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MENTIRAS ENVENENADAS........gran final

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Mensaje  mariateressina Lun Jun 13, 2011 2:48 pm

GRAXIAS X EL CAPITULO WORALE YA SE PUSO MAS INTERESANTE


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Mensaje  alma.fra Lun Jun 13, 2011 4:15 pm

Muchas gracias por el capitulo, ya kiero saber por ke se fue Myri.
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Mensaje  laurayvictor Miér Jun 15, 2011 10:24 am

Hola una disculpa porque estos dias no pude poner mas capitulo de esta historia....
pero hoy voy a poner tres capitulos..... gracias por sus comentarios...

Capítulo 5
El resto de la noche la pasaron haciendo algo más interesante que hablar, y no fue hasta la mañana siguiente, mientras desayunaban en la soleada cocina, cuando Víctor volvió a sacar el tema del matrimonio, preguntándole cuándo sería la boda.
Myriam lo miró. Tenía el rostro brillante, a pesar de no llevar maquillaje, y el pelo húmedo de la ducha. Se había puesto una bata de Víctor, que le quedaba enorme.
—¿Estás seguro de que quieres casarte conmigo?
—Al cien por cien. ¿Sigues encontrando problemas?
—Me preocupa tu familia —respondió ella untando su tostada—. ¿Qué dirán?
—Puedo asegurarte que no pondrán ningún inconveniente.
—Pero ¿y si lo hacen?
—Siendo el cabeza de familia, no necesito su aprobación. Pero estoy seguro de que todos se alegrarán por mí, en especial Beth. Así que, volviendo a la pregunta inicial, ¿cuándo va a ser la boda? Y no digas que en primavera, porque no quiero esperar mucho.
—¿Cuándo te gustaría a ti que fuera?
—Lo antes posible. ¿Qué te parece dentro de dos meses, a mediados de diciembre? Así tendremos tiempo para prepararlo todo.
—No habrá que hacer muchos preparativos si es una boda íntima.
—La nuestra no va a ser una boda íntima. Quiero presumir de mi novia. Me gustaría que nos casáramos en St. Patrick, y que se entere toda Nueva York.
—De acuerdo —aceptó ella tirando la toalla—. Si eso es lo que quieres…
—Y si te parece bien, me gustaría invitar a tus padres.
—Pues claro que los invitaremos.
—Esta es mi chica. Creo que tu padre debería ser el padrino, ¿no te parece?
—Supongo que sí, aunque no creo que quiera serlo. Pero podemos pedírselo.
Él sonrió y alargó un brazo sobre la mesa para rozarle los labios.
—Hablando de los preparativos, Beth estará encantada de ayudar… si tú se lo permites.
—Claro… pero, ¿le sentará bien? Me dijiste que había sufrido un ataque al corazón.
—Seguro que esta clase de emociones solo puede hacerle bien.
—En ese caso me encantaría contar con su ayuda.
—Bien, en cuanto nos vistamos bajaremos a darle la noticia.

Myriam comprobó aliviada cómo Beth se mostraba muy feliz por la noticia, y si alguno de los demás tenía dudas, se las guardaron para ellos mismos.
En esa misma mañana avisó a sus padres, que vivían en Soho. Su madre dijo que estaba encantada, y su padre le transmitió sus mejores deseos. Y, para sorpresa de su hija, aceptó ser el padrino que la acompañara en la ceremonia.
Después de almorzar en Chinatown y brindar con champán. Víctor la llevó a buscar el anillo de compromiso. Fascinada ante la variedad de piedras preciosas que se le ofrecían, eligió una que la atraía especialmente, de color ámbar.
—Es una sardónice —explicó el joyero—. Está empezando a gustar entre los más románticos porque, en el lenguaje de las gemas, simboliza la felicidad conyugal.
Ella miró a Víctor buscando su aprobación, quien deslizó el anillo en su dedo y comprobó que se ajustaba a la perfección.
—¿No preferirías que llevara un diamante? —le preguntó ella.
—Los diamantes me resultan aburridos, cariño.
Janice se emocionó cuando le pidieron que fuera la dama de honor, y Steven se ofreció él mismo a ser el padrino de boda.
Solo Madeline hizo algunos comentarios sarcásticos cuando Víctor no estaba delante.
—¿Qué piedra es, exactamente? —le preguntó a Myriam, mirando con desprecio el anillo.
—Es una sardónice —le respondió ella tranquilamente.
—Qué pintoresco. ¿No habría sido mejor un diamante? Sería más valioso, en caso de que Víctor cambiara de opinión y tuvieras que quedártelo.
Pero nada podía empañar la felicidad de ese día. Víctor la amaba y juntos iban a formar una familia. Su sueño se estaba convirtiendo en realidad.
Sin embargo no quiso mudarse aún al ático de Víctor, y cuando pasadas dos semanas, él tuvo que volver al trabajo, ella decidió que haría lo mismo. No quería que la mantuviera hasta la boda.
—Víctor… —le dijo esa noche después de hacer el amor—. Me gustaría empezar a trabajar en la galería.
—No tienes necesidad alguna de trabajar —le dijo él besándole la mano.
—Pero quiero hacerlo. ¿Qué puedo hacer si no, mientras tú estás en la oficina?
—Cariño, hay que hacer muchos preparativos para la boda… Y hablando de eso, ¿adónde te gustaría ir de luna de miel?
—No me importa el sitio —cualquier lugar sería un paraíso si lo visitaba con Víctor.
—Bueno, ¿prefieres nieve para esquiar o sol?
—Creo que sol.
—¿México? ¿Miami? ¿El Caribe?
—Siempre he querido ir a Hawai.
—A Hawai, entonces —la abrazó con fuerza y cerró los ojos.
—Espera, no te duermas todavía.
—¿No te convence? —preguntó él abriendo un ojo.
—No es eso. Quiero empezar a trabajar en el puesto que me prometiste.
Él gruñó, y ella empezó a darle besitos por la mandíbula.
—Cariño, ¿estás internando engatusarme?
—Sí…
—Bueno, pues no pares. Me gusta.
—Víctor…
—¿Qué pasa con la boda?
—Beth se está ocupando de todo, bendita sea.
—Muy bien —dijo él con un suspiro—. Pero tendrás que tomarte algunos días libres para comprar el ajuar.
—Lo haré —prometió ella, y lo recompensó con un beso que acabó en algo más.

Un día fue con Beth a comprar, y mientras almorzaban en Blundells, hablaron de los preparativos. La ceremonia estaba prevista para las once de la mañana, y después se celebraría un banquete para doscientos invitados en el Waldorf Astoria.
—Lo siguiente que hay que hacer es organizar los asientos —dijo Beth, entusiasmada.
—¿Por qué no lo haces tú, ya que conoces a todo el mundo?
—Me encantará hacerlo —admitió la anciana—. Adoro los preparativos de boda. Ojalá tuviera cinco hijas más en edad de casarse.
—Bueno, este es el segundo hijo que se casa, y todavía queda Janice…
—Esta es la primera boda. Madeline quiso hacerlo todo ella misma sin… —se calló de golpe y guardó un breve silencio—. Sé que tendría que haberte preguntado antes si te importaba que metiese mis narices. Pero eres tan agradable que… —esa vez se le rasgó la voz.
—¡Pues claro que no me importa! Al contrario, no sé qué haría sin tu ayuda.
Beth pareció aliviada.
—Empezaba a preguntarme si no hubieras preferido que fuera tu madre quien se ocupara.
—¿Quién te ha hecho pensar eso? —preguntó Myriam.
Madeline, sin duda. La imponente rubia tenía todo un arsenal de dardos venenosos.
—A mi madre no le interesa nada mi boda —le dijo a Beth, dándole un apretón en la mano—. Es maravilloso tener a alguien a quien sí le interese —la anciana sonrió—. Pero prométeme que no trabajarás demasiado.
—Si lo dices por mi corazón, no te preocupes. Hacer cosas que me gustan me ayuda.
Con la confianza recuperada, Beth siguió haciendo planes para el banquete.
—Lo primero es decidir dónde sentamos al embajador. Es un hombre muy agradable…


Aunque Myriam disfrutaba mucho haciendo su trabajo en la galería, siempre estaba deseando volver a casa para pasar la noche en los brazos de Víctor. Era un amante maravilloso, y los días pasaban volando en un torbellino de felicidad y emoción.
Para la primera semana de diciembre, casi todos los preparativos estaban acabados, y Víctor trabajaba hasta muy tarde para dejarlo todo resuelto antes de sus vacaciones.
El viernes Myriam fue con Beth a probarse el vestido de novia a Claud Fucielle. Era de una seda preciosa, con mangas y una falda que parecía susurrar al moverse.
Pasaron una tarde muy agradable, comprando y tomando té con pastas.
—¿Sabes si Víctor volverá temprano hoy? —le preguntó Beth de camino a casa.
—No. Dijo que tenía que asistir a una cena de caridad.
—Víctor es un buen hombre. Se ocupa de muchas obras de beneficencia —hizo una pequeña pausa—. ¿Por qué no vienes a cenar conmigo? Janice también está fuera.
—Gracias. Me encantaría.
—Acabo de recordar que Steven también ha salido —añadió Beth frunciendo el ceño—, por lo que debería invitar a Madeline. Aunque no creo que quiera venir.
Cuando, horas más tarde. Myriam bajó a su casa, se sintió aliviada al comprobar que Madeline había rechazado la invitación.
—Tengo que decirte que me siento aliviada de que no venga —le confesó Beth—. Madeline no es una persona fácil de tratar.
Después de cenar estuvieron charlando y escuchando música hasta las once. Luego, se despidieron y Myriam volvió a su apartamento.
Mientras subía las escaleras se preguntaba cuándo volvería Víctor. Cuando pisó el último escalón vio que la puerta del ático estaba abierta, y que había dos personas.
Una era Víctor, vestido con un corto albornoz azul, y la otra era Madeline, con un kimono negro de satén. Los dos estaban casi pegados, mirándose el uno al otro.
Madeline era muy alta para ser mujer. Tenía una mano apoyada en el brazo de Víctor, y le hablaba tranquila, íntimamente… Miró hacia donde estaba Myriam, pero no pareció advertir su presencia y siguió hablando. Un momento después se abrazó al cuello de Víctor y lo besó. Fue un beso breve, pero apasionado.
Entonces miró a Myriam con una expresión de triunfo.
—¿De dónde has salido? —le preguntó Víctor yendo hacia ella.
—He estado cenando con Beth —respondió bruscamente.
Él le tomó una mano y quiso besarla en los labios, pero ella apartó la cara.
—No es lo que parece —dijo él fríamente—. Madeline estaba siendo… efusiva.
Efusiva era lo último que Myriam hubiera pensado que era Madeline.
—Los parientes se besan, ya sabes —siguió diciendo él y la condujo hasta la puerta del ático—. Entra y cuéntame qué tal has pasado el día.
—Estupendamente —dijo ella intentando que su voz sonase firme, mientras él cerraba la puerta—. ¿Qué ocurrió? ¿Se canceló tu cena?
—No, solo acabó antes de lo esperado.
—Oh…
—Volví hace media hora y llamé a tu puerta. Al no abrir, supuse que te estañas duchando o algo así. De haber sabido que estabas con Beth, habría bajado enseguida —ella no parecía convencida, y él lo notó—. Mira, vamos a aclarar esto —la hizo sentarse en el sofá de la salita y él se sentó a su lado—. No sé qué te habrás imaginado, pero déjame decirte que Madeline y yo solo hemos estado hablando un par de minutos. Ni siquiera ha llegado a entrar. Yo acababa de darme una ducha cuando oí el timbre. Fui a abrir esperando que fueras tú.
Myriam quería creerlo desesperadamente, pero le resultaba extraño que una mujer fuera a ver a su cuñado vestida con un simple kimono.
—Había venido a pedirme consejo sobre dos posibles regalos de boda y a decirme lo feliz que estaba por nosotros dos. Sí, debo decir que me lo tomé con cierta reserva —añadió al ver la expresión de Myriam—. Madeline solo se siente feliz por ella misma. Sin embargo, parecía ser sincera.
—¿Y entonces la besaste?
—Yo no la besé. Fue ella quien me besó. Y ahora —dijo con voz burlona—, ¿vas a dejar de ponérmelo difícil?
—Lo siento —sus recelos desaparecieron y se refugió en sus brazos, levantando el rostro para recibir su beso.

Unos días más tarde fue Janice quien, inocentemente, despertó las dudas de Myriam. Estaba tomando una taza de té en la cocina cuando sonó el teléfono. Era su futura cuñada, y parecía estar muy contenta.
—He recibido el vestido de dama de honor y una selección de tocados. Mamá está fuera; ¿te importaría bajar y ayudarme a elegir uno?
—Ahora mismo voy.
Janice la recibió, ataviada con el vestido de seda color melocotón. Las dos se pusieron a examinar los tocados, hasta que las interrumpió el sonido del timbre.
—Será mamá —dijo Janice—. Siempre olvida la llave.
—Yo iré —se ofreció Myriam.
Cuando abrió la puerta el corazón le dio un vuelco al ver a Madeline, tan elegantemente vestida como de costumbre y con sus cabellos relucientes. Pasó al lado de Myriam, sin dirigirle la palabra, y entró en la salita.
—¿Dónde está Víctor? Me gustaría hablar con él.
—Lo siento, me temo que no lo sé —respondió Myriam.
—Pensé que estaría contigo —las dos mujeres intercambiaron una mirada en silencio. Entonces Madeline se fijó en el costoso vestido de Janice y en la colección de tocados—. Esta boda debe de estar costando una fortuna. Es una suerte que la familia sea rica.
—¿Vas a quedarte? —preguntó Janice secamente.
—No. Steven va a llevarme a cenar. Pero antes quería hablar con Víctor —se dirigió hacia la puerta—. Supongo que el pobre no sabía dónde se estaba metiendo cuando pensó en una fastuosa boda —sin más palabras, salió y cerró la puerta.
—No dejes que te afecte —le dijo Janice a Myriam.
—No puedo evitarlo —dijo ella—. Hace que me siente como una buscadora de oro.
—Madeline era una aspirante a actriz sin un céntimo, hasta que conoció a Steven. Mamá se gastó una pequeña fortuna en su boda, y Madeline ni siquiera se lo agradeció. Puede que sea muy guapa, pero tiene treinta y dos años, siete más que Steven, y es fría como el hielo. Menos mal que Víctor tuvo más sentido común que su hermano.
—¿Víctor?
—Madeline fue la primera novia de Víctor. Tuvieron una breve relación antes de que ella se fijara en el pobre Steven, quien estaba locamente enamorado. ¿Cómo pueden estar tan ciegos los hombres? ¿Basta con solo una cara y un cuerpo bonitos?
—Bueno, mientras sea feliz con ella… —empezó a decir Myriam.
—No sé cómo puede ser feliz —replico Janice—. En los pocos meses que llevan casados ha hecho todo lo que Madeline le ha pedido, y apuesto a que ella no está muy contenta desde que Víctor te trajo aquí. Yo creo que se dio cuenta demasiado tarde de que había cometido un error al dejarlo. Por eso está tan celosa de ti. De hecho, por el modo que se comporta, diría que aún cree que Víctor le pertenece… —se puso una banda de seda en el pelo—. Dejemos ese tema. ¿Qué te parece esta?
Cuando finalmente Myriam volvió a su apartamento, seguía pensando en las revelaciones de Janice. Se preguntaba por qué Madeline habría abandonado a Víctor. Steven era encantador, pero no era rival para Víctor.
Quizá Janice tuviera razón, y Madeline aún siguiera deseando a Víctor. Recordó la imagen del beso… ¿Cómo había permitido Víctor que ocurriera?
¿Era posible que le hubiera mentido? ¿Y si esa pasión hubiera sido mutua?
No, se dijo Myriam, un hombre como Víctor no iría detrás de la mujer de su hermanastro. Eso destrozaría a la familia y el corazón de Beth. Además, iba a casarse en pocos días.
No podía desear a Madeline. Víctor no era el tipo de hombre que se casara por despecho.

