Vicco y la Viccobebe
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Amigos muy íntimos

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Dianitha
Sofia_GMVM
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Mensaje  Sofia_GMVM Dom Ene 06, 2013 1:03 pm

Víctor García estaba decidiDo a casarse, así que cuando su novia lo abandonó, decidió proponerle matrimonio a Myriam Montemayor. Para esta suspuso una tremenda sorpresa, pero amaba secretamente a Víctor y aceptó, pretendiendo demostrarle que podía ser para él más que una esposa de conveniencia. El resultado fue un niño que nacería en Navidad. Pero antes de que Myriam pudiera decirle a Víctor que estaba embarazada, descubrió la razón por la que el había roto con su ex novia, Víctor nunca había querido ser padre...


Última edición por Sofia_GMVM el Dom Ene 06, 2013 1:05 pm, editado 1 vez

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Mensaje  Sofia_GMVM Dom Ene 06, 2013 1:04 pm

Capítulo 1

ASÍ que estas van a ser tus habituales navidades tranquilas —dijo Ines desde las profundidades del sillón de orejas donde estaba sentada—. ¡Pobrecilla! Realmen-te deberías aprender a divertirte, Myri. Nunca se sabe, es posible que hasta te guste.
Su suave y bonita boca hizo un mohín de dis¬gusto mientras agitaba su atractivo cuerpo con una excitación apenas contenida. Myri miró a su mejor amiga y se preguntó si su madre no la habría querido si fuera más como Ines, bonita y atractiva, animada y alegre en vez de...
Apartó ese pensamiento. Eso ya era pasado. Su madre había muerto hacía nueve años, cuando Myri tenía solo dieciséis años y no servía de nada seguir dándole vueltas al pasado, nada lo traería de nuevo ni lo modificaría.
—Tu casa debe estar ya llena —dijo sonrien¬do.
Se daba cuenta de la excitación de su amiga y la entendía. Se puso sus gafas y miró su libro de cocina. Sobre todo en Navidad, la Vieja Recto¬ría, al otro lado del pueblo de Sussex, que siem¬pre parecía una postal, era como un imán para la gran y poco complicada familia que los padres de Ines habían creado. La gran casa se llenaría de niños, risas y amor.
Y eso en contraste con la austera grandiosi¬dad de la casa donde estaban, el hogar que com¬partía con su padre viudo.
—Estará todo el mundo —dijo Ines.
Luego levantó la mano izquierda y miró la brillante esmeralda que llevaba en él dedo anu¬lar.
—Además de Frank y sus padres —añadió—. Llegarán mañana, la víspera de Navidad, así que estás invitada a almorzar el día de Navidad. Trá¬ete a tu padre, como la señora Gomez no está, así no tendrás que cocinar. Y no aceptaré un no por respuesta. No puedo esperar a presentarle mi no¬vio a mi mejor amiga.
—Lo siento. Pero Víctor va a pasar las fiestas aquí, ha llamado esta mañana para decirlo. El corazón se le retorció dolorosamente. Víctor debía estar sintiéndose fatal. Sus planes para la Navidad debían haber sido mucho más glamorosos, más románticos que pasar unos días tranquilos allí.
—Ya sé que me vas a decir que lo lleve tam¬bién, pero no creo que esté de humor para fies¬tas, no, teniendo en cuenta las circunstancias.
Sabía que su amiga insistiría, así que siguió con la receta que estaba haciendo.
Pero lejos de insistir, Ines dijo:
— ¡ Vaya! ¿Se aproxima una temporada de lá¬grimas?
—No creo que Víctor García sepa llorar.
En todos los años que lo conocía, primero como hijo del socio de su padre y luego como sucesor del mismo cuando este murió hacía once años, ocupando ese puesto con solo veinticinco años, nunca lo había visto mostrar ninguna emo¬ción fuerte. Siempre se mostraba muy seguro de sí mismo; completamente controlado. Parecía vi¬vir en un mundo en el que nada lo podía tocar.
Pero en ese momento debía estar dolido. Ser públicamente rechazado por la mujer con la que había pretendido casarse debía ser una experiencia dolorosa. Sin embargo, conociéndolo tan bien como lo conocía, estaba segura de que no lo de-mostraría.
—Bueno, él no mostrará sus sentimientos en público —admitió Ines—. Pero como sus pa¬dres están muertos, tu padre y tú sois lo más cercano a una familia que tiene, así que os puede llorar en el hombro. Y supongo que su ego debe estar bastante afectado. Quiero decir que, hace un par de meses, leíamos todos esos cotilleos acerca de la boda del año, la suya con Marimar Campbell-Blair, la buena pareja que parecían ha¬cer y lo embelesados que parecían estar el uno con el otro, para que luego, hace menos de una semana, la chica anuncia que lo deja porque él no alcanza sus altas expectativas, eso debe ha¬berlo dejado absolutamente destrozado.
—Probablemente —respondió Myri desean¬do que su amiga lo dejara ya.
¡Odiaba pensar en Víctor herido y deseaba agarrar por el elegante cuello a Marimar! No se po¬día imaginar a ninguna mujer que no estuviera loca dejando a un hombre tan masculino como Víctor García.
—Mira —dijo—. ¿Por qué no haces café?
Lo que fuera con tal de detener aquella con¬versación.
Miró de nuevo el libro de cocina y empezó a poner mantequilla en la harina.
—Estoy tratando de hacer unos bizcochos. ¡Me gustaría que la señora Gomez no hubiera deci¬dido tomarse sus vacaciones anuales justo aho¬ra!
Cuando su ama de llaves les había anunciado que quería pasar unas vacaciones de invierno al sol con su hermana, no les había parecido mal.
Al padre de Myri no le gustaban las navidades después de que su esposa, la madre de Myri,. los hubiera dejado hacía ya años, así que se to¬maban esas fechas como otras cualquiera. Pero como Víctor estaría con ellos, ella iba a tener que hacer todos los preparativos.
—Dalo por hecho.
Ines se levantó y se acercó a la mesa donde estaba trabajando Myri.
—La receta dice que tienes que añadirle agua, pero sale mucho mejor con huevo batido. ¿Quieres que me ocupe yo? Llevo ayudando a mi madre en la cocina casi desde que nací y tú no eres más que una académica. Con cerebro, pero completamente inútil cuando se trata de lle¬var a cabo algo práctico.
—Entonces, ya es hora de que cambie —res¬pondió Myri.
Resistió el impulso de agarrar el recipiente y apretárselo contra el pecho. Tenía el suficiente sentido común para darse cuenta de que lo que le decía su amiga era cierto, pero con sus pro¬pias manos podía y le proporcionaría a Víctor unas navidades como estaban mandadas.
Mientras Ines llenaba la cafetera, Myri la miró. A pesar de que solo las separaban en edad unas semanas, a veces ella se sentía mil años mayor que la alegre Ines, Algo que se vio reforzado cuando Ines le dijo por encima del hombro:
—Juega bien tus cartas, Myri, y lo puedes atrapar al rebote.
Myri sintió un fuerte dolor que la recorría, seguido por una ira que la hizo decir:
— ¡Ines, a veces hablas como una niña estú¬pida de diez años!
Víctor García no se molestaría en mirar dos ve¬ces a la plana e insignificante Myriam Montemayor. A él le gustaban las hermosas y elegantes. Mujeres como su ex novia, que destacaban entre una mul¬titud, no las que pasaban desapercibidas. Ines tenía que saber eso, ¿cómo podía no saberlo?
—Si tú lo dices —dijo su amiga mientras ser¬vía el café—. Pero, piénsalo. Antes de que yo me fuera a trabajar a Richmond, vosotros dos es¬tabais muy unidos, lo que significa, por supues¬to, que yo lo vi casi tan a menudo como tú. Con¬tigo él siempre parecía protector, amable. Es difícil decirlo, pero había una gran cantidad de afecto. Y después de ser dejado por esa cabeza hueca de clase alta, seguro que apreciará a al¬guien inteligente, leal, agradable y tranquila. Tú ya te enamoraste de él hace once años, cuando tenías catorce, así que ve a por él, Myri.
¿Tranquila? ¡Estaba histérica! Ines le había clavado un cuchillo en las costillas y lo estaba retorciendo. Era demasiado insensible para darse cuenta del daño que le estaba haciendo.
—Me enamoré de él al mismo tiempo que tú lo hiciste de nuestro profesor de ciencias, ¿recuerdas? ¡Y lo olvidé antes de que tú cambiaras tu eterna devoción de un cantante pop a otro! Así que déjalo, ¿quieres?
Pero el problema era que estaba mintiendo, ella no lo había olvidado en absoluto. Lo había intentado, pero sus sentimientos por Víctor, mantenidos en secreto, no habían dejado de cre¬cer y profundizarse.
Víctor salió de su Jaguar y lo cerró. En el cie¬lo había un millón de estrellas. Respiró profun¬damente el frío aire de la noche invernal y em¬pezó a relajarse. A pesar del torbellino que era su vida, aún podía reconocer la magia de la vís¬pera de Navidad. Era curioso...
Se veía luz en dos de las ventanas, pero el resto de Barrington House estaba a oscuras. Du¬rante el camino desde Londres se había pregun¬tado si sería inteligente pasar las fiestas con los Montemayor. Pero una vez allí, en medio del silencio, supo que había hecho bien en ir a pasar dos o tres días.
Después del drama de la semana anterior, eso era lo que necesitaba. Aún sentía el sabor amar¬go de la escena final con la mujer con la que ha¬bía decidido casarse. Y por lo que había sucedi¬do, podía entender por qué Marimar había hablado con la prensa, aún cuando deplorara la forma en que había hecho pública su ruptura.
Necesitaba dejar atrás todo ese episodio hu¬millante y doloroso, y allí lo podría hacer.
Con los años, esa casa había sido como un segundo hogar para él, como antes lo había sido para su padre, que prefería hablar de negocios durante una cena civilizada o en un largo fin de semana con Antonio Montemayor, su socio en la que era ahora una gran empresa constructora.
No era por la casa en sí misma, ya que era un poco demasiado sobria para su gusto, más una especie de museo de la perfección tradicional que una casa para vivir. Ni tampoco era por la compañía de su socio por lo que había ido esta vez.
Era por Myri. Su presencia poco exigente era exactamente lo que necesitaba.
Frunció el ceño. Admitir eso no le hacía mu¬cha gracia. Había aprendido a ser autosuficiente desde muy joven. No quería necesitar lo que otro ser vivo le pudiera dar.
Pero la gran inteligencia de ella lo estimula¬ba, su serenidad lo tranquilizaba, y sus defectos, tales como su completa incapacidad para hacer cualquier cosa práctica, le divertía. Ella había tardado meses en aprender a usar el procesador de textos que por fin la había convencido de que instalara, y había aprobado el examen de condu¬cir a la novena. Incluso ella era la persona que conocía que peor conducía.
Estaba su refrescante falta de vanidad femenina, tenía que ser la mujer menos consciente de su forma de vestir y de su sexualidad.
Y eso era lo que él necesitaba realmente, la compañía de una mujer que no se dedicara a proponerle retos sexuales, que no lo atrajera físi¬camente y que no quisiera hacerlo.
Ratón. La dureza de sus labios se suavizó le¬vemente. El querido y viejo ratón de biblioteca.
Tomó su bolsa de viaje y se acercó a la puerta principal, preguntándose si ella seguiría enfras¬cada en la traducción de ese libro técnico del ita¬liano, alemán o lo que fuera, o si lo habría termi¬nado ya.
Confiaba en que fuera lo último. Sabía que ella no necesitaba trabajar, ya que tenía dinero más que suficiente, pero cuando tenía un pro¬yecto entre manos, no lo dejaba hasta que estu¬viera terminado. En cuanto le abriera la puerta, se lo preguntaría.
Pero fue su socio el que le abrió. Para ser un hombre de sesenta años, casi no tenía arrugas en la cara y solo su cabello gris y una cierta gordu¬ra delataban su edad. Y sus ojos revelaban a su vez la vergüenza.
Antonio Montemayor no se sentía cómodo con las emociones. Si tenía alguna la mantenía fir¬memente oculta y esperaba que todo el mundo con quien estuviera en contacto hiciera lo mismo. Víctor era igual en ese aspecto y, seguramente, era por eso por lo que se llevaban tan bien.
—Me alegro de que me des cobijo por uno o dos días —dijo Víctor—. Siento la necesidad de tranquilizarme por un tiempo. Pero no te voy a aburrir con todos los detalles desagradables, así que sugiero que dejemos todo el tema de mi pú¬blica ruptura a un lado y corramos un tupido velo.
—Es lo mejor —dijo Antonio y suspiró alivia¬do—. Aunque antes de que lo dejemos, he de de¬cirte que estás mejor así. Como ya sabes, Myri y yo la conocíamos solo de una vez y ambos estuvi¬mos de acuerdo en que no era lo bastante buena para ti. Es cierto que era de buena familia. Y sería una buena anfitriona, cosa que ahora que te has hecho con las riendas de la empresa, es algo que necesitas. Pero era egoísta y dura. Nunca habría funcionado. Una vez dicho esto, ¿Quieres ir a re¬frescarte un poco a tu habitación o te tomas algo conmigo antes de cenar?
—Prefiero tomarme algo.
Dejó su bolsa al pie de la gran escalera que daba al piso superior y siguió a Antonio hasta el salón.
¡Así que Myri había pensado que Marimar no era suficientemente buena para él! ¿Y qué sabía ella al respecto? En su opinión, la hija de su so¬cio no vivía en el mundo real. Su vida se limita¬ba a esa torre de marfil aislada, dedicada solo a su trabajo. Era completamente inocente, igno¬rante de lo que pasaba entre los hombres y muje¬res adultos y sexualmente activos.
No tenía ningún derecho a emitir juicios.
Por lo que él sabía, Myri no tenía ninguna vida sexual, así que, ¿cómo podía entender el ansia de un hombre por poseer a una mujer tan hermosa, tan provocativa como era Marimar?
Se dio cuenta de que seguía con el ceño frun¬cido y se obligó a relajarse mientras aceptaba el whisky de malta que le ofreció Antonio. Luego ambos se sentaron y él preguntó:
—¿Dónde está Myri?
—En la cocina —respondió Antonio—. Me temo que tenemos la mala suerte de que la seño¬ra Gomez haya decidido tomarse sus vacaciones precisamente ahora. Ya sabes que, fuera de su trabajo, Myriam es tan organizada como una niña de dos años.
Víctor le dio un trago a su whisky. ¡Pobre Myri! Sabía muy bien que, si no fuera por su presencia allí, ellos dos se habrían conformado con unos sandwiches o algunas latas mientras que no volviera el ama de llaves. No iba a per¬mitir que ella se estresara demasiado, así que, a partir del día siguiente, la ayudaría. Esa decisión lo sorprendió, pero siguió decidido a hacerlo.
Myri no estaba en la cocina, sino en su dor¬mitorio, mirándose al espejo. Cuando oyó llegar a Víctor, había sido muy consciente del mal as¬pecto que tenía con los vaqueros y la sudadera que había llevado durante todo el día en la coci¬na y el jardín, donde había estado un buen rato cortando muérdago para decorar el salón.
Pero lo cierto era que tampoco le parecía es¬tar muy atractiva con la falda marrón y el jer¬sey que se había puesto. Su cabello castaño se¬guía húmedo por la ducha que acababa de darse y parecía casi negro mientras se hacía su moño habitual. Estaba demasiado pálida y no podía hacer nada con el peculiar color amarillo de sus ojos.
Frunció el ceño, se volvió y recogió la ropa sucia. No serviría de nada maquillarse. Sabía que era fea, lo había sabido siempre. Y por mu¬cho que se mirara al espejo, no alteraría una na¬riz muy corriente, una mandíbula demasiado an¬cha y una boca demasiado carnosa.
Víctor no se percataría si fuera a cenar vestida con un saco. Él la llamaba a veces ratón. Y así era como la veía. Algo pequeño, tranquilo, gris. Insignificante. Lo sabía muy bien, ¿no? Había aceptado la dura realidad hacía años. Entonces, ¿a qué venía ahora esa especie de autocrítica?
Tenía que controlarse. Víctor no había hecho nada nunca para animarla a que sintiera lo que sentía por él. Era, por suerte, completamente in¬consciente de la profundidad de sus sentimien¬tos. Tan profundos eran que ella nunca le había prestado atención a ningún otro hombre. Nunca se había visto tentada a seguir el ejemplo de sus amigas de la universidad y jamás había ligado con nadie.
En vez de seguir allí, pensando en lo que nunca podría ser, debería estar abajo, tratando de ser amable y comprensiva. Con un poco de suer¬te, eso serviría para calmar el dolor de su cora¬zón roto.
Así que, ignorando estoicamente su dolor, le¬vantó la barbilla, echó atrás los hombros y salió de su habitación.
—Por supuesto que te voy a ayudar a prepa¬rar el almuerzo —dijo Víctor a la mañana si¬guiente—. No tengo ninguna intención de per¬manecer ocioso. Además, ninguno de los dos ha preparado nunca una auténtica comida de Navi¬dad, así que el resultado puede ser divertido.
Myri se mordió el labio. ¿Por qué tenía él que ser tan atractivo? ¿Es que siempre se le tenían que agitar las entrañas cada vez que estaba cerca de ella?
Él llevaba unos pantalones grises y un jersey negro de cachemira. Era la perfección masculina en persona, con unos ojos grises que contrasta¬ban con sus largas pestañas y cejas tan negras como su cabello.
Tenía que pensar en cualquier otra cosa. En lo que fuera.
—Si te preocupa que vaya a repetir la actúación de la cena de anoche, no temas —dijo ella, sabiendo que había sido un completo desastre—. Lo cierto es que eso no se puede hacer peor.
Sacó de uno de los bolsillos del delantal las gafas que usaba para leer y se las puso en la na¬riz.
—La verdad es que me entró el pánico — continuó—. Lo hice todo mal, ya que es la seño¬ra Gomez la que cocina siempre, y por eso yo no he tenido que aprender a hacerlo. Pero eso no significa que no pueda. Todo tiene que ser cosa de lógica y planificación. Así que anoche me senté e hice algunas listas y me leí algunos li¬bros de cocina. Tengo todo planeado, hasta el úl¬timo detalle.
Y por eso tenía ojeras, pero por lo menos ha¬bía logrado quitarse de la cabeza que estaban durmiendo bajo el mismo techo. Aunque ella ha¬bía dormido más bien poco.
—Estoy segura de que podrías pasar mejor la mañana con papá. Sé que está ansioso por hablar contigo de ese proyecto hotelero en España. ¿O era en Italia?
—En España —afirmó él—. Y puede esperar.
Ella tenía un aspecto muy hogareño, con el cabello recogido que dejaba ver claramente su rostro, sus graciosas gafas que se le deslizaban por la pequeña nariz, y sus serios ojos dorados. Estaba dedicando toda su impresionante inteli¬gencia a lo que tenía entre manos.
¡Bravo, Myri!
—De todas formas, te voy a ayudar. Si no en otra cosa, puedo pelar patatas, darte café, lim¬piarte el sudor de la frente... Te prometo que me lo pasaré bien. Me gusta estar en tu compañía.
Y eso era cierto. Siempre había estado a gus¬to con ella. Y le gustaba verla concentrada en su labor, con el ceño fruncido y la punta de la len¬gua asomándole de entre los labios. Como cuan¬do estaba tratando de comprender los misterios del procesador de textos. Eso evitaría que él se pusiera a pensar en... Otras cosas.
—Si eso es lo que quieres de verdad...
No podía permitirse creer que, de verdad, a él le gustaba estar con ella. Pero lo cierto era que Víctor, tal y como se estaba comportando de amablemente con ella, era un peligro para su paz mental.
Y lo siguió siendo durante todas las fiestas, con su encanto, haciéndola pensar a veces que ese viejo dicho de que, si se desea algo con to¬das las fuerzas, acaba por hacerse realidad. Solo a veces él pareció dejarse llevar por la oscuridad de sus pensamientos y parecía profundamente pensativo. Estaba segura de que estaba añorando su amor perdido. Aunque lo cierto fue que no mencionó a Marimar ni una sola vez.
La mañana del día en que se suponía que Víctor tenía que irse, Antonio se fue a dar un paseo para bajar la comida.
—Lo has hecho muy bien, Myri —le dijo como sorprendido—. Pero claro, Víctor estaba ayudándote y cuidando de que no hicieras más estropicios.
A Myri no le gustó eso. Había trabajado du¬ramente para sacar alguna lógica de los miste¬rios de transformar unos elementos básicos cru¬dos en algo que se pudiera comer. Se merecía alguna alabanza, pensó mientras pasaba la as¬piradora por la casa con más pasión que eficacia.
La iba a guardar ya en la cocina cuando apa¬reció Víctor.
—¿Listo para marchar? —le preguntó tran¬quilamente aunque por dentro no lo estaba en absoluto.
Lo iba a echar mucho de menos. Seguramen¬te se pasaría meses sin volverlo a ver. La noche anterior había oído a su padre decirle que se pa¬saría por las oficinas de Londres en un día o dos para hablar del complejo hotelero en España, así que no lo vería en un futuro cercano.
—Casi.
Víctor cerró la puerta y se apoyó contra ella, con los brazos cruzados, como tapándola la sali¬da. Myri lo miró. Estaba magnífico, aún con esos vaqueros gastados y la chaqueta de cuero-viejo.
Realmente tenía que dejar de pensar así. Du¬rante años había logrado contener sus emociones y lo podía hacer de nuevo. ¡Por supuesto que sí!
Cerró el armario donde había dejado la as¬piradora y se volvió hacia él.
—¿Quieres un café antes de marcharte?
Eso estaba mejor. Había logrado tragarse el nudo que tenía en la garganta y, al parecer, esta¬ba recuperando la calma.
—Yo no —dijo él al tiempo que se acercaba mirándola fijamente—. Hay algo que te quiero preguntar. Y antes de que me saltes al cuello, quiero que te lo pienses cuidadosamente, que pongas a funcionar tu inteligencia habitual.
Víctor se detuvo dejando un cierto espacio entre ellos. Sonrió cuando ella lo miró extraña¬da. La idea se le había ocurrido de repente, y era bastante buena. Desde que se le ocurrió la noche anterior, se lo había pensado mucho. Se le había ocurrido después de hablar con Antonio.
Tenía sentido. Y conocía a Myri. Cuando se hiciera a la idea de tener que desarraigarse, ella también lo vería así.
—Myri —dijo—. ¿Quieres casarte conmigo?

