentara en ella. Los pezones se le tensaron aún más, buscando la atención que necesitaban. Entonces, le colocó las manos en la espalda y la levantó un poco, rodeando la delicada punta con la lengua. Un deseo irrefrenable se apoderó de él y se metió el pezón más profundamente en la boca. Myriam apretó un poco más fuerte su húmedo calor contra la erección que él presentaba.
Arqueó la espalda, haciendo que el pecho se le hundiera más profundamente en la boca. Víctor se dispuso enseguida a concederle sus deseos y fue pasando alternativamente de un pecho a otro. Las sensaciones no podrían haber sido más placenteras. El aire de la habitación vibraba de deseo y necesidad. Víctor sentía que todo su cuerpo estaba preso del deseo que sentía. Todo en él se centraba en el sabor, en el aroma, en el tacto de Myriam. Todo le empujaba a estar más cerca de ella, a ser parte de ella.
A Víctor le gustaba el sexo, pero aquella vez era diferente. Aquello no era una mera búsqueda de placer. Era una necesidad que bordeaba la desesperación.
Con cada lametazo que le daba a los pezones, el sexo de Myriam se rozaba contra la erección de Víctor, humedeciéndole los calzoncillos con su deseo.
—Dios… Estás tan húmeda y tan caliente —susurró. Entonces, metió la mano por la parte posterior del tanga y tiró, haciendo que la tela de la braguita se le pegara más a la carne—. ¿Te gusta esto?
—Sí, sí, me gusta —gimió ella, retorciéndose de placer—. ¿Y tú? —añadió, extendiendo la mano y sacándole la erección a través de la abertura de los calzoncillos para poder acariciarlo de arriba abajo—. ¿Te gusta cuando te toco así?
—Sí, me gusta mucho —murmuró él, conteniendo el aliento.
Myriam hizo que bajara la cabeza y lo besó con la boca abierta, dejando que el ritmo de la lengua fuera el mismo que el de la mano. Caricia a caricia, fue derritiendo poco a poco el autocontrol que Víctor mostraba. Casi frenético, le agarró el trasero con las manos y se acercó un poco más la cálida humedad de Myriam. Justo cuando creyó que iba a explotar, ella detuvo la mano y apartó la boca de la de él.
—Víctor, si no lo hacemos pronto, creo que voy a perder la cabeza.
—Cielo, yo ya la be perdido —susurró, mientras empezaba a colocarla suavemente sobre la espalda.
—No, quédate así.
—De acuerdo.
Con un rápido movimiento, Myriam se incorporó y se apartó el tanga hacia un lado.
—Ahora, vayamos muy lentamente… Víctor le agarró las caderas y la colocó encima de su erección. Ella tenía de nuevo las piernas rodeándole la cintura y se hundió en él con enloquecedora lentitud. Centímetro a centímetro, fue rodeándolo con su húmedo calor. Víctor cerró los ojos, incapaz de soportar el placer mientras penetraba en aquel cálido y tenso paraíso.
Durante un momento, los dos se quedaron inmóviles. Entonces, ella apretó los músculos que lo rodeaban y lo llevó más profundamente dentro de ella.
—Myriam, cielo…
—Sí… Me gusta.
Ella arqueó la espalda, haciendo que sus senos se frotaran contra el fuerte muro de su pecho. Víctor le agarró la cabeza y la besó, profunda y apasionadamente. Entonces, ella comenzó a moverse, bailando sobre él, aferrándose a su masculinidad con los músculos, apretándolo. Como en aquella postura a Víctor le resultaba imposible empujar, se limitó a frotarse contra ella y poco a poco fue adquiriendo su ritmo.
Estaba a punto de alcanzar el orgasmo, pero apretó los dientes y se contuvo. No deseaba llegar a ese punto sin Myriam. Entonces, sintió unos fuertes espasmos que surgían de lo más profundo de su ser.
—Eso es, Myriam… Vamos, niña, vamos…
En el momento en el que los dos alcanzaron el clímax, Víctor se dio cuenta de lo vacío que había estado el sexo para él hasta entonces. No había sido más que un alivio físico. Nada que ver con el gozo de compartir el cuerpo con una mujer con la que se tenían unos vínculos mentales tan importantes.
Los dos se dejaron caer sobre el colchón, sin separarse. A pesar de estar saciado, Víctor sintió que podía quedarse dentro de Myriam para siempre. Todas las fantasías que había tenido hasta aquel momento palidecían en comparación.
Capítulo 6
Myriam estaba de pie en el barco, comprobando el estado de sus gafas y su tubo de bucear. Víctor, que estaba a su lado, se quitó la camisa. Al verlo, ella sintió que estaba deseando ponerse a bucear, no solo por poder explorar aquellas aguas tropicales, sino por poder disponer de un medio de aliviar la tensión que sentía junto a Víctor. Siempre habían estado juntos, pero aquella tensión tan primitiva era nueva para ambos. Todavía no estaba del todo segura de lo que había ocurrido durante el desayuno. Lo que había comenzado como una actuación en honor de Raúl y Inés, se había convertido en una seducción de los sentidos, que seguía afectándola en aquellos momentos. Sin duda, el agua aliviaría aquella tensión.
En aquel momento, el capitán del barco, tomó un micrófono y comenzó a hablar.
—Bienvenidos. Antes de que se metan en el agua, es necesario que repasemos algunas cosas. Recuerden que no deben tocar el coral. Es un ser vivo y estoy seguro de que no querrán dañar la barrera. Esto es muy importante. Les pido también que vayan siempre con un compañero. Esto es por su seguridad. También por eso, les ruego que no vayan más allá de las marcas naranjas. La barrera de coral no sigue más allá, pero los barcos sí. Verse atropellado por un barco es una manera muy mala de terminar unas vacaciones —comentó. Todo el grupo se echó a reír—. Tenemos aperitivos y refrescos a bordo. Sírvanse lo que les apetezca. Para terminar, existe el rumor de que Barba Negra hundió un galeón español en estas aguas. Si lo encuentran, por favor, dígannoslo. Estaremos aquí dos horas. Disfruten de los hermosos tesoros del Caribe.
—¿Estás lista? Tus tesoros te esperan, princesa del mar —comentó Víctor, riendo.
—Déjame que me ponga estos pies de payado —respondió ella, mientras se sentaba en el costado del barco para ponerse las aletas.
—No, Myriam. Te aseguro que eres una princesa del mar. Una sirena exótica que es capaz de atraer a los marineros a sus misteriosas profundidades con la promesa de explorar tus tesoros.
Myriam casi no podía respirar. Aquella voz, la imaginería erótica que habían evocado aquellas palabras… Era como hacer el amor verbalmente…
—Cuando tú digas, princesa. Estoy dispuesto a seguirte —dijo él.
—¿Estás seguro de que quieres seguirme, marinero? —preguntó Myriam, tras lanzarse al agua y colocarse después las gafas y el tubo. Víctor se lanzó detrás de ella.
—Siempre.
Entonces, ella le tomó de la mano y lo llevó bajo la superficie del agua. Visto desde arriba era intrigante, pero bajo las olas la barrera de coral revelaba su verdadera intensidad y belleza. Juntos, exploraron cuevas y recovecos y nadaron entre bancos de peces tropicales.
Víctor le indicó el arenoso suelo marino. Una manta se empezó a mover por el fondo, traicionando su camuflaje. Con gracia y velocidad, se perdió entre las aguas.
A pesar de estar rodeados del líquido elemento, el deseo seguía vibrando entre ellos. Las horas pasaron como si fueran minutos, por lo que Myriam se quedó atónita cuando Víctor se tocó el reloj y le indicó que se les había terminado el tiempo.
—Ha sido fantástico —comentó ella, cuando salieron a la superficie.
—Tienes razón.
Subieron al barco, devolvieron el equipo y se sentaron el uno al lado del otro. Había sido una experiencia maravillosa.