Durante los días siguientes Myriam hizo todo lo posible para no pensar en sus temores, pero no conseguía librarse de ellos.
Víctor la deseaba, de eso estaba segura. Pero, ¿la amaba? Nunca se lo había dicho con palabras… ¿Debería arriesgarse a preguntarle qué sentía por ella?
No, aunque no la quisiera no podría decirle la verdad, para no herir a su familia.
Pero si no la amaba, y solo la deseaba, ¿por qué quería casarse con ella y había insistido en celebrar una boda que saldría en todos los periódicos? Podían haber vivido juntos, sin ningún compromiso.
Atormentada por las dudas. Myriam empezó a dormir mal. Ni siquiera cuando estaba entre los brazos de Víctor podía relajar su mente. Y cuando aparecieron profundas ojeras bajo los ojos, Víctor le preguntó qué le pasaba.
—Na… nada —balbuceó ella.
—Estoy empezando a conocerte —dijo él acariciándole el pelo—. ¿Por qué no me dices lo que te preocupa tanto? ¿Te preocupa que no sea un buen marido?
Ella negó con la cabeza.
—¿Temes que te pegue o que no te dé dinero?
—Claro que no.
—¿Seguimos con este juego de adivinanzas o vas a contármelo?
—Supongo que todas las novias tienen sus dudas antes de la boda. ¿No les pasa lo mismo a los novios?
—En mi caso, no —respondió él con firmeza—. Nunca he estado más seguro de algo en toda mi vida. Quiero que seas mi mujer. Y no dejes que te invadan las dudas —añadió endureciendo el tono—. Recuerda que eres mía, y que nunca te dejaré marchar.
Aquella noche Myriam pudo dormir, y a la mañana siguiente se despertó feliz y segura de sí misma.
Los días pasaron rápidamente y, antes de que se diera cuenta, se encontró en la víspera de su boda.
Aquella mañana desayunaron juntos y él la besó antes de irse a la oficina.
—La próxima vez que te vea será en el altar de St. Patrick —le susurró él. Siguiendo los consejos de Beth, habían decidido pasar la última noche separados. Antes, Steven se llevaría a Víctor a su despedida de soltero, y las mujeres tenían una fiesta en Martindales.
Martindales era un local donde servían buena comida y donde se celebraban buenos espectáculos. Myriam hubiera deseado que solo fueran Beth y Janice, pero Madeline había expresado su intención de asistir. Afortunadamente, todo salió mejor de lo que ella esperaba, y Madeline se comportó de un modo incluso agradable. El champán se sirvió ininterrumpidamente, y las cuatro volvieron muy animadas a la Torre García.
Cuando subieron en el ascensor, todas, a excepción de Madeline, se quedaron en el vestíbulo antes de darse las buenas noches.
—Que duermas bien —le dijo Beth a Myriam—, y llámanos cuando estés lista para vestirte.
—Gracias, lo haré.
—Estoy tan feliz de que vayas a formar parte de la familia…
—Yo también —añadió Janice. Las tres mujeres intercambiaron abrazos y, mientras Janice y Beth discutían sobre quién tenía la llave, Myriam se dirigió hacia las escaleras, henchida de felicidad.
Mientras se estaba quitando el abrigo sonó el timbre. Era casi medianoche y. esperando que fuera Víctor, corrió a abrir. Era Madeline.
—He venido para decirte lo feliz que estoy por tu boda y a traerte esto, como préstamo.
Myriam abrió la bolsa y sacó una bonita liga de satén.
—Oh, gracias… Es preciosa. Me asegurare de devolvértela.
—Tranquila —dijo Madeline, sonriendo—. Siempre recupero lo que es mío.
—Me alegra que estés feliz por la boda —dijo Myriam, ignorando el comentario.
—Aunque sepa que Víctor lo está haciendo por nosotros, debo confesarte que me he sentido un poco celosa.
—No comprendo.
—¿No te ha dicho Víctor por qué quiere casarse contigo? Aunque quizá pensó que era mejor no decírtelo.
—Creo que yo me enteraría en seguida —dijo Myriam con una voz que le sonó extraña.
—Bueno, tú verás… Víctor y yo fuimos amantes antes de que yo me casara con Steven…
—Lo sé.
Madeline pareció sorprendida por un segundo, pero siguió hablando.
—Tuvimos una aventura, pero las pasiones estaban tan desaladas que él empezó a hablar del matrimonio. Tuvimos una discusión y yo empecé a salir con Steven. Lo hice solo para darle celos a Víctor pero, aunque siempre ha estado loco por mí, puede ser muy cabezota. Yo aprendí la lección, y me negué a acostarme con Steven. Pero finalmente decidí que sería estúpido no aceptar sus proposiciones… —hizo una pequeña pausa—. No tienes por qué enfadarte. Después de todo, una chica tiene que cuidarse por sí misma. Aunque debo reconocer que me arrepentí de haberme casado. Sabía que estaba cometiendo un error y que nunca olvidaría a Víctor.
Por lo visto Janice había tenido razón en todo, pensó Myriam.
—Una noche que Steven estaba fuera. Víctor y yo nos besamos. Entonces toda la pasión reprimida estalló de nuevo. Volvimos a ser amantes, y nos encontrábamos siempre que podíamos, en cualquier parte. Pero, al cabo de una temporada, Víctor me dejó porque no quería levantar sospechas. No deseaba preocupar a su familia, ni provocar un escándalo.
—¿Y qué tengo que ver yo con todo eso? —preguntó Myriam con una voz tan fría como su corazón.
—Víctor pensó que si estaba casado, aparentaría llevar una vida feliz de cara a todo el mundo, y evitaría correr riesgos. En otras palabras, levantaría una cortina de humo. Siendo discretos, ¿quién iba a sospechar que un hombre casado estuviese con su cuñada? Nadie, y menos en esta familia.
Myriam sintió como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago. Todo le parecía lógico: por qué Víctor le propuso el matrimonio tan rápidamente, por qué estaba tan interesado en contárselo a su familia, por qué quería una boda importante… y por qué nunca le había dicho que la quería.
—Y así todos seremos felices —dijo Madeline con una sonrisa felina.
—Si crees por un momento que voy a aceptarlo, es que estas loca…
—¿Qué puedes perder? Tendrás todo lo que necesites: joyas, vestidos, cualquier cosa que el dinero pueda comprar… Y además. Víctor es lo bastante hombre para hacernos felices a las dos.
—¡Fuera! —exclamó Myriam—. ¡Quédate con esto y lárgate! —le puso a Madeline la liga en la mano y abrió la puerta.
—Cuando tengas un momento para pensarlo, verás que tengo razón —dijo Madeline.
Al cerrar, Myriam se apoyó contra la puerta. La cabeza le daba vueltas y sentía náuseas. Cuando consiguió recuperarse un poco, llamó a un taxi por teléfono y se puso a hacer el equipaje.
Solo empaquetó las cosas que había traído de Londres, junto con el dinero que había ahorrado. Todo lo demás lo dejó, incluido el anillo de compromiso. Cerró la puerta del apartamento y entró en el ascensor.
Su sueño había terminado.
Por suerte, en esos momentos no había ningún guardia de seguridad en las puertas del edificio. Cruzó corriendo el vestíbulo y salió a la calle, donde la estaba esperando el taxi.
—¿Adónde, señora? —le preguntó el conductor tras guardar el equipaje.
—Al aeropuerto, por favor.

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MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 Empty Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final

Mensaje  laurayvictor Miér Jun 15, 2011 10:26 am

capitulo del martes....

Capítulo 6
Myriam volvió a la realidad, con un estremecimiento por el dolor recordado.
—¿Y qué hiciste entonces? —le preguntó Charles.
—Pasé la noche en el aeropuerto, hasta que conseguí un billete que salía para Londres muy temprano. A la hora que supuestamente iba a casarme, ya estaba a mitad de camino a Inglaterra. Nada más llegar me alojé en un hotel y empecé a buscar trabajo… El resto ya lo sabes.
—¿Te fuiste sin dejar una nota y sin decírselo a nadie? —preguntó Charles, ceñudo.
—Sí. No estaba en condiciones para pensar con calma. Y, además, ¿qué podría haber dicho? La verdad los hubiera destrozado.
—¿No pensante en hablar con García?
—No podía soportar la humillación. No quería volver a verlo.
—¿Y sigues sin querer verlo?
—Sí, por eso no quería que mis padres conocieran mi paradero. Podían decírselo a él.
—Entiendo. ¿Por eso dejaste el apellido Montemayor y te llamaste a ti misma Myriam Mairam?
—Sí. Empezaba a sentirme a salvo, por lo que fue un golpe traumático verlo en la galería.
—Sabía que su presencia te había afectado —dijo Charles apretándole la mano—. De hecho, me pregunté si no estarías enamorada de él.
—No lo sé —respondió ella, intentando convencerse de que esa era la verdad.
—Es una suerte que no te viera —comentó seriamente Charles.
—Me temo que sí me vio —dijo ella mordiéndose el labio.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó él con voz dura.
—Me siguió hasta el parque.
—¿Habló contigo?
—Sí.
—No te tocó, ¿verdad? Le romperé la nariz si lo ha hecho…
—N… no. Solo me puso las manos en los ojos y me dijo: «Adivina quién soy».
—¿Te asustó?
—Sí, me asustó. Dijo que… —le temblaba tanto la voz que tuvo que pararse para tomar aire—. Me dijo que quería que volviera.
—¿Que volvieras? ¿Después del modo en que te trató? ¿Por qué quiere que vuelvas?
—Estaba muy enfadado por la forma que tuve de abandonarlo. Dijo que yo le pertenecía —cruzó los brazos al pecho, como si tuviera frío—. Yo le dije que no pensaba volver.
—No me parece que García sea el tipo de hombre que acepte un no por respuesta.
—No lo es —le aseguró Myriam—. Por eso le dije que estábamos viviendo juntos. Espero que no te importe.
—No, claro que no me importa. Por un lado es verdad, y por otro es halagador —dijo intentando ser jocoso—. ¿Fue eso lo que lo hizo desistir?
—No exactamente…
—Entonces, ¿cómo te libraste de él?
—Un niño que estaba jugando junto al lago se cayó al agua, y mientras Víctor lo sacaba yo aproveché para huir. Charles, no quiero volver con él —se apresuró a añadir.
—Me alegra oírlo —dijo palmeándole la mano—. No tienes por qué preocuparte. Él no puede obligarte a hacerlo.
—No, eso es lo que yo le dije.
—¿He de suponer que ha sido el encuentro con García lo que te ha hecho aceptar mi proposición? —le preguntó él tras un breve silencio.
—Sí —dijo ella en voz baja.
—En ese caso debería estar agradecido por que el Destino lo trajera a la galería, y te diera la oportunidad de saber que ya no lo amas. Ahora que has aclarado tus sentimientos, podrás olvidarte de él y volverá a los Estados Unidos.
Ella se mordió el labio, avergonzada por no haberle contado a Charles toda la verdad.
—Algo te preocupa —le dijo él—. ¿Quieres decirme qué es?
—¿Qué voy a hacer hasta que se vaya? —preguntó ella—. Puede volver a la galería.
-Te diré lo que puedes hacer. Puedes tomarte unos días libres.
—Pero…
—No hay peros. Helen y yo podemos encargarnos de lodo. Si García aparece, yo tratare con él —ella siguió con expresión preocupada—. ¿Qué pasa? ¿No me crees capaz?
—Claro que sí —dijo ella, no muy convencida—. Y también creo que puedes resolver las cosas diplomáticamente.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Eran muchos los problemas, pensó ella, pero trató de sonreírle.
—Tal vez esté siendo una paranoica.
—Estoy de acuerdo, así que deja de preocuparte.
—Lo intentaré —prometió ella.
—Y ahora olvidemos a García y hablemos de algo más agradable. Me dijiste que querías una boda tranquila.
—Sí. ¿Quieres casarte en la iglesia o en la oficina del registro?
—En la iglesia, creo, si a ti no te importa.
—En ese caso hablaré mañana con el reverendo Peter Coe, el vicario de St. Giles —dijo Charles con una sonrisa—. Es amigo mío, por lo que espero que podamos casarnos pronto —le dio un fuerte abrazo—. Voy a hacer todo lo posible para que seas feliz.
Cuando se inclinó para besarla, ella deseó relajarse y disfrutar del momento. Poco a poco, los besos de Charles se hicieron más apasionados, y ella tuvo que reprimir un brote de ansiedad. ¿Qué haría si él insistía en llevarla a la cama? Charles siempre se había comportado como un caballero, pero era un hombre, al fin y al cabo.
Myriam intentó convencerse de que sería un amante cariñoso y sensible, y que la ayudaría a olvidar a Víctor, pero cuando la tomó de la mano y la condujo hacia las escaleras ella lo siguió reacia.
Él lo notó y se detuvo. La miró suplicante y ella apretó los dientes. No era justo echarse para atrás, por lo que entró en su propio dormitorio.
Él la siguió y empezó a besarla de nuevo. Era apasionado y tierno, la clase de hombre que cualquier mujer querría tener como amante, por lo que ella cerró los ojos e intentó concentrarse en sus besos.
—Eres tan hermosa —le susurró él besándole el cuello y el hombro—. Tan dulce y femenina. Nunca he conocido a una mujer que me gustase tanto como tú…
Myriam era consciente de cada roce. Demasiado consciente. Intentó dejarse llevar por el placer, pero su mente analizaba cada reacción de su piel.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó él de repente.
—Na… nada —balbuceó ella.
—Algo te pasa. Es como intentar hacerle el amor a la Venus de Milo.
—Lo siento, de verdad que lo siento. Ha sido un día traumático y… y… —se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Soy un bruto insensible —dijo él con tono suave—. Tendría que haberme dado cuenta de que sigues preocupada. Perdóname.
—Lo siento —volvió a decir ella, completamente avergonzada por cómo lo estaba tratando.
—Está bien, no te preocupes —le besó la frente—. Ahora, vete a la cama y no te preocupes por nada —se dirigió hacia la puerta—. Cuando García se haya ido y estemos casados, todo saldrá bien. Te lo prometo.

