Vicco y la Viccobebe
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Escandalo publico..... cap 9 (el final)

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Mensaje  laurayvictor Lun Jun 06, 2011 11:42 am

aqui esta el siguiente capitulo

Capítulo 8
Víctor estaba sentado en su oficina con la cara muy seria. Pensaba en Myriam y en la amenaza de su boda. Temía que, si se realizaba, no conseguiría más acceso a Alex que el que ya tenía. No podrían pasar las vacaciones juntos, y no podría opinar sobre su educación. La relación con su hijo se limitaría a una mañana a la semana, y tendrían que intentar conocerse mientras visitaban algún sitio de interés, en un ambiente poco natural, donde apenas tendrían oportunidad de hablar, de desarrollar un relación profunda entre padre e hijo.
Pero él no se rendía fácilmente; había descubierto que podía hacerle chantaje moral a Myriam, que lo permitía por el bien de Alex. Si se presentaba en su casa, no lo trataría con hostilidad delante de Alex. Y había otras maneras de ver a Alex. Desde que ayudó a Myriam a buscar a Jonesy, el hombre se había hecho su amigo. Él era quien acompañaba a Alex cuando salían los sábados. Myriam no había vuelto desde que la besó. ¿Aún estaba enfadada? ¿O era por orden de Venton? Víctor no lo creía; Myriam era más que capaz de enfrentarse a un pelele como Venton.
Al pensar en él, lo invadió un sentimiento de ira. En ese momento estaba negociando un delicado acuerdo con una compañía de Oriente Medio, pero habían surgido complicaciones: les habían llegado rumores falsos sobre la viabilidad de su empresa y había tenido que demostrar su falsedad; uno de sus agentes se había visto envuelto en un escándalo…, cosas de ese tipo. Víctor no tenía pruebas aún, pero estaba seguro de que Venton estaba detrás de todo ello. No sería la primera vez. Víctor apretó la mandíbula; de ninguna manera iba a permitir que un hombre que recurría a sucias tretas se acercara a su hijo. Ni a Myriam. Comprendió que eso también le importaba.

