Vicco y la Viccobebe
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Escandalo publico..... cap 9 (el final)

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Mensaje  laurayvictor Sáb Mayo 21, 2011 11:58 am

Hola chicas como han estado... quiero pedirles a todas las lectoras una disculpa Wink Wink Wink porque no pude terminar de ponerles los capitulos de la novela dulce engaño... es que tuve un contratiempo con mi compu.... Escandalo publico..... cap 9 (el final) 278288 pero prometo que los terminare de poner....

Pero para compensarles les pondre esta nueva novelita.... esta muy bonita..... hoy les pondre dos capitulos....

espero sus comentarios.....


Argumento:
De repente, Myriam apareció en todas las portadas de la prensa sensacionalista como la chica que había tenido una aventura con Víctor García, famoso magnate.
Su noche de pasión, hacía seis años, no debió suceder. Myriam era vulnerable, y Víctor no era libre. Cuando Myriam descubrió que estaba embarazada, decidió mantenerlo en secreto. ¡Pero ahora la prensa lo sabía, y Víctor también! El soltero más codiciado de Londres quería a su hijo. ¡Negarse no iba a ser fácil!

en un momento pongo los capitulos.....


Última edición por laurayvictor el Lun Jun 06, 2011 5:50 pm, editado 8 veces

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Mensaje  laurayvictor Sáb Mayo 21, 2011 12:13 pm

Capitulo 1

La casa, con sus praderas de césped bordeadas por árboles, estaba frente a ella, pero no le pareció familiar. Anduvo hacia la puerta delantera con paso ligero, dio la vuelta a la llave y abrió. Cuando entró en el vestíbulo, vio el ajedrezado del suelo y los hermosos muebles, y la asaltaron los recuerdos. Dio un grito ahogado y se quedó paralizada. Aunque habían transcurrido seis años, rememoró, clara y vividamente, los días que Víctor García y ella pasaron allí juntos, la noche que pasó en sus brazos. Y también el sufrimiento que los siguió.
Myriam entró en la casa despacio, sin mirar apenas las antigüedades que había ido a tasar. Como si estuviera en trance, subió las escaleras hasta el pequeño dormitorio que fue suyo. La cama seguía allí, sin hacer, pero casi pudo sentir la fuerza con que él la deseó, el amor que ella le dio a cambio.
Al mirar la cama pudo oír los latidos de su corazón. Sollozó, respirando entrecortadamente, y no oyó el coche ni cómo se abría la puerta, no fue consciente de que había alguien en la casa hasta que oyó una voz masculina.
—¡Hola! ¿Señorita Montemayor? Giró, horrorizada. No debía encontrarla en esa habitación. Corrió al descansillo sin mirar al hombre que había en el vestíbulo. Sabía que era Víctor, hubiera reconocido su voz profunda en cualquier lugar. Todavía la oía en sus sueños, en sus pesadillas. Bajó rápidamente las escaleras hacia la silueta que había ante la puerta abierta.
—Lamento no haber estado aquí para recibirla —comenzó él—. Había mucho tráfico en la autopista y…
Durante un instante, Myriam pensó que no iba a reconocerla, pero entonces su voz se apagó y sus ojos se abrieron con asombro.
—¿Myriam? ¡Dios mío, eres tú!
—No sabía que era tu casa —dijo ella a la defensiva—. Nunca supe la dirección, ni dónde estaba.
—No, supongo que no —aceptó Víctor, mirándola con incredulidad—. Has cambiado mucho. Casi no te reconozco.
Evitando sus ojos, incapaz de mirarlo directamente, Myriam se dirigió hacia la puerta.
—Tendrás que encontrar a otra persona para hacer la tasación —dijo apurada.
Víctor comprendió lo que iba a hacer y alargó la mano para agarrarle el brazo.
—¡No te atrevas a tocarme! —exclamó ella, sintiendo pánico.
Víctor se rió asombrado.
—Pero esto es ridículo. Ocurrió hace mucho tiempo y… —se interrumpió con brusquedad cuando ella lo miró directamente y vio la intensa furia de sus ojos.
—¡Quítate de en medio! —gritó. Myriam lo apartó, corrió hacia el coche, abrió la puerta y se metió dentro.
Él salió detrás y la llamó.
—Myriam, espera por favor. No hay ninguna necesidad de…
Pero ella arrancó y dio marcha atrás para girar. Cuando enderezó el coche tuvo que frenar bruscamente: Víctor estaba parado en medio del camino con cara seria.
—No voy a dejar que te vayas así, Myriam —dijo con determinación.
Ella tocó el claxon y lo mantuvo apretado, ahogando sus palabras.
Con una exclamación indignada, Víctor se acercó al lateral del coche, pero Myriam aprovechó la oportunidad para pisar el acelerador y lanzarse camino abajo. Sólo pensaba en recoger a Alex y marcharse de allí. Víctor no debía encontrarlo nunca, ni saber que existía. Respirando entrecortadamente, Myriam salió a la carretera principal y se dirigió al pueblo a toda velocidad.
Alex, su hijo de cinco años, estaba jugando en el jardín de la casa de huéspedes donde había reservado una habitación.
—Han cancelado el encargo. Tenemos que irnos ¡Ahora! Hay que hacer el equipaje ya —le urgió ella agarrándolo, pero intentando mantener la voz tranquila para no asustarlo.
—Pero, mamá, si acabamos de…
Lo llevó a la habitación y empezó a llenar la maleta, que habían deshecho hacía tan sólo una hora.
—Vamos ¡Vamos!
Volvió a bajar con él y bruscamente le dio dinero a la casera, que los miraba asombrada.
—Lo siento, ha habido un imprevisto. No podemos quedarnos.
Myriam metió el equipaje en el maletero y entró en el coche.
—Abróchate el cinturón de seguridad. Rápido, Alex.
La carretera hacia el sur cruzaba por delante del camino que llevaba a la casa, pero Myriam no podía hacer nada para evitarlo. Pisó el acelerador, desesperada por marcharse de allí.
Una furgoneta de reparto entorpecía el camino y un coche venía en dirección opuesta. Según pasaba Myriam vio que lo conducía Víctor. Él también la vio y sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a Alex en el asiento trasero.

MILLONARIO LUCHA POR EL DERECHO DE VISITA A SU HIJO NATURAL

Víctor García, de 35 años, el empresario que ha conseguido una fortuna con su imperio de negocios internacionales, ha descubierto que el dinero no puede comprar lo que más desea en el mundo, un hijo que perpetúe su nombre y herede su vasta fortuna. Divorciado, sin hijos y sin indicios de querer volver a casarse, García parecía condenado a un futuro solitario hasta que, gracias al azar, se reencontró con una mujer que conoció hace algunos años y descubrió que había tenido un hijo suyo.
Sin embargo, para su gran desilusión, la madre del niño, la señorita Myriam Montemayor, de veinticinco años, se ha negado a que el millonario se acerque al chico. Se rumorea que al principio incluso negó la relación, hasta que se descubrió que había inscrito el nombre de García en la partida de nacimiento. El niño, conocido como Víctor Alejandro Montemayor, tiene cinco años y es alumno de un exclusivo colegio de Londres, ciudad donde vive con su madre.
Víctor García procede de una familia de clase obrera, pero mostró sus grandes dotes para los negocios a muy temprana edad; creó su primera compañía cuando aún estaba en el instituto y dirigió esa y dos más mientras asistía a la universidad, donde obtuvo la licenciatura. Se le suele llamar «el hombre de los dedos de oro», porque todos los negocios que emprende García salen bien, pero ¿ganará esta vez? Se ha visto obligado a recurrir a la ley para obtener acceso a su hijo, pero se dice que la madre del niño está dispuesta a oponerse hasta el final.
Ninguno de los dos cuenta qué ocurrió entre ellos para que ella se oponga. Quizá se deba a que Myriam proviene de la clase alta; su padre era coronel de la Guardia Real, pero falleció junto con su esposa en un accidente de tráfico, poco después de que ella naciera ¡Sería fascinante descubrirlo! Entretanto, esperamos con interés el resultado del juicio y deseamos a García, conocido filántropo, que tenga éxito.

ahora les pongo el segundo...
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Mensaje  laurayvictor Sáb Mayo 21, 2011 12:17 pm

Capitulo 2

Cuando Myriam entró en la sala percibió todas la miradas volverse hacia ella, oyó el repentino silencio en la conversación. Lo ignoro resueltamente y, con la barbilla bien alta, se acercó al director de la sala de subasta.
—Myriam. Estoy encantado de que hayas podido venir —le dijo estrechándole la mano con amabilidad.
Ella notó la mirada especulativa de sus ojos. Vio la misma mirada, o muy parecida, en el resto de la gente que había en la sala, gente a la que antes consideraba amigos y colegas. Pero, desde que apareció en la prensa sensacionalista ese artículo criticándola, la trataban de manera sutilmente distinta.
Había tenido que armarse de valor para ir. Quizás hubiera sido más fácil si se tratara sólo de gente conocida, pero esa tarde la sala patrocinaba una importante subasta benéfica a favor de un hospital infantil de Londres. Dado que era una de sus mejores expertas en Art Decó y Art Noveau, se esperaba su presencia y hubiera sido una cobardía no ir. Así que, por más que le hubiera gustado encerrarse en casa, Myriam se puso un vestido de cóctel, y acudió. Que hablaran de ella si querían. Pero estaba furiosa por Alex; por culpa del maldito juicio habían empezado a burlarse de él en el colegio.
Tomó un vaso de champán y circuló entre sus colegas, intentando mostrarse tranquila y natural. Media hora después, se abrieron las puertas del salón y llegaron los invitados: los organizadores del evento, mujeres ricas de la alta sociedad, con sus maridos, y famosos de todas las profesiones. Myriam estuvo muy ocupada cumpliendo su función de anfitriona; charlo con los invitados, dio las gracias a los que habían hecho donaciones a la organización benéfica e ignoró las sonrisas de complicidad de los que la reconocían. Pero sus mejillas se sonrojaron cuando vio a dos mujeres cuchicheando y oyó como una ponía a la otra al día del cotilleo.
—¿No lo sabías? Víctor García tuvo una aventura con ella. Y hay un hijo de por medio. Ha salido en todos los periódicos.
Myriam se apartó, maldiciendo su mala suerte. Si no hubiera sido por su aterrorizada reacción de hacía dos meses, Víctor no habría sospechado cuando vio a Alex en el coche. Pero lo hizo, y no tardó nada en seguirle el rastro y comprobar la partida de nacimiento de Alex. Cuando intentó ponerse en contacto con ella, no contestó a sus llamadas ni a sus cartas y se negó a dejarle entrar cuando fue al piso. Entonces, él entabló el pleito y por fin tuvo que darse por enterada.
Myriam se volvió hacia la puerta. Ya había hecho suficiente y nadie se daría cuenta si se marchaba. Alguien acababa de entrar y se encontró mirando al único hombre al que no deseaba ver, a Víctor García. Dio un paso decidido hacia ella, pero Myriam corrió a unirse a un pequeño grupo que rodeaba al invitado más famoso, un miembro menor de la realeza. El director la presentó amablemente y Myriam se quedó con el grupo hasta que comenzó la subasta y todo el mundo se dirigió a sus asientos.
Se sentó en una silla libre que quedaba en un lateral, para que Víctor no tuviera oportunidad de acercarse. La gente ya había notado su presencia y daban con el codo a sus amigos, murmurando la noticia. No les interesaba Myriam demasiado, era un pez relativamente chico. Pero Víctor era famoso, un tiburón. Por el rabillo del ojo, Myriam lo vio sentarse al otro lado de la sala. Él la miró, con expresión sarcástica, y ella se apresuró a mirar al frente, irguiendo la barbilla con determinación.
Se inició la subasta y su mente comenzó a divagar; revivió aquella noche de invierno, la más fría de su vida…

Espero muchos comentarios....
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Mensaje  myrithalis Dom Mayo 22, 2011 2:41 am

Gracias por los Caps. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  rodmina Dom Mayo 22, 2011 1:59 pm


nueva novelita
gracias por los capitulos
no tardes
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Mensaje  aitanalorence Dom Mayo 22, 2011 6:01 pm

pinta muy buena!!!! flower
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Mensaje  laurayvictor Lun Mayo 23, 2011 12:06 am

Hola chicas aqui esta el siguiente capitulo espero muchos comentarios.....

Capítulo 3
El coche que paró en el cruce era grande y elegante, gris plateado. Dejaba muy claro que quienquiera que lo condujese tenía que ser rico, un ganador. Acurrucada en el umbral de una tienda, tiritando de frío, desesperada y en la ruina más absoluta, Myriam, una perdedora, levantó los párpados para mirarlo y envidió al propietario del vehículo.
El semáforo se puso verde y el coche continuó. Entró en el patio de un bloque de pisos unos metros más abajo. Myriam vio a un hombre salir del coche. Parecía tener mucha prisa, entró casi corriendo al portal. Ni siquiera se molestó en cerrar bien la puerta del coche. Esa indiferencia llamó la atención de Myriam. Esperó a que el hombre volviera a salir, con los ojos fijos en el coche, pensando en el calor que haría allí dentro.
Se levantó con esfuerzo y, como atraída por un imán invisible, cruzó la carretera en dirección a los pisos. Cuando dejó el refugio de la puerta, un golpe de viento helado le cortó la respiración. Myriam llegó al otro lado y atisbo por entre la ornamentada verja de hierro que rodeaba el edificio. El hombre no había salido aún y no cabía duda de que la puerta del coche estaba abierta unos centímetros. Miró a su alrededor por si alguien la observaba, pero era casi la una de la madrugada y la calle estaba vacía, ni siquiera había tráfico.
Dudó un momento más, pero una ráfaga de viento la heló hasta los huesos y cruzó el patio en dirección al coche. Un instante después, sus dedos encontraron el seguro de la puerta de atrás, se metió dentro y cerró tanto su puerta como la del conductor. El interior del coche estaba muy oscuro, pero el asiento trasero era profundo y estaba acolchado. Myriam notó una tela bajo sus dedos y descubrió que era una manta de viaje grande, gruesa y muy suave. Con un suspiro de auténtica felicidad se echó en el asiento, se arrebujó y se tapó por completo con la manta.
El coche debía de ser nuevo; percibió el delicioso olor a cuero de la tapicería recién estrenada. Pero sobre todo notó el calor que aún persistía en el coche. El invierno había sido muy duro y llevaba tanto tiempo pasando frío que le costaba recordar que antes el calor había sido algo tan normal que no le daba importancia.
Los pensamientos de Myriam se volvieron inconexos; incapaz de concentrarse, se quedó dormida.

Veinte minutos después, Víctor García volvió al coche. Había cambiado el traje de etiqueta que llevaba cuando recibió la llamada telefónica por ropa más cómoda para el largo viaje hacia el norte. Metió la maleta en el maletero y echó su abrigo de pelo de camello en el asiento de atrás con movimientos rápidos, provocados por la urgencia que había notado en la voz de la vecina de su padre. Empezó con gripe, había dicho ella, pero su padre no había permitido que lo llamara. Ahora era neumonía y no mejoraba, no respondía al tratamiento. Estaba preocupado, pero toda su familia había caído con gripe, no tenía tiempo para ocuparse de su anciano vecino, y él se negaba a ir al hospital.
«Típico de él» pensó Víctor. Su padre era muy obstinado. Por eso, cuando se jubiló, insistió en vivir en un área remota del distrito de los lagos para dedicar su vida a la pesca, que le gustaba con locura.
La severidad de la delgada cara de Víctor se suavizó al pensar en su padre. No se veían muy a menudo. Los dos eran hombres de espíritu independiente, su padre por deseo propio y Víctor porque lo habían educado para serlo, pero aun así estaban muy unidos. La madre de Víctor había muerto hacía muchos años y su padre nunca mostró ningún interés por volverse a casar, ni por amor, ni por necesidad de compañía. Era feliz viviendo solo y se había apañado muy bien hasta caer enfermo.
La inesperada llamada de la vecina fue traumática, la recibió en un club, después de la ópera. Al llegar a la autopista de circunvalación de Londres Víctor pisó el acelerador y se dirigió hacia el norte.

Myriam sintió el abrigo caer sobre ella y se despertó sobresaltada, pensando que seguía en el umbral de la tienda y que alguien la atacaba. Pero el coche comenzó a moverse y recordó dónde estaba. Por un momento tuvo miedo de haber sido vista, pero comprendió que si fuera así, el conductor la habría echado. Myriam pensó vagamente que debía decirle al conductor que estaba allí o acabaría quién sabía dónde. Pero hacía calor y con el abrigo encima se sentía aún más cómoda. Mientras lo pensaba volvió a dormirse.
El coche devoraba los kilómetros, con el motor ronroneando como un gato. Víctor sintonizó un canal de música clásica en la radio y bajó el volumen. Según avanzaba hacia el norte, los boletines de tráfico interrumpían el programa con más frecuencia, informando sobre las temperaturas bajo cero y la amenaza de tormentas de nieve. Dos horas después de salir de Londres, paró en un área de servicio de la autopista, llenó el depósito de gasolina y compró un par de bocadillos y un termo de café.
Myriam no se despertó entonces, pero sí lo hizo cuando Víctor volvió a parar poco después y bebió del termo. Olió el aroma del café a través de la manta y su esto mago se encogió de hambre. Despacio y con cuidado se destapó la cara. El olor del café se hizo más intenso y sintió la garganta reseca por la sed. Se moría de ganas de tomar una taza, o simplemente mojarse los labios. A continuación le oyó desenvolver un bocadillo y al oler el jamón tuvo que morderse la mano para no gritar de hambre.
Fue un alivio cuando el coche volvió a arrancar y sólo quedó el olor de cuero y el sonido de la música. Vio copos blancos chocar contra la ventanilla y comprendió que nevaba. Con un escalofrío, Myriam volvió a arrebujarse en la manta. Por un momento se preguntó quién sería el conductor. El respaldo del asiento casi le tapaba la cabeza y sólo podía ver sus anchos hombros y la parte superior de su cabeza. Era imposible adivinar más, pero tenía la impresión de que era joven. ¿Era eso bueno o malo? Y, ¿cómo reaccionaría cuando la descubriera?
Myriam decidió que le importaba poco. Las cosas no podían ir peor de lo que iban, así que no merecía la pena preocuparse. Estaba cómoda y caliente, decidió disfrutarlo y mandar al diablo lo demás; volvió a dormirse.

Eran casi las siete de la mañana y el cielo había aclarado, pero Víctor aún llevaba las luces puestas; cada vez nevaba más fuerte y los limpiaparabrisas funcionaban continuamente. Había dejado atrás la carretera principal y la nieve era peor en las carreteras secundarias, se amontonaba en ventisqueros y eso le exigía una concentración total. Víctor llegó al cruce y redujo la velocidad para ver la señal, pero no pudo; tenía que bajarse a limpiarla.
Abrió la puerta del coche y sintió el golpe de frío. Estiró los hombros para relajar su dolorida espalda y abrió la puerta trasera para sacar el abrigo. Al sacarlo notó que la manta se movía. Víctor la apartó de un tirón y descubrió a una persona tumbada en el asiento.
—¿Qué es esto? ¿Cómo demonios ha entrado ahí? —exclamó él. Agarró el anorak y arrastró a la persona fuera del coche.
Myriam volvió en sí de golpe y casi se cayó cuando él la sacó a la carretera con rudeza. Las piernas se le habían dormido de estar tanto tiempo encogida, y tuvo que agarrarse a él para recuperar el equilibrio. Víctor la zarandeó con violencia.
—¿Quién eres? ¿Cuándo te metiste en el coche? —preguntó, y la sacudió de nuevo. La capucha del anorak cayó hacia atrás descubriendo una mata de pelo alborotado, largo y oscuro—. ¡Santo cielo! Una chica.
Se quedaron parados en la carretera mirándose mientras la nieve caía en remolinos a su alrededor. Myriam, nerviosa, comprobó que Víctor era alto y que había tenido razón al pensar que era joven, tendría cerca de treinta años y el pelo casi tan oscuro como ella.
—¿Quién eres? ¿Cómo entraste en el coche? —repitió él, mirándola con enfado y sorpresa.
Un copo de nieve se posó en las pestañas de Myriam y ella lo apartó con la mano.
—Por favor, tengo frío —dijo tiritando.
Víctor dudó, luego maldijo y se acercó a limpiar la señal. Myriam consideró que aceptaba su presencia allí y se metió dentro del coche. Él volvió un minuto después, cerró la puerta y la miró.
—¿Cuándo entraste? ¿En la gasolinera?
Myriam asintió, no viendo razón para decirle que llevaba en el coche desde Londres.
—¡Maldita sea! No tengo tiempo para volver hasta allí ¿Dónde vives? —dijo. Ella calló—. ¿Es que no tienes lengua? ¿Dónde vives? —repitió exasperado.
—No…, no vivo en ningún sitio.
—Supongo que te has escapado de casa —dijo con el ceño fruncido. Irritado, golpeó el asiento con el puño—. ¿Qué voy a hacer contigo?
Myriam, temiendo que la abandonara en mitad de la nieve, se quedó inmóvil, con sus ojos avellana, llenos de aprensión, fijos en él.
—Debería echarte, y lo haría si no hiciera tantísimo frío —dijo Víctor como si pudiera leer su pensamiento. Se dio la vuelta, se abrochó el cinturón de seguridad y arrancó el coche—. No pienses que voy a dejar que te salgas con la tuya. En cuanto pueda, te entregaré a la policía y dejaré que ellos se ocupen de ti.
Con un gran suspiro de alivio, Myriam volvió a acomodarse en el asiento; se tapó con la manta pero se quedó sentada. Miró por la ventana, pero no se veía ninguna casa, sólo extensos prados y de vez en cuando algunos árboles con las ramas blancas por la nieve. Él estaba totalmente concentrado en la carretera. Poco después, gruñó con satisfacción al ver una granja y torció por el camino que la rodeaba. El camino era corto, y pronto llegaron a una casa pequeña, de piedra gris, con un bosquecillo de abetos a un lado. Había un coche aparcado fuera.
—Quédate aquí —ordenó el conductor, sin mirar a Myriam, y corrió hacia la casa.
La puerta no estaba cerrada. Víctor la empujó y, viendo que había luz en el descansillo, corrió escaleras arriba.
—¿Señora Murray?
Estaba en el dormitorio de su padre, y se volvió hacia él con cara de alivio.
—Gracias a Dios que ha venido. El médico estuvo aquí y ha dejado algunas medicinas —dijo, yendo a por su abrigo.
Víctor vio que su padre dormía en la cama.
—¿Cómo está? —preguntó cuando salieron al descansillo. Ella movió la cabeza.
—Lo siento, está muy mal. Tome, he apuntado el número del médico. Podrá decirle más que yo, pero quizás le cueste localizarlo; parece que esta gripe ha podido con todos.
—Estará usted deseando volver con su familia ¿Cómo están?
—Oh, son jóvenes y fuertes, ellos se recuperarán —dijo, y calló bruscamente, sonrojándose. Víctor, horrorizado, comprendió.
—¿Tan mal está? —preguntó quedamente, esperando sin esperanza que lo desmintiera. Pero ella asintió con la cabeza y bajó las escaleras por delante de él—. La llevaré a casa —ofreció mecánicamente, intentando hacerse a la idea, pero negándose a aceptar algo tan horrible.
—No, tengo el coche —dijo la señora Murray mirando por la ventana—. Menos mal que ha llegado ahora; el camino enseguida se queda bloqueado por la nieve y mi marido está demasiado enfermo para traer el tractor y limpiarlo.
Se marchó, y Víctor volvió al dormitorio de su padre. Se sentó al lado de la cama y tomó su flácida mano entre las suyas. Por primera vez se dio cuenta de lo anciano que parecía. Era viejo, pero Víctor nunca se había percatado hasta ese momento. Tenía la piel muy blanca y respiraba trabajosamente. Víctor siguió allí sentado, pesaroso y triste, y tardó mucho en acordarse de la chica que había dejado en el coche.