A la mañana siguiente desayunaron juntos como de costumbre, antes de que Charles se preparase para ir a la galería. Myriam lo acompañó a la puerta y él la besó en la mejilla.
—Ya sabes dónde estoy si necesitas algo —le dijo amablemente.
—No sé si sabré qué hacer durante todo el día —respondió ella preocupada.
—¿Por qué no sales?
No, ella no se atrevía a salir. Víctor podría estar al acecho.
—Quizá aproveche para hacer una limpieza a fondo.
—¿No se supone que le pago a la señora Crabtec para eso? Vamos, no te has tomado un descanso desde que entraste en la galería. Relájate y ponte a leer. Si el tiempo sigue igual, también puedes tumbarte fuera para tomar el sol.
En la parte trasera de la casa había un bonito jardín que recibía la luz solar por la mañana y por la tarde. Estaba vallado, por lo que era un lugar seguro.
—¡Qué encantador y qué decadente! —dijo ella más animada—. Quizá lo haga. Y te diré lo que voy a hacer además. Voy a prepararte una buena cena.
—¡Fantástico! —exclamó él sonriendo—. Un cliente ha insistido en que coma hoy con él, pero me asegurare de tomar algo ligero. Oh, una cosa, ¿puedes hacer la cenar un poco más tarde que de costumbre?
—¿A las siete y media?
—A las ocho, mejor.
—Bien —aceptó ella con el corazón encogido.
—Tengo una reunión de negocios —explicó él—. Es muy importante, y no puedo cancelarla. Si sale bien, puede suponer la solución a mis problemas económicos.
—Oh, eso es maravilloso.
—Luego te contaré los detalles… Y no te preocupes por nada —la besó otra vez y se fue.
Cuando Myriam cerró la puerta la invadió un sentimiento de pérdida y soledad. El día se presentaba ante ella monótono y vacío, sin otra cosa que hacer que pensar en Víctor…
Aquel día, martes, no iba la señora Crablee a limpiar, por lo que pasó la mitad de la mañana fregando los platos y poniendo un poco de orden en la casa. Iba a abrir el congelador cuando sonó el teléfono.
Tenía que ser él…
No, tenía que dejar las paranoias. Víctor pensaría que se encontraba en la galería. La única persona que sabía que estaba en casa era Charles.
—¿Diga?
—¿Todavía no estás tomando el sol? —era Charles.
—No, todavía no.
—He hablado con Peter y ha dicho que va a conseguir una licencia especial —le explicó muy animado—. De ese modo podremos casarnos dentro de poco.
Dentro de poco…
—Junio es el mes de las bodas y la iglesia está reservada para todos los sábados —siguió diciendo él—. Pero podemos casarnos el lunes, si estás de acuerdo.
Para el lunes faltaba menos de una semana.
—Sí… —dijo ella, intentando disimular su duda, pero él la notó.
—No pareces estar muy segura.
—Sí, estoy segura —respiró profundamente—. El lunes será perfecto.
Él dejó escapar un suspiro de alivio.
—Lo próximo que tenemos que hacer es planear la luna de miel. Ve pensando adonde te gustaría ir.
—¿Y qué pasará con la galería?
—Si no encuentro a nadie que ayude a Helen, la cerraré. Nuestro matrimonio es mucho más importante que la galería.
¿Cómo podía ser una equivocación casarse con un hombre así?, pensó ella.
Después de colgar se fue a la cocina a sacar el pollo del congelador para la cena. Luego, se cambió los vaqueros por unos pantalones cortos, se quitó los zapatos y salió al jardín, llevándose un vaso de limonada recién exprimida y un libro.
Se tumbó a leer, pero fue incapaz de concentrarse en la lectura. Lo único que veía en las páginas era el rostro de Víctor y se preguntaba cuál sería su próximo movimiento.
—Buenos días. ¿Has dormido bien?
Igual que si lo hubieran conjurado sus pensamientos, allí estaba, en la puerta de la cocina, con unos pantalones a medida y una camisa blanca de seda.
El susto fue tan grande que Myriam dio un salto. El vaso cayó al suelo, rompiéndose en pedazos y salpicándola de limonada.
—Vaya por Dios… —dijo él—. No te muevas, no vaya a ser que te cortes con los cristales.
La advertencia llegó demasiado larde. Myriam soltó un grito al clavarse una esquirla en el dedo.
—Siéntate, deja que te lo mire —la hizo sentarse en la silla y, agachándose junto a ella, le extrajo el cristal, haciendo que brotaran unas golas de sangre. Entonces acercó su boca a la herida y la chupó, provocándole a Myriam una oleada de placer y deseo—. Ya está —dijo alegremente, y la miró sin soltarle el pie—. Eres la única mujer que conozco que tenga unos pies tan bonitos como para incitar a la obsesión. Ahora, no te muevas o tendré que seguir haciendo lo mismo.
Entró en la cocina y volvió con una escoba y un recogedor.
—He visto que queda limonada en la jarra —dijo, barriendo con eficacia los cristales. Así que, en cuanto acabe de barrer, nos serviremos unos vasos.
Sin que ella pudiera decir nada. Víctor sacó un par de vasos y los dejó en la mesita. Entonces la contempló con insolente detenimiento, fijándose en sus pantalones cortos, su top y su cola de caballo.
—Vestida así pareces una quinceañera.
—Pues no lo soy —consiguió decir ella—. Tengo casi veinticinco años. ¿Qué haces aquí? —preguntó, alarmada por el fuego que ardía en sus ojos—. ¿Qué quieres? ¿Y cómo has entrado? —añadió, confundida.
—Por la puerta delantera, como cualquier visita respetable —dijo él sonriendo.
—¿Sin llave?
—Tengo una —respondió satisfecho, sacando una llave del bolsillo.
—¿Cómo la has conseguido?
—La tomé prestada de tu bolso anoche —admitió él.
Ella recordó cuando se le cayó el bobo en el vestíbulo, y cómo lo dejó en la mesa.
—Confiaba en que no la echases de menos —siguió diciendo él—. El factor sorpresa es fundamental para pillar desprevenido al enemigo.
—No sé qué esperas ganar con esto —dijo ella, intentando serenar su voz—. No pienso volver contigo.
—Eso ya lo dijiste. Por eso estoy aquí, para hacerte cambiar de opinión.
—¿Cómo sabías que estaba en casa?
—Lo primero que hice esta mañana fue llamar a la galería y hablar con Raynor —a Myriam se le congeló la sangre—. Y tengo que admitir que me equivoqué con él. No es un blandengue, y aunque parezca un inútil, se comportó ante mí con la entereza que admiro en las personas. Tranquila —le dijo al ver la expresión de horror en su rostro—. No llegamos a las manos.
Ella respiró aliviada. Sabía que Víctor podía intimidar al más fuerte de los hombres.
—¿Qué le dijiste?
—Mucho menos de lo que me dijo él a mí —Myriam esperó conteniendo la respiración—. Me llamo canalla, y me dejó claro que si encontraba el cuadro de Wednesday's Child, no permitiría que me hiciera con él, de modo que no tenía nada que hacer en su galería.
—¿Eso es todo?
—No, según él le he molestado bastante. Y creo que no sabe que estuve ayer aquí, o no te habría dejado sola en casa ¿Por qué no se lo has contado?
—No… no quería preocuparlo.
—Se preocuparía mucho más si supiera que estoy aquí ahora —dijo él con satisfacción.
—¿Por qué has venido? —preguntó ella, intentando dominar la situación.
—Pensaba invitarle a comer —dijo él distraídamente.
—No pienso ir a comer contigo.
—Como quieras. No tenemos por qué ir a ninguna parte. Sera más divertido quedarse —Myriam se mordió el labio. En un sitio público estaría más a salvo que en casa con él—. Tendríamos tiempo para… ¿satisfacer otros apetitos?
—¡No! —exclamó ella poniéndose en pie—. Voy a casarme con Charles. Si me pones un dedo encima, yo… yo…
—Tú, ¿qué?
Dio un paso hacia ella, haciéndola retroceder hasta la pared de la casa. Puso una mano a cada lado de su cabeza, aprisionándola entre el estuco y su cuerpo.
—Dime, Myriam. ¿Has soñado conmigo esta noche?
—No —le espetó ella.
—¿Te has acostado con Raynor? —le preguntó endureciendo su expresión.
Ella quería decirle que se vengó de él, pero no podía hacerlo, recordando la embarazosa escena del dormitorio.
—¿Lo hiciste? —le volvió a preguntar él poniéndole una mano bajo la barbilla y levantándole la cara—. De ahora en adelante seré el único hombre que te haga el amor. He esperado mucho tiempo para… —acercó la boca a su oído y le susurró todas las cosas que había querido hacer con ella.
Las eróticas imágenes la sacudieron por dentro, pero ella se esforzó por no moverse.
—Respondes muy bien, encanto —dijo él con una risita—. Tu cuerpo reacciona ante la simple idea de hacer el amor conmigo.
Era cierto. Sus pezones se habían endurecido, y eran claramente visibles a través de la fina tela del top.
—¿Dónde va a ser? ¿En la cama? ¿O prefieres comer conmigo?
—Sí —respondió ella desesperadamente.
—¿Sí, qué? —le preguntó con una sonrisa burlona.
—Sí quiero comer contigo.
—Bien, aunque hubiera sido más excitante irse a la cama. Pero puedo esperar. He esperado dos años y medio, de modo que unos días más no importan Ahora ve a ponerte algo más apropiado para almorzar en Moonrakers. Tienes quince minutos.
La soltó y ella corrió hacia las escaleras. Cuando entró en su habitación pensó en atrancar la puerta, pero desistió de la idea. En vez de eso se duchó a toda prisa, temerosa de exceder el tiempo que Víctor le había dado.
Luego, se recogió el pelo y se puso el traje gris de seda que solía llevar al trabajo. Se aplicó un toque de maquillaje para subirse la moral. Y se puso las gafas para dar el aspecto de una mujer de negocios en vez de una colegiala.
Todavía le sobraban varios minutos. Si agarraba su bolso y salía a la calle sin que Víctor la viera, podría tomar un taxi y escapar a la galería.
Bajó las escaleras en silencio, pero cuando llegó al vestíbulo vio que el bolso no estaba sobre la mesita.
No importaba… Tomaría un taxi de todos modos y le pediría a Charles que pagase la carrera, aunque eso supusiera contarle la verdad.
—¿Intentando escabullirte de mí? —oyó la voz burlona de Víctor cuando se disponía a abrir la puerta—. Menos mal que estaba de guardia.
—¡Maldito seas! —murmuró ella.
Él se acercó y contempló su traje, las gafas y el recogido en la nuca.
—Pero… qué aspecto tan comedido y ejecutivo.
—Dijiste «algo más apropiado».
—Este atuendo solo es apropiado para un lugar de trabajo. ¿Desde cuándo llevas esas gafas tan horribles?
—Desde hace tiempo —respondió ella poniéndose rígida—. Y no creo que sean horribles.
—No las necesitas —se las quitó y las dejó sobre la mesa—. Es demasiado tarde para disfrazarse —antes de que ella pudiera protestar, le quitó también los pasadores que le recogían el pelo, soltando la melena sobre los hombros—. Así está mucho mejor. Al menos no tendré la impresión de estar comiendo con una maestra rural.
—¡Vete al infierno! —gritó ella.
—¿No crees que, habiéndome hecho tanto daño, harías mejor en besarme?
Entrecerró los ojos y frunció los labios, como preparándose para recibir un beso. Myriam estuvo a punto de soltar una carcajada. Víctor siempre había sido irresistible con sus bromas.
—Hazlo rápido —la apremió él—. Porque Maxwell está esperando fuera con la limusina.
—No pienso besarte —dijo ella con voz temblorosa. Estaba siendo tentada…
—Entonces te besaré yo a ti.
—No quiero que me beses.
—Desde luego que quieres. Pero no quieres admitirlo.
Un segundo después la estaba besando. Lo hizo sin sujetarla, por lo que ella podría haberse apartado. Pero parecía estar pegada al suelo, mientras la lengua de Víctor pugnaba por abrirse camino entre los labios.
Cuando lo consiguió la abrazó con fuerza, y lo único en que ella pudo pensar fue en Víctor. Levantó las manos y las presionó sobre su pecho, sintiendo los fuertes latidos del corazón a través de la camisa de seda.
Cuando finalmente la soltó estaba respirando acaloradamente, como si hubiera perdido una carrera y ella estaba totalmente aturdida. Sin en ese momento la hubiera llevado a la cama, ella no habría sabido negarse…
—¿Te gustaría cambiar los planes del almuerzo? —le preguntó él.
—No, no me gustaría —gracias a la pregunta, ella pudo recomponerse a tiempo.
Pero presentía que aquel almuerzo formaba parte de un plan mucho mayor.

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Mensaje  laurayvictor Miér Jun 15, 2011 10:27 am

Capitulo que corresponde a este dia....

