Vicco y la Viccobebe
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Delicioso Reencuentro Nueva Novela!

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Mensaje  FannyQ Lun Sep 06, 2010 8:15 pm

Hola chicas pues aqui les traigo una novela que a mi en lo personal cuando la lei me gusto mucho!...Espero les guste a ustedes tambien.

Antes que nada agradezco a la chica (perlis12) quien fue la que publico estas novelas en el foro de novelasacademicas! Y me dio permiso de traerlas!

Bueno ya escribi mucho! jajaja aqui les dejo una probadita; que lo disfruten y comenten!

1º Delicioso Reencuentro.
Susan Mallery
Protagonistas:
Cal Buchanan y Penny Jackson

Vic Buchanan necesitaba un chef de primera que sacara de la crisis al restaurante que tenía en Seattle. Podía permitirse contratar al mejor chef de la ciudad, el problema era que esa persona era precisamente su ex mujer, Myriam Jackson.

Myriam deseaba aprovechar aquella oportunidad, pero no quería trabajar con su ex. Había decidido alejarse de los hombres e incluso había tenido un bebé ella sola… Pero antes de que pudiera darse cuenta se encendió la llama de la pasión y ninguno de los dos pudo luchar contra ella.
El resto debería haber sido muy sencillo, pero un secreto del pasado de Vic podría estropearlo todo. ¿Sería cierto que demasiados cocineros estropeaban el guiso… o dos bastarían para hacerlo irresistible?

Saludos FannyQ.
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Mensaje  myrithalis Lun Sep 06, 2010 9:06 pm

Gracias por poner otra novelita se ve muy inetresante esperamos Los Caps. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  mariateressina Mar Sep 07, 2010 9:48 am

graxias novelita nueva, esperamos pronto el inicio...

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Delicioso Reencuentro Nueva Novela! Empty Re: Delicioso Reencuentro Nueva Novela!

Mensaje  FannyQ Mar Sep 07, 2010 5:46 pm

Aqui el primer capitulo Hoy que fue mi primer dia de clases jejeje!
Saludos y dejen comentarios.

Capítulo 1
Myriam Jackson sabía que probablemente no estaba bien alegrarse, de que su ex marido tuviera que arrastrarse ante ella, pero estaba dispuesta a vivir con aquel defecto en su personalidad.
—Sabes que va a querer contratarte, ¿verdad? —le dijo su amiga Naomi.
—Sí, claro. Ah, el dulce sabor de la venganza… —Myri se reclinó contra el respaldo de la silla, mientras valoraba las posibilidades—. Quiero hacerle suplicar. No por crueldad, ni por un odio visceral, sino…
—¿Para solidarizarte con el resto de mujeres divorciadas del mundo? —sugirió Naomi.
—Exacto —dijo Myri, con una carcajada—. Supongo que eso me convierte en una mujer ruin y mezquina.
—Puede, pero hoy estás especialmente despampanante. ¿Te sirve de consuelo?
—Un poco —se alisó la parte delantera del jersey que se había puesto, y le echó un vistazo a su reloj de pulsera—. Hemos quedado en un restaurante del centro. Es un sitio neutral, sin buenos ni malos recuerdos.
—Mantente alejada de los buenos —la avisó Naomi—. Siempre tuviste debilidad por Vic.
—Eso fue hace tres años, pero lo he olvidado del todo. Ya lo he superado.
—Claro —Naomi no pareció demasiado convencida—. No pienses en lo bien que le sienta la ropa, ni en lo guapo que está sin ella. Lo que tienes que recordar es que te rompió el corazón, que mintió al decirte que quería tener hijos, y que pisoteó tus frágiles sueños.
Aquello sería fácil, pensó Myriam, sintiendo que un destello de rabia empañaba su buen humor.
Igual de malo era el hecho de que, cuatro años atrás, hubiera intentado entrar a trabajar como cocinera en el Buchanan's, uno de los restaurantes de la familia de Vic. El puesto consistía sólo en estar al cargo de las ensaladas, pero como se habían presentado otros diez candidatos, le había pedido a su marido que hablara con su abuela para recomendarla. Él se había negado, y ella no había conseguido el trabajo.
—Esta vez es el trabajo el que viene a mí, y pienso aprovecharme de ello… y de él —dijo Myri—. Desde un punto de vista estrictamente profesional, claro.
—Claro —repitió Naomi, sin demasiada convicción—. Ese hombre sólo va a traerte problemas, como siempre, así que ten cuidado.
Myri se levantó, y agarró su bolso.
—Yo siempre tengo cuidado.
—Y pídele un montón de dinero.
—Te lo prometo.
—No pienses en acostarte con él.
Myri se echó a reír.
—Venga ya, el sexo ni se me va a pasar por la cabeza, ya lo verás.
Myri llegó pronto, pero se quedó en el coche hasta que pasaron cinco minutos de la hora acordada. Era una pequeña y posiblemente insignificante estratagema para establecer su control de la situación, pero se dijo que se merecía darse el gusto.
Entró en el tranquilo bistró, y antes de que pudiera acercarse a la maître, vio a Vic en una de las mesas del fondo del local. Aunque tenían amigos en común y vivían en la misma ciudad, ella se había esforzado al máximo por evitarlo, así que nunca coincidían en el mismo sitio. Aquel encuentro iba a cambiar la situación.
—Hola —le dijo, con una sonrisa tranquila.
—Hola, Myri —Victor la recorrió con la mirada, y le indicó que se sentara con un gesto—. Gracias por acceder a venir.
—¿Cómo iba a negarme? No me dijiste gran cosa por teléfono, y me picó la curiosidad —dijo ella, mientras se sentaba.
Victor tenía buen aspecto. Era un hombre alto y musculoso, y sus ojos conservaban la misma mirada penetrante que ella recordaba. Al sentarse frente a él, su cuerpo recordó cómo habían sido las cosas en el pasado, cuando todo funcionaba de maravilla y no podían quitarse las manos de encima mutuamente. Pero ya no estaba interesada en él en ese sentido, claro. Había aprendido la lección.
Además, se negaba a perdonarle que, en los tres años que llevaban separados, él no hubiera tenido la decencia de engordar y llenarse de arrugas. No, seguía siendo igual de guapo… típico de un hombre, querer llevar la contraria.
Aun así, él necesitaba su ayuda, y eso la llenaba de satisfacción. Durante su matrimonio, el mensaje constante había sido que ella no era lo suficientemente buena, pero en ese momento él quería que le sacara las castañas del fuego… o mejor dicho, el restaurante. Aunque planeaba acceder a ayudarle, primero iba a hacer que suplicara y a disfrutar de cada dulce segundo de la experiencia.
—El Waterfront tiene problemas —empezó a decir él, pero se detuvo cuando llegó la camarera para tomarles nota.
Cuando la mujer se fue, Myriam se reclinó en el mullido respaldo de su asiento y sonrió.
—Por lo que he oído, creo que es bastante más que eso. Tengo entendido que el restaurante está en las últimas, que no deja de perder clientes y dinero.
Myri parpadeó mientras intentaba mirarlo con expresión de inocencia, aunque sabía muy bien que no iba a engañarlo ni por un momento, y que Vic querría estrangularla; sin embargo, él tenía las manos atadas, porque la necesitaba. De hecho, la necesitaba desesperadamente. Ah, le encantaba poder decir eso de un hombre, sobre todo de Vic.
—El local no está en su mejor momento —admitió él. Por su expresión, estaba claro que cada segundo de aquella conversación le resultaba un suplicio.
—El Waterfront es el restaurante con más solera de la poderosa dinastía Buchanan —comentó Myri, en tono alegre—. Es el buque insignia, o al menos lo era. Ahora tiene reputación de mala comida y peor servicio —tomó un sorbo de agua, y agregó—: al menos, eso es lo que se comenta.
—Gracias por la información.
Vic apretó la mandíbula, claramente furioso por la situación, y Myriam supuso que se estaba preguntando por qué tenía que ser precisamente ella, de todos los chefs de Seattle.
Ella tampoco lo sabía, pero había oportunidades que una mujer no podía dejar pasar.
—Tu contrato ha acabado —dijo él.
—Sí, es verdad —contestó ella, con una sonrisa.
—Estás buscando un nuevo empleo.
—Sí.
—Me gustaría contratarte.
Tres simples palabras, que por separado no significaban nada especial, pero que juntas podían suponer un mundo para alguien… en ese caso, para ella.
—Tengo otras ofertas —comentó con calma
—¿Has aceptado alguna de ellas?
—Aún no.
Victor medía uno noventa más o menos, y tenía el pelo oscuro, unos pómulos perfectamente esculpidos, y una mandíbula obstinada; su boca a menudo revelaba su estado de ánimo, y en ese momento, estaba firmemente apretada. Estaba tan enfadado, que casi parecía echar humo por las orejas. Myriam no se había sentido mejor en su vida.
—He venido a ofrecerte un contrato por cinco años. Tendrías el control completo de la cocina… las condiciones serían las normales —dijo, antes de mencionar un salario más que generoso.
Myriam tomó otro sorbo de agua. En realidad, lo que quería no era otro trabajo, sino abrir su propio restaurante, pero para eso necesitaba una cantidad de dinero que no tenía. Sus alternativas eran admitir más socios de los que quería o esperar, y se había decidido por la segunda.
—No me interesa —dijo, con una pequeña sonrisa.
—¿Qué es lo que quieres? Aparte de mi cabeza en bandeja de plata, claro.
La sonrisa de Myri se ensanchó.
—Nunca he querido eso… al menos, desde que el divorcio se hizo efectivo. Ya han pasado tres años, Vic. Hace mucho que lo superé y seguí adelante. ¿Tú no?
—Claro que sí. Entonces, ¿por qué no te interesa? Es una buena oferta.
—No estoy buscando un trabajo, sino una oportunidad.
—¿Qué quieres decir?
—Que quiero algo más que las condiciones normales. Quiero que mi nombre figure por delante, y un control creativo total por detrás —Myriam se sacó una hoja de papel doblada del bolsillo de la chaqueta, y dijo con calma—: tengo una lista.
Mientras tomaba la hoja y la desdoblaba, Vic se dijo que hacer lo correcto siempre había sido un engorro. Después de echarle un vistazo a la lista, se la devolvió con un gesto seco. Lo que quería Myri no era una oportunidad, sino sus huevos salteados con ajo y salsa de especias.
—No —dijo sin más, mientras intentaba ignorar la forma en que el sol de la tarde acentuaba las diferentes tonalidades de rojo y marrón de su pelo caoba.
—Vale —Myri tomó la hoja de papel, y empezó a levantarse—. Ha sido un placer volver a verte, Vic. Buena suerte con el restaurante.
Él alargó el brazo, y la agarró de la muñeca.
—Espera.
—Pero, si no hay nada más que decir…
La mirada de asombro de sus grandes ojos rebosaba inocencia, pero Vic no se dejó engañar. Sabía que Myri estaba dispuesta a aceptar el trabajo, porque de no ser así, no se habría molestado en acceder a reunirse con él. No era su estilo andarse con jueguecitos tontos, pero eso no significaba que no estuviera dispuesta a disfrutar obligándole a suplicar.
Teniendo en cuenta su pasado en común, Vic supuso que se lo había ganado a pulso, así que decidió negociar con ella y ceder en lo necesario; de hecho, él mismo se lo habría pasado bien en aquel tira y afloja si ella no pareciera tan satisfecha consigo misma.
Deliberadamente, acarició su muñeca con el pulgar, consciente de que eso la molestaría. A Myri nunca le habían gustado sus antebrazos, sus muñecas y sus manos, ya que según ella, estaban desproporcionados respecto al resto de su cuerpo. Él siempre había pensado que era una locura, y que se obsesionaba por un supuesto defecto inexistente. Ella tenía las manos de un chef… ágiles, fuertes y con cicatrices. Siempre le habían gustado sus manos, ya estuvieran trabajando en la comida en la cocina, o en él en el dormitorio.
—Lo que pides es imposible —dijo, señalando el papel con un gesto de la cabeza antes de soltarle la muñeca—. Y tú lo sabes perfectamente bien, así que ¿dónde está la verdadera lista?
Myri sonrió, y volvió a sentarse.
—Había oído que estabas en las últimas, así que tenía que intentarlo.
—No estoy tan desesperado. ¿Qué es lo que quieres?
—La libertad creativa con los menús, el control total de la cocina, mi nombre en el menú, la titularidad de cualquier plato especial que cree, el derecho de rechazar a cualquier gerente que intentes imponerme, cuatro semanas de vacaciones al año, y el diez por ciento de los beneficios.
En ese momento, la camarera apareció con su comida. Él había pedido una hamburguesa y Myri una ensalada, aunque no era una ensalada cualquiera. La camarera colocó ocho platos con varios ingredientes delante de una pequeña ensaladera que contenía cuatro clases distintas de lechuga.
Bajo la atenta mirada de Vic, Myri puso aceite de oliva, vinagreta balsámica y pimienta negra en una tacita de café, y a continuación añadió el zumo de medio limón. Después de removerlo todo con un tenedor, echó los taquitos de pollo ahumado y de queso feta en la ensalada, e inhaló el aroma de las pacanas antes de añadirlas. Dejó a un lado las nueces, tomó medio tomate y unas cebollas rojas y después lo aliñó todo. Cuando tuvo la ensalada a su gusto, apiló los platos vacíos y empezó a comer.
—¿Cómo está? —le preguntó Vic.
—Buena.
—¿Por qué te molestas en salir a comer fuera?
—No suelo hacerlo.
De hecho, era algo que tampoco había hecho cuando estaban juntos. En aquel entonces, a ella le gustaba preparar unos platos increíbles para los dos, y él había disfrutado de su habilidad.
Vic volvió a centrarse en sus exigencias. No podía ceder en todo por cuestión de principios, y porque sería un mal negocio para él.
—Puedes tener el control creativo de los menús y de la cocina, pero los platos especiales se quedan en la casa.
Cualquier plato que creaba un chef mientras trabajaba en un restaurante determinado pertenecía al establecimiento.
—Quiero poder llevármelos cuando me vaya —dijo ella, mientras ensartaba un trozo de lechuga con el tenedor—. No es negociable, Vic.
—Cuando te vayas, se te ocurrirán nuevos platos.
—No quiero crear algo fantástico y tener que dejarlo en las manos ineptas de tu familia. Y antes de que te pongas a la defensiva, deja que te recuerde que hace cinco años el Waterfront tenía lista de espera cada fin de semana.
—Puedes poner tu nombre en el menú, como chef ejecutivo —Vic la vio tensarse, consciente de que nunca había tenido ese puesto y de lo que significaría para ella, y añadió—: además, tendrás el tres por ciento de los beneficios.
—El ocho.
—Cuatro.
—Seis.
—Cinco —dijo Vic—. Pero no tienes ni voz ni voto en lo que respecta al gerente.
—Tengo que trabajar con él o con ella.
—Y él o ella tiene que trabajar contigo.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Myri dijo:
—Tengo reputación de ser un encanto en el trabajo, ya lo sabes.
Vic había oído que era muy perfeccionista y que siempre exigía la mejor calidad en todo; también había quien la consideraba una persona difícil, recalcitrante y simplemente brillante.
—No puedes decidir quién será el gerente, porque ya está contratado; al menos, a corto plazo.
—¿Quién es?
—Ya te enterarás. Además, se le ha contratado para que se encargue sólo de arreglar las cosas, contrataremos a otra persona dentro de unos meses. Entonces podrás dar tu opinión.
—Vaya, qué interesante —dijo Myri, enarcando una ceja—. Así que un pistolero va a venir para limpiar la ciudad. Me gusta —inhaló hondo, y añadió—: el cinco por ciento de los beneficios, un contrato de tres años, daré mi opinión sobre el futuro gerente, y podré llevarme mis creaciones cuando me vaya… pero sólo a mi propio restaurante, y tú también podrás quedártelas en el menú del Waterfront.
A Vic no le sorprendió que estuviera pensando en abrir su propio restaurante, ya que la mayoría de los chefs lo hacían tarde o temprano; sin embargo, pocos tenían el capital o la capacidad de gestión necesarios.
—Ah, y el sueldo que me has ofrecido antes está bien —añadió ella.
—Por supuesto, pero eso era sin tener en cuenta todas estas exigencias. ¿Quién vendrá contigo?
—Mi segundo chef y mi asistente.
—Al final no te tomarás las vacaciones, ¿verdad? —comentó él, ya que en el pasado nunca lo había hecho.
—Las quiero. Y que quede claro que las aprovecharé.
—Pero no podrás hacerlo hasta que hayamos arrancado y las cosas funcionen bien.
—Había pensado en el verano que viene, para entonces ya lo tendré todo bien organizado —Myri no sabía si aquello era cierto. Al fin y al cabo, aún no había visto el alcance del desastre.
—¿Eso es todo? —le preguntó Vic.
Myri lo pensó durante unos segundos, y finalmente dijo:
—Redacta la oferta. Le echaré un vistazo, y entonces te diré si hay trato.
—En ningún otro sitio te ofrecerán tanto, no finjas que aún puedes echarte atrás.
—Nunca se sabe, Vic. Quiero oír lo que tu competencia pone sobre la mesa.
—Sé quiénes están interesados en contratarte, y nunca te ofrecerán un porcentaje tan alto de los beneficios.
—Tienes razón, pero sus restaurantes tienen éxito. Un porcentaje más pequeño de algo es mejor que una buena tajada de nada.
—Esto podría convertirte en una estrella, hacer que la gente se fijara en ti.
—La gente ya se fija en mí.
Vic quiso decirle que no era tan especial, que podía mencionar a cinco chefs capaces de hacerlo tan bien como ella, pero el problema era que sería mentira. En los últimos tres años, Myri se había labrado un nombre, y la necesitaba para sacar el restaurante del pozo en el que estaba metido.
—Haré que mañana mismo envíen el contrato a tu casa —le dijo.
—Perfecto —dijo ella, prácticamente ronroneando de satisfacción.
—Estás disfrutando de esto, ¿verdad?
—Claro que sí. Ni siquiera va a importarme trabajar para ti, porque cada vez que me saques de mis casillas, te recordaré que fuiste tú quien vino a buscarme… quien me necesitaba.
Así que se trataba de un sentimiento de venganza. Vic podía respetarlo. Le indignaba, pero lo respetaba.
—¿Por qué estás haciendo esto? —le preguntó ella, mientras tomaba una pacana—. Hace años que te desligaste del negocio familiar.
Vic había conseguido escapar de los negocios de su familia cuando estaba casado con ella, pero al parecer se había visto arrastrado hacia ellos de nuevo.
—Alguien tenía que sacar el barco a flote —dijo.
—Sí, pero ¿por qué tú? No te interesa el imperio familiar.
Vic dejó veinte dólares sobre la mesa, y se levantó.
—Necesito saber tu respuesta en veinticuatro horas, a partir del momento en que recibas el contrato.
—La tendrás a la mañana siguiente.
—De acuerdo —Vic dejó una tarjeta de negocios junto al dinero, y añadió—: ten, por si necesitas ponerte en contacto conmigo.
Salió del restaurante y se dirigió hacia su coche, convencido de que Myri iba a aceptar su oferta. Intentaría apretarle un poco las tuercas, pero el trato era demasiado bueno para que lo dejara escapar. Si ella lograba salvar el restaurante y conseguir devolverle su antigua gloria, en tres años tendría capital más que suficiente para abrir su propio restaurante.
Pero él se habría ido mucho antes. Había accedido a volver temporalmente para encarrilar la situación, pero no tenía ninguna intención de quedarse más de lo necesario. Su única preocupación era sacar a flote el local, y estaba más que dispuesto a dejar que otros se llevaran el reconocimiento. A él sólo le interesaba alejarse del negocio.

