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.: Eres mi tesoro :. Final, Epilogo y Algo mas

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Mensaje  Bere Lun Ene 04, 2016 3:17 pm

¿Qué hacer cuando de la nada aparece tu hija reclamando su abandono? "—Así que… tú eres la mujer que me abandonó." A veces los papeles se invierten y es Myriam quien abandona a Victor y a una pequeña bebé recién nacida. Años de silencio, engaños y amores inconclusos marcan la vida de dos personas… o tres.

Myriam no esperaba que las cosas se complicaran tanto en un par de semanas. De un segundo a otro tiene a una hija adolescente y a un ex que escupe rencor por los poros. Sin embargo, no parece ser un obstáculo para que ambos comiencen una relación clandestina. Caen en la fuerza de un amor que nunca concluyó, a pesar de que él no le perdona el abandono.

Una historia de amor, intrigas y un secreto guardado bajo siete llaves.

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.......................................

Hola chicas esta no es una historia original mia si no de Annie Stwart del foro de FanFiction yo solo la estare adaptandi para ustedes espero les guste inicia mañana...


Última edición por Bere el Lun Mar 14, 2016 12:43 am, editado 43 veces
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Mensaje  myrithalis Lun Ene 04, 2016 8:53 pm

Que bien novela yupi yupi saludos niña feliz navidad y feliz año!!!!1 bounce bounce bounce bounce bounce bounce
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Mensaje  Bere Mar Ene 05, 2016 1:58 am

Hola Chicas va el capitulo 1 ojala les guste

.........................................

Capítulo 1

Enfrentamientos.

Tomo la caja entre mis brazos con esfuerzo, sacándola de la camioneta en un suspiro. Son varias pero como me encuentro sola no me queda de otra más que arreglármelas como puedo subiendo y bajando del edificio cada cinco minutos. El clima de Mayo es justo lo que necesito para usar un short celeste y una blusa holgada. Los cordones de mis zapatillas vuelan en miles de direcciones y me detengo unos segundos para atarlos. Me levanto mirando por encima de mi hombro como la señora Finnigan me observa desde la ventana del primer piso del edificio. La mayoría de los vecinos sabe que soy la nueva del vecindario, y es porque desde hace dos semanas que he estado trayendo cajas por la mudanza.

Me mudé de casa de mi madre buscando independencia y estabilidad. La cosa se estaba poniendo complicada viviendo en el mismo techo que mamá, mi hermana y abuela. Terminábamos discutiendo por pequeñeces cuando pasábamos demasiado tiempo juntas. Amo a mi familia, pero creo que es hora de tener mi espacio luego del divorcio.

Conocí a Francisco Garza en la Universidad hace exactamente siete años y ambos fuimos novios durante un año antes de decidir casarnos. El noviazgo era perfecto; siempre me obsequiaba con chocolates, flores y cenas los viernes por la noche, pero eso cambió cuando nos casamos. Francisco empezó a ser fastidioso y demasiado posesivo. Cualquier hombre que se me acercara, me celaba. Al cabo de un tiempo me di cuenta que la boda había sido un error. Los dos éramos demasiado diferentes. Él quería una casa en el campo, yo en la ciudad. Él quería niños, yo no quería niños. Si opinaba diferente a él, me gritaba y se iba con sus amigos de fiesta.

Así que un día no soporté más sus gritos y tiré toda su ropa fuera del departamento. Él no se esperaba esa inesperada reacción mía, tratando de implorarme de rodillas. Sin embargo, no cedí y finalmente se fue hecho una furia.

Luego me mudé a casa de mi madre en Seattle, tramité el divorcio y desde hace medio año que estoy felizmente soltera.

Bueno, felizmente es una palabra muy grande.

Bajo por mi tercera y penúltima caja a la camioneta cuando alguien camina en mi dirección. Viene saliendo del edificio directamente hacia mí. Al principio no le tomo importancia y sigo descargando la caja pesada. Seguramente son los figurines que me encanta confeccionar. Aparto el mechón de cabello y suspiro con cansancio. Lamento no haber aceptado la ayuda de mi hermana menor para la mudanza, pero es que Cristy habría dejado una caja en el departamento y luego se habría dedicado a ocupar el celular mientras yo hago todo el trabajo arduo.

Escucho que alguien se aclara la garganta.

—Disculpa, ¿tú eres Myriam Montemayor?

Con caja en mano miro a la chica que tengo frente a mí. Es alta, cabello negro de ojos oscuros que contrastan con su piel blanca lo mismo que el brillante en la nariz. Lleva una mochila en su espalda y el cabello le llega a los codos. Levanto mi rodilla para sujetar la caja y descansar la fuerza de mis brazos.

—Sí ¿tú eres…?

La chica no contesta, parece muy absorta mirándome a la cara y tengo el impulso de agitar mi mano delante de sus ojos para ver si sigue allí.

—Claro que eres tú, no has cambiado mucho…

Frunzo el rostro, sacudiendo la cabeza confundida.

—¿Nos conocemos?

Ella suspira apretando la boca y mostrándome la foto en sus manos. Por un instante creo que se trata de una broma.

—La encontré por ahí —Explica sin dejar de mirarme. Parece un poco disgustada— toma.

Tomo la foto en mis manos, todavía con la caja sobre la pierna.

En la foto claramente estoy yo, pero con 15 años más o menos. No puede ser ¿cómo es que ha conseguido esta foto? Ni siquiera recuerdo haberme tomado esta fotografía. Me encuentro sola, sonriendo y con un listón celeste en el pelo por la alianza de mi colegio.

Miro a la chica con desconfianza.

—¿Cómo es que tienes esta foto?

Se encoge de hombros sin dejar de mirarme.

—Yo soy Victoría, la hija de Víctor García.

La caja de mi pierna cae al suelo con un estruendo. Probablemente los figurines se han roto en mil pedazos, mi corazón ha dejado de latir en este minuto. La foto todavía la tengo entre mis dedos, sujeta lo más firme que puedo, pero no lo creo, lo que la niña dice es…

—No puede ser…

—Sí que lo es —Vuelve a encogerse de hombros, ahora sujetando las cuerdas de su mochila. Estoy absorta, sin aliento— Así que… tú eres la mujer que me abandonó.

Durante los primeros minutos no puedo decir palabra. No me sale la voz, por más que lo intento. Con razón la cara de la chica me es extrañamente familiar. Esos ojos, esa nariz… pero jamás imaginé que fuese… que fuese… mi hija.

Había tenido que enterrar bajo tierra un pasado que me atormentaba. Nunca comprendí cuando me decían que olvidara, porque eso era imposible. Sin embargo, he logrado salir de aquel oscuro túnel para ser la mujer que soy ahora. Dejando atrás a una pequeña bebé recién nacida con mucho cabello negro. Y yo solo tenía dieciséis años.

—Y bien ¿vas a decir algo o solo te vas a quedar como estatua mirándome?

Logro moverme, soltando un molestoso suspiro. Sigo mirando a la chica ahora con más detalle.

—Es que… no puedes ser tú…

—Estoy bastante diferente hasta hace 14 años.

Mi labio tirita.

—Sí

—Bien, vamos a hacer una cosa. Te voy a hacer una pregunta, tú me vas a contestar y te prometo que no volverás a verme —Mi cuerpo entero tiembla cuando asiento. Victoría parece estar obligada delante de mí, sus ojos me ven rencorosos aunque cuando dispone a preguntarme, noto –o deliro- que sus ojos se han entristecido— ¿Por qué me abandonaste?

Rompo a llorar sin poder aguantarlo más. Ella parece a punto de hacerlo también, pero se contiene, frunciendo los labios y apartando la lástima de mí.

Apenas puedo decir:

—Es… una historia muy complicada.

—Te escucho

—No quieres escucharla —Victoría me mira unos instantes sin decir nada— ¿Cómo… me encontraste?

Cambia el peso de su pie, cruzando los brazos. Mis pies están pegados al suelo, olvidando la caja que he tirado por la impresión.

—No fue fácil encontrarte, llevo… meses juntando información sobre ti. Mi familia no iba a darme toda la información que necesitaba, así que tenía que hacerlo por mi cuenta. Sé que fuiste la mejor amiga de mi tía Liliana —Tengo sentimientos encontrados cuando nombra a Liliana— Eres más joven de lo que imaginé.

Tengo la sensación de que está conteniéndose de echarse abajo, como una coraza. De pronto ella actúa como si fuese a consolarme. Justo ahora me mira con tanta tristeza que en segundos desaparece.

—¿Tu papá sabe que estás aquí?

Suelta una risa fingida.

—No, no lo sabe. Él nunca me hubiese dejado venir, y lo entiendo. No es como que vengo hacer una tarea de la escuela —Sacude la cabeza— ¿Vas a responder lo que te pregunté? No quiero llegar tarde a casa.

Ella mira a ambos lados como si alguien estuviera viéndonos. Los escalofríos regresan cuando vuelve a mirarme. Me es imposible creer que tenga frente a mí a la bebé de hace tantos años. Inhalo profundamente, un dolor repentino surgiendo en mi pecho por el cual me siento incapaz de avanzar. Victoría se da cuenta de ello, inclinando el cuerpo hacia adelante, buscando, tal vez, el momento apropiado de sujetarme si me desmayo –o dejarme tirada en el suelo y arrancar-

—No… aquí… yo —Estoy mareada, tengo los recuerdos frescos en mi cabeza a pesar de que han pasado más de 14 años—Solo…

—¿Te sientes bien?

Me llevo una mano al pecho, el lugar donde se encuentra mi corazón. La punzada sigue ahí, acuchillándome, castigándome por tantos años de abandono.

Por tantos años de cobardía.

Y entonces caigo al suelo.

.

.

El viento que sopla en el aire está ahogándome cuando despierto. Mis ojos pican viendo hacia el abanico que se agita frente a mis ojos. Un olor desagradable a alcohol o acetona invade mi olfato, pero trato de restarle importancia.

Pego un sobresalto viendo unos ojos oscuros observándome.

—¡Despertó!

Lo que parece haber sido una pesadilla, es finalmente una realidad. Tan pronto el chico desconocido dice aquello, unos ojos azules aparecen a mi lado.

—¡Menudo susto me diste! ¿Eres intolerante a las emociones fuertes? —Bromea con irritación, sacudiendo la cabeza de lado a lado.

Me enderezo en el sofá, mirando alrededor y comprobando que aquellos muebles son míos, así que estoy en mi departamento. La mayoría de las cosas aún están embaladas, el reloj en forma de pájaro en la pared funcionando sin parar. Presiono la mano en mi frente mientras quito las piernas de encima e intento ponerme de pie, pero me tambaleo y ojos oscuros me vuelve a sentar.

—Todavía está muy débil, señorita ¿quiere que la lleve al hospital?

Sacudo la cabeza enérgica.

—¿Quién eres tú?

Tartamudea.

—Oh-oh yo soy Adrian Flores, el hijo del conserje. Mi papá me dijo que usted vivía aquí, entonces la traje. Espero que no se moleste, de verdad que no quise…

—No pasa nada, muchas gracias.

—No hay problema —Contesta con un relajo repentino. Luego de darse cuenta que no tiene más que hacer aquí, se pone en pie para irse— cualquier cosa… estoy abajo.

Sonrío en respuesta, quedándome a solas con Victoría.

Sigue con la mochila en la espalda, recorriendo los rincones de la casa. Su pelo se ve aún más negro bajo techo. Hace un sonido con la boca a como cuando tocamos un metal con la uña. Sus dedos trazan las cajas selladas, mirando por la ventana, observando la cocina… para finalmente volverse a mí. Pese a sentirme mejor, todavía me encuentro sentada en el sofá. Prefiero eso a desmayarme otra vez. Los ojos de Victoría son de un intenso cafe cubierto por delineador y sus pestañas son tan largas que chocan en sus cejas.

—Yo podría gritarte, sabes —Se apoya en la mesa— Te lo mereces, me abandonaste y eso te convierte automáticamente en una maldita.

Cierro los ojos, aguantando las ganas de echarme a llorar otra vez.

Continúa:

—Y podría odiarte también, porque por tu culpa he tenido que crecer con el fantasma de una madre que nunca me quiso.

—Victoría…

—Pero no hago ninguna de las dos, —Hace caso omiso cuando la llamo— no me criaron para odiar a la gente y menos a juzgarla. Yo no sé tus motivos porque nadie se ha tomado la molestia en dármelas. Tal vez por lástima a que la pobrecita y estúpida de Victoría sufra ¿no? No lo sé.

—No es así.

—Tú no sabes nada —Está escupiendo las palabras— No me conoces, no sabes nada.

Mis manos se hacen puños de coraje, tratando de controlarme. Victoría no tiene que pagar una culpa que no le corresponde y sé que si hablo… más de uno saldría perjudicado.

—Yo era muy joven —Me excuso. En parte es verdad, pero no es esa verdad. Ella quiere explicaciones, yo se las voy a dar— Tenía miedo.

Sacude la cabeza con el ceño fruncido.

—Que extraño, papá también era muy joven y aun así me cuidó.

—Las cosas no siempre son lo que parecen, Victoría. Eres muy niña para entenderlo…

—No me sirve que me des sermones sobre lo que debo o no debo entender.

—Sé que estás enojada y en parte entiendo que me odies, no esperaría otra cosa. —Me seco las lágrimas que he derramado sin querer— Perdóname.

—No te odio, ya te lo dije. Y no, no acepto tu perdón. —Alejo las lágrimas que han vuelto a apoderarse en mis ojos. Victoría se separa de la mesa y avanza rápidamente hasta la puerta— Era eso lo que quería saber y lo que quería decir. —Ambas nos miramos una última vez— Te dejo tranquila.

Aguanto el impulso de salir corriendo detrás de ella, pero no hago más que quedarme sentada en el sofá, temblando y llorando como hace mucho no lloraba. Lo más probable es que esta sea la última vez que veré a mi hija y duele como el infierno.

.

.

Prometí ir a visitar a mi madre hoy pero ni siquiera me he bañado y son cerca de las tres de la tarde de un sábado. Estoy acostada en la cama con los ojos hinchados de tanto llorar, congestionada y con el ánimo por el suelo. La habitación es un caos; montones de pañuelos sucios tirados por todo el piso y las sábanas enredadas en mis piernas, el cabello sucio y alborotado. No quiero levantarme en lo que resta de día y deseo dormir para no despertar jamás. Ha vuelto la Myriam deprimida y no tengo la fuerza para echarla.

Tengo diez llamadas perdidas de Cristy, 45 whatsapp de seis conversaciones que seguramente dos son de mi madre y hermana. Tiro el celular lejos cuando empieza a sonar y profiero un gruñido mientras me aprieto la cara con las manos. Inhalo con dificultad, el pecho subiendo con demasiada fuerza.

No puedo quitarme a Victoría de la cabeza, ni la forma en que sus ojos me miraban. Nunca voy a poder verla a la cara sin sentir vergüenza conmigo misma, aunque no creo que la vuelva a ver.

Alguien toca a la puerta.

Gruño cubriéndome la cara con la almohada.

Una voz estridente se escucha cuando vuelven a tocar:

—¡Trae tu maldito trasero a la puerta, Montemayor!

Es Cristy. Cierro los ojos arrastrándome a regañadientes fuera de la cama. Cristy sigue gritando en la puerta, razón por la que me apresuro a ir antes de que los vecinos se molesten. Cristinaes mi hermana menor de 20 años. Posee un carácter tan podrido como el mío. Es de esas personas que se meten en problemas desde la guardería. No somos muy parecidas, salvo en las pecas. Por ejemplo Cristy es pelirroja, pecosa y de ojos marrones. En cambio yo tengo cabello castaño, pecas y ojos cafes.

Nany, nuestra abuela, cuando éramos niñas nos llamaba castañita y pelirroja. Pero normalmentepecosita 1 y pecosita 2 son sus favoritos.

Casi se va de bruces encima de mí cuando abro la puerta, ya que su brazo estaba apoyado en el umbral de esta. Se adueña de inmediato del sofá, poniendo los pies encima de la mesa con brusquedad, cosa que odio cuando no se trata de mí, pero como estoy de mal humor no digo nada.

—¿Qué haces aquí, Cris?

—¿Cómo que hago aquí? ¡Te esperábamos para comer! No contestas mis llamadas, tampoco los mensa… —Se interrumpe mirándome de pies a cabeza— ¿Te sientes bien?

Le resto importancia con la mano.

—Solo un mal día.

—Bueno, eso se nota, eh —Sigue mirándome— Hermana, es que de verdad que estás fatal.

—Gracias

—Te ves como… ¿depresiva?

—Congestionada

Me conoce muy bien para saber que no se trata de eso. Sin embargo, no sigue preguntándome. Se pone de pie de un salto, arrastrándome hasta el cuarto a pesar de las protestas que hago.

—Te vas a poner muy bonita para ir a casa. Nany te preparó tiramisú, tú jamás ni aunque te estés muriendo rechazas el tiramisú.

Si rechazo ahora Cristy sabrá que la cosa es grave, así que me encierro en el baño para darme una ducha, vestirme y fingir que todo está perfectamente.

.

Mi abuela siempre ha usado bastón, desde que tengo uso de razón ha sido así. Ella tiene 70 años y luce perfectamente lúcida, diría que mejor que cualquiera de nosotras en casa. Su cabello es blanco como la cal, las puntas levemente inclinadas hacia arriba. Adora el púrpura, no lleva ninguna arruga en su rostro, es por eso que aparenta tener menos edad. Fanática de todo tipo de cremas, tal vez ese es el secreto de por qué su rostro es tan liso.

Mamá hace ademán de llamar la atención.

—Conseguí empleo en la panadería de aquí a la vuelta.

Nany pega un grito.

—¡Hasta que se hizo el milagro! —Exclama— Eso es gracias a tu padre, que en paz descanse. Tanto que le pedí ayuda a ese viejo fastidioso.

—¡Nany! ¡No hables así del abuelo!—Ríe Cris.

Nany chasquea la lengua.

—Bah, que se aguante, yo lo aguanté cuarenta años, pecosita 2 ¡Cuarenta!

—Mamá —Refugiola mira con los labios fruncidos, suspirando poco después — usted siempre tan cariñosa.

—Por supuesto que soy cariñosa ¡Eso lo tengo a flor de piel! —Dice esto último tarareándolo como si se tratara de una canción.

Estoy sentada a la mesa también, revolviendo el tiramisú que casi no he probado.

—Myriam, cariño ¿no vas a felicitarme?

Vuelvo a la realidad.

—¿Qué? ¿Sobre qué?

Nany se voltea para mirarme.

—¿Acaso pecosita 1 se ha vuelto a enamorar?

Pongo los ojos en blanco.

—Nada que ver, Nany.

—Entonces no hay razón para que apenas pruebes mi tiramisú ¿estás bien, castañita?

—Sí

Mamá se sienta junto a mí, mostrándose preocupada.

—Myriam, estás como… —Pone la mano en mi frente— ¡Tienes fiebre!

—Eso es por mucho trabajo, pecosita 1. Un día de estos te va a dar de ese patatús que le dio a tu difunto padre y nos vamos a quedar sin la única Montemayor sensata y madura de la familia.

—Mamá, deja ya las bromas. Cristy, trae compresas frías.

Trato de apartarme.

—Mamá, no seas exagerada ¡Solo me congestioné!

Me da su familiar mirada severa, la misma que ponía cuando yo era niña y empezaba a alegar por todo. Con esa mirada terminaba frenándome. Nunca ha sido una persona dura y estricta. Por ejemplo no recuerdo que me haya peleado con ella alguna vez al grado de dejar de hablarle. No así con mi hermana, ellas pelean cada cinco minutos.

Fue mamá la primera en darme su apoyo, fue ella que a pesar de tener una hija pequeña, Cristy, abogó en mi lugar aun sabiendo que era peligroso.

Me recuesto en la cama de mi antigua habitación.

No es mi cuarto de la infancia; mamá compró esta casa luego de la muerte de mi padre, pero aquí viví durante mi etapa de divorcio y donde todavía queda un poco de mis cosas. La cama y las almohadas siguen igual de cómodas. Apoyo la cara entre mis manos para intentar dormir. La cabeza está explotándome, la temperatura aumentándose en mi cara. Escucho como el bastón de Nany avanza dentro del cuarto y tengo que fingir que me encuentro dormida. Una manta suave cae alrededor de mi cuerpo.

—Descansa, pecosita 1

Sueño con Victoría.

Pero no con la chica de cabello negro, pecosa y de ojos oscuros. Sueño con la Victoría de hace 14 años.

La sostengo en mis brazos con dificultad, temiendo hacerle daño o apretarla demasiado. Tiene mucho cabello negro y sus ojos se mantienen cerrados todo el tiempo. Toco la boca rosita de la niña con mi dedo, sonriendo y riéndome por como la pequeña frunce las cejas con enfado. Su cuerpo está calentito cerca del mío y las ganas de quedarme así para siempre es tentador, sin embargo, las cosas empiezan a cambiar. De pronto la bebé ya no está en mis brazos y ya no me encuentro en el cuarto de hospital.

Despierto con un salto en la cama. Miro alrededor con desconfianza, aguantando la respiración y apartando las terribles ganas de gritar. Mi madre entra al cuarto con sábanas limpias y dobladas. Al ver que he despertado, me sonríe con cariño

—Te pegaste una buena siesta ¿Eh? —Guarda la ropa limpia en el armario sin percatarse de nada. Bastan unos segundos hasta que se dé cuenta— ¿Qué pasa, cielo?

Agito mi mano cerca de mi rostro surcado en sudor.

—Nada, fue una pesadilla.

Mamá se queda en su lugar, cerca del armario.

—Dime lo que te pasa, Myriam.

No estoy segura si sea buena idea contarle, no sé siquiera sea buena idea recordarlo. Voy a terminar enfermándome si lo mantengo para mí, más enferma de lo que ya estoy desde anoche. Mamá cruza los brazos y noto como la arruga se marca en su frente con inquietud.

—No sé cómo decírtelo

—Solo dilo

Mojo mis labios secos, llevándome un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Ayer… vi… —Las palabras no me salen, me cuesta demasiado. Cierro los ojos para darme valor— vi a mi hija.

Durante los primeros segundos no reacciona a nada. Es como si no hubiese escuchado mis palabras o esperara que en cualquier momento le diga que es una broma. Descruza los brazos acercándose y sentándose sobre la cama. Su mirada es de terror al darse cuenta que no estoy bromeando.

—¿Qué?

—Fue a verme al edificio, ella… me buscó.

Los ojos de mi madre están hipnotizados.

—Myriam…

—Su nombre es Victoría —Sonrío con tristeza— y es tan hermosa.

Me acuna en sus brazos cuando no aguanto las lágrimas. Necesito desahogarme, tengo todavía un maldito nudo en la garganta y no tengo más que escupir las palabras. Refufio acaricia mi espalda diciendo palabras dulces para tranquilizarme.

—No puedo creer que la hayas visto, Myriam ¿Cómo fue?

Sacudo la cabeza.

—Difícil… quería que le dijera por qué la abandoné.

—Entiendo —Se queda callada como si estuviera analizando lo que acabo de decirle. Luego de unos segundo, levanta la mirada— Dices que te buscó… ¿cómo es? ¿Puedes describirla?

Me limpio las lágrimas de la cara.

—Cabelli negro, blanca, ojos oscuros, alta…

—¿Con un arete en la nariz?

Miro a mi madre pasmada.

—¿Cómo sabes eso?

Está boquiabierta.

—Oh Dios… ¡Ella vino a buscarte aquí! Y yo le dije que no vivías conmigo ahora. Entonces me pidió si podía darle tu dirección y no quise porque no la conocía. ¡Era ella! Myriam… —Se lleva las manos a la boca— pero ¿cómo te encontró finalmente?

Me encojo de hombros.

—No lo sé, ella tenía una foto mía más joven. —Miro a mamá que sigue sorprendida por el descubrimiento— ¿Cris o Nany la vieron?

—No… o sí, Cristy iba saliendo cuando la atendí pero apenas hablaron. Pero cuéntame más… ¿qué hiciste cuando la viste?

Mamá es muy curiosa así que me tomo todo el tiempo de contarle cada detalle, incluso mi desmayo. Ahora entiende por qué me sentía tan enferma hoy. Promete no decir nada ni a Nany ni a Cristina por ahora, aunque no es necesario ya que las probabilidades de volvernos a encontrar son escasas. Recuerdo ese primer contacto visual con ella o de su reacción cuando le dije que era Myriam Montemayor. He aguantado un montón de dolor a lo largo de mi vida, pero el rechazo de mi hija es lo que he estado tratando de evitar pensar todos estos años, algo que está pasando en este momento. Mi pecho está oprimido, las lágrimas se acumulan en mis ojos sin esfuerzo. Reprimo el impulso de echarme a correr, desaparecer para siempre.

Mi madre me deja sola en la habitación.

Cristy tiene vagos recuerdos de nosotros mudándonos fuera de Seattle, pero los recuerdos están frescos en mi cabeza. Recuerdo perfectamente como empaqué y como guardé dentro de una cajita de madera la única foto que tengo de Victoría recién nacida, y eso fotografía lleva años encerrada dentro porque no tengo el valor de verla.

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Mensaje  Eva Robles Mar Ene 05, 2016 6:45 pm

Gracias por el capitulo esta muy interesante este capi siguele por favor

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Mensaje  myrithalis Miér Ene 06, 2016 12:03 am

Muy padre siguele x fis saludos

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Mensaje  Bere Miér Ene 06, 2016 12:28 am

Hola niñas va el capitulo 2 disfrutenlo...

.......
Capítulo 2.

Absurdo

Víctor llega a casa a eso de las 8 pm con el cuerpo adolorido de tanto ejercitar. Había mandado a sus alumnos a un trote de 40 minutos siendo guiados por él. Normalmente ellos siempre se quejan por el tiempo, pero los alegatos terminaron cuando se dieron cuenta que iban a salir a terreno y no tendrían que estar encerrados en el gimnasio. Ríe al recordar como uno de los más perezosos ponía una mueca de disgusto. Eran todos adolescentes, de modo que nunca los regaña por nada. Nadie mejor que Víctor entiende las reacciones de chicos de 15 o 16 años puesto que tiene una hija de 14.

Es recibido por el huracán Alan y el huracán Colin, sus dos sobrinos de 4 años. Ambos se aferran a sus piernas entre gritos para llamar la atención de todos en casa. Es Ana quien llega a su rescate, tomando a cada niño entre sus brazos para que lo dejen tranquilo.

Ana es su cuñada, esposa de su hermano menor, Sergio.

Su madre sale a recibirlo abrazándolo por la cintura como hace todos los días y revuelve su desordenado cabello sudoroso antes de besarlo en la mejilla. A pesar de la edad, para Juanita sus hijos siempre serán sus niños.

La mesa ya está servida para cuando ingresa al comedor, su padre sentado esperando la cena, su hermano Sergio, Liliana pegada al celular y la silla vacía a su lado. Busca a Victoría alrededor pero no la encuentra.

Luego aparece desde la cocina con dos vasos nuevos.

—¡Papá!

Victoría ha sido todo para él desde el momento en que nació. Verla crecer ha sido una total bendición, ser fiel testigo de sus primeros pasos, su primer diente, sus primeras palabras. Todos en casa saben lo emocionado que se sentía cuando dijo papá por primera vez, aunque sonara como pa o papapa. Ella estaba entrando en la complicada adolescencia y sabe lo difícil que se ha vuelto incluso desde que cumplió los 12. La parte más dolorosa fue cuando le pidió permiso para ponerse un arete en la nariz. Luego vino su primera rebeldía: ponerse un aro sin su consentimiento en la lengua. Recuerda que apenas hablaba para que no la descubrieran. Entonces un día lo vio y casi pega el grito en el cielo. Fue Liliana la que se llevó toda la responsabilidad al llevarla, pero finalmente Víctor había cedido.

—Ven aquí —Abraza unos segundos a su hija antes de mirarla a los ojos. Le gusta hacer eso siempre como compensando su ausencia de todo el día— ¿Cómo te fue en la escuela?

—Bien, lo normal —Nunca termina por entender cuando Victoría dice "lo normal" pero supuso que había sido un buen día.

Comienza la plática de la cena antes de que todos estén en sus puestos. Juanita pone una fuente de ensalada en medio de la mesa y agita en el aire una campanita dorada. A ella le gusta jodidamente hacer eso gracias a una película que vio hace muchos años. Normalmente siempre es Manuel o Juanita quienes hablan primero, no es una cosa de seguir un orden, simplemente se da naturalmente. Ellos preguntan cómo les fue en el día y así sucesivamente hasta que terminan la cena. Sergio siempre es el que da un toque de humor entre tanta conversación de trabajo.

Los García viven en conjunto; Sergio con su esposa Ana Maria y los gemelos, Víctor con Victoría, Liliana y pronto Erick se les uniría. Había sido petición de Juanita de querer mantener reunida a la familia y todos estaban más que de acuerdo. Se habían tenido que mudar a una casa mucho más grande que la de antes porque habían llegado nietos y esta casa es más cómoda y bastante amplia. Situada en un extremo de la ciudad cubierto por la vegetación.

Juanita se aclara la garganta cuando todos se han quedado en silencio.

—Mañana instalamos nuestro puesto en la kermés—Dice entusiasmada.

—¿Kermés? ¿Por qué le llaman kermés?—Ríe Sergio

—Yo te acompaño, mamá. No trabajo mañana. —Víctor alcanza la mano de su madre.

Liliana salta en su asiento.

—¡Y yo!

—Yo trabajo, pero Ana puede ir —Sergio mira a Ana, que lo piensa antes de excusarse.

—Los niños tienen dentista, pero puedo ir a ayudar después.

Se reparten las tareas para mañana siendo Juanita la guía y quien ordena, ellos saben que cuando ella dice una cosa todos deben obedecer, es algo que aprendieron desde niños.

La kermés es un festival donde la gente recauda fondos para una ayuda solidaria y consiste en juegos de azar, puestos de comida y cosas para vender. Desde algunos pocos años que ya se es habitual este tipo de fiesta y Juanita nunca se lo pierde. Su puesto consta de vender ropa usada que estuviera en buen estado, al igual que figurines, cuadros de pintura, juguetes que sus nietos ya no usan.

.

Más tarde esa noche, cuando casi todos se fueron a dormir, Victoría entra al cuarto de Víctor de puntillas a esperarlo mientras se baña. Lleva escondida la fotografía dentro de su pijama, espiando a todos lados para asegurarse de que nadie estuviese mirando. Se levanta de la cama, en donde antes estaba sentada y va hasta el armario para sacar el banquito de madera y subirse como cuando era una niña. La diferencia es que ahora sí puede alcanzar la caja que esconde su padre.

Su oído sigue escuchando el sonido de la ducha para rápidamente abrir la caja y guardar la fotografía de Myriam con 15 años, la misma foto que le mostró el día en que la conoció.

Con un estruendo al cual maldijo, cierra la caja y esconde el banquito a la velocidad de la luz. Vuelve como si nada a la cama para esperar a su papá.

Víctor sale del baño con una toalla en la cintura y otra secándose el pelo. No se sorprende de encontrar a Victoría sentada esperándolo. Sonríe acercándose para dejar un beso en el tope de su cabeza.

—¿No puedes dormir?

—No es eso, ¿no puedo venir a ver a mi papá?

—Claro que puedes —Dice, agarrando su pijama de la silla— Mañana estaremos temprano en pie, para que lo sepas.

Victoría hace un mohín pero asiente de todas formas.

—No es un panorama lindo despertarse al alba un fin de semana.

Víctor suelta una risita.

—Tampoco es al alba, sabes… a las siete está bien.

—¿A las siete? ¡Papá!

—Victoría, la kermés comienza a las 10 y te conozco lo suficiente como para saber lo lenta que eres para desayunar o para vestirte.

—Uf —Se recuesta en la cama fingiendo cansancio— Te estaría chantajeando si no es porque se trata de ayudar a la abuela. Bien, —Se pone en pie de un salto— me voy a la cama.

Besa a su padre en la mejilla y este la abraza antes de irse.

No puede evitar suspirar cuando Victoría desaparece por la puerta.

Él era solo un joven indisciplinado cuando ella nació y prácticamente había conquistado su corazón, cambiando por completo su punto de vista con respecto a los bebés. Había tenido que ser padre soltero a los 21, un buen estudiante y un excelente trabajador. Se había sacrificado más de lo que de había sacrificado en toda su vida. Se trataba de una bebé que reclamaba todo su tiempo y tiempo a Víctor le faltaba… todavía. Pero sin duda era de esas cosas de las cuales no se arrepiente, es decir, Víctor lo tiene todo, pero para él Victoría era más importante que todo el dinero que pudiese conseguir, incluso más importante que su amor al deporte o a su trabajo.

Incluso más importante que todo el dolor que Myriam Montemayor le causó.

No eran novios ni nada formal, eran dos adolescentes que se atraían demasiado pero el problema radicaba en que los padres de Víctor eran demasiado estrictos con respecto a la edad. Eran solo 5 años, Myriam tenía 13 y él 18, pero la diferencia se notaba. Víctor era alto y flacucho que aparentaba más edad, Myriam en cambio todavía usaba listones en el pelo y su manera de ser era muy inocente.

Además era la mejor amiga de su hermana Liliana y eso era suficiente para hacer un alto. Estuvo perdidamente enamorado, actuando como estúpido por Myriam durante dos años completos en los que no hizo ningún esfuerzo en acercarse a ella. Sin embargo, cuando cumplió quince las cosas cambiaron, de pronto Myriam no parecía tan pequeña y se veía más desarrollada, pero eso no quería decir que menos inocente. Terminó por confesarle su amor en el colegio prácticamente temblándole el cuerpo por su reacción y casi se echa a llorar de felicidad cuando ésta correspondió a su amor con un beso.

Se podría decir que empezaron todo el revés. Ella quedó embarazada y todo se fue a la borda. Los padres de Myriam no lo dejaban verla, los de Víctor, estaban furiosos con él. Poco tiempo después Antonio arregló las cosas y ellos estaban más que dispuestos a internarlo. Se querían mucho pero estaban demasiado asustados con el bebé que esperaban.

Prometieron que pase lo que pase siempre iban a estar juntos, incluso si no era sentimentalmente, pero sí con respecto a la paternidad.

Y luego ella desapareció.

Victoría todavía no cumplía 24 horas de nacida cuando Myriam se fue del hospital. Los García los buscaron por cielo mar y tierra, pero todos habían desaparecido casi del planeta. Víctor estaba devastado, no podía entender por qué y qué hizo que ella hiciera eso. Las promesas que hizo, la manera en que vio a Victoría la primera vez no cuadraban. Liliana tampoco lo entendía, estaba sufriendo por la pérdida de una amiga que era casi como su hermana.

Debía reconocer que el primer año de su hija él siempre tuvo la esperanza de que Myriam volviera diciendo que cometió una estupidez pero que estaba arrepentida. Eso nunca sucedió. Han pasado 14 años y él jamás volvió a verla ni a ella ni a su familia en Seattle.

Víctor apoyó la cabeza en la almohada, alejando pensamientos que no venían al caso. Estaba cansado, agotado de tanto trabajo, ahora necesitaba dormir y no estresarse en imaginar algo que jamás fue.

Está horas dando vueltas en la cama sin poder dormir. Gruñe contra la sábana y aplasta la cara entre sus manos con disgusto. Odia cuando se siente indefenso cuando no lo es. Claro que no. Se quita las sábanas de encima y baja a la cocina por un vaso con agua. Liliana está allí también, tarareando una canción mientras se sirve leche caliente en una de las tazas. Se sobresalta cuando ve a Víctor pero luego le regala una sonrisa de tranquilidad. Está en bata blanca y el cabello largo oscuro tomado en una coleta del mismo color.

—¿Insomnio?

—Algo así —Se queja, abriendo la nevera para sacar el jarro con agua.

—Yo también, esto de los planes de boda me tienen como una loca.

—Que extraño —Se burla ganándose un codazo de su hermana— Me alegra que tú y Erick se estén tomando esto en serio. Me gusta él para ti.

—Lo dices porque es tu amigo, pero gracias de todos modos.

Se ríen.

—Y bueno, se necesita mucho coraje para casarse contigo.

Liliana va a darle otro codazo pero Víctor es más rápido y alcanza a cruzar el mesón de cocina lejos de ella.

.

Son las 6:15 am cuando no puede más y se levanta de la cama. Como bien había dicho su hija Victoría, se levanta al alba, con las gallinas picoteando el suelo. Durante toda la noche logró dormitar dos veces y ahora tiene ojeras marcadas bajo los ojos. Pocas veces le pasa igual y odia no poder dormir hasta tarde cuando tiene la oportunidad. Con verdadero pesar hace la cama y cepilla sus dientes todavía con la marca de la almohada en su cara. Se encuentra a Victoría saliendo del baño, va pensativa y no se ha dado cuenta de la presencia de Víctor hasta que lo tiene lo suficientemente cerca. Ella pega un salto hacia atrás y es Víctor quien la sostiene para que no se tambalee.

—Heeey ¿qué pasa?

—Iba distraída, disculpa —Le da un beso en la mejilla— Papá, te ves fatal.

—Sí, gracias

—¿No pudiste dormir?

Acaricia el cabello alborotado de su hija.

—No mucho, pero eso no es lo importante —Mira fijamente a su cara— Veo que esos ojitos están tristes esta mañana ¿por qué?

Victoría rueda los ojos, apartando la vista de su padre.

—Cosas tuyas

—¿Segura?

—¡Víctor! ¿Estás levantado? ¡Necesito tu ayuda! —Liliana grita desde el primer piso.

Dejan la conversación a medias y Victoría sale volando a su habitación sin decir ninguna palabra más. Y lo cierto es que su hija está actuando de una manera muy extraña estos días, desde la semana pasada que parece que anduviera en las nubes, demasiado pensativa, demasiado triste. En más de una ocasión se detuvo a preguntarle que le pasaba, pero ella era experta en evadir temas importantes.

Baja hasta la cocina para encontrarse con Liliana y su fallido intento de desarmar la mesa de picnic.

—Te juro que esta cosa me odia ¡Me odia!

Víctor frunce la boca para no reírse.

—Esto es muy fácil… —Tira de las patas de la mesa para dejarla sujeta contra la pared del mueble.

Juanita entra con Manuel y un montón de bolsas con ropa. Ordena como puede la mesa de la cocina para ponerse a planchar rápidamente ante la incrédula mirada de Víctor y Liliana. Ella tiene toda la casa para planchar, incluso tiene un cuarto de planchado ¿y se pone a planchar en la cocina? Se le unen Victoría y Sergio pero tienen que hacerse a un lado cuando Juanita empieza a regañar porque nadie se mueve y tienen que salir pronto.

El furgón estaba lleno de cosas, faltaba que la mayoría subiera, aunque solo se quedaban Sergio, Ana y los niños. Cerca de las 10 Manuel ya ha salido del porche con los nervios de su mujer a cuestas. El camino hasta la kermés es muy bonito. La vegetación en esa época del año, a pesar del calor, era muy reconfortante de mirar. A medida que se acercaban, la ciudad se elevaba ante sus ojos. Los edificios de Seattle, la gente en ropa livianita, los chicos que se ponen a hacer piruetas delante de los autos cuando el semáforo estaba en rojo. Victoría está casi con la mitad del cuerpo entre la parte delantera del auto para subirle el volumen a la radio. Empieza a cantar en voz alta a pesar de los intentos de Liliana de que no lo hiciera.

Llegan justo cuando un camión estaciona a su lado con una tropa de gente campesina. Empiezan a sacar cosas como comida y Víctor solo puede maravillarse del entusiasmo que exhiben.

Juanita, Liliana y Victoría llevan las bolsas con ropa y figurines. Víctor y Manuel las mesas, sillas y la sombrilla para el sol. La gente casi está instalada completamente cuando llegan, eso les recuerda lo tarde que han salido y Juanita solo puede regañar para sí misma.

Victoría bufa por lo bajo cuando la mandan a reorganizar la ropa. Por ella se sienta en la silla a usar el celular toda la mañana o a hacer sonar el aro en su lengua.

La primera hora les va bastante bien. Venden figurines, dos cuadros y unos cuantos pantalones viejos de Manuel.

A la hora del almuerzo están todos exhaustos. Liliana se deja caer en la silla mientras se tira viento con un trozo de papel, Victoría bebe agua de la botella como si fuese el último sorbo y Juanita aunque estuviese cansada sigue de pie por si viene alguien. Manuel llega con la comida del furgón y todos se tiran encima como pequeños animalitos hambrientos. Es estofado de pollo y arroz blanco, la mejor comida si es preparada por Juanita. Están raspando los restos del estofado cuando una voz dice:

—¡Mira, que lindura estos cerditos!

Una mujer mayor está sosteniendo lo que parece ser el figurín de cerditos en una alberca. Víctor analiza el rostro de la señora extrañamente familiar.

Juanita mira a Manuel, Manuel mira a Liliana y Liliana mira a Víctor.

La pelinegra pregunta:

—¿Nany?

La mujer levanta la mirada al figurín para centrarse en Liliana. Su rostro no cambia de expresión, simplemente achica los ojos hacia ella como si no pudiera reconocerla.

—Oh, Nany ¿te acuerdas de mí? —Pregunta su madre, asombrada de verla.

Entonces Nany ve a Juanita y cuadra todo. Su expresión de desconcierto pasa a la sorpresa máxima.

—¡Juanita García!
Doña Graciela Cruz, más conocida como Nany, es la abuela materna de Myriam.

Víctor está tan sorprendido como todos de verla. No ha cambiado casi nada salvo las arrugas debajo de los ojos, pero su cara sigue lisa como la de hace 14 años. El cabello está más blanco y como de costumbre está usando su conocido bastón.

Le tenía mucho aprecio a Nany porque fue para él también como una abuela. Lo había ayudado y defendido de Antonio en su momento. Cuando quería salir con Myriam, ella le guiñaba un ojo prometiéndole arreglar los permisos y siempre cumplía su promesa. Además de ser una persona muy soñadora, perspicaz y chapada a la antigua. Siempre le contaba sus historias de antaño cuando era joven y regañaba de las adolescentes de ahora que eran todas unas locas, aunque decía "a excepción de pecosita 1" Cuando Liliana chillaba porque no la había nombrado, Nany decía "No, tú eres la loca reina"

—¡Tanto tiempo! —Juanita y Nany se abrazan. Luego Liliana se acerca.

—Por favor, dígame que se acuerda de mí.

Nany acaricia los mechones de su pelo.

—Bueno, recuerdo a una loca con cabello negro y corto, tú no pareces tan loca.

Liliana se ríe, abrazándola también.

Víctor se acerca titubeando, ver a Nany le causa muchos sentimientos encontrados de su adolescencia. La mujer lo reconoce de inmediato, revolviendo su cabello negro.

—Me da mucho gusto volver a verte, Nany —Dice con sinceridad.

—Sí, a mí también. ¿Qué hiciste con tus piernas de gallo y las espinillas?

Todos se ríen.

Manuel le pasa una silla a Nany con amabilidad, ella se sienta y empieza a hablar como siempre. Si hay algo en esa señora es que siempre tiene algo para decir y uno nunca se siente incómodo con ella. Hablan sobre la vida y la kermés. Juanita le cuenta que tiene 3 nietos y que Liliana está pronta a casarse. Ella poco habla de su familia y a pesar de que Víctor estaba intrigadísimo en saber, no pregunta.

—¿Andas solita? —Juanita le tiende un vaso con agua.

—No pues, con los pies y el bastón.

—¡Nany!

—Oh ¡Aquí, pecosita 2!

Su vista se va hacia la chica pelirroja en medio de la kermés.

—Espera, espera, espera ¿esa es Cristina? —Pregunta Juanita aún más sorprendida.

Víctor abre más los ojos porque no cree que esa fuese Cristy, la niña de 6 años que dejó de ver hace tanto tiempo. La chica que se acerca es delgada, pelirroja y con pecas en el rostro. Sus facciones son las mismas, eso fue lo único que distingue de Ness.

—¿Cristy? ¡No puedo creer lo enorme que estás! ¡Te ves hermosa!—Liliana chilla viéndola.

Pero Cristina parece un poco perdida en su lugar.

Juanita se pone delante de ella.

—Supongo que no te debes de acordar de nosotros. Soy Juanita, yo te conocí cuando apenas caminabas.

Cristy sonrió con amabilidad.

—No, la verdad no recuerdo.

—Es que pecosita 2, eras una bebé chillona y moquienta, eso recuerdan de ti.

—También te quiero, Nany

Hay rasgos, pocos eso sí, que a Víctor le recuerdan mucho a Myriam.

Cristina está absorta mirando detrás de Juanita.

—Oye ¿nos conocemos de algún lado?

Está hablándole a Victoría.

Todos se vuelven a mirar entre ellos, más nerviosos que curiosos.

Y Victoría está pálida como la cal.

—No, no creo…

—¡Ya me acordé! Tú fuiste a mi casa el otro día… ¡Sí! Me preguntaste…

—¡Pecosita 2, no agobies a la pobre muchacha! Si apenas y nos hemos reencontrado.