Myriam vio a la mujer salir de la casa y marcharse en el coche. Esperó a que el hombre volviera, escudriñando a través de la nieve, que caía cada vez con más fuerza. Con el motor parado, empezó a hacer frío en el coche. Además tenía hambre, muchísima hambre. Pero el hombre no volvía. Por fin, pensando en el refugio que ofrecía la casa, Myriam salió y corrió hacia la puerta, dudó antes de llamar, y decidió girar el pomo. La puerta se abrió y, temiendo que el hombre se enfadara, pero demasiado hambrienta y helada como para no arriesgarse, entró.
Cerró la puerta y miró a su alrededor con aprensión, esperando que en cualquier momento apareciera alguien y le preguntara qué hacía allí. Pero el vestíbulo, con su suelo ajedrezado, estaba vacío. Myriam notó que los muebles y adornos eran los más extraños que había visto nunca. Había una puerta abierta al final del pasillo y de allí venía un olor que la arrastró a la cocina en menos de dos segundos.
El delicioso aroma provenía de una cazuela que hervía a fuego lento en la cocina. ¿Caldo? ¿Estofado? ¿Sopa? Incapaz de contener el temblor de sus manos, Myriam encontró un cuenco y se sirvió una gran porción. Tenía tanta hambre que repitió dos veces antes de molestarse en mirar a su alrededor. La cocina era grande, estaba bien iluminada y caliente. Los muebles volvieron a parecerle extraños, no eran cuadrados y prácticos, tenían curvas y líneas fluidas, y el respaldo de las sillas era tan alto que podía apoyar la cabeza. Había un aparador grande contra una pared, con los estantes llenos de cerámica de formas poco usuales y de colores brillantes y atrevidos. Los vivos colores hacían que la habitación fuera incluso más acogedora, y la hicieron sonreír.
Echó un vistazo al cuenco que había utilizado y se acercó con remordimientos a la cazuela. Sólo quedaba una cuarta parte. Myriam tragó saliva, preguntándose si se habría comido lo de toda la familia. Comenzó a preguntarse, también, dónde estaría el conductor, pero justo entonces oyó una puerta cerrarse y pasos apresurados bajando la escalera. Nerviosa, salió al recibidor.
Víctor la vio desde la escalera y se paró con sorpresa. Antes apenas se había fijado en ella y estaba tan impresionado con lo de su padre que tampoco lo hizo ahora. Sólo sabía que la chica suponía una preocupación, un inconveniente que no necesitaba en ese momento.
—Te pedí que esperaras en el coche —dijo con la voz áspera por el enfado.
—Hacía frío.
Vio que aún llevaba puesto el anorak, tan sucio y manchado como los vaqueros que le habían inducido a pensar que era un chico. Arrugó la nariz con desagrado mientras bajaba al recibidor.
—¿Cuándo te escapaste de casa?
Era imposible negar que se había escapado pero, como Myriam no veía razón para contárselo, no contestó.
—¿Tienes nombre, por lo menos? —preguntó él con un suspiro.
—Me llamo Myriam —replicó, tras dudar.
Él se sorprendió, esperando un nombre más vulgar. Decidió que posiblemente se lo había inventado y sus rasgos se endurecieron.
—¿Myriam qué? —preguntó bruscamente.
—Smith —contestó Myriam cortante, pues no le había gustado nada su tono.
Entonces él le miró la cara y vio el desafío en sus ojos avellana. Airado, lanzó una exclamación y fue a la cocina.
—Antes o después tendrás que decir quién eres. Si no es a mí, será a la policía —masculló—. Ya veo que estás como en tu casa —dijo irónicamente, al ver el cuenco sobre la mesa.
—Lo siento, tenía hambre.
—Para lo que queda, más vale que te lo acabes —le dijo, tras echarle una ojeada a la cazuela.
—¿No quieres? Está muy bueno —acertó a decir Myriam mientras volvía a llenarse el cuenco.
—No. Me haré un café —contestó, dirigiéndole una mirada calculadora, sorprendido por el tono educado de su voz. Había supuesto que sería de clase social baja—. ¿Cuántos años tienes?
—Veintidós —mintió Myriam.
—¿No esperarás que me lo crea, verdad? —espetó él con una risotada, y se volvió para mirarla. Estaba pálida, muy delgada y tenía profundas ojeras. Parecía una niña de la época victoriana, abandonada en una tormenta de nieve—. Yo diría que tienes unos catorce.
—¡Nada de eso! Tengo veintidós —replicó Myriam indignada—. Bueno, veinte —rectificó cuando el enarcó las cejas, incrédulo. Pero también era mentira, acababa de cumplir diecinueve.
Fue con el cuenco a la mesa y, poco después, él se sentó frente a ella con una taza de café.
—Eres una molestia. Mi padre está arriba y está… —vaciló, incapaz de decir «muriéndose»—. Está muy enfermo y no puedo dejarlo solo. Tendré que llamar a la comisaría más cercana y pedirles que vengan a recogerte —dijo, viendo como ella aferraba la cuchara con los dedos rígidos, sin mirarlo—. Sin duda —continuó— sería mucho más fácil si me dijeras quién eres, para que vinieran tus padres. Estoy seguro de que deben de estar muy preocupados por ti y…
—No tengo padres —le cortó Myriam.
—Mira, no tengo tiempo para juegos. Elige: tus padres, tu tutor o lo que sea, o la policía ¿Qué prefieres? —exclamó exasperado.
—A la policía no le intereso. Soy mayor de edad y tengo derecho a vivir cómo y dónde quiera. No pueden obligarme a volver —le contestó, mirándolo con cara tensa.
—Bueno, al menos has admitido que tienes dónde ir —saltó Víctor. Se levantó, deseando volver al lado de su padre—. Y, desde luego, aquí no te vas a quedar.
Salió al coche para recoger la maleta y el abrigo. También el teléfono móvil, pues sabía que su padre se había negado a instalar teléfono, o televisión, en la casa. Víctor dejó la maleta en el vestíbulo, entró en el estudio de su padre, lleno de libros, y marcó el número que le había apuntado la señora Murray. Tuvo que esperar, pero al final consiguió que le pusieran con el médico. A pesar de que éste le dio muchos más detalles, la conclusión final fue la misma: su padre estaba muriéndose, no se podía hacer nada.
—Él lo sabe; me obligó a contárselo cuando le pedí que fuera al hospital —explicó el doctor—. Pero dijo que quería morir en su propia casa.
—¿Tiene dolores?
—No. La medicina que he dejado sirve para eso. Es sólo cuestión de tiempo.
—¿Cuánto? —preguntó Víctor, con voz ahogada.
—Es difícil saberlo. Unos días. Quizás una semana. Iré siempre que pueda, pero tengo una epidemia de gripe entre manos. ¿Se quedará con él o quiere que le busque a una enfermera?
—No, no será necesario; estaré aquí mientras él me necesite.
Le dio al médico el número del móvil y colgó. Se quedó un rato sentado mirando la pared, después se levantó y llamó a la policía local. Cuando les explicó lo de la chica le dijeron que ese día no podían hacer nada; la mitad de la plantilla estaba de baja con gripe. Le aconsejaron que la echara.
—Está nevando —repuso Víctor, y notó en la voz del policía que estaba al teléfono cómo éste se encogía de hombros.
—A no ser que quiera demandarla por meterse en su coche, sólo podemos intentar convencerla de que vuelva a casa. ¿Le ha dado su nombre? Podemos consultar el archivo de personas desaparecidas y tal vez encontremos su dirección.
Víctor, furioso por dentro, les pidió que fueran a recogerla lo antes posible.
Volvió a la cocina y se encontró a Myriam fregando la cazuela vacía. Se había quitado el anorak, pero era imposible adivinar qué tipo tenía, pues llevaba varios jerseys superpuestos. Los ojos de ella, salpicados con pintas verdes, lo miraron con aprensión. En cualquier otro momento Víctor podría haberla compadecido, incluso sentir pena por ella. Pero no ahora; sólo podía pensar en los días que se avecinaban y en cuidar a su padre.
—Tendrás que quedarte hasta mañana —dijo brusco—. La policía no podrá venir por ti hoy.
Myriam se relajó momentáneamente, hasta que pensó que quizá sus problemas no habían acabado, estaba sola en la casa con un hombre. Casi de inmediato comprendió que no tenía qué temer. Él estaba demasiado preocupado por su padre como para pensar en ella en esos términos.
—Ven conmigo, te enseñaré dónde puedes dormir.
Ella lo siguió escaleras arriba. La barandilla de la escalera tenía el mismo estilo fluido que los muebles. Cuando llegaron al pasillo, él señaló el dormitorio de su padre.
—Yo dormiré en el cuarto de al lado —dijo, y abrió otra puerta más al fondo—. Creo que ésta será la habitación más adecuada. Tendrás que hacerte la cama. Hay mantas y sábanas en el armario del descansillo. Y el baño está allí.
—Por favor, ¿puedo darme un baño? —preguntó Myriam rápidamente, al ver cómo se iba hacia el dormitorio de su padre.
—Sí, claro —respondió, sorprendido de que le pidiera permiso.
—Y…, y tú conoces mi nombre, pero yo no sé cómo te llamas.
—Conozco el nombre que se te ha ocurrido decirme, ¿no? —rió él, secamente.
—Vida nueva, nombre nuevo —repuso ella con ligereza. Había dormido varias horas en el coche, tenía el estómago lleno, por primera vez en semanas no tenía frío e iba a dormir bajo techo esa noche, así que decidió no ofenderse.
—¿Smith? ¿No podrías haber pensado algo mejor? —se burló él.
Myriam esbozó una sonrisa y él vio con sorpresa que las delgadas facciones tenían una cierta belleza. Sin saber por qué eso hizo que se enfadara más.
—Me llamo García, Víctor García. Mira, puede que tenga que aguantarte aquí hasta mañana, pero espero que luego te vayas. No tengo tiempo de ocuparme de ti. ¿Entendido? —dijo con aspereza.
—Sí, lo siento —replicó, ruborizándose al sentir su rechazo.
Él asintió y siguió su camino.

Aunque el padre de Víctor se opusiera a los teléfonos, había utilizado la tecnología moderna para su comodidad; la casa tenía calefacción central y la fontanería y el sistema de agua caliente eran muy eficaces. Myriam pasó más de dos horas en la bañera, lavándose el pelo, deleitándose en el placer de estar sumergida en agua caliente.
Desde que se marchó de lo que Víctor había llamado «su casa», pero que ella consideraba un purgatorio, había intentado estar limpia, y cuando tuvo que dejar el hostal porque se le acabó el dinero, se lavaba en los aseos públicos. Entonces hasta podía lavar la ropa y cambiarse, porque tenía una mochila con todas sus cosas. Pero se la habían robado una noche cuando dormía en un banco del parque y desde entonces no poseía más que lo puesto.
Reacia a ponerse la misma ropa, recién bañada, Myriam se puso un albornoz que encontró colgado en la puerta del baño. Se secó el pelo con una toalla pero, como no tenía cepillo, no pudo desenredárselo y le quedó todo alborotado. Descalza, recogió toda su ropa y bajó a la cocina, llenó la lavadora y la puso en marcha. Comprobó que en los armarios y en el congelador había muchas provisiones y, como se sentía culpable por haberse comido todo el estofado, empezó a guisar.

Arriba, el señor García se despertó por fin. Cuando vio a Víctor, sonrió y le tendió la mano. Víctor se la agarró con fuerza. No hablaron; sobraban las palabras. Los dos sabían por qué había ido y también que sería la última vez que estaban juntos.

La cocina era un hervidero de actividad. Cuando Víctor bajó por agua para su padre se encontró a Myriam, todavía en albornoz, preparando sopa, la secadora funcionando y varias cacerolas hirviendo a fuego lento en la cocina.
—Pensé que tendrías hambre —le explicó, con la cara sonrojada—. Así que he preparado comida. Subiré arriba mientras comes —añadió rápidamente, recordando que no quería verla.
Víctor casi dio un respingo, de lo distinta que parecía. Con el pelo todo alborotado y color en las mejillas estaba muy atractiva, casi guapa.
—No llevas zapatos —dijo, tan sorprendido por su aspecto, que no se le ocurrió otra cosa.
—Sólo tengo un par y están asquerosos.
—¿Y tu ropa?
Ella señaló la secadora.
—¿Es que no tienes más?
La cara de Myriam se endureció ligeramente. ¡Claro que no tenía más! ¿Acaso no estaba claro?
—Si hubiera sabido que venía a quedarme, habría traído una maleta llena de ropa de diseño —dijo ácidamente.
Inmediatamente deseó no haberlo dicho; él no tenía la culpa de que ella estuviera allí. Esperaba una regañina y se quedó atónita cuando Víctor se echó a reír. Sin decir nada, Víctor desapareció y volvió con un par de gruesos calcetines de lana.
—Mi padre los usa cuando sube a pasear al monte. Te mantendrán los pies calientes —dijo alargándoselos.
Despacio, Myriam se acercó a por ellos. Era un detalle nimio, seguro que él ni lo tenía en cuenta, pero hacía tanto tiempo que nadie era amable con ella que se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Gracias —musitó.
Él se encogió de hombros y fue por agua.
—Estoy preparando sopa. ¿Crees que tu padre querrá tomar un poco? —se atrevió a preguntar.
—Voy a intentarlo.
Víctor subió con una bandeja, dejó a Myriam comiendo sola y no volvió a bajar hasta una hora después. Para entonces, la ropa se había secado y Myriam estaba vestida.
Lo dejó allí comiendo y se fue a explorar la casa. Todas las habitaciones estaban llenas de muebles y adornos poco corrientes, y cuanto más los miraba más la gustaban. Estaba en la sala, examinando una lámpara muy bonita, que simulaba tres tulipanes entrelazados, cuando Víctor entró.
—Nunca había visto muebles como éstos —comentó.
—Es Art Decó y Art Noveau. A mi padre lo apasiona. Lleva coleccionándolo casi toda la vida —dijo Víctor casualmente—. Hay muchos libros sobre el tema en el estudio, si te interesa —añadió al ver su mirada perpleja.
Víctor volvió a subir, olvidándose por completo de la chica. Su padre se despertó un rato y le dio la medicina, pero pronto se durmió de nuevo, respirando con dificultad. Víctor trasladó las almohadas y el edredón del dormitorio que la señora Murray le había preparado, al sofá que había en la habitación, y pasó allí la noche en duermevela.
Por la mañana sonó el teléfono. Era la señora Murray para decirle que el camino estaba bloqueado por la nieve y no podía llegar a la casa. Más tarde, llamó la policía para avisarlo de que la carretera principal también estaba bloqueada y no sabían cuándo podrían ir. Comprendió que le tocaba cargar con Myriam indefinidamente.
No había dormido apenas; el sofá era demasiado corto para su metro ochenta y cinco de altura. Y la noche anterior la había pasado conduciendo para llegar allí. Estaba agotado, y furioso con el destino que le había hecho eso a su padre, con la chica por esconderse en el coche, con la nieve, por supuesto, e incluso, que Dios lo perdonara, con su padre por no haberse cuidado más.

Los días se hacían interminables, confundiéndose unos con otros. El cielo estaba tan oscuro que Víctor a veces no sabía si era de día o de noche. Sólo dormía cuando lo hacía su padre, y su sueño era muy ligero; se despertaba con frecuencia para escuchar la respiración agonizante del anciano. A veces se encontraba mejor y podía hablar, aunque era obvio que le costaba mucho esfuerzo. Esos momentos eran preciosos para Víctor, compensaban el tiempo perdido, sus largas separaciones. El médico llamaba todos los días, pero poca ayuda podía ofrecer. Las carreteras seguían bloqueadas; había dejado suficiente medicina, no podía hacer más.
Al menos, Víctor no tenía que preocuparse de cocinar; Myriam había asumido esa tarea, también lavaba la ropa y limpiaba la casa. Cuando Víctor bajaba, la encontraba trabajando, aparentemente feliz, o arrebujada en el sillón de la cocina, inmersa en uno de los libros sobre Art Noveau de su padre. No hablaban mucho; él no sentía ningún interés por ella, pero agradecía que lo hubiera liberado de esas engorrosas tareas.

Una mañana, después de casi una semana, Myriam entró en la cocina para fregar los cacharros del desayuno y lo encontró tirado en el sillón, profundamente dormido. Siempre se había sentido intimidada por él, pero en aquel momento le pareció muy vulnerable. Se acercó a mirar su cara delgada, de mandíbula cuadrada, frente ancha y cejas rectas y oscuras. Tenía los rasgos bien definidos, pero lo primero que llamaba la atención de él no era su atractivo, sino su determinación y su confianza en sí mismo. Daba la impresión de que le molestaría gustar por ser guapo; lo importante era su personalidad.
Al observarlo, Myriam pensó que, si lo hubiera conocido en otras circunstancias, se habría sentido atraída por él, como cualquier jovencita que conoce a un hombre firme y poderoso.
—Señor García —llamó, pensando que lo mejor sería despertarlo—. Señor García —repitió, más alto. Estaba profundamente dormido. Vaciló, pero decidió dejarlo dormir y subió a la habitación del enfermo.
Por primera vez, vio al padre de Víctor y supo de inmediato que se estaba muriendo. Su aspecto, pálido y demacrado, era igual que el de la abuela de Myriam poco antes de fallecer, hacía ya diez años. Se sentó en la silla en la que Víctor había pasado tantas horas y veló al enfermo.
Víctor se despertó sobresaltado una hora más tarde. Subió las escaleras corriendo y se enfureció al ver a Myriam junto a su padre. La agarró del brazo y la sacó al descansillo.
—¿Por qué estabas con él?
—Tú dormías, así que…
—¿Ha dicho algo? ¿Por qué no me has despertado?
—Estabas tan cansado. Pensé que…
—¿Quién te ha pedido que pienses? —gruñó Víctor—. Mantente lejos de aquí. No quiero que al despertar se encuentre con una cara desconocida. ¿Está claro?
—Muy claro —contestó Myriam sonrojándose. Soltó el brazo de un tirón y se dirigió hacia la escalera.
Víctor notó en la rigidez de su espalda que estaba muy dolida.
—Mira, no era mi intención… —dijo cuando ella ya corría escaleras abajo.
Dormir no lo había descansado; pasó el resto del día quedándose adormilado y despertándose de golpe. Por la tarde le dio la impresión de que su padre respiraba mejor y lo miró esperanzado, preguntándose si sería posible que, en contra de lo previsto, se curara. Al atardecer, incapaz de mantener los ojos abiertos, Víctor bajó a la cocina a prepararse una bebida. Myriam, que leía en su habitación, le oyó bajar y volver unos diez minutos después. A continuación, oyó el terrible sonido de un grito angustiado.
—¡No! ¡No! ¡Oh, Dios mío, no!
De un salto, corrió al descansillo. Víctor salió del cuarto de su padre, con la cara pálida y rígida por la impresión.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado? —preguntó Myriam. Comprendió de repente y sintió compasión por Víctor.
—Ha muerto —dijo él arrastrando las palabras.
Myriam le tendió la mano para consolarlo, pero él ni siquiera se dio cuenta. Rozándola al pasar, Víctor bajó las escaleras y fue al estudio, donde había dejado el teléfono móvil. Aunque lo esperaba, era incapaz de asimilar lo ocurrido, de aceptarlo. Era como si una parte de su mente se hubiera quedado en blanco y sólo pudiera pensar en cosas prácticas. Con la mano temblorosa, Víctor llamó al doctor para informarlo.
—Ha llegado una máquina quitanieves al pueblo —repuso el doctor—. Voy a pedirle al conductor que suba hasta la casa y yo lo seguiré con una ambulancia. Ya han limpiado casi toda la carretera, así que no tardaremos mucho.
Aun así, pasaron más de tres horas hasta llegaron. Víctor estuvo todo el tiempo en el vestíbulo, caminando de un lado a otro, negándose a pensar y a sentir, mientras Myriam esperaba en la cocina, comprendiendo que necesitaba estar solo. El médico, con cara de agotamiento, se ocupó rápidamente de las formalidades. La ambulancia se llevó el cuerpo del señor García; Myriam y Víctor volvieron a quedarse solos en la silenciosa casa.
Víctor había subido al dormitorio de su padre con el médico y no había vuelto a bajar. Después de un rato, Myriam subió y se preparó para irse a dormir, pero cuando salió del cuarto de baño oyó un gemido y se paró, indecisa, en el descansillo.
En la habitación, Víctor miraba la cama fijamente, su mente comenzaba a desbloquearse y por fin empezó a aceptar la muerte de su padre. Había controlado sus sentimientos con voluntad férrea durante varias horas y, al relajarse, la emoción lo abrumó y fue incapaz de contenerse más. Salió de la habitación tambaleándose, y se agarró al marco de la puerta, como si las piernas no le sostuvieran.
Myriam vio que se tapaba la cara con el brazo, consternado. Acercándose, lo tomó del brazo y él se apoyó en ella.
—¡No estaba allí! —exclamó con la voz quebrada, añadiendo la ira y el sentimiento de culpabilidad a su dolor—. Tantas horas y al final no estaba allí cuando murió, cuando me necesitaba —apartándose de ella, apoyó la frente en una pared, que comenzó a golpear con los puños cerrados—. Todavía teníamos mucho que decirnos. Ni siquiera me despedí.
—Quizás no se despertó —lo tranquilizó Myriam. Cerró la puerta de la habitación e intentó alejarlo de allí. Ella notó que su cuerpo temblaba no sólo de dolor, sino también de puro agotamiento.
—Estás muy cansado, ahora tienes que dormir.
Como el dormitorio de Víctor no estaba preparado, lo guió hacia el suyo. Él seguía murmurando incoherencias, moviendo la cabeza de lado a lado con angustia, culpándose por haber bajado a la cocina.
—No debí dejarlo solo. No debí dejarlo solo —repetía.
—No podías saberlo.
Lo sentó en la cama y se agachó para quitarle los zapatos, después intentó conseguir que se recostara. Pero él se puso en pie agitado y comenzó a ir y venir dando zancadas, como si estuviera una celda. De repente se sentó, con la cabeza entre las manos.
Myriam comprendió que no podía decir nada, era demasiado pronto. Así que se sentó junto a él y le rodeó los hombros con los brazos mientras el seguía temblando.
No le resultaba extraño tenerlo abrazado. Aunque Víctor era casi un desconocido, sabía perfectamente por lo que estaba pasando, entendía la emoción que lo ahogaba. No le parecía fuera de lugar que Víctor se apoyara en su frágil fuerza mientras sufría los primeros espasmos de dolor y pérdida.
Continuó abrazándolo durante lo que pareció una eternidad; finalmente se calmó, se pasó el dorso de la mano por los ojos y levantó la cabeza. Myriam hizo ademán de apartarse, pero él la miró con ojos oscuros, sus pupilas aún dilatadas por la impresión. Ella sólo llevaba puesta una vieja camisa de hombre que había encontrado en un cajón, era demasiado grande y le llegaba a las rodillas.
—Era de él —dijo Víctor con pasión, y tocó el cuello de la camisa con los dedos.
—Sí —dijo ella. Comenzó a disculparse, suponiendo que estaría molesto, pero se quedó sin habla al mirarlo a los ojos y ver allí otras muchas cosas.
Lentamente, Víctor deslizó los dedos por su pecho.
—Estas tan viva —murmuró con voz ronca—. Tan viva.
Myriam se quedó sin aire cuando la tocó. Supo instintivamente lo que él deseaba, y por qué. La muerte de su padre le había hecho sentirse vulnerable. Necesitaba sentirse muy cerca de alguien para convencerse de que la vida podía seguir adelante. Durante un instante eterno se sumergió en los intensos ojos grises que sostenían su mirada, después se puso en pie, levantó la camisa lentamente y se la sacó por la cabeza, mostrándose ante él con toda la belleza de su desnudez juvenil.
Víctor gimió al mirarla, un sonido casi de agonía, y alargó una mano temblorosa para tocar su cintura, sus muslos.
—¿Estás segura? Dios, ¿estás segura?
Como respuesta, se inclinó y posó sus labios en los de él.
Él temblaba tan violentamente que con ese simple roce ella pudo percibirlo. Víctor permitió durante un momento que lo besara, pero luego se levantó, la sujetó por la nuca y tomó su boca con urgencia. Besándola, gimiendo como un animalito, consiguió arrancarse la ropa para quedar, él también, desnudo. Le acarició los senos y, cuando ella arqueó la espalda, deseándolo, recorrió su cuello con besos. La inclinó sobre su brazo, recorriendo todo su cuerpo con la otra mano, disfrutando de la calidez y suavidad de terciopelo de su piel.
Víctor la deseaba con locura, como nunca antes había deseado, tanto que apenas podía soportarlo. Necesitaba aislarse de las imágenes que poblaban su cerebro, necesitaba experimentar el júbilo, la certeza de la plenitud sexual para que convencerse de que la vida podía seguir siendo maravillosa.
Sabía que en el cuerpo joven y flexible que tenía entre los brazos encontraría consuelo, una liberación del dolor y remordimiento que lo asolaba. La estrechó contra él, para sentir su calor. Cuando puso las manos en sus caderas y la atrajo para que notara la fuerza de su excitación, la oyó jadear. Eso lo excitó aún más. Enredó la mano en la larga melena oscura y volvió a besarla, dando rienda suelta a su pasión. Notó cómo ella se excitaba por el calor que emanaba de su cuerpo, por su respiración entrecortada. Ella lo acariciaba con una ansiedad equiparable a la suya.
Con un grito, Víctor la arrojó sobre la cama. Su pelo se desparramó sobre la blanca almohada. Bajo él, vio el deseo en su cara y quiso llegar hasta el fondo de su ser, donde encontraría la paz y plenitud que añoraba. Tomó su cuerpo desesperadamente. Aquello no fue un tierno acto de amor, sino la expresión salvaje de la necesidad de superar el ancestral miedo a la muerte. Y al sumergirse por completo en el placer, Víctor quiso gritar «¡Vivo, estoy vivo!»
Instantes después, cayó profundamente dormido en brazos de Myriam. Horas más tarde, se despertó a medias, aún agotado y sin saber muy bien dónde estaba. Sintió a la mujer a su lado y, sin abrir los ojos, la tocó. Ella lo besó, murmuró su nombre, lo acarició hasta excitarlo, lo tumbó de espaldas y montó sobre él, hasta que, satisfecha, su grito de placer inundó la habitación.
Cuando Víctor se despertó, lo embargaba una gran sensación de paz. Estaba solo, y los rayos de sol, por fin, iluminaban la habitación. Se quedó tumbado un rato, sabiendo que había hecho el amor, recreándose en su bienestar. Pero, primero inconexamente y luego con súbita claridad, recordó. Su padre había muerto y se había acostado con Myriam, la jovencita que, a pesar de haberse colado en su coche, tenía derecho a que él la respetara. Al principio, se sintió desolado, no porque hubiera ocurrido horas después de morir su padre, sabía que al anciano le habría divertido, sino porque quizás había tomado a Myriam contra su voluntad. Poco a poco, recordó que ella había participado muy activamente pero, aunque se sintió menos culpable, eso no alivió su conciencia. No debió hacerlo. En ningún caso podía utilizar las circunstancias como excusa. Pero Víctor no era hombre que diera vueltas a lo que ya no tenía solución. Se levantó, fue al baño, se vistió y bajó.
Myriam estaba en la cocina. Estaba muy agitada. Para ella la noche había sido maravillosa, una revelación de lo que podía llegar a ser una relación sexual. Se sentía bien, muy feliz. Nunca se había imaginado que el sexo pudiera hacerla sentirse así, en las nubes, con ganas de reírse por cualquier cosa, de cantar y de bailar. Y para hacer el día aún más perfecto, brillaba el sol.
Cuando Víctor apareció, corrió hacia él, mirándolo expectante, esperando una sonrisa que reflejara la intimidad compartida. Pero no la abrazó como ella deseaba.
—Tengo que hacer muchas llamadas —le dijo, apartándola con suavidad.
—Sí, claro —musitó ella retirándose. Él se dirigió hacia la puerta—. ¿Víctor? —lo llamó impulsiva.
—Hablaremos después. Dentro de media hora ¿De acuerdo? —respondió él con una sonrisa de medio lado.
Ella asintió, satisfecha, y él fue al estudio.
Tardó casi una hora en volver. Ella supuso que estaba llamando al resto de la familia para informarles sobre la muerte de su padre y se preguntó cuándo se celebraría el funeral. Sin duda, Víctor se quedaría hasta entonces, y podrían seguir allí solos los dos. Simplemente pensarlo hizo que se excitara.
Pero sus esperanzas quedaron destrozadas cuando Víctor volvió.
—He hablado con el resto de la familia; llegarán en cuanto puedan —dijo y calló un momento—. Con respecto a lo de anoche, quizás debería pedirte disculpas, pero no me arrepiento de lo ocurrido. Te deseaba, y estoy casi seguro de que tú también a mí. Pero es indudable que me aproveché de que estabas aquí. No debería haberlo hecho —prosiguió, sin darle tiempo a replicar—. Pero lo hice y te agradezco que fueras tan… complaciente —dijo encogiéndose de hombros. Sus ojos grises la miraron—. Quiero darte las gracias con esto. Creo que te ayudará hasta que puedas salir adelante —concluyó alargándole un papel doblado.
Myriam no lo aceptó. Era un cheque. Se puso en pie de un salto y su silla cayó hacia atrás.
—¿Qué te has creído que soy, una prostituta? No lo hice por dinero —gritó encolerizada.
Víctor también se levantó y rodeó la mesa hasta llegar a ella.
—Eso ya lo sé. No es un pago —dijo persuasivo, agarrándola del brazo.
—¿Tú cómo lo llamarías? —rió Myriam amargamente.
—Es sólo un regalo, una manera de darte las gracias. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
A Myriam se le ocurrieron miles. Como, por ejemplo, abrazarla y decirle que había sido maravilloso. Podría haberla besado, sonriente, y decirle que estaba deseando que ocurriera de nuevo; ese día, mañana. Decirle que ella le importaba. Pero sólo había dicho que la deseaba y, como estaba disponible, la había tomado. En otras palabras, la había utilizado y para tranquilizar su conciencia iba a pagarle. Myriam se sintió humillada, y lo que había sido maravilloso se convirtió en algo deshonroso y sucio.
—Me marcho de aquí. ¡Ahora mismo!
Esa muestra de orgullo y dignidad lo dejó estupefacto. Había esperado que aceptara el dinero con alivio, incluso con alegría, no que actuara como si ofrecérselo fuera un insulto. Estaba en la miseria y quería ayudarla, de la forma más práctica posible. Pensó que quizás fuera mejor así. No quería que se aferrara a él, ni que le hiciera una escena a la hora de irse.
—He pedido un taxi que venga a recogerte. Los trenes están funcionando, así que te llevará a la estación más cercana —le dijo bruscamente.
—Estás deseando librarte de mí, ¿no? —replicó ella fría, mirándolo fijamente.
Víctor callado, vio cómo la ira embellecía sus rasgos. Se resistía a hacerle daño, pero sabía que era necesario.
—Una de las personas que viene hacia aquí es mi esposa, llegará esta tarde —dijo inexpresivo.