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Mensaje  Dianitha Mar Ene 08, 2013 5:52 pm

gracias por la novelita niña xfis no tardes con el siguiente cap si que me encanto jaja Amigos muy íntimos 388331 Amigos muy íntimos 388331
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Mensaje  Sofia_GMVM Miér Ene 09, 2013 4:20 pm

Capítulo 2

MYRIAM estuvo segura de que le había pasado algo en el cerebro. ¿Una embo-lia quizás? Algo que la estaba haciendo oír cosas raras.
¿Víctor proponiéndole matrimonio? ¿A ella?
—¿Myriam?
A pesar del temor de sufrir alguna afección mortal, fue capaz de detectar una nota de diver¬sión en la voz de él. Así que era eso. Una broma. Una broma sin gracia.
¿Cómo se atrevía? Se lo merecería si ella se lo tomara en serio, si se arrojara a sus brazos y empezara a balbucear cosas acerca de vestidos de novia y de tener hijos. Todos esos años de amar sin esperanzas a ese hombre no evitaban que quisiera castigarlo.
Pero el sentido común se impuso. Hacer como si se lo tomara en serio solo le provocaría más do¬lor. Rodearlo con sus brazos y cubrirlo a besos se¬ría una tortura.
Se acercó a la pila para llenar la cafetera. Ella sí que necesitaba un café. Por lo menos ahora estaba pensando claramente.
—Ten cuidado, Víctor. Las bromas como esa te pueden salir mal. Puede que te tomen en serio —dijo.
—Lo he dicho en serio, Myri.
Ella se quedó helada. Aquello no era posible. ¿Cómo podía decirlo en serio?
Él se acercó, le puso las manos en los hom¬bros y la hizo volverse. Ese contacto hizo que la recorriese una corriente eléctrica por todo el cuerpo y se apartó. Víctor nunca antes la había tocado así ni siquiera accidentalmente, y por mucho que ella lo hubiera ansiado, no lo podía soportar, no ahora, no si iba a tener que descu¬brir cuáles eran sus propósitos.
—¿Tiene esto algo que ver con que Marimar te haya dejado? —.le preguntó—. Ella te deja, así que tú te comprometes inmediatamente con otra, solo para demostrar que no es la unida, ¿verdad?
¿Tendría razón? ¿Podría él ser tan cruel? ¿La utilizaría de esa manera? ¿Le regalaría un anillo, se aseguraría de que todo el mundo lo supiera para luego dejarla discretamente cuando el pú¬blico se hubiera olvidado de que Marimar lo había dejado?
—¿Y bien? —insistió—. ¿No tienes respues¬ta por una vez en tu vida? ¿O es que, de repente, te has enamorado locamente de mí?
Víctor miró su reloj. Había pensado pasarse la tarde en su casa, trabajando. Aquello iba a re¬querir más tiempo del que había creído.
—Te tienes en muy poco, Myriam. Deberías dejar de hacerlo. Y no, no estoy más enamorado de ti que tú de mí: De hecho, no creo que el amor exista realmente.
Víctor se resignó a perder toda una tarde de trabajo. Había sido muy optimista cuando pensó que podía exponerle sus razones para el matri¬monio en dos minutos y que el cerebro de pri¬mera que tenía ella solo tardaría otros tres o cua¬tro en aceptar las razones por las que eso era deseable y razonable. Lejos de parecer recepti¬va, la cara de ella no mostraba nada más que ira contenida.
—Lo único que te pido es que escuches lo que te tengo que decir...
Pero entonces oyeron a Antonio llegar. No se había esperado que volviera tan pronto. Había preparado eso como una conversación de nego¬cios razonable y, en pocos minutos, se estaba volviendo una farsa.
—¿Así que has decidido quedarte a almorzar después de todo? —preguntó Antonio—. Creía que ya estarías de camino a Londres. Y Myriam, si vas a cocinar, no me hagas nada a mí. He to¬mado un tentempié.
—La verdad es que voy a invitar a comer a Myri —dijo Víctor—. Y gracias a los dos por las molestias que os he causado estos días. Ve a por tu chaqueta, Myri.
Su instinto le dijo que tenía que rechazarlo, no aceptar órdenes de él, no tolerar que le ha¬blara con esa voz autoritaria, como si fuera una empleada suya. Tenía que decirle que se lo pi¬diera amablemente y que se lo pensaría. Pero llevaba demasiados años controlando sus emo¬ciones en lo que se refería a Víctor y sería una tontería que en ese momento se pusiera a discu¬tir con él.
Él se limitaría a marcharse de allí y ella nun¬ca sabría el motivo por el que le había hecho esa increíble propuesta de matrimonio.
—Vamos, Myriam. No tenemos todo el día.
Su voz era la de un hombre acostumbrado a mandar, al que nadie se atrevería a desobedecer, pero en todo el tiempo que lo conocía, nunca lo había temido ni había tenido la sensación de que estaba tomando el control de su vida.
Salió de la cocina casi tropezando, antes de que él pudiera hacer o decir nada más.
Por supuesto, no le tenía miedo, se dijo a sí misma mientras se quitaba el delantal y buscabasu chaqueta. De lo que tenía miedo era de lo que la hacía sentir.
Estaba desorientada.
Se puso unas botas.
—¿Estás lista? —dijo él.
Estaba impaciente, pensó Myriam. Pero no con la impaciencia de un hombre desesperado por conseguir a una mujer.
—Sí, lo estoy. Y tengo curiosidad por saber a qué viene todo esto.
—Te lo contaré mientras almorzamos. Ahora vámonos.
Fueron en coche al pub del pueblo. No estaba muy lejos y ella no tuvo tiempo para pensar. Víctor quería casarse con ella de verdad. Lo había dicho, pero a ella le estaba costando trabajo en¬tenderlo.
Hacía años, antes de que hubiera aprendido a controlar sus sueños, se lo había imaginado pro¬poniéndole matrimonio. De rodillas, a la luz de la luna y con un ramo de rosas y todo lo demás, jurándole que siempre la amaría, que había espe¬rado a que ella creciera...
La realidad era algo completamente diferente a los sueños de una adolescente.
El pub estaba casi desierto y acababan de encender la chimenea, por lo que hacía frío en el comedor. Myriam no se quitó la chaqueta, pero Víctor le quitó el gorro de lana y luego miró la carta.
—Así está mejor —dijo sonriendo por fin. Parecía tener el control de todo y ella deseó abofetearlo de repente. Myriam dejó la carta.
—No tengo hambre. Solo quiero que me cuen¬tes qué hay detrás de esa propuesta de matrimo¬nio tan poco romántica.
El tono de su voz le indicó a él que seguía en¬fadada. Estaba claro que su propuesta de matri¬monio la había confundido, pero se lo estaba pensando. Esa era una de las cosas que admiraba de ella, su capacidad para ver los problemas des¬de todos los ángulos y, en su momento, resolver¬los.
—Te lo contaré mientras comemos, como gente civilizada. Pide algo ligero si no tienes mucha hambre. Yo voy a pedir lasaña.
¿Civilizados? Bueno, suponía que podía ha¬cerlo. Pidió un sandwich de gambas y, dio un sorbo al vino tinto que él había pedido mientras esperaban.
Cuando les llevaron la comida, el estómago se le encogió al ver el tamaño de su supuesta¬mente ligero sandwich.
Tomó un poco más de vino y se comió una gamba. Una menos. Solo debían quedarle unas quinientas más. ¿Cómo podía él comer con tantas ganas su lasaña? Fácil. No tenía el estómago lleno de mariposas revoloteando y no le dolía el cora¬zón como a ella.
—Te lo advierto, Víctor, si, como sospecho, quieres comprometerte tan aprisa para devolvér¬sela a Marimar, ya te puedes olvidar de mí. En¬cuentra a otra.
—No recuerdo haber hablado de compromi¬sos. ¿Para qué si podemos estar casados en me¬nos de tres semanas? Y deja a Marimar fuera de esto.
—No podemos hacer eso. Has dicho que no crees que el amor exista. Has estado saliendo con mujeres hermosas desde que puedo recordar, pero solo con Marimar quisiste sentar la cabeza y casarte. Debes amarla. Me puedo imaginar el dolor que sentiste cuando te rechazó, pero preci¬pitarte al matrimonio con otra no hará que ese dolor desaparezca. Cuando superes lo de Marimar y recuperes el sentido te encontrarás atado a una esposa a la que no podrás amar. Y yo no querría ir por la vida de segundo plato.
—No sabes de lo que estás hablando.
Víctor se dio cuenta de que ella estaba pen¬sando en un matrimonio normal y no era eso lo que él había pensado. Si ella dejaba de hablar de Marimar durante cinco segundos, podría explicár¬selo.
Le rellenó la copa de vino y le contó lo que consideraba necesario de su compromiso roto.
—Eché un vistazo a mi estilo de vida y decidí que necesitaba una esposa. Marimar estaba disponi¬ble, era guapa y una muy buena anfitriona. Algo esencial, ya que, como sabes, con la casa heredé de mi padre a la señora Barrera. Está a punto de jubilarse y lleva bien las cosas rutinarias de la casa, pero no le puedo pedir que organice una cena para media docena de invitados, colegas de negocios, y sus esposas. Bueno, debes tener al¬guna idea de lo que te estoy hablando. Así que el matrimonio me pareció la respuesta. Pero no funcionó. Así que, de acuerdo, tal vez la expe¬riencia me haya amargado y es por eso por lo que te estoy proponiendo un matrimonio de con¬veniencia. Por supuesto, solo de nombre. Una esposa puede hacer de parapeto y mantener apartadas a las demás aspirantes. Unas aspiran¬tes que ya no me interesan.
Eso significaba que él seguía enamorado de Marimar y que su rechazo le había dolido. Sin duda mucho, ya que era la primera vez que lo recha¬zaban. Estaba afectado, y se le notaba en las oje¬ras y la sequedad de su boca. Quiso quitarle ese dolor, pero sabía que no podía.
Entonces le dijo:
—Puedo entender por qué te sientes así en este momento. Pero créeme, no durará. Las mu¬jeres se arrojan a tus brazos y, en su momento, te sentirás tentado de aceptarlas. Eras un hombre muy sexy, Víctor García.
El parpadeó y Myriam trató de no sonreír. Casi parecía como si supiera de lo que estaba hablan¬do. ¿Qué sabía ella de la lujuria? Nada.
—Myriam, si nos casamos, te prometo que de¬jaré de ligar. Tienes mi palabra.
Y lo decía muy en serio, las relaciones basa¬das en el sexo le habían causado más problemas que otra cosa.
Una vez dada su palabra, él nunca se echaba atrás y ella lo sabía muy bien. Así que, si se ca¬saban, ella no tendría que preguntarse dónde es¬taba él o con quién si no volvía a casa por la no¬che. Aunque no tenía la menor intención de aceptar su propuesta.
Era impensable.
Dio otro sorbo a su copa y dijo:
—No has pensado en esto. Vas a querer tener hijos.
Él le sirvió lo que quedaba del vino en su copa vacía.
—Yo tenía diez años cuando me di cuenta de que, para mis padres, no era más que una moles¬tia. Les pedía cosas que ellos eran incapaces de darme. Tiempo, cariño, amor... Me enviaron a un internado para quitarme de encima. Y duran¬te las vacaciones estaba siempre con niñeras para que me cuidaran ellas. Si yo tenía preocu¬paciones, problemas, éxitos, mis padres no lo querían saber. Así que no, no quiero hijos. No estoy seguro de ser capaz de comprometerme tanto como se merece un niño. Puede que haya heredado de mis padres ese desinterés por ellos y no quisiera correr el riesgo.
—Oh.
Eso fue lo único que pudo decir Myriam. De¬seó estrangular a los padres de Víctor, pero no lo podía hacer porque ambos habían muerto hacía años en un accidente de aviación. Y deseó poder decirle que ella amaría a cualquier hijo suyo como si fuera lo más precioso del mundo, pero no pudo. Deseó decirle que ella le podía dar todo el amor y la devoción que sus padres le ha¬bían negado. Si él lo quería. Pero él no lo quería.
—No sabía eso. No sabía nada de tu infancia infeliz. Parecía como si tus padres y tú os lleva¬rais bien.
—Cuando estábamos juntos, lo que no suce¬día muy a menudo, éramos educados. Yo me adapté y aprendí a no mostrar mis sentimientos. De todas formas, no estamos hablando de mí. Solo te estaba explicando por qué no siento el menor deseo de tener hijos.
—¿Ya Marimar eso le pareció bien? ¡Aunque supongo que no querría destruir su fabulosa fi¬gura ni que un niño le vomitara encima de algu¬no de sus caros vestidos! ¿Y yo qué sacaría de ese matrimonio? —preguntó sintiéndose ya un poco afectada por el vino.
En cualquier momento se pondría sentimental y le soltaría cosas que podrían revelar sus verda¬deros sentimientos hacia él. Ya tenía un gran nudo en la garganta.
—Myriam créeme. He pensado mucho en esto.
Sería un acuerdo satisfactorio para los dos. Olvi¬da lo de las fiestas, tú eres suficientemente bri¬llante como para no tener problemas con eso, siempre lo has sido. Tengo un enorme respeto por tu inteligencia, por tu capacidad para el tra¬bajo duro. No eres una aprovechada ni me toma¬rás por idiota, Tienes demasiada integridad para eso. Eras una compañía muy relajante y pode¬mos hacer un gran equipo. Y con respecto a lo que puedes ganar tú con esto, tendrás mi apelli¬do, mi protección y la seguridad de que las exi¬gencias de tu trabajo siempre estarán por delante de tus obligaciones como mi esposa. Sé lo mu¬cho que eso significa para tí. Tendrás una buena casa en una de las mejores zonas de Londres.
— ¡Haces que parezca un perro abandonado que necesite que cuiden de él! Víctor suspiró.
—Estás más cerca de la verdad de lo que te puedes imaginar. Puede que tu padre no te lo haya dicho todavía, pero está decidido a vender la casa e irse a vivir a un piso en el pueblo. Y se va a llevar a la señora Flax. También anda di¬ciendo que te va a pasar a ti sus acciones en la empresa para jubilarse por completo. Si nos ca¬samos, tendrás una casa y el negocio seguirá en la familia.
Ella era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de lo razonable que era aquello.
—Afróntalo, Myri —continuó él—. Tienes veinticinco años y, por lo que yo sé, nunca has tenido una relación. Si tus ambiciones hubieran sido tener un marido y una familia, ya habrías hecho algo al respecto. Habrías salido más, cui¬darías tu forma de vestir, harías las cosas que suelen hacer las mujeres, ya sabes, ir a la pelu¬quería y maquillarse. Dicho eso, ¿qué tiene de malo que dos personas que se caen bien y se res¬petan hagan un equipo y formen una sociedad con éxito?
Myriam lo miró con los ojos muy abiertos. Se sentía como si, de repente, el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies y el matrimonio con Víctor fuera una roca a la que se pudiera agarrar. Podía olvidarse de su astuto razonamiento que había tras el deseo de él de controlar el cincuen¬ta por ciento de la empresa que tenía su padre, podía olvidar que él no la amaba y nunca lo ha¬ría. Eso lo podía soportar, tenía bastante práctica en ello.
Pero lo que no podía soportar era sentirse traicionada. Había creído que su padre, por lo menos, se daba cuenta de su valía, que la valora¬ba. Pero ni se había molestado en consultarla so¬bre su decisión de vender la casa de la familia y cederle sus acciones.
Le dolía de verdad.
Ella se había dado cuenta muy pronto de que había sido una desilusión para su madre. Era plana, fea y delgada. Y nada de lo que su madrele había hecho había logrado arreglarla y hacerla parecer bonita. Y se lo había dicho bastante a menudo. Cuando nació su precioso hermanito, su madre se olvidó de que ella existía. Y cuando él murió de meningitis, quedó destrozada y nun¬ca se recuperó. Poco después los abandonó a su padre y a ella.
Pero Myriam había descubierto como hacer que su padre se sintiera orgulloso de ella. A base de buenas notas en el colegio. No solo buenas notas, sino las mejores.
Aunque no debía ser así. Si su padre tuviera una buena opinión de ella, habría hablado pri¬mero con ella de esas cuestiones que iban a cam¬biar sus vidas. ¿O no?
Se puso en pie insegura. Al ver su sandwich apenas tocado se le revolvió el estómago.
—Me casaré contigo, Víctor. Solo hazme sa¬ber la fecha y el lugar y allí estaré.