Myri entró en el bar deportivo y parrilla Downtown poco después de las dos de la tarde. El barullo habitual de la hora punta ya se había calmado un poco, aunque había varios clientes viendo los deportes en las pantallas distribuidas por todo el local. Myri fue directamente hacia el bar, y se apoyó en la barra de madera pulida.
—Hola, Mandy. ¿Ha venido ya? —le preguntó a la rubia de pechos enormes que estaba secando unos vasos.
—Hola, Myri. Sí, está en su despacho. ¿Te sirvo algo?
—No, gracias —le contestó, aunque deseó con todas sus fuerzas poder pedirle un poco de cafeína.
Fue hacia la parte derecha del bar, donde había una pequeña sala con servicios, un teléfono y una puerta donde ponía Personal. Poco después, entró en el desordenado despacho de Reid Buchanan.
Él estaba sentado tras una mesa tan grande como un colchón, tenía los pies levantados, apoyados en una esquina, y el teléfono aguantado entre una oreja y un hombro. Al verla, puso los ojos en blanco mientras señalaba el teléfono, y le hizo un gesto para que entrara.
—Ya lo sé —dijo, mientras ella avanzaba sorteando las cajas que aún estaban por abrir—. Es un acto importante y me gustaría asistir, pero ya tengo un compromiso previo. A lo mejor en otra ocasión. Sí, claro. Adiós.
Reid colgó el teléfono, y soltó un sonoro gemido.
—Era para no sé qué acto relacionado con el comercio con un país extranjero.
—¿Qué querían que hicieras? —le preguntó ella. Tras apartar unas carpetas de la única silla disponible, se sentó en el duro asiento de madera y dejó las carpetas en la abarrotada mesa.
—Ni idea. Que me pasara por allí y que sonriera para las fotos, a lo mejor hasta tenía que dar un discurso —dijo Reid, encogiéndose de hombros,
—¿Cuánto estaban dispuestos a pagarte?
Él bajó los pies al suelo, y se volvió para mirarla de frente.
—Diez de los grandes, pero no necesito el dinero. Además, no aguanto todo ese rollo, es pura basura. Antes jugaba al béisbol, pero ahora estoy aquí. Me he retirado.
De eso hacía sólo un año. La temporada iba a empezar en cuestión de semanas, y seguramente Reid echaba de menos su vida anterior.
Myri recorrió con el dedo uno de los montones de carpetas que había sobre la mesa, y levantó la mirada hacia él.
—Creo recordar que dijiste que querías una mesa lo bastante grande como para hacer el amor encima, fue uno de tus requisitos cuando fuimos a comprarla. Pero si sigues teniéndola así de desordenada, nadie va a querer desnudarse en ella.
Reid se reclinó sobre el respaldo de la silla, y le dijo con una gran sonrisa:
—No necesito la mesa para conseguir que se desnuden.
Reid Buchanan no sólo era una leyenda por su increíble carrera como lanzador en la liga profesional de béisbol, sino también por la forma en que atraía a las mujeres. En parte se debía al atractivo y al encanto que tenían todos los hermanos Buchanan, y en parte al hecho de que Reid adoraba a las mujeres. Sus ex novias abarcaban desde las típicas modelos y actrices hasta terrenales amantes de los árboles casi diez años mayores que él. Listas, tontas, bajas, altas, delgadas, curvilíneas… le gustaban todas, y a ellas les gustaba él.
Myri lo conocía desde hacía años, ya que se lo habían presentado dos días después de que conociera a Vic. En el pasado, ella solía bromear diciendo que había sido amor a primera vista con uno, y amistad a primera vista con el otro.
—Ni te imaginas lo que he hecho hoy —le dijo.
Reid enarcó sus cejas oscuras, y comentó:
—Cielo, últimamente no dejas de sorprenderme, así que ni siquiera voy a intentar adivinarlo.
—He ido a comer con tu hermano.
—Sé que te refieres a Vic, porque Walker aún está en el extranjero. Vale, voy a picar. ¿Por qué has ido a comer con él?
—Me ha ofrecido un trabajo. Quiere que sea la chef ejecutiva del Waterfront.
—¿Lo dices en serio? Es donde se cocina pescado, ¿no? —Reid no había tenido nada que ver con el negocio familiar hasta el pasado junio, cuando se había lesionado el hombro.
Myri se echó a reír.
—Exacto. Y Buchanan's es el asador, y tú diriges el bar de deportes, y Dani se ocupa de la hamburguesería, el Burguer Heaven. Caramba, Reid, es tu patrimonio, tienes un imperio familiar.
—No, lo que tengo es un especial de dos por uno en aperitivos. ¿Vas a aceptar la oferta?
—Creo que sí —dijo mientras se inclinaba un poco hacia delante—. Me va a pagar un salario astronómico y además tendré un porcentaje de los beneficios, así que es la oportunidad que estaba esperando. En tres años, tendré suficiente dinero para abrir mi propio local.
—Ya te dije que yo te daría el dinero que necesitaras. Sólo tienes que decirme cuánto, y te haré un cheque.
Myri sabía que hablaba en serio, porque Reid tenía millones invertidos en todo tipo de negocios; sin embargo, no podía aceptar un préstamo de un amigo. Sería como si aceptara que sus propios padres la avalaran.
—Ya sabes que necesito hacerlo por mí misma.
—Sí, claro. Tendrías que empezar a pensar en superar toda esa tontería, Myri.
Ella ignoró el comentario, y dijo:
—Me gusta la idea de resucitar el Waterfront. Eso hará que aumente mi prestigio, lo que a su vez redundará en un mayor éxito para mi restaurante.
—Tranquila, está claro que todo esto no se te está subiendo a la cabeza.
Ella se echó a reír.
—Mira quién fue a hablar. Tu ego apenas cabe en el hangar de un aeroplano.
Reid rodeó la mesa, se agachó a su lado, tomó su rostro entre las manos y la besó en la mejilla.
—Si esto es lo que quieres de verdad, ya sabes que te apoyo al cien por cien.
—Gracias —Myri le apartó el pelo oscuro de la frente, consciente de lo sencilla que habría sido su vida si se hubiera enamorado de él, y no de Vic.
Reid se levantó, y se apoyó en la mesa.
—¿Cuándo empiezas?
—En cuanto esté firmado todo el papeleo. He oído que hay que renovar el local de arriba abajo, pero como no hay tiempo para eso, tendremos que arreglárnoslas con lo que hay. Tengo que hacer los menús, y que contratar al personal de cocina.
Reid se cruzó de brazos.
—No se lo has dicho, ¿verdad?
—No es una información relevante.
—Claro que lo es. A ver, deja que lo adivine: pensaste que Vic no te contrataría si lo supiera, pero una vez que lo haya hecho, no podrá usarlo como motivo de despido.
—Exacto.
—Eres muy lista, Myri, pero no es propio de ti andarte con jueguecitos.
—Quería el trabajo, y era la única manera de conseguirlo.
—No va a hacerle ninguna gracia.
Ella se levantó, y dijo:
—No creo que le incumba. Vic y yo llevamos casi tres años divorciados, y ahora vamos a tener que trabajar juntos. Es una relación muy moderna, del nuevo milenio.
—Myri, cuando mi hermano se entere de que estás embarazada, se va a organizar una buena, y por más razones de las que te imaginas.

CONTINUARA...
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Mensaje  myrithalis Mar Sep 07, 2010 8:19 pm

Ooooooooooooo que buen inicio Gracias por le Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  Eva_vbb Miér Sep 08, 2010 1:15 am

MMM YA LA LEEI ESTA EN EL FORO VECINO DE NOVELAS Smile Smile Smile Smile PERO PARA LAS Q NO ENTRAN AL FORO DE LAS VECINAS SE LAS RECOMINDO ESTA MUY BUENA
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Mensaje  Dianitha Miér Sep 08, 2010 10:07 am

graciias x la noveliita niiña esta muy interesante xfa no tardes con el siiguiiente cap Like a Star @ heaven Like a Star @ heaven Like a Star @ heaven Like a Star @ heaven
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Mensaje  mariateressina Miér Sep 08, 2010 10:26 am

graxias x el capitulo se ve que va a estar muy emocionante .

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Mensaje  FannyQ Miér Sep 08, 2010 8:35 pm

Aqui el Capítulo 2
Espero les guste....