Myriam había intentado, con éxito, pasar desapercibida, y fue un alivio cuando la prensa encontró a otras personas a quien acosar. Pensó que todo el escándalo había pasado, se había olvidado.
Sabía que Sean y Tanya seguían utilizando el piso, muchas veces sin molestarse en llamar antes, y esperaba cualquier día una llamada de Tanya para informarla de cómo seguía la relación. Pero esa llamada no llegó. En su lugar, una tarde recibió una petición de ayuda.
—Myriam, tienes que sacarme de un lío terrible —suplicó Tanya, con la voz ronca.
—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?
—Sean y yo pensábamos pasar el fin de semana juntos. Hicimos una reserva en un hotel en el campo, con nombres falsos, por supuesto. Vine antes que Sean y ¿sabes qué? —se interrumpió Tanya, para añadir dramatismo—. La primera persona que he visto al llegar ¡es una tía de Brian! Ha visto el bolso de viaje y sólo se me ha ocurrido decir que lo traía al hotel para una amiga. He tenido que darle la maleta al encargado y marcharme. ¡Y dentro tiene mi nombre y dirección!
—Tanya, desde luego… Siempre has sido experta en meterte en líos estúpidos. Tendrás que esperar hasta que ella se vaya y luego explicárselo al encargado.
—¡No puedo! —gimió Tanya—. Lleva horas sentada en el vestíbulo. Y Sean no quiere que llamemos la atención. Está paranoico con que la prensa se entere.
—¿Quieres que vaya a recogerte?
—No, quiero que vengas y ocupes mi lugar. Es decir, que vengas, recojas mi maleta y ocupes la habitación.
—No puedo. Tengo una cita con Paul.
—¿No puedes romperla? —suplicó Tanya—. Si ibas a salir, ya debes tener canguro para Alex.
—Duerme en casa de un amigo esta noche —admitió Myriam—. Pero, de verdad, Tanya…
—Por favor, Myriam, es cuestión de vida o muerte.
Tanya pidió y suplicó hasta que Myriam se rindió. Llamó a Paul para romper su cita con él; no le hizo gracia, pero tuvo que aceptarlo.
El hotel estaba lejos de la ciudad y tardó un par de horas, eran casi las nueve cuando llegó. Aparcó el coche y entró. Al menos no había nadie en el vestíbulo que pudiera describirse como una tía. El encargado salió cuando llamó al timbre.
—Hola, soy la señora Robinson. Tengo una habitación reservada y… creo que una amiga ha traído un bolso de viaje para mí —dijo Myriam, usando el nombre que Tanya le había dado.
—Sí, es cierto —contestó, sacando un bolso de detrás del mostrador—. La acompañaré a su habitación —dijo. Era una habitación preciosa, en la primera planta, con una inmensa cama de matrimonio—. La cena ya está encargada para tomarla aquí. ¿Quiere que se la sirvan ya o prefiere esperar al señor Robinson?
—Es bastante tarde; creo que la tomaré ya, por favor. ¿Y puede decir que suban también una botella de champán? —añadió Myriam, decidiendo que era lo mínimo que le debía Tanya.
—Ya estaba encargada, señora.
Poco después, subieron la deliciosa cena, y Myriam se sentó a comer, decidida a aprovechar lo mejor posible lo que quedaba de tarde. Estaba sirviéndose la segunda copa de champán cuando llamaron a la puerta.
—Adelante —exclamó, creyendo que era el camarero.
¡Y se quedó boquiabierta al ver a Víctor! Él entró y cerró la puerta.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó seriamente.
—¿Qué quieres decir con «qué ha ocurrido»? —acertó a decir Myriam.
—Recibí una llamada diciendo que tenías problemas, que me necesitabas —replicó Víctor con el ceño fruncido.
Ella siguió mirándolo fijamente, pero de pronto los engranajes de su cerebro se pusieron en marcha y dejó escapar un gruñido.
—¿Era una mujer?
—Sí. Dijo que era una antigua amiga tuya y que le habías pedido que me llamara. Dijo que ella no podía ayudarte, que hacía falta un hombre y que me necesitabas a mí —explicó Víctor. Miró su cara y vio en ella disgusto y enfado—. ¿Es que no hay ninguna emergencia?
—No —admitió Myriam con amargura—. Una supuesta amiga mía ha decidido meterse en mis asuntos.
—¿Qué asunto en concreto?
—No es lo que piensas —replicó Myriam sonrojada—. Nos ha tendido una trampa.
—Explícamelo —dijo Víctor, sirviéndose una copa de champán.
—¿Cómo encontraste la habitación?
—Tu amiga me dijo que me presentara como el señor Robinson y que subiera directamente.
—Pienso estrangular a Tanya la próxima vez que la vea —dijo Myriam muy afectada.
—Y, ¿por qué nos… te ha tendido una trampa?
—Bueno, veras… —empezó Myriam, y se dio cuenta de que iba a ser imposible explicarlo—. Simplemente se ha hecho una idea equivocada, eso es todo.
—¿De verdad? —preguntó Víctor. Se quitó la chaqueta y la puso en el respaldo de una silla—. Imagino que esa comida es para el señor y la señora Robinson ¿no? —inquirió. Myriam asintió con la cabeza y el sonrió—. Perfecto. Todavía no he cenado —dijo, y se sirvió—. Ahora me lo puedes explicar todo.
—No —afirmó Myriam rotunda—. No puedo. Simplemente acepta que ha sido un error estúpido —dijo, levantándose—. Siento que te hayas visto involucrado. Come lo que quieras y utiliza la habitación. Yo vuelvo a Londres.
—No hasta que te hayas explicado —replicó Víctor tranquilo, pero con determinación.
—Ya te he dicho que no hay nada que explicar. Tanya se hizo una idea equivocada.
—¿Qué idea?
—Nada que tenga que ver contigo —respondió ella hostil. Vio cómo él estudiaba su cara sonrojada, con mirada especulativa y ligeramente divertida.
—Ya. Bueno, podrías sentarte y acabar de cenar. Creo que por lo menos me debes un poco de compañía, ¿no crees?
—No te debo nada. Esto no ha sido idea mía.
—Ah, no, ha sido idea de tu amiga. ¿Quién es esa amiga?
—Fuimos juntas al colegio —contestó Myriam de mala gana y se sentó frente a él, pero justo al borde de la silla, lista para escapar a toda prisa.
—Cuéntame algo de ella —ordenó Víctor.
—Siempre estaba metiéndose en líos. Por eso la creí cuando me llamó esta tarde y… —se interrumpió Myriam, para mantener el secreto de Tanya.
—¿Y? —insistió Víctor.
—Dijo que estaba en un apuro y necesitaba mi ayuda. Por eso vine hasta aquí.
Él enarcó las cejas, y Myriam casi pudo ver cómo su cerebro se ponía en marcha, utilizando la imaginación hasta llegar a una conclusión. ¿Pero sería la correcta? Probablemente, Víctor no era ningún tonto.
El apartó su plato vacío, levantó la bandeja y la sacó al pasillo. Cuando volvió, la miró unos instantes.
—¿Y tu amiga suele decir la verdad?
—No en este caso, obviamente.
—¿Y en general?
—Sí, supongo que sí.
—Así que, ¿era en serio lo que dijo de que necesitabas un hombre, y que me querías a mí? —dijo con voz sedosa.
—¡No! —espetó Myriam levantándose de un salto—. No cómo estás insinuando. Por supuesto que no. Eso es ridículo.
Pero Víctor ya estaba en pie, frente a ella.
—Parecen demasiadas protestas, cuando hubiera valido con un simple no.
Myriam comprendió que tenía razón y respiró profundamente, intentando calmarse.
—Mira, no te imagines lo que no es. Tanya eligió mal las palabras, nada más. Considéralo un síntoma de su retorcido sentido del humor.
—¿Tanya es tu amiga? ¿Una buena amiga?
—Sí —admitió Myriam.
—Si es tan buena amiga, probablemente sabe cuánto me odias, ¿no? —dijo observándola—. Todavía me odias, supongo.
—Sabes que sí —replicó ella con mirada agresiva.
—Entonces, ¿por qué iba a intentar tu amiga reunirte con alguien a quien odias, Myriam?
—No tengo ni idea —respondió mirando al reloj—. Me marcho.
Pero Víctor se acercó y puso la mano en su brazo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, sin que pudiera evitarlo, y él se dio cuenta.
—No te escapes —dijo suavemente, persuasivo—. Quédate un rato y charlemos sobre Alex ¿Cómo está? ¿Lo pasó bien en la visita del colegio al safari park?
—Sí, está perfectamente. Mira, yo…
—Hay tantas cosas que quiero saber de él. Todos esos años que me he perdido. Nunca hemos hablado de él ¿verdad? —dijo Víctor, guiándola hacia el sofá y haciendo que se sentara—. Cuéntame cosas suyas.
Se sentó, incómoda, no quería estar con él. Pero sus muestras de interés por Alex eran la mejor manera de atacar su conciencia.
—¿Qué quieres saber? —preguntó formalmente.
—Todo ¿Era guapo de bebé? ¿Todavía cree en Papá Noel y en el Ratoncito Pérez? ¿Conservas aún su primer diente?
Myriam elevó sus ojos verdosos hacia él con sorpresa. No esperaba que Víctor hiciera ese tipo de preguntas. Siempre había pensado que los hombres no se interesaban por los bebés, que consideraban esa etapa cosa de mujeres. En su experiencia, por lo que decían otras madres jóvenes, los padres sólo empezaban a interesarse de verdad cuando los niños empezaban a tener aficiones masculinas, más o menos la edad que tenía Alex ahora. Nunca se le hubiera ocurrido que Víctor también habría disfrutado de todas las cosas que la habían fascinado cuando Alex era un bebé.
—Sí —dijo lentamente, intentando asimilar esa nueva faceta de su carácter—. Todavía cree que el mundo es un sitio mágico.
Empezó a contarle cosas que le habían ocurrido a Alex en su corta vida: cuando estuvo muy enfermo con el sarampión, cuando intentó subir a un árbol a rescatar a un gato y se quedó atascado, y tuvieron que ir los bomberos a rescatarlos a los dos. Víctor se rió con esa historia, y los ojos se le iluminaron.
—¿Cómo te las apañaste? —preguntó—. ¿Cómo tuviste tanto éxito?
—Fue por el mobiliario y los adornos de la casa de tu padre —explicó, para sorpresa de él—. Estaba aburrida y no tenía nada que hacer, así que me leí los libros. Y cuando volví a Londres, empecé a frecuentar liquidaciones y rastrillos. Conseguí algunas gangas, y cuando nació Alex lo llevaba conmigo, primero a la espalda en una mochila para bebé, y más adelante en una sillita de paseo —sonrió al recordarlo—. Se convirtió en la mascota de muchos de los marchantes, y le guardaban cochecitos de juguete. Después, conseguí trabajar como asesora en una casa de subastas y, finalmente, abrí mi propia tienda.
—Debe de haber sido durísimo —dijo Víctor, apoyando el brazo en el respaldo del sofá.
—En realidad no. Fue divertido.
Un destello de añoranza brilló en los ojos de Víctor.
—Ojalá hubiera… —se interrumpió pero a continuación prosiguió—. Me habría gustado que las cosas fueran distintas, Myriam.
Ella no supo cómo tomárselo. Él deslizó la mano hacia su hombro, pero ella se movió fuera de su alcance.
—¿Tu mujer y tú nunca quisisteis tener hijos?
Víctor se rió brevemente, con amargura.
—¿Quieres que te cuente la triste historia de mi matrimonio y divorcio?
—No. no es asunto mío —se apresuró a replicar ella. Pero él empezó a hablar.
—Mi matrimonio ya estaba destrozado tiempo antes de conocerte. Nos casamos cuando aún estaba en la universidad, ese fue el primer error. Estudiaba la carrera cuando conocí a Ruth. Era muy guapa y me enamoré de ella. Me enamoré locamente, o al menos eso me pareció. No tenía suficiente experiencia para saber que podía no durar. Me temo que el primer amor suele ser así para muchos hombres. Te consume por completo, hasta que no puedes pensar en otra cosa. Si me hubiera permitido hacerle el amor, quizás habría recuperado la razón, pero era muy lista; o boda o nada. Entonces ya tenía bastante éxito en los negocios, y ella vio que iba a llegar lejos. Quería ir conmigo. Me dijo que era virgen. No lo era —añadió secamente, y rió con frialdad—. Era prostituta de nacimiento; el sexo con ella siempre había que pagarlo de una manera u otra. Nunca hubo alegría ni disfrute. Y ninguna espontaneidad; había demasiado regateo de por medio.
—¿Por qué no tuvisteis hijos? —preguntó Myriam.
—Bueno, supongo que hubiera condescendido a tener uno si yo hubiera estado dispuesto a pagar el precio adecuado. Obtuve la licenciatura y me concentre en construir mi empresa, siempre esperando que cambiara. Pero unos años después, ya estaba harto; estaba cansado de la batalla constante y le dije que quería el divorcio. Entonces, decidió cambiar de táctica. Vino a mi dormitorio una noche y me dijo que sería todo lo que yo deseara, que aún me quería y deseaba que fuéramos felices. Como un estúpido optimista, dejé que se quedara. Un mes después, me dijo que estaba embarazada. Y poco después mi padre enfermó y te conocí.
Estuvo callado unos minutos, con labios tan apretados que sólo se veía una fina línea.
—Nunca me habría llevado a su cama para consolarme, como hiciste tú. Y no creo que supiera amar. Era tan parca con sus emociones como con su cuerpo. No deseaba echarte como lo hice, pero creía que Ruth estaba embarazada de mí. Esperaba que nos reconciliáramos y lleváramos una vida familiar normal. No podía arriesgarme a que eso peligrara —explicó Víctor, y volvió a quedar callado.
—Ha dicho que «creías» que estaba embarazada —dijo Myriam con amabilidad.
—Sí —contestó Víctor como si se despertara de sus recuerdos—. No lo estaba. Había mentido también en eso. Un par de meses después, cuando volví de un viaje de negocios, me dijo que lo había perdido, pero no la creí y la arrastré a un ginecólogo. Él confirmo que nunca había estado embarazada. Ese mismo día la eché, y no he vuelto a verla —su voz se llenó de cinismo—. Supongo que al final ganó; el divorcio me salió muy caro.
Su rostro sombrío le llegó a Myriam al corazón. Sin pensarlo, levantó la mano y le acarició la boca, intentando borrar su odio y amargura. Sus ojos volaron hacia ella, pero la llama de deseo que vio en ellos la asustó e intentó apartar la mano, pero Víctor la sujetó contra su boca y empezó a besarla con ansia; sus suaves labios recorrieron su palma y sus dedos, le mordió suavemente la base del pulgar y lamió la suave piel de entre sus dedos. Todo el tiempo siguió mirándola a los ojos, diciéndole lo que deseaba.
—¡No! —exclamó. Consiguió apartar los ojos de los suyos y se levantó. Pero él no le soltó la mano, sino que se levantó y la abrazó—. No era mi intención tocarte —le dijo ella.
—¿No? ¿Y supongo que tampoco querías que volviera a besarte?
—Por supuesto que no.
Los ojos de Víctor la miraban divertidos, con una mezcla de pasión y de ternura.
—Pues es una pena, porque tengo intención de hacerlo. Y te recuerdo, cariño, que Alex no está aquí para venir a salvarte.
—¡No te atrevas! —lo amenazó.
—Vaya, vaya, eso que has dicho ha sido una tontería —sonrió él.
—No responderé —dijo ella con los ojos llameantes.
Sus labios la besaron suavemente, explorándola.
—Por supuesto que no —accedió él—. Eso se sobreentiende.
—Estarás ahí de pie, parado como un tonto.
—Mm —murmuró el. Endureció los labios ligeramente y la apretó contra él, para que sintiera su fuerza, el calor de su cuerpo.
Myriam mantuvo los labios firmemente cerrados, el cuerpo rígido de desafío. Sus labios hicieron con su boca lo mismo que antes con la mano, beso, mordisqueó, intentó encontrar una entrada con la lengua, provocándole oleadas de deseo que intentó ocultar desesperadamente. Cuando él deslizó los labios de su boca hasta su cuello, no pudo controlar un gritito ahogado.
—Myriam. Dulce Myriam —suspiró, volviendo rápidamente a sus labios y, sujetándole la cabeza con ambas manos comenzó a besarla con más pasión, aprovechándose de su boca abierta para explorarla, convirtiendo sus sensaciones en un torbellino.
Ella protestó ahogadamente, intentó que su mente retomara el control, pero cuando volvió a estrecharla contra él, sujetándola por las caderas, sintió una inmensa oleada de deseo en lo más profundo de su ser. Myriam se relajó con un suspiro, y Víctor exclamó triunfante al sentirlo. Su deseo por ella se convirtió en una llama. Con la respiración entrecortada, susurraba su nombre con alegría; incluso se reía mientras seguía besando su boca, su cuello, sus ojos.
—Sabía que no eras inmune a mí. ¡Lo sabía! La noche que pasamos juntos fue maravillosa. ¿No te acuerdas, Myriam? ¿No recuerdas lo maravilloso que fue?
Él le había desabrochado los primeros botones de la blusa y la besaba el escote, entre los senos. Myriam echó la cabeza hacia atrás y con la boca entreabierta suspiró de placer.
—Sí, lo recuerdo —dijo suavemente.
Víctor levantó la cabeza para mirarla y pensó que nunca había visto una mujer tan bella. Con el pelo oscuro alborotado y los rasgos suavizados por su clara excitación sexual conquistó el corazón, el cuerpo y el sentido de Víctor. Descubrió que la deseaba más de lo que nunca había deseado a una mujer, incluso más que a su esposa cuando la conoció. Pero, de alguna manera, este deseo era distinto. A pesar de su intensidad, no estaba mezclado con arrogancia. Al contrario, sentía una gran humildad, como si fuera un creyente ante el templo, un pagano ante una diosa. Las manos le temblaban tanto que apenas podía desabrochar los botones que revelarían sus senos ante él y gruñó, impaciente con su torpeza, hasta que por fin quedaron libres y pudo festejar sus ojos en ella.
—Eres preciosa —dijo con voz ronca—. Aún más preciosa que antes.
Se agachó para besarla y ella lo permitió; le puso las manos a los lados de la cabeza y movió el cuerpo con voluptuosidad, respirando entrecortadamente, casi con angustia. Myriam entreabrió los ojos, el placer que sentía era casi insoportable. En la puerta del armario había un espejo de cuerpo entero. Vio sus cuerpos reflejados en él, vio cómo estaba disfrutando mientras le hacía el amor. Víctor le hacía el amor. De repente, la asaltó la consternación. Lo apartó de ella con una exclamación desolada.
—¡No! Déjame en paz.
Víctor, desequilibrado, retrocedió unos pasos, completamente sorprendido. Al principio la miró fijamente, pero cuando vio que se tapaba, el enfado invadió su cara.
—¿Por qué? —exigió con brusquedad.
—Yo… no quiero esto. ¡No te quiero a ti!
—Entonces ¿esto qué ha sido? ¿Una burla? ¿Un castigo?
—¡Empezaste tú!
—Pero no luchabas contra mí —señaló Víctor sin piedad—. Lo deseabas tanto como yo.
—¡No! ¡Nunca! ¿Cómo te atreves a pensar que puedes ganarme con un par de caricias lascivas?
Víctor palideció.
—¿Por qué seguirme la corriente entonces? —gruñó. Le agarró la muñeca y la obligó a volverse hacia él—. ¿Lo has hecho como venganza barata porque quiero ver a Alex? ¿Es eso?
—No. No seas ridículo. Y quítame las manos de encima o gritaré —dijo ella seca, con las mejillas intensamente ruborizadas.
Víctor observó su cara un momento.
—¿Qué pasa, Myriam? ¿Estás enfadada contigo misma por olvidarte de odiarme? ¿Ha podido tu cuerpo contigo, borrando todo lo demás de tu cabeza? —preguntó sardónico. Ella apartó la mano de un tirón.
—¿No era eso lo que tenía que ocurrir? ¿No lo hiciste por eso? Eres muy listo, Víctor. Tienes mucha experiencia con las mujeres. Me has contado esa historia lacrimógena sobre tu matrimonio a sabiendas de que me darías pena. La has utilizado para aprovecharte de mí, para…
Se interrumpió cuando Víctor, con los ojos llenos de furia, la agarró de nuevo.
—Maldita seas, no necesito tu compasión —la sacudió y añadió—. Eres igual que todas las demás. Manejas las emociones de un hombre, como si fuera un juego. Primero caliente y luego fría. Las mujeres no sabéis amar. Pensé que tú eras distinta, pero no lo eres. De acuerdo. Querías vengarte y ya lo has hecho.
Myriam lo miró y vio sus ojos nublados de dolor.
—Víctor, yo… ¿qué intentas decir? —se aventuró.
—¿Decir? ¡Nada! —exclamó, empujándola hacia la puerta—. Querías irte, así que vete. Sal de aquí. ¡Ve hacia tu frío y calculado matrimonio con Paul Venton!
Dándose la vuelta, se quitó la corbata y la tiró en una silla, después fue hacia el cuarto de baño y cerró la puerta de un portazo.
Myriam miró la puerta cerrada, mareada, incapaz de asimilar las emociones que él había mostrado: su ira, su dolor. Automáticamente, buscó su bolso, su abrigo, pero se quedó parada cuando iba a ponérselo, mirando la puerta otra vez. La había acusado de ser como su esposa, una mujer sin corazón, que lo había tratado con crueldad. Pero ella no era así. No lo había animado a propósito para luego negarse, para escupírselo a la cara. Oyó el sonido de la ducha y recordó la trémula excitación de Víctor cuando la tocó, su propia necesidad y el placer que le producía su contacto. Un escalofrío recorrió su cuerpo y gimió suavemente. Pero lo odiaba. Sin duda. Entonces, ¿por qué su cuerpo adoraba lo que la había hecho?, ¿por qué sus caricias encendían sus sentidos, la hacían desear más? Y sólo las caricias de él, sólo las suyas.

