MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
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alma.fra
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Marianita
mats310863
laurayvictor
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MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Hola chicas proximamente esta historia espero y les guste al igual que las anteriores....
Argumento:
Lo habían dejado plantado en el altar, y eso era algo que nadie podía hacerle a Víctor García sin esperar venganza. Ese era el motivo por el que había vuelto dos años después.
Necesitaba descubrir por qué lo había abandonado Myriam, porque estaba convencido de que el amor que había habido entre ellos todavía existía y había decidido demostrarlo. La venganza de Víctor consistía en hacer que Myriam fuera con él hasta el altar, quisiera o no.
Argumento:
Lo habían dejado plantado en el altar, y eso era algo que nadie podía hacerle a Víctor García sin esperar venganza. Ese era el motivo por el que había vuelto dos años después.
Necesitaba descubrir por qué lo había abandonado Myriam, porque estaba convencido de que el amor que había habido entre ellos todavía existía y había decidido demostrarlo. La venganza de Víctor consistía en hacer que Myriam fuera con él hasta el altar, quisiera o no.
Última edición por laurayvictor el Lun Jun 20, 2011 11:44 am, editado 7 veces
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Ya la estoy esperando, saludos.
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Qué padre, nueva novelita!!! Se ve muy interesante!! Gracias niña!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Que padre novela nueva siiiiiiiii No tardes por fissssssss Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
que biien noveliita nueva
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Heeee muchas gracias por la novelita nueva, te esperamos con el primer capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Holas chicas aqui tienen el primer capitulo de esta historia.....
Capítulo 1
El cálido sol de junio entraba por la ventana, alejando los restos de una fría y triste primavera. En el cercano Kenelm Park el alegre ladrido de un perro se elevaba sobre el continuo murmullo del tráfico londinense.
Desde el segundo piso, Myriam vio a través de los árboles una pelota roja y brillante. Sonrió y volvió la vista al catálogo. Un momento después sonó el teléfono, y alargó su esbelta mano para agarrar el auricular.
—¿Diga?
—Señorita Mairam —se oyó la voz de Helen—, aquí hay un caballero que pregunta si tenemos cuadros de Brad o de Mia Montemayor. Le he dicho que no, pero insiste en saber si podríamos adquirir alguno.
Durante los últimos diez años, el trabajo de los Montemayor había estado muy requerido, y Myriam estaba acostumbrada a que sus padres fueran conocidos en todo el mundo.
—Bajaré enseguida —dijo ella.
Helen Hutchings, una hermosa viuda de cuarenta años, se ocupaba de las ventas de la Charles Raynor Gallery, mientras que Myriam se encargaba de solucionar los pedidos o las búsquedas.
Se cercioró de que el recogido de su cabello castaño seguía intacto, y, tras ponerse las gruesas gafas que le hacían aparentar mucho más que veinticuatro años, salió de su despacho, vestida con su impecable traje gris de seda.
Se asomó al balcón que dominaba la amplia galería, y bajo la luz que entraba por las claraboyas vio a un grupo de personas, posiblemente turistas, contemplando los cuadros. También vio a un hombre alto, moreno y corpulento, que estaba junto al mostrador de recepción.
Mientras Myriam bajaba las escaleras, al pie de las cuales colgaba un letrero con la palabra «Privado», él se dio la vuelta y la miró. Víctor.
No había duda. Aquel rostro enjuto y tenso, los hombros anchos, la mata de pelo oscuro, el aspecto de fuerza y a la vez de elegancia… Aunque estaba muy lejos para ver el color de sus ojos, ella sabía muy bien que eran de un bonito color azul violáceo. Myriam se paró y se agarró a la barandilla, casi sin respiración. Desde que volvió a Londres desde Nueva York, había temido volver a verlo, a pesar de que llevaba seis meses intentando comenzar una nueva vida.
El corazón le latía desbocadamente, pero gracias a un aumento de la adrenalina consiguió darse la vuelta y correr a su despacho.
Se dejó caer en su sillón, rezando por que no la hubiese reconocido. Porque de haber sido así… Víctor no era el tipo de hombre a quien pudiera despedirse tranquilamente.
«Nunca te dejaré marchar», le había dicho una vez, pero a pesar de todo lo que compartieron ella lo dejó. Incapaz de soportar su crueldad, y temerosa del daño que la relación le pudiera causar a su familia, lo abandonó sin darle explicaciones.
Y estaba claro que él no podría perdonarla por eso.
Pero si no la había reconocido, tal vez hubiera escapatoria. Esperando que Charles hubiera vuelto de una reunión, lo llamó a su despacho.
No recibió respuesta, y lo llamó entonces a la sala de exposiciones y luego a la cámara acorazada.
—¿Sí, diga? —respondió finalmente.
—Siento molestarte —le dijo Myriam, respirando con alivio—, pero, ¿podrías sacar tiempo para ver a un posible cliente que está esperando?
—¿Qué quiere? —preguntó Charles con su tono habitual, seco y directo.
—Quiere saber si podemos conseguir cuadros de los Montemayor.
—¿No puedes tratar tú con él? —Charles parecía sorprendido.
—Es alguien que… a quien conocí una vez, y preferiría no volver a encontrármelo.
—Muy bien —dijo Charles. Siendo un hombre enamorado, había captado el mensaje—. Déjamelo a mí.
¿Por qué tendría que haber escogido Víctor esa galería de arte? Myriam había estado viviendo en el anonimato desde que volvió a Londres, y nadie, ni siquiera sus padres, sabían cuál era su paradero.
Necesitaba un trabajo desesperadamente, y una agencia de empleo la envió a la Raynor Gallery, donde la entrevistó el propio Charles. Myriam le habló de sus estudios como gerente y administradora de obras artísticas, pero apenas le dio detalles sobre su estancia en los Estados Unidos.
Después de observarla con detenimiento. Charles le ofreció un puesto como ayudante suya, y cuando al cabo de un año, le sugirió que fuera ella el contacto con los Montemayor, Myriam se vio obligada a contarle parte de la verdad.
—Myriam, querida —había protestado él—, siendo hija suya…
—No quiero que sepan dónde estoy.
—Pero no estarán preocupados por ti, ¿verdad?
—No, seguro que no. Nunca hemos sido una verdadera familia. Han estado pintando desde que eran unos crios. Su vida es el arte. Tal vez por eso estén juntos. Después de casarse vivieron en Greenwich Village durante varios años, antes de establecerse en Inglaterra. Cuando yo nací ya andaban por la treintena —hizo una pausa antes de seguir—. Fui un error. Ninguno de los dos me quería. Si mi madre no pensara en la vida como algo sagrado, seguramente habría abortado.
—¡Oh, pues claro que no! —exclamó Charles, visiblemente alarmado.
—Los dos estaban tan concentrados en su trabajo que un bebé solo podría ocasionarles problemas. Por suerte tenían bastante dinero, por lo que la solución fue una larga serie de niñeras y un colegio interno de chicas. Y cuando estaba a punto de empezar la universidad se volvieron a Nueva York.
—¿Te dejaron sola?
—Ya tenía dieciocho años.
—Pero, ¿no te ayudaron económicamente?
—No, yo no quería. Prefería trabajar por las noches y los fines de semana. Quería mantener mi independencia. De modo que ya ves, no creo que piensen alguna vez en mí.
—¿Estás segura?
—Estoy más que segura.
—En ese caso yo trataré con ellos personalmente.
—No les dirás nada, ¿verdad? —preguntó ella nerviosa.
—Ni una palabra. Tu secreto está a salvo conmigo.
Ella sintió una oleada de afecto hacia él. Charles era un hombre muy agradable, que mantendría su promesa.
Hasta ese momento…
El pestillo de la puerta sonó y entró Charles, tan elegante y conservador como siempre. A sus cuarenta y tres años seguía teniendo un aspecto juvenil, gracias en parte al abundante cabello que enmarcaba su ancha frente.
—No tienes de qué asustarte —le dijo al verla tan pálida—. Se ha ido.
—¿No ha preguntado por mí? —preguntó Myriam.
—¿Tendría que haberlo hecho? —Charles arqueó una ceja y se sentó frente a ella.
—Pensé que a lo mejor me había visto y reconocido.
—No ha dicho nada al respecto —le aseguró Charles—. Y no parecía el tipo que dude en preguntar lo que sea —viendo la expresión de calma de Myriam se preguntó qué habría pasado entre ella y el extraño visitante y si eso habría influido en el rechazo de Myriam a la petición de matrimonio del propio Charles.
—¿Qué ha dicho? —preguntó ella—. ¿Cómo ha sido?
—Sus modales eran bastante sencillos y resueltos. Me dijo que se llamaba Víctor García, y que le gustaría adquirir algunos de los primeros cuadros de los Montemayor. Le he prometido que intentaría conseguírselos con la mayor rapidez posible.
—¿Está viviendo en Inglaterra?
—Solo durante unos días, según parece. Me ha dado su dirección de Nueva York, y el número de teléfono de un hotel de Mayfair. Aun siendo un corredor de bolsa de Wall Street se interesa por el arte, y es propietario de la García Gallery. Pero, ¿sabes qué?
—¿Qué?
—Creo que los cuadros que quiere comprar son para su colección particular. Mencionó una pintura de Mia Montemayor en la que estaba especialmente interesado: Wednesday's Child…
Myriam se quedó helada.
—Él cree que la pintó hace siete u ocho años, y que es una de las mejores. Particularmente nunca he oído hablar de ella. Ha dejado claro que el dinero no es problema, aunque, en el caso de localizarla, no creo que su actual propietario quiera venderla —el silencio de Myriam le llamó la atención—. ¿Te acuerdas de ella por casualidad?
—La verdad es que sí. Posé para ese cuadro cuando tenía diecisiete años.
—¡No sabía que tu madre te había usado como modelo! —a Charles le brillaron los ojos con interés.
—Fue solo esa vez. Iba a pasar las vacaciones de verano con una amiga del colegio, pero en el último minuto se cancelaron los planes, de modo que fui a casa. Mi madre me dijo que, ya que estaba allí, podría ayudarla. Intenté posar lo mejor que pude, pero por alguna razón no le gustó el resultado, y nunca me pidió que posara de nuevo.
—¿Qué te pareció a ti el cuadro?
—No llegué a verlo —respondió Myriam—. Me dijo que tenía que enmarcarlo. Cuando volví a casa la siguiente vez ya lo había vendido.
«Y ahora Víctor quiere comprarlo».
Esa idea la inquietaba tanto como haberlo visto de nuevo. ¿Sabría él que el retrato era de ella?
Desde luego que lo sabía, le dijo su instinto.
—Si consigo encontrarlo, ¿qué te parece que pase a manos de Víctor García? —le preguntó Charles.
—Preferiría que no lo tuviera.
—En ese caso le diré que no he tenido suerte.
—No —respondió ella, pensando en los problemas económicos que Charles había sufrido el año anterior—, si puedes encontrarlo y él está dispuesto a pagar bien, no debes permitir que mis absurdos prejuicios interfieran en los negocios.
—Bueno, ya veremos —dijo él—. Las cosas pueden mejorar —antes de que ella pudiera preguntarle qué quería decir con eso Charles miró su reloj—. Son casi las cuatro. Debería seguir trabajando —se puso en pie y echó hacia atrás sus anchos hombros. Pareces un poco cansada, ¿por qué no te vas a casa?
—La verdad es que me duele un poco la cabeza —dijo ella agradecida—. ¿De verdad que no te importa si me voy?
—Hoy es lunes, por lo que Helen y yo podremos arreglárnoslas solos —le sonrió y se dirigió hacia la puerta—. Ah, por cierto, hoy volveré a casa más tarde. He quedado para cenar con un cliente —a Myriam le dio un vuelco el corazón. Aquella noche necesitaba la compañía de Charles—. Y como hoy me tocaba cocinar a mí, te sugiero que pidas comida a domicilio.
—¿Puedo pedir comida china?
—Sí, si prometes guardarme un poco de pan de gambas.
—Eso está hecho.
—No creo que vuelva tarde, pero no me esperes levantada. Y si no te sientes bien para caminar, pide un taxi.
Viendo cómo se alejaba Myriam pensó lo encantador que era Charles. Era una excelente compañía, alto y atractivo. Seria un marido maravilloso para la mujer adecuada. Era una lástima que ella no pudiera amarlo tanto como él quería.
Unas semanas antes, mientras fregaban los platos de la cena, él le planteó el matrimonio. Ella jamás se hubiera esperado esa proposición.
—No me había dado cuenta de lo mucho que añoraba la compañía hasta que llegaste tú —le había dicho él—. Desde que estás aquí… bueno, mi vida ha cambiado mucho… Sin embargo, hay algo que quiero preguntarte, pero si la respuesta es no prométeme que no afectará a nuestra amistad.
—Te lo prometo.
—Debes saber que te quiero…
—¿No crees que se debe a nuestra amistad tan cercana? —le había sugerido ella amablemente.
—Te quiero desde que te vi. Y me haría muy feliz si quisieras casarte conmigo.
Ella se había sentido tentada por un instante. Sería maravilloso tener un marido, un hogar, hijos… Pero no sería justo para Charles. Él se merecía una mujer que lo amase apasionadamente, no una mujer que solo sintiera afecto por él.
—Lo siento —había respondido sin dudarlo—, pero no puedo.
—¿La diferencia de edad es la causa?
—No —la edad no importaba si el amor era sincero.
—Viendo lo bien que nos llevábamos, esperaba que al menos considerases mi propuesta. ¿Quizás no te gusto lo suficiente?
—Me gustas y te respeto, pero…
—¿No podría bastar con eso?
—No es suficiente.
—Estoy preparado para intentarlo. Muchos matrimonios se conforman con menos.
—No, no sería justo para ti.
—Tranquila —le había dicho él al notar su preocupación—. Te prometo que no volveré a pedírtelo, pero no olvides que te quiero. Haría cualquier cosa por ti, y si alguna vez cambias de opinión, la propuesta seguirá en pie.
Era un hombre maravilloso. Un hombre entre un millón, y ella quería amarlo. Pero el amor era un sentimiento que no se podía dominar.
Ella misma había intentado dejar de amar a Víctor, sin conseguirlo.
Después de cerrar la ventana, recogió su bolso, bajó las escaleras y salió a la calle. Pero en vez de girar a la avenida principal y esperar el autobús o un taxi, como solía hacer cuando Charles no la llevaba a casa, se quedó dudando.
Kenelm Park tenía un aspecto precioso con sus arriates y frondosos árboles que protegían del sol veraniego. Cruzar el parque la ayudaría a aclarar su mente y relajarse de la tensión, pensó mientras se quitaba las gafas y atravesaba las gruesas puertas de hierro.
Pasó junto al quiosco Victoriano y tomó el sendero que bordeaba el lago. Caminaba con soltura, pero no dejaba de pensar en la visita de Víctor. ¿Por qué quería ese cuadro?
¿Para tener una imagen de ella en la que clavar alfileres?
Al pensar en el odio que Víctor podría albergar hacia ella, le temblaron tanto las rodillas que tuvo que sentarse en un banco junto a la orilla.
Tenía la esperanza de que el tiempo hubiera suavizado ese rencor, pero, ¿por qué iba a ser así, cuando ella misma seguía sintiendo lo mismo? El desconcierto, la traición, el resentimiento, la herida…
De pronto unas manos le taparon los ojos y escuchó el susurro de una voz ronca al oído.
—¿Adivinas quién soy?
Pareció que el corazón se le detenía y que se quedaba sin respiración. Con la vista nublada sintió el tacto de un hombro musculoso y el calor de los rayos del sol.
Intentó desprenderse de las manos y darse la vuelta. Entonces se encontró con el duro rostro de Víctor, un rostro que conocía tan bien como el suyo y que tantas veces había mirado mientras hacían el amor.
Sus oscuros y rizados cabellos estaban impecablemente cortados, y su perfilada boca seguía siendo tan bonita como siempre, al igual que sus ojos color índigo: unos ojos que bastaban para convertir al hombre más vulgar en un ser extraordinario. De todos modos. Víctor distaba mucho de ser vulgar, y no solo por sus ojos de largas pestañas.
Suavemente le quitó un mechón de la mejilla, pero ella se apartó como si la hubiera abofeteado.
—Mi querida Myriam, no tienes por qué asustarte de mí.
—De modo que me viste en la galería —dijo ella casi sin voz.
Tan solo te vi un instante, antes de que echaras a correr.
—¿Por qué no le dijiste nada a Charles? —preguntó ella mordiéndose el labio.
—Pensaba darte una sorpresa —dijo él con voz irónica.
—¿Cómo sabías que estaba en el parque? —estaba temblando, a pesar del aire cálido.
—Esperé en la calle hasta que saliste, y entonces te seguí.
—¿Por qué me has seguido?
—Hace tiempo que tenemos que hablar —dijo él con una sonrisa burlona.
—Por lo que a mí respecta no hay nada que decir —dijo ella poniéndose en pie.
—No tan deprisa —la agarró por las muñecas impidiendo que se alejara.
—Suéltame —le espetó ella—. No quiero hablar contigo.
Él la sentó con Firmeza, pero sin hacerle daño.
—Bueno, si no quieres hablar, hay cosas más excitantes que podemos hacer —le sonrió y bajó la vista hacia sus labios.
—¡No! —gritó ella aterrorizada.
—Lástima —repuso él—. Parece que han pasado siglos desde la última vez que te besé. Recuerdo lo apasionada que solía ser tu respuesta. Hacías unos ruiditos con la garganta mientras tus pezones endurecían y…
—¿De qué quieres hablar conmigo? —preguntó ella, poniéndose colorada.
—Quiero saber por qué te fuiste. Por qué te marchaste sin decir una palabra…—no hablaba con su cálido tono habitual, sino con una voz fría que la hizo estremecerse—. Por qué ni siquiera me dijiste lo que iba mal.
—¿Cómo puedes decir eso? —Myriam le echó una mirada furiosa—. ¿Cómo puedes fingir no saber lo que iba mal?
—¿Qué tal si dejas tu histrionismo y me lo cuentas? —preguntó él con un suspiro.
—Ya han pasado más de dos años —dijo ella, decidida a no confesarle el alcance de sus heridas—. No sé lo que puede importar ahora… Hemos cambiado. Ya no soy la chica que conociste.
—Ciertamente has cambiado —reconoció él mirando con detenimiento su rostro ovalado, sus ojos de color gris verdoso, su nariz diminuta y sus sensuales labios—. Entonces eras joven e inocente, muy bonita, casi ardorosa. Pero ahora… —se calló bruscamente, pero ella sabía muy bien lo que iba a decir. Cada mañana veía en el espejo la imagen de una mujer que había perdido su fuego. Una mujer triste y vulnerable, que no podía ni esbozar del todo una sonrisa.
—Me sorprende que me hayas reconocido de un breve vistazo —dijo ella tragando saliva.
—Por poco. Con ese peinado y esas gafas tu aspecto no parece el mismo. Si no hubiera sabido que iba a verte…
—De modo que sabias que estaba allí —lo interrumpió ella.
—Oh, sí, lo sabía. Lo he sabido desde hace mucho. ¿En serio creías que no iba a encontrarte?
—¿Qué te ha traído a la galería? Le dijiste a Charles que querías comprar el cuadro de Wetnesday's Child.
—En efecto.
—¿Por qué?
—Seguro que sabes por qué. ¿Crees que lo conseguirá para mí?
—No tengo ni idea.
—¿No puedes ayudarlo? —al no recibir respuesta le brindó una sonrisa—. Aunque no creo que necesite el cuadro cuando consiga lo real —ella no se atrevió a preguntar qué quería decir con eso—. A juzgar por los modales de Raynor he supuesto que no has hablado de… digamos… nuestra relación.
—No me gusta hablar de eso.
—¿Y cuánto tuviste que contarle para que saliera a verme él en tu lugar?
—Solo le dije que eras alguien a quien conocí una vez y que no quería verte.
—¿No le parece demasiado frío?
—Es la verdad.
—Yo hubiera dicho que me conocías demasiado bien —su rostro se cubrió con una expresión de enfado.
—Todo eso forma parte del pasado —dijo ella firmemente—. Y todo ha terminado.
—Ahí es donde te equivocas —dijo él, negando con la cabeza—. Quiero que vuelvas.
—¿Qué?
—Quiero que vuelvas —repitió él.
—Yo nun… nunca volveré contigo —gritó ella—. Lo digo en serio, Víctor. No hay nada que puedas hacer para que cambie de opinión.