Capítulo 7
Víctor la escoltó hasta la limusina y la hizo entrar. Al sentarse a su lado, sacó una corbata de una chaqueta que había en el asiento, y se la ató al cuello.
—Hay que cuidar los detalles —dijo con tono irónico.
Cuando llegaron a Moonrakers, muy cercano a Kenelm Park, Myriam había conseguido recuperarse lo suficiente. El restaurante estaba abarrotado, y la única mesa libre estaba reservada para ellos.
—No me lo digas —dijo ella—. ¿Has invertido en este negocio?
—No, me temo que no. El dueño es amigo mío.
—Qué suerte…
—¿Verdad que sí? —le echó una mirada burlona.
Mientras esperaban la comida, Víctor intentó mantener una conversación distendida, pero ella se limitó a responder con monosílabos, reacia a seguirle el juego.
—¿Ocurre algo? —le preguntó él finalmente.
—¿Qué puede ocurrir? —le preguntó ella con sarcasmo.
—Pareció que te abrías un poco y, de repente, vuelves a encerrarte en tu caparazón. ¿Por que no haces un esfuerzo por relajarte y disfrutar de la comida?
—Me has obligado a comer contigo, pero eso no me obliga a disfrutar de nada.
Él se encogió de hombros y se sumió en el silencio, pero Myriam notó que le costaba apartar la vista de ella.
Tendría que estarle agradecida por no haberla llevado a la cama cuando pudo hacerlo. Pero, ¿por qué había perdido esa oportunidad? ¿Y por qué estaba tan interesado en llevarla a comer? Seguro que tenía una buena razón para ello.
—¿Cuándo decidiste casarte con Raynor? —le preguntó él cuando les sirvieron el café.
—¿Charles te dijo que vamos a casarnos? —preguntó ella, sorprendida.
—Me dijo que lo estabas planeando.
Myriam recordó la amenaza de Víctor: «sobre mi cadáver».
—No… no habrás… —balbuceó ella.
—No. no le hice nada, tranquila. Solo le advertí que haría mejor en retirarse a tiempo —ella se tapó la noca con la mano—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que lo felicitase? —al no recibir respuesta continuó—. Dime, Myriam, ¿cuándo aceptaste la proposición de Raynor?
—Me lo pidió hace unas semanas —dijo ella cuidadosamente.
—¿Y tú aceptaste enseguida?
—Por supuesto que sí. Lo amo.
—La mentira no se te da bien —dijo él mirándola maliciosamente.
—Te dije en el parque que íbamos a casamos.
—No, no lo hiciste. Me dijiste que él quería casarse contigo, lo que no es lo mismo. ¿Por qué no reconoces que al principio lo rechazaste, que solo aceptaste después de lo que pasó anoche?
—Yo no hice tal cosa.
—No te molestes en seguir mintiendo. Raynor me dijo que fue anoche cuando aceptaste, lo que me dio bastante que pensar. Él cree que quieres casarte porque al fin has superado lo nuestro, pero ¿estaría tan feliz si supiera que solo lo estas utilizando como tapadera?
—No, no es así. Aprecio a Charles y lo respeto. Será un marido y un padre maravilloso.
—¿Ya habéis decidido formar una familia?
—Sí.
—¿Cuántos hijos quieres tener?
—Cuatro —respondió, sin darse cuenta a tiempo de que se estaba mofando de ella.
—Entonces, ¿has decidido casarte y tener hijos, y todavía no te has acostado con él?
—¿También te dijo eso?
—No hizo falta. Sé reconocer a un hombre frustrado en cuanto lo veo. Está loco por ti. Dentro de poco empezará a presionarte.
—¿Igual que tú?
—Sí, pero con una diferencia. Tú quieres acostarte conmigo, pero no con él.
—¿Qué te hace estar tan seguro?
—Si quisieras acostarte con Raynor, ya lo habrías hecho.
—Ya te he dicho que…
—Sí, ya me has dicho que es un amante formidable e imaginativo, al que no le gusta hacerlo en la cama. No me creo que te hayas acostado con él.
—¿Desde cuándo eres un psicoanalista? —se burló ella.
—No hace falta ser psicoanalista para saberlo, igual que tampoco hay que ser matemático para saber que dos y dos son cuatro.
—¿Y qué clase de experto hay que ser para convencerte de que estás perdiendo el tiempo? Y que no importa si me he acostado o no con Charles…
—A mi sí me importa. A algunos chicos no les importa compartir su pirulí, pero incluso de niño quería tener uno para mí solo.
—Lo único que importa es que voy a casarme con él y que no voy a volver contigo.
—Ahí es donde te equivocas —dijo él con tranquilidad—. Pero de eso hablaremos más tarde.
Miró la hora en su reloj y llamó al camarero para pagar la cuenta. Al levantarse, rodeó a Myriam por la cintura y la llevó hasta la puerta.
Ella iba cabizbaja, pensando cómo podría deshacerse de él, cuando Víctor se detuvo.
—Myriam… —le dijo suavemente.
Ella levantó la mirada y entonces el se inclinó y la besó en los labios.
Víctor no era un hombre al que le gustase llamar la atención en público, por lo que Myriam se quedó paralizada de asombro, y permaneció inmóvil hasta que él se apartó y siguió caminando. Ella caminaba como una sonámbula, pero entonces notó que un hombre rubio la estaba mirando.
Era Charles. Estaba sentado junto a un hombre en una mesa cercana, quien hablaba animadamente. Dejó de hablar cuando Charles se levantó y se acercó a ellos.
—Raynor —Víctor asintió cortésmente.
—García.
—Como estabas ocupado, pensé en llevar a comer a Myriam —dijo Víctor, muy tranquilo.
—Creí que ibas a quedarte en casa —le dijo Charles a su supuesta novia.
—Era mi intención, pero… —empezó a explicar ella.
—Puedo ser muy… persuasivo —interrumpió Víctor con una sonrisa—. ¿Verdad, cariño?
—Yo… yo… —tartamudeó Myriam.
Charles se había quedado helado.
—Me costó un poco conseguirlo —dijo Víctor apretándole el brazo—, pero cuando…
—¿No deberíamos irnos? —preguntó ella, aterrorizada por que fuera a explicar sus métodos.
—Tienes razón en decir «deberíamos» —dijo Víctor. y se volvió hacia los dos hombres—. Siento haberles interrumpido, caballeros.
Volvió a rodear a Myriam por la cintura y la empujó suavemente. Ella miró por encima del hombro y vio que Charles se sentaba de nuevo. Parecía que lo hubieran vapuleado.
Probablemente ella tuviera el mismo aspecto.
Mientras bajaban en el ascensor, junto a una docena de personas, intentó pensar en lo ocurrido. Estaba claro por qué Víctor la había llevado a comer allí. Él sabía que Charles también estaría, y le fue fácil organizar la incómoda escena. De nuevo había demostrado ser un maestro de la estrategia.
Cuando salieron a la calle. Myriam se volvió furiosa hacia él.
—Eres un bastardo despreciable y sin escru… —empezó a proferir, pero él le puso un dedo en los labios.
—Si quieres insultarme, será mejor que vayamos a pasear por el parque —el chófer los estaba esperando en la puerta de la limusina—. Maxwell, déjanos en la entrada de Kenelm Park.
Durante el corto trayecto Myriam se mantuvo callada y rígida, tan furiosa con Víctor como lo estaba con ella misma por no haber previsto su plan.
—Puedes tomarte la tarde libre. Maxwell —le dijo Víctor cuando llegaron al parque.
—Gracias, señor García —respondió el chófer, con una amplia sonrisa.
Víctor salió primero y le ofreció una mano a Myriam, pero ella la ignoró e intentó salir por su cuenta. Entonces tropezó y estuvo a punto de caer, pero Víctor la sujetó a tiempo.
—Esto pasa por intentar ser independiente. Menos mal que estaba aquí para ayudarte.
Ella se soltó y caminó hacia las puertas de hierro forjado. A esa hora el parque estaba bañado por la luz del sol y relativamente vacío.
Víctor eligió un lugar a la sombra y se volvió hacia ella.
—Muy bien, suéltalo.
—¡Lo preparaste lodo para causar problemas! —lo acusó ella con la furia contenida—. No intentes negarlo.
—No pensaba negarlo. Estoy muy satisfecho por cómo ha salido todo.
—No me explico cómo podías saber que Charles estaba allí —dijo ella sin poder parar.
—Muy fácil. El hombre con el que fue a comer estaba a mi servicio.
—Eres repugnante…
—Si no vas a escatimar en adjetivos, no olvides vil e infame —dijo él en tono divertido.
Sin poder contener la ira. Myriam le dio una fuerte bofetada. Enseguida vio la marca roja en su mejilla y se quedó horrorizada de lo que había hecho.
Él se tocó la piel enrojecida y puso una mueca de dolor.
—Solo haces que me sienta mal —farfulló ella.
—¿Y tú no?
—Sí, también —reconoció tristemente—. Lo siento…
—Supongo que lo estaba pidiendo. Aunque no pienso dejar que me abofetees y que salgas impune —ella retrocedió, asustada por el amenazador brillo de sus ojos—. No te confundas. Jamás le he pegado a una mujer y no voy a hacerlo ahora. Pero hay otros métodos…
Ella se dio la vuelta, dispuesta a huir corriendo, pero él la agarró por el brazo y la sujetó contra un árbol.
—Sí, hay métodos más agradables.
A pesar de los esfuerzos por liberarse, él tomó posesión de su boca mientras le desabrochaba la blusa y deslizaba una mano en busca de sus pechos.
Cuando empezó a acariciarle el pezón a través del sujetador, ella intentó golpearlo con la rodilla en sus partes íntimas, tal y como había aprendido en las clases de defensa personal. Pero él bloqueó hábilmente el movimiento y, en represalia, le mordió el labio inferior con tanta fuerza que la hizo desistir de cualquier tentativa de lucha.
—Así está mejor —murmuró él y, gracias a sus labios, su lengua y sus experimentados dedos, pronto la tuvo aturdida de deseo.
Finalmente se detuvo, volvió a abrocharle la blusa y la sacó al sendero. Una mujer se aproximaba con un caniche, pero, aparte del rubor de Myriam, nada hacía pensar en lo que habían estado haciendo.
—¿Te apetece un café? —le preguntó Víctor, tan irritantemente tranquilo como si nada hubiera sucedido—. ¿O un helado?
—Un café, por favor —respondió ella, intentando aparentar su misma frialdad, sin éxito.
—Vamos entonces a The Hungry Hippo. Tienen el mejor café de Londres.
El local era un pequeño bar al aire libre, situado en un extremo del parque. Víctor dejó a Myriam en una mesa bajo una sombrilla oscilante, y se acercó al mostrador a pedir el café. Volvió con dos tazas adornadas con hipopótamos rosas. Un sorbo le bastó a Myriam para comprobar que el café era tan bueno como le había dicho.
—El café lo sirven aquí tan caliente que he llegado a descubrir que es mejor tomárselo en taza antes que en vaso —dijo él.
—Hablas como si vinieras a menudo —le resultaba difícil imaginárselo en un sitio así.
—He venido unas cuantas veces. Me hospedo en el Kenelm Mayfair y por la mañana suelo venir a correr al parque a tomar el café aquí.
—¿Cuánto tiempo llevas en Londres? —le preguntó ella frunciendo el ceño.
—En esta ocasión, unos diez días.
—¿En esta ocasión?
—He venido otras veces recientemente.
—¿Por negocios? —se esforzó por parecer despreocupada.
—Sí… por negocios importantes y confidenciales.
—¿Y cuándo volverás a casa?
—Cuando haya conseguido lo que he venido a buscar.
Lo dijo con voz inocente, pero su sonrisa no era tranquilizadora. Myriam se terminó el café en silencio, convencida de que era mejor no profundizar.
—Aún no me has explicado por qué me dejaste plantado en el altar —le dijo Víctor.
—Y tú no me has explicado por que querías casarte conmigo, en primer lugar.
—¿No crees que fue por estar locamente enamorado de ti?
—No —sintió un dolor agudo en el corazón—. Y no quiero hablar de ello. No se puede cambiar el pasado. Debo irme ya. Necesito llegar a casa.
—Hay una cosa que quiero aclarar antes —dijo él sujetándola por el brazo—. Cuando hablé con Raynor esta mañana no podía creerme sus ridículas acusaciones. Tengo que oírte decir a ti por qué me dejaste.
—Porque no iba a permitirte que me utilizaras para encubrir tu relación con Madeline.
—Suponía que Madeline tendría algo que ver. No volviste a ser la misma desde que la viste besarme aquella noche… Pero no hubo nada entre nosotros. Lo juro.
—Ella me dijo que fuisteis amantes. Y lo mismo me dijo Janice.
—Es cierto que Madeline y yo tuvimos un romance, pero todo eso ya acabó. ¿En serio crees que estaría tonteando con la mujer de mi hermanastro, o engañándote a ti?
—Tú la deseabas, y él te la quitó.
—Yo no la deseaba. Lo poco que había entre nosotros se terminó antes de que se casara con Steven.
—Ella me contó tus planes —dijo Myriam negando con la cabeza—. Ibas a casarte conmigo para que tu familia no sospechara de lo que estaba pasando.
Él masculló una palabrota en voz baja y soltó un suspiro.
—Y tú la creíste —era una afirmación, más que una pregunta.
—Sí, la creí. Por eso jamás volveré contigo.
—Aunque no conozcas el significado del amor ni de la confianza, quiero que vuelvas Myriam, y cobrare cada día que me has hecho esperar.
Hablaba con tanta seguridad que Myriam sintió un escalofrío en la espalda. Se puso en pie de un violento salto, tirando la silla hacia atrás.
—Tengo que irme.
—Te acompañaré —dijo él levantándose y recogiendo la silla.
Sorprendida por su inesperada obediencia, Myriam se preguntó qué estaría dispuesto a hacer. Quizá se hubiera cansado de hacer daño y se limitaría a descansar…
Ojalá fuera así, pensó Myriam. Aún quedaba el enfrentamiento con Charles, y se sentía incapaz de hacer nada más.
Víctor agarró su mano y se la puso en el brazo. Ella intentó desasirse pero él apretó el codo, haciéndola desistir. Ninguno de los dos habló hasta que llegaron a Usher Street.
—¿No crees que es arriesgado volver aquí? —le preguntó Víctor.
—¿Arriesgado? No sé a qué te refieres.
—Si Raynor se pone violento…
—Charles no tiene ni una célula violenta en su cuerpo.
—Yo no estaría tan seguro. En el restaurante parecía muy preocupado.
—Puede estar enfadado, pero jamás levantaría un dedo contra mí.
—Los celos son muy poderosos. Pueden incitar al ser más pacífico a hacer cosas impensables.
—Charles nunca me haría daño —dijo ella negando con la cabeza.
—¿Estás completamente segura? Sería mejor que fueras a un hotel.
—Estoy absolutamente segura —respondió, sabiendo que Víctor lo tenía todo planeado, y que estaba haciendo todo lo posible para asustarla.
—¿Qué piensas decirle? —le preguntó él, mientras ella subía los escalones de la entrada.
—La verdad, por supuesto.
Un soplo de viento hizo caer un rizo sobre su mejilla. Víctor alargó un brazo y se lo colocó detrás de la oreja. El contacto fue muy ligero, pero la hizo temblar.
—¿Toda la verdad? —le preguntó sonriente—. ¿O solo una versión?
—No lo sé —dijo ella, recordando la expresión de Charles—. No quiero herirlo ni preocuparlo más.
—¿De verdad te importa?
—Sí. Ha sido maravilloso conmigo, y me preocupo por él.
—Estoy empezando a creerte —parecía estar más complacido que disgustado.
—Quizá le diga que me obligaste.
—¿Y te creerá?
—Estoy segura —dijo, con más seguridad de la que sentía realmente—. Aunque deba admitir que lo planeaste todo a la perfección, tu idea ha sido una pérdida de tiempo.
—No opino lo mismo —dijo él con los ojos brillantes—. Me han divertido algunas cosas.
—Me temo que no pueda decir lo mismo.
—Bueno —se encogió de hombros—, ¿cuándo pensáis casaros?
—El lunes que viene —respondió ella sin pensar.
—¿Tan pronto? —preguntó arqueando una ceja.
—No tenemos motivos para esperar. ¿Te importaría abrir, ya que tienes tú mi llave?
—Claro —abrió la puerta y le puso la llave en la mano—. Será mejor que te la quedes.
—¿No te gustaría quedártela tú? —le preguntó ella mordazmente.
—Gracias, pero no es necesario —se inclinó y la besó—. La próxima vez serás tú quien venga a mí —ella se quedó inmóvil, mientras él bajaba los escalones—. A propósito, tu bolso está en la mesa de la salita —un segundo más tarde se alejaba por la calle.
Myriam entró, cerró la puerta y echó la cadena.
«La próxima vez serás tú quien venga a mí».
Se dijo a sí misma que no debía dejarse influir, y subió a cambiarse. Se puso unos pantalones y un top verde, y bajó a la cocina a preparar la cena prometida para Charles.
Mientras cocinaba, repasó mentalmente los sucesos del día. No iba a ser fácil convencer a Charles de que todo había sido una estratagema de Víctor.
A las siete y media tenía la mesa preparada. Incapaz de permanecer quieta, se puso a andar nerviosa de un sitio para otro, como un gato encerrado. Al mirar por la ventaba vio que el cielo se había cubierto de nubes y que soplaba viento.
A las ocho menos veinte, mientras servía la salsa en los platos, oyó el ruido de una llave en la cerradura, seguida de un golpe metálico.
—Espera —gritó, corriendo hacia el vestíbulo.
Después de un breve forcejeo, quitó la cadena y abrió la puerta.
—Lo siento, olvidé que había echado la cadena.
Estaba lloviendo con fuerza y, aunque el aparcamiento no estaba lejos, Charles estaba empapado. Entró sin decir palabra y se quitó la chaqueta. Luego, se fue al aseo y se secó y peinó el pelo, mientras.
Myriam esperaba en el vestíbulo.
—Charles, tengo que hablar contigo y explicártelo.
Él la siguió en silencio a la salita. Se quedó de pie cuando ella se sentó en el sofá.
—¿Bebemos algo antes de cenar? —sugirió ella, sabiendo lo que le esperaba.
—Si tú quieres… —fue al aparador y sirvió dos copas de jerez.
Ella tomó nerviosa un sorbo, que acabó siendo un trago.
—¿No vas a sentarte?
—Será mejor que vayas directa al grano —dijo él con voz tirante—. ¿He de suponer que has decidido volver con él?
—¡No! —exclamó ella—. ¡No! Te dije que nunca volvería con él.
—No fue esa la impresión que tuve en el restaurante.
Ella tragó saliva. Convencerlo iba a ser tan difícil como se había temido.


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Mensaje  mariateressina Miér Jun 15, 2011 5:05 pm

ACHIS QUE LE HARA VICTOR PARA QUE REGRESE CON EL UFF ESTA MUY BUENA LA NOVELA GRAXIAS X LOS CAPITULOS



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Mensaje  mats310863 Miér Jun 15, 2011 8:33 pm

Muy buenos capítulos, gracias Very Happy

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Mensaje  myrithalis Jue Jun 16, 2011 12:51 am

Oooooooooo Esta muy buena la novela Gracias pr los Caps y queremos masssss Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  jai33sire Jue Jun 16, 2011 6:51 am

gracias por los capitulos

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Mensaje  alma.fra Jue Jun 16, 2011 11:16 am

Muchas gracias por los capitulos, ojala ke los niños puedan aclarar las cosas. No tardes con el siguiente capitulo.
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Mensaje  Dianitha Jue Jun 16, 2011 12:06 pm

graciias por los cap niiña MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 196 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 196
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Mensaje  Marianita Jue Jun 16, 2011 1:28 pm

Muchas gracias por los capítulos niña!!! sunny sunny sunny
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Mensaje  laurayvictor Vie Jun 17, 2011 1:35 pm

Hola chicas hoy les pongo dos capitulos porque ayer no les puse nada...
gracias por sus comentarios...