Víctor, inmóvil bajo la ducha, dejaba que el agua cayera sobre él. Nunca se había sentido tan vencido. Durante unos breves y maravillosos minutos había creído que por fin sería feliz. Había imaginado un futuro dorado, en vez de sombrío. Pero ahora se alegraba de no haber tenido la oportunidad de decirle a Myriam lo que sentía, por lo menos se había librado de esa humillación final. Ella tenía motivos para odiarlo, pero la había creído generosa y de buen corazón. Pensó que tendría valor para admitir sus propios sentimientos. Pero se había equivocado. Por completo.
Quizás aún lo odiaba. También podía haberse confundido en eso. Pero entonces, ¿por qué le había dejado besarla, acariciarla? Estaba muy excitada. No simulaba; de eso estaba seguro. Pero algo la había hecho cambiar, ¿quizá su enlace con ese estúpido de Venton?
La imagen de Myriam y de Venton juntos le vino a la mente, no por primera vez, y de pronto lo invadieron unos celos insoportables. Dio un puñetazo contra la pared, haciendo que la mampara vibrase, y entonces oyó un ligero ruido tras él. Antes de que pudiera darse la vuelta, dos manos temblorosas le rodearon la cintura y lo abrazaron. Sintió la cara de Myriam pegada a él, los senos apoyados sensualmente contra su espalda, las caderas junto a sus muslos y las piernas tocando las de él. Gritó y se hubiera dado la vuelta, pero ella lo sujetó.
—¿Jabón? —susurró en su oído.
El lo encontró, se lo dio y ella comenzó a lavarle la espalda. Lo hizo despacio, tomándose su tiempo, mientras Víctor seguía quieto, incapaz de creerse que lo imposible estaba sucediendo. Myriam terminó con la espalda y deslizó las manos hacia abajo, suaves, acariciantes, haciéndole temblar de excitación. Su tacto era muy delicado, ligero, seductor. Se estremeció una y otra vez y no intentó ocultarlo; su respiración era ya irregular y sabía que estaba a punto de perder el control.
Por fin, por fin, ella lo volvió hacia sí. Tenía el pelo oscuro echado hacia atrás y pegado a la cabeza. Había gotitas de agua en sus pestañas, que se quitó parpadeando. Estaba desnuda y preciosa. Levantó las manos para lavarle el pecho, pero antes Víctor la apartó, para poder mirarla de arriba abajo. Después, elevó los ojos hacia los de ella y vio que lo miraban con una sonrisa dubitativa, insegura. Inclinándose, la besó en la boca largamente, con dulzura, mientras el agua los salpicaba. Cuando abrió los ojos, Myriam sonreía abiertamente. Después, siguió lavándolo.
No pudo aguantarlo mucho tiempo. Cuando acabó con el pecho y siguió hacia abajo, no pudo controlar más su ansiedad. La levantó en brazos y llegó al dormitorio tan rápidamente que ella casi no tuvo tiempo de enterarse de lo que ocurría. Entonces la tiró sobre la cama, empapada. Se arrodilló sobre ella un momento, mientras pequeños regueros de agua le caían del pelo hacia el pecho. Myriam lo miró, sonrió y lo abrazó.
Se deseaban con locura. Hicieron el amor apasionadamente, de forma tempestuosa. Su pasión se desbordó y ambos llegaron a un clímax incontrolable; primero Víctor, haciendo eco con sus roncos jadeos de excitación a los gemidos de placer de ella; después Myriam, que sintió una larga espiral de placer, que explotó como una lluvia dorada interminable.
Después, aún asombrado, con el corazón latiéndole aceleradamente, Víctor abrazó a Myriam con fuerza. Se apoyó en un codo, pero siguió estrechándola contra él, lo más cerca que podía. Con mano temblorosa, le apartó el cabello húmedo de la cara.
—Cariño. Mi amor.
La besó con agradecimiento y vio cómo abría los ojos lentamente. Vio la sexualidad satisfecha en sus verdes profundidades, la sonrisa de Mona Lisa que iluminaba su boca. Era la mirada de una mujer que había sido amada de verdad. Una risa ronca le brotó de la garganta, una risa masculina de orgullo y triunfo viril.
—Voy a comprarle a tu amiga una caja del mejor champán —rió.
—¿Ha sido bonito, eh?
—Ha sido perfecto. Es perfecto —dijo él moviéndose un poco. Ella dio un largo suspiro de felicidad—. ¿Por qué cambiaste de opinión? ¿Por qué no te marchaste?
—Simplemente dejé de luchar contra ti, contra mí misma —sonrió ella de nuevo—. No creo que llegara a razonarlo. Actué por instinto. Sabía que si me iba no habría otra oportunidad y me arrepentiría durante el resto de mi vida. Me desnudé sin ser consciente de que lo hacía.
Una pequeña arruga comenzó a formarse en su frente pero, sin darle tiempo, Víctor le besó los párpados, borrándola.
—Me alegro mucho de que lo hicieras, infinitamente —aseguró—. Era lo que he estado deseando, añorando —dijo, besándole el cuello, los lóbulos de la orejas y finalmente la boca—. Te deseo otra vez —dijo con voz gutural.
—¿Tan pronto? —preguntó ella—. Oh, sí, es verdad —dijo dando un gritito ahogado.
—Llevo mucho tiempo esperando esta noche.
Myriam observó su cara, y sus ojos se abrieron con sorpresa ante la calidez y ternura que vio en ella.
—Yo te importo —dijo, con tono de descubrimiento.
—Sí —dijo Víctor acariciándole la cara—. Claro que me importas.
Deslizó la mano, acariciándole el pecho y empezaron a hacer el amor de nuevo. Pero fueron más despacio, buscando nuevas formas de darse placer, explorando, riendo a veces, como cuando Víctor descubrió que no ella podía soportar que le deslizara los dedos por la columna, era demasiado erótico. Se contuvieron deliberadamente, prolongando la excitación y convirtiendo la cama en un oasis de placer, donde cada caricia, cada beso, era un preludio maravilloso a su creciente pasión. Hasta que, casi sin moverse, sus cuerpos se unieron por fin y ambos experimentaron la sensación más brillante y maravillosa que habían sentido nunca.
Se durmieron, con los cuerpos aún entrelazados. Dos horas después, a Myriam la despertó la luz, que habían dejado encendida. Lo primero que sintió fue una gran paz mental, un estado eufórico de cálida felicidad que pocas veces había sentido en su vida. Se movió un poco y se sintió agradablemente dolorida, como suele ocurrir después de hacer el amor apasionadamente. También notó ese vacío que deja un amante, y que sólo se llena volviendo a hacer el amor. No era una sensación desagradable, pero podía llegar a ser muy frustrante si no se satisfacía. Myriam conocía esa frustración y abrió los ojos con pánico.
Se relajó inmediatamente. Víctor seguía allí. Estaba sentado en la cama, mirándola pensativamente con sus ojos grises. Pero sonrió al ver que estaba despierta. Myriam se apoyó contra su pecho y levantó la cara para que la besara. El pelo se le había rizado suavemente al secarse y estaba encantadora.
—¿En qué pensabas? —preguntó—. Estabas muy serio.
—En ti, por supuesto —replicó, comenzando a acariciar sus senos desnudos. Myriam levantó la mano para apartarse el pelo de la cara y él se la sujetó.
Ella notó cómo se ponía tenso y lo miró. Aún llevaba puesto el anillo de Paul y Víctor lo miraba muy serio.
—¿Por qué no te quitas eso? —sugirió con tono tranquilo. Iba a decir algo más, pero se calló.
Adivinando sus pensamientos, Myriam se quitó el anillo y lo dejó en la mesilla, después le puso las manos en los hombros y lo miró a los ojos.
—Nunca me he acostado con Paul —dijo con sinceridad—. No hemos sido amantes.
—Me alegra oírlo —dijo con una mueca—. Aunque confirma mi opinión sobre él. ¿Te habrías comprometido con él si yo no hubiera aparecido?
—Seguramente no —admitió Myriam.
—¿Y ahora?
Era una pregunta muy tendenciosa en esas circunstancias. Se preguntó si Víctor no estaba seguro de ella y era una especie de prueba.
—Romperé el compromiso —dijo tras pensar unos instantes—. Pero quiero hacerlo con gentileza; no quiero humillarlo. Después de todo, él…
—Si crees que Venton te estaba haciendo un favor, estás completamente equivocada —interrumpió Víctor, anticipándose a lo que iba a decir—. Haría cualquier cosa para herirme.
—Pero yo ya salía con él antes de que te enteraras de lo de Alex —protestó Myriam.
Víctor se encogió de hombros.
—Y eso le vino muy bien. Puedo decirte una cosa de Paul Venton, siempre aprovecha las oportunidades que se le presentan, por las buenas o por las malas. Apostaría a que empezaste a verlo mucho más en cuanto nuestra relación se hizo pública.
Myriam se dio cuenta de que tenía razón y arrugó el entrecejo. Víctor al verlo la besó.
—Olvídate de Venton —murmuró. Se dejó caer en la cama y atrajo su cabeza para besarla—. Hazme el amor —ordenó.
—Ya, así que ahora damos órdenes, ¿no? —dijo Myriam, haciéndose la ofendida.
—Por favor —pidió él simulando humildad—. Por favor, por favor.
—Eso está mejor —replicó ella con tono severo, y lo estropeó echándose a reír mientras lo obedecía.