—Yo no estaría tan seguro —dijo él, con una sonrisa que le congeló la sangre a Myriam.
—Por favor, Víctor… He empezado una nueva vida y quiero disfrutar viviéndola.
—Una vez me dijiste que no te gustaba vivir sola.
—Yo no vivo sola.
—Aclaremos esto, ¿simplemente compartes casa?
—No —mintió ella. Si le hacía creer que tenía una relación seria, tal vez la dejara en paz.
—¿Con quién te acuestas? —le preguntó él tranquilamente.
—No es asunto tuyo.
—Lo estoy haciendo mío. ¿Con quién?
—Charles.
—¿Ese blandengue de mediana edad? —Víctor se echó a reír.
—No te atrevas a llamarlo así. Es un hombre dulce y sensible, y tengo mucho que agradecerle. Me dio un trabajo y un hogar cuando yo estaba sin nada.
—Mi detective me confirmó que vivías en su casa, pero, conociéndote tan bien, no creo que se lo hayas agradecido en la cama.
—No es solo gratitud. Lo quiero. Apasionadamente.
—¿Y desde cuándo sois amantes? —la sonrisa burlona de Víctor le dijo que no se creía ni una palabra.
—Desde hace mucho.
—Entonces ¿cómo es que dormís en habitaciones separadas?
—¿Qué te hace pensar que tenemos habitaciones separadas?
—No lo creo. Lo sé.
—¿Cómo podrías saber algo así?
—La encargada de la limpieza puede ser una estupenda fuente de información. A la señora Crabtree, en particular, le encantan los cotilleos.
Myriam tragó saliva. La señora Crabtree, una mujer alegre y parlanchina, iba a limpiar una vez a la semana.
—De acuerdo, tenemos habitaciones separadas. Charles quiere mantener las apariencias.
—No me extraña. Es tan viejo que podría ser tu padre. Debe tener al menos cuarenta y cinco años.
—Tiene cuarenta y tres. Y la edad no importa en absoluto. Es un amante extraordinario —mientras hablaba sentía la punzada de la conciencia. No le gustaba hablar así de Charles—. Y no es tan estrecho de miras como para creer que solo se puede hacer el amor en la cama.
—Por el bien de todos espero que estés mintiendo —dijo Víctor con un peligroso brillo en los ojos.
—¿Suponías que estaría viviendo como una monja?
—Así eras cuando te conocí.
—En aquel tiempo era ridículamente ingenua. Pero me enseñaste mucho, y es muy difícil abandonar un placer conocido. ¿O creías ser el único hombre que podía excitarme?
—No creía que Víctor fuera tu tipo.
—Eso demuestra lo equivocado que estás. Charles y yo estamos muy bien juntos. Quiere casarse conmigo.
—Por encima de mi cadáver —dijo Víctor endureciendo la mandíbula—. No pienso dejar que nadie más te tenga.
—Pero tú mismo has dicho que he cambiado. Ya ni siquiera soy guapa.
—No, no eres tan solo guapa. Ahora tienes esa belleza conmovedora que puede llegar a obsesionar.
—Aunque eso sea cierto, es algo que les has dicho a muchas mujeres hermosas.
—He estado con muchas mujeres hermosas, pero he descubierto que solo te quiero a ti. En mi cama y en mi vida.
—No lo entiendo… —gritó ella desesperadamente.
—Por una sencilla razón —dijo él con voz dura y fría—. Me perteneces.
Capítulo 1
El cálido sol de junio entraba por la ventana, alejando los restos de una fría y triste primavera. En el cercano Kenelm Park el alegre ladrido de un perro se elevaba sobre el continuo murmullo del tráfico londinense.
Desde el segundo piso, Myriam vio a través de los árboles una pelota roja y brillante. Sonrió y volvió la vista al catálogo. Un momento después sonó el teléfono, y alargó su esbelta mano para agarrar el auricular.
—¿Diga?
—Señorita Mairam —se oyó la voz de Helen—, aquí hay un caballero que pregunta si tenemos cuadros de Brad o de Mia Montemayor. Le he dicho que no, pero insiste en saber si podríamos adquirir alguno.
Durante los últimos diez años, el trabajo de los Montemayor había estado muy requerido, y Myriam estaba acostumbrada a que sus padres fueran conocidos en todo el mundo.
—Bajaré enseguida —dijo ella.
Helen Hutchings, una hermosa viuda de cuarenta años, se ocupaba de las ventas de la Charles Raynor Gallery, mientras que Myriam se encargaba de solucionar los pedidos o las búsquedas.
Se cercioró de que el recogido de su cabello castaño seguía intacto, y, tras ponerse las gruesas gafas que le hacían aparentar mucho más que veinticuatro años, salió de su despacho, vestida con su impecable traje gris de seda.
Se asomó al balcón que dominaba la amplia galería, y bajo la luz que entraba por las claraboyas vio a un grupo de personas, posiblemente turistas, contemplando los cuadros. También vio a un hombre alto, moreno y corpulento, que estaba junto al mostrador de recepción.
Mientras Myriam bajaba las escaleras, al pie de las cuales colgaba un letrero con la palabra «Privado», él se dio la vuelta y la miró. Víctor.
No había duda. Aquel rostro enjuto y tenso, los hombros anchos, la mata de pelo oscuro, el aspecto de fuerza y a la vez de elegancia… Aunque estaba muy lejos para ver el color de sus ojos, ella sabía muy bien que eran de un bonito color azul violáceo. Myriam se paró y se agarró a la barandilla, casi sin respiración. Desde que volvió a Londres desde Nueva York, había temido volver a verlo, a pesar de que llevaba seis meses intentando comenzar una nueva vida.
El corazón le latía desbocadamente, pero gracias a un aumento de la adrenalina consiguió darse la vuelta y correr a su despacho.
Se dejó caer en su sillón, rezando por que no la hubiese reconocido. Porque de haber sido así… Víctor no era el tipo de hombre a quien pudiera despedirse tranquilamente.
«Nunca te dejaré marchar», le había dicho una vez, pero a pesar de todo lo que compartieron ella lo dejó. Incapaz de soportar su crueldad, y temerosa del daño que la relación le pudiera causar a su familia, lo abandonó sin darle explicaciones.
Y estaba claro que él no podría perdonarla por eso.
Pero si no la había reconocido, tal vez hubiera escapatoria. Esperando que Charles hubiera vuelto de una reunión, lo llamó a su despacho.
No recibió respuesta, y lo llamó entonces a la sala de exposiciones y luego a la cámara acorazada.
—¿Sí, diga? —respondió finalmente.
—Siento molestarte —le dijo Myriam, respirando con alivio—, pero, ¿podrías sacar tiempo para ver a un posible cliente que está esperando?
—¿Qué quiere? —preguntó Charles con su tono habitual, seco y directo.
—Quiere saber si podemos conseguir cuadros de los Montemayor.
—¿No puedes tratar tú con él? —Charles parecía sorprendido.
—Es alguien que… a quien conocí una vez, y preferiría no volver a encontrármelo.
—Muy bien —dijo Charles. Siendo un hombre enamorado, había captado el mensaje—. Déjamelo a mí.
¿Por qué tendría que haber escogido Víctor esa galería de arte? Myriam había estado viviendo en el anonimato desde que volvió a Londres, y nadie, ni siquiera sus padres, sabían cuál era su paradero.
Necesitaba un trabajo desesperadamente, y una agencia de empleo la envió a la Raynor Gallery, donde la entrevistó el propio Charles. Myriam le habló de sus estudios como gerente y administradora de obras artísticas, pero apenas le dio detalles sobre su estancia en los Estados Unidos.
Después de observarla con detenimiento. Charles le ofreció un puesto como ayudante suya, y cuando al cabo de un año, le sugirió que fuera ella el contacto con los Montemayor, Myriam se vio obligada a contarle parte de la verdad.
—Myriam, querida —había protestado él—, siendo hija suya…
—No quiero que sepan dónde estoy.
—Pero no estarán preocupados por ti, ¿verdad?
—No, seguro que no. Nunca hemos sido una verdadera familia. Han estado pintando desde que eran unos crios. Su vida es el arte. Tal vez por eso estén juntos. Después de casarse vivieron en Greenwich Village durante varios años, antes de establecerse en Inglaterra. Cuando yo nací ya andaban por la treintena —hizo una pausa antes de seguir—. Fui un error. Ninguno de los dos me quería. Si mi madre no pensara en la vida como algo sagrado, seguramente habría abortado.
—¡Oh, pues claro que no! —exclamó Charles, visiblemente alarmado.
—Los dos estaban tan concentrados en su trabajo que un bebé solo podría ocasionarles problemas. Por suerte tenían bastante dinero, por lo que la solución fue una larga serie de niñeras y un colegio interno de chicas. Y cuando estaba a punto de empezar la universidad se volvieron a Nueva York.
—¿Te dejaron sola?
—Ya tenía dieciocho años.
—Pero, ¿no te ayudaron económicamente?
—No, yo no quería. Prefería trabajar por las noches y los fines de semana. Quería mantener mi independencia. De modo que ya ves, no creo que piensen alguna vez en mí.
—¿Estás segura?
—Estoy más que segura.
—En ese caso yo trataré con ellos personalmente.
—No les dirás nada, ¿verdad? —preguntó ella nerviosa.
—Ni una palabra. Tu secreto está a salvo conmigo.
Ella sintió una oleada de afecto hacia él. Charles era un hombre muy agradable, que mantendría su promesa.
Hasta ese momento…
El pestillo de la puerta sonó y entró Charles, tan elegante y conservador como siempre. A sus cuarenta y tres años seguía teniendo un aspecto juvenil, gracias en parte al abundante cabello que enmarcaba su ancha frente.
—No tienes de qué asustarte —le dijo al verla tan pálida—. Se ha ido.
—¿No ha preguntado por mí? —preguntó Myriam.
—¿Tendría que haberlo hecho? —Charles arqueó una ceja y se sentó frente a ella.
—Pensé que a lo mejor me había visto y reconocido.
—No ha dicho nada al respecto —le aseguró Charles—. Y no parecía el tipo que dude en preguntar lo que sea —viendo la expresión de calma de Myriam se preguntó qué habría pasado entre ella y el extraño visitante y si eso habría influido en el rechazo de Myriam a la petición de matrimonio del propio Charles.
—¿Qué ha dicho? —preguntó ella—. ¿Cómo ha sido?
—Sus modales eran bastante sencillos y resueltos. Me dijo que se llamaba Víctor García, y que le gustaría adquirir algunos de los primeros cuadros de los Montemayor. Le he prometido que intentaría conseguírselos con la mayor rapidez posible.
—¿Está viviendo en Inglaterra?
—Solo durante unos días, según parece. Me ha dado su dirección de Nueva York, y el número de teléfono de un hotel de Mayfair. Aun siendo un corredor de bolsa de Wall Street se interesa por el arte, y es propietario de la García Gallery. Pero, ¿sabes qué?
—¿Qué?
—Creo que los cuadros que quiere comprar son para su colección particular. Mencionó una pintura de Mia Montemayor en la que estaba especialmente interesado: Wednesday's Child…
Myriam se quedó helada.
—Él cree que la pintó hace siete u ocho años, y que es una de las mejores. Particularmente nunca he oído hablar de ella. Ha dejado claro que el dinero no es problema, aunque, en el caso de localizarla, no creo que su actual propietario quiera venderla —el silencio de Myriam le llamó la atención—. ¿Te acuerdas de ella por casualidad?
—La verdad es que sí. Posé para ese cuadro cuando tenía diecisiete años.
—¡No sabía que tu madre te había usado como modelo! —a Charles le brillaron los ojos con interés.
—Fue solo esa vez. Iba a pasar las vacaciones de verano con una amiga del colegio, pero en el último minuto se cancelaron los planes, de modo que fui a casa. Mi madre me dijo que, ya que estaba allí, podría ayudarla. Intenté posar lo mejor que pude, pero por alguna razón no le gustó el resultado, y nunca me pidió que posara de nuevo.
—¿Qué te pareció a ti el cuadro?
—No llegué a verlo —respondió Myriam—. Me dijo que tenía que enmarcarlo. Cuando volví a casa la siguiente vez ya lo había vendido.
«Y ahora Víctor quiere comprarlo».
Esa idea la inquietaba tanto como haberlo visto de nuevo. ¿Sabría él que el retrato era de ella?
Desde luego que lo sabía, le dijo su instinto.
—Si consigo encontrarlo, ¿qué te parece que pase a manos de Víctor García? —le preguntó Charles.
—Preferiría que no lo tuviera.
—En ese caso le diré que no he tenido suerte.
—No —respondió ella, pensando en los problemas económicos que Charles había sufrido el año anterior—, si puedes encontrarlo y él está dispuesto a pagar bien, no debes permitir que mis absurdos prejuicios interfieran en los negocios.
—Bueno, ya veremos —dijo él—. Las cosas pueden mejorar —antes de que ella pudiera preguntarle qué quería decir con eso Charles miró su reloj—. Son casi las cuatro. Debería seguir trabajando —se puso en pie y echó hacia atrás sus anchos hombros. Pareces un poco cansada, ¿por qué no te vas a casa?
—La verdad es que me duele un poco la cabeza —dijo ella agradecida—. ¿De verdad que no te importa si me voy?
—Hoy es lunes, por lo que Helen y yo podremos arreglárnoslas solos —le sonrió y se dirigió hacia la puerta—. Ah, por cierto, hoy volveré a casa más tarde. He quedado para cenar con un cliente —a Myriam le dio un vuelco el corazón. Aquella noche necesitaba la compañía de Charles—. Y como hoy me tocaba cocinar a mí, te sugiero que pidas comida a domicilio.
—¿Puedo pedir comida china?
—Sí, si prometes guardarme un poco de pan de gambas.
—Eso está hecho.
—No creo que vuelva tarde, pero no me esperes levantada. Y si no te sientes bien para caminar, pide un taxi.
Viendo cómo se alejaba Myriam pensó lo encantador que era Charles. Era una excelente compañía, alto y atractivo. Seria un marido maravilloso para la mujer adecuada. Era una lástima que ella no pudiera amarlo tanto como él quería.
Unas semanas antes, mientras fregaban los platos de la cena, él le planteó el matrimonio. Ella jamás se hubiera esperado esa proposición.
—No me había dado cuenta de lo mucho que añoraba la compañía hasta que llegaste tú —le había dicho él—. Desde que estás aquí… bueno, mi vida ha cambiado mucho… Sin embargo, hay algo que quiero preguntarte, pero si la respuesta es no prométeme que no afectará a nuestra amistad.
—Te lo prometo.
—Debes saber que te quiero…
—¿No crees que se debe a nuestra amistad tan cercana? —le había sugerido ella amablemente.
—Te quiero desde que te vi. Y me haría muy feliz si quisieras casarte conmigo.
Ella se había sentido tentada por un instante. Sería maravilloso tener un marido, un hogar, hijos… Pero no sería justo para Charles. Él se merecía una mujer que lo amase apasionadamente, no una mujer que solo sintiera afecto por él.
—Lo siento —había respondido sin dudarlo—, pero no puedo.
—¿La diferencia de edad es la causa?
—No —la edad no importaba si el amor era sincero.
—Viendo lo bien que nos llevábamos, esperaba que al menos considerases mi propuesta. ¿Quizás no te gusto lo suficiente?
—Me gustas y te respeto, pero…
—¿No podría bastar con eso?
—No es suficiente.
—Estoy preparado para intentarlo. Muchos matrimonios se conforman con menos.
—No, no sería justo para ti.
—Tranquila —le había dicho él al notar su preocupación—. Te prometo que no volveré a pedírtelo, pero no olvides que te quiero. Haría cualquier cosa por ti, y si alguna vez cambias de opinión, la propuesta seguirá en pie.
Era un hombre maravilloso. Un hombre entre un millón, y ella quería amarlo. Pero el amor era un sentimiento que no se podía dominar.
Ella misma había intentado dejar de amar a Víctor, sin conseguirlo.
Después de cerrar la ventana, recogió su bolso, bajó las escaleras y salió a la calle. Pero en vez de girar a la avenida principal y esperar el autobús o un taxi, como solía hacer cuando Charles no la llevaba a casa, se quedó dudando.
Kenelm Park tenía un aspecto precioso con sus arriates y frondosos árboles que protegían del sol veraniego. Cruzar el parque la ayudaría a aclarar su mente y relajarse de la tensión, pensó mientras se quitaba las gafas y atravesaba las gruesas puertas de hierro.
Pasó junto al quiosco Victoriano y tomó el sendero que bordeaba el lago. Caminaba con soltura, pero no dejaba de pensar en la visita de Víctor. ¿Por qué quería ese cuadro?
¿Para tener una imagen de ella en la que clavar alfileres?
Al pensar en el odio que Víctor podría albergar hacia ella, le temblaron tanto las rodillas que tuvo que sentarse en un banco junto a la orilla.
Tenía la esperanza de que el tiempo hubiera suavizado ese rencor, pero, ¿por qué iba a ser así, cuando ella misma seguía sintiendo lo mismo? El desconcierto, la traición, el resentimiento, la herida…
De pronto unas manos le taparon los ojos y escuchó el susurro de una voz ronca al oído.
—¿Adivinas quién soy?
Pareció que el corazón se le detenía y que se quedaba sin respiración. Con la vista nublada sintió el tacto de un hombro musculoso y el calor de los rayos del sol.
Intentó desprenderse de las manos y darse la vuelta. Entonces se encontró con el duro rostro de Víctor, un rostro que conocía tan bien como el suyo y que tantas veces había mirado mientras hacían el amor.
Sus oscuros y rizados cabellos estaban impecablemente cortados, y su perfilada boca seguía siendo tan bonita como siempre, al igual que sus ojos color índigo: unos ojos que bastaban para convertir al hombre más vulgar en un ser extraordinario. De todos modos. Víctor distaba mucho de ser vulgar, y no solo por sus ojos de largas pestañas.
Suavemente le quitó un mechón de la mejilla, pero ella se apartó como si la hubiera abofeteado.
—Mi querida Myriam, no tienes por qué asustarte de mí.
—De modo que me viste en la galería —dijo ella casi sin voz.
Tan solo te vi un instante, antes de que echaras a correr.
—¿Por qué no le dijiste nada a Charles? —preguntó ella mordiéndose el labio.
—Pensaba darte una sorpresa —dijo él con voz irónica.
—¿Cómo sabías que estaba en el parque? —estaba temblando, a pesar del aire cálido.
—Esperé en la calle hasta que saliste, y entonces te seguí.
—¿Por qué me has seguido?
—Hace tiempo que tenemos que hablar —dijo él con una sonrisa burlona.
—Por lo que a mí respecta no hay nada que decir —dijo ella poniéndose en pie.
—No tan deprisa —la agarró por las muñecas impidiendo que se alejara.
—Suéltame —le espetó ella—. No quiero hablar contigo.
Él la sentó con Firmeza, pero sin hacerle daño.
—Bueno, si no quieres hablar, hay cosas más excitantes que podemos hacer —le sonrió y bajó la vista hacia sus labios.
—¡No! —gritó ella aterrorizada.
—Lástima —repuso él—. Parece que han pasado siglos desde la última vez que te besé. Recuerdo lo apasionada que solía ser tu respuesta. Hacías unos ruiditos con la garganta mientras tus pezones endurecían y…
—¿De qué quieres hablar conmigo? —preguntó ella, poniéndose colorada.
—Quiero saber por qué te fuiste. Por qué te marchaste sin decir una palabra…—no hablaba con su cálido tono habitual, sino con una voz fría que la hizo estremecerse—. Por qué ni siquiera me dijiste lo que iba mal.
—¿Cómo puedes decir eso? —Myriam le echó una mirada furiosa—. ¿Cómo puedes fingir no saber lo que iba mal?
—¿Qué tal si dejas tu histrionismo y me lo cuentas? —preguntó él con un suspiro.
—Ya han pasado más de dos años —dijo ella, decidida a no confesarle el alcance de sus heridas—. No sé lo que puede importar ahora… Hemos cambiado. Ya no soy la chica que conociste.
—Ciertamente has cambiado —reconoció él mirando con detenimiento su rostro ovalado, sus ojos de color gris verdoso, su nariz diminuta y sus sensuales labios—. Entonces eras joven e inocente, muy bonita, casi ardorosa. Pero ahora… —se calló bruscamente, pero ella sabía muy bien lo que iba a decir. Cada mañana veía en el espejo la imagen de una mujer que había perdido su fuego. Una mujer triste y vulnerable, que no podía ni esbozar del todo una sonrisa.