El tren estaba casi vacío. Myriam se sentó junto a la ventanilla, sin fijarse en el paisaje, y la nieve fue quedando atrás para dar paso a un mosaico de campos y árboles desnudos. Víctor le había dado dinero para el billete a Londres y había tenido que aceptarlo. Ya en el vagón, descubrió en el bolsillo del anorak el cheque que había rechazado antes. Era por una cifra muy elevada, suficiente para mantenerla durante mucho tiempo. Le habría gustado romperlo, pero no debía actuar como una tonta. Habría podido permitírselo cuando tenía la esperanza de quedarse con él, no ahora que la había echado de su cama y de su vida.
Sintió cómo las lágrimas le quemaban los ojos, pero consiguió contenerlas. ¿Qué otra cosa podía haber esperado? Antes o después, la habría echado, al pensar lo contrario se había engañado a sí misma. Tenía que olvidarse de esa noche. Olvidarse de Víctor García. Era hora de empezar una nueva vida y el mejor principio sería borrarlo de su recuerdo para siempre.


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Mensaje  laurayvictor Lun Mayo 23, 2011 12:07 am

mañana les pongo otro

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Mensaje  laurayvictor Lun Mayo 23, 2011 10:27 am

Hola chicas buenos dias otro capitulo de esta novelita.....

Capítulo 4
El subastador remató el último lote y Myriam, sobresaltada, volvió a la realidad. Se unió al gran aplauso del público cuando se anunció la cantidad recaudada. La gente había sido muy generosa; la institución benéfica no podía quejarse. Vio a Víctor acercarse a uno de los cajeros con un cheque en la mano y se preguntó qué habría comprado; había estado demasiado absorta en sus recuerdos como para fijarse. Decidió salir de allí cuanto antes, sin darle tiempo a acercarse.
En el guardarropa ya había gente esperando para recoger los abrigos. Myriam se puso a la cola, taconeando en el suelo, impaciente, hasta que llegó su turno. Ya se iba cuando una antigua amiga del colegio, Tanya Beresford, que estaba allí con su marido, la detuvo para invitarla a comer la semana siguiente. Myriam aceptó y se marchó tan rápidamente como pudo. Era demasiado tarde, Víctor estaba esperándola en la entrada, con cara de fría determinación. Myriam se paró en seco y volvió a dirigirse al interior.
—¿Escapándote otra vez? —la acusó mordaz—. Parece que es una de tus costumbres.
—Lo que yo haga no es asunto tuyo —replicó Myriam con frialdad.
—En eso te confundes —dijo agarrándola fuertemente del brazo—. Yo diría que sí lo es.
La llevó hacia el enorme coche que esperaba junto al bordillo. El chófer abrió la puerta y Víctor la empujó dentro.
—¿Siempre eres así de prepotente? —inquirió airada al darse cuenta de que otros invitados los habían visto. Supuso, con amargura, que la noticia aparecería en toda la prensa al día siguiente.
Víctor pulsó un botón en la consola que había junto a su asiento para elevar un panel de cristal que los aisló del conductor. Era la primera vez que conseguía verla a solas y quería ser razonable, pero estaba indignado por cómo lo había engañado.
—He hecho lo imposible por hablar contigo —gruñó—. Si persistes en negarte, no me dejas otra alternativa.
—No quiero hablar contigo. Exijo que pares el coche y me dejes salir.
—Sabes que no voy a hacerlo, ¿para qué lo pides?
—Supongo que es demasiado pedir que olvides tu egoísmo y te comportes con consideración por una vez en tu vida —se burló ella.
Su resentimiento lo tomó por sorpresa. Víctor entrecerró los ojos, comprendiendo que la situación era peor de lo que había pensado.
—¿Has comido algo? ¿Vamos a cenar? —preguntó instantes después.
—No.
—¿No a qué?
—No a cualquier cosa que digas. No quiero nada contigo —le dijo mirándolo hostil.
Víctor no estaba acostumbrado a que le hablaran con tanta grosería.
—¿No es un poco tarde para eso? —imprecó con dureza.
Myriam se sonrojó y miró hacia otro lado; no quería que mencionara la noche que pasó con él. Había intentado no mirarlo directamente, pero era difícil no recordar la perfección del cuerpo varonil que se ocultaba bajo el inmaculado traje de etiqueta. Volvió a preguntarse por qué se habría divorciado de su esposa; pero no era de su incumbencia, bastante tenía con mantenerlo apartado de Alex.
Víctor estaba intentando decidir cómo actuar. Sus mejillas arreboladas le indicaron que aún la afectaba el recuerdo de sus relaciones sexuales y eso lo sorprendió; había pasado mucho tiempo. Y sólo fue una noche. Quizás la susceptibilidad se debiera a que aquella noche había tenido consecuencias.
—¿Por qué no me dijiste lo de Alex? —preguntó con suavidad.
—Alex no tiene nada que ver contigo —dijo ella. Sus bellos ojos avellana moteados de verde lo miraron llameantes.
—Eso no es lo que dice su partida de nacimiento —replicó sin alterarse.
—No tenías derecho a consultarla, a entrometerte en mi vida.
—Y tú no tenías derecho a ocultarme su existencia —contestó enfadado.
Myriam titubeó un instante, y decidió que haría cualquier cosa para que se alejara de Alex.
—Lo que escribí en el registro no es cierto. No…, no sé quién es su padre. Tuve relaciones con varios hombres en aquella época. Tenía que poner un nombre, y se me ocurrió el tuyo. Pero no es tu hijo —le aseguró.
Durante un momento, le asombró que ella se rebajara tanto, pero luego comprendió que era una triquiñuela.
—Las fechas encajan. Y un análisis de sangre demostrará si soy o no su padre —señaló él.
—No permitiré que ni tú ni nadie toquéis a mi hijo —dijo Myriam con fiereza.
El coche se detuvo en un atasco y las luces de una tienda iluminaron su interior. Víctor vio que Myriam estaba muy tensa, con la cara pálida y los puños apretados.
—Sabes que no le deseo a Alex ningún mal —dijo persuasivo.
—Arruinarías su vida, igual que hiciste con la mía —le contestó con dureza, mirándolo a los ojos. El coche se puso en movimiento—. ¿Cómo has tardado tanto en poner la casa de tu padre en venta? —preguntó Myriam resentida, pero curiosa.
—No está en venta. La uso como casa de vacaciones. Iba a tasar el contenido para contratar un seguro. Te equivocas si piensas que te escogí a ti para hacer la tasación. Pedí a la sala de subastas que me recomendara a un experto. Recordarás, supongo —añadió irónico— que nunca me dijiste tu verdadero apellido.
Así que había sido casualidad, pensó Myriam disgustada. El cruel destino, que la golpeaba nuevamente.
No volvieron a hablar hasta que el coche paró. Myriam vio con sorpresa que estaban frente a su edificio. Pero si creía que lo iba a invitar a subir estaba loco. Fue a salir del coche, pero el chófer se adelantó, abriéndole la puerta. Víctor salió tras ella, volviendo a agarrarla del brazo.
—Vuelve en una hora —ordenó al chófer.
—Mira, ya te he dicho que no quiero saber nada de ti. No voy a hablar contigo. Si insistes en seguir adelante con ese estúpido pleito, no puedo evitarlo. Pero me niego a discutirlo —le dijo volviéndose hacia él.
—Pues es una lástima, porque no pienso marcharme hasta que lo hagas. Y podemos hablarlo aquí o en tu apartamento, tú decides.
—Si no me sueltas, te demandaré por agresión —amenazó Myriam.
—Eso quedaría muy bien en los periódicos —dijo Víctor encogiéndose de hombros.
Su cara se tensó al oírlo y, si Víctor no hubiera estado tan empeñado en conseguir lo que quería fuera como fuera, habría sentido pena por ella. Le había dado la oportunidad de ser razonable. Había telefoneado, escrito y visitado su piso unas treinta veces, pero ella se había negado en redondo a responder. Ahora tendría que aceptar las consecuencias.
El coche se marchó y se quedaron parados mirándose, ninguno dispuesto a dar su brazo a torcer. Pero llegaron un par de taxis, con vecinos de otros pisos.
—¿Quieres que nos vean aquí peleando? —dijo Víctor aprovechándose de la situación.
Myriam le lanzó una mirada capaz de aniquilarlo, pero se dirigió al panel de control de entrada y pulsó el botón de su piso. Miró a la cámara de vídeo y la puerta zumbó, abriéndose. Vivía en el tercer piso. A regañadientes lo condujo hacia allí. Víctor le soltó el brazo, pero siguió pegado a ella, vigilante, temiendo que intentara escabullirse.
Jonesy abrió la puerta, midiendo el tiempo a la perfección, antes de que llamase al timbre. Myriam sintió cierta satisfacción cuando Víctor frunció el entrecejo. Seguramente había esperado encontrarse con una au pair o una niñera, no con un hombre bastante mayor, con ropas limpias pero muy usadas, que lo miró de arriba abajo.
—¿Todo bien? —dijo Myriam sonriendo a Jonesy.
—Perfectamente.
Aunque siguió mirando a Víctor con interés, Myriam no se lo presentó.
—Quédate un rato más, por favor. Esta… persona…, no se quedará mucho tiempo.
Jonesy asintió con la cabeza y se fue a la cocina.
Myriam llevó a Víctor al salón, cerró la puerta y se volvió hacia él.
—Bueno, ya estás aquí. ¿Qué quieres?
Víctor la miró, notando la hostilidad en su voz, en su mirada, incluso en su postura. Pero no había ido hasta allí para amenazarla, y desde luego tampoco a suplicarle.
—¿Puedo tomar algo? Un whisky, si tienes —dijo con voz tranquila.
Ella no quería ofrecerle ningún tipo de hospitalidad, pero se dirigió a la bandeja con bebidas que había sobre el aparador y le sirvió un whisky con soda.
Estaba de espaldas y Víctor pudo observarla abiertamente. Recordaba que cuando hizo el amor con ella estaba muy delgada, casi consumida por vivir en la calle. Pero se había entregado a él con ardor, con una pasión tan intensa que lo asombró. Seguía delgada, pero su cuerpo se había redondeado con las curvas apropiadas, quizás por haber tenido el niño. Cuando se acercó a darle la copa, se preguntó si, detrás de la rígida máscara de su cara, seguiría siendo tan apasionada.
—Has cambiado mucho desde que nos conocimos —comentó—. Ahora pareces muy segura de ti misma, muy independiente. Supongo que criar a Alex tú sola habrá influido. Siento que hayas tenido que cargar con toda la responsabilidad. Si lo hubiera sabido, te habría…
—Me habrías ¿qué? —lo interrumpió—. ¿Firmado un cheque?
—Desde luego que habría intentado ayudarte lo más posible. Económicamente, o… —comenzó a decir Víctor pero calló al oír su carcajada áspera.
—Parece que te has olvidado de que ya me diste un cheque. ¡Pagaste por adelantado!
Víctor tragó saliva. ¡Así que eso era! Recordaba vagamente lo mucho que se enfadó cuando intentó ayudarla. Pero su padre acababa de morir y además se sentía culpable por haberse acostado con la chica, aunque ella no había puesto ninguna pega. Tal vez fuera cierto que le había dado el dinero para acallar su conciencia, pero le parecía increíble que siguiera resentida por eso después de tantos años.
—¿Por eso no me dijiste lo de Alex? —preguntó tentativamente.
—Alex es mío. Mi relación contigo fue accidental —le dijo, despreciándolo a propósito. Quería que se marchara, odiaba cómo la había coaccionado para hablar con ella y tenía miedo de que insistiera en ver a Alex.
Víctor soltó una risotada. Dejando la copa, se acercó hasta un camión de juguete que había en el suelo. Se puso en cuclillas y jugueteó con él, abriendo y cerrando las puertas. Súbitamente, levantó los ojos hacia Myriam.
—Pues no tengo ninguna intención de seguir siendo un accidente —declaró con voz fría.
Myriam comprendió desalentada que sólo había conseguido reafirmarlo en su actitud.
—¡Si tuvieras hijos de tu esposa, Alex no te importaría nada! —gritó airada—. Si te lo hubiera dicho entonces, me habrías dado dinero, ¡para que abortara! No habrías…
Se interrumpió al ver a Víctor levantarse y dirigirse hacia ella amenazador. Le pareció inmensamente alto y fuerte.
—¿Cómo puedes saber tú lo que habría hecho? Aunque tuviera media docena de hijos Alex me importaría. Pero me has ocultado a mi único hijo. ¡Me he perdido cinco años de su vida! —exclamó secamente—. No pienso permitir que me apartes de él por más tiempo.
—Mantente lejos de mi hijo. No te necesitamos. Ni antes, ni ahora, ni nunca —replicó Myriam, enfrentándose a él como una leona protegiendo a su cachorro—. ¡Fuera de aquí! ¡Sal de mi casa!
Víctor hizo ademán de sujetarla, pero se abrió la puerta y entró Jonesy.
—Vais a despertar al niño —recriminó—. ¿Queréis que os oiga pelearos por él?
—¿Quién es éste? —reclamó Víctor, cerrando los puños e intentando controlarse.
—El niñero —replicó Myriam.
Víctor la miró incrédulo y fue hacia la puerta.
—Lo he dicho en serio, pienso formar parte de la vida de Alex, y si tengo que luchar contigo para conseguirlo, llegaré hasta el final —masculló desde la puerta.
—No se te ocurra amenazarme —dijo Myriam pálida.
Cuando se marchó, Myriam notó que le flaqueaban las piernas, y si Jonesy no la hubiera agarrado, se habría caído. Temblando, se apoyó en su hombro.
—¿Jonesy, qué voy a hacer? ¡Me quitará a Alex! Estoy segura.

En la calle, Víctor golpeó la pared con el puño, furioso consigo mismo por haber perdido los estribos, y aún más furioso con Myriam por haberlo provocado. No tenía intención de amenazarla y había acabado haciendo justamente eso. Ahora tendría que luchar para conseguir ver a Alex, y entretanto, seguro que Myriam pondría al niño en su contra.
Miró el reloj y vio que faltaba más de media hora para que el chófer volviera a recogerlo. Podría haberlo llamado al coche con el teléfono móvil, pero decidió dar un paseo y analizar su encuentro con Myriam. Cuando llegó a la esquina, miró hacia atrás y vio al anciano, que Myriam había llamado niñero, salir del edificio. Sin dudarlo, Víctor se escondió en un portal, y luego fue tras el hombre.
No tuvo que seguirlo mucho tiempo; cinco minutos después, su presa llegó a la entrada de un gran edificio Victoriano. Víctor esperó a que entrara y se acercó a mirar el edificio más detenidamente. En un lateral, un cartel anunciaba: Hostal para hombres sin hogar. Víctor se quedó atónito. ¡Dejaba que un marginado, probablemente un borracho, cuidara a su hijo!
Tensó la mandíbula con determinación; no pensaba permitir que las cosas siguieran así. Comprendió, con satisfacción, que lo que acababa de descubrir iba a ayudarlo. Ningún juez en su sano juicio iba a negarle el derecho a visitar a Alex, ni tampoco el de participar en su educación.

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gracias por cada uno de sus comentarios......................

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Mensaje  aitanalorence Lun Mayo 23, 2011 10:34 am

me gusta mucho gracias por el capitulo cyclops
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Mensaje  Dianitha Lun Mayo 23, 2011 12:00 pm

graciias por el cap niiña super interesante la noveliita xfa no tardes cone l siiguiiente cap sii Escandalo publico..... cap 9 (el final) 146353 Escandalo publico..... cap 9 (el final) 146353 Escandalo publico..... cap 9 (el final) 146353 Escandalo publico..... cap 9 (el final) 146353
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Mensaje  alma.fra Lun Mayo 23, 2011 12:33 pm

Muchas gracias por el capitulo.
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Mensaje  mats310863 Mar Mayo 24, 2011 8:28 am

Gracias por el capítulo. Very Happy

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Mensaje  FannyQ Mar Mayo 24, 2011 4:59 pm

Gracias por el capituloo! =)
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Mensaje  laurayvictor Mar Mayo 24, 2011 5:46 pm

Hola niñas aqui esta el capitulo del dia de hoy espero y les este tanto como a mi gusto cuando la lei....