Cuatro días después, Myriam fue al Waterfront y dejó su coche en el aparcamiento vacío. Era un típico día de marzo, frío y nublado, con la promesa de lluvia en el ambiente. Al salir del automóvil y pisar el pavimento agrietado, inhaló el olor a madera mojada, agua salada y pescado. Las gaviotas sobrevolaban la zona con sus gritos estridentes, y el viejo edificio del restaurante destilaba un aire de desolación. Las remodelaciones y los pequeños parches no conseguían ocultar que la estructura había pasado por una mala época.
Myriam pensó para sus adentros que no había nada más triste que un restaurante desierto. Era media mañana, así que en circunstancias normales tendría que haber bastante actividad; los cocineros tendrían que haber llegado para ir preparándolo todo, el chef tendría que haber planeado el menú del día y comprobado las entregas, y el aroma de la leña quemada en la parrilla y de las especias tendría que impregnar el aire. En cambio, el único movimiento lo aportó una página errante de periódico al pasar por delante de su coche.
Aquél era su nuevo lugar de trabajo. Ya había firmado los documentos y los había enviado al despacho de Vic, así que aquél sería su mundo durante los tres años siguientes, y estaba en sus manos conseguir que volviera a ser un éxito.
Sintió que se le formaba un nudo de excitación y de anticipación en el estómago. En circunstancias normales lo celebraría con sus amigos con una deliciosa comida y un buen vino, pero de momento, el vino tendría que esperar.
—Por una buena razón —susurró, mientras posaba una mano sobre su estómago.
En ese momento oyó que llegaba otro coche, y al volverse vio un BMW Z4 azul oscuro aparcando junto a ella. Contempló el caro descapotable, y se le ocurrieron al menos media docena de comentarios antes de que Vic se bajara. ¿Acaso no se había fijado en el tiempo durante los últimos treinta y pico años?, ¿era una buena idea llevar un descapotable en invierno?
Sin embargo, cuando él abrió la puerta y bajó del coche, fue incapaz de hacer otra cosa que sonreír y saludarlo con la mano. Mientras él se erguía en su impresionante metro noventa y se ajustaba la chaqueta de cuero, se sintió como la protagonista de un anuncio de colonia masculina, cuyo papel consistía en contemplar al modelo en cuestión con la boca abierta y expresión de adoración. El guión tendría que leerlo alguien a quien aún le funcionara el cerebro.
Cuando se le tensó la garganta, empezaron a temblarle los muslos y sus pechos parecieron extenderse hacia él, se dio cuenta de que la situación iba por muy mal camino. En aquellas circunstancias, una reacción visceral hacia su ex marido parecía una idea poco recomendable.
No le preocupaba que su reacción tuviera algún significado especial; estaba embarazada, y por lo tanto se pasaba el día entero en un baño de hormonas. Se echaba a llorar al ver algún anuncio sensiblero, sollozaba cuando un niño abrazaba un cachorrillo, y sentía la necesidad de mandarle al mundo entero una postal edulcorada.
Así que, fuera lo que fuese lo que estaba sintiendo en ese momento por Vic, no tenía nada que ver con él. El culpable era el pequeño feto que llevaba en su vientre… aunque eso no impedía que se comportara como una tonta, claro.
Tenía que recordar que era una chef de armas tomar con fama de ser dura y difícil, además de perfeccionista. Trabajaba con unos cuchillos muy afilados, y podía partir huesos de pollo con sus propias manos.
—¿Lista para enfrentarte al mundo? —le preguntó Vic al acercarse a ella.
—Claro, al menos a la parte que me toca — lo siguió hasta la puerta principal, y comentó—: voy a necesitar una llave.
Él se metió la mano en el bolsillo, y sacó un llavero.
—Están marcadas. Puerta principal y trasera, despensas, bodega y almacén de licores.
Vic abrió la parte derecha de las puertas dobles de madera y cristal, y se apartó a un lado para dejar que ella le precediera. Myri entró en el local en penumbra, y deseó no haberlo hecho en cuanto el olor la golpeó de lleno.
—¿A qué huele? —preguntó, mientras se abanicaba con una mano.
Parecía una desagradable mezcla de piel chamuscada, pescado y carne en descomposición y madera podrida.
—Es un olor bastante fuerte —admitió Vic—. Las despensas no se limpiaron antes de cerrar, era aún peor cuando vine la semana pasada.
Myri no pudo imaginarse algo peor, y apenas pudo contener las ganas de vomitar. Estaba embarazada de casi cuatro meses, pero era la primera vez que sentía náuseas.
Vic abrió las puertas de entrada de par en par, y encendió los ventiladores.
—Enseguida se despeja.
Ella frotó el zapato contra la moqueta, y comentó:
—El olor no va a desaparecer limpiando sólo una vez.
—Ya lo sé. Ésta es la única zona donde no hay parqué, así que cambiaremos la moqueta en cuanto acabemos con el suelo.
Myri rezó para que con aquello bastara. Al menos el local estaba bastante bien, ya que tenía un techo alto y unos grandes ventanales; por regla general, a la gente le gustaba disfrutar de las vistas.
Vic se acercó a unos grandes caballetes que mostraban el diseño que tendría el comedor, y comentó:
—Como puedes ver, estamos haciendo algunos cambios, pero no hay tiempo para una remodelación completa.
—Claro.
Myri pasó junto a él, sin prestar demasiada atención a los diseños. La parte delantera del restaurante no era de su incumbencia, ni le interesaba demasiado. Lo que quería era ver la cocina, así que fue hasta la parte posterior del comedor y pasó por la puerta batiente. La peste era aún peor allí, pero la ignoró mientras contemplaba sus nuevos dominios.
Mientras observaba la enorme parrilla, los ocho fogones y los hornos, se dijo que al menos todo estaba bastante limpio. Había una zona de preparación, con un largo mostrador de acero inoxidable que tenía un fregadero para las ensaladas y un gran surtido de ollas, sartenes y cuencos. Ni siquiera tuvo que cerrar los ojos para imaginarse cómo sería… el calor de la parrilla y de los fogones, el silbido del vapor, los gritos de «plato acabado», o «listo para cocinar».
Debido a la época en que se había construido el local, la cocina era grande y estaba bien ventilada. Las esteras parecían nuevas, y al tomar una de las ollas, comprobó que era resistente y de buena calidad. El siguiente paso era comprobar la despensa.
—Al menos podrías fingir que te interesa —dijo Vic, desde la puerta de la cocina.
—¿El qué? —le preguntó ella, al volverse hacia él.
—La parte delantera del local, la decoración y la organización de las mesas.
—Claro —Myri pensó durante unos segundos, sin saber qué decir—. Está muy bien, es realmente impresionante.
—¿Crees que puedes engañarme?
—No, pero tampoco debería sorprenderte mi reacción. Sólo me importa lo grande que es el comedor y la configuración de las mesas.
Era importante saber cuántas mesas de seis y de ocho había, y el planteamiento a seguir en caso de que hubiera un grupo bastante grande. Una de las cosas que más molestaban al personal de cocina era un pedido sorpresa para doce.
—Preguntaré para informarme. Bueno, ¿qué te parece?
Myri sonrió, y admitió:
—No está mal. Voy a tener que hacer un inventario detallado, ¿cuál es el presupuesto para nuevo equipamiento?
—Prepara una lista con lo que necesitas, y ya te diré algo.
—Soy la chef ejecutiva, así que tendría que decidir lo que se compra.
—Se te olvida que te conozco, Myri. Te conectarás a Internet y empezarás a comprar Dios sabe qué en Alemania y en Francia, y te habrás gastado veinte de los grandes antes de que me dé cuenta.
Ella se volvió para que no pudiera ver su sonrisa, y dijo:
—Yo sería incapaz de hacer algo así.
—Sí, claro. Y lo dice la mujer que pidió un juego de cuchillos como regalo de boda.
Myri se volvió de golpe, más que dispuesta a ponerlo en su lugar.
—Vic…
Él la cortó con una rápida sacudida de la cabeza, y se apresuró a decir:
—Lo siento, no volveré a sacar el tema de nuestro matrimonio.
—Bien.
El personal se enteraría de su antigua relación con Vic Buchanan a los quince minutos de abrir el restaurante, porque en una cocina no había secretos, pero eso no significaba que quisiera ir pregonándolo.
Era extraño volver a ver a Vic y hablar con él, y no estaba segura de lo que sentía al respecto. No estaba enfadada, aunque sí un poco incómoda. Y triste. Las cosas habían sido fantásticas entre ellos en el pasado, pero a él no le había importado lo más mínimo, y… bueno, de acuerdo, quizás estuviera un poquito enfadada, pero ya habían pasado tres años. ¿Quién se habría imaginado que aún quedaban rescoldos de las antiguas emociones?
Al menos no iba a tener que tratar con él de forma regular.
—Te prepararé una lista lo antes posible, haré el inventario en cuanto hayamos acabado.
—Vale. Eh… intenta no gritar.
—¿Porqué?
—Ya hay algunos contratos firmados.
Myri sabía que no se refería a los empleados, así que dedujo que estaba hablando de los proveedores y de los distintos servicios.
—Eso no es problema mío —le dijo.
—Sí que lo es, porque tendrás que tratar con ellos.
Típico de Vic, preocuparse sólo de lo relacionado con la gestión. Aunque él entendiera a un nivel abstracto lo que implicaba preparar comida para doscientas o trescientas personas, no lo sentía con el corazón.
—No pienso trabajar con incompetentes —le dijo con firmeza.
—¿Pueden meter la pata antes de que los consideres incompetentes?
—Si la comida hubiera sido de buena calidad, el restaurante no habría tenido que cerrar. Había algo que fallaba, y supongo que era lo que servíais. Me gusta trabajar con ciertos proveedores en concreto.
—Tenemos contratos firmados.
—Vosotros, no yo.
—Myri, ahora tú también te llevas un pellizco de los beneficios, así que formas parte del negocio.
Teniendo en cuenta que no había ningún beneficio, la idea no la reconfortaba demasiado.
—Quiero traer a mis propios proveedores.
—Primero tenemos que cumplir con los que ya tenemos.
Reconoció el gesto inflexible de su boca. Podía discutir, gritar e incluso amenazarle con la violencia física, pero Vic no iba a ceder. Su única alternativa era utilizar la lógica.
—De acuerdo. Los emplearé por ahora, pero si meten la pata una sola vez, se acabó. Recurriré a otros.
—Me parece justo.
—Será mejor que hables con ellos, porque apuesto a que no han estado sirviéndoos sus mejores productos. Será mejor que cambien de actitud.
—Me ocuparé de ello —Vic se sacó un PDA del bolsillo de la chaqueta, y empezó a escribir en la pequeña pantalla.
Típico de un hombre… siempre con alguno de sus juguetitos.
—¿No tendría que ocuparse de eso el gerente?, ¿es que no tienes que irte a vender café?
—Vaya, qué gracia que menciones el tema.
Myri se apoyó contra el mostrador y lo miró con atención. Todas las señales de alarma estaban presentes… el brillo de sus ojos, la sonrisita, aquella actitud que dejaba entrever que estaba al cargo de la situación… aunque no era así, claro. Estaban hablando de su sueño, y no estaba dispuesta a permitir que nadie jugara con él.
—Deja que lo adivine —dijo en tono seco—, no va a gustarme nada saber a quién has contratado.
—No lo sé —sonriente, Vic admitió—: soy yo.
Myri esperaba que mencionara un nombre desconocido, o a alguien con quien hubiera trabajado mal en el pasado. Pero… ¿trabajar con Vic? Se le hizo un nudo en el estómago, y la inundó una oleada de emoción.
No, Vic no. Aquélla era una muy mala idea.
—No tendrás tiempo —se apresuró a decir, aunque recordaba perfectamente bien que él era muy bueno en su trabajo.
Vic había dejado el asador familiar para abrir su propio negocio, pero no había sido por falta de éxito; al contrario, los beneficios habían ido incrementándose de forma sustancial. ¿Por qué tenía que volver allí?, ¿por qué en ese preciso momento?
—Voy a hacer un paréntesis de cuatro meses. Seguiré yendo al despacho, pero sólo durante unas horas a la semana. Voy a centrarme en el Waterfront.
—¿Por qué no me lo dijiste cuando te pregunté sobre el tema la primera vez?
—Porque pensé que rechazarías el trabajo.
Myri no sabía lo que habría hecho, pero como no pensaba admitirlo ante él, se echó a reír y comentó:
—Caramba, Vic, y yo que pensaba que tu hermano era el del ego enorme. Ya veo que es cosa de familia.
Él se limitó a mirarla, sin mostrar la más mínima incomodidad.
—Teniendo en cuenta nuestro pasado, era una suposición razonable. Trabajar juntos en cualquier circunstancia sería todo un desafío, pero en un restaurante…
Myri apartó la mirada, y se dio la vuelta.
—No me importa con quién tenga que trabajar, siempre y cuando sea bueno en su trabajo. Así que ven a tu hora y da el ciento cincuenta por ciento, y no tendremos problemas.
—Myri…
Ella respiró hondo, luchando por contener la furia que se iba extendiendo por su interior. Era un sentimiento que tenía enterrado muy dentro de sí, y que la impulsaba a reaccionar de forma beligerante. Se dijo que todo pertenecía ya al pasado, que no podía olvidar que hacía mucho tiempo que se había acabado, pero la lista de agravios era demasiado extensa.
Los errores que había cometido Vic se negaban a desaparecer de su memoria, y deseó con todas sus fuerzas gritárselos uno a uno a la cara y exigirle explicaciones, aunque sabía que estaba siendo poco razonable.
Aun así, no pudo evitar sacar a la luz uno de ellos, uno muy simple que ya no tenía ninguna importancia. Se volvió de nuevo hacia él, y se puso las manos en las caderas.
—¿Cuál fue tu problema? Yo era tu mujer, y se trataba de un puesto sencillo. Ensaladas, Vic. Sólo eran ensaladas. ¿Por qué no pudiste descolgar el teléfono y recomendarme?, ¿pensaste que no haría un buen trabajo?
Aquello era lo que siempre se había preguntado, pero nunca había sido capaz de plantearle: si nunca había creído en ella. No se le ocurría ninguna otra razón que pudiera explicar su actitud, pero nunca había conseguido que él confirmara sus sospechas, y quería saber la verdad.
Vic dio un paso hacia ella, pero se detuvo y sacudió la cabeza.
—Me vuelves loco. Ya han pasado… cuatro años desde aquella entrevista de trabajo, ¿no? ¿De verdad importa?
—Sí, claro que importa.
—No me creerás.
—Inténtalo.

—No es que no creyera en ti, Myri. Eso nunca. Eras increíble, la mejor. El problema era mi familia.
—¿Qué problema había?, ¿que tu abuela viera a tu mujer trabajando? Vic, ella ya sabía que yo era una profesional, no habría sido ninguna sorpresa.
—No quería que tuvieras que tratar con ella, que estuvieras expuesta a ella.
Myri sabía que Gloria y él nunca habían estado demasiado unidos, pero le costaba mucho creer que aquélla había sido la verdadera razón de su negativa a ayudarla.
—Me crié con dos hermanas, y teníamos que compartir un cuarto de baño. Se me da bien compartir mi espacio con otras personas.
—No quise arriesgarme, arriesgarte a ti. Nunca puse en duda que pudieras hacer un buen trabajo.
Ella no acabó de creerle, pero tal y como él había comentado, era inútil discutir del tema a aquellas alturas. Vic había vuelto arrastrándose para pedirle que trabajara para él, y ella había accedido a hacerlo.
—Bueno, es igual —dijo, mientras se encogía de hombros—. Aceptaré que seas el gerente de forma temporal, si no te entrometes en mi trabajo.
—Ése no es mi estilo.
—Es interesante, ¿verdad? Recuerdo que una vez me dijiste que el infierno se congelaría antes de que tú y yo trabajáramos juntos.
—Lo estás sacando de contexto. En aquel entonces estábamos casados, y un restaurante es un espacio demasiado pequeño para que un matrimonio pueda coexistir en él.
—En aquellos tiempos dijiste un montón de cosas, pero me pregunto cuántas fueron acertadas.
Myri esperaba que él se enfadara ante aquel comentario que lo cuestionaba, pero Vic sonrió y dijo:
—Supongo que el sesenta por ciento, más o menos.
—Me parece que estás siendo demasiado generoso.
—Claro, porque estamos tratando de un tema muy interesante.
—¿Te refieres a ti mismo?
—¿A quién si no? —la sonrisa de el se ensanchó aún más.
—Hombres… —refunfuñó ella, antes de quitarse el abrigo y dejarlo sobre el mostrador.
Tuvo mucho cuidado de mantenerse de espaldas a él, para que no pudiera ver su sonrisa. Vic aún podía hacer que quisiera cortarlo en pedacitos, pero nunca había sido un hombre aburrido.
—Ya no estamos casados, así que estoy segura de que trabajaremos bien juntos, siempre y cuando recuerdes los límites de tu autoridad —se volvió hacia él, y señaló la puerta de la cocina—. Éste es mi mundo, así que ni se te ocurra invadirlo y tomar el control.
—De acuerdo. Gloria prometió que sólo se acercaría al restaurante como comensal, fue una de las condiciones que le puse para acceder a ayudarla, así que ella tampoco te molestará.
—Perfecto.
Aunque Myri no creía que la abuela de Vic fuera tan mala como él la pintaba, nunca habían tenido una relación demasiado estrecha. Siempre que estaba cerca de ella, Gloria parecía olisquear el aire como si su olor le resultara desagradable.
Se sacó una pequeña libreta del bolsillo, y dijo:
—Vale, manos a la obra. Necesito una semana para poner a punto la cocina, y como ya tengo un montón de ideas sobre el personal, sólo hay que pensar en la limpieza y en el abastecimiento del equipo y de la comida. Antes de decidir lo que hace falta, tenemos que hablar de los menús.
—¿Para cuándo puedes tenerlos listos?, yo te daré el visto bueno final.
Myri enarcó una ceja.
—¿Vas a decirme lo que tengo que cocinar?
—Esta vez, sí.
Myri no pensaba ceder, pero decidió dejar aquella batalla para cuando estuvieran listos los menús.
—Dentro de un par de días te diré cómo va la cosa. ¿Cuánto tardarás en tener lista la parte delantera del local?
—Dos semanas.
Vic utilizó un lápiz óptico para comprobar algo en su PDA, y Myri se acercó un poco para poder mirar por encima de su hombro.
Aquello fue un gran error, porque de inmediato fue más que consciente de su cercanía. El calor de su cuerpo pareció calentarla desde dentro, y sus pulmones se llenaron de su aroma; por desgracia, él seguía teniendo su olor de siempre, una mezcla de piel limpia masculina y de algo que era único en él.
Los recuerdos olfativos eran muy poderosos. Eso era algo que había aprendido en la escuela de cocina y que a menudo utilizaba cuando trabajaba, pero en ese momento se quedó atrapada en un remolino de recuerdos que incluían estar tumbada desnuda junto a él, escuchando su respiración después de que la dejara temblorosa y exhausta de satisfacción sexual.
Myri retrocedió un paso.
—Supongo que habrás planeado algo para la nueva apertura, ¿no? —comentó, satisfecha al comprobar que su voz sonaba normal.
Tener pensamientos sexuales relacionados con Vic era algo inapropiado, porque además de estar divorciados, ella estaba embarazada, y dudaba que a él la idea le resultara demasiado excitante.
—Quiero una gran fiesta para la primera noche. Sin servicio en las mesas, sólo se prepararán platos de degustación para que la gente pueda probar lo que puedes ofrecerles. Invitaremos a la prensa local, y a los finolis.
—¿Los «finolis»? —dijo ella, con una sonrisa.
—Gente de negocios, celebridades, como quieras llamarlos.
—Supongo que les encantaría saber lo entusiasmado que pareces.
—Quiero que el restaurante se ponga en marcha, y la fiesta es un mal necesario.
—No pongas eso en las invitaciones. Empezaré a trabajar en el menú para la fiesta en cuanto acabe con el del restaurante. Ah, y utilizaré a tus proveedores hasta que metan la pata, pero para la inauguración, yo me ocupo del material. Tengo mis propios suministradores de pescado, y prácticamente viven en el mar.
—¿En serio?, ¿tienen agallas y aletas?
—Ya sabes lo que quiero decir. Acudiré a ellos para los pedidos especiales.
—De acuerdo.
Myri echó un vistazo a su libreta, para ver qué más quedaba por comentar. Levantó la mirada hacia él, y empezó a decir:
—¿Tienes…? —frunció el ceño al ver que la observaba con una expresión extraña, y le preguntó—: ¿qué pasa?
—Nada —contestó él, antes de retroceder un paso.
—Tienes una expresión muy rara, ¿en qué estabas pensando?
—No he dicho nada.
—Venga, te pasa algo.
—No.
Vic maldijo para sus adentros, incapaz de recordar la última vez que lo habían pillado mirándole los pechos a una mujer. ¿Qué le importaba a él la anatomía de Myri?
No le importaba lo más mínimo desde hacía años, pero… ella parecía diferente, tenía un aire de seguridad en sí misma que no recordaba. Quizás se debía al éxito que tenía últimamente, pero aparte de eso, estaba lo de sus pechos.
Eran más grandes, no tenía ninguna duda. Bajó la mirada hacia ellos, y se apresuró a apartarla. Pues sí, eran más grandes. El jersey que llevaba se ceñía a sus curvas antes de caer de forma holgada por debajo de la cintura, y además, había estado casado con ella, así que la había visto desnuda infinidad de veces. Myri siempre se había quejado de que era demasiado masculina, de que su cuerpo era todo ángulos y líneas planas, y de que sus pechos eran pequeños.
Pero los tenía más grandes… ¿cómo era posible? Podía haberse hecho un implante, claro, pero Myri no era de ésas… ¿no? Además, si estaba dispuesta a operarse para aumentar el tamaño de sus pechos, ¿por qué no se había puesto alguna talla más?
Vic sacudió la cabeza, y se dijo con firmeza que tenía que pensar en otra cosa. Era el cofundador de una corporación multimillonaria y estaba al mando de un restaurante, así que no debería tener ningún problema para acabar aquel encuentro sin obsesionarse con los pechos de su ex mujer.
—¿Quién viene contigo? —le preguntó, para cambiar de tema—. Mencionaste a dos personas.
—Edouard, mi segundo chef, y Naomi.
Vic soltó un juramento, y se apresuró a decir:
—Ni hablar.
Myri enarcó las cejas.