Víctor mira a Victoría y tiene la sensación de que quiere que la tierra la trague. Hay algo raro allí, algo raro que Victoría oculta. Traga saliva con dificultad volviéndose a Cristina que sigue muy fija mirando a su hija. Luego Victoría da media vuelta y se va del puesto como alma que lleva al diablo. Podría haberla seguido pero se queda de pie, delante de Nany y Cristina, escuchando como discuten.

.

.

Llegan a casa agotados de tanto trabajar. Ana había llegado a media tarde con los niños y había sido de gran ayuda. Ahora están descargando todo lo que no se vendió de la kermés, pero Víctor necesita hacer algo pronto, necesita hablar con Victoría que desde que había pasado ese suceso, ella no había dicho ninguna palabra en todo el camino de regreso.

Ayuda a su madre con las bolsas, a Manuel con la mesa y a Liliana con las sillas. Cuando están todos dentro, Sergio se percata de inmediato que algo raro pasa, pero no dice nada. Victoría está subiendo las escaleras cuando Víctor la llama. Baja con la vista fija en el suelo y las manos en los bolsillos.

Está consciente de que tiene a toda su familia escuchando la conversación.

—Victoría ¿Quieres explicarme qué pasó esta tarde?

La chica dibuja un círculo con la zapatilla.

—No sé de lo que hablas, papá.

—¿Por qué esa chica te conocía?

Escucha los murmullos de Sergio sobre qué carajos pasa.

—No lo sé.

Víctor aprieta la mandíbula.

—Sabes lo que odio cuando me mientes, Victoría.

Ve como traga con dificultad, sus mejillas excesivamente rojas.

—Puede que yo… haya hecho cosas a escondidas —Suelta con voz débil.

El moreno no sabe si sigue sintiendo el suelo sobre sus pies, pero sigue viendo a su hija que se mueve de un lado a otro.

—¿Qué cosas?

—Víctor ¿por qué no hablan a solas?

—Juanita —Interrumpe Manuel.

Victoría cierra los ojos cuando dice:

—Busqué a mi mamá biológica.

Silencio absoluto. La chica abre los ojos nerviosa de sus reacciones, pero no hay ninguna reacción. Probablemente todos saben lo que viene a continuación.

Victoría prosigue:

—Me dieron esa dirección, así que fui… pero la señora me dijo que ya no vivía ahí, que era su hija, entonces… le pedí la dirección de dónde podía encontrarla pero no quiso dármela —Víctor ya está con los puños apretados de coraje, no iba a hacerle nada a su hija, por supuesto, la rabia y el coraje era consigo mismo— y ahí conocí a Cristina… le inventé una historia como que yo le había pedido un favor a su hermana, y luego ella me dio la dirección de donde se había mudado.

—¿Fuiste?

—Sí —Asintió levemente— La vi.

El cuerpo se le hela, es probable que a su familia también le haya pasado lo mismo.

—¿Viste a Myriam? —La voz de Liliana se quiebra cuando pronuncia su nombre.

—Sí… —Victoría suspira— Yo necesitaba hacer esto, papá —Ahora está mirando a Víctor con los ojos llenos de lágrimas— Necesitaba preguntarle por qué lo hizo.

Escucha sollozos de su madre, pero está tan absorto viendo a Victoría que no pudo moverse.

De alguna forma encuentra su voz:

—¿Te lo dijo?

Se sorbe la nariz.

—Sí. —Ella suspira limpiándose las lágrimas de la cara — Perdóname, papá.

Sube corriendo las escaleras.

Hubo completo silencio desde que se escucha el portazo en el cuarto de Victoría. Alguien palmea su espalda con cariño y tuvo que pestañear varias veces para darse cuenta de que se trata de su padre. Él está frunciendo los labios y asintiendo en señal de apoyo, luego lo deja donde está para encerrarse en su estudio. Liliana no le dice nada, ella, su madre y Ana se van para terminar de ordenar. El único que no se ha ido es Sergio. Éste le dice unas pocas palabras que no escucha y lo arrastra hasta la sala del piano. Prepara dos vasos de whisky con mucho hielo. Se sientan en el sofá a beber en silencio.

El primer mes de vida de Victoría, Sergio llevó a Víctor a un bar para beber hasta perder la razón. Quería que su hermano por una vez en la vida olvidara un poco los problemas, y estaba en lo cierto. Fue la primera noche donde no pensó ni en Myriam, ni en pañales, biberones, llantos y vacunas. Y esta noche es una de esas veces. Sin embargo, no quiere emborracharse porque tiene un tema pendiente con Victoría. No sabe cómo preguntarle, no sabe qué decirle. Se siente furioso al darse cuenta que su hija ha hecho todo esto sola, sin el apoyo de nadie. Probablemente él le hubiese dicho "no" de inmediato si se lo preguntaba y ahí estaba el error. No puede imaginarse lo que ella sintió y pensó al encontrarse cara a cara con la mujer que le dio la vida, pero la misma que la abandonó.

Cuando empezó a crecer pensó que Victoría no necesitaba de una madre. Tenía a Juanita, a Liliana y supuso que ella encontraría en donde refugiarse. Pero Víctor estaba totalmente equivocado en eso, Victoría fue creciendo y se daba cuenta de lo incómodo que era para su hija el hecho de no tener mamá. No le gustaba participar en los programas del colegio para el día de la madre, tampoco le gustaban las películas familiares. Y es que Victoría nunca se atrevió a preguntar por una madre hasta que cumplió los 8 años.

Hay cosas que te complican la vida y a Victoría preguntando por Myriam.

Recuerda que ambos estaban en la playa paseando a Sandie, su perro mascota de entonces. Estaban corriendo detrás del animal mientras reían y luego Victoría se tropezó en la arena, dio una voltereta que hizo que el corazón de Víctor se detuviera en un segundo. La niña dio la vuelta y quedó sentada en la arena con los ojos bien abiertos. Cuando él llegó hasta ella ya estaba llorando con las rodillas raspadas. Trató de soplarle pero la pequeña no paraba de llorar.

Entonces Víctor empezó a cantar la canción de Juanita: sana, sana colita de rana, si no sana hoy, sanará mañana.

Los lagrimones de Victoría dejaron de correr y ella miró fijamente a su padre.

—Las mamás de mis compañeras también cantan esa canción —Luego se quedó hipando mientras sobaba su rodilla— Papá ¿por qué no tengo mamá?

Se quedó sin aliento mirando a su hija. Amaba lo cafes que eran sus ojos, su pelo negro caía ondeado en un listón rosa.

Inhaló profundamente para responder.

—Porque a veces no se puede tener papá y mamá al mismo tiempo.

Eso no era suficiente para Victoría.

—Tengo amigas que tienen papá y mamá, otras que tienen solo mamá, pero yo tengo solo papá.

Suspiró viendo que Victoría estaba arrugando la frente, claro indicio de que estaba molesta.

—No es malo no tener mamá, Victoría. Te hace ser una chica especial.

Esa fue su respuesta, esa fue la respuesta durante años, pero Victoría tiene 14 ahora y recién se da cuenta de que al fin y al cabo, no es suficiente. De modo que tuvo que buscar por sus propios medios una respuesta que él no pudo darle… porque tampoco sabe por qué su hija no tiene mamá.

Bebe un segundo vaso de whisky justo cuando Manuel entra al cuarto de piano. Sergio termina de beber de su vaso para irse y dejarlo a solas con su padre. Manuel es una persona muy serena, siempre tiene la palabra justa en el momento justo. Él fue otra de las personas en el cual se apoyó cuando no sabía de dónde apoyarse.

—Día difícil —Dice con una sonrisa triste.

Víctor está fijamente mirando el hielo en su vaso.

—¿Qué hago ahora, papá?

Manuel tiene los brazos apoyados en sus rodillas y sus manos están entrelazadas.

—Hacer lo que tienes que hacer.

—¿Y qué tengo que hacer? ¿Qué demonios tengo que hacer?

Su padre suspira.

—Ser sincero con Victoría.

.

.

Tarda 10 minutos en tocar la puerta de la habitación de su hija. Mientras tanto da vueltas por el pasillo como un desalmado, pensando y pensando en las palabras más adecuadas, pero luego se da cuenta que nada de eso sirve, puesto que con Victoría nunca se sabe si vas a terminar en una discusión fuerte o calmada. Ella siempre lo deja con la palabra en la boca.

Victoría está sentada de piernas cruzadas y mordiéndose el labio por la ansiedad. Sostiene con fuerza la almohada en sus brazos, siguiendo los pasos de Víctor que caminan para sentarse en la cama. No se dicen nada por un momento; mirarse el uno al otro es suficiente para decirse un millón de cosas. La realidad es esa: Victoría ya no es una niña y él tampoco es ese adolescente de 21 años que apenas sabía mudar un pañal sucio.

Victoría carraspea, tomando la palabra.

—Lo siento mucho, papá. Es en serio.

En un intento de calmarse, cierra los ojos.

No, no es posible que esté lamentándose.

—No tienes por qué sentirlo, Victoría. Soy yo el que debe pedir disculpas.

Ella frunce el ceño.

—¿Por qué?

Al ser grande, parece que todo fuese más fácil, pero no lo es. Si Victoría fuera una niña, también se vería complicado con explicarle algunas cosas.

—Porque debí haberte hablado de tu madre desde un principio. Si eso hubiese pasado, entonces tú no hubieses tenido que buscarla a escondidas.

Alcanza la mano de su hija, dándole un leve apretón.

—Tampoco insistí en que me hablaras de ella.

—Eso es porque sabías mi respuesta. —Se miran el uno al otro— Voy a ser súper sincero contigo, Victoría… yo tampoco supe por qué ella se fue.

Agita la cabeza, sonriendo sin muchas ganas.

—Siempre fue esa mi sospecha.

Hay un breve silencio a continuación.

—¿Puedo preguntar qué fue lo que te dijo?

Victoría encoje los hombros, los ojos fijos en el movimiento de sus temblorosas manos.

—Miedo… que era demasiado joven. Ya sabes… es la excusa de todas —Arruga los labios— No lo sé, papá. Me dejó pensando.

—¿Pensando? ¿Qué cosa?

—Qué se yo. Ella dijo algo así como… las cosas no siempre son lo que parecen. —Resopla— Te lo juro, papá, que antes de conocerla imaginé la situación un millón de veces. Quería gritarle, quería decirle cuanto la odiaba, que era un ser humano horrible —Los ojos de Victoría se llenan de lágrimas— sin embargo no pude hacerlo. Y eso me hace sentir muy mal conmigo misma porque ella se merece todo mi desprecio.

Víctor reprime el impulso de llorar como ella, en cambio, envuelve en un abrazo a su hija, que llora desconsolada en su hombro.

.

No está seguro de lo que hace, pero al fin y al cabo ya se encuentra aquí. Aun sostiene el papel con la letra de Victoría en lápiz rojo. La dirección y número de la puerta donde vive Myriam. Tal vez es una completa estupidez que él deba buscarla. Ella eligió ese destino y es absurdo obligarla a enfrentar su propia cobardía.

Aclara su garganta al tiempo que da dos golpecitos a la puerta. Se obliga calmarse por Victoría y porque no quiere sufrir un paro cardíaco aquí mismo. Tan pronto como escucha los pasos cerca de la puerta principal, su aliento se atasca en su garganta al punto de que sus labios se secan completamente.

El rostro de Myriam Montemayor nubla su vista y ella se queda estática delante de Víctor.

No hay una lista de cosas sobre qué debe hacer cuando te reencuentras con tu ex. Menos una lista para explicarte cómo tratar a la madre de tu hija.

Aquí está ella… después de tanto tiempo.

El cambio que ha tenido en 14 años es en verdad muy notorio. La de entonces chica de listones y sonrisa ingenua, no queda nada. Está frente a frente a una mujer hecha y derecha; su cuerpo voluptuoso de una forma que le adecua muy bien. Está seguro que debe estar tan pálido como ella en este momento. Vuelve a aclarar su garganta, los segundos pasan y ellos siguen mirándose estupefactos.

—Myriam —Es lo primero que sale de su boca.

El pecho de su ella se eleva a gran velocidad.

—¿Qué… haces aquí? —Tartamudea y Víctor se percata que sigue marcándosele una línea en la frente cuando está nerviosa.

Da un paso al frente.

—Hay muchas razones por las que estoy aquí.

Myriam empuja la puerta hacia atrás.

—Adelante.

—No voy a quitarte mucho tiempo. No quiero que creas que vengo a invadir tu linda vida, solo quiero cerrar esto lo antes posible.

Myriam ni asiente ni niega. Cierra la puerta, posterior a seguir a Víctor hasta el sofá.

El inmueble huele a nuevo. Un poco de pintura y las cajas que aún no desempaca. Las paredes tienen una tonalidad neutra, el brillo perfecto en las ventanas corredizas. El sofá es suave y cómodo, aunque cómodo es la palabra que él utilizaría en este momento. Nota que Myriam se sienta lejos de él a propósito, tal vez para que no viese lo histérica que se encuentra. Lo supone porque hubiese hecho lo mismo en su lugar.

Pasados unos quince minutos, ella aclara su garanta.

—Viniste a hablar de Victoría —No es una pregunta, es una afirmación.
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Mensaje  Bere Miér Ene 06, 2016 9:48 pm

Por que las quiero a todas gracias por que esto es una locura que no se acaba

......

"El remordimiento es el único dolor del alma que el tiempo y la reflexión no logran calmar jamás."

-Madame Stael

Capítulo 3.

Culpa
—Viniste a hablar de Victoria —No es una pregunta, es una afirmación.

—Sí —Contesta de forma inmediata— por ella estoy haciendo esto —Eleva el rostro y se queda fijo en los ojos cafes de Myriam. Lo único en ella que no ha cambiado. Es lo único que hace la diferencia. Le parece increíble que aquella mujer sea la misma chica de antes— A Victoria le diste tu versión absurda del abandono, y yo vine porque quiero saber la verdadera razón.

Myriam sacude la cabeza, sorprendida.

—¿Qué quieres decir?

Se pone de pie de un salto, acercándose y sintiendo esta extraña energía que provoca su cercanía. Como un imán llevándolo hasta su presencia. Myriam se sujeta de la mesa, aguantando la respiración.

—No te creo nada. No me compro la excusa barata y cliché que le diste a Victoria. ¿Por qué lo hiciste, Myriam? ¿Por qué nos dejaste?

Myriam

—Esa es la verdad, no hay otra.

Mis nudillos están rojos de tanto presionarme contra la mesa. Los ojos de Víctor están inyectados de odio que pienso que en cualquier momento va a estrangularme. Me siento sofocada en mi propia casa, cohibida por la presencia del mismísimo Víctor García. Cuando lo vi detrás de la puerta, sentí que estaba cayendo del elevador hacia el precipicio.

—No te creo.

—Ese no es mi problema.

No me cuesta ser dura e insensible, es algo que he manejado con el tiempo.

Y Víctor no parece manejar muy bien la ira, puesto que va a estallar.

—Es posible que la Myriam que tengo enfrente sea una persona asquerosa, pero no lo eras con 16 años, eso te lo puedo asegurar.

—A lo mejor no conociste muy bien a la Myriam de aquel entonces.

—No me vengas con idioteces.

—No me digas lo que tengo que decir en mi propia casa.

La irritación me permite dejar de estar tan nerviosa. Si no me calmo ahora, voy a agarrarlo del pelo y tirar los platos al suelo. Víctor puede hacer lo mismo si le parece. La poca distancia entre nosotros, no hace más que enfadarme más. Él se aleja con sus ojos puestos en los míos. Hay algo en los ojos negros de Víctor que me perturban demasiado.

—Te busqué —Escupe las palabras— pero para mi sorpresa, tu casa estaba desalojada. Aun con todas las pruebas de tu abandono, te esperé —Para entonces, sus ojos han dejado de intimidarme— y nunca volviste. Nunca diste la maldita cara.

—Era lo mejor.

—¿Lo mejor? —De alguna manera, Víctor y Victoria me miran con el mismo odio— Mi hija te buscó por la ciudad para poder… entender un poquito tus razones. ¿Y dices que fue lo mejor?

Lágrimas asoman mis ojos, sin embargo, las aparto con brusquedad.

—Lo va a terminar superando.

Víctor suelta una risa amarga.

—Eso lo pensé durante años. Pensé que al haber crecido sin ti, no iba a necesitarte. No serías esencial. Creí que mi madre sería su apoyo, pero me equivoqué. ¿Sabes una cosa? Victoria no merece vivir con tanto odio en su corazón por tu culpa, Myriam.

Volteo el rostro a otro lado, segura de que me romperé delante de él si sigo mirándolo. Camino unos pasos hasta el balcón donde el sol comienza a esconderse.

—¿Y qué quieres que haga? —No controlo la brutalidad con que ha sonado eso.

Le sigue el silencio. Si no fuera porque siento como exhala con coraje, diría que se ha ido.

—Nada —Dice agotado— Te felicito por atormentar a una niña que no tenía la culpa de nuestros errores.

Camina hacia la puerta y da un tal portazo al salir que mi corazón vuelve a encogerse de la misma manera que antes, de la misma manera en que Victoria salió furiosa después de nuestro primer encuentro. Yo no soy inocente, no soy la víctima completamente. Siempre fui consciente del daño causado y el que me causé a mí misma. Sin embargo, no soy la mala de la película como todos piensan.

.

Saludo a la recepcionista luego de haber subido cinco pisos del edificio. Debo tener una cara horrorosa a juzgar por la forma en que ella me saluda devuelta. Llevo ropa ligera y un café cargado en una mano. Ingreso al estudio justo para escuchar como Yahir y Eric se parten de la risa por algo que ha dicho Raúl. Arreglo mi cabello tan pronto dejo mis cosas sobre la mesa, haciendo caso omiso de sus murmullos.

Hace un calor insoportable, no puedo imaginarme como será cuando el verano llegue de manera oficial.

—¿Alguien está de mal humor? —Yahir me tiende los audífonos.

Hago una mueca.

—Algo así ¿Cómo están, chicos?

—Bien, ya sabes… —Señala hacia atrás— Raúl se terminó arrastrando a Rocio hasta su departamento.

—¿A la guionista?

—See —Raúl ríe— rubia, bajita, ojos de gatito. Seguramente debe estar durmiendo todavía.

Echo un vistazo a mi reloj.

—Ya casi comenzamos ¿tienes el guion del programa, Eric?

—Sí, sí —Me alcanza de inmediato los papeles. Luego se dirige al otro lado del ventanal, una barrera que separa del estudio.

Repaso el guion del programa en unos segundos, sentándome en la cómoda silla de cuero. Yahir y los chicos comienzan a prepararse, encienden las luces y yo estoy casi lista.

—Comenzamos en 2.

Suspiro contra la maltratada hoja blanca, intentando que el rostro de Víctor y Victoria no surjan en mi mente ahora. Ha sido una semana agotadora y me he propuesto a empezar con el pie derecho esta mañana.

—30 segundos…

La luz roja del cuarto parpadea.

Reviso una última vez el programa; tema de hoy: Familias.

Bufo al tiempo que Raúl grita:

—¡Al aire!

Trabajo como locutor radial desde hace tres años. Conocí a Eric en la escuela secundaria y él fue quien me ayudó a conseguir un puesto en este empleo. Estudié locución en la Universidad de Kansas. Cuando niña soñaba con estudiar periodismo pero al crecer mis intereses cambiaron. Me gustaba hablar en público y que estos me pusieran atención. Recuerdo haber hecho algunos ensayos en casa con Cristy, ella por supuesto siempre me aplaudía.

Finjo que mi vida está en perfectas condiciones, dejando los problemas fuera del estudio y haciendo lo que hago cada lunes a viernes.

Una vez que anuncié mi sueño de estudiar Locución, mi padre fue tajante en su negativa. Él deseaba que fuese doctora o abogada, de modo que lo exigió. Tan pronto cumplí los 18, poco me importaron sus reglas y me inscribí sin su consentimiento. Mi madre me daba su apoyo. Nany también lo hizo aunque no pudo esconder su deseo de verme como doctora.

Rocio entra al estudio a grandes zancadas en cuanto las luces se apagan. Ella es mayor que yo y es conocida por todos como la chica de los grandes zapatos. Es de baja estatura, razón por la que siempre se la ve con sandalias altas.

Sostiene unos papeles desordenados en las manos, luciendo con ojeras bajo los ojos.

—¡Myriam! —Grita— ¡Qué bueno que te encuentro!

Tengo la impresión de que va a besarme en cualquier momento.

Raúl enciende la luz de la habitación, reprimiendo la risa al verla. Ella hace caso omiso de la morisqueta o solo no se ha dado cuenta.

—No pareces estar bien ¿quieres que te traiga un vaso con agua?

—No, gracias —Agita la cabeza— Vine porque necesito tu ayuda con urgencia ¡Eres mi única salvación!

Me arrastra fuera del estudio, dándome el tiempo suficiente para quitarme los audífonos.

Rocio es una de las tantas guionistas de la emisora. A veces también soy sugerida para alguna propuesta, ayudándole al resto.

—¡Rocio! Me vas a desligar la muñeca.

Suelta mi brazo de inmediato.

—Lo siento —Remueve los papeles— Tengo una reunión ahora con el jefe y sé que tienes una hora libre por tu almuerzo. Mira, voy a ir al grano. Olvidé enviar estos papeles al colegio de mi hija y si no lo llevo hoy perderá el cupo para septiembre.

—¿Me estás pidiendo que…?

—… si me haces el favor de ir a dejarlos —Sus ojos ruegan por un sí— Por favor, por favor… mi ex marido va a tener más razones para querer que se vaya con él y no creas que trato de persuadirte con mi trágica historia, pero es verdad que hoy vence el plazo.

Entrecierro los ojos pensando en ello. Sus manos temblorosas no se quedan quietas y no tardo en decidirme.

—Está bien

Eso le sorprende.

—¿En serio lo harás? ¡Ay, Myriam! —Me ahoga en un abrazo claustrofóbico— No sabes cuánto te agradezco, ya mismo te doy todos los datos que necesitas saber.

Me anota la dirección, el nombre completo de su hija y todo lo que tengo que entregar. Suspiro al recibir otro abrazo de Rocio. Salgo con bolso en mano a la calle cubierta por el desagradable sol. Estoy desesperándome por el clima que se avecina.

Mi camioneta ya está templada cuando subo.

Esta es mi mayor inversión. La compré hace cuatro años en mi antigua ciudad. No es para nada a lo que buscaba, algo semejante a mi porte y peso, pero la camioneta es grande. El motor me hace vibrar de emoción cuando lo enciendo.

No soy fanática de autos ni motos ni nada que se le parezca. Aun así la camioneta tiene algo que… no tengo idea, pero desde que la vi me enamoré por completo. Desde mi divorcio mi camioneta fue como una distracción, casi como un amante. Bastante penoso, por cierto.

El colegio es algo lejano. Eso sumado a todos los semáforos en rojo que me tocaron. La cámara de seguridad está casi pegándose al parabrisas cuando aparco en el estacionamiento. No me sorprendería si los guardias me escolten para revisarme con algún protector de metal. El lugar es algo prestigioso y sin duda costoso. Me aseguro de tener los papeles correspondientes mientras decido subir la infinita escalera que tiene. Llego sin aliento a la entrada principal.

Apoyo los brazos en la pulida madera del mesón, viendo a la recepcionista atender llamadas de tres teléfonos distintos.

—Hola, espere un segundo por favor —Pide a lo que asiento todavía intentando recuperar la respiración.

La recepción es igual de grande que mi departamento. No hay un solo espacio en las paredes que no estuviese cubierto con cuadros de ex directores.

Durante la espera me siento en las sillas plegables y amarro mi pelo en una coleta alta. Sostengo los papeles con los dientes suavemente mientras hago esto, tratando luego de alisar la hoja para que la marca desaparezca. Estoy en eso cuando la recepcionista me llama. Me manda a secretaría para hablar con una tal Julianne. No tengo idea cómo es que logro traspasar el pasillo atestado de alumnos sin que terminen pisándome. Estos chicos de ahora no tienen educación. Una mujer que no es Julianne me atiende y tan pronto me dice su nombre lo olvido por completo ¿Puede ser Kate, Kayle o Kristen? No lo recuerdo, pero estoy segura que comenzaba con K.

La mujer ríe a carcajadas con otra chica. Como si yo tuviera todo el tiempo del mundo para que ella se ponga a bromear con su compañera.

—¿Qué haces tú aquí?

Su voz me paraliza. No necesito voltearme para averiguar de quién se trata.

Es Victoria.

Lo primero que veo en ella es su atuendo. Lleva una falda a cuadrillé, una blusa blanca con listón color vino como corbata. Su cabello cae al costado de su brazo derecho y sus ojos negros brillan pese a la poca luz que hay en el lugar.

No tengo idea de qué hacer.

—Hola —Saludo un poco indecisa— ¿Qué haces aquí? Quiero decir… es obvio que estudias aquí ¿no? O no estarías con ese uniforme…

—Yo pregunté primero. ¿Me estás siguiendo?

—¿Qué? ¡No! Solo vine porque…

La mujer de antes regresa haciéndome trastabillar. Me entrega un papel con el nombre de Julianne Peeves y una autorización para que pueda atenderme. Frunzo el ceño mientras leo el papel.

—Tiene que ir al piso 2, pasillo 4, puerta 135. Toque antes de entrar, que tenga buen día.

Se va antes de que pueda preguntarle que carajos ha dicho.

La voz de Victoria capta mi atención.

—Sé dónde queda eso —Da una vuelta para irse y me quedo parpadeando en mi lugar, eso hasta que gira para darse cuenta que sigo inmóvil— ¿Vas a venir o no?

No lo pienso dos veces. Sigo los talones de Victoria en la escalera sin que nos digamos una sola palabra. Saluda a algunas chicas con la mano y luego llegamos hasta el final de un pasillo vacío, donde se marca claramente "Pasillo 4" Busco el rostro de mi hija, que cruza los brazos mientras me mira sin ninguna emoción.

—Gracias —Sé que un "gracias" no va a hacer que Victoria sea simpática. Tampoco es que me lo merezca.

Toco dos veces a la puerta antes de que me dejen entrar. Con tristeza pienso que lo más probable es que al salir, Victoria ya no se encuentre allí.

.

El calor está siendo demasiado intenso en la ciudad. Bajo las escaleras con ello pegado en mi rostro. No me agrada el calor, para nada, sin embargo, tengo que acatar las decisiones del clima. Aun me quedan unos cuantos escalones antes de terminar y mis pies no dan para más. ¿A quién se le ocurrió construir un colegio con una escalera tan larga? Ni siquiera tiene acceso para discapacitados. Ese detalle debería significar una multa para los sitios que no lo tengan.

—Espera. —Victoria se aparta del grupo de compañeras que están enfrascadas en una conversación, al notar que ella se detiene, se quedan mirándola confusas— Espérenme abajo.

Todas desaparecen sin percatarse de nada extraño.

—Pensé que no te iba a ver. —Confieso.

—Sí bueno, yo tampoco —Asegura con nerviosismo— ¿Vas a venir siempre aquí? No es como si me agradara la idea.

Tal vez no son las palabras que espero, pero voy a tener que tragarme todo es tipo de cosas el resto de mi vida. Por mucho que me duela escucharla, si eso significa que puedo verla aunque sea unos segundos, podría aguantarlo.

No presto atención al dolor en mi pecho.

—No te preocupes por eso —Hago ademán con la mano— solo estoy haciéndole un favor a una compañera de trabajo.

—Ah —Me mira con duda— ¿Es apoderada de acá? —Asiento con la cabeza— ¿Puedo saber de quién?

¿Es idea mía o tiene un aro en la lengua?

—Reese McCall, algo así —Se queda mirando a la nada— Bueno, será mejor que me vaya—Digo con tristeza— Que estés bien, Victoria.

Continúo bajando la escalera, dejando sola a Victoria en medio del colegio. A lo mejor debí de quedarme allí hasta que decidiera hacerlo primero, pero es demasiado tarde para arrepentirme… como siempre.

.

La casa de mamá es un caos cuando llego. Dejo la bandeja de pastelitos sobre la encimera, viendo a mamá y Cristy discutir de lo lindo y a Nany disfrutando del espectáculo con un tazón de cabritas. La casa es grande, amplia para mucha gente.

Mamá apunta a mi hermana con el uslero.

—¡Es que tú siempre me dices que vas a estudiar y te levantas al medio día!

—¡Porque hoy no tenía que estudiar y no me levanto todos los días al medio día!

—¡Eres tan desconsiderada conmigo!

—¡Y tú tan injusta!

Saludo a Nany con un beso.

—¿Qué pasó? —Ella se ríe a carcajadas con diversión, palmeando su asiento vacío para sentarme.

—El 5to round —Me tiende su tazón de cabritas, lo cual rechazo— Ellas no van a durar viviendo juntas, te lo digo yo, pecosita 1, que tengo 70 años de experiencia encima.

—Y tú te escapaste de casa a los 15 años, recuerdo esa historia.

Nany ríe.

—La gran diferencia es que mi santa madre, que en paz descanse, me llevo de regreso a cinturonazos. Tu madre no haría eso ni aunque se le pagara. —La discusión sigue. Si eso sigue pronto estarán agarrándose del pelo. Me pongo de pie para detenerlas y Nany toma mi mano con fuerza— Déjame divertirme un ratito poco más. ¡Me aburro tanto en casa! Ellas son más interesantes que la novela de la cieguita que perdió a su hijo y ahora la encerraron en la cárcel por asesinato y resulta que ella no lo mató y la suegra que la odia la inculpó y ahora el guapetón del protagonista no le cree a la cieguita.

Miro a mi abuela por su rápida explicación, sorprendida y vuelvo a escuchar los gritos insufribles de Cristy. Hago caso omiso de la insistencia de Nany, poniéndome en medio de las dos y empujándolas con la mano.

—¡Es suficiente! —Pido. Mamá sigue sosteniendo el uslero— ¡DETÉNGANSE!

Hay silencio. Lo único que escuchamos son las cabritas que Nany mastica.

—¡Es que Myriam…! —Trata de explicar Cristina, pero la corto.

—¡No quiero escuchar nada! Lo único que quiero es que se callen de una vez. Desde que llegué no han dejado de gritar, y tú mamá, suelta el bendito uslero.

Mamá baja el uslero, depositándolo dentro del mesón de cocina.

—Así se hace, pecosita 1. Nadie más que tú sabes controlar a la mocosa de tu hermana y a la insufrible de tu madre.

—¡Mamá!

—¿Qué? Si es la verdad…

Por suerte ellas no vuelven a pelear y cada una se sienta lo más lejos posible de la otra. Seguramente mi abuela está esperando que se tiren las cabritas sobre la cabeza, puesto que deja el cuenco en la mesa para husmear el paquete café de pastelitos. Mamá pone a hervir agua y Cristy acomoda las tazas para el té en cada puesto. La discusión ha pasado a segundo plano, pronto estamos sentadas a la mesa conversando como una familia civilizada.

Nunca he creído que mi familia fuese normal. Desde niña crecí en un ambiente de discusiones, reglas y actitudes correctas. Mi padre fue muy estricto en todo aspecto. Él fue militar y por algún motivo pensaba que nosotros debíamos actuar como estatuas. Por eso es que cuando Antonio murió, tuve la sensación de que nosotros nos habíamos liberado de alguna guerra. Incluso mi madre se ve más feliz. Lo único que no rescato son sus peleas constantes con mi hermana.

—El profesor Cooper me recomendó en un casting —Cuenta mi hermana con entusiasmo.

Nuestras reacciones son de asombro.

—Pero si todavía no te gradúas —Le recuerdo.

Mastica un pedazo de su pastel, limpiándose la boca con la servilleta.

—Es solo para una nota. Él nos recomienda en un casting y nosotros hacemos lo demás. ¿No es eso genial?

Alcanzo su mano.

—¡Que emoción!—Digo con sinceridad, ganándome una sonrisa por su parte.

Nany golpea el bastón contra el piso.

—Cuando pecosita 2 salga en los créditos de alguna película de Hollywood voy a gritar en el cine que es mi nieta… y que tiene un carácter podrido —Nos reímos y Cristy sacude la cabeza— ¡Felicitaciones, pelirrojita!

—Gracias, Nany.

Mamá levanta su taza de té.

—Eso merece un salud ¿no creen? —Todas le imitamos— ¡Por Cristy!

—¡Por Cristy!

Me despido después de la medianoche, consciente de que debo levantarme temprano mañana para el trabajo. Sintonizo la única emisora que está en al aire a esa hora, escuchando una antigua canción que mamá acostumbraba a cantar día y noche. Sin poder evitarlo, la imagen de Víctor viene a mi mente.

Suelto un suspiro contra el manubrio, incapaz de controlar el frenar de golpe justo cuando el semáforo cambia.

También pienso en Victoria y me dan unas terribles ganas de llorar.

Víctor tiene razón en una cosa, o en muchas cosas.

Victoria no tiene la culpa de sus errores. Aun así, logré que me odiara.

Cuando supe que estaba embarazada a los 16 años, caí en un ataque de pánico del que no lograba controlar. No sabía cómo contárselo a papá. Sabía que se me venía el mundo encima con esa noticia y más porque le temía muchísimo a Antonio. Víctor estuvo allí conmigo incluso si no le permitían verme. Pasé la mitad de mi embarazo encerrada en mi habitación. Cristy ni siquiera recuerda que alguna vez estuve embarazada.

Jamás negaría mi responsabilidad y parte de mi cobardía.

.

Mi jefe arregla algunos detalles del guion para mañana y pregunta si alguien tiene otra propuesta. Muerdo el lápiz distraída. Tengo propuestas que no salen de mis labios, por más intentos que haga. Al final no las digo y Jeff finaliza la reunión. Todos se ponen de pie con sus estómagos rugiendo de hambre. Sin mucho apetito, regreso al estudio para encerrarme a beber lo que queda de mi bebida energética.

Me reclino en el asiento sin lograr enfocar los ojos en las letras del papel. Pestañeo sin resultados, de modo que suspiro con resignación, escuchando a Rocio pisar fuerte contra el suelo antes de ingresar a la habitación.

—Pensé que te gustaría un café —Lleva dos tazas de café humeante. A pesar del calor, un café nunca viene mal.

Agradezco con una sonrisa, tomando un sorbo de inmediato para calmar mis nervios. Mi lengua pica al sentir el contacto de la cafeína.

—¿Tiene leche? —Pregunto.

—Unas gotitas ¿no te gusta? —Ambas bebemos de la taza al tiempo.

—Sí, obvio que me gusta.

Rocio se limpia las comisuras de su boca con una servilleta, inquieta por algo que no puede preguntarme.

Después de unos instantes, decide hacerlo.

—¿Myriam? —Pienso que Rocio es muy bonita. Creo que aunque se estuviera recién levantando, el pelo le quedaría igual de genial— Raúl ha estado hablando de mí ¿verdad? Es decir… te ha dicho algo o has escuchado algo como…

—¿Cómo qué? —Finjo no entender a lo que se refiere.

Aclara su garganta.

—No lo sé —Encoje los hombros— Salimos una vez, luego bebimos más de la cuenta, ya sabes… no sé cómo llegué a casa —Sus mejillas se tornan rosáceas— y las chicas me han comentado que él habla sobre mí… Myriam yo te juro que no recuerdo nada.

Chasqueo la lengua.

—Si quieres mi opinión, yo no tomaría muy en serio a Raúl. Nadie lo hace, así que quédate tranquila.

Los ojos de Rocio se abren y suspira con tranquilidad.

—Gracias —Me sonríe.

—¿Myriam? —Gianna la recepcionista, interrumpe tocando la puerta. Nos volvemos a verla— Alguien te busca.

Espero a que entre el invitado y agradezco no estar sosteniendo la taza de café porque de seguro la doy vuelta en mi ropa. Victoria entra fijándose de inmediato en mí. Todavía no me acostumbro a la sensación extraña que me provoca su presencia o su mirada. No sé lo que es, pero estoy segura que no es malo. Es como una mezcla de remordimiento, culpa, felicidad… no lo sé.

Rocio apoya los codos en la mesa para mirar a Victoria.

—¿Tú no deberías estar en la escuela?

Suena como una típica reprimenda de policía cuando encuentran a los estudiantes en la calle en jornada escolar, no obstante noto que Rocio la conoce.

—Eh… sí. Solo vine porque tengo que hablar con… con Myriam.

Es primera vez que me llama por mi nombre.

Rocio me mira.

—Victoria cursa con mi hija… bueno, es un curso más abajo pero van al mismo taller ¿verdad? —Dice poniéndose de pie— Yo las dejo, después seguimos charlando —Me guiña un ojo y sale por la puerta junto con Gianna.

—Rocio —Llamo antes de que se vaya— Tu café.

—¡Oh! —Vuelve rápidamente para tomar su taza— Permiso

Abandona el estudio. Victoria camina dentro del cuarto y observa todo con sumo cuidado. Me muerdo la lengua con ansiedad, sintiéndome intimidada por todo.

—Trabajas en una radio —Me dice, tocando el micrófono.

—Sí, soy locutor.

—¿Locutor? ¿Tienes programa y todo?

—Sí

Luce impresionada.

—¿Por esto me abandonaste?

—¿Qué?

Se encoge de hombros.

—Digo, teniéndome contigo no podrías haber ido a la Universidad ¿no? Era una carga.

—No digas eso.

—Es la verdad.

Me mira con brío. Mis labios se fruncen sin poder hablar; temo decir algo de lo que me pueda arrepentir. No es momento de echarme atrás o hablar de arrepentimiento. Victoria saldría por esa puerta dejándome sola. No quiero que se vaya, incluso si solo viene a reclamarme. No importa.

—¿Te quieres sentar? —Ofrezco.

Ella no deja de mirarme.

—No, tengo que volver a la escuela.

—Si quieres te puedo ir a dejar yo.

Niega con la cabeza.

—Un poco tarde para ese tipo de molestias.

Es difícil y lo sé.

—Victoria, dime lo que tengas que decir. Insúltame si quieres, pero dilo.

Hace puño las manos con los ojos cerrados, esa es suficiente respuesta para que se me forme un nudo en la garganta. Trato de tragar el dolor profundo en mi boca, un dolor como cuando uno se siente enferma. Mi hija vuelve a abrir los ojos, esos ojos rencorosos pero hermosos. Suplico en silencio que me grite, que me insulte, que vuelva a decir que soy una maldita. No quiero que se guarde para ella misma las cosas, por mucho que eso me parta en dos. Pagué un error 14 años y es momento pagar la sentencia final.

—¡Llegó por quién llora…! —Cristy abre los brazos en el umbral de la puerta, cortando la frase a la mitad y alejando toda tensión del estudio. Me mira de reojo para luego fijarse en Victoria— ¿Tú de nuevo? ¡Pero si eres la chica de la kermés!

Se quedan mirando un breve momento y Victoria levanta la ceja de una manera tan familia que quiero echarme a reír aun con el nudo en mi garganta. Yo también levanto de esa forma la ceja.

—¿Qué haces aquí, Cristy?

Mi hermana se sienta en la silla de cuero con los pies sobre la mesa.

—Hola para ti también, hermanita. Vine para que fuéramos almorzar a tu depa.

Victoria se ve incómoda.

—No tengo hambre ¿Por qué no me avisaste?

—¿De dónde se conocen? —Pregunta sin prestarme atención. Nos miramos entre las tres sin saber cómo actuar a continuación. Cristy toma la taza de café ahora fría, dándole un sorbo— Esto sabe fatal ¿acaso no sabes lo que es el azúcar? ¡Puaj!

—Si tiene, lo que pasa es que a ti te gusta con 9 de azúcar y eso es demasiado.

—¡No es demasiado, es lo normal! —Gime pero vuelve a beber otro sorbo de café, luego se da cuenta que Victoria sigue de pie escuchando la conversación— Y bueno ¿me van a decir de dónde se conocen?

Victoria me mira alzando otra vez la ceja.

—¿No le vas a contar? —Me desafía, lo noto. Miro a Cris que termina bebiéndose toda la taza de café. Estoy dispuesta a hablar sin secretos, pero Victoria me interrumpe incluso antes de comenzar— Soy la hija de un antiguo amigo de Myriam.

Pasmada, no hago más que sacudir la cabeza.

—Los García ¿verdad? —Se vuelve a mí— ¿Te acuerdas de los García? Yo no me acordaba.

Ahora tengo otro nudo en la garganta. Estoy en una encrucijada del que no puedo salir.

—Sí, me acuerdo —Contesto con las mejillas ardiendo.

Victoria suelta una risa amarga.

—Bueno, ya me voy —Se arregla la correa de la mochila— Gracias por la ayuda.

—¿Qué? ¡Pero si vamos a comer! —Cristy se levanta de la silla.

—No puedo, tengo colegio.

—Bah, auséntate un día. ¿Te gusta la pizza?

—De verdad, gracias pero no puedo —Victoria es diferente con Cristy, es obvio. No tiene esa mirada frívola con ella, es más serena, pacífica... más amable. ¿Y cómo esperas que te mire? ¿Con nostalgia? Dice adiós y pronto desaparece del cuarto.

Mi corazón se detiene. Si voy tras ella ¿qué voy a decirle? Cristy dice algo que no presto atención y salgo del cuarto rápidamente. Victoria es rápida, ya que no hay rastro de ella en el pasillo. Llegando al elevador, la encuentro fuera del cubículo.

—Victoria —Mi voz suena ronca. Ella se da la vuelta sorprendida por mi presencia— ¿Por qué no me dejaste decirle?

Frunce el ceño ante mi pregunta.

—No me voy a involucrar en algo que no quiero —Dice con firmeza— Que lo supiera por mí estaría aceptándote… y no quiero hacerlo.

Se da vuelta para irse, bajando la escalera en vez de tomar el elevador. Después de asumir lo que ha dicho, regreso con mi hermana, un poco aturdida y sofocada.

De esto es lo que trata mi castigo; pagar. Pagar como los reclusos en la cárcel: una eterna tortura.
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Mensaje  Eva Robles Jue Ene 07, 2016 12:46 am

Gracias por el capitulo esta muy bien

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Mensaje  myrithalis Jue Ene 07, 2016 1:22 am

Gracias por los capítulos Saludos

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Mensaje  Bere Vie Ene 08, 2016 2:04 am

Capítulo 4.

Cobardía

Myriam

Cristy escurre de mala gana lo que queda de caramelo en el recipiente. Ha estado veinte minutos en el lavavajillas limpiando lo que ha arruinado por su torpeza. Por más que le insistí en que el líquido del caramelo estaba por encima, ella decidió agitar la botella hasta que ésta se disparó en todas direcciones.

—Recuérdame jamás volver a comer caramelo —Se queja para sí sola, limpiándose la cara con el brazo.

Es viernes por la noche y Cris ha decidido pasarla conmigo. Me doy cuenta que discutió con mamá, aunque tampoco se lo pregunto. Acabamos de cenar y ya estamos listas para ver una película. El tintineo del microondas nos avisa que las palomitas están terminadas, de esta manera, nos sentamos en el sofá.

Nuestros planes se entorpecen cuando llaman a la puerta.

Me dirijo con pies descalzos a abrir y me sorprendo de encontrar a Adrian observarme con timidez.

—Hola, Adrian —Él me enseña su blanqueado de dientes rectos en una sonrisa — ¿Quieres pasar?

—No, gracias, es solo un momento.

—¿Quién es? —Cristy aparece por detrás del mismo que yo, descalza. Se queda viendo a Adrian como un pedazo de carne— Oh ¿tú eres…?

—Adrian Flores —Titubea.

Mi hermana alza las cejas sugestiva mientras apoya la barbilla en mi hombro. Tengo que reprimir la risa por lo que acaba de suceder y por algún motivo Adrian no puede mantener la boca cerrada, así que carraspeo con demasiada fuerza.

Ambos tardan en mirarme.

—¿Entonces…? —Espero con paciencia a que Adrian hable, pero éste sacude la cabeza confundido.

—¿Entonces qué?

—Viniste a decirme algo…

Observa sus manos vacías, seguido de mirarla de nuevo.

—¡Ah! Eh… alguien vino a verla pero usted no se encontraba.

—Adrian, no me trates como si tuviera 40 años más que tú —Me quejo— ¿Qué persona? ¿Dejó nombre?

Él no puede apartar la vista de Cristy.

—No, no dejó nombre —Encoge sus hombros ahora mirándome de vuelta— Le pregunté pero no me lo dijo.

¿Quién puede haber venido? Me quedo pensando un momento hasta darme cuenta que Adrian casi que babea en nuestras narices.

—Bueno, gracias —Lo despacho al tiempo que empujo a Cristy dentro del departamento— Nos vemos, Adrian. —Cierro la puerta antes de que pueda despedirse y miro a mi hermana de reojo— Oh, no… conozco esa mirada.

Cris brinca en su lugar.

—¿Es que lo viste? ¡Es tan guapo!

Arrugo la nariz.

—Sí… pero no es mi tipo.

—Es muy joven para ti.

Hago caso omiso del comentario.

—No es mi tipo —Repito dos octavas más fuertes.