Capítulo 5
Myriam no volvió a ver a Víctor hasta la tarde de la audiencia. Esperaba que se celebrase ante un tribunal y la sorprendió que el abogado la llevara a una sala privada, donde la juez estaba sentada ante un gran escritorio. Un asistente leyó la solicitud que hacía Víctor para tener derecho a visitar a su hijo. Myriam esperaba eso, pero se sorprendió al oír que también quería participar en su educación.
—¿Admite que el señor García es el padre de su hijo? —preguntó la juez mirándola con cierta simpatía. Myriam dudó un momento.
—Sí —contestó.
—¿Sabe el niño quién es su padre?
—Me he visto obligada a decírselo. Dada la… notoriedad… del señor García —replicó ella eligiendo la palabra—. Este caso ha aparecido en la prensa. Algunos compañeros de colegio de Alex se enteraron y empezaron a hacerle preguntas.
—¿No se lo había dicho antes?
—No.
—¿Por qué razón?
Myriam apartó la mirada de la juez y la fijó en Víctor.
—Porque para García fue una aventura de una noche. Después, no quiso tener nada que ver conmigo y me confesó que estaba casado. Estaba deseando librarse de mí. No quiero que un hombre así tenga nada que ver con mi hijo.
Víctor entrecerró los ojos e hizo un gesto de asentimiento a su abogado.
—¿Debo entender que opina que el señor García puede ejercer una influencia negativa en su hijo? —preguntó éste, poniéndose en pie.
—Sí, sin duda —respondió Myriam sospechosa.
—Y, en cambio, señorita Montemayor, contrata usted a un hombre que ha sido arrestado varias veces por vagabundo y borracho para cuidar a su hijo. Me refiero a un tal señor Albert Jones, que actualmente reside en un hostal para gente sin hogar. ¿Es cierto señorita Montemayor?
—Conozco a Jonesy, al señor Jones, desde que Alex tenía dos años —exclamó Myriam pálida de ira—. Lo adora y no se le ocurriría probar una gota de alcohol cuando está cuidándolo. Es más, una vez salvó su vida; Alex se atragantó con un trozo de juguete y Jonesy consiguió que lo expulsara. Es un hombre bueno y cariñoso. Lo conozco, y me merece más confianza que cualquier desconocida de una agencia de niñeras. No es culpa suya estar sin hogar. Es un hombre inteligente y educado; tenía un buen trabajo pero lo perdió durante la crisis. Consiguió otro, pero tuvo que dejarlo porque su mujer se puso muy enferma; no pudo seguir pagando la hipoteca de su casa y la perdió. Y su mujer murió —explicó Myriam, mirando a Víctor con desdén.
—Sin embargo, consta en acta pública que el señor Jones ha sido arrestado por borrachera dos veces en los últimos tres años. Y tengo entendido que usted le regala una botella de whisky de vez en cuando —aseveró el abogado, como si no hubiera oído nada.
—Sólo se permite una borrachera el día de su cumpleaños, que es muy triste para él —dijo Myriam con dignidad—. Y si, sólo por mi hijo, es capaz de mantenerse sobrio el resto del año, cuando bebe se merece el mejor whisky de malta.
Víctor tuvo que reprimir una sonrisa y decidió que la admiraba, por eso y por su lealtad. Aunque simpatizaba con ella y con el viejo, tenía un as en la mano y pensaba utilizarlo.
—¿Por qué piensa que el señor García tendría una influencia negativa en su hijo, señorita García? —intervino la juez.
—Porque lo mueve el dinero —respondió Myriam sin inmutarse—. Es su dios. Intentó comprarme después de… estar juntos. Me negué —dijo irguiendo la barbilla—. No me vendo. Pero me puso el cheque en el bolsillo sin que me diera cuenta. Iba a romperlo, pero descubrí que estaba embarazada y tuve que utilizarlo. Ahora tengo mi propio negocio, me va bien y no necesito ayuda económica. Alex tiene todo lo necesario: un hogar, amor y cariño. No necesita que un extraño se entrometa en su vida e intente comprar su cariño.
Habló con vehemencia y pasión, y Víctor sintió admiración, quizás incluso arrepentimiento. Pero no pensaba dar marcha atrás.
—Parece que aquí se me acusa de varias cosas, ninguna cierta. Sí, quiero participar en la vida de mi hijo. ¿Qué padre no lo desearía? —dijo—. Pero quiero ayudar, no corromper —añadió con una mueca, como si la sola idea fuera ridícula. De acuerdo, he tenido éxito en los negocios. ¿Qué hay de malo en que quiera que mi hijo se beneficie de ello? Lo mismo desearía cualquier padre —añadió, haciendo hincapié en la palabra—. Este placer, este derecho, me ha sido negado durante cinco años. No quiero cambiar la vida de Alex, pero me gustaría compartirla. Entiendo que la señorita Montemayor ha realizado una excelente labor hasta ahora, pero creo que Alex tiene derecho a conocer a su padre.
—Parece una petición muy razonable, señorita Montemayor —dijo la juez mirando a Myriam.
—Eso no excusa el que, cuando me echó, no volviera a preocuparse por mi bienestar, por si me había quedado embarazada. Entonces le daba igual. ¿Qué ocurrirá si después de volcar su atención y dinero en Alex vuelve a casarse y tiene hijos? Es joven, sería lógico. Apostaría la vida a que se olvidaría de Alex por completo. No malgastaría su dinero en él —respondió Myriam, clavándose las uñas en la palma de la mano—. Me niego a correr el riesgo de que hieran a mi hijo de esa manera —añadió, mirándolo vengativa.
Víctor se puso en pie de un salto. Su abogado le agarró el brazo, pero Víctor se lo sacudió de encima.
—Eso es insultante y mentira —protestó—. Desde que conozco la existencia de Alex no he deseado más que ayudarlo y ser parte de su vida.
—¿Y te parece que una demanda judicial es la mejor manera de conseguirlo? —le espetó Myriam mirándolo fijamente.
—Tú me has obligado con tu tozudez. La juez les llamó la atención golpeando el escritorio con un bolígrafo y ambos la miraron, acalorados por el enfado.
—Veo que hay sentimientos encontrados en este caso. Pero sólo voy a tener en cuenta el bienestar de su hijo —dijo. Hizo una pausa y Myriam comprendió asombrada que hablaba en plural; hasta entonces nunca había pensado que Alex fuera parte de los dos. Dirigiéndose a Víctor, la juez prosiguió—. Señor García, ¿tiene expectativas de volver a casarse?
—No —contestó Víctor con seriedad.
—Y usted, señorita Montemayor, ¿tiene intención de casarse o de formar una relación permanente que proporcione a Alex una vida familiar estable?
—No…, de momento —dijo cautelosa, al comprender que la juez podría considerar ese tema decisivo y que una respuesta negativa podía ser perjudicial.
—Estudiaré detenidamente todos los aspectos del caso y les haré llegar mi decisión a su debido tiempo —declaró la juez. Se levantó, los saludó con la cabeza y salieron del despacho.
Myriam se detuvo para hablar con su abogado, que la reconvino por perder la calma. Cuando el abogado se marchó, Myriam vio que Víctor también había hablado con el suyo y estaba a punto de salir. Corrió tras él, lo agarró del brazo y lo obligó a volverse hacia ella.
—¡Sinvergüenza! —exclamó—. ¿Cómo te atreves a insinuar que Jonesy es un borracho? Es un buen hombre. No tuvo culpa de perder el trabajo ni de que muriera su mujer. Sólo un canalla como tú caería tan bajo como para acusar a alguien que no puede defenderse. ¿Te has parado a pensar que quizás Alex lo quiera? No, claro que no lo has pensado. Lo único que te…
—Si tienes algo que decirme, más te vale hacerlo en privado. ¿De acuerdo? —la interrumpió, tapándole la boca con la mano.
Myriam lo miró con desprecio, pero asintió con la cabeza y él retiró la mano.
—¿Te asusta que te saquen los trapos sucios en público? —se burló.
—Hay un bar cerca de aquí; vamos a tomar algo —sugirió Víctor, apretando los labios.
Myriam se encogió de hombros y permitió que la guiara hacia el bar, donde se sentaron en un rincón apartado.
—¿Qué quieres tomar?
—Un vino blanco seco, por favor —le pidió, sacando dinero del bolso—. Y yo pago lo mío.
A Víctor le dieron ganas de estrangularla, pero aceptó el dinero, y le devolvió un puñado de monedas sueltas cuando volvió con las bebidas.
—Me alegró de que aprovechemos esta oportunidad para hablar —dijo, intentando contener su mal humor.
—¿De verdad? —preguntó Myriam con sarcasmo—. Creí que habíamos venido aquí porque no querías que te llamara canalla en público.
—Pelear no nos servirá de nada. ¿Por qué no dejamos lo de Alex un momento y simplemente hablamos y nos conocemos un poco mejor? Quizás descubramos que tenemos algo en común —contestó Víctor con voz tranquila, pero apretando su copa con fuerza.
—¡Debes de estar de broma!
—¿Por qué no? Ya lo hicimos una vez —le lanzó él, con intención.
—Eso es injusto —musitó ella. Sonrojándose, Myriam bajó los ojos.
—Tienes razón. Perdona —se excusó Víctor, sintiendo pena por ella.
Al oírlo, levantó la cabeza y lo miró con cierta curiosidad:
—No creo que llegara a conocerte ni un poco. Aunque estuvimos casi solos varios días nunca mostraste ningún interés por mí. Nunca tuvimos una conversación —dijo lentamente. Pero pronto recuperó su espirité de lucha—. Por ejemplo, no se te ocurrió mencionar que estabas casado.
—No tenía por qué hablar de mi vida privada con una extraña, con alguien que se había colado en mi coche —objetó él.
—Pero, como has dicho antes, descubrimos que teníamos algo en común ¿no? —respondió mordaz, mirándolo a los ojos.
—¡Tocado! —sonrió él. Dio un sorbo y añadió—. Pero no me olvidé de ti sin más. Me pregunté muchas veces cómo te había ido, si habías encontrado dónde vivir.
—¿No esperarás que me lo crea?
—Y recuerdo con frecuencia aquella última noche, la noche en que murió mi padre —añadió Víctor, ignorándola.
Myriam se puso rígida, pensando que seguramente él la odiaba porque lo había visto en un momento de debilidad y sabía lo vulnerable que podía ser.
—No quiero hablar sobre el pasado. El presente es lo único que importa.
—Puede que tengas razón —aceptó Víctor, mirándola con interés renovado y preguntándose si su relación con él le habría provocado algún trauma sexual. Eso lo preocupó. Recordó que en el piso le había dicho que había arruinado su vida; en ese momento, pensó que se refería a que la había dejado embarazada, pero ahora comenzó a preguntarse si no sería mucho más complicado.
Ella tenía la cara vuelta hacia otro lado y él aprovechó para recorrerla con sus ojos. No era guapa, al menos no con los criterios de belleza que todos parecían aceptar como modelo, pero su pelo oscuro, piel clara y ojos expresivos la hacían atractiva, incluso llamaba la atención. Cualquiera que la hubiera visto enfadada, como él, nunca olvidaría su cara. También tenía buena figura. Víctor, volviendo a recordar la apasionada noche que pasaron juntos, se sintió intrigado.
Al sentirse observada, Myriam volvió la cabeza de repente, y vio su mirada de avidez antes de que él pudiera ocultarla.
—Esto es una pérdida de tiempo. Me marcho —dijo con cara seria. Comenzó a ponerse en pie pero él la retuvo.
—No, no te vayas. Tienes razón, Alex es lo único que importa. Le contaste a la juez que sabe que soy su padre, ¿te ha pedido…? ¿Te ha pedido verme?
—No —respondió ella, con rapidez.
—Me parece raro que no tenga curiosidad por mí. ¿O le has contado sólo lo que a ti te conviene? —dijo, sin creerla—. ¿Estás intentando poner a Alex en contra mía, antes de que tenga la oportunidad de conocerlo?
—Sólo a una mente tan retorcida como la tuya se le ocurriría pensar eso —replicó con mirada asesina.
—Me alegra oírlo. ¿Qué le has dicho?
—Eso es cosa mía y de Alex.
—Creo que tengo derecho a saberlo, Myriam.
Ella miró hacia otro lado, jugueteó con el vaso un minutos y decidió contestar.
—Simplemente le he dicho que eras su padre. Le conté que nos conocimos por casualidad, pero que tú tenías tu propio hogar y que por eso no podías vivir con nosotros —contestó de mala gana—. Alex sólo tiene cinco años. No entiende. Sabe por sus amigos que a veces los padres no viven con sus hijos y puede aceptarlo. Es feliz así y no quiero que perturbes su vida —añadió desafiante.
—No quiero perturbarla. Quiero completarla —protestó Víctor, escondiendo las manos bajo la mesa antes de cerrar los puños, para que ella no se diera cuenta de cuánto lo afectaba el tema—. Me gustaría ver a Alex.
—¡No! No vas a tener nada que ver con su vida, así que ¿para qué?
—Alex es tan mío como tuyo, Myriam.
—No, no pienso aceptar eso. Tuvimos relaciones sexuales una noche, y aunque Alex sea su fruto, no por eso va a quererte a su lado. ¿Acaso crees que te necesita, que simplemente por instinto te querrá como un hijo? No lo hará. Le darás miedo y se sentirá inseguro. Actuará con timidez y tú te irritarás; eso sólo empeorará las cosas. Te aceptaría mejor si fueras un desconocido que siendo un padre en potencia. Se sentirá amenazado, igual que yo. ¿Por qué no sales de nuestra vida y nos dejas en paz? No te necesitamos. ¡Ni antes, ni ahora, ni nunca! —gritó y, apartándolo, salió del bar.
Víctor no intentó seguirla. Fue por otra copa y se sentó taciturno. La cara de Myriam le vino a la mente, no la enfadada, sino la que tenía cuando la conoció, en casa de su padre. Entonces parecía muy joven y vulnerable, con los rasgos afilados por el hambre. Como una niña.
Víctor sintió un vivo deseo de saber cómo era su hijo. ¿Tendría algo de él, o se parecería más a su madre? Sentía esa añoranza desde que vio a Alex desde el coche y supo con certeza por qué Myriam estaba tan asustada, por qué había huido.
Con el paso de las semanas, la necesidad de ver a Alex aumentó, se convirtió en obsesión. Anhelaba tocarlo, sentir la calidez de su mano y saber que era de su propia sangre. Pero había controlado su ansia, se había dirigido primero a Myriam. Cuando se negó a verlo, decidió obtener permiso acudiendo a los tribunales. Había querido hacerlo bien, pero era obvio que Myriam haría cualquier cosa para impedírselo. De repente, se le agotó la paciencia. Vació la copa de un trago, salió del bar y paró un taxi.
Alex asistía a un buen colegio. Había multitud de niñeras esperando a recoger a los niños. Jonesy, con sus ropas remendadas, desentonaba por completo, pero se habían acostumbrado a verlo y lo saludaban amistosamente. Víctor esperó en el taxi, a unos metros de la entrada, hasta que Jonesy y Alex salieron de la mano; entonces, pagó al taxista y se dirigió hacia ellos.
Alex, muy contento, le contaba a Jonesy que en el colegio iban a hacer una excursión a un safari park, cuando vieron a un hombre parado ante ellos. Jonesy levantó la mirada y, sobresaltado, hizo ademán de apartarlo.
—Hola, Jonesy. Supongo que me recuerdas —lo tranquilizó Víctor.
—Si, pero… ¿Te ha enviado Myriam?
—No. Se me ocurrió venir a verte —dijo Víctor, aunque podía haber mentido—. Y a conocer a Alex —añadió, atreviéndose a mirar hacia abajo.
El niño lo miró y a Víctor su cara le resultó familiar. Comprendió por qué al recordar una fotografía antigua de su padre cuando tenía aproximadamente la edad de Alex. La frente ancha, las cejas rectas y la estructura ósea de la cara eran iguales. Sólo una cosa era diferente: Alex lo miró curioso, con ojos que eran una copia exacta de los de Myriam. Víctor se acuclilló para ponerse a su altura y sonrió a su hijo.
—Hola, Alex.
—Hola. Pronto vamos a ir a todos a un safari park —dijo Alex educadamente, después de consultar a Jonesy con la mirada.
—Eso suena estupendo. ¿Te gustan los animales?
—Sí, pero están prohibidos en el piso. Una vez tuve un hámster, pero se escapó y le dio un susto de muerte a la señora de la limpieza. Eso dijo, «un susto de muerte» —añadió con regocijo—. Y dijo que no vendría más si nos lo quedábamos, así que llevamos al hámster al colegio y ahora vive en la clase.
Víctor sonrió cautivado, notando cómo su corazón se henchía de cariño. Le hubiera gustado darle la mano a Alex y llevarlo a un sitio donde pudieran hablar a solas, pero sabía que era demasiado pedir. Ya se estaba arriesgando con estar allí; de momento no podía hacer más.
—¿Dibujas bien? A lo mejor me podías hacer un dibujo del hámster. ¿Cómo se llama? —preguntó con tono desenfadado.
—Cricetus, el profesor dijo que era un buen nombre para un hámster, pero yo antes lo llamaba Pompón.
—Creo que me gusta más Pompón —dijo Víctor con tono solemne.
Alex sonrió de repente y Víctor vio que no sólo había heredado los ojos de Myriam.
—A mí también —aprobó Alex. Miró a Víctor con más interés—. ¿Eres amigo de mi mamá?
—Sí.
—¿Cómo Paul?
Víctor se puso tenso, preguntándose quién sería Paul y qué relación tendría con Myriam.
—No, creo que no —contestó.
—Desde luego que no.
La voz de Myriam sonó tras él, así que Víctor se enderezó y se volvió hacia ella. Estaba furiosa, pero estaba disimulando por el niño; sólo se le notaba en los ojos y en la tensión del cuerpo.
—Sugeriste que sería mejor que me presentara como un desconocido —dijo él con voz queda.
—Sólo a una rata como tú se le ocurriría usar eso como excusa —le gruñó, acercándose para que nadie más pudiera oírla. Se volvió hacia Alex y abrió los brazos—. Hola, bonito.
Alex la abrazó, le contó lo del viaje al safari park y después, dándole la mano, levantó la vista hacia Víctor.
—Quiere que le haga un dibujo de Pompón.
—Ah, ¿sí? —Myriam miró a Víctor y él sostuvo su mirada con los ojos tensos, persuasivos. Ella vaciló, intentando luchar contra su fuerza de voluntad mientras él esperaba callado. Finalmente, le lanzó una mirada de odio implacable y se volvió hacia Jonesy—. Yo llevaré a Alex a casa, Jonesy. ¿Por qué no vienes a casa dentro de una hora a tomar el té con nosotros?
—Muy bien. Hasta luego, Alex —se despidió el anciano, y se marchó arrastrando los pies.
—Hay una explanada detrás del colegio; ¿vamos allí y nos sentamos un rato? Ve delante, Alex —dijo Myriam. Alex salió corriendo y ella se volvió hacia Víctor—. Nunca te perdonaré que me hayas obligado a hacer esto —le escupió con veneno en la voz—. Nunca.
Víctor no respondió. No tenía tiempo para los enfados de Myriam. Por fin, Alex iba a saber que era su padre y lo preocupaba su reacción. Myriam le había asegurado que no había dicho nada en contra suya, pero estaba tan inquieta y tensa que Alex podía haberlo percibido. Si fuera así, su relación con él se habría arruinado antes de comenzar.

Había algunos arriates de flores alrededor de una zona de césped y un banco de madera bajo un árbol en flor. Myriam se tragó la rabia, pues sabía que Alex recordaría ese momento toda su vida. Agarró con fuerza el respaldo del banco y consiguió sonreír a su hijo.
—Alex, ¿recuerdas lo que te conté sobre…, sobre el señor García?
Alex la miró con cara solemne y asintió. Myriam intentó continuar, pero le falló la voz. Tras un momento, Alex se volvió hacia Víctor con los ojos muy abiertos.
—Tú eres… ¿tú eres el señor García? —preguntó nervioso.
—Sí —dijo Víctor con voz ronca—. Soy tu padre, Alex. Alex corrió hacia Myriam, se apretó contra sus piernas y buscó su mano.
—Sólo ha venido a conocerte —lo tranquilizó Myriam—. Nada más quería decirte hola. No va a venir a casa con nosotros. Desde luego que no.
Quizás notó el pánico en su voz, porque Alex levantó la vista hacia ella y le agarró la otra mano, apretando con fuerza, como si quisiera consolarla. Volvió a mirar a Víctor y se tranquilizó.
—Si quieres, te haré un dibujo de Pompón.
—Gracias. Me encantaría.
—¿Tienes otro niño? —inquirió Alex.
—No, ni una niña. Sólo a ti, hijo —replicó titubeando en la última palabra, con miedo a decirla; pero lo cierto es que le supo a gloria.
Myriam se puso tensa, odiándolo por utilizarla. Se sentía manipulada y engañada, veía cómo su vida tranquila se tambaleaba. Su actitud hacia Alex era muy protectora y habría dado cualquier cosa por que Víctor no hubiera descubierto su existencia. Pero ya estaba hecho; por el bien de Alex, tenía que simular que todo iba bien y eso era lo más difícil. —Es hora de irnos a casa.
—¿Podemos ir a ver el coche a la tienda, por el camino? —preguntó Alex.
—Bueno, pero sólo cinco minutos.
Salieron del jardín, pero Víctor los siguió, poniéndose al otro lado de Alex.
—No te entretengas por nosotros. Seguro que tienes cosas importantes que hacer: crear unas cuantas compañías, absorber algunas otras, ganar otro millón, cosas de esas —dijo Myriam ácidamente.
—Ya he hecho suficiente por hoy —repuso Víctor con ecuanimidad—. Así que puedo acompañaros hasta casa.
—Gracias, pero somos perfectamente capaces de ir a casa solos —dijo Myriam, pero la mirada que le lanzó por encima de Alex implicaba mucho más. El mensaje estaba claro como el agua: «¡lárgate, sal de nuestras vidas!»
Víctor lo ignoró, y seguía con ellos cuando llegaron a una tienda que vendía todo tipo de objetos de segunda mano, desde cazos y cacerolas a piezas de coleccionista. Alex empujó la puerta y entró.
—¿Puedo verlo, por favor? —preguntó sin aliento.
—No ha cambiado desde la última vez —se rió la señora regordeta que atendía. Sacó una caja de la estantería que había tras ella y la puso sobre el mostrador. Alex se subió a una silla para ver mejor y abrió la caja con reverencia. Dentro había una maqueta de un coche gris plateado.
—Es un coche de James Bond. Es un modelo original —le explicó a Víctor con timidez.
—¿De verdad? —inquirió Víctor, apoyándose en el mostrador para examinarlo—. ¿Se da la vuelta la placa de la matrícula?
—Sí. Y mira —exclamó Alex, enseñándole todos los artilugios del coche con mucho cuidado—. Cuesta mucho dinero, pero la señora Osmond me lo va a guardar hasta que tenga suficiente.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda de cinco peniques. La señora lo apuntó en una libreta y guardó el coche.
Víctor sintió un deseo irresistible de comprarlo y dárselo, para ver cómo se le iluminaba la cara al saber que ya era suyo. Vio la mirada de Myriam, que esperaba que hiciera justo eso y se resistió a la tentación. Empezó a hablar de coches con Alex y lo asombró cuánto sabía.
—Tengo muchos en casa —le aclaró Alex.
—Quizás me los podrías enseñar un día —sugirió Víctor, sabiendo que Myriam podía explotar de un momento a otro, pero a Alex le encantó la idea.
—Vale.
Se encaminaron hacia casa y Víctor sintió una pequeña mano agarrar la suya con timidez. Miró la cara de Alex, levantada hacia él, y sintió que el corazón se le desbordaba. Era el mejor momento de su vida y tuvo que volver la cabeza para que no vieran las lágrimas de felicidad que afloraron a sus ojos.

espero muchos comentarios.....