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Mensaje  nayelive Miér Ene 09, 2013 4:49 pm

poniendome al corriente con las noves y esta esta muy buena gracias por los capis saludos
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Mensaje  jai33sire Miér Ene 09, 2013 5:10 pm

Gracias por la nueva novelita, siguele por faaaa

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Mensaje  Dianitha Jue Ene 10, 2013 11:39 am

gracias por el cap niña que pasara despues de que se casen estos niños xfis no tardes con el siguiente cap sii Amigos muy íntimos 146353 Amigos muy íntimos 146353
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Mensaje  Sofia_GMVM Jue Ene 10, 2013 4:52 pm

Capítulo 3

MYRIAM se metió las manos en los bolsi¬llos de la chaqueta de seda color ámbar, Armani, ni más ni menos, y se estreme¬ció. Más por .aprensión que por el frío de ese día de enero.
¿Qué pensaría su padre de cómo iba vestida? El tren llegaba tarde. Después de una semana en Londres, la había llamado la noche anterior para que lo fuera a recoger a la estación.
El viaje había sido una pesadilla. Odiaba con¬ducir por la noche y, para empeorar sus nervios, no dejaba de pensar en qué opinaría su padre de su nueva imagen. ¿Lamentable, quizás? ¿O sim¬plemente de risa?
No era que la reacción de su padre la preocu¬para mucho, pero le daría una buena indicación de lo que podría pensar Víctor.
¡Y todo por culpa de Inés!
A mitad de la semana había llegado a su casa y había llamado a golpes a la puerta como si al¬guien la persiguiera.
—Me he tomado unos días libres para ayu¬darte Myri. Tenemos que arreglarlo todo. Que¬dan diez días para la boda y seguro que no has pensado todavía en lo que te vas a poner. ¿Dón¬de está tu padre?
—En Londres para toda la semana.
—Muy bien. Es allí a donde vamos y si él está fuera, no tendremos que perder tiempo ex¬plicándole lo que estamos haciendo o conocién¬dote, pidiéndole permiso para hacerlo. Lo único que tienes que hacer es tomar las tarjetas de cré-dito y cerrar la puerta.
— ¡Estás loca!
—No. Lo que soy es una especie de hada ma¬drina. Te van a arreglar y seguro que te va a gus¬tar. Y aunque a tí no te guste, seguro que a Víctor sí.
—Me ha propuesto matrimonio tal como soy. Ni más ni menos.
—Y todo por jugar bien tus cartas. ¿Recuer¬das que te lo dije? —dijo Inés sonriendo—. Pero tu transformación será la guinda de la tarta para él. ¿No te he dicho siempre que podrías ser realmente preciosa si quisieras y dejaras de ves¬tirte como tu abuela? Ahora te voy a demostrar que tengo razón.
Los tres días que habían pasado en Londres la habían dejado con una mezcla de emociones. Había vuelto a su casa el día anterior por la tar¬de, con un montón de ropa, cosméticos, el cabe¬llo mucho más corto y un buen agujero en su cuenta corriente. Entonces había sido cuando empezó a tener serias dudas.
Sin el entusiasmo de su amiga estaba empe¬zando a dudar de que hubiera hecho bien.
Era cierto que se sentía mejor con el cabello cortado a la altura de la barbilla. También tenía mejor aspecto. Era más brillante y su color era de un rojo más acentuado.
Pero no estaba nada segura de la ropa que se había visto arrastrada a comprar. Nada en abso¬luto.
No se sentía como ella misma. Víctor quena una esposa tranquila y no molesta para las reu¬niones de negocios, para que las demás mujeres dejaran de tratar de ligar con él, ya que después del fiasco con Marimar, estaba harto de ellas. ¿Se arrepentiría de haberla propuesto matrimonio cuando la viera así?
Se miró los pantalones de cuero color crema, las botas de caña alta con tacón que hacían que sus piernas parecieran más largas y elegantes de lo que eran realmente y se estremeció.
Y si él ya no se quería casar, ¿sería eso tan malo?
Posiblemente se había pasado con su reacción a que su padre no le hubiera dicho nada de sus planes para el futuro, pensó. Ella había puesto toda su futura felicidad en juego cuando había accedido a una relación tan estéril con un hom¬bre que nunca podría amarla.
Eso no sería tan malo si ella tampoco lo pu¬diera amar a él. Pero el caso era que lo amaba.
Cuando el tren llegó por fin, los pasajeros sa¬lieron. Al ver a su padre echó atrás los hombros y esperó. Habría pasado a su lado sin reconocer¬la si no le hubiera tocado el brazo.
Entonces ella le dijo:
—Podías haberme llamado por el teléfono móvil para advertirme de que el tren llevaba una hora de retraso. Y a no ser que quieras for¬mar parte de las estadísticas de accidentes de carretera, es mejor que conduzcas tú de vuelta a casa.
Antonio la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Myriam? Cielo santo. No te había recono¬cido. ¿Qué te has hecho? No es propio de ti ves¬tirte con colores así de alegres. ¡Pareces una des¬conocida! Y no te has comprado esa ropa en una tienda de por aquí...
—Inés y yo nos fuimos de compras a Lon¬dres.
Su padre estaba sonriendo ahora. ¿Es que parecía graciosa? Debía ser. Él nunca antes había dicho nada de su ropa.
—Debería haberme dado cuenta de que ella estaba detrás de todo esto. ¿Y tu cabello? Te lo has cortado un poco, ¿no?
Luego empezó a caminar.
—Vamos a movernos. Hace frío aquí.
— ¡Eso dímelo a mí!
La tenue confianza en sí misma que le había proporcionado Inés se estaba esfumando a toda prisa. Por suerte, su padre se puso al volan¬te del coche. Él no valoraba mucho su habilidad como conductora, como Víctor. Myriam se sentó en el asiento del pasajero y se sumergió en sus oscuros pensamientos.
Irse de compras a Londres había sido un des¬perdicio de tiempo y dinero. No debería haber permitido que Inés la convenciera de tratar de transformarse en algo que no era. Lo único que podía hacer ahora era poner la ropa que se había comprado en lo más recóndito de su armario y volver a llevar la de siempre, con la que se sen¬tía cómoda.
Y otra cosa que podía hacer era llamar a Víctor. Esa misma noche. Y decirle que se lo había pensado mejor y que ya no quería casarse.
Se dijo a sí misma que era lo único que podía hacer. No se podía imaginar qué era lo que la ha¬bía hecho aceptar esa proposición.
Pero sí que podía. Por supuesto que podía, pensó mientras esperaba a que su padre metiera el coche en el garaje de la casa. Cuando su padre le había contado a Víctor sus planes de futuro, la había pasado por alto a ella por completo, como si ni siquiera existiera.
Se había sentido abandonada y traicionada, como cuando su madre los dejó.
Eso había hecho que casarse con Víctor, aun¬que fuera por conveniencia, le hubiera parecido un paraíso de seguridad.
Un paraíso del que no iba a formar parte.
Podía mantenerse por sí misma. Podía viajar, dar clases. Con su curriculum podía encontrar trabajo con facilidad como profesora de idiomas. Ella no era la criatura poco práctica que todo el mundo parecía creer que era.
—Creo que tienes algo que decirme —le dijo a su padre cuando estuvieron dentro de la casa.
—¿Sí?
—Eso creo. Acerca de tu jubilación, de tu in¬tención de dejarme las acciones de la empresa, de comprarte un piso para ti y la señora Barrera. ¿Te refresca eso la memoria?
Antonio pareció sentirse incómodo.
—Ah —dijo—. Así que Víctor te lo ha dicho. Te lo habría contado yo...
—¿Cuándo? ¿Cuándo vinieran los nuevos dueños y por fin te acordaras de que existo? ¿Cuándo te dieras cuenta de que no me podías dejar aquí como un mueble viejo?
Si fuera posible, él pareció más incrédulo que en la estación cuando la vio con su nuevo aspec¬to. No estaba acostumbrado a que se le enfrenta¬ra de esa manera.
— ¡Nada de eso! Mira, vamos a hablar de esto mientras nos tomamos un chocolate caliente. Me gustaría acostarme pronto y, mientras lo toma¬mos, te lo explicaré todo.
Se dirigieron a la cocina y Myriam tomó una botella de vino blanco que les había sobrado de las navidades. Le apetecía algo más fuerte que la ritual taza de chocolate antes de acostarse.
Antonio levantó una ceja, pero no dijo nada, solo se preparó el chocolate. Cuando lo hubo he¬cho, vio que su hija lo estaba mirando casi agre¬sivamente.
—Siéntate, Myri. No quería que te sintieras como si te dejara fuera de mis planes.
—¿Entonces por qué me siento así?
Su padre parecía realmente cansado y, nor¬malmente, ella no era muy dada a esa clase de enfrentamientos.
Se sentó con él a la mesa y añadió:
—¿Has llegado a una decisión firme con res¬pecto a mudarte?
—Sí. Pero solo hace un par de días, cuando encontré el piso ideal. Dado que el médico me ha dicho que me tome, las cosas con más cal¬ma... No, no es nada preocupante —dijo él cuando vio la cara de Myriam—. Problemas con la tensión arterial, nada que no se pueda solu¬cionar. Pero eso me hizo pensar. Víctor es más que capaz de llevar la empresa sin mi ayuda. Se la podría vender, pero prefiero que las acciones sean tuyas para que permanezcan en la familia. Naturalmente, hablé con él de esto. Y ya lleva¬mos demasiado tiempo en esta casa tan grande. Se lo comenté a la señora Barrera, Emilia. Nada definitivo, por supuesto. Un apartamento en Londres le facilitaría bastante la vida a ella. Cerca de las cosas que hacen la vida más agra¬dable. Emilia y yo compartimos algunos intere¬ses, la ópera, el teatro, visitar museos, los res¬taurantes italianos, cosas como esas. Y eso significaría también más vida social para ti, pensé. Tú te pasas mucho tiempo sola aquí. Y luego Víctor y tú dejaron caer la bomba de su boda. Lo que hasta entonces habían sido solo vagas ideas, se transformaron en algo más sólido. Así que me he pasado esta semana en Londres buscando un apartamento, y reuniéndome con los abogados de la empresa para pasarte a ti mis acciones y demás. No te había mencionado nada de esto, no porque me hubie¬ra olvidado de ti, sino porque no había nada de¬finitivo. Tú no eres precisamente la persona más práctica que conozco, sé que eres feliz cuando estás concentrada en tu trabajo. No quería decir¬te nada que te afectara hasta que realmente estu¬viera decidido.
—Creías que me pondría histérica o algo así ¿no?
Al parecer, todo el mundo tenía una opinión muy poco halagüeña de ella. Y sin duda, se la había ganado. Bueno, pensó, las cosas iban a cambiar. Ella iba a cambiar.
Terminó su vino y se sirvió otro vaso. Abrió la boca para decirle a su padre que no se iba a casar con Víctor, pero no lo hizo porque pensó que tenía que decírselo antes al mismo Víctor.
—¿Así que has encontrado un apartamento aceptable para Emilia y tú?
¿Había algo más en todo eso de lo que salta¬ba a la vista? La señora Barrera llevaba años con ellos, desde que la madre de Myriam se había vis¬to tan afectada tras la muerte de su hijo pequeño. Tenía uno o dos años menos que su padre, era viuda y una mujer muy capaz y aún atractiva, amable y cariñosa. Sería maravilloso si se casa¬ran. Su padre se merecía ser feliz después de to¬dos esos años de soledad.
—Sí. Está a unos diez minutos andando de la casa de Víctor, así que nos podremos ver muy a menudo cuando te cases. ¿Viste a Víctor cuando estuviste con Inés en Londres?
—No.
Lo cierto era que lo único que había sabido de él desde que se marchó fue por sus llamadas para ponerla al corriente de cómo iban los preparativos para la boda, que iba a ser civil y sin luna de miel, lo que era comprensible dado que los dos sabían que iba a ser un matrimonio de conveniencia.
—No puedo decir que no me sintiera encan¬tado cuando Víctor me dijo que se iban a casar. Supongo que todo padre desea ver casada a su hija con un hombre que tiene toda su confianza. Pero hasta recientemente él estaba comprometi¬do con esa desagradable mujer. Por supuesto, deben haber hablado de eso. ¿Pero estás segura de que él te puede hacer feliz?
Podría si la amara, pensó Myriam. Podía hacer de ella la mujer más feliz del mundo. Pero no la amaba y llevar su anillo la podía hacer la mujer más infeliz. Eso lo sabía ella ahora. Pero ya ha¬bría tiempo por la mañana de decirle a su padre que no se iba a casar, después de haber hablado con Víctor.
—Deja que sea yo la que me preocupe por eso —dijo evasivamente—.¿Por qué no te acuestas? Dijiste que querías hacerlo temprano y ya son las diez.
Y ella necesitaba tiempo para reforzar su de¬cisión de llamar a Víctor y decirle que no se po¬día casar con él, explicarle que sería malo para los dos. A pesar de lo que él le había dicho, era un hombre normal, con todas las necesidades que ello implicaba. Tarde o temprano, se vería enfrentado a alguna tentación que encontraría imposible de resistir. Conocería a alguna mujer hermosa que lo haría olvidarse de lo que había dicho de que no cedería a esas cosas.
Y si sucumbía a la tentación, luego se sentiría culpable con ella por haberle hecho una promesa imposible de cumplir, así que sufriría porque era un hombre honorable. Y ella sufriría también.
Insoportable.
Largo rato después de que su padre se hubiera acostado, ella seguía dándole vueltas a la cabeza cuando oyó abrirse la puerta de la calle. El sonido de la voz de Víctor la sorprendió enormemente.
—Así que estás aquí. Estaba preocupado. No has respondido a mis llamadas, Myriam.
La voz le falló y Myriam lo miró. Enmarcado en la puerta por la oscuridad de la noche exte¬rior, parecía misterioso, peligroso y estaba tre¬mendamente atractivo.
¿Cómo podía decirle que no se iba a casar con él cuando lo adoraba con todo su ser?
Sí, podía. Sabía que tenía que hacerlo.
Él la miró de arriba abajo lentamente. Como si no la hubiera visto nunca antes, como si lo que veía lo hubiera embobado. Como si real¬mente le gustara lo que estaba viendo. ¡Era evi¬dente por su expresión que no encontraba su transformación patética o divertida!
Por primera vez la estaba viendo como una mujer de verdad. ¿Una mujer deseable?
Esa certeza floreció con fuerza en el corazón de Myriam. Sus buenas intenciones desaparecieron repentinamente. No iba a renunciar a él ¿Cómo podía haber pensado algo tan derrotista? El deslizarse de la mirada de él por su cuerpo era como el contacto físico de un amante.
El interés sexual era algo sólido y esperanzador por dónde empezar. Tal vez, con el tiempo, Víctor se enamorara de ella.
Sin apartar la mirada de ella, Víctor cerró la puerta. Myriam, vestida así, sin la ropa sin forma que solía llevar, era una revelación. Metro sesen¬ta de perfección esbelta y curvilínea. Todo mujer y más aún.
La ansiedad que lo había llevado hasta allí esa noche se transformó en algo mucho más agudo que la preocupación acerca del bienestar de otro ser humano, algo que no podía nombrar. —¿Dónde estabas? —le preguntó secamente hasta para él mismo, pero no lo pudo evitar.
Ella no le había devuelto ni una sola de sus llamadas durante los últimos días y, evidente¬mente, no tenía la gripe ni se había roto una pierna cayendo por las escaleras. Estaba claro que había salido y se había deshecho de su ropa habitual aprovechando que no estaban ni su pa¬dre ni el ama de llaves.
¡Sí! Pensó Myriam conteniéndose para no agi¬tar un puño en el aire. Él sonaba como un mari¬do suspicaz ¡Incluso celoso!
Le dedicó una lenta sonrisa y bajó las pestañas. Víctor se acercó
—Te he dejado unos mensajes, pero no te has molestado en contestarlos. Cuando esta tarde volví de un viaje a York te volví a llamar y tam¬poco respondiste. He venido porque estaba preo¬cupado ¿Dónde has estado?
Esa sonrisa estaba haciendo que le subiera la tensión arterial. Los sutiles tonos bronceados del lápiz de labios expertamente aplicado hacían que sus ya hermosos dientes fueran de un blanco casi imposible y su generosa boca tremendamente ten¬tadora.
Por lo que él sabía, ella nunca había vestido así.
Myriam pensó que Víctor estaba más que sorprendido. ¡Estaba hasta enfadado! En todo el tiempo que lo conocía él había mostrado ningu¬na emoción salvo un afecto fraternal hacia ella.
¡Lo estaba consiguiendo!
—Esta tarde has debido llamar cuando había ido a recoger a mi padre a Lewes. Y antes de eso, Inés y yo nos fuimos a Londres de com¬pras.
Y gracias a Dios, había estado tan excitada con esas compras como para no haber oído los mensajes durante las veinticuatro horas que lle¬vaba en casa, ya que si no, lo habría llamado y le habría dicho que no se casaría con él.
—Lamento haberte preocupado, pero como ves, no debiste hacerlo. Ha sido un detalle por tu parte tomarte la molestia de venir a ver si me pasaba algo. Ahora ven a la cocina, te haré algo de cena y luego te podrás acostar. No querrás vol¬ver a Londres esta misma noche, ¿verdad?
Algo le estaba corriendo por las venas a ella. Pura excitación, la certeza de que gracias a lo pesada que se había puesto Inés, Víctor la iba a ver como una mujer de carne y hueso por prime¬ra vez en su vida. Y eso era algo sobre lo que ella podía construir una relación, si era lo sufi¬cientemente paciente o lista. Lo que fuera, por primera vez en su vida se sentía gloriosamente liberada, invulnerable.
Víctor la siguió apretando los dientes, con los ojos fijos en el trasero de Myriam, tan resaltado por esos pantalones de cuero.
¿Cuándo y cómo su vieja amiga Myri había sufrido un cambio tan espectacular, de tranquilo ratón de biblioteca a una mujer que podía hacer que cualquier hombre de sangre caliente tuviera esa repentina subida del nivel de testosterona?
El cómo y poco exigente matrimonio de con¬veniencia que le había propuesto iba a costarle más de lo que se había imaginado. Pero era a eso a lo que ella había accedido, lo que esperaba, y si él no estaba dispuesto a renunciar, entonces era así como iba a tener que ser.
Al tiempo que se tomaba un whisky sentado a la mesa de la cocina y, mientras ella le hacía una tortilla, se dijo a sí mismo que no debería ser demasiado difícil.
Dado que había decidido renunciar a todas las mujeres, no debía resultarle difícil en absolu¬to.
Además, esa amiga de ella seguro que la ha¬bía obligado a comprarse esa ropa, revelando de paso que Myriam tenía un cuerpo muy bonito, pe¬queño pero perfectamente proporcionado.
Cuando ella estuviera instalada en su casa, y él ya le había dicho que se podía instalar en la habitación que quisiera, volvería a su antiguo ser con seguridad. Sin la presión de Inés, Myriam volvería a enterrar la nariz en su trabajo y se vestiría de nuevo con sus ropas habituales.
Así se restauraría la normalidad, y eso él lo podría soportar bien. No había problema.
No había problema en absoluto.

