Amigos muy íntimos
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Dianitha
Sofia_GMVM
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Re: Amigos muy íntimos
Mil gracias por los capitulos y solo espero que victor recapasite y trate de buscar a myriam y no vuelva con marimar
Eva Robles- VBB BRONCE
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Edad : 51
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Amigos muy íntimos
noo que le pasa a victor como deja ir a myri asi como si nada y luego la loca de marimar que no pierde el tiempo mil gracias por los cap niña xfis no tardes con el siguiente
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
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Re: Amigos muy íntimos
GRACIAS POR LOS CAPITULOS
dany- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amigos muy íntimos
Capítulo 10
Seis meses más tarde.
MYRIAM estaba sentada en la cama del hospital, con una chaqueta sobre el vestido premamá con que había llega¬do. Dentro de poco Emilia y su padre irían a re-cogerla, como habían insistido en hacer.
No podía esperar a sacar a su hija del am¬biente del hospital y volver a su cómoda casa en el campo, no podía esperar a mostrarle su hogar. Sonrió a su hija, que llevaba en brazos, y le dijo:
—Eres una niña de Navidad. ¿Así que te gus¬ta el nombre de Noelle? Ah, ya veo, ¡no mucho! ¿Crees que es demasiado evidente? De acuerdo, olvida Noelle. ¿Y Chloe? Es bonito, ¿no crees? ¿Y sabes una cosa? Cuando yo era pequeña sen¬tía lástima por los niños cuyos cumpleaños esta¬ban cerca de la Navidad. No veo por qué tú no puedes tener dos cumpleaños, uno de verdad y el otro oficial, como la Reina.
La niña se quedó dormida y Myriam le dio un beso en la frente. Con menos de dos días de edad y ya se parecía mucho a su padre.
Víctor. Durante los meses que habían pasado desde esa espantosa velada de junio, había lo¬grado no pensar en él.
Tan pronto como se hubo instalado en su nue¬va casa, le contó todo a su padre, que estaba em¬barazada y que Víctor no quería tener hijos, que él seguía queriendo a Marimar y nada más. Lo ha¬bía hecho prometer que, pasara lo que pasase, nunca le diría a Víctor donde estaba ella, aunque no creía que él lo fuera a preguntar, pero para asegurarse.
Cualquier contacto se podía llevar a cabo a través de los abogados, por lo que él le había di¬cho por medio de Marimar.
Pero extrañamente, desde el primer momento en que tuvo en brazos a su hija, no había podido dejar de pensar en Víctor. Sobre todo eran pen¬samientos de lástima, él nunca conocería la ale¬gría de tener a un niño en brazos.
Emilia le había dicho que la irían a buscar a las diez en punto, que tendrían la casa preparada y caliente para cenar allí los tres con la niña y que su padre se había ocupado de comprar el pavo y todo lo demás.
Habían sido muy buenos con ella, pensó Myriam. Insistieron en quedarse en su casa durante el último mes del embarazo para asegurarse de que no trabajaba demasiado y comía adecuadamente. Y también para estar a mano cuando hubiera que llevarla al hospital en Dorchester cuando se puso de parto.
Por supuesto, podía habérselas arreglado sola, pero le había gustado sentirse mimada por un tiempo. Y las navidades eran una época fami¬liar. Su padre, Emilia y Chloe. ¿Qué más podía pedir?
Víctor.
Le temblaron los labios cuando pensó de nue¬vo en él. Pero se dijo que estaría bien en cuanto llegaran a la preciosa casa de campo en las afue¬ras de Dorsetque había alquilado cuando se ena¬moró de ella a primera vista.
Se relajó un poco. Ya se estaba sintiendo más positiva.
Pero de repente, Víctor entró en la habitación del hospital, seguido por una de las enfermeras y todo su mundo se le cayó de nuevo a los pies. Por un momento pensó que estaba alucinando. Le pareció como si el corazón se le detuviera para luego ponerse a funcionar a toda marcha.
Tenía húmedos el cabello y la chaqueta negra de cuero y, cuando las miró a ella y a la niña, lo hizo con una mirada glacial.
Myriam se estremeció. ¡Parecía como si odiara la visión de ambas!
—Después de todo, su marido ha venido a re¬cogerlas a usted y a su hija, señora García. ¿No es magnífico? —dijo la joven enfermera.
Myriam pensó que no era nada magnífico, más bien sorprendente.
Víctor le dijo entonces:
—Es mejor que nos demos prisa. Afuera está nevando en serio.
Myriam se levantó mientras la enfermera decía algo de unas navidades blancas. Le temblaban las rodillas y se sentía como si estuviera flotan¬do. Solo era capaz de seguir en pie por la niña que llevaba en brazos.
La enfermera, después de darle a Víctor la maleta de Myriam, sonrió a la niña, algo que Víctor no había hecho, y les preguntó alegremen¬te:
—¿Han decidido ya cómo la van a llamar?
—Chloe —respondió Myriam decididamente y miró desafiante a Víctor ahora que ya se sentía más fuerte.
La niña era suya, pero éso no le daba a él nin¬gún derecho a interferir en ningún aspecto de sus vidas.
—Ahora recuerde que tiene que descansar todo lo que pueda, señora García. Y si tiene alguna pregunta, no dude en llamar a su matrona. En cualquier caso, ella la llamará pronto.
Cuando por fin Víctor y ella estuvieron solos en la zona de recepción, Myriam le dijo:
—No sé qué haces tú aquí.
—¿No?
—No. Has perdido el tiempo. A la niña y a mí nos van a recoger mi padre y Emilia.
—Ya deben estar volviendo a Londres. Estoy aquí para llevarte a casa.
— ¡No voy a volver a Londres contigo! —ex¬clamó ella.
—No tengo ninguna intención de arrastrarte a Londres. Vamos a tu casa, donde te has instalado felizmente, al parecer. Y cuando antes dejes de discutir, antes llegaremos.
Entonces la tomó del brazo y la hizo salir al exterior. El frío fue un shock después de la cali¬dez del hospital. Chloe se movió e hizo un leve ruido haciendo que a ella se le despertaran los instintos maternales y protectores. ¡A él no le importaba que su hija se estuviera helando! ¡Ni siquiera la había mirado, ni mucho menos pre¬guntado cómo estaba!
¡Era odioso!
—¿Dónde está tu coche? —le preguntó—. ¡Mi hija se está enfriando!
—Tranquila, está aquí mismo. Y lo estaba. Había dejado de nevar, pero el cie¬lo estaba muy nublado y el suelo estaba blanco.
Una vez dentro del coche, ella le dijo:
—Supongo que ha sido mi padre el que te ha dicho donde estaba y que mi hija había nacido.
—Tu padre ha mantenido su palabra —res¬pondió él secamente—. Ha sido Emilia quien me lo ha dicho, supongo que con la aprobación táci¬ta de Antonio. Después de todo, a ella no la hi¬ciste prometer nada. Supe donde estabas vivien¬do casi desde que te instalaste allí.
Ella lo miró duramente.
—¿Sabías donde estaba y no me fuiste a visi¬tar? Pero apareces ahora que tu hija ha nacido.
Eso no tenía ningún sentido. Una hija era lo último que él quería.
—No te fui a visitar porque tú no contestaste a ninguna de mis cartas donde te preguntaba si nos podíamos ver en terreno neutral para arre¬glar las cosas. Me dejaste muy claro que no que¬rías verme. ¿Te las dio Antonio? No te escribí di-rectamente a tu casa porque podría habérsete ocurrido mudarte y sabía por Emilia que estabas contenta allí.
Myriam se mordió la lengua y miró hacia de¬lante. No era el momento de decirle que había quemado esas cartas sin leerlas. Había sido al principio de instalarse en la casa y estaba tratan¬do de olvidarlo.
Continuaron el camino en silencio y, al cabo de un rato, él dijo:
—Ya estamos.
Myriam parpadeó, dándose cuenta de que se había sumido en sus negros pensamientos. Víctor estaba aparcando el Jaguar detrás de su co¬che de segunda mano.
Se humedeció los labios y le dijo:
—Si me das mi maleta, sacaré la llave. Y gra¬cias por traerme. No te voy a ofrecer un café. Estoy segura de que querrás volver con Marimar cuanto antes —añadió sin poder evitarlo.
Él le dedicó una mirada inescrutable.
—Tengo la llave que me ha dado tu padre. Anoche me quedé aquí. Y dormí en tu cama. Pero, dado que no hay nadie más, esta noche usaré la habitación de invitados. Tenemos cosas de que hablar tú y yo. Y me voy a asegurar de que lo hacemos.
Seis meses más tarde.
MYRIAM estaba sentada en la cama del hospital, con una chaqueta sobre el vestido premamá con que había llega¬do. Dentro de poco Emilia y su padre irían a re-cogerla, como habían insistido en hacer.
No podía esperar a sacar a su hija del am¬biente del hospital y volver a su cómoda casa en el campo, no podía esperar a mostrarle su hogar. Sonrió a su hija, que llevaba en brazos, y le dijo:
—Eres una niña de Navidad. ¿Así que te gus¬ta el nombre de Noelle? Ah, ya veo, ¡no mucho! ¿Crees que es demasiado evidente? De acuerdo, olvida Noelle. ¿Y Chloe? Es bonito, ¿no crees? ¿Y sabes una cosa? Cuando yo era pequeña sen¬tía lástima por los niños cuyos cumpleaños esta¬ban cerca de la Navidad. No veo por qué tú no puedes tener dos cumpleaños, uno de verdad y el otro oficial, como la Reina.
La niña se quedó dormida y Myriam le dio un beso en la frente. Con menos de dos días de edad y ya se parecía mucho a su padre.
Víctor. Durante los meses que habían pasado desde esa espantosa velada de junio, había lo¬grado no pensar en él.
Tan pronto como se hubo instalado en su nue¬va casa, le contó todo a su padre, que estaba em¬barazada y que Víctor no quería tener hijos, que él seguía queriendo a Marimar y nada más. Lo ha¬bía hecho prometer que, pasara lo que pasase, nunca le diría a Víctor donde estaba ella, aunque no creía que él lo fuera a preguntar, pero para asegurarse.
Cualquier contacto se podía llevar a cabo a través de los abogados, por lo que él le había di¬cho por medio de Marimar.
Pero extrañamente, desde el primer momento en que tuvo en brazos a su hija, no había podido dejar de pensar en Víctor. Sobre todo eran pen¬samientos de lástima, él nunca conocería la ale¬gría de tener a un niño en brazos.
Emilia le había dicho que la irían a buscar a las diez en punto, que tendrían la casa preparada y caliente para cenar allí los tres con la niña y que su padre se había ocupado de comprar el pavo y todo lo demás.
Habían sido muy buenos con ella, pensó Myriam. Insistieron en quedarse en su casa durante el último mes del embarazo para asegurarse de que no trabajaba demasiado y comía adecuadamente. Y también para estar a mano cuando hubiera que llevarla al hospital en Dorchester cuando se puso de parto.
Por supuesto, podía habérselas arreglado sola, pero le había gustado sentirse mimada por un tiempo. Y las navidades eran una época fami¬liar. Su padre, Emilia y Chloe. ¿Qué más podía pedir?
Víctor.
Le temblaron los labios cuando pensó de nue¬vo en él. Pero se dijo que estaría bien en cuanto llegaran a la preciosa casa de campo en las afue¬ras de Dorsetque había alquilado cuando se ena¬moró de ella a primera vista.
Se relajó un poco. Ya se estaba sintiendo más positiva.