—Perdona, pero no tienes ni voz ni voto en esto. Naomi es mi asistente, se ocupa de un montón de cosas y es la mejor supervisora de comedor que hay. La necesitaremos cuando estemos a tope.
Vic sabía que sería primordial tener un supervisor cuando el restaurante estuviera lleno, alguien que se asegurara de que se sirviera el plato correcto y en el momento justo en cada mesa, y que ayudara tanto a la cocina como al servicio del comedor. Tenía que ser alguien capaz de controlar lo que pasaba en todo el local, y que pudiera mantener al tanto al chef.
—¿Cómo sabes que vamos a estar tan ocupados?, se tarda algún tiempo en conseguir una buena clientela.
—Oye, que estamos hablando de mí. La gente vendrá —dijo ella, con una sonrisa.
—Hablando de mi ego… —rezongó Vic entre dientes.
—No, gracias.
Myri volvió a repasar su lista, y tras comentar varios puntos más, dijo:
—Voy a ofrecerles un salario muy bueno a mis cocineros, así que será mejor que te vayas preparando.
—Tengo un presupuesto.
—Sí, y un restaurante con reputación de servir una comida horrible. Vic, sólo vas a estar aquí durante cuatro meses, y soy consciente de lo que significa eso. Quieres deslumbrar a todo el mundo y después largarte a toda prisa, y aunque me parece genial, deslumbrar tiene un precio.
—Que sea razonable.
—Haré lo que sea necesario.
—Podríamos volver a vernos el lunes, para ver cómo va todo. ¿Te viene bien al mediodía?
—Estaré aquí, haciendo entrevistas de trabajo. Ven cuando te vaya bien —Myri volvió a guardarse la libreta, y añadió—: me quedo para echarle un vistazo a la cocina.
—Tienes las llaves, acuérdate de cerrar cuando te vayas.
—Claro —dijo ella con una sonrisa, antes de volverse.
Al verla de perfil, la mirada de Vic volvió a bajar hasta sus pechos. ¿Qué diablos le estaba pasando?

Después de hablar con Myri, Vic volvió a su despacho en la oficina central de su empresa, la cadena de cafeterías Daily Grind. Lo tenía casi todo listo para su ausencia de cuatro meses, pero aún tenía que solucionar algunos pequeños detalles.
Lo primero que hizo al llegar fue comprobar sus mensajes. Su asistente le llamaría al restaurante si surgía cualquier asunto urgente, y además iba a reunirse dos veces por semana con sus socios durante todo aquel tiempo.
La oficina central estaba en la planta alta de un viejo edificio industrial, y desde allí se veía la mayor parte del centro, hacia el lago Unión y la célebre torre Space Needle. En un día despejado podía ver incluso más allá, pero tratándose de Seattle, tales días eran escasos. En ese momento, una fina llovizna caía contra los ventanales que abarcaban toda la pared, y contra los tragaluces del techo.
Vic se puso a trabajar, pero menos de veinte minutos más tarde, su asistente lo llamó por el interfono.
—Tu abuela está aquí —le dijo en voz baja.
Vic deseó poder ponerle una excusa para no tener que verla, pero por desgracia, una de las desventajas de haber accedido a salvar el restaurante era tener que tratar con ella.
—Hazla pasar —dijo, antes de levantarse y rodear su mesa para saludarla.
Gloria Buchanan entró en el despacho de inmediato, con la elegancia y el estilo de alguien que había nacido en una época mucho más glamurosa. Era una mujer esbelta de estatura media, y a pesar de que tenía más de setenta años, caminaba muy erguida con su vestido hecho a medida y sus zapatos de vertiginoso tacón. Su pelo blanco siempre estaba impecable, y su rostro tenía muy pocas arrugas. Dani, la hermana de Vic, decía que su abuela se había sometido a alguna operación de cirugía estética; o eso, o era una bruja de verdad y había hecho algún conjuro para mantener su buen aspecto.
—Hola, Gloria —la saludó, mientras le ofrecía una silla.
Ella se limitó a asentir antes de sentarse, y mientras Vic volvía a su propio asiento, reflexionó sobre el hecho de que nunca la hubiera llamado abuela, ni siquiera de pequeño. Ella lo había evitado desde siempre.
Gloria se quitó la pelliza blanca que llevaba y fijó sus ojos azules en la alfombra, junto a sus pies.
—Supongo que estarás listo para llevar a cabo la transición —dijo.
—Sí. A partir de mañana, estaré en mi despacho del restaurante.
Gloria recorrió con una mirada despectiva la espaciosa habitación, y comentó:
—No creo que eches de menos este sitio.
—Claro que voy a echarlo de menos. Empecé desde cero, y construí un imperio que vale millones —indignado, se dijo que aquello era algo que cualquier persona normal respetaría.
—Sí, claro. Bebidas y galletas, vaya un imperio.
Vic había aprendido que era inútil discutir con ella. Gloria veía el mundo como le daba la gana, y al parecer, su opinión en general era fría y deprimente.
—Supongo que no has venido a hablar de mi negocio, así que ¿por qué no vas al grano?
—Quiero hablar del restaurante.
—No.
—¿Perdona? —Gloria fue incapaz de ocultar su asombro.
—Ve con cuidado, porque estamos jugando con unas normas muy claras. Si intentas entrometerte en cualquier asunto relacionado con el restaurante, me largo. Te prometí que en cuatro meses habría conseguido sacarlo a flote, pero con la condición de que tú te mantuvieras al margen, y lo dije muy en serio. Un solo comentario, una sugerencia, y se acabó.
—¿De verdad serías capaz de darle la espalda a tu legado? —le preguntó ella, con una expresión tanto indignada como autoritaria.
—Ya lo he hecho, es más fácil de lo que crees.
—Me he dejado la piel por esta familia y por la empresa —dijo Gloria, con voz gélida—. He renunciado a tener una vida propia.
Vic ya había oído aquel sermón.
—Siempre has hecho lo que te ha dado la gana —le dijo—. Todo el que se ha interpuesto en tu camino ha acabado apartado a un lado, y tirado en la cuneta.
Desde que Vic tenía uso de razón, Gloria siempre había vivido y respirado el negocio familiar, y sospechaba que la obsesión había empezado mucho antes de que él llegara al mundo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por el apellido familiar, y la ironía radicaba en que ella no era una Buchanan de nacimiento, sino por su matrimonio.
—Vamos a dejar las cosas claras: esto no lo hago por ti. Sólo accedí a ayudarte por mis hermanos y por Dani… de hecho, ella debería ser la que estuviera al frente del Waterfront, se preocupa más por ese restaurante que el resto de nosotros juntos.
—Dani no es…
Vic la cortó con un gesto.
—Ahórrame el sermón, es muy aburrido. Como ya te he dicho, no estoy haciendo esto por ti, sino por si alguno de nosotros llega a tener hijos a los que les importe el negocio. Cuando pasen los cuatro meses que me he impuesto, me largaré sin mirar atrás.
—Haces que parezca una condena.
—En cierto modo, lo es.
—Victor…
La miró, y por primera vez, le pareció vieja e incluso frágil; sin embargo, no pensaba dejarse engañar por sus artimañas. Era una pájara astuta, y él ya había recibido más de un picotazo.
—De acuerdo, cuatro meses —cedió ella—. Me he enterado de a quién has contratado como chef.
Por su tono, parecía como si hubiera hecho un pacto con el mismísimo diablo.
—Su trabajo es fantástico, y su nombre atraerá a los clientes —dijo él—. La negociación ha sido dura, pero lo que importa es que he conseguido contratarla.
—Ya veo.
Por su tono de voz, estaba claro que no veía nada, porque Gloria parecía bastante molesta. Vic se preguntó qué era lo que tenía en contra de Myri, aparte del hecho de que no la había elegido ella.
Sabía que Myri no le había creído cuando le había explicado que había querido mantenerla alejada de su abuela cuando estaban casados, pero era cierto; por aquel entonces, a él le había dado miedo lo que pudiera hacer la vieja matriarca.
Sin embargo, las cosas habían cambiado mucho. Myri tenía fama de ser una mujer dura, así que sin duda sería capaz de plantarle cara a Gloria. Tarde o temprano acabarían enfrentándose, y lo único que él esperaba era estar bien lejos para no tener que presenciar el espectáculo.
—Si Myri es quien cocina, la gente vendrá al restaurante —dijo.
—Espero que no haya ningún desafortunado incidente en nuestro establecimiento —comentó Gloria.
Vic sabía que aquello no era más que un anzuelo, pero su curiosidad le pudo y decidió picar. Lo único que había sabido de Myri desde el divorcio había sido por algún comentario esporádico de Reid.
—¿Qué tipo de incidente?
—Una vez apuñaló a un miembro de su personal. Al parecer, el hombre se negó a obedecerla, y ella lo apuñaló con un cuchillo de cocina.
Vic empezó a reírse, y Gloria lo fulminó con la mirada.
—No tiene ninguna gracia, prácticamente es una asesina.
Incapaz de contener la risa, él le preguntó:
—¿Se presentaron cargos contra ella?
—No lo sé.
Lo que significaba que no.
—Espero que esa historia sea cierta —dijo, muy divertido—. Estoy deseando preguntarle sobre el tema para que me cuente los detalles.

CONTINUARA...
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Mensaje  alma.fra Miér Sep 08, 2010 10:46 pm

Muchas gracias por traer esta novela.
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Mensaje  myrithalis Jue Sep 09, 2010 12:08 am

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  Dianitha Jue Sep 09, 2010 3:49 pm

graciias x el cap esta noveliita esta cada vez mas iinteresante Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 388331 Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 388331 xfa no tardes con el siiguiiente cap Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196 Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196
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Mensaje  FannyQ Jue Sep 09, 2010 4:49 pm

Aqui otro capituloo 2x1...

Capítulo 3
—Me parece bien tener en cuenta las cualificaciones y todas esas cosas, pero quiero a alguien con quien pueda acostarme —dijo Naomi.
Myri ignoró a su amiga, y volvió a mirar la solicitud que tenía delante.
—He oído hablar bien de él, ponlo en la lista —comentó, mientras hacía algunas anotaciones en una libreta.
—Pero está casado, y le es fiel a su mujer —protestó Naomi—. Puedo aceptar lo primero, pero no lo segundo.
—Estamos hablando de resucitar un restaurante, no de tu vida sexual.
—¿Por qué tienen que excluirse mutuamente?, puedo ser una buena empleada y tener una estupenda vida sexual al mismo tiempo; de hecho, tener relaciones sexuales de forma regular me mantiene de buen humor.
Myri bajó la mirada hacia los papeles, para que Naomi no la viera sonreír.
—Céntrate —le dijo.
—Eres una aguafiestas desde que estás al mando —comentó Naomi, con un suspiro.
—Y supongo que seguiré así. ¿Quién es el siguiente?
Mientras Naomi les echaba una ojeada a los papeles, Myri recorrió con la mirada el comedor. Lo habían pintado, las ventanas tenían cortinas nuevas, habían quitado la vieja moqueta y el suelo ya estaba acabado. El olor del barniz competía con el del jabón y la lejía que llegaba desde la cocina, y Myri se sentía más que agradecida de que el pestazo a comida podrida hubiera desaparecido. Su cuarto mes de embarazo estaba ya bastante avanzado, y no quería sufrir náuseas matinales a aquellas alturas.
—Alerta, gilipollas a las diez en punto —murmuró Naomi.
Myri se volvió, y vio a Vic acercándose a ellas. Estaba muy guapo, con una chaqueta negra de cuero y unos vaqueros, y caminaba con el paso firme y sensual típico de los hombres Buchanan. Estaba claro que tenían buenos genes, aunque por desgracia, procedían de Gloria. Aunque a Myri no le caía bien aquella mujer, sabía que sus nietos habían heredado su firmeza de carácter y su determinación.
—Ya no es un gilipollas, ahora es nuestro jefe —dijo, ignorando el súbito nerviosismo que sintió.
—Para mí, siempre será el idiota que te hizo llorar durante dos semanas seguidas al abandonarte.
Técnicamente, había sido Myri quien se había ido de la casa, pero sabía lo que quería decir Naomi. Vic no había hecho nada para que se quedara, y desde luego, después no había intentado recuperarla.
—Eso fue hace mucho tiempo —le recordó a su amiga—. Ya lo he superado, y tú deberías hacer lo mismo.
—Puede.
—Hola, señoras —dijo Vic al llegar junto a ellas. Les alargó un envase de cartón con tres vasos de café, y añadió—: os he traído algo para ayudaros con el proceso de selección.
Naomi tomó uno de los vasos, y al ver el logotipo del Daily Grind, la empresa de Vic, comentó:
—Prefiero Starbucks, pero supongo que tendré que conformarme.
—Genial —dijo él—. Hola, Naomi. Hacía mucho que no te veía.
—Sí, es verdad —dijo ella. Se levantó de su silla, y gracias a sus botas negras de cuero, quedó casi a la misma altura que él—. ¿Qué tal te va?
—Muy bien.
—Tengo entendido que tú estás al mando.
—Sí.
Naomi tomó un sorbo de café, y comentó:
—Cada vez que entro en uno de tus locales, me acuerdo de la vez que te vi desnudo y me entra la risa —sin más, se alejó de ellos.
Myri cerró los ojos e hizo una mueca. Su amiga los había pillado una vez haciendo el amor, y después de salir apresuradamente, se había quedado tras la puerta cerrada, quejándose de la gente que no tenía el detalle de hacer algún ruido para que el resto del mundo pudiera saber lo que pasaba y no entrar sin avisar.
Vic se sentó en el asiento que acababa de quedar libre, y tomó uno de los cafés restantes.
—¿De verdad la necesitas?
—Lo siento, pero sí. Es muy buena en su trabajo, y me cuida las espaldas —además, Naomi podría quitarle algo de presión conforme fuera avanzando el embarazo—. Nos hemos convertido en un equipo.
—Genial.
—Sólo vas a estar aquí durante cuatro meses —le recordó ella—. No va a ser tan horrible.
—Estamos hablando de Naomi, así que puede ser un desastre.
—No para nuestro terrible y todopoderoso gerente.
—No creo detectar suficiente reverencia en tu voz. Éste es mi restaurante, y mientras esté aquí, soy un dios.
—Debo de haberme perdido esa circular, ¿podrías volver a mandármela?
—Yo mismo te traeré una copia —Vic recorrió el comedor con la mirada, y le preguntó—: ¿qué te parece?
—No está mal.
—¿Que no está mal?, ¿sabes cuánto nos está costando?
—No, y me trae sin cuidado. La parte delantera del local es cosa tuya.
—No has cambiado en nada. ¿Qué pasará cuando abras tu propio restaurante?, entonces sí que tendrás que ocuparte de todo.
—Me las arreglaré, Naomi tiene muy buen gusto.
—¿Estás segura de que no querrá hacer una especie de sex shop?
Tras pensarlo durante unos segundos, Myri dijo:
—Tienes razón, será mejor que hable con Reid. Seguro que alguna de sus ex novias es decoradora de interiores.
—Eso si recuerda cuál de ellas es, claro.
—Otra vez tienes razón. Vaya, esta mañana estás en racha.
Vic tomó un sorbo de café, y contestó:
—¿Y desde cuándo estás tú ocurrente?
—Desde hace ciento cuarenta y tres días, hubo un boletín especial en los noticiarios.
—Me lo perdí.
—Supongo que estará con la circular donde pone que eres un dios.
Vic sonrió, y ella le devolvió el gesto. Aunque le apetecía seguir bromeando con él, sabía que era mucho mejor que mantuvieran una relación estrictamente profesional. En el pasado, habían empezado charlando animadamente y las cosas se habían ido volviendo más peligrosas con cada segundo que pasaba, y a pesar de que ya se sentía completamente inmune a él, no quería correr ningún riesgo.
—Llevas algún tiempo fuera del negocio, ¿cómo te sientes al volver?
—Bastante bien, es algo que me resulta muy familiar. Creía que no lo echaría de menos, pero dirigir un restaurante tiene algo especial. Todo cambia constantemente, y cada hora, cada día, es diferente. El tiempo es siempre el enemigo, y la siguiente crisis está a la vuelta de la esquina.
—Parece que realmente lo has echado de menos.
—A lo mejor.
—Espero que recuerdes lo bastante para conseguir que tu mitad del local funcione.
—Tu fe en mí es conmovedora.
La vio echarse un poco hacia atrás, como si quisiera alejarse de él, y supo lo que estaba pensando como si lo hubiera dicho en voz alta: que había sido él quien no había tenido fe en ella. Aquello no era cierto, pero sabía que Myri no le creería. Con sus esfuerzos por protegerla de Gloria, lo único que había conseguido había sido agrandar el abismo de un matrimonio que se estaba desmoronando. Pero todo aquello pertenecía ya al pasado, así que lo mejor era olvidarlo.
Myri sacó una carpeta de una mochila bastante estropeada, y dijo:
—Aquí tienes algunos menús de degustación. He marcado los platos que quiero servir en la gran fiesta de inauguración, y he puesto un interrogante junto a todos aquellos que no estoy segura de poder servir ese día en concreto. Los inventarios cambian con mucha rapidez, y mis proveedores no pueden confirmarme si tendrán las piezas más exóticas hasta el mismo día de la fiesta.
—Ah, sí, los infames proveedores que prácticamente viven en el mar —dijo Vic, mientras tomaba las hojas de papel.
—A veces se disfrazan de pez —bromeó ella.
—Eso sí que me gustaría verlo.
Myri se echó a reír, y el sonido pareció bañar a Vic en una oleada inesperada de calidez. Sintió que lo cubría y que lo excitaba, y se quedó de piedra. Ni siquiera pensaba plantearse algo así, porque nunca volvía sobre sus pasos en lo concerniente a sus relaciones personales. Myri y él eran compañeros de trabajo, nada más.
Sin embargo, mientras se decía a sí mismo que tenía que controlarse, sintió que lo recorría una ráfaga de energía sexual, y fue más que consciente del humor que brillaba en los ojos de ella, y de la textura casi luminosa de su piel. Se dijo que el primero era porque se estaba riendo de una broma suya y que la segunda se debía a la buena iluminación del restaurante, pero ni siquiera él se lo creyó.
—¿Me estás escuchando? —le preguntó ella.
—Sí. Los especiales de pescado dependen de la gente del mar.
—No, te estaba diciendo que voy a ir creando mis especiales poco a poco, porque no quiero meter un montón de platos nuevos en el menú de golpe. Los iré añadiendo cuando el local empiece a funcionar. Además, también he estado trabajando en un menú personal; hay pescado de temporada que sólo está disponible en ciertas épocas del año, así que podré ir jugando en base a eso. Y lo mismo con otros productos.
—Fruta en verano, sopa en invierno —dijo él.
—Bueno, me gustaría pensar que mi imaginación va un poco más allá, pero sí, ésa es la idea.
Vic le echó un vistazo al menú, y vio que contenía los platos básicos, como pescado a la plancha y al vapor, sopas, ensaladas y diversos acompañamientos. Al recordar su puré de patatas con ajo, se le hizo la boca agua. Le ponía algún ingrediente secreto, que ni siquiera le había revelado a él.
—¿Pasteles de maíz? —dijo, al leer el listado de especiales—. Creía que íbamos a especializarnos en cocina del norte, ¿no son algo típico del sur?
—Depende de cómo se preparen.
Vic sacudió la cabeza al leer otro punto.
—¿Patatas fritas con pescado?, ¿crees que es una buena idea? Queremos crear un establecimiento con platos selectos, no un local de comida rápida junto al muelle.
—Oye, ¿te parezco enfadada? No sé si sabes que me estás tocando bastante las narices. Tú querías un menú especial, ¿no?
—Sí, pero…
—Me contrataste para que consiga que la comida sea una experiencia especial para nuestros clientes, ¿no?
—Sí, pero…
—A lo mejor podrías dejarme hacer mi trabajo antes de empezar a quejarte.
—Myri —le dijo él, con voz suave pero firme—, yo tengo la decisión final en lo referente al menú, está en el contrato.
Vic casi pudo oír el rechinar de sus dientes.
—Muy bien, marca todo lo que te parezca objetable y vuelve en dos días. Organizaré una degustación, y podrás probar todos los platos que no te hayan convencido. Estaré en la cocina y podrás arrastrarte hasta mí suplicando mi perdón, y después nunca, jamás volverás a cuestionar mis selecciones en los menús.
Vic soltó una carcajada.
—No pienso arrastrarme y seguiré cuestionando todo lo que me venga en gana, pero lo de la degustación me parece bien —sacó su PDA, y le preguntó—: ¿a qué hora quedamos?
—A las tres.
—Perfecto. Si no me impresionas, yo decidiré lo que entra en el menú, claro.
—Cuando se congele el infierno.
—Según he oído, ha empezado a hacer bastante frío por allí abajo.
Vic sonrió al oír que mascullaba algo entre dientes que no alcanzó a entender. Le gustaba el hecho de que ella se hubiera endurecido en los años que llevaban separados, ya que así no tendría problemas para controlar al personal de la cocina. En ese momento, recordó que Gloria le había comentado que Myri había apuñalado a alguien, y aunque estaba deseando oír la historia, decidió que no era el momento adecuado.
Volvió a mirar el menú, y comentó:
—Deberíamos acordar el precio de los platos en los que estamos de acuerdo, sospecho que vamos a discutir sobre el tema.
—Aquí tengo detallados los costos.
Sacó varias hojas más de papel, y fueron calculando la cantidad aproximada en cada plato y lo que costaba prepararlo. Calcularon los costos totales, que abarcaban la elaboración, el servicio y los gastos fijos del establecimiento, haciendo una estimación del total de clientes que podrían tener por noche y dividiendo esa cifra entre los costes que se generaban por día.
—Tus raciones son demasiado grandes, tendríamos que cobrar demasiado —comentó Vic.
—Es preferible a que se vayan con hambre y tengan que pararse en una hamburguesería de camino a casa.
Vic se preparó para la batalla que se avecinaba.
—¿Quién necesita trescientos gramos de mero?
—El pescado es muy diferente a la carne, una ración de cien gramos no es normal.
—Estamos hablando de un producto de mucha calidad.
Myri empezó a golpetear con el lápiz en la mesa, y comentó:
—Caramba, y yo que pensaba que éste iba a ser un restaurante de calidad. ¿Es que estaba equivocada?
Antes de que Vic pudiera contestar, Naomi entró en el comedor con un tipo al que no reconoció. La amiga de Myri se quedó un poco atrás, señaló al recién llegado y, sin decir palabra, vocalizó claramente:
—¡Lo quiero!
Vic soltó un gemido.
—Es el repartidor de los vinos, ¿quién va a hacer el pedido? —dijo Naomi en voz alta.
—Yo —contestaron Myri y Vic al unísono.