—Me sorprende que me hayas reconocido de un breve vistazo —dijo ella tragando saliva.
—Por poco. Con ese peinado y esas gafas tu aspecto no parece el mismo. Si no hubiera sabido que iba a verte…
—De modo que sabias que estaba allí —lo interrumpió ella.
—Oh, sí, lo sabía. Lo he sabido desde hace mucho. ¿En serio creías que no iba a encontrarte?
—¿Qué te ha traído a la galería? Le dijiste a Charles que querías comprar el cuadro de Wetnesday's Child.
—En efecto.
—¿Por qué?
—Seguro que sabes por qué. ¿Crees que lo conseguirá para mí?
—No tengo ni idea.
—¿No puedes ayudarlo? —al no recibir respuesta le brindó una sonrisa—. Aunque no creo que necesite el cuadro cuando consiga lo real —ella no se atrevió a preguntar qué quería decir con eso—. A juzgar por los modales de Raynor he supuesto que no has hablado de… digamos… nuestra relación.
—No me gusta hablar de eso.
—¿Y cuánto tuviste que contarle para que saliera a verme él en tu lugar?
—Solo le dije que eras alguien a quien conocí una vez y que no quería verte.
—¿No le parece demasiado frío?
—Es la verdad.
—Yo hubiera dicho que me conocías demasiado bien —su rostro se cubrió con una expresión de enfado.
—Todo eso forma parte del pasado —dijo ella firmemente—. Y todo ha terminado.
—Ahí es donde te equivocas —dijo él, negando con la cabeza—. Quiero que vuelvas.
—¿Qué?
—Quiero que vuelvas —repitió él.
—Yo nun… nunca volveré contigo —gritó ella—. Lo digo en serio, Víctor. No hay nada que puedas hacer para que cambie de opinión.
—Yo no estaría tan seguro —dijo él, con una sonrisa que le congeló la sangre a Myriam.
—Por favor, Víctor… He empezado una nueva vida y quiero disfrutar viviéndola.
—Una vez me dijiste que no te gustaba vivir sola.
—Yo no vivo sola.
—Aclaremos esto, ¿simplemente compartes casa?
—No —mintió ella. Si le hacía creer que tenía una relación seria, tal vez la dejara en paz.
—¿Con quién te acuestas? —le preguntó él tranquilamente.
—No es asunto tuyo.
—Lo estoy haciendo mío. ¿Con quién?
—Charles.
—¿Ese blandengue de mediana edad? —Víctor se echó a reír.
—No te atrevas a llamarlo así. Es un hombre dulce y sensible, y tengo mucho que agradecerle. Me dio un trabajo y un hogar cuando yo estaba sin nada.
—Mi detective me confirmó que vivías en su casa, pero, conociéndote tan bien, no creo que se lo hayas agradecido en la cama.
—No es solo gratitud. Lo quiero. Apasionadamente.
—¿Y desde cuándo sois amantes? —la sonrisa burlona de Víctor le dijo que no se creía ni una palabra.
—Desde hace mucho.
—Entonces ¿cómo es que dormís en habitaciones separadas?
—¿Qué te hace pensar que tenemos habitaciones separadas?
—No lo creo. Lo sé.
—¿Cómo podrías saber algo así?
—La encargada de la limpieza puede ser una estupenda fuente de información. A la señora Crabtree, en particular, le encantan los cotilleos.
Myriam tragó saliva. La señora Crabtree, una mujer alegre y parlanchina, iba a limpiar una vez a la semana.
—De acuerdo, tenemos habitaciones separadas. Charles quiere mantener las apariencias.
—No me extraña. Es tan viejo que podría ser tu padre. Debe tener al menos cuarenta y cinco años.
—Tiene cuarenta y tres. Y la edad no importa en absoluto. Es un amante extraordinario —mientras hablaba sentía la punzada de la conciencia. No le gustaba hablar así de Charles—. Y no es tan estrecho de miras como para creer que solo se puede hacer el amor en la cama.
—Por el bien de todos espero que estés mintiendo —dijo Víctor con un peligroso brillo en los ojos.
—¿Suponías que estaría viviendo como una monja?
—Así eras cuando te conocí.
—En aquel tiempo era ridículamente ingenua. Pero me enseñaste mucho, y es muy difícil abandonar un placer conocido. ¿O creías ser el único hombre que podía excitarme?
—No creía que Víctor fuera tu tipo.
—Eso demuestra lo equivocado que estás. Charles y yo estamos muy bien juntos. Quiere casarse conmigo.
—Por encima de mi cadáver —dijo Víctor endureciendo la mandíbula—. No pienso dejar que nadie más te tenga.
—Pero tú mismo has dicho que he cambiado. Ya ni siquiera soy guapa.
—No, no eres tan solo guapa. Ahora tienes esa belleza conmovedora que puede llegar a obsesionar.
—Aunque eso sea cierto, es algo que les has dicho a muchas mujeres hermosas.
—He estado con muchas mujeres hermosas, pero he descubierto que solo te quiero a ti. En mi cama y en mi vida.
—No lo entiendo… —gritó ella desesperadamente.
—Por una sencilla razón —dijo él con voz dura y fría—. Me perteneces.
espero sus comentarios...
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
que iinteresante esta la noveliita niiña graciias xfa no tardes con el siiiguiiente cap sii
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
WORALE NOVELITA NUEVA GRAXIAS SE VE MUY INTERESANTE YA EN ESPERA DEL SIGUIENTE CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Me gusta..Me gusta ... Gracias por el capituloo!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Chicas aqui tiene el siguiente capitulo de esta historia.... gracias por todos sus comentarios.....
Capítulo 2
—¿Cómo dices? —preguntó ella completamente pálida.
—¿Por qué te sorprende? ¿No pensaste que al dejarme de aquella manera me hiciste parecer un imbécil?
Myriam no podía negarlo. Parte de ella había querido hacerle pagar todo el sufrimiento que él le había infligido.
Apartó la mirada y se fijó en un niño que corría junto al lago. Empujaba con un palo un yate de juguete, mientras su madre, que llevaba un bebé en un carrito, le advertía que tuviera cuidado porque el agua era profunda.
—Además de eso —siguió diciendo Víctor—, cuando te fuiste no supe lo que te había pasado. Casi me volví loco de preocupación, y he gastado una fortuna y dos años y medio en buscarte. Ahora que te he encontrado, te quiero en mi cama. Quiero hacerte el amor hasta supliques misericordia y yo quede saciado. ¿Ese pensamiento no te excita?
—No, no soporto la idea de que me toques —dijo ella con voz poco clara.
—¿Y saber que eso me dará una gran satisfacción y…? —se calló de golpe al escuchar un grito de pánico.
Víctor se puso en pie de un salto y corrió hacia el lago, mientras la mujer del carrito gritaba histéricamente. Le dijo algo que la hizo callar de inmediato, y se tiró al agua. Tan solo le llegaba por la cintura, y a los pocos segundos salió, llevando en sus hombros al niño, que estaba ileso, y el barco. La mujer abrazó a su hijo sin parar de llorar.
Tras cerciorarse de que nada había pasado, Myriam aprovechó para huir. Agarró su bolso y salió corriendo hacia Kenelm Road.
Un taxi estaba aparcado a la entrada del parque. Se metió en él a toda prisa.
—¿Adónde, señora?
—Al dieciséis de Usher Street.
Mientras se alejaba del parque, giró la cabeza y comprobó que nadie la seguía. Gracias a Dios, había conseguido escapar. Pero, ¿por cuánto tiempo? Víctor lo sabía todo de ella, y no era un hombre que abandonara su objetivo.
Verlo había sido estremecedor, pero saber sus intenciones era traumático. Y también inesperado. Jamás se hubiera imaginado que Víctor quisiera volver con ella.
Tan solo quería vengarse. Si de verdad la amase, ella no lo habría abandonado.
Usher Street era una tranquila calle, de bonitas casas adosadas con la fachada de estuco y con verjas de hierro forjado frente a la puerta principal.
Myriam le pagó al conductor y subió corriendo los escalones. Le costó mucho encontrar la llave en el bolso; le temblaban las manos, se sentía observada. Cuando finalmente logró entrar cerró de un portazo y corrió hacia la salita. Dejó el bolso sobre el sofá, y se acercó a los alargados ventanales para escudriñar entre las cortinas. La soleada calle estaba vacía. ¿Se estaría volviendo paranoica o había visto demasiadas películas?
Entró en la cocina a tomarse una laza de té y un par de aspirinas. Luego, decidió darse una ducha. La ayudaría a sentirse mejor.
Mientras se enjabonaba el pelo, sus pensamientos volvieron a Víctor. ¿Habría vuelto a su hotel? ¿Estaría en ese momento duchándose él también?
Recordó las duchas que compartieron en su ático de la Quinta Avenida…
Envuelta en el vapor perfumado, se pasó las manos por el cuerpo rememorando las sensaciones que las manos de Víctor le producían. Cómo le acariciaba los muslos y le apretaba las nalgas, mientras con la lengua le recorría los pechos…
Temblando por los eróticos recuerdos, salió de la ducha y se secó con tanta fuerza que se dejó la piel enrojecida. No tenía ganas de vestirse de nuevo, por lo que se puso la bata verde que Charles le había regalado.
Cuando estaba bajando las escaleras el teléfono empezó a sonar.
Estaba a punto de responder cuando pensó que podría ser Víctor. ¿Quién más sabía que estaba en casa a esas horas?
Finalmente descolgó, irritada por el incesante sonido.
—¿Myriam? —era Charles. Parecía estar un poco ansioso.
—Sí, aquí estoy.
—¿Pasa algo?
—No, claro que no —respondió ella respirando profundamente.
—Has tardado mucho en contestar.
—Acabo de salir de la ducha —no era exactamente una mentira.
—Ya veo.
—¿Hay algún problema?
—No, en absoluto… Solo llamaba para saber si estabas bien.
—Sí, estoy bien.
—¿En serio?
—Completamente —dijo ella resistiendo el impulso de decirle la verdad y rogarle que volviera a casa—. ¿Sabes a qué hora volverás?
—Sobre las ocho y media. No olvides guardarme el pan de gambas.
—Descuida. Hasta luego, entonces.
Eran las seis y media. Tardarían unos cuarenta minutos en llevar la comida, y aunque Myriam no tenía mucha hambre, quería llenarse el vacío que el encuentro con Víctor le había provocado.
Al marcar el número del restaurante chino aún veía el rostro de Víctor, y estaba tan obsesionada con esa imagen que tuvo que repetir el encargo dos veces para hacerse entender.
Cuando colgó estuvo vagando por la salita preguntándose qué sería lo próximo que haría Víctor. Estaba claro que no dejaría las cosas como estaban y a pesar de las mentiras que le había contado sobre Charles, su codicia lo empujaría a cometer algo impredecible.
Pero aunque la hubiese creído, ¿se detendría ante ello? Habiéndolo visto de nuevo Myriam no estaba segura de su propia fortaleza.
Tenía que pedirle ayuda a Charles, pero, ¿cómo iba a hacerlo cuando había rechazado su propuesta? Avergonzada, supo que tendría que valerse por sí misma.
El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. La comida había llegado con inusitada rapidez. Aquel día no debían tener muchos clientes.
Recogió el bolso y fue a abrir la puerta. Al hacerlo se quedó tan sorprendida que no tuvo tiempo de cerrarla en las narices de Víctor, y este se coló en el interior.
Su imponente presencia llenaba el vestíbulo. Su aspecto bronceado y musculoso le daba un aire amenazador.
—¡Fuera! —gritó ella—. No puedes entrar aquí por la fuerza.
—No he entrado exactamente por la fuerza —señaló él—. Aunque lo hubiera hecho de haber sido necesario —observó con interés su bata y el pelo mojado sobre los hombros—. Parece que estás lista para la cama. Claro que Raynor no te lleva a la cama, ¿verdad? Él es más… imaginativo —ella apretó los labios con fuerza—. Dime, Myriam, ¿dónde suele hacerte el amor?, ¿en la cocina?, ¿enfrente de la chimenea?, ¿en las escaleras?
—¡Basta!—gritó ella.
—Después de lo que me has dicho, no puedes culparme por ser curioso.
—Quiero que le largues ahora mismo, antes de que vuelva Charles. No tardará en llegar.
—Es inútil. Myriam, cariño —dijo él negando con la cabeza—. Sé perfectamente que no volverá hasta mucho más tarde. Y aunque no fuera así, ¿de verdad crees que me asustaría?
—Puedo llamar a la policía.
—Sí, pero no creo que lo hagas. La policía tiene problemas más importantes que resolver una pelea doméstica.
—No es una pelea doméstica —dijo ella—. Es un allanamiento de morada.
—¿Cómo puede ser allanamiento de morada cuando tú misma has abierto la puerta?
—Pensé que era la comida china.
—Ya veo. Bueno, ya que has encargado comida, seguramente querrás compartirla conmigo, ¿verdad?
—Desde luego que no. No quiero que te quedes, y no sé por qué has venido.
—En primer lugar, para acabar nuestra conversación…
—No hay nada más que decir —interrumpió ella—. Nunca volveré contigo, de modo que estás perdiendo el tiempo.
—…y, en segundo lugar, no puedo permitir que huyas de mí.
Se acercó a ella, le puso una mano bajo la barbilla y la obligó a mirarlo. Él tenía la vista fija en sus labios.
—¡No! Oh, por favor, Víctor, no…
Pero él la sujetó por la nuca e, inclinándose sobre ella, la hizo callar tomando posesión de sus labios.
El bolso cayó al suelo y, a pesar de los esfuerzos de Myriam por mantenerse distante, la sangre empezó a hervirle.
Al principio el beso pareció un humillante modo de desahogar su ira, pero cuando ella no intentó liberarse, Víctor aflojó su brazo, y con los apasionados movimientos de su lengua la hizo estremecerse de placer.
Tras soltarle la nuca, deslizó su mano por el interior de la bata, y la llevó hasta la suave curva de sus pechos. Lo hacía tan lentamente que ella agonizaba esperando su tacto.
Cuando finalmente sus experimentados dedos le acariciaron el pezón, sintió un placer casi doloroso, y una oleada de calor líquido empezó a recorrerla en su abdomen.
Perdida e indefensa, apenas fue consciente de que le desabrochaba el cinturón y que la bata caía al suelo.
Su boca empezaba a recorrer cada palmo de piel desnuda, cuando de repente sonó el timbre.
La respuesta de Víctor fue mucho más rápida que la de Myriam. Volvió a cubrirla con la bata y la empujó suavemente hasta la cocina. Ella volvió a atarse el cinturón y se dejó caer en una silla.
Dios… ¿en qué habría estado pensando? De no haber sido por el timbre, Víctor la habría poseído sobre la alfombra del vestíbulo y ella se lo hubiera permitido.
—Gracias —oyó que Víctor decía—. ¿Cuánto le debo?
Cuando entró en la cocina llevando una bolsa, ella había conseguido recuperar su dignidad. Se levantó y lo miró fieramente.
—Quiero que te vayas ahora mismo.
—Me gusta la comida china —dijo él sacando los recipientes—. Parece que has encargado suficiente para dos. Sería una lástima desaprovecharla. ¿Acaso al pedirla estabas pensando inconscientemente en mí?
—No, claro que no. Si quisiera compartirla con alguien sería con Charles.
—¿Tienes cuencos y palillos?
—En el armario.
—¿Por que no te sientas y me dices qué quieres tomar primero? —preguntó él tras sacar los cuencos.
—No quiero comer nada —dijo ella quedándose de pie—. No tengo hambre.
—Qué lástima —dijo él—. Aunque si de verdad no quieres comer, podríamos asentar un precedente.
—¿A qué te refieres con asentar un precedente? —preguntó alarmada por su tono de voz.
—¿No crees que sería agradable hacer el amor en una cama, para variar? —ella se dejó caer rendida en una silla. Él se sentó enfrente y se echó a reír—. ¿No?, oh, bien. Entonces, ¿qué va a ser? El pan de gambas tiene un aspecto delicioso —se inclinó sobre ella y le ofreció un pedazo.
Tenía el cuello de la camisa abierto por lo que dejó ver la parte superior de su pecho. A Myriam se le secó la garganta recordando cómo se apretaba contra esos músculos mientras hacían el amor.
Al levantar la vista, vio que él la miraba irónico, y sintió que se ruborizaba.
—Parece que tienes calor —dijo él—. ¿Tienes vino en la nevera?
—Hay una botella abierta —consiguió responder ella.
Víctor llenó dos copas de Chablis y sirvió el pollo con nueces. Entonces agarró una nuez con los palillos y se la ofreció a Myriam.
Inconscientemente ella abrió la boca para recibirla, recordando la primera comida que compartieron en Chinatown, cuando ella dijo que de ese pollo solo le gustaban las nueces. Él le había ofrecido las nueces de su propio plato, y desde ese día se había convertido en un cariñoso ritual.
Pero nunca había habido amor. Él tan solo quería utilizarla.
—Todavía no me has dicho por qué me abandonaste.
—Deberías saberlo.
—Si es por lo que creo, fue…
—¿Crees que no me importaba? —explotó ella—. ¿Crees que iba a dejar que me utilizaras sin decir nada?
—No tengo ni la menor idea de lo que estás hablando —dijo él frunciendo el ceño—. Será mejor que te expliques.
—No tengo intención de explicarte nada —se levantó enfurecida—. Si no te vas ahora mismo me iré yo.
—Siéntate y acaba de comer —dijo él tranquilamente.
Ella quería marcharse, pero fue incapaz y se encontró a sí misma sentándose de nuevo.
—¿Por qué ni siquiera me hiciste saber que estabas a salvo?
—Intenté no pensar en ti en absoluto.
—¿Y qué pasa con el resto de la familia? Todos estaban muy preocupados, en especial Beth.
—Lo siento. Tu madrastra me caía bien —dijo ella con sinceridad.
—Sufrió otro ataque al corazón —dijo él. Myriam contuvo la respiración—. Pero se recuperó, gracias a Dios.
—¿Me estás diciendo que de no haberse recuperado sería yo la responsable?
—Te hago a ti responsable —dijo él con amarga ironía.
A Myriam le dio un vuelco el corazón. Aunque, ciertamente, era mejor que la culpasen a ella.
—¿Estás avergonzada? —le preguntó él.
—¿Por qué debería yo estar avergonzada?
—Se me ocurren unas cuantas razones. La primera y más importante es que traicionaste a una mujer que te abrió su corazón.
Viéndolo en perspectiva, debería haberle dejado una nota, haberse inventado alguna excusa. Pero Myriam estaba tan afectada que no habría sabido qué decir.
—Lo siento —dijo ella—. No fue mi intención hacerle daño…
Un suave zumbido cortó sus palabras.
—Perdona —dijo Víctor, sacando un móvil de la chaqueta—. ¿Diga?… Sí… Sí…, estaré contigo enseguida —volvió a guardarse el móvil—. Lo siento. Tengo que irme ya.
—Lamento no poder sentirlo yo también —dijo ella.
Sin decir nada, él se acercó y, con calculada insolencia, le metió la mano por la bata y le agarró el pecho.
Ella se quedó quieta y callada, sabiendo que Víctor esperaba verla saltar y protestar.
Él sonrió y acercó su boca a la suya.
—Cuando esta noche estés durmiendo sola, sueña que te estoy haciendo el amor.
—No, si puedo evitarlo —le espetó ella.
—Si estás lo bastante frustrada, verás que es imposible evitarlo.
—No estoy frustrada.
Él le acarició el pezón con el pulgar hasta hacerlo endurecer.
—Siempre has respondido muy bien.
—¿No estás olvidando algo? —preguntó ella levantándose y cubriéndose con la bata—. O mejor dicho, ¿a alguien? —él la miró con los ojos entrecerrados—. Puede que Charles no sea joven, pero está en forma.
Víctor soltó un pequeño gruñido y le agarró un brazo.
—Ni se te ocurra pensar en eso. De ahora en adelante quiero ser el único hombre en tu vida —la atrajo hacia él y volvió a besarla, pero esa vez el beso fue breve y violento—. Hasta la vista —dijo con voz burlona.
Al minuto siguiente se había marchado, pero ella seguía temblando.
¿Qué iba a hacer? La inesperada visita de Víctor le había demostrado dos cosas: que iba completamente en serio, y que ella no tenía posibilidad alguna de resistirse.
Había sido así desde el principio. Lo había amado en cuerpo y alma, y había depositado en él la esperanza de una felicidad en común.