Salieron del hotel por separado, Víctor dos horas antes que Myriam, porque tenía que volar al norte de Canadá para presenciar cómo un grupo de mujeres iniciaban un viaje a pie hasta el Polo Norte, una aventura que él patrocinaba. Ella utilizó el teléfono del coche para comprobar que Alex estaba bien, luego llamó a Paul y le pidió que se reuniera con ella en su casa.
La retuvo el tráfico, así que Paul llegó antes. La esperaba sentado en el asiento trasero del coche, trabajando.
—Tendrás que darme una llave —anunció Paul. Una vez en el vestíbulo la besó—. Se te ve distinta —dijo. Myriam se sonrojó, preguntándose si sería tan obvio que había pasado la noche en brazos de Víctor. Pero él añadió—. Te has peinado de otra forma.
—Se me ha mojado el pelo —explicó ella.
—¿Qué ocurrió anoche? —le preguntó cuando entraron al piso.
—¿Anoche?
—Me dijiste que una amiga tenía problemas. Por eso rompiste la cita, ¿no?
—Sí —dijo ella, poniéndose seria—. Paul, lo siento mucho. No es fácil decirte esto, pero no quiero que sigamos con nuestro…, nuestro acuerdo. Quiero romper el compromiso.
Vio cómo se ponía rígido y sus rasgos se endurecían, siguieron unos momentos de silencio cargados de tensión.
—Ya, ¿y se puede saber por qué? —preguntó cáustico.
—La situación ha cambiado. He visto a Víctor y hemos hablado. He decidido que Alex y él se vean siempre que quieran.
—¿Qué ha ocurrido para que cambiaras de opinión?
—Eso es personal. Lo siento —repitió ella.
—Y bien que deberías sentirlo —exclamó enfadado—. ¿Te das cuenta de que esto me va a convertir en el hazmerreír de todo el mundo? ¡Anunciar el compromiso un mes y romperlo al siguiente! ¿Has conocido a alguien? ¿Es eso?
—No.
—Pero tiene que haber alguien o no habrías cambiado de opinión —protestó Paul—. Si no es alguien nuevo, entonces…—reflexionó unos segundos—. Entonces puede ser alguien que conocías. ¡Sí, eso es! Vas a volver con Víctor García. Después de todo lo que has dicho sobre él: que lo odiabas, que no querías que se acercara a Alex —dijo con sorna y, enfadado, soltó una carcajada—. Pues muchas gracias, Myriam.
—Simplemente ocurrió. Yo no lo busqué. Supongo que siempre estuvo ahí —admitió Myriam.
—¿Quieres decir que cerca del odio ronda el amor? Bueno, la lujuria, en este caso —se mofó él.
—Comprendo que estés enfadado, Paul, pero…
—Sí, estoy enfadado. ¡Muy enfadado! —dijo y, acercándose de una zancada, la agarró del brazo—. Imagino que estuviste con el anoche, ¿no? —espetó. Vio en su cara que había acertado y añadió furioso—. ¿Te das cuenta de que te has comportado como una ramera barata? —rugió, elevando el puño amenazador—. Pero eso es lo que eres, una sucia…
—¿Tienes algún problema, Myriam?
Los dos se sorprendieron al oír la voz. Se dieron la vuelta y vieron a un hombre alto y guapo salir del dormitorio. Al menos aquella vez estaba vestido.
—Sean —exclamó Myriam, aliviada. Se apartó de Paul—. Por favor, vete —le dijo.
Recuperándose de la sorpresa, Paul reconoció a Sean y se rió con desprecio.
—Parece que tienes hombres en todos sitios. Pero que otra cosa podría esperarse de…
—La señora le ha dicho que se vaya —dijo Sean flexionando esos músculos que las mujeres adoraban—. Y me encantaría empujarlo escaleras abajo.
Paul se levantó y fue hacia la puerta, apresurado, pero con dignidad, dadas las circunstancias.
—Te arrepentirás de esto —dijo cortante. Myriam respiró con alivio cuando se marchó.
—Santo cielo, cómo me alegro de que estuvieras aquí. Gracias. Estaba empezando a ponerse desagradable.
—Eso me pareció —dijo Sean. Se tiró en un sillón y estiró las piernas, ocupando media habitación—. Había decidido no aparecer hasta que se fuera, pero cuando empezó a gritar me pareció que te vendría bien que te echara una mano.
—Tenías razón. Pero, ¿qué haces aquí?
—Bueno, sabíamos que Alex y tú ibais a pasar la noche fuera así que… —confesó ligeramente avergonzado—. Tanya se marchó temprano, pero yo me he dormido. Estaba a punto de irme cuando llegasteis.
Myriam se acercó a la ventana y vio que el coche de Paul seguía allí, con él sentado dentro.
—Aún no se ha ido —murmuró intranquila.
—Me quedaré hasta que se vaya, no sea que te esté esperando —ofreció Sean.
—Eres muy amable. Me apetece un café, ¿y a ti?
Charlaron un rato y Myriam se acercó varias veces a la ventana, pero pasaron otros veinte minutos hasta que el coche arrancó.
—Se fue —dijo con satisfacción.
—Yo también tengo que marcharme. Esta mañana han estado retocando el guión, pero por la tarde volvemos a rodar.
—Y yo tengo que ir a trabajar.
Salieron juntos, charlando sobre Tanya mientras bajaban en el ascensor y cruzaban el vestíbulo del portal. El portero les abrió, y en cuanto pusieron un pie fuera, los asaltó una auténtica descarga de flashes.
—¡Maldita sea! —exclamó Sean. Sacó sus gafas oscuras, pero era demasiado tarde para ocultar su identidad. Había más de media docena de fotógrafos y periodistas rodeándolos, lanzándoles preguntas. Consiguieron apartarlos y Sean la acompañó hasta el coche.
—Iba a parar un taxi, pero… —dijo dubitativo.
—Te llevo —le ofreció Myriam, desesperada por escapar de los flashes.
Se marcharon a la carrera mientras Sean maldecía enfadado.
—Ese tipo que echaste de casa lo ha organizado. Debe haber llamado a los periodistas en cuanto salió del piso, y ha esperado hasta que llegaran.
—¿Lo ha hecho Paul? ¡Oh, no!
—Eh, no pasa nada. Tanya sabe la verdad.
Para Myriam eso no era ningún consuelo, pero supuso que la historia se olvidaría pronto. Dejó a Sean en el West End y fue a trabajar.