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Mensaje  jai33sire Jue Ene 10, 2013 11:26 pm

gracias por el capitulo

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Mensaje  Dianitha Vie Ene 11, 2013 11:46 am

gracias por el cap niña me encanta la novelita Amigos muy íntimos 196 Amigos muy íntimos 196
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Mensaje  Sofia_GMVM Vie Ene 11, 2013 10:33 pm

Capítulo 4

LA forma en que llevemos nuestro matrimonio no es asunto de nadie salvo de nosotros mismos —dijo Víctor.
—Sí, ya lo sé —respondió Myriam sonriendo dulcemente—. Pero piénsalo Víctor. Estoy se¬gura de que la señora Barrera es un tesoro, dis¬creta y muy leal, pero es humana. He logrado que ya no piense más en que tengamos habita¬ciones separadas, le he dicho que eso es lo mo¬derno. No parecía muy segura, pero creo que se lo ha creído. Luego, tú decides pasarte todo el día en la oficina, el primer día de nuestro matri¬monio, y sé que eso le ha parecido muy raro. Así que, ¿qué podía hacer? Le dije que era una lástima que hubiera surgido algo tan importante que no has tenido más remedio que pasarte todo el día trabajando, le he pedido que preparara la cena y que luego se tomara el resto de la tarde li¬bre. Después me he asegurado de que me viera vestida así.
¡Como una invitación andante a acostarse con ella!
Era un top negro con unos tirantes tan finos que parecía como si se fueran a romper en cual¬quier momento y que colgaba de un par de senos perfectos, dejando ver su cintura hasta las curvi¬líneas caderas y una falda que terminaba justo por encima de las rodillas.
Unas rodillas sorprendentemente bonitas.
Víctor tragó saliva convulsivamente.
—Así que ahora cree que estamos disfrutan¬do de una cena romántica y que no se nos tiene que molestar por nada —añadió ella al tiempo que se reía y con eso lograba que a él le subiera aún más la tensión arterial—. Eso debería hacer que desapareciera cualquier sospecha que pudie¬ra tener acerca de nuestro matrimonio. Como te he dicho, solo es humana y por lo tanto, puede que dada al cotilleo y las especulaciones, como los demás.
Ella estaba pasando los platos del carrito don¬de los había llevado hasta la mesa que había pre¬parado en el dormitorio.
Se movía elegantemente. Con gracia.
—Y no queremos que la gente cotillee sobre nosotros o nuestro matrimonio, ¿verdad? — continuó—. Puede que este matrimonio nos vaya muy bien a los dos, pero eso es cosa nuestra. Si se supiera o incluso, se sospechara que el nuestro es solo un matrimonio de conveniencia, tú te quedarías sin protección contra las muje-res que se arrojarían encima, que es lo que no quieres. Y yo no quiero que vayan por ahí di¬ciendo que me he casado con un hombre al que no le gusto nada.
¿Que no le gustaba? ¿Es que se estaba riendo de él? ¿No se había mirado siquiera al espejo para ver cómo le sentaba el vestido? Todo eso lo pensó Víctor irritado
¿A qué hombre no le gustaría? ¿Cómo no le gustaría imaginarse bajarle esos tirantes y el top? ¿Saborear esos senos...?
Apretó los dientes y apartó los pensamientos de ese camino peligroso, obligándose a mirarla a los ojos.
Esos reflejos dorados eran los de Myriam, los de su Myriam. Unos ojos grandes, confiados, ino¬centes. No había en ellos ninguna señal de que se hubiera estado riendo de él. Por supuesto, ella no quería ser la fuente de ninguna especulación extraña. No se lo merecía. Y no era nada cons¬ciente del efecto que le estaba causando.
¿Y no le acababa de decir que ese matrimonio de conveniencia le venía perfectamente bien?
—Bueno, comamos —dijo mientras se dirigían a la mesa.
De alguna manera, iba a tener que contarle como eran los hombres. Delicadamente... ya que a pesar de su nuevo aspecto, Myriam no tenía ni idea del sexo.
—¿Quieres abrir tú el vino? A mí nunca me sale bien —dijo ella sujetando fuertemente la botella.
—Por supuesto.
Víctor fue a tomar la botella y se dio cuenta de que acababa de cometer un error. Por la for¬ma en que ella la estaba sujetando, sus dedos no tuvieron más remedio que rozarle uno de los se¬nos. El shock de notar la firmeza, el calor del mismo a través de la fina tela, lo hizo estreme¬cerse.
¡Cielos! Si iban a seguir con esa clase de ma¬trimonio, entonces iba a tener que hablarle del sexo antes de lo que había pensado.
Todavía le temblaban las manos cuando des¬corchó el vino.
Lo cierto era que nunca antes se había dado cuenta del potencial de ella como mujer. Pero Inés sí lo había hecho y ahí estaba la prueba.
—La señora Barrera es una gran cocinera — dijo Myriam cuando se sentó— Pero como me dijiste, ya no está como para trabajar mucho. Y yo soy un desastre en la casa. Así que, tal como yo lo veo la mejor manera de dar cenas en casa, será contratar a una empresa de catering. Yo la buscaré. La señora Barrera y yo podemos cen¬trarnos entonces en arreglar la mesa, las flores y todo lo demás. No creo que haya ningún proble¬ma ¿y tú?
—¿Qué?
Víctor agitó la cabeza para despejarse. No ha¬bía oído nada de lo que ella le había dicho.
—Lo siento —añadió—. Seguro que ya se te ocurrirá algo. ¿Y cuándo vas a empezar con tu próximo proyecto? ¿Has elegido ya una habita¬ción para que sea tu estudio?
—No. La señora Barrera y yo hemos metido mis cajas en una de las habitaciones libres. Y me he puesto en contacto con la agencia con la que trabajo para decirles que no me manden más tra¬bajos durante una temporada. Quiero ser una buena esposa para ti Víctor.
¡Una buena esposa! ¿Sabía ella lo que estaba diciendo?
Por la forma en que lo estaba mirando, eso parecía. Tomó su copa de vino y se la bebió de un trago. Ya se había acalorado de nuevo. Myri no era así.
Y ella se lo confirmó al decirle:
—Mi descripción del trabajo como tu espo¬sa incluye actuar como tu anfitriona, organizarte la agenda social. No estoy acostumbrada a esa clase de cosas, como ya sabes. Hasta ahora he llevado una vida muy tranquila. Pero no te defraudaré y me meteré de lleno en mi papel. Y, por aquello de las apariencias, creo que esta¬ría bien que se nos viera juntos por ahí. Hacer como si fuéramos una pareja normal de recién casados. Aunque no es que este matrimonio sea normal, claro, pero no queremos que nadie lo sepa. Así que tenemos que pasar mucho tiempo juntos —dijo ella sonriendo—. ¿Quie¬res pudding?
—No. No, gracias.
¿Pasar mucho tiempo juntos? ¿No era por eso por lo que él había ido ese día a la oficina? ¿Para ponerse fuera del alcance de la tentación?
¡De la tentación de hacer el amor con su pro¬pia esposa!
La situación estaba empezando a parecerse a una comedia.
—Myri, creo que deberíamos hablar clara¬mente —le dijo y se aclaró la garganta—. Los dos sabemos lo que queremos de este matrimo¬nio. Para empezar, una compañía cómoda, ni más ni menos. Que la empresa siga en tu fami¬lia. Para ti, un buen hogar y tener la libertad de seguir con tu trabajo, de llevar esta casa sin te¬ner que estar en medio de tu padre y de Emilia Barrera. Creo que los dos sabemos qué es lo que está pasando ahí, ¿no? Y, por mi parte, una espo¬sa que me haga de escudo con las hordas de mu¬jeres que andan por ahí dispuestas a arrojarse so¬bre mí. Como ya te dije muy francamente, ya estoy harto de ellas. ¡De cualquier mujer por de¬bajo de los cincuenta años!
— ¡Oh! ¡A mí me falta mucho para llegar a los cincuenta!
—Por supuesto, pero tú no eres una mujer.
—¿No lo soy? —dijo ella y se quitó un poco de crema de la esquina de la boca con la punta de la lengua.
Víctor se estremeció. ¡Aquello iba a ser difí¬cil!
—Lo que he querido decir es que nunca he pensado en ti como mujer —dijo desesperado—. Solo eras Myriam, la estudiosa e inteligente. Una chica con la que me encuentro cómodo y, al con¬trario de las demás, nada exigente de tiempo o atenciones por parte de los hombres. Me refiero a que nunca me has preguntado qué clase de lá¬piz de labios te va mejor, si lo que llevas te iría mejor con o sin sujetador y demás. No, por su¬puesto...
Entonces se atragantó. ¿Por qué tenía que ha¬ber puesto ese ejemplo cuando era tan evidente que ella no lo llevaba?
Hizo un gran esfuerzo para recuperarse, de recuperar el control de una situación que parecía estar escapándosele de las manos.
—Mira, lo que estoy tratando de decirte es que siempre pensé en ti como en mi hermana pe¬queña.
—Eso cuando pensabas en mí, claro.
Buena respuesta, pensó él. No había querido herir sus sentimientos. Y, por supuesto, había pensando en ella. A menudo. Como un ratoncillo, metida en su torre de marfil, siempre con sus libros. Alguien muy diferente de las brillantes y ultra sofisticadas mujeres con las que siempre se había relacionado él.
¡Pero nada más distinto a un ratoncillo que la mujer que tenía delante y con la que se había ca¬sado! Ese era el punto crucial del asunto.
—Naturalmente que he pensado en ti —le aseguró—. Después de todo, te conozco desde siempre. Te he visto crecer y siempre aplaudí más fuerte que nadie cuando te graduaste y, anteriormente, cuando la madre de la que lleva¬bas años sin saber nada, murió en un accidente de tráfico en Manchester, mi primer pensamien-to después de ir con tu padre a identificar el ca¬dáver, fue consolarte a ti. Así que sí, Myriam, he pensado mucho en ti.
—Fuiste muy amable.
Lo cierto era que sí, recordaba cada palabra de consuelo que él le había dicho entonces y nunca las olvidaría. Fue entonces cuando se ena¬moró de él de verdad.
—Sí, bueno. No te estoy pidiendo que me lo agradezcas, solo te estoy recordando que he pen¬sado en ti. Casi como en una hermana, como ya te he dicho. No de una forma sexual, en absolu¬to. Los dos sabíamos qué era lo que queríamos de este matrimonio y el sexo, definitivamente, no era parte de ello.
Se dijo a sí mismo que era un mentiroso. Lo que más quería en ese momento era hacer el amor con Myriam. Pero eso sería un error monu¬mental. Y una mala noticia para ella porque eso no era tampoco lo que ella quería. Myriam nunca habría accedido a un matrimonio de convenien¬cia si sintiera algo de esa clase por él.
—El sexo ensucia las cosas —añadió—. Es¬torba. Puede estar muy bien mientras dura. Pero no dura. Quiero decir que ninguno de los dos queremos esa complicación en lo que puede ser una asociación muy ventajosa para ambos.
Entonces apartó su silla y se levantó de la mesa. Estaba empezando a sudar, pero se asegu¬ró de parecer tranquilo cuando añadió:
—De todas formas, yo soy un hombre com¬pletamente práctico y, la forma en que te estás vistiendo recientemente nos puede llevar a la cla¬se de complicaciones que no queremos ninguno de los dos. Por nuestra mutua paz mental, te su¬giero que te vistas como solías hacerlo. Estoy se¬guro de que entiendes lo que te quiero decir.
Sabía perfectamente que se estaba portando como un pomposo idiota. Y tal vez se había con¬fundido por completo. Pero ya lo había dicho y tenía que salir de allí. Necesitaba una ducha fría. ¡No se había sentido con las hormonas tan fuera de control desde la adolescencia!
—Y ahora, buenas noches —añadió y se apresuró a marcharse.

Myriam se quitó la ropa y la colgó en el arma¬rio con toda la demás.
Si Víctor se saliera con la suya, nunca se la pondría. Una parte de ella estaba de acuerdo con él. Lo que estaba haciendo le daba miedo. Y, si era completamente sincera consigo misma, ¡Ab¬solutamente retorcido!
¿Qué era lo que le había dicho Inés? ¿Que qué tenía que perder? Nada, así que tenía que ir a por todas. Que si Víctor la veía como era real¬mente, no tardarían mucho en hacer lo que tenían que hacer naturalmente.
Myriam suspiró.
Inés le había dicho que no tenía nada que perder, pero sí que lo tenía. Podía perder la amistad de él, su respeto. Y no lo quería llevar hasta el punto de que tuviera que hacer el amor con ella.
Quería que se enamorara de ella, y eso era muy diferente.
Una montaña imposible de escalar. ¿No le ha¬bía dicho él que no creía en el amor?
Decidió darse un buen baño de espuma en vez de su habitual ducha. Pero no. sirvió para relajarla y, cuando salió del baño, lo hizo resig¬nada a pasar una noche de insomnio.
A la mañana siguiente, cuando se levantó, se encontró en el salón con una nota de él que decía:
Myri, haz la maleta para una semana. Man¬daré a alguien que la recoja el miércoles para que la envíe a mi casa en Londres, en Belgravia. Te llamaré pronto.
¡Ni siquiera había esperado para darle los buenos días!
Estaba claro que el interés de Víctor por ella no iba más allá de tener una esposa tranquila y cómoda que le espantara a las demás mujeres.
La mirada que había visto en sus ojos la no¬che anterior no había sido de apreciación, sino de sorpresa de que ella llevara algo que le senta¬ba bien.
Confundida, llamó a Inés y le contó todo, solo para que su amiga le dijera que todo estaba yendo muy bien.
Pero sabía que no debía haberle hecho caso, ¡el eterno optimismo de Inés rayaba en la locu¬ra!
Debería haber salido de ese lío cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, no debería haberse permitido a sí misma tener esperanzas, ya que la esperanza no la llevaba a ninguna parte, solo la había llevado a que un hombre que no quería te¬ner sexo con ella le advirtiera de ello.
Y el caso era que ella tampoco quería sexo. Bueno, sí, por supuesto que sí. Con él. Él era el único hombre que la había hecho sentirse así. Pero no sexo sin amor, porque eso no significa¬ría nada. Si él no la amaba...
Y no la amaba.

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Mensaje  jai33sire Sáb Ene 12, 2013 12:46 am

gracias por el capitulo

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Mensaje  Eva Robles Sáb Ene 12, 2013 9:23 am

Gracias por el cap esta muy buena y interesante.

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Mensaje  Sofia_GMVM Sáb Ene 12, 2013 9:11 pm