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Mensaje  myrithalis Miér Mayo 25, 2011 1:44 am

Mi vidaaaaaaaa tambien llore Escandalo publico..... cap 9 (el final) 4037 Escandalo publico..... cap 9 (el final) 4037 espero las cosas salgan bien com Myriam y con Alex Gracias por el Cap. Me encanto Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  laurayvictor Miér Mayo 25, 2011 12:42 pm

hola chicas oyes le comunico que jueves, viernes, sabado y domingo no les pondre capitulos por que me voy de viaje pero prometo que el lunes les pongo dos...gracias por cada uno de sus comentarios

Capítulo 6
Por fin, después de un baño y de que le leyeran un cuento, Alex estaba en la cama profundamente dormido. Myriam, paseando nerviosa por el salón, le contó a Paul Venton todo lo que había ocurrido durante el día.
Paul, sentado en el sofá con una copa en la mano, pensaba que ella estaba fantástica. Hasta ahora su relación había sido platónica, a los dos les gustaban las antigüedades y eso había originado una atracción que se convirtió en amistad. Pero nada más. El que ella le hiciera confidencias hizo que Paul se preguntara si habían iniciado una nueva etapa en su relación.
—No podría estar más de acuerdo contigo —dijo cuando ella le contó lo que pensaba de García—. Pero mi opinión es subjetiva. Tengo buenas razones para tenerle antipatía.
—¿Sí? —preguntó Myriam intrigada, sentándose junto a él—. ¿Por qué?
—¿No lo sabías? Se dedica al mismo tipo de negocios que yo. Somos rivales —sonrió irónico—. Por desgracia, en varias ocasiones García ha conseguido quitarnos un contrato lucrativo delante de nuestras propias narices. Así que no tengo ninguna razón para que me agrade. Parece que está a la altura de su apodo; sin duda tiene un toque mágico —añadió con aspereza.
Tenía razón, pensó Myriam; desde luego tenía un toque especial con Alex. Nunca lo había visto aceptar a un extraño con tanta facilidad, y no se le había pasado por alto cómo había agarrado la mano de Víctor. Le había dolido verlo, había sentido cómo los celos la embargaban. Deseó decirle a Alex que lo soltara, pero no lo hizo; hubiera sido terriblemente injusto. No era culpa del niño; seguramente pensaba que eso era lo correcto para con su padre. Había estado muy excitado esa noche, hizo preguntas sobre Víctor, y quiso saber si lo volvería a ver. Myriam acabó por decirle secamente que no lo sabía y Alex se quedó callado, dándose cuenta de su enfado.
Myriam estaba disgustada con ella misma por eso, pero se justificaba con que había sido un día muy largo.
—Estoy muy preocupada por todo esto —le admitió a Paul.
—Intenta olvidarlo hasta que sepas el resultado de la audiencia. Y no lo olvides, que García haya impuesto su presencia al niño puede estar a tu favor. La juez puede tenérselo en cuenta. En tu lugar, se lo diría a tu abogado y me aseguraría de que la juez se entera.
—Ya lo he hecho —sonrió Myriam—. Pobre Paul; estoy desahogándome contigo. Debes estar aburridísimo.
—No seas tonta. Lo único que deseo es ayudarte en lo que pueda.
Sonó el timbre y Myriam fue a abrir la puerta. Era Jonesy. Después, se marchó a cenar con Paul. Salían juntos con frecuencia pero sin regularidad, aunque últimamente lo veía más.
Paul era bastante mayor que Myriam, casi veinte años, y les venía bien actuar como acompañante del otro cuando era conveniente, o cenar juntos en algún restaurante que Paul había descubierto, como esa noche. Myriam disfrutaba cuando salía con Paul, pero no tenía ninguna intención de que la cosa llegara a más. No quería formar una relación seria o íntima con ningún hombre, y si lo hiciese, desde luego no sería con Paul. Era agradable, buena compañía, y sabía tratar bien a una mujer, pero pertenecía a otra generación y a veces le parecía demasiado ceremonioso. Ella todavía era joven y de vez en cuando le apetecía ir de fiesta o ir a una discoteca y bailar toda la noche.
De adolescente, había sido bastante alocada, rebelándose contra la tiranía de sus tíos abuelos, que la habían acogido a regañadientes cuando murió su abuela, obligándola a seguir sus normas anticuadas y su monótono estilo de vida. Se había tranquilizado mucho al tener a Alex y montar su negocio, pero todavía necesitaba sentirse libre, olvidarse de sus responsabilidades un rato y hacer alguna locura.
Eso con Paul era imposible; era demasiado consciente de su imagen como para dejarse llevar, ya fuera en público o en privado. Por eso no se planteaba una relación seria con él, y por eso mismo le gustaba salir con él. Era cómodo, no la presionaba para que se comprometiera. Quizás adivinaba que, si lo hiciera, ella dejaría de verlo, tal y como había hecho con otros hombres que intentaron acercarse demasiado.

Al día siguiente, Myriam comió con Tanya, la amiga del colegio que se encontró en la subasta. Llevaban tiempo sin verse, así que tenían mucho de que hablar. Myriam esperaba que la bombardeara con preguntas sobre Víctor pero, aunque Tanya se interesó al principio, pronto quedó claro que tenía sus propios problemas.
—Me quedé asombrada cuando leí lo tuyo con Víctor García —empezó Tanya—. Me había preguntado muchas veces quién sería el padre de Alex. ¿Cuánto duró la aventura?
—Fue muy breve —cortó Myriam secamente—. ¿Cómo está Brian?
—Bien, creo —replicó Tanya, descartando el tema de su marido—. ¿Era bueno en la cama?
—Fue hace tanto que lo he olvidado.
—Apuesto a que no. Seguro que era fenomenal; desde luego tiene pinta de serlo. Tan musculoso. Me pregunto si trata a las mujeres con rudeza. Dicen que los hombres que provienen de la clase trabajadora son mejores en la cama. ¿Es verdad? —preguntó burlona.
—Ya te lo he dicho, no me acuerdo —insistió Myriam.
—Mentirosa —suspiró Tanya—. Tienes suerte de poder acostarte con quien quieras. Cuando estás casada te dan remordimientos sólo con pensarlo.
—¿Quieres decir con eso que lo estás pensando?
—Bueno… Bastante más que pensarlo.
—¿Tienes un amante? —preguntó Myriam enarcando las cejas.
—De momento me estoy resistiendo —suspiró Tanya.
—¿Quieres decir que te estás haciendo la interesante?
—¡No! Esto va en serio. No es una aventura; nos hemos enamorado y él quiere que nos casemos —dijo—. Lo malo es que Brian se ha enterado y me ha caído encima un caso grave de SCG —añadió acercándose a Myriam.
—¿SCG? ¿Se puede saber qué es eso?
—Claro, no estás casada, así que no lo sabes. Es el «Síndrome de Cama Glacial». Nada de cariñitos, ponerte de espaldas a tu esposa, estar de malhumor… cosas de niño enfurruñado.
Myriam no pudo evitar soltar una carcajada.
—Tanya, ¡eso suena horrible! ¿De verdad os comportáis así los casados?
—Los hombres casados sí. Y se supone que yo tengo que rogarle, suplicarle perdón y prometer que lo amaré hasta la muerte si vuelve a ser bueno conmigo. Pero resulta que sé que Brian estuvo en una supuesta conferencia acompañado por una mujer que no es su secretaria; así que a mí, ¡como si se convierte en un bloque de hielo!
—¿Estás segura de que esta aventura no es una simple venganza? —preguntó Myriam—. Sería terrible divorciarte, casarte con ese hombre y descubrir que sigues enamorada de Brian ¿no crees?
—Sí, claro; Brian es el padre de mis hijos y todo eso. Quiero estar segura y me gustaría conocerlo mejor antes de tomar una decisión irreversible, pero es muy difícil quedar con él sin que Brian, o cualquier otra persona, lo descubra. Sería terrible que apareciera en la prensa de cotilleo. En tu caso no importa, pero…
—En mi caso sí importa —saltó Myriam—. Ese maldito me va a llevar a juicio para conseguir el derecho a ver a Alex.
—Bueno, si Víctor García es su padre, me extraña que no lo recibas con los brazos abiertos. Dicen que es increíblemente rico. Piensa en todo lo que podría hacer por Alex.
Myriam comprendió que los principios de Tanya estaban a años luz de los suyos y cambió de tema.
—¿Qué vas a hacer sobre lo de tu amante?
—Pues… —empezó Tanya, mirando a su amiga con ojos calculadores—. En realidad, me preguntaba si nos dejarías utilizar tu piso —continuó. Myriam se quedó boquiabierta—. Sólo para hablar. Es muy difícil encontrar un sitio privado. Y como vives en un bloque de pisos, nadie tiene por qué saber que vamos al mismo sitio. Podría decir que iba a comer contigo, y mi amigo podría estar visitando a cualquier vecino. Sería perfecto. Di que sí. Por favor, Myriam. Estoy desesperada. Sabes que yo haría lo mismo por ti.
—Nunca estaré en una situación así —replicó Myriam cortante. Inmediatamente se rió de sí misma—. Dios mío, qué presuntuoso es lo que he dicho. ¿Quién es el hombre, Tanya?
—No puedo decírtelo; prometí no hacerlo.
—¿Está casado?
—En cierto sentido.
—¿Cómo se puede estar casado «en cierto sentido»?
—Te sorprenderías. Creo que, hoy en día, la mayoría de la gente que conozco está casada en cierto sentido. ¿Nos dejarás el piso? Será sólo un mes, hasta que tome una decisión. Y nada más que para hablar.
Myriam no acabó de creérselo, y tampoco quería ayudar a romper un matrimonio, pero Tanya era una de sus pocas amigas de verdad. Aun así, se habría negado si no fuera porque creía que Tanya sólo deseaba vengarse y al final se quedaría con su marido.
—Te haré un par de copias de la llave. Pero telefonéame antes de ir, ¿de acuerdo? —asintió a regañadientes.
Aunque se lo agradeció mil veces, Myriam se arrepintió casi de inmediato. No le gustaba la idea de que utilizaran su casa para encuentros secretos, y la preocupaba lo que podría hacer Brian si se enteraba. Pero había dado su consentimiento, no podía retractarse.
Su mayor preocupación en ese momento era Alex. Se había esmerado mucho haciendo un dibujo de Pompón para Víctor. Lo habían enviado en un sobre enorme hacía casi una semana, pero no había habido respuesta. Cuando sonaba el teléfono o llegaba el cartero, Alex la miraba expectante y a Myriam se le rompía el corazón al ver la desilusión de su cara cuando le decía que no con la cabeza.
Así que eso era la paternidad para Víctor, pensó furiosa. Animar al chico y seguidamente olvidarse de él. Tanto como había insistido en el tribunal en querer ser parte de su vida. Myriam apenas podía contener la ira; decidió darle un par de días más e informar a su abogado.
A primera hora de la tarde del día siguiente, sábado, sonó el timbre. Alex corrió a mirar por el vídeo—portero.
—Es él —exclamó excitado.
—¿Quién? —preguntó Myriam desde la cocina.
—El señor García —contestó Alex.
Myriam se secó las manos y se acercó a la pantalla. Víctor miraba la cámara, esperando. Myriam levantó el telefonillo y él hizo lo mismo.
—¿Qué quieres?
—Vengo a ver a Alex.
—No tienes derecho a hacer eso.
—Quiero darle las gracias por el dibujo.
—Podrías haberle telefoneado o escribirle una carta, has tenido tiempo de sobra.
—He estado de viaje —contestó Víctor tranquilo—. Me gustaría explicárselo.
Myriam miró a Alex. No podía oír lo que decían, pero la miraba con los ojos muy abiertos, llenos de expectación. A pesar suyo, no podía fallarle a Alex.
—Puedes subir. Pero sólo diez minutos —dijo de mala gana y apretó el botón para abrir la puerta.
Víctor venía de un clima cálido; estaba bastante más moreno que la última vez que lo vieron. Alex le abrió la puerta, pero Víctor estaba casi oculto tras una enorme mata de preciosas margaritas.
—Hola, Alex —saludó—. Gracias por dejarme subir —le dijo a Myriam. Miró a su alrededor—. ¿Dónde las pongo?
—¿Qué te hace suponer que quiero un regalo tuyo?
Víctor la miró divertido, arrugando los ojos.
—¿Quién ha dicho que es para ti?
Dejó el tiesto sobre una mesita y Myriam tuvo que admitir que realmente alegraba la habitación. Si hubiera llevado rosas, orquídeas o cualquier otra flor cara y exótica, Myriam se las habría tirado a la cara, pero las margaritas eran tan bonitas y delicadas que se enamoró de ellas.
—Gracias por el dibujo, Alex. Me gusta mucho.
Miró a Myriam, pero como no parecía que le fuera a ofrecer asiento, decidió sentarse en un sillón.
—Mamá dijo que llamarías por teléfono, pero no llamaste —dijo Alex, apoyándose en el brazo del sillón.
—Lo siento, Alex, pero he estado de viaje. He vuelto hoy, así que se me ocurrió venir enseguida a decirte cuánto me gusta.
Víctor no explicó que había estado en Sudáfrica en viaje de negocios. Cuando llamó a su secretaría, ésta le dijo que había llegado un sobre grande para él. Le pidió que lo abriera y al enterarse del contenido había decidido interrumpir las negociaciones y volar a casa. Se alegró infinitamente de haberlo hecho; la voz de Alex sonaba dubitativa y Víctor no quería que dudara de él nunca.
Víctor le preguntó por el dibujo y en seguida empezaron a charlar amistosamente. Fue entonces cuando se metió la mano en el bolsillo y sacó un paquete plano.
—Se me ocurrió que tal vez habías gastado tus lápices de colores haciéndome el dibujo, así que te he traído algunos más —explicó Víctor.
Alex miró el paquete y luego a Myriam, que estaba de pie junto a la puerta, apoyada en el marco. A Myriam no le quedó más opción que asentir con la cabeza.
—Muchas gracias —dijo Alex educadamente.
En el paquete había una caja de pinturas, muy normales, pero Alex sonrió encantado.
—Pensé que a lo mejor te apetecía dibujar las flores —sugirió Víctor.
—¿Lo hago ahora?
—Sería estupendo.
Alex se sentó a la mesa y Myriam fue a la cocina. Tras un par de minutos, Víctor la siguió. Se volvió hacia él, con veneno en la voz, pero manteniendo el tono bajo.
—Eres una astuta y manipuladora…
—Rata. Ya lo sé.
—Pensaba decir algo mucho más fuerte. Es la segunda vez que has entrado en mi casa por la fuerza y…
—No por la fuerza —protestó Víctor.
—De acuerdo, con engaños. Y no me gusta. Sabes que no eres bienvenido.
—¿Lo sé? —replicó mirándola. Hoy le recordaba mucho más a la jovencita que conoció hacía seis años. Tenía el pelo suelto, la cara sin maquillar y llevaba vaqueros, una camisa y un jersey. Al verla así recordó la noche que pasaron juntos y deseó que no lo odiara tanto. El pensamiento era inquietante así que lo apartó de su mente—. ¿No sales con Paul esta noche? —preguntó.
—¿Paul? —inquirió Myriam suspicaz.
—Alex mencionó que salías con alguien que se llama así —explicó Víctor.
—¿A ti qué te importa? Lo que haga y con quién salga no es asunto tuyo.
—Tienes que tener en cuenta que eres la madre de mi hijo —dijo él sin alterarse.
—¡Ah, ya veo! Así que ahora me amenazas. ¿Intentas probar que soy una madre incapaz, o algo así? —rió Myriam, airada.
—En absoluto —se apresuró a decir Víctor, maldiciendo su error—. Simplemente quería…
No tuvo tiempo de explicarse, Myriam le interrumpió ácidamente.
—¿Cómo te atreves? Tú eres el que lleva un fracaso matrimonial a la espalda. Tú eres quien engañó a su mujer, quien cometió adulterio, no yo. ¿Cuántas veces lo hiciste, García? ¿Cuántas mujeres durmieron a tu lado antes de que tu mujer te echara? —se mofó.
—No nos separamos por eso. No es asunto tuyo, en cualquier caso —replicó con la cara rígida.
—Ni tampoco es asunto tuyo con quién decido salir. Alguien de tu reputación no debería ni acercarse a Alex. Así que nunca, nunca me acuses de ser una madre incapaz. ¿Me has oído?
—Sí.
Vio que volvía a comportarse como una leona, dispuesta a arañar y pelear por defender a su cachorro. Como Alex también era su cachorro, Víctor hizo un ademán tranquilizador con la mano.
—Te aseguro que no quería insinuar nada por el estilo. Sólo quería decir que cualquier cosa que pueda afectar a Alex, también me afecta a mí —razonó. Vio a Myriam erguir la barbilla y suspiró, dándose cuenta de que tampoco se había explicado con mucho tacto—. Lo único que estoy consiguiendo es hundirme aún más en el fango ¿no? —se rió atribulado, apartándose el pelo de la frente—. ¿Es necesario que seamos enemigos, Myriam?
—¡Sí!
—Sabes que no quiero quitarte a Alex.
—Eso es lo que dices ahora, pero, si tienes acceso a él intentarás desautorizarme. Querrás que vaya a otro colegio, te lo llevarás de vacaciones, intentarás ganártelo con regalos caros. ¿Es que crees que no me doy cuenta de lo que pretendes?
—Estás equivocada —dijo exasperado—. ¿Qué tengo que hacer para convencerte?
—Simplemente sal por la puerta y no vuelvas más.
Lo decía en serio, estaba claro. Lentamente, Víctor negó con la cabeza.
—Me temo que no me conoces, Myriam. Cuando quiero algo voy a por ello. No me rindo. Y ahora mismo lo que más deseo en el mundo es ser un padre para Alex.
Myriam palideció ante su inflexibilidad. Pero debería habérselo imaginado, ¿de qué otro modo podía haber triunfado en los negocios? Sin duda se debía a esa determinación implacable. Pero no tenía intención de permitir que Víctor la intimidara.
—Han pasado tus diez minutos —dijo abruptamente—. Sal de aquí, García.
Víctor cerró los puños y los metió en los bolsillos. Hacía mucho tiempo que nadie se atrevía a hablarle tan groseramente, y más aún desde que le habían dado órdenes.
—Mi nombre es Víctor —dijo controlando la ira.
—¿Ah, sí? Nunca he tenido la ocasión de utilizarlo.
Él abrió los ojos con sorpresa, y su mente voló hacia el pasado. Era cierto que cuando habían estado juntos años atrás, siempre le había llamado «señor García». Entonces recordó otra cosa, clara y vividamente. Cuando estaban sentados juntos en la cama, Myriam lo había abrazado para consolarlo, le había acariciado la cara mojada de lágrimas y había dicho suavemente «Pobre Víctor. Pobre Víctor». Y después, cuando hicieron el amor, había susurrado su nombre, no una vez, sino una tras otra, mientras alcanzaba el punto máximo de pasión y éxtasis.
El recuerdo de ese momento y de su propio placer compartido asomó a sus ojos. Myriam dio un grito ahogado y levantó el brazo como para defenderse, aunque él no hizo ademán de tocarla.
—No —suplicó con voz ronca.
—Sí lo hiciste una vez, usaste mi nombre una vez —dijo Víctor, ausente, con los ojos nublados por el recuerdo de su pasión.
Myriam dio un paso hacia atrás, y agarró con fuerza el borde del fregadero que tenía a la espalda.
—Vete —acertó a decir.
Esa postura realzaba y elevaba sus senos, apretados contra el jersey, y Víctor deseó tocarlos, acariciarlos. Quería verla igual que aquella vez, desnuda y ardiente, llamándolo con pasión. Notó cómo su cuerpo se endurecía, tan grande era su deseo. Se dio la vuelta con brusquedad, para que ella no lo notara y reconociera su lujuria. Porque, ¿qué otra cosa podía ser? Se podía imaginar el desprecio y desdén de Myriam, cómo denigraría su virilidad. Volvió a apartarse el pelo de la frente, pero esa vez le temblaba la mano. Intentó desesperadamente no pensar en ella.
—En cualquier momento llegará la sentencia del tribunal, ¿la acatarás? —preguntó desde la puerta.
—¿Lo harás tú, cuando sea a mi favor? —contraatacó ella, frunciendo ligeramente el entrecejo al mirarlo. Por un momento le había parecido… Pero ahora estaba muy entero, así que quizá se había equivocado.
—Me concederán el derecho de visita, Myriam; estoy seguro.
—Si te lo conceden, recurriré.
—Es lo que me imaginaba. Perderás el tiempo —dijo con sonrisa adusta.
—Quizás no… cuando les diga cómo has impuesto tu presencia a Alex.
Víctor hizo un gesto de impaciencia, pero cuando iba a hablar se abrió la puerta y entró Alex.
—Aún no he terminado el dibujo —le dijo a Víctor. Se volvió hacia Myriam—. ¿Falta mucho para la cena? Tengo hambre.
—¡Madre mía! —exclamó Myriam, que se había olvidado por completo de la cena—. Lo siento, cariño, no tardará.
—Puede el señor García… —comenzó Alex inseguro pero suplicante—. ¿Puede quedarse mi papá?
Era una palabra muy normal para un niño, pero era la primera vez que Alex la usaba. Myriam sintió consternación y Víctor una oleada de triunfo.
—Eres muy amable, Alex. Me encantaría quedarme. Si a tu madre no le importa, claro —aceptó rápidamente, viendo que Myriam se iba a negar, y la lanzó una mirada de abierto desafío.
—Por desgracia, no hay suficiente para los tres —replicó Myriam, que no pensaba permitir que siguiera coaccionándola.
—Podríamos encargar algo por teléfono ¿no? ¿O preferís que salgamos? ¿Cuál es tu sitio favorito, Alex?
—Es demasiado tarde para salir —intervino Myriam—. Alex se acuesta a las ocho.
—Podríamos pedir una pizza —saltó Alex.
—No, es imposible. Yo…
Myriam se calló. Alex la miraba con ojos preocupados y tristes. Era tan pequeño, ¿cómo podía comprender la tensión que había entre ellos? Quizá nunca entendiera que lo ocurrido entre Víctor y ella había levantado una barrera insalvable entre los dos, que él mismo, en lugar de ser un nexo de unión, sólo servia para separarlos aún más. En ese momento, Alex sabía que su padre había ido a visitarlo y quería que se quedara. Para él era así de simple. Myriam quería gritarle a Víctor que se marchara, pero tuvo que morderse la lengua y acceder.
—Vale, tomaremos una pizza —dijo mirando a Víctor con odio—. Pero Alex se va a la cama a las ocho.
—Gracias —asintió él, y como le parecía estúpido pelearse con ella añadió—: no me quedaré demasiado.
—Ya lo has hecho —dijo Myriam con aspereza.
Víctor se permitió una sonrisa compungida. Sabía que estaba ganando con Alex, y le encantaba. Los dos pasaron un rato decidiendo qué pizzas pedir, luego las encargaron por teléfono y bajaron juntos a recogerlas cuando llegó el pedido.
Myriam había puesto la mesa para tres, al lado de la ventana que daba al jardín, y se sentaron a comer. A Myriam le recordó cuando Víctor y ella comían juntos en casa de su padre, comidas que preparaba ella. Entonces, no hablaban mucho y ahora no quería hablar, aunque recordaba que en aquella época le agradecía a Víctor que la hubiera dejado quedarse, que no la hubiera echado en cara esconderse en su coche.
Todo aquello le parecía tan lejano que era como si le hubiera ocurrido a otra persona. A lo mejor ahora era otra persona. Se sentía a años luz de la adolescente insegura que se había escapado de su casa para ir a Londres. Aquello le había enseñado a no entregarse tan fácilmente, sobre todo a un extraño. Aunque aquella noche le había parecido que conocía a Víctor perfectamente, que había llegado al fondo de su ser. Lo que venía a demostrar lo fácil que era equivocarse por completo.
Alex estaba charlando con Víctor, todavía un poco tímidamente, pero cada vez con más confianza. Y Víctor estaba disfrutando de la conversación, aprendiendo a ponerse al nivel de Alex, pero evitando tratarlo con condescendencia. De vez en cuando, miraba a la silenciosa Myriam. Al principio pensó que estaba enfurruñada, lo que hubiera sido lógico, pero decidió que estaba absorta en sus pensamientos ¡se los podía imaginar! Su rostro se endureció levemente; seguro que estaba componiendo la carta que iba a mandarle al abogado para explicarle como había «entrado en su casa a la fuerza».
Pero merecía la pena por estar allí sentado con Alex. Víctor no pudo evitar preguntarse cómo habría sido tener hijos con su esposa, y se alegró de no haberlos tenido. El divorcio había sido suficientemente desagradable sin necesidad de hijos que lo complicaran aún más. Y, desde luego, no se imaginaba a su ex esposa como madre. Al contrario que a Myriam, que estaba dispuesta a luchar con él para proteger a su hijo.
Alex y ella eran felices juntos; se notaba a simple vista. Pero la rapidez con que Alex lo había aceptado implicaba que tenía una edad en la que la figura paterna era importante en su vida. Víctor volvió a preguntarse quién sería Paul y cómo encajaba en sus vidas. Alex no lo mencionaba mucho; el nombre que más utilizaba era el de Jonesy.
—¿Cómo conociste a Jonesy? —le preguntó a Myriam.
—Qué quieres, ¿descubrir más cosas que puedan hacerle daño? —replicó ella defensiva.
—Me interesa, nada más.
—Me salvó la vida —intervino Alex.
Víctor recordó que Myriam había dicho algo al respecto en la audiencia.
—Entonces le estoy muy agradecido ¿Qué ocurrió? —preguntó a Myriam.
—Fue hace unos tres años; habíamos ido al parque a dar de comer a las ardillas. Le acababa de comprar un juguete a Alex, una pieza se soltó cuando lo tenía en la boca y se atragantó con ella. Por suerte, Jonesy estaba sentado en un banco; vino corriendo y lo salvó. Invitamos a Jonesy a casa para que comiera y se diera un baño, y le conseguí una plaza en el hostal. Desde entonces, siempre ha cuidado de Alex cuando me hace falta.
—Me sorprendió cuando hablé con él —dijo Víctor tentativamente—. Parece demasiado bien educado para ser un vagabundo.
—No es por su elección. Tenía un buen trabajo, una casa grande hipotecada y una amante esposa. Todo le iba bien hasta que otra empresa absorbió a la suya y lo despidieron. ¡Ya deberías saberte la historia! —dijo Myriam lanzándole una mirada. Como Víctor no contestó, continuó—: Jonesy consiguió otro trabajo, pero su mujer se puso enferma y tuvo que dejarlo para cuidar de ella. No pudo seguir pagando la hipoteca y le quitaron la casa. Tuvo que llevarse a su esposa a un piso pequeño, de un dormitorio. Eso le dolió mucho, pues pensó que le había fallado. Cuando murió, quedó destrozado. Sólo pudo encontrar consuelo en la bebida, algo que nunca había hecho antes. Cuando lo encontramos, llevaba varios años viviendo en la calle, pero ahora apenas bebe, y nunca cuando está con Alex.
—Sí, ya lo recuerdo —dijo Víctor mirándola con respeto. Aunque el viejo le hubiera salvado la vida a Alex, hacía falta ser muy especial para, en lugar de darle una propina, llevarlo a casa y poco menos que aceptarlo como parte de la familia. La familia; a Víctor le gustó cómo sonaba. Su madre había muerto antes de que llegara a conocerla de verdad, y nunca había tenido una relación muy íntima con su padre; ésa era una de las razones por las que estaba empeñado en ser un buen padre para Alex. Ahora deseaba no haber utilizado a Jonesy como medio para conseguirlo.
Iba a explicárselo a Myriam, pero ella se dio la vuelta.
—Hora de irse a la cama, Alex.
El niño se marchó, obediente.
—¿No tienes que ayudarlo? ¿Bañarlo, leerle un cuento y esas cosas? —preguntó Víctor recordando cientos de películas y programas de televisión.
—Tiene cinco años. Puede hacerlo solo —dijo ella con ligereza. Normalmente lo ayudaba, por supuesto, pero sabía que, si lo hacía, Víctor querría mirar, o participar, y se sentía incapaz de soportarlo. Era parte de su rutina diaria, de Alex y de ella, y por eso mismo unos momentos muy preciados. No pensaba compartirlos voluntariamente con ese hombre que estaba empeñado en meterse en sus vidas.
Myriam no se sentía cómoda sola en la habitación con él, así que se levantó a quitar la mesa. Para su sorpresa, Víctor comenzó a ayudarla, siguiéndola a la cocina con un montón de platos. A Myriam la molestó porque quería estar sola para pensar.
—¡Vaya, vaya! ¿Tan bien te domesticó tu mujer? —zumbó.
—Vivo solo. Estoy acostumbrado a limpiar lo que utilizo —replicó él con el ceño fruncido.
—¿De verdad? ¿No tienes a nadie que guise y limpie para ti? —continuó Myriam, sabiendo que era una estupidez, pero incapaz de parar—. Te pones el delantal y pasas el aspirador ¿no? Pasas el plumero por los muebles y…
Víctor la agarró de la muñeca y la volvió hacia él, haciendo que los cubiertos que tenía en la mano cayeran al suelo ruidosamente. Los ojos de Myriam chocaron con su mirada airada.
—Ya sé que no me quieres aquí —dijo secamente—. Lo has dejado muy claro. ¿Pero tienes que comportarte como un avestruz con la cabeza enterrada en la arena? Tenemos que solucionar esto de manera civilizada y adulta para que…
—Para que tú puedas conseguir lo que quieres —le cortó Myriam—. ¡De eso nada! Pienso comportarme cómo me dé la gana en mi casa y no voy a permitir que me pisotees. Quizás puedas cautivar a un niño como Alex, pero yo te conozco, para mí eres transparente. Y no me gusta lo que veo.
—Hubo una vez que te gustó bastante —intervino Víctor serio.
—Al contrario; simplemente me diste lástima.
—¿Ah, sí? —Víctor apretó su muñeca con más fuerza—. ¿Y sueles acostarte con todos los hombres que te dan lástima?
Myriam levantó la mano libre para golpearlo. Víctor se dio cuenta y se preparó para evitar el bofetón pero, a diferencia de las mujeres que conocía, Myriam cerró la mano y le lanzó un puñetazo. Consiguió esquivarlo y la fuerza del impulso hizo que Myriam perdiera el equilibrio y cayera contra él. Víctor la agarró y la rodeó con los brazos, atrapando los de ella para que no intentara volver a pegarle. Ella sacudió la cabeza con violencia y Víctor notó cómo el aroma de pelo recién lavado lo envolvía.
—¡Suéltame! —gritó furiosa, con los ojos llameantes de odio.
—No sé si atreverme. Lanzas buenos directos.
—¡Machista! ¡No te atrevas a tratarme con condescendencia! Odio a los hombres que intentan dominar a una mujer mediante la fuerza física.
Víctor se rió, empezando a pasarlo bien. Para fastidiarla un poco, quizás para darle una lección, la inclinó contra su brazo, haciendo que sintiera su fuerza. En esa postura, su curvilíneo cuerpo quedó apretado contra el suyo. Esperaba que gritara furiosa, que luchara para liberarse. Lo que no esperaba fue el súbito pánico que apareció en su rostro. En un primer momento, lo sorprendió, pero comprendió que tenía miedo de que la besara. No había sido su intención, pero entonces sintió el impulso de tomar sus labios y doblegar su resistencia mediante la sensualidad, hacer que se rindiera a su voluntad.
La tentación duró sólo un momento antes de que recuperara el sentido común, pero Myriam se la notó en los ojos.
—No te atrevas —advirtió.
Fue lo peor que podía haber dicho. Víctor había rechazado pocos retos en su vida, y aquél no iba a ser uno de ellos. Apretó el brazo y la atrajo hacia él, lenta y deliberadamente, haciéndola sentirse impotente ante su fuerza. Enredó la mano que tenía libre entre su pelo, sujetándole la cabeza para que no pudiera volverla. Ella no cerró los ojos, sino que le lanzó una mirada asesina y cerró la boca con fuerza. Hacía tiempo que Víctor no estaba con una mujer, y al estrecharla entre sus brazos se sintió excitado de nuevo. Myriam se resistió, manteniendo el cuerpo rígido y utilizando toda su fuerza para apartar la cabeza, pero Víctor la atrajo hacia él aún más, hasta que sus labios quedaron a pocos centímetros de distancia. A continuación, le rozó suavemente los labios con los suyos, y la soltó.
Myriam, desprevenida, se tambaleó hacia atrás. Lo miró fijamente, sorprendida.
—¿Por qué has parado? —exigió, con voz temblorosa.
—¿No querías que parara?
—¡No quería que empezaras! Tu ego inflado tenía que demostrar el «Soy un hombre grande y fuerte, y tú sólo una débil mujercita».
—¿Eso crees? Bueno, quizás también ha demostrado otra cosa, que no luchas sólo para alejarme de Alex, Myriam. ¡Luchas contra ti misma!
—¡Eso es ridículo! —rió con desdén.
—Piénsalo. Recuerda cómo negaste que soy el padre de Alex. Piensa en cómo reniegas de lo que sentiste aquella noche. Tú estabas allí. Participaste —dijo brutalmente—. Y ahora estás luchando contra el hecho de que no eres inmune a mí.
—¡Bastardo! Vete. ¡Sal de aquí! —gritó, con las mejillas de un color rojo subido.
—No te preocupes, me voy —replicó. Pero volvió la cabeza al llegar a la puerta y dijo secamente—. Dale las buenas noches a nuestro hijo de mi parte.