Volvemos al sofá aun hablando de Adrian, Cristy se pasa la mitad de la película con el mismo tema. Por lo menos pude ver los créditos finales sin su vocecilla en mi oído solo porque le dieron ganas de ir al baño.

.

Después de unos días de incesante calor, por fin tuvimos un día lluvioso.

Más que lluvioso, la tarde promete tormenta. Me aseguro de que mis flores estás seguras de la nube cargada de agua que se avecina al fondo.

Soy una obsesionada de las flores; tengo todo tipo de maceteros en el balcón. Fue lo primero que me traje al departamento cuando me mudé.

Cristy llega a casa con bolsas cargadas y no hay rincón de su impermeable que no esté empapado. No le veo la cara por tener la capucha puesta.

—Se viene una tormenta del terror, te advierto. —deja las cosas en la mesa y me apresuro a sacar pan fresco de la bolsa— No sé si estaba caminando por la calle o en las Cataratas del Niágara.

Cenamos a solas un sábado por la tarde. Es extraño cenar hoy aquí , puesto que siempre voy donde mamá, pero como supongo que Cris tuvo problemas con ella, no insistí en ir. Nany y mi madre tampoco han llamado para preguntar por nosotras, así que bien sé que las cosas están más o menos.

La cosa es así, Cris tiene problemas en casa y acude a mí, incluso cuando vivíamos juntas. Siempre hemos sido unidas, diferentes, pero unidas. Tenemos el mismo carácter aunque mi hermana sabe ocultarlo bien. Ella es más alegre y aguerrida, yo soy más callada y cobarde.

Mientras recogemos la mesa, me atrevo a preguntar:

—¿Te fuiste o te corrieron? —lo más probable es que se haya ido por su cuenta porque por más imperdonable que fuese lo que hubiera hecho, mamá nunca la correría, y eso cuenta para mí también.

Cristy rueda los ojos.

—Solo me alejé un par de días, me voy en un rato.

—No te estoy corriendo, por cierto.

—Ya lo sé, Myri… dejé mis libros en casa y tengo examen el lunes —hace una mueca de disgusto, caminando a la cocina para lavar las tazas sucias.

No puedo evitar mirarla con detención; todavía me sorprende de lo mucho que ha crecido. Dejó de ser una niña hace mucho tiempo, y con eso, no puedo dejar de pensar en todas las veces que cuidé de ella. Incluso siendo una bebé, y mi atención creció cuando Antonio murió.

Mi madre tenía que salir a trabajar y Nany tenía un puesto de dulces en Kansas, así que estábamos todo el día solas en casa. Por muchos años fui el pilar de Cristy; su enfermera, profesora, hasta quién cumplía sus caprichos. Pero no me arrepiento, por una parte me siento orgullosa de haber ayudado a formar la persona que es hoy. Una chica fuerte, comprometida con lo que le gusta.

Tiene la suerte de seguir un sueño sin que nadie se interponga o le asegure que va derecho al fracaso.

Cristy sabe que la apoyo de manera incondicional, por más gritona y escandalosa que a veces se ponga.

Terminamos de limpiar y nos sentamos en el sofá. Cambio los canales de la tv sin poner atención a lo que exhiben. Me encuentro distraída, muy pensativa. Mi cuerpo está tenso, y muerdo mis uñas como hace mucho no lo hago. Tengo tantas cosas en la cabeza que algunas de pronto se mezclan y me confunden.

Cristy cruje los dedos delante de mi cara, lo que hace que sacuda la cabeza.

—Estoy hablándole a la pared, sabes —se queja, mas no me regaña. Sabe que algo pasa pero no me pregunta— Myriam… ¡Myriam!

Doy un brinco en el asiento.

—¿Quéee?

—¡Hooola! Te estoy hablando desde hace… ¿me estás escuchando o sigues explorando el planeta? —fruncimos los labios— Dime que está pasando.

—¿Pasando con qué?

Suelta un suspiro.

—No soy estúpida, algo te está pasando desde hace unos días. ¿Tan grave es?

Cruzo la pierna con la otra para mitigar los nervios. Mi corazón late tan rápido que en cualquier momento saldrá disparado de mi pecho.

—¿De qué estás hablando? No me pasa nada, estoy cansada, es todo —cruzo mis dedos con disimulo— ¿Qué estabas diciéndome?

Baja los con hombros enojada, dándose por vencida. Cristy odia cuando no le responden como quieren, sobre todo si sabe que algo ocultamos.

—Como sea —se cruza de brazos como una niña de diez años— No me cuentes si no quieres.

—Cris —empujo su hombro con suavidad—, no te enojes, de verdad que no es nada.

Vuelvo a escucharla suspirar, moviendo el flequillo rojo de mi frente para mirarme.

—Te estaba preguntando por los García.

Escuchar ese apellido envía mariposas asesinas a mi estómago.

Muerdo con fuerza mi labio para tratar de que no se note mi repentino cambio.

—¿Qué pasa con ellos?

—Estaba haciendo memoria y creo que sí los recuerdo. Son imágenes borrosas, era muy pequeña al parecer. ¿A los seis años se te pueden olvidar tanto los rostros de las personas?

—Pues sí —vuelvo a apoderarme del control remoto, cambiando los canales a toda velocidad— ¿De quién te acuerdas?

Se queda pensando.

—Estaba esta morena… en la feria de pulgas, cuando fui con Nany —se detiene un momento— pelo largo, nariz respingada… aunque, no la recuerdo con pelo largo. Estoy casi segura que venía a casa contigo después de la escuela.

Me quedo en un canal de cocina, que para mí desgracia, se van a receso.

—¡Ah! —finjo que lo he descubierto— tal vez se trate de Liliana.

—Puede ser —murmura—, ¿eran amigas?

—Sí —contesto con tristeza. Presiono el botón a continuación, cambiando otra vez el canal— muy amigas.

Cristy asiente en respuesta.

—Y ésta otra chica que te fue a ver a la emisora —me tenso— ¿Victoria? ¿Es hija de Liliana? No, espera un momento… dijo que lo era de un viejo amigo ¿verdad?

Está haciendo demasiadas preguntas incómodas y no sé si sea capaz de soportarlo.

—Sí —pude haber tartamudeado, pero por suerte no lo hice— es la hija de Víctor —me vuelvo a Cristy, esperando que diga lo que sea que esté pensando— ¿No recuerdas nada de pequeña? Quiero decir… no recuerdas haberme visto… rara o…

Espero impaciente a que conteste.

—Nop

Suspiro

Su respuesta no hace más que confirmar que Cristy no me recuerda embarazada en absoluto de Victoria.

¿Y si me armo de valor para contárselo…? Puede ser que recuerde todo de una manera más fresca.

Me enderezo, apartando rápidamente esa idea en mi cabeza.

.

Luego de que Cristy se haya regresado a casa, me recuesto en la cama con los pensamientos cargados en mi cabeza.

La plática extraña con mi hermana me ha dejado agotada. Levanto los brazos, estirando las manos como si así pudiese tocar el techo.

Cierro los ojos en un intento vago de retirarme del mundo y la imagen con el rostro de Victoria viene de golpe. Sus ojos negros llenos de rabia y de un momento a otro tengo la imagen de un pequeño rostro en miniatura presionándose en mi brazo; pequeños dedos frágiles, un pecho que sube y baja con rapidez, el llanto débil y agudo de una bebé es lo último que veo antes de abrir los ojos de nuevo, apartando el rostro del techo.

Me levanto de la cama de un salto.

Mi respiración se estanca justo cuando llaman a la puerta. Inhalo y luego exhalo de camino a la puerta, sacando fuerza de alguna parte para calmarme de verdad.

Abro la puerta y mi corazón se paraliza.

Víctor no hace ningún intento de moverse. Se queda como estatua fuera del departamento. Pasaría desapercibido como guardia de seguridad en un estadio.

—Víctor —mi voz es baja debido al dolor en mi pecho.

Por lo menos el pequeño fruncido de su frente me hace ver que está vivo.

—¿Estás bien?

No, no lo estoy.

Exhalo en un gruñido, sin embargo, abro la puerta para que pase. Me doy la vuelta esperando que él mismo tome la iniciativa de pasar, sin tomar en cuenta su pregunta. Víctor cierra la puerta y corro a la cocina por un vaso lleno de agua.

Tomo un gran sorbo de agua, sintiendo a Víctor cerca de allí; tal vez en la encimera, tal vez en el sofá. Su perfume no me es desapercibido.

Después de tomar todo el agua, regreso más aliviada a la sala. La presencia de Víctor me pone los pelos de punta. No sé qué hacer ahora que lo tengo otra vez aquí y tampoco sé si sea buena idea sentarme, cruzarme de brazos o imitar su postura de estatua.

Víctor mira al suelo con total seriedad. Más que seriedad… luce como si fuera a regañarme, cosa que no me extrañaría.

—Vine ayer pero no te encontré —no, él no quiere mirarme— Así que seré breve… vengo para advertirte que no dejaré que lleves en malos pasos a mi hija.

Por un momento no comprendo lo que quiere decir.

—¿Qué? Lo siento, no entiendo lo que estás diciéndome.

Lleva sus manos a los bolsillos con una sonrisa irónica antes de que decida mirarme. Ojos penetrantes me sacuden por completo.

—Victoria se escapó del colegio el otro día para verte ¿no? No tienes que mentirme, ella misma me lo confesó.

¡Ah! Así que de eso se trataba.

—Yo no sabía que vendría.

Vuelve a reírse.

—¿De eso se trata, no? ¿Limpiar tus culpas? No voy a permitir que influyas de manera negativa en ella, Myriam.

Mis mejillas arden.

—¿Qué es lo que en verdad quieres decirme, Víctor? ¡Di lo que tengas que decir sin poner de excusa a Victoria!

Su risa comienza a irritarme.

—¿Ahora te preocupa Victoria? ¿En serio, Myriam? ¿Después de 14 años? —deambula por la estancia con furia, repasando los dedos por la mandíbula— ¡Eres increíble!

—Puedes decirme lo que quieras —digo vencida y algo desesperada, de pronto con ganas de gritar— ¡Grítame! Haz lo que quieras. Prefiero que me insultes si eso prefieres. Di algo, Víctor ¡No te quedes callado!

En solo segundos Víctor llega a mi lugar tan cerca que puedo sentir su aliento contra mi piel. El fuego que dispara por sus ojos, nuestros pechos subiendo acelerados. Eso me pone en alerta de inmediato, pero eso no me hace apartar la mirada de su rostro frío. Y su boca. Su boca es demasiado tentativa a mirar. Tenerlo tan cerca otra vez y sin embargo no conozco a este hombre en absoluto.

—No me alcanzaría la vida para decir todo lo que te mereces —su respiración recae en mis labios— No tienes idea de lo que… —suspira con los ojos cerrados— Aun con todo eso, respeto a las mujeres. Y un hombre con modales no hace lo que tengo ganas de hacerte ahora.

—Puedes matarme —respondo— puedes… pegarme —digo acercándome más— ¿Eso es lo que quieres hacerme?

Nos miramos durante una eternidad. Nos miramos y el tiempo se detiene. El edificio se puede estar cayendo a pedazos pero vamos a seguir mirándonos como si nada existiera ya.

Y entonces… él me besa.

No es suave ni delicado; es un beso cargado de una fuerza que no logro identificar como odio, pero tampoco como algo bueno. Es un beso brusco y placentero a la vez.

Me encuentro inmóvil con los brazos frágiles alrededor de su cuello. Se aferra a mi cintura tanto que mi pecho toca el suyo y devora mi boca sin intenciones de dejarla.

No puedo respirar. Necesito separarme para recobrar el aliento.

Cuando cortamos el beso hay llamas que nos separan, bocas hinchadas y corazones raudos.

No comprendo la mirada salvaje que él me da.

—Eres una mala mujer —murmura—, una mala mujer, una mala madre. —acuna mi rostro sin vacilación y vuelve a atrapar mi boca— Una mala mujer. Repite conmigo —dice todavía besándome—, repite conmigo, carajo.

—Soy una mala mujer —reitero.

—Una mala madre —su lengua recorre el interior de mi boca, estremeciéndome— Repítelo.

—Soy… una mala madre —las lágrimas caen sin propia voluntad. Ahora quiero que se aleje, que se aleje lo más lejos posible de mí— Suéltame, Víctor —ruego con voz rota.

Lo observo y me sorprendo de ver que está llorando de igual forma en que yo lo hago. Sus manos tiemblan alrededor de mi rostro, de pronto soltándome de golpe.

—Nunca te voy a perdonar esto —me señala—, nunca.

No recuerdo el momento en que desaparece de la sala, dejándome como un trapo viejo y sucio sobre el suelo.

.

Apenas entro por la puerta mi madre intuye de inmediato que algo ocurre. No puedo fingir con sonrisas para que Nany no me descubra.

Mamá se acerca a saludarme, susurrándome solo a mí:

—¿Qué te pasa?

—No tengo ganas de hablar.

—Vas a hablar conmigo —más que una pregunta es una orden. Sostiene mi rostro para besar mi mejilla— Tu hermana preparó jugo de naranja ¿quieres un poco?

Sin muchas ganas, asiento porque de todas formas me servirá.

El bastón de Nany repiquetea en el suelo cuando se acerca. Lleva una blusa púrpura que hace que sepa de inmediato que es ella.

Mi abuela tiene la capacidad de descifrar lo que dicen los ojos, es por eso aparto la mirada de ella al segundo.

—Me preocupas, Myriam —cuando me llama por mi nombre, significa que la conversación es seria— Desde que te mudaste has cambiado mucho. Pensé que estarías más feliz, querida, pero… te veo muy triste. ¿Qué es lo que está pasando? Y no voy a aceptar un "nada" porque seré vieja, mas no tonta.

Tengo la vista fija en la ventana, sacudiendo la cabeza.

—A veces, Nany, es mejor quedarse callada —no recibo nada como respuesta, así que continúo— Tú me lo has dicho más de alguna vez.

Mis labios tiemblan por las ganas de llorar.

Nany aparta un mechón de mi cabello castaño, suficiente caricia para que derrame una lágrima. Ella seca esa lágrima con su dedo.

—Tienes razón, lo he dicho muchas veces, pero… ¿sabes una cosa? Cuando uno sufre mucho por cosas que debe callar, es mejor hablarlo. Mucho mejor, créeme. —su mano toma mi brazo con ternura. Ese simple tacto familiar me tranquiliza— Sabes que puedes confiar en mí, pecosita 1.

—No puedo —sacudo la cabeza— No contigo, Nany.

—¿Por qué?

Aparto otra lágrima inoportuna.

—Porque te vas a decepcionar de mí.

Mi abuela me obliga a que la mire.

—Yo nunca me decepcionaría de ti, Myriam. Incluso si me dijeras que mataste a alguien… yo siempre estaría para ti. Pensé que eso lo sabías. —dice con dolor y luego me apunta con el dedo— aunque estoy rogando para que me digas que no mataste a nadie.

Mi pecho sube con furia y aparto ese frenético latido de mi corazón para observar a mi abuela.

Ella lo dice con sinceridad, no hay nada que me haga desconfiar de que estuviera mintiéndome. Nany es la persona más sincera que he conocido en mi vida, y tengo la suerte de que sea mi abuela. Cuando me dispongo a contarle todo, a desahogarme como he querido hacer desde siempre, Cris nos interrumpe.

—Si no pasan ahora a la mesa me voy a comer toda la carne de la barbacoa. Están avisadas.

Nany rueda los ojos.

—A ti deberíamos llamarte "Doña impertinente" —Cris levanta una ceja— Olvídalo, pecosita 2 —luego se voltea a mirarme donde rápidamente seco mi cara llena de lágrimas— Ya sabes dónde encontrarme —palmeando mi pierna, se levanta con una sonrisa del sofá.

Había sido tan tonta, tan inmadura.

Ahora me miro al espejo y me pregunto cómo diablos llegué a pensar que lo complicado terminaría, como cedí a mis propios miedos yéndome. Durante años he actuado a base de lo que creo que es conveniente, pero el corazón no entiende razones. Sin embargo, a los 16 años… no tuve el coraje de escuchar a mi corazón.

Con horror me doy cuenta de cómo la vida se ha encargado de devolver todo lo ocasionado en el pasado. No puedo volver a arrancar como antes. Siempre me consideré una persona cobarde para enfrentar situaciones difíciles, sobre todo ahora que la realidad me cayó de golpe.

Por supuesto que soy consciente que un par de explicaciones y una infinidad de disculpas no va a hacer que las cosas se arreglen. Entiendo muy bien que haga lo que haga, nunca será suficiente. Y de alguna manera lo acepto, porque no sé si yo en su lugar lo hubiese perdonado.

Todas ya están sentadas a la mesa cuando salgo de mi ensoñación. Me levanto del sofá a encerrarme en el baño. Lavo mi cara de las lágrimas pegoteadas en mis mejillas, despejándome un poco.

La conversación gira en torno a los viajes en vacaciones.

Nadie parece darse cuenta de lo poco que me he servido en el plato, algo que agradezco sinceramente.

—Podemos… ¡Podemos ir a Italia! —propone Cristy— Maratea, para ser exactos. ¡bellisimo!

—¿No es esa la que tiene la estatua del redentor? —Nany pregunta con entusiasmo— ¡Y el obelisco de la virgen de los Dolores!

Cristy abre mucho los ojos, sorprendida.

—¿Estuviste en Maratea, Nany?

Nany suspira.

—No, por desgracia. Mi padre tenía negocios en Maratea y nos traía regalos cada cierta temporada. —ese recuerdo la hace ponerse nostálgica— Que tiempos eran esos ¿no? Ahora todo gira en torno a la tecnología.

Mi madre ríe.

—Está bien, mamá. No te aflijas.

Después de la comida, mamá se asegura de que no hayan muros en la costa para llevarme al cuarto del segundo piso. Cierra la puerta de mi antigua habitación y se queda mirándome sin decir nada, esperando quizá que comience yo.

No quiero hablar pero sé que ella no se va a quedar de brazos cruzados y tampoco dejará que cruce esa puerta sin decir ni pio.

La mirada de horror que mi madre tiene me recuerda mucho a la mirada que tenía cada vez que Antonio llegaba del trabajo por la tarde y ella aún no acababa la cena. La sumisión en la que mi madre estaba sometida, hoy por hoy, no queda nada de aquella mujer frágil y poco atrevida. Ahora lo único que veo es valentía, a pesar de que sigue viéndome tan asustada.

—Tienes que decirme que está pasando —es tajante— ¿Volviste a ver a Victoria y por eso estás tan triste?

Se sienta junto a mí, tomando mis manos entre las suyas.

—Bueno… la he visto un par de veces —confieso— Por cierto ¿sabías que Nany y Cristy la vieron en la feria de las pulgas?

Por la forma en que su madre muerde su labio, es un claro indicio de un sí.

Suelto un gruñido.

—No quería preocuparte, cariño. Además, después de lo que me contaste de Victoria —mueve la cabeza— Myriam, deberías alejarte de ella.

—¿Por qué? —frunzo el ceño.

Es obvio que esto le cuesta de decir, por eso se ve como si no supiera qué palabras usar.

—Victoria es una chica grande. Una chica criada y educada… —vuelve a sacudir la cabeza— Tomaste una decisión difícil hace mucho tiempo y toda decisión tiene sus consecuencias ¿lo sabes, verdad?

Ruedo los ojos.

—Mamá…

—Lo único que vas a lograr con todo esto… es que sufras. Ella jamás te verá como una madre. Ya creció sin ti, aprendió todo sin…

—¡Ya lo sé! —interrumpo, soltándome de sus manos— ¿Es necesario que me lo repitas todo el tiempo? ¡Sé que es una chica grande! ¡Sé que me odia, mamá! pero… —mi voz cae al vacío— Ya… no doy más —me cubro el rostro con las manos al mismo tiempo que mamá me envuelve en un abrazo.

—Aléjate de Victoria.

—Es mi hija —le digo a modo de protesta, reprimiendo las ganas de tirar todo a mi alcance— y sé que vas a decirme que es una palabra muy grande llamarla mi hija… pero no puedo hacer lo que me pides.

—¿Tu hija? —una voz se alza en la puerta de la habitación. No sé si me altera más el rugido de la puerta o la misma voz que pregunta. Nany está justo en el umbral con su bastón firme alrededor de su mano— ¿Me quieres explicar lo que acabas de decir? —mamá y yo nos miramos— ¿Sabes dónde está la niña, Myriam?

Entra y cierra la puerta detrás de ella.

Se encuentra absolutamente asombrada, caminando con elegancia para sentarse detrás de nosotras dos.

No hay más motivos para ocultarlo, de todos modos.

—Sí —respondo — Sé dónde está.

Nany sonríe un poco.

—¿Y cómo lo descubriste? Quiero decir… sabes quienes son sus padres adoptivos ¿verdad? ¿Los conoces? ¿Ellos te conocen?

Miro otra vez a mi madre, que está igual o más nerviosa que yo.

—Nany —humedezco mis labios secos—, tenemos que hablar —tomando una inspiración, miro hacia la puerta para asegurarme de que nadie va a venir— Ven, acércate.

Mamá se aleja hacia el rincón de la habitación. Nany, confusa y entusiasmada, toma asiento en el suyo.

—¿Qué pasa, pecosita 1?

Tomo una gran bocanada de aire.

—Nany, yo nunca di en adopción a mi hija —confieso y siento como rocas se incrustan al fondo de mi estómago. La sonrisa de mi abuela desaparece de a poco, pasando rápidamente a la incredulidad total— Víctor la tiene… Víctor siempre la tuvo.

La confusión no la abandona, la perplejidad no la hace mover un solo músculo.

—¿Es una broma, cierto? —mira a mamá queriendo una explicación, pero como no la obtiene, se vuelve a mí— No estoy entendiendo. Tú… ustedes —nos indica— Yo sabía otra cosa… ¿Myriam? —la decepción es lo que estaba temiendo encontrar entre las sombras— ¿Me mentiste?

Mi labio tiembla e intento apartar la mirada de mi abuela, que es imposible puesto que está demasiado cerca.

—Sí

—¿Por qué lo hiciste, Myriam? ¿Por qué me mentiste?

Mamá sale en mi defensa, mas no quiero que me defiendan.

—Antonio nos pidió que le dijésemos eso a ti y a papá. En ese momento no queríamos alterarte. Queríamos que tuvieras la certeza de que la niña estaría bien.

—¿Antonio? —me busca con terror— ¿Tu padre te obligó a hacer eso?

—No —bajo la mirada— él no lo hizo.

—Él te obligó a dejar a tu hija.

—¡No! Nany, tienes que escucharme. Él no me obligó. Yo lo decidí, yo la abandoné ¿entiendes? Siempre seré yo, nadie más que yo —el llanto se apodera de mí y no puedo seguir hablando.

—¿La razones? Dijiste que no estabas preparada, Myriam ¡Y lo entendí! Te apoyé porque me dijiste que había una familia esperando con ansias a la niña ¡No que Víctor se iba a quedar con la responsabilidad por ti! Me mentiste en mi propia cara —da un golpe sordo contra el piso con absoluto enojo— Acepté que dejáramos a tu hermana fuera de esto pero creí que ese era el único secreto que esta familia guardaba ¿sabes las ganas que tengo de darte en la cabeza con mi bastón?

Agacho la cabeza con vergüenza.

—Mamá, Myriam cometió un error.

—Perdón que te corrija, Refugio, pero esto es un error garrafal —suelta con disgusto— ¿Algo más que deba saber?

Di que no

—No

—¿Conoces a la niña? —asiento en respuesta— ¿Cómo se llama?

—Victoria

—¿Victoria? —sus ojos se agrandan— ¿La blanca de cabello negro? —asiento nuevamente— Vaya, se ve que la hicieron con mucho amor —ese tono de mi abuela me avisa que su enojo ha disminuido. Ella no bromea cuando está demasiado enojada, así que me atrevo a la levantar la cabeza— Déjame a solas con tu hija, Refugio.

Mamá cruza la habitación en dos zancadas para abandonarla.

El silencio que le sigue es caótico. Nany no deja de fijar sus ojos en mí. Observarme de alguna manera es humillante cuando sé que sabe la verdad, pero no digo nada respecto a eso.

—Ya sé lo que debes estar pensando. —comienzo— Tal vez es demasiado tarde para pedir disculpas, pero de todas formas lo haré: Discúlpame, Nany. Nunca fue mi intención ocultarte cosas ni decepcionarte de esta manera. De verdad.

La mano de mi abuela está en la mía.

—No estoy decepcionada de ti, Myriam —asegura — Te conozco desde que naciste y sé que piensas que lo estoy, pero no lo estoy. No estoy decepcionada en absoluto de ti —suelto un suspiro tembloroso— No obstante, me entristece saber que no confiaste en mí para una cosa así ¿Sabes? Siempre creí que tu decisión había sido acertada, pero creo que tu corazón no pensaba lo mismo ¿o me equivoco?

Niego con lágrimas en los ojos.

—Fui… muy tonta, Nany. Actué de forma desesperada y sin pensarlo. Me daba miedo todo, me daba miedo a mí misma. Era tan pequeña y yo tan estúpida —niego con la cabeza.

—Lo sé, sé que tenías miedo. Lo supe desde el momento en que supe de tu embarazo. No estabas preparada para un bebé. Víctor y tú jugaron a ser adultos a una edad muy temprana. Aun así, tenías claro que tan pronto entregaras a la niña, no había marcha atrás. Tenías que aprender a vivir con ello porque pensaste en su bien —acaricia mi mejilla— pero arrancar así… como una fugitiva… no me parece lo correcto.

—No, no fue lo correcto.

—La dejaste —cerciora— con su padre, no en la calle ni en la puerta de una iglesia.

—Lo sé.

—¿Te arrepientes de dejarla?

Ahogo un grito de desesperación.

—Siempre.

—Nadie más que esa niña es víctima, sabes. Eres una mujer mayor y por más niña que fueses en aquel entonces, nadie borra los hechos ocurridos. Así es la vida, cariño. Esto nos hace cómplices a todos.

Muevo la cabeza estando de acuerdo.

—Eso lo tengo muy claro.

—Bien —acaricia mis manos— Ahora, dale un abrazo a tu abuela —no demoro en obedecer su pedido, abrazándola con fuerza. Lágrimas caen en su hombro del que no puedo evitar derramar— Te mereces ser feliz, pecosita 1. Independiente de todo lo demás.

—Tengo lo que me merezco —beso su mejilla al separarnos— Gracias por estar aquí.

—Te lo dije, siempre voy a estar contigo… pero… me gusta regañarte un poco porque te quiero.

—También te quiero.

.

No tardo en regresar a casa. Es tarde y tengo que trabajar al otro día muy temprano. Es por eso que me sorprende ver a Víctor en la puerta del apartamento.

Mis manos sudan y mi cuerpo se electrifica en cuando lo veo. No puedo quitar de mi cabeza el hecho de que la última vez que nos vimos, aquel encuentro, fue bastante particular.

Busco con torpeza las llaves de la puerta, intentando evitar su mirada.

—¿Qué haces aquí? —pregunta con brusquedad. Víctor está con las manos dentro de los bolsillos de los jeans— Es un poco tarde, sabes.

—Solo vengo un momento —aclara su garganta— con respecto a lo… a lo…

—Ya sé

—Eso no significó nada para mí, quería que lo supieras.

Levanto el rostro hacia él, frunciendo los labios. Su incesante movimiento para todos lados está comenzando a marearme.

—Para mí tampoco —miento.

—Me alegra que lo aclaremos —reconoce apartando la mirada— porque no creas que voy a meterme contigo otra vez.

Giro el picaporte, deseando entrar y cerrarle la puerta en las narices.

—No lo pensé de otra manera —nos contemplamos durante mucho tiempo— Buenas noches, Víctor.

—Myriam, una cosa —antes de entrar, me giro de nuevo— No quiero que vuelvas a ver a Victoria. No le haces bien.

Entierro el manojo de llaves en mis manos.

—Buenas noches, Víctor —reitero.

No sé si él está a punto de hacer lo que creo que va a hacer, sin embargo, sacude la cabeza y le cierro la puerta.

Sé que no debí haberlo hecho, pero si Víctor estaba pensando en besarme de nuevo, no creo que hubiese sido una buena idea, de manera que fue lo único que se me ocurrió para evitarlo… cerrándole la puerta en la cara.

Muerdo mi labio inferior todavía apretando las llaves en la palma de mi mano.
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Mensaje  MarySan Vie Ene 08, 2016 10:09 pm

Gracias por la nueva novela Bere! Pon otro capitulo por fa!
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Mensaje  Bere Sáb Ene 09, 2016 1:53 am

Hola chicas oigan pues tema viene fin de semana y no podre publicar aqui va el 2x1 y nos vemos el lunes...

...........
Capítulo 5

La mujer de sus pesadillas

Victoria POV

Observa con detenimiento la figura de su cuerpo frente al espejo. Hay ciertas cosas que le molestan de ella misma, pero supone que todos nunca van a conformarse con lo que tienen. Por ejemplo su pelo es lacio, sin ninguna forma. Su amiga Casey puede jugar con el suyo porque es perfectamente ondulado, sin embargo, Victoria no puede decir lo mismo con el de ella. Por más intentos que hace de darle forma siempre termina al punto inicial.

Suelta un suspiro desviando la vista hacia el reloj del buró.

¡Maldición!

Apenas tiene tiempo de atarse los zapatos del colegio cuando tocan a la puerta. Sostiene la corbata con los dientes cuando grita:

—Adelante

Liliana asoma la cabeza cuando Victoria está teniendo una pequeña guerra con la corbata ahora en su cuello. La hace girar tres veces sin lograr hacer el nudo. Gruñe para sí misma, así que rápidamente tiene a su tía sosteniéndola por ella.

—Deja, yo te ayudo

Su tía es como un hada madrina, lo que desea se cumple, incluso si es algo tan descabellado, siempre tiene la voluntad de hacer realidad sus caprichos. Aunque también se las da de madre sustituta; la aconseja y reprende cuando es necesario. Tiene un especial afecto por ella, siempre ha estado cuando la necesita. Es quien limpia sus lágrimas cuando ha estado triste, angustiada. Liliana siempre le dice: Sé un piloto por la vida, si el avión se cae yo seré tu paracaídas. Y está segura que así es.

Luego de anudar la corbata correctamente se detiene un minuto para guardar las cosas en su bolso. Liliana se sienta en la cama, no la ve pero nota el peso en el colchón.

—¿Cómo estás, Victoria?

Está maldiciendo para sus adentros porque el libro que tiene en sus manos no es de Biología.

—Neurótica, si llego tarde me van a suspender —Hace una mueca de solo recordar lo que su papá diría en esa situación: Victoria, la única cosa que te pido que hagas es que estudies y duermas las horas que correspondan.

Liliana aclara su garganta.

—Me refiero… a lo de Myriam —Deja de batallar con su estante de libros. Todavía no se acostumbra a que la nombren— Ya sabes, nosotras no hemos tenido oportunidad de hablar sobre eso. Y estoy preocupada por ti, sé que es difícil…

—Todo bien —Miente, guarda el libro correspondiente en la mochila y se la amarra a la espalda— ¿Podemos hablar en otro momento? De verdad que no puedo llegar tarde o me van a crucificar.

Ambas sonríen. Liliana se pone en pie para besar su mejilla.

—Víctor se crucificaría primero antes que crucificarte a ti.

—Lo sé —Le devuelve el beso— Nos vemos, tía.

Se despiden y Victoria corre fuera de la habitación. Baja las escaleras todavía acomodándose la falda. Juanita se ve ensimismada regando sus flores cuando se da cuenta que todavía está en casa.

—¡Victoria, vas tarde! —Regaña alzando su regadera a la altura de la cabeza.

Le lanza un beso antes de salir por la puerta.

El sol golpea su rostro pero más por el calor que por la luz. Odia el calor, lo odia con todo su ser. Por ella el invierno durara todo el año y tener que abrigarse hasta el cuello o parecer un oso de peluche andante para ella es un regalo. Ama abrigarse y ama beber café cuando tiene frío. Suelta un suspiro a la vez que sus pasos son apresurados para alcanzar el autobús. Vivir tan alejados de la ciudad le es complicado para ir a la escuela. Su padre la lleva a veces, pero eso significa que tiene que levantarse más temprano, vestirse más rápido y tomar desayuno a la velocidad de la luz… bueno, nada diferente a esta mañana, pero normalmente no es así.

Alcanza el autobús antes de llegar al paradero. Por suerte hay asientos vacíos, de modo que ocupa uno asegurando su mochila en las piernas. No tarda en ponerse los audífonos y alejar el ruido del motor o a las llantas insoportables.

Cuando era más niña y su padre la enviaba a la escuela en un furgón escolar, soñaba con crecer y poder tomar el autobús. Era otro de sus jodidos caprichos prematuros, usar el autobús sola porque siempre tuvo que ir con alguien mayor. Así que cuando cumplió los 12, a pesar de que su padre no le gustaba la idea, la dejaron volverse un día desde la escuela. Desde entonces se transporta así, pero ahora lo odia. Odia el sonido que hace y la forma tan brusca en que frena, cuando no hay asientos vacíos prácticamente se sostiene de alguien para no caerse. Es vergonzoso.

Y hablando de caprichos… tiene que reconocer que siempre fue muy caprichosa, no así mal criada, pero le gusta que todo se haga como ella dice. Es un mal modo de hacer las cosas, pero las hace inconscientemente. No obstante, eso no quiere decir que pase a llevar a las personas o que ellas dejen todo para satisfacer sus locuras. Su último capricho lo había tenido entre ceja y ceja y sinceramente… no estaba segura si fue buena idea después de todo.

Buscar a su madre biológica había sido su capricho desde que su profesora de Biología impartió la clase de Reproducción humana. Hasta entonces nunca quiso saber nada de su otra sangre, había aceptado que tenía un padre, abuelos y tíos, asegurándose que no le faltaba nada más, pero entonces su profesora había estado tres clases hablando sobre la reproducción de la mujer, como el feto crece, como nace… ella no había podido dejar de pensar sobre eso. Había nacido de una mujer, pero ni siquiera le conocía la cara.

De modo que empezó su búsqueda. Su amiga Casey había aconsejado que le hablara a su padre, pero Victoria sabía la respuesta, él jamás le iba a dar información sobre esa mujer. Lo único que sabía era que fue amiga de Liliana y que su nombre era Myriam.

Entonces un día Casey dijo:

—Mi hermano Ethan ha estado ocupando mi ordenador por dos semanas porque se cree un jodido investigador privado —Lanza su mochila lejos, ni siquiera alcanza a caer en la silla— Es tan terco, le ha dado con demostrarme que puede encontrar a su ex amigo del jardín ¡Jardín! ¿Puedes creerlo? Es un idiota.

Victoria no deja de mirar a Casey.

—Eres una genialota —Dice ante la atenta mirada de confusión de su amiga— ¿Crees que Ethan quiera ayudarme?

Ethan le pidió alguna información de su madre, pero otra vez se dio cuenta que no tenía nada. Ese día regresó a casa con la idea de buscar algo que le ayudara a encontrar su paradero. Había sonsacado a su tía Liliana hasta que finalmente le dijo que se apellidaba Montemayor.

Esa noche su padre salió con su tío Sergiode juerga, cosa perfecta para Victoria. Fue derechito al cuarto de su padre y espió durante unos minutos sin encontrar nada que le sirviera. Bufó con desesperación hasta que recordó la caja tan preciada que guarda y que ella nunca pudo ver que contenía. Se subió con cuidado al banquito y agarró la cajuela. Agradecía que no tuviera ningún candadito o eso sería otro misterio para buscar en el cuarto. Entre sus cosas se encontraba un mechón negro de su pelo cuando se lo cortaron a los 3 años, llaveros, hojas dobladas, lapiceras, una foto de ella en la guardería y una foto de una chica que se le hacía muy familiar. Tomó la foto entre sus manos, sabiendo en ese momento de quién se trataba. La chica en la foto no debía pasar los 15 años pero hasta podía pasar por menos. Le llamó mucho la atención los ojos, porque eran parecidos a los suyos salvo que eran cafes. Hasta ese momento no se daba cuenta de lo temblorosas que estaban sus manos mientras sostenía la fotografía. Mojó sus labios ahora secos y cerró la cajuela escondiendo la foto dentro de su blusa.

Llega hasta la escalera terrorífica de su colegio deseando tener poderes para volar. Desde lejos escucha los gritos de Casey llamándola, se voltea solo para verla agitar los brazos y a su hermano Ethan siguiéndole los talones.

—¡Pensé que no llegaba nunca! —Gime Casey con las manos sobre las rodillas.

—Y no vamos a llegar nunca si no subimos esta escalera —Mira por encima de su hombro con una mueca en los labios—Será mejor que nos demos prisa.

—De paso vamos por un poco de agua —Ruega su amiga.

Victoria se da cuenta que Ethan la mira. Intercambian una mirada que dura solo unos segundos. Luego ella aparta la cara para ver a Casey quien la empuja para subir.

Cuando entran al salón Luna está agarrándose de las greñas con Lily-top-model. No hay ninguna autoridad dentro por lo que todos sus compañeros alientan a que se acaben la una a la otra. Victoria y Casey acuden en su ayuda, tratando de separarlas. Una se va con Lily y la otra con Luna. No es algo sorpresivo de ver puesto que las dos se llevan como el agua y el aceite desde que cursan primaria. Victoria todavía recuerda como Luna estropeó el vestido de Lily con yogurt de fresa.

La maestra Collins entra al salón haciendo un estruendo en la mesa con el sin fin de libros que lleva. Parece que todo el lugar hubiese saltado cuando hizo eso y Victoria estaba segura que el cabello de la maestra se meneaba con el viento. Arregla sus gafas justo por encima del puente de su nariz. Gruñe. No entiende por qué gruñe todo el tiempo pero piensa que intenta aclararse la garganta y no le sale.

Tiene mucho cabello rojo sangre tapándole los ojos.

—Señorito Evans, tendría el honor de pasar al frente para explicarnos por qué se ríe tanto así nos reímos todos.

Garrett luce rojo como un tomate. Casey pincha con el lápiz en la espalda de Victoria. Ésta se voltea solo para ver cómo hiperventila viendo al chico.

Casey ha estado encaprichada con Garrett Evans desde hace tres meses. Por algún motivo a Victoria le repudia los granos que tiene en la barbilla, aparte le hace competencia en Biología, nadie más que ella saca 10 en Biología.

Achica los ojos viendo a Garrett como analizando una venganza.

Finalmente se vuelve a su libro.

La maestra tiene a Garrett entre ceja y ceja mientras hojea el libro y pronto está anotando la página en el pizarrón.

Cuenta tres segundos hasta que…

—Hey, Victoria —Luna susurra con exageración— ¿Qué página es?

Victoria suspira, señala con el lápiz el pizarrón y Luna pone cara de ¿Desde cuándo estuvo eso ahí?

Siempre le pregunta cosas que están al alcance de su mano.

En el descanso tiene al chico gafas siguiéndole los talones hasta la biblioteca. Por más que lo ha intentado, Max se le pega como una babosa. Según él piensa, algo que Victoria no recuerda, es que hablaron un montón en el taller de literatura el año pasado. Desde entonces no deja de seguirla para que sea su amiga. Siente lástima por Max porque es un chico solitario, mayor que ella que nunca ha sabido acomodarse al resto. Sin embargo, eso no quiere decir que le tenga lástima todo el tiempo, por ejemplo ahora lo quiere mandar al demonio.

Entra a la biblioteca con dos de los libros que encargó para el fin de semana y apoya los brazos en la recepción. Kira, la bibliotecaria, está impartiendo material para la clase siguiente de otro curso. Cuando ve a Victoria sonríe ampliamente.

—Espérame un segundo ¿sí? —Asiente en respuesta con una sonrisa, pero esa sonrisa se desvanece cuando escucha a Max a su lado.

—¿Tienes planes para este viernes? —El pobre cuerpo de Max tiembla cuando le pregunta.

Victoria suspira contra el libro y lo mira.

—Max, por favor… no seas… solo déjame en paz.

—Pero… Victoria…

—Ya la escuchaste ¿no? Te dijo que la dejes en paz. —Ambos se voltean para ver que Ethan está viendo a Max de manera amenazante. El chico no puede con eso, no puede cuando la gente lo mira demasiado de modo que agacha la cabeza y sale corriendo de la biblioteca. Victoria ve cómo se va y siente un poco de culpa. Ethan se vuelve a ella—. No te sientas mal por él, necesita que alguien lo ponga en su lugar.

—Pero se ve tan solito… aun así gracias.

—De nada

Se quedan en silencio durante mucho tiempo. Realmente no sabe qué decirle y tampoco sabe por qué Ethan está en la biblioteca cuando él es alérgico a los estantes con libros. Según para él solo sirven para dañar la vista de las personas.

—¿Qué haces aquí? —Pregunta, mira a Ethan que tiene las manos dentro de los bolsillos. Él es alto de cabello negro y ojos color caramelo. No se parece en nada a Casey, tampoco al hermano pequeño que tienen, Ronald. Tiene esta sonrisa que puede derretir a cualquier chica de su salón— ¿Ethan Bates quiere leer un libro? —Bromea.

Él suelta una risa con una sacudida de su cabeza.

—Para nada… solo pasaba por aquí y vi a Max pegado a tu falda, así que pensé que necesitabas ayuda.

Victoria sonríe.

—Gracias pero puedo defenderme sola.

Este abre mucho los ojos haciendo que vuelva a reírse.

—Créeme… lo sé.

Parpadea— ¿Casey, verdad? —Ethan asiente— Maldita bocona.

No hablan mucho mientras entrega los libros a Kira. Por algún motivo Ethan sigue de pie frente a ella, esperando que termine. Luego salen al pasillo de salones. Insiste en saber si ha sabido algo de su madre biológica, pero Victoria sigue negándolo. La verdad es que no entiende muy bien por qué decidió ocultarlo. Casey e Ethan estaban muy ansiosos esperándola luego de que conociera a Myriam, pero el encuentro la había dejado tan mal que prefería guardárselo para sí misma. Tampoco les dijo que fue a verla al trabajo y menos que su padre sabe la verdad.

No es que no confíe en ellos, es solo que le gusta guardarse esto para ella sola.

Ethan se despide para jugar al fútbol con sus amigos en lo que resta de recreo.

En clase de cálculo no puede concentrarse por los ronquidos de su amiga Hanna. Es rubia también, pero tiene reflejos rosa que la hacen ser el centro de atención en todas partes. El maestro ya ha llamado la atención de su compañera dos veces, de modo que empuja con brusquedad su codo para despertarla. Hanna suelta un último ronquido antes de abrir los ojos y adaptarse a la luz del salón. Gruñe cubriéndose la cara. Victoria solo puede rodar los ojos.

Al término de clases, Victoria y Casey son las únicas que quedan en el salón.

—Podemos ir a tu casa entonces y hacemos palomitas de maíz y mucha gaseosa y pasteles de tu abuela y mucho chocolate derretido…

—No puedo hoy —Se excusa Victoria—¿Puede ser el sábado? Es que hoy…

—Oh ya sé…

—¿Me quieres…?

—Ni lo sueñes —Casey alza un dedo cerca de su cara, parece tajante y su frente se arruga como alguien a quien le trauma recordar algo—no otra vez.

—Vamos, por favor…

—¿Y para qué quieres que te acompañe?

Victoria sonríe, se acerca y junta sus manos para rogarle.

—Por favor, por favor, por favor… —Pone su mejor cara de borreguito y es suficiente para que suelte un suspiro exasperado— ¡Sí!

—Es que en serio, Victoria… no entiendo para qué quieres que vaya… de hecho, no entiendo para qué vas a ese lugar de mala muerte, es como tener una salida con mi hermano mayor o mi papá en su juventud.

Avanzan hacia la salida y Casey sigue reclamando.

—Oye, tampoco es para tanto… las mujeres también podemos.

—Sí, claro. Eso se llama masoquismo, siempre te veo marcas en los brazos.

Le levanta las mangas de la blusa donde tiene dos cardenales.

—¿Qué? ¿Me vas a decir que todo este escándalo es por dos miserables cardenales?

Su amiga abre mucho los ojos con indignación.

—¿Miserables cardenales? ¡Mujer, eres increíble! —Sacude la cabeza llegando hasta la sala de recepción— Si quieres te puedo dar el número de mi tío que ama ver esos programas sangrientos. De seguro tú y él se llevarían fenomenal. Bueno, está bien… te voy a acompañar, solo si me prometes…

Pero Victoria ya no estaba escuchando, más bien sus ojos y mente estaban confusos viendo a Myriam en la entrada del colegio.

Le vino esta fría sensación en el cuerpo como la primera vez. Era una sensación similar a cuando tu cuerpo acaba de ejercitarse y tomas agua muy fría, sientes como el agua cae dentro de tu cuerpo. Traga con dificultad, es increíble lo que esta mujer logra en ella.

No sabe describir lo que siente. No sabe si es miedo, coraje, tristeza. Tal vez todo mezclado. El nudo en su garganta quema, sus manos empiezan a sudar. Casey parece no darse cuenta de nada porque sigue hablando pero Victoria no escucha. Está viendo a Myriam que parece perdida buscando algo, seguramente a ella.