Capítulo 8
—Te equivocas —le dijo ella de todo corazón—. Sé que así debió de parecer, pero Víctor lo preparó todo para hacerte pensar eso.
Al ver en la expresión que Charles no la creía, sus ojos se llenaron de lágrimas. Entonces él se sentó junto a ella y le tomó la mano.
—Tal vez deberías contarme toda la historia. ¿Por qué fuiste a encontrarte con él?
—Yo no fui. Vino él aquí.
—¿Sabía dónde estabas viviendo?
—El primer día, en el parque, le dije que estaba viviendo contigo.
—¿Pero le diste la dirección?
—Él ya la sabía. Sus detectives lo averiguaron.
—¿Cómo sabía que estarías en casa?
—Dijo que había estado en la galería. Supongo que Helen debió de decírselo.
—Demonios… —murmuró Charles. Le dio un apretón en la mano—. Debió de ser un golpe muy duro verlo aparecer aquí.
—Lo fue.
—¿Por qué lo dejaste pasar?
—Me pilló por sorpresa y entró antes de que me diera cuenta —la voz le tembló—. Le pregunté qué quería, y respondió que había venido para invitarme a comer. Al principio me negué, pero luego pensé que sería mejor estar en un sitio público que a solas con él. Lo que no supuse fue que me llevaría al restaurante donde estabas tú.
—¿Cómo sabía dónde estaba yo? La única persona que lo sabía era Andrew Bish, que fue quien hizo la reserva.
—Andrew Bish, si es que ese es su verdadero nombre, estaba contratado por Víctor. Todo estaba cuidadosamente planeado. Por eso me besó y me llamó «cariño». Quería hacerte pensar lo peor.
—¿Lo que me has contado es verdad? —le preguntó mirándola fijamente a los ojos.
—Sí.
—¿Y no quieres volver con él?
—No podría soportarlo.
—¿Qué hay de nosotros? —dijo en tensión—. ¿Has cambiado de idea sobre nuestro matrimonio?
—No. Aún quiero casarme contigo, si tú sigues queriendo —dijo indecisa.
La respuesta de Charles fue abrazarla tan fuertemente como si no quisiera soltarla nunca.
Era tan agradable estar protegida entre sus brazos, que se olvidó de todo hasta que le llegó un olor a quemado procedente del horno.
—¡Oh, cielos! —exclamó soltándose—. He olvidado la cena.
—No te preocupes —dijo él siguiéndola a la cocina—. Si se ha quemado, cenaremos fuera. Hay mucho que celebrar.
—Creo que no se ha llegado a quemar. Prueba y dime que te parece —le tendió una cucharada con salsa.
—Mmm… Demasiado buena para desaprovecharla. Saldremos otro día.
Comieron en silencio, hasta que Myriam recordó los planes de Charles.
—¿Ha ido todo bien esta tarde? —le preguntó, esperanzada.
—Muy bien. Te lo tendría que haber contado antes, pero teníamos que solucionar lo nuestro.
—Cuéntamelo ahora.
—Hace una semana recibí una llamada, ofreciéndome un Roisser.
—¿Un Roisser?
—No podía creérmelo. El vendedor, un tal señor Smith, insistió en mantener el secreto, por lo que traerá el cuadro cuando la galería esté cerrada.
—¿Y?
—Estoy seguro de que es auténtico.
—¿Estaba firmado?
—Solo con una R alargada, pero así firmaba Roisser sus obras.
—¿Qué cuadro es?
—Footprints.
Myriam tragó saliva. Footprints era una de sus obras maestras.
—Creía que llegó a los Estados Unidos en 1970 y que desapareció en la colección privada de la familia Jefferson.
—Y así fue, pero este año fue comprada a un tal señor Otis Jefferson, en Nueva York.
—¿Y por qué tiene que mantenerse en secreto la operación?
—El joven que quería venderla la había heredado de su padrino en Kent. No estaba especialmente interesado en las propiedades familiares, y menos aún teniendo deudas de juego, por lo que decidió vender el Roisser. Como necesitaba el dinero urgentemente, tenía que venderla por un precio muy inferior al estimado, y mantenerlo todo en secreto.
—Pero una operación de ese tipo… ¿no creará muchos problemas?
—Sí —admitió Charles—. Aparte de que no es fácil reunir una gran cantidad de dinero en mano, el cuadro tiene que entregarse de la forma más discreta posible.
—Pero tú nunca has aprobado ese tipo de operaciones —dijo ella, gravemente—. Y hay que pensar en la reputación de la galería.
—Sí, lo sé.
Myriam se puso tensa. Si Charles estaba dispuesto a afrontar un riesgo semejante, era porque tenía graves problemas económicos.
—Sé lo que estás pensando —dijo él—. Puede parecer una auténtica locura. Pero no estoy perjudicando a nadie, y puede ser la solución a mis problemas.
—¿No le parece demasiado arriesgado? —protestó ella—. ¿Y si todo se descubre?
—Eso no es probable. El señor Smith no se irá de la lengua y… ¿puedo confiar en ti?
—Pues claro que puedes.
—Esta es mi chica —dijo él palmeándole la mano.
—Pero si tienes problemas económicos, ¿cómo podrás reunir esa cantidad de dinero para comprar el cuadro?
—Ya lo he resuelto. He conseguido un préstamo a corto plazo usando el negocio como garantía.
—¿Estás completamente seguro de que el cuadro es auténtico? ¿Y si es una estafa?
—Apostaría mi vida a que es auténtico. Otis Jefferson me dijo que el año pasado vendió Foolprints a otro coleccionista, del que no quiso darme el nombre.
—Pero supón que ese señor Smith te enseña el cuadro y luego…
—Mi querida niña —dijo Charles con voz sosegada—. ¿Me tomas por tonto? Sé muy bien que podrían darle el cambiazo en el último momento, por eso el cuadro ha permanecido en nuestra cámara acorazada desde la primera noche.
—¿Y ya tienes un comprador? —preguntó ella, jugando su última carta.
—De no tenerlo, no habría afrontado el riesgo. Es un coleccionista privado llamado Anderson. Tranquila, cariño. Todo ha sido llevado con suma precaución. Esta noche entregaré el cuadro y recuperaré el dinero, más un cuantioso beneficio. Empezaremos nuestra vida de casados de la mejor manera posible.
Ella sonrió, pensando en la felicidad de Charles, pero seguía albergando dudas. Aunque si la transacción ya se había realizado, ¿qué podía salir mal?
Después de cenar, Charles la ayudó a fregar los platos y encendieron la chimenea.
Pasaron el resto de la velada en agradable compañía, pero cuando llegó la hora de irse a la cama Myriam empezó a preocuparse. ¿Y si Charles insistía en acostarse con ella?
No tendría más remedio que aceptar, aunque fuera a desgana. Deseó esperanzada que, cuando es tuvieran casados y Víctor hubiera vuelto a América, todo iría bien.
—Nada me gustaría más en el mundo que llevarte a la cama —le dijo Charles, como si hubiera leído sus pensamientos—. Pero sé que estás pasando por una gran tensión, así que no te presionaré —le dio un casto beso en la mejilla, y ella se lo devolvió, agradecida—. Buenas noches. Si mañana quieres seguir durmiendo, no te molestaré.
—No, he decidido ir a trabajar, como siempre.
—No dejes que lo ocurrido hoy pueda contigo. Puedes quedarte aquí y echar la cadena.
Myriam recordó las últimas palabras de Víctor. Según él, la próxima vez sería ella quien fuera a buscarlo.
—No, me iré a trabajar contigo. Al menos estaremos juntos.
Charles pareció encantado.

Durante los tres días siguientes la vida pareció transcurrir en paz entre Charles y ella. Cada mañana iban junios a la galería y por la tarde volvían a casa para cenar. Luego, pasaban una tranquila velada, y cuando llegaba el momento de irse a la cama se despedían con un beso en la mejilla o en la frente.
Pero, a pesar de la aparente normalidad, Myriam se sentía intranquila.
Aunque no había ni rastro de Víctor, no podía dejar de pensar en él y en cuál sería su próximo movimiento. El miedo a lo que pudiera estar planeando se cernía como una amenazadora sombra durante el día y la avasallaba en mitad de la noche.
Lo peor era ocultárselo a Charles, quien parecía estar muy feliz, con sus deudas resueltas y con la creencia de que Víctor había abandonado.
Pero ella no le había contado toda la verdad, y conocía a Víctor mucho mejor que él.
A medida que se aproximaba la boda aumentó su ansiedad, y no hacía más que repetirse que todo se solucionaría en cuanto estuviesen en su luna de miel.
Charles había insistido en cenar la galería el lunes, para que Helen pudiera asistir a la ceremonia. Sabiendo que Helen estaba enamorada de su jefe, Myriam no creyó que aceptase la invitación, pero la mujer ocultó sus sentimientos bajo una amplia sonrisa y se mostró encantada con la boda.
Después de la ceremonia tenían previsto volar hacia París.
—Cuatro días en los Campos Elíseos le bastarán a mi mujer para hacer todas las compras necesarias —comentó Charles sentándose en la mesa de Myriam. Al ver la sombría expresión de su rostro le apretó la mano—. ¿No va siendo hora de que dejes de preocuparte por García? Si estuviera planeando algo ya lo habría intentado. Seguro que ha vuelto a casa, pero me asegurara ahora mismo. Tengo el número de su hotel —se fue a su despacho y volvió casi enseguida, sonriendo de satisfacción—. Tal y como yo pensaba, salió para los Estados Unidos el miércoles por la mañana.
—¿Se ha ido?
—Eso me ha asegurado el recepcionista del hotel.
Myriam se sintió aliviada, pero al mismo tiempo extrañada de que Víctor se hubiera rendido tan fácilmente.

Al día siguiente, sábado, había mucho trabajo, pero Charles insistió en que Myriam se tomase el día libre para hacer las compras necesarias.
—Ve a elegir un bonito vestido y quédate a comer en Harrods.
Ella obedeció pero, tras dejar sus compras en casa, tomó un taxi de vuelta a la galería. Allí se sorprendió al ver que Charles había salido.
—Ha dicho que era algo importante y que volvería lo antes posible —le explicó Helen.
No volvió hasta mucho después. Parecía estar muy agobiado.
—Me temo que tengo que salir de nuevo —le dijo a Myriam—. ¿Te importa cerrar por mí e irte sola a casa?
—Claro. ¿Va todo bien?
—Ha surgido algo importante. Tengo que ir a Sussex.
—¿Quieres que te prepare la cena?
—No volveré para cenar —dijo él intentando esbozar una sonrisa—. No sé a qué hora regresaré, así que no me esperes levantada.
Cuando se quedó sola Myriam frunció el ceño, preguntándose qué podría haber preocupado tanto a Charles. Intentó convencerse de que se trataba de algo rutinario, pero no pudo reprimir un mal presagio.
Después de sacar un juego de llaves del escritorio, bajó a comprobar que no quedara ningún visitante en la galería. Moira, la joven estudiante de Arte que iba los sábados para ayudar, también se había marchado, por lo que solo quedaba Helen.
—Charles parecía muy inquieto cuando regresó, y se comportaba de un modo extraño.
—¿En qué sentido? —le preguntó Myriam.
—Un hombre que acababa de comprar un Julos Pesaro quería preguntarle su opinión sobre un marco, pero por lo visto no le hizo caso. Es muy raro que Charles se comporte así con un cliente…
—A mí solo me dijo que había surgido algo urgente y que si podía cerrar la galería por él.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Helen.
—No, gracias. Puedes irte ya, si quieres.
Mientras Helen recogía su abrigo sonó el teléfono.
—Galería Charles Raynor… Sí… Sí, aún sigue aquí —se lo tendió a Myriam—. Es para ti.
—¿Diga?
—Mañana voy a regresar a Nueva York —dijo la voz de Víctor, sin ningún preámbulo—, y quiero que vengas conmigo.
Al ver que se quedaba pálida, Helen le acercó una silla. Myriam se dejó caer en ella.
—Pensé que ya habías vuelto a casa.
—Y lo hice, pero ahora estoy de nuevo en la suite imperial del Kenelm Mayfair. Espero que me hagas compañía esta noche.
—Bien, en ese caso le llevarás una decepción —dijo ella con voz ronca.
—No lo creo —replicó él, muy tranquilo—. Vendrás si tanto te importa Raynor.
Hubo un silencio que siguió a la amenaza.
—¿Qué… qué has dicho? —balbuceó ella.
—Ya me has oído. Y no olvides que te quiero aquí esta noche. Enviaré un coche a buscarte, así que apunta el número y llámame cuando estés lista.
Como un autómata, Myriam agarró un bolígrafo y anotó el número que él le dio.
—A propósito, trae solo lo imprescindible. Puedes comprar el resto en Nueva York.
Después de colgar Myriam se quedó mirando los números escritos en el papel.
—¿Estás bien? —le preguntó Helen—. Te has quedado blanca.
—Sí, estoy bien —mintió ella—. Pensaba que había vuelto a casa.
—Era el hombre que estuvo aquí un par de veces la semana pasada, ¿verdad? Víctor García. Además de ser atractivo, su voz es muy especial. La última vez que vino tú no estabas. Charles lo hizo pasar a su despacho, y aunque no llegaron a gritar, creo que tuvieron una fuerte discusión —Myriam no dijo nada—. Es guapísimo y tiene unos ojos… pero imagino que puede ser temible.
—Sí, lo es.
—Bueno, si no hay nada que pueda hacer, será mejor que me vaya —dijo Helen al ver que Myriam no quería entrar en detalles—. Te veré el lunes en la iglesia.
—Amas a Charles, ¿verdad? —le preguntó Myriam siguiendo un impulso.
—¿Qué te hace pensar eso? —Helen se puso colorada.
—Lo amas, ¿verdad? —insistió ella.
—Si —reconoció Helen—. Pero no pienses ni por un segundo que…
—No estoy celosa —se apresuró a negar Myriam—. Solo te lo pregunto porque puede que él necesite tu apoyo.
—¿Mi apoyo?
—Y si es así, me gustaría que lo tuviera.
Helen la miró fijamente con sus ojos color avellana. Finalmente asintió y se dirigió hacia la puerta.
Myriam la siguió y, tras conectar el sistema de alarma, tomó el camino de vuelta.
Después de dos días de tiempo inestable volvía a hacer calor y Myriam volvió a casa atravesando el parque.
Cuando llegó subió los paquetes de la compra al dormitorio y, sin mirar su contenido, los guardó en los cajones. Luego, tras cenar un poco se fue a la salita. Encendió la televisión, pero al cabo de unos segundos pensó que prefería el silencio.
A solas con sus pensamientos, pasó la tarde vagando por la casa. A las nueve y media Charles no había aparecido aún y ella subió las escaleras completamente exhausta.
Se duchó y preparó la cama, dejando la puerta del dormitorio abierta para oír a Charles.
Cuando se acostó estuvo dando vueltas bajo las sábanas, incapaz de conciliar el sueño. Intentó leer un libro, pero lo volvió a soltaren la primera página.
Eran casi las once cuando finalmente oyó abrirse la puerta de la calle. Se sentó en la cama, esperando que Charles apareciera, pero al no verlo, se puso la bata y bajó las escaleras. La planta baja estaba a oscuras, a excepción de la cocina.
Charles estaba sentado en una silla, tenía los hombros hundidos y la cara entre las manos, y parecía haber envejecido.
Cuando la vio aparecer se enderezo un poco c intentó recuperar la imagen de seguridad que lo caracterizaba. Llena de afecto y compasión, Myriam se sentó a su lado y le tomó la mano. Estaba fría al tacto.
—¿Por qué no has subido a la cama?
—Quería tomar un poco de chocolate —hablaba con un tono de abatimiento y derrota.
—Calentaré la leche —dijo ella levantándose. Preparó dos tazas de cacao y volvió a sentarse y le echó el azúcar lentamente, como si su vida dependiera de ello—. Sé que algo va mal —dijo ella finalmente—. ¿Por qué no me dices de qué se trata?
Él levantó la taza y la volvió a dejar, sin probarla.
—El Roisser que compré… Es falso. Una brillante imitación, pero sin valor alguno. Conozco bien la obra de Roisser y hubiera jurado que era auténtico.
—¿Cómo descubriste que no lo era? —preguntó ella con voz admirablemente tranquila.
—Anderson me llamó a la hora de comer, completamente frenético. Alguien le había convencido de que otro coleccionista tenía el Footprint verdadero. Un tal Sir Humphrey Post se lo compró a Otis Jefferson el año pasado.
—¿No puede estar equivocado? —preguntó Myriam, sin mucha esperanza.
—Eso fue lo primero que pensé, así que hablé con sir Humphrey y con Otis Jefferson, quien me confirmó lo que temía. Por su parte, sir Humphrey se mostró muy cooperativo y me invitó a su casa, en Sussex, para que viera el cuadro por mí mismo. No había ninguna duda de que se trataba del auténtico.
—¿Y qué pasa con el señor Smith?
—Como podrás suponer, el número de teléfono que me dio en caso de que tuviera que contactar con él estaba en desuso.
—¿Y el hombre al que le vendiste el cuadro, Anderson?
—Todo se solucionaría si pudiera devolverle su dinero. Pero no puedo… y si no lo recibe para el lunes, ha amenazado con ir a la policía. Eso significa que perderé la galería y todo lo que poseo, y encima acabaré en prisión.
Mientras escuchaba. Myriam recordó las palabras de Víctor: «Vendrás, si tanto te importa Charles».
—¿Cuánto dinero necesitas? —le preguntó, viéndolo todo con absoluta claridad.
Él le respondió una suma desorbitada y, sin pensarlo, ella fue hacia el teléfono.
—Estoy lista para irme —dijo cuando Víctor respondió.
—¿Cuánto necesita Raynor? —preguntó él sin dudarlo. Ella se lo dijo—. Maxwell le llevará un cheque.
—¿Cuándo quieres que te lo devuelva?
—No quiero que me lo devuelva. Raynor podrá empezar de nuevo, a cambio de entregarme lo que es mío.
Al volver a la cocina vio a Charles igual que como lo había dejado. No parecía ni notar su ausencia.
Subió a vestirse y a preparar el equipaje. Solo metió lo esencial, como Víctor le había dicho. Al ver los paquetes sin abrir en los cajones, pensó con ironía que dejar atrás las cosas de la boda se estaba convirtiendo en una costumbre.
Cuando volvió a bajar dejó la bolsa en el vestíbulo y fue a enfrentarse con lo más difícil de todo.
Le puso una mano a Charles en el hombro y él levantó la mirada.
—Quiero hablar contigo.
—¿No puedes esperar a mañana? —masculló él.
—No, no puedo.
—No te preocupes… Cancelaré la boda. No pretendo que ninguna mujer se case con un preso arruinado.
—No vas a ser un preso arruinado —dijo ella firmemente—. Víctor te dará la cantidad que necesitas. Mañana podrás devolverle a Anderson hasta el último penique.
Charles se quedó pensativo unos segundos, y sacudió la cabeza.
—¿Cuándo se lo has pedido?
—Hablé con él hace unos minutos. Pero no se lo he pedido. Él lo ofreció.
—¿Cuándo quiere que se lo devuelva? —preguntó él con voz poco clara.
—No quiere que se lo devuelvas.
—¿Esa cantidad? Es imposible que no quiera.
—Tranquilo, puede permitírselo. Seguramente gaste más en obras de caridad.
—¿Por qué García quiere ayudarme? No somos precisamente amigos…
Esa era la pregunta que Myriam había estado temiendo.


Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes Rolling Eyes

aqui tienen el otro

Capítulo 9
—¡No! —exclamó él—. Dijiste que nunca volverías con él, y no permitiré que te vendas para salvarme.
—No estoy haciendo nada semejante. Mira —añadió, sabiendo que tenía que convencerlo—. No es solo por el dinero, pero…
—Pero no quieres casarte con un hombre arruinado. No te culpo…
—Por favor, ¿quieres dejar de interrumpirme y escucharme? Aunque estuvieras en la cárcel sin un penique, me casaría contigo si te amase de verdad…
—Pero no me amas —dijo él, como si ya lo hubiera sabido.
—No lo suficiente —reconoció ella.
—Quizá me imaginaba que estaba viviendo en las nubes, pero no quería admitirlo.
—Quería amarte. Intenté amarte…
—García todavía le importa —dijo él con un suspiro—. ¿Verdad?
—Sí.
—Aunque intentaste negarlo, siempre lo he sabido. Quise convencerme de lo contrario, pero lo que vi en el restaurante fue dolorosamente obvio.
—Lo siento.
—Hemos estado a punto de casamos.
—No habría sido un error —le aseguró ella—. Podría haber funcionado, pero no sería justo para ti. Te habría estado engañando. Te mereces una mujer que te ame con pasión, una mujer que sienta por ti lo que yo siento por Víctor.
—¿Vas a volver con él?
—Sí.
—Dijiste que no lo harías.
—Lo sé —dijo ella con un estremecimiento—. Pero no he podido evitarlo.
—De modo que cuando le dijiste que yo estaba en un apuro, te ofreció su ayuda a cambio de que volvieras con él y fue entonces cuando aceptaste.
—No, te equivocas. Si vuelvo con él es porque quiero hacerlo.
—¿Me estas diciendo que lo tenías claro antes de conocer mis problemas?
—Sí. Volvió a Londres y me llamó a la galería. Vuelve mañana a casa, y quiere que me vaya con él —vio que Charles no estaba del todo convencido—. Si no me crees, pregúntaselo a Helen. Fue ella quien respondió a la llamada y reconoció su voz… —el sonido del timbre la interrumpió—. Debe de ser el chófer de Víctor. Viene a traerte el cheque y a llevarme con él.
Corrió a abrir y encontró a Maxwell en la puerta.
—El señor García me dijo que le entregara esto y que la esperara —le dijo, entregándole un sobre blanco.
—Gracias. Si eres tan amable de llevar mi bolsa al coche, saldré en un minuto.
—Por supuesto, señorita.
Llevó el sobre a la cocina y se lo dio a Charles. Al abrirlo y ver el cheque, su expresión se tomó de sobrecogimiento y de alivio.
—García es muy generoso, o te valora muy alto. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—Completamente.
—Antes que ponerte en peligro, estoy dispuesto a romper el cheque y asumir las consecuencias.
—Hazlo si quieres, pero volveré con Víctor de todos modos. Sería una pérdida innecesaria que tu orgullo no te permitiera quedártelo.
—El dinero no importa nada comparado con…
—Oh, claro que importa. Mira cómo nos ha salvado a ambos —le acarició la mejilla—. Eres una de las mejores personas que he conocido, y me encantaría tenerte como amigo.
—Pero no como amante —había una nota de amargura en su voz.
—Lo impiden mis sentimientos hacia Víctor. He intentado convencerme de que todo se arreglaría en cuanto estuviéramos casados. Pero nunca habría sido así y todo sería por mi culpa. No había pasión.
—Lamento oír eso —dijo él esbozando una triste sonrisa.
—Serás un amante maravilloso para otra mujer… Alguien como Helen, quien te ama apasionadamente —al ver la sorpresa en su rostro supo que no tenía ni idea. Tal vez hubiera sido mejor no decirle nada, pero a lo mejor sabiéndolo miraría a Helen con otros ojos—. Quizá ella sea tan amable para llevar las cosas que he comprado a alguna institución benéfica —se inclinó y lo besó en la frente—. Gracias por estar a mi lado cuando más lo necesitaba —se dirigió hacia la puerta.
—Myriam… —la llamó cuando estaba saliendo—. Si las cosas no funcionan quiero que sepas que seguiré aquí, aunque solo sea como amigo.
—Gracias —le sonrió y le lanzó un beso, antes de salir de la casa.
El trayecto fue lento, pero Myriam apenas fue consciente. Mantuvo la mirada perdida en el vacío, como si no fuera capaz de sentir nada.
Cuando llegaron al Kenelm Mayfair, Maxwell recogió la bolsa y la acompañó a la suite.
Víctor les abrió la puerta, vestido tan solo con una bata de seda.
—Gracias, Maxwell —dijo tomando la bolsa y dándole una generosa propina—. Siento haberte hecho venir tan tarde. Buenas noches.
—Gracias, señor García. Buenas noches… Buenas noches, señorita.
Una vez dentro dejó la maleta en el suelo y observó a Myriam. Estaba recién duchado y afeitado. Víctor siempre se había preocupado de afeitarse por la noche. No quería hacerle daño a una piel delicada.
—Pareces destrozada. Será mejor que te vayas directa a la cama —la condujo a un dormitorio decorado en azul y gris—. Ahora que te he encontrado, te quiero en mi cama. Quiero hacerte el amor hasta que me suplique clemencia. Y entonces seguir haciéndotelo.
Un estremecimiento la recorrió. Ya era demasiado tarde para echarse atrás.
Si al menos se preocupara un poco por ella… Pero lo único que quería era vengarse por haberlo abandonado.
Y no solo eso. De vuelta a los Estados Unidos tendría que soportar la humillación de ver cumplida la aspiración de Madeline.
—Déjame ayudarte —dijo él empezando a desnudarla. Cuando le desabrochó el sujetador ella se cruzó los brazos al pecho—. ¿Pasa algo?
—No he sacado mi camisón de la bolsa.
—No te hará falta. Aquí no hace frío, y ya te he visto desnuda antes.
Era como empezar una nueva relación de la que solo podía tener miedo. Pero aunque su mente estuviese preocupada, su cuerpo respondería sin duda a lo que iba a pasar…
—¿Por qué no te metes dentro?
La pregunta la sorprendió. Había estado esperando, inconscientemente, que la arrojase sobre la cama, como un conquistador victorioso.
Se acostó, reacia, y se tapó con el edredón.
Un momento después él se quitó la bata y, tras apagar la luz, se acostó a su lado. Cuando la tomó en sus brazos ella dejó escapar un suspiro de desesperación, pero todo lo que hizo Víctor fue estrecharía contra su pecho y apoyarle la cabeza en su hombro.
Estaba tan desconcertada que le costó varios segundos darse cuenta de que Víctor no iba a hacerle el amor. Y si lo hubiera pensado con calma, se habría percatado de que la había desnudado, no como un amante ansioso, sino como un padre desnudaba a una hija.
Era tan extraño volver a estar así que, al principio, se mantuvo rígida, escuchando los latidos de su corazón contra su mejilla.
Entonces empezó a relajarse, poco a poco, y cuando estaba a punto de dormirse sintió que estar entre los brazos de Víctor era como volver a casa después de un largo y azaroso viaje.
Cuando despertó se quedó tumbada, escuchando medio dormida el murmullo de una ciudad que comenzaba un nuevo día.
A los pocos segundos fue consciente de la mano que le apretaba el pecho y del pulgar que le acariciaba el pezón. Abrió los ojos y vio el rostro de Víctor a solo unos centímetros.
—Buenos días —la saludó con una sonrisa—. Eres la única mujer que conozco que está bonita al despertarse.
Él mismo tenía un aspecto magnífico. La piel bronceada, los violáceos ojos resplandecientes… hasta la barba incipiente lo hacía parecer más sexy y masculino.
Ella podía sentir su respiración en los labios, cálida y dulce, y deseó que la besara.
Y como si hubiera leído sus pensamientos inclinó la cabeza y la besó en la boca. Y ella separó los labios para recibirlo.
Víctor dejó escapar un gruñido de satisfacción y profundizó en el beso, mientras con la mano empezaba a acariciarle todas las zonas erógenas de su cuerpo.
El corazón le latía con fuerza y la respiración se le aceleró, sintiendo su tacto en la estrecha cintura, la curva de sus caderas, su vientre liso, la suavidad de sus muslos…
Sintiendo la calidez de la respuesta, él dejó de besarla y hundió la cabeza entre sus pechos. Ella gimió de placer cuando é1 le pasó la lengua por un pezón, endureciéndolo al instante.
Pero, aunque le estaba dando un gran placer, Víctor la mantuvo expectante, ignorando sus ruegos, sin concederle la culminación de su angustioso deseo.
Myriam había imaginado que su mente se mantendría distante, pero cuando él se puso encima, todo su ser se perdió en la intensidad del orgasmo. Fue una explosión de placer tan poderosa que pensó que había muerto.
Finalmente, apoyó la cabeza en su hombro. No podía distinguir sus emociones, pero se sentía saciada y completa.
—Raynor nunca fue tu amante, ¿verdad? —le preguntó Víctor.
Ella negó con la cabeza, incapaz de mentir.
—Pero en dos años y medio habrá habido otros.
—No.
—¿Nadie?
—Nadie.
Él soltó un suspiro de alivio y la abrazó con más fuerza.
—Mi propio pirulí… —susurró. Ella estaba demasiado aturdida por el placer y no dijo nada—. ¿Por qué no ha habido nadie más?
Porque él era el único hombre al que quería…
—Eres joven y guapa —dijo él al no recibir respuesta—. ¿Por qué no has estado con nadie?
—La primera vez muerde, la segunda espanta —dijo ella, temerosa de que adivinara la respuesta.
—Haces que me sienta como el lobo feroz —dijo él, con un ligero tono de decepción.
Ella se quedó tumbada sobre él, sintiendo el calor de su respiración sobre sus cabellos, y pronto se quedó dormida una vez más.

Un beso suave la despertó. Abrió los ojos y vio a Víctor sentado en la cama. Estaba recién duchado, afeitado y vestido. Olía a jabón y a colonia masculina.
—Siento despertarte, pero el desayuno llegará enseguida y deberíamos ir moviéndonos —le acarició la mejilla con un dedo—. Lo que es una pena, porque me encantaría pasar la mañana en la cama.
Al recordar lo que había pasado antes y cómo había suplicado por más, Myriam se puso colorada. Se levantó de un salió y corrió al cuarto de baño, oyendo la risa de Víctor.
¿Cómo había podido perder el control así?, se preguntó mientras se lavaba los dientes con innecesario vigor. Había sido débil y estúpida, sin resto de orgullo.
Pero, al fin y al cabo, así había sido siempre con Víctor. Lo seguía amando, y nunca había dejado de hacerlo.
A pesar del agua caliente de la ducha, seguía temblando. Aquel sentimiento la turbaba, por todo el poder que le daba a él sobre ella. Poder para hacerle daño…
Tal vez su única oportunidad fuera convencerlo de que únicamente sentía por él una mera atracción física.
Estaba terminando de secarse cuando llamaron a la puerta del baño.
—Ya está aquí el desayuno —le dijo Víctor.
—Enseguida salgo —respondió ella, con la respiración entrecortada.
Corrió al dormitorio y se puso uno de esos vestidos confeccionados de seda que Víctor tanto criticaba, pero no tenía otra cosa que trajes de ejecutiva.
Estaba a punto de recogerse su melena, pero recordó lo qué pasó la última vez y se la dejó suelta.
Víctor la estaba esperando sentado junto a la ventana y al carrito con el desayuno. La ayudó a sentarse, con su cortesía habitual, y le sirvió zumo de naranja.
—¿Huevos y beicon?
—No, gracias. Solo café y tostadas.
—Bueno, ¿cómo se lo tomó Raynor? —le preguntó mientras ella untaba la mantequilla—. Supongo que se opondría a la idea de que te vendieras.
—En efecto —dijo ella mordiéndose el labio—. Estuvo a punto de romper el cheque.
—Supongo que se lo impediste, o de otro modo no estarías aquí. Me sentí bastante aliviado al ver que anteponía sus intereses ante todo.
—No fue así —replicó ella—. No te atrevas a suponer cuando no sabes nada.
—Entonces, ¿cómo fue? —preguntó él, encogiéndose de hombros.
—Tuve que mentir. Le dije que quería volver contigo.
—¿Y él se lo creyó?
—Al principio, no. Estaba convencido de que lo hacía por él.
—¿Cómo conseguiste convencerlo?
—Le dije que me habías llamado a la galería y que, al darme cuenta de que nuestro matrimonio sería un error, decidí volver contigo antes de saber que tenía problemas.
—Sigue sin parecer muy convincente.
—Al final, tuve que decirle que todavía te amaba.
—¿Y es así?
—Tienes que estar bromeando.
—Supongo que no importará mucho lo que sientas por mí, si al final has venido.
—Créeme, si estoy aquí es porque no había otro modo de salvar a Charles.
—¿No crees que fue culpa suya por ser tan imprudente?
—Charles nunca es imprudente —dijo ella con firmeza.
Él frunció el ceño, claramente disgustado de que estuviera hablando bien de otro hombre.
—¿No consideras imprudente comprar algo sin tener la garantía de que sea auténtico? Después de todo, no es probable que viera el cuadro original, ya que durante treinta años formó parte de la colección de Otis Jefferson.
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó ella duramente—. Se suponía que la operación era llevada en secreto. Solo tres personas estaban involucradas: el vendedor, Charles, y Anderson el hombre que compró la falsificación.
Víctor pareció dudar antes de responder, pero sabía que ella estaba dispuesta a insistir.
—De acuerdo, te lo explicaré —dijo finalmente—. Como ya sabes, he estado detrás de los cuadros de tu madre. Concerté una cita con un hombre llamado Anderson, que ya me había conseguido material en el pasado. Me dijo que si estaba dispuesto a mantenerlo en secreto, Footprints podría estar en venta. Por supuesto, estaba interesado, porque resulta que el propietario del cuadro, sir Humphrey, no solo es amigo mío, sino que también es tío de Beth. Se quedó en el ático el año pasado, cuando fue a Nueva York a comprar el cuadro. Nunca tuvo intención de venderlo, y cuando le mencioné ese punto a Anderson se quedó más que preocupado, al saber que había pagado una fortuna por una falsificación. Tanto él como Raynor habían sido engañados —se quedó mirándola un momento—. Supongo que tú no lo has visto.
—No, no supe nada del asunto hasta anoche. Pero aunque lo hubiera visto no habría sabido que era falso. Charles era el entendido y no lo advirtió.
—No te infravalores tanto. Aparte de un buen ojo, tienes instinto para las pinturas.
—No importa. Aunque siempre he querido ver Footprint, solo he visto copias.
—Si sigues queriendo ver el original, sir Humphrey estará encantado de enseñártelo.
—Me encantaría, pero…
—Entonces haré una llamada y nos pasaremos por su casa de camino al aeropuerto.