—Gracias —dijo Myriam, mientras tomaba dos toallas y le entregaba una a Víctor.
—¿Gracias por qué? —preguntó él, mientras se secaba.
Myriam contempló cómo una gota de agua se deslizaba por el musculoso brazo de Víctor. Ansiaba lamerla, saborear la sal que se secaba contra su piel… En vez de hacerlo, se secó las trenzas con la toalla, desconcertada por el deseo que sentía por Víctor. Nunca había sentido nada parecido por Raúl o por ningún otro novio. Tal vez estaba perdiendo la cabeza, pero se negaba a perder a su mejor amigo por eso.
—Por apuntarnos a esta excursión. Nunca había visto nada tan hermoso.
Mientras se secaba, Víctor no dejaba de mirarla. Entonces, se inclinó hacia delante y colocó la boca a pocos centímetros de la de Myriam.
—Te aseguro que yo tampoco había visto nunca algo tan hermoso —susurró.
—Myriam, Víctor. Estamos aquí.
Myriam miró por encima del hombro y vio que Inés los estaba saludando desde el borde de la piscina. Raúl estaba a su lado.
Genial. Ya tenía los nervios a punto de romperse. Víctor y ella habían pasado la tarde en la playa, después de regresar del buceo. Debería haber sido una experiencia relajante y tranquilizadora, pero la camaradería que siempre había compartido con él se había visto transformada por el deseo sexual. Ducharse y cambiarse para cenar temprano había sido peor aún.
—Supongo que es demasiado tarde para fingir que no los hemos visto, ¿verdad? —preguntó ella.
—¿Crees que van a pedirnos que nos unamos a ellos en una orgía sexual?
—Existe la posibilidad —dijo Myriam, mientras observaba a Raúl. No sentía ninguna pena.
Sin embargo, cuando Víctor le colocó la mano encima del trasero, sintió que las señales de alerta se encendían en su cuerpo. Sentía el calor de los dedos a través de la fina tela del vestido.
—Hola, chicos. Solo queríamos asegurarnos de que no nos guardáis rencor por lo de anoche —dijo Inés.
—¿Estás de broma? —preguntó Myriam, agarrándose a Víctor—. Estábamos pensando en enviaros una botella de champán para daros las gracias.
—No creo que debas mostrarte tan insultante al respecto —protestó Raúl.
—Lo siento —respondió ella—. Víctor y yo estamos atónitos por habernos descubierto después de todo este tiempo —añadió, mientras él le daba un beso en la frente.
—¿Estuvisteis en la playa esta mañana? —quiso saber Inés.
—No, esta tarde. Nos pasamos la mañana buceando. Fue increíble. Creo que deberíais probarlo mañana.
—No, mañana no —comentó Raúl—. Vamos a ir a una isla privada para tomar el sol completamente desnudos, pero supongo que eso no te interesará. Es algo desinhibido.
—¿Tu crees? —replicó Myriam—. Tal vez os veamos allí. Nosotros habíamos pensado ir también.
—A menos que estemos distraídos de otra manera —corrigió Víctor, con una tensa sonrisa—. Estoy seguro de que os veremos por aquí.
Víctor se llevó a Myriam de allí en un tiempo récord. En vez de llevarla al restaurante, la condujo hacia la habitación.
—El restaurante está en la otra dirección.
—Lo sé —dijo él, furioso, mientras abría la puerta—. Mañana no vamos a ir a esa playa nudista —añadió, cuando estuvieron dentro—. Si quieres ir, tendrás que hacerlo tú sola.
—¿Qué te pasa? —preguntó ella, asombrada por su reacción—. ¿Por qué te escandalizas tanto por tomar el sol desnudo? ¿Es que te has vuelto tímido ahora? No conoces a nadie.
—Por una vez, ¿no puedes dejarlo estar, Myriam?
—No, claro que no puedo. ¿Es por ver a Inés y no poder poseerla?
—Déjalo estar, Myriam…
—No puedo.
Víctor se acercó más a ella. La miró con intensidad, pero no dijo nada.
—Háblame —dijo Myriam.
—¿Que te hable? ¿Quieres que te hable? Maldita sea, Myriam. Ese es el problema. No puedo hablarte. Te deseo tanto que casi no puedo soportarlo. No pienso contemplarte desnuda en ninguna isla mañana para demostrar una estupidez. No pienso hacer más miradas ni más caricias a menos que Raúl y Inés estén delante. ¿Y quieres que te hable? Estas son las únicas palabras que puedo decir ahora.
La tomó entre sus brazos y, tras agarrarle la cabeza, acercó la boca a los labios de Myriam. Una parte de ella deseaba que la besara, pero otra quería protestar por ello. No había público. Era un beso entre un hombre y una mujer, un beso de deseo y necesidad. Sabía que aquel beso cambiaría para siempre su relación, pero se había pasado la vida huyendo y no quería hacerlo más.
Cuando Víctor le colocó la boca encima de la de ella, contuvo el aliento. Entonces, los labios se moldearon, empezaron a saborearse, a sentirse… El deseo volvió a apoderarse traicioneramente de ellos. Por fin, consiguió apartarse de él, luchando por tomar aire, con la respiración entrecortada.
—Tal vez ir a la playa nudista no sea muy buena idea —dijo ella, rompiendo el silencio.
—Ahora se supone que debo decir que lo siento —susurró Víctor, dejando caer las manos—, pero no es así. Llevo todo el día deseando hacer esto.
—Es culpa mía. Yo empecé esto anoche, cuando los encontramos…
—No. Tal vez Martin tenga razón. Tal vez esta isla tenga algo mágico…
—Víctor, necesito contarte algo —susurró Myriam, sintiendo que había llegado la hora de la verdad.
—¿Tengo que sentarme? —bromeó él.
—Solo si estás cansado. Esta mañana, cuando te despertaste, yo no estaba dormida.
El alivio que sintió al pronunciar aquellas palabras igualó al pudor que se apoderó de ella.
—¿Cuánto tiempo llevabas despierta?
—Lo suficiente —admitió la joven—. Sé que esto siempre se va a interponer entre nosotros, pero es mejor que sea así a que lo haga como un secreto o como una mentira por omisión. Yo sabía lo que estabas haciendo. Y quería que me tocaras.
—Yo tampoco estaba dormido, Myriam —admitió Víctor—. Lo siento. Sé que no es excusa, pero lo único que te puedo ofrecer es la verdad. Nunca he deseado a otra mujer del modo en que te deseo a ti.
Myriam lo miró fijamente, sin saber qué decir. Víctor cerró el espacio que los separaba. Entonces, ella giró la cabeza hacia el otro lado, para no tener que mirarlo.
—¿Qué nos está ocurriendo, Víctor?
—Lo único que sé con toda seguridad es que te deseo más que a mi propia respiración —susurró él, acariciándole la mandíbula con un dedo y haciendo que ella se echara a temblar—. No lo sé. No me desperté y decidí complicarme la vida deseándote hasta el punto de la locura, pero así es…
Al notar que el dedo de Víctor seguía bajando, ella levantó la mano y le agarró la suya, deteniendo así su exploración.
—Esto es una locura… Raúl era… Bueno, solo era Raúl. No me importa lo que ocurrió con él, pero tú eres mi mejor amigo. Me siento más cercana a ti que a ningún otro ser humano. Eres mi confidente. Tú me conoces, me aceptas, con mis fallos y con mis virtudes. No puedo estropear todo eso por desearte.
—¿Me deseas? —le preguntó Víctor, aunque ya conocía la respuesta.
—Sí —admitió ella, mientras se mordía el labio inferior—. Sí, ya sabes que sí.
—Myriam, tú eres una de las personas más importantes que hay en vida. Yo tampoco quiero estropear eso, pero fingir que no te deseo no sirve de nada. Esto no va a desaparecer solo porque lo ignoremos. Es un apetito que terminará devorándonos.