O quizá solo vino por lo de su amiga otra vez.

No te hagas falsas ilusiones.

Tampoco es como que esperara alguna ilusión, no de ella. Nunca. Jamás.

Inspira y deja de hacer puño sus manos.

Justo en eso sus ojos y los de ella coinciden. Y los nervios la vuelven a invadir.

Puede arrancar, esconderse, excusarse de tener prisa. Hay dos lados en este momento: el primero es ese deseo de correr junto a ella y repetirle que la desprecia. El segundo es tenerla cerca y escucharla. No entiende por qué demonios siente más cercanía por lo segundo, como si una parte recóndita de su mente quiere escucharla y entenderla, pero luego guarda la compostura y sigue siendo la misma rencorosa de siempre.

¿Y quién puede juzgarla? Jamás en su vida había visto a esa mujer hasta hace semanas. Si no es porque la busca entonces jamás hubiese sabido que llevan la misma sangre. ¿Cuántas veces se habrán cruzado en el supermercado o en la calle?

Ve como Myriam avanza hacia su dirección.

Pellizcan su brazo.

—¿Sigues ahí?

—¡Me dueeleee, Caseeeey! —Soba su brazo con indignación. Sus ojos parpadean y la piel se le eriza al darse cuenta que Myriam cada vez se acerca más.

—Hace un buen rato estoy hablándole al aire ¿Qué te pasa? Te veo pálida

No hay forma de escapar.

—Hola, Victoria —Inclusive su voz la pone nerviosa. Es como un puñado de sentimientos y sensaciones que su voz le produce. Ninguna de ellas es buena.

—Hola —Contesta sin dejar de sobarse el brazo.

Casey se aclara la garganta.

—¿La conoces? —Pregunta mirando a Myriam, luego estrecha su mano— Soy Casey Bates.

Ella recibe el saludo.

—Myriam Montemayor —Contesta.

Puede prever lo que viene.

—Mucho gus… —Se corta a mitad de frase. A pesar de que su amiga sabe que su madre biológica es Myry y no Myriam, descubrirlo es igual de fácil que sumar 2+2—…to —termina por decir mirando a Victoria.

—¿Qué haces aquí? —Pregunta.

Está segura que la cabeza de su amiga va a explotar en mil pedazos cuando salta para decir:

—Espera ¿Se conocen? —Al ver que no hay respuesta, rápidamente se excusa— Yo… yo… te espero afuera… para… ya sabes qué… las dejo, adiós.

Sale corriendo fuera del colegio.

El aire es tenso, si tuviera súper poderes distinguiría el círculo tenso a su alrededor. Parece estar en un sauna o dentro de una llamarada. De nuevo tiene la sensación de querer salir corriendo.

—Qué bueno que te encontré —Dice Myriam con voz temblorosa —no sabía si esta era la hora de salida.

—Hay muchas cosas que no sabes, si quieres puedo enumerarlas pero probablemente moriríamos antes. —El sarcasmo y la ironía son clave para Victoria cuando está muy enojada. Es algo que no puede controlar, no es como si pudiera callarse o algo así. Siempre tiene que decir algo de lo que después se arrepiente. La diferencia con Myriam es que nada de lo que le dice siente que se arrepiente. — ¿Qué haces aquí? —Repite por segunda vez.

Myriam remueve sus manos.

—Quiero que hablemos

—¿Para qué? —Cruza sus brazos— No sé lo que tendríamos que hablar tú y yo.

Sacude su cabeza, ve a sus pies y luego a Victoria.

—Tenemos mucho de que hablar, lo sabes. Solo… dame unos minutos y te juro que si no quieres verme más, entonces lo entenderé. No quiero molestarte, Victoria… de verdad que es lo último que quiero hacer, pero cuando nos conocimos me pediste una explicación y no te la di como se debe.

De pronto siente miedo. Myriam parece tan decidida a hablarle y ella siente miedo. Siente miedo de escuchar una verdad que sospecha. Un abandono por falta de cariño, un abandono por inmadurez, un abandono por conveniencia. De algún modo teme saberlo porque ha crecido creyendo cosas fantasiosas. Cuando niña juraba que su madre había viajado lejos para darle una vida mejor, como en los cuentos. Pero al crecer… esa fantasía se esfumó, finalmente terminó despreciando a alguien sin tener idea de sus razones.

Y ahora que tiene la oportunidad de escucharla, de saber por qué… siente temor.

—Bueno, pero —Los ojos de la castaña brillan con emoción. Victoria sacude la cabeza— No puedo ahora, tengo… tengo entrenamiento.

—Oh, bueno… puede ser otro día ¿no?

—Sí… mañana, si es que puedes.

Es gracioso como un par de desconocidas tratan de ponerse de acuerdo y al mismo tiempo remover sus manos de la misma forma en que la otra lo hace.

—Claro, mañana. ¿A la misma hora?

Exhala— A la misma hora.

.

—¡Recórcholis! ¿Me quieres matar de un infarto? ¿Por qué demonios no me dijiste que conocías a tu mamá?

Están de camino y Victoria no puede apartar las preguntas insistentes de Casey. Llevan un buen rato caminando al mismo nivel pero sin embargo se siente tan pequeña. Myriam la deja pequeña, la deja del porte de una hormiga. Pero por lo menos sus nervios se han ido y ha dejado de sentir miedo.

—Porque no estaba preparada para contárselo a nadie —Responde sin muchas ganas— De verdad, Cas. No quiero hablar de mi mamá justo ahora.

—Tu mamá —Murmura.

Se muerde el labio.

—Myriam

—Acabas de llamarla mamá…

—¡Es Myriam! ¡No es mi mamá! Lo dije sin pensar ¿de acuerdo?

—¡Está bien! —Las dos se alteran— Te pareces mucho a ella, ¡perdón si te ofendes! —Alza las manos con exageración— tenía que decirlo. Además es muy bonita ¿Para qué quiere hablar contigo de todos modos?

Suspira apenas sintiendo los pies sobre el suelo.

—Quiere decirme por qué me abandonó.

—Oh… eso… eso es muy bueno. Quiero decir, desde que te conozco has querido saberlo ¿verdad?

—Sí —Contesta, sus dientes castañean. No vayas a llorar.— Me es raro verla a la cara y saber que… que es mi mamá, si es que se le puede llamar de esa forma. Aparte no es tan fácil, claro que quiero saberlo, pero sin embargo voy a escuchar lo que siempre he sabido: no me quería, por eso lo hizo.

—Eso no lo sabes —Casey gruñe— Espera a que te lo explique.

—Que lo explique no cambia en nada las cosas.

—Claro que sí —Su amiga se detiene para pararse frente a ella— Escúchame, no voy a defender a tu madre… pero no estás en sus zapatos, nadie lo está. Tú me conoces, sabes que defiendo a muerte a las mujeres que eligen ser mujeres antes que madres, pero no así cuando ya lo son y los dejan de lado. Si tu madre no te hubiese querido estarías en un orfanato o con una familia horrible. ¿Nunca pensaste en lo infeliz que pudiste haber sido con ella? Al final de cuentas, tu mamá te dejó con tu papá y no creo que tengas quejas de él ni de tus abuelos.

La imagen de su padre y de sus abuelos es inevitable que se produzca en su cabeza. El nudo en su garganta es más fuerte.

—A mí me hubiese encantado tener una mamá, Casey —Suena afligida— Yo no tenía la culpa de que fuera una adolescente irresponsable.

—Si supieras la de niños que mueren por tener una familia como la tuya… y están encerrados en un orfanato junto a otros niños esperando que alguna familia los quiera como se merecen, como siempre han soñado. Lo has tenido todo desde que naciste, Victoria. Tal vez, sí… te faltó una madre, pero tienes a un padre, tus abuelos, unos tíos que te adoran. ¿Y te digo una cosa más? Si no te quiere entonces ella se pierde la gran persona que eres. Pero escucha otra vez, si no te quiere no estaría tomándose la molestia de buscarte para darte una explicación. Cualquiera arranca nuevamente, se esconde o te grita en la cara que no quiere saber de ti.

Está a punto de llorar pero es tan terca que se aguanta. Abraza a Casey durante una eternidad antes de que por fin rompa a llorar.

.

El entrenador Roger está listo para una disputa con uno de sus alumnos cuando las chicas llegan. Casey hace una mueca de desagrado y no se aparta del lado de Victoria. Parece con temor de que en cualquier momento la dejen inconsciente en el suelo. El ruido de golpes y la forma en que todos expulsan lo malo de sí mismos hace que Victoria sienta una vibración en el estómago.

Se quita la mochila, agarra una tenida y se aleja a los camarines.

Casey la sigue.

Todo el tiempo es así, ella se va a los camarines, se cambia su soso uniforme del colegio para combinar un lindo short negro elástico, un top blanco y sus cómodas zapatillas. Amarra su cabello en una coleta y está lista para entrar.

Hay una hilera de colchonetas y demás por el suelo.

—¿Lista, Victoria? —Pregunta Roger.

Ella grita un "no" demasiado alto.

Se pone rápidamente los guantes y espera a que su entrenador grite de vuelta "¡Ya!" ella golpea contra el saco de boxeo con una agilidad impresionante. Es la única manera que tiene de descargar todo lo malo que ha pasado en el día. Golpea como si no hubiese un mañana. Golpea y apenas siente la vibración en sus hombros.

Escucha como Roger alienta a más y ella noquea al saco con fuerza.

Myriam aparece en su mente como una sombra.

Golpea más fuerte.

Myriam en la fotografía.

Golpea más fuerte.

Myriam queriendo hablar con ella.

Golpea más fuerte. Y más fuerte, más fuerte.

Finalmente hace su último noqueo y termina exhausta.

Casey aplaude solo porque le ha impresionado las ganas con la que ha pegado. Es como si de verdad estuviera pegándole a alguien que odia mucho.

Nadie en su casa sabe que es boxeadora. Bueno, no es como si quisiera ser boxeadora, más bien es una manera de calmar sus nervios, para arrancar cualquier mal pensamiento de su mente. El boxeo la aleja de los problemas, la hace olvidar un poco la tristeza y se centra en golpear algo como si de ello dependiera. Es su forma de desquitarse de la vida.

Si su padre se enterara siquiera que viene para acá dos veces a la semana… probablemente la castigue hasta que cumpla los 30 años.

Muchas veces ha querido decírselo a Liliana pero conociéndola y sabiendo cómo es para algunas cosas, de seguro encuentra que aquel deporte es una total falta de respeto al género femenino.

Está sudando cuando se quita los guantes.

—Oye, Victoria —Llama Roger. Ella deja los guantes encima de la silla y se aleja de Casey— Te tengo una mega sorpresa… el próximo mes hay pelea en el ring y aquí te están apostando como rival ¿a que no es genial?

Victoria lo ve sorprendida.

—¿Me está pidiendo que pelee en el ring, entrenador?

El entrenador mueve sus bigotes blancos con picardía.

—¡Por supuesto! Eres la mejor boxeadora de tu edad que he conocido. Estoy seguro que ganarás, la chica es mayor que tú pero por estatura y peso están igual. Piénsalo, Victoria… sería extraordinario. Imagínate tú en ese ring —Lo señala— solo compite y noquea como si fuese a la persona que más odias en el mundo.

Sacude la cabeza.

—No odio a nadie, pero tengo tantos problemas encima que supongo sirve de algo.

Roger ríe.

—Muy bien, pequeña. Piénsalo, tienes dos semanas para darme una respuesta.

Casey estuvo todo el camino de regreso tratando de convencerla de que era una pésima idea.

.

Toca la estrofa de una canción con el piano cuando Víctor entra a la sala. Luce cansado luego del trabajo. Victoria sabe lo mucho que ama ser profesor de Gimnasia, pero nota el agotamiento cada vez que llega a casa. Siempre le ha tratado de inculcar el amor por el deporte, pero es un cero a la izquierda con respecto a eso, no trota ni para alcanzar la locomoción. Sin embargo su padre tiene tanta paciencia que a pesar de sus caras largas la lleva por el parque para correr.

Normalmente llega arrastrando los pies a casa.

Termina de tocar y escucha su aplauso.

—¿No has pensado en tomar clases de piano?

Se aparta para mirar a su padre.

—Nop, el piano es solo una distracción.

Víctor la mira de soslayo.

—¿Qué te gusta hacer, Victoria? —Pregunta riéndose. Ella rueda los ojos sabiendo que su tono es una burla— Ya sabes, luego del colegio…

—Me gusta mucho la biología, papá —Se pone en pie y envuelve sus brazos a la cintura— Medicina estaría bien.

—Medicina —Repite con una sonrisa— ¿Mi niña una doctora?

—Doctora García

—Sí —Todavía sonríen— Es una carrera larga, sabes.

Encoge sus hombros.

—Si fuera por eso todos moriríamos por la falta de médicos.

—Ya —Palmea su brazo— No te enojes.

—¡Ah! Aquí los encuentro…

Manuel entra con una copa de brandy en las manos. Sonríe ampliamente viendo a su hijo y a Victoria abrazados.

—Abuelo ¿Qué te dijo el médico?

Alza la copa de brandy con repentina inocencia.

—Es solo un poco de té.

Víctor se echa a reír, Victoria achica sus ojos hacia el abuelo.

—Sí, sí

—¿Me estabas buscando? —Pregunta Víctor.

Manuel le da esa mirada que Victoria conoce. Pronto se suelta de su padre y va a darle un beso en la mejilla a su abuelo.

—Conozco la mirada de "conversación de adultos" lo capto.

Los dos se ríen cuando ella abandona la sala.

.

Victoria sabe que Casey le ha dicho todo sobre Myriam a Ethan. La forma en que él la mira cuando salen del salón es muy notoria. Es como su forma de decirfuerza o buena suerte. Camina junto al brazo de Luna hacia la salida. Su corazón palpita a toda velocidad. No sabe qué esperar a estas alturas, de tan solo pensar que abajo pueda esperarla Myriam se le revuelve el estómago.

¿Y si no está afuera? ¿Y si otra vez la abandona? Puede esperarse cualquier cosa.

De pronto se siente sofocada ante la idea de que la deje de nuevo.

Espera… ¿dejar de nuevo? Si nunca ha vuelto.

No se da cuenta como baja las escaleras y tampoco escucha la conversación que tiene Luna y Casey. Nota como su amiga enreda su brazo con el suyo para darle ánimos. Ella había dicho: Llámame por cualquier cosa, sabes que voy a estar para ti siempre.

No tiene tiempo de arrepentirse y salir volando del colegio cuando ve a Myriam en el umbral de la puerta. Luce tan pálida como ella, seguramente. Lleva el cabello suelto y unos jeans ajustados. Es delgada, tiene un cuerpo muy bonito. No entiende por qué piensa en esas cosas, tal vez solo está tratando de evadir lo que realmente pasa. En cuanto la castaña la ve, siente que no puede tragar con normalidad.

—Ya te dije todo, Victoria. Tienes que ser fuerte ¿oíste? Si no me llamas tú lo voy a hacer yo —Casey le da un abrazo fraterno, luego le da un beso en la mejilla— Te quiero, amiga.

Luna también se despide, las ve irse y quiere correr junto a ellas, pero sus piernas no dan.

Ve como Casey y Myriam se saludan desde lejos. A continuación la ve acercarse.

Voy a vomitar.

—Hola —Dicen al mismo tiempo. Se quedan calladas sin decir nada más.

El estómago de Victoria ruge.

—¿Caminamos? —Pregunta Myriam. Su voz es temblorosa cuando habla.

Asiente levemente.

—Aquí a la vuelta hay una placita.

—Bien.

Caminan en silencio, no hablan de absolutamente nada. Ni siquiera del clima. Mientras avanzan se da cuenta que las dos son del mismo porte y si no se está volviendo loca pareciera que Myriam camina de la misma forma que a. ¿Es así o solo se lo imagina? No lo averigua, está muy absorta descubriendo similitudes. Casi tropieza al cruzar la calle de lo pendiente que está de ella. Sacude la cabeza alejándola de su mente.

Llegan hasta un pequeño pero espacioso parque y buscan un banquito con suficiente sombra.

Cuando se sientan sus manos tiemblan.

Durante mucho tiempo no hablan de nada, como desde el principio. Ni Myriam sabe cómo empezar, ni Victoria como preguntarle.

—Lo que te voy a decir no es una excusa, tampoco una justificación —Ambas se miran— mi papá era una persona con un carácter muy fuerte —Comienza— él murió hace cinco años de un infarto… seguramente de tanto gritar. Siempre fue muy duro y me inculcaba las reglas que tenía que seguir, según él las mujeres teníamos ciertas reglas y debíamos cumplirlas.

—Machista —Murmura. No sabe por qué lo hace, pero está muy atenta.

Sí —Asiente— por eso cuando me quedé embarazada él estaba muy furioso. Estaba muy enojado conmigo, demasiado. No me dejaba ver a tu papá al principio y fue mi abuela la que nos ayudaba para vernos.

Elif vagamente recuerda a la señora de la kermés.

»—La gente me decía que un bebé era una bendición, que cuando nacieras mi padre iba a cambiar. Pero yo lo conocía, Victoris… él no iba a cambiar. Y yo tampoco.

Frunce el ceño.

—¿Tú tampoco?

—Desde un principio tomé la decisión de… de dejarte con Víctot No porque no te quisiera, porque lo hago, aunque no me creas. Lo hago, te quiero —Dice esto mirándola a los ojos— Siempre te quise a pesar de no conocerte. Siempre te pensé, en cada cumpleaños te tuve en mi mente.

—Aun así nunca me buscaste.

—No —Victoria se da cuenta que Myriam llora— mi miedo por Antonio o mi miedo por defraudarlo fueron más grandes. Después me di cuenta que eso no valía la pena, que hiciera lo que hiciera él siempre iba a estar desilusionado de mí. Todo lo que yo hacía lo criticaba… pero era muy tarde para arrepentirme.

Victoria no soporta más las lágrimas que quiere derramar.

—Yo siempre necesité a una mamá, siempre aunque no se lo dijera a mi papá. Es ridículo, sabes, es ridículo que digas que fue tarde cuando siempre te esperé.

—No tengo para qué mentirte ahora, Victoria Y lo siento, lo siento mucho, también sé que no es suficiente pero necesito decírtelo. Eres… —Hipa con el llanto— eres lo más lindo que he hecho en la vida, eres como un tesoro.

—Dijiste que tu padre murió hace cinco años… ¿Por qué no me buscaste en ese tiempo? ¿Por qué decidiste borrarme para siempre? Aunque me digas todo eso, me borraste, continuaste con tu vida sin importar nada mientras yo estaba en un rincón del mundo necesitándote.

—Cobardía… llámalo como quieras. —Se limpia los ojos— Mira, Victoris… no te voy a pedir una oportunidad porque sinceramente no me lo merezco.

—No, no lo mereces —Ella también se limpia los ojos— es difícil que te perdone alguna vez, Myriam. Ya no tuve una madre y no tengo ganas de tenerla ahora.

—Lo sé

—¿Te das cuenta que si no es porque yo te busco tú no lo habrías hecho? Eso es lo que más me duele.

—No tengo como remediar todo lo que pasaste, soy una persona horrible que pensó en sí misma. Era tan chica y tan inmadura, estaba entre la espada y la pared, pero si de algo te sirve, yo no hubiese hecho todo esto sabiendo que estarías mal. Sabía que Víctor te cuidaría con su vida, sabía la vida que tendrías con ellos.

—Puede ser, pero estoy segura que mis abuelos te hubiesen querido como una hija si tomabas la decisión de quedarte conmigo. Fuiste cobarde, como bien dices. Tuviste más oportunidades y elegiste la más fácil.

—No fue fácil.

—Myriam, tengo 14 años y apenas hace unas semanas que te conozco. Seguiste con tu vida, no estás ni loca ni traumada, te veo bien aquí hablándome, si de verdad no hubiese sido fácil estarías rogándome que te diera una oportunidad y no lo haces. Eso es solo porque estás acostumbrada a no tenerme, porque no me conoces.

—¿Me darías una oportunidad?

Victoris la queda mirando unos segundos.

—No

Bella sonríe con tristeza, saca un papel de su bolsillo y se lo entrega.

—Es mi número, si me necesitas… por cualquier cosa, por pequeña que sea… me llamas. Si quieres puedes tirar el papel a la basura luego, pero acéptalo.

Tarda en recibir el papel pero lo hace.

—El día que me fui de Seattle, sabía lo que dejaba atrás. Incluso en ese momento trastabillé, pero no podía regresar. No me preguntes por qué. Años después medité ese sentimiento, dándome cuenta que ese fue el momento donde supe lo que me esperaba en el futuro. Una mujer que no puede tener hijos, no porque tuviera problemas con mi cuerpo, nunca pude siquiera pensar en tenerlos nuevamente. No lo merecía, sentía que era una falta de respeto. Y he pagado por ello, créeme. No podía tener hijos sabiendo lo que había hecho.

Cuando se despiden espera a que Myriam desaparezca para tirar el papel al suelo.

Tarda unos pocos segundos para recogerlo y guardárselo en el bolsillo nuevamente.

Eres ridícula, Victoria. Mil veces ridícula.

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Mensaje  Bere Sáb Ene 09, 2016 2:03 am

Capítulo 6
Knockout
Myriam POV
Todavía se limpia la cara surcada en lágrimas mientras sube hacia su piso. Tener esa conversación con Victoria la ha dejado agotada, llena de muchas emociones, sentimientos que desde hace mucho no florecen. Quiere entrar a casa y largarse a llorar como magdalena. Ojalá se secara en la cama y muriera, sería una buena forma de terminar. El tintineo de sus llaves la saca de sus profundos pensamientos, tratando de encontrar la llave correcta. Hace eso y a la vez piensa si Victoria ha guardado el papel con su número de teléfono. Difícil, de seguro lo haya arrugado y ahora debe estar perdido por el suelo.
La presencia de alguien en su puerta la hace saltar del susto.
—Hola, Myrita.
Parpadea mirando hacia el rostro familiar.
—¿Francisco? —Suena sorprendida, sin embargo es una sorpresa bastante desagradable— ¿Qué demonios haces tú aquí y cómo sabes dónde vivo?
La sonrisa de Francisco crece y la mira de esta forma intimidante que solo él puede hacer. Está dándole vuelta a un manojo de llaves, sosteniendo el cuerpo en la pared.
—¿Me estás preguntando a mí? —Finge inocencia— Pensé que me conocías, Myriam Montemayor. Yo siempre sé dónde vas.
Frunce el ceño con indignación.
—Vete de aquí, Francisco
—Tenemos que hablar —Se aleja de la pared para acercarse. Ésta retrocede con temor, como un acto involuntario— Heey, no te voy a hacer daño. Te desconozco, mi amor.
—No soy tu amor, vete de aquí —Insiste— No tenemos nada de qué hablar, ya estamos divorciados ¿qué más quieres?
—¿Qué más quiero? —Sus ojos oscuros llamean, hay un cierto desquicio en ellos— Te quiero a ti, siempre ha sido todo sobre ti. —En ese momento puede o gritar por ayuda o quedarse de pie viendo como la sigue mirando con ganas de toquetearla. Ya se acostumbra al Francisco sicópata, al Francisco que puede levantarle la mano a una mujer, el Francisco que ella había escogido como esposo equivocadamente. Le tiene miedo, debe reconocerlo, por eso no hace más que callarse. — Necesitamos darnos una oportunidad, nos lo merecemos. Yo cambié, Myriam —No hay rastro de cambio en su voz, sigue sonando como un loco— Y te amo, te necesito… eres mi mujer, me importa una mierda lo que esos papeles digan.
Se acerca y Myriam vuelve a retroceder.
—No te acerques, yo no te amo, no vamos a volver nunca más.
—¡No seas terca! Deja de ser malditamente así, te amo ¿no lo entiendes? Daría mi vida por ti si fuese necesario, pero necesitas volver a casa, no me iré de aquí si no vuelves conmigo ¿oíste?
Tiembla cuando exhala por la nariz.
—No voy a volver contigo.
El chico la mira de soslayo.
—¿Estás con alguien? —Pregunta, al ver que ella no responde inmediatamente se altera— ¡Responde, carajo! ¿Te estás acostando con alguien más?
—¡Eso a ti no te importa! ¿Cuándo vas a entender que estamos divorciados? ¡Di-vor-cia-dos! Vete de aquí si no quieres que llame a la policía.
Francisco baja la cabeza, está respirando con dificultad. Parece capaz de romper cualquier cosa a su alrededor por eso trata de controlarse. Myriam sigue de pie con el corazón en la boca.
De pronto él se aleja, asiente con la cabeza y sus ojos siguen mirándola con atención.
—No pienses que esto se va a quedar así, cariño.
Y se va.
No sabe que pensar.
Está dando vueltas por la casa intentando recuperar el aliento. ¿Qué va a hacer ahora? Francisco es capaz de todo.
Todavía no logra entender cómo tuvo el valor de pedirle el divorcio años atrás, existieron días en los que creía que se iba a quedar junto a Francisco por el resto de su vida a modo de castigo, pero las humillaciones bastaron para tomar la decisión. ¿Y qué decir de los trámites de divorcio? Gastó un montón de dinero por ello, pero ha valido la pena. Mientras más lejos está de él, más tranquila se encuentra.
Cuando el verano comienza y julio se acerca, Myriam se siente más relajada porque Francisco no ha dado señales de vida. No ha querido decirle nada a su familia porque sabe las reacciones que tienen todas con respecto a él. Probablemente Nany hubiese escupido improperios, su madre la habría mirado con preocupación y Cristy diría: ¿Dónde está y por qué no lo eliminamos? En casa no se puede decir ese nombre, es como una maldición. A ellas jamás les gustó Francisco desde un principio, luego de su separación reparó en su error por no escucharlas. Nany siempre andaba con cara larga cuando él iba a casa, no le hablaba mucho pero cuando lo hacía siempre eran preguntas incómodas. Cuando anunció su divorcio las tres gruñeron al teléfono un: te lo dije y Myriam tuvo que apartar el aparato unos segundos para que no la dejaran sorda.
La puerta de la casa de su madre se encuentra abierta cuando llega, lo está por los 40 grados a la sombra. Apenas puede mantenerse bajo el sol insoportable, su piel es tan sensible que tan pronto hubo un poco de sol veraniego, su piel enrojeció.
Su madre se abanica la cara con un pedazo de papel y sostiene su mano en la cintura con cansancio.
Ve a Myriam y gime con enfado.
—¿Después me preguntan por qué no me molesta el frío?
Cristy abre la nevera para tomar la bolsa de hielos y ponerla sobre su mejilla.
—Mamá, odias el frío.
Refugio vuelve a gemir.
—¡Pero este calor también!
Myriam, que luce un short cortito y un top que cubre lo suficiente, se quita las sandalias y suspira al sentir la frialdad del suelo, frialdad que dura unos pocos segundos antes que la temperatura del sol se impregne en él.
—Creo saber que soy la única que ama el frío.
—Sí, Myriam, pero a ti te gusta el frío que duele —Comenta Cris, todavía con la bolsa de hielos— Ya sabes, el frío que te hieren los nudillos, no sientes la nariz y te duelen los huesos.
Myriam rueda los ojos.
—¿Y Nany?
Refugio le quita la bolsa de hielos a su hermana para sacar unos pocos y agregárselos al jarrón de jugo.
—En el jardín, reclamándole al mundo —Contesta, sosteniendo como puede tres vasos. Los llena con jugo de mango y se los alcanza a las chicas— ¡Salud, por un verano donde no terminemos siendo carne asada!
Beben cuando Nany ingresa a la cocina. Lleva un sombrero púrpura en la cabeza y una sombrilla en la mano. Myriam se pregunta por qué tiene la sombrilla si tiene el sombrero, pero no lo dice en voz alta.
—Pecosita 1, si yo tuviera el cuerpazo que tienes andaría desnuda por la calle.
—Nany, si Myriam anda desnuda ¿no ves su top?
Myriam le lanza un almohadón a Cristy.
Nany carraspea.
—¿Y tú, pecosita 2? ¡Como infiernos puedes andar con pantalones! ¿O es que no te rasuraste?
—¡Yo siempre me rasuro! —Mira su reloj— Oh, oh… tengo que irme.
—¿A dónde vas? —Pregunta Myriam.
Cristy no se detiene cuando responde:
—¡Por ahí, hermanita!
—Dime que no vas a ver a Adrian Flores, por favor…
—¿Quién es Adrian Flores? —Pregunta Nany con intriga, Refugio también presta atención. Cristy se voltea para mirar a Myriam con furia.
—Un… un amigo —Titubea.
Refugio entrecierra los ojos.
—Umm… ¿un amigo? ¿Qué amigo? ¿De la universidad? ¿Lo conozco?
Nany interrumpe:
—¿A qué zángano atrapaste?
Cristy vuelve a mirar a Myriam.
—Gracias, Myriam —Esta encoge sus hombros con una sonrisa— Es el hijo del portero de…
Su abuela pega un grito ensordecedor.
—¡¿ESTÁS SALIENDO CON EL HIJO DE UN PORTERO?! ¡POR TODOS LOS SANTOS, ILIANA CRISTINA MONTEMAYOR! —Hace su conocido sonido con el bastón— Bueno, dejemos de lado mi crítica medieval ¿cuál portero? ¿El edificio de pecosita 1?
Se tarda varios minutos en explicarles todo. Myriam tiene que morderse la lengua para no echarse a reír, sin duda Cristy la hará pagar por esto. Ella ni siquiera está saliendo oficialmente con Adrian, solo se ven cuando va a su casa y coquetean un buen rato, pero eso nada más.
Aunque eso es lo que Cristy le ha dicho y lo que Myriam ha visto.
En cuanto se escuchan los pasos de Cristina alejándose de la escalera de entrada, las tres se quedan mirando.
Nany se sienta junto a Myriam.
—Cuéntame, pecosita 1 ¿Has vuelto a ver a la niña? ¿Tu hija?
Myriam sonríe con tristeza. Desde la vez que se vieron en el parque y ella le dio su número de teléfono que no se han visto. Ha perdido un poco las esperanzas puesto que Victoria no tiene motivos para buscarla. Sin embargo, tiene este horrible remordimiento y las ganas de correr por ella. Este tipo de remordimiento la ha estado persiguiendo desde siempre y como Victoria la tiene al alcance de su mano se le hace más difícil evitarlo.
—Sí, quiero decir no… hace mucho que no la veo, la verdad —Tartamudea, puede sentir la mirada fija de su abuela— ¿Qué tal tus planes, Nany? Me contaron que te vas de vacaciones.
Nany se lleva una uva a la boca y saborea con emoción.
—Las viejas del taller quieren ir a París, pero lo cierto es que no quiero ir tan lejos, ya sabes lo vieja que estoy ¿qué pasa si me da un patatús y me muero allá?
—¿Qué? No te vas a morir, te lo prohíbo. Además… ¡es París! Nadie puede negarse un viaje a París.
Medita aquello picoteando otra uva.
—Puede ser, pero está esta otra cosa, sabes —Myriam la mira sin entender— tu madre y la santa de tu hermana se van a matar entre las dos en mi ausencia. Cuando regrese van a tener el cuchillo atravesado en la cabeza.
Ríen.
—Vamos, no llegan a tanto —Nany alza una ceja— De acuerdo, no más un agarrón de pelo.
Se escucha el ruido de cacerolas y a Refugio regañando para sí misma.
—Myriam, cariño ¿me haces un favor?
.
Lleva cerca de una hora en la fila del supermercado. A eso sumemos los 40 grados del lugar y como su cuerpo comienza a sudar. Apenas y puede sostener las cajas de leche de modo que tiene que dejarlas dentro de un carrito vacío. Detrás de ella se encuentra una señora regañando en voz alta al guardia por la demora. Y eso que la caja solo se permite hasta 10 productos, pero dos personas más adelante de ella llevan el carro lleno con todas las cosas del mes.
Cuando su madre le pidió el favor de ir por leche al supermercado, parecía una tarea fácil.
¿De dónde sale tanta gente?
Dios santo, se va a desmayar.
Y de nuevo la jodida punzada en el corazón.
Comienza a faltarle la respiración y el calor no ayuda a calmarse. De pronto se acelera y parece que va a desmayarse de verdad. Tironea de su ropa con torpeza, inhalando todo el aire caliente de su alrededor.
Alguien toca su hombro, pero no reacciona.
—¿Se encuentra bien? —Escucha a lo lejos. No responde— Señorita…
De algún modo comienza a recuperar el aliento y los latidos frenéticos de su corazón se calman. Todavía tiembla y su voz es igual de temblorosa cuando mira a la mujer.
—Ahora bien, gracias —La mujer insiste en llevarla a un hospital, pero Myriam se niega— Me encuentro mucho mejor, muchas gracias de verdad.
Espera otra media hora en la fila hasta que por fin la atienden. Mientras pasan sus compras no puede apartar el hecho de que últimamente su corazón tiene problemas. Y no precisamente problemas de amor o por el odio de Victoria, es otra cosa. Es la forma en que le falta la respiración y cómo se tambalea cuando empieza a latir demasiado rápido. Las veces que se desespera por algo de aire o cómo el mundo se viene encima de repente. No recuerda tener problemas al corazón de pequeña, menos de adolescente.
La cajera repite por tercera vez el monto que tiene que pagar y ella sale de su ensueño.
Regresa a la camioneta todavía perseguida por ese pensamiento.
Debe ir al médico, claro que sí. De seguro no es nada y solo son las impresiones que ha tenido últimamente. ¿Y si no? ¿Y si tiene algo malo? ¿Y si se muere tan joven? ¿Si no hay cura para su problema?
Retrocede y una bocina la vuelve a sacar de su ensoñación con un salto. Frena de golpe justo cuando el auto de atrás frena también.
Suelta un suspiro, chocando su cabeza con el manubrio por su estupidez.
¿Algo más para este día de mierda?
Se baja para ofrecer disculpas pero las palabras se detienen en su boca cuando ve a Víctor salir del coche con furia.
—¿Acaso no tiene espejo retrovisor? —Pregunta y su rostro cambia al darse cuenta que es ella— ¿Tú?
—¿Tú? —Repite ella, ve de pronto que su camioneta roza el auto de Víctor— Oh, demonios. Lo siento mucho, no sé lo que estaba pensando, ya mismo lo arreglo.
—Víctor, ni siquiera tocó el vehículo, no regañes a la chica —Una mujer baja del auto de Víctor y Myriam tiene que parpadear para verla. Le resulta muy familiar, pero tarda en reconocerla. Tiene el cabello largo y su rostro ya no es el de una niña. Cuando se ven, la pelinegra ahoga un grito— ¿Myriam?
Incluso si Liliana hubiese cambiado de aspecto, su voz sigue siendo la misma.
—Bueno, pues… ¿estás bien? —Víctor interrumpe en el momento justo, sacándola de su incomodidad.
Sacude la cabeza.
—¿Yo? Sí, estoy bien —Apenas en un susurro—Si… si solo retrocedes tu auto puedo sacar el mío.
Se miran unos segundos. Más bien, los tres se miran unos segundos.
Finalmente Víctor mira a Liliana y le dice que se suba al auto. La pelinegra no deja de mirar a Myriam mientras sube. Nota como los dos hablan dentro del auto pero no escucha. Y sin embargo, parece como si estuviesen discutiendo.
Myriam tarda en subirse al auto pero cuando lo hace apenas puede encender el motor. Le cuesta pero lo logra, una vez lista para retroceder, el rostro de Víctor la detiene.
—¿Qué tienes? —La toma por sorpresa— No me mires así.
—¿Qué tengo con qué?
—Estás pálida, por si no te has mirado al espejo.
Rueda los ojos, su mano sigue en el manubrio.
—No sé si recuerdas que yo siempre he sido pálida.
Víctor sacude la cabeza con una mordida de labio que no pasa inadvertido para la castaña.
—No es esa palidez, sabes. Estás extraña, parece que estuvieras enferma.
—¿Y qué si estoy enferma?
Se vuelven a mirar, odia sentir esa electricidad que quema. Puede estar dentro de brasas pero sin duda no sentiría dolor.
—Nada, es tu problema ¿no? Solo quería saber si estabas bien, pero no pareces de buen humor. Que tengas buen día, Myriam.
Sus últimas palabras son duras y ella quiere golpearse contra el manubrio. Lo ve alejarse, subirse al auto y desaparecer.
.
Cristy no puede ocultar su emoción cuando se dirigen a su departamento. Como está de vacaciones ha decidido pasar unos días con Myriam antes de que Nany acepte los planes a París. No ha dejado de parlotear en todo el camino y su cabeza va a explotar en mil pedazos. Adrian ha salido a colación unas cinco veces en los 7 semáforos que llevan. Tamborilea sus dedos viendo su entusiasmo, reconociendo que no ha visto así a Cris desde su último novio de la secundaria, ahora ex novio.
Estaciona frente al edificio y bajan con el golpe de calor todavía en el aire a pesar de la noche. Cristina sostiene su bolso con ropa con ambas manos mientras sube las escaleras.
—¿No se te olvida algo? —Su hermana frunce el ceño, negando con la cabeza. Myriam alza la mano con las llaves haciéndolas sonar— No querrás quedarte afuera ¿no?
Cristy vuelve con una sonrisa y le lanza las llaves a una distancia. Ríen cuando no logran caer a sus manos.
Su hermana desaparece por la puerta de entrada y ella se queda en el maletero sacando la última caja de la mudanza.
Porque sí, después de un montón de tiempo por fin ha terminado de traer cosas.
Está haciendo tiempo cuando siente una presencia detrás de ella, pero prácticamente lo adivina por el perfume y la piel se endurece cuando su voz grave la nombra. No tiene para qué darse vuelta y verlo a la cara, tal vez sea peor hacerlo. Verlo a los ojos se le dificulta no solo por la vergüenza. Víctor vuelve a llamarla una segunda vez, pero ni eso la hace responderle.
No es hasta que su mano sostiene su brazo cuando ella tambalea. La gira para que pueda mirarlo a los ojos. Esos ojos grises que inmutan a cualquiera.
—Te estoy hablando —Dice con repentino enojo.
—Suéltame el brazo, Víctor —La acerca más— Víctor, maldita sea.
—Tú, maldita sea —Escupe con furia— ¿Qué sacas con hacerte la víctima?
—¿Haciéndome la víctima? —Lucha con soltarse— ¿Por qué?
—Me tratas indiferente como si fuera yo el problema. ¿Es eso no hacerse la víctima?
Frunce los labios.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué me arrodille? ¿Qué te ruegue un perdón que no vas a aceptar? ¿Qué quieres, Víctor? ¿O es que quieres que te salude alegremente como si nada hubiese pasado?
A pesar de sus intentos, Víctor no la suelta.
—No, claro que no.
—¿Qué demonios haces aquí, Víctor García? ¿Por qué me buscas? ¿Por qué si dices que soy la peor persona? ¡¿Por qué simplemente no me dejas en paz?!
En ese segundo la suelta y siente el latido de su brazo por la fuerza de su agarre.
Ahora es turno de Víctor de fruncir los labios. No sabe si está alucinando pero parece como si estuviera acercándose.
—No sé —Responde después de una eternidad— No sé por qué me acerco a ti. No lo entiendo… —Siente el aliento en su cara —Eres tú el problema, Myriam. Eres tú, siempre tú… tú me traes aquí, tú me haces ser débil, carajo.
Se pasa una mano por el pelo con violencia.
—Aléjate de mí —Susurra— Deja de hacerte esto.
—¿Esto? Te refieres a todo el daño que me causas —Apenas tiene tiempo de impedirlo cuando los labios de Víctor atrapan los suyos. Es fuerte como la otra vez, pero no duro y violento. Es pasional, sofocado. Le come la boca mientras apenas puede respirar. Sostiene su rostro con las manos, saborea cada rincón de su boca como absorbiendo cada centímetro. Pellizca el labio inferior y no son capaces de alejarse. Cuando no logran aguantar más la respiración se alejan solo unos centímetros— A esto me refiero… ¿Qué me haces, Myriam? ¿Qué me haces?
Myriam no deja de mirar a sus labios rojos e hinchados y no lo soporta.
—No lo sé —Susurra sin aliento, atrapando ahora ella sus labios, sabiendo que Cristy puede bajar en cualquier momento, sabiendo que es peligroso, sabiendo muchas cosas, pero lo necesita aunque suene absurdo.
Lo aleja cuando una parte de su cordura le recuerda que es el padre de su hija.
—Myriam, sabes si… —Cris viene bajando las escaleras cuando los encuentra. La castaña ahoga un grito cuando la ve, no sabe si estaba ahí antes o alcanzaron a separarse. ¿Por qué demonios Cristy siempre llega en los momentos inoportunos? — Hola, yo te conozco ¿verdad?
Víctor lleva sus manos a los bolsillos. Si no alcanzó a ver nada extraño, seguramente note lo enrojecidos que están sus labios. Myriam muerde los suyos con fuerza.
—Tú eres Cristina, claro que nos conocemos.
Cristy termina de bajar la escalera con las llaves en las manos. Las lanza para que Myriam las alcance y torpemente caen al suelo.
—Oh, entonces tú eres el padre de Victoria, la que siempre encuentro con Myriam.
Se miran de reojo.
—Sí, soy su papá —Mira a su alrededor— ¿Vives aquí? ¿Con… con tu hermana?
—No, quiero decir… solo por unos días ¿verdad, Myri? De seguro va a terminar echándome a patadas.
La risa de Víctor se puede escuchar desde la otra cuadra.
—Tu hermana no es capaz de echarte a patadas.
—¿Ustedes son amigos?
Cristina la curiosa.
—Un gusto verte, Víctor, pero es tarde y hace frío —Interrumpe.
Cristy la mira con incredulidad.
—¿En qué mundo vives? ¡Si hacen 40 grados!
Myriam hace una mueca con su cara para callarla, pero su hermana no lo capta.
—Pues yo soy friolenta. Hasta luego, Víctor.
Sube apenas la escalera con la caja en las manos, todavía discute con Cristy y no puede asegurarse de que Víctor se haya marchado.
.
—Es gracioso que él me conozca a mí de niña y yo no me acuerde —Para entonces ya ha pasado un montón de tiempo desde que subieron al departamento. Ahora se encuentran las dos recostadas en la cama viendo la televisión. Myriam picotea los cheetos sin nada de apetito— ¿Qué hacía aquí de todos modos?
Siente como el cheeto revienta en su boca.
—Cosas de Victoria —Miente deseando que le crea— Mira, ¿te das cuenta la basura que hay hoy en día en la televisión? —Cambia de tema rápidamente, pero Cristina no es tonta.
—Ay, Myriam —Se miran de soslayo.
—¿Qué?
—¿Tienes algo con él?
Tose todavía masticando el cheeto.
—¡Claro que no!
—¿Y qué esperas? —La mira con urgencia— ¡Myri! ¡Es guapísimo!
Rueda los ojos, se queda un instante pegada a la tele hasta que la imagen de Víctor viene a su mente. No puede evitar esbozar una pequeñez de sonrisa pero la borra de inmediato para no delatarse.
—Que sea guapísimo no quiere decir que yo me muera por él.
—¿Entonces por qué estarían hablando ustedes de Victoria? No lo entiendo, Myriam ¿qué tiene que ver esa chica contigo?
Aparta toda broma de su rostro para tensarse. La situación es complicada, ocultarle cosas a Cristy es jodidamente complicado.
—Verás… Víctor, Liliana y yo fuimos muy buenos amigos desde niños, no lo recuerdas… la cosa es que Víctor fue papá en ese entonces —Traga con dificultad, odia hacer esto— yo… yo vi nacer a Victoria prácticamente, y como no los volví a ver hasta ahora último… bueno, me sorprendí de ver lo grande que está y le dije que conocía a su papá.
Cristina está callada.
—Hey, Cris —Empuja su hombro.
—Lo recuerdo —Dice.
Myriam deja caer el brazo.
—¿Recuerdas qué?
Se miran, no sabe la forma en que mira a su hermana pero Cristy está meditando su reacción.
—Recuerdo a un bebé… lo recuerdo vagamente, sabes. Tal vez era ella, no lo sé… —Se muerde el labio— ¿Y la madre? Siempre hablas de Víctor.
Vuelve a toser.
—No sé, Cristy. No tengo idea.
—Pero la conociste ¿verdad?
—Sí —Se levanta de la cama— Me voy a dar una ducha, cómete todos los cheetos si quieres.
Cierra la puerta del baño con seguro, sintiendo nuevamente como el aliento desaparece.
.
Unos días más tarde, Cristy seguía en casa de Myriam. Es viernes y hoy ha terminado más temprano su trabajo en la radio. Llega sudando de pies a cabeza, suspirando y deseando todo el helado que su hermana está comiendo justo ahora.
Se sobresalta cuando la ve pero esboza una sonrisa desde su asiento.
—Hermani…ta —Mira hacia el pasillo con dudosa preocupación.
Myriam mira hacia su dirección pero no lo entiende.
Cuando Adrian aparece estirando los brazos, comprende todo. El pobre chico pega un salto hacia atrás como si lo hubiesen pillado robando algo.
—Oh… ¿Adrian? —Frunce el ceño, pero no está molesta. Sin embargo, disfruta los rostros culpables de ambos.
—Yo… eh, Adrian vino porque… porque… bueno, yo estaba sola y entonces…
—Disculpa, Myriam… quiero decir, hermana de Myriam… digo, Cristy… digo Cristina… eh, ¡no! Señorita…
Suelta una carcajada. Cris y Adrian se miran.
—Hola a ustedes ¿qué helado es ese? —Se sienta en el sofá todavía con las miradas incrédulas de los chicos. Le quita la cuchara a Cristy y se lleva a la boca una porción generosa de helado de pistacho— Mmm… eso está… esto es muy bueno.
—¿No estás enojada? —Pregunta su hermana.
Alza los ojos— ¿Debería? ¿Hicieron algo indecente en mi departamento?
Ambos se ponen rojos como tomate.
—¡No! —Adrian se apresura a responder— Solo le traje helado a Cristy porque sé que le gusta.
Asiente con la cabeza.
—Así que… ustedes…
—Ya sabes, Myri… somos amigos —Sonríen, luego se pone en pie— Adrian y yo vamos a dar un paseo, si no te molesta claro…
—Vayan, vayan, yo me quedo con el helado.
Cristy se acerca para dejarle un beso cariñoso en la mejilla.
—Gracias
Se van, dejan la puerta abierta porque hace demasiado calor. Myriam está sentada en el sofá devorándose todo el helado posible. Está a punto de pensar en que va a vomitarlo todo si sigue cuando alguien toca la puerta que se encuentra abierta.
Francisco mira alrededor del departamento con fingida sorpresa. Myriam todavía está sentada con el helado sobre las piernas, de pronto no puede tragar nada.
Su ex marido en el departamento no es una buena idea. Se pone en pie de un salto tratando de no verse atormentada.
—¿Quién te dijo que puedes entrar a mi departamento?
Los ojos desquiciados de Francisco la observan de pies a cabeza.
—Nadie, pero yo puedo entrar a donde yo quiera —Se muerde el labio entrecerrando los ojos— Estás de muerte, mi amor. Te hace bien alejarte de mí un tiempo.
Se acerca, Myriam retrocede.
—Me hace bien alejarme de ti todo el tiempo posible.
Niega con la cabeza.
—Trae tus cosas, nos vamos ahora. Tengo todo listo para regresar a casa.
Suelta una risa.—Estás realmente demente si crees que me voy a ir contigo.
Ahora tiembla de pies a cabeza, ve como la mandíbula de Francisco se tensa. Mira de soslayo a la mesita para encontrar las llaves de su camioneta y las de la casa. Retrocede otro poco y las alcanza.
—¿Y quién te preguntó tu opinión?
—¿Me vas a obligar a irme contigo, Francisco? ¡Estás loco!
—Ve. Por. Tus. Cosas.
—No —Se aleja, camina con prisa hasta la puerta, puede sentir los pasos presurosos de Francisco por alcanzarla. Cuando la toma del brazo ella chilla de dolor— ¡Me haces daño!
—¿Por qué me haces esto, Myriam? Yo te amo, te lo he dicho en todos los tonos.
—Pero yo no te amo, ya no. ¡Entiéndelo! Da vuelta la página, Francisco, lo nuestro no resultó.
Vuelve a negar con la cabeza.
—No te voy a dejar ir
Se logra soltar, sale del departamento con los pasos sigilosos de su ex marido sicópata. Ni siquiera se preocupa de cerrar la puerta, está tan nerviosa que no le importa nada, lo único que quiere es bajar rápido, subir a su camioneta y alejarse de este hombre.
Apenas va por medio camino cuando Francisco la agarra de la nuca con fuerza. Él tironea de su pelo y ella vuelve a chillar.
—¡Suéltame!
—¡Cállate, maldita sea!
Ahoga un grito y los sollozos comienzan a salir de su boca sin poder evitarlo. Su mano está sujetando la de Francisco para que la suelte.
—Por favor, Francisco… por favor, no me hagas daño. Suéltame, me duele ¡Me lastimas!
—¿Crees que desperdicié todos estos años contigo para que de un momento a otro me dejes por otro hombre? No, Myriam, no.
—No tengo otro hombre, lo nuestro se terminó porque no resultó. No puedes obligar a una relación que está muerta.
La gira y suspira cuando la suelta, pero apenas tiene tiempo de reaccionar cuando Francisco le da vuelta la cara en una cachetada. Siente el tacto de la pared de tan fuerte que fue, chocando y llevándose una mano a la mejilla lastimada. Roza su dedo en el labio donde siente un corte.
—Eso… eso es porque no me obedeces. Yo no haría esto si fueses tan rebelde, Myriam…
Llora sujetándose la mejilla.
—Eres un maldito bastardo —Susurra.
—¿Yo un maldito bastardo? —No grita, pero tampoco suena tranquilo—Eres tú la que no quiso darme un hijo.
No entiende cómo los vecinos no sienten a Francisco. Si alguien no interviene…
Francisco se acerca y su nariz roza la mano donde Myriam cubre su mejilla. Solloza y se aleja, pero él la sostiene por los brazos.
—Tú eres una maldita bas-
El corazón le salta cuando Francisco desaparece de su vista. Apenas puede moverse, no comprende qué pasa. Su ex se encuentra tendido en el suelo. Exhala apenas cuando mira a su salvador.
O salvadora.
Victoria mira a Myriam con terror por, tal vez, como se encuentre su cara en estos momentos. La chica mira a Francisco y luego sostiene la mano de Myriam para bajar las escaleras. Están en eso cuando empieza a marearse, no distingue los escalones y termina tropezándose. Victoria se detiene pero Myriam no escucha lo que dice. Su corazón está demasiado alterado para seguir.
—Myriam… ¡Myriam! Nos falta poco para bajar, no te puedes desmayar ahora —Suena con urgencia. Su mano se va a la mejilla adolorida— ¿Estás bien? No, que pregunta tan tonta.
Sacude la cabeza.
—Ba-bajemos. —Están a mitad de los escalones cuando la detiene—¿Cómo hiciste eso? —Pregunta asombrada por cómo ha dejado a Francisco.
Victoria encoge sus hombros.
Avanzan deprisa y apenas se da cuenta cuando suben a la camioneta. Suelta un suspiro tembloroso con los ojos cerrados.
De lo que lleva conociendo a Francisco, él nunca le había pegado. Sí, él era violeto, sí, él muchas veces insinuó que podía golpearla, pero finalmente nunca lo hizo, hasta ahora. Y estaba en shock. Lo peor de todo es que Victoria vio todo y ahora tiene vergüenza de verla a los ojos. Si de por sí tiene vergüenza de mirarla cada vez que la ve.
Ambas están calladas sin tener idea de cómo comenzar. Por un lado Myriam no puede dejar de pensar en Francisco y el dolor que tiene en la mejilla no ayuda en nada. Por el otro, Victoria suspira y se remueve inquieta.
—¿Por qué… dejas que te pegue? —Pregunta. Las palabras flotan en el aire unos segundos.
—Él nunca lo había hecho antes
Victoria sacude la cabeza.
—Eso lo dicen todas —Se queja— ¿Por qué tienes un novio que te trata mal? ¿Eres masoquista o algo así? —Ahora la mira, pero tampoco es capaz de responder su mirada.
—Francisco no es mi novio
—¿No? —Suena confundida.
—Es mi ex marido —Por fin puede verla a los ojos, pero tiene ganas de apartarse cuando ella frunce el ceño.
—Ah, estuviste casada… bueno, pero no entiendo ¿es sicópata?
—Algo así —No pregunta nada más. Eso da tiempo para que Myriam recuerde algo—Oye ¿me vas a decir cómo es que hiciste eso?
Se tensa—¿Hacer qué?
Señala el puño de su mano.
—Lo dejaste inconsciente, Victoria.
—No fue para tanto, estás exagerando —Mira a Myriam como si estuviera bromeando pero al ver que no le cree, suspira— boxeo —Dice, señalando su mano y viéndola como si esperara que la regañara.
Por un instante siente que todo es normal, que Victoria siempre fue su hija, como si ella estuviera confesándole algo que no se atreve a decir.
—¿Estás de broma? ¿Boxeando?
—Sí —Muerde su labio— Myriam, prométeme que no vas a decir esto a nadie.
—Tu papá no sabe ¿verdad? —Niega con la cabeza— ¿Eso no es peligroso?
Suelta una risa.
—No, no es peligroso.
—Bueno, te lo prometo —Enciende el motor al darse cuenta que han estado mucho tiempo aquí y Francisco puede aparecer en cualquier momento— Por cierto, viniste a verme.
Victoria vuelve a tensarse en el asiento.
—No, eso no es cierto. Te lo estás inventando.
—¿Entonces?
Ahora parece enojada, se cruza de brazos apartando la mirada.
—Confórmate con que salvé tu vida, si no hubiese venido estarías con la cara toda desfigurada. De verdad no entiendo a las mujeres como tú que dejan que hombres como ese animal las golpee. Realmente estás loca.
Por lo poco que la conoce, sabe que cuando está enojada le gusta hacer sentir mal a los demás.
—Puede ser, tienes razón.
—No vine a verte a ti, pasaba por aquí cerca de casualidad, para que sepas.
—De acuerdo
Se alejan del edificio, todavía con Victoria cruzada de brazos.
.
—¡Myriam! ¿Qué te pasó en la cara? —Refugio y Nany están en la entrada de casa viéndola con horror. La empujan dentro esperando una explicación—¿Te asaltaron? ¡Te asaltaron! ¡Es que no se puede caminar tranquila en esta ciudad!
—No, mamá…
—¿Qué te robaron? ¿Los documentos? ¿Fuiste a la policía ya? ¿No? ¡Qué esperas para ir!
—¡Déjala hablar, mujer! —Nany suena exasperada— Apenas y la dejas explicarse.
Las dos la miran, parece fácil decir lo que pasó, pero no. Victoria carraspea.
—Su ex marido le pegó —Contesta por ella.
Su madre y abuela quedan mirando a Victoria como si no se hubiesen dado cuenta de su presencia. Luego vuelven a Myriam, ahora sorprendidas.
—¿Francisco estuvo aquí? ¿Por qué no me dijiste que está en Seattle?
—No creí necesario…
—¡Necesario! —Repite Refugio, elevando los brazos con exageración.
Nany se acerca y toca su mejilla, hace un leve gruñido de dolor.
—Se está amoratando esa mejilla, ven, pecosita 1. Y tú Refugio, será mejor que te calmes y atiendas a pecosita 3.
—¿Pecosita qué? —Pregunta Victoria.
Nany esboza una sonrisa.
—Tienes las mismas pecas que Myriam.
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Mensaje  myrithalis Sáb Ene 09, 2016 4:18 pm