Se equivocó al pensar que iba a olvidarse. Debía haber escasez de noticias esa semana, porque los periódicos siguieron la historia durante días. Los titulares de la prensa sensacionalista afirmaban rotundamente que Sean y ella eran amantes. Nidito de amor de la superestrella en Londres, rezaba uno. También incluían una relación del número de veces que se había visto a Sean entrar o salir del edificio. Myriam no tenía ni idea de dónde podían haber conseguido esa información, a no ser que se debiera al portero del edificio. Su relación con Víctor dio lugar a otro titular: El magnate es batido por Sean Munro.
Sorprendentemente, los periódicos apenas mencionaban su compromiso con Paul, sólo que él lo había roto cuando se enteró de que tenía una aventura con Sean. Así, Paul salía del asunto muy bien parado, aunque había sido él quién proporcionó la información falsa a los periódicos. Eso indignó tanto a Myriam que quiso demandarlo.
Llamó a Sean desde el teléfono de un hotel, porque no sabía si tenía los teléfonos de casa y del coche intervenidos. Él le dijo secamente que no hiciera nada.
—Simplemente deja que se olvide —aconsejó—. Intenta ignorarlos. Créeme, es lo mejor que puedes hacer.
—¡Pero es todo mentira! ¿No puedo siquiera pedirle a mi abogado que publique un desmentido?
—Es una pérdida de tiempo —explicó Sean—. La gente cree lo que quiere creer y cualquier declaración que hagas sólo servirá para añadir leña al fuego.
—Pero esto está perjudicando a mi hijo. Tengo que hacer algo.
—¿Y qué ibas a decir? —replicó Sean—. ¿Qué no me veía contigo? ¿Qué era con una amiga? Si lo haces, la prensa no te creerá o intentará por todos los medios descubrir quién es la amiga. Eso les llevará a Tanya. Prometiste guardar nuestro secreto, Myriam.
—Entonces, ¿no es hora de que Tanya y tú os decidáis? —preguntó ella con aspereza.
—Tanya es la que tiene que decidirse. Oye, tengo que irme, me necesitan en el plato.
Tras esa conversación tan poco satisfactoria, Myriam localizó a Tanya, pero su amiga se negó a hablar por teléfono por si estaba intervenido. Quedaron en un restaurante y Tanya apareció con unas gafas de sol aún mas oscuras que las de Sean, y con el pelo oculto por un sombrero de ala caída.
—Cualquiera pensaría que es a ti a quien persigue la prensa —rió Myriam desconcertada.
—Brian dice que no te vea hasta que todo esto se haya olvidado.
—¡Brian dice! —exclamó Myriam indignada—. ¿Desde cuándo haces caso de lo que dice tu marido?
—¿Es muy horrible? —preguntó Tanya, con más curiosidad que lástima, pensó Myriam.
—Sí, mucho. No puedo ir a ningún sitio sin que la prensa me siga. Hasta me siguieron a una subasta. Alex lo está pasando fatal en el colegio. Y lo peor de todo es que lo estoy sufriendo yo sin tener ninguna culpa. Creo de verdad que Seany y tú deberíais hacer pública vuestra relación, Tanya. No aguanto más. Ya fue horrible cuando descubrieron lo mío con Víctor, pero esto es mucho peor. Es casi una persecución.
Los elegantes y cuidados dedos de su amiga juguetearon con un trozo de pan.
—Lo siento mucho por ti, claro. Pero fue tu ex prometido quien informó a la prensa. Y Sean también está pasando por esto. Apenas ha salido del plato en toda la semana.
—¿Lo habéis hablado?
—Bueno, en cierto modo.
—¿Eso qué significa, Tanya?
—La verdad, toda esta publicidad y este lío…, me ha quitado las ganas un poco —dijo Tanya, incómoda.
—¿Quieres decir que te ha quitado las ganas de Sean?
—No estoy acostumbrada a estas cosas. Mis padres lo odiarían. Y tengo que pensar en los niños.
—Y mi hijo, ¿qué? Es culpa tuya que esté pasando por todo esto —replicó Myriam con la cara seria.
—Eso no es justo. Te dije desde el principio que no podía decidirme.
—Pero decidiste probar a Sean mientras te lo pensabas, ¿no? —dijo Myriam con frialdad—. Y al diablo con todos los demás.
—He decidido quedarme con Brian. No quiero discutir contigo, Myriam, pero…
—¡No tendrás oportunidad de hacerlo! —intervino Myriam. Se puso en pie airada y se marchó del restaurante.
Cuando llegó a la tienda, llamó a Víctor a la oficina, pero le dijeron que todavía estaba fuera, desde Canadá había ido a los Estados Unidos. Su secretaria se negó a darle su teléfono privado o el nombre del hotel donde se alojaba, lo cual era razonable; pero a Myriam la molestó que él no la hubiera llamado. Desde la noche que habían pasado juntos, sólo había recibido una nota escrita en el aeropuerto, diciéndole que había sido maravilloso y que la llamaría en cuanto volviera.
Un periodista curioso, con la ayuda de un empleado del hotel donde estuvo con Víctor, descubrió que Sean había pagado la habitación, y eso provocó otro sugerente titular, que no mencionaba que Sean ni siquiera había estado allí. Myriam decidió que ya había aguantado más que suficiente, y sólo esperaba la vuelta de Víctor para que corroborara su historia y contratar a un abogado. Alex también estaba pasándolo mal, y la última gota fue recibir una carta del juzgado pidiéndole que explicara sus circunstancias actuales; Paul les había comunicado que había roto el compromiso y que la consideraba incapacitada para ocuparse de Alex.
A Myriam le hirvió la sangre, y dejó un mensaje en la oficina de Víctor, diciendo que quería verlo en cuanto regresara.
Pero pasaron un par de días más hasta que lo vio. El viernes llamó la secretaria de Víctor para decirle que había vuelto y que la vería la mañana siguiente, con Alex, a bordo del Belfast, un barco de guerra que estaba siempre anclado en el Támesis, cerca de la Torre de Londres. Myriam se quedó muy sorprendida de que no llamara él mismo, o de que no hubiera pasado por su casa, pero contestó que Alex y ella irían.
Sólo había un periodista esperando cuando salieron. Myriam paró un taxi, y el conductor consiguió despistarlo. Cuando llegaron al barco, Myriam buscó a Víctor expectante y lo vio sentado allí cerca, aparentemente leyendo el periódico. Alex lo vio al mismo tiempo y corrió hacia él. Víctor lo levantó en brazos y le hizo carantoñas, después le dio una figura de un policía montado, que le había traído de Canadá. Myriam los miró, mientras poco a poco se apagaba su alegría, al ver que Víctor prestaba toda su atención al chico, sin dedicarle a ella ni una mirada. Víctor compró las entradas para subir al barco, pero no habló hasta que no estuvieron en la cubierta del viejo buque gris, que Alex exploraba feliz.
—Dejaste un mensaje diciendo que querías verme —dijo con voz fría.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué te comportas así? —exigió, mirándolo fijamente.
Sus ojos se encontraron. No eran los de un amante, ni siquiera los de un amigo. La miraban implacables, duros. Podría haber sido su enemigo, tan frío y reservado estaba.
—¿Qué ocurre? —repitió, con voz temblorosa. Sintió cómo la angustia le oprimía la garganta, el pecho, al comprender que iba a rechazarla, la historia iba a repetirse.
—He leído los periódicos —dijo Víctor con brusquedad—. Sé que estás teniendo una aventura con Sean Munro —dijo. Se dio la vuelta, incapaz de mirarla, se acercó a la barandilla del barco y la agarró con fuerza con los nudillos blancos.
No había querido verla ese día, pero sabía que tenía que enfrentarse a la situación. Lo mejor era liquidar el asunto de una vez por todas. Alex se acercó y le habló, pero él estaba recordando con amargura cuánto le había costado dejarla para ir a Canadá. Estaba tan sensual, tumbada en la cama, que había vuelto a desearla y tuvo que hacer un esfuerzo para marcharse. Pero entonces contaba con la promesa de un futuro común, los tres juntos, y se marchó feliz, deseoso de volver junto a ella cuanto antes.
Tan sólo veinticuatro horas después, compró un periódico inglés y vio la fotografía de Myriam con Sean Munro en primera página. La historia continuaba en el interior, y allí encontró su propia foto y una explicación de su relación con el sórdido asunto. Al principio ganó la incredulidad. Esperó a que Myriam o Munro desmintieran la noticia, pero no lo hicieron.
Luego, apareció la declaración de Paul Venton, diciendo que había roto el compromiso porque se había enterado de la aventura. Víctor sabía que Venton solía ser la primera rata que abandona el barco, pero normalmente salvaguardaba su propia dignidad, y era muy extraño que hiciera declaraciones en esas circunstancias. Debía sentirse muy vengativo para hacerlo.
Víctor levantó el teléfono para llamar a Myriam una docena de veces, pero siempre cambió de opinión. Le comunicaron que había telefoneado a la oficina pero, aun así, no la llamó, siguió esperando que se publicara un desmentido. En lugar de eso, uno de los periódicos más insistentes publicó una relación de las veces que Sean Munro había visitado su piso. Alegaban que varias personas que vivían o trabajaban en el edificio lo habían visto y reconocido; lo habían visto entrar con su propia llave en casa de Myriam. Uno o dos incluso habían permitido que publicaran su nombre y su foto. Airado, Víctor tiró el periódico a la basura.
Todo estaba allí. Sólo faltaban los desmentidos y las amenazas de demanda que solían hacer las personas inocentes. ¿Qué diablos se suponía que tenía que pensar?
—¿Y te lo has creído? —pregunto Myriam con una voz que incluso a ella le sonó extraña.
—¿Lo niegas?
Hubo un silencio muy tenso hasta que Myriam lo rompió con una risa chillona.
—¡Lo hiciste! Lo has creído. Un periodicucho sensacionalista imprime una historia inventada a partir de un encuentro casual y de las mentiras de un resentido y tú ¡te crees cada maldita palabra! Ni siquiera te molestas en llamarme para preguntar si es verdad. Con toda naturalidad, piensas lo peor de mí.
—Te lo pregunto ahora, ¿es verdad?
Myriam se sentía desbordada por la ira y la amargura y le respondió con malevolencia.
—¡Y dijiste que yo te importaba! Ojalá me hubiera marchado de esa habitación, ojalá no me hubiera acostado contigo. Y yo… —se interrumpió bruscamente cuando la gente, al oír su voz airada, comenzó a mirarlos con curiosidad.
Con la cara acalorada por la emoción, se dio la vuelta y anduvo hacia la popa del barco, donde se quedó mirando el panorama del río, sin verlo. Tenía el pelo suelto y la brisa hizo que revoloteara. Levantó la mano para apartárselo de la cara y aprovechó para limpiarse una lágrima. No iba a permitir que la viera llorar, ¡de ninguna manera!
Víctor se acercó por detrás.
—¡Contéstame! —pidió con urgencia, esperanzado a su pesar.
Pero Myriam estaba luchando por ocultar su dolor, y atacó con toda la artillería. Se volvió hacia él, con los ojos destellando con odio y le contestó con amargura.
—Sí, claro que es verdad, Sean estuvo en mi casa todas esas veces. Sí, tenía llave para entrar. Y sí —añadió con desprecio— fui directa desde tu cama a mi piso a encontrarme con Sean. ¡Seguro que tu retorcida mente sabrá cómo interpretar eso!
Víctor, pálido, tensó la cara. Hizo ademán de agarrarla, pero se metió los puños en los bolsillos.
—Estás diciéndome que…
—¡Sí! Estoy diciéndote cualquier cosa que quieras creer —rugió Myriam como un animal herido revolviéndose. Víctor la miró, mudo, y ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada—. Estoy segura de que tú y Alex podéis arreglároslas sin mí.
Pasó a su lado, andando con la cabeza bien alta hasta que desapareció de su vista. Entonces, se desplomó, apoyándose contra una de las torretas, y apretó los ojos con fuerza. Después, se sobrepuso y se marchó.