—En lo único que podía pensar hoy en la playa era en tocarte… En que tú me tocaras a mí —confesó ella—. Si dejamos las cosas tal y como están, la mística, la tentación, la fantasía siempre estarán presentes… —añadió. Por la expresión que se reflejó en su rostro, Víctor comprendió que tenía un plan—. Creo que tienes razón. No hay vuelta atrás. El único modo de enfrentarse a esto es avanzar…
Mientras hablaba, comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Víctor. Notar que ella le acariciaba el pecho lo dejó completamente inútil.
—Lo que tenemos que hacer —prosiguió ella—, es enfrentarnos a la tensión sexual que hay entre nosotros. Tienes toda la razón…
Cuando Myriam empezó a acariciarle el vientre, Víctor contuvo el aliento. Sentía que el cuerpo entero le vibraba con aquellas caricias.
—¿He dicho yo eso?
—¿No?
—¿Significa eso que vamos a tener relaciones sexuales?
—Sí, creo que sí —respondió ella, colocándole la mano sobre la hebilla del cinturón.
Víctor se dejó caer sobre la cama, colocándosela a ella encima al mismo tiempo.
—En ese caso, eso es exactamente lo que he dicho.
Myriam no estaba completamente segura de que aquellos razonamientos no estuvieran algo influidos por el deseo, pero en todo aquello había una abrumadora sensación de destino, de algo que debía cumplirse. Además, no se le ocurría otro modo de tratar de resolver aquella locura. No quería tener interrogantes más adelante.
Le sacó la camisa de los pantalones y le dijo:
—Quiero saborearte…
—Entonces, se inclinó sobre él y empezó a besarlo en el estómago, aspirando su esencia masculina. A continuación, le dibujó un húmedo sendero con la lengua a lo largo de la cinturilla de los pantalones hasta llegar al ombligo, dejando que las cuentas que le adornaban las trenzas se acercaran a la erección que él presentaba. Había algo más que un elemento prohibido a la hora de saborear aquel gusto salado que había sobre la piel de Víctor.
—Me encanta el sabor de tu piel…
—Y a mí me encanta el modo en que me la saboreas…
Myriam sintió una sensación de intimidad más profunda con él de la que había sentido nunca con otro amante, tal vez porque Víctor la conocía tan bien en otros aspectos. Mientras seguía dibujándole los contornos del vientre con la boca, se echó a reír. Se sentía casi bebida por aquellas sensaciones.
Poco a poco comenzó a subir y le lamió suavemente uno de los pezones. Víctor gruñó de placer y cerró los ojos.
—Oh, niña, eso ha sido tan… —susurró. Myriam se concentró rápidamente en el otro pezón, dejando que sus propios senos le acariciasen el vientre con exquisita tortura—. Sí… sí… sí…
Con la respiración entrecortada, Víctor le agarró la cabeza impacientemente y la besó. Myriam fue más allá del pensamiento racional cuando Víctor le tomó uno de los labios entre los suyos y lo sorbió, para luego soltarlo y lamerlo con fruición. A continuación, lo tocó con el dedo. La superficie callosa de su piel resultaba muy excitante después del terciopelo de la lengua.
—Tienes una boca increíble…
Su voz ronca y excitada hacía que la temperatura interna del cuerpo de Myriam alcanzara niveles incendiarios. Entonces, ella le atrapó el dedo con la boca y lo acarició con la lengua. Las pupilas de Víctor se dilataron…
—Para hacerte gozar más…
De repente, Víctor retiró el dedo y la colocó sobre la espalda.
—Creo que tenemos que ponerte en alto el tobillo.
Myriam comprendió muy bien el juego de dar y tomar que se estaba desarrollando entre ellos. Vio cómo Víctor agarraba una almohada y se la colocaba por debajo del tobillo. La diferencia que había en la altura de las piernas le hizo contener el aliento.
—¿Crees que lo tienes hinchado? ¿Te palpita? —le preguntó, mientras se daba la vuelta. Sin embargo, los dos sabían que ya no estaba hablando del tobillo.
—Sí —susurró ella. Efectivamente así era como se sentía. Y quería ver cómo se desnudaba.
Los músculos de la espalda de Víctor se fruncieron y anudaron mientras se quitaba la camisa.
—¿Qué llevas debajo de ese vestido? ¿Llevas bragas? ¿Sujetador?
—No llevo sujetador. Solo unas braguitas.
—¿Cómo son? —quiso saber Víctor, mientras se bajaba la cremallera del pantalón.
—Es un tanga blanco —murmuró, frotándose las piernas la una contra la otra. Ansiaba tanto las caricias de Víctor…
Entonces, él se quitó los pantalones. Al verlo, Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Era sencillamente impresionante. Desde cualquier ángulo. Todo era firme y duro. Espalda, trasero, muslos…
—Si quieres saber cómo son, ¿por qué no te das la vuelta y lo ves tú mismo? —sugirió Myriam, separando un poco más las piernas.
—Si la vista mejora más de lo que es ahora, no creo que pueda soportarlo.
Ella miró al frente y cruzó la mirada con la de él en el espejo. Todo el tiempo la había estado mirando en aquel espejo. Su sonrisa revelaba lo mucho que le gustaba lo que veía.
—Y yo no puedo soportarlo si tú no puedes.
Por fin, él se dio la vuelta. La devoró con la mirada. ¿Cuántas veces lo había visto Myriam en traje de baño? Los calzoncillos cubrían exactamente lo mismo, pero la diferencia radicada en la erección que tensaba la tela.
—Eres una diosa…
Myriam pensó en la testaruda celulitis que se negaba a desaparecer de los muslos. Entonces, miró a Víctor y vio un profundo deseo en sus ojos. Le estaba observando el pequeño triángulo de tela que le cubría la entrepierna. Efectivamente, se sentía como una diosa, hermosa y poderosa, sin importarle las imperfecciones que él pudiera ver.
—¿Quieres oír una fantasía? —le preguntó Víctor, mientras se sentaba a los pies de la cama y le acariciaba suavemente un pie con el dedo.
—Sí…
—Al principio de esta semana, yo estaba en la playa —dijo, sin dejar de acariciarle el tobillo—, y vi una mujer con unas piernas espectaculares…
—No sabía que te gustaran tanto las piernas —replicó Myriam. Creía que siempre le habían atraído las mujeres con buenos pechos.
—Yo tampoco…
—Es bueno desarrollar intereses nuevos —susurró ella. Sentía que nadie la había acariciado nunca con tanto erotismo.
—Esto va más allá de un interés —replicó Víctor, mientras inclinaba la cabeza y empezaba a lamerle suavemente la rodilla.
Myriam gimió de placer al sentir que aquellas sensaciones tan agradables se le iban extendiendo por el cuerpo. Entonces, Víctor comenzó a hacerle lo mismo a la otra rodilla. Si solo lamiéndole la rodilla le hacía sentir tan bien…
—Sí, sí…
—Eso es, cielo. Dime lo que te gusta. Quiero saberlo.
Myriam bajó los ojos y vio que los anchos hombros de Víctor le ocupaban toda la entrepierna. Entonces, le acarició suavemente con el interior del muslo y levantó la pierna, colocándosela por encima.
—Me estabas contando una fantasía —le recordó.
—Es cierto. Me había distraído —murmuró Víctor, mientras le dibujaba ligeros círculos en la parte interna del muslo.
Myriam se humedeció los labios. La tensión iba creciendo dentro de ella. Se arqueó para que él subiera un poco más, más allá de los muslos…
—Bueno, esta mujer tenía unas piernas muy largas estupendas… y muy seductoras —dijo, mientras le lamía la suave piel, subiendo poco a poco desde la rodilla—. Ah, niña. Solo con tu aroma me excito…
—Víctor… —susurró Myriam, sintiéndose aún más húmeda al escuchar sus palabras.
—No hago más que desviarme del tema —dijo, subiendo poco a poco.