Construida en piedra, con las paredes cubiertas de enredaderas, ventanas con parteluces y multitud de chimeneas, la casa de sir Humphrey era un lugar encantador.
Muchos años atrás había estado apartada, pero la expansión de la ciudad la había rodeado de polígonos industriales y residenciales. Además, estaba demasiado cerca del aeropuerto.
Sir Humphrey era un hombre de unos setenta años, de mediana estatura, con el pelo blanco y unos ojos marrones con expresión atenta. Se parecía mucho a Beth, pensó Myriam.
—Esperaba que os quedarais a comer —les dijo—, pero Víctor me ha dicho que vuestro vuelo sale al mediodía. Así que, seguidme, por favor.
Los condujo a través del vestíbulo hacia una puerta maciza cerrada con llave. Al abrirla pasaron a una sala acorazada con aire acondicionado. Dentro había una serie de paredes alineadas, en las cuales estaban colgados los cuadros, cuidadosamente iluminados.
—¿Te gustaría echar un vistazo al resto de mi colección ya que estás aquí, querida? —le ofreció sir Humphrey a Myriam.
—Por favor —era una proposición que no se podía rechazar.
Las pinturas eran de artistas famosos y desconocidos, pero todas de una calidad incuestionable. Era obvio que había reunido su colección con cuidado.
—Todas fueron escogidas siguiendo unos parámetros de gusto, más que como posibles inversiones —se volvió hacia Myriam—. ¿Cuál es tu opinión profesional?
—Creo que el arte debe ser para disfrutar, pero, desde el punto de vista financiero, todas estas supondrían beneficios.
Él asintió sonriendo.
—En cuanto a la que quieres ver, me temo que no ha sido colocada todavía en su lugar apropiado, así que no podrás verla en todo su esplendor —se acercó a un caballete y retiró la lona que lo cubría.
Al contemplar la pintura Myriam supo inmediatamente por qué había sido considerada como una de las obras maestras de Roisser.
Además de su impecable pincelada, la perspectiva provocaba el efecto de estar dentro del cuadro. Representaba una calle nevada entre casas con salientes de madera. Una mujer, vestida de negro riguroso, andaba con un niño de la mano. Sus pisadas contrastaban contra el suelo blanco, siguiéndolos a través de los desiguales adoquines.
Había algo oscuro, casi dramático en la pintura. En la esquina inferior derecha podía verse una R alargada.
—Es maravilloso —dijo ella con un suspiro.
—Sí, siempre lo he pensado —corroboró sir Humphrey—. Me costó años convencer a Jefferson para que se deshiciera de él, y por nada del mundo quisiera perderlo de vista.
—Debemos irnos ya, cariño —interrumpió bruscamente Víctor—. Gracias, Humphrey.
El anciano los acompañó a la puerta y le puso a Víctor una mano en el hombro.
—No olvidéis invitarme a la boda.
—Descuida —le aseguró Víctor. Al notar que Myriam se ponía rígida le pasó una mano por la cintura—. Te comunicaremos la fecha en cuanto la hayamos decidido, ¿verdad, cariño?
De modo que tenía intención de seguir con todo, igual que si nada hubiera pasado…
El camino hasta el aeropuerto lo hicieron en silencio. Myriam vio que la pantalla divisora entre el conductor y los pasajeros estaba bajada, por lo que no quiso decir nada. Pero Víctor la miró y supo perfectamente en lo que estaba pensando.
Cuando llegaron, Maxwell descargó el pequeño equipaje y recibió la última propina, antes de que los dos pasaran a una terminal especial. Pronto pasaron las formalidades necesarias y estuvieron acomodados en el jet de la compañía. Víctor se excusó y fue a hablar con el piloto, mientras Myriam lo esperaba bebiendo un zumo de frutas. No volvió hasta que el avión estuvo en el aire, seguido por una azafata que transportaba el carrito con el almuerzo.
Cuando se quedaron solos en la cabina de pasajeros Myriam se volvió hacia Víctor.
—¿Por qué le has dicho a sir Humphrey que vamos a casamos?
—¿Querías mantenerlo en secreto?
—No pienso casarme contigo —dijo ella apretando los dientes.
—¿Ya vuelves a romper el trato?
—Nunca dijiste nada de casarnos.
—No creo que pensaras que mi intención era un simple romance. No. Quiero lo que siempre he querido, que es un matrimonio asentado en unas bases permanentes.
Hasta ese momento Myriam había pensado que si la situación se volvía insoportable, siempre podría irse de nuevo. Pero si Víctor pretendía establecer lo que ella siempre había considerado como una obligación…
—Cuando pagué esa enorme cantidad de dinero esperaba recibir a cambio algo que valiese la pena —dijo él—. No solo te quiero en mi cama. También quiero una mujer y una familia.
Una familia… ¿Cómo podía darle hijos a Víctor sabiendo que no la amaba?
—No creo que pueda soportarlo —dijo ella desesperada.
—¿Tan malo te parece? Una vez fuiste feliz conmigo.
—Eso fue cuando creía que… —iba a decir: «que me amabas», pero rectificó a tiempo—. ¿Estás pensando en un matrimonio de verdad?
—¿Hay matrimonios de mentira?
—No quiero casarme contigo —dijo cubriéndose la cara con las manos—. Ya es bastante malo volver a Nueva York y enfrentarme a una familia que me odia y a una mujer que disfruta con mi humillación.
Él le agarró las muñecas y le separó las manos de la cara.
—La familia no te odia. Estarán encantados de que regreses. Y en cuanto a Madeline… Steven se divorció cuando ella se fugó con un productor de cine. Desde entonces es un hombre mucho más feliz.
Por un momento Myriam se sintió aliviada, pero enseguida volvió a la realidad. Madeline ya no suponía una gran diferencia en la relación con Víctor.
Se había hecho demasiado daño. Y si la familia no la odiaba, seguro que él sí.
Tal vez la culpara de la marcha de Madeline, lo que se habría evitado si ella no hubiera roto sus planes.
—Con Madeline o sin ella no podría soportar casarme contigo —gritó ella soltándose—. No quiero estar atada a un hombre que traiciona a su propio hermanastro.
—Cuando lleguemos a casa espero que te mantengas las acusaciones para ti misma —dijo Víctor endureciendo la expresión—. Especialmente delante de Beth. Me niego a preocuparla por segunda vez —añadió antes de que ella pudiera protestar.
Myriam suspiró. Se sentía cansada y derrotada.
—¿Cansada? —le preguntó él con voz más amable.
—Un poco.
—Anoche no dormiste mucho.
Ni ninguna otra, desde que Víctor volvió a irrumpir en su vida, pensó ella.
—¿Te apetece echar una siesta? —sugirió él—. Unas horas de sueño te ayudarán a superar la diferencia de hora.
El avión estaba habilitado con un dormitorio en el que había una lujosa cama de matrimonio. A Myriam se le aceleró el corazón al pensar si Víctor se acostaría con ella.
—Quiero decir dormir, nada más —dijo él, como si le hubiera leído el pensamiento—. Tengo algunas cosas que arreglar.
Ella se ruborizó un poco, y se dijo a sí misma que estaba aliviada. Pero en vez de alivio sentía una gran decepción.

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Mensaje  Marianita Vie Jun 17, 2011 4:42 pm

Muchas gracias a ti niña, está genial la novela, te esperamos con el próximo!!! MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353
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Mensaje  Dianitha Vie Jun 17, 2011 6:03 pm

miil graciias por los cap me encantaron xfiis no tardes con el siiguiiente MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 953882 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 953882 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 953882 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 953882
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Mensaje  mariateressina Sáb Jun 18, 2011 1:13 pm

GRAXIAS X LOS CAPITULOS WORALE ESTOY SUPER PICADA CON LA NEVALA LASTIMA Q YA VENGA EL FINAL GRAXIAS

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Mensaje  alma.fra Sáb Jun 18, 2011 11:13 pm

Muchas gracias por los capitulos. Te esperamos con el final.
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Mensaje  mats310863 Dom Jun 19, 2011 9:23 pm

Muy buena, gracias por los capítulos Very Happy

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Mensaje  laurayvictor Lun Jun 20, 2011 11:32 am

hola chicas aqui tienen el final de esta historia espero y les haya gustado ....