Gracias por los Capitulos ahora esperar hasta el lunes Sad saludos
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Mensaje  Bere Lun Ene 11, 2016 11:03 pm

Capítulo 7
Confusiones
Víctor POV
Mira por encima de su hombro por cuarta vez esperando que alguien aparezca por la acera. Nada. Sigue con manos temblorosas en los bolsillos, rogando a cualquier santo que le mande un empujoncito hoy. Si tan solo hubiese agarrado algo más grueso para el frío. En realidad no sabe si es frío lo que siente o nervios. Últimamente se lo pasa tembloroso por la vida, por todo se asusta, y no es para menos.
Va por la quinta vez que mira y su corazón salta al ver como Myriam avanza hacia la esquina subiéndose la cremallera de la sudadera. Mientras más se acerca, más nota sus ojos enrojecidos. Camina apresurada sin dejar de mirar hacia atrás, él sabe el miedo que siente que los pillen juntos, sobre todo ahora, por eso la espera paciente y no corre a sus brazos.
Esboza una sonrisa triste cuando lo mira y él solo puede estrecharla cuando nadie puede verlos. Besa sus labios con ternura antes de acariciar su barbilla.
—¿Qué te pasa?
Encoge sus hombros.
—Tuve una discusión con mi papá hace un rato Víctor vuelve a acariciar su barbilla y Myriam no soporta más las ganas de largarse a llorar, de modo que él deja que lo haga, solloza en su hombro hasta que ya no salen lágrimas — No hay forma de hacerlo entrar en razón, definitivamente te quiere lejos de mí.
—Pero eso no va a pasar, yo no te voy a dejar sola.
—Víctor —Se limpia las lágrimas de la cara con la manga de la sudadera— Cuando papá se propone algo siempre lo cumple.
Endereza la espalda con fingida valentía. Aunque sinceramente le tiene terror a su padre.
—Myriam, mírame —Ella tarda en hacerlo, sigue con los ojos enrojecidos e hinchados— Ya verás que esto tendrá tregua, tarde o temprano.
Vuelve a sollozar.
—¿Tú crees?
—¿Confías en nosotros?
Suspira— Por supuesto que sí.

—No llores, Bebe. Recuerda que no le hace bien al otri bebé.
Asiente a duras penas, alejando las lágrimas rápidamente.
—El bebé —Susurra con voz temblorosa — Estoy aterrada.
—Ni me digas a mí.
Deben despedirse cuando la luz del segundo piso se enciende. Nany es su cómplice que enciende la luz del pasillo para avisarles que es hora de regresar. Se abrazan una eternidad, se besan suplicando que el tiempo se detenga. Finalmente Myriam se despide agitando la mano y corre rápidamente antes que Antonio la descubra. Víctor suelta un suspiro odiando la forma en que están las cosas ahora. Ya no puede verla cuando quiere, ya no va a su casa con Liliana. Ni siquiera va a la escuela porque su padre decidió retirarla como castigo, aunque está dando exámenes libres.
Mira por última vez hacia la casa de ladrillo viejo y se aleja para regresar a casa. El frío le cuela los huesos, pero eso no le importa. Lo único que puede pensar es en Myriam y que pronto será papá.
Fue impactante cuando lo supo. Recién este año termino la preparatoria y sus planes de ir a la Universidad se fueron al carajo. Con eso sumémosle que sus padres están furiosos con él por embarazar a una menor de edad. Para ellos Myriam sigue siendo una niña igual que Liliana.
Tarda una hora en llegar a casa. Sabe que se encuentra en problemas porque la luz del comedor está encendida, así que deduce que deben estar cenando o preparándose para cenar. Entra a hurtadillas tratando de no hacer demasiado ruido pero los pasos presurosos de Casper lo delatan.
Casper es su perro escocés de cuatro años. Éste salta para subirse a sus piernas. Es en ese momento cuando Juanita sale de la cocina sosteniendo dos platos.
—¡Ah, pero si se digna a aparecer! Date prisa para cenar… —Cuando Víctor se dispone a ir al comedor, su madre se lo impide tapando la puerta— a lavarse las manos, jovencito.
Lava rápidamente sus manos con la insistencia de Casper de subir a sus piernas. Luego se apresura a sentarse al comedor. Su padre está en una esquina sentado con el periódico sobre la mesa, Sergio con sus graciosas gafas hojeando el libro de anatomía, Liliana cambiando los cubiertos para escoger los más bonitos. Una vez todos están sentados, comienzan a comer en silencio.
Antes de que dieran la noticia bomba del embarazo, las cosas en su casa no andaban nada de bien. Se da cuenta, en ese momento, como su madre y su padre no se dirigen ninguna mirada cuando ella pone el plato sobre la mesa. No hay mirada, no hay sonrisas, no hay muestras de cariño. Y sus hermanos lo notan, solo no lo discuten.
Prácticamente traga la cena para ir a su habitación.
En ella se siente libre. Es espaciosa y luminosa, la luna entra por su ventana y la cortina flota con el viento. Se recuesta en la cama para mirar el techo; es un techo a base de madera que está desteñida por tantos años allí sin ser limpiada.
Piensa en lo triste que se encontraba Myriam hoy.
Ojalá él pudiese hacer algo de verdad por ella. Traerla a casa para vivir juntos, asegurarle con fundamentos que todo va a estar bien, pero no tiene esa seguridad, él se lo dice pero ni siquiera está seguro que vaya a estarlo. Antonio Montemayor puede ser cruel cuando se le da la gana, puede ser castigador como si estuviera en el servicio incluso si se trata de su propia hija. Desde que la conoce siempre ha sabido que la relación con su padre no es buena. Hay gritos, humillaciones y recriminaciones cuando se trata de los dos. Nunca un, nunca un estoy orgulloso de ti, hija. Por eso el cariño no es recíproco.
Y su madre… su madre no tiene voz ni voto en nada. Normalmente está callada cuando ellos discuten, jamás ha visto que la defienda o le levante el castigo cuando Antonio lo hace. Lo contrario a Nany, que saca las garras por ella de mil formas posibles. Casi siempre deja callado a Antonio cuando Myriam termina llorando. Y todo eso lo ve Cristy, su hermanita de 5 años, que arranca al jardín cuando empiezan las peleas. Tampoco el abuelo forma parte de nada, él aconseja a Myriam que se haga respetar, sin embargo tampoco defiende a nadie.
Se pone el pijama y los pies rozan las sábanas limpias de su cama. Suspira cuando sus ojos pesados caen en un sueño profundo.
Al día siguiente baja las escaleras en el momento que Liliana corre a la sala después de hablar por teléfono.
—Era la tía Sarah, dice que viene este otro fin de semana. ¿A que no saben? ¡Llamó desde un celular propio! ¿Cuándo podré tener el mío también, mamá?
Juanita deja las gafas en el puente de su nariz y termina de coser los pantalones rotos de Sergio.
—Tú no vas a tener un celular nuevo, Liliana. Es suficiente con el que tenemos.
Refunfuña.
—¡Todos en la clase tienen uno!
—Pues si tus compañeros se lanzan desde un puente, me avisas si quieres lanzarte también.
Liliana vuelve a refunfuñar, cruza sus brazos cuando se sienta en el sofá.
—Odio mi vida —Juanita suelta una risa. Sergio levanta los ojos de su libro para reírse también—¿Qué? ¡Es verdad! Tengo tres exámenes hoy, mamá no quiere comprarme un celular nuevo y Myriam no regresará nunca a la escuela.
—Oh, Liliana —Manuel entra a la sala con una taza de café. La sonrisa de Juanita se esfuma en cuanto lo ve—Estoy seguro que Myriam regresará pronto.
—Como si no conociera a su padre. ¡Es un ogro!
—Liliana —Regaña Juanita— ¿Qué te he dicho sobre opinar así de la gente?
—Pero mamá…
—Mamá nada… ahora prepárate para ir a la escuela. Tú, Sergio, déjanos a solas con tu padre y Víctor que tenemos que hablar.
Suena enojada. A pesar de que su madre no es una persona gruñona, sus manos sudan por lo que tenga que decirle. Fue una sorpresa para ella cuando le dieron la noticia y todavía lo regaña por ser tan irresponsable.
Manuel bebe de su taza cuando se quedan solos. Ella apenas le dirige la mirada, en vez de eso se levanta un poco la falda para sentarse en el brazo del sofá. Víctor está de pie en el umbral de la puerta con los nervios comiéndoselo vivo.
—¿Qué más podemos decirle a Víctor, Juanita? Las cosas ya están hechas.
Frunce los labios—¿Y eso significa que dejemos las cosas como están? ¿Te das cuenta que los Montemayor apartaron del mundo a esa pobre jovencita?
—¿Y qué quieres que hagamos? ¡Es su hija, Juanita! No tenemos nada que alegar, ellos decidieron eso. Entiende esto, no tenemos ningún derecho sobre ella.
Cruza sus brazos.
—Pero ella lleva a nuestro nieto en su vientre ¿no crees que es suficiente para protestar? Es el hijo de tu hijo adolescente por si no lo recuerdas.
—¿Crees que soy tonto? ¡Claro que lo recuerdo! Como también recuerdo que le prohibimos que saliera con esa chica y aun así nos desobedeció.
—¿Y por qué crees que nos desobedeció? ¡Tú eres el padre, debías aconsejarlo!
—¡No me vengas con estupideces! ¡Tú eres su madre y debiste haberlo intuido!
—¿Ahora yo tengo la culpa? ¿Estás tomándome el pelo?
Las lágrimas no tardan en llegar. Se siente inútil parado en la puerta escuchando como una vez más sus padres discuten. Sabe que es una excusa para pelearse, y sin embargo, nos les importa que él esté frente a ellos viendo tan desagradable escena.
..........
Víctor ve como Victoria sube las escaleras corriendo sin percatarse de su presencia. Desaparece en segundos de su vista y pronto escucha el portazo en la puerta de su habitación. Aparta el periódico que poco antes estaba leyendo para dirigirse al segundo piso. Toca tres veces con los nudillos a la puerta, pero no hay respuesta. Seguramente tiene los auriculares puestos, razón por la que no escucha que la llama.
Finalmente decide abrir la puerta.
Victoria está escarbando entre su cajón con, justamente, los auriculares en los oídos.
Se acerca sigilosamente hasta encontrarse a pocos centímetros y cuando ella se da vuelta pega un grito ahogado del susto.
—¡Papáaaaa! ¿Acaso no puedes tocar antes de entrar?
—Estuve tocando tres veces a tu puerta sin recibir respuesta.
Suspira con la mano sobre el corazón.
—Disculpa, estoy… cansada.
—¿Dónde fuiste?
Avanza hasta la cama cruzándose de piernas por encima. En ningún momento mira a su padre.
—Estuve con Casey y Ethan en su casa ¿Por?
Entrecierra los ojos, siempre hace esto para ver si duda.
—¿Estás segura?
—¿Por qué me preguntas?
Se sienta muy cerca de ella sosteniéndole una de las manos.
—Dime algo, Victoria ¿Has vuelto a ver a Myriam?
Lo mira durante unos segundos.
—No
—¿No desde que te escapaste del colegio? ¿Segura?
—Segura, papá. No la he visto.
Parece nerviosa e incómoda, pero supone que es porque ha llegado alterada de la calle.
—Ahora ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Pasó algo malo y no me quieres contar?
Lleva un mechón de pelo detrás de su oreja y juega con los dedos de sus manos mientras le explica.
—Puede que… haya visto una película de terror.
—¿Puede?
—En realidad vi una película de terror.
—¿Y de qué se trataba?
Traga con dificultad, tiene los labios fruncidos viendo a sus manos. Luego alza los ojos fijándose en los de su padre.
—Papá, ¿por qué la gente daña a otra gente?
Víctor frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué los hombres le pegan a las mujeres y por qué ellas se dejan? No lo entiendo.
Nota como parece afectarle el hecho de que un hombre le pegue a una mujer. Acaricia su mejilla.
—¿Viste a alguien pegarle a una mujer?
—En la película, claro.
—Bueno —Aclara su garganta— Hay una infinidad de razones que no comparto. Por ejemplo, algunas mujeres se dejan golpear porque dicen amar a esa persona, algunos hombres golpean a las mujeres porque en su infancia sufrieron algún tipo de trauma violento. También por falta de cariño o mujeres que se dejan golpear por temor a denunciarlos. Otros hombres nacen con esa violencia que no controlan. Muchas veces esos hombres están borrachos cuando actúan.
—Yo nunca dejaría que nadie me tocara un pelo.
—Por supuesto que no, para eso tienes a tu padre para defenderte.
Apenas sonríe— Voy a dormir ahora, estoy agotada.
Besa a su padre en la mejilla y Víctor sale de la habitación todavía pensando en la conversación que han tenido.
¿Qué película habrá visto?
Sus padres suben las escaleras cuando sale. Ríen de algo que no alcanza a entender y se despiden con la mano para irse a dormir. Tan pronto se encierra en su cuarto se va directo a la cajuela escondida en el armario. Durante años no ha podido deshacerse de la foto que ahora sostiene entre sus dedos. Lo ha intentado de mil maneras, incluso metiéndola dentro del bote de basura, pero se arrepiente rápidamente y vuelve a guardarla. Y es que aunque trate no puede perderla. Es la única evidencia que tuvo durante mucho tiempo de que Myriam existió. Fue la única forma de asegurarse de que ella estuvo aquí alguna vez. El tiempo pasó y él seguía viendo a esa foto tratando de comprender lo que había pasado.
Pero ¿Por qué, si le hizo tanto daño, ahora la busca desesperadamente? Cuando ella le preguntó la razón no supo que responder. Myriam todavía logra despertar en él lo que ninguna otra mujer pudo en 14 años. Tal vez eso es lo que lo lleva a seguirla.
No recuerda cuándo fue que sacaron esa fotografía, pero lo que sí está seguro es que fue poco antes de que quedara embarazada.
La guarda rápidamente con la intensión de alejar a Myriam de su mente, pero falla. En cuanto se acuesta la imagen de ambos besándose fuera del edificio no puede borrarse de su mente. Tiene que controlarse, tiene que alejarse de ella. No puede pensar siquiera que ambos llegaran a tener algo por todo lo que ha pasado. Sería una falta de respeto tanto para él como para Victoria. ¿Y por qué se siente tan mal cuando piensa en ella? ¿Por qué siempre tuvo esta esperanza de que tuviera una buena explicación? Ahora se da cuenta que no, que ella no tiene explicación. ¿Por qué quiere tenerla cerca de todos modos?

Acomoda los brazos desnudos por encima de la cabeza. La Myriam que él recuerda no es la Myriam de hoy en día. Era tímida, sarcástica, con una risa contagiosa. Su cuerpo menudo, pecas que resaltaban ante todo en su rostro, sus ojos cafes brillaban en cualquier época del año. La Myriam que él recuerda no solo era su chica, sino su mejor amiga también. Ahora Myriam no tiene ese brillo en los ojos, no la ha escuchado reírse y parece destinada a evitarlo.
Suelta un suspiro.
No puede evitar un recuerdo que se agolpa en su cabeza.
.............
—Víctor, deja de temblar como una niña —Suplica Raúl, su amigo y compañero de clase.
Éste mira hacia las gradas donde un puñado de chicas entra con los pompones celestes para la presentación.
Agarra a Raúl de la camiseta con notorio nerviosismo.
—¡Allí están! ¿Qué se supone que haga ahora? En cualquier momento… oh, diablos, ya está aquí.
Raúl suelta un gruñido tratando de soltarse. Mira hacia la dirección de Víctor para darse cuenta que Liliana y Myriam se encuentran entre el montón de chicas vestidas con la malla celeste. Tiene que sacudir la cabeza para no tener pensamientos pecaminosos. Víctor tiene pensamientos pecaminosos cada que ve a Myriam Montemayor con la falda del colegio.
—¿Qué estás esperando? ¡Ve a buscarla! —Chilla con exasperación.
Pero las piernas no le responden.
—No puedo hacerlo, Raúl.
—¿Qué? ¿Estás de broma? ¡Deja de ser tan gallina y declárate a Myriam!

—¡No puedo! Es la mejoe amiga de mi hermanita ademas ¿Y si me rechaza?
—¿Y si no te rechaza?
La profesora de gimnasia enciende la radio y pronto todas están haciendo giros con los listones celestes al aire. Myriam da un giro espectacular en su lugar y Víctor sonríe con orgullo.
—Estoy seguro que va a ganar.
—No cambies el jodido tema, Víctor marica García.
Cuando el ensayo termina, todas se dirigen a camarines.
—Carajo, estoy sudando.
—Si no vas ahora te juro que yo me declaro a Myriam por ti y estoy seguro que a ninguno nos favorece eso.
Frunce los labios, endereza la espalda antes de mirar a Raúl.
—Tienes razón, tengo que dejar de ser un cobarde —Toma una profunda respiración— Deséame suerte.
—Suerte, marica. Ya sabes que si ella te rechaza aquí estamos para una fresca cerveza helada.
Le lanza la más dura mirada y sale del gimnasio.
Llega hasta la puerta de los camarines de mujeres evitando las miradas lascivas. Liliana sostiene su bolso cuando lo ve e intenta hacer gestos con la cara para saber por qué está aquí, pero se queda en su lugar como si estuviera… sosteniéndole la puerta a alguien. Seguramente no tiene perilla y Myriam se está cambiando.
Oh. Santo. Infierno. Aparta tu jodida imagen de ella cambiándose ropa.
Las manos le tiemblan justo en el momento en que las dos salen riéndose del cuarto. Tan pronto nota su presencia esboza una sonrisa. Liliana empuja su hombro haciendo que se ponga más histérico.
—¿Estás vigilándonos? —Lo encara su hermana.
Ni siquiera la mira.
—No, yo… necesito hablar con… co-co-contigo.
Liliana está entre él y Myriam.
—Oh, ya veo ¿Eso quiere decir que estoy estorbando? ¡Fantástico! Voy a ver si todavía venden sodas por aquí cerca —Hace una mueca de disgusto y se aleja.
Es ahora… o es ahora.

—¿Querías hablar conmigo? —Ella luce tan perfecta, esos malditos ojos cafes que van a acabar con él.
—Sí ¿podemos… podemos ir a un lugar más íntimo, quiero decir, más privado?
Encoge sus hombros.
—Seguro —Se van hasta la parte trasera del colegio donde casi nadie va a excepción de los auxiliares, pero normalmente nadie se encuentra a esta hora. Nota como ella sigue sus talones y no puede evitar morderse los labios. Cuando él diga las palabras mágicas, las palabras que lo acobardan, será un antes y un después. O ella lo acepta o lo rechaza—Creo que por aquí está bien, me da un poco de miedo alejarme mucho.
Voltea para verla.
Sus brazos desnudos se erizan con el viento.
—¿Tienes frío? ¿Quieres mi sudadera?
Esa maldita cosa no se pregunta, estúpido ¡Actúa como hombre por una vez en tu vida!
Myriam se niega.
—Estoy perfecta —Siempre estás jodidamente perfecta— ¿Ahora me vas a decir? —Queda pegado viéndola a los ojos, no es capaz de sacar palabra cuando la contempla— Víctor… ¡Hey!
—¡Sí! Lo siento… Myriam… esto es muy difícil para mí.
Sus ojos desaparecen de su vista cuando ella mira a sus manos temblorosas.
—¿Por qué tiemblas? ¿Te sientes bien?
Se arma de valor para decir:
—Me gustas mucho, Myriam.

Vuelve a ver esos ojos cafes cuando ya reconoce sus sentimientos. Myriam se ve tan impresionada que está temiendo lo peor. Por un momento no sabe si va a quedarse muda para siempre o va a burlarse de él con esa risa tan contagiosa. Si se pone a reír en ese momento seguramente él también va a reírse.
Y ella hace la cosa más dulce del planeta tierra.
Sonríe con timidez.
No puede entender lo que su sonrisa significa pero sin duda calma sus temblores.
—Ay, Víctor… eres
Jodidísimo, "eres" puede significar o eres muy lindo o eres muy idiota.
Sin embargo, ser lindo solo significaría que lo quiere como amigo.
Sus neuronas explotan en miles de direcciones.
Está pensando seriamente en echarse a reír y decir que todo es una broma cuando Myriam se pone en puntillas para presionar sus labios con los suyos. Es solo un pequeño roce pero suficiente para elevarlo del suelo. Parece realmente un sueño, no puede creer que se esté besando con Myriam Montemayor, como si sus sueños nocturnos estuvieran haciéndose realidad. ¿Y si es un sueño? Se siente como un manjar de los dioses la forma en que suenan sus bocas colisionadas. Podría quedarse así el resto de su vida, no tendría problema.
Myriam presiona más fuerte y se separa con las mejillas sonrojadas.
—Pensé que eso pasaba en las películas —Sonríe con amplitud—Víctor García declarándose.
Está seguro que sus mejillas se han vuelto una estufa.
Pasa una mano por su pelo— ¿Esto quiere decir…?
—Tú también me gustas mucho, Víctor —Su corazón salta fuera de su pecho.
Lo apropiado es sonreír, de modo que no hacen otra cosa más que… sonreír.
..............
Cierra los ojos con nostalgia al recordar aquel momento. Todavía no entiende cómo no le pidió que fuese su novia en ese instante. Ciertamente no comprende por qué nunca se lo pidió. Tal vez creía que era obvio que lo eran, pero ahora sabe la importancia que eso significaba; ser algo con alguien en la vida, incluso si se es demasiado joven.
Por eso quizá no se tomaron tan a pecho la relación, por eso tomaron decisiones demasiado apresuradas. Siempre hubo un ¿por qué no? pero nunca pensaron en las consecuencias. Eran dos adolescentes con las hormonas flotando en el agua. Sin embargo con los 35 años que tiene sigue con el mismo pensamiento: no se arrepiente de nada.
Victoria jamás fue un error.
No como lo planteó en su momento Antonio.
Él era tan solo un niño cuando conoció a Antonio Montemayor. Lo que más llamaba su atención era el bigote poblado y las líneas marcadas entre sus cejas. Tenía esta voz firme y una pistola guardada en el cinturón de su pantalón. Por eso nadie se metía en problemas, por eso Myriam normalmente nunca levantaba la cabeza cuando estaba presente. Eso le llamó mucho la atención, la forma en que ella se encogía cada vez que aparecía.
Y durante años fue esa su teoría sobre la desaparición de Myriam, pero ahora no estaba tan seguro.
Sin embargo, a pesar de su maldad, siente pesar por su muerte.
¿Cómo será morir sintiendo odio en tu corazón? ¿Cómo será morir cuando no tienes el cariño de tu familia?
No recuerda cómo se duerme, pero al abrir los ojos se da cuenta que son las 9 de la mañana.
No demora demasiado en bajar para desayunar. A esa hora de la mañana hace mucho calor, por ende se hace más difícil todo. Ni siquiera se asegura de arreglarse la camiseta porque se pega a su cuerpo. No gusta del frío, pero cuando el calor es así de intolerante, prefiere mil veces abrazarse a una estufa.
Besa la cabeza de Victoria antes de sentarse, ella está sumida viendo como Liliana "trata" de elegir entre un montón de invitaciones para la boda. Parece costarle más de lo que imagina puesto que suelta un suspiro de frustración dejando todo encima de la mesa.
—Tía ¿quieres que te ayude?
—Por supuesto —Se agita en el asiento—Ten todo esto, voy a confiar en tu gusto adolescente.
—Victoria va a elegir todo rosita y florecitas —Se burla Sergio.
Victoria le lanza una mala mirada.

—A mí no me gusta lo rosita y florecitas, tío ChacaChaca
—¿ChacaChaca? ¿Pero quién…? ¡Víctor!

Víctor ríe junto a Victoria en la mesa. La verdad es que ChacaChaca fue el apodo de Sergio cuando niño porque le gustaba gustaba cantar la canciom de un detergente. Era ridiculo oirlo cantar todo el dia.
Mientras desayunan, se percata de algo extraño.
—Cariño ¿qué te pasó en la mano?
Victoria suelta la cuchara donde se dispone a comer cereales y esconde la mano, pero Víctor es más rápido para atajarla. Tiene los nudillos enrojecidos.
—Me pegué en la ducha —Suena nerviosa.
—¿Y cómo es que te golpeaste en la ducha? Parece como si hubieses estado en alguna pelea —Juanita ríe, pero segundos después la borra — ¿No habrás estado en una pelea, verdad?
—No, abuela. Cómo se te ocurre.
—Hay que revisar la ducha entonces, es resbalosa —Sugiere Manuel.
Pero Víctor sigue viendo los nudillos rojos de su hija. Nada cuadra.
Terminan de desayunar y prácticamente todos desaparecen, así que no tiene tiempo de detenerla para pedirle alguna explicación. En vez de eso se queda en la sala junto a su padre leyendo el periódico. Lo normal en la familia García es que siempre van de vacaciones en verano, de modo que siempre la casa está sola en estas fechas, pero este año todo es diferente. La boda de Liliana se aproxima y hay muchos preparativos.

Cuando a Víctor le hablan de boda no puede evitar recordar la suya, más bien, la que pudo ser su boda. Adriana Garza era una mujer asombrosa, extraordinaria, muy pero muy bonita. Comenzaron una relación cuando Victoria todavía no cumplía los 29 años. Él creía que era suficiente con que fuese una mujer divorciada sin niños, pero no. A Victoria jamás le cayó bien, punto importante cuando tienes hijos. No obstante, siguieron con su relación a pesar de las súplicas de la niña con que no la quería.
El día que anunció su boda Victoria no le habló durante una semana, gruñía cruzada de brazos cada vez que le daba un beso de buenas noches. Lloraba cuando Adriana iba a casa o se encerraba en el baño.
Siempre recuerda sus palabras: papá, no quiero una madrastra como Adriana. Si quieres darme una mamá, deja que yo la elija.
Viendo que ambas no iban a poder llevarse nunca bien, canceló la boda, desde entonces no ha vuelto a ver a Adriana, algo que no discute, él tampoco hubiese querido verla a ella si cancelaba la boda unos pocos días antes.
No la amaba, tampoco la extrañaba. Así que había tomado la mejor decisión.
Victoria aparece por la sala pero tan pronto ve a Víctor da media vuelta para irse.
—Espera un segundo, jovencita.
Gira en su lugar.
—Liliana y yo vamos de compras… por lo de la boda, ya sabes.
—Sí, pero eso puede esperar.
—No, sabes que Liliana no le gusta que la hagan esperar…
—Pues que se aguante, tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
Hace una mueca de disgusto, mira a su abuelo como esperando que le ayude, pero no consigue nada. Al final suelta un suspiro siguiendo a Víctor al cuarto de piano.
Se sientan y puede notar lo intranquila que se encuentra.
—¿Qué hice ahora?
Se sienta frente a ella— No sé, dímelo tú.
—¡Pero no tengo nada que decir!
—¿Qué pasó con tus nudillos? A tu abuela podrás decirle que fue la ducha pero a mí no me compras con esa excusa.
—¿Sabes lo que pasa? Es que eres muy observador y a veces le buscas la quinta pata al gato cuando no la tiene.
—Victoria García…
Suspira— No me hagas hablar.
—¿Qué te pasó en los nudillos? —Repite— ¿Te peleaste con alguien?
Tarda en responder.
—Sí, pero no fue nada, eh… era un tipo que...
Frunce el ceño— ¿Un tipo? Victoria… ¿Te hizo daño? ¿Quería aprovecharse de ti?
Empieza a desesperarse cuando ella no responde, el solo hecho de pensar que alguien quiso tocar a su hija…
—No —Finalmente dice— No a mí.
—¿No a ti?

Mira al techo, luego sus ojos negros lo observan.
—No te enojes conmigo, papá —Rechina los dientes— Ese tipo le estaba pegando a… a Myriam.
No deja de mirarla. ¿Escuchó bien?
—¿Qué? ¿Cómo que pegándole a Myriam?
Victoria le explica que se trataba de su ex marido, luego le cuenta que la sacó del edificio y se fueron a casa de su madre. No puede creer lo que escucha, está sumido recordando la última vez que la vio. No parecía tener nada extraño.
No regaña a Victoria por ver a Myriam. Está tan preocupado, o eso es lo que cree, que no tiene tiempo de preguntarle el motivo de ir a verla.
Antes de que su madre llame para la comida, sale presuroso de la casa sin decir a donde va.
Si antes ha dicho que tiene que alejarse de Myriam Montemayor, justo ahora la promesa se ha ido al carajo.
Maneja hasta estacionarse frente a su edificio. Calcula más o menos que tiene diez pisos. Está tan metido en otras cosas que no recuerda si aseguró el auto, de modo que tiene que revisarlo dos veces. El portero pregunta a dónde se dirige cuando entra pero no responde. Un chico joven de tez morena lo detiene.
—¿Acaso no escuchó a mi padre? Él pregunta que a dónde va.
—Déjalo, hijo —Pide el portero— Ahora recuerdo que es amigo de la señorita Myriam.
—Ah —Se aparta— Ella se encuentra arriba ¿quiere que lo acompañe?
—No, gracias —Dice dejándolo con la palabra en la boca. Sube las escaleras porque el elevador se demora.
Necesitas calmar tu puto genio. Recrimina Necesitas dejar de actuar así por Myriam Montemayor, maldita sea.
Lo oportuno es devolverse por donde vino, pero se le es imposible hacerlo. Toca a la puerta con demasiada fuerza, segurísimo que lo escucha de sobra. Tardan en responder, pero siente cuando los pasos se acercan.
La cara de Myriam es lo primero que ve cuando abren la puerta. Y Victoria no exageraba. Tiene la mejilla morada y un corte en el labio.
Verla así fue como un flash back en su cabeza. Tal vez una o dos veces vio a la madre de Myriam así. Él no necesitaba que le dijesen quién fue porque ya lo sabía. Lo que no entiende es cómo ahora sea ella la que tenga que aguantar algo así.
—Que… que sorpresa
Bastan unos segundos para aclarar su garganta.
—Victoria ya me contó todo. Más bien, no podía mentirme cuando tenía los nudillos marcados.
Myriam abre mucho los ojos.
—¿Se hizo daño en los nudillos? ¡No me lo dijo! Oh Dios, que vergüenza.
—¿Puedo pasar?
Medita si dejarlo o no pero finalmente permite que pase.
Se sienta en el sofá más cercano, pero Myriam se va al otro extremo.
—¿Quieres algo para tomar?
—No, no, gracias. —Cruza sus manos— ¿Ese tipo es peligroso? No quiero que Victoria vaya a tener problemas o tenga miedo de andar sola por la calle.
—No creo que le vaya a hacer nada, no creo siquiera que la recuerde. Fue todo muy rápido.
—¿Estás segura?
—Más que segura, yo estaba allí.
—Sí, se nota que estabas allí —Myriam aparta la mirada— ¿Por qué, Myriam? ¿Por qué haces que la historia se repita? No eres tu madre.
—No, no lo soy. Y mi madre cambió, Víctor.
—Me alegra —Ella rueda los ojos—De verdad lo hago, Myriam —No dicen nada. Parece molesta por hablarle— Entonces ¿por qué lo permites?
—Francisco nunca lo hizo antes —La mira con incredulidad— ¡Es verdad! ¿Por qué nadie me cree?
—¿Lo amas?
—No, —Responde rápidamente— estamos divorciados, no sé si Victoria te lo dijo.
—Lo hizo. Y estaba muy afectada con esto.
Hace una mueca ahora viéndolo nuevamente a los ojos.
—Estoy segura que sí, pobrecita. Lo siento mucho, Víctor. También lo siento mucho por Victoria —Suena afligida. Tiene que apartar la mirada cuando se muerde el labio, es obvio que lo hizo involuntariamente pero eso no significa que haya pasado desapercibida.
Víctor se levanta del sofá en un rápido movimiento y pronto está sentado junto a ella. La piel se le eriza al tener contacto con la suya, pero tiene que serenarse y recordarse que está aquí por… por Victoria.
Deja de excusarte con Victoria.
—Imagino que lo denunciaste —Asiente con la cabeza— No puedes dejar que te maltrate de esta forma, Beb-Myriam.
Sacude la cabeza con un suspiro.
—¿En serio vas a seguir con lo mismo? —Se exaspera, mueve las manos con agilidad y él las sostiene para calmarla.
Pronto hay más tensión que enojo en la sala.
—No te enojes, te creo.
—Oh, vamos ¿tú creyéndome?
Sabe lo peligroso que es, maldita sea, lo sabe y aun así acaricia con la yema del pulgar el corte en su labio. Sus ojos no dejan de contemplar la pequeña cicatriz trazada hasta el comienzo de su labio superior. Sigue avanzando hasta cubrir prácticamente una parte de su mandíbula y no controla el impulso de darle un beso. Ella gime de dolor pero sin embargo no parece motivo para separarse. Se siente en la gloria cuando su lengua tibia lo acaricia, olvidándose por completo de la cordura, de apartarse para siempre, de ser inteligente para tomar buenas decisiones, por ejemplo ahora, que sabe que seguir besándola es un error.
Myriam suelta un gruñido.
—¿Te lastimé? —En ningún momento se aparta.
Encoge los hombros restándole importancia.
—Esto no puede ser
—Ya lo sé —Susurra, besándola de nuevo, luego se separa lo suficiente— eres un imán, Myriam Montemayor. Y tus labios… tus labios malditamente dulces.
Myriam atrapa su labio inferior y parte de su barbilla. Vuelve a gemir de dolor cuando no puede evitar darle una mordida sin acordarse de la herida, pero al igual que la primera vez, no parece importarle demasiado. Así que ahora como ya pierde completamente la razón, él no pone objeción si quiere seguir besándolo de la forma en que lo hace hasta el momento.
En algún punto buscan aire y le permite darse cuenta que están casi recostados en el sofá.
Sigue besándola ahora con ímpetu. Desabrocha su blusa sin que ella lo detenga. Tiene la sensación de que sus hormonas de adolescente están renaciendo de alguna jodida manera. Se acomodan como pueden en el sofá, poniéndose entre sus piernas y gruñendo por lo complicado que es desabrocharle la endemoniada blusa. Myriam suelta una risilla antes de ayudarlo.
—Víctor, esto es una locura —Jadea en busca de aire.
Muerde el lóbulo de su oreja, no pudiendo decir con palabras la razón que tiene.
—Sabes lo que odio no poder alejarme de ti —Reparte besos por su cuello— Sabes el esfuerzo que hago por Victoria, pero esto me puede, me puede muchísimo. Quiero tocarte, besarte hasta no poder respirar. ¿Ves lo que logras en mí? Eres una maldita perra.