Víctor llevó a Alex a casa unas horas después. Myriam abrió la puerta de abajo cuando llamó, pero él no subió. Alex estaba entusiasmado con su visita e intentó seguirle la corriente, pero fue un descanso cuando se sentó a hacer un dibujo del barco para Víctor. Ya debía tener una buena colección, pensó Myriam con desaliento. Se sentó en una silla, mirando a su hijo. Se parecía a Víctor, la recordaría constantemente lo que podría haber sido si Víctor hubiera confiado en ella, si le importara de verdad.
Las lágrimas surcaron sus mejillas silenciosamente, y las dejó caer, volviendo la cabeza para que Alex no las viera. Se preguntó con desazón si Víctor utilizaría su «confesión» para intentar quitarle al niño, diciendo que no estaba capacitada para educarlo. Probablemente. Tal y cómo le iba la vida, estaba dispuesta a creer cualquier cosa, incluso que Víctor podía ser tan cruel.
Quizás por eso deseaba creer que había tenido un romanee con Sean, pensó vagamente. Quería a Alex con desesperación ¿Era por eso por lo que se había acostado con ella? ¿Estaba dispuesto a casarse con ella para conseguirlo? Pero ahora había descubierto una manera de conseguir a Alex sin tener que cargar con ella. Se sintió profundamente herida.
Lo más doloroso era que había sido feliz muy poco tiempo. Al acostarse con Víctor había admitido lo que siempre ocultó en su corazón, que, desde aquella primera vez, cuando concibió a su hijo, siempre estuvo enamorada de él. Por eso nunca se había sentido atraída por otros hombres. Había intentado convencerse de que era muy exigente, pero no era ésa la razón. Era su amor por ese hombre lo que nadie podía reemplazar. Y él había vuelto a arrojárselo a la cara.
Esa noche había quedado para cenar con unos amigos de sus difuntos padres, gente respetable que se mantenía en contacto con ella, pero el marido había telefoneado hacía unos días para comunicarle que su mujer estaba enferma y tenían que cancelar la cena. Myriam no lo creyó; sabía que era por el escándalo de los periódicos. Sabía que sus amigos más respetables la darían de lado y en cambio, los más salaces, curiosos, estarían deseando verla. Ya habían dejado varias invitaciones en el contestador. También estaba influyendo en su trabajo, un par de clientes habían cancelado sus encargos.
Pero su mayor problema era cómo afectaría aquello a Alex. Como siempre, él debía ser lo más importante. Myriam comprendió que había alcanzado otra crisis en su vida; tenía que decidir si iba a sentarse a esperar a que acabara e intentar seguir como antes, o si debía escapar, venderlo todo y marcharse al extranjero, comenzar de nuevo donde nadie la conociera.
Se levantó y se asomó a la ventana. Sería muy doloroso marcharse. Adoraba Londres, adoraba Gran Bretaña. Las lágrimas comenzaron a fluir libremente, pero se quedó frente a la ventana, para que su hijo no viera que su vida había vuelto a estallar en mil pedazos.

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Mensaje  mariateressina Lun Jun 06, 2011 12:04 pm

worale interesante y muy emocionante la novela graxias


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Mensaje  Marianita Lun Jun 06, 2011 12:50 pm

Muchas gracias por los capítulos niña, esperamos pronto más, no te preocupes por la tardanza y feliz cumpleaños atrasado!!!!! Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 709938 Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 436355 Un brindis a tu salud!! Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 414394 Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 414394 Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 414394 Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 414394

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Mensaje  alma.fra Lun Jun 06, 2011 4:25 pm

Ojala ke estos niños ya hablen Crying or Very sad , muchas gracias por los capitulos, y muchas felicidades por tu cumple.
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Mensaje  Dianitha Lun Jun 06, 2011 5:25 pm

miil graciias por los cap niiña aii espero que los niiños hablen para aclarar las cosas What a Face What a Face
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Mensaje  laurayvictor Lun Jun 06, 2011 5:49 pm

aqui tiene el capitulo final.... no me habia dado cuenta que solo faltaba este capitulo Razz espero que les haya gustado la historia, gracias a cada uno de sus comentarios.....