Pero de repente, Víctor entró en la habitación del hospital, seguido por una de las enfermeras y todo su mundo se le cayó de nuevo a los pies. Por un momento pensó que estaba alucinando. Le pareció como si el corazón se le detuviera para luego ponerse a funcionar a toda marcha.
Tenía húmedos el cabello y la chaqueta negra de cuero y, cuando las miró a ella y a la niña, lo hizo con una mirada glacial.
Myriam se estremeció. ¡Parecía como si odiara la visión de ambas!
—Después de todo, su marido ha venido a re¬cogerlas a usted y a su hija, señora García. ¿No es magnífico? —dijo la joven enfermera.
Myriam pensó que no era nada magnífico, más bien sorprendente.
Víctor le dijo entonces:
—Es mejor que nos demos prisa. Afuera está nevando en serio.
Myriam se levantó mientras la enfermera decía algo de unas navidades blancas. Le temblaban las rodillas y se sentía como si estuviera flotan¬do. Solo era capaz de seguir en pie por la niña que llevaba en brazos.
La enfermera, después de darle a Víctor la maleta de Myriam, sonrió a la niña, algo que Víctor no había hecho, y les preguntó alegremen¬te:
—¿Han decidido ya cómo la van a llamar?
—Chloe —respondió Myriam decididamente y miró desafiante a Víctor ahora que ya se sentía más fuerte.
La niña era suya, pero éso no le daba a él nin¬gún derecho a interferir en ningún aspecto de sus vidas.
—Ahora recuerde que tiene que descansar todo lo que pueda, señora García. Y si tiene alguna pregunta, no dude en llamar a su matrona. En cualquier caso, ella la llamará pronto.
Cuando por fin Víctor y ella estuvieron solos en la zona de recepción, Myriam le dijo:
—No sé qué haces tú aquí.
—¿No?
—No. Has perdido el tiempo. A la niña y a mí nos van a recoger mi padre y Emilia.
—Ya deben estar volviendo a Londres. Estoy aquí para llevarte a casa.
— ¡No voy a volver a Londres contigo! —ex¬clamó ella.
—No tengo ninguna intención de arrastrarte a Londres. Vamos a tu casa, donde te has instalado felizmente, al parecer. Y cuando antes dejes de discutir, antes llegaremos.
Entonces la tomó del brazo y la hizo salir al exterior. El frío fue un shock después de la cali¬dez del hospital. Chloe se movió e hizo un leve ruido haciendo que a ella se le despertaran los instintos maternales y protectores. ¡A él no le importaba que su hija se estuviera helando! ¡Ni siquiera la había mirado, ni mucho menos pre¬guntado cómo estaba!
¡Era odioso!
—¿Dónde está tu coche? —le preguntó—. ¡Mi hija se está enfriando!
—Tranquila, está aquí mismo. Y lo estaba. Había dejado de nevar, pero el cie¬lo estaba muy nublado y el suelo estaba blanco.
Una vez dentro del coche, ella le dijo:
—Supongo que ha sido mi padre el que te ha dicho donde estaba y que mi hija había nacido.
—Tu padre ha mantenido su palabra —res¬pondió él secamente—. Ha sido Emilia quien me lo ha dicho, supongo que con la aprobación táci¬ta de Antonio. Después de todo, a ella no la hi¬ciste prometer nada. Supe donde estabas vivien¬do casi desde que te instalaste allí.
Ella lo miró duramente.
—¿Sabías donde estaba y no me fuiste a visi¬tar? Pero apareces ahora que tu hija ha nacido.
Eso no tenía ningún sentido. Una hija era lo último que él quería.
—No te fui a visitar porque tú no contestaste a ninguna de mis cartas donde te preguntaba si nos podíamos ver en terreno neutral para arre¬glar las cosas. Me dejaste muy claro que no que¬rías verme. ¿Te las dio Antonio? No te escribí di-rectamente a tu casa porque podría habérsete ocurrido mudarte y sabía por Emilia que estabas contenta allí.
Myriam se mordió la lengua y miró hacia de¬lante. No era el momento de decirle que había quemado esas cartas sin leerlas. Había sido al principio de instalarse en la casa y estaba tratan¬do de olvidarlo.
Continuaron el camino en silencio y, al cabo de un rato, él dijo:
—Ya estamos.
Myriam parpadeó, dándose cuenta de que se había sumido en sus negros pensamientos. Víctor estaba aparcando el Jaguar detrás de su co¬che de segunda mano.
Se humedeció los labios y le dijo:
—Si me das mi maleta, sacaré la llave. Y gra¬cias por traerme. No te voy a ofrecer un café. Estoy segura de que querrás volver con Marimar cuanto antes —añadió sin poder evitarlo.
Él le dedicó una mirada inescrutable.
—Tengo la llave que me ha dado tu padre. Anoche me quedé aquí. Y dormí en tu cama. Pero, dado que no hay nadie más, esta noche usaré la habitación de invitados. Tenemos cosas de que hablar tú y yo. Y me voy a asegurar de que lo hacemos.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Amigos muy íntimos
Capítulo 11
MYRIAM siguió a Víctor al interior de la casa. En el salón ardía el fuego en la chimenea que debía haber encendido Víctor. Él, después de avivarlo y añadir otro tronco, se quitó la chaqueta y la colgó del per¬chero de la puerta.
—Realmente no es necesario que te quedes —dijo ella.
Cuanto antes él se volviera a Londres, antes podría ella volver a su vida normal.
—Necesitas que te cuiden —respondió él—. Así que siéntate, tienes mal aspecto.
—Dijiste que hay cosas de las que tenemos que hablar —dijo ella sin moverse.
Seguramente él querría hablar del divorcio, no se le ocurría ninguna otra razón. Aunque no sabía por qué él no habría empezado ya con los trámites.
—Eso puede esperar un día o dos, hasta que estés más fuerte. La enfermera ha dicho que de¬bes descansar, ¿recuerdas?
Cosa que le iba a resultar imposible mientras él siguiera allí, ¿es que no lo sabía?
La niña empezó a moverse de nuevo entonces y en cualquier momento iba a ponerse a llorar.
—Tengo que darle de comer y cambiarla — dijo Myriam—. Por favor, ¿me la sujetas mientras preparo sus cosas?
Se acercó a él y Víctor retrocedió como asus¬tado.
—Déjala ahí —dijo señalándole el sofá—. No se caerá si la pones entre esos cojines. Te prepararé algo caliente para beber.
Myriam se sintió defraudada, ¿pero qué se ha¬bía imaginado? Víctor ni siquiera podía mirar a su hija, así que, ¿cómo se había imaginado que la iba a tener en brazos?
La dejó con cuidado en el sofá y se quitó la chaqueta.
Tenía los pañales y todo lo demás en la male¬ta que Víctor había metido en la casa.
Cuando hubo terminado de cambiarla, se puso a darle el pecho. Seguían así cuando Víctor entró de nuevo en el salón.
—Té —dijo él a la vez que colocaba la ban¬deja que llevaba en la mesita, a su alcance—. Hay más en la tetera.
La visión de ella amamantando a su hija lo había llenado de lo que debía ser disgusto, pensó Myriam. No creía que lo fuera a poder soportar, pero tenía que hacerlo. Ese hombre era tan con¬trario a los hijos que, incluso, había amenazado con dejar a la mujer a la que amaba de siempre si se quedaba embarazada.
El sonido de la puerta de la calle al cerrarse tras él fue casi un alivio. Se marchaba. Nunca debía haber ido allá. Cuando oyó el motor del Jaguar se le saltaron las lágrimas.
Estaba claro que ella y su hija lo habían repe¬lido tanto que no había podido aguantar seguir allí ni un momento más. Se había marchado y ella no tenía ni la más remota idea de por qué había ido hasta allí.
Lo único que sabía era que deseaba que no lo hubiera hecho. Había abierto de nuevo unas he¬ridas que ella había procurado cicatrizar. El re¬sultado era más doloroso de lo que nunca se ha¬bría imaginado.
Cuando cerró la puerta del cuarto de la niña, Myriam se dijo a sí misma que la vida tenía que seguir. Sabía desde hacía seis meses que su futu¬ro y el de Víctor seguían senderos opuestos y desde entonces, más o menos, se las había arre¬glado para estar sola.
Así que podía volverlo a hacer y, esta vez le sería más fácil, ya que tenía a su hija para dedi¬carle toda su atención.
Almorzó unas tostadas y paté que había en¬contrado en el frigorífico. No es que tuviera ham¬bre, pero sabía que tenía que comer. Tenía una hija y el bienestar de Chloe era prioritario.
Por suerte, no iba a tener que hacer la compra durante una semana o más, ya que su padre le había llenado la nevera.
La tarde pasó con un ritmo frenético de comi¬das para la niña y cambios de pañales, para termi¬nar a la hora del té con un baño y otra comida.
A las cinco, Myriam estaba agotada. Demasiado como para pensar en cocinar para ella, así que puso más troncos en el fuego, se dejó caer en el sofá y empezó a tener serias dudas.
¿De verdad que era capaz de aceptar ella sola la responsabilidad de cuidar de su hija? ¿Y si Chloe se ponía mala? ¿Reconocería ella la dife¬rencia entre cuando lloraba de hambre o de do¬lor? ¿Servía ella como madre?
El agotamiento le estaba nublando la mente. Se habría sentido mejor si su padre y Emilia se hubieran quedado como dijeron, haciéndole compañía y echándole una mano.
Pero no podía culparlos. Debían haber pensa¬do que hacían lo correcto cuando le dijeron a Víctor que fuera a recoger y que se quedara un poco con ella. Se debían haber imaginado que bas¬taría con que él viera a su hija para que todo fuera bien entre ellos y vivieran felices para siempre.
Estaba demasiado cansada para llorar. Incluso para oír el sonido de la llave en la puerta. Se quedó mirándolo embobada.
—Lamento haber tardado tanto —dijo Víctor disculpándose mientras colgaba la chaqueta del perchero—. Con las ventanas cerradas no debes haberte dado cuenta, pero ahí fuera no se ve nada. Un par de veces he pensado que iba a te¬ner que abandonar el coche y volver andando.
—Yo creía que te habías vuelto a Londres — dijo ella al tiempo que se sentaba mejor en el sofá.
Víctor soltó una palabrota y luego se pasó la mano por el cabello mojado ¿Era eso lo que pen¬saba de él? Pensó que no era el momento más oportuno para tener una pelea. Cuando ella estu¬viera más fuerte le iba a sacar la verdad, costara lo que costase. El tiempo de observar y esperar casi se estaba agotando y casi estaba llegando el momento en que tendría que desnudar su alma.
Pero ahora ella parecía demasiado frágil.
—Tenía cosas que hacer y he tardado más de lo que me esperaba. Además, la carretera está muy mal por la niebla. ¿Has comido?
Ella agitó la cabeza y Víctor añadió:
—Entonces haré algo para los dos.
Fue a dirigirse a la cocina, pero se volvió de nuevo.
Algo había cambiado. Por una vez, ella no es¬taba agarrada a su hija con la ferocidad de una tigresa con su cachorro.
—¿Está dormida la niña? Myriam asintió.
—¿La oirás si se despierta?
Ella le mostró el intercomunicador y se sintió un poco aliviada. Por lo menos, él parecía preo¬cuparse un poco por el bienestar de su hija.
—Tengo esto. La oiré en cuanto se despierte.
—Muy bien
Desapareció en la cocina y Myriam se acomo¬dó en el sofá. Se sentía aliviada porque él estu¬viera allí, porque no la hubiera dejado sola.
Poco después él la llamó a la cocina y vio que había puesto la mesa para la cena. Todo era tan familiar que hizo que se le saltaran las lágrimas.