Pero esa felicidad había durado poco. Apenas dos meses, desde el comienzo, lleno de entusiasmo, hasta el amargo final.
Y de nuevo se cernía la amenaza de volver a pasar por la misma tortura. Y no importaba que los sentimientos de Víctor hacia la otra mujer hubiesen muerto. La situación seguiría insoportable.
Le había dicho que solo la deseaba a ella, pero Myriam sabía que nunca más podría confiar en él. Y él debía de saberlo… Llevarla al tormento de los celos formaba parte de la venganza.
No, no… No podía volver con él.
Pero, por mucho que intentara convencerse, sabía que en el fondo era como una polilla que se lanzara irresistiblemente a las llamas.
Capítulo 2
—¿Cómo dices? —preguntó ella completamente pálida.
—¿Por qué te sorprende? ¿No pensaste que al dejarme de aquella manera me hiciste parecer un imbécil?
Myriam no podía negarlo. Parte de ella había querido hacerle pagar todo el sufrimiento que él le había infligido.
Apartó la mirada y se fijó en un niño que corría junto al lago. Empujaba con un palo un yate de juguete, mientras su madre, que llevaba un bebé en un carrito, le advertía que tuviera cuidado porque el agua era profunda.
—Además de eso —siguió diciendo Víctor—, cuando te fuiste no supe lo que te había pasado. Casi me volví loco de preocupación, y he gastado una fortuna y dos años y medio en buscarte. Ahora que te he encontrado, te quiero en mi cama. Quiero hacerte el amor hasta supliques misericordia y yo quede saciado. ¿Ese pensamiento no te excita?
—No, no soporto la idea de que me toques —dijo ella con voz poco clara.
—¿Y saber que eso me dará una gran satisfacción y…? —se calló de golpe al escuchar un grito de pánico.
Víctor se puso en pie de un salto y corrió hacia el lago, mientras la mujer del carrito gritaba histéricamente. Le dijo algo que la hizo callar de inmediato, y se tiró al agua. Tan solo le llegaba por la cintura, y a los pocos segundos salió, llevando en sus hombros al niño, que estaba ileso, y el barco. La mujer abrazó a su hijo sin parar de llorar.
Tras cerciorarse de que nada había pasado, Myriam aprovechó para huir. Agarró su bolso y salió corriendo hacia Kenelm Road.
Un taxi estaba aparcado a la entrada del parque. Se metió en él a toda prisa.
—¿Adónde, señora?
—Al dieciséis de Usher Street.
Mientras se alejaba del parque, giró la cabeza y comprobó que nadie la seguía. Gracias a Dios, había conseguido escapar. Pero, ¿por cuánto tiempo? Víctor lo sabía todo de ella, y no era un hombre que abandonara su objetivo.
Verlo había sido estremecedor, pero saber sus intenciones era traumático. Y también inesperado. Jamás se hubiera imaginado que Víctor quisiera volver con ella.
Tan solo quería vengarse. Si de verdad la amase, ella no lo habría abandonado.
Usher Street era una tranquila calle, de bonitas casas adosadas con la fachada de estuco y con verjas de hierro forjado frente a la puerta principal.
Myriam le pagó al conductor y subió corriendo los escalones. Le costó mucho encontrar la llave en el bolso; le temblaban las manos, se sentía observada. Cuando finalmente logró entrar cerró de un portazo y corrió hacia la salita. Dejó el bolso sobre el sofá, y se acercó a los alargados ventanales para escudriñar entre las cortinas. La soleada calle estaba vacía. ¿Se estaría volviendo paranoica o había visto demasiadas películas?
Entró en la cocina a tomarse una laza de té y un par de aspirinas. Luego, decidió darse una ducha. La ayudaría a sentirse mejor.
Mientras se enjabonaba el pelo, sus pensamientos volvieron a Víctor. ¿Habría vuelto a su hotel? ¿Estaría en ese momento duchándose él también?
Recordó las duchas que compartieron en su ático de la Quinta Avenida…
Envuelta en el vapor perfumado, se pasó las manos por el cuerpo rememorando las sensaciones que las manos de Víctor le producían. Cómo le acariciaba los muslos y le apretaba las nalgas, mientras con la lengua le recorría los pechos…
Temblando por los eróticos recuerdos, salió de la ducha y se secó con tanta fuerza que se dejó la piel enrojecida. No tenía ganas de vestirse de nuevo, por lo que se puso la bata verde que Charles le había regalado.
Cuando estaba bajando las escaleras el teléfono empezó a sonar.
Estaba a punto de responder cuando pensó que podría ser Víctor. ¿Quién más sabía que estaba en casa a esas horas?
Finalmente descolgó, irritada por el incesante sonido.
—¿Myriam? —era Charles. Parecía estar un poco ansioso.
—Sí, aquí estoy.
—¿Pasa algo?
—No, claro que no —respondió ella respirando profundamente.
—Has tardado mucho en contestar.
—Acabo de salir de la ducha —no era exactamente una mentira.
—Ya veo.
—¿Hay algún problema?
—No, en absoluto… Solo llamaba para saber si estabas bien.
—Sí, estoy bien.
—¿En serio?
—Completamente —dijo ella resistiendo el impulso de decirle la verdad y rogarle que volviera a casa—. ¿Sabes a qué hora volverás?
—Sobre las ocho y media. No olvides guardarme el pan de gambas.
—Descuida. Hasta luego, entonces.
Eran las seis y media. Tardarían unos cuarenta minutos en llevar la comida, y aunque Myriam no tenía mucha hambre, quería llenarse el vacío que el encuentro con Víctor le había provocado.
Al marcar el número del restaurante chino aún veía el rostro de Víctor, y estaba tan obsesionada con esa imagen que tuvo que repetir el encargo dos veces para hacerse entender.
Cuando colgó estuvo vagando por la salita preguntándose qué sería lo próximo que haría Víctor. Estaba claro que no dejaría las cosas como estaban y a pesar de las mentiras que le había contado sobre Charles, su codicia lo empujaría a cometer algo impredecible.
Pero aunque la hubiese creído, ¿se detendría ante ello? Habiéndolo visto de nuevo Myriam no estaba segura de su propia fortaleza.
Tenía que pedirle ayuda a Charles, pero, ¿cómo iba a hacerlo cuando había rechazado su propuesta? Avergonzada, supo que tendría que valerse por sí misma.
El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. La comida había llegado con inusitada rapidez. Aquel día no debían tener muchos clientes.
Recogió el bolso y fue a abrir la puerta. Al hacerlo se quedó tan sorprendida que no tuvo tiempo de cerrarla en las narices de Víctor, y este se coló en el interior.
Su imponente presencia llenaba el vestíbulo. Su aspecto bronceado y musculoso le daba un aire amenazador.
—¡Fuera! —gritó ella—. No puedes entrar aquí por la fuerza.
—No he entrado exactamente por la fuerza —señaló él—. Aunque lo hubiera hecho de haber sido necesario —observó con interés su bata y el pelo mojado sobre los hombros—. Parece que estás lista para la cama. Claro que Raynor no te lleva a la cama, ¿verdad? Él es más… imaginativo —ella apretó los labios con fuerza—. Dime, Myriam, ¿dónde suele hacerte el amor?, ¿en la cocina?, ¿enfrente de la chimenea?, ¿en las escaleras?
—¡Basta!—gritó ella.
—Después de lo que me has dicho, no puedes culparme por ser curioso.
—Quiero que le largues ahora mismo, antes de que vuelva Charles. No tardará en llegar.
—Es inútil. Myriam, cariño —dijo él negando con la cabeza—. Sé perfectamente que no volverá hasta mucho más tarde. Y aunque no fuera así, ¿de verdad crees que me asustaría?
—Puedo llamar a la policía.
—Sí, pero no creo que lo hagas. La policía tiene problemas más importantes que resolver una pelea doméstica.
—No es una pelea doméstica —dijo ella—. Es un allanamiento de morada.
—¿Cómo puede ser allanamiento de morada cuando tú misma has abierto la puerta?
—Pensé que era la comida china.
—Ya veo. Bueno, ya que has encargado comida, seguramente querrás compartirla conmigo, ¿verdad?
—Desde luego que no. No quiero que te quedes, y no sé por qué has venido.
—En primer lugar, para acabar nuestra conversación…
—No hay nada más que decir —interrumpió ella—. Nunca volveré contigo, de modo que estás perdiendo el tiempo.
—…y, en segundo lugar, no puedo permitir que huyas de mí.
Se acercó a ella, le puso una mano bajo la barbilla y la obligó a mirarlo. Él tenía la vista fija en sus labios.
—¡No! Oh, por favor, Víctor, no…
Pero él la sujetó por la nuca e, inclinándose sobre ella, la hizo callar tomando posesión de sus labios.
El bolso cayó al suelo y, a pesar de los esfuerzos de Myriam por mantenerse distante, la sangre empezó a hervirle.
Al principio el beso pareció un humillante modo de desahogar su ira, pero cuando ella no intentó liberarse, Víctor aflojó su brazo, y con los apasionados movimientos de su lengua la hizo estremecerse de placer.
Tras soltarle la nuca, deslizó su mano por el interior de la bata, y la llevó hasta la suave curva de sus pechos. Lo hacía tan lentamente que ella agonizaba esperando su tacto.
Cuando finalmente sus experimentados dedos le acariciaron el pezón, sintió un placer casi doloroso, y una oleada de calor líquido empezó a recorrerla en su abdomen.
Perdida e indefensa, apenas fue consciente de que le desabrochaba el cinturón y que la bata caía al suelo.
Su boca empezaba a recorrer cada palmo de piel desnuda, cuando de repente sonó el timbre.
La respuesta de Víctor fue mucho más rápida que la de Myriam. Volvió a cubrirla con la bata y la empujó suavemente hasta la cocina. Ella volvió a atarse el cinturón y se dejó caer en una silla.
Dios… ¿en qué habría estado pensando? De no haber sido por el timbre, Víctor la habría poseído sobre la alfombra del vestíbulo y ella se lo hubiera permitido.
—Gracias —oyó que Víctor decía—. ¿Cuánto le debo?
Cuando entró en la cocina llevando una bolsa, ella había conseguido recuperar su dignidad. Se levantó y lo miró fieramente.
—Quiero que te vayas ahora mismo.
—Me gusta la comida china —dijo él sacando los recipientes—. Parece que has encargado suficiente para dos. Sería una lástima desaprovecharla. ¿Acaso al pedirla estabas pensando inconscientemente en mí?
—No, claro que no. Si quisiera compartirla con alguien sería con Charles.
—¿Tienes cuencos y palillos?
—En el armario.
—¿Por que no te sientas y me dices qué quieres tomar primero? —preguntó él tras sacar los cuencos.
—No quiero comer nada —dijo ella quedándose de pie—. No tengo hambre.
—Qué lástima —dijo él—. Aunque si de verdad no quieres comer, podríamos asentar un precedente.
—¿A qué te refieres con asentar un precedente? —preguntó alarmada por su tono de voz.
—¿No crees que sería agradable hacer el amor en una cama, para variar? —ella se dejó caer rendida en una silla. Él se sentó enfrente y se echó a reír—. ¿No?, oh, bien. Entonces, ¿qué va a ser? El pan de gambas tiene un aspecto delicioso —se inclinó sobre ella y le ofreció un pedazo.
Tenía el cuello de la camisa abierto por lo que dejó ver la parte superior de su pecho. A Myriam se le secó la garganta recordando cómo se apretaba contra esos músculos mientras hacían el amor.
Al levantar la vista, vio que él la miraba irónico, y sintió que se ruborizaba.
—Parece que tienes calor —dijo él—. ¿Tienes vino en la nevera?
—Hay una botella abierta —consiguió responder ella.
Víctor llenó dos copas de Chablis y sirvió el pollo con nueces. Entonces agarró una nuez con los palillos y se la ofreció a Myriam.
Inconscientemente ella abrió la boca para recibirla, recordando la primera comida que compartieron en Chinatown, cuando ella dijo que de ese pollo solo le gustaban las nueces. Él le había ofrecido las nueces de su propio plato, y desde ese día se había convertido en un cariñoso ritual.
Pero nunca había habido amor. Él tan solo quería utilizarla.
—Todavía no me has dicho por qué me abandonaste.
—Deberías saberlo.
—Si es por lo que creo, fue…
—¿Crees que no me importaba? —explotó ella—. ¿Crees que iba a dejar que me utilizaras sin decir nada?
—No tengo ni la menor idea de lo que estás hablando —dijo él frunciendo el ceño—. Será mejor que te expliques.
—No tengo intención de explicarte nada —se levantó enfurecida—. Si no te vas ahora mismo me iré yo.
—Siéntate y acaba de comer —dijo él tranquilamente.
Ella quería marcharse, pero fue incapaz y se encontró a sí misma sentándose de nuevo.
—¿Por qué ni siquiera me hiciste saber que estabas a salvo?
—Intenté no pensar en ti en absoluto.
—¿Y qué pasa con el resto de la familia? Todos estaban muy preocupados, en especial Beth.
—Lo siento. Tu madrastra me caía bien —dijo ella con sinceridad.
—Sufrió otro ataque al corazón —dijo él. Myriam contuvo la respiración—. Pero se recuperó, gracias a Dios.
—¿Me estás diciendo que de no haberse recuperado sería yo la responsable?
—Te hago a ti responsable —dijo él con amarga ironía.
A Myriam le dio un vuelco el corazón. Aunque, ciertamente, era mejor que la culpasen a ella.
—¿Estás avergonzada? —le preguntó él.
—¿Por qué debería yo estar avergonzada?
—Se me ocurren unas cuantas razones. La primera y más importante es que traicionaste a una mujer que te abrió su corazón.
Viéndolo en perspectiva, debería haberle dejado una nota, haberse inventado alguna excusa. Pero Myriam estaba tan afectada que no habría sabido qué decir.
—Lo siento —dijo ella—. No fue mi intención hacerle daño…
Un suave zumbido cortó sus palabras.
—Perdona —dijo Víctor, sacando un móvil de la chaqueta—. ¿Diga?… Sí… Sí…, estaré contigo enseguida —volvió a guardarse el móvil—. Lo siento. Tengo que irme ya.
—Lamento no poder sentirlo yo también —dijo ella.
Sin decir nada, él se acercó y, con calculada insolencia, le metió la mano por la bata y le agarró el pecho.
Ella se quedó quieta y callada, sabiendo que Víctor esperaba verla saltar y protestar.
Él sonrió y acercó su boca a la suya.
—Cuando esta noche estés durmiendo sola, sueña que te estoy haciendo el amor.
—No, si puedo evitarlo —le espetó ella.
—Si estás lo bastante frustrada, verás que es imposible evitarlo.
—No estoy frustrada.
Él le acarició el pezón con el pulgar hasta hacerlo endurecer.
—Siempre has respondido muy bien.
—¿No estás olvidando algo? —preguntó ella levantándose y cubriéndose con la bata—. O mejor dicho, ¿a alguien? —él la miró con los ojos entrecerrados—. Puede que Charles no sea joven, pero está en forma.
Víctor soltó un pequeño gruñido y le agarró un brazo.
—Ni se te ocurra pensar en eso. De ahora en adelante quiero ser el único hombre en tu vida —la atrajo hacia él y volvió a besarla, pero esa vez el beso fue breve y violento—. Hasta la vista —dijo con voz burlona.
Al minuto siguiente se había marchado, pero ella seguía temblando.
¿Qué iba a hacer? La inesperada visita de Víctor le había demostrado dos cosas: que iba completamente en serio, y que ella no tenía posibilidad alguna de resistirse.
Había sido así desde el principio. Lo había amado en cuerpo y alma, y había depositado en él la esperanza de una felicidad en común.
Pero esa felicidad había durado poco. Apenas dos meses, desde el comienzo, lleno de entusiasmo, hasta el amargo final.
Y de nuevo se cernía la amenaza de volver a pasar por la misma tortura. Y no importaba que los sentimientos de Víctor hacia la otra mujer hubiesen muerto. La situación seguiría insoportable.
Le había dicho que solo la deseaba a ella, pero Myriam sabía que nunca más podría confiar en él. Y él debía de saberlo… Llevarla al tormento de los celos formaba parte de la venganza.
No, no… No podía volver con él.
Pero, por mucho que intentara convencerse, sabía que en el fondo era como una polilla que se lanzara irresistiblemente a las llamas.
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Gracias por el Cap. Me gusta la novela esta muy interesante no tardes con los sig. Caps Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
graciias por el cap niiña xfa no tardes con el siiguiiente cap sii
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Chicas de nuevo aqui para ponerles otro capitulo de esta interesante historia.....
gracias por sus comentarios, y espero que sigan poniendolos...
Capítulo 3
Myriam apretó los dientes e intentó borrar la escalofriante imagen de Víctor. Tenía que alejarse de esa irresistible atracción.
¿Cómo podía seguir amando a un hombre que la había odiado? Era una locura. Un amor tan nocivo solo podía llevarla a la destrucción.
Si ella lo permitía.
Pero aunque pudiera resistirse, todo lo que tenía por delante era un futuro vacío. Para ella el amor y el sexo iban de la mano. No era una mujer a la que gustasen las aventuras amorosas, pero todavía era joven y tenía sus necesidades naturales.
Había conseguido reprimir esas necesidades durante dos años y medio, pero el beso de Víctor las había sacado a la luz.
Si no quería vivir como una monja, la solución era casarse con Charles. Con él estaría a salvo, y podría llevar una vida familiar tranquila y feliz.
¿Por qué no? Puede que por su parte no hubiera mucha pasión, pero si él podía hacerla feliz…
El reloj dio las ocho campanadas. Charles llegaría seguramente en media hora.
Entró en la cocina y se puso a fregar los platos de la cena, intentando pensar en el futuro que se le ofrecía en vez de en el doloroso pasado.
Cuando estaba terminando de secar la tetera oyó el sonido de la llave en la puerta.
—Has llegado temprano —le dijo a Charles con una sonrisa cuando lo vio en el vestíbulo—. ¿Cómo ha ido la cita?
—Muy bien —se sentía contento de haber vuelto a casa, en vez de ir a un pub como había sugerido su cliente.
—Estupendo —hablaba con tono distraído, como si estuviera pensando en otras cosas.
—¿Te sigue doliendo la cabeza? —le preguntó él amablemente.
—No, no mucho. Me tomé dos aspirinas al llegar. ¿Te apetece un poco de café?
—Me encantaría —viéndola con la bata que le había regalado, y con los cabellos rizados cayéndole sobre los hombros. Charles pensó que nunca la había visto tan hermosa. Ni tan tensa. Algo debía de preocuparla—. ¿Pensabas acostarte temprano?
—No tenía ganas de vestirme otra vez después de ducharme —dijo negando con la cabeza.
—¿Por qué no tomas el café conmigo, si no tienes pensando irte a la cama?
—Sí, me gustaría. Además, quiero hablar contigo —él colgó su chaqueta y se dispuso a seguirla a la cocina, pero ella lo detuvo—. Llevaré el café a la salita.
Preparó la bandeja y la llevó a la salita, que a esa hora se inundaba con la agradable luz del atardecer. Myriam sirvió el café, le añadió azúcar y crema, y se lo tendió a Charles.
—Gracias. Me pregunto qué habré hecho para que me esperes con tantas ganas —dijo él jocosamente. Ella dejó su taza y miró a través de la ventana. No tenía ni idea de cómo tratar el tema—. ¿De qué querías hablar?
¿Y si había cambiado de idea? Ella dudó unos segundos antes de decidirse.
—Cuando me pediste el matrimonio, me dijiste que si cambiaba de opinión la propuesta seguiría en pie.
Era lo último que Charles esperaba oír, por lo que tardó un poco en reaccionar.
—Así es —sus ojos azules se llenaron de esperanza—. ¿Has cambiado de opinión?
—Sí, me casare contigo si aún quieres casarte conmigo.
—¡Cariño! —exclamó él poniéndose en pie de un salto—. Créeme, es lo que más quiero en el mundo —la abrazó y le dio un beso agradable, casi excitante—. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Bueno, yo… Me puse a pensar y… quiero un marido, un hogar, y una familia… ¿Tú quieres tener hijos?
—Nunca había pensado en eso —respondió él con sinceridad—. Pero si eso te hace feliz… ¿En cuántos estás pensando? —hablaba como si no se creyera su suerte.
—Al menos dos, puede que tres o cuatro.
—¿Por qué pararse en cuatro? —se burló él.