Capítulo 5

MYRIAM durmió hasta las diez en parte porque no había conseguido dormirse hasta el amanecer y en parte porque no quería tener que ver a Víctor.
Confiando en que él ya se hubiera marchado al trabajo, se puso una bata sobre el camisón de algodón y se dirigió a la cocina para prepararse un café.
—Buenos días, señora —dijo la señora Barrera sonriendo—. Le prepararé el desayuno inmedia¬tamente. El señor Víctor está en el despacho, ¿quiere que lo avise?
A Myriam se le cayó el corazón a los pies. Así que él no había ido a trabajar y la señora Barrera se creía que ella había dormido hasta tan tarde por los efectos de una noche de pasión. Ahora iba a tener que verlo y ese pensamiento la hizo sentirse incómoda.
Logró sonreír. La noche anterior le había di¬cho a Víctor que era mejor que evitaran las espe¬culaciones y cotilleos haciéndose pasar por una pareja de felices recién casados, pero esa maña¬na se sentía avergonzada de sí misma. Si seguían así, estarían viviendo una mentira y eso no le gustaba. No, más que eso, lo odiaba.
Se estremeció y pensó que iba a tener que ser completamente sincera con él.
Bueno, no completamente sincera. No podía decirle lo que realmente sentía por él, sería humi¬llante para ella y vergonzoso para él. Pero podía decirle que tenía razón. La forma en que llevaran su matrimonio no era asunto de nadie salvo de ellos mismos. No tenían que disimular porque no importaba lo que pensaran los demás.
Eso era una completa contradicción a lo que ella había dicho la noche anterior. Pero entonces no había sido ella misma, ¿no? Había sido una muñe¬ca tonta, pintada y perfumada, fuera de su carácter por lo que le había dicho Inés y por su misterioso descenso a las profundidades de la estupidez.
Esa mañana era de nuevo ella misma. Una mujer muy normal, con suficiente cerebro como para reconocer lo estúpida que había sido y bastante carácter como para seguir con la vida que él la había convencido que aceptara.
Podía soportar ser la esposa de un hombre al que siempre había adorado, el único hombre con el que siempre había querido hacer el amor. Por supuesto que podía. Tenía que hacerlo porque no tenía otra opción.
Pero cuando abrió la puerta del despacho y lo vio, ya no estuvo tan segura. Él parecía tan tre¬mendamente masculino como siempre. Llevaba un magnífico traje oscuro hecho a medida y su potente presencia la hizo estremecerse.
Víctor terminó la llamada que estaba hacien¬do y se volvió hacia ella.
—Buenos días, Myri —dijo sonriendo—. Hoy también tendré que estar hasta tarde en la oficina, pero he conseguido un par de entradas para el Haymarket esta noche. Podemos salir a cenar. ¿Desayunamos?
—La señora Barrera me ha dicho que lo va a preparar. No deberías haberme esperado. Me he quedado dormida.
Se dirigieron a la sala donde iban a desayunar y ella pensó que, de alguna manera, tenía que volver a la normalidad, soportar el efecto que él siempre había tenido sobre ella. Se dijo a sí mis¬ma que ya lo había hecho anteriormente y que lo podía volver a hacer.
—Podías haber desayunado hace ya horas — dijo.
—¿Y perderme la oportunidad de desayunar con mi nueva esposa? No lo creo. ¿Qué pensaría la señora Barrera?
Entonces entró el ama de llaves llevando el desayuno en un carrito.
—¿Estarán los dos para el almuerzo? —les preguntó alegremente. Víctor agitó la cabeza.
—Me temo que almorzaré en el trabajo. ¿Y tú, querida?
Myriam se ruborizó. Que él la llamara querida era llevar las cosas demasiado lejos. No lo decía en serio y era innecesario. Iba a tener que decirle que había cambiado de opinión acerca de lo que le había dicho la noche anterior.
—Yo también almorzaré fuera, señora Barrera. Iré de compras.
—Y tampoco vendremos a cenar —dijo Víctor—. Voy a llevar a mi esposa al teatro, así que le sugiero que se tome las cosas con calma. Y ahora ya puede marcharse, ya nos servimos nosotros.
Myriam se mordió el labio cuando vio el evi¬dente placer de la señora Barrera. ¿Sabía él lo fá¬cilmente que podía encantar a cualquier mujer, sin importar su edad o estado civil? ¿Usaría eso como un arma para conseguir lo que quería?
Como fuera, esa mañana él volvió a la nor¬malidad. Educado, amable, pero definitivamente lejano. Muy diferente del hombre evidentemente incómodo de la noche anterior.
—Myri, con respecto a lo que te dije ano¬che... —dijo él en un momento dado.
—¿Sí?
—Estaba equivocado al decirte lo que debes o no debes ponerte. No tenía ningún derecho a hacerlo.
Aquello era lo último que ella se había espe¬rado oír y se ruborizó.
—No tiene importancia.
—Sí que la tiene —afirmó él mientras untaba mantequilla en una tostada—. Por lo que yo sa¬bía, nunca habías prestado mucha atención a tu aspecto y simplemente te limitabas a ponerte lo primero que encontrabas en el armario por la mañana, te hacías un moño y empezabas así el día. Yo no te puedo decir lo que debes o no de¬bes ponerte, Myri. Tienes todo el derecho a mostrarte como la mujer hermosa e impresionantemente sexy que eres, así que olvida lo que te dije anoche y olvida lo que crees que es mi re¬putación. Yo no tengo ansias incontrolables por arrojarme sobre cualquier mujer hermosa que se me pone por delante. Estás muy a salvo de cual¬quier atención no deseada.
—¡Oh!
Por un momento a ella no se le ocurrió ningu¬na otra respuesta. Su cerebro estaba girando de¬masiado aprisa.
Hermosa, impresionante, sexy... Esas palabras no paraban de darle vueltas en la mente. ¿De verdad que él pensaba eso? Pero a salvo de atencio¬nes no deseadas. ¿Lo que le estaba diciendo era que podía tomarla o dejarla? ¿Pero si ella le de¬cía que sus atenciones sí que eran deseadas...?
— ¡Oh! —repitió.
Se tomó su café, respiró profundamente y añadió:
—Mira, la ropa de diseño no es mi estilo. Sinceramente, no me importa demasiado lo que me pongo. Cuando Inés me dijo que tenía que arreglarme, al principio me negué. Pero cuando decidí hacerlo, me pregunté si sería posible... Estar presentable. No bonita, ya que sé que nun¬ca lo podré ser. Pero más femenina. Eso era algo a lo que había renunciado, ya ves.
—¿Desde cuándo? —dijo él mirándola cari¬ñosamente.
—Desde que era una niña fea que desespera¬ba a mi madre por serlo. Ella hubiera querido una hija bonita y me tuvo a mí en su lugar. Lue¬go nació Liám, que era un niño precioso, con ojos azules y unos preciosos hoyuelos. Me pue¬do imaginar el suspiro de alivio de ella cuando se rindió conmigo y le dedicó a él toda su aten-ción. Cuando se marchó, yo supe que, en parte, era por mi culpa. Si yo hubiera sido bonita, como el hijo que había perdido, ella me habría amado y se habría quedado con nosotros. Ya ves, después de la muerte de Liam no pudo so¬portar tenerme cerca. Cuando Inés me presiono para que cambiara de imagen, pensé que, tal vez, pudiera demostrar que mi madre se equivo¬caba, demostrarme que yo no era la chica fea sin esperanza que me había hecho creer que era.
—Tú nunca has sido fea —dijo Víctor—. Eres preciosa. Y es precisamente por eso por lo que...
—Crees que debería seguir vistiendo así.
—Exactamente.
El corazón se le aceleró a Víctor con una emoción inesperadamente fuerte. Si la madre de Myriam siguiera viva, le diría exactamente lo que pensaba de ella. Había matado la confianza en sí misma de su hija como mujer. La crueldad de al-gunos padres hacia sus hijos era increíble, aun¬que bastante habitual, como él sabía muy bien.
Se levantó y se acercó a ella.
—Ahora he de marcharme. Estate lista a las siete.
Luego le dio un beso en la mejilla y añadió con la voz más cariñosa que ella le había oído nunca:
—Termina tu desayuno, Myri.
Y diez minutos más tarde ella seguía allí, to¬cándose la zona donde él la había besado con las puntas de los dedos. Nunca antes la había besa¬do. No había sido un beso real, por supuesto, pero tampoco había sido de cara a la galería. Afecto. Eso era un principio, ¿no?
No había podido decirle que la noche anterior había estado equivocada, que no tenían que hacer que su matrimonio fuera lo que no los demás. Esa noche. Se lo diría esa noche.
Mientras tanto, tenía cosas que hacer. No que¬ría que él la encontrara demasiado sexy, o dema¬siado evidente. El afecto era una base mucho más sólida para lo que quería construir.
Myriam se maquilló siguiendo cuidadosamente las instrucciones que le habían dado. Suponía que, algún día, lo haría con toda naturalidad... ¡Siempre y cuando viviera tanto tiempo! Se ha¬bía pasado el día de compras, lo que le había re¬sultado una pesadilla pero, por lo menos ahora tenía cosas que no eran tan provocativas como las que había comprado con Inés. A pesar del cambio de opinión de Víctor, vestiría como se sintiera cómoda. Llevarlo a pensar cosas lujurio¬sas, aunque él había dicho que no reaccionaría, no entraba en sus propósitos. Si su relación se iba a desarrollar, tendría que hacerlo sobre algo más que los instintos animales.
Se miró al espejo y se preguntó a quién esta¬ba engañando. Por supuesto que él no se iba a enamorar de ella.
Muy bien, había admitido que la encontraba sexy cuando iba vestida provocativamente. ¿Y qué? Esa misma mañana le había dicho que lo podía soportar.
Por lo que ella sabía, Víctor había salido siempre con mujeres mucho más atractivas y provocativas que ella y no se había enamorado de ninguna de ellas.
Salvo Marimar, por supuesto. Estaba claro que debía haberla amado y ella le había hecho mu¬cho daño.
¿Así que por qué debía Víctor olvidarse de todo lo que Marimar había significado para él y enamorarse ahora de ella?
Eso estaba fuera de toda lógica y se haría un favor a sí misma si dejaba de pensar incluso en la posibilidad. Por lo menos, con lo que se iba a poner, él no la encontraría ni remotamente sexy. Un traje de chaqueta gris. Le sentaba bien, pero no le marcaba nada. Todo lo que se había com¬prado era gris, a excepción de un par de zapatos color beige. Nada revelador.
Se cepilló el cabello y ya estaba lista. Incluso se dejó puestas las gafas de leer porque la hacían parecer más intelectual.
—¿De verdad que tienes que llevar las gafas? —le preguntó Víctor mientras evitaba que se diera de bruces con una mujer gorda con un abrigo de piel de imitación.
—Por supuesto. Tengo toda la intención de leer el programa.
—Pero no vas a ver el escenario. No vas a ver nada.
—Puedes soltarme —dijo ella cuando el ca¬lor del contacto de su mano le produjo escalofrí¬os—. No me voy a caer.
—Teniendo en cuenta esos zapatos, no estoy seguro —dijo él refiriéndose a los tacones de los mismos.
—Será mejor que encontremos nuestros asien¬tos.
Hacía tiempo que no iba al teatro y la verdad era que le apetecía. ¿O lo que le apetecía era es¬tar un largo rato sentada cerca de Víctor?
No había querido quitarse las gafas, pero se las había colocado en la punta de la nariz para poder ver la obra por encima de ellas. Víctor dejó de ver la obra para fijarse en el perfil de ella. Su evidente intento de ocultar la atracción de su tremendamente femenino cuerpo que acababa de descubrir, le divertía. Y hacía que su corazón se llenara de un cariño elemental que nunca antes había experimentado.
Myri había aceptado su advertencia sin re¬chistar, a pesar de lo que él mismo le había di¬cho esa mañana. ¿Tendría miedo de él? ¿Es que no sabía que nunca haría nada que le pudiera ha¬cer daño?
Maldijo en silencio su falta de control de la noche anterior. Una falta de control que lo aver¬gonzaba de más de una manera. Él, que se preciaba de su habilidad para controlar todos los as¬pectos de su vida, lo había perdido.
No sabía qué era lo que le había ocurrido. Habían pasado escasamente seis semanas desde que había roto su compromiso con Marimar y su¬puestamente había renunciado a las mujeres y a las complicaciones del sexo para toda la vida.
Esa noche, mientras permanecía despierto en la cama, había pensado en ello y había llegado a la conclusión de que estaría mal, que sería un crimen, obligarla a ella a que no viviera su po¬tencial como mujer hermosa y deseable.
El que ella no había hecho caso de sus ins¬trucciones era evidente. Iba a tener que conven¬cerla de que no tenía nada que temer por su parte.
Pero si la podía convencer para que dejara a un lado esas ropas que se había comprado ahora y que volviera a las provocativas, entonces sería inevitable que atrajera a algún hombre que la apartara de él.
Y ella se marcharía. Con toda seguridad. Se daría cuenta de todo su potencial femenino y eso la haría querer lo que nunca antes había querido. Acostarse con un hombre.
La rabia se apoderó de Víctor de tal manera que, antes de que el telón cayera definitivamen¬te, ya estaban los dos fuera del teatro, respirando el frío aire de la noche.
Había pensado que podría soportar esa atracción sexual que sentía hacia ella. Pero no, no podía.
Así que lo que podía hacer era seducirla él mismo, antes de que otro hombre le quitara a su esposa.
¿Pero sería eso una traición para ella? ¿Para la Myriam esencial?
La tomó del brazo y le dijo:
—El restaurante está a cinco minutos de aquí andando, así que empecemos a movemos.
—Víctor...
Myriam se daba cuenta de que algo lo había he¬cho enfadarse. ¿Se habría cansado ya del juego?
—Podemos irnos a casa —añadió mientras caminaban—. No es necesario que cenemos fue¬ra. Tenías razón, no tenemos que simular nada. Lo que suceda o no en nuestro matrimonio es asunto nuestro, de nadie más.
—Ya estamos llegando—dijo él.
Cuando entraron en el restaurante, Víctor hizo un gran esfuerzo para relajarse y le dedicó una sonrisa. Parecía preocupada y no quería que se preocupara por nada. La tomó de la mano y dijo:
—Vamos a cenar, estoy hambriento.
Hambriento de ella. ¿Pero sentiría lo mismo Myriam por él?
Los llevaron a la mesa que él había reserva¬do. Estaba apartada de las demás y era el esce¬nario perfecto para una cena romántica. El champán ya estaba en la mesa, dentro de su correspondiente cubo con hielo. Myriam pensó que, si bebía algo de alcohol se pondría tonta y no se lo podía permitir.
De alguna manera, tenía que convencerlo de que todo aquello no era necesario. Lo que le ha¬bía dicho la noche anterior era una tontería, no lo había pensado bien. Hacer como si fueran una pareja de enamorados cenando a la luz de las ve¬las iba a ser una agonía por lo mucho que ella deseaba que fuera de verdad.
Mientras el champán era descorchado, Myriam miró la carta y pidió lo primero que vio.
Víctor le pasó una copa llena y le dijo:
—Relájate, Myriam.
—Lo intentaré.
Cuando se quedaron a solas, ella se aclaró la garganta y le dijo:
—No es necesario que lleves a cabo esta cha¬rada. Seguro que odias tener que hacerlo. Tú te¬nías razón y yo estaba equivocada. No tenemos que disimular nada.
—No estoy disimulando. Me lo estoy pasan¬do bien. Y quiero que tú también te lo pases bien. Disfruta de la experiencia de salir con tu marido.
—La verdad es que me siento un poco fuera de lugar...
—Shhh —dijo él poniéndole un dedo en los labios—. Tú puedes encajar en cualquier sitio que quieras. Y no es necesario que ninguno de los dos nos dediquemos a poner reglas duras y precipitadas. Es mejor que veamos nuestra rela¬ción como un viaje de descubrimiento, de relax, un viaje que ya veremos a dónde nos lleva.
Entonces una voz femenina y un perfume casi sofocante los interrumpió.
—Querido, te he visto en el teatro y supuse que luego vendrías aquí. Es lo que hacíamos siempre. Haymarket era uno de nuestros lugares especiales. Había oído el rumor de que te habías casado, así que tenía que averiguar si era verdad. Ah, hola, Myriam, nos volvemos a ver. ¡Vaya! Te has cortado el cabello.
Myriam se sintió mal. Estaba segura de que se había puesto verde y quiso que la tierra se la tra¬gara. Al final, vestirse modestamente le había salido mal. Víctor podría compararlas a las dos y se sentiría tan mal como se sentía ella.
Solo se había encontrado con Marimar Campos una vez anteriormente, cuando Víctor la había llevado a Berrington para presentarla como su novia y les había caído muy mal tanto a su padre como a ella.
Pero era una mujer alta, elegante y tremen¬damente hermosa y voluptuosa, así que entendía muy bien por qué Víctor había querido que fuera su esposa.
Pero ella lo había dejado y Víctor se había ca¬sado de rebote con lo que a ella le parecía un po¬bre segundo plato.
Víctor se había puesto en pie por cortesía y Marimar estaba junto a él. ¿Demasiado cerca? Y él estaba dolido. Víctor nunca mostraba demasiado sus sentimientos, pero ahora su rostro mostraba un evidente dolor.
Myriam deseó abofetear a esa mujer. Con ga¬nas. ¿Por qué no podía dejarlo en paz?
—¿Quieres sentarte con nosotros? ¿O es que te gusta quedarte de pie para que los demás no puedan comer? —le preguntó Myriam con una falta de educación que no era nada propia en ella.
—¿Qué?
Marimar la miró completamente sorprendida.
— ¡Cielo santo, no! Yo vengo con mi gente. Luego le acarició la rígida mejilla a Víctor y añadió:
—Solo he venido a daros mi enhorabuena. Ciao, querido. Sean felices. ¡Si pueden!

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Mensaje  Sofia_GMVM Dom Ene 13, 2013 11:24 pm

Capítulo 6

EL resto de la velada fue un fracaso. Ape¬nas comieron y el champán lo dejaron casi sin tocar. Ambos estaban muy incómodos. Cuando terminaron, él dijo que llamaría un taxi.
Víctor no dejaba de preguntarse qué había pa¬sado. Desde pequeño había aprendido que las emociones lo hacían ser vulnerable, que eran contraproducentes.
Entonces ¿por qué desde la interrupción de Marimar sentía lo que era la emoción más prima¬ria? Era la ira. ¿Porque Marimar les había fastidia¬do la velada? ¿Porque esa maldita mujer le había clavado las garras a Myriam y le había hecho daño? Si unía eso a la necesidad de protegerla de cualquier cosa que la pudiera dañar, se encontra¬ba con algo que iba a tener que pensar.
Se dio cuenta del alivio de ella cuando salie¬ron.
—Mañana voy a tener que irme a Jerez. Por lo del nuevo hotel, ¿recuerdas?
Eso le daría el tiempo y el espacio necesarios para pensar, decidir si Myriam y él tenían un futu¬ro juntos. La irrupción de Marimar, las inesperadas emociones que había despertado, lo habían pues¬to todo cabeza abajo.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó ella tra¬tando de no parecer demasiado aliviada.
Realmente necesitaba algo de tiempo lejos de él para controlar sus sentimientos. Antes de la llegada de Marimar le había parecido que él le esta¬ba sugiriendo que, quizás algún día, su matrimo¬nio podía terminar siendo de verdad, que había aprendido a amarla.
Había hablado de un viaje de descubrimiento. Y eso los podía llevar a cualquier parte.
Pero se había equivocado. Nada más ver a su ex novia, había cambiado. A partir de ahí, ni si¬quiera podía disimular y hacer como si disfruta¬ra de su compañía.
—No lo sé. Te mantendré informada, por su¬puesto. Y, si de verdad no quieres volver a traba¬jar todavía, podrías pasar el tiempo ayudando a tu padre con la mudanza.
¡Eso podía ser dentro de varias semanas! Myriam abrió los ojos empavorecida. ¿Pensaba él estar fuera todo ese tiempo? ¿Por qué? ¿Porque después de volver a ver a Marimar no podía sopor¬tar estar junto a ella? ¿Se estaría dando cuenta ahora del error que había cometido?
¿Estaría pensando volver con Marimar?
A la mañana siguiente, Víctor ya se había marchado cuando ella se despertó. La casa esta¬ba vacía sin él. Myriam pensó llamar a la agencia para la que trabajaba y preguntarles si tenían algo para ella, pero sabía que no se iba a poder concentrar en el trabajo, así que decidió seguir el consejo de Víctor y llamó a su padre.
Todo estaba yendo más rápidamente de lo que se habían imaginado. No hacía ni dos días que habían puesto a la venta la casa de Sussex y ya tenían una oferta en firme y habían dado una fianza por el apartamento de Londres, así que no tardarían mucho en mudarse. Su padre le dijo que le agradecería mucho su ayuda.
Por eso, pocos días después estaban los tres, su padre, ella y la señora Barrera, Emilia a partir de entonces, preparando la mudanza.
Eso la ayudaría a quitarse de la cabeza la pro¬longada ausencia de Víctor y sus posibles razo¬nes para ella.
—Si Víctor sabía que se iba a tener que pasar tanto tiempo en España —le dijo su padre—, de¬bería haberte llevado con él. Así te compensaría de alguna manera por la luna de miel que no ha¬béis tenido.
—No quise ir —respondió ella rápida¬mente.
No era mentira. Si él se lo hubiera ofrecido, no habría aceptado. Necesitaba tiempo para asilimar que nunca ocuparía el lugar de Marimar en el cora¬zón de él y para decidir si tenía la suficiente fir¬meza como para seguir con ese matrimonio.
Estaban sentados en la cocina de la vieja casa de Sussex, rodeados de cajas, ya que se iban a mudar al día siguiente y Emilia quitó una cacero¬la del fuego y dijo:
—Estoy de acuerdo contigo. Donde mejor se está en esta época del año es en casa, a no ser que te vayas al sol, al otro lado del mundo — dijo dejando claro que no conocía Cádiz—. Antonio. Creo que ya es hora, ¿no te parece?
—¿Qué? Oh, sí, por supuesto. Myriam, Emilia y yo tenemos que contarte algo...
—Que os vais a casar. ¡Enhorabuena! —ex¬clamó ella sonriendo—. ¿Cuándo?
—¿Cómo lo has sabido?
—Bueno, las mujeres tenemos olfato para es¬tas cosas, ¿no es así Myriam? —dijo Emilia—. He¬mos decidido que en abril. Iremos a París en pri¬mavera para la luna de miel. No está demasiado lejos y los dos queremos verlo. ¿Puedes abrir tú el vino, Antonio, mientras yo limpio los cacharros? Entonces sonó el teléfono.
—Yo contesto —dijo Myriam—. Seguramente serán los de la mudanza para confirmar la hora de llegada.
Pero era Víctor. La había llamado todas las semanas y la última vez había sido hacía solo dos días. Cuando volvió a la mesa poco después, el corazón le latía fuertemente.
—Era Víctor. Volverá a casa dentro de seis días y luego nos iremos a las Barbados para que¬darnos un mes allí. Al parecer, ha alquilado una casa en una de las islas pequeñas.
No le había dicho por qué ni lo que tenía en mente. Solo le había preguntado si tenía el pasa¬porte y le había dicho que se comprara ropa ade¬cuada.
¿Por qué, después de estar semanas separa¬dos, se le ocurría ahora pasar todo un mes de su ocupada vida con ella?
A lo mejor lo que quería era tenerla lejos de cualquiera que los conociera para decirle que ya estaba harto de ese matrimonio de conveniencia y que había sido un error. Era lo único que se le ocurría que pudiera tener sentido..
Eso la deprimió profundamente.
—¿Te sientes mejor?
Myriam tenía los ojos cerrados, pero la preocupación que se leía en la voz de él y el contacto de sus dedos en el rostro cuando le apartó un mechón de cabello del mismo, la hizo despertar¬se por completo, ser consciente de que había he¬cho la tonta.
Abrió los ojos lentamente. La gran cama doble era cómoda, estaba cubierta por una colcha de al¬godón y la habitación se mantenía fresca y en pe¬numbra, dejando fuera el fuerte sol del Caribe.
Marimar no se habría puesto así de mal por el vuelo ni por el trayecto en helicóptero hasta la isla. No se habría transformado en una ruina su¬dorosa apenas capaz de mantenerse en pie.
—Víctor —balbuceo—. ¿Es ya mañana? Él sonrió.
—¿Cómo te encuentras? Llevas horas dur¬miendo.
¿Que cómo se sentía? Myriam se sentó en la cama y fue entonces cuando vio o más bien sin¬tió por la intensa mirada de él, que estaba desnu¬da y con los senos al aire.
Se ruborizó y tiró de las sábanas para taparse. La mirada de él había sido como un contacto fí¬sico. Sus senos se habían endurecido y todo su cuerpo vibraba de necesidad.
Iba a tener que controlar de alguna manera lo mucho que lo necesitaba, que lo deseaba. Estaba segura de que su matrimonio no iba a ir a ningu¬na parte, que se iba a acabar.
—¿Me acostaste tú? —Le preguntó.
—No. Lo hizo Mercy. Pensé que era lo me¬jor.
La brusquedad" de su tono de voz la hizo es¬tremecerse.
Dadas las circunstancias de ese matrimonio él no querría ningún contacto físico con ella.
—¿Y quién es Mercy?
—Ella y su marido Manuel son los que se ocupan de todo aquí. Vienen con todo lo demás, que es nuestro durante todo el mes. Te traerá pronto el desayuno. Después de que hayas comi¬do, te podrás duchar y vestir. Ponte algo ligero, hace calor. Pasaremos el día tranquilamente para que tengas tiempo de recuperarte.
Cuando él salió de la habitación, decidió no hacerle caso y se levantó de la cama. Las piernas le temblaban un poco, pero logró llegar al cuarto de baño.
Después de ducharse y cepillarse los dientes se sintió mucho mejor. Cuando salió del baño vio que le habían dejado una bandeja junto a la ventana. El rico aroma del café le llenó los senti¬dos, pero no hizo caso y se vistió antes, con una falda azul de algodón y una camiseta blanca. Luego se tomó el café mirando por la ventana la hierba verde esmeralda que se extendía casi has¬ta un mar aparentemente igual de verde.
Luego cerró las cortinas. No se iba a dejar se¬ducir por el paraíso. Teñía que ser dura para po¬der soportar lo que él le fuera a decir.
Aún con el estómago revuelto, comió solo la fruta que había en la bandeja y luego se puso los zapatos de lona. Mercy debía haberle deshecho la maleta cuando llegaron esa noche. Todas sus cosas estaban colgadas en el armario y la ropa interior en los cajones.
Y la de él. Mercy no debía saber que dormían en habitaciones separadas, por supuesto. Sin duda Víctor se llevaría sus cosas discretamente más adelante.
Decidida a conocer cuanto antes lo que él le tuviera que decir, salió de la habitación para bus¬carlo, pero se encontró antes con Mercy.
Era una mujer pequeña de unos cuarenta años, piel color café, unos rasgos aristocráticos y unos ojos oscuros y brillantes. Parecía muy efi¬ciente e imperturbable. Le dijo con un acento le¬vemente español:
—Espero que se le hayan pasado ya los efec¬tos del vuelo. Sé lo muy desorientadores que pueden ser estos viajes.
Su sonrisa era amigable, a Myriam le cayó bien y se sintió un poco más relajada.
—Me encuentro perfectamente bien, gracias. Estoy buscando a mi marido. ¿Lo ha visto?
—La está esperando en la terraza, junto a la piscina, le mostraré el camino.
La acompañó por un gran salón muy aireado y lleno de luz, con unos grandes ventanales que dejaban pasar la brisa marina.
—Es mejor que use la piscina hasta que apren¬da a manejarse bien en las playas. Algunas tienen arrecifes que las protegen del mar abierto y los ti¬burones y otras no. Manuel se lo contará todo.
— ¡Prefiero la piscina!
—Les llevaré café y unos zumos dentro de un momento, ¿quiere?
Víctor la estaba esperando indolentemente tumbado en una hamaca. Al parecer acababa de darse un baño, ya que aún estaba húmedo y lle¬vaba solo el bañador.
¿Cómo iba a ella a lograr mantener fría la ca¬beza para poder hablar racionalmente de su futu¬ro con un nombre como ese?
—Myriam...
La voz de Mercy debía haberle advertido de su presencia, ya que Víctor se sentó y la miró.
—Tienes mucho mejor aspecto —dijo sin sonreír.
Así que él estaba encontrando difícil la situa¬ción, al parecer. Lo mejor que ella podía hacer era actuar si no le importara el que hubiera cam¬biado de opinión.
—No te quedes ahí —añadió él logrando son¬reír— Siéntate aquí, a la sombra.
Al decirlo, le señaló otra de las hamacas, que estaba completamente a la sobra de un gran parasol.
—No quiero que te vayas a quemar.
Myriam pensó que no había peligro de eso. Al contrario que él, iba púdicamente tapada. Pero el agua de la piscina parecía fresca y tentadora. Él estaba claro que ya se había bañado y, si las co¬sas fueran diferentes, ella se volvería a su habi¬tación, se pondría el bañador y lo haría también. Pero las cosas no eran diferentes y no se po¬día quedar allí de pie para siempre, así que se sentó donde él le decía.
—Tengo que hablar contigo —dijo él enton¬ces.
Myriam pensó que ya había llegado el momen¬to de la verdad y deseó salir corriendo. No que¬ría oír aquello. Casi gimió aliviada cuando apa¬reció Mercy con el café y los zumos.
Aunque eso solo fue una breve tregua, por mucho que ella trató de alargarla hablando con la mujer, pero cuando se hubo marchado, no tuvo más remedio que armarse de valor y decirle a Víctor:
—Tenías algo que decirme.
—Y lo tengo —respondió él secamente.
—¿Y bien?
Víctor estaba sentado, con los codos apoya¬dos en las rodillas y los ojos fijos en ella.
—No me resulta fácil decirte esto. Antes de casarnos, hicimos un trato. Pero he de decirte, Myriam, que me resulta imposible atenerme a él.
Myriam notó cómo la sangre le desaparecía del rostro y cerró los ojos. Se sintió mal. ¿No era eso lo que se había imaginado que sucedería?
¿No se había dicho a sí misma que se lo pondría todo lo fácil que pudiera?
—Entiendo.
—No, no creo que lo entiendas —dijo él más suavemente ahora—. Entonces veía nuestro ma¬trimonio como un oasis de paz y con el que la empresa quedaría a salvo. Nuestras vidas corre¬rían tranquilamente por sendas paralelas, sin ningún punto de encuentro en el sentido físico. Sin nada de sexo que lo enturbiara todo. Tú ac¬cediste a eso y, probablemente, aún sigas que¬riendo que sea así. Me imagino que sí. ¿Estoy en lo cierto?
Ella no tenía ni idea de a dónde quería ir a parar y, en cualquier caso, era incapaz de res¬ponder, así que se quedó mirándolo boquiabier¬ta. Oh, sí que podía haber seguido con ese matri¬monio de conveniencia, engañándose a sí misma diciéndose que podía contentarse con eso. ¿Pero cómo le podía decir que lo deseaba a él de todas las formas posibles y con cada átomo de su ser?
—Sé que tengo razón —continuó él—. Cuan¬do te advertí de las probables consecuencias si continuabas vistiéndote provocativamente, ya era tarde. Pero tengo que ser sincero contigo, los dos nos lo merecemos. Myri, te deseo. Si te pu-sieras un saco viejo por encima de la cabeza, aún seguiría queriendo acostarme contigo. No puedo vivir así, deseando hacer el amor contigo y teniendo que atenerme a los términos de nuestro acuerdo. Y me imagino que tampoco sería cómodo para ti. Así que, o bien hacemos que este matrimonio sea de verdad o acabamos con él. Tú decides. No tienes que apresurarte. Nos quedan cuatro semanas de estar aquí, tiempo su¬ficiente. No te voy a presionar en absoluto, lo que suceda será por completo por decisión tuya.
Por un momento Víctor pareció sorprendente¬mente vulnerable y luego se levantó.
—Pareces sorprendida. Lo siento, te dejaré en paz para que te lo pienses.