Sus ojos cafes brillan y es la primera vez que reconoce a la Myriam de antes.

—No, Cris… es mejor que…

La puerta se abre sin tener tiempo de apartarse. Myriam todavía mantiene desabrochada la blusa y Cristina está de piedra en la entrada con el chico moreno del primer piso.
—Oh santo infierno, yo no acabo de ver esto —Desaparece con el chico rápidamente.
Las mejillas de Myriam enrojecen.
—¡Cristy necesita dejar de ser tan inoportuna!
—¿Es así siempre?
Gime— ¿Te cabe alguna duda? —Se queda viendo su blusa desabrochada y rápidamente se la arregla— Esto está mal, Víctor. Nosotros no podemos… ya no.
Frunce los labios.
—Tienes razón, no puedo hacerle esto a Victoria —La mira de soslayo— Si sabe que me beso con quien la abandonó, probablemente me odie. —No dice nada por el momento, de modo que se pone en pie para irse— Olvidemos esto ¿de acuerdo? Está claro que entre nosotros no puede haber más nada nunca. Victoria jamás va a perdonarte y ella es primera en mi vida.
—Sí, es mejor que lo olvidemos. Será… será mejor que te vayas.

Asienten pero no se ven seguros de su trato. Se va del departamento deseando que Cristina no hubiese interrumpido. ¿A qué tan lejos pretendían llegar?
Hay bullicio cuando llega a recepción.
Se queda mirando un par de ojos conocidos que lo observan con detenimiento.
—¿Qué haces tú aquí? —Refugio no oculta su sorpresa.
Nany esboza una sonrisa pícara.
—Así que por eso no querías que subiéramos a ver a tu hermana, pecosita 2.
Cristy deja de hacer presión para evitar que pasen.
—¿Acaso esto fue un rapidín? Vaya, no me dieron tiempo ni de explicar nada.
—¿Explicar qué? —Poco después Nany mira con ojos enormes a Víctor— ¿Te estabas revolcando con mi querida pecosita 1? ¡¿Es que ustedes los jóvenes no conocen el dicho lo pasado pisado queda?!
Las mejillas se le encienden como cuando era un chiquillo, ni siquiera tiene palabras para excusarse. ¿Qué es más vergonzoso que la madre y la abuela de su ex los descubra infraganti pero al mismo tiempo no?
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Mensaje  myrithalis Mar Ene 12, 2016 2:37 am

Gracias por el capitulo Saludos
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Mensaje  Eva Robles Mar Ene 12, 2016 11:52 am

Muchas gracias por el capitulo esta interesante esta historia mil gracias

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Mensaje  Geno Mar Ene 12, 2016 3:20 pm

Seño Bere, ya me puse al corrienteeeeee, kiero mas capitulos jajajaja
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Mensaje  myrithalis Miér Ene 13, 2016 12:12 am

El capitulo de ahora ??????
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Mensaje  Bere Miér Ene 13, 2016 1:33 am

Capítulo 8
Promesas rotas
Myriam POV
"Se acabaron las nueces" –Cris
Teclea un par de veces y envía la manito con el pulgar hacia arriba. Tiene que ir al supermercado de todos modos a pesar de que había decidido que no. Espera hasta que los dos clics se vuelvan azules para apagar la pantalla de su celular. Está guardándolo en su bolso cuando siente a Rocio caminar presurosa hacia su dirección.
—Ay, querida ¡qué bueno que te encuentro! Te estuve buscando por cada rincón de este desastroso edificio —Suspira echándose el pelo hacia atrás, luego se sienta en una de las sillas vacías de la cafetería— Tengo noticias… muy, muy buenas noticias.
—¿Cuáles noticias? —Pregunta con intriga. Se lleva la botella de agua a los labios— Te dieron vacaciones.
—¡No! Aunque pensándolo bien… uf, sería increíble, pero estoy con un montón de trabajo. Además, esto no se trata de mí… se trata de ti.
—¿De mí? ¿Noticias buenas para mí? —Apoya los brazos sobre la mesa— ¡Cuéntame!
—Con el personal acabamos de estar en la oficina de Jeff… —Alza sus cejas sugestivamente.
Myriam comienza a impacientarse.
—¡Rocio, escúpelo ya!
Se echa a reír, no entiende por qué se ríe. Ella está que se muere de los nervios.
—¿Te acuerdas del programa nuevo? Bueno, en realidad la propuesta —Asiente con la cabeza— ¡Jeff te quiere en ese programa, Myriam!
Se queda mirando a Rocio sin poder creerlo.
—¿Estás… estás segura? Quiero decir ¿estás segura que dijeron mi nombre? ¿Escuchaste que dijeron el mío? ¿No te confundiste?
—No, no, estoy segurísima. Que yo sepa nadie aquí aparte de ti se llama Myriam Montemayor.
Se muerde los labios, la sonrisa no tarda en aparecer.
—¡Esa es una noticia increíble, Rocio! ¿Te das cuenta lo que eso significa?
—¡Aumento de sueldo! —Chilla.
Lo medita un poco— Bueno, sí… ¡Es cierto! Pero no es lo que quería decir… voy a crecer profesionalmente. Mi propio programa… Rocio —Todavía no puede creerlo, pero aparta cualquier ilusión en pocos segundos— Tengo que mantener la calma, no me haré falsas expectativas antes que Jeff hable conmigo.
—Lo vi muy seguro en su propuesta. Que daría yo para que me subieran el sueldo… —Bufa.
Myriam remueve su botella con agua.
—El dinero no es lo importante.
Rocio asiente, pero luego sacude la cabeza.
—Puede ser, pero dime si no es necesario.
—Por supuesto que es necesario, pero no lo más importante.
—¿De verdad estás diciéndome esto? ¿Estarías dispuesta a trabajar gratis?
Se ríe— ¡No! pero seamos sinceras… —Endereza la espalda— Tú y yo no estaríamos trabajando en radio si nos importara tanto el dinero.
Rocio entrecierra los ojos ahora soltando una risa.
—Siempre tan acertada. Por cierto, ¿Cómo me dijiste que te caíste del caballo? Porque déjame decirte que eso de ahí en tu mejilla parece estar cada vez peor.
Después del trabajo recibe un whatsapp bastante particular. Guarda el teléfono con el afán de mirarse al espejo una última vez. Se encuentra en los lavabos de chicas del edificio. Para su suerte no hay nadie dentro, así que tiene todo el espacio para ella sola sobre todo porque todavía tiene marcada una parte de la mejilla. Se ha vuelto de un tono rosa últimamente, aunque debe reconocer la pequeña zona oscura en el pómulo que ha aparecido de pronto. Sabe lo que han comentado sus compañeros de radio, lo sabe porque Rocio ha sido una muy buena mensajera. Rumores circulan de su violento novio, un novio inexistente por cierto. Sin embargo, no parecen tan lejanos de la realidad. No es como que ella les vaya a resolver la duda, pero es incómodo verlos a la cara cuando sabe que hablan de ella.
Con la yema de los dedos traza suavemente por encima de su mejilla.
Aún siente malestar, pero nada del otro mundo.
Busca rápidamente una pomada y soba con cuidado la zona. Cuando el ungüento finalmente se ha esparcido exitosamente, guarda el frasquito apresurándose para salir sin arreglarse el cabello.
Tiene 30 minutos de sobra para encender con toda calma el motor. El sol se impregna en sus brazos mientras maneja por la carretera, de modo que no queda de otra más que abrir los vidrios por completo. El cabello se escapa en todas direcciones, pero ni eso le quita el calor. Lo poco que hay de viento es totalmente tibio.
Luego de estacionar la camioneta esconde el rostro con las gafas de sol y un sombrero playero. No es gigante como últimamente lo usan, es lo suficientemente accesible a su cabeza. Mira hacia la vacía cuadra y se pierde. ¿Dónde demonios está? Revisa el celular para asegurarse de estar en el lugar correcto. Sí, lo está pero ¿dónde tiene que ir? Sigue avanzando mientras busca las placas con el número de puerta, pero muy pocas la tienen.
A mitad de calle se queda viendo hacia los tres números gigantes en la pared. No tiene para qué asegurarse de que sea el lugar que busca, porque lo es.
Golpes y una persona noqueada en el suelo es lo que llama su atención.
Obviamente sus gafas, su sombrero playero y la blusa holgada no encajan muy bien con este lugar. Apenas tiene tiempo de seguir encontrando diferencias con su aspecto cuando la amiga de Victoria se acerca.
—Tú eres Myriam… oh, te recuerdo, claro que lo eres ¡Acompáñame! —La pilla desprevenida cuando agarra su brazo para que la siga— Victoria está peleándose con la pelo de escoba.
—¿Pelo de qué? ¿Peleándose? —Lo único que ve es a un montón de hombres mucho mayores que Victoria. Incluso diría que mucho mayores que ella. Llegan hasta un ring donde apenas alcanza su cabeza. Hay alguien alentando a una de las chicas que están arriba repartiendo golpes al azar. Golpes vienen, golpes van. No alcanza a reconocer a Victoria a simple vista, pero pronto la reconoce por la cola de caballo negro azabache que se escapa por el gorro— Ellas van a matarse —Sus ojos no pueden apartarse de las dos chicas, más por impresión que por horror.
—No te creas ¡Victoria es la mejor! Ya vas a ver…
Movimientos que parecen ir en cámara lenta y luego a la chica contrincante caer al suelo.
—Woah… ella…. Ella es buena —No hace más que asegurar, todavía impresionada— ¿Siempre la acompañas?
La amiga da un saltito de emoción.
—Sí, solo que no boxeo, no me gusta realmente.—A juzgar por su reacción cuando Victoria noquea, parece gustarle el deporte— Pero prefiero acompañarla por si acaso ¿Te imaginas cae inconsciente? No, mejor asegurarme que llegue bien a casa. Por cierto, soy Casey, si no lo recuerdas.
Ahora sí mira con horror cuando Victoria se quita el casco. Con un movimiento agresivo se saca los guantes para lanzárselos al señor que poco antes la estaba alentando.
Tratando de buscar a Casey, sus ojos recaen en Myriam.
Victoria tiene la cara surcada en sudor y las mejillas encendidas al rojo vivo.
Baja del ring de un solo salto.
—¡Estuviste genial! —Casey explota en aplausos.
Myriam no puede dejar de verla con admiración.
—Cualquiera dirá que me noqueaste —Bromea.
Y Victoria se echa reír.
Santo Dios, que no deje de sonreír nunca.
Tiene una sonrisa muy bonita.
Se va a cambiar su ropa deportiva; poco después regresa con el cabello suelto y un vestido de verano. Durante mucho tiempo es Casey la única que habla sin parar, pero pronto se percata que de alguna manera estorba por las caras largas de ambas. Las tres caminan al mismo ritmo en la misma cuadra. No tiene idea para qué Victoria la ha citado acá, pero estaba emocionada de saber que al final de todo no había tirado por el basurero su número. Ha pasado un tiempo bastante largo desde entonces, por eso las esperanzas las había perdido totalmente.
Casey aclara su garganta.
—Me regreso por este lado —Señala hacia atrás— Estoy segura que tienen mucho que hablar.
Victoria no dice nada, se despide de su amiga y luego ésta de Myriam.
La tensión se hace más notoria cuando están solas.
—¿Estás segura que no es peligroso lo que haces? —Pregunta con honestidad y no por sacar tema de conversación. Bueno, tal vez un poco de eso también.
—Nos protegen mucho la cabeza, si a eso te refieres.
Se queda pensando.
—Victoria ¿no eres muy… chica para este lugar? No me malentiendas pero… ¿ellos aceptan a menores de edad?
—Ah, bueno es que… en realidad ellos no aceptan a menores de edad. Tal vez sí a los de 16 o 17, pero soy una excepción.
—Eso es ilegal…
—Soy buena haciendo esto ¿de acuerdo? Y espero que cumplas tu palabra con no abrir la boca.
—No lo haré —Le asegura, mordiéndose el labio— ¿Para qué me citaste?
Victoria se remueve en su lugar, cambia el peso del bolso con la otra mano.
—Es el único lugar donde papá no sospecharía que te veo —Luego la mira— Supongo que pediste orden de alejamiento a tu ex marido.
—Francisco
—Sí, ese
—No, realmente.
—¿No? ¿Estás loca? ¿Esperas que te mate o qué? —Suena ofendida— Tienes que denunciarlo, Myriam.
—Lo hice
—¡Pero está en libertad ahora! En serio que no entiendo tu actitud, eres tan rara —Camina soltando un gruñido— Te comportas como una típica esposa sumisa que le teme a su marido. Y luego dices que nunca te ha pegado antes ¿de verdad me crees idiota?
Myriam observa a Victoria de reojo.
—¿Por qué te ofendes tanto? —Comprende su enojo, pero sin embargo le parece extraño la forma en que se lo dice— Cuando digo que nunca antes me había golpeado, es porque así es. No tengo para qué mentir sobre eso.
—Entonces sigues enamorada.
—Yo no sigo enamorada de Francisco
—¿Y entonces?
Myriam suelta los brazos de lado a lado.
—¿No acabo de decirlo?
—¡Lo que no dices es por qué no lo denuncias! Me exasperas, Myriam. A veces tengo ganas de… de ahorcarte —Rechina los dientes— Que estúpida por haberte llamado, ni siquiera sé por qué te quiero cerca, no entiendo por qué quiero que estés aquí y me mires como si fueses una madre cuando no lo eres.
Frunce el ceño asombrada por el drástico cambio en la conversación.
—¿Quieres decirm…?
—¡Sí, quiero decirte muchas cosas! —Grita— Pero algo en mí me calla. Algo en mí te tiene lástima y no me deja humillarte como tantas veces lo soñé. Es increíble como dominas a la gente sin mover un dedo, y supongo que Francisco te golpeó porque te lo merecías.
Eso se siente como un verdadero Knockout.
Su voz apenas se escucha cuando dice:
—No domino a la gente, Victoria. Y si piensas eso de mí, está bien. No muestro máscaras, ni pretendo dar lástima. Si así fuera… —Se acerca al rostro de su hija pero no es capaz de decirlo— si así fuera te hubiese inventado una historia. ¿Lo hice? No, no lo hice.
—¿En qué cambiarían las cosas? Seguirías viéndote miserable frente a los demás por abandonarme.
—Asumo que así es.
—Que bien que hayas podido seguir con tu vida normal luego de haberme parido, Myriam Montemayor. —Sus ojos celestes brillan de coraje— porque lo que es yo no tuve el valor de conformarme con lo que tenía. Siempre viví con un vacío en mi corazón por tu culpa, siempre me sentí menos en todas partes. Siempre fui la niña sin madre, siempre fui la que recogía a los perritos de la calle porque no quería que ellos sintieran lo que yo he sentido desde que tengo uso de razón. Yo sí quiero a esos perritos, en cambio tú…
—¡Yo sí te quiero!
—¡No, no lo haces! No puedes quererme de un día para otro, inclusive si dices que siempre me quisiste. No puedo creer eso tan absurdo.
—¡Eres una de las pocas cosas significativas en mi vida, una de las pocas cosas por las que no me arrepiento nunca! Y tienes razón en llamarme miserable, encaja a la perfección.
Victoria mira por última vez a Myriam, suelta otro gruñido y da media vuelta para irse.
No es necesario llamarla para que regrese, porque no lo hará.
.
La cabeza se le parte en dos escuchando a Jeff frente a su escritorio. Ya le ha dado la noticia del programa nuevo, pero por más esfuerzos que hizo de alegrarse sigue lastimándole la pelea que tuvo con Victoria ayer.
Una carpeta cae sobre la mesa con un estruendo. Toma el contrato en sus manos pero no es capaz de leer.
—Tienes hasta mañana para darme una respuesta. Léela y me cuentas.
Frunce el ceño, la primera palabra que lee es Radial
—¿Puedo retirarme ahora? Mi cabeza explota.
Toma dos aspirinas en la cafetería. Se sienta y empieza a hojear la carpeta. Al principio parece ser solo el contrato de trabajo, pero debajo hay más donde explica los pasos a seguir. Lee rápidamente sabiendo casi de memoria todo, pero…
Endereza el cuerpo en la silla al escupir el agua.
Está segura que los demás la han visto pero no tiene tiempo de averiguarlo.
—¿Qué demonios? —Deja la botella en la mesa y se dirige nuevamente a la oficina de Jeff. Éste está riéndose a carcajadas por teléfono, así que espera paciente a que termine— Hay un error en el contrato —Dice, enseñándole la hoja.
Jeff lee rápidamente y se lo devuelve.
—No hay ningún error, está todo perfecto.
Myriam no logra comprender.
—Es que aquí dice…
—Te digo que no hay ningún error.
Mira a su jefe, luego a la hoja.
—¿En Boston? ¿Me quieres mandar a Boston?
—¡Por supuesto que sí! Te lo dije… ¿no te lo dije? Creí que lo hice, discúlpame. Pero no creo que tengas problemas con eso, Myriam.
—¿Problemas? Estamos hablando de trasladarme a otra ciudad.
Jeff alza los brazos.
—¿Y qué hay con eso? Eres independiente, soltera sin hijos… ¿qué te detiene? Porque no creo que tengas algún hijo escondido o repartido por la ciudad —Se echa a reír a carcajadas.
No sabe si reír o lanzarle el contrato por la cabeza, aunque eso significaría un finiquito con su despido.
—No, pero tengo a mi familia aquí. Me gusta Seattle, no tengo pensado cambiarme.
—Piénsalo, Myriam. Estas oportunidades no se dan todos los días. Estamos hablando de tu salto a la fama.
Ahora sí se echa a reír.
—Tampoco exageremos
—¿Exagerar? Si aceptas este trabajo puedes tener una cantidad infinita de propuestas en Boston, como conducir un programa de televisión por ejemplo.
—¿Televisión? —Se sorprende— ¿Estás seguro?
—Segurísimo —Tiene una sonrisa pegada al rostro— Ni hablemos del sueldo que tendrás… el doble, incluso el triple de lo que ganas aquí. ¿No es una oferta tentadora?
Mantiene el contrato firmemente en sus manos todavía sin asimilar las palabras de su jefe.
—Muy tentadora —Asume.
Ya en casa mantiene el contrato encima de la mesa del comedor sin intenciones de volverlo a leer. Ni siquiera se atreve acercarse, menos tocarlo. Da vueltas por el departamento como loca tratando de reunir toda la información que le han dado. ¿Boston? ¿Aumento de sueldo? ¿Televisión? Lo que ha soñado desde niña por fin lo tiene frente a sus narices, y sin embargo alberga una duda terrible. ¿Qué hacer? No lo sabe.
Por un lado no quiere dejar a su familia, por el otro le gusta este lugar y lo más importante es que Victoria apareció en su vida.
Sale al balcón por un poco de aire aunque todo lo que obtiene es una ola de calor.
Piensa en ello durante unos momentos.
Si ella se va estaría renunciando nuevamente a su hija. Estaría arrancando como la primera vez, volvería a darle razones para saber que es una mala mujer.
Pero ella te odia, piensa.
Victoria jamás va a perdonarla y seguramente llegará un día en el que no va a querer verla nunca más. Y Myriam no podrá exigir nada porque no tiene ningún derecho. Entonces se quedará donde mismo, cuando pudo haberse ido a Boston.
Apoya los codos en el barandal del balcón y cubre su rostro con ambas manos.
Si se va su hija la va a odiar más de lo que ya la odia.
¿Qué demonios debe hacer?
Su lado malvado le dice: Ya eres una mala madre ¿Qué más da irte sin decir adiós?
Pero su lado bueno ignora el lado malvado para decir: Tus errores del pasado te han enseñado que alejarse no es un escape, porque el corazón no ve distancias. Lo que has cosechado te seguirá y se sembrará a donde vayas.
—¿Podemos hablar de lo terrible que es el tráfico? Estuve a punto de lanzarme por la ventana del taxi —Cris quita sus sandalias con frustración. Luego ve el contrato encima de la mesa— ¿Qué es esto?
Myriam se voltea— Es un…
—¿Te ofrecieron trabajo? Oh, no me digas que te corrieron…
—No me han corrido, es… otro trabajo, bueno… del mismo trabajo —Intenta explicarse.
Cristy alza una ceja.
—Espera, ¿por qué aquí dice…? ¡¿Te vas a Boston?!
—No… no lo sé, en realidad.
Entra a la cocina por un poco de agua.
—Myri ¡esto es fantástico!
Mira a su hermana a medio llenar el vaso.
—¿De verdad lo crees?
—Por supuesto —Ella sigue leyendo con entusiasmo— Eres soltera…
—Sí, sí, lo mismo que dijo mi jefe —Suspira, bebe del agua como si estuviera sedienta — Es una decisión muy importante.
—La mejor de todas. Ni siquiera tienes que pensarlo, Myriam Montemayor. Esto es un pasaje directo al éxito ¡Acéptalo!
Cierra los ojos.
—No sé si irme, Cris. No es fácil.
Su hermana encoge los hombros.
—¿Por qué no? Puedes venir las veces que quieras. Hasta me puedo quedar con tu departamento si quieres, así puedo estar más cerca de Adrian —Ríe, luego hace un puchero— Myriam, hermanita, esto es lo que siempre quisiste ¿Por qué te noto confundida?
—Ay, Cristy —Vuelve a suspirar— Si supieras…
—¿Supiera qué?
Tocan a la puerta.
Y otra vez la campana la salva.
Adrian hace su aparición enseñando el blanqueado de sus dientes.
—Pensé que te gustaría pasear conmigo —Dice.
Myriam tiene que apartar la cara porque la escena es demasiado pegajosa.
—Mmm… no lo sé, Adrian. Myriam está algo tristona —Esto último lo dice apenas en un susurro pero alcanza a escucharla.
—No se preocupen por mí, eh
Cris se da la vuelta.
—¿Y si nos acompañas? Te va a hacer bien, además acá hace mucho calor.
—Podemos ir a dónde tú quieras —Ofrece Adrian.
Myriam sonríe—Se los agradezco, de verdad, pero no tengo ganas de salir. Vayan ustedes, diviértanse por mí.
Cris no parece convencida, pero sin embargo acepta. Se acerca a Myriam sabiendo que sigue triste, así que hace la cosa que siempre hizo de niña cuando la veía de esta manera.
La abraza.
—¿Vas a estar bien?
Aparta un mechón pelirrojo de su pelo.
—Sí, Cristy. No te preocupes por mí. Cuídense ustedes —Besa a su hermana en la mejilla y mira por encima de su hombro a Adrian—¡Cuídala!
Adrian se lo promete mientras Cristina se aleja todavía viéndola de soslayo. Ambos se van y vuelve a sumirse en la incertidumbre.
De pronto recuerda las nueces que todavía no compra, de modo que mira por última vez el contrato antes de salir por la puerta.
La confusión la agobia tanto. Myriam es una persona que no piensa las cosas dos veces. Al pan, pan y al vino, vino. A veces toma decisiones con demasiada prisa, arriesga mucho para luego lamentarse, pero está acostumbrada a vivir corriendo. Aprovechando oportunidades que no volverán a repetirse. Y Boston es una de esas cosas. Su mente y su corazón se encuentran completamente a la defensiva. Independiente de la decisión que tome parece errada por donde se le mire.
Sostiene con dos brazos la cantidad suficiente de cajas con nueces y las deposita con cuidado en el carrito de compras.
—Nueces, café… azúcar —Enumera lo que ya ha encontrado— y… ¿qué me falta? Algo me falta —Cierra los ojos, sostiene su dedo en la boca segura que algo le falta. ¿Por qué no escribió una lista de compras? — ¡Queso crema!
—Myriam Montemayor —Alguien pronuncia su nombre con firmeza muy cerca de su carrito. Ella no necesita adivinar quién es— Que coincidencia encontrarnos dos veces en el mismo lugar ¿no te parece?
Con los años Liliana García se ha convertido en toda una mujer. A simple vista parece una abogada millonaria, casada y con hijos. Su espalda recta, sus ojos brillantes observándola con detenimiento.
—Supongo —Dice ésta, sin ocurrírsele nada más original— ¿Cómo estás, Liliana?
Liliana sonríe, por un momento no parece con intenciones de masacrarla, pero Myriam sabe que las apariencias engañan.
—Bien, muy bien. Tú no te ves nada de mal.
Frunce los labios, es obvio que finge cortesía.
—Sí, eso creo —Alguien se le suma; es rubio de ojos claros. Algo dice en su oído que hace que asienta— Hasta luego —Lo dice aprovechando de escapar.
Acelera el carro para alejarse lo más rápido posible. Tiene la sensación de que en cualquier momento va a escuchar su nombre de vuelta, pero cuando llega a la caja para pagar se siente en paz otra vez.
Aunque de todos modos parece estar perseguida por la mala suerte al encontrársela nuevamente en el estacionamiento. Quiere guardar sus compras e irse, pero Liliana es más rápida.
Fue su mejor amiga en la infancia. Se conocieron cuando eran muy niñas, lo suficiente para ayudarse con la suma y resta en matemáticas. La profesora de entonces siempre las sentaba juntas en clases, de forma que se tuvieron la una a la otra todo el tiempo. Su amistad fue muy diferente a la de cualquier otro, no había rivalidades, no existía la envidia. Ni siquiera cuando ya eran un poco más mayorcitas, jamás se sintieron atacadas por la otra. Por eso cuando se fue de ese hospital, no solo su corazón se había roto en mil pedazos por abandonar a su hija y Víctor, sino también a Liliana. La recordaba todo el tiempo, como se ayudaban mutuamente, como se contaban sus secretos, como Liliana aceptó que su hermano y ella tuvieran "algo". Y tampoco olvidaba las veces en las que hizo de tripas corazón para defenderla de su padre. Para Myriam era muy valioso que se atreviera siquiera a contradecirlo, aunque luego Antonio la había echado de su casa a gritos diciendo que hablaría con sus padres por aquella falta de respeto.
—A diferencia de mi hermano y mi sobrina, no vine a juzgarte —Observa como cambia el brillo en sus ojos— Supongo que tuviste motivos suficientes que ni yo ni nadie compartirá, pero tus motivos al fin y al cabo. —Traga con dificultad, sus manos sudan sosteniendo la manilla de la camioneta— no puedo irme en contra de la persona que trajo al mundo a mi sobrina, independiente de cómo haya sido todo, independiente de tu cobardía, no lo sé… No lo entiendo, Myriam. Tal vez nunca lo entienda. Tal vez tampoco sepa por qué, pero cometes errores como yo los cometo.
Myriam trata de apartar la mano de la camioneta pero se encuentra sosteniéndola con una fuerza indescriptible.
—No creo que debas poner en la misma balanza mis errores con los tuyos, Liliana. Ya sabemos quién tiene el lado más pesado.
—Puede ser, pero ¿quién te asegura que mi parte de la balanza no pese dentro de unos años?
—Tú no harías lo que yo hice —Asegura.
Liliana niega con la cabeza.
—Yo también pensaba eso de ti, Myriam. Sin embargo, sabemos lo que vino a después —Mira hacia el suelo— No es que haya abandonado a un hijo, sabes, pero durante mucho tiempo me dediqué a entenderte por muy difícil que parezca. Y lo intenté sin obtener resultado, pero aquí estoy, comprendiendo que mi esfuerzo ha dado frutos, no te he tocado ni un pelo.
Myriam sonríe con nerviosismo.
—¿Por qué estás diciéndome esto, Liliana?
Deja de mirar el suelo para quedarse en sus ojos.
—Porque antes de que te fueras fuiste mi mejor amiga. Antes de que fueses madre, fuiste mi amiga. Obviando que te metiste con mi hermano, obviando que Victoria tiene tu sangre, obviando todo lo complicado.
El chico rubio se acerca.
—Cariño, debemos irnos…
—Sí, un segundo, cielo —Pide, viéndolo con dulzura— Eso nada más quería decirte. Tengo que irme ahora, que tengas buena tarde, Myriam.
Se van los dos de la mano.
Myriam suelta un suspiro que tiene atrapado en los pulmones.
¿Eso acaba de suceder? ¿Liliana García, su antigua mejor amiga, acaba de decir que la comprende? ¿Qué demonios fue eso?
Cuando estaciona la camioneta en el edificio tiene que parpadear para darse cuenta que está el auto de Víctor, porque se encuentra lo suficientemente oculto para pasar desapercibido. Lo que faltaba, más problemas. Seguramente Victoria ya ha hablado con él y ahora vienen las represalias.
Entra con las bolsas al edificio encontrándose a el señor Flores en recepción. Saluda con un asentimiento no sin antes avisarle que alguien la espera en la puerta de su departamento. Suspira, se prepara mentalmente para subir por el ascensor. Víctor se encuentra de espaldas cuando llega. Ni siquiera se da la vuelta al sentir el ruido de las bolsas. Parece sumido revisando el celular. Myriam en un rápido movimiento gira el cerrojo de la puerta llamando completamente su atención, pero ella no tiene la amabilidad o la fuerzapara hacerlo también.
Tiene la palma roja cuando deja las compras encima de la mesa.
Ninguno se ve dispuesto a hablar primero, así que mientras Víctor se acerca, ella prepara las palabras justas para el momento justo. ¿Qué haces aquí? o Creí que teníamos un trato pero nada de eso sale por su boca. Lo ve acercarse lo suficiente para que se paralice su corazón.
Entonces sabe que la promesa que han hecho se ha roto.
De pronto se ve envuelta en los brazos de Víctor y a su boca ser raptada por la suya con desesperación. Escucha el sonido de su puerta al cerrarse, luego chocar contra ella con fuerza. Gime sin intenciones de dejar de besarlo, trepándose como una araña. No tiene ni puta idea de lo que hace, tampoco de lo que esto significa. Sabe que la única manera de evitarlo es cumplir la promesa, pero no sirve de nada si la promesa se cumple cuando les conviene.
—Myriam… —Su voz suena rasposa— No puedo más… no lo soporto más.
Sus manos sostienen el rostro compungido de Víctor.
—¿En qué demonios va a terminar todo esto? —En algún momento su camiseta blanca sin mangas desaparece de su cuerpo. Se encuentra solo con su brasier, algo que puede avergonzarla, pero tratándose de él… esto debe parar— ¡No! Víctor, detente —Lo empuja, pero éste vuelve a atrapar sus labios— N… o…. podemos…
—¿Y qué podemos hacer? Esto es solo atracción sexual, Myriam. Acabemos con esto de una vez.
Puede que tenga razón, no hay otra explicación para que su piel se vuelva chinita cada vez que lo ve.
—Mi hermana… puede estar aquí.
—No, ella no está. El portero me dijo que no había nadie en casa.
—Pero puede llegar en cualquier minuto.
Escucha el sonido de un cerrojo y la mano de Víctor poniéndole seguro.
—Ahora no va a entrar.
La aparta de la pared aún pegada a su cuerpo.
—No puedes estar hablando en serio.
Levanta con el pulgar y el índice su barbilla.
—Te deseo ¿no lo entiendes? Yo sé que tú también me deseas.
Y no puede estar más en lo correcto.
Cualquier duda desaparece cuando vuelve a sentir su boca entre la suya y la forma en que la alza en brazos. No tiene idea de cómo él sabe dónde se encuentra su habitación, pero lo cierto es que llegan más rápido de lo que piensa. En minutos se encuentra tendida en su cama todavía con el abdomen desnudo.
Ella le quita la camisa con urgencia.
Él desliza hacia abajo su short de mezclilla.
Ella arranca el cinturón de su cintura.
Él se apresura a quitarse los pantalones.
Para entonces sus cuerpos ya se encuentran ardiendo en sudor. Siente un palpitar alrededor de sus muslos como mucho tiempo no siente. Debe reconocer que hace años no tiene relaciones sexuales con nadie, así que aunque esté lista se siente un poco nerviosa. Su lado bueno la obliga a guardar la compostura y parar esto ya.
Está a punto de dar marcha atrás cuando siente algo perturbador entre medio de sus piernas.
Demoniossssss
Víctor sigue en bóxer. A estas alturas siente que su brasier y las bragas son un jodido estorbo.
En un movimiento veloz su brasier desaparece y a su vez siente el mordisco de uno de sus pezones.
Se retuerce en la cama con un grito ahogado.
Que hijo de puta.
Sus besos comienzan a subir de grado cuando llegan a su boca. Muerde su labio inferior e introduce la lengua con urgencia sin un ápice de delicadeza. Todavía siente aquella palpitación, un temblor en todo el cuerpo, las ganas de gritar, retorcerse y aguantar la respiración.

No recuerda que aquello fuese así con Francisco. Tampoco lo recuerda cuando tuvo su primera vez con Víctor. Había sido tan dulce e inocente, pero torpe al fin y al cabo. Inexpertos totales, dejando bastante que desear pero ellos estaban felices de todos modos. Y luego lo hicieron una segunda vez, y luego una tercera vez, luego una cuarta vez hasta que al final saliera embarazada.
Víctor se quita el bóxer dejándola a ella como gelatina. Es él quien se asegura de quitárselos a ella. En segundos saca un preservativo del pantalón para ponérselo. Desde siempre vino con la intensión de… Así que cuando la mira a los ojos con ese brillo especial, con esas llamas saliendo disparadas de su iris, sabe que no hay marcha atrás, que es demasiado tarde para arrepentirse. Aunque estando en la posición que se encuentra no tiene pensado arrepentirse, de manera que abre más las piernas cuando entra en ella.
Primero son movimientos suaves, lentos, luego comienza a acelerar para unir sus cuerpos con ímpetu. Besándola, besándolo, convirtiéndose en una sola persona como la primera vez.
.
Su pierna izquierda es la única que no se cubre con la sábana. Apoya la nuca en la cabecera ahora con la respiración acompasada. Tiene el cabello alborotado, apuntando en todas direcciones, pero eso es lo de menos, eso no importa. Tiene todavía el sabor de los besos de Víctor y la forma en que su cuerpo explotó de placer en sus brazos.
Víctor termina de ponerse el bóxer y se sienta en la cama a espaldas de ella.
No han hablado desde entonces, no hay nada qué decir. Tal vez Víctor tenga razón en una cosa, tal vez solo era atracción sexual lo que sentían.
Lo peor es que seguramente si se mira al espejo puede notar su cara de satisfacción. Ojalá pudiese borrar eso para guardar la poca dignidad que le queda.
Cubre con más fuerza la sábana en sus pechos.
—¿Nunca… tuviste curiosidad? —Él dice todavía de espaldas— ¿Cómo será? ¿De qué color tendrá sus ojos? ¿Nunca?
No necesita preguntarle a qué se refiere. Sigue con la vista fija en nada especial.
—Sí, por supuesto —Contesta con voz ronca—Todos los días… todos los días de mi vida.
La cabeza de Víctor se va hacia adelante como si estuviera sosteniéndola con ambas manos.
Myriam aprieta los labios para alejar las lágrimas.
—¿Y entonces? ¿No era suficiente? ¿Nunca tuviste la más mínima intención de buscarla? —Ella rompe en un llanto silencioso sin apartar las manos sujetas en la sábana— Se me hace difícil entender que alguien que ha dado vida no quiera saber de ella. Aunque bueno, existe un centenar de mujeres tan malvadas como tú que lo hacen a diario.
Un quejido escapa de sus labios.
—Lo hice —Reconoce con el rostro bañado en lágrimas. Víctor no se ha movido de su lugar— Lo hice, te lo juro.
Lágrimas saladas entran por su boca y no es consciente de que siguen bajando por su mejilla como baldes de agua.
Víctor gira en su lugar, sus ojos vidriosos pegados en Myriam.
—¿Cómo?
—Los busqué un par de veces.
—¿Cuándo? —No responde de inmediato, desesperándolo— ¿Cuándo, Myriam?
—Tenía 18 años, la primera vez. Tomé un avión desde Kansas hasta Seattle en un viaje antes de entrar a la Universidad. Para mis padres yo me encontraba en Nueva York con unos amigos —Todavía puede recordar cómo se despidió de ellos en el aeropuerto para tomar un avión diferente—Me encontré c… —Toma una profunda respiración— no tuve el valor de acercarme a la casa. Todo era tan confuso, todo era tan reciente para mí. No había estado en Seattle desde que di a luz a Victoria, así que fue chocante cuando aterricé en la ciudad.
Víctor parece impactando con sus palabras.
—Después te fuiste… ¿no?

—Regresé con las manos vacías, no tuve el valor hasta años más tarde. Cuando Francisco y yo nos casamos le pedí venir a Seattle para que conociera mi lugar de la infancia. En ese entonces llegué más lejos que la primera vez… sin embargo, me encontré con la sorpresa de que la casa estaba habitada por otras personas.
—¿Tu esp… ex marido sabía?

—No, nunca le conté que tuve una hija, si es a lo que te refieres —Éste asiente— La tercera vez fue cuando me separé de Francisco… yo… creo que te vi. No estoy segura, pero había pasado tanto tiempo que consideraba absurdo aparecer de la nada.
—¿Me viste?
—Sí, en un parque. Probablemente Victoria también estuviera allí pero no pude divisarla. Tampoco tuve tiempo de hacerlo porque salí corriendo como una cobarde. —Con las palmas de sus manos limpia su rostro— Hice mal, todo lo he hecho mal, lo reconozco. Nunca he sabido hacer las cosas como se debe, arruino todo lo que más amo. A los 18 pude haber sido más valiente, a los 24 pude haberte buscado de alguna forma y luego… bueno, ya sabes.
—Eres la persona menos perseverante que he conocido en mi vida.
—No puedo negarlo —Suelta una risa amarga.
—Estoy seguro… que si hubieses tenido el valor de acercarte en el parque Victoria te hubiera perdonado —Se forma un nudo en su garganta— porque ella siempre ha anhelado una madre, pero ahora… ahora Victoria es adolescente prácticamente, se da cuenta que las cosas no son fáciles y quienes han estado con ella desde pequeña son las personas que la quieren de verdad. Sin marcas, queriéndola sin condiciones. Algo que no tienes con ella, algo que dejaste en el momento en que arrancaste como una fugitiva. —Víctor levanta el índice de su dedo— Un error se paga con creces, no importa si te arrepientes.
—Nany diría lo mismo.
Después no hay más nada que decir. Ninguno se mueve de su posición.
—¿Qué va a pasar con tu ex marido?
Myriam gira en su dedo índice la tela.
—No lo sé —Contesta con cansancio— Se tiene que haber vuelto a su casa.
—¿Te vas a quedar de brazos cruzados? ¿Y si vuelve?
—Él no va a volver, te lo aseguro… por lo menos durante una temporada larga.
—Deberías presentar cargos en su contra, alguna orden de alejamiento…

—No conoces a Francisco, él siempre encontrará la forma de acercarse.
Alguien toca la puerta.
Se sienta paralizada en la cama viendo a Víctor con horror.
—¡Es Cristy! —Salta fuera de la cama con la sábana alrededor de su cuerpo. Víctor se pone torpemente los pantalones—¡Rápido! —Susurra.
—¡Myriam! ¡Está cerrado! Ya sé que estás ahí —Escucha a su hermana. Corre por la habitación con horror, buscando frenéticamente la ropa esparcida por el suelo— Traje visitas.
Ambos se miran y éste le indica que vaya a ver. Corre en puntillas con la sábana arrastrándose en el piso.
En el cerrojo puede ver la cabeza pelirroja de Cristy, pero a nadie más.
Vuelve donde Víctor.
No le importa dejar caer la sábana de su cuerpo y quedarse completamente desnuda. No siente vergüenza, no puede tener vergüenza cuando probablemente Víctor le haya visto hasta el alma.
—¿Qué voy a hacer? ¿Cómo salgo? —Pregunta Víctor alarmado.
—Por la ventana —Señala.
Mira por encima de su hombro con incredulidad.
—¡¿Estás loca?! ¡Son nueve pisos!
—¿Y entonces? —Mira alrededor— Puede ser…
—¡Traigo a Victoria!
¿Quéeeeeeeeeee?
No es necesario que repitan su nombre en susurros, es más que evidente el terror que les invade.
—¡Demonios! ¡Victoria no puede verme aquí!
—¡Escondámonos en el baño!
—¡No te puedes esconder conmigo!
—¿Por qué no?
—Porque tienes que abrir la puerta, Myriam —La empuja fuera del cuarto y él se esconde en el baño.
Myriam trata de acomodar su ropa, arreglarse el cabello y mirarse al espejo antes de abrir la puerta.
—¡Por fin! ¿Qué estabas haciendo?
¿Qué estaba haciendo? ¡Si tan solo supieras!
—Me quedé dormida encima de la cama… —Mira a Victoria— No se queden ahí ¡Pasen! Victoria, que bueno verte.
—Hola
—Me la encontré en la entrada del edificio —Camina hasta la cocina— ¡Compraste nueces!
Victoria está mirándola como si quisiera decir algo. Por algún motivo se olvida que Víctor está encerrado en el baño.
—¿Estás bien?
—Yo quería disculparme contigo —Dice rápidamente. Es más que evidente que le cuesta hacer esto— por lo que dije ayer, en parte… —Suelta un suspiro— Estuvo mal decir que te merecías que… ya sabes, ninguna mujer lo merece sin importar el motivo, pero lo dije de cabreada, quería que lo supieras.
Myriam esboza una pequeña sonrisa.
—Asunto olvidado.
—Bueno, será mejor que me vaya antes que se haga más tarde —Muerde su labio.
Puede insistir en que se quede, pero no le conviene.

Se despide de Cristina y Myriam la acompaña a la puerta.
—Adiós, Victoria. Me dio mucho gusto verte —Dice con sinceridad.
No hay forma de que la mire a los ojos.
—Adiós.
Espera a que desaparezca por el elevador. Suelta un suspiro de resignación. Hay algo que ocurre en su corazón cuando la ve desaparecer, no lo sabe, no comprende lo que siente.
En cuanto entra escucha un estruendo seguido del sonido de la ducha. Cristy se pone en alerta.
—¿Qué demonios es eso? ¿Es la ducha?
Myriam la mira sin poder hablar, no tiene tiempo de detenerla cuando corre a la habitación. Tan pronto entra al baño pega un grito al ver a Víctor tendido en la ducha.
—¡Santo infierno! ¿Te caíste?
—Víctor ¿Estás bien?
Se soba la cabeza con una mueca en los labios.
—Este piso es resbaloso —Myriam y Cristy lo ayudan a levantarse— pasé a abrir la llave con mi cabeza. Es un milagro que siga cuerdo —Sacude el agua del cabello—¿Ya se fue?
Cristy le suelta el brazo— ¡Victoria! ¡Oh Dios mío, casi los descubre! Ustedes necesitan pagar una habitación muy pronto para hacer sus cochinadas, eh.
Desaparece del baño.
—No sospecha nada—Asegura Myriam, hablándole de Victoria.
—Bien —Acomoda su camisa— Será mejor que me vaya. Solo ruego que no vea el auto… aunque lo deje bien escondido.
Se miran. El ruido del agua cayendo por la ducha todavía resuena en sus oídos, pero no les prestan atención.
Víctor deposita un beso en su boca con ternura, una ternura que no alcanza a asimilar. Vuelve a mirarla más profundamente antes de dejarla sola.
Esto es peor de lo que piensa. Hacer el amor no fue suficiente para que terminaran de atraerse.
No, claro que no.
Se atraen mucho más ahora.
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Mensaje  myrithalis Miér Ene 13, 2016 2:21 am

Gracias por el Capitulo Very Happy Very Happy Very Happy Very Happy muy padre espero el otro bounce bounce bounce bounce bounce hasta mañana saludos
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Mensaje  Geno Miér Ene 13, 2016 2:27 pm

Seño Bere quiero mas capitulosssss jajajajaja
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Mensaje  Bere Jue Ene 14, 2016 12:16 am

Recuerdos

Princesa de ojos negros.