El miércoles, Vic entró en el bar deportivo de la familia poco después de las nueve de la noche. El local se había despejado un poco al acabar el último partido, y ya sólo quedaban los habituales y unos cuantos ejecutivos que no querían volver a casa, por lo que el noventa por ciento de la clientela era femenina.
Su hermano Reid estaba detrás de la barra, con un auditorio de una docena de bellezas de enormes pechos que le escuchaban y se reían mientras le invitaban abiertamente a sus respectivas camas. O quizás no tan respectivas, con Reid nunca se sabía.
Su hermano siempre había sido así, pensó con una sonrisa, antes de saludarle con la mano y de ir hacia una mesa que había en un rincón. En el instituto, Reid había tenido un montón de mujeres interesadas en él; algunas se habían sentido atraídas por el hecho de que era el lanzador del equipo de béisbol, y otras por el hecho de que era un Buchanan. A los hermanos de su familia nunca les faltaba compañía femenina.
Al acercarse a la mesa, vio que su hermana, Dani, ya estaba sentada allí. Tenía una cerveza delante, y por su expresión ultrajada, estaba claro que ya se había enterado de lo que pasaba.
—Hola, peque. ¿Qué tal te va? —le preguntó, al sentarse junto a ella.
—¿Tú qué crees?, estoy intentando sacarme el cuchillo que me han clavado en la espalda.
Si hubieran sido pequeños, le habría hecho cosquillas hasta que se rindiera y después la habría abrazado para que se desahogara llorando; sin embargo, ya no tenía esa opción, y Vic no supo qué hacer para que se sintiera mejor.
—Hola, Vic.
Vic levantó la mirada, y vio que se le acercaba Lucy, una de las camareras.
—¿Lo de siempre? —le preguntó ella.
El asintió.
—Dani ha pedido unos nachos, ¿traigo para dos?
—Que sea para tres, Reid vendrá enseguida.
—Marchando.
Cuando la camarera se volvió, Vic vio en primer plano su redondeado trasero en los ajustados pantalones cortos que llevaba. Sólo Reid podía conseguir que sus empleadas llevaran pantalones cortos y camisetas escotadas en Seattle, en invierno.
Se volvió hacia su hermana y se inclinó para darle un beso en la mejilla, pero ella se apartó y sus ojos marrones lo miraron acusadores.
—¿Cómo has podido hacerlo? —le preguntó.
—Maldita sea, Dani, no me quedó otra opción. Sabes que no tengo ningún interés en volver al negocio y que no quiero trabajar para Gloria, pero si no aceptaba el empleo, el restaurante se habría ido al garete. Ninguno de nosotros quiere que eso pase.
—¡Ja! ¿A ti qué más te da?, estabas deseando largarte.
—A mí me da lo mismo —le dijo él con voz suave—, pero a ti sí que te importa. Reid se ha metido en el negocio, y puede que Walker quiera involucrarse también cuando se retire de los marines.
Dani tomó su cerveza, y dijo:
—Eres muy convincente, pero no has mencionado a los niños. Al fin y al cabo, todos querríamos que nuestros hijos heredaran la compañía en el futuro… aunque de momento ninguno de nosotros haya tenido descendencia. No me veo con niños en un futuro próximo y soy la única que está casada, pero la posibilidad no se puede descartar; al fin y al cabo, uno de vosotros podría meter la pata y dejar embarazada a alguna chica, y entonces tendríamos otra generación en el negocio familiar.
Vic sabía que no podía culparla por la amargura que revelaban sus palabras, pero irónicamente, lo que su hermana acababa de decir había dado de lleno en la diana, aunque ella no lo supiera. Él había dejado embarazada a una chica y había tenido una hija diecisiete años atrás, pero Gloria era la única de la familia que lo sabía.
Al pensar en Lindsey, se preguntó si alguna vez estaría interesada en meterse en el negocio familiar, aunque ella no se considerara una Buchanan. Sabía que era adoptada, pero no parecía sentir ninguna curiosidad por sus padres biológicos.
—No voy a centrar mi vida laboral en el Waterfront —le dijo, antes de darle las gracias a Lucy por llevarle su cerveza—. Lo dejaré dentro de cuatro meses, y no tengo ningún interés en dirigir la compañía.
—Pues es una lástima, porque Gloria te la daría en bandeja de plata —comentó Dani, mientras se apartaba unos mechones de su pelo corto y oscuro y se los colocaba detrás de la oreja—. Es una mujer muy poderosa, y lo más normal sería que respetara el hecho de que yo sea igual de ambiciosa… aunque menos perversa, claro… pero le trae sin cuidado.
Antes de que a Vic se le ocurriera una respuesta adecuada, Reid apareció junto a ellos.
—Hola, chicos… perdón, chico y chica.
—Tú ya lo sabías, ¿verdad? —le dijo Dani, fulminándolo con la mirada.
—¿El qué? —le preguntó Reid con expresión de inocencia, mientras se sentaba a su lado y la rodeaba con un brazo—. ¿Que soy el hermano más guapo? La verdad es que la competencia no es demasiado dura.
—Un día, tu ego va a desplomarse sobre la tierra y te va a aplastar como al bichejo insignificante que eres —le dijo Vic.
—Lo dudo. Mi ramillete de bellezas me protegería.
—Cualquier cosa que cayera del espacio rebotaría en sus implantes, tienes que atacarle desde abajo —comentó Dani.
—En eso tienes razón —le contestó Vic, con una enorme sonrisa.
—Pues claro —dijo Dani. Se zafó del brazo de Reid, y le dijo—: sabías que Vic iba a ocuparse del Waterfront, ¿verdad?
—Sí, claro. Me lo comentó Myri, cuando vino a decirme que le había ofrecido el puesto de chef ejecutiva.
Vic hizo una mueca cuando Dani golpeó la mesa con las manos.
—¿Por qué siempre soy la última en enterarse de todo?, ¿es que os cuesta tanto mantenerme informada de lo que pasa?
—¿Por qué te importa tanto quién es el chef? —le preguntó Reid—. Al fin y al cabo, no es tu restaurante.
Vic fulminó a su hermano con la mirada.
—Cierra el pico —se volvió hacia Dani, y le dijo—: iba a decírtelo esta noche.
—¿De verdad has contratado a tu ex mujer para que cocine en tu restaurante? —le preguntó ella, asombrada.
—Es buena, lo bastante conocida como para atraer a la clientela, y estaba disponible.
—Genial —murmuró su hermana—. Al menos es bastante tarde, así que no creo que el día pueda empeorar mucho más.
Vic no supo qué decir. Era injusto que, en lo concerniente al negocio familiar, Dani siempre tuviera las de perder.
—Myri es una chef fantástica, conseguirá que el viejo local se convierta en todo un éxito —comentó Reid—. ¿No es eso lo que quieres?, tú eres la que está tan interesada en que la compañía siga adelante.
—No se trata de eso —dijo Dani.
Vic miró a su hermana. Su tensión era patente, y era obvio que no estaba nada contenta. Quizás fuera porque él era el mayor y ella la más pequeña, o simplemente porque era la única chica, pero siempre había cuidado de ella. Nadie molestaba a Dani sin pasar antes por encima de él, y lo mismo podía decirse del resto de sus hermanos.
Pero ella ya no era una niña, y él ya no podía protegerla del resto del mundo.
—¿Qué tal te van las cosas? —le preguntó.
—Bien, la nueva selección baja en calorías funciona de maravilla. Los niños pueden devorar las hamburguesas, mientras sus madres siguen con su dieta.
No parecía demasiado entusiasmada, aunque era comprensible. Dani había hecho un máster en gestión de restaurantes, y había vuelto a Seattle dispuesta a ir ascendiendo en la empresa; sin embargo, en vez de darle un puesto en el Waterfront o en el Buchanan's, el asador de la familia, Gloria la había enviado a la ciudad de Tukwila, para que trabajara en la hamburguesería. Había empezado como maître, después había pasado a encargarse de las frituras y hacía dos años que había ascendido a gerente, pero a pesar de lo duro que trabajaba y de todas las veces que había hablado con Gloria, la vieja se negaba a trasladarla.
—Permites que te afecte —le dijo Reid—. Si el negocio te trajera sin cuidado, ella no podría herirte.
—Eso es imposible para mí —se limitó a decir Dani.
Vic sabía que lo decía muy en serio. Su hermana no tenía elección, porque el negocio era primordial para ella; a pesar de todo, era una Buchanan hasta la médula. Con Gloria interponiéndose en su camino, sus opciones eran aguantar y esperar a que su abuela finalmente cambiara de opinión, o dejarlo todo y buscarse otras metas.
Le rodeó el cuello con un brazo, la acercó hacia sí y le dio un beso en la cabeza.
—La vida es muy injusta —comentó.
—Dímelo a mí —Dani se incorporó, y levantó su cerveza—. Vamos a cambiar de tema. Por Walker. Que siga bien y vuelva a casa con nosotros.
Bebieron a la salud de su hermano, que estaba con los marines en Afganistán.
—Al menos, estaremos todos juntos la próxima vez que le den un permiso —añadió Dani.
—Es verdad, organizaremos algo especial —comentó Vic.
—Oh, venga ya, como si os gustara tanto organizar fiestas —dijo Dani—. Sabéis que al final seré yo quien tenga que ocuparse de organizado todo.
Reid miró a Vic, y le preguntó:
—¿Cuándo se ha vuelto tan mandona?
—Hace un par de años.
—Sigo siendo más grande que tú —le dijo Reid a su hermana.
Con una sonrisa, ella contestó:
—Sí, muchachote, pero te enseñaron que nunca hay que pegarle a una chica, ni siquiera a tu hermana, así que no puedes hacerme nada.

Vic estaba sentado en el comedor del Waterfront, esperando. En el momento justo, la puerta de la cocina se abrió y apareció Myri, vestida con unos pantalones a cuadros, unos zuecos y una chaqueta de cocina con manga de tres cuartos. Un pañuelo azul mantenía su cabello trenzado apartado de su cara.
Pero en vez de una bandeja con una selección de comida, lo que llevaba era un solo plato, y Vic frunció el ceño cuando le puso delante las patatas fritas con pescado.
—Éste no es el único plato al que le puse objeciones, también quiero probar los otros —le dijo.
—Primero prueba éste —contestó ella, sin molestarse en ocultar la seguridad que sentía—. Pruébalo y llora. Voy a apartarme un poco, para que puedas venir arrastrándote hacia mí.
Sí, claro. Le había servido patatas fritas con pescado, tampoco era nada del otro mundo. Aunque Vic tuvo que admitir que la presentación estaba muy lograda.
El plato oval color crema contenía tres piezas de pescado, unas patatas fritas y una colorida ensalada de col sobre una hoja de la misma planta.
—¿Lleva vinagre de malta? —le preguntó.
—Claro que no —contestó ella.
—Puede que los clientes lo pidan.
—No después de probar el pescado, pero dejaré que se lo pongan a las patatas fritas.
—Qué amable. ¿Vas a poner un cartel para explicarlo?
—Había pensado en ponerlo en el menú —dijo ella, con una sonrisa—. Podría poner un asterisco junto al nombre del plato, y explicar las normas en una pequeña nota a pie de página.
A Vic le molestó un poco su seguridad en sí misma. Cortó un trozo de pescado, y se lo llevó a la boca. Tenía un rebozado crujiente, tal y como había esperado, pero no resultaba demasiado duro. Mientras masticaba, los distintos sabores parecieron estallar en su boca. El pescado estaba en su punto, y tenía un cierto regusto especiado… no, era más dulce que picante.
Tomó otro bocado, para intentar descubrir qué era lo que le había echado al rebozado. ¿Sería alguna especia tailandesa? No, más bien parecían chiles… ¿y qué era aquel sabor tan sutil?
Soltó un juramento para sus adentros. Aquello era mejor que bueno, era casi adictivo, y tuvo que obligarse a dejar a un lado el pescado en vez de devorarlo. De forma deliberada, se centró en las patatas. Su corte en forma de pajita les daba un aire elegante, y era obvio que estaban sazonadas. Mordió una… crujiente por fuera, pero blanda por dentro, y las especias añadían un toque fantástico.
Pasó a la ensalada de col, y tuvo que rendirse. Tendría que haberlo sabido, porque a Myri le encantaba experimentar hasta que encontraba la mezcla justa de especias. Sin duda, llevaba meses trabajando en aquellas recetas.
Levantó la mirada hacia ella. Estaba apartada a un lado, con los brazos cruzados y expresión paciente.
—Tú ganas, está buenísimo —le dijo, con un suspiro— . No sé lo que le has puesto al rebozado del pescado…
—No voy a decírtelo, es un secreto de la chef —le interrumpió ella, sonriendo con satisfacción.
—Lo suponía. Ponlo en el menú, junto con los otros platos que puse en duda.
La sonrisa de Myri se volvió engreída.
—Ya lo he hecho. Naomi envió el pedido a la imprenta esta mañana.