Cuando llegó a su casa, Víctor intentó ponerse a trabajar, pero se sentía inquieto y comenzó a pasear por la habitación, algo que hacía con frecuencia últimamente. No era sólo el enfado con Myriam. Comprendió que deseaba estar con una mujer. Aún era pronto; podía llamar a alguna, llevarla a un club y, probablemente, pasar la noche con ella.
Agarró el teléfono, consultó su listín y empezó a marcar. Pero paró. Su mente se llenó con el recuerdo del firme cuerpo de Myriam junto a él. Debería haberlo excitado aún más. En cambio, sintió repugnancia por la noche que había planeado. Era demasiado artificioso, premeditado. Sabía que el sexo satisfaría su cuerpo, pero no sería suficiente.
Lentamente dejó el auricular, comprendiendo que su frustración era mental, la sentía en el corazón incluso, tanto como en el cuerpo.

Myriam apenas durmió esa noche. Había escrito un mordaz resumen del comportamiento de Víctor y pensaba entregárselo a la juez el lunes a primera hora. Pero cuando desayunaban el lunes llegó el correo y descubrió que era demasiado tarde. El tribunal había concedido a Víctor el derecho de visita.

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Mensaje  mariateressina Miér Mayo 25, 2011 3:00 pm

GRAXIAS X LA NOVELA ESTA MUY BONITA JAJ EN ESPERA DEL PROXIMO CAPITULO

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Mensaje  Dianitha Miér Mayo 25, 2011 5:21 pm

graciias por el cap niiña Escandalo publico..... cap 9 (el final) 196 Escandalo publico..... cap 9 (el final) 196
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Mensaje  Marianita Miér Mayo 25, 2011 5:44 pm

Gracias por esta nueva novelita niña, siempre serán bienvenidas!!! afro afro afro
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Mensaje  alma.fra Miér Mayo 25, 2011 8:30 pm

Gracias por el capitulo, te esperamos el lunes.
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Mensaje  myrithalis Jue Mayo 26, 2011 12:32 am

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  mats310863 Jue Mayo 26, 2011 7:04 pm

Cuantos problemas de esta pareja. Gracias por los capítulos

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Mensaje  FannyQ Vie Mayo 27, 2011 6:16 pm

Gracias por el capituloo! =)
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Mensaje  laurayvictor Lun Jun 06, 2011 11:39 am

Chicas regrese de mis vacaciones..... me la pase super..... pero a lo que vengo a ponerles dos capitulos para que se emocionen con esta novelita....

pero el viernes intente subir dos capitulos y nada que podia.... y como el sabado fue mi cumple Escandalo publico..... cap 9 (el final) 709938 ya no pude.... hasta ahora.... a ver si por la tarde les pongo uno más

gracias por cada uno de sus comentarios....

Capítulo 7
—No tiene acceso total —le contó Myriam a Paul la tarde siguiente en la Royal Opera House mientras tomaban champán y canapés de salmón ahumado, durante el intermedio—. Supongo que eso debería alegrarme, pero preferiría que le hubieran negado todo.
—Vas a recurrir, ¿no?
—Sí, claro. Pero pasará mucho tiempo, y entretanto Alex se acostumbrará a ver a García.
—¿Cuáles son las condiciones exactas?
—Se le permite ver a Alex una mañana o una tarde a la semana, y yo puedo estar presente si quiero, y por supuesto estaré. Sólo Dios sabe dónde lo llevaría si estuvieran solos. Habrá una revisión dentro de seis meses, a no ser que yo cambie de circunstancias, en cuyo caso se revisaría inmediatamente. Mi abogado me ha explicado que han incluido esa cláusula por si contraigo matrimonio; entonces, según ellos, Alex tendría una familia convencional y no necesitaría una figura paterna. Me pone furiosa. Los dos éramos perfectamente felices, hasta que ocurrió esto. Ahora un burócrata opina que Alex tiene carencias porque no existe un figura masculina en su vida —suspiró enfadada.
—Y tú, ¿tienes intención de casarte?
—No, por supuesto que no —negó Myriam impaciente.
—¿Por qué tan segura? —preguntó Paul, mirándola con placer. Estaba especialmente atractiva esa noche. Un vestido de terciopelo verde oscuro de manga larga y falda recta, favorecía tanto su figura como su rostro, ya que el color realzaba la forma de su cara y acentuaba los reflejos verdes de sus ojos. Lo cierto era que siempre estaba guapa. Era un placer salir con ella; disfrutaba de las miradas envidiosas que le dirigían otros hombres, y su ingenio y vivacidad siempre le alegraban la tarde.
—Estoy bien así —sonrió Myriam—. En cualquier caso, llevo una vida muy ajetreada; no creo que pudiera encontrar hueco para nada más.
—No creo que ningún marido aceptara ser algo a lo que buscas un hueco cuando tienes un rato libre —señaló Paul.
—Claro que no, por eso no quiero uno —le sonrió—. Lo único que necesito es alguien como tú, que esté dispuesto a compartir conmigo una tarde agradable de vez en cuando.
Al ver su sonrisa, Paul pensó que le gustaría compartir mucho más que eso. Pero no se hacía ilusiones; sabía que si empezaba a ponerse serio la perdería; no estaba enamorada de él. Aunque disfrutaba de su compañía, había dejado claro desde el principio que eso era todo. Si le propusiera tener una aventura, le parecería gracioso. Si le propusiera matrimonio, se reiría de él a carcajadas. A no ser que… A Paul se le ocurrió una idea y estuvo pensativo durante la segunda mitad de la ópera, dándole vueltas, pero no la mencionó.
Myriam tuvo que hacerse a la idea de ver a Víctor de nuevo cuando fuera a pasar la mañana con Alex. Habían decidido que el sábado por la mañana sería el mejor momento para todos, y él había telefoneado para sugerir que salieran a algún sitio. Myriam había aceptado porque no quería verlo en el piso. Supuso que irían al zoo, o algo por estilo, pero Víctor envió al chófer para recogerlos, llevarlos hacia el Támesis y dejarlos cerca de la Torre de Londres, donde él esperaba.
Llevaba ropa informal, vaqueros y un jersey, y a Myriam le recordó el aspecto que tenía cuando lo conoció.
Apartó ese pensamiento de su mente, concentrándose en cuánto lo odiaba, sobre todo después de lo arrogante que había sido la última vez. Esperaba que se jactara de su triunfo ante los tribunales, pero su sonrisa de bienvenida la incluyó a ella tanto como a Alex.
—¿Vamos a la Torre? —preguntó, sabiendo que Alex ya la había visitado.
—No —dijo Víctor señalando el río—. Vamos al puente.
Y fueron al Puente de la Torre, subieron en ascensor hasta la pasarela que había sobre el río y luego bajaron a los sótanos, donde se encontraba toda la maquinaria que en su día se utilizó para elevar y bajar el puente cuando pasaba un barco. Ahora ya no funcionaba, claro está, hacía años que el mecanismo era eléctrico, pero Víctor parecía estar muy versado en cómo habían funcionado las máquinas; se lo explicó todo a Alex con mucha paciencia y contestó a docenas de preguntas.
Un poco apartada, Myriam los observó. No era el tipo de sitio al que se le habría ocurrido llevar a Alex, y nunca habría conseguido interesarlo, porque no tenía ni idea de ingeniería. Estaba claro que el niño estaba fascinado con las enormes máquinas, y también con Víctor. Alex dejó que Víctor lo levantara en brazos para ver mejor, y se abrazó a su cuello con timidez. Víctor le sonrió.
Myriam pensó que nunca podría olvidar ese momento, la imagen que ofrecían: las dos caras, distintas pero al mismo tiempo parecidas, sonriéndose el uno al otro, dando el primer paso hacia esa extraña intimidad masculina que las mujeres no podían penetrar. En ese instante comprendió que Alex nunca más le pertenecería en exclusiva. Alex había entregado parte de su corazón y de su amor a Víctor; y su relación con ella ya no sería el centro absoluto de su vida como hasta entonces.
Sintió cómo la invadía una furia helada, desterrando cualquier otra emoción. Víctor no se merecía el amor de su inocente hijo. Era totalmente egoísta, le tenían sin cuidado los demás hasta el punto de ser cruel, y además, fracasaba en sus relaciones personales, estaba divorciado. Ese era el hombre que quería quitarle a su hijo.
—¿Myriam?
Se dio cuenta de que Víctor se había acercado y se dio la vuelta. Él leyó la emoción desnuda de su cara e inspiró profundamente.
—¿Por qué? ¿Por qué me odias tanto? —masculló cortante.
—Sabes por qué —contestó ella sin borrar el odio de su cara.
Víctor la miró con desprecio.
—Estás celosa, es eso ¿verdad? No puedes soportar compartirlo, verlo feliz con alguien que no seas tú —dijo con disgusto—. Menos mal que lo he encontrado a tiempo, si no habrías terminado asfixiándolo.
Ella se dio la vuelta para marcharse, pero la agarró del codo.
—¿Qué pasa, Myriam? ¿Eres demasiado cobarde para enfrentarte a la verdad cuando la escuchas?
—No voy a discutir contigo; estás tan pendiente de ti mismo que sólo ves lo que tú quieres.
Se habría convertido en una pelea en toda regla si Alex no hubiera llegado y agarrado la mano de Myriam.
—Mamá, ¿puedo comprarle un regalo a Jonesy? Pronto será su cumpleaños.
—Sí, claro —contestó. Apartó la mano de Víctor y fue con Alex a la tienda de regalos, donde éste, indeciso, no se decidía por nada.
Víctor los siguió, pero se quedó en la puerta esperando. Había dos jovencitas despachando en la tienda; parecían estudiantes que se ganaban un dinero en sus ratos libres. Comenzaron a cuchichear entre ellas y Myriam oyó a una decir «Estoy segura de que es él. He visto su foto en los periódicos». Se oyeron sus risitas. «¿No es guapísimo? ¡Y con tanto dinero!»
Myriam comprendió, impresionada, que hablaban de Víctor. Él no prestaba atención, aunque la actitud de ellas era muy obvia. Myriam se preguntó si su fama atraía a las mujeres, si intentaban conquistarlo. Suponía que, sobre todo, por su dinero. Aunque, mirándolo, vio que era del tipo que atraería a las mujeres en cualquier caso: alto, fuerte y con facciones delgadas.
Era extraño; no recordaba haberse sentido atraída por él aquellos largos días de invierno que pasaron juntos. Se unieron cuando él reconoció su desesperada necesidad de consuelo, que sólo ella podía proporcionar. Pero el consuelo se convirtió en pasión y había despertado en el corazón de Myriam algo que nunca había sentido antes. En sus brazos, aquella noche, sintió el principio de una llama que podría haber durado toda la vida.
Pero Víctor aniquiló esa sensación al echarla a la mañana siguiente, helándole el corazón hasta que Alex nació y le devolvió la ilusión por la vida.
Alex se decidió por fin, pagó la maqueta del puente que había elegido y fueron hacia la puerta.
—¿Se han olvidado esto? —llamó una de las dependientas mostrando un cochecito, que Alex había sacado del bolsillo con el dinero.
Fue Víctor quien contestó.
—Gracias, es de mi hijo —dijo aceptándolo.
Había utilizado el pronombre a propósito. Myriam lo sabía, y le sonrió fríamente cuando volvió.
—Nunca será tu hijo —murmuró con voz helada. Y sabía que haría lo que fuera, cualquier cosa, para conseguirlo.
Víctor los invitó a comer, pero cuando Myriam lo rechazó decidió no insistir.
—Llamaré al chófer para que os lleve a casa.
—Gracias, tomaremos un taxi.
Había varios taxis circulando; Myriam sólo tuvo que levantar un brazo y uno paró junto a ellos. Víctor la miró con amargura, pero ella lo ignoró. Quiso meterle prisa a Alex, pero él se detuvo.
—Muchas gracias por traernos a mi mamá y a mí —agradeció muy formal.
—De nada, Alex. Hasta la semana que viene —sonrió Víctor, alborotándole el pelo.
—¿Dónde iremos?
—Espera y lo verás. Es una sorpresa —contestó Víctor, dándole un toque en la nariz.
Alex sonrió con alegría y, una vez en el taxi, se subió al asiento de atrás para decirle adiós con la mano por la ventanilla.
Hirviendo de indignación, Myriam recordó que había dado permiso a Tanya y a su novio para que fueran a su casa, así que dio al taxista la dirección de su oficina. Una vez allí telefoneó inmediatamente a Paul.
—Cálmate —la tranquilizó cuando, furiosa, comenzó a describir lo ocurrido—. Pasaré por allí y os recogeré. Os invito a comer.
—No debería —suspiró Myriam—. Tengo un montón de trabajo pendiente.
—Bueno, llevaré unos bocadillos o algo así y comeremos allí.
La idea que tenía Paul de «un bocadillo» era pasar por Harrods de camino y elegir una cesta de comida de lujo. Perfecto, a Myriam le gustaban el paté, el pollo frío y el caviar Beluga acompañados de champán, pero Alex sólo picoteó un poco e informó a Paul de que su papá no comía cosas raras porque sabía como pedir una pizza por teléfono. Tras este comentario devastador, Alex salió de la oficina de Myriam y bajó a la tienda, donde todas las empleadas lo adoraban.
—Parece que García le ha caído muy bien a Alex —comentó Paul secamente.
Myriam asintió con la cabeza, incapaz de negarlo.
—Pero no quiero que se hagan amigos —dijo con frustración—. Tengo que pensar en una manera de que el tribunal cambie de opinión. Lo ideal sería que Víctor se viera involucrado en un escándalo —murmuró.
—No es probable. El único escándalo, si se puede llamar así, fue su divorcio.
—¿Fue un escándalo? —preguntó con curiosidad—. No recuerdo haber leído nada al respecto.
—No, no le dieron mucha publicidad en los periódicos, pero sólo porque García pagó a su mujer una suma altísima para que se callara. Por lo visto ella iba a por todo. Pero no hubo otras personas involucradas, nada sórdido —dijo, casi lamentándose—. Parece que estaba deseando librarse de ella.
—Tiene que haber algo turbio. ¿Qué hay de sus negocios? ¿Has oído algún rumor de chantaje y corrupción?
—Por desgracia, no —dijo Paul, sirviéndose caviar en una galleta salada—. Está totalmente limpio.
—Entonces algo en su vida privada. Algún romance secreto. Podría contratar a un detective que lo siga.
—Siento decirlo, Myriam, pero tú fuiste el asunto oscuro de la vida de García.
Dicho así, la sorprendió. Si la reputación de Víctor era tan prístina, debió sentirse desesperado para mostrarle al mundo el secreto de su adulterio y de su hijo natural. Claro, que si hubiera hablado con Víctor desde el principio, no se habría hecho público. Había sido su obstinación la que lo había forzado a llegar a los tribunales. Myriam desechó ese incómodo pensamiento.
—Tengo que hacer algo. No puedo soportar esta situación más tiempo —anunció enérgicamente.
—Bueno, hay una cosa que puedes hacer, desde luego.
—¿Qué es?
—Podrías casarte —dijo Paul sin mirarla, mientras le llenaba el vaso.
—No quiero casarme.
—¿Ni siquiera para mantener a Alex alejado de García?
—Mirado así, es una idea —dijo y se rió al levantar su copa—. Pero no creo que ningún hombre se casara conmigo por esa razón.
—Yo lo haría —replicó Paul, levantando la copa y mirándola por encima del borde.
Por un momento, Myriam pensó que bromeaba y comenzó a sonreír, pero cuando lo miró a los ojos perdió la sonrisa.
—¡Lo dices en serio!
—No lo habría sugerido si no fuera así.
—Pero… —se interrumpió.
—Ya sé que hay muchos peros. Pero no estás enamorada de mí. Pero no quieres sentirte atada por un matrimonio y un esposo. Y el pero mayor de todos es que ni siquiera te atraigo, sexualmente, quiero decir —intervino Paul. Myriam se sonrojó y miró hacia otro lado; y su silencio le confirmó que tenía razón. Con la cara ligeramente rígida continuó—. Soy perfectamente consciente de todo eso. Pero estoy dispuesto a aceptar que me des sólo lo que tú quieras, a cambio de tu compañía y de la oportunidad de ayudaros a Alex y a ti.
—Eso es muy… altruista por tu parte, Paul —dijo Myriam mirándolo con perspicacia—. Supongo que vengarte de García de la forma que más le duele no tiene nada que ver, ¿no?
—Debo admitir que esa deliciosa idea me ha pasado por la mente —admitió Paul con una sonrisa.
—Sería la familia estable que la juez opina que necesita Alex. Y quizás no tuviéramos que casarnos; podría servir con comprometernos —dijo Myriam pensativa.
—Eso podría funcionar un tiempo —aceptó Paul—. Pero desde luego no indefinidamente.
—No. Pero si Víctor se convence de que no podrá conseguir mas acceso a Alex del que tiene ahora, a lo mejor se olvida de la idea —sugirió Myriam animada.
—Es posible, desde luego. Aunque no creo que se dé por vencido tan fácilmente —advirtió Paul, viendo cómo menospreciaba su idea.
—Paul, ¿de verdad crees que podría funcionar? —preguntó Myriam, mirándolo con ojos brillantes. Pero luego negó con la cabeza—. No puedo dejar que lo hagas. ¿No deseas un matrimonio de verdad? No sería justo para ti. No podría…
—No hubiera hecho la oferta si no quisiera.
Lo miró fijamente, intentando analizar todas las implicaciones.
—Te estoy muy, muy agradecida, Paul. Quiero que lo sepas. Pero tengo que pensarlo.
—No habría ninguna condición, ninguna obligación de mostrar tu gratitud, si es eso lo que te preocupa —dijo sin rodeos.
—¿Te conformarías con algo así? —preguntó ella con los ojos muy abiertos.
—Si es todo lo que estás dispuesta a dar, sí.
Los ojos de Myriam se nublaron de preocupación.
—No estoy segura. Me gustaría pensarlo.
—Por supuesto —replicó Paul levantándose—. Llámame cuando te decidas.
Cuando se marchaba, ella la tendió la mano.
—De verdad que te lo agradezco mucho, Paul.