Capítulo 9
Una semana después, Víctor de pie ante la ventana, miraba hacia fuera. Llevaba siete días incapaz de concentrarse en el trabajo ni en cualquier otra cosa. La historia por fin había desaparecido del periódico, pero todo el mundo se había enterado. Su abogado llamó para decirle que, si quería solicitar la custodia de Alex, podría conseguirla. Víctor había contestó que lo pensaría.
Apenas había pensado en otra cosa, sentado pensativamente en la oficina, o en casa ante el televisor apagado. Había asistido al preestreno de una película, pero era incapaz de recordar la trama. No había llamado al abogado; aún no se había decidido.
Vio que llovía torrencialmente y se levantó; era hora de ir a recoger a Alex. Había pensado dar un paseo, pero con ese tiempo era imposible. Podían ir a un museo, pero Víctor decidió llevarlo a casa. Se preguntó qué haría si Myriam se les unía. Pero sabía que no iría; por no verlo estaría dispuesta a permitir que estuviera con Alex a solas.
El niño estaba esperando en el vestíbulo del portal. Parecía apagado y estuvo muy callado en el coche, pero se animó cuando pararon en una juguetería y eligió una maqueta para construir un avión. Víctor lo acomodó en la cocina, cubrió la mesa con papel de periódico y lo ayudó con la maqueta cuando resultó demasiado difícil para sus deditos. Charlaron, y Alex le cantó una canción que había aprendido en el colegio. Desperdiciaron mucho pegamento y pintura, pero Alex quedó encantado con su maqueta. Corrió por el piso con ella en la mano, haciendo ruido como si fuera un avión.
Víctor se rió y miró el reloj; tenía el tiempo justo de llevar a Alex a comer antes de devolverlo a su casa. Levantó las primeras capas de papel, pegajosas de pegamento, y las echó al cubo de la basura, luego volvió para recoger el resto. Alex estaba mirando el periódico. Señaló la foto de un hombre y Víctor vio que era la de Sean Munro.
—Ese es el hombre de la película del espacio —le contó a Víctor—. Me dio su auto, auto… —balbuceó, sin recordar la palabra—. Tengo un póster de la película en mi dormitorio —explicó—. Escribió su nombre, y puso «Para Alex, un compañero del espacio». Lo sé porque la tía Tanya me lo leyó.
—¿La tía Tanya? —preguntó Víctor, más pendiente de quitar el periódico de la vista de Alex que de otra cosa—. ¿Quién es?
—Es la amiga del hombre. Un día estaba en casa con él cuando Jonesy y yo volvimos del colegio.
Víctor se quedó muy quieto, con el periódico arrugado en la mano.
—¿Estaba tu madre allí? —preguntó, intentando mantener un tono tranquilo.
—No, estaba trabajando. Sólo estaban la tía Tanya y el Comandante de la Flota Espacial —contestó Alex—. Ya se iba, tuvimos suerte de que nos llevaran en coche, o no lo habríamos visto y no habría firmado el póster.
—¿Tía Tanya es hermana de tu mamá? —preguntó Víctor con voz ronca.
—No, es su amiga. Su otro nombre es señora Beresford. Y tiene un niño y una niña. No van a mi colegio, pero a veces jugamos juntos en el parque —explicó Alex paciente. Sus ojos se nublaron—. Pero mamá ya no me lleva mucho al parque. Unos hombres horribles nos persiguen todo el tiempo —suspiró, y miró a Víctor esperanzado—. A lo mejor, si tú vienes no nos persiguen.
Víctor lo miraba, con el pensamiento desbocado. ¿Se había equivocado? ¿Se habían equivocado todos, la prensa, los rumores? ¿Y también Paul Venton? Dios, eso esperaba; lo deseaba.
—Vamos a comer algo —dijo vacilante.
Fueron a la hamburguesería favorita de Alex, y aunque Víctor también pidió algo, fue incapaz de comer, estaba cada vez más nervioso. Si Myriam era inocente, eso explicaba su cólera. Y si estaba salvaguardando la reputación de una amiga casada, eso explicaba que no hubiera desmentido la noticia. Tenía que verla, hablar con ella. Esperó, impaciente, a que Alex acabara de comer y lo llevó a casa.
Myriam abrió la puerta del portal y Víctor entró con Alex y subió con él en el ascensor. Myriam esperaba con la puerta abierta y palideció al ver a Víctor.
—Tengo que hablar contigo —dijo, y metió el pie en el umbral, para que no pudiera cerrar la puerta.
—No tengo nada que decir. ¿Puedes irte, por favor?
—No hasta que hable contigo.
Intentó echarlo, pero él empujó con el hombro y consiguió entrar. Al mirarla se le rompió el corazón; tenía profundas ojeras de cansancio, y estaba pálida y demacrada.
—Mira lo que he hecho —dijo Alex, orgulloso de su maqueta.
—Es fenomenal —dijo Myriam se acuclillándose. El corazón le latía con fuerza, pero sabía que Víctor venía para intentar quitarle a Alex. Seguramente creía que era ninfómana y había venido a comprobar si había algún hombre en casa, pensó con amargura. Admiró el avión un rato más y luego le quitó la chaqueta a Alex.
—¡Eh! ¿Qué es esto que tienes en la camisa? ¿Pintura? No sería mala idea que te cambiaras.
Lo mandó a su dormitorio y se levantó para enfrentarse a Víctor, intentando que no viera lo vulnerable que se sentía. Esperando que le pidiera la custodia de Alex, lo miró fríamente.
—Venga. Dilo ya.
Víctor la había observado con el niño, encantado por el amor que se tenían, un amor que deseaba compartir. Sabía lo mucho que estaba en juego, y que podía perderlo todo.
Quizás no debería haberle importado que tuviera una aventura con otro hombre, pero le importaba, le dolía como si le cortaran el corazón con una cuchilla.
Sabía que no hubiera importado tanto si la aventura hubiera sido con Venton; Venton era un pelele sin importancia. Pero Sean Munro era un hombre, un competidor a tener muy en cuenta, y Víctor sabía que gran parte de su agonía eran puros celos. No quería que Myriam se hubiera acostado con nadie más, la quería para él solo y no podía soportarlo. Se la imaginaba haciendo el amor con Sean Munro y no podía contener la ira. Tenía que saber si se había acostado con él o no, ¡necesitaba saberlo!
Desesperado, Víctor intentó sorprenderla para sacarle la verdad.
—¿Por qué no me dijiste que era tu amiga Tanya Beresford la que tenía una aventura con Munro? —espetó sin más preámbulos.
Myriam jadeó, no se esperaba esa pregunta.
—¿Cómo te has enterado? —farfulló. Sólo se le ocurrió una posibilidad—. ¿Te lo ha dicho ella?
Víctor la miró con ternura y respiró aliviado.
—No, parece que tu amiga no se preocupa tanto por ti como tú por ella. Me lo ha dicho Alex —dijo con suavidad y la agarró el brazo—. Ven y mira.
La llevó al dormitorio de Alex, donde éste buscaba un sitio para el avión, y señaló el póster de la pared. Allí estaba el autógrafo escrito por Sean. Sólo un detalle con un niño pequeño, pero que podía cambiar sus vidas para siempre. Cuando Myriam lo leyó, Víctor la condujo al salón.
—Alex y Jonesy llegaron temprano una tarde —explicó—. Los encontraron aquí y Alex reconoció a Sean por la película.
—Ni siquiera me di cuenta —dijo Myriam moviendo la cabeza con asombro.
—¿Les prestaste el piso para que se vieran? ¿Es eso lo que pasó?
Myriam asintió.
—Desearía no haberlo hecho.
—¿Y por qué lo hiciste?
Ella se encogió de hombros.
—Tanya estaba desesperada. No sabía qué hacer. Pensé que si se lo ponía fácil, no le parecería tan excitante y volvería con Brian. Su marido —explicó y se rió con brusquedad—. Funcionó, aunque no como yo esperaba. Ha vuelto con su marido.
—¿Quieres decir que rechazó a Sean Munro?
—Oh, no, Sean le gustaba. Lo que rechazó fue toda la publicidad que lo rodea: las persecuciones de los periodistas, las entrevistas, los flashes en la cara, la total invasión de la vida privada —dijo Myriam con amargura—. Todo eso me lo dejó a mí.
—¿Por qué no lo desmentiste en los periódicos?
—Quería hacerlo, pero hubiera roto mi promesa a Tanya —suspiró con exasperación—. Brian se habría enterado y eso habría destrozado su matrimonio; no hubiera tenido marido con quien volver. Y tiene niños —añadió pesarosa.
—Así que cargaste tú con todo.
Myriam notó algo extraño en su voz y al mirarlo vio la esperanza y la ternura de sus ojos. Se quedó parada, mirándolo fijamente. Víctor se acercó, para abrazarla, pero lo rechazó.
—¡No te atrevas a tocarme!
—Pero, ¿no lo ves? Esto lo cambia todo.
—Ah, sí. Crees que porque ahora sabes la verdad, todo está bien, podemos volver el tiempo atrás, ¿no es eso? —rió con desprecio—. ¡Bastardo arrogante! Me has echado de tu vida dos veces, ¡si crees que quiero tener algo más que ver contigo, estás loco!
—Te pregunté si era verdad y no sólo no lo negaste me dejaste creerlo —objetó Víctor. Su voz sonó tranquila; la ira de Myriam no lo afectó, tenía total confianza en sí mismo. Sabía que era suya. Sólo tenía que dejar que se desahogara, después la besaría, la convencería, la haría admitir que lo amaba.
Pero su presunción puso a Myriam furiosa.
—Si realmente te importara…
—Me importas —interrumpió Víctor—. Por eso me dolió tanto.
Oyó sus palabras, pero las ignoró y continuó como si él no hubiera hablado.
—Si realmente te importara habrías confiado en mí. No hubieras creído los rumores y las mentiras.
—¿Piensas que deseaba creerlos? Esperaba todos los días que los desmintieras y sólo publicaban más datos para justificarlos. Pensé que podías haber tenido una aventura con él. Esperaba desesperadamente que hubiera acabado, que la noche que pasamos juntos significara algo para ti.
Myriam lo miró un segundo y luego soltó una carcajada.
—¡Dios mío! ¿Así que tú te sentiste rechazado? Bien, me alegro. Ahora ya sabes lo que se siente. Y puedes seguir sintiéndolo.
—Si hace seis años sufriste tanto como yo he sufrido esta semana, lo siento infinitamente. Pero al menos me confirma una cosa, que yo te importaba mucho —dijo sosteniendo su mirada—. Y creo que aún te importo, a pesar de lo ocurrido. Esperaba compartir el futuro contigo. Todavía lo espero.
—«¡Compartir el futuro!» —rió Myriam asombrada—. Debes de estar loco. Ni siquiera dejaría que volvieras a tocarme.
—No te creo. Lo estás pasando tan mal como yo. Y por lo que se refiere a volver a tocarte…
Se acercó hacia ella otra vez, pero Myriam le lanzó una patada.
—¡Apártate de mí, rata asquerosa! —le gritó.
—¡Ay! ¡Gata salvaje! —se quejó cuando le dio en la pantorrilla. Saltó hacia atrás, conteniéndola con el brazo para que no lo alcanzara. Myriam continuó lanzándole patadas y ninguno de los dos vio cómo se abría la puerta del recibidor y Alex se asomaba.
—¡Cerdo machista! —le gritó—. Eres el último hombre con quien viviría. Antes me acostaría con una docena de Sean Munros que contigo.
—¿Y con cuántos Paul Ventons? —preguntó Víctor.
—Con miles.
—¡Eh! —exclamó cuando ella le lanzó una patada alta, digna de una bailarina de cancán—. Estás jugando sucio. Has estado a punto de arruinar mis expectativas matrimoniales —se rió—. Y tengo la esperanza de que mis expectativas matrimoniales te interesen.
—¿Matrimonio? ¡Debes de estar loco! No me casaría contigo ni aunque se te ocurriera decirme que me quieres.
Para entonces, Víctor se reía a carcajada limpia.
—Lo haría, si dejaras de darme patadas —se movió ágilmente hacia un lado y la desequilibró—. Ven aquí, bruja —dijo abrazándola—. Preciosa y adorable bruja. Sabes perfectamente que estoy loco por ti.
Ella se quedó rígida un momento, pero en sus ojos vio toda la ternura y amor que había deseado durante largos años. Se relajó y comenzó a sonreír, pero oyó el ruido de un portazo y volvió la cabeza.
—¿Qué ha sido eso?
—Sólo una puerta —murmuró Víctor y, ajeno a todo, la atrajo hacia él.
—Me ha parecido la puerta de entrada —dijo ella intranquila—. ¡Alex! —exclamó y corrió hacia la ventana—. Mira en su dormitorio.
Víctor sólo dudó un instante y se apresuró a obedecerla. Volvió en un par de minutos.
—No está. No lo encuentro —dijo preocupado. Justo entonces Myriam dio un grito de consternación al ver a Alex salir corriendo del edificio.
—¡Oh, no! Ha debido vernos pelear —dijo, corriendo hacia la puerta, con Víctor tras ella. Sin esperar al ascensor, bajaron las escaleras y salieron. Myriam cruzó las verjas y giró a la derecha.
—¿Dónde irá? —inquirió Víctor, corriendo a su lado.
—Con Jonesy. Al hostal.
Todavía llovía a cántaros, iban pisando charcos mientras corrían. Pronto tuvieron la ropa empapada y el pelo chorreando. Era sábado por la tarde y se celebraba un importante partido de fútbol. La carretera estaba congestionada de coches y autocares, y las aceras bullían con gente, en su mayoría hombres que esperaban al autobús o iban a pie al estadio. Tuvieron que ir sorteándolos, mientras Myriam buscaba a Alex desesperadamente.
—¿Lo ves? —preguntó ansiosa.
—No —replicó Víctor. Se chocó con una mujer que llevaba un cesto de la compra, gritó una disculpa y siguió corriendo.
—Tiene que cruzar dos calles para llegar al hostal, y hay mucho tráfico —dijo Myriam asustada.
—No te preocupes, lo alcanzaremos —dijo Víctor, agarrándole la mano y apretándola con firmeza.
Llegaron al primer cruce, pero el semáforo se puso verde y el tráfico se lanzó hacia delante en la típica carrera londinense, cada coche a lo suyo, sin tener en cuenta el resto del tráfico, ni a los molestos peatones.
Víctor consiguió retener a Myriam mientras miraba al otro lado de la calle.
—¡Mira! Allí está —dijo. Myriam vio a Alex corriendo apresurado, a punto de dar la vuelta a la esquina.
—¡Rápido! Cambia de color —suplicó Myriam al semáforo.
El semáforo se puso rojo, cruzaron a toda velocidad y giraron. En esa calle había menos gente y podían ir más rápido. Veían a Alex delante de ellos, y empezaron a alcanzarlo. Él no miraba hacia atrás y no sabía que lo seguían. Víctor, más adelantado, estaba casi a su altura cuando Alex llegó al siguiente cruce. El semáforo estaba verde, pero no pasaba ningún coche. Sin esperar, Alex empezó a cruzar.
—¡Alex! —gritaron al unísono. El paró y se volvió. En ese momento apareció una furgoneta a toda velocidad, intentando pasar el semáforo antes de que cambiara.
Myriam gritó aterrorizada al ver cómo Alex se quedaba paralizado. Pero Víctor salió disparado, levantó a Alex, casi de debajo del coche y lo lanzó fuera de peligro. La furgoneta chocó contra Víctor. Durante un instante pareció que acabaría entre las ruedas, pero rebotó en el capó y salió disparado hacia la acera.
Myriam cruzó la carretera, agarró a Alex, que lloraba aterrorizado, y se inclinó sobre Víctor. Estaba inconsciente, pero no se veía sangre y Myriam no sabía si eso era bueno o malo. Sollozando, empezó a darle palmaditas en la cara con manos temblorosas.
—Víctor. Por favor, Víctor, despierta. Despierta.
El conductor de la furgoneta llegó corriendo.
—¡Apareció de repente! No pude parar.
—Llame a una ambulancia —le gritó Myriam.
Con una mano abrazaba a Alex, que escondía la cara en su hombro. Con la otra intentó tomarle el pulso a Víctor, pero temblaba tanto que no lo encontró. Una multitud comenzó a congregarse a su alrededor. Alguien tenía un teléfono móvil.
—Ya vienen —le dijeron—. La ambulancia llegará pronto.
A Myriam le parecieron los minutos más largos de su vida, cada segundo era una hora, una eternidad. Acunó la cabeza de Víctor entre sus manos, murmurando su nombre sin parar, pero él no abrió los ojos. Una ambulancia que se dirigía al estadio cambió de rumbo y llegó sin problemas. Los enfermeros atendieron a Víctor con eficacia, pero sólo dijeron «Está vivo». Alex y ella subieron a la ambulancia y Myriam sentó al niño en su regazo, intentando no molestar mientras se dirigían al hospital más cercano.
Myriam no llevaba dinero, pero alguien les proporcionó una bebida caliente y una toalla para secarse el pelo. Alex había dejado de llorar, pero aún se abrazaba a ella con fuerza. Myriam lo consoló lo mejor que pudo, pero estaba muy preocupada por Víctor y no podía pensar en otra cosa. Una enfermera salió por fin a decirle que Víctor había recuperado el conocimiento y que lo habían llevado a rayos X. Siguieron esperando, más de una hora. Alex se durmió en el regazo de Myriam.
Myriam se imaginaba a Víctor con el cráneo roto y había llegado al punto de empezar a gritar si alguien no le decía cómo estaba; entonces llegó una enfermera guiando a Víctor. ¡Venía andando! Incluso sonreía mientras la chica, que sabía que era una celebridad, lo colmaba de atenciones. Myriam lo miró y se echó a llorar.
—Ah —dijo él sentándose a su lado—. ¿Llorando por mí?
—Dios mío, creía que estabas muerto o terriblemente herido.
—Estoy terriblemente herido. Mira —replicó, apartando la chaqueta y enseñándole el brazo, que llevaba escayolado y en cabestrillo—. Me he roto la muñeca. Voy a necesitar que me mimen durante semanas.
—¿Semanas? —preguntó ella esbozando una sonrisa.
—Probablemente meses —replicó inclinando la cabeza para besarla—. Puede que años —añadió, besándola de nuevo—. Quizás durante el resto de mi vida.
—¿Te has dado un golpe en la cabeza?
—¿Por qué?
—Igual no sabes lo que dices —respondió Myriam, acariciándole la cara.
—Lo que digo es que te quiero muchísimo, amor mío, y deseo que te cases conmigo.
—¿Ah, sí? —musitó Myriam, mirándolo con dulzura—. ¿Cuándo?
—Mañana, si no puede ser antes.
—Tendré que consultarlo con mi hijo —se rió ella, poniendo cara de duda. Miró a Alex que se había despertado y los miraba—. Bueno, Alex. ¿Qué te parece?
Él sonrió y, arrodillándose en el regazo de Myriam, les echó a los dos los brazos al cuello, con tanta fuerza que casi los estrangula.
—Creo que eso es un «sí», de los dos —dijo Myriam con los ojos húmedos, cuando Alex se soltó.
Víctor miró a su alrededor sonriente y, al ver la desangelada sala de espera, con sus filas de sillas y la gente esperando, hizo una mueca de disgusto.
—¡Dios mío! Menudo lugar para hacer una proposición de matrimonio.
—Ningún otro me habría parecido mejor —sonrió Myriam, acariciando su mano y mirándolo con ojos rebosantes de amor.
Víctor era tan feliz que el corazón no le cabía en el pecho. Tras un momento, se levantó.
—Venga; vamos a llamar un taxi y vámonos a casa.
—No podemos ir a casa —exclamó Myriam con desaliento cuando salieron—. Me he dejado las llaves dentro.
—No te preocupes —sonrió Víctor—. Iremos a la mía. Yo cuidaré de ti —dijo, pasándole el brazo bueno por los hombros. Así, por fin, Víctor García llevó a su familia a casa.