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Mensaje  Dianitha Mar Ene 15, 2013 11:41 am

gracias por el cap niña me encanta la novelita xfis no tardes con el siguiente cap sii Amigos muy íntimos 146353 Amigos muy íntimos 146353
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Mensaje  dany Jue Ene 17, 2013 12:29 am

GRACIAS POR LOS CAPITULOS

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Mensaje  nayelive Jue Ene 17, 2013 1:28 pm

gracias por el capi saludos
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Mensaje  Sofia_GMVM Dom Ene 20, 2013 11:34 pm

Capítulo 6

EL resto de la velada fue un fracaso. Ape¬nas comieron y el champán lo dejaron casi sin tocar. Ambos estaban muy incómodos. Cuando terminaron, él dijo que llamaría un taxi.
Víctor no dejaba de preguntarse qué había pa¬sado. Desde pequeño había aprendido que las emociones lo hacían ser vulnerable, que eran contraproducentes.
Entonces ¿por qué desde la interrupción de Marimar sentía lo que era la emoción más prima¬ria? Era la ira. ¿Porque Marimar les había fastidia¬do la velada? ¿Porque esa maldita mujer le había clavado las garras a Myriam y le había hecho daño? Si unía eso a la necesidad de protegerla de cualquier cosa que la pudiera dañar, se encontra¬ba con algo que iba a tener que pensar.
Se dio cuenta del alivio de ella cuando salie¬ron.
—Mañana voy a tener que irme a Jerez. Por lo del nuevo hotel, ¿recuerdas?
Eso le daría el tiempo y el espacio necesarios para pensar, decidir si Myriam y él tenían un futu¬ro juntos. La irrupción de Marimar, las inesperadas emociones que había despertado, lo habían pues¬to todo cabeza abajo.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó ella tra¬tando de no parecer demasiado aliviada.
Realmente necesitaba algo de tiempo lejos de él para controlar sus sentimientos. Antes de la llegada de Marimar le había parecido que él le esta¬ba sugiriendo que, quizás algún día, su matrimo¬nio podía terminar siendo de verdad, que había aprendido a amarla.
Había hablado de un viaje de descubrimiento. Y eso los podía llevar a cualquier parte.
Pero se había equivocado. Nada más ver a su ex novia, había cambiado. A partir de ahí, ni si¬quiera podía disimular y hacer como si disfruta¬ra de su compañía.
—No lo sé. Te mantendré informada, por su¬puesto. Y, si de verdad no quieres volver a traba¬jar todavía, podrías pasar el tiempo ayudando a tu padre con la mudanza.
¡Eso podía ser dentro de varias semanas! Myriam abrió los ojos empavorecida. ¿Pensaba él estar fuera todo ese tiempo? ¿Por qué? ¿Porque después de volver a ver a Marimar no podía sopor¬tar estar junto a ella? ¿Se estaría dando cuenta ahora del error que había cometido?
¿Estaría pensando volver con Marimar?
A la mañana siguiente, Víctor ya se había marchado cuando ella se despertó. La casa esta¬ba vacía sin él. Myriam pensó llamar a la agencia para la que trabajaba y preguntarles si tenían algo para ella, pero sabía que no se iba a poder concentrar en el trabajo, así que decidió seguir el consejo de Víctor y llamó a su padre.
Todo estaba yendo más rápidamente de lo que se habían imaginado. No hacía ni dos días que habían puesto a la venta la casa de Sussex y ya tenían una oferta en firme y habían dado una fianza por el apartamento de Londres, así que no tardarían mucho en mudarse. Su padre le dijo que le agradecería mucho su ayuda.
Por eso, pocos días después estaban los tres, su padre, ella y la señora Barrera, Emilia a partir de entonces, preparando la mudanza.
Eso la ayudaría a quitarse de la cabeza la pro¬longada ausencia de Víctor y sus posibles razo¬nes para ella.
—Si Víctor sabía que se iba a tener que pasar tanto tiempo en España —le dijo su padre—, de¬bería haberte llevado con él. Así te compensaría de alguna manera por la luna de miel que no ha¬béis tenido.
—No quise ir —respondió ella rápida¬mente.
No era mentira. Si él se lo hubiera ofrecido, no habría aceptado. Necesitaba tiempo para asilimar que nunca ocuparía el lugar de Marimar en el cora¬zón de él y para decidir si tenía la suficiente fir¬meza como para seguir con ese matrimonio.
Estaban sentados en la cocina de la vieja casa de Sussex, rodeados de cajas, ya que se iban a mudar al día siguiente y Emilia quitó una cacero¬la del fuego y dijo:
—Estoy de acuerdo contigo. Donde mejor se está en esta época del año es en casa, a no ser que te vayas al sol, al otro lado del mundo — dijo dejando claro que no conocía Cádiz—. Antonio. Creo que ya es hora, ¿no te parece?
—¿Qué? Oh, sí, por supuesto. Myriam, Emilia y yo tenemos que contarte algo...
—Que os vais a casar. ¡Enhorabuena! —ex¬clamó ella sonriendo—. ¿Cuándo?
—¿Cómo lo has sabido?
—Bueno, las mujeres tenemos olfato para es¬tas cosas, ¿no es así Myriam? —dijo Emilia—. He¬mos decidido que en abril. Iremos a París en pri¬mavera para la luna de miel. No está demasiado lejos y los dos queremos verlo. ¿Puedes abrir tú el vino, Antonio, mientras yo limpio los cacharros? Entonces sonó el teléfono.
—Yo contesto —dijo Myriam—. Seguramente serán los de la mudanza para confirmar la hora de llegada.
Pero era Víctor. La había llamado todas las semanas y la última vez había sido hacía solo dos días. Cuando volvió a la mesa poco después, el corazón le latía fuertemente.
—Era Víctor. Volverá a casa dentro de seis días y luego nos iremos a las Barbados para que¬darnos un mes allí. Al parecer, ha alquilado una casa en una de las islas pequeñas.
No le había dicho por qué ni lo que tenía en mente. Solo le había preguntado si tenía el pasa¬porte y le había dicho que se comprara ropa ade¬cuada.
¿Por qué, después de estar semanas separa¬dos, se le ocurría ahora pasar todo un mes de su ocupada vida con ella?
A lo mejor lo que quería era tenerla lejos de cualquiera que los conociera para decirle que ya estaba harto de ese matrimonio de conveniencia y que había sido un error. Era lo único que se le ocurría que pudiera tener sentido..
Eso la deprimió profundamente.
—¿Te sientes mejor?
Myriam tenía los ojos cerrados, pero la preocupación que se leía en la voz de él y el contacto de sus dedos en el rostro cuando le apartó un mechón de cabello del mismo, la hizo despertar¬se por completo, ser consciente de que había he¬cho la tonta.
Abrió los ojos lentamente. La gran cama doble era cómoda, estaba cubierta por una colcha de al¬godón y la habitación se mantenía fresca y en pe¬numbra, dejando fuera el fuerte sol del Caribe.
Marimar no se habría puesto así de mal por el vuelo ni por el trayecto en helicóptero hasta la isla. No se habría transformado en una ruina su¬dorosa apenas capaz de mantenerse en pie.
—Víctor —balbuceo—. ¿Es ya mañana? Él sonrió.
—¿Cómo te encuentras? Llevas horas dur¬miendo.
¿Que cómo se sentía? Myriam se sentó en la cama y fue entonces cuando vio o más bien sin¬tió por la intensa mirada de él, que estaba desnu¬da y con los senos al aire.
Se ruborizó y tiró de las sábanas para taparse. La mirada de él había sido como un contacto fí¬sico. Sus senos se habían endurecido y todo su cuerpo vibraba de necesidad.
Iba a tener que controlar de alguna manera lo mucho que lo necesitaba, que lo deseaba. Estaba segura de que su matrimonio no iba a ir a ningu¬na parte, que se iba a acabar.
—¿Me acostaste tú? —Le preguntó.
—No. Lo hizo Mercy. Pensé que era lo me¬jor.
La brusquedad" de su tono de voz la hizo es¬tremecerse.
Dadas las circunstancias de ese matrimonio él no querría ningún contacto físico con ella.
—¿Y quién es Mercy?
—Ella y su marido Manuel son los que se ocupan de todo aquí. Vienen con todo lo demás, que es nuestro durante todo el mes. Te traerá pronto el desayuno. Después de que hayas comi¬do, te podrás duchar y vestir. Ponte algo ligero, hace calor. Pasaremos el día tranquilamente para que tengas tiempo de recuperarte.
Cuando él salió de la habitación, decidió no hacerle caso y se levantó de la cama. Las piernas le temblaban un poco, pero logró llegar al cuarto de baño.
Después de ducharse y cepillarse los dientes se sintió mucho mejor. Cuando salió del baño vio que le habían dejado una bandeja junto a la ventana. El rico aroma del café le llenó los senti¬dos, pero no hizo caso y se vistió antes, con una falda azul de algodón y una camiseta blanca. Luego se tomó el café mirando por la ventana la hierba verde esmeralda que se extendía casi has¬ta un mar aparentemente igual de verde.
Luego cerró las cortinas. No se iba a dejar se¬ducir por el paraíso. Teñía que ser dura para po¬der soportar lo que él le fuera a decir.
Aún con el estómago revuelto, comió solo la fruta que había en la bandeja y luego se puso los zapatos de lona. Mercy debía haberle deshecho la maleta cuando llegaron esa noche. Todas sus cosas estaban colgadas en el armario y la ropa interior en los cajones.
Y la de él. Mercy no debía saber que dormían en habitaciones separadas, por supuesto. Sin duda Víctor se llevaría sus cosas discretamente más adelante.
Decidida a conocer cuanto antes lo que él le tuviera que decir, salió de la habitación para bus¬carlo, pero se encontró antes con Mercy.
Era una mujer pequeña de unos cuarenta años, piel color café, unos rasgos aristocráticos y unos ojos oscuros y brillantes. Parecía muy efi¬ciente e imperturbable. Le dijo con un acento le¬vemente español:
—Espero que se le hayan pasado ya los efec¬tos del vuelo. Sé lo muy desorientadores que pueden ser estos viajes.
Su sonrisa era amigable, a Myriam le cayó bien y se sintió un poco más relajada.
—Me encuentro perfectamente bien, gracias. Estoy buscando a mi marido. ¿Lo ha visto?
—La está esperando en la terraza, junto a la piscina, le mostraré el camino.
La acompañó por un gran salón muy aireado y lleno de luz, con unos grandes ventanales que dejaban pasar la brisa marina.
—Es mejor que use la piscina hasta que apren¬da a manejarse bien en las playas. Algunas tienen arrecifes que las protegen del mar abierto y los ti¬burones y otras no. Manuel se lo contará todo.
— ¡Prefiero la piscina!
—Les llevaré café y unos zumos dentro de un momento, ¿quiere?
Víctor la estaba esperando indolentemente tumbado en una hamaca. Al parecer acababa de darse un baño, ya que aún estaba húmedo y lle¬vaba solo el bañador.
¿Cómo iba a ella a lograr mantener fría la ca¬beza para poder hablar racionalmente de su futu¬ro con un nombre como ese?
—Myriam...
La voz de Mercy debía haberle advertido de su presencia, ya que Víctor se sentó y la miró.
—Tienes mucho mejor aspecto —dijo sin sonreír.
Así que él estaba encontrando difícil la situa¬ción, al parecer. Lo mejor que ella podía hacer era actuar si no le importara el que hubiera cam¬biado de opinión.
—No te quedes ahí —añadió él logrando son¬reír— Siéntate aquí, a la sombra.
Al decirlo, le señaló otra de las hamacas, que estaba completamente a la sobra de un gran parasol.
—No quiero que te vayas a quemar.
Myriam pensó que no había peligro de eso. Al contrario que él, iba púdicamente tapada. Pero el agua de la piscina parecía fresca y tentadora. Él estaba claro que ya se había bañado y, si las co¬sas fueran diferentes, ella se volvería a su habi¬tación, se pondría el bañador y lo haría también. Pero las cosas no eran diferentes y no se po¬día quedar allí de pie para siempre, así que se sentó donde él le decía.
—Tengo que hablar contigo —dijo él enton¬ces.
Myriam pensó que ya había llegado el momen¬to de la verdad y deseó salir corriendo. No que¬ría oír aquello. Casi gimió aliviada cuando apa¬reció Mercy con el café y los zumos.
Aunque eso solo fue una breve tregua, por mucho que ella trató de alargarla hablando con la mujer, pero cuando se hubo marchado, no tuvo más remedio que armarse de valor y decirle a Víctor:
—Tenías algo que decirme.
—Y lo tengo —respondió él secamente.
—¿Y bien?
Víctor estaba sentado, con los codos apoya¬dos en las rodillas y los ojos fijos en ella.
—No me resulta fácil decirte esto. Antes de casarnos, hicimos un trato. Pero he de decirte, Myriam, que me resulta imposible atenerme a él.
Myriam notó cómo la sangre le desaparecía del rostro y cerró los ojos. Se sintió mal. ¿No era eso lo que se había imaginado que sucedería?
¿No se había dicho a sí misma que se lo pondría todo lo fácil que pudiera?
—Entiendo.
—No, no creo que lo entiendas —dijo él más suavemente ahora—. Entonces veía nuestro ma¬trimonio como un oasis de paz y con el que la empresa quedaría a salvo. Nuestras vidas corre¬rían tranquilamente por sendas paralelas, sin ningún punto de encuentro en el sentido físico. Sin nada de sexo que lo enturbiara todo. Tú ac¬cediste a eso y, probablemente, aún sigas que¬riendo que sea así. Me imagino que sí. ¿Estoy en lo cierto?
Ella no tenía ni idea de a dónde quería ir a parar y, en cualquier caso, era incapaz de res¬ponder, así que se quedó mirándolo boquiabier¬ta. Oh, sí que podía haber seguido con ese matri¬monio de conveniencia, engañándose a sí misma diciéndose que podía contentarse con eso. ¿Pero cómo le podía decir que lo deseaba a él de todas las formas posibles y con cada átomo de su ser?
—Sé que tengo razón —continuó él—. Cuan¬do te advertí de las probables consecuencias si continuabas vistiéndote provocativamente, ya era tarde. Pero tengo que ser sincero contigo, los dos nos lo merecemos. Myri, te deseo. Si te pu-sieras un saco viejo por encima de la cabeza, aún seguiría queriendo acostarme contigo. No puedo vivir así, deseando hacer el amor contigo y teniendo que atenerme a los términos de nuestro acuerdo. Y me imagino que tampoco sería cómodo para ti. Así que, o bien hacemos que este matrimonio sea de verdad o acabamos con él. Tú decides. No tienes que apresurarte. Nos quedan cuatro semanas de estar aquí, tiempo su¬ficiente. No te voy a presionar en absoluto, lo que suceda será por completo por decisión tuya.
Por un momento Víctor pareció sorprendente¬mente vulnerable y luego se levantó.
—Pareces sorprendida. Lo siento, te dejaré en paz para que te lo pienses.