—Charles… ¿Estás seguro de que eso es lo que quieres? ¿Una esposa y una familia?
—Completamente seguro. Cuarenta y tres años no es ser demasiado viejo.
—No, claro que no.
—Pero no puedo ser más joven, así que, ¿cuándo quieres casarte?
—Tan pronto como tú quieras.
—¿Qué tipo de boda te gustaría?
—Una boda tranquila.
—¿No quieres llevar un vestido blanco con todos esos adornos?
—El blanco es el color de la virginidad —debía contarle la verdad.
—¿Y tú no eres virgen?
—No, y lo siento si eso te disgusta.
—Cariño, no soy Victoriano hasta ese punto. Yo mismo no he sido un monje, por lo que no espero que una mujer de veinticuatro años nunca haya tenido amantes.
—Amantes en plural, no.
—¿Solo uno?
—Si.
Charles se puso tenso. Varios amantes no tenían por qué significar nada. Pero uno solo sí, y más a juzgar por el rostro de Myriam.
Entonces recordó la reacción que había tenido al ver al hombre de la galería.
—Fue Víctor García, ¿verdad?
Ella se humedeció los labios y asintió.
Charles la llevó hasta el sofá y los dos se sentaron.
—Creo que deberías hablarme de él.
—Yo… —la última persona de la que quería hablar era Víctor—. No sé por dónde empezar.
—Empieza por el principio —sugirió él tranquilamente.
—Nos conocimos hace tres años. Yo acababa de salir de la Escuela de Arte y estaba trabajando en la Trantor Gallery. Una mañana vino un hombre…
Mientras le contaba lo más importante, su memoria fue recordando todos los detalles, y fue como revivir el pasado.
Al mediodía la galería estaba casi desierta, con tan solo una pareja de ancianos y un pequeño grupo de hombres de negocios discutiendo sobre dos cuadros abstractos.
Myriam estaba sentada tras el mostrador de recepción, consultando un catálogo, cuando un hombre abrió la puerta de cristal ahumado e irrumpió en la sala.
Era alto y corpulento, de unos treinta años, con una espesa mata de pelo negro y rizado, iba vestido con una elegante chaqueta y unos zapatos hechos a mano.
Cuando se acercó a ella, Myriam pudo ver los poderosos rasgos de su rostro y su bonita boca. Era uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida.
—¿Señorita Montemayor? —le preguntó sonriéndole. Tenía unos ojos increíbles, de color azul violáceo, que a Myriam le resultó imposible no mirarlos.
—S… sí —consiguió responder, completamente ensimismada y con el corazón desbocado.
—Mi nombre es Víctor García. Conozco a sus padres.
—Viven en Nueva York —dijo ella como una tonta.
—Sí, lo sé —sonrió otra vez, mostrando sus blancos dientes—. Comí con ellos hace dos días, y me dijeron dónde podía encontrarla —su voz era cálida y ligeramente ronca, con un suave acento americano—. Me gustaría discutir algo con usted. ¿Me permite invitarla a almorzar?
—Solo suelo tomar un yogurt —dijo ella, entre excitada y decepcionada.
—Bueno, había pensado en algo más consistente —dijo él en tono burlón—, pero si eso es todo lo que le apetece…
—No es eso —aclaró, pasmada por que se estuviera riendo de ella—. En este momento nadie puede sustituirme, por lo que solo dispongo de diez minutos para comer.
—Seguramente no estará aquí sola —dijo él pasando la vista por la galería.
—Oh, no. El señor y la señora Trantor están en la oficina.
—¿Dónde está?
—Es la puerta a la izquierda.
—Voy a hablar con ellos.
—Preferiría que no lo hiciera —se apresuró a decir ella.
—¿No quiere almorzar conmigo? —le preguntó el arqueando una ceja.
—No es eso, pero no creo que me permitan salir ahora…
—Oh, yo creo que sí.
—Por favor, señor García, acabo de adquirir un pequeño piso amueblado, y no me puedo permitir perder mi empleo.
—Víctor, por favor. Y nadie ha dicho que vaya a perder su empleo.
Antes de que ella pudiera seguir protestando, él se dirigió hacia la puerta indicada, llamó y entró, como si fuera el propietario de la galería.
Ella esperó conteniendo la respiración hasta que volvió a salir. La señora Trantor lo acompañaba, y para sorpresa de Myriam, estaba sonriendo.
—No, claro que no me importa, señor García —le estaba diciendo al visitante—. Estaré encantada de atender la recepción yo misma. Puede irse, señorita Montemayor.
Myriam murmuró un agradecimiento y corrió a arreglarse un poco. A los pocos segundos los dos estaban fuera. Era un día frío de octubre, con la luz solar iluminando los colores otoñales y bandadas de hojas secas volando al viento.
—He pensado que podríamos ir al Pentagram —sugirió Víctor García. Se trataba de uno de los mejores restaurantes de Londres—. ¿Le parece bien?
—No creo que vaya apropiadamente vestida —reconoció ella incómoda.
—Yo creo que tiene un aspecto magnífico —dijo él mirando su traje color berenjena y su blusa color crema.
Una limusina negra estaba aparcada cerca de allí.
Al aproximarse, el chófer salió y les abrió la puerta. Cuando los dos entraron y el coche se puso en marcha, Víctor la miró con una sonrisa y ella se quedó sin respiración. Sentía como si estuviera sentada al borde de un precipicio.
—Dijo que tenía que discutir algo conmigo —se forzó a decir, intentando apartar la mirada de aquel rostro tan perfecto.
—Así es, pero esperaremos a comer.
—¿Cuánto falta para llegar al restaurante7
—Unos veinte minutos.
—¡Veinte minutos! Señor García, no creo que haya tiempo para…
—Víctor —insistió él—. No se preocupe. La señora Trantor le ha dado el resto de la tarde libre.
—¿El resto de la tarde libre? —repitió ella asombrada—. ¿Cómo lo ha conseguido?
—Supongo que será por la perspectiva de hacer negocios conmigo. Todo lo que tuve que hacer fue expresar mi intención de comprar un Jonathan Cass.
Myriam se quedó boquiabierta. Si quería comprar un Jonathan Cass, aparte de sobrarle un millón o dos, ese hombre era un entendido de arte.
—¿Le gusta el arte?
—Los negocios, más bien. Compro todo lo que pueda suponer un beneficio, a menos que sea para mi colección particular. En ese caso compro solo lo que me gusta.
—¿Y el Cass es para…?
—Para mi colección particular. Aunque tendré que dejarlo en la galería por algún tiempo para fomentar el interés.
—¿Tiene una galería?
—En Madison Avenue. Sus padres asistieron a una exposición allí hace unas semanas. Dígame algo… Myriam… ¿puedo llamarte Myriam?
—Por supuesto.
—¿Por qué no les dijiste a los Trantor que eras hija de Brad y Mia Montemayor?
—No creí que fuera relevante. ¿Cómo sabes que no se lo dije?
—Está claro que si le lo hubieras dicho, no te habrían tratado como a una simple recepcionista.
—Por desgracia eso es lo que soy.
—¿Cuánto tiempo llevas en la galería?
—Casi cuatro meses.
—¿Por qué? —preguntó con el ceño fruncido—. Seguramente no pasaste aquellos años en la universidad para sentarte tras un mostrador a responder preguntas necias.
—No, pero el trabajo en el mundo del arte no siempre es lo que uno quiere.
—Se te abrirían muchas puertas si hicieras saber quiénes son tus padres.
—Al no tener talento artístico, poco importa quiénes sean mis padres. Lo que debería importar es lo que he aprendido y de lo que soy capaz.
—Estoy de acuerdo, pero sigo pensando que tú misma te lo pones difícil.
—No, solo estoy rechazando que sea fácil.
—¿Sabes? Eres una mujer excepcional —dijo él con una mirada de admiración y respeto—. Casi todo el mundo aprovecharía cualquier ventaja por pequeña que fuera. Pero tú… —hizo una pequeña pausa—. Supongo que no será fácil ser educada por unos padres tan especiales. Apuesto a que además fuiste hija única, y que con frecuencia le sentías sola y desatendida.
—Sí —reconoció ella—. Tenía todo lo que necesitaba, excepto el tiempo de mis padres. Nunca me sentaron en sus rodillas ni me abrazaron.
—Las personas que viven para el arte tienden a despreocuparse de sus hijos.
—Hablas como si te hubiera pasado a ti.
—Los dos somos de la misma clase. Aunque tenía todo lo que el dinero pudiera comprar, hasta que tuve diez años lo único que sabía del amor era cómo vivir sin él.
A Myriam se le encogió el corazón al imaginarse el niño desolado que habría sido.
—Las dos únicas obsesiones de mi padre eran el dinero y la política —al decirlo le agarró la mano, lo que le produjo un fuerte estremecimiento—. Pasaba casi todo el tiempo en Wall Street o asistiendo a reuniones, por lo que casi nunca lo veía. No habría importado mucho si mi madre hubiese tenido tiempo para mí. Pero también ella estaba absorbida por la política, codeándose con antiguos presidentes e incluso con los futuros. Una vez que le dio a su marido el hijo y el heredero que necesitaba, me dejó en manos de las niñeras y de los tutores. La vi tan poco que, cuando murió en un accidente de avión, teniendo yo diez años, apenas pude recordarla al cabo de pocos meses. Cuando mi padre se volvió a casar, fue cuando verdaderamente descubrí el cariño. Beth, una viuda inglesa con dos hijos pequeños, me abrió su corazón y tuvo todo el tiempo para mí. De ese modo pude sentir el amor que… Ah, ya hemos llegado.
Se habían detenido en una calle arbolada, frente a un bonito edificio que parecía más una mansión particular que un restaurante. Tan solo el cartel con las cinco estrellas y el nombre lo identificaban.
—Lo siento —se disculpó mientras la ayudaba a salir—. Mi intención era hablar de ti, pero en vez de eso te he aburrido con mis cosas.
—No me he aburrido en absoluto —dijo ella negando con la cabeza.
—Tienes unos modales exquisitos. Cuando te conozca mejor seré capaz de juzgarte.
La idea de que quería conocerla mejor la mantuvo en una nube mientras entraban en el elegante vestíbulo con suelo de mármol.
—Señor García, es un placer volver a verlo —lo saludó el encargado, impecablemente vestido, con una rosa en el ojal.
—Lo mismo digo, Michael —respondió Víctor estrechándole la mano.
—¿Va a quedarse mucho tiempo?
—Unos cuantos días.
Un discreto pitido advirtió al encargado que estaba siendo requerido, y los hizo acompañar a un camarero. Antes de alejarse le hizo una pequeña reverencia a Myriam.
El maître los condujo hasta el comedor, adornado con una lujosa alfombra turca y con cortinas carmesí y doradas. Seis de las ocho mesas estaban ocupadas, y en un extremo había una chimenea encendida, rodeada de pequeños sofás tapizados de terciopelo.
Cuando estuvieron acomodados en una mesa junto a una de las ventanas, se acercó un camarero y les sirvió dos copas de jerez en una bandeja de plata.
—Espero que te guste el jerez —le susurró Víctor.
—Sí, me gusta.
—Todo lo que sirven aquí es de lo mejor, pero no se puede elegir.
—¿Quieres decir que nadie sabe lo que va a tomar hasta que se lo traen?
—No, a menos que se pregunte o se mire a hurtadillas a otra mesa, lo que no se aprueba.
—Bueno, casi todo me gusta… —dijo ella, casi segura de que le estaba tomando el pelo.
—Admiro a la mujer con espíritu aventurero.
—… salvo las ostras —terminó de decir ella.
—Las ostras son una especialidad de este sitio —dijo él con ojos brillantes. Ella reprimió otro estremecimiento—. Espero que no te esté poniendo nerviosa.
—En absoluto —mintió ella—. Si no me gusta siempre puedo dejarlo.
—No, si quieres salir viva de aquí.
Myriam sonrió, completamente segura ya de que se estaba burlando de ella.
—Eres encantadora cuando sonríes —le dijo él con voz suave—. Pensaba que había pasado de moda con lo Victoriano —añadió, fijándose en el matiz rosado de sus mejillas.
—¿El qué ha pasado de moda con lo Victoriano?
—Ruborizarse por un cumplido —dijo él con una sonrisa divertida.
—Bueno, ruborizarse es lo único que tengo en mi repertorio, así que no esperes que me ponga a chillar si veo un ratón.
—Si ves un ratón aquí, seré yo quien se ponga a chillar —respondió él jocosamente—. No sería bueno para la fama de este sitio, y como tengo una inversión aquí…
—¿Una inversión? Pensaba que vivías en Nueva York.
—Así es, pero como banquero tengo puesto el dedo en muchas piezas.
En ese momento les trajeron una torta de mariscos, acompañada de un vino blanco frío.
—¿Está bien? —le preguntó Víctor.
—Estupendamente, gracias —respondió ella educadamente, pero al probarla descubrió que estaba deliciosa.
A continuación les sirvieron un suflé de queso y una compota de frutas con Madeira. Entre plato y plato les servían un pequeño sorbete.
Hubiera sido un sacrilegio hablar durante la exquisita comida, pero a Myriam el corazón le latía con fuerza, siendo consciente de que Víctor estaba más pendiente de ella que de los platos.
Solo después de haber tomado el café, y estando sentados frente a la chimenea, volvió él a hablar.
—¿Y bien?
—Ha sido una experiencia totalmente nueva para mí —reconoció ella.
—También para mí lo ha sido —ella lo miró inquisitivamente y él prosiguió—. De todas las mujeres que he traído aquí, eres la única que no ha hablado durante la comida. ¿Quién era el que llamaba a su esposa, Mi dulce silencio?
—No lo sé —dijo sintiendo un regocijo en su interior. Aunque se acababan de conocer, su aprobación significaba mucho para ella.
—Dime, Myriam —dijo él estirando las piernas—, ¿has estado alguna vez en Nueva York?
—No, pero siempre he querido ir.
—¿Te gustaría trabajar allí?
—Me encantaría, pero… ¿Me estás ofreciendo un empleo?
—¿No quieres uno?
—Eso depende de por qué me lo ofrezcas.
—¿Crees que es por tus padres?
—¿No lo es?
—¿Crees que a mí me importa quienes sean tus padres?
—Pero supongo que te habrán hablado de mí, ¿no? —dijo ella sintiéndose como una idiota—. De otro modo nunca te habrías enterado de mi existencia.
—No voy a negar que me hablaron de ti.
—No me lo explico. Hace más de tres meses que no sé nada de ellos.
—Parecen estar muy orgullosos de lo que estás haciendo. ¿Conseguiste algún premio?
—Sí.
—¿De qué?
—Se trataba de preparar una exposición para un artista desconocido. Puse en práctica todo lo que había aprendido sobre lienzos, marcos, iluminación, catalogación, publicidad… El objetivo era que la exposición fuese un éxito económico y crítico.
—¿Te divertiste?
—Mucho.
—¿Te gustaría hacer lo mismo regularmente?
—¿Es ese el trabajo que me estás ofreciendo? —preguntó ella intentando ocultar su entusiasmo.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque mi ayudante, la señorita Caulfield, que lleva conmigo cuatro años, va a casarse y se marcha a vivir a Canadá.
—Quiero decir, ¿por qué yo? Hay mucha gente mejor preparada.
—Cierto, pero siempre he creído que hay que darle una oportunidad a los nuevos talentos.
—Suena fantástico —dijo ella, expresando sus pensamientos en voz alta—. Pero necesitaría un lugar donde vivir.
—Un apartamento va incluido con el puesto, que, a propósito, supone un sueldo de…
Dijo una cifra que a Myriam le pareció desorbitada, y él notó su expresión.
—Vivir en Nueva York no es barato, pero creo que te gustará.
Hablaba como si ya hubiera aceptado, pensó ella sin poder creérselo del todo.
Era una oportunidad única. No solo viviría en una de las ciudades más fascinantes del mundo haciendo el trabajo que quería, sino que además, lo estaría haciendo para él…
Pero, ¿sería una buena idea? Un hombre tan atractivo como Víctor debía de estar casado o tener una relación estable, al menos. Pero aunque no fuera así, ella solo sería una chica trabajadora, y si le daba rienda suelta a sus sentimientos, acabaría sufriendo mucho. Así que, ¿era sensato aceptar una oferta tan tentadora?
No lo era, y a ella no le gustaban los riesgos.
—Quizá no quieras aceptar mi oferta porque piensas que se debe a tus padres, ¿no es así? —le preguntó él, interrumpiendo sus silenciosos pensamientos.
—No, yo…
—Te aseguro que ellos no intentaron venderte…
Ella lo creyó. A sus padres no les importaba lo bastante para hacer eso.
—De hecho, aunque me dijeron dónde podía encontrarte, no tienen ni la más remota idea de que yo estuviera pensando en ofrecerte un trabajo… ¿y bien? —preguntó con impaciencia—. ¿Qué dices?
Myriam sabía muy bien que debía rechazar la oferta.
—Sí, gracias. Acepto.
Víctor sonrió, y por un momento a ella le pareció que respiraba con alivio…
—Bueno, ahora que has tomado una decisión, démonos un apretón de manos.
Pensando que iba al encuentro con su destino, ella le tendió la mano. Al tocarla, sintió una corriente eléctrica por el brazo.
El efecto que tuvo en ella fue devastador. El sentido común le dijo que estaba jugando con fuego, pero estaba demasiado envuelta como para preocuparse.
—¿Cuándo quieres que empiece?
—Lo más pronto posible. Preferiblemente la semana que viene.
—Oh…
—No te preocupes. Arreglaré las cosas con los Trantor. ¿O es que hay algo más? —su tono se endureció—. ¿Un novio, quizá?
—No, al menos no uno serio.
—Dijiste algo de un piso —comentó él, más relajado—. ¿Es alquilado?
—Sí.
—Entonces no habrá ningún problema. Espero que no te dé miedo volar.
—No, no creo, aunque nunca he volado a ninguna parte.
—¿Tienes pasaporte?
—Sí, justo antes de acabar la universidad viajé con un grupo de estudiantes en un destartalado autobús que se averiaba todos los días.
—Suena muy divertido.
—Lo fue —dijo ella sonriendo por los recuerdos.
—¿Cuál es exactamente el problema? —le preguntó, pensando en lo bonita que era.
—Me temo que no tengo dinero para el billete —admitió ella.
—Mi querida Myriam, tú vendrás conmigo en el avión de la compañía —a Myriam le pareció que estaba montando toda una campaña para ella—. ¿Estarás lista para salir el viernes?
Dentro de dos días. Aparte de decírselo a su casero y de empaquetar sus pocas pertenencias, no tenía nada más que hacer.
—Sí, estaré lista.
—Estupendo.
—¿Qué habría pasado si hubiera rechazado la oferta? preguntó sin poder resistirse.
—Hubiera retrasado la vuelta a Nueva York —dijo él sonriendo. Viendo su expresión de anonadamiento, añadió con el tono irónico que a ella empezaba a resultarle familiar—: Soy el jefe, y el juego consiste en conseguir lo que quiero.
gracias por sus comentarios, y espero que sigan poniendolos...
Capítulo 3
Myriam apretó los dientes e intentó borrar la escalofriante imagen de Víctor. Tenía que alejarse de esa irresistible atracción.
¿Cómo podía seguir amando a un hombre que la había odiado? Era una locura. Un amor tan nocivo solo podía llevarla a la destrucción.
Si ella lo permitía.
Pero aunque pudiera resistirse, todo lo que tenía por delante era un futuro vacío. Para ella el amor y el sexo iban de la mano. No era una mujer a la que gustasen las aventuras amorosas, pero todavía era joven y tenía sus necesidades naturales.
Había conseguido reprimir esas necesidades durante dos años y medio, pero el beso de Víctor las había sacado a la luz.
Si no quería vivir como una monja, la solución era casarse con Charles. Con él estaría a salvo, y podría llevar una vida familiar tranquila y feliz.
¿Por qué no? Puede que por su parte no hubiera mucha pasión, pero si él podía hacerla feliz…
El reloj dio las ocho campanadas. Charles llegaría seguramente en media hora.
Entró en la cocina y se puso a fregar los platos de la cena, intentando pensar en el futuro que se le ofrecía en vez de en el doloroso pasado.
Cuando estaba terminando de secar la tetera oyó el sonido de la llave en la puerta.
—Has llegado temprano —le dijo a Charles con una sonrisa cuando lo vio en el vestíbulo—. ¿Cómo ha ido la cita?