Myriam pasó despierta casi toda la noche, dándole vueltas a la idea, preguntándose si funcionaría. Nunca se había enamorado y estaba empezando a pensar que nunca lo haría, y desde luego no pensaba casarse sólo porque sí. Pero si eso implicaba mantener a Alex alejado de Víctor…
Si Paul estaba dispuesto a ayudarla, ¿por qué no aceptar su oferta? Había dicho que no habría condiciones, pero no lo creía. Myriam había notado cómo la miraba a veces, y sabía que la deseaba. No pasaría mucho tiempo hasta que se lo dijera y no le quedaría más remedio que irse a la cama con él. Bueno, quizás no fuera un precio muy alto por controlar el futuro de Alex, por estar tranquila. Paul no la atraía, pero tampoco ningún otro hombre de los que conocía. No había sentido un deseo sexual incontrolable desde que… Myriam apretó la manos. Desde que Víctor la utilizó.
Myriam desechó ese pensamiento e intentó concentrarse en Paul. Era suficientemente astuta como para comprender que Paul se beneficiaría del trato tanto como ella, y vencer a Víctor sería su mayor satisfacción. Disfrutaría jactándose de su triunfo ante sus colegas, presumiendo de ella y ayudándola a impedir que Víctor se acercara a Alex. Myriam deseaba que Víctor se alejara de ellos más que nada en el mundo. Si conseguía su objetivo casándose con Paul, ¿por qué no aprovecharse de su oferta?
Convencida de que sería ridículo no aceptar, Myriam llamó a Paul al día siguiente y accedió. En una hora, aunque era domingo, llegaron flores suficientes para llenar una floristería, y poco después Paul, cargado con regalos para los dos. Para Alex había juguetes y para Myriam un maravilloso anillo antiguo, de rubíes y diamantes. Paul había estado muy ocupado usando su influencia para conseguir los regalos y demostrarle así su poder. Lo celebraron con champán y Myriam intentó explicarle a Alex que Paul iba a ser su nuevo papá.
—Pero ya tengo un papá nuevo —objetó—. ¿Se pueden tener dos?
—Puede que sea mejor si de momento sigo siendo como un tío tuyo —sugirió Paul suavemente.
Se quedó sólo una hora y, cuando se marchó, Alex, sentado entre sus caros juguetes nuevos, miró a Myriam con ansiedad.
—¿Tiene que ser Paul mi papá? Me gusta más el señor García.
—Pero conoces a Paul desde hace más tiempo, cariño. Y es muy agradable.
Alex apartó los juguetes, sacó sus lápices de colores y se sentó a la mesa.
—Voy a hacer un dibujo para mi papá verdadero —anunció.

La noticia del compromiso apareció en todos los periódicos de calidad a la mañana siguiente, y pronto llegó a oídos de la prensa sensacionalista. Myriam había ido a ver el contenido, en venta, de una casa en el campo, y no se enteró hasta que telefoneó a la oficina y le dijeron que los periodistas llevaban llamando todo el día.
—Incluso han acampado en la acera, delante de la tienda —le informó su secretaria con cierto entusiasmo—. Tuvo que venir la policía y dispersarlos. Y llamó el portero de tu edificio para decir que también han ido por allí.
—Dios mío —gruñó Myriam, pero sabía que en un par de días la prensa la dejaría en paz; pronto empezarían a perseguir a otra pobre víctima. Fue directamente al colegio de Alex a recogerlo, pero tuvieron que aguantar el acoso de los periodistas al llegar a casa.
Myriam asió la mano de Alex con firmeza y corrió hacia delante, pero un par de fotógrafos muy insistentes intentaron impedirles llegar a la entrada, disparando fotos sin parar. El portero estaba vigilando y salió para abrirles la puerta, pero Myriam se encontró rodeada.
—¿Qué opina Víctor García de su compromiso? —le gritó a la cara una mujer.
—Opina que se meta usted en sus asuntos —replicó a sus espaldas la voz cortante de Víctor. Levantó a Alex en brazos, sus anchos hombros abrieron camino y cruzaron la puerta, que el portero les cerró a los periodistas en las narices.
Myriam se volvió para que Víctor le diera a Alex, pero dio un paso atrás con un escalofrío de aprensión al ver la fría ira que ensombrecía sus ojos.
Las puertas de entrada eran de cristal y los flashes seguían disparando. Víctor la agarró de la mano y, con Alex en brazos, la empujó hacia las escaleras y corrió hacia arriba, sin detenerse hasta que llegaron a la puerta del piso.
—Dámelo —pidió Myriam, extendiendo los brazos hacia Alex.
—Abre la puerta —dijo Víctor con dureza.
Abrió la boca para discutir pero, al ver sus ojos, obedeció.
Alex estaba fuertemente agarrado al cuello de Víctor, sin saber muy bien si asustarse o considerar el episodio como una aventura. Víctor le soltó las manos con suavidad y lo depositó en el suelo.
—Oye, qué dibujo tan bonito —dijo señalando el que había sobre la mesa—. ¿Es para mí?
—Sí, pero aún no está terminado.
—Enséñamelo.
Aunque Víctor estaba rígido de furia, consiguió controlarse mientras calmaba al niño. Pero eso no sirvió en modo alguno para calmar su cólera, al contrario, la incrementó. Miró a Myriam con malevolencia y la vio sacudir la cabeza, con el pelo, suelto y oscuro, flotando a su alrededor. Ella lo miró desafiante, pero también se dedicó a mimar a Alex, preparándole una bebida y quitándole importancia al encuentro con los periodistas.
Cuando Alex estuvo totalmente absorto en su dibujo, Víctor se levantó, fue a la cocina y se apoyó contra la pared con los brazos cruzados y el rostro muy serio, esperando a que Myriam se reuniera con él.
Ella fue de mala gana, y cerró la puerta para que Alex no pudiera oírlos.
—Está bien —dijo ácidamente—. Di lo que hayas venido a decir y luego vete.
—Si crees que voy a dejar que te salgas con la tuya tan fácilmente, estás muy equivocada —dijo con sequedad. Se apartó de la pared y se acercó a ella, alzándose imponente, con la intención de intimidarla—. ¿Cómo es posible que te hayas rebajado a esto?
—¿A qué te…?
—¡Lo sabes perfectamente! A comprometerte con un hombre al que no amas sólo para mortificarme.
Como la acusación era cierta, Myriam reaccionó de forma exagerada.
—Estás completamente equivocado: estoy loca por Paul —dijo tercamente.
—Sí, estás loca, desde luego, loca de furia porque he conseguido un mínimo derecho de visitar a Alex —dijo él, con el rostro lleno de desprecio—. Nunca creí que pudieras ser tan vengativa.
—No sabes nada de mí —dijo Myriam con voz fría, aunque su mejillas se habían sonrojado.
—Está claro que no —asintió Víctor, entrecerrando los ojos. Tenía los puños cerrados metidos en los bolsillos, mientras intentaba controlarse—. Pero hay algo que sí sé, Paul Venton es el hombre menos adecuado para ser padrastro de Alex, ¡y para ser tu marido! —espetó él sin rodeos.
—¿Cómo te atreves? Paul es un hombre amable, educado y civilizado, que será un excelente esposo y padre.
—¡Tonterías! —dijo Víctor, sacando las manos de los bolsillos—. ¡Se ha ofrecido a casarse contigo sólo porque es mi rival, mi enemigo! ¿Te había pedido que te casaras con él antes de que apareciera yo? ¿Lo había hecho?
—¡Métete en tus propios asuntos!
—Lo que significa que no —se mofó Víctor. Incapaz de contenerse, la agarró del brazo, apretando a través de la fina seda de la blusa; su cólera era tal que Myriam podía sentirla—. ¿No te das cuenta de que lo hace para vengarse de mí? Te está utilizando, Myriam.
—Bueno, tú deberías saberlo —le escupió, pálida—. Eres un experto en utilizar a la gente.
Víctor la miró fijamente, sorprendido por la furia de su rostro, cercana al odio. Entonces comprendió.
—¿Es eso lo que piensas? ¿Qué te utilicé hace tantos años? ¿Por eso me odias?
—Es razón suficiente —contestó Myriam intentando apartarse, pero él no la soltó.
—No podrías estar más equivocada —dijo con expresión atenta, sujetándole el otro brazo—. Lo que ocurrió entre nosotros fue…
—Fue sexo —cortó Myriam con desprecio—. Pero no puro y simple. Yo estaba allí y me utilizaste.
—No recuerdo que me rechazaras —acusó Víctor—. De hecho, yo diría que disfrutaste mucho. Varias veces —añadió con malicia.
—Pero tú fuiste quien a la mañana siguiente se acordó de repente de que tenía esposa y me echó.
Estaba demasiado enfadada para ocultar sus sentimientos y había tal amargura en su voz que Víctor no pudo evitar darse cuenta. Frunció el entrecejo y la observó con concentración.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué fue algo más que sexo para ti? ¿Es por eso por lo que estás tan…?
Temerosa de haberse descubierto, de que leería sus sentimientos más profundos, Myriam apoyó las manos contra su pecho e intentó apartarlo. Pero era como empujar un muro de piedra; Víctor la sujetó con más fuerza. Nerviosa, decidió que lo mejor era contraatacar.
—¡No seas ridículo! No significó nada para mí. Menos que nada.
—No te creo.
—¡Es verdad!
Víctor bajó la vista hacia ella, entornando los párpados.
—Bueno, sólo hay una manera de descubrirlo —dijo.
La estrechó contra él bruscamente e inclinó la cabeza para besarla.
Durante unos instantes, Myriam se quedó demasiado sorprendida como para forcejear, pero cuando sintió la cálida dureza de sus labios comenzó a luchar desesperadamente. Él le tenía los brazos atrapados contra los costados, pero intentó apartar la cabeza con furia, maldiciéndolo. Consiguió darle una patada, pero él la inclinó hacia atrás, forzándola a mantener las dos piernas en el suelo para no caer.
—¡Canalla! —gritó Myriam, consiguiendo apartar la boca lo suficiente para insultarlo, pero él volvió a atraerla y silenció sus palabras. Lo mordió, riendo satisfecha al ver su mueca de dolor; pero él volvió a apoyar sus duros labios contra los de ella, abriendo su boca a la fuerza, impidiendo cualquier movimiento.
Los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas de indignación mientras luchaba, no sólo contra Víctor, sino también contra sus propias sensaciones. Las reconocía, eran viejas enemigas que creía haber conquistado pero que volvían ahora cien veces más fuertes, seduciéndola, intentando que se rindiera al deseo y a la satisfacción que sólo había conocido entre los brazos de Víctor.
Con un esfuerzo terrible, Myriam consiguió apartar la cabeza un momento.
—¡Alex! —gritó con pánico.
Su hijo, igual que un caballero andante, corrió a rescatarla. Entró en la cocina y se quedó parado, sin saber que hacer. Pero Víctor no hizo caso. Miraba a Myriam con un brillo extraño en sus ojos grises, como si estuviera demasiado sorprendido para reaccionar.
—Suéltame —ordenó Myriam, con la mirada aún salvaje y asustada, las mejillas sonrojadas y el pelo alborotado.
Víctor parpadeó, su mente un caos, pero en vez de obedecer la estrechó contra él y la besó de nuevo. Pero ya no había dureza en su boca, al contrario, era suave, exploradora, como si quisiera llegar al fondo de su alma. Y por esa razón, aún más peligrosa.
—No —sollozó Myriam desesperada.
Dos pequeñas manos agarraron el pantalón de Víctor e intentaron apartarlo. Después, Alex empezó a golpearlo.
—¡Deja en paz a mi mamá!
Despacio, a su pesar, Víctor la soltó. Durante unos segundos se miraron a los ojos, después Víctor tomó a Alex en brazos y lo levantó por encima de su cabeza.
—¡Eh! Diablillo —se rió, intentando evitar los puñetazos de Alex—. Está bien; te prometo que no volveré a besar a tu mamá —volvió sus ojos hacia Myriam y, suavemente, añadió— hasta que ella quiera que lo haga, claro.
—Eso no ocurrirá —dijo Myriam resueltamente—. Ahora, vete.
Los ojos grises continuaron estudiándola hasta que, por fin, Víctor dio un abrazo a Alex y lo dejó en el suelo.
—Sobre Paul Venton —comenzó—, no debes…
—Paul y yo nos vamos a casar —interrumpió Myriam—. Lo antes posible.
Al ver que discutir sólo empeoraría la situación, Víctor decidió dejarlo. Pero se marchó preocupado. Tenía mucho que pensar, y no se trataba únicamente del compromiso de Myriam con Paul.

Aquella tarde, después de acostar a Alex, Myriam entró en su habitación y se desnudó. El beso de Víctor había sido una intrusión, una invasión de sus sentidos, además de un asalto a su persona. Llevaba horas sin poder pensar en otra cosa. Se sentía inquieta y agitada, Víctor había encendido una llama que no se apagaba y decidió ahogarla con una ducha fría. Iba hacia el baño cuando se vio en el espejo del armario. ¿Era un cardenal lo que tenía en el brazo? Acercándose más, comprobó que sí.
Recordó lo enfadado que estaba Víctor cuando la sujetó, probablemente porque se había comprometido con su rival. Pero en su beso hubo algo más. Puede que empezara con ira, como un reto, pero no era así como había acabado. Myriam cerró los ojos y casi pudo volver a sentirlo. Se puso las manos en los hombros, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, y las deslizó hacia abajo lentamente, pasando por el pecho, la cintura y las caderas.
Soltó el aire casi con un gemido, con los labios entreabiertos de anhelo. Casi se había olvidado de lo que era estar con un hombre. No le gustaba el sexo como medio para satisfacer la frustración, y no había conocido a nadie que le gustara lo suficiente como para irse a la cama con él. En su vida no había habido una gran pasión, sólo la humillación de que Víctor la echara aquella mañana en la que, durante unas horas, el mundo le había parecido maravilloso.
¿Tendría miedo de que volvieran a humillarla y por eso nunca se había arriesgado a tener una relación, a desear a otro hombre? Suspiró y abrió los ojos. A la luz de la lámpara, su cuerpo era precioso, con suaves curvas que proyectaban sombras, piernas largas y cintura estrecha. Mucho más que cuando conoció a Víctor. Entonces estaba demasiado delgada. Una adolescente, perdida y asustada. Pero ahora era una mujer madura a cargo de su destino, madre… y a punto de convertirse en esposa.
Pensó en Paul. Se lo imaginó acariciando el cuerpo que veía en el espejo, deseándolo, haciéndole el amor. En ese momento, se dio la vuelta, corrió al cuarto de baño y se metió bajo la ducha hasta que ya no pudo soportar el agua helada.

La prensa sensacionalista había aprovechado la historia al máximo; a la mañana siguiente, aparecieron fotos de Víctor empujándola hacia el piso en casi todos los periódicos. Myriam se refugió en la oficina que había sobre la tienda, pero el teléfono no paró de sonar. Su secretaria filtró llamadas de docenas de periodistas, de revistas que querían una entrevista, de una asociación de mujeres que solicitaba su apoyo, de gente que quería decirle lo que opinaban, algunos a favor, otros totalmente en contra, e incluso de un hombre que quería escribir su historia y vendérsela a una compañía cinematográfica.
Pero todos querían lo mismo: aprovecharse de su efímera notoriedad para su propio bien. Nadie pensaba en que ella podía desear salvaguardar su vida privada y la de su hijo, y que hacer lo que pedían sólo serviría para alargar el escándalo. Aunque posiblemente también quisieran eso, eran oportunistas, buitres que se alimentaban de las desgracias de los demás.
Myriam se negó a hablar con ellos, y se alegró de que Paul estuviera en viaje de negocios.
La persecución de la prensa siguió un par de días más, pero Myriam intentó pasar desapercibida e ignoró por completo el derecho de visita de Víctor durante el fin de semana. Se marchó a la playa con Alex, y sólo se lo dijo a Jonesy.
Cuando cumplió los veintiún años, había heredado el dinero que le dejaron sus abuelos, y Alex y ella habían pasado varios fines de semana en la playa o en el campo, buscando una casa para las vacaciones. Myriam se dio cuenta de que ya no podría elegir lo que quisiera; aunque fuera por cortesía, tendría que consultar a Paul. Se preguntó si él se conformaría con una típica casita inglesa, o si preferiría una casa en las Bahamas o un chalet en Suiza, algo exótico adecuado a su imagen.
Myriam se mordió el labio; no tenía derecho a pensar eso de Paul. Le gustaba, lo respetaba y la estaba ayudando a escapar de una situación imposible. ¿Por qué pensaba tan mal de él?