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Mensaje  Sofia_GMVM Dom Ene 20, 2013 11:36 pm

Capítulo 7

MYRIAM lo vio marchar con el corazón latiéndole fuertemente en el pecho. No daba crédito a sus oídos. Debía haberlo entendido mal. ¿Se estaba volviendo loca?
¿Cómo podía él querer hacer el amor con ella cuando había compartido cama con la preciosa y sofisticada Marimar?
A no ser, por supuesto, que fuera esa precisa¬mente la razón.
Quería utilizarla para quitarse de la cabeza la imagen de la mujer a la que seguía amando.
El trato que tenían no le gustaba porque él era un hombre normal y necesitaba el sexo. Lo mismo que ella.
Se ruborizó cuando se dio cuenta de lo que acababa de pensar.
Deseaba que él le hiciera el amor, por supues¬to que sí. Solo con pensarlo se derretía.
Pero se lo iba a tener que pensar racional¬mente y no dejarse llevar por las emociones.
Se puso en pie, respiró profundamente y lo siguió. Sabía que él era lo suficientemente ínte¬gro como para responderla claramente a la pre¬gunta de si la estaba utilizando con la intención de quitarse a Marimar de la cabeza.
Porque si era así, la cosa no funcionaría.
Sabía que no había manera de salir favoreci¬da de la comparación con la fabulosa mujer con la que él casi había llegado a casarse y segura¬mente la encontrara una pobre compañera de cama. Una virgen inexperta. Sin amor por parte de él, aquello terminaría en un desastre y solo podría empeorarlo todo.
Si ella seguía los dictados de sus emociones y permitía que hicieran el amor, él se podría sentir atado luego. Atrapado. Víctor era un hombre ho¬norable y se sentiría obligado a seguir adelante con el matrimonio.
Hacía mucho calor y la camiseta se le pegaba al cuerpo, se apartó el cabello de los ojos y miró a su alrededor. Había unos escalones de piedra que se dirigían al pueblo que habían visto el día anterior desde el helicóptero, pero supuso que él no habría ido hacia allá en bañador.
Hacia la orilla había otros escalones, de ma¬dera, que llevaban hasta una cala protegida. Te¬nía forma de media luna y una arena blanca como la nieve. Se le encogió el estómago cuan¬do vio a Víctor nadando bastante adentro. Mercy le había hablado de tiburones y el miedo se apo¬deró de ella.
Pero se dijo que era tonta. Él siempre sabía lo que hacía.
De todas formas, suspiró aliviada cuando lo vio volverse y nadar hacia la playa.
De repente, se le aclararon los pensamientos como el agua transparente que los separaba.
Ya no le importaban las razones que pudiera tener él para que su matrimonio fuera de verdad. Tenía que olvidarse de la ética y todo lo demás.
Ella no era un ratón de biblioteca, sino una mujer de sangre caliente y Víctor era su marido. . Y lo amaba lo bastante para los dos, lo suficien¬te como para rellenar la falta de amor de él.
Se quitó los zapatos y caminó primero por la arena y luego dentro del agua, hacia donde esta¬ba él. Y cuando el agua le llegó a la cintura, se detuvo, observando sus poderosas brazadas. Una ola mayor que las otras le empapó la camiseta y, con el frío, los pezones se le endurecieron y se apretaron contra la tela.
Entonces él la vio y se fue acercando poco a poco, casi como si no quisiera que ella interrum¬piera su soledad.
A unos metros de ella, se puso en pie, se apartó el cabello húmedo con una mano y dijo:
—¿Qué estás haciendo? Buena pregunta, pensó ella. ¡Estaba comple-tamente vestida y en el agua! Sonrió.
—Estaba haciendo un gesto simbólico. En¬contrarme contigo a medio camino.
—Myri...
Víctor empezó a moverse hacia ella y Myriam vio la pregunta que había en sus ojos. Se acercó también a él y le tocó los hombros, notando sus poderosos músculos.
La respiración de él era tan agitada como la de ella.
—Bésame —le dijo.
—¿Quieres que lo haga?
Pero no hizo nada por tocarla y apretó los pu¬ños a los costados.
El amor le dio a Myriam el valor que necesita¬ba, así que le tomó las manos y dijo:
—¿No se me nota?
Luego tomó una de sus manos y se la llevó a uno de sus pechos. El pezón endurecido le mos¬tró la verdad a Víctor.
Pero apartó la mano enseguida.
—No era un ultimátum, Myriam. Solo una afir¬mación. Quiero un matrimonio completo, pero no que accedas a algo que no desees.
—No me lo estás poniendo fácil —murmuró ella—. A mí también me gustaría que nuestro matrimonio fuera completo. No lo puedo decir más claro.
Él se tensó y entonces Myriam se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la orilla. Sentía ganas de llorar. Se había imaginado un recibimiento muy distinto cuando fue hacia él.
Pero entonces él la atrapó y la hizo volverse repentinamente.
Cuando lo hizo, se encontró con que la boca de él estaba a milímetros de la suya. Sintió cómo se le entreabrían los labios y el tiempo pareció detenerse hasta que él cruzó esa distancia y la besó. Entonces todo explotó con un ansia y una fuerza que la estremeció hasta lo más profundo de su alma.
La ola de placer la hizo fundirse contra su cuer¬po, haciéndola que se agarrara desesperadamente a él y, cuando Víctor rompió por fin el beso, pare¬cía tan agitado como lo estaba ella y le dijo:
—Creo que será mejor que volvamos a la casa, ¿no te parece?
El beso había sido todo lo que ella había so¬ñado que sería. Y más aún. Pero él no había que¬rido prolongarlo mientras que ella hubiera dese¬ado que durara para siempre. ¿Habría sido demasiado ansiosa? ¿Es que las mujeres sofisti¬cadas besaban de otra forma?
Pero la mirada que él le dirigió cuando le pasó un brazo por la cintura, hizo que las rodi¬llas le temblaran.
—Quiero una intimidad completa cuando por fin haga el amor con mi esposa. Quiero una cama suave bajo nosotros y todo el tiempo del mundo para explorar cada centímetro de su cuerpo. Para tocarlo, saborearlo y, finalmente, poseerlo.
Ella nunca habría llegado a la habitación sin su apoyo, ya que sentía los huesos como si fue¬ran de goma.
La cama estaba recién hecha, habían retirado los restos del desayuno y había flores por todas partes.
Myriam respiró profundamente tratando de calmarse, pero solo logró estremecerse. Víctor frunció el ceño, apagó al aire acondicionado y dijo:
—Quítate esa ropa mojada, Myriam. Parece que tienes frío. ¿O es que te has quedado petrifi¬cada? No te preocupes, no voy a actuar como un hombre de las cavernas. Iremos muy despacio. Y, si cambias de opinión, solo tienes que decír¬melo. ¿De acuerdo? Ahora te sugiero que nos duchemos para quitarnos el salitre antes de al¬morzar.
Entonces se quitó el bañador y se dirigió al cuarto de baño. Sin ningún falso pudor, y a Myriam se le secó la boca al verlo.
Oyó el ruido del agua de la ducha y deseó te¬ner la confianza como para desnudarse y reunir¬se con él allí. Apretó los dientes y deseó moverse, pero no pudo y, cuando él volvió, seguía allí, atenazada por el pánico.
Víctor la miró y dejó a un lado la toalla con la que se había estado secando.
—Esto no va a funcionar, ¿verdad Myri? — dijo preocupado—. Cuando nos besamos pensé que sí y que ibas en serio con lo que dijiste, pero ahora, cuando se aproxima el momento clave, parece como si te fueran a ejecutar en la silla eléctrica. Debería haber recordado que tú siem¬pre te has amoldado a los deseos de los demás. A los planes de arreglarte de Inés, a este matri¬monio y a las bases para él que puse al principio, mi sugerencia de esta mañana de que lo consu¬máramos...
Mientras hablaba, él rebuscaba en los cajones y, por fin, dejó sobre la cama unos pantalones cortos de algodón.
—Como te dije, no espero que hagas nada que no quieras. Así que olvídalo todo. ¿De acuerdo? Me llevaré mis cosas a otra habitación. Puede que te desee, pero no quiero transformarte en una mártir.
¡Aquello era terrible! A Myriam se le escapó una lágrima y entonces recordó que podía respi¬rar, moverse, incluso hablar. Y podía ser tan sin¬cera con él como Víctor lo estaba siendo con ella.
No le podía contar toda la verdad, que estaba enamorada de él, que llevaba años así. Él no querría que lo hiciera. Pero podía explicarle todo lo demás.
—No te tengo miedo. Ni a ti ni a hacer el amor contigo.
Él le estaba dando la espalda mientras se po¬nía los pantalones cortos. Se encogió de hom¬bros como si no se creyera lo que le estaba di¬ciendo.
—Si te digo la verdad, solo tengo miedo de decepcionarte —añadió ella—. No tengo ningu¬na experiencia y, comparada con... Con la clase de novias que has tenido en el pasado, no doy la talla.
Ya estaba dicho. Había sacado a la luz sus miedos y esas palabras habían conseguido que, por fin, él le prestara toda su atención. Se desa¬brochó de nuevo los pantalones y los dejó caer al suelo.
Luego se volvió y la miró a la cara.
—Myriam, si tu madre siguiera viva tendría que responder de muchas cosas. Tienes que aprender a dejar de rebajarte. Ven aquí.
Eso fue una orden, pero la dijo muy suave¬mente. Myriam fue y se miraron a los ojos por unos segundos antes de que él le desabrochara la falda y la dejara caer al suelo. Luego hizo lo mismo con la camiseta.
¿Se daba cuenta él de lo erótico que era aquello? Víctor le bajó entonces las bragas. Ella se estaba estremeciendo con todo el cuerpo, se sentía como una bomba a punto de explotar.
Tuvo que apoyarse en su hombro para no per¬der el equilibrio cuando él la hizo levantar pri¬mero un pie y luego el otro para librarse de las bragas. La piel de él estaba cálida y húmeda.
Estaban muy cerca y desnudos. Él solo tuvo que mover un poco la cabeza y le rozó el vientre con los labios. La tensión sexual era casi inso¬portable.
Víctor se levantó y la hizo acercarse a uno de los espejos de cuerpo entero para que se mirara en él.
—Mírate —dijo—. Dime lo que ves. Como ella fue incapaz de articular palabra, Víctor continuó:
—Entonces te lo diré yo. Olvida lo que estás programada para creer. Estás viendo una mujer hermosa. Tus ojos son como lagunas de oro lí¬quido, tienes una boca que suplica ser besada, un cuerpo para morirse, unos senos perfecta¬mente formados, unas caderas lujuriosas...
Mientras hablaba, le iba acariciando las par¬tes de su cuerpo que describía. Myriam se sentía demasiado mareada como para permanecer de pie. La sangre le corría salvajemente por las ve¬nas, reseñándole en la cabeza.
Dejándose llevar por las nuevas sensaciones que él estaba despertando en su interior, se apo¬yó contra Víctor y él enterró sus dedos en el cen¬tro de su femineidad. Myriam tragó saliva e, instintivamente, separó las piernas, casi desmayán¬dose de deseo cuando esos mismos dedos se hundieron más profundamente y no podía dejar de mirar el reflejo de esas manos en el espejo, dándole placer. Entonces él bajó la cabeza y la besó en un lado del cuello.
Cuando sintió la fuerza de la excitación de él contra el trasero, se volvió, levantó las caderas y separó los muslos para acomodarlo como una mu¬jer primitiva dándole la bienvenida a su macho.
—Oh, cielos, Myriam...
Víctor la tomó en brazos y la dejó sobre la cama, para cubrirla a besos a continuación. Lue¬go se colocó sobre ella y se deslizó suavemente en el interior de su cuerpo. La culminación llegó rápidamente para ambos y fue más de lo que ella nunca hubiera pensado que fuera posible.
No hubo dolor, ni el más mínimo, solo éxta¬sis, un vuelo hasta las estrellas y un destello del paraíso. Para ella esa primera vez sería algo que siempre recordaría, pensó cuando le acariciaba la espalda y él se desplomaba en la cama a su lado.
—Eres increíble —susurró Víctor—. ¿Cómo has podido pensar que me ibas a decepcionar cuando eres tan hermosa, tan sexy?
Myriam murmuró alguna incoherencia y se apretó más contra él. Nunca en toda su vida ha¬bía sido más feliz, se había sentido más satisfe¬cha. Y eso la hizo pensar.
—Víctor. ¿Has cambiado de opinión acerca de tener hijos? No hemos tomado precauciones.
Él tardó un segundo en darse cuenta de lo que le estaba diciendo. Luego se sentó repentina¬mente en la cama.
— ¡No! No pienses en eso. Luego la miró por encima del hombro con una expresión extraña y añadió:
—Me has hecho perder el control y, créeme, ha sido la primera vez que me pasa. Luego sonrió pícaramente. —Te puedes tomar eso como un cumplido que debería aumentar tu confianza en ti misma. Eres mucho, Myri. ¿Lo sabías? Has destruido mis intenciones de llevar a cabo lentamente tu iniciación, de hacer que fuera inolvidable. Ella le acarició una mano.
—Y lo ha sido. Además, tenemos todo un mes para hacerlo todo lo lentamente que quera¬mos.
—Corrección. Tenemos el resto de nuestras vidas. Myri, a partir de ahora tomaré precaucio¬nes. Pero ahora, ¿es un momento seguro para ti? ¿O deberíamos hacer algo al respecto?
Víctor sonrió ante la completa falta de com¬prensión de ella y la abrazó.
—Esta isla puede que esté un poco apartada, pero no completamente fuera de los tiempos mo¬dernos. Hay una farmacia, así que podemos con¬seguir una píldora del día después.
—No —dijo ella tensándose.
Su sugerencia podía ser práctica, pero nada romántica. Y ella estaba dispuesta a mantener el romance en un puesto muy elevado de su lista de prioridades.
Además, no se iba a quedar embarazada por haber hecho el amor solo una vez sin precaucio¬nes.
—No, no es necesario —dijo convencida—. Estoy completamente a salvo. O por lo menos, eso creía.
—Si tú lo dices, querida, a mí me basta. Aho¬ra supongo que deberíamos ducharnos y vestir¬nos, si no vamos a hacer que Mercy nos esté es¬perando para servir el almuerzo. Aunque la verdad es que ahora mismo, comer es lo último que tengo en mente. ¿Vienes?
—Ahora mismo.
Ella tampoco tenía hambre de comida. Pero como habían dicho que almorzarían a la una, se¬ría imperdonable si no aparecieran. Lo siguió al cuarto de baño sintiéndose un poco triste por la perspectiva de no tener nunca un hijo de él. Pero estaba muy claro que Víctor no quería saber nada de tener familia. Y, si tenía que elegir entre tenerlo a él por marido o un montón de hijos con otro hombre, lo preferiría a él.
Siempre.

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Mensaje  dany Lun Ene 21, 2013 10:26 pm

GRACIAS POR LOS CAPITULOS

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Mensaje  jai33sire Mar Ene 22, 2013 7:37 am

gracias por los capitulos

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Mensaje  Dianitha Miér Ene 23, 2013 6:02 pm

gracias por el cap niña xfis no tardes con el siguiente cap
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Mensaje  Sofia_GMVM Dom Ene 27, 2013 1:24 am