—Muy bien —se sentía contento de haber vuelto a casa, en vez de ir a un pub como había sugerido su cliente.
—Estupendo —hablaba con tono distraído, como si estuviera pensando en otras cosas.
—¿Te sigue doliendo la cabeza? —le preguntó él amablemente.
—No, no mucho. Me tomé dos aspirinas al llegar. ¿Te apetece un poco de café?
—Me encantaría —viéndola con la bata que le había regalado, y con los cabellos rizados cayéndole sobre los hombros. Charles pensó que nunca la había visto tan hermosa. Ni tan tensa. Algo debía de preocuparla—. ¿Pensabas acostarte temprano?
—No tenía ganas de vestirme otra vez después de ducharme —dijo negando con la cabeza.
—¿Por qué no tomas el café conmigo, si no tienes pensando irte a la cama?
—Sí, me gustaría. Además, quiero hablar contigo —él colgó su chaqueta y se dispuso a seguirla a la cocina, pero ella lo detuvo—. Llevaré el café a la salita.
Preparó la bandeja y la llevó a la salita, que a esa hora se inundaba con la agradable luz del atardecer. Myriam sirvió el café, le añadió azúcar y crema, y se lo tendió a Charles.
—Gracias. Me pregunto qué habré hecho para que me esperes con tantas ganas —dijo él jocosamente. Ella dejó su taza y miró a través de la ventana. No tenía ni idea de cómo tratar el tema—. ¿De qué querías hablar?
¿Y si había cambiado de idea? Ella dudó unos segundos antes de decidirse.
—Cuando me pediste el matrimonio, me dijiste que si cambiaba de opinión la propuesta seguiría en pie.
Era lo último que Charles esperaba oír, por lo que tardó un poco en reaccionar.
—Así es —sus ojos azules se llenaron de esperanza—. ¿Has cambiado de opinión?
—Sí, me casare contigo si aún quieres casarte conmigo.
—¡Cariño! —exclamó él poniéndose en pie de un salto—. Créeme, es lo que más quiero en el mundo —la abrazó y le dio un beso agradable, casi excitante—. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Bueno, yo… Me puse a pensar y… quiero un marido, un hogar, y una familia… ¿Tú quieres tener hijos?
—Nunca había pensado en eso —respondió él con sinceridad—. Pero si eso te hace feliz… ¿En cuántos estás pensando? —hablaba como si no se creyera su suerte.
—Al menos dos, puede que tres o cuatro.
—¿Por qué pararse en cuatro? —se burló él.
—Charles… ¿Estás seguro de que eso es lo que quieres? ¿Una esposa y una familia?
—Completamente seguro. Cuarenta y tres años no es ser demasiado viejo.
—No, claro que no.
—Pero no puedo ser más joven, así que, ¿cuándo quieres casarte?
—Tan pronto como tú quieras.
—¿Qué tipo de boda te gustaría?
—Una boda tranquila.
—¿No quieres llevar un vestido blanco con todos esos adornos?
—El blanco es el color de la virginidad —debía contarle la verdad.
—¿Y tú no eres virgen?
—No, y lo siento si eso te disgusta.
—Cariño, no soy Victoriano hasta ese punto. Yo mismo no he sido un monje, por lo que no espero que una mujer de veinticuatro años nunca haya tenido amantes.
—Amantes en plural, no.
—¿Solo uno?
—Si.
Charles se puso tenso. Varios amantes no tenían por qué significar nada. Pero uno solo sí, y más a juzgar por el rostro de Myriam.
Entonces recordó la reacción que había tenido al ver al hombre de la galería.
—Fue Víctor García, ¿verdad?
Ella se humedeció los labios y asintió.
Charles la llevó hasta el sofá y los dos se sentaron.
—Creo que deberías hablarme de él.
—Yo… —la última persona de la que quería hablar era Víctor—. No sé por dónde empezar.
—Empieza por el principio —sugirió él tranquilamente.
—Nos conocimos hace tres años. Yo acababa de salir de la Escuela de Arte y estaba trabajando en la Trantor Gallery. Una mañana vino un hombre…
Mientras le contaba lo más importante, su memoria fue recordando todos los detalles, y fue como revivir el pasado.
Al mediodía la galería estaba casi desierta, con tan solo una pareja de ancianos y un pequeño grupo de hombres de negocios discutiendo sobre dos cuadros abstractos.
Myriam estaba sentada tras el mostrador de recepción, consultando un catálogo, cuando un hombre abrió la puerta de cristal ahumado e irrumpió en la sala.
Era alto y corpulento, de unos treinta años, con una espesa mata de pelo negro y rizado, iba vestido con una elegante chaqueta y unos zapatos hechos a mano.
Cuando se acercó a ella, Myriam pudo ver los poderosos rasgos de su rostro y su bonita boca. Era uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida.
—¿Señorita Montemayor? —le preguntó sonriéndole. Tenía unos ojos increíbles, de color azul violáceo, que a Myriam le resultó imposible no mirarlos.
—S… sí —consiguió responder, completamente ensimismada y con el corazón desbocado.
—Mi nombre es Víctor García. Conozco a sus padres.
—Viven en Nueva York —dijo ella como una tonta.
—Sí, lo sé —sonrió otra vez, mostrando sus blancos dientes—. Comí con ellos hace dos días, y me dijeron dónde podía encontrarla —su voz era cálida y ligeramente ronca, con un suave acento americano—. Me gustaría discutir algo con usted. ¿Me permite invitarla a almorzar?
—Solo suelo tomar un yogurt —dijo ella, entre excitada y decepcionada.
—Bueno, había pensado en algo más consistente —dijo él en tono burlón—, pero si eso es todo lo que le apetece…
—No es eso —aclaró, pasmada por que se estuviera riendo de ella—. En este momento nadie puede sustituirme, por lo que solo dispongo de diez minutos para comer.
—Seguramente no estará aquí sola —dijo él pasando la vista por la galería.
—Oh, no. El señor y la señora Trantor están en la oficina.
—¿Dónde está?
—Es la puerta a la izquierda.
—Voy a hablar con ellos.
—Preferiría que no lo hiciera —se apresuró a decir ella.
—¿No quiere almorzar conmigo? —le preguntó el arqueando una ceja.
—No es eso, pero no creo que me permitan salir ahora…
—Oh, yo creo que sí.
—Por favor, señor García, acabo de adquirir un pequeño piso amueblado, y no me puedo permitir perder mi empleo.
—Víctor, por favor. Y nadie ha dicho que vaya a perder su empleo.
Antes de que ella pudiera seguir protestando, él se dirigió hacia la puerta indicada, llamó y entró, como si fuera el propietario de la galería.
Ella esperó conteniendo la respiración hasta que volvió a salir. La señora Trantor lo acompañaba, y para sorpresa de Myriam, estaba sonriendo.
—No, claro que no me importa, señor García —le estaba diciendo al visitante—. Estaré encantada de atender la recepción yo misma. Puede irse, señorita Montemayor.
Myriam murmuró un agradecimiento y corrió a arreglarse un poco. A los pocos segundos los dos estaban fuera. Era un día frío de octubre, con la luz solar iluminando los colores otoñales y bandadas de hojas secas volando al viento.
—He pensado que podríamos ir al Pentagram —sugirió Víctor García. Se trataba de uno de los mejores restaurantes de Londres—. ¿Le parece bien?
—No creo que vaya apropiadamente vestida —reconoció ella incómoda.
—Yo creo que tiene un aspecto magnífico —dijo él mirando su traje color berenjena y su blusa color crema.
Una limusina negra estaba aparcada cerca de allí.
Al aproximarse, el chófer salió y les abrió la puerta. Cuando los dos entraron y el coche se puso en marcha, Víctor la miró con una sonrisa y ella se quedó sin respiración. Sentía como si estuviera sentada al borde de un precipicio.
—Dijo que tenía que discutir algo conmigo —se forzó a decir, intentando apartar la mirada de aquel rostro tan perfecto.
—Así es, pero esperaremos a comer.
—¿Cuánto falta para llegar al restaurante7
—Unos veinte minutos.
—¡Veinte minutos! Señor García, no creo que haya tiempo para…
—Víctor —insistió él—. No se preocupe. La señora Trantor le ha dado el resto de la tarde libre.
—¿El resto de la tarde libre? —repitió ella asombrada—. ¿Cómo lo ha conseguido?
—Supongo que será por la perspectiva de hacer negocios conmigo. Todo lo que tuve que hacer fue expresar mi intención de comprar un Jonathan Cass.
Myriam se quedó boquiabierta. Si quería comprar un Jonathan Cass, aparte de sobrarle un millón o dos, ese hombre era un entendido de arte.
—¿Le gusta el arte?
—Los negocios, más bien. Compro todo lo que pueda suponer un beneficio, a menos que sea para mi colección particular. En ese caso compro solo lo que me gusta.
—¿Y el Cass es para…?
—Para mi colección particular. Aunque tendré que dejarlo en la galería por algún tiempo para fomentar el interés.
—¿Tiene una galería?
—En Madison Avenue. Sus padres asistieron a una exposición allí hace unas semanas. Dígame algo… Myriam… ¿puedo llamarte Myriam?
—Por supuesto.
—¿Por qué no les dijiste a los Trantor que eras hija de Brad y Mia Montemayor?
—No creí que fuera relevante. ¿Cómo sabes que no se lo dije?
—Está claro que si le lo hubieras dicho, no te habrían tratado como a una simple recepcionista.
—Por desgracia eso es lo que soy.
—¿Cuánto tiempo llevas en la galería?
—Casi cuatro meses.
—¿Por qué? —preguntó con el ceño fruncido—. Seguramente no pasaste aquellos años en la universidad para sentarte tras un mostrador a responder preguntas necias.
—No, pero el trabajo en el mundo del arte no siempre es lo que uno quiere.
—Se te abrirían muchas puertas si hicieras saber quiénes son tus padres.
—Al no tener talento artístico, poco importa quiénes sean mis padres. Lo que debería importar es lo que he aprendido y de lo que soy capaz.
—Estoy de acuerdo, pero sigo pensando que tú misma te lo pones difícil.
—No, solo estoy rechazando que sea fácil.
—¿Sabes? Eres una mujer excepcional —dijo él con una mirada de admiración y respeto—. Casi todo el mundo aprovecharía cualquier ventaja por pequeña que fuera. Pero tú… —hizo una pequeña pausa—. Supongo que no será fácil ser educada por unos padres tan especiales. Apuesto a que además fuiste hija única, y que con frecuencia le sentías sola y desatendida.
—Sí —reconoció ella—. Tenía todo lo que necesitaba, excepto el tiempo de mis padres. Nunca me sentaron en sus rodillas ni me abrazaron.
—Las personas que viven para el arte tienden a despreocuparse de sus hijos.
—Hablas como si te hubiera pasado a ti.
—Los dos somos de la misma clase. Aunque tenía todo lo que el dinero pudiera comprar, hasta que tuve diez años lo único que sabía del amor era cómo vivir sin él.
A Myriam se le encogió el corazón al imaginarse el niño desolado que habría sido.
—Las dos únicas obsesiones de mi padre eran el dinero y la política —al decirlo le agarró la mano, lo que le produjo un fuerte estremecimiento—. Pasaba casi todo el tiempo en Wall Street o asistiendo a reuniones, por lo que casi nunca lo veía. No habría importado mucho si mi madre hubiese tenido tiempo para mí. Pero también ella estaba absorbida por la política, codeándose con antiguos presidentes e incluso con los futuros. Una vez que le dio a su marido el hijo y el heredero que necesitaba, me dejó en manos de las niñeras y de los tutores. La vi tan poco que, cuando murió en un accidente de avión, teniendo yo diez años, apenas pude recordarla al cabo de pocos meses. Cuando mi padre se volvió a casar, fue cuando verdaderamente descubrí el cariño. Beth, una viuda inglesa con dos hijos pequeños, me abrió su corazón y tuvo todo el tiempo para mí. De ese modo pude sentir el amor que… Ah, ya hemos llegado.
Se habían detenido en una calle arbolada, frente a un bonito edificio que parecía más una mansión particular que un restaurante. Tan solo el cartel con las cinco estrellas y el nombre lo identificaban.
—Lo siento —se disculpó mientras la ayudaba a salir—. Mi intención era hablar de ti, pero en vez de eso te he aburrido con mis cosas.
—No me he aburrido en absoluto —dijo ella negando con la cabeza.
—Tienes unos modales exquisitos. Cuando te conozca mejor seré capaz de juzgarte.
La idea de que quería conocerla mejor la mantuvo en una nube mientras entraban en el elegante vestíbulo con suelo de mármol.
—Señor García, es un placer volver a verlo —lo saludó el encargado, impecablemente vestido, con una rosa en el ojal.
—Lo mismo digo, Michael —respondió Víctor estrechándole la mano.
—¿Va a quedarse mucho tiempo?
—Unos cuantos días.
Un discreto pitido advirtió al encargado que estaba siendo requerido, y los hizo acompañar a un camarero. Antes de alejarse le hizo una pequeña reverencia a Myriam.
El maître los condujo hasta el comedor, adornado con una lujosa alfombra turca y con cortinas carmesí y doradas. Seis de las ocho mesas estaban ocupadas, y en un extremo había una chimenea encendida, rodeada de pequeños sofás tapizados de terciopelo.
Cuando estuvieron acomodados en una mesa junto a una de las ventanas, se acercó un camarero y les sirvió dos copas de jerez en una bandeja de plata.
—Espero que te guste el jerez —le susurró Víctor.
—Sí, me gusta.
—Todo lo que sirven aquí es de lo mejor, pero no se puede elegir.
—¿Quieres decir que nadie sabe lo que va a tomar hasta que se lo traen?
—No, a menos que se pregunte o se mire a hurtadillas a otra mesa, lo que no se aprueba.
—Bueno, casi todo me gusta… —dijo ella, casi segura de que le estaba tomando el pelo.
—Admiro a la mujer con espíritu aventurero.
—… salvo las ostras —terminó de decir ella.
—Las ostras son una especialidad de este sitio —dijo él con ojos brillantes. Ella reprimió otro estremecimiento—. Espero que no te esté poniendo nerviosa.
—En absoluto —mintió ella—. Si no me gusta siempre puedo dejarlo.
—No, si quieres salir viva de aquí.
Myriam sonrió, completamente segura ya de que se estaba burlando de ella.
—Eres encantadora cuando sonríes —le dijo él con voz suave—. Pensaba que había pasado de moda con lo Victoriano —añadió, fijándose en el matiz rosado de sus mejillas.
—¿El qué ha pasado de moda con lo Victoriano?
—Ruborizarse por un cumplido —dijo él con una sonrisa divertida.
—Bueno, ruborizarse es lo único que tengo en mi repertorio, así que no esperes que me ponga a chillar si veo un ratón.
—Si ves un ratón aquí, seré yo quien se ponga a chillar —respondió él jocosamente—. No sería bueno para la fama de este sitio, y como tengo una inversión aquí…
—¿Una inversión? Pensaba que vivías en Nueva York.
—Así es, pero como banquero tengo puesto el dedo en muchas piezas.
En ese momento les trajeron una torta de mariscos, acompañada de un vino blanco frío.
—¿Está bien? —le preguntó Víctor.
—Estupendamente, gracias —respondió ella educadamente, pero al probarla descubrió que estaba deliciosa.
A continuación les sirvieron un suflé de queso y una compota de frutas con Madeira. Entre plato y plato les servían un pequeño sorbete.
Hubiera sido un sacrilegio hablar durante la exquisita comida, pero a Myriam el corazón le latía con fuerza, siendo consciente de que Víctor estaba más pendiente de ella que de los platos.
Solo después de haber tomado el café, y estando sentados frente a la chimenea, volvió él a hablar.
—¿Y bien?
—Ha sido una experiencia totalmente nueva para mí —reconoció ella.
—También para mí lo ha sido —ella lo miró inquisitivamente y él prosiguió—. De todas las mujeres que he traído aquí, eres la única que no ha hablado durante la comida. ¿Quién era el que llamaba a su esposa, Mi dulce silencio?
—No lo sé —dijo sintiendo un regocijo en su interior. Aunque se acababan de conocer, su aprobación significaba mucho para ella.
—Dime, Myriam —dijo él estirando las piernas—, ¿has estado alguna vez en Nueva York?
—No, pero siempre he querido ir.
—¿Te gustaría trabajar allí?
—Me encantaría, pero… ¿Me estás ofreciendo un empleo?
—¿No quieres uno?
—Eso depende de por qué me lo ofrezcas.
—¿Crees que es por tus padres?
—¿No lo es?
—¿Crees que a mí me importa quienes sean tus padres?
—Pero supongo que te habrán hablado de mí, ¿no? —dijo ella sintiéndose como una idiota—. De otro modo nunca te habrías enterado de mi existencia.
—No voy a negar que me hablaron de ti.
—No me lo explico. Hace más de tres meses que no sé nada de ellos.
—Parecen estar muy orgullosos de lo que estás haciendo. ¿Conseguiste algún premio?
—Sí.
—¿De qué?
—Se trataba de preparar una exposición para un artista desconocido. Puse en práctica todo lo que había aprendido sobre lienzos, marcos, iluminación, catalogación, publicidad… El objetivo era que la exposición fuese un éxito económico y crítico.
—¿Te divertiste?
—Mucho.
—¿Te gustaría hacer lo mismo regularmente?
—¿Es ese el trabajo que me estás ofreciendo? —preguntó ella intentando ocultar su entusiasmo.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque mi ayudante, la señorita Caulfield, que lleva conmigo cuatro años, va a casarse y se marcha a vivir a Canadá.
—Quiero decir, ¿por qué yo? Hay mucha gente mejor preparada.
—Cierto, pero siempre he creído que hay que darle una oportunidad a los nuevos talentos.
—Suena fantástico —dijo ella, expresando sus pensamientos en voz alta—. Pero necesitaría un lugar donde vivir.
—Un apartamento va incluido con el puesto, que, a propósito, supone un sueldo de…
Dijo una cifra que a Myriam le pareció desorbitada, y él notó su expresión.
—Vivir en Nueva York no es barato, pero creo que te gustará.
Hablaba como si ya hubiera aceptado, pensó ella sin poder creérselo del todo.
Era una oportunidad única. No solo viviría en una de las ciudades más fascinantes del mundo haciendo el trabajo que quería, sino que además, lo estaría haciendo para él…
Pero, ¿sería una buena idea? Un hombre tan atractivo como Víctor debía de estar casado o tener una relación estable, al menos. Pero aunque no fuera así, ella solo sería una chica trabajadora, y si le daba rienda suelta a sus sentimientos, acabaría sufriendo mucho. Así que, ¿era sensato aceptar una oferta tan tentadora?
No lo era, y a ella no le gustaban los riesgos.
—Quizá no quieras aceptar mi oferta porque piensas que se debe a tus padres, ¿no es así? —le preguntó él, interrumpiendo sus silenciosos pensamientos.
—No, yo…
—Te aseguro que ellos no intentaron venderte…
Ella lo creyó. A sus padres no les importaba lo bastante para hacer eso.
—De hecho, aunque me dijeron dónde podía encontrarte, no tienen ni la más remota idea de que yo estuviera pensando en ofrecerte un trabajo… ¿y bien? —preguntó con impaciencia—. ¿Qué dices?
Myriam sabía muy bien que debía rechazar la oferta.
—Sí, gracias. Acepto.
Víctor sonrió, y por un momento a ella le pareció que respiraba con alivio…
—Bueno, ahora que has tomado una decisión, démonos un apretón de manos.
Pensando que iba al encuentro con su destino, ella le tendió la mano. Al tocarla, sintió una corriente eléctrica por el brazo.
El efecto que tuvo en ella fue devastador. El sentido común le dijo que estaba jugando con fuego, pero estaba demasiado envuelta como para preocuparse.
—¿Cuándo quieres que empiece?
—Lo más pronto posible. Preferiblemente la semana que viene.
—Oh…
—No te preocupes. Arreglaré las cosas con los Trantor. ¿O es que hay algo más? —su tono se endureció—. ¿Un novio, quizá?
—No, al menos no uno serio.
—Dijiste algo de un piso —comentó él, más relajado—. ¿Es alquilado?
—Sí.
—Entonces no habrá ningún problema. Espero que no te dé miedo volar.
—No, no creo, aunque nunca he volado a ninguna parte.
—¿Tienes pasaporte?
—Sí, justo antes de acabar la universidad viajé con un grupo de estudiantes en un destartalado autobús que se averiaba todos los días.