CONTINUARA...
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Delicioso Reencuentro Nueva Novela! Empty Re: Delicioso Reencuentro Nueva Novela!

Mensaje  FannyQ Jue Sep 09, 2010 4:51 pm

Capítulo 4
—¿Va a quitar alguien el jodido salmón del fuego? —gruñó Burt, con voz furiosa.
—No es mi salmón, cabrón —le dijo Juan, antes de cortar en dos un puerro de un golpe certero con el cuchillo.
Myri hizo caso omiso del elevado uso de palabrotas, de los gestos y las actitudes de machito y de los empujones y los tira y afloja que eran de esperar mientras el personal de cocina aprendía a trabajar como un equipo. Con el tiempo, lograrían perfeccionar una delicada danza que crearía platos perfectos a una velocidad de vértigo y sin perder ni un ápice de calidad, pero en las primeras noches habría un montón de incidentes.
Pero nada demasiado grave, se dijo Myri, mientras cruzaba los dedos. Un cóctel para quinientas personas era sólo el calentamiento, al día siguiente empezarían a servir las verdaderas cenas.
Edouard, su segundo chef, estaba preparando más salsa para los pasteles de maíz, y sin molestarse en levantar la vista mientras añadía un poco de aceite de oliva extra virgen, dijo:
—El salmón es mío, así que dejadlo en paz, nenazas.
La cocina de un restaurante era mayoritariamente un mundo masculino, y Myri había aprendido a trabajar en aquel ambiente en la escuela de cocina. Al principio se había sentido escandalizada por los insultos, los apodos que sonrojarían a un criminal y la necesidad de inventarse palabrotas cada vez más creativas, pero con el tiempo había llegado a considerarlo parte de la jerga especializada de su ámbito de trabajo. No solía tomar parte, pero si resultaba necesario, podía enmudecer a cualquiera de su equipo con un repertorio impresionante de groserías; sin embargo, prefería reservarse para ocasiones especiales.
Cuando alguien dejó una bandeja de gambas empanadas con miel, Naomi se apresuró a empezar a decorar los platos. Primero puso un poco de salsa, y después añadió una ramita de especias y espolvoreó por encima un poco de cebolleta. También había copas de crema de langosta, patatas fritas con trochos de pescado rebozado encima, salmón sobre pasteles de maíz y un surtido de postres.
Myri no podía oír gran cosa debido al silbido del vapor, al ruido de la parrilla y al parloteo del personal, pero le echó una mirada al reloj y comprobó que hacía media hora que había empezado la fiesta.
—Tengo que irme —murmuró, y se fue desabrochando la bata mientras se dirigía hacia su despacho.
—Sí, si no te vas ahora, no se nos reconocerá ningún mérito por la comida —le dijo Edouard—. Ve y mézclate con los invitados, y después vuelve a felicitarnos y a decirnos lo brillantes que somos.
—Sí, claro —contestó Myri. Cerró la puerta, y se quitó la bata.
Debajo llevaba un jersey de seda bastante escotado, y una chaqueta negra a juego con los pantalones. Se había puesto unas botas de tacón en vez de los zuecos y se había dejado el pelo suelto, aunque aquello era fatal en una cocina; sin embargo, esa noche su trabajo no consistía en cocinar, sino en charlar de naderías con la flor y nata de la sociedad de Seattle.
Después de comprobar su maquillaje, se volvió justo cuando se abría la puerta. Naomi asomó la cabeza, y comentó:
—Estoy dudando entre dos camareros, así que necesito que me ayudes a elegir. Te los señalaré, para que me des tu opinión.
—Vale.
—Pareces nerviosa —añadió su amiga, con una sonrisa—. No te preocupes, todo va genial.
—Has estado todo el rato en la cocina, así que sabes lo mismo que yo: nada.
—Pero tengo un buen presentimiento y podría ponerme a bailar de entusiasmo, como la protagonista de Flashdance. Vaya, se me nota la edad, ¿no? ¿Serviría de algo decir que tenía doce años cuando vi la película?
—¿De verdad los tenías?
—No me acuerdo.
Naomi había cumplido los cuarenta en diciembre, y lo había celebrado con un largo fin de semana en México y una serie de camareros cachas. Myri siempre había admirado la capacidad que tenía su amiga para disfrutar de la vida.
—Me gusta tu jersey —comentó Naomi, señalando con un gesto la prenda de color verde esmeralda.
—He pensado que lo mejor será enseñar el escote mientras lo tengo.
—Bien hecho. Apenas tienes barriguita, y la chaqueta la disimula. Venga, no puedes remolonear aquí para siempre.
Myri asintió, y dejó que su amiga la precediera hasta el comedor del restaurante. Al salir de la cocina, un camarero rubio pasó junto a ellas, y Naomi lo agarró del brazo.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Ted —le contestó él, con una gran sonrisa.
—Vale —Naomi se volvió hacia Myri, y le dijo—: él es el candidato número uno.
Myri aún se estaba riendo cuando se volvió a enfrentarse al gentío, pero su buen humor se esfumó al ver la cantidad de gente que abarrotaba el comedor. Habían enviado unas quinientas invitaciones, y aparentemente, todo el mundo había decidido asistir.
La suave música apenas se oía entremedio del barullo general de las conversaciones. Los invitados estaban de pie en grupitos, charlando y riendo, mientras los camareros con uniforme blanco circulaban con bandejas de comida.
El bar estaba a tope, pero aquello no era de extrañar, porque había barra libre. Myri deseó poder tomarse algo para tranquilizar sus nervios, pero hizo acopio de valor e intentó decidir qué dirección tomar. En ese preciso momento, se abrió un pequeño pasillo entre la multitud, y al ver a Vic en el centro de la sala, alto y muy guapo con un traje oscuro, su cuerpo reaccionó y la recorrió una oleada de calor y de deseo.
Utilizó su experiencia en la cocina para lanzarse a sí misma varios insultos demoledores, pero como aquello no disminuyó lo más mínimo su súbito e inapropiado deseo, se recordó que Vic y ella ya habían intentado mantener una relación y que no había funcionado. Él había dejado que se marchara sin una sola protesta, y ella había llegado a preguntarse si alguna vez la había querido de verdad.
—Así que estamos solos tú y yo, pequeño —susurró, mientras acariciaba ligeramente su vientre.
Entonces cuadró los hombros, y se metió de cabeza en la multitud.
—Hola, me alegro de verte. Gracias por venir.
Myri sonrió, charló y se mostró encantadora con la posible clientela mientras se iba acercando a Vic, pero él fue a buscarla antes de que pudiera llegar a su lado.
—Va muy bien, ha venido mucha gente —comentó él.
—Sí, claro, porque la comida es gratis —le dijo ella al oído—. Ya veremos cuántos de ellos están dispuestos a venir pagando otra noche.
Vic soltó una carcajada, y después la presentó a varios oficiales gubernamentales.
—Antes solíamos venir aquí muy a menudo —comentó una guapa abogada—. Pero últimamente…
Myri hizo un gesto despreocupado, y comentó:
—Puedes decir sin tapujos que la comida era horrible, yo no era la cocinera.
La mujer se echó a reír.
—Tienes razón. He probado la mayor parte de los platos, y todo está buenísimo.
—Gracias. Queremos ofrecer la comida tradicional, por supuesto, pero también animar a la gente a que pruebe cosas nuevas.
Vic posó una mano en la base de su espalda, y Myri sintió que sus terminaciones nerviosas se descontrolaban.
—¿Has probado las patatas con pescado de Myri?, son increíbles. Cometí el error de decir que no tenían suficiente categoría para estar en nuestro menú, pero me convenció con un solo bocado.
—Creí que nunca lo admitirías —le dijo ella.
—Estaba equivocado.
—¿Te importaría bordar eso en una almohada? —le dijo la abogada, muy sonriente—. A las mujeres de todo el mundo les encantaría verlo.
—No, gracias.
Después de despedirse de la abogada, se acercaron a otro grupo de ejecutivos. Después de presentarles a Myri, Vic dejó que ella les explicara su intención de utilizar productos locales siempre que fuera posible.
—Vivimos en una zona fantástica del país, ¿por qué no vamos a aprovecharlo? —comentó ella.
Un reportero del periódico Seattle Times se acercó más y le preguntó:
—¿Van a incluir en la carta vinos de Washington?
—Por supuesto, y también de Oregón y de la Columbia Británica. También tendremos una selección de licores de California, de Francia y de otros sitios, pero nuestro enfoque es regional.
Las dos horas siguientes fueron un remolino de presentaciones y de comentarios para intentar promocionar el restaurante. Vic se mantuvo cerca de ella, hasta que Myri decidió ir a la cocina a ver cómo iban las cosas. Cuando volvió a salir, vio a Naomi acercándose a ella con Gloria Buchanan.
Lo cierto era que formaban una extraña pareja. Gloria era una mujer menuda, con el pelo blanco y unos penetrantes ojos azules, y su ropa costaba más que la deuda exterior de varias naciones isleñas juntas. Naomi se cernía sobre ella como una hermosa amazona de más de metro ochenta, con su pelo oscuro y ondulado cayéndole a la espalda y sus resplandecientes ojos verdes que parecían reírse ante el mundo entero; sin embargo, lo que más llamaba la atención de ella era el corazón tatuado que tenía en uno de sus hombros desnudos, y el movimiento de sus pechos en la camiseta ajustada que llevaba.
—Mira a quién me he encontrado —le dijo con una sonrisa de oreja a oreja, antes de soltar el brazo de Gloria—. Ya os conocéis, ¿verdad?
La mujer mayor se colocó bien la manga de la chaqueta de lana blanca como la nieve que llevaba, y soltó un bufido de indignación.
—¿Quién es esta persona? —dijo.
—Hola, Gloria —le dijo Myri, con una sonrisa forzada. Gloria le había dejado muy claro que nunca la perdonaría por haber dejado a su querido nieto; al fin y al cabo, para ella casarse con un Buchanan era una cumbre que muy pocos podían alcanzar—. Me alegro de verte, ella es mi amiga Naomi.
Gloria le lanzó una mirada a la mujer en cuestión, y se volvió de nuevo hacia Myri.
—Si tú lo dices…
—Oh, Myri y yo somos amigas desde hace mucho tiempo —le dijo Naomi con voz alegre—. Nos conocimos cuando ella iba a la escuela de cocina. Yo vivía a su lado, y un día vino a quejarse de que hacía demasiado ruido.
Myri hizo una mueca, consciente de lo que estaba por llegar.
—Era por culpa del sexo, claro —siguió diciendo Naomi, en voz un poco más baja—. Me atraen los hombres más jóvenes que yo, y la situación puede volverse bastante ruidosa. Me sentí fatal, pero Myri fue muy comprensiva y nos hicimos amigas.
La expresión de Gloria permaneció imperturbable, pero su boca se tensó. Era un gesto que siempre la traicionaba, y que compartía con su nieto.
En ese momento Vic se unió a ellas, y Gloria se volvió hacia él.
—¿Conoces a esta mujer? —le preguntó, mientras señalaba a Naomi.
—Sí —admitió con un gemido.
—Cuéntale lo de aquella vez que te vi desnudo —le dijo Naomi con un suspiro, antes de alejarse de ellos.
Tras mirar a Naomi y después a su abuela, Vic se apresuró a marcharse. Myri supuso que no podía culparle dadas las circunstancias, pero por desgracia, su huida la dejó sola con Gloria.
—Así que Victor te ha contratado —comentó la mujer, con la voz teñida de desagrado.
—Sí, tengo un contrato de tres años.
—Comprendo.
—¿Has probado la comida?
Gloria le lanzó una mirada a la bandeja de un camarero que pasó cerca de ellas, y comentó:
—Tengo un estómago delicado.
El insulto fue tan descarado, que a Myri le resultó casi gracioso. Casi. No le sorprendió darse cuenta de que a Gloria no le había hecho gracia que la contrataran, porque por alguna razón, nunca le había caído bien. Era difícil sentir afecto por alguien que parecía tan decidido a mantenerla apartada.
—Es una lástima, estamos recibiendo comentarios muy positivos.
—Querida, la comida es gratis. ¿Qué esperabas?
Eso era lo que Myri pensaba más o menos, pero no estaba dispuesta a admitirlo.
—En fin, me ha alegrado volver a verte, pero tengo que…
De repente, Gloria la agarró del brazo y le dijo:
—No vas a poder cazarlo de nuevo.
—¿Qué?
—Me refiero a Victor. Ya te ha olvidado, aunque sigo sin entender lo que vio en ti.
—Sí, ya lo sé. Me lo dejaste muy claro desde el principio —Myri se zafó de su mano, y deseó que su madre no le hubiera inculcado con tanto ahínco que había que ser amable con la gente mayor.
Vic la había dejado marchar sin una sola protesta, pero Gloria prácticamente había organizado una fiesta para celebrar el divorcio; al menos, eso era lo que le había contado Reid.
—No eras lo bastante buena para él, nunca te importó lo suficiente. ¿Qué clase de mujer rompe su matrimonio?
Aquella acusación tan injusta hizo que se apresurara a excusarse, y mientras se alejaba, sintió el deseo irracional de volverse hacia aquella mujer y decirle a pleno pulmón que por supuesto que le había importado. Había amado a Vic con todo su corazón, y habría hecho lo que fuera por él… excepto resignarse a no tener hijos. Formar una familia era lo único a lo que no estaba dispuesta a renunciar.
—Vieja estúpida… —murmuró, antes de tomar una copa con crema de marisco de una bandeja y bebérsela en un par de tragos.
—He visto el humo, y he venido a toda prisa.
Myri se volvió, y al ver a Reid, se apoyó contra él.
—Tu abuela es horrible, se me había olvidado cuánto.
—Nadie consigue olvidarla del todo, tú te habías limitado a reprimir el recuerdo traumático. Es lo que hacemos todos, para poder sobrevivir —la rodeó con los brazos y le dio un beso en la cabeza, antes de añadir—: es una fiesta fantástica, y la gente está encantada con la comida. Creo que tienes el éxito asegurado.
—Eso espero.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó él en voz baja.
—Tengo el antojo de comerme un sorbete de naranja. Estoy rodeada por toda esta fantástica comida, y no puedo pensar en otra cosa.
—Eso es enfermizo.
—Eso suponía yo.
Vic se acercó a ellos, arrastrando tras él a Naomi.
—Haz algo, me está preguntando mi opinión sobre los camareros —le dijo a Myri.
—Hay tanto donde elegir… —dijo Naomi, antes de centrar su atención en Reid—. Vaya, hola. Veo que no te has ido a entrenar para la temporada.
—No, este año no.
—Qué lástima, me gusta verte trabajar. Te mueves muy bien.
—Dejadlo ya. Sois mis amigos, no puedo soportarlo —protestó Myri.
—Pues vas a tener que superarlo —le dijo Reid con una sonrisa, antes de alargar una mano hacia Naomi—. ¿Vamos?
—Vamos.
Se fueron juntos sin más, y Myri los siguió con la mirada.
—No sé por cuál de los dos debería preocuparme, aunque supongo que era inevitable, porque se conocen desde hace años. Pero Reid siempre estaba yendo y viniendo, y Naomi… —se detuvo por un segundo, y finalmente admitió—: no sé por qué ha esperado tanto. Al menos, ella conseguirá que se olvide de que la temporada de béisbol está a punto de empezar.
—No tengo nada en contra de tu amiga, pero ninguna mujer podría conseguir algo así.
—Entonces, le servirá de distracción.
—A lo mejor.
—Naomi puede manejarlo, ella puede manejar a cualquiera.
—Desde luego, tiene bastante práctica.
Estuvo a punto de ofenderse en nombre de su amiga, pero entonces se dio cuenta de que Vic no estaba hablando con ella. Bueno, estaba girado hacia ella y por lo tanto encarado hacia la dirección correcta, pero su atención estaba más centrada en su pecho que en su cara.
Nunca había tenido el tipo de cuerpo capaz de llamar la atención de los hombres, así que tenerlo durante un tiempo le resultaba muy satisfactorio. Perverso, pero satisfactorio.
—¿Vamos? —le preguntó, indicando con un gesto el gentío.
—Claro.
Y volvieron a sumergirse en la multitud.