Entonces, le colocó una mano encima del tanga, justo donde ella más lo deseaba. A continuación, depositó suaves y tiernos besos sobre la piel de entre el vientre y la cadera. Aquel contacto estaba volviendo loca a Myriam. Poco a poco, fue acercándose al borde de las braguitas, torturándola más aún, pero sin ofrecerle alivio a su tensión…
Myriam necesitaba mucho más. La boca. La mano. Algo mucho más satisfactorio que el simple y cálido aliento que salía de sus labios.
—Por favor…
—Niña, esto no ha hecho más que empezar, pero todavía tengo que contarte mi historia —musitó, mientras extendía la mano para encontrarle la cremallera del vestido—. Cuando vi a esa mujer de ensueño en la playa, con unas piernas que me hicieron desearla más que a nada en el mundo, con unas trenzas muy sexys, en lo único en lo que pude pensar fue en… —se interrumpió para bajarle la cremallera—… tener a esa mujer desnuda, debajo de mí… en hundirme profundamente dentro de ella y sentir cómo esas piernas tan increíbles me rodeaban la cintura —añadió, bajándole un poco el vestido y dejando casi al descubierto los pechos de Myriam—. Bueno… ¿qué te parece mi fantasía?
Ella sintió que estaba al borde de la locura y no estaba dispuesta a sufrirlo a solas. Víctor tenía el control de la situación. Se agarró el bajo del vestido y fue subiéndoselo poco a poco, hasta sacárselo por la cabeza con movimientos fluidos y seductores.
—Creo que esa fantasía es muy agradable —susurró, dejando que el vestido cayera al suelo. Entonces, rodeó la cintura de Víctor con las piernas—, pero la realidad puede ser aún mejor.
Al verla, Víctor contuvo el aliento y pensó que, efectivamente, en aquel caso la realidad podría superar a la ficción. Aquella fantasía, al contrario que las que había tenido hasta entonces, iba más allá de lo físico. Habían sido parte integral el uno del otro a lo largo de muchos años. Hacer el amor con Myriam era la culminación. El final. Un principio.
—La realidad ya es mucho mejor —susurró, acariciándole suavemente los costa dos—. Tienes una piel tan suave…
Le acarició la parte inferior de los pechos, haciendo que la tensión se acrecentara en ella. Los pezones se le tensaron aún más, buscando la atención que necesitaban. Entonces, le colocó las manos en la espalda y la levantó un poco, rodeando la delicada punta con la lengua. Un deseo irrefrenable se apoderó de él y se metió el pezón más profundamente en la boca. Myriam apretó un poco más fuerte su húmedo calor contra la erección que él presentaba.
Arqueó la espalda, haciendo que el pecho se le hundiera más profundamente en la boca. Víctor se dispuso enseguida a concederle sus deseos y fue pasando alternativamente de un pecho a otro. Las sensaciones no podrían haber sido más placenteras. El aire de la habitación vibraba de deseo y necesidad. Víctor sentía que todo su cuerpo estaba preso del deseo que sentía. Todo en él se centraba en el sabor, en el aroma, en el tacto de Myriam. Todo le empujaba a estar más cerca de ella, a ser parte de ella.
A Víctor le gustaba el sexo, pero aquella vez era diferente. Aquello no era una mera búsqueda de placer. Era una necesidad que bordeaba la desesperación.
Con cada lametazo que le daba a los pezones, el sexo de Myriam se rozaba contra la erección de Víctor, humedeciéndole los calzoncillos con su deseo.
—Dios… Estás tan húmeda y tan caliente —susurró. Entonces, metió la mano por la parte posterior del tanga y tiró, haciendo que la tela de la braguita se le pegara más a la carne—. ¿Te gusta esto?
—Sí, sí, me gusta —gimió ella, retorciéndose de placer—. ¿Y tú? —añadió, extendiendo la mano y sacándole la erección a través de la abertura de los calzoncillos para poder acariciarlo de arriba abajo—. ¿Te gusta cuando te toco así?
—Sí, me gusta mucho —murmuró él, conteniendo el aliento.
Myriam hizo que bajara la cabeza y lo besó con la boca abierta, dejando que el ritmo de la lengua fuera el mismo que el de la mano. Caricia a caricia, fue derritiendo poco a poco el autocontrol que Víctor mostraba. Casi frenético, le agarró el trasero con las manos y se acercó un poco más la cálida humedad de Myriam. Justo cuando creyó que iba a explotar, ella detuvo la mano y apartó la boca de la de él.
—Víctor, si no lo hacemos pronto, creo que voy a perder la cabeza.
—Cielo, yo ya la be perdido —susurró, mientras empezaba a colocarla suavemente sobre la espalda.
—No, quédate así.
—De acuerdo.
Con un rápido movimiento, Myriam se incorporó y se apartó el tanga hacia un lado.
—Ahora, vayamos muy lentamente… Víctor le agarró las caderas y la colocó encima de su erección. Ella tenía de nuevo las piernas rodeándole la cintura y se hundió en él con enloquecedora lentitud. Centímetro a centímetro, fue rodeándolo con su húmedo calor. Víctor cerró los ojos, incapaz de soportar el placer mientras penetraba en aquel cálido y tenso paraíso.
Durante un momento, los dos se quedaron inmóviles. Entonces, ella apretó los músculos que lo rodeaban y lo llevó más profundamente dentro de ella.
—Myriam, cielo…
—Sí… Me gusta.
Ella arqueó la espalda, haciendo que sus senos se frotaran contra el fuerte muro de su pecho. Víctor le agarró la cabeza y la besó, profunda y apasionadamente. Entonces, ella comenzó a moverse, bailando sobre él, aferrándose a su masculinidad con los músculos, apretándolo. Como en aquella postura a Víctor le resultaba imposible empujar, se limitó a frotarse contra ella y poco a poco fue adquiriendo su ritmo.
Estaba a punto de alcanzar el orgasmo, pero apretó los dientes y se contuvo. No deseaba llegar a ese punto sin Myriam. Entonces, sintió unos fuertes espasmos que surgían de lo más profundo de su ser.
—Eso es, Myriam… Vamos, niña, vamos…
En el momento en el que los dos alcanzaron el clímax, Víctor se dio cuenta de lo vacío que había estado el sexo para él hasta entonces. No había sido más que un alivio físico. Nada que ver con el gozo de compartir el cuerpo con una mujer con la que se tenían unos vínculos mentales tan importantes.
Los dos se dejaron caer sobre el colchón, sin separarse. A pesar de estar saciado, Víctor sintió que podía quedarse dentro de Myriam para siempre. Todas las fantasías que había tenido hasta aquel momento palidecían en comparación.
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Muchas gracias por el capi estuvo muy bueno no tardes mucho sigele asi mil gracias
Eva Robles- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 214
Edad : 51
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Gracias por un buenisimo capitulo estuvo genial
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Ke buen capitulo !!!! Muchas gracias.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
hola aqui esta el capitulo espero y le este gustando, esta un poco fuerte pero me gusto mucho.... gracias por todos los comentarios
Capítulo 7
Myriam cerró los ojos. Se sentía completa, plena. Hacer el amor con Víctor le había provocado un placer tan profundo, una plenitud tan maravillosa y tan pura que le provocó una dolorosa melancolía.
Absorbió la textura de la piel de Víctor contra la suya, el calor que emanaba de su vientre, el fragante olor que había producido su unión… Con asombrosa claridad, Myriam se dio cuenta de que siempre había ocultado algo de sí misma cuando hacía el amor. Una reserva emocional. Una parte de ella que era suya solamente y que no estaba dispuesta a compartir con nadie. Sin embargo, con Víctor no había habido reservas. No había sido una decisión consciente, sino que simplemente había ocurrido así. Se había entregado por completo. A cambio, había recibido una gratificación que jamás había conocido antes.
—¿Estás dormida, Myriam?