Víctor le puso un plato delante de champiño¬nes y tomate al horno. También había hecho una ensalada.
—Come —le dijo sirviendo vino para los dos—. Y luego vete a la cama. Tienes que acos¬tarte pronto—. Yo limpiaré.
Unas lágrimas estúpidas le nublaron la visión y le temblaron los labios. Le agradecía que él hubiera decidido retrasar la discusión sobre su divorcio para más adelante. No habría podido soportarlo. Tal vez al día siguiente...
Comió todo lo que pudo, bebió un poco de vino y, entre las nieblas de su cerebro, se percató de que la lavadora estaba funcionando. Por pri¬mera vez vio que faltaba el montón de ropa su¬cia de la niña que había dejado en el suelo.
Él era una roca a la que se quería agarrar y, en cualquier momento, se vería de rodillas en el suelo, dándole las gracias y alabándole por estar allí con ella. No podía dejar que eso sucediera. Tenía que contenerse.
—Gracias —le dijo—. Seguiré tu consejo y me acostaré ahora mismo.
De alguna manera, logró subir las escaleras sin caerse dormida y, cuando por fin se metió en la cama, lo hizo instantáneamente. Para ser des¬pertada poco después por una niña hambrienta.
Recuperó la consciencia tan aprisa como la había perdido, se levantó de la cama y fue a dar¬le el pecho a su hija.
Mientras lo hacía, pensó que eso iba a ser la norma durante algún tiempo.
Entonces entró Víctor. Llevaba unos calzon¬cillos negros y un vaso de leche caliente en una bandeja. A Myriam le dio un salto el corazón. Él era tan magnífico como lo recordaba.
Conteniendo la respiración, esperó esa mira¬da de disgusto, preguntándose cómo la soporta¬ría una segunda vez. Pero no se produjo. Él le dejó la bandeja cerca para que pudiera alcanzar el vaso.
—La he oído llorar y a ti andando como un elefante herido.
Eso lo dijo tan secamente y la descripción ha¬bía sido tan certera que a ella le entraron ganas de reír.
—Lamento haberte despertado.
—No lo lamentes. Por eso estoy aquí. Para ayudarte. Admito que no sé mucho de estas co¬sas, pero me imagino que una madre que le da el pecho a su hija necesita beber mucho.
Esta vez no se le notaba ninguna repulsión. Tal vez anteriormente ella se había equivocado, pensó mientras él se inclinaba para recoger toda la parafemalia de la niña.
Se dijo a sí mismo que era mejor que no lo mirara. También era mejor hacerle la pregunta para saberlo con certeza. Porque estaba segura de que Marimar no se tomaría nada bien que la de¬jaran sola en navidades.
—Supongo que te volverás a Londres por la mañana, ¿no?
Mientras hablaba se puso en pie. Su hija se había quedado dormida mientras comía, pero ella estaba ahora completamente despierta.
—Supones mal. Me quedaré hasta que esté seguro de que te las arreglas bien.
El alivio la hizo sentirse mareada. En esa ocasión, Víctor no iba a poner a Marimar por delante de las necesidades de su esposa abandonada y su hija.
—¿Quieres sujetarla? No la despertarás. Se¬guirá dormida hasta que vuelva a tener hambre.
—No.
Su respuesta fue inequívoca, pero la explica¬ción que le dio hizo que el corazón se le retorciera a Myriam.
—Llevamos vidas separadas. Tanto que, si Emilia no me hubiera mantenido informado, no sabría ni su fecha de nacimiento ni el sexo de la niña.
—Yo te lo habría dicho a través de los aboga¬dos.
— Si ese es el caso, no me puedo permitir verme atado a una niña cuya madre tiene ten¬dencia a desaparecer de la faz de la tierra.
—Yo nunca me opondría a que vieras a Chloe. Sería mucho mejor para ella conocer a su padre, pasar tiempo con él, incluso vacaciones, cuando fuera mayor. Debes darte cuenta de eso.
—No, ¿por qué me voy a dar cuenta? Hace seis meses no me preguntaste cuáles eran mis deseos, ni mucho menos quisiste encajar en ellos. ¿Por qué iba yo a encajar ahora en los tu¬yos?
Luego él se volvió hacia la puerta y añadió:
—Piénsalo, Myriam. Y por Dios, duerme todo lo que puedas.
MYRIAM siguió a Víctor al interior de la casa. En el salón ardía el fuego en la chimenea que debía haber encendido Víctor. Él, después de avivarlo y añadir otro tronco, se quitó la chaqueta y la colgó del per¬chero de la puerta.
—Realmente no es necesario que te quedes —dijo ella.
Cuanto antes él se volviera a Londres, antes podría ella volver a su vida normal.
—Necesitas que te cuiden —respondió él—. Así que siéntate, tienes mal aspecto.
—Dijiste que hay cosas de las que tenemos que hablar —dijo ella sin moverse.
Seguramente él querría hablar del divorcio, no se le ocurría ninguna otra razón. Aunque no sabía por qué él no habría empezado ya con los trámites.
—Eso puede esperar un día o dos, hasta que estés más fuerte. La enfermera ha dicho que de¬bes descansar, ¿recuerdas?
Cosa que le iba a resultar imposible mientras él siguiera allí, ¿es que no lo sabía?
La niña empezó a moverse de nuevo entonces y en cualquier momento iba a ponerse a llorar.
—Tengo que darle de comer y cambiarla — dijo Myriam—. Por favor, ¿me la sujetas mientras preparo sus cosas?
Se acercó a él y Víctor retrocedió como asus¬tado.
—Déjala ahí —dijo señalándole el sofá—. No se caerá si la pones entre esos cojines. Te prepararé algo caliente para beber.
Myriam se sintió defraudada, ¿pero qué se ha¬bía imaginado? Víctor ni siquiera podía mirar a su hija, así que, ¿cómo se había imaginado que la iba a tener en brazos?
La dejó con cuidado en el sofá y se quitó la chaqueta.
Tenía los pañales y todo lo demás en la male¬ta que Víctor había metido en la casa.
Cuando hubo terminado de cambiarla, se puso a darle el pecho. Seguían así cuando Víctor entró de nuevo en el salón.
—Té —dijo él a la vez que colocaba la ban¬deja que llevaba en la mesita, a su alcance—. Hay más en la tetera.
La visión de ella amamantando a su hija lo había llenado de lo que debía ser disgusto, pensó Myriam. No creía que lo fuera a poder soportar, pero tenía que hacerlo. Ese hombre era tan con¬trario a los hijos que, incluso, había amenazado con dejar a la mujer a la que amaba de siempre si se quedaba embarazada.
El sonido de la puerta de la calle al cerrarse tras él fue casi un alivio. Se marchaba. Nunca debía haber ido allá. Cuando oyó el motor del Jaguar se le saltaron las lágrimas.
Estaba claro que ella y su hija lo habían repe¬lido tanto que no había podido aguantar seguir allí ni un momento más. Se había marchado y ella no tenía ni la más remota idea de por qué había ido hasta allí.
Lo único que sabía era que deseaba que no lo hubiera hecho. Había abierto de nuevo unas he¬ridas que ella había procurado cicatrizar. El re¬sultado era más doloroso de lo que nunca se ha¬bría imaginado.
Cuando cerró la puerta del cuarto de la niña, Myriam se dijo a sí misma que la vida tenía que seguir. Sabía desde hacía seis meses que su futu¬ro y el de Víctor seguían senderos opuestos y desde entonces, más o menos, se las había arre¬glado para estar sola.
Así que podía volverlo a hacer y, esta vez le sería más fácil, ya que tenía a su hija para dedi¬carle toda su atención.
Almorzó unas tostadas y paté que había en¬contrado en el frigorífico. No es que tuviera ham¬bre, pero sabía que tenía que comer. Tenía una hija y el bienestar de Chloe era prioritario.
Por suerte, no iba a tener que hacer la compra durante una semana o más, ya que su padre le había llenado la nevera.
La tarde pasó con un ritmo frenético de comi¬das para la niña y cambios de pañales, para termi¬nar a la hora del té con un baño y otra comida.
A las cinco, Myriam estaba agotada. Demasiado como para pensar en cocinar para ella, así que puso más troncos en el fuego, se dejó caer en el sofá y empezó a tener serias dudas.
¿De verdad que era capaz de aceptar ella sola la responsabilidad de cuidar de su hija? ¿Y si Chloe se ponía mala? ¿Reconocería ella la dife¬rencia entre cuando lloraba de hambre o de do¬lor? ¿Servía ella como madre?
El agotamiento le estaba nublando la mente. Se habría sentido mejor si su padre y Emilia se hubieran quedado como dijeron, haciéndole compañía y echándole una mano.
Pero no podía culparlos. Debían haber pensa¬do que hacían lo correcto cuando le dijeron a Víctor que fuera a recoger y que se quedara un poco con ella. Se debían haber imaginado que bas¬taría con que él viera a su hija para que todo fuera bien entre ellos y vivieran felices para siempre.
Estaba demasiado cansada para llorar. Incluso para oír el sonido de la llave en la puerta. Se quedó mirándolo embobada.
—Lamento haber tardado tanto —dijo Víctor disculpándose mientras colgaba la chaqueta del perchero—. Con las ventanas cerradas no debes haberte dado cuenta, pero ahí fuera no se ve nada. Un par de veces he pensado que iba a te¬ner que abandonar el coche y volver andando.
—Yo creía que te habías vuelto a Londres — dijo ella al tiempo que se sentaba mejor en el sofá.
Víctor soltó una palabrota y luego se pasó la mano por el cabello mojado ¿Era eso lo que pen¬saba de él? Pensó que no era el momento más oportuno para tener una pelea. Cuando ella estu¬viera más fuerte le iba a sacar la verdad, costara lo que costase. El tiempo de observar y esperar casi se estaba agotando y casi estaba llegando el momento en que tendría que desnudar su alma.
Pero ahora ella parecía demasiado frágil.
—Tenía cosas que hacer y he tardado más de lo que me esperaba. Además, la carretera está muy mal por la niebla. ¿Has comido?
Ella agitó la cabeza y Víctor añadió:
—Entonces haré algo para los dos.
Fue a dirigirse a la cocina, pero se volvió de nuevo.
Algo había cambiado. Por una vez, ella no es¬taba agarrada a su hija con la ferocidad de una tigresa con su cachorro.
—¿Está dormida la niña? Myriam asintió.
—¿La oirás si se despierta?
Ella le mostró el intercomunicador y se sintió un poco aliviada. Por lo menos, él parecía preo¬cuparse un poco por el bienestar de su hija.
—Tengo esto. La oiré en cuanto se despierte.
—Muy bien
Desapareció en la cocina y Myriam se acomo¬dó en el sofá. Se sentía aliviada porque él estu¬viera allí, porque no la hubiera dejado sola.
Poco después él la llamó a la cocina y vio que había puesto la mesa para la cena. Todo era tan familiar que hizo que se le saltaran las lágrimas.
Víctor le puso un plato delante de champiño¬nes y tomate al horno. También había hecho una ensalada.
—Come —le dijo sirviendo vino para los dos—. Y luego vete a la cama. Tienes que acos¬tarte pronto—. Yo limpiaré.
Unas lágrimas estúpidas le nublaron la visión y le temblaron los labios. Le agradecía que él hubiera decidido retrasar la discusión sobre su divorcio para más adelante. No habría podido soportarlo. Tal vez al día siguiente...
Comió todo lo que pudo, bebió un poco de vino y, entre las nieblas de su cerebro, se percató de que la lavadora estaba funcionando. Por pri¬mera vez vio que faltaba el montón de ropa su¬cia de la niña que había dejado en el suelo.