Volvió del fin de semana más determinada que nunca a apartar a Víctor de sus vidas. La había llamado al piso varias veces durante el fin de semana, había leído los mensajes del contestador con el control remoto. Pero no devolvió sus llamadas: hizo que su secretaria le enviara una breve nota.
El sábado siguiente, cuando Víctor apareció para recoger a Alex y a Myriam, Jonesy abrió la puerta y le informó de que Myriam le había pedido que fuera con ellos. Fueron a ver la Barrera del Támesis; Jonesy se conformó con echar un sueñecito en la cafetería, y Víctor tuvo al niño para él solo. Fue una experiencia nueva y maravillosa para los dos, pero, curiosamente, Víctor notó que faltaba algo, y supo que era Myriam.
—¿Ha salido tu mamá con Paul? —no pudo resistirse a preguntar.
—Sí —contestó Alex, con un asomo de satisfacción—. Pero, ya no podrá casarse con él ¿verdad?
—¿Por qué no?
—Bueno, ya no puede, ahora que la has besado ¿no? —replicó Alex con aplastante lógica infantil.
Víctor parpadeó, luego lanzó una sonora carcajada.
—Vamos, jovencito. Lo mejor será que te lleve a comprar un helado.
Se preguntó cuándo y, peor aún, si volvería a ver a Myriam. Pero la vio con Paul pocos días después. Fue en el banquete anual que ofrecía el alcalde de Londres en el Guildhall, una celebración deslumbrante, a la que estaban invitados los hombres más importantes de la ciudad, acompañados de sus esposas. Víctor vio antes a Paul; estaba de pie en la antesala y saludó a Víctor con excelente buen humor, muy distinto de la fría cortesía que utilizaba normalmente.
—García. He oído decir que no apruebas mi compromiso.
—Cierto —corroboró Víctor ecuánime.
—No debes preocuparte, viejo amigo. Cuidaré bien de Alex; me ocuparé de que reciba una buena educación y todo eso.
Paul le refregó su éxito por las narices a propósito, aprovechando al máximo lo que sabía que más lo disgustaba. Quizás incluso intentaba aguijonearle para que hiciera algún comentario desafortunado. Pero para sorpresa de Paul, Víctor sonrió.
—Ah, eso no me preocupa en absoluto.
Paul iba a añadir algo pero vio que Víctor miraba por encima de él, fascinado. Se dio la vuelta y vio que Myriam caminaba hacia ellos desde el guardarropa. Estaba deslumbrante. Llevaba un vestido de noche rojo oscuro, con tirantes, la falda llevaba aberturas a los lados, y se podían ver sus largas y bien formadas piernas al andar. Llevaba el pelo recogido y parecía serena, elegante y sofisticada; cualquier hombre se sentiría orgulloso de que lo vieran con una mujer así.
Paul le sacó el mejor partido posible, asiendo su mano posesivamente y llevándosela a los labios con suavidad. Myriam lo miró y sonrió, pero luego sus ojos se posaron en Víctor. Él notó una cierta tirantez en su cara, pero no podía saber que se debía a que el corazón le había dado un vuelco al verlo, y le había costado un gran esfuerzo ir hacia ellos con tanta calma.
Paul levantó la mano de Myriam, que aún sujetaba, de modo que Víctor viera el anillo, con un enorme rubí en el centro.
—Es el anillo de compromiso —remarcó Paul con satisfacción—. Es una antigüedad, por supuesto.
Víctor levantó los ojos, sin mostrar ninguna emoción en el rostro.
—¿No podías permitirte comprar uno nuevo? —preguntó con voz sedosa, y antes de que Paul pudiera pensar una respuesta, se alejó.
Unos minutos después, Víctor hablaba de criquet con un grupo de hombres cuando vio a Myriam y a Paul pasar. Myriam llevaba unos zapatos plateados de tacón alto, sujetos sólo por una fina tira, que mostraba sus tobillos. Víctor se encontró preguntándose cómo no se había fijado en ellos antes. Alguien le hizo una pregunta, pero no contestó, ensimismado, con la mente a kilómetros de allí.
Les sentaron en partes opuestas del enorme salón para la cena, que fue larga, con infinidad de platos y aún más discursos. Durante uno de ellos, Víctor vio a uno de los porteros vestido de librea entrar a la sala y entregar un mensaje a Myriam. Esforzándose, consiguió ver a Myriam decirle algo a Paul y levantarse, pero Paul la hizo sentarse de nuevo. Tras lo que parecía una corta discusión, en susurros, Myriam se levantó con determinación y salió de la sala discretamente. Paul no la siguió; se quedó sentado con cara de enfado. Inmediatamente, Víctor se excusó y salió tras Myriam. La alcanzó a la entrada, poniéndose el abrigo y pidiendo al portero que buscara a un taxi.
—¿Qué ocurre? —preguntó, acercándose a ella—. ¿Le ha pasado algo a Alex?
Ella lo miró sorprendida, pero negó con la cabeza.
—No, es Jonesy. Es su cumpleaños y ha salido a emborracharse. Tengo que encontrarlo antes que la policía. Lo han amenazado con echarlo del hostal si vuelven a arrestarlo —explicó, mirando a su alrededor con impaciencia—. Necesito un taxi.
—¿Dónde vas a ir a buscarlo?
—Suele ir a ciertos pubs. Además, cerca del río hay lugares donde la gente vive a la intemperie, puede que esté allí.
Apareció un taxi y el portero levantó el brazo para pararlo, pero Víctor se lo impidió.
—No. No puedes ir a esos sitios sola, y menos aún vestida así. Iremos en mi coche —le dijo con firmeza.
—Pero no tengo tiempo de…
Víctor ya estaba llamando a su coche por el teléfono móvil, y en un par de minutos apareció.
—Yo conduciré —dijo Víctor al chófer, ocupando el asiento del conductor—. ¿Dónde vamos primero?
Myriam le dio el nombre del primer bar y explicó dónde estaba. Víctor conducía bien, con seguridad, y conocía Londres y su tráfico tan bien, que se aprovechó de las calles poco transitadas, dejando atrás a filas de coches parados. Llegaron al bar y Myriam se aprestó a salir del coche.
—No, yo iré. Espera aquí —dijo Víctor.
No discutió. Era el tipo de pub que frecuentaban obreros y vagabundos; un sitio donde cualquier mujer pasable originaría comentarios lascivos, si no proposiciones deshonestas. Antes de entrar, Víctor se puso el abrigo para ocultar su traje de etiqueta y volvió a los pocos minutos.
—No está ahí, y el dueño no lo ha visto.
Fueron a cuatro pubs más sin éxito.
—Entonces, a la ciudad de cartón —suspiró Myriam—. ¡Esa maldita mujer del hostal! ¡La estrangularía!
—¿Qué mujer?
—Una de esas bien intencionadas que van de vez en cuando a echar una mano. Le di a Jonesy una botella de whisky para que se la bebiera en su habitación, para que no saliera a meterse en problemas. Pero esta mujer la vio y se la quitó, dijo que iba contra las reglas. Así que, por supuesto, salió a emborracharse.
—¿Es que tiene que emborracharse? —preguntó Víctor gentilmente.
—Sí. Solía ser un día muy especial para él y para su esposa. Era el día en que se conocieron y se casaron. Su mujer lo consideraba una ocasión especial y siempre salían a celebrarlo. Era el mejor día del año para ellos. Ahora no soporta recordarlo, así que se emborracha para olvidar. Supongo que tú no puedes entenderlo, pero…
—No seas tonta —interrumpió Víctor—. Muchas veces he tenido la tentación de ahogar mis penas.
Myriam miró su perfil mientras se concentraba en conducir. Se dio cuenta de que sabía muy poco sobre sus sentimientos, excepto en lo que se refería a Alex. ¿Era la soledad lo que lo empujaba hacia su hijo? Esos días en los que le apetecía emborracharse, ¿eran los días en que echaba de menos a su mujer? Súbitamente comprendió que él siempre se resistía a la tentación, que nunca se dejaba vencer por la infelicidad. Pero, ¿no haría eso que el sufrimiento fuera aún más difícil de soportar? Entonces recordó que se había apoyado en ella cuando murió su padre… ¿En quién se habría apoyado cuando se divorcio?
Llegaron a las oscuras calles situadas bajo las vías del tren que cruzaba la ciudad por encima de cientos de puentes arqueados, bajo los que los vagabundos habían construido su propia ciudad. Víctor paró a poca distancia del primero, y Myriam lo siguió.
—Voy contigo —dijo antes de que pudiera protestar—. Ya he estado aquí buscando a Jonesy. Algunos hombres vivían en el hostal. Me conocen y hablarán conmigo.
Al ver su barbilla erguida con determinación, Víctor comprendió que no la iba a convencer. No perdió tiempo en discusiones inútiles.
—De acuerdo, pero quítate esa baratija del dedo.
Myriam metió la «baratija» en el bolso y lo dejó dentro del coche, se envolvió en el abrigo mientras se apresuraban calle abajo, hasta que llegaron al primer montón de cajas de cartón que servía de hogar a un desafortunado. Sus educadas preguntas y la obvia preocupación por uno de los suyos hizo que se esforzaran en ayudar, pero ninguno recordaba haber visto a Jonesy.
Ocurrió lo mismo en los dos sitios siguientes, pero en el cuarto por fin tuvieron suerte, un hombre que había vivido en el hostal había visto a Jonesy en el paseo que bordeaba el río Támesis.
Corrieron de vuelta al coche y Víctor condujo despacio, buscando al anciano en alguno de los bancos de hierro. Finalmente lo vieron, ¡justo cuando dos policías se acercaban desde el lado opuesto!
—¡Ahí está! ¡Para! —Myriam salió del coche como una exhalación, corrió hacia Jonesy, le quitó la botella y la tiró al río. Después, lo enderezó y se sentó junto a él, soportando su peso mientras se acercaban los policías.
—¿Algún problema, señorita? —preguntó uno de ellos.
—No, simplemente disfrutando del aire de la noche —replicó Myriam con calma.
El policía miró a Jonesy con suspicacia, y él no se hizo ningún favor al abrir un ojo y hablar arrastrando las palabras.
—Hoy es mi cumpleaños, jovencito.
—Muchas felicidades, señor —dijo el policía, y se inclinó para olerle el aliento. Myriam cruzó el brazo por delante de la cara de Jonesy.
—Mi padre está resfriado; seguro que no quiere usted que se lo pegue.
—¿Está mejor tu padre, cariño? ¿Lo llevamos a casa? —preguntó Víctor solícito, acercándose hacia ellos. Después miró a los policías—. Es terrible estar resfriado cuando se es tan mayor, ¿no creen? El pobre hombre se acaloró y salió para refrescarse un poco —explicó Víctor mientras señalaba con despreocupación el Hotel Savoy, como si hubieran pasado allí la velada—. Creo que lo mejor será llevarlo a casa —sonrió a los policías—. ¿No les importaría echarme una mano?
Debió ser algo en los modales de Víctor lo que los tranquilizó, porque lo ayudaron a meterlo en el coche y les dieron las buenas noches respetuosamente.
—¡Dios mío, Myriam, apesta a vino barato! —dijo Víctor consternado cuando ya estaban lejos.
—Lo sé. Lo sé. ¿De verdad se creyeron que estábamos cenando en el Savoy con él? —dijo riéndose a carcajadas.
—¿Con Jonesy vestido con esos trapos? Imposible —sonrió abiertamente—. ¡Me alegro de que no insistieran en acompañarnos de vuelta al hotel!
—A lo mejor han pensado que era un millonario excéntrico. Gracias a Dios que llegamos a tiempo. Hubiera odiado despertarse en una celda otra vez, pobrecito mío, y aún más perder su cama en el hostal. Puede dormir la borrachera en mi casa, y volver mañana sin que nadie se haya enterado.
—Lo aprecias de verdad, ¿no? —preguntó Víctor, mirándola ahora que conducía mucho más despacio—. Incluso te has hecho pasar por su hija. Pero, ¿y tus padres de verdad? Nunca hablas de ellos.
Myriam se quedó silenciosa un momento, recordando que Víctor era su enemigo, pero luego se encogió de hombros.
—No los recuerdo. Murieron en un accidente cuando era muy pequeña y me criaron mis abuelos, que eran muy mayores. Los quería muchísimo y me entendían, pero cuando ellos murieron tuve que ir a vivir con unos tíos abuelos que nunca habían tenido hijos.
—¿Fue muy duro? ¿Por eso te escapaste? —inquirió Víctor.
—Sí. Era muy desgraciada. Era una batalla constante entre sus ideas conservadoras y mi necesidad de tener cierta independencia, de ser yo misma. Así que me escapé a Londres y, cuando se me acabó el dinero, dormí en la calle, como esa gente de la ciudad de cartón —dijo, mirándolo para comprobar si lo había escandalizado, pero sólo vio su perfil—. Fue entonces cuando me subí en tu coche, en Londres. Condujiste casi todo el camino hasta casa de tu padre sin saber que estaba allí —continuó. Eso le hizo recordar otras cosas y cambió de tema—. Has sido muy amable al ayudarme esta noche.
—Me gusta Jonesy —afirmó Víctor. Myriam no contestó—. Paul no quería que fueras a buscarlo ¿verdad?
—Quería que esperara —corrigió Myriam—. Iba a dar un discurso y quería que lo oyera.
—¡Dios mío! Yo también. Se me olvidó por completo —exclamó Víctor. Myriam esperaba que se enfadara, pero él se echó a reír—. Seguro que no vuelven a invitarme.
—¿Te importaría? —preguntó ella con curiosidad.
—Sobreviviré. ¿Lo harás tú, después de elegir a Jonesy en vez de a Paul?
—Yo no lo llamaría así —protestó Myriam, pero luego se rió—. Pero tienes razón; Jonesy no le gusta demasiado.
—¿Y que pasará con él… cuando os caséis?
—No lo hemos hablado —respondió Myriam con frialdad, y cambió de tema—. ¿Me ayudas a subirlo a casa?
—Sí, claro. ¿Quién está cuidando de Alex hoy?
—Está en casa de uno de sus amigos.
Cuando llegaron, Myriam pensó que iba a ser difícil subir a Jonesy, pero Víctor simplemente lo tomó en brazos y lo subió. El anciano era delgado y enjuto pero, aun así, hacía falta mucha fuerza para hacerlo. Lo acostaron en la cama de Alex. Myriam esperó en la sala mientras Víctor lo desnudaba.
—Ahora estará bien —le dijo—. Aunque va a tener la resaca del siglo cuando se despierte.
—Has sido muy amable. Supongo que estarás deseando volver al banquete —dijo ella educadamente.
—Estará a punto de acabar, ¿no? —sonrió él divertido, sabía que quería que se fuera y no lo decía a las claras porque le estaba agradecida. Se quitó el abrigo y se instaló cómodamente en un sillón—. Imagino que dentro de poco aparecerá tu prometido echando fuego por la boca, y se pondrá verde de envidia al verme.
—Por eso quizá sería buena idea que no te encontrara aquí.
—Estaría bien tomar un café. Me lo perdí, como sabes —dijo estirando las piernas.
Myriam no se movió.
—¿Estás empeñado en crearme problemas?
—No, estoy evitándote problemas —contestó. Myriam levantó una ceja con obvia incredulidad—. Problemas como el de tener que divorciarte dentro de un par de años, cuando descubras que no puedes soportar vivir con Venton —explicó él tranquilo.
—Eso no ocurrirá.
—¿A quién intentas convencer, Myriam? Desde luego, no es a mí.
—¿Por eso me has ayudado con Jonesy, para ocasionarme problemas con Paul?
Víctor no contestó, sino que señaló con el pie una caja que contenía un lujoso coche a control remoto que Paul había regalado a Alex.
—Eso parece nuevo, ¿se lo has comprado a Alex? —inquirió, sosteniéndole la mirada—. ¿O ha sido Paul?
—Se lo regaló para celebrar nuestro compromiso —admitió Myriam.
—Creí que no querías malcriar al niño con regalos caros. No querías que «intentaran comprar su afecto» fue la expresión que utilizaste en la audiencia.
—Ha sido una sola vez —se defendió, no muy convencida, pero sabiendo que no podía hacer mucho al respecto hasta después de la boda.
—¿O sea que Venton puede comprarle regalos pero yo no? —preguntó Víctor con tono sombrío.
—Paul va a ser su padrastro.
—Y da la casualidad de que yo soy su padre —dijo Víctor endureciendo la voz.
—Sí —asintió Myriam, poniéndose en pie—. Da la casualidad. Desde luego no fue algo planeado. No te elegí como padre de Alex, no como he elegido a Paul.
¡Dios!, pensó Víctor, está fantástica cuando se enfada, casi tan guapa como cuando es feliz. Intentó recordar cómo era cuando estuvieron juntos en casa de su padre, pero descubrió con sorpresa que aquella chica había desaparecido para ser reemplazada por esta bella y vital criatura. Y él la había empujado a los brazos de aquel idiota, Paul Venton.
Antes sólo luchaba para acercarse a Alex, pero Víctor comprendió que ya no iba a permitir de ninguna manera que Myriam se entregara a su rival. La miró, preguntándose cómo era posible que no hubiera telepatía cuando los pensamientos tenían tanta fuerza como los suyos. Pero Myriam lo miraba, casi recelosa, y él esbozó una sonrisa de medio lado.
—¿Café? —sugirió expectante.
Con un suspiro de exasperación, Myriam fue a la cocina a prepararlo y, entretanto, llegó Paul. Víctor fue al telefonillo y lo dejó entrar. Afortunadamente, Paul se lo tomó con calma. Cuando entraron a la cocina, ella se esperaba cualquier cosa, pero Paul se acercó a besarla.
—¿Encontraste a Jonesy?
—Sí, está durmiendo en la habitación de Alex.
—¡Bien! Bien. Me alegro mucho. Tenía que quedarme a dar el discurso, ya lo sabes.
—Sí. ¿Tuviste que alargarlo para suplir la ausencia de Víctor? —preguntó ella con dulzura.
—Estaba seguro de que podrías apañarte tú sola —sonrió Paul.
Myriam se rió, le gustó su ingeniosa respuesta.
—¿Quieres un café?
—Sí, gracias.
Él llevó la bandeja al salón y se sentaron, como si aquello fuera una amistosa reunión para tomar el té.
—A nuestro anfitrión no le hizo mucha gracia que desaparecieras sin dar una explicación —remarcó Paul a Víctor.
—Seguro que entenderán que era una urgencia —respondió Víctor tranquilo.
—Myriam y yo tenemos grandes planes para Alex, ¿verdad, cariño? Pero, desde luego, te informaremos. Queremos llevar este asunto de manera civilizada.
—¿De verdad? —dijo Víctor con su tono más sarcástico.
—Sí. Irá al mejor colegio, por supuesto, luego a la universidad y, si Dios quiere, trabajará en mi compañía.
Myriam parpadeó, no sabía nada de los planes de Paul. Miró a Víctor y adivinó, por la mueca de sus labios, exactamente lo que estaba pensando.
—No me parece necesario planificar la vida de Alex cuando aún es tan joven. Puede que tenga sus propias ideas cuando se haga mayor —dijo, quitándole toda la importancia que pudo.
Víctor soltó una áspera carcajada.
—No tendrá oportunidad de pensar por sí mismo. A Venton le complacería en extremo volver a mi hijo contra mí, ¡qué éxito sería establecer a Alex como mi rival en los negocios! Eso es lo que busca; la mejor venganza, la que más le satisfaría.
—Esa idea es ridícula y de mal gusto —se rió Paul, sabiendo que jugaba con ventaja.
Víctor apuró el café, dejo la taza sobre la mesita y se levantó.
—Bueno, como nunca te cansas de contarle a la gente, vengo de una humilde familia de trabajadores, ¿qué podías esperar? Gracias por el café, Myriam. Buenas noches.
—Te acompaño a la puerta —dijo Myriam poniéndose en pie.
—No hace falta; conozco el camino.
No lo siguió; cuando oyó que la puerta exterior se cerraba, se volvió hacia Paul.
—¿Es por eso por lo que te casas conmigo, Paul? ¿Para vengarte de Víctor a través de Alex?
—¡Claro que no! —negó él con una mueca traviesa—. Pero debo admitir que disfruto irritándolo.
Myriam miró su cara con atención durante unos momentos.
—Espero que eso sea todo, Paul, porque no pienso permitir que utilices a mi hijo como pieza dé un juego en contra de su padre —dijo contundente—. Ni tú ni Víctor tenéis nada que decir con respecto a su educación. Aprecio tus buenas intenciones, pero te recuerdo que accedí a casarme contigo para poder tener un control total sobre mi hijo.
—Por supuesto —replicó Paul inmediatamente—. Eso está claro. Pero tienes que dejar que me meta con García de vez en cuando. Debo admitir que nunca ha sido tan fácil sacarlo de quicio —sonrió, recordando, pero de repente frunció el ceño—. Seguro que mañana saldrá en todos los periódicos que te marchaste con él a mitad del banquete del alcalde.
—¡Dios mío! Espero que no —dijo Myriam apesadumbrada.

Afortunadamente, cuando se asomó a la ventana al día siguiente no había periodistas esperando, así que pudo irse directamente al trabajo, y la madre del amigo de Alex llevó a los niños al colegio. Dejó a Jonesy aún dormido y roncando en la cama. Tuvo una mañana muy ocupada; tasó una furgoneta de artículos que había comprado en un remate y después almorzó con un cliente que tenía una casa victoriana y quería que Myriam la amueblara de arriba abajo con mobiliario y accesorios contemporáneos. La comida fue bastante larga y, en vez de volver a la tienda, Myriam pasó por casa a comprobar que Jonesy estaba bien antes de ir a recoger a Alex al colegio.
Cuando llegó al piso, fue directamente al dormitorio de Alex, pero Jonesy no estaba; había hecho la cama cuidadosamente y se había ido. Preguntándose si tendría la resaca monumental que Víctor había predicho, Myriam entró en su habitación y fue al baño. Al abrir la puerta se quedó paralizada. De pie ante ella había un hombre desconocido, ¡completamente desnudo!
Por un instante Myriam pensó que se había equivocado de piso, pero al comprender que no era así abrió la boca para chillar.
—¡No! —gritó el hombre—. Soy el novio de Tanya.
Myriam intentó evitar el grito, pero se le cortó la respiración y se atragantó. Rápidamente, el hombre se acercó y la golpeó en la espalda sin ninguna ceremonia. Ella comenzó a toser y a resoplar, pero al menos consiguió respirar. Con los ojos llorosos, Myriam lo miró nuevamente y vio que en realidad no era un desconocido.
—Pero tú eres… eres… —farfulló, tosiendo de nuevo—. Eres Sean Munro.
—Bueno, espero que sea sólo mi cara lo que has reconocido —dijo él con una sonrisa.
—¡Oh! —se sonrojó Myriam—. Esperaré a que te pongas algo.
—Me parece buena idea —asintió él, lanzándole su famosa sonrisa aniñada.
Ella salió del baño aturdida. ¡Uf! No le extrañaba que Tanya quisiera un sitio discreto para encontrarse con su amante. Sean Munro era americano, una estrella internacional de cine, televisión y teatro. Su cara era famosa en cualquier sitio donde se estrenaran sus películas, en casi todo el mundo. Incluso Myriam, que solía ser inmune a los famosos, sentía un escalofrío de emoción por conocerlo en carne y hueso. Al pensarlo se echó a reír a carcajadas; ¡desde luego que lo había conocido en carne y hueso!
Entró en el salón diez minutos después, completamente vestido e igual de guapo que en la gran pantalla, con una sonrisa entre juguetona y compungida en los labios.
—Tanya se marchó antes. No esperábamos que volvieras. ¿No te llamó Tanya para decirte que íbamos a venir?
—Si me llamó, no recibí el mensaje. ¿Había alguien más aquí cuando llegasteis? ¿Un hombre mayor llamado Jonesy?
—No —volvió a sonreír compungido—. Me temo que elegimos un mal día. Es fenomenal que nos dejes utilizar tu casa.
—No tiene importancia. Espero que vuestras «conversaciones» vayan bien —dijo Myriam con tono sarcástico, pues había notado que la cama estaba recién hecha.
—Desde luego que sí —sonrió Sean, sin ningún tipo de vergüenza.
Fue tan abierto que Myriam se rió.
—Debe de ser muy complicado para vosotros. Admito que cuando Tanya me pidió que le dejara el piso pensé que exageraba, pero ahora entiendo por qué.
Sin pedir permiso, él se preparó una copa y ella lo miró pensativa, intentando recordar lo que había leído sobre él en la prensa. Creía recordar que se había divorciado una vez, y se había separado de su segunda esposa hacía algún tiempo. Desde entonces, se le había visto acompañado por varias bellezas, sobre todo actrices y modelos americanas. Era extraño que estuviera saliendo con una inglesa de clase alta, y además casada. Pero Tanya era muy guapa, quizás realmente fuera en serio con ella.
—¿Cómo os conocisteis Tanya y tú? —preguntó Myriam mientras él se acomodaba en el sillón.
—En una fiesta en Washington. Es familiar de un diplomático británico, y estaba allí de visita. Lo pasamos muy bien. Por eso cuando vine aquí a rodar una película, la llamé.
Charlaron un rato más, pero Myriam tenía que recoger a Alex en el colegio, así que Sean salió con ella. En la entrada, Myriam comprobó que no había periodistas pero, aun así, Sean se puso unas gafas de sol y se subió el cuello del abrigo, como si fuera un gesto habitual. ¿Era exceso de celo para proteger la reputación de Tanya o simplemente estaba acostumbrado a ser el centro de atención, donde quiera que fuera?
Sintió un escalofrío, debía de ser una forma terrible de vivir, que la fama no podía compensar. Su propio roce con la prensa le había dejado un mal recuerdo para toda la vida. Myriam decidió ir hacia el colegio andando, Sean paró un taxi y al despedirse puso la mano amistosamente sobre su brazo, el gesto de un sex symbol que da a las mujeres que conoce algo de qué hablar, haciéndolas sentirse bien.

Esta tarde, Jonesy se quedó con Alex mientras Myriam iba a cenar con Tanya. Eligieron un pequeño restaurante francés cerca de Kensington Church, un lugar que solían frecuentar cuando tenían vacaciones en el colegio.
—Cuéntamelo todo —ordenó Myriam. Y no pudo resistirse a preguntar—. ¿Es tan fabuloso como parece?
—Te pregunté lo mismo sobre Víctor García y dijiste que no te acordabas —señaló Tanya.
—Esto es distinto. Sean Munro es famoso. Así que, ¡habla!
—Tiene mucha experiencia —se rió Tanya, satisfecha.
—La mayoría de los hombres casados tienen mucha experiencia y, si es por eso, también la mayoría de los que no lo están. Calculo que ya habéis superado la etapa de «hablarlo» ¿no?
—Es muy persuasivo —admitió Tanya.
—Y muy guapo.
—Y muy rico.
—Y ya ha pasado por dos fracasos matrimoniales y sólo tiene que salir con una mujer para que la prensa lo acose —intervino Myriam—. No es agradable, Tanya, yo misma lo he comprobado estas últimas semanas, y Víctor y yo no somos noticia en comparación con Sean.
—Sí, lo sé. No es el tipo de situación a la que estoy acostumbrada. No sé que dirían mis padres —suspiró Tanya.
—Bueno, yo por lo menos no tengo que preocuparme de eso.
Su amiga la miró, ladeando la cabeza.
—¿De verdad vas a casarte con Paul Venton? Es un buen partido, claro.
—Estoy comprometida con él.
—Eso no significa nada —dijo Tanya, haciendo un ademán de desprecio con la mano—. ¿Cómo es Paul en la cama? ¿Mejor que Víctor García?
—No lo sé.
—¡Myriam! —exclamó Tanya mirándola asombrada—. ¿Cómo puedes pensar en casarte con un hombre sin haberlo probado antes?
—No va a ser ese tipo de matrimonio.
Tanya se quedó callada un momento, mirándola pensativa.
—Ya. Sí, ahora lo entiendo todo.
—¿Qué entiendes?
—Que hasta que no te saques a Víctor García de la cabeza nunca vas a enamorarte.
—Y, en concreto, ¿cómo crees que debería sacármelo de la cabeza? —preguntó Myriam irónica.
—Acostándote con él otra vez, claro.
Myriam dio un grito ahogado de asombro.
—¿Estás loca? No hay nadie en el mundo a quien odie más.
—¿Por qué lo odias tanto?
—Porque está intentando quitarme a Alex, por supuesto.
—¿Es esa la única razón, Myriam? ¿De verdad?
Myriam recordó lo devastada que se había sentido cuando Víctor la besó, parpadeó y desvió la mirada. Se había dicho mil veces que era sólo sexo, nada más, una necesidad que Víctor había despertado temporalmente, y que podía dominar. Pero hacerlo había sido difícil, casi imposible, y desde entonces se había preguntado muchas veces qué hubiera ocurrido si…
Abruptamente, apartó ese pensamiento y descubrió a Tanya observándola con mirada de sabiduría en los ojos.
—Estás completamente equivocada —dijo lacónicamente—. Es una idea estúpida. Odio a Víctor y voy a casarme con Paul.
Se repitió la frase a sí misma como una letanía mientras salía del restaurante. «Odio a Víctor y voy a casarme con Paul. Voy a casarme con Paul.»

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