Vic se despertó de muy buen humor. La fiesta de la noche anterior había sido todo un éxito y esperaba que el evento recibiera muy buenas críticas, pero lo principal era que la gente empezaría a hablar de la comida de Myri y eso atraería a la clientela tanto como un artículo. Si la primera noche iba tan bien como la fiesta, en cuatro meses habría conseguido el éxito que buscaba y podría regresar a su propio negocio.
Se dio una ducha y se afeitó, y cuando estaba a punto de vestirse, el teléfono empezó a sonar. ¿Quién demonios podía llamarle a las siete y diez de la mañana? De inmediato pensó en Walker… ¿acaso le habría pasado algo a su hermano? Preocupado, descolgó el teléfono de inmediato.
—¡Maldita sea, Vic, esto es culpa tuya! —le gritó Myri, antes de que pudiera articular palabra—. ¡Ven ahora mismo al restaurante!, ¡lo digo muy en serio! Tienes veinte minutos —añadió, y colgó sin más.
Le costó lo suyo, pero logró llegar con cuarenta y cinco segundos de margen. Fuera cual fuese la crisis, iba a tener una charla con ella sobre la relación entre un gerente y un chef. Que ella estuviera a cargo de la cocina no la convertía en la dueña del mundo.
Fue a la parte trasera del edificio con el coche. Tal y como esperaba, las entregas del día estaban apiladas junto a la puerta. Myri estaba allí, junto a una Naomi bastante desaliñada.
Vic no quiso ni pensar en lo que habría estado haciendo la amiga de Myri durante toda la noche, sobre todo teniendo en cuenta que tenía que ver con su hermano, así que aparcó y salió del coche. En cuanto lo vio, Myri se acercó a él a toda prisa.
—Huele esto —le dijo, mientras le ponía un pez enorme delante de la cara—. Vamos, huélelo.
Vic obedeció, y de inmediato deseó no haberlo hecho. En teoría, el pescado fresco no debería oler a nada, y el pescado pasado olía… bueno, olía a pescado. Aquel pez en concreto apestaba como si hubiera muerto hacía tres semanas.
—Es todo pura basura —le dijo Myri con los ojos centelleantes y las mejillas tan rojas como su pelo—. Los apios pueden atarse en nudos sin romperse, y las chalotas están prácticamente líquidas. Basura. ¿No te lo dije?, ¿no te advertí que este restaurante había tenido que cerrar por alguna razón? Pero claro, tú no me hiciste ni caso, ¿verdad?
Myri respiró hondo para recuperar el aliento, y siguió diciendo:
—¿Tienes idea de la cantidad de reservas que tenemos para esta noche?, estamos al completo. Desde las seis hasta las diez, no queda ni una sola silla libre, y estamos hablando de dar de cenar a unos trescientos comensales. ¿Sabes cuánta comida tengo?, ¡ninguna! ¡Cero! Tengo un jodido paquete de maicena y tres puerros, y tengo que preparar la cena para trescientas personas.
—Myri…
Ella lo ignoró, y añadió:
—Te dije que tenían que meter la pata una sola vez, y ya lo han hecho. Voy a traer a mi propia gente, lo que me parece genial, pero sigo con el problema de hoy. Quiero la cabeza de alguien en una bandeja, y la quiero ya y cruda. La cocinaré yo misma.
Entonces se volvió, y entró echa una furia en el restaurante.
Vic se sintió dividido entre la admiración por su fogosidad, y la necesidad de ocuparse del desastre que tenían entre manos.
Naomi se lo quedó mirando con atención, y le dijo:
—Ni se te ocurra, muchachote. Ya metiste la pata hasta el fondo con ella una vez.
Vic ignoró el comentario.
—Dile al repartidor que se lo lleve todo —más tarde llamaría para cancelar el contrato, pero en aquel momento tenía un problema mayor: la cena para trescientas personas.
Entró en el restaurante y encontró a Myri en la despensa refrigerada, haciendo inventario.
—Tengo gambas —dijo, con una nota de histeria en la voz—. Genial, si las partimos por la mitad, a cada persona le tocará un trocito. Fantástico. Venga al Waterfront, y saboree su media gamba —se volvió, y al verlo le dijo con impaciencia—: apártate de mi camino.
—Quiero ayudarte.
—Y vas a hacerlo. Dime que conduces algo más grande que ese juguetito tan caro.
—También tengo una furgoneta.
—Perfecto, ve a buscarla y ponte algo cómodo. Nos vamos al mercado, pero antes voy a llamar a mis proveedores de pescado para ver si pueden ayudarme en algo. Me van a cobrar un ojo de la cara por un pedido de última hora.
—Les pagaremos lo que te pidan — se acercó a ella, y la agarró de los hombros—. Siento que nos hayan traído una basura, pero vamos a solucionar esto. Podemos abrir esta primera noche con el menú del chef, y fingir que eso era lo planeado.
—Ya lo sé, pero a ti te toca lo fácil. Sólo tienes que imprimirlo con tu ordenador y añadirlo a la lista de menús, pero a mí me toca idearlo todo, asegurarme de que tenemos bastante comida y cocinarla.
—Puedes hacerlo.
—Eso es una suposición tuya.
Vio el brillo de duda en sus ojos y pudo sentir su dolor y su enfado, pero no se le ocurrió ni una sola cosa para conseguir reconfortarla. Ella no se merecía aquello, y lo peor era que él tenía en parte la culpa del problema, porque había insistido en conservar a los antiguos proveedores.
—Eh…
—¿Qué?, cualquier posible solución sería bienvenida —lo animó ella.
Al ver que él permanecía en silencio, Myri suspiró y dijo:
—Sí, yo tampoco tengo un milagro en la manga. Vale, nos vemos en el mercado en tres cuartos de hora, veremos lo que hay disponible y montaré un menú. Entonces nos pondremos manos a la obra, y empezaremos a rezar para que la cosa salga bien.
CONTINUARA...
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Mensaje  Dianitha Vie Sep 10, 2010 9:51 am

graciias x el cap niiña Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196 Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196
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Mensaje  mariateressina Vie Sep 10, 2010 10:51 am

graxias x los capitulos ojala que todo salga bien para estos 2 niños.

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Mensaje  FannyQ Vie Sep 10, 2010 3:07 pm

Capítulo 5
Vic atravesó el comedor a las ocho y media de aquella noche. Todas las mesas estaban llenas, y no quedaba ni un solo asiento vacío en el bar. La música tranquila se mezclaba con las conversaciones y las risas de los comensales, el aroma de la comida impregnaba el ambiente, y abundaban los comentarios de sorpresa conforme la gente iba probando los distintos platos especiales de Myri.
Habían evitado el desastre.
Tres horas en el mercado corriendo de un lado a otro buscando champiñones, chalotas, pescado, marisco y varios ingredientes para las ensaladas habían dado como resultado un menú del chef capaz de engañar a todo el mundo. No podía creer que Myri hubiera podido organizarlo todo en tan poco tiempo, pero lo había logrado.
Cruzó la puerta batiente de la cocina, cuya locura de actividad febril y ruidosa contrastaba de lleno con la tranquila elegancia del comedor.
—¡Sube el fuego! —gritó uno de los cocineros—. ¡Sube el fuego, capullo esmirriado!
—¡Cabrón! —le contestó el otro hombre, sin levantar la mirada de la sartén donde estaba salteando unas gambas con verduras.
—Mesa tres, estoy esperando la crema de langosta —gritó Naomi desde la parte delantera—. ¡Quiero una crema, señoritas! ¿Tan difícil es?
Otro chef le dio un cuenco lleno y ella lo tomó con maestría, lo colocó sobre una bandeja, se volvió con total dominio y volvió al comedor.
Vic se acercó a Myri, que lo estaba observando todo con expresión de ansiedad. Ella tocó con un dedo los pedidos que tenía alineados, y se volvió hacia él.
—¿Qué es lo siguiente? —le preguntó.
—Dos mesas de cuatro, de aquí a unos cinco minutos.
—Vale. En cuanto se sienten, cambia los menús —Myri sacudió la cabeza, y añadió—: Odio todo esto.
—Ya lo sé, lo siento.
—Sí, claro, como si eso me sirviera de algo.
Vic estaba tan enfadado como ella, pero sabía que no serviría de nada exteriorizar lo que sentía, y con uno de los dos gritando ya había suficiente. Los contratos con los antiguos proveedores ya se habían cancelado y los nuevos empezarían a servirles por la mañana, y él pensaba estar allí para asegurarse de que todo estuviera en orden. Si no era así, que se prepararan.
—Nunca había tenido que hacer esto —añadió Myri—. Es la noche de la inauguración, Vic, y estoy haciendo malabarismos con el menú. Un solo pedido especial podría hundirme, y no tengo ninguna necesidad de aguantar tanta presión.
La pequeña impresora de la esquina escupió tres nuevos pedidos, y Myri se abalanzó a por ellos. Vic fue hacia la puerta de la cocina, y se cruzó con Naomi.
—¿Aún sigue amenazándote con matarte? —le preguntó ella.
—A la cara, no.
—Tendrías que haber estado aquí antes —Naomi bajó la voz, y le dijo—: sorbete de naranja. Tráele un poco, y la tendrás comiendo de la palma de tu mano. Siempre que te vaya ese rollo, claro.
—¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? —le preguntó él, mirándola con suspicacia.
—Porque el sexo con tu hermano fue tan fantástico, que me siento en armonía con el mundo entero. Te sugeriría que lo probaras, pero creo que ninguno de los dos queremos profundizar en la idea.
—Desde luego que no.
Vic salió de la cocina, y se dirigió a su despacho. Irse del restaurante no era una opción, y menos en la primera noche, pero era el gerente y sabía delegar. Una vez allí, llamó a Reid por teléfono.
—Hazme un favor —le dijo—, párate en alguna tienda de camino hacia aquí, y compra un poco de sorbete de naranja.