Más tarde, después de cenar, lo pasaron fenomenal bañando a Alex, que estaba encantado con que fueran a vivir los tres juntos. Cuando lo acostaron en la habitación de invitados, agarró la mano de Myriam.
—¿El señor García va a ser mi papá para siempre? —preguntó con ansiedad.
—Para siempre —le aseguró Víctor, con el corazón encogido—. Ya no vas a librarte de mí.
—No quiero librarme de ti —dijo Alex solemne—. Yo quiero que seas mi papá. Pero no me gustó que os pelearais —añadió nervioso.
—No nos peleábamos —explicó Víctor—. Pero yo había sido malo y Myriam me estaba regañando —dijo, sonriendo a Myriam por encima de Alex.
—A mí no me da patadas cuando he sido malo —señaló Alex, con típica lógica masculina.
—Pero tú eres distinto. Eres especial.
—¿Serás ahora especial tú?
—Oh, sí, muy especial —replicó Myriam—. ¿Por qué no le cuentas un cuento a tu hijo?
Cuando Víctor fue al dormitorio un rato después, ella ya se había duchado y se había puesto una de las camisas de él. Su cara estaba radiante.
—Es como la primera vez que hicimos el amor. Llevabas una vieja camisa de mi padre. ¿Te acuerdas?
—Me sorprende que te fijaras en mí.
Acercándose, la rodeó con sus brazos.
—Oh, sí que me fijaba. Más que fijarme, aunque intentaba ignorarlo por todos los medios, hasta el punto de tratarte con frialdad. Y, debo confesar, amor mío, que ya te deseaba entonces. Pero luché contra ello, porque eras vulnerable y estabas a mi cuidado, porque estaba casado, y porque me parecía mal, estando mi padre tan enfermo. Pero desde que volví a encontrarte…, bueno, creo que él estuvo allí aquella noche, apoyándonos, y me gusta pensar que parte de su espíritu pasó a Alex, y vivirá siempre en él.
Myriam sonrió, encantada con la idea. Después levantó los brazos para desabrocharle la camisa.
—Creo que ya es hora de que empiece a mimarte amorosamente.
—Sí, por favor —dijo besándole el cuello.
—Cuidado, no te emociones —le advirtió—. Tienes la muñeca rota, ¿recuerdas?
—Sólo es la muñeca izquierda —apuntó Víctor—. Y un hombre puede hacer muchas cosas con solo un brazo.
Y procedió a demostrárselo, para su mutua satisfacción.

FIN

espero muchos comentarios....


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Mensaje  mats310863 Lun Jun 06, 2011 8:00 pm

Gracias, la novela muy buena con todo y su final feliz. Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 149909

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Mensaje  Marianita Lun Jun 06, 2011 9:47 pm

Excelente!!! Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 423370 Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 423370 Mil gracias niña, estuvo fabulosa!!! Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 373953
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Mensaje  myrithalis Lun Jun 06, 2011 10:05 pm

Gracias pro la novela tambien me encanto esperamos otra Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  alma.fra Mar Jun 07, 2011 9:59 am

Muchas gracias por la novela, estuvo mu padre.
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Mensaje  Dianitha Mar Jun 07, 2011 10:05 am

miil graciias por la noveliita niiña me encanto super liinda Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 196 Escandalo publico..... cap 9 (el final) - Página 2 196
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Mensaje  FannyQ Mar Jun 07, 2011 8:15 pm

Me gustoo muchoooo! ... Muchas gracias =) esperamos prontoo otraa!
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Mensaje  dany Jue Abr 26, 2012 11:58 am

GRACIAS POR LA NOVELA

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