Él era una roca a la que se quería agarrar y, en cualquier momento, se vería de rodillas en el suelo, dándole las gracias y alabándole por estar allí con ella. No podía dejar que eso sucediera. Tenía que contenerse.
—Gracias —le dijo—. Seguiré tu consejo y me acostaré ahora mismo.
De alguna manera, logró subir las escaleras sin caerse dormida y, cuando por fin se metió en la cama, lo hizo instantáneamente. Para ser des¬pertada poco después por una niña hambrienta.
Recuperó la consciencia tan aprisa como la había perdido, se levantó de la cama y fue a dar¬le el pecho a su hija.
Mientras lo hacía, pensó que eso iba a ser la norma durante algún tiempo.
Entonces entró Víctor. Llevaba unos calzon¬cillos negros y un vaso de leche caliente en una bandeja. A Myriam le dio un salto el corazón. Él era tan magnífico como lo recordaba.
Conteniendo la respiración, esperó esa mira¬da de disgusto, preguntándose cómo la soporta¬ría una segunda vez. Pero no se produjo. Él le dejó la bandeja cerca para que pudiera alcanzar el vaso.
—La he oído llorar y a ti andando como un elefante herido.
Eso lo dijo tan secamente y la descripción ha¬bía sido tan certera que a ella le entraron ganas de reír.
—Lamento haberte despertado.
—No lo lamentes. Por eso estoy aquí. Para ayudarte. Admito que no sé mucho de estas co¬sas, pero me imagino que una madre que le da el pecho a su hija necesita beber mucho.
Esta vez no se le notaba ninguna repulsión. Tal vez anteriormente ella se había equivocado, pensó mientras él se inclinaba para recoger toda la parafemalia de la niña.
Se dijo a sí mismo que era mejor que no lo mirara. También era mejor hacerle la pregunta para saberlo con certeza. Porque estaba segura de que Marimar no se tomaría nada bien que la de¬jaran sola en navidades.
—Supongo que te volverás a Londres por la mañana, ¿no?
Mientras hablaba se puso en pie. Su hija se había quedado dormida mientras comía, pero ella estaba ahora completamente despierta.
—Supones mal. Me quedaré hasta que esté seguro de que te las arreglas bien.
El alivio la hizo sentirse mareada. En esa ocasión, Víctor no iba a poner a Marimar por delante de las necesidades de su esposa abandonada y su hija.
—¿Quieres sujetarla? No la despertarás. Se¬guirá dormida hasta que vuelva a tener hambre.
—No.
Su respuesta fue inequívoca, pero la explica¬ción que le dio hizo que el corazón se le retorciera a Myriam.
—Llevamos vidas separadas. Tanto que, si Emilia no me hubiera mantenido informado, no sabría ni su fecha de nacimiento ni el sexo de la niña.
—Yo te lo habría dicho a través de los aboga¬dos.
— Si ese es el caso, no me puedo permitir verme atado a una niña cuya madre tiene ten¬dencia a desaparecer de la faz de la tierra.
—Yo nunca me opondría a que vieras a Chloe. Sería mucho mejor para ella conocer a su padre, pasar tiempo con él, incluso vacaciones, cuando fuera mayor. Debes darte cuenta de eso.
—No, ¿por qué me voy a dar cuenta? Hace seis meses no me preguntaste cuáles eran mis deseos, ni mucho menos quisiste encajar en ellos. ¿Por qué iba yo a encajar ahora en los tu¬yos?
Luego él se volvió hacia la puerta y añadió:
—Piénsalo, Myriam. Y por Dios, duerme todo lo que puedas.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Amigos muy íntimos
Gracias por los capitulos siguele por faaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Amigos muy íntimos
Gracias por los capitulos
dany- VBB PLATINO
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Re: Amigos muy íntimos
Muchas gracias y que bien ya nacio su hija solo espero que todo se solocione muy bien y que no se divorcien
Eva Robles- VBB BRONCE
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Re: Amigos muy íntimos
gracias por los cap niña solo espero que victor cambie de actitud ahora que nacio su hija xfis no tardes con el siguiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amigos muy íntimos
Capítulo 12
DE madrugada, Myriam volvía a acostar a Chloe después de haberle dado de comer de nuevo. Se sentía agotada. Se había pa¬sado media noche pensando en lo que él le había dicho y la otra media en lo que no había dicho. Y todo eso, sabiendo que Víctor estaba en la ha¬bitación de al lado y ella deseando que estuviera en su cama, a su lado.
Solo acababa de amanecer, pero ya lo oía abajo cuando se metió en el cuarto de baño para darse una ducha. Se lo podía imaginar encen¬diendo la chimenea, yendo por la nieve hasta la leñera para llevar más combustible para la cale¬facción, tal vez empezando a hacer el desayuno.
Víctor lo haría todo eso porque era su deber y él era así. Después de todo, ella seguía siendo su esposa y acababa de dar a luz a su hija. Su padre debía haberle pedido que cuidara de ella por un tiempo y luego se habían marchado, dejándolo sin más opción que quedarse con ella por unos días. Pero se iba a aburrir mortalmente e iba a estar deseando volverse a la civilización. Y con Marimar.
Se puso unos vaqueros y una sudadera de co¬lores vivos, se cepilló el cabello y, después de maquillarse un poco, algo que llevaba meses sin hacer, se sintió mejor y bajó las escaleras.
Allí se quedó helada y con los ojos muy abiertos.
En la chimenea ardía un fuego vivo, en eso había tenido razón, pero se había equivocado en todo lo demás. Él no parecía nada irritado o abu¬rrido. Sonreía al ver su reacción ante lo que esta¬ba viendo.
Había un precioso árbol de Navidad junto a una de las ventanas, adornado con cintas platea¬das, doradas y escarlatas. Lleno de lucecillas de colores y nieve artificial.
El sol estaba saliendo, haciendo que el jardín y el campo de más allá pareciera el país de las hadas. El cielo era de un color azul pálido. Una perfecta mañana de Navidad. Si todo no estuvie¬ra yendo tan mal.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Es precioso —dijo.
Deseó decirle que él también lo era. Llevaba unos vaqueros oscuros y estrechos y un grueso jersey. Iba despeinado y la austeridad de sus ras¬gos se veía suavizada por una sonrisa auténtica.
—¿De dónde has sacado el árbol?
—De Dorchester. Ayer por la tarde tuve que hacer algunas cosas allí, ¿recuerdas? El árbol era una de ellas. Los adornos otra. Quise darte una sorpresa. Hey, no llores. Es Navidad y también es importante que hagamos como si fuéramos felices, ¿de acuerdo? ¿Dónde he leído que las madres primerizas suelen estar siempre al borde de las lágrimas? .
¿Seria verdad que él se había interesado por el tema? ¿Habría leído algo sobre embarazos, nacimientos y niños? No se lo podía imaginar. Y eso de hacer como si fueran felices le había pa¬recido algo amargo.
Pero, por lo que se veía, él estaba decidido a hacer su papel. Cuando le preguntó si Chloe es¬taba dormida, ella pensó que también lo podía hacer.
—Profundamente. Y tengo el aparato de alar¬ma.
La sonrisa que le dedicó no fue forzada. Víctor había llamado a su hija por su nombre, por primera vez. Las cosas parecían ir mejorando en ese aspecto. Tenía que convencerlo de alguna manera de que ella nunca le negaría el acceso ala niña. Pero con cuidado. Sería terrible si lo asustaba y se le pasaba ese principio de interés paternal.
—El árbol ha sido una sorpresa encantadora —le dijo—.Debes llevar horas despierto. Relá¬jate, que yo haré el desayuno.
—Me parece bien.
La siguió a la cocina provocándole una mez¬cla de sentimientos. Si se hubiera quedado don¬de estaba, se habría sentido menos agobiada.
Mientras cocinaba, se dijo que tal vez debiera ser ella la que le dijera lo que le había ido a de¬cir ese día, cuando Marimar la echó de la casa. Que cuando se divorciaran, no le pediría nada para que pudieran seguir siendo amigos. Amigos dis-tantes.
Pero entonces él le dijo:
—Parece que actualmente se te da muy bien la cocina.
Y a ella se le derritieron las entrañas.
La realidad podía esperar. Le gustaba sentir como si hubieran vuelto a los viejos tiempos, como si siguieran siendo amigos. Aunque fuera así solo por ese día especial. Incluso los ejércitos enemigos solían hacer treguas el día de Navidad.
—Y todavía no has visto nada. Incluso he aprendido a cambiar los fusibles. Y a desatascar las cañerías. Sé que no te vas a creer esto, pero incluso puedo usar la lavadora sin mirar cons¬tantemente el libro de instrucciones.
¿Estaba tratando de decirle que se las podía arreglar sola, que había cambiado, que ya no era una completa inútil en las cosas del día a día? Tal vez. Como fuera, no pareció darle mucha importancia y le preguntó:
—¿Has vuelto a trabajar?
— Sí, pero no tanto como antes. Solo para mantenerme económicamente solvente sin tocar mi capital. No he podido trabajar a tiempo com¬pleto antes de que naciera Chloe porque tenía mucho que hacer en la casa y el jardín...
—Sí, ya lo sé. Emilia me lo ha contado. Y me alegro de saber que has contratado a ese granje¬ro jubilado para que haga el trabajo duro.
Víctor ya había terminado su desayuno y la estaba mirando con una expresión ilegible que hizo que a Myriam se le agitaran las entrañas. Es¬taba claro que él la había seguido de cerca du¬rante todos esos meses. Emilia le había contado hasta el más mínimo detalle. Eso solo podía sig¬nificar que aún le importaba algo, que se había sentido algo responsable cuando ella creía que se había lavado las manos por completo.
Eso la hizo sentirse relajada y cálida. Tanto que, cuando él le dijo que se había hecho un ho¬gar muy envidiable allí, se rio sin poder evitarlo.
—Te lo creas o no, antes de marcharme de Londres, me compré ese coche de segunda mano y un mapa de carreteras. Quería ir hacia el norte.
No le iba a decir que lo que había pretendidoera alejarse lo más posible de él sin salir del país.
—Llegué a Dorchester antes de darme cuenta de que iba por el camino equivocado. No quise darme la vuelta, así que me quedé y encontré la casa por una agencia.
— ¡Vaya! Querías ir al norte y acabaste yendo todo lo más posible hacia el sur —dijo él casi riendo también—. Tu sentido de la orientación siempre ha sido una catástrofe. ¡Siempre que te dicen que gires a la derecha, lo haces a la iz¬quierda! Myri, me tienes preocupado, de ver¬dad. Si te pones tras un volante, puede pasar cualquier cosa.
Víctor dejó un gran sobre marrón sobre la mesa y se puso tras ella.
—Para ti. Feliz Navidad, Myri.
En su voz había algo que la preocupó.
Myriam sacó unos documentos del sobre y, cuando vio que él se había hecho cargo de los gastos de la casa, se alegró de que estuviera de¬trás y no pudiera ver la desolación que se reflejó en sus ojos.
—Eres muy generoso.
Por supuesto, estaba claro que él no quería que volvieran a estar juntos. La quería allí, fuera de su camino. Estaba salvando su conciencia asegurándose de que tuviera un techo sobre la cabeza.
—Nada de eso —respondió él—. Cuando supe que te habías enamorado de esta casa y que eras feliz aquí, me puse en contacto con el due¬ño y le hice una oferta que no pudo rechazar. Conociéndote, no creí que tuvieras el sentido co¬mún de haber hecho un buen contrato. No quería que ni tú ni la niña os vierais en la calle cual¬quier día por un capricho del casero.