—No —respondió ella, aunque sin abrir los ojos. Le acarició suavemente la pierna con el pie, gozando con el tacto de sentir su piel contra su propia piel. Una última vez. Myriam abrió los ojos. No quería enfrentarse al lado más práctico de su relación tan pronto, pero sabía que no podía gozar con aquel momento para siempre—. No, no estoy dormida.
Víctor le acarició suavemente el vientre, como si no deseara perder el contacto. Dios, acababan de empeorar las cosas. No habían dejado nada en evidencia más que su propia locura.
Myriam se colocó de costado y dejó una amplia extensión de colchón entre ellos. De repente, su propia desnudez la avergonzaba y se tapó con la sábana.
—Bueno, menos mal que ya hemos terminado con eso… —susurró ella, sin saber cómo sería su relación a partir de entonces.
—¿Qué quieres…?
—¿Quieres…?
Los dos se echaron a reír, liberándose así de la tensión que los embargaba. Myriam cometió el error de mirarlo, en su espléndida desnudez. Incluso en aquellos momentos, su cuerpo sintió deseos al notar la proximidad del de él. Aquello no formaba parte de su plan. Se había imaginado que si hacían el amor una vez, el misterio que había entre ellos desaparecería, pero no había sido así. ¡Qué desastre!
—Adelante.
—No, tú primero.
—Tú, insisto.
—De acuerdo —dijo Víctor, encogiéndose de hombros—. Te iba a preguntar si estabas lista para dormir —añadió, con un potente fuego en los ojos.
—¿Aquí? —preguntó Myriam, imaginándoselos a ambos, abrazados—. Claro que quieres decir aquí. Creo que no. En realidad no estoy cansada. De hecho, me siento con muchas energías.
Mientras hablaba, empleó unos cuantos movimientos de contorsionista para tratar de recuperar el vestido de dónde estaba, pero sin tener que destaparse de la colcha que la cubría.
—Pero tú puedes dormirte si quieres. Yo no haré ningún ruido. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.
—No me puedo creer que no sea consciente de que tú estás a mi lado —dijo Víctor, acariciándola con la mirada.
La mano de Myriam sujetó la colcha con fuerza. Sin embargo, al sentir la ardiente mirada de Víctor, los pezones se le irguieron. ¿En qué había estado pensando para colocarse en esa situación con su mejor amigo?
—Oh…
—Déjame ayudarte —afirmó él, al notar que ella tenía dificultades para recuperar el vestido—. Aquí tienes.
—Víctor…
—Myriam…
Él se inclinó sobre ella, tan cerca que Myriam pudo sentir el calor que irradiaba de su cuerpo. Un potente deseo se despertó en ella, como una cinta que se desata lentamente.
Aquello estaba mal. Habían hecho el amor una vez. Aquello debería haber bastado para librarla del anhelo que la atenazaba por dentro. Sin embargo, no era así. Lo deseaba mucho más que antes.
—Dame el vestido, Víctor…
—Claro —replicó él. Se lo entregó, pero no se apartó de ella.
Myriam se lo colocó debajo de las axilas, sujetándoselo contra el pecho como si se tratara de una venda gigante. Entonces, se levantó de la cama sin darle nunca la espalda.
—Muy bien. Me voy a poner el traje de baño para que podamos ir a nadar.
Rápidamente, se dirigió al cuarto de baño. No era una salida muy digna, pero era peor darse la vuelta y mostrarle su celulitis.
—¿Qué estás haciendo, Myriam?
—Ya te lo he dicho. Me voy al cuarto de baño para ponerme mi bañador.
—¿Y por qué avanzas por la habitación de espaldas?
—Eh… bueno, ya sabes… Es que estoy desnuda. Bueno, casi desnuda.
—Ya te he visto antes, Myriam —le dijo Víctor—. Además, ese tanga es de lo más sexy…
—Sí, bueno, yo también te he visto a ti —replicó ella, mientras abría como podía la puerta del cuarto de baño y se metía dentro. Rápidamente, cerró la puerta y echó el pestillo.
Lo había visto, lo había sentido, lo había saboreado, lo había olido… Había tenido la experiencia completa. Ahí precisamente radicaba el problema. No lo iba a olvidar fácilmente.
Mientras se ponía el traje de baño, Víctor pensó que aquello era ridículo. Myriam y él se estaban hablando a gritos. De repente, ella pasó a no hablarle mientras atravesaban la habitación para ir a la piscina. En aquellos momentos, estaba nadando tan rápidamente aquella distancia tan pequeña que probablemente terminaría completamente mareada.
Agarró el cubo de champán y dos copas. A pesar de todos los años que hacía que conocía a Myriam, se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que le estaba pasando en aquellos momentos por la cabeza. Sin embargo, tenía la intención de descubrirlo.
Abrió la puerta y salió al patio, que habría estado casi a oscuras si no hubiera sido por la luz de la luna y la de la habitación, que se filtraba a través de los cristales de la puerta. Myriam había dejado de nadar y estaba flotando de espaldas.
—Vete —le ordenó, sin abrir los ojos.
—No —dijo, dejando el cubo y las copas en el suelo. Entonces, se metió en la piscina—. Vamos a hablar.
—No quiero hablar.
—Es una pena. Soy capaz de estar aquí toda la noche si eso es lo que hace falta —replicó, mientras quitaba el corcho de la botella.
—Eres muy testarudo.
—Sí. Aquí hay una copa de champán, esperándote para cuando me quieras decir que estás lista.
—Muy bien —dijo ella, extendiendo la mano para tomar la copa—. Habla.
—¿Por qué estás enfadada conmigo?
—No lo estoy.
—Entonces, ¿por qué me has gritado?
—Tú también me gritaste a mí —le espetó ella, tras dar un sorbo al champán.
—Myriam, esto no nos va a llevar a ninguna parte.
—De acuerdo… Te grité porque me siento frustrada. Gritar me pareció una opción algo mejor que tirarte algo a la cabeza.
—Yo creí que habías disfrutado…
—Ese es el problema. Claro que disfruté.
—De acuerdo.
Myriam estaba enfadada porque el sexo había sido demasiado bueno. Aquello era un comienzo. En realidad, no solo había sido bueno… más bien increíble. Estupendo. Solo de pensarlo, se le producía otra erección.
Myriam se terminó el champán y extendió la copa para que él se la volviera a llenar.
—Si hubiera sido malo, nos habría dado vergüenza, pero lo habríamos achacado a que no hay química entre nosotros. Sin embargo, no ha sido así. Es espectacular. La mejor experiencia sexual de toda mi vida y tiene que ser contigo.
—¿Querías tener una mala experiencia sexual conmigo? —preguntó él, incrédulo—. Entonces, estás enfadada porque los dos hemos disfrutado tanto…
—El plan era que nos acostáramos juntos para que pudiéramos superarlo, pero ahora es peor que antes. ¿Cómo voy a poder volver a estar a tu lado sin recordar lo bien que nos lo hemos pasado? No creo que pueda hacerlo nunca, te lo aseguro.
Entonces, se dio la vuelta y se puso de espaldas a él.
La luz de la luna bailaba sobre las curvas de su espalda, revelando pequeños hoyuelos que Víctor se moría por explorar. El pulso comenzó a latirle con fuerza.
—Sé lo que quieres decir.
—¿De verdad? —le preguntó ella, mirándolo por encima del hombro.
El sabor de Myriam. Su aroma. Recordar cómo se aferraba a él mientras estaba hundido dentro de ella. Hacer el amor con ella solo le había despertado más el apetito.
—Te aseguro que yo tampoco voy a olvidar fácilmente esta experiencia contigo.
Myriam apartó la mirada. Se le estaba formando un nuevo plan en la cabeza, uno que había nacido de la pura desesperación y de dos, o tal vez tres, copas de champán.
—¿Sabes una cosa? Estoy segura de que no podría volver a ser igual de bueno.