—Suena muy divertido.
—Lo fue —dijo ella sonriendo por los recuerdos.
—¿Cuál es exactamente el problema? —le preguntó, pensando en lo bonita que era.
—Me temo que no tengo dinero para el billete —admitió ella.
—Mi querida Myriam, tú vendrás conmigo en el avión de la compañía —a Myriam le pareció que estaba montando toda una campaña para ella—. ¿Estarás lista para salir el viernes?
Dentro de dos días. Aparte de decírselo a su casero y de empaquetar sus pocas pertenencias, no tenía nada más que hacer.
—Sí, estaré lista.
—Estupendo.
—¿Qué habría pasado si hubiera rechazado la oferta? preguntó sin poder resistirse.
—Hubiera retrasado la vuelta a Nueva York —dijo él sonriendo. Viendo su expresión de anonadamiento, añadió con el tono irónico que a ella empezaba a resultarle familiar—: Soy el jefe, y el juego consiste en conseguir lo que quiero.
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
graxias x el capitulo esta muy interesante la historia
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Gracias por los capítulos, muy buenos.
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
graciias por el cap niiña esto esta cada vez esta mas interesante
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Muchas gracias por el apitulo, te esperamos con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Hola niñas aqui esta el capitulo de hoy... gracias por sus comentarios.
Capítulo 4
El jet de la compañía, aun siendo pequeño comparado con los gigantescos aviones comerciales, era el exponente del lujo.
El vuelo sobre el charco, como lo llamaban los pilotos, transcurrió sin incidencias, aunque para Myriam fue la experiencia más emocionante de su vida.
Cuando aterrizaron en el aeropuerto John F Kennedy los estaba esperando una limusina plateada para llevarlos a la ciudad.
Nueva York, con sus altísimos edificios y su perfil característico, era todo lo que Myriam había esperado y más. Sintió la necesidad de pellizcarse para saber que no estaba soñando, pero no lo hizo. Si era un sueño, no quería despertar.
Desde que la llevó al Pentagram. Víctor apenas se había apartado de ella. Ningún amante podría haber sido más atento. Cuando ella le había preguntado si no tenía cosas más importantes que hacer, él le había respondido con una sonrisa que lo más importante era asegurarse de que no cambiaría de opinión.
En cualquier caso parecía gustarle estar con ella, y la había invitado a cenar las dos últimas noches, devolviéndola a su casa a una hora respetable. Myriam se había repetido sin descanso que no debía enamorarse de él. Pero fue inútil.
Desde el momento en que lo vio entrar en la galería se había sentido atraída hacia por él. Y esa atracción, física y emocional, creció a un ritmo vertiginoso hasta el punto de que le habría vendido su alma si él se lo hubiera pedido.
Pero a él no debía de gustarle como mujer, ya que, aun estando soltero y sin compromiso, no le había dicho nada.
Y sin embargo, en alguna ocasión, había notado un destello en sus ojos violetas. Tal vez aquella atracción fuera mutua… Aunque no intentase intimar en la relación, tampoco se comportaba como un hombre de negocios, y la trataba con una especie de camaradería burlona y quijotesca, que le agradaba y desconcertaba al mismo tiempo.
No era probable que se comportara igual con todos sus empleados. Entonces, ¿qué la hacía a ella diferente? La única razón que se le ocurría eran sus padres.
Al caer la tarde llegaron a la Quinta Avenida, con su bullicio de peatones, coches, y espectaculares letreros luminosos. Todos los colores del arco iris parecían reflejarse en las imponentes torres de cristal, mientras que en Central Park los árboles se teñían de oro y bronce al recibir los últimos rayos de sol.
Por una vez en su vida. Myriam fue incapaz de ocultar sus emociones.
—¿No es maravilloso? —exclamó, fascinada por la visión de la famosa avenida.
—Entonces ¿no te importará vivir aquí? —le preguntó Víctor con una sonrisa.
—Me va a encantar —respondió ella, pensando que se refería a la ciudad—. ¿Dónde voy a vivir exactamente?
—Aquí.
—¿Aquí? No estarás diciendo en la Quinta Avenida.
—Estoy diciendo en la Quinta Avenida —contradijo él—. En este mismo edificio —añadió, señalando con la cabeza el rascacielos que tenían enfrente. Sus relucientes ventanales flanqueaban una impresionante entrada—. Se la conoce como la Torre García. Se construyó hace treinta años, cuando mi padre decidió invertir en propiedades —el joven chófer les abrió la puerta y Víctor ayudó a salir a Myriam—. Gracias, Carlson. ¿Puedes encargarte del equipaje?
—Por supuesto, señor García.
—Es altísima —dijo Myriam mirando hacia arriba—. ¿Cómo puedes llenar tanto espacio?
—Hay un aparcamiento bajo el centro comercial. Por encima están las oficinas y un complejo de ocio. Las dos últimas plantas están divididas en cuatro apartamentos. De momento yo vivo en el ático, y tú ocuparás el pequeño apartamento de al lado.
Ella lo miró boquiabierta, él la tomó del codo y la condujo hasta un amplio vestíbulo, donde un fornido agente de seguridad los saludó con una lacónica sonrisa.
—Buenas tardes, señor García.
—Buenas tardes, George. ¿Cómo está el nuevo heredero?
—Muy bien —respondió George con orgullo—. Empieza a parecerse al viejo de su padre.
—Podría ser peor. A propósito, esta es la señorita Montemayor. Va a vivir arriba.
—Entendido, señor García. Se lo comunicaré a los demás.
Mientras subían en el ascensor, Myriam intentó respirar con normalidad. Aún no podía creerse que fuera a vivir junto a Víctor en la Quinta Avenida. No la estaba tratando como a una simple empleada. ¿Viviría su actual ayudante en esos apartamentos?
—¿Es esto un acuerdo temporal? —preguntó ella.
—¿Por qué lo preguntas? Oh, ya veo. No, no es temporal. El edificio donde vive la señorita Caulfield va a ser reconstruido, y como el apartamento contiguo al mío está vacío… En principio lo iba a ocupar Janice, mi hermanastra, cuando terminara la universidad, pero ha decidido no quedarse en Nueva York —le guiñó un ojo—. Por culpa de un apuesto ejecutivo de Washington.
Las puertas del ascensor se abrieron, y pasaron a un vestíbulo con suelo de mármol, donde los árboles ornamentales se entremezclaban con estatuas de dioses griegos. Sobre la escalera central una gigantesca ventana ofrecía una vista espectacular de la ciudad. En la pared opuesta había una puerta elegantemente tallada, con ventanas a ambos lados.
—Esa es la suite del ático. Fue el hogar familiar cuando mi padre vivía, pero al morir, hace un par de años, Beth, que había sufrido un ataque al corazón, decidió mudarse a algún sitio más pequeño y acogedor. Y aquí es donde vivirás tú —abrió una puerta más modesta a la izquierda y pasaron al interior—. Como ya te dije, es bastante pequeño, pero está en una esquina del edificio, por lo que tiene vistas en ambas direcciones.
Sintiéndose como Alicia en el País de las Maravillas, Myriam dejó su bolsa en el recibidor y lo siguió. Su «pequeño» apartamento era mucho mayor de lo que jamás hubiera imaginado. Tenía solo un dormitorio, pero todas las habitaciones estaban lujosamente amuebladas. La salita daba a una terraza con flores y plantas. La vista era absolutamente increíble.
—¿Te gusta? —preguntó Víctor.
Ella asintió, sin poder hablar.
—Cuando hayas descansado un poco te llevaré a cenar a Clouds —Clouds era el nombre de un famoso restaurante neoyorquino—. Pero antes conocerás al resto de la familia.
—¿El resto de la familia? —preguntó ella con una vocecita.
—Beth y Janice tienen un apartamento en el piso de abajo, y junto a ellas viven mi hermanastro, Steven, y su mujer, Madeline. Estarán todos reunidos, esperando nuestra llamada. Tranquila, no es tan malo como parece —añadió alegremente—. Ninguno de ellos muerde, y estoy seguro de que te gustará Beth. De hecho, espero que os llevéis todos muy bien.
—Estoy segura de ello —respondió ella, intuyendo que para Víctor era muy importante su respuesta.
Lo dijo con más convicción de la que sentía, pero era lo que Víctor esperaba de ella, de modo que haría todo lo que estuviese en su mano. Aunque, ¿cómo la recibirían? Era una familia de la clase selecta, acostumbrada a tratar con presidentes y altas personalidades, mientras que ella no era más que una joven que trabajaba para vivir. Peor aún, era una empleada de Víctor…
El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. Era un joven uniformado que traía el equipaje en un carrito.
—¿Dónde las quieres? —le preguntó Víctor a Myriam—. ¿En el dormitorio?
—Sí, por favor —dijo ella intentando que su tono fuera firme y claro. Cuando Víctor le había enseñado el dormitorio, se había puesto colorada al imaginarse escenas eróticas en la enorme cama de matrimonio.
—Bueno —dijo Víctor, después de darle al joven una generosa propina—, te dejaré para que saques tus cosas. Ah, necesitarás esto —le puso la llave en la mano.
—Gracias —por primera vez sentía que todo aquello era real. Nueva York, la Quinta Avenida, vivir junto a Víctor… Le sonrió con el rostro radiante de felicidad, y él se quedó mirándola.
Cuando inclinó la cabeza ella pensó por un segundo que iba a besarla. Pero en vez de eso le tocó la mejilla con un dedo, haciendo que la recorriese una corriente de placer.
—Hoy querrás acostarte pronto, así que te llamaré sobre las siete —le dijo, y se marchó.
Ella se quedó inmóvil como una estatua, hasta que consiguió moverse y entrar en el dormitorio.
Entonces se dio cuenta de que había estado apretando la llave que Víctor le dio, con tanta fuerza que le había hecho una marca en la mano.
A las siete en punto sonó el timbre. Myriam fue a abrir, vestida con el único vestido de fiesta que Víctor no había visto.
Víctor iba vestido con un elegante traje de etiqueta. Le sonrió y a ella se le aceleró el pulso y le temblaron las rodillas. Tenía un aspecto tan atractivo y tan seguro de sí mismo, que a Myriam se le esfumó todo resto de autoestima.
—¿Qué tal estoy? —preguntó sin pensar.
Él la miró de arriba abajo, sus brillantes cabellos marrones, su encantador rostro con sus ojos verdes grisáceos y su amplia boca, su esbelta figura enfundada en un simple vestido verde. No llevaba ninguna joya, pero Víctor no había visto nada más hermoso.
—No habría hombre en este mundo que no me envidiara en este momento —le dijo, tomando su mano y besándosela gentilmente. El gesto la dejó sin respiración—. ¿Tienes un abrigo? —pregunto con voz ronca. También él sentía un apasionado deseo.
Ella sacó una chaqueta, que él la ayudó a ponerse, y ambos bajaron por la escalera de mármol a un vestíbulo tan impresionante como el del piso superior.
Apenas Víctor había llamado a la puerta cuando esta se abrió, dando la impresión de que su ocupante los estaba esperando con impaciencia.
—Tú debes de ser la señorita Montemayor. Vamos, pasa —le dijo una anciana sonriente con el pelo plateado y los ojos marrones—. Soy Elizabeth García, la madrastra de Víctor. Pero, por favor, llámame Beth, si no te importa. Casi todo el mundo lo hace…
Elizabeth García era bajita y delgada, con unos bondadosos ojos marrones y un rostro bonito y amable. A pesar de llevar veinte años en América, hablaba con acento británico.
A Myriam le gustó desde el primer momento.
—Ven a conocer a los demás —le dijo, conduciéndola a una amplia salita.
Allí había tres personas. Una llamativa mujer rubia de unos treinta años estaba sentada en el sofá, con una revista sobre las rodillas; junto a un bar empotrado había un hombre de aspecto atractivo sirviendo unas bebidas; y sentada en un puf junto a la chimenea, había una joven con el pelo largo y oscuro, y con un gato en el regazo.
—Bájate, Sheba —puso al gato en el suelo y se levantó para saludarlos.
—Esta es mi hija, Janice —la presentó afectuosamente Beth. Las dos eran muy parecidas, con el mismo color de ojos y la misma estatura.
—¡Hola! —dijo Janice con una sonrisa amistosa—. Así que tú eres Myriam. Víctor tenía razón —añadió misteriosamente.
—Y este es mi hijo, Steven —siguió presentando Beth.
Steven era más corpulento y tenía los ojos azules, pero también se parecía mucho a su madre.
—Encantado de conocerla, señorita Montemayor… ¿Te importa si te llamo Myriam?
—Oh, te lo ruego —Myriam sonrió aliviada y complacida.
—Permíteme presentarte a mi mujer, Madeline —dijo Steven con orgullo. Y realmente su orgullo estaba justificado. Madeline era una de las mujeres más hermosas que Myriam había visto. Tenía una figura espectacular y unas piernas largas y esbeltas.
—Hola, señorita Montemayor —la observó fríamente con sus ojos azul marino—. ¿Se ha instalado ya? Debo admitir que todos nos quedamos sorprendidos cuando Víctor nos dijo que iba a traer a una mujer a la que apenas conocía.
Aunque le sonreía y su tono era cortés, Myriam creyó percibir una nota de censura.
—Me lo imagino. Todo ha pasado tan deprisa que ni yo misma me lo acabo de creer.
—¿Por qué no te quitas el abrigo y te sientas? —le preguntó Beth.
—¿Que puedo ofrecerte para beber? —le preguntó Steven al mismo tiempo.
—Gracias, pero Carlson tiene el coche esperando —dijo Víctor con voz firme—. Vamos a cenar a Clouds. He reservado una mesa para las siete y media, ya que Myriam necesitará acostarse hoy temprano.
—Seguro que ambos lo necesitáis —murmuró Madeline.
Beth los acompañó a la puerta y le dio una palmadita en el brazo a Víctor.
—Ven cuando quieras —le dijo a Myriam—. A propósito, he procurado que tengas todo lo necesario, pero si necesitas algo dímelo enseguida.
—Gracias, eres muy amable —respondió ella con sinceridad.
—No ha sido una experiencia tan terrible, ¿verdad? —le preguntó Víctor en el ascensor.
—En absoluto. No podrían haber sido más encantadores.
—Madeline sí podía haberlo sido —dijo él—. Tendría que habérmelo esperado. No le gusta trabar amistad con las otras mujeres, especialmente con las que son guapas.
—Pero yo no soy guapa —protestó ella, sobresaltada.
—Eso depende del gusto —dijo él, sonriéndole—. Para mí sí lo eres.
Aunque ella no pensara lo mismo, sintió que estaba flotando entre nubes. Y así se sintió también en Clouds, uno de los más altos restaurantes de Manhattan, con su orquesta en vivo y su selecta clientela.
Haciendo un esfuerzo por tranquilizarse, le preguntó a Víctor por la galería.
—No es el momento para hablar del trabajo —dijo él, negando con la cabeza—. Estamos aquí para relajarnos y disfrutar, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Pasaron la velada hablando y riendo, entre deliciosos platos y copas de vino que Myriam apenas pudo saborear, por tener los sentidos en otra parte. Pero cuando les sirvieron el café, era evidente la tensión sexual que iba creciendo con cada palabra.
—¿Más café? —le ofreció Víctor.
—No, gracias.
—¿Te gustaría bailar? —la idea de estar entre sus brazos la hizo temblar—. ¿O prefieres irte ya? —era algo más que una simple pregunta, y ella sabía que la respuesta sería crucial. Aun suponiendo que él solo quisiera la aventura de una noche, ¿podría ella vivir con la pérdida de su orgullo? ¿Con la humillación?
El problema era que no sabía qué clase de hombre se escondía bajo esa encantadora fachada. Si no tenía cuidado, podía encontrarse sin trabajo, ni dinero, ni casa.
Las posibilidades eran arriesgadas.
Pero en esos momentos nada importaba, tan solo el hecho de que los dos parecían estar destinados a ser amantes.
—Sí —respondió ella, sintiendo la impaciencia de Víctor—. Prefiero irme ya.
Durante el camino de vuelta no hablaron, y ni siquiera se rozaron en el coche, pero en el ascensor de la Torre García, Víctor le tomó la mano y la miró fijamente.
—No tenía intención de ir deprisa, pero no puedo evitarlo. Tú lo deseas, ¿verdad?
—Sí —susurró ella.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
Él inclinó la cabeza y la besó. No se pareció en nada a de los besos que le habían dado a Myriam sus ocasionales novios en la universidad, ninguno de los cuales le había hecho repetir. El beso de Víctor la llenó por completo de un placer inmenso, que le derritió hasta el último de sus huesos y le hizo desear mucho más.
Al llegar al piso superior, la llevó directamente a su ático.
—¿Qué pasa con los criados? —preguntó ella con dificultad.
—Solo está Rawdon, y tiene su propio alojamiento. No vendrá a menos que lo llame.
Al abrir la puerta, la levantó en brazos y la llevó al dormitorio. Allí se quitó el abrigo y los zapatos, y empezó a desnudarla con rapidez y destreza.
Cuando la hubo desnudado por completo, la tumbó en la cama, y, sin dejar de mirarla, empezó a desnudarse él. A Myriam se le hizo un nudo en la garganta al ver su cuerpo musculoso perfectamente proporcionado.
Entonces, moviéndose con toda seguridad, se tumbó sobre ella y fue directo al calor que lo esperaba entre sus muslos.
Aunque ella lo ansiaba con cada fibra de su cuerpo, ahogó un gritó cuando él la penetró. Pero el dolor fue rápidamente desplazado por el arrebato de placer que la invadió.
Tras compartir el primer orgasmo, Víctor le hizo el amor otra vez, sorprendido y encantado al descubrir que había sido virgen hasta esos momentos.
La segunda vez la poseyó lentamente, llevándola a la cima del éxtasis mientras le susurraba lo hermosa y fascinante que le parecía su piel, sus pechos, ella…
Myriam siguió temblando de placer cuando él se tumbó a su lado y la abrazó.
—No solo eres la mujer más hermosa que he conocido, sino también la más apasionada. No entiendo cómo has podido mantenerte virgen tanto tiempo.
—No me gustaba la idea de una aventura ocasional, y nunca he conocido a un hombre que me importase lo suficiente para acostarme con él —se dio cuenta, demasiado tarde, de lo reveladora que había sido la última frase.
—¿Eso significa que te importo? —le preguntó él tiernamente.
—Significa que te encuentro atractivo.
—¿Eso es todo?
—¿No es suficiente?
—No creo. Quiero casarme contigo.
—¿Casarte conmigo? —repitió ella anonadada.
—Casarme contigo —repitió él firmemente.
—¿No deberías tener más cuidado? —estaba convencida de que le estaba tomando el pelo—. Podría tomarte en serio.
—Quiero que me tomes en serio.
—Pero acabamos de conocernos.
—¿No crees en el amor a primera vista?
—Sí… —no podía negarlo, habiéndose quedado prendada de él desde que lo vio.
—Esperaba eso de ti —dijo él, acariciándole la barbilla.
—Pe… pero somos muy diferentes —balbuceó ella—. Tú eres…
—Un hombre que quiere casarse contigo —le dio un beso en la nariz—. No estás siendo muy convincente.
—No entiendo por qué quieres casarte conmigo. Casi todo el mundo prefiere un simple compromiso hoy en día.
—¿Es eso lo que tú quieres?
—No —admitió ella con franqueza.
—Yo tampoco. Supongo que me gustan los viejos valores. Y encontrar a mi futura esposa es un placer inesperado.
«Mi futura esposa…» Por mucho que ella lo deseara, seguía preocupada por las diferencias entre ellos.
—Otra razón para casarme es que me gustaría tener hijos dentro de un año o dos, y quiero tenerlos contigo. ¿Te gustaría formar una familia?
—Sí, me encantaría.
—Entonces, ¿qué te preocupa?
—Nuestras vidas son muy distintas.
—Pero no son incompatibles. ¿No crees que puedas acostumbrarte a ser rica?
—No es solo eso. Es todo. Tú vives en un mundo aparte…
—Ahora tú también vives en mi mundo, que te recibirá con los brazos abiertos. Eres preciosa, inteligente, bien educada, tienes personalidad y estilo propio…
—¿Y unos padres famosos?
—Sin mencionar ese pequeño complejo.
—Lo siento —murmuró ella—. No puedo evitarlo.
—Bien, si tanto te molesta tener unos padres famosos, haremos como si no existieran.
—No me molesta. Es que…
—Aunque tengo tanto que agradecerles que me gustaría invitarlos a la boda.