— ¡Qué amable! —Exclamó ella amargamen¬te.
Dejó de nuevo los documentos en el sobre, se levantó y se alejó de él.
—Myriam...
Ella se volvió sin querer.
—¿De verdad que quieres el divorcio?
El suave tono de su voz la destruyó.
¡Por supuesto que no quería el divorcio! En un mundo perfecto, el divorcio sería lo último que querría! Pero ese no era un mundo perfecto, ya que Marimar estaba en él.
—Sí —dijo.
—Ya veo —respondió él con la cara rígida.
—Y creo que sería lo mejor que te marcharas en cuanto las carreteras estén bien. Él se cruzó de brazos.
—Dime una cosa, ¿por qué? En un momento dado, parecías estar muy contenta y, al siguiente me dijiste que estabas embarazada y que querías el divorcio. Y lo siguiente que sé de tí es te has venido a vivir aquí sin decirme nada.
—Es evidente. Sabía que tú no querías tener hijos, y lo sé porque me lo dijiste tú mismo. Y también supe qué pasaría si me quedaba embara¬zada porque Marimar me lo dijo. ¡Tú me echaste! Y También sabía que era a ella a quien querías, no a mí. ¡No perdiste ni un segundo en hacer que se fuera a vivir contigo!
Permanecieron un momento en silencio y, por fin él, dijo lleno de ira:
—Cielos, tienes muy mala opinión de mí, ¿verdad? ¿Me crees capaz de eso? Ayer mismo me creíste capaz de marcharme y dejarte aquí sola. ¿O se trataba solo de una excusa conve¬niente? Las mujeres como tú tienen un nombre. Mujeres que toman lo que quieren y, cuando lo tienen, salen corriendo. Pero tienes razón en una cosa, ya es hora de que me marche. ¡Solo espero que puedas vivir contigo misma!
— ¡Víctor!
Pero él ya se había marchado. Oyó como daba un portazo al salir de la casa. Corrió tras él para que le explicara qué había querido decir, pero le fallaron las piernas y cayó al suelo.
¿Se había equivocado al interpretar todo eso? Todo lo que había visto, oído y deducido, ¿no sería más que una ilusión? ¿Había perdido la única esperanza de ser feliz que tendría en toda su vida?
DE madrugada, Myriam volvía a acostar a Chloe después de haberle dado de comer de nuevo. Se sentía agotada. Se había pa¬sado media noche pensando en lo que él le había dicho y la otra media en lo que no había dicho. Y todo eso, sabiendo que Víctor estaba en la ha¬bitación de al lado y ella deseando que estuviera en su cama, a su lado.
Solo acababa de amanecer, pero ya lo oía abajo cuando se metió en el cuarto de baño para darse una ducha. Se lo podía imaginar encen¬diendo la chimenea, yendo por la nieve hasta la leñera para llevar más combustible para la cale¬facción, tal vez empezando a hacer el desayuno.
Víctor lo haría todo eso porque era su deber y él era así. Después de todo, ella seguía siendo su esposa y acababa de dar a luz a su hija. Su padre debía haberle pedido que cuidara de ella por un tiempo y luego se habían marchado, dejándolo sin más opción que quedarse con ella por unos días. Pero se iba a aburrir mortalmente e iba a estar deseando volverse a la civilización. Y con Marimar.
Se puso unos vaqueros y una sudadera de co¬lores vivos, se cepilló el cabello y, después de maquillarse un poco, algo que llevaba meses sin hacer, se sintió mejor y bajó las escaleras.
Allí se quedó helada y con los ojos muy abiertos.
En la chimenea ardía un fuego vivo, en eso había tenido razón, pero se había equivocado en todo lo demás. Él no parecía nada irritado o abu¬rrido. Sonreía al ver su reacción ante lo que esta¬ba viendo.
Había un precioso árbol de Navidad junto a una de las ventanas, adornado con cintas platea¬das, doradas y escarlatas. Lleno de lucecillas de colores y nieve artificial.
El sol estaba saliendo, haciendo que el jardín y el campo de más allá pareciera el país de las hadas. El cielo era de un color azul pálido. Una perfecta mañana de Navidad. Si todo no estuvie¬ra yendo tan mal.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Es precioso —dijo.
Deseó decirle que él también lo era. Llevaba unos vaqueros oscuros y estrechos y un grueso jersey. Iba despeinado y la austeridad de sus ras¬gos se veía suavizada por una sonrisa auténtica.
—¿De dónde has sacado el árbol?
—De Dorchester. Ayer por la tarde tuve que hacer algunas cosas allí, ¿recuerdas? El árbol era una de ellas. Los adornos otra. Quise darte una sorpresa. Hey, no llores. Es Navidad y también es importante que hagamos como si fuéramos felices, ¿de acuerdo? ¿Dónde he leído que las madres primerizas suelen estar siempre al borde de las lágrimas? .
¿Seria verdad que él se había interesado por el tema? ¿Habría leído algo sobre embarazos, nacimientos y niños? No se lo podía imaginar. Y eso de hacer como si fueran felices le había pa¬recido algo amargo.
Pero, por lo que se veía, él estaba decidido a hacer su papel. Cuando le preguntó si Chloe es¬taba dormida, ella pensó que también lo podía hacer.
—Profundamente. Y tengo el aparato de alar¬ma.
La sonrisa que le dedicó no fue forzada. Víctor había llamado a su hija por su nombre, por primera vez. Las cosas parecían ir mejorando en ese aspecto. Tenía que convencerlo de alguna manera de que ella nunca le negaría el acceso ala niña. Pero con cuidado. Sería terrible si lo asustaba y se le pasaba ese principio de interés paternal.
—El árbol ha sido una sorpresa encantadora —le dijo—.Debes llevar horas despierto. Relá¬jate, que yo haré el desayuno.
—Me parece bien.
La siguió a la cocina provocándole una mez¬cla de sentimientos. Si se hubiera quedado don¬de estaba, se habría sentido menos agobiada.
Mientras cocinaba, se dijo que tal vez debiera ser ella la que le dijera lo que le había ido a de¬cir ese día, cuando Marimar la echó de la casa. Que cuando se divorciaran, no le pediría nada para que pudieran seguir siendo amigos. Amigos dis-tantes.
Pero entonces él le dijo:
—Parece que actualmente se te da muy bien la cocina.
Y a ella se le derritieron las entrañas.
La realidad podía esperar. Le gustaba sentir como si hubieran vuelto a los viejos tiempos, como si siguieran siendo amigos. Aunque fuera así solo por ese día especial. Incluso los ejércitos enemigos solían hacer treguas el día de Navidad.
—Y todavía no has visto nada. Incluso he aprendido a cambiar los fusibles. Y a desatascar las cañerías. Sé que no te vas a creer esto, pero incluso puedo usar la lavadora sin mirar cons¬tantemente el libro de instrucciones.
¿Estaba tratando de decirle que se las podía arreglar sola, que había cambiado, que ya no era una completa inútil en las cosas del día a día? Tal vez. Como fuera, no pareció darle mucha importancia y le preguntó:
—¿Has vuelto a trabajar?
— Sí, pero no tanto como antes. Solo para mantenerme económicamente solvente sin tocar mi capital. No he podido trabajar a tiempo com¬pleto antes de que naciera Chloe porque tenía mucho que hacer en la casa y el jardín...
—Sí, ya lo sé. Emilia me lo ha contado. Y me alegro de saber que has contratado a ese granje¬ro jubilado para que haga el trabajo duro.
Víctor ya había terminado su desayuno y la estaba mirando con una expresión ilegible que hizo que a Myriam se le agitaran las entrañas. Es¬taba claro que él la había seguido de cerca du¬rante todos esos meses. Emilia le había contado hasta el más mínimo detalle. Eso solo podía sig¬nificar que aún le importaba algo, que se había sentido algo responsable cuando ella creía que se había lavado las manos por completo.
Eso la hizo sentirse relajada y cálida. Tanto que, cuando él le dijo que se había hecho un ho¬gar muy envidiable allí, se rio sin poder evitarlo.
—Te lo creas o no, antes de marcharme de Londres, me compré ese coche de segunda mano y un mapa de carreteras. Quería ir hacia el norte.
No le iba a decir que lo que había pretendidoera alejarse lo más posible de él sin salir del país.
—Llegué a Dorchester antes de darme cuenta de que iba por el camino equivocado. No quise darme la vuelta, así que me quedé y encontré la casa por una agencia.
— ¡Vaya! Querías ir al norte y acabaste yendo todo lo más posible hacia el sur —dijo él casi riendo también—. Tu sentido de la orientación siempre ha sido una catástrofe. ¡Siempre que te dicen que gires a la derecha, lo haces a la iz¬quierda! Myri, me tienes preocupado, de ver¬dad. Si te pones tras un volante, puede pasar cualquier cosa.
Víctor dejó un gran sobre marrón sobre la mesa y se puso tras ella.
—Para ti. Feliz Navidad, Myri.
En su voz había algo que la preocupó.
Myriam sacó unos documentos del sobre y, cuando vio que él se había hecho cargo de los gastos de la casa, se alegró de que estuviera de¬trás y no pudiera ver la desolación que se reflejó en sus ojos.
—Eres muy generoso.
Por supuesto, estaba claro que él no quería que volvieran a estar juntos. La quería allí, fuera de su camino. Estaba salvando su conciencia asegurándose de que tuviera un techo sobre la cabeza.
—Nada de eso —respondió él—. Cuando supe que te habías enamorado de esta casa y que eras feliz aquí, me puse en contacto con el due¬ño y le hice una oferta que no pudo rechazar. Conociéndote, no creí que tuvieras el sentido co¬mún de haber hecho un buen contrato. No quería que ni tú ni la niña os vierais en la calle cual¬quier día por un capricho del casero.
— ¡Qué amable! —Exclamó ella amargamen¬te.
Dejó de nuevo los documentos en el sobre, se levantó y se alejó de él.
—Myriam...
Ella se volvió sin querer.
—¿De verdad que quieres el divorcio?
El suave tono de su voz la destruyó.
¡Por supuesto que no quería el divorcio! En un mundo perfecto, el divorcio sería lo último que querría! Pero ese no era un mundo perfecto, ya que Marimar estaba en él.
—Sí —dijo.
—Ya veo —respondió él con la cara rígida.
—Y creo que sería lo mejor que te marcharas en cuanto las carreteras estén bien. Él se cruzó de brazos.
—Dime una cosa, ¿por qué? En un momento dado, parecías estar muy contenta y, al siguiente me dijiste que estabas embarazada y que querías el divorcio. Y lo siguiente que sé de tí es te has venido a vivir aquí sin decirme nada.
—Es evidente. Sabía que tú no querías tener hijos, y lo sé porque me lo dijiste tú mismo. Y también supe qué pasaría si me quedaba embara¬zada porque Marimar me lo dijo. ¡Tú me echaste! Y También sabía que era a ella a quien querías, no a mí. ¡No perdiste ni un segundo en hacer que se fuera a vivir contigo!
Permanecieron un momento en silencio y, por fin él, dijo lleno de ira:
—Cielos, tienes muy mala opinión de mí, ¿verdad? ¿Me crees capaz de eso? Ayer mismo me creíste capaz de marcharme y dejarte aquí sola. ¿O se trataba solo de una excusa conve¬niente? Las mujeres como tú tienen un nombre. Mujeres que toman lo que quieren y, cuando lo tienen, salen corriendo. Pero tienes razón en una cosa, ya es hora de que me marche. ¡Solo espero que puedas vivir contigo misma!
— ¡Víctor!