—He de admitir que no parece probable —dijo él.
—Seguramente ha sido una casualidad. Si tuviéramos el valor de volver a repetir, probablemente sería terrible. Una verdadera desilusión.
Víctor la abrazó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Como cuando se aplica una cerilla a la madera, el deseo se abrió paso a través de ella.
—Yo estoy dispuesto a volverlo a intentar si tú quieres repetir.
La cálida boca de Víctor empezó a mordisquearle el hombro y la sensible piel del cuello. En lo único en lo que Myriam podía pensar era en las sensaciones que le producían aquellos labios y en el deseo que estaban despertando en su interior.
—¿Quieres que te toque? —le preguntó Víctor, con voz profunda. La ancha y firme erección que él tenía se le acopló de nuevo contra el trasero. Instintivamente, ella se frotó contra su cuerpo—. Dímelo, Myriam. Dímelo…
—Sí, sí, por favor…
Tenía la voz rasgada por el deseo. Sintió que Víctor levantaba las manos y las deslizaba por debajo del sujetador del biquini. Ella se aferró a los antebrazos, animándolo. Por fin, él le cubrió los pechos con las manos, acariciándolos, estimulándolos. Myriam se arqueó contra él, desesperada por sentir sus caricias, porque la liberara del dulce tormento que la atenazaba. Finalmente, cuando le tocó los pezones, su cuerpo entero sufrió una convulsión al sentir que él iba alternando caricias, pellizcos y movimientos circulares que hicieron que aquellas pequeñas cimas se irguieran hacia la oscuridad de la noche. Gimió de placer y se frotó un poco más contra él.
Víctor empezó a mordisquearle suavemente la oreja. Aquellos besos, junto con las sensaciones de la barba contra la sensible piel de su rostro resultaron más excitantes de lo que había imaginado nunca.
—Va a volver a ser bueno, ¿verdad? —susurró, llena de deseo y anticipación.
—Creo que sí, niña…
Estaba ya tan húmeda y tan lista para recibirlo que se sentía a punto de desintegrarse.
—Ahora, Víctor… Te deseo ahora… Así…
Se quitó la parte de arriba del biquini y se bajó las braguitas, inclinándose para quitárselas.
—¿Así? —le preguntó él, al ver que se inclinaba en el agua delante de él.
—Sí, así —replicó Myriam, mirándolo por encima del hombro.
Víctor la devoró con la mirada mientras se quitaba el bañador. Ansiaba llenarla, por lo que le colocó las manos en las caderas con un gesto urgente. Ella se apretó contra la erección y separó las piernas. Con un único movimiento, Víctor la penetró.
Los movimientos parecían hacerse más lánguidos con el agua. Era como hacer el amor a cámara lenta. Myriam gemía de placer, mientras las manos de Víctor la acariciaban por todas partes. Él la reclamó con las frases propias de un amante y ella le respondió, susurrando palabras inconexas que flotaban en el aire de la noche.
Los temblores empezaron a sacudir su parte más íntima. Cada movimiento iba incrementando su intensidad. Como había ocurrido antes, no pudo contenerse. Las emociones se apoderaron de ella junto con las sensaciones físicas.
Un profundo grito le salió de la garganta cuando sintió que Víctor temblaba con ella. Entonces, entre movimientos febriles y caricias, se unieron en una sola carne.
Víctor se dejó caer en el pequeño asiento e hizo que Myriam se sentara encima de él. Agotados, prácticamente incoherentes, se quedaron allí. Myriam buscó consuelo en las sólidas llanuras del pecho de él.
El agua fresca los fue tranquilizando poco a poco, hasta que ambos recuperaron el aliento y la normalidad. De repente, Myriam sintió un sabor salado en los labios y se dio cuenta de que estaba llorando. Sorbió desesperadamente, tratando de disimular, pero fue demasiado tarde.
—Myriam, cariño —susurró Víctor, dándole un beso en lo alto de la cabeza—. ¿Por qué estás llorando? Por favor —añadió, acariciándola suavemente—, por favor no llores, cariño. Todo va a salir bien.
Ella se acurrucó contra su pecho. Las lágrimas se mezclaban con las gotas de agua que él tenía enredadas en el vello del pecho. Entonces, se secó los ojos y se apoyó sobre él. Sin embargo, no podía hablar.
—Todo va a salir bien…
—¿Y si no es así? —consiguió decir por fin—. ¿Y si las cosas no vuelven a estar bien entre nosotros?
Víctor la besó. Sus labios le ofrecieron un consuelo que ella tomó rápidamente. Cuando él empezó a separarse de ella, sintió que el deseo volvía a apoderarse de su cuerpo.
—Dale una nota a la primera vez en una escala del uno al diez —le dijo.
—No creo que debamos hacer eso, Myriam…
—Bueno, entonces, finge que no fui yo. Es decir, que no hiciste el amor conmigo. Imagínate que todo ocurrió con una desconocida a la que te ligaste en la playa y con la que te acostaste.
—Podría resultarme más fácil si no estuvieras sentada encima de mí, mientras los dos estamos desnudos. Si vas a seguir sentada ahí y nos ponemos a hablar de esto… —susurró él, mientras se movía un poco.
—¿Dos veces en una misma noche? No puedes…
—Mira, Myriam, no tienes que hacerme parecer un bicho raro. Parece que esa parte de mi cuerpo tiene mente propia y que tú eres la responsable de ello.
Rápidamente, Myriam se levantó y se dirigió a la esquina opuesta, tan lejos de Víctor como le fue posible.
—De acuerdo. Entonces, conocí a esta bellísima desconocida en la playa y compartí con ella el mejor sexo de mi vida… ¿Haces esto con otros hombres? —preguntó él, cambiando abruptamente de tema—. Me refiero a lo de poner notas… Tengo que decirte que me parece una mala idea… Bueno, en una escala del uno al diez, yo le daría un doce.
—Claro que no hago esto con otros hombres, pero se trata de ti… ¿Doce? Bien. Yo también le daría un doce. ¿Y la segunda vez?
—No creo que te vaya a gustar oír lo que te voy a decir…
—Probablemente no, pero adelante.
—Ha sido la mejor vez de toda mi vida. Al menos trece y medio.
—Maldita sea…
—Lo sé. ¿Y tú?
—Yo le daría un catorce, sin dudarlo. Mira, Víctor, tenemos que pensar un plan. El plan A y el B han sido un completo desastre… ¿Se te ocurre algo? ¿Víctor? —añadió, al ver que no contestaba—. ¿Te has dormido?
No lo estaba. Myriam se dio cuenta de que se había levantado un poco y que había dejado los senos por encima del agua. La mujer que había en ella quería dejarse llevar por el modo en el que le estaba mirando, pero la amiga quería hundirse un poco más en el agua. Se quedó inmóvil, sin poder moverse.
—Víctor… Tenemos que crear un nuevo plan…
—¿Un plan? ¿Y no dejarnos llevar y ver simplemente lo que pasa?
—Yo no puedo hacer eso. Ya sabes que no puedo…
—Entonces, ya se nos ocurrirá algo —le prometió él.
Capítulo 7
Myriam cerró los ojos. Se sentía completa, plena. Hacer el amor con Víctor le había provocado un placer tan profundo, una plenitud tan maravillosa y tan pura que le provocó una dolorosa melancolía.
Absorbió la textura de la piel de Víctor contra la suya, el calor que emanaba de su vientre, el fragante olor que había producido su unión… Con asombrosa claridad, Myriam se dio cuenta de que siempre había ocultado algo de sí misma cuando hacía el amor. Una reserva emocional. Una parte de ella que era suya solamente y que no estaba dispuesta a compartir con nadie. Sin embargo, con Víctor no había habido reservas. No había sido una decisión consciente, sino que simplemente había ocurrido así. Se había entregado por completo. A cambio, había recibido una gratificación que jamás había conocido antes.
—¿Estás dormida, Myriam?