Octubre, 2000

Myriam acomoda un almohadón en forma de U alrededor de su espalda. Trata de elegir la posición menos dolorosa pero a estas alturas le resulta demasiado difícil. Sobre todo teniendo en cuenta que tiene como 3 kilos y medio extra invadiendo su peso. Suelta un suspiro sin soltar el cuenco con patatas fritas. La película proyectada en la televisión la aburre, de modo que empieza con su mano a buscar el control remoto.
Mira hacia la mesita de noche soltando otro suspiro.
—Cristy ¿Puedes pasarme aquel?
Su hermana pequeña levanta la cabeza de su dibujo y le entrega lo que pide. Se queda mirando a su figura redonda todavía sorprendida por el cambio. La verdad es que Cristina se ha acostumbrado a no ver a Myriam durante estos últimos meses, porque según su padre es una mala influencia y no quieren traumarla de por vida. Sin embargo, Cristy no pregunta el por qué Myriam parece una sandía andante.
Mira hacia el calendario situado en la vieja pizarra de su abuela para darse cuenta que hoy es 7 de octubre.
La lluvia intensa la saca de sus pensamientos y prefiere apagar la televisión. Para entonces Cris ya ha acabado el dibujo y prefiere irse a su habitación. Myriam se queda recostada en el sofá porque no tiene a dónde ir y tampoco tiene las fuerzas para caminar.
Su mano acaricia su vientre abultado.
—Te gusta hacerme sufrir ¿verdad? —Habla en susurros. Una patada sufrible es lo que recibe en respuesta. Ríe pero le ha dolido como el infierno— ¿No quieres salir a este mundo, pequeña? No te juzgo por eso, sabes. Te envidio, allí dentro solo te chupas el dedo. —Otra patada que hace que el dolor en su espalda sea más fuerte.
Su abuela y su madre llegan con bolsas del supermercado. Están empapadas por la lluvia y no dejan de reírse sobre algo. Ellas la saludan antes de irse a la cocina. Luego su abuela se sienta junto a ella, palmeando suavemente su vientre.
—Tu padre tiene un viaje de negocios dentro de dos días, eso nos deja el camino libre para que Víctor venga a verte.
Asiente con una sonrisa. Normalmente siempre está feliz que su padre tenga viajes de negocios, pero ahora más que nunca sabiendo los problemas que tienen. Durante los primeros meses él no dejaba que se vieran, así que casi nunca podían hablar. No obstante, los padres de Víctor no se quedaron de brazos cruzados, hablaron con Antoniopara llegar a un acuerdo. Ambos se verían las veces que quisieran siempre y cuando respondiera con su deber de padre.
Pero todavía le cuesta ver a Víctor cuando su padre está presente. Le teme, siempre dice cosas groseras delante de él. Por eso prefiere verlo cuando él no se encuentra.
De lo único que hablan con su abuela es sobre los planes que tendrán en dos días.
Para entonces su espalda no soporta seguir en el sofá.
—¿Qué hora es?
—14:56 —Responde Nany.
Con esfuerzo desmesurado se levanta del sofá sin ayuda. Mira a sus manos hinchadas incapaz de ponerse un anillo. Camina sin ver sus pies hasta el baño. Caminar como pingüino ha sido todo un proceso del que está acostumbrada. Al tener cuerpo de niña le ha costado adaptarse al embarazo. Tiene más barriga que cuerpo, pero es normal. Lo que sí le teme es al parto, piensa que al ser tan pequeña le cueste un poco pujar.
Se desprende de su ropa tan pronto se encierra en el baño. Abre la llave de la ducha y el agua suena igual que la lluvia de la calle. Entra con cuidado a la bañera y comienza a enjabonarse lo más que puede. Cierra los ojos cuando el agua cae sobre ellos, aguantando la respiración y calmándose segundos después.
La pequeña vida dentro de su vientre cada vez patea más fuerte, pero trata de que eso no la incomode. Puede entender lo aburrida que se encuentra dentro sin espacio para estirar brazos y piernas. Lo entiende porque también está cansada de no ver sus pies.
Lava rápidamente su cabello y 15 minutos después sale del baño.
Lo único que puede usar es un buzo lo suficientemente ancho para su figura redondeada. Como puede se pone las zapatillas desde su posición, girando el pie en todas direcciones hasta que por fin entra por completo. Es la única zapatilla que le queda ya que sus pies, al igual que las manos, están hinchados. No se toma la molestia de intentar cerrar la cremallera porque es inútil.
Un portazo le avisa que su padre ha llegado.
Toma una profunda respiración antes de salir al pasillo.
Cristy corre cuando su madre llama a todos para comer.
Su abuelo le habla a su estómago abultado con una sonrisa, luego ella se sienta apartando la silla para no chocar con la mesa. Le sigue un silencio que los ha acompañado desde que tiene uso de razón, pero no tarda en esfumarse puesto que durante estos últimos siete meses los únicos que hablan en la mesa son Nany y su abuelo. Habían decidido mudarse con ellos cuando se enteraron del embarazo, así que no lo pensaron dos veces para dejar todo atrás y protegerla. Myriam siempre decía que nunca podría pagar en vida todo lo que sus abuelos han hecho con ella, han arriesgado más que su propia madre. Desecha aquel pensamiento recordando cómo Refugio había alzado la voz para defenderla cuando Antonio quiso pegarle con un cinturón teniendo 6 meses de gestación.
—Estaba pensando —Comienza su padre— que Myriam debería inscribirse en la escuela militar. Siendo yo comandante en jefe tiene más probabilidades de ser aceptada.
Lo único que se escucha después es el ruido de los cubiertos.
Myriam suda frío.
—Pero, Antonio—Refugio replica— Myriam no puede inscribirse.
—¿Por qué no? ¿Lo dices por la edad? El próximo año cumple 17 con eso no hay inconveniente.
Ahora es Nany la que interrumpe.
—Myriam no va a ir al servicio militar porque tiene una bebé a la cual cuidar.
Antoniomastica a regañadientes.
—Le voy a pedir, suegra, que no se meta en estos asuntos. ¡Myriam es mi hija y si yo quiero mandarla al servicio militar, así será!
—No con una niña en sus brazos, Antonio—Insiste su abuela— Y te voy a pedir de favor que te comportes en presencia de tus hijas.
—Usted no me viene…
—Cállese, hombre —Pide el abuelo— Myriam no irá al servicio y no se discute más.
—La niña —Dice, refiriéndose al bebé con tono asqueado— tiene a sus abuelos paternos, además ese jovencito quiere hacerse cargo.
—Es mi hija, papá.
—¡Cierra la boca! —Myriam salta en su asiento. Cris está con la espalda rígida viendo a todos con aspecto asustado— ¿No te da vergüenza decirlo así nada más? ¡Tu hija! —Se ríe— Has perdido completamente la cordura, Myriam.
—Basta ya, Toño—Se queja Nany— Estoy cansada de tus faltas de respeto. Tu rol como padre deja mucho que desear
—Mamá…
—No, Refugio. ¡Es suficiente! —Escupe con rabia— Escúchame, Antonio. Estoy segura que eres una buena persona, siempre lo he pensado. Necesitas aceptar el embarazo de tu hija, vuelve a ser el hombre de antes.
Antoniogolpea la mesa con su puño y Myriam no lo soporta más. Se levanta a duras penas y a pesar de las insistencias de su padre de volver a la mesa, no lo hace.
Cierra la puerta de su habitación con las lágrimas quemándole los ojos.
Esto no va a cambiar aunque digan que sí. Todo el mundo dice que Antonio estará babeando por el bebé cuando nazca, pero Myriam sabe que así no será. Y tiene miedo, terror, rabia, mucha rabia. No sabe qué hacer. Por un lado se trata de la vida de su hija, un ser que alberga en su vientre fusionándose como una sola persona. Sin embargo, el terror que le tiene a Antonioes demasiado para ella. El miedo de ser madre, el miedo de sostener en brazos a alguien tan pequeño e indefenso. El miedo de cambiar, de ver la vida de otra manera, de darse cuenta de las cosas que perdió y que no volverá a recuperar nunca.
El miedo de si está haciendo lo correcto.
—Yo —Hipa, no deja de llorar— Yo no quiero esto para ti —Acaricia su estómago, sabiendo que está en lo cierto.
No solo es su padre el problema. El problema más grande que tiene es ella misma. Su decisión sobre el destino de su hija la ha estado atormentando desde el momento en que supo que estaba embarazada. Ha estado viendo reportajes durante meses de madres que dan en adopción a sus hijos, otras que se aseguran de que ellos tengan a una familia que se merecen.
Normalmente termina llorando con esos reportajes. Se le apretuja el corazón de solo pensar en darla en adopción, dejarla en los brazos de una familia desconocida, viéndola alejarse y no poder hacer nada.
Su indecisión de dejarla con ella o no, no tiene nada que ver con sus sentimientos.
Ama a ese pequeño ser que patea en su estómago con fuerza. Ama cuando hipa, ama cuando se acomoda aunque le retuerza todo los huesos, ama el latido de su corazón en cada visita al médico. Y sobre todo, ama el simple hecho de llevar su sangre.
Nany entra a la habitación con su bastón y se sienta junto a ella.
—No le hagas caso a tu padre, sabes cómo reacciona —Acaricia un mechón de su cabello— pero él te quiere.
Pone los ojos en blanco.
—Él no me quiere, Nany.
—Lo hace, pecosita 1 —Insiste— A veces nosotros los padres tenemos maneras diferentes de demostrar nuestro cariño. Y Antonio ha crecido entre militares, razón por la que no es muy de piel contigo o Cristy.
Le falta la respiración, cierra los ojos sintiendo la punzada en su estómago.
—Siempre me ha…. tratado mal —Inspira entrecortadamente— Nunca me ha quer… ido
—¿Qué te pasa, Myriam?
Inclina el cuerpo hacia adelante cuando la punzada se hace más fuerte.
Toma una profunda respiración con los ojos llenos de lágrimas.
—Creo… creo que el bebé viene.
.
Una enfermera empuja la silla de ruedas donde ella se encuentra sentada jadeando de dolor. Se sostiene el vientre con ambas manos como si fuese a desaparecer. Todavía no puede respirar, los dolores son cada vez más fuertes.
Alcanza la mano de su madre y la de su abuela antes de que la ingresen a la habitación.
Las lágrimas caen de su rostro involuntariamente.
—Tengo miedo —Solloza.
Nany deja un beso en su mano.
—Todo va a ir bien, pecosita 1. ¡Sé una chica valiente!
Refugio le da un reconfortante abrazo.
—Hoy tienes que sacar a esa leona que llevas dentro ¿Entiendes? Hoy te conviertes en una verdadera mujer, Myriam.
Ella asiente en respuesta, después la enfermera empuja la silla hacia la habitación.
La recuestan en una camilla y comienzan a meter cables por todas partes. Le han sacado la ropa y lleva puesta una bata de hospital delgada. Sus piernas y brazos tiemblan a los costados esperando lo peor. Lo primero que piensa es que quiere escapar, pero no puede porque vaya a donde vaya igual va a terminar teniendo un bebé. Cierra los ojos tratando de pensar en otra cosa, sin embargo a su mente viene la parte del reportaje en donde las mujeres comienzan su trabajo de parto.
AUXILIO.
Durante la primera hora están dando vueltas su madre y su abuela. Ellas tratan de calmarla pero Myriam sigue retorciéndose en la camilla de dolor.
Víctor y su familia llegan poco después.
En cuanto entra al cuarto Myriam se convierte en toda una leona tal como dijo Refugio
—¡Tú! ¡Maldito bicho neuronal! —Grita haciendo puños sus manos.
Víctor está en la puerta viéndola con ojos desmesurados.
—Myriam, cálmate —Pide Nany—Ven aquí, Víctor.
Pero Víctor no está seguro de hacerle caso. Esme lo empuja levemente viendo con ternura a Myriam.
¿Qué tiene de ternura?
—¡Por tu culpa! —Sigue gritando— ¡Qué alguien me ayude! —Choca la cabeza contra la almohada con tanta fuerza que los cables se salen de posición— ¡No lo soporto más!
El doctor entra a la sala al escuchar el escándalo.
—¿No pueden hacer algo? —Pregunta Juanita
El hombre revisa a Myriam y niega con la cabeza.
—Todavía está en 5 de dilatación.
Luego ella deja de gritar, suspirando y viendo al techo con la cara surcada en sudor. Las contracciones van en aumento cada cinco minutos. En algún momento todos se van, menos Víctor, que todavía se encuentra a una distancia generosa por si debe salir corriendo.
—Te odio —Jadea— No, no es cierto… te amo.
Víctor se acerca con cuidado para sentarse en la silla vacía. Alcanza su mano caliente para presionarla contra su pecho.
—¿Te sientes mejor?
—Mejor y un demonio. Soy una sandía y necesito… ¡Necesito que la saquen ya! No lo soporto, Víctor. Diles que hagan algo —Pide con lágrimas en los ojos.
Una nueva contracción surge y ella vuelve a presionarse contra la cama, hundiéndose y mordiéndose la lengua. Si acaso esta era una lección para no embarazarse otra vez, entonces lo ha captado.
¡Nunca más! ¡Nunca más! Repite internamente¡Prometo no comportarme como una adulta hasta que cumpla los 18!
Demasiado tarde para las promesas.
Cierra los ojos y pronto la contracción se ha ido.
Víctor sigue sosteniendo su mano, aunque la de él se ha vuelto de un color rojizo. La máquina pita a su lado con insistencia y ella quiere golpearla con su puño. Si tan solo hubiese sido boxeadora…
Voltea a ver al cobrizo cuando ya se ha calmado.
—¿Qué te pasa? —Pregunta con la voz temblorosa.
—Nada —Responde él— Solo estoy nervioso.
—Yo también —Asegura— pero eso no es lo que te tiene así.
—No —Reconoce— no quiero atormentarte con mis problemas cuando estás aquí así…—Sonríe con tristeza.
Myriam se suelta de su mano para acariciar su mejilla.
—Confía en mí. Además ¿qué más me puede pasar?
Víctor lo medita un poco, se muerde el labio antes de contarle.
—Creo que mis padres se van a divorciar.
—¿Qué? —Se ve sorprendida— No creo, Víctor. Ellos no se ven como los matrimonios que se divorcian.
—Lo harán —Busca su mirada— Se odian, a veces pienso que… que se van a matar entre ellos.
—Ven aquí —Pide al verlo tan indefenso. Víctor se levanta para acercarse a su rostro— Todo va a estar bien, esto es transitorio. Estoy segura que tus papás se arreglaran con la llegada de nuestra hija.
—¿Eso crees? Pensé que opinabas diferente.
Encoge sus hombros— No así con Antonio, obviamente, pero estoy segura que todo va a cambiar desde el segundo en que ella abra sus ojos.
—¿Cómo la llamaremos?
—No lo sé, tendremos tiempo después.
Vuelve a tener una contracción y todo su aprecio hacia Víctor se desvanece para volverlo a insultar.
.
A las 9 pm Myriam logra llegar a los 8 de dilatación. Por más ruegos que hace, Antonio no permite que le pongan la epidural.
—Preparemos todo —Dice el doctor a las enfermeras.
Los nervios la comen viva. Su madre la mira con esperanza. Ella ve como todas la besan, se despiden y envían bendiciones. Ve como Liliana besa su vientre antes de irse, su abuela le dice lo mucho que la ama y cuánto la apoya. Alguien llega con rosas rojas y una tarjeta. Nada de eso importa mucho cuando se muere de miedo en la cama. Comienzan a quitarle los cables para sentarla en otra camilla. Tiene ruedas que la dirigen fuera de la habitación. Nuevamente ve a su familia despedirse con lágrimas en los ojos.
¿Esto es en serio? ¿Está viviendo esto? ¿Va camino a ser madre? Se siente aterrada, el corazón le late con demasiada fuerza. ¿Qué va a hacer ella con un bebé recién nacido? ¿Cómo lo alimentará? ¿Quién le asegura que su hija sea feliz con ella? Tiene 16 años, una completa inútil que no ha terminado los estudios, nadie la contratará para trabajar, no podrá ir a la universidad, no tiene cómo darle una familia normal a su propia hija.
Ella no se merece esto repite No se merece una madre como yo. Ve como los focos de luz desaparecen de sus ojos mientras avanzan Ella no viene al mundo para ser infeliz.
Los reportajes aparecen en su mente como un torbellino cuando la ingresan a la sala. Hay un centenar de doctores con mascarillas y ella vuelve a sentir terror. Está temblando cuando la cambian de cama.
—No tenga miedo, señorita —Dice una enfermera.
Sus nervios se calman un poco cuando ve a Víctor y a Refugio entrar vestidos igual que los otros doctores, con mascarilla, gorro y bata.
Su madre besa el tope de su cabeza y Víctor sostiene su mano.
El corazón le vuelve a latir cuando uno de los enfermeros comienza a separar sus piernas.
No, no, no.
No pone objeción porque sabe que es la única manera de traer a su hija al mundo.
Reclinan la cama donde se encuentra recostada y espera algunos minutos mientras terminan de preparar todo. Sus ojos pican por las ganas de largarse a llorar. Tiene a Víctor a su lado acariciando su mejilla, a su madre dándole palabras de aliento, pero eso no es suficiente. Sigue sintiéndose indefensa con muchísimo miedo.
De pronto siente un dolor tan profundo en su vientre que se retuerce en la camilla una vez más. Presiona con fuerza la mano de Víctor, las lágrimas caen a borbotones.
—¡No me toques nunca más, hijo de puta! —Grita con la vena de la frente marcándosele.
Una de las enfermeras se acerca para hablarle.
—Necesito que se calme, señori-
—¡No! ¡Él me hizo esto! —Mira hacia Víctor— ¡Si te lo hubieras mantenido en los pantalones y yo no fuese tan zorra…! ¡Ag! ¡Maldita sea! ¡No estaría muriéndome ahora!
Probablemente luego no se acordaría de nada, pero justo ahora le importa bien poco lo que digan los demás. Grita, se retuerce y jadea esperando a que por fin den la orden de que puje.
Aguanta la respiración y comienza a pujar sin tener idea si lo está haciendo bien. Casi lo hace por instinto, expulsando con la boca fruncida. Su rostro empapado en sudor no ayuda mucho. Alguien frota una tela en su frente para secarla.
—Otra vez —Indica el doctor.
Vuelve a pujar con fuerza. Si sigue así se le va a reventar las venas de todo el cuerpo.
—Vamos, Myriam. Lo estás haciendo increíble —Alienta Víctor.
Jadea cuando termina, pero no hay señal del bebé todavía.
—Otra vez —Repite.
—¡Vamos, cariño! —Dice su madre.
Y vuelve a pujar, otra y otra vez. De su boca salen gruñidos mientras lo intenta.
Su cabeza cae hacia atrás cuando escucha al doctor decir:
—¡Aquí viene! ¡Un pujo más, Myriam! ¡Uno más y estamos listos!
Inhala profundamente y mantiene el aliento paralizado cuando puja una última vez. Suelta un grito que bien puede escucharse por todo el continente. Es entonces cuando siente algo que se expulsa fuera de ella. Lo acaba de sentir, demonios que sí. ¡Tan raro! Percibe un vacío a continuación, pero no tiene tiempo de averiguarlo mientras ve al doctor con algo ensangrentado en sus brazos.
Myriam respira entrecortadamente comenzando a llorar. Tarda unos segundos para que también el bebé rompa en llanto.
—¡Oh Dios mío! —Gime Refugio— ¡Myriam, es preciosa!
La enfermera sostiene a la bebé que llora descontroladamente. Sigue llorando de la emoción mientras la deposita en su pecho. La pequeña criatura mantiene los ojos cerrados sin dejar de gritar enfurecida, tampoco sus temblores desaparecen. El cuerpo bañado en sangre no es motivo para no acercarse a besar su cabeza.
No puede explicar la felicidad que llena su corazón, se siente completa.
—Eres… eres tú —Solloza, no puede dejar de besar y tocar a su hija — Eres tú.
Víctor está de pie llorando como un niño pequeño. Sigue con la mascarilla en su boca cuando se acerca a darle un beso a su hija.
Se abrazan entre los tres, como una familia feliz.
—Esto es lo más loco que me ha pasado en la vida —Víctor ríe con lágrimas en los ojos.
—Sí, a mí también—Asegura Myriam, besando en reiteradas ocasiones la cabeza y susurrándole a su hija — Te amo tanto.
—Y papá también —Dice este—Myriam, somos papás ¿Te das cuenta?
—¡Tiene cabello negro! —Chilla su madre, viendo de cerca a su primera nieta.
Poco después la enfermera se la lleva para pesarla.
Tiene tanta emoción en el cuerpo que no se ha dado cuenta que le están poniendo puntos. Aún sigue llorando y sonriendo como una boba.
.
Sus párpados pesan cuando la derivan a otra habitación. Todavía tiene el efecto de la anestesia en su cuerpo, aunque ni siquiera es capaz de levantar la pierna por temor. Hay mucha gente que llega a visitarla, pero desea estar sola durmiendo aunque sea unos pocos minutos. Huele el perfume de su abuela, las risas de Liliana, a Juanita platicar con su mamá. Luego escucha la voz de Víctor que presiona sus labios sobre su frente. Ella sigue con los ojos entrecerrados.
—¿A qué hora nació? —Alguien pregunta, no puede recordar quién.
—10 pm
Finalmente todos se despiden, asegurando que necesita descansar. ¡Por fin!
Esa noche duerme de corrido, nadie la molesta. Al ser una clínica no le llevan a su hija hasta pasadas las siete de la mañana.
Ella está acurrucada en una cuna vestida de rosa de pies a cabeza.
La enfermera ofrece tenderla en sus brazos, pero Myriam se niega.
¡Que terror! ¿Y si se le cae?
Muere de ansias por cargarla pero prefiere mantenerla segura en la cuna. Muerde sus labios con fuerza ¿estará exagerando? ¡Soy tan torpe con las manos!
Durante toda la mañana la criatura no hace más que retorcerse, hacer muecas y volverse a dormir. Todo ese tiempo ha estado pendiente de ella, temiendo que llore en algún momento. Ni siquiera sabe qué hacer cuando tenga hambre. ¿Deberá llamar a la enfermera para que le enseñe a darle de comer?
Refugio llega con bolsas sin despegar la sonrisa del rostro. En cuanto ve a la niña, su rostro se suaviza.
—Ella es una bendición, Myriam —La sostiene en sus brazos, la pequeña se remueve inquieta— Un angelito.
Mira como su madre parece cargarla con tanta normalidad. Ojalá pueda aprender pronto.
—No puedo creer que ya esté aquí. —Reconoce viéndola estupefacta —¿Te das cuenta que ella estuvo aquí? —Señala su estómago ahora más deshinchado, aunque sigue con un poco de bulto.
—¿Quieres cargarla?
Sus ojos se abren.
—No… quiero decir, me da miedo.
—No tengas miedo, yo te ayudo —Acerca a la niña y Myriam torpemente la carga en sus brazos. La cabeza en miniatura rebota haciendo que se asuste— Siempre tienes que sostenerle la cabecita, es muy importante. Ah, y jamás frotes la mollera de los bebés.
—¿Se puede morir? —Pregunta en alerta.
—Es peligroso, es una parte muy sensible.
Myriam se asusta, mira a la niña en sus brazos. Es tan pequeña, tan indefensa, tan… tan preciosa. Tiene la necesidad de protegerla, de amarla por sobre todas las cosas. Sin embargo, alberga este miedo inmensurable, las ganas de salir arrancando. Es como que tuviera un versus en su vida. Bien puede criar a su hija, pero por el otro se sofoca y necesita correr.
No está preparada para ser madre.
Refugio se ausenta durante ese momento dejándolas a ambas a solas. Tal vez sea los últimos momentos que tengan tan en privado, tan íntimo entre las dos. Observa como la pequeña abre los ojos. Suelta un sollozo viendo por primera vez sus ojos negros, es apenas notorio, pero negri al fin y al cabo.
—Hija mía, eres toda una princesa —Susurra muy cerca de su rostro— Mi princesa de ojos negros.
Es demasiado pronto. Demasiado pronto para todo, pronto para ser madre, pronto para crecer, pronto para ser un modelo a seguir.
Pero sin duda, demasiado pronto para tomar una decisión que bien podía costarle caro por el resto de su vida.
Víctor las encuentra a ambas todavía cerca, de modo que se acerca y deposita un beso en su boca antes de sumirse por completo en la niña. Se ve tan emocionado y feliz, ojalá siempre tenga este amor por ella.
—No creí que pudiese sentir esto por alguien más —Reconoce.
Myriam asiente, sabe a lo que se refiere.
—Un amor inexplicable.
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Mensaje  Bere Vie Ene 15, 2016 1:27 am

Capítulo 09
Retrocediendo.
Victoria POV
—Creo que ese se ve muy bien —Toma entre sus manos un trozo de la tela para dejarla encima de la mesa. Liliana entrecierra los ojos con un asentimiento y tiene que reprimir una risa por su triunfo.
—Tienes razón, ese color es elegante —Ahora es su turno para enseñarle los tres diseños que más le gustaron. Al ver que a ella no le gusta, suspira— No ¿verdad? Quedémonos con el tono pastel.
Llevan alrededor de una hora eligiendo la tela para las mesas. Todavía tienen un mes para acabar con todos los preparativos y Liliana se ha vuelto insoportable desde que lo mencionó. Ana Maria y su abuela ayudan lo suficiente, pero Liliana siempre requiere de Victoria porque dice que tiene buen gusto. Y no es que esté en desacuerdo de ayudarla porque, siendo sincera, le divierte mucho esto de organizar una boda. Sin embargo, ha rechazado varias idas a la playa con sus amigos.
Ordenan todo lo que queda en la mesa.
—Acabas de tirar a la basura la tela que escogimos.
Liliana en segundos mete la mano dentro del basurero. Suspira con tranquilidad cuando lo encuentra.
—Aquí está —Se lo tiende a Victoria para que lo guarde— Oh, antes que se me olvide. Cierta voz masculina te ha llamado esta mañana.
Alza la vista hacia su tía.
—¿Voz masculina? ¿A quién te refieres?
Liliana frunce los labios para evitar reírse, se da cuenta.
—El hermano de tu amiga Casey.
—¿Ethan? —Liliana asiente—¿Qué quería?
—Hablar con Víctor para pedir ser tu novio —Victoria le lanza la bolsa de basura—¡Está bien! No lo sé, no quiso decirme. Seguramente algo referente a él, tú y Casey. No me mires así es la verdad.
Trata de averiguar por sí misma por qué Ethan estaría llamándola a su casa cuando nunca antes lo ha hecho. Además él tiene su número de celular ¿Por qué llamarla desde el teléfono fijo de casa? Revisa su teléfono para ver si tiene alguna llamada perdida. Nada. En whatsapp tampoco. Mientras baja en la pantalla se topa con el nombre de Myriam y tiene que formar una mueca.
A pesar de que fue a disculparse, las cosas entre ambas no andan nada de bien.
Recordar a Myriam siempre provoca que se le forme un nudo en el pecho.
—Tía, no seguiste contándome lo que me dijiste al desayuno.
Liliana levanta la cabeza de su ordenador luego de haber terminado de limpiar todo.
—¿Sobre qué? —Finge desinterés.
—Ya sabes qué —Rueda los ojos— Lo de haberte encontrado con Myriam en el supermercado. —Teclea un par de veces sin levantar la mirada.
Lo que le gusta de Liliana es justamente eso. Cuando Victoria menciona a Myriam no tiene pelos en la lengua, no se estremece, no se complica con las preguntas. Siempre ha respondido con total naturalidad todo lo que le ha preguntado. El problema es que nunca antes pudo sonsacarle nada porque le tenían advertido no comentarle nada de su madre biológica. Y la excusa era "no formemos falsas esperanzas" Un cuerno. Por eso cuando le dijo que se llamaba Myriam le hizo jurar, perjurar por todos los dioses existentes que no diría nada. Sí, porque hasta eso le habían ocultado durante todo este tiempo.
Ella se daba cuenta que nombrarla era inseguro, notaba la mueca que hacía su papá cada vez que preguntaba por su mamá, pero no le tomó importancia hasta mucho después. A los 11 años llegó a la conclusión de que aquella mujer había roto el corazón de su querido papito. Jamás ha creído que Víctor fuese completamente feliz. Sabe que la felicidad no se relaciona a una sola cosa, puede ser felicidad tanto familiar como sentimental, pero su padre no ha sido una persona que tuviera muchas novias. La que más recuerda es Adriana u otra morena que apenas reconoce su nombre. Y sin embargo, en ninguna de esas oportunidades se le ha visto contento.
Debe reconocer que sus caprichos o celos de hija única le pasaron la cuenta varias veces. Recuerda los berrinches que hacía cuando Adriana estaba presente, recuerda también fingir dolor de estómago cuando salía con alguna compañera de la Universidad. No ayudaba mucho, pero hasta el día de hoy piensa que esas mujeres no estaban a la altura de su padre.
Desde entonces él nunca ha llevado ninguna otra novia Ana se sienta junto a ellas.
—¿Puedo ayudar en algo?
—¡Sí! —Liliana responde de inmediato— Quiero toda la ayuda necesaria —De pronto deja de teclear— ¡Ana! ¡Tú eres diseñadora!
Ana Maria mira a Victoria con duda.
—Sí
—¿Cómo no me lo dijiste antes?
Victoria carraspea—De acuerdo, tía. ¡Muchos preparativos por hoy! —Liliana no comprende— Ana ya te ha ofrecido ser la diseñadora para tu vestido desde antes que te pidiesen matrimonio.
Ana asiente hacia Liliana, levantándose y masajeando sus hombros.
—Estás muy tensa, Al. Lo que menos queremos es que te vuelvas loca antes de tu boda. Un día de estos te vas a ir a la iglesia en pijama.
Victoria y Ana se ríen.
Liliana suspira— Tienen razón, necesito un descans… ¡EL BANQUETE!
Victoria le quita el ordenador.
—Nada más de preparativos por hoy —Repite.
El novio de su tía, Erick Sandoval, parece ser un buen hombre, por eso le cae tan bien. Liliana lo conoció en la planta de pediatría en la que trabaja. Salieron unas pocas semanas antes de oficializar su noviazgo. Allí Victoria lo conoció. Recuerda que jugaron al jenga esa noche y estaba tan emocionada de que la torre estuviera cada vez más alta, que de tanto agitar los brazos lo derrumbó. Luego todos habían chiflado pero empezaron el juego otra vez.
Después de los masajes Liliana por fin decide tomar un descanso. Agradece la ayuda y arrastra los pies hasta su habitación. Ana y ella se quedan para elegir las opciones de banquetería.
—Éste es el que estaba buscando —Ana cliquea— Él fue el banquetero de la boda con tu tío Sergio.
—¿El de los repollitos con crema? —Pregunta con repentina hambre.
—¡Sí! ¿Te acuerdas? —Escribe rápidamente un mensaje para él— Oye, Victoria.
—¿Um?
Tarda en hablar.
—¿Cómo estás con el tema de tu mamá?
Si bien con Ana no tiene la misma relación cercana que con Liliana, no le incomoda la pregunta.
—Bien, creo —Frunce el rostro— Sigue siendo extraño.
—No es para menos —Aleja el ordenador para mirarla— No la conozco pero más o menos me han dicho como es.
Victoria asiente mirando a sus manos.
—Tiene lo suyo —Empuja su hombro— Bueno, es bonita.
—Como tú —Dice Ana, sonriendo y enrollando suavemente un mechón de su cabello— ¿Y? ¿Qué vas a hacer con ella? Estoy siendo muy chismosa ¿cierto?
Se echan a reír.
—No sé qué voy a hacer pero… no es que quiera tener una relación cercana con ella.
Mientras dice se da cuenta que sus acciones no dicen lo mismo. Ahora es cuando el dicho cobra sentido: predica pero no practica.
Juanita las interrumpe.
—¿Alguien quiere brownie? Están tibios pero saben deliciosos —Deja una bandeja llena de bizcochitos y las chicas saltan para tomar uno… o unos varios.
Luego de engullirse todos los brownies posibles, se va a su habitación para llamar a Casey.
Su habitación es amplia y luminosa. Es la antigua habitación de su padre pero increíblemente cambiada. Atrás quedaron los tonos verdes, la cama de tablitas y el estante de cd's de los 90s o 2000. Ahora el cuarto está pintado de un tono naranja piel, una cama de dos plazas con dosel, doble colchón, un estante de libros y su preciada colección de casetes. Tiene una alfombra hecha de lana que su abuela le hizo hace años, así que la tiene como entrada a su cuarto. También un escritorio de caoba para las tareas del colegio y una silla negra con respaldo reclinable en color negro.
No siempre fue así. Cuando niña no había un solo espacio donde no hubiera rosa. Su estante repleto de muñecas y en el piso las casitas gigantes que le regalaba Sergio. La cama seguía siendo de dosel, pero con una cobija de Barbie.
Gracias al cielo ya creció.
Es bastante el cambio que ha tenido. Pasar de jugar a las barbies a boxear.
Se recuesta en la cama cerrando la cortina traslúcida y espera paciente a que Casey responda. Tarda tres pitadas para que contesten al otro lado.
—¿Teníamos planes hoy? —Pregunta su amiga antes siquiera hable.
—No, no… ¿Me estuviste llamando?
—¿Yo? No, no he llamado ¿por qué?
—Porque… —Duda ¿Es necesario decirle? Muerde su labio con suavidad— por nada, creí que me habías llamado, no me hagas caso.
A su mente viene Ethan. Él es un chico bastante extraño, en el buen sentido si es que existe. Últimamente se comporta raro y le perturba mucho la forma en que la mira. A veces cree que siente algo por ella, pero luego desecha aquel pensamiento porque estamos hablando de Ethan Bates. Él jamás pondría los ojos en la amiga de su hermana y menos sabiendo que es menor. Sus novias siempre han sido mayores que él, incluso recuerda a su ex novia de último año, así que no va por ese camino. No obstante, todavía no entiende la preocupación que tiene con el asunto de su madre.
O tal vez es solo amabilidad.
Eres tan ingenua. ¿En serio crees que alguien como Ethan Bates se fijaría en alguien tan insignificante e inexperta como tú?
Eso no le importa.
De todos modos para ella Ethan es solo el hermano de su mejor amiga.
Su abuelo la asusta cuando baja las escaleras.
—Ey ¿Qué te pasa, golondrinita?
Jamás ha reconocido que odia cuando su abuelo la llama de esa manera.
—Nada, solo que cualquier día de estos tú o papá me van a matar de un susto.
Manuel se ríe.
—¿Por qué no me acompañas al estudio?
Asiente con una sonrisa. Ir al estudio de su abuelo siempre fue como un lugar mágico para ella. Antes no se le permitía entrar por ser "el lugar para adultos". Sin embargo, su curiosidad fue más fuerte; un día entró sin pedir permiso. Allí quedó embobada por la cantidad infinita de libros.
Manuel cierra la puerta y camina hasta su escritorio con una botella de ron. Ella ve como se sirve un poco en un vaso pequeño.
—La abuela me dijo que conseguiste más ejemplares de acción.
Éste la mira con los ojos brillando de emoción.
Él es un fanático freak de las historias de acción.
—Sí, conseguí cuatro. Revísalos para ver si te interesa uno.
La hilera de volúmenes es bastante amplia. La primera vez que entró a este estudio tenía 7 años y desde entonces no ha podido terminar de enumerar todo el estante.
Es más o menos una idea de los muchos libros que tiene.
—Aquí hace falta una limpieza ¿no? —Quita el polvo a varios
Manuel estrecha una sonrisa.
—Sabes, Víctor me mataría si te viera aquí mientras me sirvo una copa de licor.
Victoria chasquea la lengua.
—¿Y qué tiene de malo? Él también bebe alcohol.
—Sí, pero no delante de ti.
—Además —Prosigue— No sé si esa "copa" te haga emborracharte.
Él mira a su copa y vuelven a reír.
Victoria elige dos volúmenes de los cuatro que ha conseguido y los guarda debajo de su brazo. Su abuelo se pone en pie justo en ese momento para guardar la copa y la botella de ron. Mientras tanto revisa con atención su escritorio. La mesa está repleta de hojas, un teléfono fijo, un reloj, lapiceras…
—Victoria, cariño ¿puedes pasarme la llave del cajón?
Camina hasta el primer cajón del escritorio y busca la llave. Su mano toca algo duro y lo suficientemente frío para apartar la mano. Revisa con rapidez.
—¿Qué es esto, abuelo?
—¿Qué cosa? —Al ver que Victoria no levanta la cabeza, se acerca y lo entiende— Ah, es un revólver. ¿Nunca habías visto uno?
—¿Tienes un revólver? ¿Puedo tomarla?
—Oh, no. Si tu padre no me mata por lo del alcohol definitivamente me mata por esto—Se ríe— La primera vez que dejé que Víctor tomase esta pistola tenía 17 años.
—¿Para qué la tienes?
—Por seguridad. Es un revólver muy especial, estuvo en manos de tu bisabuelo Anthony, pasó a mis manos y cuando me muera pasará a tu padre.
—Porque es el mayor
—Exacto
—Eso es letal, sabes
—Por supuesto que lo es y por fortuna nunca la he usado. Es más por seguir la tradición que por otra cosa. —De la nada se echa a reír— No sabes lo que gritaba tu abuela cuando vio la pistola en este cajón. Acabábamos de casarnos, ella lloraba y me suplicaba que le dijera si pensaba matarla.
—¿Es en serio? —Ahora ella estaba muerta de la risa— Pobre de la abuela.
—Bueno ¿ya elegiste los libros que leerás?
Ella le enseña los dos volúmenes.
Alguien toca a la puerta, Juanita entra con un bolso sobre el hombro.
—¿Qué hacen aquí secreteándose?
—Nada de eso, querida. Solo le contaba a nuestra querida Victoria sobre el revólver de mi padre.
Su abuela se sorprende.
—Ni se te ocurra tomar eso con tus manos, hija —Pide, acercándose y dándole un apretado abrazo desde atrás.
—¡Claro que no, abuela!
Los dos se ríen.
—Tengo que ir por un encargo para Liliana ¿quieres acompañarme?
Su abuelo cierra el cajón con llave.
—Me encantaría acompañarte pero tengo taller de piano ahora.
—Oh, está bien. ¿Te pasamos a dejar?
Antes de responder, su abuelo interrumpe:
—Claro que quiere ¿verdad, golondrinita?
.
Se despide de sus abuelos en la entrada del colegio. El sol pega fuerte todavía pero no es el mismo calor sofocante que al principio. Incluso puede decir que hoy amaneció con un poco de frío a comparación de otros días. Lleva consigo una sudadera delgada por si se le hace muy tarde.
Divisa a Reese desde una esquina. La chica a simple vista parece de último año, pero aunque le cueste creerlo, es menor que ella.
Está acompañada de su madre, Rocio, que casi siempre viene a ver sus ensayos. Se saludan desde una distancia y se sienta rápidamente junto a sus otras compañeras. Rocio siempre acompaña a Reese, cosa que Victoria admira. Es la única madre en el taller que viene a ver cada ensayo de su hija. No puede negar que siente envidia por eso, pero obviamente solo es envidia sana.
La maestra de piano llama a Victoria poco después y ella tiene que tocar para todos los presentes en el aula. La primera vez que tocó piano delante de todos estaba tan nerviosa que sus dedos temblaban, pero ha pasado tanto tiempo desde entonces que casi ni se acuerda lo que es tener nervios para tocar el piano en público.
Su maestra asiente mientras toca y sus oídos se llenan de esa música tan familiar. Termina con la ovación de aplausos.
Baja de la tarima para sentarse junto a Reese.
Rocio llega para sentarse un asiento delante de ellas. Voltea sigilosamente a hablarles en voz baja.
—Estuvieron increíble, chicas. ¡Las felicito!
—Gracias —Responde Victoria.
Reese apenas mira a su madre, supone que debe estar acostumbrada a que la halague.
—La verdad es que ustedes dos son las únicas que tocan de corrido, todas las demás caen en algún momento.
—No exageres, mamá
—¡Pero si es verdad! —Se ríe— Se nota que el piano es lo tuyo, Victoria.
Encoge sus hombros.
— Todos en casa tocan el piano, no podía quedarme fuera. Además, hay un cuarto al que justamente llaman "sala del piano" no tenía escapatoria.
—Entonces lo llevas en la sangre.
—La maestra también ayuda muchísimo —Aparta un mechón de su cabello.
Reese está de acuerdo.
—Eso es verdad, la maestra es la mejor de todo Seattle.
Rocio las mira a ambas.
—Bueno, tesoro, entonces tendrás que ir despidiéndote de tu maestra cuando nos vayamos a Boston.
—¿Se van a Boston? —Pregunta intrigada.
Reese niega con la cabeza.
—A mamá le gusta soñar.
Rocio se echa a reír.
—La verdad es que no, pero me encantaría —Mira hacia la tarima unos segundos para luego volver a mirarlas— Tengo una compañera que le ofrecieron un muy buen trabajo en Boston, es por eso. ¡Qué daría yo por esa oferta tan tentadora! —Se ríe, después recuerda algo— ¡Oye! Pero tú sí que conoces a esa compañera mía.
Victoria frunce el ceño.
—¿Yo?
—¡Sí! Es Myriam Montemayor, a la que fuiste a ver la otra vez ¿te acuerdas?
A Victoria se le pudo haber desencajado la mandíbula y no iba a darse cuenta.
—¿Myriam se va a Boston?
—Sí, es obvio que se va. Con esa oferta de trabajo que le han dado yo también me hubiese ido corriendo sin pensar en nada más.
Tiene las manos aferradas a cada lado de la silla impactada con lo que acaba de escuchar.
Cae en cuenta de donde se encuentra cuando todos en la sala rompen en aplausos.
No espera a que la clase termine, no se despide ni de Rocio ni de Reese. Sale al cielo oscuro de la noche con el cerebro ardiéndole. Sus brazos tiemblan de frío y se pone rápidamente la sudadera. Camina lejos del colegio con las palabras frescas en su cabeza. "Myriam se va a Boston"
¿Por qué se sorprende?
Hace rechinar los dientes cuando toma el auto bus desde el paradero.
Se sienta junto a la ventana meditando sobre hacer esto o no. ¿Por qué mejor no dejarlo por la paz? ¿Por qué la busca? ¿Por qué quiere verla cuando es obvio que Myriam no está interesada?
Porque soy una masoquista del demonio.
Pero está hirviendo por dentro y por eso prefiere seguir lo que está pensando hacer.
.
Se queda mirando al edificio con el rostro perplejo. El recuerdo de haber conocido a Myriam por primera vez aquí no deja de calarse a fondo en su mente. La forma en que se acercó, lo nerviosa que se encontraba. Allí conoció los ojos que por años había estado imaginando, los mismos ojos de la chica en la fotografía.
"Disculpa, ¿tú eres Myriam Montemayor?"
"¿Nos conocemos?"
"Yo soy Victoria"
Le invade una angustia, que al igual que su vida entera, no tiene explicación.
"La hija de Víctor García"
Sube hasta al noveno piso con las manos temblándoles de coraje. Toca con fuerza la puerta, bien pudo haber gritado, pero todavía mantiene una pequeña pizca de cordura.
Se encuentra con el rostro de Myriam que la ve con sorpresa. No se saludan.
—Sigues siendo una cobarde —Es lo primero que sale de su boca.
Myriam la observa con notoria confusión y ella entra a la casa sin ser invitada.
—¿Qué…?
—¡Tú! ¡Sigues siendo una cobarde! —Repite— ¡Una maldita cobarde!
Trata de acercarse pero Victoria retrocede.
—No te entiendo ¿Por qué…?
—¿Sabes una cosa? Estoy tan arrepentida de haberte buscado ¡tan arrepentida! Debí haberme quedado de brazos cruzados aceptando que no me quieres, aceptando la vida que me tocó ¡Pero no! ¡Soy tan terca que lo hice de todas formas cuando tú debiste buscarme en primer lugar!
—Victoria, estás muy alterada…
—¡Sí! ¡Y es por tu culpa! ¡No sabes cuánto te odio! —Escupe con furia— ¿Sabes otra cosa? ¡Vete si quieres! Aunque por supuesto no me ibas a decir ¿verdad? Porque eso es justamente lo mejor que sabes hacer… arrancar de lo que te rodea como una delincuente.
—¡No te entiendo! ¿Por qué me dices esto?
—Porque ya me enteré que te vas a ir a Boston ¿o me lo vas a negar? —Myriam abre mucho los ojos quedándose de pie totalmente paralizada— Creíste que iba a ser fácil escaparte como la primera vez. Y no creas que vine a detenerte, haz lo que quieras, yo ya me cansé de ti.
Camina fuera del departamento seguida de los gritos de Myriam.
—¡No! ¡Victoria, espera! ¡Déjame explicarte!
No se detiene y baja rápidamente del edificio. No se da cuenta de los nueve pisos que ha bajado hasta que sale por la entrada. El viento golpea su rostro, pero no es un viento frío.
Gotas saladas entran por su boca y aparta las lágrimas con rabia.
¡No llores, ridícula!
No quiere llorar, no puede llorar pero esto es demasiado para ella.
La mano de Myriam se cierra en su brazo.
—¡No me toques! —Grita cuando se suelta.
—Tenemos que hablar las dos ¡Tienes que escucharme!
—¡No quiero escucharte! ¡Se acabó! ¡Haz tu vida normal como antes y olvídate de mí!
Otra vez se da la vuelta pero Myriam nuevamente la detiene tomándola de los brazos.
—¡No te vas a ir! ¡No entiendes nada!
—¿Qué no entiendo nada? ¿Me crees estúpida?
Recién ahora se fija de las lágrimas que Myriam derrama al igual que ella.
—No, por supuesto que no, pero no me dejas hablar, Victoria.
—¡No quiero escucharte, no me puedes obligar!
—¡Vas a hacerlo igual!
—¡No! ¿No entiendes que te odio?
La castaña la mira con tristeza, pero no deja de forcejear con ella. Ya no sostiene sus brazos sino sus manos. Sigue intentando zafarse sin éxito.
—Victoria, te lo suplico…
—¡Suéltame y ándate a Boston!
—¡No me voy a ir a Boston! —Grita una octava más fuerte.
Victoria deja de forcejear viéndola con desconfianza.
—No te creo. Tú siempre me mientes.
Myriam solloza aun sosteniendo sus manos.
—No te estoy mintiendo, es la verdad. No me voy a Boston, esta tarde hablé con mi jefe.
Sus ojos se nublan por las lágrimas y sin embargo sigue forcejando hasta que por fin Myriam la suelta.
—¿Y por qué habría de creerte? ¿Por qué harías una cosa así? ¡No soy tan ingenua!
—¡Lo hice por ti! —Myriam no puede dejar de sollozar— Porque te amo.
Victoria se limpia las lágrimas pero éstas siguen cayendo sin poder detenerlas.
—No
—No me creas si no quieres, eso no va a cambiar que te ame con todo mi corazón.
—¿Cómo puedes mentirme de esta forma? ¡Superas los límites!
—No mentiría con una cosa así
Sigue desconfiando.
—Es tan difícil creerte ¡Tan difícil!
—Yo sé que es difícil, Victoria. Pero por una vez créeme cuando te lo digo —No se espera que sus manos sostengan su rostro con tanta súplica. Alberga un sinfín de emociones desconocidas cuando percibe su tacto por primera vez— No puedo cambiar un pasado donde cometí errores de los cuales me arrepiento, pero el amor que siento por ti es lo más sincero que tengo, de eso estoy completamente segura.
No es capaz de alejarse, tiene grabadas las palabras al instante en su cabeza. Mira por primera vez a sus ojos de cerca. Son de un cafe intenso y están llenos de tristeza. No tiene idea de su vida, no tiene idea si ha sido feliz, qué pasó por su cabeza cuando la abandonó, pero Myriam tampoco sabe de su vida, de su infancia. No se preocupó de saber si estaba bien en estos 14 años. Y eso es lo que más le duele.
Cuando se aleja, vuelve a sentir aquel vacío que por años a tratado de llenar inútilmente.
—No quiero estar aquí —Dice.
—Déjame llevarte.
—No, no, me puedo ir sola.
—Es tarde y los buses se llenan a esta hora.
No quiere reconocer que tiene razón, pero no quiere irse apretujada entre tanta gente.
—Está bien.
Durante el camino a casa, prácticamente se lo pasa viendo hacia la ventana. Cruza sus brazos sobre el pecho y suspira pesadamente contra el vidrio provocando que se blanquee. Cierra los ojos todavía con la sensación de estar cayendo al suelo, como si le hubiesen noqueado sin siquiera tocarla. Hasta hoy no entendía lo que era que te golpearan con solo unas cuantas palabras.
No puede creerle a Myriam. Una parte de ella quiere hacerlo, pero entonces recuerda todas las noches en las que se fue a dormir con la mitad de su corazón en cualquier parte menos en su pecho.
Se queda pensando en algo que le ha estado dando vueltas en este último tiempo. ¿Será que todos los que carecen de madre o padre se sienten como ella? Porque de verdad no encuentra respuesta a su actitud. Es como si Myriam fuese su imán, como si todo lo que hace termina atrayéndola hacia ella. Antes jamás la había visto en su vida ¿por qué ahora de pronto la necesita? Nunca le ha dado el afecto que su padre, sus abuelos y tíos le han dado. Tan pronto decide alejarse para siempre, hay algo continuo que la hace desechar esa idea.
—¿Dónde me dijiste que vivías? —Aparta sus pensamientos cuando nota que Myriam la observa—¿Estás bien?
Descruza los brazos.
—Tres casas más allá, y sí, estoy bien. —Frenan delante de la entrada. Las luces siguen encendidas.Por favor, que papá no esté. Que papá no esté. Victoria ve que Myriam se quita el cinturón— No es necesario que te bajes.
Pero ya se está bajando antes incluso termine la frase.
Suelta otro suspiro, seguro se va a meter en un gran lío.
De nuevo vuelve a contemplar el verde en sus ojos.
—Así que aquí vives.
—Sí
—Es una casa muy grande.
—Supongo
Silencio.
Incómodo y maldito silencio.
—Victoria, yo…
—¿Cariño, eres tú? —Con horror ve a Juanita salir a recibirla. Lleva puesto un chal azul marino que cubre sus hombros. No parece reconocer con quién se encuentra—¡Victoria, por amor de Dios! ¿Dónde te habías metido? Nos tienes preocupados a todos.
—Discúlpame, abuela...
—Estaba conmigo, Juanita.
Su abuela mira a Myriam bajo la luz de la luna. Su cara bien pudo haber caído al suelo cuando la reconoce.
—Myriam…
—No la regañes por llegar tarde, fue mi culpa —Mira hacia Victoria—Bueno, será mejor que me vaya… Adiós.
—Adiós —Se despide de vuelta— Myriam… —Esta se detiene en la puerta de la camioneta— Gracias por traerme.
Asiente con una sonrisa; poco después arranca en la camioneta.
Juanita sigue viendo como se aleja por la oscuridad de la carretera.
—Dios bendito, esa era la mismísima Myriam Montemayor ¿verdad?
Victoria suspira.
—Raro ¿Verdad?
—No sabes cuánto —Observa a su nieta con demasiada incomodidad— Será mejor que entremos. Agradece que tu padre no se encuentra en casa porque si supiera que andas a estas horas de la noche en la calle ¡Uff! La que se armaría.
Ríe, agradece que ella no comentase nada de la situación. Ambas entran abrazadas a la casa.
Su abuelo cruza la cocina al momento que cierran la puerta detrás de ellas.
—¿Y no se supone que ibas a taller? ¿Acaso te gusta el libertinaje?
—No soy una callejera, si a eso te refieres.
Su abuelo sonríe.
—Por supuesto que no.
—¡Alan! ¡Colin! ¡Se quedan sin postre por el resto de la semana! —Sus primos corren fuera del salón en direcciones contrarias. Ana se queda de pie delante de todos, inspirando y apartándose el mechón de la cara— Por favor, Juanita ¡No les sirvas postre por el resto de sus vidas!
—¿A quién no le van a servir postre por el resto de su vida? —Suena el portazo con Sergio ingresando a la casa. Se quita la corbata del cuello como normalmente hace ntes de saludar.
—Tus hijos —Jadea Ana Maria— ¡Tus adorados hijos!
Juanita se ríe presionando levemente los hombros de Victoria.
—Debes tener hambre, ya mismo te caliento la comida en el microondas.
—¿Microondas? Abuela, la comida sabe a chicle en el microondas.
—Bueno, te aguantas. Eso te pasa por no llegar a tiempo para cenar. Ah, por cierto —La mira con el índice alzado— Tú y yo vamos a tener una conversación seria después.
Asiente en respuesta aunque no está segura si quiere tener "esa" conversación seria con su abuela. Al final de todo, no parece pasar desapercibido la presencia de Myriam.
.
Mastica el pastel de papa sin muchas ganas. Casi todo el mundo se ha ido al salón, eso casi siempre hacen luego de la cena. Sin embargo, Victoria sigue comiendo la comida como las gallinas: picoteando. Juanita se sienta a su lado con una taza humeante de té.
—¿Dónde está papá?
—Llegó media hora antes que tú y salió nuevamente sin decir a dónde. Ya sabes como es. Tuve que decirle que estabas donde Casey para que no se preocupara.
—¿Crees que tenga novia?
Encoge los hombros.
—Tu padre es un ser impredecible, que quieres que te diga.
Victoria suspira, traga otro poco de puré y aparta el plato.
—No puedo más.
—Todo
—Abuela…
—De acuerdo, solo porque tenemos que hablar.
—Es nece…
—Sí —Se queda con la palabra en la boca. Juanita remueve la taza con inquietud—¿Hace mucho tiempo que la sigues viendo?
Lo que ha aprendido de su abuela es que nunca debes decir media verdad porque siempre lo descubre.
—Nunca dejé de verla.
—¿Por qué?
—¿Por qué, que?
—¿Por qué quieres seguir viéndola?
Uh… uh… pregunta seria. Y eso es lo que se ha estado preguntando durante mucho tiempo. ¿Por qué?
—¿Me creerías si te digo que no lo sé? —Observa a Juanita que sonríe mientras acaricia su cabello—Te lo juro… ni yo misma me entiendo.
—Estás muy confundida, eso es lo que pasa —Acomoda la mano en su mejilla para contemplar más a Victoria— Es normal que… tengas curiosidad por ella. Saber qué hace, cómo es, cómo se comporta. Y así buscas las similitudes —Vuelve a sonreír—¿Tendré sus ojos? ¿Tendré su misma sonrisa? ¿Tendré sus mismos gestos? Es completamente normal, cariño.
—Myriam me confunde, sabes. A veces la quiero lejos, a veces cerca.
—¿Te puedo decir una cosa?
—Claro que sí
Frunce los labios, parece no muy convencida de decirlo.
—No estoy justificándola… eres mi nieta y Víctor mi hijo, pero a veces, cariño, cometemos tantos errores —Dice estas últimas palabras con tanto pesar— sobre todo cuando eres demasiado joven. Te sientes con el derecho de decidir por ti misma porque eres dueña de tu cuerpo, de tu vida… etc. —Victoria la escucha atentamente— Y luego vienen los arrepentimientos. La parte más difícil de todo es cuando te das cuenta que no puedes, aunque quieras, volver atrás.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
—Porque… —Juega con un hilo de su chal— porque tal vez yo hice algo parecido a tu madre —Los ojos de Juanita brillan, pero no parece a punto de llorar— la diferencia es que ella te sigue teniendo, no te has ido a ninguna parte.
—No entiendo.
—Victoria, cuando yo tenía 18 años aborté a mi primer hijo.
La mitad de la comida bien puede vomitarla justo ahora.
—¿Qué?
—Antes de que me casara con tu abuelo… tuve un novio marino al cual no volví a saber jamás de él. Unos meses después que embarcara supe que estaba embarazada. Y no tuve el valor de enfrentarme a un mundo donde todos me apuntarían con el dedo. Entonces busqué la salida fácil… aborté. Algo de lo que… de lo que me he arrepentido toda mi vida, hasta hoy. A veces pienso cómo hubiese sido mi vida con cuatro hijos.
—Abuela…
—Por esa misma razón nunca me ha gustado juzgar a tu madre… jamás me ha gustado juzgar a nadie en general. ¿Con qué cara lo haría, Victoria? ¿Con cuál? ¿Quién está libre de pecado?
—Yo no puedo perdonar a Myriam.
—Y está bien que no lo quieras, mientras sientas que está bien no perdonarla, entonces no lo hagas —Ruega con la mano puesta en su hombro—Tienes 14 años apenas, tienes toda la vida por delante. Por eso te pido que cada cosa que hagas, lo hagas a consciencia… porque después puede ser muy tarde para lamentarte —Observa detenidamente la única persona cercana a una madre —Y por favor, ¿te importaría ser discreta con lo que acabo de decirte?
No tiene para qué pensarlo.
—No diré nada, no te preocupes.
.
.
Myriam POV
Tan pronto empuja la puerta para entrar, el ruido paraliza sus oídos. El humo de cigarro, el olor a alcohol y los aplausos la vuelven a tierra preguntándose por qué ha venido. No tarda en recordar que su vida es tan miserable como la mayoría de esta gente borracha arrastrándose por el suelo. Quiere irse, pero su corazón está tan maltratado que prefiere terminar por romperlo.
Se sienta en la silla alta frente a la barra esperando que alguien se acerque. Sus manos sudan y tiene que limpiarlas en sus pantalones.
—¿Qué se le ofrece? —Un joven se encuentra delante de ella limpiando meticulosamente los vasos con una suave tela de algodón.
Myriam se remueve en el asiento con nerviosismo.
—Un vodka doble, por favor.
El joven la observa con detenimiento; parece durar una eternidad antes de asentir con la cabeza. Deja su delicado trabajo de limpieza para servir su trago.
En cuanto llega su bebida no demora en llevar el vidrio a sus labios. El líquido que absorbe le quema la garganta, pero se siente liberada bajo un tiempo congelado.
A medida que el vaso se va quedando vacío, sus ansias por más no hacen que sus problemas se vayan.
Tiene a Victoria entre ceja y ceja. Tiene sus gritos, sus reclamos.
Lo peor de todo es que lo que dice es cierto.
Ella es una cobarde, lo va a seguir siendo hasta el día en que se muera.
—Sí, Myriam, todo iba a ser más fácil si te ibas ¿verdad? Las cosas se arreglan escapando y no enfrentándolas —Suelta una risa amarga— Que ignorancia la tuya —Susurra.
Termina su vaso y pide otro.
Cuando recuerda las palabras de Victoria, su garganta se aprieta y no puede aguantar las ganas de llorar.
Eres tan estúpida, Myriam Montemayor. Tan, tan estúpida.
Si tan solo se hubiese mordido el miedo, si hubiese sido más valiente. ¡Si tan solo se hubiera comportado como una mujercita hecha y derecha! No estaría lamentando ahora una desdicha que jamás se ha ido de su lado.
Una eterna compañera, una soledad que inunda desde el momento en que cruzó el hospital.
Tenías a tus abuelos dice su consciencia No estabas sola, maldita sea.
Morir luchando es mucho mejor que perder una batalla que no acabas de empezar.
—¿También problemas amorosos?
Alguien la saca de sus cavilaciones. Mira a su alrededor con temor hasta encontrarse a una morena sentada junto a ella. Frunce las cejas en su dirección, apartando la vista y centrándose en su segundo trago que todavía no llega a la mitad.
—No, pero mucho peor que eso.
—¿Qué puede ser peor? —Dice, como si la vida se le fuera en ello.
Myriam bebe otro sorbo, pero ya no quema su garganta. Seguramente se encuentra anestesiada por el alcohol. Al no estar acostumbrada a beber, suele marearse muy pronto.
—Mi hija me odia —Dice girando el vaso.
—Uh, bueno, eso está jodido.
Se termina de beber el segundo vaso y pide otro.
Para entonces su mente divaga sin control. No sabe si el hombre que le sirve el vodka tiene una cabeza o dos.
Alza su vaso hacia la chica deprimida.
—Salud —Ella responde de igual manera— ¿Y a ti que te pasó?
La morena bebe una generosa cantidad de su bebida.
—Mi novio o ex novio canceló nuestra boda a último minuto —Trata de centrarse en sus palabras pero comienza a ver todo borroso— Se acostó con nuestra planificadora de bodas.
Siente un gorgoteo y no sabe si es ella.
—Lllllo lamento —Entrecierra los ojos al darse cuenta de lo mucho que le cuesta hablar. Su lengua viaja en cámara lenta en todas direcciones.
—Gracias —Bebe otro poco— Por cierto, soy Ángela.
—Myriam.
.
Regresa a casa con dos pies izquierdos. Sostiene las llaves de su camioneta pero no recuerda dónde la estacionó... o parece que no se vino en ella. Tarda siglos en achuntarle al cerrojo de la puerta y cuando lo logra sonríe tropezándose al cerrar.
Mantiene la sonrisa ahora buscando dónde sentarse y su corazón prácticamente se le sale del pecho cuando ve a Víctor sentado en el sofá con las manos entrelazadas.
—¡Mierrrrda! —Todavía no puede tranquilizarse— Que susssssto me diste ¿Qué haces aqqqquí?
Víctor no se mueve de su lugar.
—La puerta estaba abierta cuando llegué. ¿Estás borracha? —Niega con la cabeza. Aprieta sus labios con fuerza para no soltar un hipido — No tienes que responder, apestas a alcohol.
Gruñe— Solo fue una copita.
—¿Una copita? ¿Estás segura? —Asiente con la cabeza— ¿Por qué bebes?
Levanta la cabeza del respaldo para encararlo.
—¿Por qué bebo? ¿Quieres saber por qué bebo?
—Es lo que estoy preguntando.
Las comisuras de su boca tiemblan.
—Porque mi vida es una mierda —Quiere cortarse la lengua adormecida— Porque soy una persona miserable con una vida miserable.
Sus ojos se llenan de lágrimas. Intenta no llorar pero fracasa cuando suelta un hipo desgarrador. Comienza a llorar arrastrándose fuera del sofá, saludándose con el suelo. Los lagrimones entorpecen su rostro ardiendo por la borrachera.
—Myriam —Llama Víctor pero ésta sigue llorando en el suelo. El hipo se convierte en sollozos fuertes. Cubre su rostro con ambas manos— Ey, Myriam, levántate.
Siente unos brazos que la levantan.
—¡No! ¡Déjame sola!
—Ni lo sueñes.
Vuelve a sollozar.
—Déjame en paz, Víctor. ¿Por qué sigues aquí si soy una perra maldita?
Él no responde de inmediato. Limpia las lágrimas de su rostro con los dedos pulgares.
—Porque aunque tú seas una perra maldita que me rompió el corazón, yo sigo enamorado de ti como el primer día.
Los sollozos desaparecen como si estuviesen programados. Mira a Víctor todavía con lágrimas.
—¿Me amas?
—Sí, pero no te lo mereces.
—No, no lo merezco porque… porque —Rompe en llanto nuevamente— no me amas, tú me odias pero piensas que me amas. Me odias tanto como Victoria lo hace.
—¿Y crees que emborrachándote te va a odiar menos, Myriam? ¡Siempre tan acertada en tus decisiones!
—Ojalá que me aplaste un tren cuando salga de mi casa.
—No hay ningún tren fuera de tu casa —Víctor comienza a quitarle la ropa que lleva puesta.
—¿Por qué me estás sacando la ropa? Estoy borracha, esto puede considerarse abuso sexual.
El se echa a reír.
—Voy a ponerte el pijama para que te metas a la cama.
Myriam vuelve a llorar mientras camina tambaleándose a la habitación.
—Victoria nunca me va a perdonar. Me va a odiar siempre, cuando tenga hijos les va a decir que tienen una abuela miserable.
—Sh, Myriam, sh.
—Y nunca me dirá mamá, porque no lo merezco. Jamás voy a escuchar a alguien que me diga mamá. Es muy penoso, ojalá el tren venga pronto.
—Guarda silencio, Myriam.
Siente la almohada sobre su mejilla y rápidamente le da sueño. Dice algunas cosas más que olvida de inmediato. Sabe que está hablando pero sin embargo no entiende sus propias palabras.
Víctor aparta su pelo, sostiene su cabeza como intentando despertarla.
—Myriam, abre los ojos. Repite lo que acabas de decir.
—¿Uhm?
—Repite lo que me acabas de decir.
—No… no lo recuerdo.
Escucha que suspira y ahora deja un beso en su frente antes de que caiga en un sueño profundo.
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Mensaje  Bere Sáb Ene 16, 2016 2:38 am