Pero él ya se había marchado. Oyó como daba un portazo al salir de la casa. Corrió tras él para que le explicara qué había querido decir, pero le fallaron las piernas y cayó al suelo.
¿Se había equivocado al interpretar todo eso? Todo lo que había visto, oído y deducido, ¿no sería más que una ilusión? ¿Había perdido la única esperanza de ser feliz que tendría en toda su vida?
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Amigos muy íntimos
GRACIAS POR EL CAPITULO
dany- VBB PLATINO
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Re: Amigos muy íntimos
Gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Amigos muy íntimos
Capítulo 13
UNOS minutos más tarde, cuando Myriam oyó la puerta de la calle volverse a abrir y cerrar se puso en pie. Era Víctor. No podía ser otro.
Esperó oírlo subir las escaleras para recoger sus cosas. Se había marchado tan enfadado que se había olvidado de ellas. Eso le ahorraría tener que mandárselas, pensó.
Pero se abrió la puerta de la cocina. Myriam no lo pudo mirar. No se había sentido tan vacía en toda su vida.
—¿Te has olvidado algo? —le preguntó.
—Mi sentido común. Uno de los dos ha de conservarlo. Tú nunca has tenido mucho de eso y el mío se ha dejado llevar por las emociones.
Y es la primera vez que me sucede.
Ella empezó a recoger la mesa, pero Víctor se acercó y le quitó los platos y demás.
—Deja esto —le dijo—. Siéntate y yo haré café para los dos.
Poco después la mesa estaba recogida y él le ponía delante una taza de café humeante.
—Yo me baso siempre en la lógica, no en las emociones —dijo él—. Tú lo sabes, Myri. Cuando me contaste lo de tu embarazo y el divorcio en el espacio de dos segundos, me quedé pasmado. Luego pensé con lógica y decidí que, si lo consultabas con la almohada, te calmarías y podríamos hablar racionalmente por la mañana. Pero desapareciste.
Ella se estremeció. No quería hablar de eso, era el pasado y se había pasado seis meses poniéndolo allí.
—¿Y bien? ¿No tienes nada que decir? —le preguntó él—. Mira, voy a llegar al fondo de lo que tienes en la cabeza, así que no te resistas, ¿de acuerdo? Si nuestra hija sigue dormida diez minutos más, llegaré hasta allí. He esperado seis largos meses y no pienso esperar más. He sabido donde estabas desde el principio. Pero no te he exigido ninguna respuesta por la misma razón por la que hice que fuera tu padre quien te diera las cartas, porque tenía miedo de que te volvieras a marchar. Así que esperé hasta que compré esta casa a tu nombre, hasta que nació nuestra hija.
La mirada de determinación de él le indicó a Myriam que no estaba dispuesto a esperar más.
—No te puedo decir algo que ya no sepas — le dijo.
—Prueba. ¿No? Entonces, intentémoslo desde una dirección distinta. Hace diez minutos, ahí afuera, estaba dispuesto a romper con todo y volver a Londres. ¿Sabes lo que me ha detenido?
Myriam agitó la cabeza.
—He tenido meses para ver los hechos y, eso se me da muy bien. Así que se me ocurrieron dos explicaciones posibles. Una era que tú estabas económicamente segura, tanto por el depósito que puso Antonio a tu nombre hace años como por el que te dejara las acciones de la empresa, y no me necesitabas para mante¬nerte. Te habías metido en un matrimonio de conveniencia, que había cambiado. Ese cambio había sido que habías concebido una hija. Así que te marchaste cuando conseguiste lo que querías, la niña que yo te había hecho creer que nunca tendrías.
Víctor la miró fijamente y continuó:
—O dos, que Marimar tenía algo que ver con todo esto. Su nombre no dejaba de salir a la luz. En eso, el sentido común me dijo que con enfadarme no resolvería nada. Te conozco desde hace suficiente tiempo como para estar seguro de que no eres nada egoísta. Tú no tomas decisiones prácticas y duras a no ser que te veas forzada a ello. Tu comportamiento se debía a la emoción. Y supuse que eso tenía mucho que ver con tu poca autoestima y Marimar.
Esa forma de hablar tan práctica la irritó. ¡Él se creía tan listo, tan superior!
— ¡Claro que sí! —exclamó ella—. ¡No sé cómo te atreves a pensar otra cosa! Nunca has dejado de amarla y no trates de llevarme la contraria. Me echaste a la calle en el momento en que ella te dijo que había cambiado de opinión y que no le importaba no tener hijos porque seguíais locos el uno por el otro. Sobre todo, dado que yo me había quedado embarazada y harías aquello con lo que la amenazaste a ella. ¡Echarme a la calle! Y ahí os quedasteis los dos, tan contentos. ¡Me pone enferma mirarte!
Estaba diciendo incoherencias y lo sabía. Las lágrimas le corrían por la cara, pero eran de rabia. Y de un extraño alivio que sentía por soltarlo todo de una vez por todas.
— ¡Y allí estaba ella a la mañana siguiente, diciéndome que me marchara, que tú le habías dicho que me lo dijera y que nuestros abogados se ocuparían de todo. ¿Que si esto tiene algo que ver con Marimar? ¡Pues claro que sí!
—Myriam, calla —dijo él tomando de sus ma¬nos la taza que estaba a punto de romper—. Lo que estás diciendo no tiene sentido. ¿Cuándo tu¬viste esa conversación con ella?
La voz de él se había suavizado.
—¿Cuándo y dónde crees? En esa fiesta de caridad. A la que yo no quería ir porque había descubierto que estaba embarazada y que iba a tener que contártelo. Entonces apareció ella y me dijo...
Él le puso un dedo en los labios para hacerla callar. Solo con ese contacto ella se vio reducida a una masa estremecida de estupidez.
—Creo que estoy empezando a entender. ¿Y después de eso nos viste juntos? Y yo me estaba riendo, ¿no? ¿En su cara? Ella estaba evi¬dentemente decidida a ligar y me hizo una serie de sugerencias inmorales de las que no tuve más remedio que reírme. Y me produjo un gran placer decirle que estaba perdiendo el tiempo, que tenía una esposa que satisfacía cualquier posible necesidad que tuviera. ¿Y fue por lo que ella te dijo por lo que me preguntaste si yo le había dicho que no quería tener familia? Y fue por tu inexplicable falta de autoestima por lo que te creíste a pies juntillas todo lo que dijo. Ella ha estado tratando de hacernos romper, ¿no te das cuenta? Y lo logró. Tú me dejaste y me proporcionaste los peores seis meses de toda mi vida.
—¿Lo dices en serio? ¿De verdad qué has de¬jado de amarla?
—Yo no la he amado nunca, Myriam —res¬pondió Víctor—. No se me nota mucho, pero trata de entender. Había llegado a la conclusión de que, con el tiempo, sentaría la cabeza y me casaría. No me gustaba la idea de estar comple¬tamente solo en los años venideros. Marimar encajaba en el papel, o eso pensaba yo, así que le propuse matrimonio solo con la cabeza, Myriam, no con el corazón. Le dije que no me interesaba tener hijos, pero ella me contestó que no había problema, que no tenía nada de maternal. Ya estaba empezando a cansarme de ella cuando la oí decir algo acerca de un tal Hooray Henry en una fiesta, que lo podía dejar para casarse con alguien como yo, con todo mi dinero. Myriam, a pesar de lo que ella le dijo a la prensa, fui yo quien rompió el compromiso, no al revés. ¿Me crees?
Ella quería hacerlo, pero tenía que preguntarle.
—¿Entonces qué estaba haciendo ella en tu casa esa mañana? ¿Llevarte el periódico? Sé que me pasé al marcharme como lo hice. Era cosa de las hormonas, supongo. Pero volví a la mañana siguiente para hablar contigo y fue ella la que me abrió la puerta y me dijo que no querías volverme a ver.
Víctor la tomó de las manos y ella se quedó sin respiración.
—Yo no le di ningún mensaje para ti. No tenía ni idea de que hubieras ido a casa. Debiste llegar justo cuando la señora Barrera me dijo que le pasaba algo a la lavadora y fui a ver qué era.
Y Marimar estaba allí porque yo le pedí que fuera. No, no te estremezcas, Myri. Como la noche anterior me habías hablado del divorcio, yo pen¬sé que ella tenía algo que ver y quería saber qué. La había visto hablando contigo y, después de eso, todo había cambiado entre nosotros, se había transformado en una pesadilla.
—¿Fue una pesadilla también para ti?
—Mejor que lo creas. No le pude sacar nada a Marimar y la eché de casa. Luego, llamé a casa de tu padre, dejé mensajes, y nada. No tenía ni idea de dónde estabas tú. Estaba casi fuera de mí cuando por fin localicé a Antonio y él me dijo que tú estabas bien.
Después, la miró fijamente y añadió:
—Quiero que vuelvas conmigo.
Myriam se mareó, pero esta vez de alegría.
Retiró las manos y se puso en pie. Ya se sentía mucho mejor, más fuerte. Él nunca había estado enamorado de. Marimar y lo creía. No era capaz de amar a nadie. Su hija necesitaba ser amada ¡y ella también!
Pero no podía vivir con él sabiendo que él no la amaba a ella. No podía permitir que la volviera a utilizar como antes.
—No —dijo—. Nos faltarían demasiadas cosas.
—Explícate. Cuéntame qué nos faltaría que no hayamos tenido antes.
—Muy bien. Te diré qué nos faltaría. Me has dicho que le propusiste matrimonio a Marimar con la cabeza y eso lo puedo entender. No te puedes permitir tener una relación emocional por la forma en que te criaron. Debes haber aprendido muy pronto que, si amas a alguien puedes sufrir el dolor de que te rechacen, así que has alejado cualquier tipo de emoción de tu vida.
Él no dijo nada que la contradijera, pero tampoco se lo había esperado, así que Myriam continuó:
—Como eres un buen hombre, un hombre honorable, estabas-decidido a no tener hijos por como eres. Cuando me dijiste que nos casáramos, yo pensé que era para devolvérsela a Piona por haberte dejado tan públicamente. Y cuando dijiste que querías tener sexo conmigo, me prgunté si no me estarías utilizando para olvidarla, pero ese no era el caso, ¿verdad? Tú nunca la amaste como yo creía que la amabas, pero porque no podías. Cuando me propusiste matrimonio a mí fue también con la cabeza.
—No, Myriam. Tú siempre has estado en mi corazón. Eras una presencia tranquilizadora, inocente, inconscientemente divertida y completamente cariñosa. Cuando te propuse matrimonio, fue porque necesitaba todo lo que tú eras en mi vida. Mírame, Myriam, y cree lo que té digo.
Ella lo hizo y, lo primero que pensó era que necesitaba un afeitado, pero a partir de ahí, su cerebro dejó de funcionar.
Víctor le abarcó el rostro entre las manos y añadió:
—Se suponía que el nuestro iba a ser un matrimonio de conveniencia, dos amigos que se conocían y respetaban. Fue por eso por lo que surgió el tema de no tener hijos. Por lo que yo sabía, tú podías querer tener media docena. Y yo ya estaba harto de las mujeres y de las relaciones sexuales sin sentido. Pero la cosa no salió así, ¿verdad? Llegué a no poder mirarte sin querer hacer el amor contigo. Me transformé en un hombre contento con lo que tenía. Lo tenía todo. Pero cuando te marchaste, me di cuenta de que lo que me había pasado era que me había ena-morado profundamente de ti. Que había dado mi corazón por primera vez en mi vida. Sin reservas. No podía soportar la idea de pasar el resto de mi vida sin ti.
Esas palabras la llenaron de felicidad, pero él continuó hablando.