—No —respondió ella, aunque sin abrir los ojos. Le acarició suavemente la pierna con el pie, gozando con el tacto de sentir su piel contra su propia piel. Una última vez. Myriam abrió los ojos. No quería enfrentarse al lado más práctico de su relación tan pronto, pero sabía que no podía gozar con aquel momento para siempre—. No, no estoy dormida.
Víctor le acarició suavemente el vientre, como si no deseara perder el contacto. Dios, acababan de empeorar las cosas. No habían dejado nada en evidencia más que su propia locura.
Myriam se colocó de costado y dejó una amplia extensión de colchón entre ellos. De repente, su propia desnudez la avergonzaba y se tapó con la sábana.
—Bueno, menos mal que ya hemos terminado con eso… —susurró ella, sin saber cómo sería su relación a partir de entonces.
—¿Qué quieres…?
—¿Quieres…?
Los dos se echaron a reír, liberándose así de la tensión que los embargaba. Myriam cometió el error de mirarlo, en su espléndida desnudez. Incluso en aquellos momentos, su cuerpo sintió deseos al notar la proximidad del de él. Aquello no formaba parte de su plan. Se había imaginado que si hacían el amor una vez, el misterio que había entre ellos desaparecería, pero no había sido así. ¡Qué desastre!
—Adelante.
—No, tú primero.
—Tú, insisto.
—De acuerdo —dijo Víctor, encogiéndose de hombros—. Te iba a preguntar si estabas lista para dormir —añadió, con un potente fuego en los ojos.
—¿Aquí? —preguntó Myriam, imaginándoselos a ambos, abrazados—. Claro que quieres decir aquí. Creo que no. En realidad no estoy cansada. De hecho, me siento con muchas energías.
Mientras hablaba, empleó unos cuantos movimientos de contorsionista para tratar de recuperar el vestido de dónde estaba, pero sin tener que destaparse de la colcha que la cubría.
—Pero tú puedes dormirte si quieres. Yo no haré ningún ruido. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.
—No me puedo creer que no sea consciente de que tú estás a mi lado —dijo Víctor, acariciándola con la mirada.
La mano de Myriam sujetó la colcha con fuerza. Sin embargo, al sentir la ardiente mirada de Víctor, los pezones se le irguieron. ¿En qué había estado pensando para colocarse en esa situación con su mejor amigo?
—Oh…
—Déjame ayudarte —afirmó él, al notar que ella tenía dificultades para recuperar el vestido—. Aquí tienes.
—Víctor…
—Myriam…
Él se inclinó sobre ella, tan cerca que Myriam pudo sentir el calor que irradiaba de su cuerpo. Un potente deseo se despertó en ella, como una cinta que se desata lentamente.
Aquello estaba mal. Habían hecho el amor una vez. Aquello debería haber bastado para librarla del anhelo que la atenazaba por dentro. Sin embargo, no era así. Lo deseaba mucho más que antes.
—Dame el vestido, Víctor…
—Claro —replicó él. Se lo entregó, pero no se apartó de ella.
Myriam se lo colocó debajo de las axilas, sujetándoselo contra el pecho como si se tratara de una venda gigante. Entonces, se levantó de la cama sin darle nunca la espalda.
—Muy bien. Me voy a poner el traje de baño para que podamos ir a nadar.
Rápidamente, se dirigió al cuarto de baño. No era una salida muy digna, pero era peor darse la vuelta y mostrarle su celulitis.
—¿Qué estás haciendo, Myriam?
—Ya te lo he dicho. Me voy al cuarto de baño para ponerme mi bañador.
—¿Y por qué avanzas por la habitación de espaldas?
—Eh… bueno, ya sabes… Es que estoy desnuda. Bueno, casi desnuda.
—Ya te he visto antes, Myriam —le dijo Víctor—. Además, ese tanga es de lo más sexy…
—Sí, bueno, yo también te he visto a ti —replicó ella, mientras abría como podía la puerta del cuarto de baño y se metía dentro. Rápidamente, cerró la puerta y echó el pestillo.
Lo había visto, lo había sentido, lo había saboreado, lo había olido… Había tenido la experiencia completa. Ahí precisamente radicaba el problema. No lo iba a olvidar fácilmente.
Mientras se ponía el traje de baño, Víctor pensó que aquello era ridículo. Myriam y él se estaban hablando a gritos. De repente, ella pasó a no hablarle mientras atravesaban la habitación para ir a la piscina. En aquellos momentos, estaba nadando tan rápidamente aquella distancia tan pequeña que probablemente terminaría completamente mareada.
Agarró el cubo de champán y dos copas. A pesar de todos los años que hacía que conocía a Myriam, se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que le estaba pasando en aquellos momentos por la cabeza. Sin embargo, tenía la intención de descubrirlo.
Abrió la puerta y salió al patio, que habría estado casi a oscuras si no hubiera sido por la luz de la luna y la de la habitación, que se filtraba a través de los cristales de la puerta. Myriam había dejado de nadar y estaba flotando de espaldas.
—Vete —le ordenó, sin abrir los ojos.
—No —dijo, dejando el cubo y las copas en el suelo. Entonces, se metió en la piscina—. Vamos a hablar.
—No quiero hablar.
—Es una pena. Soy capaz de estar aquí toda la noche si eso es lo que hace falta —replicó, mientras quitaba el corcho de la botella.
—Eres muy testarudo.
—Sí. Aquí hay una copa de champán, esperándote para cuando me quieras decir que estás lista.
—Muy bien —dijo ella, extendiendo la mano para tomar la copa—. Habla.
—¿Por qué estás enfadada conmigo?
—No lo estoy.
—Entonces, ¿por qué me has gritado?
—Tú también me gritaste a mí —le espetó ella, tras dar un sorbo al champán.
—Myriam, esto no nos va a llevar a ninguna parte.
—De acuerdo… Te grité porque me siento frustrada. Gritar me pareció una opción algo mejor que tirarte algo a la cabeza.
—Yo creí que habías disfrutado…
—Ese es el problema. Claro que disfruté.
—De acuerdo.
Myriam estaba enfadada porque el sexo había sido demasiado bueno. Aquello era un comienzo. En realidad, no solo había sido bueno… más bien increíble. Estupendo. Solo de pensarlo, se le producía otra erección.
Myriam se terminó el champán y extendió la copa para que él se la volviera a llenar.
—Si hubiera sido malo, nos habría dado vergüenza, pero lo habríamos achacado a que no hay química entre nosotros. Sin embargo, no ha sido así. Es espectacular. La mejor experiencia sexual de toda mi vida y tiene que ser contigo.
—¿Querías tener una mala experiencia sexual conmigo? —preguntó él, incrédulo—. Entonces, estás enfadada porque los dos hemos disfrutado tanto…
—El plan era que nos acostáramos juntos para que pudiéramos superarlo, pero ahora es peor que antes. ¿Cómo voy a poder volver a estar a tu lado sin recordar lo bien que nos lo hemos pasado? No creo que pueda hacerlo nunca, te lo aseguro.
Entonces, se dio la vuelta y se puso de espaldas a él.
La luz de la luna bailaba sobre las curvas de su espalda, revelando pequeños hoyuelos que Víctor se moría por explorar. El pulso comenzó a latirle con fuerza.
—Sé lo que quieres decir.
—¿De verdad? —le preguntó ella, mirándolo por encima del hombro.
El sabor de Myriam. Su aroma. Recordar cómo se aferraba a él mientras estaba hundido dentro de ella. Hacer el amor con ella solo le había despertado más el apetito.
—Te aseguro que yo tampoco voy a olvidar fácilmente esta experiencia contigo.
Myriam apartó la mirada. Se le estaba formando un nuevo plan en la cabeza, uno que había nacido de la pura desesperación y de dos, o tal vez tres, copas de champán.
—¿Sabes una cosa? Estoy segura de que no podría volver a ser igual de bueno.