Capítulo 10
Pareces decepcionada —le dijo, con los ojos brillantes—. Si es así, estoy abierto a sugerencias. Los negocios pueden esperar.
—No estoy decepcionada —respondió ella, preguntándose cómo podía leer su mente.
—Mi pequeña mentirosa —se acercó y le pasó el pulgar por los labios—. Puede que no quieras casarte conmigo, pero me deseas.
No solo eso… A pesar de sus esfuerzos y preocupaciones, Myriam se moría por él, en todos los aspectos y no solo en el físico.
—Tenemos que recuperar el tiempo perdido —dijo él sustituyendo el pulgar por un beso. Deslizó una mano por su chaqueta de seda y la posó sobre el corazón—. No puedes ocultarlo… Puedo sentir cómo late tu corazón desbocado y cómo tu respiración se acelera. Y si te toco aquí… —el pezón se endureció al tacto—. Mmm… —murmuró, empezando a desabrocharle la blusa.
—No —dijo ella apartándole la mano—. Alguien puede entrar.
—No entrarán sin llamar. Pero si te inquieta, podemos irnos a la cama —sabiendo que él estaba tan excitado como ella, Myriam esperó que la llevara él mismo al dormitorio—. ¿O prefieres acostarte sola y dormir?
La pelota estaba en su tejado, pero ella no quería darle la satisfacción de verla claudicar ni suplicar.
—Sí, me iré a dormir —dijo con el tono mas despreciativo que pudo.
—Adelante, pues.
Creyéndose vencedora, se dio la vuelta y se dirigió hacia el dormitorio.
—Pero antes, para que puedas dormir bien… —le dijo él a sus espaldas.
La había seguido en silencio y, antes de que pudiera suponer cuáles eran sus intenciones, le dio la vuelta y la aprisionó contra la pared divisoria. Inmovilizándola con el peso de su cuerpo, le tocó un pecho con la mano, mientras con la otra le acariciaba el muslo e iba subiendo hasta su ropa interior.
—Por favor —suplicó ella.
Su respuesta fue una malévola sonrisa. Un segundo después le estaba lamiendo el pecho, mientras sus hábiles dedos hacían estragos en sus partes más íntimas.
No se quedó satisfecho hasta que la tuvo temblando de deseo y placer. Entonces la soltó y, pasándole una mano bajo el codo, la hizo entrar en la habitación.
—Duerme bien y estarás fresca como una rosa cuando lleguemos a Nueva York.
Su voz era altanera e insoportablemente descarada.
—Eres un cerdo —le espetó ella intentando recomponerse la ropa.
—No esperaba esa ofensa —dijo él aparentando sentirse herido—. De hecho, si he aliviado tu frustración deberías agradecérmelo.
—¡Vete al infierno! —exclamó furiosa—. Solo quieres castigarme y humillarme. Eres un cruel y sádico…
—Si lo soy, es lo que tú has hecho de mí —apretó los labios, como si estuviera dolido. En ese momento llamaron a la puerta.
—¿Sí? ¿Quién es? —preguntó Víctor.
—¿Tiene un momento libre, señor García?
—Salgo enseguida —le dio a Myriam un beso rápido y fuerte, y salió.
Ella se quedó sentada en la cama. Tenía fuertes temblores y no paraba de pensar en las palabras de Víctor. Parecía tan enfadado y resentido con ambos… Después de varios minutos, hizo un esfuerzo por desnudarse y se metió en la cama. Se quedó dormida en cuanto tocó la almohada, y no despertó hasta que Víctor volvió a entrar con una taza de té.
—Aterrizaremos dentro de quince minutos —dijo con voz fría y distante.
En el aeropuerto JFK los estaba esperando el mismo chófer con la misma limusina. A Myriam todo le pareció muy familiar mientras conducían por Nueva York. La única diferencia con la vez anterior era el silencio en el coche. Víctor estaba sentado con la mirada perdida y una expresión siniestra.
Cuando llegaron a la Torre García, Myriam estaba hecha un manojo de nervios. Al entrar los saludó el mismo guarda de seguridad.
—Buenas tardes, señor García. Encantado de volver a verla, señorita Montemayor.
—Gracias. George —dijo ella devolviéndole la sonrisa.
Víctor la condujo al ascensor y los dos subieron en silencio, como dos desconocidos. Cuando llegaron al vestíbulo superior Víctor abrió la puerta del que había sido el apartamento de Myriam y la hizo pasar.
—Supongo que hasta que lo resolvamos todo querrás quedarte aquí en vez de en el ático.
—S… sí, gracias —tartamudeó ella.
El piso era amplio y soleado, tal y como lo recordaba, y la recibió con una oleada de recuerdos que amenazaron con devorarla.
—Beth ha preguntado si podrías bajar a verla lo antes posible —le dijo Víctor poniéndole la llave en la mano.
—Claro —dijo ella tragando saliva.
—No tienes de qué preocuparte —le dijo con voz más amable—. No tendrás que verlos a todos. Janice se ha ido a Washington a pasar el fin de semana, y Steven está de vacaciones con su nueva novia.
—Bajaré enseguida —dijo ella—. Pero… ¿qué voy a decirle?
—¿Sobre qué? —preguntó él arqueando una ceja.
—Sobre mi marcha tan repentina.
—Me sorprende que te importe.
—Si no me importara tanto tu familia, le habría contado lo que me dijo Madeline.
—Es una lástima que no lo hicieras. No era más que una sarta de mentiras —Myriam se quedó desconcertada ante la sinceridad de Víctor—. Me hubiera gustado que llevases esto.
Sacó un anillo del bolsillo y se lo deslizó en su dedo anular.
—Quería dártelo antes, pero… —se encogió de hombros y dejó las palabras en el aire.
Al contemplar la sardónice, Myriam sintió que estaba soñando. De modo que él había guardado el anillo todo ese tiempo.
Víctor se dio la vuelta para marcharse. Parecía estar a punto de llorar.
—Por favor, Víctor… ¿Por qué no bajas conmigo?
—Creo que tenéis que hablar las dos solas, mujer a mujer.
—Pero no sé qué decirle… ¿Y si me pregunta por qué he vuelto contigo?
—Prueba con la verdad —esbozó una sonrisa—. Beth es más fuerte de lo que aparenta.
Ella lo vio alejarse y dudó. Pero entonces, molesta por ser una cobarde, se enderezó y bajó las escaleras.
Beth abrió la puerta. Se quedó mirándola unos segundos, y le tendió los brazos. Myriam se refugió en ellos, sin poder contener las lágrimas.
—Lo siento —dijo cuando se separaron.
—No tienes que sentir nada —respondió la anciana con los ojos brillantes—. Quiero que veas a una persona —la hizo pasar a la salita—. Para que podáis hablar tranquilamente, esperaré en la cocina.
Madeline se levantó del sofá. Estaba tan guapa y elegante como siempre.
—No, no ha sido idea mía —le dijo a Myriam, al ver su expresión de susto—. Tenía que estar en un rodaje temprano, pero mi ex suegra insistió en que viniera hasta aquí.
—Debe de tener alguna razón —respondió Myriam, tan fría como pudo.
—Oh, desde luego. Quiere que te cuente la verdad acerca de lo que pasó entre Víctor y yo.
—Ya lo sé. Tuvisteis una relación que acabó antes de que te casaras con Steven. Pero estabas tan celosa de que Víctor fuera a casarse conmigo que me contaste un montón de mentiras.
—Y tú fuiste lo bastante tonta para creértelas —dijo Madeline con desprecio—. Yo en tu lugar no me hubiera rendido tan fácilmente, pero está claro que no lo quieres. Es una lástima que esté tan obsesionado contigo. No te lo mereces —se dirigió hacia la puerta, pero se volvió antes de salir—. Si esa vieja cree que voy a arrastrarme y pedir perdón, está muy equivocada —un segundo más tarde cerró con un portazo.
Myriam intentó recuperarse del temblor de piernas, y entró en la cocina.
—Me parece haberla oído salir —dijo Beth, que estaba sirviendo el té-. Estás un poco pálida. ¿Te encuentras bien?
—Muy bien —respondió ella intentando ser convincente. Se sentó y aceptó agradecida el té.
—Quizá no debería haberte hecho verla —reconoció Beth—. Pero como ha sido ella la causante de todo, pensé que era mejor que te contara la verdad ella misma.
—¿Cómo la convenciste para que viniera? ¿Fuiste tú?
—Sí. Víctor no sabe nada, y seguramente se enfade cuando se entere. Era mi obligación hacer algo. Es mi hijo preferido, y ha sufrido tanto… —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Más que convencerla, tuve que obligarla a venir —sonrió al ver la cara de Myriam—. Será mejor que te cuente la historia completa. Hace poco descubrí por casualidad que Madeline tenía una aventura con un productor de Hollywood, llamado Christian Gent. Había venido a Nueva York a buscar fondos para su nueva película, pero no consiguió nada. Entonces, cuando me enteré que le había ofrecido a Madeline el papel principal, decidí intervenir. Le había hecho tanto daño a Steven, que le ofrecí a Madeline una gran cantidad de dinero si se iba de Nueva York y aceptaba el divorcio. Gent también quería casarse con ella, por lo que aceptó el trato sin dudarlo. Espero que haya sido lo mejor.
—Estoy segura de ello —respondió Myriam—. Víctor me dijo lo feliz que estaba Steven desde que Madeline se fue —hizo una pequeña pausa—. ¿Vas a contarme cómo obligaste a Madeline a que viniera?
—Muy fácil —dijo la anciana con una sonrisa maliciosa—. Lo había arreglado todo para entregarle el dinero en cuatro partes. Lo único que tuve que hacer fue amenazar con quedarme con el resto si no hacía lo que le pedía.
Myriam se quedó impresionada por el arrojo de Beth, quien parecía ser todo dulzura.
—Y… ¿cómo sabías que Madeline era la responsable de todos los problemas?
—No estuve segura hasta hace un par de días, cuando Víctor vino para decirme que necesitaba hablar conmigo. Me contó todo lo que sabía, y yo reconocí que siempre había sospechado de Madeline. Se puso muy furioso… Menos mal que Madeline no estaba aquí, o no sé qué habría pasado —soltó un suspiro—. Ojalá hubieras hablado conmigo antes de marcharte.
—Yo… temía que… —se le rasgó la voz.
—¿Temías que me creyera toda esa patraña? Oh, querida, conozco a Víctor demasiado bien para creer que hiciera algo semejante con la mujer de Steven —Myriam puso una mueca de dolor. La certeza de Beth era como una daga que se le clavaba en el corazón—. Aparte de eso —continuó diciendo Beth—, él te adora, y cuando Víctor se enamora de una mujer, se entrega exclusivamente a esa mujer.
—Nada de esto habría pasado si hubiera confiado en él —susurró Myriam.
—Tal vez todo pasó tan deprisa que no tuviste tiempo para conocerlo bien. Pero ahora… bueno, ahora tenéis toda una vida por delante —Myriam puso una expresión de congoja—. Todo está bien, ¿verdad? Vuelves a llevar su anillo y… ¿todavía lo amas?
—Sí, todavía lo amo. Incluso cuando creía lo peor, no dejé de amarlo.
—Entonces, intenta decírselo.
—Es demasiado tarde. Él ya no me ama. Me odia por haberlo abandonado, y solo quiere vengarse.
—Le dolió mucho que no confiaras en él, pero estoy segura que te sigue amando —le dijo Beth—. De modo que ve y habla con él. No le digas nada de Madeline a menos que te veas obligada.
—No lo haré —prometió ella. Las dos mujeres se abrazaron y Myriam se dirigió hacia las escaleras. Cuando llegó arriba estaba a punto de llorar, por lo que se metió en su apartamento. No podía enfrentarse a Víctor hasta que no estuviera tranquila.
No era culpa de Madeline… Era culpa suya, por haberle causado tanto dolor a Víctor. Y ya era demasiado tarde.
Se dejó caer en el sofá y empezó a llorar, tan fuertemente que le dolía la garganta y le faltaba el aire.
—Por amor de Dios, no llores así —le dijo Víctor con voz severa.
Sobresaltada, ella levantó el rostro y lo vio de pie en la puerta de la salita.
—La puerta estaba abierta, de modo que entré. Pero me iré enseguida si quieres.
Ella negó con la cabeza v él frunció el ceño.
—¿Beth…?
—No. Beth ha sido maravillosa —dijo ella sin parar de llorar.
Entonces él se sentó a su lado y la tomó en sus brazos, le apoyó la cabeza en su pecho y le besó los cabellos, mientras la acariciaba igual que a una niña.
—Lamento la forma que he tenido de tratarte… Me he comportado como un cerdo.
La disculpa de Víctor solo la hizo llorar más fuerte, y él dejó que se desahogara, susurrándole incomprensibles palabras de consuelo.
Cuando los sollozos dejaron paso al hipo, él sacó un pañuelo y le secó las mejillas.
—Lo siento —dijo ella—. Debo de tener un aspecto horrible.
—Estás preciosa —dijo él, mirándole la nariz rosada y los ojos hinchados. Ella intentó reír y una última lágrima rodó por la mejilla. Él la atrapó con el pulgar y se la llevó a la boca—. No llores más. Todo saldrá bien, te lo prometo.
—¿Cómo? —preguntó ella.
—No tendría que haberte hecho venir si no querías. Puedes irte a casa cuando quieras.
Era lo último que Myriam esperaba oír.
—No lo entiendo.
Él repitió sus palabras.
—¿Qué pasa con Charles?
—Tranquila. No quiero que me devuelva el dinero.
—No. hicimos un trato…
—No fue justo —admitió él con un suspiro.
—Fue más que justo. Fue muy generoso y yo estuve de acuerdo.
—Siendo la clase de mujer que eres no tenías otra opción. Pero no fue justo. Lo que te conté fue una invención. Lo preparé todo —ella lo miró con la boca abierta—. El señor Smith, un buen actor por cierto, trabajaba para mí.
—¿Tú le vendiste a Charles una falsificación?
—No, yo le vendí el cuadro auténtico.
En ese momento Myriam recordó las palabras de sir Humphrey: «todavía no ha sido colocada en el lugar apropiado».
—¿Lo tomaste prestado de sir Humphrey?
—No exactamente. Lo hizo Beth. Y antes de que la culpes, tienes que saber que lo hizo con la esperanza de que eso nos uniera.
Pero no había sido así.
—No sé cómo lo conseguiste.
—Ese Anderson también trabajaba para mí. Se hizo pasar por un coleccionista sin escrúpulos y le comunicó a Raynor su interés por la obra de Roisser. En cuanto Raynor mordió el anzuelo, Anderson se puso en contacto con New Finances, una de mis financieras, que le ofrecieron un préstamo inmediato. Yo cubrí el préstamo y Anderson le «compró» el cuadro a Raynor. Como estabas decidida a casarte con él, me vi obligado a actuar. Cuando Anderson fingió enfurecerse por la falsificación, Raynor se quedó aterrorizado y, tal y como yo esperaba, llamó a Jefferson y a sir Humphrey. Cuando este último lo invitó a contemplar el cuadro auténtico, Raynor no se preocupó de mirar lo que él había considerado que era una copia. Cuando llegó a casa de sir Humphrey, el cuadro original ya estaba allí para que él lo viera.
Myriam se estremeció.
—¿Qué habrías hecho si yo no hubiera aceptado el trato?
—Le hubiera contado la verdad a Raynor. Pero estaba seguro de que aceptarías. Sin embargo, no puedo ver cómo sufres, así que te llevaré a Londres cuando estés lista.
Si lo único que quería era vengarse, ¿por qué le preocupaba tanto su felicidad?, se preguntó Myriam. Entonces recordó la certeza de Beth…
—No quiero volver o Londres.
—Bien, si quieres quedarte en Nueva York te compraré un apartamento y…
—Ya tengo un apartamento… Aunque me gustaría más vivir en el ático.
—No tienes que quedarte conmigo solo porque hiciéramos un trato.
—No tengo obligación de quedarme contigo —admitió ella—. Pero quiero hacerlo.
—No soportaría verte desgraciada —dijo él negando con la cabeza.
—Fui desgraciada porque lo confundí todo. Por favor, Víctor, te quiero. Nunca he dejado de quererte y quiero casarme contigo.
—He estado pensando en eso hace un rato, y no funcionaría. El matrimonio debe basarse en la confianza además de en el amor.
—Me arrepiento de no haber confiado en ti —dijo ella mordiéndose el labio—. Pero lo que me contó Madeline me pareció tan verosímil… Y ella era tan bonita…
—No era más que una bruja —dijo él—. Por desgracia, me llevó bastante tiempo darme cuenta. Cuando vi que su único interés era el dinero la dejé, y ella se centró en Steven, Intenté avisarlo, pero estaba perdidamente enamorado y no me escuchó. Al final no tuvimos más remedio que aceptarla, por el bien de la familia. Pero cuando Madeline vio una oportunidad para volver conmigo la aprovechó.
—No toda la culpa es suya —dijo Myriam tristemente—. También es mía por creerla.
—¿Por qué la creíste?
—Supongo que porque no confiaba en ti lo suficiente, ni tampoco estaba segura de mí misma. Nadie me había amado jamás —Víctor suavizó su expresión—. No podía creer que te fijaras en alguien tan vulgar como yo. Pensé que tu interés se debía a mis padres. Y aunque me enamoré perdidamente de ti, me parecía imposible que tú te enamoras de mí.
—Ya te amaba incluso antes de conocerte —interrumpió él.
—Eso es imposible —dijo ella con los ojos muy abiertos.
—Déjame enseñarte algo —le dijo tomándola de la mano.
La condujo al ático. En la salida había colgado un cuadro que ella nunca había visto.
Se trataba de un retrato al óleo de una chica. Su larga melena rizada de color castaño le caía sobre los hombros. Estaba sentada en un taburete mirando a través de la ventana. Fuera, las gotas de lluvia resbalaban por el cristal como si fuesen lágrimas.
La joven, con un simple vestido rosa, estaba encorvada, y una melancólica expresión inundaba su encantador rostro. La pintura emanaba una sensación de rechazo, de tristeza, de amarga soledad…
Pero también se adivinaba un sentimiento de esperanza, como si en cualquier momento aquel rostro fuera a iluminarse con una sonrisa ante la aparición de su amado.
—Vi por primera vez Wednesday's Child hace tres años, en la exposición que preparé en la galería sobre la obra de tu madre. Me invitó a ir a su estudio para ver algunos cuadros que nunca se habían expuestos. Wednesday's Child estaba envuelto con arpillera, detrás de un montón de viejos lienzos. Lo descubrí de casualidad. Al verlo me quedé maravillado, y no pude apartar de él la mirada. Me imaginé que era yo la persona que la chica estaba esperando, la persona que sustituiría su tristeza por felicidad. Me costó mucho convencer a tu madre para que me dijera quién era la joven. Cuando quise comprarle la pintura se negó rotundamente. Creo que si estaba tan empeñada en conservar el cuadro en secreto, era por ser demasiado revelador, ya que mostraba su fracaso como madre. Al cabo de varias semanas accedió a hablarme de ti. Supe que no podría descansar hasta verte en persona. Y cuando te vi, me pareciste mucho más hermosa que en el cuadro, y me enamoré al instante.
—¿Lo dices en serio?
—Completamente.
—Beth cree que aún me amas.
—¿Ah, sí? —preguntó secamente—. ¿Y qué crees tú?
—No lo sé —confesó ella.
—¿Qué tengo que decir o hacer para convencerte?
Ella se acercó a él y le apretó las manos contra el pecho.
—Dime que me quede, dime que me case contigo… Y luego llévame a la cama.
—¿Estás segura de que es eso lo que quieres?
—Estoy segura.
Él le tomó las manos y se las llevó a los labios.
—Quédate conmigo… Cásate conmigo… No me dejes nunca.
—No lo haré —prometió ella.
Él la levantó en sus brazos y la llevó a la cama. Hicieron el amor con más pasión que nunca, excitados por la certeza de un amor que no solo se sentía, sino que además se declaraba.
—¿Cómo has conseguido el cuadro? —le preguntó Myriam, cuando saciaron temporalmente su apetito sexual y ambos estuvieron abrazados—. Me dijiste que mi madre no quería desprenderse de él.
—Después de que te marcharas fui a ver a tus padres con la esperanza de que me ayudaran a encontrarte, pero no sabían nada. Dos días más tarde recibí el cuadro en el ático. Era un regalo de tu madre.
—De modo que ya lo tenías cuando se lo pediste a Charles. En otras palabras, solo lo mencionaste para desconcertarme.
—¿Y tuve éxito? —le preguntó él besándole la oreja.
—Sí, me asustaste mucho con toda esa historia de la venganza.
—Quería que volvieras, pero mi orgullo me impedía suplicártelo. Pensaba que cuando estuviéramos juntos de nuevo, podría decirte la verdad, lo mucho que te quiero.
—Adelante —propuso ella.
—Ya te lo he dicho —dijo acariciándole la mejilla.
—No me importaría oírlo otra vez.
—Te quiero más de lo que pueden decir las palabras, y te lo diré cada día durante el resto de nuestras vidas.
—Tómame.
Él la miró con sus encantadores ojos violáceos y se echó a reír.
—Quizá lo haga.
Fin


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gracias por todos sus comentarios....

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Mensaje  mariateressina Lun Jun 20, 2011 1:20 pm

ME ENCANTO EL FINAL DE LA NOVELA BUENO TODA ELLA JAJA GRAXIAS

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Mensaje  Dianitha Lun Jun 20, 2011 1:33 pm

miil graciias por la noveliita niiña me mega encanto todiita graciias!!!!!! MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353 MENTIRAS ENVENENADAS........gran final - Página 2 146353
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Mensaje  alma.fra Lun Jun 20, 2011 1:57 pm

Ke bonito final ¡¡¡ Muy padre toda la novelita, muchas gracias. te esperamos pronto con otra.
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Mensaje  myrithalis Lun Jun 20, 2011 3:11 pm

Gracias por la novela me encanto no tardes con otra po favor, Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  jai33sire Sáb Jun 25, 2011 8:24 am

Muchas gracias por la novelita...haber si pones otras por faaaaaaaaa

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Mensaje  mats310863 Mar Jun 28, 2011 9:58 pm

Linda historia, muchas gracias. Very Happy

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