—Si de verdad quieres el divorcio, lo puedes tener. Pero si vuelves conmigo, serás amada más que lo haya sido cualquier otra mujer. Te lo prometo.
—¿Y Chloe también?
Ella sabía que la respuesta de él podía ser tre¬mendamente importante.
—Las dos mujeres de mi vida tendrán todo el amor de que soy capaz. ¿Podemos empezar de nuevo? Por favor, Myriam...
Ella nunca antes lo había visto tan vulnerable. Eso le habría roto el corazón si no lo tuviera lleno de alegría.
— ¡Por supuesto que podemos! —susurró.
Luego se echó a reír cuando en la alarma sonó el llanto de su hija.
Víctor la abrazó fuertemente y, cuando la soltó, estaba sonriendo.
— ¡Supongo que de esto se trata eso de ser padres! Quédate aquí, yo iré a por ella. ¡Y luego te diré lo feliz que me has hecho!
Las últimas dudas de ella acerca de su cariño por su hija se esfumaron cuando lo vio volver con ella en brazos, sonriendo orgullosamente.
—No me puedo ofrecer a darle de comer — dijo él—. Pero puedo ir a por todas esas cosas que pareces necesitar. Myriam, dime que has dicho en serio eso último. ¿Tú me amas?
Myriam le acarició la mejilla, que parecía papel de lija.
—Necesitas un afeitado. Y por supuesto que te amo. ¿Cómo no voy a hacerlo? Te amo desde que llevaba coletas en el colegio.
—Gracias —dijo él simplemente y se inclinó para darle un leve beso—. Gracias por eso.
El fuego estaba ardiendo en la chimenea, los adornos del árbol lo reflejaban y Chloe estaba profundamente dormida en su cesto.
Myriam estaba apoyada en el hombro de Víctor, .como drogada por el amor. El día de Navidad casi había pasado, pero la magia del mismo duraría años en sus corazones.
—Víctor —dijo—. Esta casa es nuestra. ¿Qué vas a hacer con ella?
—Ya me conoces. He pensado en todas las contingencias. Si no hubieras querido tener nada que ver conmigo, por lo menos yo sabría que estabas en un sitio seguro, Pero, si como rogaba que fuera, volvías conmigo, entonces había pensado construir otra casa en la parte de atrás para que la señora Barrera se pudiera insta¬lar aquí como ama de llaves permanente. Le he hablado de ello y está de acuerdo. Podríamos venir a pasar los fines de semana o cuando quisiéramos. A Chloe seguro que le encantará la libertad de vivir en el campo y ya encontraremos a alguien para que lleve la casa de Londres. Alguien que te pueda ayudar y que se pueda quedar con la niña cuando tengamos que salir. No voy a dejar que seas tú la que se ocupe de la casa. Tú y yo tenemos muchas cosas que hacer.
—Realmente tienes respuesta para todo, ¿verdad?
—Por supuesto. Y en ese momento, ya es hora de acostarnos, señora García.
Víctor se levantó, la tomó de las manos y la hizo ponerse en pie. Luego la abrazó.
Ella nunca antes lo había visto tan vulnera¬ble. Eso le habría roto el corazón si no lo tuviera lleno de alegría.
— ¡Por supuesto que podemos! —susurró.
Luego se echó a reír cuando en la alarma sonó el llanto de su hija.
Víctor la abrazó fuertemente y, cuando la soltó, estaba sonriendo.
— ¡Supongo que de esto se trata eso de ser padres! Quédate aquí, yo iré a por ella. ¡Y luego te diré lo feliz que me has hecho!
Las últimas dudas de ella acerca de su cariño por su hija se esfumaron cuando lo vio volver con ella en brazos, sonriendo orgullosamente.
—No me puedo ofrecer a darle de comer — dijo él—. Pero puedo ir a por todas esas cosas que pareces necesitar. Myriam, dime que has dicho en serio eso último. ¿Tú me amas?
Myriam le acarició la mejilla, que parecía papel de lija.
—Necesitas un afeitado. Y por supuesto que te amo. ¿Cómo no voy a hacerlo? Te amo desde que llevaba coletas en el colegio.
—Gracias —dijo él simplemente y se inclinó para darle un leve beso—. Gracias por eso.
El fuego estaba ardiendo en la chimenea, los adornos del árbol lo reflejaban y Chloe estaba profundamente dormida en su cesto.
Myriam estaba apoyada en el hombro de Víctor, .como drogada por el amor. El día de Navidad casi había pasado, pero la magia del mismo duraría años en sus corazones.
—Víctor —dijo—. Esta casa es nuestra. ¿Qué vas a hacer con ella?
—Ya me conoces. He pensado en todas las contingencias. Si no hubieras querido tener nada que ver conmigo, por lo menos yo sabría que estabas en un sitio seguro, Pero, si como rogaba que fuera, volvías conmigo, entonces había pensado construir otra casa en la parte de atrás para que la señora Barrera se pudiera insta¬lar aquí como ama de llaves permanente. Le he hablado de ello y está de acuerdo. Podríamos venir a pasar los fines de semana o cuando quisiéramos. A Chloe seguro que le encantará la libertad de vivir en el campo y ya encontraremos a alguien para que lleve la casa de Londres. Alguien que te pueda ayudar y que se pueda quedar con la niña cuando tengamos que salir. No voy a dejar que seas tú la que se ocupe de la casa. Tú y yo tenemos muchas cosas que hacer.
—Realmente tienes respuesta para todo, ¿verdad?
—Por supuesto. Y en ese momento, ya es hora de acostarnos, señora García.
Víctor se levantó, la tomó de las manos y la hizo ponerse en pie. Luego la abrazó.
—Voy a pasarme la noche abrazado a ti. Y,si esta señorita se despierta con hambre, yo te la traeré a la cama. Y la cambiaré yo también. Y por la mañana, te llevaré el desayuno a la cama. ¿Qué te parece?
— ¡Perfecto! —exclamó ella pasándole los brazos por el cuello—. ¡Perfecto!
FIN
UNOS minutos más tarde, cuando Myriam oyó la puerta de la calle volverse a abrir y cerrar se puso en pie. Era Víctor. No podía ser otro.
Esperó oírlo subir las escaleras para recoger sus cosas. Se había marchado tan enfadado que se había olvidado de ellas. Eso le ahorraría tener que mandárselas, pensó.
Pero se abrió la puerta de la cocina. Myriam no lo pudo mirar. No se había sentido tan vacía en toda su vida.
—¿Te has olvidado algo? —le preguntó.
—Mi sentido común. Uno de los dos ha de conservarlo. Tú nunca has tenido mucho de eso y el mío se ha dejado llevar por las emociones.
Y es la primera vez que me sucede.
Ella empezó a recoger la mesa, pero Víctor se acercó y le quitó los platos y demás.
—Deja esto —le dijo—. Siéntate y yo haré café para los dos.
Poco después la mesa estaba recogida y él le ponía delante una taza de café humeante.
—Yo me baso siempre en la lógica, no en las emociones —dijo él—. Tú lo sabes, Myri. Cuando me contaste lo de tu embarazo y el divorcio en el espacio de dos segundos, me quedé pasmado. Luego pensé con lógica y decidí que, si lo consultabas con la almohada, te calmarías y podríamos hablar racionalmente por la mañana. Pero desapareciste.
Ella se estremeció. No quería hablar de eso, era el pasado y se había pasado seis meses poniéndolo allí.
—¿Y bien? ¿No tienes nada que decir? —le preguntó él—. Mira, voy a llegar al fondo de lo que tienes en la cabeza, así que no te resistas, ¿de acuerdo? Si nuestra hija sigue dormida diez minutos más, llegaré hasta allí. He esperado seis largos meses y no pienso esperar más. He sabido donde estabas desde el principio. Pero no te he exigido ninguna respuesta por la misma razón por la que hice que fuera tu padre quien te diera las cartas, porque tenía miedo de que te volvieras a marchar. Así que esperé hasta que compré esta casa a tu nombre, hasta que nació nuestra hija.
La mirada de determinación de él le indicó a Myriam que no estaba dispuesto a esperar más.
—No te puedo decir algo que ya no sepas — le dijo.
—Prueba. ¿No? Entonces, intentémoslo desde una dirección distinta. Hace diez minutos, ahí afuera, estaba dispuesto a romper con todo y volver a Londres. ¿Sabes lo que me ha detenido?
Myriam agitó la cabeza.
—He tenido meses para ver los hechos y, eso se me da muy bien. Así que se me ocurrieron dos explicaciones posibles. Una era que tú estabas económicamente segura, tanto por el depósito que puso Antonio a tu nombre hace años como por el que te dejara las acciones de la empresa, y no me necesitabas para mante¬nerte. Te habías metido en un matrimonio de conveniencia, que había cambiado. Ese cambio había sido que habías concebido una hija. Así que te marchaste cuando conseguiste lo que querías, la niña que yo te había hecho creer que nunca tendrías.
Víctor la miró fijamente y continuó:
—O dos, que Marimar tenía algo que ver con todo esto. Su nombre no dejaba de salir a la luz. En eso, el sentido común me dijo que con enfadarme no resolvería nada. Te conozco desde hace suficiente tiempo como para estar seguro de que no eres nada egoísta. Tú no tomas decisiones prácticas y duras a no ser que te veas forzada a ello. Tu comportamiento se debía a la emoción. Y supuse que eso tenía mucho que ver con tu poca autoestima y Marimar.
Esa forma de hablar tan práctica la irritó. ¡Él se creía tan listo, tan superior!
— ¡Claro que sí! —exclamó ella—. ¡No sé cómo te atreves a pensar otra cosa! Nunca has dejado de amarla y no trates de llevarme la contraria. Me echaste a la calle en el momento en que ella te dijo que había cambiado de opinión y que no le importaba no tener hijos porque seguíais locos el uno por el otro. Sobre todo, dado que yo me había quedado embarazada y harías aquello con lo que la amenazaste a ella. ¡Echarme a la calle! Y ahí os quedasteis los dos, tan contentos. ¡Me pone enferma mirarte!
Estaba diciendo incoherencias y lo sabía. Las lágrimas le corrían por la cara, pero eran de rabia. Y de un extraño alivio que sentía por soltarlo todo de una vez por todas.
— ¡Y allí estaba ella a la mañana siguiente, diciéndome que me marchara, que tú le habías dicho que me lo dijera y que nuestros abogados se ocuparían de todo. ¿Que si esto tiene algo que ver con Marimar? ¡Pues claro que sí!
—Myriam, calla —dijo él tomando de sus ma¬nos la taza que estaba a punto de romper—. Lo que estás diciendo no tiene sentido. ¿Cuándo tu¬viste esa conversación con ella?
La voz de él se había suavizado.
—¿Cuándo y dónde crees? En esa fiesta de caridad. A la que yo no quería ir porque había descubierto que estaba embarazada y que iba a tener que contártelo. Entonces apareció ella y me dijo...
Él le puso un dedo en los labios para hacerla callar. Solo con ese contacto ella se vio reducida a una masa estremecida de estupidez.
—Creo que estoy empezando a entender. ¿Y después de eso nos viste juntos? Y yo me estaba riendo, ¿no? ¿En su cara? Ella estaba evi¬dentemente decidida a ligar y me hizo una serie de sugerencias inmorales de las que no tuve más remedio que reírme. Y me produjo un gran placer decirle que estaba perdiendo el tiempo, que tenía una esposa que satisfacía cualquier posible necesidad que tuviera. ¿Y fue por lo que ella te dijo por lo que me preguntaste si yo le había dicho que no quería tener familia? Y fue por tu inexplicable falta de autoestima por lo que te creíste a pies juntillas todo lo que dijo. Ella ha estado tratando de hacernos romper, ¿no te das cuenta? Y lo logró. Tú me dejaste y me proporcionaste los peores seis meses de toda mi vida.