Con una mano le acariciaba el pezón, provocándole pequeñas descargas de placer.
Tenía tanto poder sobre ella que podía resultar aterrador.
—No he dicho todavía que vaya a casarme contigo.
—Te lo advierto. Si ahora mismo no me das una respuesta afirmativa y una fecha, te estaré haciendo el amor hasta conseguirla.
—Mmm… En ese caso sería mejor rechazar…
Él se echó a reír y la besó otra vez.
—Creo que haré las cosas a mi modo.
Capítulo 4
El jet de la compañía, aun siendo pequeño comparado con los gigantescos aviones comerciales, era el exponente del lujo.
El vuelo sobre el charco, como lo llamaban los pilotos, transcurrió sin incidencias, aunque para Myriam fue la experiencia más emocionante de su vida.
Cuando aterrizaron en el aeropuerto John F Kennedy los estaba esperando una limusina plateada para llevarlos a la ciudad.
Nueva York, con sus altísimos edificios y su perfil característico, era todo lo que Myriam había esperado y más. Sintió la necesidad de pellizcarse para saber que no estaba soñando, pero no lo hizo. Si era un sueño, no quería despertar.
Desde que la llevó al Pentagram. Víctor apenas se había apartado de ella. Ningún amante podría haber sido más atento. Cuando ella le había preguntado si no tenía cosas más importantes que hacer, él le había respondido con una sonrisa que lo más importante era asegurarse de que no cambiaría de opinión.
En cualquier caso parecía gustarle estar con ella, y la había invitado a cenar las dos últimas noches, devolviéndola a su casa a una hora respetable. Myriam se había repetido sin descanso que no debía enamorarse de él. Pero fue inútil.
Desde el momento en que lo vio entrar en la galería se había sentido atraída hacia por él. Y esa atracción, física y emocional, creció a un ritmo vertiginoso hasta el punto de que le habría vendido su alma si él se lo hubiera pedido.
Pero a él no debía de gustarle como mujer, ya que, aun estando soltero y sin compromiso, no le había dicho nada.
Y sin embargo, en alguna ocasión, había notado un destello en sus ojos violetas. Tal vez aquella atracción fuera mutua… Aunque no intentase intimar en la relación, tampoco se comportaba como un hombre de negocios, y la trataba con una especie de camaradería burlona y quijotesca, que le agradaba y desconcertaba al mismo tiempo.
No era probable que se comportara igual con todos sus empleados. Entonces, ¿qué la hacía a ella diferente? La única razón que se le ocurría eran sus padres.
Al caer la tarde llegaron a la Quinta Avenida, con su bullicio de peatones, coches, y espectaculares letreros luminosos. Todos los colores del arco iris parecían reflejarse en las imponentes torres de cristal, mientras que en Central Park los árboles se teñían de oro y bronce al recibir los últimos rayos de sol.
Por una vez en su vida. Myriam fue incapaz de ocultar sus emociones.
—¿No es maravilloso? —exclamó, fascinada por la visión de la famosa avenida.
—Entonces ¿no te importará vivir aquí? —le preguntó Víctor con una sonrisa.
—Me va a encantar —respondió ella, pensando que se refería a la ciudad—. ¿Dónde voy a vivir exactamente?
—Aquí.
—¿Aquí? No estarás diciendo en la Quinta Avenida.
—Estoy diciendo en la Quinta Avenida —contradijo él—. En este mismo edificio —añadió, señalando con la cabeza el rascacielos que tenían enfrente. Sus relucientes ventanales flanqueaban una impresionante entrada—. Se la conoce como la Torre García. Se construyó hace treinta años, cuando mi padre decidió invertir en propiedades —el joven chófer les abrió la puerta y Víctor ayudó a salir a Myriam—. Gracias, Carlson. ¿Puedes encargarte del equipaje?
—Por supuesto, señor García.
—Es altísima —dijo Myriam mirando hacia arriba—. ¿Cómo puedes llenar tanto espacio?
—Hay un aparcamiento bajo el centro comercial. Por encima están las oficinas y un complejo de ocio. Las dos últimas plantas están divididas en cuatro apartamentos. De momento yo vivo en el ático, y tú ocuparás el pequeño apartamento de al lado.
Ella lo miró boquiabierta, él la tomó del codo y la condujo hasta un amplio vestíbulo, donde un fornido agente de seguridad los saludó con una lacónica sonrisa.
—Buenas tardes, señor García.
—Buenas tardes, George. ¿Cómo está el nuevo heredero?
—Muy bien —respondió George con orgullo—. Empieza a parecerse al viejo de su padre.
—Podría ser peor. A propósito, esta es la señorita Montemayor. Va a vivir arriba.
—Entendido, señor García. Se lo comunicaré a los demás.
Mientras subían en el ascensor, Myriam intentó respirar con normalidad. Aún no podía creerse que fuera a vivir junto a Víctor en la Quinta Avenida. No la estaba tratando como a una simple empleada. ¿Viviría su actual ayudante en esos apartamentos?
—¿Es esto un acuerdo temporal? —preguntó ella.
—¿Por qué lo preguntas? Oh, ya veo. No, no es temporal. El edificio donde vive la señorita Caulfield va a ser reconstruido, y como el apartamento contiguo al mío está vacío… En principio lo iba a ocupar Janice, mi hermanastra, cuando terminara la universidad, pero ha decidido no quedarse en Nueva York —le guiñó un ojo—. Por culpa de un apuesto ejecutivo de Washington.
Las puertas del ascensor se abrieron, y pasaron a un vestíbulo con suelo de mármol, donde los árboles ornamentales se entremezclaban con estatuas de dioses griegos. Sobre la escalera central una gigantesca ventana ofrecía una vista espectacular de la ciudad. En la pared opuesta había una puerta elegantemente tallada, con ventanas a ambos lados.
—Esa es la suite del ático. Fue el hogar familiar cuando mi padre vivía, pero al morir, hace un par de años, Beth, que había sufrido un ataque al corazón, decidió mudarse a algún sitio más pequeño y acogedor. Y aquí es donde vivirás tú —abrió una puerta más modesta a la izquierda y pasaron al interior—. Como ya te dije, es bastante pequeño, pero está en una esquina del edificio, por lo que tiene vistas en ambas direcciones.
Sintiéndose como Alicia en el País de las Maravillas, Myriam dejó su bolsa en el recibidor y lo siguió. Su «pequeño» apartamento era mucho mayor de lo que jamás hubiera imaginado. Tenía solo un dormitorio, pero todas las habitaciones estaban lujosamente amuebladas. La salita daba a una terraza con flores y plantas. La vista era absolutamente increíble.
—¿Te gusta? —preguntó Víctor.
Ella asintió, sin poder hablar.
—Cuando hayas descansado un poco te llevaré a cenar a Clouds —Clouds era el nombre de un famoso restaurante neoyorquino—. Pero antes conocerás al resto de la familia.
—¿El resto de la familia? —preguntó ella con una vocecita.
—Beth y Janice tienen un apartamento en el piso de abajo, y junto a ellas viven mi hermanastro, Steven, y su mujer, Madeline. Estarán todos reunidos, esperando nuestra llamada. Tranquila, no es tan malo como parece —añadió alegremente—. Ninguno de ellos muerde, y estoy seguro de que te gustará Beth. De hecho, espero que os llevéis todos muy bien.
—Estoy segura de ello —respondió ella, intuyendo que para Víctor era muy importante su respuesta.
Lo dijo con más convicción de la que sentía, pero era lo que Víctor esperaba de ella, de modo que haría todo lo que estuviese en su mano. Aunque, ¿cómo la recibirían? Era una familia de la clase selecta, acostumbrada a tratar con presidentes y altas personalidades, mientras que ella no era más que una joven que trabajaba para vivir. Peor aún, era una empleada de Víctor…
El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. Era un joven uniformado que traía el equipaje en un carrito.
—¿Dónde las quieres? —le preguntó Víctor a Myriam—. ¿En el dormitorio?
—Sí, por favor —dijo ella intentando que su tono fuera firme y claro. Cuando Víctor le había enseñado el dormitorio, se había puesto colorada al imaginarse escenas eróticas en la enorme cama de matrimonio.
—Bueno —dijo Víctor, después de darle al joven una generosa propina—, te dejaré para que saques tus cosas. Ah, necesitarás esto —le puso la llave en la mano.
—Gracias —por primera vez sentía que todo aquello era real. Nueva York, la Quinta Avenida, vivir junto a Víctor… Le sonrió con el rostro radiante de felicidad, y él se quedó mirándola.
Cuando inclinó la cabeza ella pensó por un segundo que iba a besarla. Pero en vez de eso le tocó la mejilla con un dedo, haciendo que la recorriese una corriente de placer.
—Hoy querrás acostarte pronto, así que te llamaré sobre las siete —le dijo, y se marchó.
Ella se quedó inmóvil como una estatua, hasta que consiguió moverse y entrar en el dormitorio.
Entonces se dio cuenta de que había estado apretando la llave que Víctor le dio, con tanta fuerza que le había hecho una marca en la mano.
A las siete en punto sonó el timbre. Myriam fue a abrir, vestida con el único vestido de fiesta que Víctor no había visto.
Víctor iba vestido con un elegante traje de etiqueta. Le sonrió y a ella se le aceleró el pulso y le temblaron las rodillas. Tenía un aspecto tan atractivo y tan seguro de sí mismo, que a Myriam se le esfumó todo resto de autoestima.
—¿Qué tal estoy? —preguntó sin pensar.
Él la miró de arriba abajo, sus brillantes cabellos marrones, su encantador rostro con sus ojos verdes grisáceos y su amplia boca, su esbelta figura enfundada en un simple vestido verde. No llevaba ninguna joya, pero Víctor no había visto nada más hermoso.
—No habría hombre en este mundo que no me envidiara en este momento —le dijo, tomando su mano y besándosela gentilmente. El gesto la dejó sin respiración—. ¿Tienes un abrigo? —pregunto con voz ronca. También él sentía un apasionado deseo.
Ella sacó una chaqueta, que él la ayudó a ponerse, y ambos bajaron por la escalera de mármol a un vestíbulo tan impresionante como el del piso superior.
Apenas Víctor había llamado a la puerta cuando esta se abrió, dando la impresión de que su ocupante los estaba esperando con impaciencia.
—Tú debes de ser la señorita Montemayor. Vamos, pasa —le dijo una anciana sonriente con el pelo plateado y los ojos marrones—. Soy Elizabeth García, la madrastra de Víctor. Pero, por favor, llámame Beth, si no te importa. Casi todo el mundo lo hace…
Elizabeth García era bajita y delgada, con unos bondadosos ojos marrones y un rostro bonito y amable. A pesar de llevar veinte años en América, hablaba con acento británico.
A Myriam le gustó desde el primer momento.
—Ven a conocer a los demás —le dijo, conduciéndola a una amplia salita.
Allí había tres personas. Una llamativa mujer rubia de unos treinta años estaba sentada en el sofá, con una revista sobre las rodillas; junto a un bar empotrado había un hombre de aspecto atractivo sirviendo unas bebidas; y sentada en un puf junto a la chimenea, había una joven con el pelo largo y oscuro, y con un gato en el regazo.
—Bájate, Sheba —puso al gato en el suelo y se levantó para saludarlos.
—Esta es mi hija, Janice —la presentó afectuosamente Beth. Las dos eran muy parecidas, con el mismo color de ojos y la misma estatura.
—¡Hola! —dijo Janice con una sonrisa amistosa—. Así que tú eres Myriam. Víctor tenía razón —añadió misteriosamente.
—Y este es mi hijo, Steven —siguió presentando Beth.
Steven era más corpulento y tenía los ojos azules, pero también se parecía mucho a su madre.
—Encantado de conocerla, señorita Montemayor… ¿Te importa si te llamo Myriam?
—Oh, te lo ruego —Myriam sonrió aliviada y complacida.
—Permíteme presentarte a mi mujer, Madeline —dijo Steven con orgullo. Y realmente su orgullo estaba justificado. Madeline era una de las mujeres más hermosas que Myriam había visto. Tenía una figura espectacular y unas piernas largas y esbeltas.
—Hola, señorita Montemayor —la observó fríamente con sus ojos azul marino—. ¿Se ha instalado ya? Debo admitir que todos nos quedamos sorprendidos cuando Víctor nos dijo que iba a traer a una mujer a la que apenas conocía.
Aunque le sonreía y su tono era cortés, Myriam creyó percibir una nota de censura.
—Me lo imagino. Todo ha pasado tan deprisa que ni yo misma me lo acabo de creer.
—¿Por qué no te quitas el abrigo y te sientas? —le preguntó Beth.
—¿Que puedo ofrecerte para beber? —le preguntó Steven al mismo tiempo.
—Gracias, pero Carlson tiene el coche esperando —dijo Víctor con voz firme—. Vamos a cenar a Clouds. He reservado una mesa para las siete y media, ya que Myriam necesitará acostarse hoy temprano.
—Seguro que ambos lo necesitáis —murmuró Madeline.
Beth los acompañó a la puerta y le dio una palmadita en el brazo a Víctor.
—Ven cuando quieras —le dijo a Myriam—. A propósito, he procurado que tengas todo lo necesario, pero si necesitas algo dímelo enseguida.
—Gracias, eres muy amable —respondió ella con sinceridad.
—No ha sido una experiencia tan terrible, ¿verdad? —le preguntó Víctor en el ascensor.
—En absoluto. No podrían haber sido más encantadores.
—Madeline sí podía haberlo sido —dijo él—. Tendría que habérmelo esperado. No le gusta trabar amistad con las otras mujeres, especialmente con las que son guapas.
—Pero yo no soy guapa —protestó ella, sobresaltada.
—Eso depende del gusto —dijo él, sonriéndole—. Para mí sí lo eres.
Aunque ella no pensara lo mismo, sintió que estaba flotando entre nubes. Y así se sintió también en Clouds, uno de los más altos restaurantes de Manhattan, con su orquesta en vivo y su selecta clientela.
Haciendo un esfuerzo por tranquilizarse, le preguntó a Víctor por la galería.
—No es el momento para hablar del trabajo —dijo él, negando con la cabeza—. Estamos aquí para relajarnos y disfrutar, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Pasaron la velada hablando y riendo, entre deliciosos platos y copas de vino que Myriam apenas pudo saborear, por tener los sentidos en otra parte. Pero cuando les sirvieron el café, era evidente la tensión sexual que iba creciendo con cada palabra.
—¿Más café? —le ofreció Víctor.
—No, gracias.
—¿Te gustaría bailar? —la idea de estar entre sus brazos la hizo temblar—. ¿O prefieres irte ya? —era algo más que una simple pregunta, y ella sabía que la respuesta sería crucial. Aun suponiendo que él solo quisiera la aventura de una noche, ¿podría ella vivir con la pérdida de su orgullo? ¿Con la humillación?
El problema era que no sabía qué clase de hombre se escondía bajo esa encantadora fachada. Si no tenía cuidado, podía encontrarse sin trabajo, ni dinero, ni casa.
Las posibilidades eran arriesgadas.
Pero en esos momentos nada importaba, tan solo el hecho de que los dos parecían estar destinados a ser amantes.
—Sí —respondió ella, sintiendo la impaciencia de Víctor—. Prefiero irme ya.
Durante el camino de vuelta no hablaron, y ni siquiera se rozaron en el coche, pero en el ascensor de la Torre García, Víctor le tomó la mano y la miró fijamente.
—No tenía intención de ir deprisa, pero no puedo evitarlo. Tú lo deseas, ¿verdad?
—Sí —susurró ella.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
Él inclinó la cabeza y la besó. No se pareció en nada a de los besos que le habían dado a Myriam sus ocasionales novios en la universidad, ninguno de los cuales le había hecho repetir. El beso de Víctor la llenó por completo de un placer inmenso, que le derritió hasta el último de sus huesos y le hizo desear mucho más.
Al llegar al piso superior, la llevó directamente a su ático.
—¿Qué pasa con los criados? —preguntó ella con dificultad.
—Solo está Rawdon, y tiene su propio alojamiento. No vendrá a menos que lo llame.
Al abrir la puerta, la levantó en brazos y la llevó al dormitorio. Allí se quitó el abrigo y los zapatos, y empezó a desnudarla con rapidez y destreza.
Cuando la hubo desnudado por completo, la tumbó en la cama, y, sin dejar de mirarla, empezó a desnudarse él. A Myriam se le hizo un nudo en la garganta al ver su cuerpo musculoso perfectamente proporcionado.
Entonces, moviéndose con toda seguridad, se tumbó sobre ella y fue directo al calor que lo esperaba entre sus muslos.
Aunque ella lo ansiaba con cada fibra de su cuerpo, ahogó un gritó cuando él la penetró. Pero el dolor fue rápidamente desplazado por el arrebato de placer que la invadió.
Tras compartir el primer orgasmo, Víctor le hizo el amor otra vez, sorprendido y encantado al descubrir que había sido virgen hasta esos momentos.
La segunda vez la poseyó lentamente, llevándola a la cima del éxtasis mientras le susurraba lo hermosa y fascinante que le parecía su piel, sus pechos, ella…
Myriam siguió temblando de placer cuando él se tumbó a su lado y la abrazó.
—No solo eres la mujer más hermosa que he conocido, sino también la más apasionada. No entiendo cómo has podido mantenerte virgen tanto tiempo.
—No me gustaba la idea de una aventura ocasional, y nunca he conocido a un hombre que me importase lo suficiente para acostarme con él —se dio cuenta, demasiado tarde, de lo reveladora que había sido la última frase.
—¿Eso significa que te importo? —le preguntó él tiernamente.
—Significa que te encuentro atractivo.
—¿Eso es todo?
—¿No es suficiente?
—No creo. Quiero casarme contigo.
—¿Casarte conmigo? —repitió ella anonadada.
—Casarme contigo —repitió él firmemente.
—¿No deberías tener más cuidado? —estaba convencida de que le estaba tomando el pelo—. Podría tomarte en serio.
—Quiero que me tomes en serio.
—Pero acabamos de conocernos.
—¿No crees en el amor a primera vista?
—Sí… —no podía negarlo, habiéndose quedado prendada de él desde que lo vio.
—Esperaba eso de ti —dijo él, acariciándole la barbilla.
—Pe… pero somos muy diferentes —balbuceó ella—. Tú eres…
—Un hombre que quiere casarse contigo —le dio un beso en la nariz—. No estás siendo muy convincente.
—No entiendo por qué quieres casarte conmigo. Casi todo el mundo prefiere un simple compromiso hoy en día.
—¿Es eso lo que tú quieres?
—No —admitió ella con franqueza.
—Yo tampoco. Supongo que me gustan los viejos valores. Y encontrar a mi futura esposa es un placer inesperado.
«Mi futura esposa…» Por mucho que ella lo deseara, seguía preocupada por las diferencias entre ellos.
—Otra razón para casarme es que me gustaría tener hijos dentro de un año o dos, y quiero tenerlos contigo. ¿Te gustaría formar una familia?
—Sí, me encantaría.
—Entonces, ¿qué te preocupa?
—Nuestras vidas son muy distintas.
—Pero no son incompatibles. ¿No crees que puedas acostumbrarte a ser rica?
—No es solo eso. Es todo. Tú vives en un mundo aparte…
—Ahora tú también vives en mi mundo, que te recibirá con los brazos abiertos. Eres preciosa, inteligente, bien educada, tienes personalidad y estilo propio…
—¿Y unos padres famosos?
—Sin mencionar ese pequeño complejo.
—Lo siento —murmuró ella—. No puedo evitarlo.
—Bien, si tanto te molesta tener unos padres famosos, haremos como si no existieran.
—No me molesta. Es que…
—Aunque tengo tanto que agradecerles que me gustaría invitarlos a la boda.
Con una mano le acariciaba el pezón, provocándole pequeñas descargas de placer.
Tenía tanto poder sobre ella que podía resultar aterrador.
—No he dicho todavía que vaya a casarme contigo.
—Te lo advierto. Si ahora mismo no me das una respuesta afirmativa y una fecha, te estaré haciendo el amor hasta conseguirla.
—Mmm… En ese caso sería mejor rechazar…
Él se echó a reír y la besó otra vez.
—Creo que haré las cosas a mi modo.
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Gracias por una nueva novelita esta padre
jai33sire- VBB PLATINO
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Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
Gracias por el Cap. Me encanta la novela Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: MENTIRAS ENVENENADAS........gran final
miil graciais por el cap niiña
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
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