Recuerdos
Almas inocentes
Septiembre, 1994
Antonio aparca frente a la casa de los García la noche del 10 de septiembre. Remueve su bigote en el espejo retrovisor antes de darle una última calada a su cigarrillo. Myriam sigue apretada en el asiento trasero con el cinturón de seguridad cruzándose en su estómago. Odia los cinturones de seguridad sobre todo porque cuando era más pequeña tenía que estar constantemente con el cuello inclinado. Su padre gruñe bajo su imperiosa manera de abrir la puertezuela y sale al aire fresco. Aquel aire había cambiado de un momento a otro, indicándoles que el verano estaba por acabar.
Ella duda si quitarse el cinturón de seguridad sea lo correcto, pero su mano izquierda sigue sosteniendo la maleta con fuerza. Bien puede hacer cualquier movimiento que haga crujir a Antonio, así que prefiere inmovilizarse como lo ha estado haciendo desde que salieron de casa.
Nota como el humo del cigarrillo sale por los agujeros de su nariz, asqueándola a más no poder.
—Es hora de bajar, Myriam —Dice con voz firme, una mano dentro del bolsillo de su jean. Myriam suda frío y se quita rápidamente el cinturón. Arrastra consigo la maleta y en pocos segundos se escucha la puertezuela cerrarse detrás de ella. Se arrepiente de inmediato por no haberse puesto algo más grueso; su vestido amarillo y la delgada tela de su chaleco blanco no impiden que tiemble como gelatina— Sabes lo que tienes que hacer ¿Verdad? —Sigue usando ese tono de voz autoritario— No te metas en problemas o ya sabes.
Asiente con demasiada fuerza.
"Si te comportas insolente te mandaré de interna a Canadá" él jamás bromeaba con eso.
—No escuché —Frota su oreja acercándose a Myriam.
—Sí, papá. No me meteré en problemas.
Sus labios tiemblan de frío.
Se escucha el ruido de una puerta y la dulce voz de Juanita provoca que de pronto sienta un calor excesivo. Solo estaba nerviosa piensa no era frío.
Juanita y su padre intercambian unas pocas palabras antes de que él baje la cara y revuelva con brusquedad su cabello. Ambas ven como Antonio se aleja en el Subaru legacy con un estruendo. Juanita mantiene sus brazos sobre los hombros de Myriam, inclinando el cuerpo para estar cerca de su oído.
—¿Qué se siente tener una hermanita?
Sonríe a pesar de que aún no puede conocer a Cristina.
Encoge los hombros.
—No lo sé, supongo que bien.
Juanita se ríe— Será mejor que entremos, este viento es engañoso. Yo llevo tu maleta, no te preocupes —Le regala una tierna sonrisa— Los chicos estaban por cenar galletas y leche.
Antes de que su madre se fuera al hospital para tener a su hermana, se había encargado de pedirle a los García si podían cuidar de ella unos pocos días hasta que la dieran de alta. Juanita había aceptado gustosa y Myriam estaba más que feliz de dormir en casa de su amiga Liliana.
Entra a la ruidosa casa de lo García sumiéndose en una grata paz que tiene contenida desde que supo que estaría aquí unos días. Sonríe por instinto, viendo como la pelota viaja peligrosamente hacia su rostro. De pronto ya no está sonriendo y el golpe que siente en su cabeza aleja cualquier gratitud, sin embargo, sigue queriendo quedarse.
Juanita deja la maleta en el suelo para acercarse a ella.
—¡Víctor, te dije que no juegues con la pelota dentro de la casa! —Ruge con resignación, sobando la zona rojiza en su frente—¿Estás bien, cariño?
Asiente con ardor.
Pies acelerados se plantan por delante.
Víctor, con el rostro rojo por el sudor, y Liliana con dos coletas altas.
—¡Eres un tonto, Vic! —Chilla la pequeña, acercándose para abrazar a su amiga.
—No la vi, mamá —Intenta excusarse, luego sus ojos ven a Myriam que todavía parece mareada— Lo siento, Myriam.
Ella asiente con cuidado todavía con la sensación del rebote de la pelota. Al poco rato, se olvida por completo del golpe mientras come galletas y bebe toda la leche posible. Luego de la cena, Liliana y ella se sientan en el suelo cerca de la mesa para dibujar, entretanto Víctor y Sergio gruñen chocando las figuras de los power rangers. Parece una cómoda velada familiar, como si aquella familia le perteneciera. Todos parecen estar tan en paz haciendo lo que ellos quieren. En cambio Myriam, aunque se siente en confianza, suele tener pavor de hablar muy fuerte o encoge los hombros cuando nota que no dejan que Juanita hable por teléfono tranquila, ya que los gritos de los dos mayores lo impiden.
Aleja cualquier regla militar para centrarse en su dibujo.
Allí está su madre vestida con una falda roja, a Cristina en sus brazos, a su padre vestido de negro, a ella en medio con una enorme sonrisa y a sus abuelos al lado de mamá. Pinta rápidamente a su abuelo de azul y a Nany de naranjo. Después dibuja un enorme sol que lo pinta obviamente de amarillo. Liliana parece muy concentrada en su trabajo, pintando con la mitad de su lengua afuera.
Lo único que logra ver de su dibujo es que parece ser una casa de campo.
—Esos dibujos están bien feos —Ambas miran a Víctor inspeccionar su trabajo.
Liliana gruñe.
—Nadie pidió tu opinión, largo de aquí.
Se cruza de brazos— No quiero, tu casa de campo es muy fea, Liliana —Myriam sigue pintando— ¿Y qué es eso, Myriam? ¿Una flor?
—Un sol, Víctor. ¿No ves que está pintado de amarillo? Además las flores no pueden estar en el cielo.
—¿Y? Si yo quiero puedo dibujarlas en el cielo. Mira, te voy a enseñar —Se sienta junto a ella agarrando una hoja en blanco y dibujando garabatos en la hoja que ni por asomo parecen flores. Myriam suspira y aguanta las ganas de echarse a reír— ¿Ves? Allí están mis flores.
—Eso parece cualquier cosa menos flores —Su garganta suena por la risa.
—¿Qué? No es cierto, eres envidiosa. ¿No te enseñó tu papá que la envidia es mala?
Asiente con la cabeza.
—Pero así no se dibujan las flores.
—¿Ah no? Y según tú ¿cómo se dibujan? —Ella coge la hoja de sus manos y dibuja con cuidado una flor con cinco pétalos— Eso está horrible.
Liliana suelta una risilla.
—¿Quién es el envidioso ahora?
—¿Estás dibujando con las chicas, marica? —Sergio se burla de él.
Víctor se levanta de inmediato.
La diferencia de edad entre ambos es de solo dos años, pero para Myriam no hay gran diferencia. A pesar de que Sergio es más alto, Víctor es tan delgado como un gusano. Ahora más que nunca que apenas tiene cabello. A Juanita le faltó poco para raparlo al ras, pero dejó un poco de pelo para que crezca. Si pasa la mano en él de seguro pica. Eso fue a modo de castigo por meterse en problemas en el colegio. Liliana todavía se burlaba de eso.
—Yo no estoy dibujando —Dice a la defensiva— No dibujaría con niñas tan tontas como ellas.
Myriam deja caer su lápiz.
—Pues tú eres más tonto, Víctor.
—¡Yo no soy tonto, tú eres tonta!
Juanita llega para interrumpir.
—¿Qué está pasando aquí? Sergio, comportate —Dice enfadada.
Sergio mira a su madre con los ojos bien abiertos.
—¡Pero si yo no estoy haciendo nada!
—Al cuarto, todos.
Liliana y Myriam llevan sus dibujos en los brazos para seguir en la habitación, mientras Sergio y Víctor no dejan de reclamar para sí mismos en el pasillo. La habitación de Liliana es enorme a diferencia de la suya. Tiene dos armarios como lo describen en las crónicas de Narnia. Una cama de dos plazas donde parece como si estuviese nadando en las plumas. Un cajón rosa en el suelo para guardar sus muñecas y una lámpara muy bonita en el buró. Ella es la única que tiene cuarto sola porque sus hermanos duermen en la misma habitación.
Myriam cambia rápidamente su vestido amarillo por el pijama; es rosado y demasiado ancho, pero cómodo al fin y al cabo.
Juanita entra al cuarto en ese momento.
Myriam piensa que es muy bonita; tiene largas pestañas gruesas y una sonrisa muy cálida. Su cabello es esponjoso y todo lo que se pone le queda bien. Ahora lleva un vestido ancho en la cadera y las uñas pintadas de rojo. Es mayor que su madre por 5 años, eso es lo que recuerda.
—A lavarse los dientes, deprisa —Apura a que Liliana termine de ponerse el pijama, luego se va para atrás para hablar a la habitación contraria— Sergio, Víctor a lavarse los dientes también.
—Mamá, yo ya no soy un niño para que me mandes a lavarme los dientes —Se queja el mayor.
Revuelve su travieso cabello.
—Menos quejas y más acción. ¡Andando que mañana hay mucho qué hacer!
—¿Qué? —Se escucha a Víctor gemir— Mañana es domingo.
—Por eso, Víctor. Mañana tienes tarea que hacer y no me pongas esa cara, te dije que la terminaras ayer.
Myriam alcanza a detenerse cuando Víctor pasa arrastrando los pies hasta el baño. Se queda esperando que Liliana se ponga las pantuflas antes de seguirla.
Se escucha el ruido de la puerta y posteriormente la voz calmada de Manuel. Liliana pega un grito corriendo hacia los brazos de su padre. Myriam lo único que puede hacer es admirarlos. Ella jamás ha corrido a los brazos de Antonio, normalmente lo evita o arranca. Él la abraza de vuelta antes de besar su cabeza y los labios de su mujer. Sergio y Víctor se asoman por la puerta con el cepillo de dientes en la boca y la espuma de la pasta dental alrededor de la barbilla.
—Hola, chicos ¿cómo ha ido su día? —Luego se percata de la presencia de Myriam— ¡Pero mira a quién tenemos aquí! —Sonríe.
Liliana y ella entran al baño cuando Juanita se lleva a Manuel para cenar. Apenas puede alcanzar la pastal dental, de modo que Sergio es quién le ayuda. Agradece y rápidamente lleva el cepillo a su boca. Odia la pasta dental de menta, ojalá solo existiera el sabor de fresa. Arruga la cara cuando la menta le irrita todo alrededor, pero poco después se le pasa.
Escupe todo el excedente de su boca y se pone de puntillas para enjuagarse. Alguien cierra la llave del agua antes que pueda tomar un poco con sus manos. Mira hacia arriba a la sonrisa maliciosa de Víctor. Quiere golpearlo en el estómago, pero ella no es una persona violenta. Sin embargo, cuando Víctor García está cerca sus instintos asesinos se entremezclan con su bondad.
—¿Puedes quitarte de aquí?
—¿Por qué?
Myriam trata de cubrirse la boca con una mano.
—¡Porque necesito enjuagarme!
—¿Y si no quiero?
Sergio se interpone entre ellos.
—Vic, no seas pesado con Myriam.
—Ella empezó.
—¡Yo no empecé nada! —Se defiende.
Víctor se retuerce con un grito de dolor. Myriam mira con asombro como Liliana patea con fuerza su rodilla.
—Alguien tenía que ponerlo en su lugar —Explica.
.
Durante horas estuvieron tratando de conciliar un sueño que nunca llegó. Por eso ahora están debajo de la colcha con una linterna y el libro de Blanca nieves en la tercera hoja. Son pequeños párrafos y lo que sigue dibujos. Se admiran de los colores del libro totalmente ajenas a que la puerta de la habitación se abre con un crujido sordo. Ellas ríen de los enanitos, señalando a uno y dándole la vuelta a la hoja de cartón.
Dos pares de pies se detienen al comienzo de la cama. Las chicas siguen riéndose por lo bajo.
De pronto sienten como manos atrapan sus piernas y comienzan a gritar como posesas, tirando lejos el libro y la linterna. Tan pronto gritan dos manos cubren sus bocas.
Alguien enciende la linterna que ha caído al suelo.
El rostro de Víctor y Sergio las hace respirar con tranquilidad, aunque Liliana sigue alterada.
—¡Ustedes! —Ruge, el cabello negro se ha ido a sus ojos— ¡Voy a decirle a mamá!
—Tú no vas a decir nada —Dice Sergio cerrando la puerta— O yo le diré que tú y Myriam estaban leyendo con la linterna.
Liliana vuelve a rugir, cruzándose de brazos.
—¿Qué hacen aquí? —Pregunta Myriam.
—Sergio y yo estábamos aburridos, así que decidimos darles un sustito.
Ambos chocan los puños a modo de triunfo.
—Mamá y papá se pueden dar cuenta
Sergio se encoge de hombros.
—No creo, ellos están haciendo cosas de adultos.
—¿Cosas de adultos? —Myriam parece intrigada.
Víctor ríe con malicia—¿No sabes lo que los adultos hacen a solas en el cuarto? —Ella niega con la cabeza— ¿Acaso nunca escuchas a tus papás?
Vuelve a negar con la cabeza.
—¿Qué quieren decir? —Pregunta Liliana.
Los chicos sueltan una risa silenciosa.
—Puedo dibujarlo, si quieren.
Ambas iban a decir que sí pero Sergiotdetiene el intento fallido de Víctor.
—Ya basta, Vic. Era solo para molestarlas no es necesario que las traumes a esta edad.
El muchacho frunce el ceño.
—Pero este año le van a enseñar sobre eso ¿por qué no la entrenamos? Puedo traer mi libro de biología.
Las chicas siguen viéndolos con curiosidad.
Ellos se quedan discutiendo y Myriam solo puede observarlos como intercambian palabras groseras. ¿Será eso lo que le espera con Cristina? Aunque Cristy es muy pequeña para sacar conclusiones, más porque la diferencia de edad es bastante.
Cuando su madre le dio la noticia de que iba a tener un hermano, prácticamente saltó de alegría. Todos sus compañeros tenían hermanos menores o mayores y ella era la única hija sola. Así que estaba deseosa que naciera pronto para jugar. Siempre quiso que fuese niña pero su madre nunca opinaba al respecto. Su padre ansiaba un niño, él estaba seguro que lo sería. Sin embargo, esta mañana su rostro se desencajó cuando la partera les avisó que era una preciosa niña de 3 kilos. Myriam estaba feliz, pero su padre no.
Ella no era tonta, se daba cuenta que Antonio no le agradaban las niñas. También quiso que Myriam fuese niño pero resultó no serlo, así que estaba decepcionado por segunda vez.
Mientras Sergio y Víctor discuten, Myriam se pregunta si Antonio sería menos estricto si tuviera un niño. Cuando sea mayor y tenga una panzota como la de su mamá, no le importaría si fuese niño o niña, lo importante, como dice su abuela, es que nazca sanito.
Aunque si fuese niña podría peinarla, vestirla con ropa bonita, comprarle muñecas, usar pendientes. Y si fuese varón tendría que comprarle… un balón de futbol.
—¿Myriam? Myriam, te estamos hablando —Todos observan como ella pronto parpadea incorporándose. Tarda en darse cuenta que es Víctor quien le habla.
—¿Qué?
Liliana explica— Sergio pregunta sobre tu cumpleaños.
—Oh, es el martes.
—¿Vas a hacer una fiesta? —Pregunta Víctor.
Se queda en blanco, no lo había pensado.
—No creo —Los tres la miran sorprendidos— Todos están pendientes de Cristina.
Nadie pregunta nada más.
.
—Liliana, termina todo ese cereal con leche —Advierte Juanita que saca con rapidez las tostadas recién hechas. En segundos tiene el pan en la mesa para volver a darle la vuelta a los hotcakes— Víctor, cariño ¿puedes sacar la leche de la nevera?
Éste tiene la boca llena de hotcakes cuando corre a la nevera.
Sergio mastica con gracia una tostada con mermelada y Manuel sigue leyendo el periódico con su taza humeante de café en los labios.
La cocina huele a dulce, café y mantequilla de maní. Ama el aroma que sale de la sartén con el hotcakes. Ama por sobre todas las cosas los hotcakes con miel. Cuando Juanita termina con la segunda tanda de 10 discos, Myriam toma uno y agrega una generosa cantidad del tarro de miel.
Liliana arruga la nariz.
—No entiendo por qué a todos les gusta la miel y los hotcakes. Saben asquerosos.
—Eso es porque tú eres muy extraña, Liliana —Se burla Víctor.
Juanita por fin se sienta en la silla.
—Liliana, tus cereales —Reclama— Sergio, por favor, estás ensuciando tu camiseta con la mermelada y Víctor… no se come con la boca abierta —Manuel le sirve una taza de café— ¿Cómo dormiste, Myriam?
Ella siempre cambia su humor cuando le habla. Puede estar regañando con todos pero si está Myriam presente le habla con una sonrisa en los labios.
—Bien, gracias.
—Me alegro
Manuel aclara su garganta.
—Hoy a las 5pm hay una función en el cine, programaran películas ya estrenadas.
—¿Hay alguna que valga la pena? —Pregunta Sergio
Manuel sonríe con picardía pero no responde.
Luego del desayuno todos se sientan alrededor de la mesa para terminar las tareas. Myriam es la única que está viendo como todos reclaman, porque ella ya terminó las suyas el viernes. Ayuda a Juanita a preparar la comida, revolviendo la ensalada y cascando el huevo para la sopa. Víctor se queja de que Myriam no está haciendo nada, pero ellas hacen caso omiso de su pelea.
Para cuando la cena estuvo lista, los demás siguen en la mitad del cuaderno. Víctor continua alegando para sí mismo, de modo que Juanita toma el cuaderno de Myriam entre sus manos y hojea cuidadosamente.
—Myriam tiene todo terminado ¿Quieres venir a ver, Víctor? —Éste cruza los brazos con un mohín.
.
—Papá, es una broma ¿verdad?
Manuel ríe viendo la cartelera.
Hay un top de 10 películas ya estrenadas de este año. Liliana salta en su lugar y Myriam está tratando de recordar si ha visto esa película, poco después comienza a saltar igual que la pelinegra.
—¿En serio, papá? —Víctor tiene las mejillas coloradas y la caja de palomitas de maíz a punto reventar en sus manos— Yo no voy a ver Pulgarcita, te volviste loco.
Sergio intenta convencerlo.
—¿Y si dejamos a mamá y las chicas ver Pulgarcita? Podemos ver películas de hombres, papá.
Juanita y Manuel se miran con una sonrisa.
—A ti apenas y te sale pelo de la barbilla, no me vengas con que eres hombre.
Sergio suelta un suspiro de resignación.
—¡Papá! —Víctor se desespera—¡No pienso entrar a la sala!
Media hora más tarde, Víctor y Sergio parecen estar más pendientes de la película que las chicas. Liliana le recuerda a Myriam la parte que viene a continuación, repitiendo el dialogo de memoria.
Cuando salen del cine, todos siguen comentando el final.
—Yo no estoy de acuerdo que Grundel se haya casado con el sapo hembra —Sergio rasca su barbilla con una arruga en la frente.
—¿Por qué no? —Myriam gira haciendo que su vestido de lunares se alce con el viento— Hacen una linda pareja.
—Se pudo haber buscado a una más linda —Termina por decir Víctor, luego se le ocurre algo malicioso cuando observa a Myriam— Ella se parecía a ti, eh
—¿Yo? ¡Estás mintiendo!
Víctor y Sergio se parten de la risa.
Liliana se acerca a los chicos.
—Tú te pareces a Grundel, Sergio —Le muestra la lengua— O debería decir…ChacaChaca
Ahora todos menos él se mueren de la risa.
Víctor limpia sus lágrimas antes de hablar.
—Yo lo decía porque tienes el color de ojos igual que la piel de ellos.
—No es cierto, Liliana también tiene los ojos cafes y nunca le dices nada.
—Eso es porque Liliana es llorona ¿tú eres llorona, Myriam Montemayor?
Myriam cruza sus brazos con fastidio.
—Déjame en paz.
Esa noche cuando se acuestan a dormir, todavía tiene a Pulgarcita deambulando en su mente. Sonríe contra la almohada, deseando que estos días se pasen lo más lento posible.
.
Luego de la escuela los chicos corren dentro de la casa haciendo que sus estómagos exploten por dentro con el aroma a espagueti. Myriam se quita la mochila del hombro para sacar rápidamente sus cuadernos. Juanita no aparta la mirada de ella mientras pone la mesa para comer.
—Myri cariño, primero vamos a comer y después las tareas ¿de acuerdo?
Se queda viendo a Juanita todavía sorprendida con lo que dice. ¿Comer antes de hacer tareas? Que extraño. En su casa no come si no ha terminado los quehaceres de la escuela. Cierra su cuaderno, lo guarda dentro de la mochila y va junto a los demás a lavarse las manos.
Mancha su cara con la salsa mientras come pero no le importa. Está tan delicioso que podría comerse todo lo de la cacerola.
—¿Tu hermano dijo a qué hora llegaba? —La señora García pregunta directamente a Víctor.
Éste apenas la mira mientras mastica la comida. Él también tiene la boca manchada de salsa, así que como no lo reprenden ella tampoco se limpia.
—No, no dijo. Solo me avisó desde lejos.
Juanita suspira.
—Límpiate la boca, Vic.
Myriam deja de masticar; antes de que le digan a ella, limpia rápidamente la orilla de su boca.
Esa noche también se acuesta contenta. Tiene las piernas flexionadas sobre la cama. Liliana ronca a su lado tendida como una babosa. Trata de mantener los ojos cerrados y alejar el ruido que hace su amiga, pero le es imposible. Abre un ojo y lo vuelve a cerrar. Cuando siente ruido en la puerta, esconde la cabeza en la cobija creyendo que es un fantasma.
Bien pudo haber gritado si Víctor no le hubiese puesto una mano sobre la boca.
—¡Shhh! Vas a despertar a Liliana —Susurra.
Myriam también lo hace cuando habla:
—¿Qué haces aquí?
—Necesito que vengas a un lugar, es importante.
—No, tenemos que dormir.
—¡Por favor! —Insiste— ¡Sergio está en problemas! Y si le digo a mamá se va a enfadar.
Sus ojos suplican por un sí, de modo que no tiene otra alternativa más que acompañarlo.
Caminan descalzos por el pasillo en silencio y solo con sus corazones palpitando dentro de su pecho.
—¿Dónde está Sergio?
—Allí —Señala la puerta del fondo— Se quedó encerrado en el armario.
Myriam mira hacia el cuarto oscuro y teme por un segundo. Duda en entrar, pero ya que Sergio está encerrado, no puede dejarlo allí.
Ambos entran al cuarto y poco después alguien cierra la puerta. Se escucha el sonido de una llave y la risa familiar de Sergio. Myriam mira a Víctor con riña.
—¡Me mentiste!
Víctor parece tan enojado como ella, se vuelve a la puerta y trata de abrirla.
—¡Sergio, este no era el plan! ¡Abre la puerta!
Otra risa de Sergio se escucha en susurros.
—Buenas noches, perdedores.
Myriam tiene las manos en sus caderas.
—¿Era una trampa? —Pregunta furiosa.
El chico se da por vencido al intentar abrir la puerta. Se voltea con un suspiro.
—Era una pequeña broma de cumpleaños.
—¿Ah sí? —Cruza sus brazos— No me gustan tus bromas.
Corre hacia la ventana que es la única zona de luz. Víctor la sigue.
—No te enojes, Myriam. ¿Te han dicho que eres muy rabiosa?
—No quiero hablar contigo.
—Como quieras —Hay silencio absoluto por un rato— Feliz cumpleaños de todos modos. No se cumplen nueve años todos los días.
Lo mira de soslayo todavía enojada. Pega su barbilla en las rodillas y no se percata cuándo se queda dormida.
.
Mientras su madre acuna a una inquieta bebé en sus brazos, Nany termina de decorar el pequeño pastel que ha preparado para el noveno cumpleaños de ella. No puede dejar de observar lo extraña que es Cristina. Tiene mucho cabello rojizo y enormes ojos oscuros.
—¿Puedo tocarla?
Su madre sonríe con cansancio.
—Claro que sí, ven aquí
Se sube arriba del sofá y observa más de cerca. Es muy pequeña y débil. Sus manos arrugadas lo confirman. Toca suavemente el pulgar, echándose para atrás con nervios. Ambas sonríen por su reacción.
Antonio se encuentra fumando en la entrada de la casa. No ha querido tocar ni ver a la nena desde que salieron del hospital. Ni siquiera la nombra, pero eso no importa. Tiene todo el cariño de su madre, abuela y por supuesto de Myriam.
Yo te voy a cuidar piensa para sí Te lo prometo.
Cristy abre la boca en un bostezo para luego romper nuevamente en llanto.
.
Agosto, 2003
—Dígale a su madre que estamos muy agradecidos por lo limpia que se encuentra la casa —La mujer crespa no deja de sonreír viendo cada rincón del inmueble vacío—Es una casa muy linda.
Víctor asiente.
—Han pasado muchas cosas en esta casa —Él mismo se encuentra viendo lo vacío que se ve todo—Aquí crecimos mis hermanos y yo.
La mujer crespa asiente en respuesta con una sonrisa tímida.
—Es triste irse del lugar de origen.
No puede estar más de acuerdo.
—Le voy a pedir una cosa —Dice a lo que la mujer asiente— Cuide esta casa… vale oro —Luego de unos segundos en los que la mujer promete hacerlo, pregunta—: ¿Puedo echarle un último vistazo antes de irme?
—¡Por supuesto!
Camina por cada rincón. La cocina, la sala, el baño, los cuartos. No puede alejarse del que es su ex cuarto. Cuando llega a la última habitación del pasillo, escucha que alguien se ríe. Empuja la puerta para encontrarse a Victoria sentada bajo la ventana, riéndose de algo que no comprende.
No se acerca a ella, simplemente se queda viendo a su hija de casi 3 años en el mismo lugar donde alguna vez se sentó Myriam. Recuerda que estaba allí de rodillas, viéndolo con furia, después se había quedado dormida mientras él seguía disculpándose.
Cuando Victoria se da cuenta de la presencia de su padre, grita:
—¡Papi!
Por fin sale de su ensoñación.
—Ey, cariño ¿qué haces?
Victoria le señala el suelo.
Carga a su hija en brazos y observa lo que dice el suelo. Es de madera y sabe perfectamente lo que hay allí. En letras temblorosas, él había escrito ese día "Perdón" pero Myriam seguía dormida y al final nunca supo que él había escrito eso.
Sonríe con tristeza, mira el mar en los ojos de su pequeña niña. Su preciada Victoria.
—¿Mamá? —Sus palabras lo hieren. Es la primera vez que dice mamá. Su boquita forma una "o" y sus manos se alzan encogiéndose de hombros, como diciéndole "No está mamá"
Besa su frente con ternura.
—Es hora de irnos, pequeña.
Bere
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