—¿Lo dices en serio? ¿De verdad qué has de¬jado de amarla?
—Yo no la he amado nunca, Myriam —res¬pondió Víctor—. No se me nota mucho, pero trata de entender. Había llegado a la conclusión de que, con el tiempo, sentaría la cabeza y me casaría. No me gustaba la idea de estar comple¬tamente solo en los años venideros. Marimar encajaba en el papel, o eso pensaba yo, así que le propuse matrimonio solo con la cabeza, Myriam, no con el corazón. Le dije que no me interesaba tener hijos, pero ella me contestó que no había problema, que no tenía nada de maternal. Ya estaba empezando a cansarme de ella cuando la oí decir algo acerca de un tal Hooray Henry en una fiesta, que lo podía dejar para casarse con alguien como yo, con todo mi dinero. Myriam, a pesar de lo que ella le dijo a la prensa, fui yo quien rompió el compromiso, no al revés. ¿Me crees?
Ella quería hacerlo, pero tenía que preguntarle.
—¿Entonces qué estaba haciendo ella en tu casa esa mañana? ¿Llevarte el periódico? Sé que me pasé al marcharme como lo hice. Era cosa de las hormonas, supongo. Pero volví a la mañana siguiente para hablar contigo y fue ella la que me abrió la puerta y me dijo que no querías volverme a ver.
Víctor la tomó de las manos y ella se quedó sin respiración.
—Yo no le di ningún mensaje para ti. No tenía ni idea de que hubieras ido a casa. Debiste llegar justo cuando la señora Barrera me dijo que le pasaba algo a la lavadora y fui a ver qué era.
Y Marimar estaba allí porque yo le pedí que fuera. No, no te estremezcas, Myri. Como la noche anterior me habías hablado del divorcio, yo pen¬sé que ella tenía algo que ver y quería saber qué. La había visto hablando contigo y, después de eso, todo había cambiado entre nosotros, se había transformado en una pesadilla.
—¿Fue una pesadilla también para ti?
—Mejor que lo creas. No le pude sacar nada a Marimar y la eché de casa. Luego, llamé a casa de tu padre, dejé mensajes, y nada. No tenía ni idea de dónde estabas tú. Estaba casi fuera de mí cuando por fin localicé a Antonio y él me dijo que tú estabas bien.
Después, la miró fijamente y añadió:
—Quiero que vuelvas conmigo.
Myriam se mareó, pero esta vez de alegría.
Retiró las manos y se puso en pie. Ya se sentía mucho mejor, más fuerte. Él nunca había estado enamorado de. Marimar y lo creía. No era capaz de amar a nadie. Su hija necesitaba ser amada ¡y ella también!
Pero no podía vivir con él sabiendo que él no la amaba a ella. No podía permitir que la volviera a utilizar como antes.
—No —dijo—. Nos faltarían demasiadas cosas.
—Explícate. Cuéntame qué nos faltaría que no hayamos tenido antes.
—Muy bien. Te diré qué nos faltaría. Me has dicho que le propusiste matrimonio a Marimar con la cabeza y eso lo puedo entender. No te puedes permitir tener una relación emocional por la forma en que te criaron. Debes haber aprendido muy pronto que, si amas a alguien puedes sufrir el dolor de que te rechacen, así que has alejado cualquier tipo de emoción de tu vida.
Él no dijo nada que la contradijera, pero tampoco se lo había esperado, así que Myriam continuó:
—Como eres un buen hombre, un hombre honorable, estabas-decidido a no tener hijos por como eres. Cuando me dijiste que nos casáramos, yo pensé que era para devolvérsela a Piona por haberte dejado tan públicamente. Y cuando dijiste que querías tener sexo conmigo, me prgunté si no me estarías utilizando para olvidarla, pero ese no era el caso, ¿verdad? Tú nunca la amaste como yo creía que la amabas, pero porque no podías. Cuando me propusiste matrimonio a mí fue también con la cabeza.
—No, Myriam. Tú siempre has estado en mi corazón. Eras una presencia tranquilizadora, inocente, inconscientemente divertida y completamente cariñosa. Cuando te propuse matrimonio, fue porque necesitaba todo lo que tú eras en mi vida. Mírame, Myriam, y cree lo que té digo.
Ella lo hizo y, lo primero que pensó era que necesitaba un afeitado, pero a partir de ahí, su cerebro dejó de funcionar.
Víctor le abarcó el rostro entre las manos y añadió:
—Se suponía que el nuestro iba a ser un matrimonio de conveniencia, dos amigos que se conocían y respetaban. Fue por eso por lo que surgió el tema de no tener hijos. Por lo que yo sabía, tú podías querer tener media docena. Y yo ya estaba harto de las mujeres y de las relaciones sexuales sin sentido. Pero la cosa no salió así, ¿verdad? Llegué a no poder mirarte sin querer hacer el amor contigo. Me transformé en un hombre contento con lo que tenía. Lo tenía todo. Pero cuando te marchaste, me di cuenta de que lo que me había pasado era que me había ena-morado profundamente de ti. Que había dado mi corazón por primera vez en mi vida. Sin reservas. No podía soportar la idea de pasar el resto de mi vida sin ti.
Esas palabras la llenaron de felicidad, pero él continuó hablando.
—Si de verdad quieres el divorcio, lo puedes tener. Pero si vuelves conmigo, serás amada más que lo haya sido cualquier otra mujer. Te lo prometo.
—¿Y Chloe también?
Ella sabía que la respuesta de él podía ser tre¬mendamente importante.
—Las dos mujeres de mi vida tendrán todo el amor de que soy capaz. ¿Podemos empezar de nuevo? Por favor, Myriam...
Ella nunca antes lo había visto tan vulnerable. Eso le habría roto el corazón si no lo tuviera lleno de alegría.
— ¡Por supuesto que podemos! —susurró.
Luego se echó a reír cuando en la alarma sonó el llanto de su hija.
Víctor la abrazó fuertemente y, cuando la soltó, estaba sonriendo.
— ¡Supongo que de esto se trata eso de ser padres! Quédate aquí, yo iré a por ella. ¡Y luego te diré lo feliz que me has hecho!
Las últimas dudas de ella acerca de su cariño por su hija se esfumaron cuando lo vio volver con ella en brazos, sonriendo orgullosamente.
—No me puedo ofrecer a darle de comer — dijo él—. Pero puedo ir a por todas esas cosas que pareces necesitar. Myriam, dime que has dicho en serio eso último. ¿Tú me amas?
Myriam le acarició la mejilla, que parecía papel de lija.
—Necesitas un afeitado. Y por supuesto que te amo. ¿Cómo no voy a hacerlo? Te amo desde que llevaba coletas en el colegio.
—Gracias —dijo él simplemente y se inclinó para darle un leve beso—. Gracias por eso.
El fuego estaba ardiendo en la chimenea, los adornos del árbol lo reflejaban y Chloe estaba profundamente dormida en su cesto.
Myriam estaba apoyada en el hombro de Víctor, .como drogada por el amor. El día de Navidad casi había pasado, pero la magia del mismo duraría años en sus corazones.
—Víctor —dijo—. Esta casa es nuestra. ¿Qué vas a hacer con ella?
—Ya me conoces. He pensado en todas las contingencias. Si no hubieras querido tener nada que ver conmigo, por lo menos yo sabría que estabas en un sitio seguro, Pero, si como rogaba que fuera, volvías conmigo, entonces había pensado construir otra casa en la parte de atrás para que la señora Barrera se pudiera insta¬lar aquí como ama de llaves permanente. Le he hablado de ello y está de acuerdo. Podríamos venir a pasar los fines de semana o cuando quisiéramos. A Chloe seguro que le encantará la libertad de vivir en el campo y ya encontraremos a alguien para que lleve la casa de Londres. Alguien que te pueda ayudar y que se pueda quedar con la niña cuando tengamos que salir. No voy a dejar que seas tú la que se ocupe de la casa. Tú y yo tenemos muchas cosas que hacer.
—Realmente tienes respuesta para todo, ¿verdad?
—Por supuesto. Y en ese momento, ya es hora de acostarnos, señora García.
Víctor se levantó, la tomó de las manos y la hizo ponerse en pie. Luego la abrazó.
Ella nunca antes lo había visto tan vulnera¬ble. Eso le habría roto el corazón si no lo tuviera lleno de alegría.
— ¡Por supuesto que podemos! —susurró.
Luego se echó a reír cuando en la alarma sonó el llanto de su hija.
Víctor la abrazó fuertemente y, cuando la soltó, estaba sonriendo.
— ¡Supongo que de esto se trata eso de ser padres! Quédate aquí, yo iré a por ella. ¡Y luego te diré lo feliz que me has hecho!
Las últimas dudas de ella acerca de su cariño por su hija se esfumaron cuando lo vio volver con ella en brazos, sonriendo orgullosamente.
—No me puedo ofrecer a darle de comer — dijo él—. Pero puedo ir a por todas esas cosas que pareces necesitar. Myriam, dime que has dicho en serio eso último. ¿Tú me amas?
Myriam le acarició la mejilla, que parecía papel de lija.
—Necesitas un afeitado. Y por supuesto que te amo. ¿Cómo no voy a hacerlo? Te amo desde que llevaba coletas en el colegio.
—Gracias —dijo él simplemente y se inclinó para darle un leve beso—. Gracias por eso.
El fuego estaba ardiendo en la chimenea, los adornos del árbol lo reflejaban y Chloe estaba profundamente dormida en su cesto.
Myriam estaba apoyada en el hombro de Víctor, .como drogada por el amor. El día de Navidad casi había pasado, pero la magia del mismo duraría años en sus corazones.
—Víctor —dijo—. Esta casa es nuestra. ¿Qué vas a hacer con ella?
—Ya me conoces. He pensado en todas las contingencias. Si no hubieras querido tener nada que ver conmigo, por lo menos yo sabría que estabas en un sitio seguro, Pero, si como rogaba que fuera, volvías conmigo, entonces había pensado construir otra casa en la parte de atrás para que la señora Barrera se pudiera insta¬lar aquí como ama de llaves permanente. Le he hablado de ello y está de acuerdo. Podríamos venir a pasar los fines de semana o cuando quisiéramos. A Chloe seguro que le encantará la libertad de vivir en el campo y ya encontraremos a alguien para que lleve la casa de Londres. Alguien que te pueda ayudar y que se pueda quedar con la niña cuando tengamos que salir. No voy a dejar que seas tú la que se ocupe de la casa. Tú y yo tenemos muchas cosas que hacer.
—Realmente tienes respuesta para todo, ¿verdad?
—Por supuesto. Y en ese momento, ya es hora de acostarnos, señora García.
Víctor se levantó, la tomó de las manos y la hizo ponerse en pie. Luego la abrazó.
—Voy a pasarme la noche abrazado a ti. Y,si esta señorita se despierta con hambre, yo te la traeré a la cama. Y la cambiaré yo también. Y por la mañana, te llevaré el desayuno a la cama. ¿Qué te parece?
— ¡Perfecto! —exclamó ella pasándole los brazos por el cuello—. ¡Perfecto!
FIN
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
- Cantidad de envíos : 27
Fecha de inscripción : 05/01/2013
Re: Amigos muy íntimos
muchas gracias por la novelita me encanto.
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amigos muy íntimos
GRACIAS POR EL FINAL DE LA NOVELA ME ENCANTO.
dany- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 883
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amigos muy íntimos
mil garcias por la novelita niña me encanto de principio a fin
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
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