—He de admitir que no parece probable —dijo él.
—Seguramente ha sido una casualidad. Si tuviéramos el valor de volver a repetir, probablemente sería terrible. Una verdadera desilusión.
Víctor la abrazó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Como cuando se aplica una cerilla a la madera, el deseo se abrió paso a través de ella.
—Yo estoy dispuesto a volverlo a intentar si tú quieres repetir.
La cálida boca de Víctor empezó a mordisquearle el hombro y la sensible piel del cuello. En lo único en lo que Myriam podía pensar era en las sensaciones que le producían aquellos labios y en el deseo que estaban despertando en su interior.
—¿Quieres que te toque? —le preguntó Víctor, con voz profunda. La ancha y firme erección que él tenía se le acopló de nuevo contra el trasero. Instintivamente, ella se frotó contra su cuerpo—. Dímelo, Myriam. Dímelo…
—Sí, sí, por favor…
Tenía la voz rasgada por el deseo. Sintió que Víctor levantaba las manos y las deslizaba por debajo del sujetador del biquini. Ella se aferró a los antebrazos, animándolo. Por fin, él le cubrió los pechos con las manos, acariciándolos, estimulándolos. Myriam se arqueó contra él, desesperada por sentir sus caricias, porque la liberara del dulce tormento que la atenazaba. Finalmente, cuando le tocó los pezones, su cuerpo entero sufrió una convulsión al sentir que él iba alternando caricias, pellizcos y movimientos circulares que hicieron que aquellas pequeñas cimas se irguieran hacia la oscuridad de la noche. Gimió de placer y se frotó un poco más contra él.
Víctor empezó a mordisquearle suavemente la oreja. Aquellos besos, junto con las sensaciones de la barba contra la sensible piel de su rostro resultaron más excitantes de lo que había imaginado nunca.
—Va a volver a ser bueno, ¿verdad? —susurró, llena de deseo y anticipación.
—Creo que sí, niña…
Estaba ya tan húmeda y tan lista para recibirlo que se sentía a punto de desintegrarse.
—Ahora, Víctor… Te deseo ahora… Así…
Se quitó la parte de arriba del biquini y se bajó las braguitas, inclinándose para quitárselas.
—¿Así? —le preguntó él, al ver que se inclinaba en el agua delante de él.
—Sí, así —replicó Myriam, mirándolo por encima del hombro.
Víctor la devoró con la mirada mientras se quitaba el bañador. Ansiaba llenarla, por lo que le colocó las manos en las caderas con un gesto urgente. Ella se apretó contra la erección y separó las piernas. Con un único movimiento, Víctor la penetró.
Los movimientos parecían hacerse más lánguidos con el agua. Era como hacer el amor a cámara lenta. Myriam gemía de placer, mientras las manos de Víctor la acariciaban por todas partes. Él la reclamó con las frases propias de un amante y ella le respondió, susurrando palabras inconexas que flotaban en el aire de la noche.
Los temblores empezaron a sacudir su parte más íntima. Cada movimiento iba incrementando su intensidad. Como había ocurrido antes, no pudo contenerse. Las emociones se apoderaron de ella junto con las sensaciones físicas.
Un profundo grito le salió de la garganta cuando sintió que Víctor temblaba con ella. Entonces, entre movimientos febriles y caricias, se unieron en una sola carne.
Víctor se dejó caer en el pequeño asiento e hizo que Myriam se sentara encima de él. Agotados, prácticamente incoherentes, se quedaron allí. Myriam buscó consuelo en las sólidas llanuras del pecho de él.
El agua fresca los fue tranquilizando poco a poco, hasta que ambos recuperaron el aliento y la normalidad. De repente, Myriam sintió un sabor salado en los labios y se dio cuenta de que estaba llorando. Sorbió desesperadamente, tratando de disimular, pero fue demasiado tarde.
—Myriam, cariño —susurró Víctor, dándole un beso en lo alto de la cabeza—. ¿Por qué estás llorando? Por favor —añadió, acariciándola suavemente—, por favor no llores, cariño. Todo va a salir bien.
Ella se acurrucó contra su pecho. Las lágrimas se mezclaban con las gotas de agua que él tenía enredadas en el vello del pecho. Entonces, se secó los ojos y se apoyó sobre él. Sin embargo, no podía hablar.
—Todo va a salir bien…
—¿Y si no es así? —consiguió decir por fin—. ¿Y si las cosas no vuelven a estar bien entre nosotros?
Víctor la besó. Sus labios le ofrecieron un consuelo que ella tomó rápidamente. Cuando él empezó a separarse de ella, sintió que el deseo volvía a apoderarse de su cuerpo.
—Dale una nota a la primera vez en una escala del uno al diez —le dijo.
—No creo que debamos hacer eso, Myriam…
—Bueno, entonces, finge que no fui yo. Es decir, que no hiciste el amor conmigo. Imagínate que todo ocurrió con una desconocida a la que te ligaste en la playa y con la que te acostaste.
—Podría resultarme más fácil si no estuvieras sentada encima de mí, mientras los dos estamos desnudos. Si vas a seguir sentada ahí y nos ponemos a hablar de esto… —susurró él, mientras se movía un poco.
—¿Dos veces en una misma noche? No puedes…
—Mira, Myriam, no tienes que hacerme parecer un bicho raro. Parece que esa parte de mi cuerpo tiene mente propia y que tú eres la responsable de ello.
Rápidamente, Myriam se levantó y se dirigió a la esquina opuesta, tan lejos de Víctor como le fue posible.
—De acuerdo. Entonces, conocí a esta bellísima desconocida en la playa y compartí con ella el mejor sexo de mi vida… ¿Haces esto con otros hombres? —preguntó él, cambiando abruptamente de tema—. Me refiero a lo de poner notas… Tengo que decirte que me parece una mala idea… Bueno, en una escala del uno al diez, yo le daría un doce.
—Claro que no hago esto con otros hombres, pero se trata de ti… ¿Doce? Bien. Yo también le daría un doce. ¿Y la segunda vez?
—No creo que te vaya a gustar oír lo que te voy a decir…
—Probablemente no, pero adelante.
—Ha sido la mejor vez de toda mi vida. Al menos trece y medio.
—Maldita sea…
—Lo sé. ¿Y tú?
—Yo le daría un catorce, sin dudarlo. Mira, Víctor, tenemos que pensar un plan. El plan A y el B han sido un completo desastre… ¿Se te ocurre algo? ¿Víctor? —añadió, al ver que no contestaba—. ¿Te has dormido?
No lo estaba. Myriam se dio cuenta de que se había levantado un poco y que había dejado los senos por encima del agua. La mujer que había en ella quería dejarse llevar por el modo en el que le estaba mirando, pero la amiga quería hundirse un poco más en el agua. Se quedó inmóvil, sin poder moverse.
—Víctor… Tenemos que crear un nuevo plan…
—¿Un plan? ¿Y no dejarnos llevar y ver simplemente lo que pasa?
—Yo no puedo hacer eso. Ya sabes que no puedo…
—Entonces, ya se nos ocurrirá algo —le prometió él.
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Muchas gracias por el capitulo, ojala Myri le haga caso a Victor.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Gracias por el capitulo siguele por faaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
SEGUIMOS ESPERANDO EL CAPITULO 8 NO TARDES¡¡¡
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Página 2 de 4. • 1, 2, 3, 4
Temas similares
» No Me Olvides - Capitulo 12 FINAL
» El Soundtrack de Una Vida... Capitulo 13 FINAL
» De la ira al amor.... Capitulo Final
» Encadenados Capitulo Final
» Contigo Aprendi (Final! Capitulo 85!!)
» El Soundtrack de Una Vida... Capitulo 13 FINAL
» De la ira al amor.... Capitulo Final
» Encadenados Capitulo Final
» Contigo Aprendi (Final! Capitulo 85!!)
Página 2 de 4.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.