Capítulo 8

DE verdad que tenemos que ir a eso esta noche? —preguntó Myriam. Parecía un poco tensa, pensó Víctor. Hacía meses que no lo parecía, desde que estuvieron en la isla. ¿Por qué sería ahora?
Cerró la puerta de la habitación y empezó a deshacerse el nudo de la corbata. El calor que sentía en el corazón cada vez que la veía se le había hecho tan habitual que no pensaba en ello, se limitaba a aceptarlo como parte de su satisfactoria vida juntos.
—Me temo que sí —respondió y la besó en la mejilla. Luego, dejó la corbata y la chaqueta sobre la cama doble que compartían con bastante entu¬siasmo.
—Es uno de los mayores mercadillos de cari¬dad de Londres y, como sabes, estoy en el comité organizador.
Víctor se desabrochó la camisa y se quitó los pantalones antes de añadir:
—Tenemos que ir.
Extrañado, vio el leve gesto de desagrado de ella. No era propio en ella negarse a ir a un acto social. Era curiosa la forma en que había floreci¬do en ese aspecto también. La tranquila estudio¬sa que nunca era más feliz que cuando estaba enfrascada en sus libros y trabajo era cosa del pasado.
Su esposa desde hacía tres meses, ya que no contaba los dos primeros en los que vivieron un matrimonio incompleto, había resultado ser una de las mejores anfitrionas de Londres.
«La mejor», pensó mientras la admiraba.
Desnudo, se acercó a donde ella se estaba maquillando delante del espejo. Ella ya se había duchado y su cabello seguía húmedo.
Sus miradas se encontraron en el espejo. ¿La de ella era de preocupación? Seguro que no. ¿Pero cómo lo iba a saber él? Si Myriam tenía problemas, nunca se los contaría, no tenían esa clase de relación.
Nada de escenas emocionales como se había temido cuando él se debatía entre hablarle o no de la necesidad de introducir el sexo en su matri¬monio. Nada tortuoso que enturbiara las aguas. Si Myri tenía un problema, pensaría en ello y encontraría la solución ella sola.
—Relájate —le dijo y le puso las manos en los hombros para empezar a darle masaje. Tal vez solo estuviera cansada.
—Creo que podremos marcharnos pronto. Luego, si quieres, iremos a cenar a nuestro res¬taurante favorito. ¿Te gustaría? —añadió.
—No te preocupes por mí, estoy bien. Lo del restaurante me parece buena idea.
En la parte trasera del vestido había una pe¬queña cremallera que Víctor le bajó. Le dejó los senos al descubierto y empezó a acariciárselos.
Como siempre, ella respondió. Esos senos maravillosos se endurecían bajo las manos de él.
Víctor se apretó contra ella y dijo:
—Tampoco importará si llegamos tarde.
—¿No? ¿Estás seguro?
—Totalmente.
Hizo girar el taburete donde estaba sentada ella, la rodeó con los brazos y la hizo levantarse.
Myriam lo deseaba tanto como él a ella.
A Víctor le daba vueltas la cabeza por lo hermosa que era su esposa. La besó disfrutando de la febril respuesta de ella a su pasión. Nunca antes otra mujer lo había hecho perder el sentido de esa manera.
Ninguna otra mujer... Ese pensamiento inconcluso penetró en su cabeza. Trató de entenderlo, pero enseguida se olvidó de él cuando Myriam le metió una pierna entre las suyas, le deslizó las manos por el vientre y le agarró la potente fuerza de su masculinidad.
Víctor gimió, la tomó en brazos y la dejó sobre la cama. Luego la besó por todas partes, a la vez que terminaba de desnudarla, tomándose su tiempo, haciendo que fuera tan perfecto para ella como lo estaba siendo para él.
Myriam respiraba agitadamente, sus manos lo acariciaban febrilmente; tenía el cuerpo en llamas, ardiendo por él. Víctor sabía perfectamente cuando unirse a ella, cuando deslizarse en su interior y, poco después ella gritó su nombre y la sintió llegar al climax a su alrededor, entonces él se dejó ir, consumiéndose en el líquido y dorado fuego que era su Myriam.
Su Myriam. Su esposa. La mujer que había cambiado su vida. Que lo había cambiado a él de maneras que solo estaba empezando a comprender.
Myriam pensó que llegaban tarde. El local es¬taba abarrotado y el nivel de ruido era increíble.
—No quiero dejarte, estás preciosa —le dijo Víctor—. Pero la necesidad obliga. Nos encontraremos aquí de nuevo dentro de media hora. Luego nos iremos a cenar y más tarde, ¿quién sabe?
¿Preciosa? Pensó ella cuando él se hubo marchado.
El vestido que llevaba era uno de los que se había comprado con Inés y pronto no cabría en él.
Era por eso por lo que no había querido ir allí esa noche. Tenía que decirle a Víctor que estaba embarazada.
Su médico se lo había confirmado esa misma mañana. De tres meses. Debió ser de la primera vez que hicieron el amor, en Barbados. Había sido la única vez que lo habían hecho sin ningu¬na protección. ¡Y ella le había asegurado que no habría consecuencias! ¡Eso la hacía sentirse fatal!
No sabía cómo se iba a tomar él la noticia, pero era algo que iba a tener que averiguar más tarde o más temprano.
Víctor no quería tener hijos. Y ella no quería que ese hijo que llevaba en las entrañas no fuera querido por su padre.
Ya se estaba sintiendo muy protectora con esa vida que llevaba dentro.
Pero seguramente, cuando él se hiciera a la idea de que iba a ser padre, también se alegraría.
Claro que también había esperado que él la amara y no había sucedido. Le agradaba, la respetaba, y le gustaba hacer el amor con ella, pero no la amaba. Su instinto le habría dicho si así fuera.
Pero con su hijo sería diferente. Por supuesto que él lo amaría. ¿No?
Mientras paseaba entre la gente, saludando a los conocidos, miró a ver si veía a Víctor. Veinte minutos más y se marcharían de allí. Le contaría la noticia durante la cena. Entonces él estaría relajado y, con un poco de suerte, receptivo.
—¿Estás sola? ¡Qué pena!
Myriam hubiera reconocido esa voz femenina en cualquier parte. Se volvió lentamente y se obligó a sonreír.
—Como siempre. Víctor te ha dejado sola, ¿verdad?
Myriam se negó a entrar a ese trapo. Esa mujer no podía haber sabido de la prolongada estancia de Víctor en España poco después de que se casaran, ¿verdad? Además, habían estado juntos desde ese mes idílico que habían pasado en Bar-bados.
—Solo esta viendo gente, cumpliendo con su deber—dijo Myriam.
Pero Marimar no le hizo caso y se dedicó a estudiar su aspecto.
—Buen intento en lo que se refiere a la trans¬formación, pero no es bastante. No si lo que pre¬tendes es sujetar a un hombre como Víctor. Es muy insistente en el estilo de sus mujeres. Como yo sé muy bien.
Myriam resistió la tentación de darle una bofe¬tada. No sabía por qué esa mujer no había querido casarse con Víctor, pero no podía soportar verlo con otra. Myriam no estaba dispuesta a quedarse allí aguantándola.
—¿Estilo? —preguntó sonriendo dulcemen¬te—. Si te estás refiriendo a ti, creo que confundes la palabra. Cuando te veo las que se me ocu¬rren a mí tienen más que ver con el hecho de que estés claramente en el mercado.
Eso le hizo daño a Marimar. De verdad. Toda la supuesta sofisticación desapareció inmedia¬tamente y apareció la ka.
— ¡No tienes ni idea! No era a ti a quien él quería, era a mí. ¡Siempre he sido yo! Se quedó destrozado cuando rompí nuestro compromiso. ¿Y sabes por qué lo hice? ¿No? Entonces te lo diré. Me dijo que no quería tener hijos. Nunca. Incluso me llegó a amenazar con que si, por casualidad, me quedaba embarazada, dejaría que me las arreglara yo sola. En ese aspecto no había nada más que hablar, así que lo dejé.
La satisfacción que había experimentado Myriam hacía un momento se esfumó por completo. Se sintió mal. Marimar no le parecía muy maternal, ¿pero qué sabía ella?
Lo que esa mujer le había dicho era horrible¬mente cierto y no era un buen augurio para su propia situación.
—Lo cierto es que he tenido tiempo para re¬considerarlo —continuó Marimar—. Sigo tan loca por él como Víctor lo está por mí. Y tan prontocomo sepa que he cambiado de opinión, que no me importa no tener hijos, si eso es lo que quiere, te dejará porque lo único que has sido para él ha sido un pobre segundo plato. Y si no me crees, solo obsérvame, te lo demostraré.
Y lo hizo. Fue increíble, pero lo hizo.
Aunque no era increíble en absoluto, pensó Myriam desesperada. ¿No había sospechado siempre que Víctor nunca había superado el que Marimar lo dejara?
Había esperado que el evidente placer que conseguían al hacer el amor lo hiciera olvidar y que, en su momento, llegara a amarla.
Pero cuando los vio juntos supo que eso no iba a suceder.
Marimar debía haberlo interceptado cuando la iba a recoger a ella. Y ahora los dos estaban muy cerca, absortos el uno en el otro. En toda la sala no parecía existir nadie más para ellos.
El tenía la cabeza inclinada para oír lo que le estaba diciendo. Parecía feliz y sonriente. Era la misma expresión que tenía cuando hacían el amor.
Vio que Marimar le ponía un dedo en los labios, que él tomaba esa mano y entonces alguien le tapó la visión y le puso una copa en la mano.
Myriam trató de salir de esa pesadilla, pero solo pudo asentir a lo que le estaba diciendo el hombre de mediana edad que se había puesto a charlar con ella. Lo conocía de vista, pero no re¬cordaba su nombre.
—Buenas noches, Lester. Me temo que tengo que interrumpirte —dijo Víctor al tiempo que la tomaba del brazo.
Ella ni se había dado cuenta de que se había acercado y Víctor añadió:
—Tenemos una cita para cenar. Ya sabes como es esto.
Mientras se dirigían a la salida, ella trató de endurecer su corazón, diciéndose que tenía que dejar de sentir cualquier cosa por él.
Afuera todavía había luz. Una preciosa tarde de junio. Víctor llamó a un taxi y Myriam le dijo:
—No quiero ir a cenar. Prefiero ir directamente a casa.
—¿Por qué? ¿Te pasa algo?
—Estoy demasiado cansada —dijo ella cuando entraron en el taxi.
Víctor le dio la dirección al taxista y ella pensó que ya tendría tiempo de contarle lo que le pasaba cuando estuvieran solos. Que estaba embarazada, eso era lo que le pasaba. Si él había amenazado a Marimar con dejarla si se quedaba embarazada accidentalmente, ¿qué posibilidades tenía ella?
Ninguna. No se había dado cuenta de que sus sentimientos en contra de tener hijos fueran tan profundos. Era una especie de frustración infantil.
Pero aun así, lo amaba.
No, se dijo que no lo amaba. No podía amarlo. Tenía que endurecer su corazón.
—Si no te encuentras bien, dímelo.
¿Estaba preocupado? No creía, debía estar malinterpretándolo. Simplemente debía estar ex¬trañado.
—No estoy enferma. Solo cansada, ya te lo he dicho.
Cansada de ser el segundo plato, de amar sin esperanza de que él la amara a ella. Y, por un impulso que no pudo contener, añadió:
—¿Has tenido una charla agradable con Marimar? Creo que estaba particularmente espectacu¬lar esta noche.
—Ah —respondió él, pero con eso lo dijo todo.
No hacía falta que se extendiera más, ella se había percatado de la sonrisa que se leía en su voz.
La charla que acaba de recordarle debía haber sido completamente satisfactoria para él.
Mientras él pagaba el taxi, Myriam entró en la casa y, momentos más tarde, él se reunió con ella en el salón y se quitó la chaqueta.
—Estás muy pálida, Myri —dijo Víctor acercándose—. ¿Crees que te vendría bien un coñac?
Myriam agitó la cabeza. No deseaba su educada amabilidad, su supuesta preocupación. Para cambiar un poco, quería algo real. Una emoción verdadera. Y eso era precisamente lo que conseguiría cuando le contara la noticia. La forma en que él se la tomara decidiría todo su futuro y e de su hijo.
Aunque, por lo que Marimar le había dicho, es taba muy segura de cuál sería ese futuro.
De repente, empezaron a temblarle las piernas, así que se tuvo que sentar en un sofá. Tenía la boca seca cuando le preguntó:
—Cuando le propusiste matrimonio a Marimar ¿le dijiste que no querías tener hijos?
Él se había dedicado a encender las luces de salón, pero se quedó helado cuando la oyó. Luego la miró fríamente.
—Así fue. ¿Por qué me lo preguntas?
—Porque es importante.
Sabía que Marimar le había dicho la verdad, encajaba perfectamente con lo que sabía ella misma. La única diferencia estaba en que él le había advertido a Marimar que no se pasara de lista y que no se quedara embarazada accidentalmente.
Si su matrimonio no hubiera sido consumado la situación no se habría producido. Luego, la cosas habían cambiado y él había querido tener sexo. Y, aparte de esa primera vez, Víctor siempre había tomado precauciones meticulosamente.
Myriam se levantó. El resto de su vida empezaba allí mismo. Tenía que comenzar como pretendía continuar. Con dignidad y valor.
—Quiero el divorcio —le dijo. La inesperada tranquilidad con que le salió la voz le dio fuerzas para seguir.
—Esta mañana me han confirmado que estoy embarazada —añadió—. Y no es necesario que me digas que te lavas las manos en esto por haber roto tus normas, ya que me marcharé mañana mismo. No hay forma de que quiera que mi hijo tenga algo que ver con un padre que no lo quiere a él. Alguien tan enfermo, amargado y re¬torcido como tú pareces ser.
Myriam se dirigió a la puerta y continuó diciéndole:
—Esta noche dormiré en una de las habitaciones de invitados y te agradecería que no trajeras aquí a Marimar hasta que yo me haya marchado.
Se volvió para mirarlo por última vez. No sabía lo que iba a pasar si él le pedía que no se fuera. Probablemente se quedaría. Pero Víctor no lo hizo. Parecía que tenía los rasgos grabados en piedra.
La estaba dejando marchar sin decir nada. En ese momento lo odió tanto como lo había ama¬do.
Salió del salón y cerró la puerta.
No era necesario que él dijera nada, ya que había sido ella la que había hecho el trabajo sucio en su lugar.

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Mensaje  Sofia_GMVM Dom Ene 27, 2013 1:30 am

Capítulo 9

MIENTRAS se dirigía a una de las habitaciones de invitados, Myriam cambió de opinión.
¿Por qué esperar a la mañana? Si se iba a marchar, era mejor hacerlo inmediatamente. Víctor no estaba precisamente suplicándole de rodillas que se quedara. Aparte de la formalidad del divorcio, ese matrimonio había terminado.
La verdad era que el silencio de él, su completa indiferencia era deprimente.
Entró en la habitación que había estado compartiendo con Víctor y empezó a recoger todas las cosas que le cupieran en una bolsa de viaje. El resto podía quedarse allí, no le importaba.
Luego, bajó las escaleras y estaba en la calle cinco minutos después de haber dejado a Víctor. Pero le pareció como si tuviera los pies pegados al suelo, como si el esfuerzo físico de marcharse de allí fuera superior a ella.
Ya casi era de noche, una noche cálida de junio, y no había demasiado tráfico, así que, por fin, empezó a caminar.
Sin darse cuenta, se encontró delante del edificio de apartamentos donde su padre se había ido a vivir con su nueva esposa.
Como atontada, pensó que necesitaba un sitio donde pasar la noche. En ausencia de una madre, se estaba yendo a casa de su padre, tratando de volver a la existencia que había llevado antes de la proposición de Víctor.
Cuando su padre le abrió la puerta, llevaba un batín ligero sobre el pijama a rayas, y unas zapa¬tillas viejas.
Y además tenía una expresión de extrañeza en el rostro.
—¿Puedo quedarme aquí a pasar la noche? —le preguntó ella.
Antonio la hizo pasar mientras seguía mirándola con estupor. Ya había ido a visitarlos otras veces, pero nunca vestida de fiesta, con una bolsa de viaje colgada del hombro y las huellas de las lágrimas que le habían corrido por el ros¬tro.
—Por supuesto que puedes quedarte —dijo su padre—. Te puedes quedar todo el tiempo que quieras. ¿Pero puedo saber por qué?
Ella se volvió y dejó la bolsa en el suelo.
—He dejado a Víctor. No ha funcionado. Nunca funcionaría.
—¿Por qué no te sientas antes de que te caigas al suelo? ¿Quieres beber algo? ¿Café o algo más fuerte?
Ella ignoró esa pregunta.
—¿Dónde está Emilia?
—Se ha acostado pronto. Pensábamos ir a York mañana. Para quedarnos unos días. Pero lo podemos dejar para más adelante, no es importante. Lo que sí parece que lo es, es lo que te está pasando a ti.
—¡No!
De repente, Myriam pensó que no tenía ningún derecho a alterar los planes de su padre y Emilia.
—Me quedaré solo esta noche —añadió—. Mañana me marcharé también de Londres. No quiero que cambiéis de planes por mí. Además, no serviría de nada. Me gustaría tomarme un té, ¿y tú?
Se dirigió entonces a la cocina sin esperar la respuesta de su padre. Ahora se sentía extraña¬mente tranquila, casi como si nada pudiera tocarla
Mientras se preparaba el té, su padre dijo desde detrás:
—Si no quieres, no tienes que decirme qué eslo que ha ido mal. Puede parecer una pregunta tonta conociendo a Víctor como lo conozco, ¿pero te ha hecho daño? ¿Ha sido grosero?
—No.
Su padre se refería daño en el sentido físico y sí que había sido una pregunta tonta, ya que Víctor no era nada violento, salvo en lo que se refería a la apasionada profundidad de sus sentimientos hacia Piona.
—Es solo que la cosa no funciona. Y no debes preocuparte por ello, ni permitir que afecte a la buena relación que tienes con Víctor.
Cuando estuvo el té, sirvió dos tazas y Antonio tomó la suya y se sentaron a la mesa de la cocina.
—¿A dónde irás? ¿Qué vas a hacer? —le preguntó a su hija.
—La agencia me encontrará algún trabajo. Y ya sabes que puedo trabajar en cualquier parte. Con respecto a dónde iré, ya te lo haré saber cuando lo sepa yo misma.
—Vas a necesitar ayuda. Emilia y yo estaremos encantados...
—No. Estoy bien económicamente, como ya sabes. Con suerte encontraré algo para alquilar. Me mantendré en contacto con vosotros y, como ya te he dicho, no tenéis que preocuparos por mí.
—¿Y cómo puedo evitar hacerlo? Admito que al principio tenía algunas dudas sobre vuestro matrimonio. Pero cuando volvisteis de esa luna de miel retrasada, supe que todo iba bien. Víctor había perdido un poco de su dureza y nunca antes te había visto a ti tan radiante.
Le tomó las manos por encima de la mesa y añadió:
—Y ahora parece que lo estás tirando todo por la borda, Myriam. Todos los matrimonios pasan por malas rachas. El caso es que uno no se marcha así porque sí. Cuando se produce una mala racha, hay que quedarse para solucionar las cosas. ¿Por qué no vuelves mañana a tu casa, te sientas con Víctor y lo habláis para tratar de re¬solver el problema que tenéis? Por lo menos, prométeme que te lo pensarás, ¿quieres?
Myriam apartó las manos y se levantó. Su pa¬dre parecía muy preocupado. No debería haber ido allí a molestarlos.
—Lo pensaré —le prometió.
Si se pasara el resto de su vida pensándolo, tampoco serviría para nada, las circunstancias no cambiarían, pero él no debía saber eso. Por lo menos había sido lo suficientemente discreta como para no contarle la verdad de la situación.
—Me lo pensaré, pero solo si tú me prometes otra cosa.
—¿Cuál?
—Que Emilia y tú os marcharéis mañana como habíais planeado y os olvidaréis de mis problemas.Ya los solucionaré de una u otra manera... Ya sé que crees que no tengo nada de sentido común, pero créeme, he cambiado. Y ahora, ¿cuándo volveréis?
—El viernes que viene como muy tarde.
—Entonces os llamaré esa misma tarde, ¿de acuerdo?
—Muy bien —dijo Antonio y se puso en pie—. Ya es hora de que nos vayamos a dormir. Y recuerda tu promesa, te lo pensarás mucho antes de hacer algo drástico.
Myriam mantuvo su promesa. No le haría ningún mal pensar en ver a Víctor, sentarse con él y hablar. Pero eso era todo lo que haría. Trasladar el pensamiento a la acción sería una pérdida de tiempo. La verdad era la verdad y nada la podía cambiar.
Se despertó cuando oyó andar por la casa a su padre y a Emilia. Eran las seis y parecía que iba a hacer otro día caluroso.
Recordó lo preocupado que estaba su padre la noche anterior y se levantó de la cama. Seguro que él ya se lo había contado a Emilia y ahora ella estaba preocupada también, y no quería fastidiarles el viaje a York. Se lavó y se puso unos vaqueros y una blusa amarilla sin mangas.
En la cocina, su padre y Emilia ya estaban sentados a la mesa, tomándose un té.
Myriam recordó el día que se casaron. Emilia estaba preciosa y su padre muy orgulloso y con¬tento. Hacían una gran pareja y la vida les iba muy bien juntos, así que ella no tenía ningún de¬recho a introducir en ella ningún motivo de preocupación.
Por supuesto, podía contarles la verdad de su matrimonio de conveniencia, y ellos entenderían su punto de vista. Y se preocuparían más aún. Era mejor no decir nada al respecto hasta que las aguas se hubieran calmado un poco.
— ¡Myriam, querida! —dijo Emilia, se levantó y la abrazó—. Antonio me lo ha contado. ¿Qué podemos hacer para ayudarte?
—Nada —respondió ella tan alegremente como pudo mientras le devolvía el abrazo—. Salvo prepararos para el viaje mientras yo hago el desayuno.
— ¡No podemos! No mientras tengas ese problema.
—Sí que podéis. Esta mañana me siento mucho más tranquila. No debería haber venido aquí, sino a un hotel para no preocuparos.
—Tienes mejor aspecto —dijo su padre—. ¿Mantendrás tu promesa de pensar en arreglar las cosas con Víctor?
—Sí. Volveré a casa cuando os hayáis marchado. ¿Y tú? ¿Recuerdas la promesa que me hiciste a mí? Es domingo, así que Víctor debe estar en casa.
Mientras se vestía debía haber decidido subconscientemente que no podía dejar así a Víctor, sin darle la oportunidad de que él le contara su opinión.
Y ella no le había dicho que no esperaba ninguna clase de pensión o que mantuviera a un hijo que él no quería. Que se las podía arreglar perfectamente sola y que, si él quería ver a su hijo, solo tenía que decirlo. Seguramente él no querría saber nada al respecto, pero tenía que ofrecérselo.
Y también se disculparía por las cosas que le había dicho, lo cierto era que había sido muy cruel al decirle que estaba enfermo y que era un retorcido y un amargado. Por encima de todo, siempre habían sido amigos. Su matrimonio ha¬bía estado condenado desde el principio, pero no quería que terminara con dolor y amargura.
—Bueno —dijo Antonio mirando a su esposa—. Hice una promesa. ¿Y tú estás segura de que te sentarás a hablar tranquilamente con Víctor?
—Muy segura. Y ahora, ¿os queréis ir a vestir de una vez?
Los diez minutos andando que separaban la casa de su padre de la de Víctor le parecieron una eternidad. Trató de apresurar el paso, pero las piernas no la obedecieron. ¿Y si a él no le había importado que se fuera? ¿Y si había aprovechado el domingo para trabajar en la oficina sin que le molestaran los teléfonos y faxes?
Y hablando de teléfonos, ¿por qué no la habría llamado? Debía haberse imaginado que había ido a casa de su padre. Ni se había molestado en llamar para ver si era así.
Aunque hubiera pensado que se había quedado en una de las habitaciones de invitados de la casa y no se hubiera molestado en ver si lo había hecho, a esas horas seguro que ya habría visto que ella no estaba allí.
Cuando llegó a la casa, se dio cuenta de que no tenía la llave, así que llamó al timbre esperando que la señora Barrera estuviera ocupada y fuera Víctor mismo el que contestara. Mientras esperaba, cada segundo que pasaba se iba poniendo más nerviosa y, por mucho que lo intentara, no pudo evitar la esperanza completamente irracional de que sucediera un milagro y todo terminara bien.
Se abrió la puerta y ella logró sonreír. Pero esa sonrisa desapareció inmediatamente cuando se encontró con Marimar que.le dijo secamente:
—¿Qué quieres?
Myriam se quedó sin respiración.
¡Él ya había hecho que Marimar se instalara en la casa!
La garganta se le secó. Esa mujer no había perdido el tiempo.
Y estaba extremadamente sexy. Una minifalda escarlata revelaba la perfección de sus interminables piernas y el top que llevaba no ocultaba que no llevaba sujetador.
Myriam trató de decir algo, como que quería ver a su marido, de hacer algún intento de entrar para buscarlo, pero no pudo.
—Mira, no te quedes ahí como una idiota — dijo Marimar—. ¿No te dije que se libraría de ti en cuanto yo quisiera? Me ha dicho que volverías y que, cuando lo hicieras, te dijera que sus abogados se pondrían en contacto contigo. No te que-remos aquí, así que vete.
Y con eso le dio con la puerta en las narices.
Myriam se volvió lentamente, llena de dolor. No tenía nada que hacer allí. No quedaba nada de su breve matrimonio, ni siquiera la amistad. Estaba claro que a Víctor no le importaba lo que fuera de ella y de su hijo.
Nunca se habría imaginado que el hombre al que conocía y amaba desde hacía tantos años pudiera ser tan despiadado.
La verdad era que no lo conocía en absoluto

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