Para cuando se fueron los últimos comensales, la cocina estuvo limpia y el personal se marchó, ya era más de medianoche. Myri estaba sentada en una silla de una de las mesas redondas para seis, con los pies apoyados en otra silla y la espalda dolorida.
Hasta la última célula de su cuerpo parecía gemir de agotamiento. Llevaba en el restaurante desde poco después de las seis de la mañana, y aunque las jornadas de dieciocho horas no eran algo fuera de lo común en aquel negocio, estaba embarazada y eso parecía cambiarlo todo.
—Lo has hecho muy bien, me has dejado impresionada —le dijo Dani.
—Gracias, pero no me ha gustado nada tener que cambiar de menú a mitad de la velada.
Eso había doblado el trabajo en la cocina, pero lo habían conseguido y la primera noche había sido un éxito rotundo.
Hugh, el marido de Dani, levantó su vaso de vino hacia ella.
—Por Myri, una gran chef.
—Por Myri.
Todo el mundo se sumó al brindis, y Myri sonrió.
—Gracias, son muy amables. Y si alguno de vosotros se ofreciera a sustituirme mañana, le estaría más que agradecida.
—No creo que sea una buena idea —comentó Naomi, que estaba sentada junto a Reid—. Tú eres la que tiene talento.
—Eso es lo que se rumorea.
Myri tomó su vaso de agua. Llevaba media hora fingiendo que bebía vino, pero no le quedaban ganas de seguir con el jueguecito. La mitad de las personas sentadas a la mesa ya sabían la verdad… Naomi, Reid y ella misma, así que Dani, Hugh y Vic eran los únicos que ignoraban lo que pasaba.
Les lanzó una mirada a Dani y a su marido. La hermana de Vic estaba sentada en el regazo de Hugh, con las piernas colgando de uno de los brazos de la silla de ruedas de él. Era un hombre alto y musculoso, que había sido una estrella del rugby en la Universidad de Washington. En su último año allí se había lesionado, y había quedado paralizado de cintura para abajo. Dani había estado a su lado durante todo el proceso de recuperación y de rehabilitación, y su amor no había flaqueado ni un solo momento.
Myri no sabía cómo se las arreglaban para tener una vida sexual, pero teniendo en cuenta las heridas de Hugh, no podía ser de forma demasiado convencional. Se preguntó qué pasaría cuando quisieran tener hijos, y al darse cuenta de que quizás Dani se sintiera mal al enterarse de su embarazo, decidió no revelar la noticia en ese momento. Tendría que sincerarse con Vic tarde o temprano, pero no esa noche.
Y hablando de Vic… Myri volvió su atención hacia su ex marido. Aún estaba enfadada por su insistencia de utilizar unos proveedores que les habían tomado el pelo, pero tenía que admitir que había aceptado el traspiés como un caballero y que se había esforzado al máximo por ayudarla. Siempre había sido un hombre fiable en una crisis, aunque en el día a día perdía muchos puntos.
—Tus patatas fritas con pescado han arrasado —le dijo Vic. Inclinó la cabeza, y añadió—: Me rindo ante tu habilidad culinaria.
—Es lo que tienes que hacer —le dijo Naomi.
—Ha sido nuestra primera victoria, esperemos que la sigan muchas otras —comentó Myri.
—Voy a buscar un poco más de vino, ¿alguien quiere? —dijo Vic, mientras se levantaba de la silla.
La respuesta fue un «no» generalizado, y supuso que la reunión iba a acabar de un momento a otro. Tanto Dani como Hugh tenían que levantarse temprano, y como Reid y Naomi se estaban mirando el uno al otro como tiburones observando a su presa, lo más probable era que se levantaran de un momento a otro para hacer cosas en las que prefería no pensar.
—Ven a la cocina un momento —le dijo a Myri.
Ella se puso de pie y le siguió.
—Si hay ratas, prefiero no saberlo.
—El restaurante está en un edificio bastante viejo, ¿tú qué crees?
—Ya sé que es inevitable, pero no quiero verlas —dijo ella, con un estremecimiento.
—Tengo un exterminador muy bueno.
—Más te vale, porque odio a las ratas. Es por las colas, parecen escamosas. ¿Por qué no tienen colas peludas?
—Ni idea.
Vic entró en la cámara frigorífica, donde estaba el bote que Reid le había llevado. El sorbete de naranja parecía algo que no encajaba demasiado con los gustos de Myri, pero Naomi estaba demasiado contenta con Reid para mentirle, así que sacó el envase y lo puso encima del mostrador.
—Me he enterado de que te gusta esto, es mi forma de agradecerte que hayas hecho un trabajo tan fantástico esta noche.
Ella retrocedió un paso.
—¿Quién te ha dicho que lo compraras?
—Naomi. Creo que se sentía mal, porque estabas amenazando con matarme.
Myri agarró un bol y una cuchara.
—Sólo he amenazado con sacarte el hígado de cuajo, no es lo mismo.
—La diferencia es muy sutil.
—¿Quieres un poco?
—No, gracias. No es mi sabor preferido.
—Genial, así queda más para mí.
Llenó el bol, y después empujó el bote hacia Vic para que volviera a guardarlo. Cuando volvió a salir de la cámara frigorífica, ella se había sentado encima del mostrador de acero inoxidable y estaba devorando con expresión de felicidad el sorbete, que tenía un color naranja más que sintético.
—¿No sería mejor que te bebieras un zumo? —le preguntó.
—No es lo mismo.
—Si tú lo dices… — se apoyó en el mostrador frente a ella, y añadió—: lo has hecho muy bien esta noche.
—Gracias, lo mismo digo.
Él soltó una carcajada.
—Vaya, qué amable. ¿Aún sigues enfadada?
—Se me ha pasado un poco, porque todo ha salido bien —levantó la vista hacia él, y le dijo—: Vic, soy buena en mi trabajo, por eso me contrataste.
—Ya lo sé.
—Entonces, mantente apartado de mi camino. ¿Acaso voy yo al comedor a decirte cómo tienes que doblar las servilletas?
—Mi trabajo no sólo consiste en eso.
—Ya me entiendes.
—Perfectamente. La cocina es responsabilidad tuya.
—Menos las ratas.
—Vale, las ratas son mías.
—Me ha sorprendido que Gloria no viniera —comentó mientras chupaba la cuchara.
—Vino ayer noche.
—Sí, ya lo sé.
—¿Acaso te molestó? —le preguntó él, con el ceño fruncido.
—¿Acaso estaba respirando? —bromeó ella.
—¿Quieres hablar del tema?
—No, la verdad es que no. Siempre fue una mujer muy fría, y no ha cambiado. Yo no le caía demasiado bien cuando estábamos casados, aunque nunca esperé que fuéramos uña y carne.
—Tampoco es mi persona preferida.
—Eso es un poco triste —comentó ella.
—¿Por qué?
—Porque es familia tuya. Tus padres ya no están, así que es el único miembro con vida de una generación anterior. Es una lástima que no permita que la quieran.
Como su situación familiar no había cambiado en nada desde que Myri y él se habían divorciado, su valoración era muy acertada.
—Creo que necesita un buen revolcón —añadió ella.
—Por favor, dime que no estás hablando de Gloria —dijo Vic, con una mueca.
—Hablo en serio. ¿Cuándo fue la última vez que se acostó con alguien?
—Me niego a planteármelo siquiera.
—No te estoy pidiendo que te quedes a mirar en su habitación, pero creo que se siente sola, y me parece muy triste.
—Estás siendo más comprensiva de lo que se merece.
—Como casi nunca tengo que tratar con ella, supongo que me resulta más fácil, aunque la verdad es que anoche me puso de los nervios.
—¿Qué te dijo?
—¿Quién dijo qué? —le preguntó Reid, al entrar en la cocina con Naomi—. Dani y Hugh se han ido, nos han pedido que os demos las buenas noches de su parte. Nosotros también nos vamos.
—Gracias por venir, cielo —le dijo Myri.
—Lo mismo digo, chica de los cuchillos —respondió Reid. Se acercó a ella, y le dio un beso en la mejilla.
—Buenas noches, Naomi. Nos vemos mañana —le dijo a su amiga, con una enorme sonrisa.
—Aquí estaré, bien temprano y fresca como una rosa.
Reid la rodeó con un brazo, y comentó:
—Estará aquí temprano, pero creo que tu asistente no va a dormir nada esta noche.
—Me gusta eso en un hombre —comentó Naomi, sonriente. Al pasar junto a Vic, le dio una palmadita en el brazo y le dijo—: ¿quieres saber cuántas veces lo hicimos anoche?
—Ni aunque me pagaran.
Reid y Vic apretaron un puño respectivamente, y los chocaron en un gesto de saludo.
—Adiós —dijo Reid, antes de marcharse con Naomi.
Cuando la puerta principal del restaurante se cerró, Myri sonrió y se volvió hacia Vic.
—¿Crees que esperarán a llegar a casa de Reid, o van a hacerlo en el coche?
—¿Qué te pasa?, esta noche no dejas de hablar de sexo — se preguntó si a ella le picaba algo, y admitió para sí que estaba más que dispuesto a rascarle. Después de tanto tiempo, Myri aún podía afectarle sólo con estar en la misma habitación que él—. Cualquier otro podría pensar que estás lanzando una invitación.
—Ni lo sueñes. Ésta es mi cocina, y sé dónde están todos los cuchillos. Lo que pasa es que es interesante especular un poco… vale, admito que sobre Gloria no, porque no quiero ni imaginármela desnuda, pero Reid y Naomi son diferentes. Parecen decididos a batir el récord de parejas en una sola vida.
—¿No crees que eso pierde atractivo después de un tiempo?
—¿Estás diciendo que el sexo se vuelve aburrido?, qué interesante —dijo ella, con un brillo juguetón en los ojos.
—No, lo que estoy diciendo es que cambiar de pareja constantemente puede dejar de ser atractivo. Dejé de contar el número de mis conquistas a los veintidós años, el sexo es más divertido cuando estoy metido en una relación.
Nunca había tenido ninguna queja en lo referente a Myri, porque había sido una pareja cariñosa y receptiva, y lo bastante atrevida como para sorprenderlo con cosas nuevas.
—Creo que los dos lo hacen porque pueden —comentó ella—. Dudo que Naomi haya conocido a algún hombre que no la deseara, y Reid es… Reid. Las mujeres lo persiguen.
—Tú no.
—Ya lo sé, siempre lo he considerado un amigo.
—¿Y después de que nos divorciáramos?
Vic se había preguntado más de una vez si su hermano le habría ofrecido consuelo a su ex mujer, y aunque se había dicho a sí mismo que no era posible y que ninguno de los dos sería capaz de hacerle algo así, lo cierto era que Reid no seguía las normas y Myri había estado deseando poder vengarse.
—¡Puaj! —exclamó ella, con una mezcla de sinceridad y de indignación—. ¿Por qué iba a querer acostarme con tu hermano?, es como si tú lo hicieras con Naomi.
—No, gracias.
—A eso me refiero. Además, jamás te habría hecho algo así.
—¿Por qué?, pensaba que me odiabas con todas tus fuerzas.
—Sí, pero no quería castigarte.
Vic recordó las peleas que habían tenido, y las cosas que ella le había dicho.
—Pues parecía todo lo contrario.
Myri dejó el bol vacío encima del mostrador. Él no lo había entendido en aquel entonces y dudaba que lo entendiera en ese momento, pero lo cierto era que no había querido castigarlo. Lo que había querido era que él lo entendiera, que la amara lo suficiente como para querer tener un hijo con ella. Ella había deseado que formaran una familia.
En el fondo de su corazón, creía que él la había querido, pero que había tenido miedo de mostrar su parte más tierna debido a la forma en que Gloria los atacaba ante la más mínima muestra de debilidad emocional. Lo había dejado en un último intento desesperado de conseguir que admitiera lo importante que ella era para él, pero le había salido el tiro por la culata. En vez de ir a buscarla, él la había dejado marchar y había decidido que lo mejor era que se separaran de forma permanente.
—Fue hace tres años, ¿tiene alguna importancia a estas alturas? —le dijo.
—Probablemente no. Por cierto, hablando del pasado… el otro día me contaron una historia muy interesante sobre ti.
—¿Quién te la contó?
—Gloria.
—Entonces, lo más probable es que no sea cierta.
—Me dijo que habías apuñalado a uno de tus cocineros cuando se negó a obedecerte.
Myri se echó a reír.
—Sí, es verdad —se rió con más fuerza al ver la expresión de Vic, y al final admitió—: bueno, más o menos.
—¿Qué pasó?
—El tipo empezó a tocarme las narices, porque no le hizo ninguna gracia que me hubieran ascendido a mí y no a él. Ya sabes cómo son los hombres en la cocina, cada palabra es un juramento y todo es un tira y afloja de poder. El tipo me fue presionando y me toqueteaba cada vez que tenía ocasión, así que le dije que si no dejaba de hacerlo, yo le pararía los pies de plano.
Myri se detuvo al ver que Vic se tensaba, y añadió:
—No te pongas en plan machito conmigo. Te lo digo muy en serio. Yo me ocupé de él.
—¿Cómo?
Aquella simple palabra estaba cargada de furia. Vic estaba con las manos apretadas en dos puños, y parecía a punto de enfrentarse al mundo.
Aquella reacción era la típica de un hombre al ver a una mujer en apuros, y a Myri le gustó saber que él seguía siendo uno de los buenos, aunque no fuera el hombre adecuado para ella.
—No tenía ningún plan en concreto. Un día estaba cortando pollo, y cuando alguien me llamó, me volví justo cuando el tipo se acercó a mí. Era una cocina pequeña, y estaba abarrotada. En fin, yo tenía el cuchillo en la mano, y alguien me dio un empujón en la espalda; me caí hacia delante, y el cuchillo penetró limpiamente entre sus costillas.
Myri se encogió de hombros, y siguió diciendo:
—No le di a nada vital, pero aunque le dije a la policía que había sido un accidente y todo el mundo me dio la razón, todos los que trabajaban en la cocina pensaron que lo había hecho a propósito, incluido él.
—¿Qué pasó cuando volvió al trabajo?
—Que empezó a llamarme de usted.
—Bien hecho —dijo Vic, con una sonrisa de oreja a oreja—. Ahora tienes fama de ser una jefa muy dura.
—Lo que tengo es fama de ser una zorra peligrosa capaz de sacarle un ojo al primero que me lleve la contraria, y me gusta. Me facilita el trabajo. ¿Quién se lo habrá contado a Gloria?
—Ella se entera de todo.
—Ah, así que tiene una red de espionaje envidiable.
De repente, Myri se dio cuenta de la quietud que los rodeaba. La única persona que aún seguía en el local era el limpiador que estaba trabajando en el comedor. Era tarde y estaba cansada, así que se sentía vulnerable frente al encanto de Vic. Al darse cuenta de que estaba pisando terreno peligroso, decidió que era hora de volver a casa.
—Es bastante tarde —comentó el.
—Sí, eso mismo estaba pensando yo.
—Vete si quieres, ya cierro yo.
—Vale.
Cuando Myri se bajó del mostrador, Vic se acercó a ella. Era uno de esos momentos en que el sentido común parecía más que sobrevalorado.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó él.
—En nada.
—Mentirosa.
Ella sonrió a pesar de la tensión que flotaba en el ambiente.
—Sí, pero al menos soy mona.
Se fueron acercando hasta que estuvieron a punto de tocarse, y de repente se encontraron el uno en brazos del otro y sus bocas se unieron.
A Myri se le pasaron varias cosas por la cabeza, pero la principal fue que aquel hombre aún besaba como el mismísimo demonio. Sus labios sólo presionaban contra los suyos en una suave caricia, pero aun así, sintió que la recorrían estremecimientos de ardiente deseo; además, sus pechos estaban tan sensibles, probablemente gracias a la mezcla de la abstinencia y del embarazo, que seguramente alcanzaría el orgasmo sólo con que él le acariciara los tensos pezones.
Quería rodearlo con sus brazos y dejarse llevar, quería meterse dentro de él y ver hasta qué punto podían llegar a fusionarse en un solo ser, pero de repente un pensamiento penetró en su cerebro: aquello no era una buena idea.
Quería que lo fuera, pero no era así. La gente inteligente no se involucraba con sus ex maridos en el trabajo, ni siquiera con los que iban a quedarse cerca durante unos meses.
Hizo acopio de todas sus fuerzas, y retrocedió un paso.
Los brazos de Vic parecían muy tentadores, y a ella le habría encantado apretar su cuerpo hambriento de sexo contra el de él, pero ¿qué pasaría después?, ¿acaso se estaba planteando realmente acostarse con él? Dejando aparte el hecho de que trabajaban juntos, sabía que su secreto saldría a la luz en cuanto él la viera desnuda; aunque podía ocultar su embarazo con las camisas holgadas que se ponía, sin ropa era obvio que estaba esperando un hijo.
No era precisamente la mejor manera de decírselo.
—Aún lo tienes —dijo él en voz baja, mientras la miraba con los ojos dilatados.
—Y tú también.
—No es buena idea. Mezclar trabajo y…
—Exacto. Bueno, supongo que será mejor que… eh… que me vaya.
Myri fue a su despacho a por su bolso y sus llaves, y al volver se despidió de él.
—Hasta mañana.
Vic la acompañó hasta la puerta trasera.
—Ven más tarde, yo estaré aquí a las siete para comprobar el pedido. Te llamaré si hay algún problema, pero si todo va bien, podrás dormir un poco más.
La oferta era demasiado tentadora para rechazarla.
—Gracias. Tendrás que comprobar el pescado, así que huélelo. Si no huele a nada, es que está bien.
—Myri, sé cómo hay que comprar pescado, ya lo he hecho antes —le dijo él, con una sonrisa.
—Si tú lo dices.
Myri vaciló por un momento. De repente quería algo más, pero no estaba segura de qué se trataba. ¿Una conexión?, ¿zanjar las cosas? Fuera lo que fuese, Vic y ella ya habían tenido una oportunidad, y la habían fastidiado del todo. No había vuelta atrás.

Dos semanas más tarde, Vic comprobó las cifras por segunda vez, y entonces lanzó el informe al aire.
—¡Caramba, somos muy buenos! —exclamó.
Ya estaban un treinta por ciento por encima de las estimaciones de ingresos. Los beneficios sólo estaban en el dieciocho por ciento, pero eso era porque Myri insistía en servir grandes porciones de ingredientes muy caros. Y por mucho que a él le costara admitirlo, ella tenía razón.
Al oír que llamaban a la puerta, levantó la cabeza, y le hizo un gesto a la mujer que esperaba allí para que pasara. Tina aún estaba en ropa de calle, tenía el bolso y el abrigo colgando del brazo y la tarjeta para fichar en la mano.
—¿Querías verme? —le preguntó.
En vez de indicarle que se sentara, Vic se levantó y señaló hacia el reloj que tenía en la pared.
—¿Puedes decirme qué hora es?
—Las cinco y cuarto.
—Exacto. Tu turno empieza a las cinco en punto.
—Ya lo sé, pero había mucho tráfico —dijo ella, con un profundo suspiro.
Cada noche tenía una excusa diferente.
—Ya conoces las normas, Tina. No se permite llegar tarde de forma injustificada. O nos llamas para avisar, o llegas a tu hora.
—¿Estás de broma?, ¿estás enfadado porque he llegado un cuarto de hora tarde?
—No estoy enfadado, pero tú estás despedida.
Tina abrió la boca, y volvió a cerrarla.
—¿Por un cuarto de hora?
—Se te dejaron muy claras las reglas cuando entraste a trabajar aquí, firmaste una copia junto con tu solicitud. Si no se llama cuando se va a llegar tarde, la consecuencia es el despido —Vic se inclinó, y tomó su cheque—. Te acompañaré a la puerta.
—No te molestes.
Tina agarró el cheque de malos modos, y se apresuró a marcharse. Vic la oyó refunfuñar, pero la ignoró y volvió a sentarse justo cuando Myri entraba en el despacho.
—Parece que alguien no está demasiado contento, una de las camareras se ha ido hecha una furia.
—Era Tina, la he despedido.
—¿Porqué?
El señaló hacia el reloj con la cabeza, y Myri se sentó frente a él con un suspiro.
—Yo también los despido si llegan tarde, es la única manera de que te tomen en serio. Hay que llamar para avisar, para que no me quede colgada. No puedo permitirme el lujo de estar siempre preocupada por si me va a faltar personal para la noche.
—Entonces, estamos de acuerdo.
—En esto sí, pero no te hagas ilusiones. He venido a quejarme —le dijo ella, con una sonrisa.
¿Por qué no le sorprendía? Myri se había ganado a pulso su fama de perfeccionista. Tres días antes, había ido a decirle que los arreglos florales olían demasiado, y que su fragancia interfería con el aroma de la comida. Ella siempre exigía la perfección, y no estaba dispuesta a conformarse con menos.
—¿Qué pasa ahora? —le preguntó.
—La carta de vinos es un asco.
—Estoy de acuerdo, pero estoy trabajando en ella.
Myri se inclinó hacia delante. Con su chaqueta blanca de cocina y el pañuelo que le sujetaba el pelo parecía profesional y muy femenina, y la combinación resultaba muy atrayente.
—Tengo un plan —le dijo ella, en voz un poco más baja.
—No me va a gustar.
—Eso no lo sabes aún —ella miró hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que nadie más podía oírla, y entonces sonrió—. Asalta la bodega del Buchanan's. Envié a alguien a que echara un vistazo, y me ha dicho que es fabulosa.
—No pienso saquear uno de los restaurantes de mi familia.
—¿Por qué no? Nos traen sin cuidado, a nosotros sólo nos importa el Waterfront. Sólo tienes que ir y traerte la mitad del buen material. Los vinos que tenemos aquí son demasiado jóvenes, y ya sabes que a los clientes les encanta pavonearse con lo más caro. Vamos a perderlos, y también a los amantes del buen vino. Venga, Vic, eres un hombre muy persuasivo, puedes hacerlo.
—Pero ni siquiera voy a intentarlo. Lee esto antes de empezar a insultarme.
Le dio una hoja de papel que tenía encima de la mesa, y se reclinó contra el respaldo para esperar sus disculpas arrepentidas. Tras echarle una ojeada a la hoja, Myri levantó de nuevo la mirada hacia él y le preguntó:
—¿Qué ha pasado?
—Me enteré de que dos restaurantes iban a cerrar, y les compré sus listas de vinos. Ambas eran excelentes. Bueno, ¿qué ibas a decir?
—Eres el mejor —dijo ella, con una gran sonrisa.
—¿Y…?
Ella suspiró, se reclinó en su silla y se llevó el dorso de una mano a la frente.
—Eres listo y divertido, y tengo tanta suerte de poder trabajar para ti… cielos, la excitación de estar sentada cerca de ti me corta la respiración.
—Claro, es normal.
Myri se enderezó antes de decir:
—De verdad, ha sido un golpe maestro. Estoy impresionada.
Vic se sintió muy satisfecho al oír sus cumplidos. Myri no se dejaba impresionar con facilidad, y no tenía ningún motivo para mostrarse especialmente amable con él.
Las cosas eran muy diferentes. Aunque le había gustado estar casado con Myri, ella no había sido demasiado fuerte en aquel entonces, y a él le había preocupado que algo la hiriera; sin embargo, por alguna ironía del destino, él había acabado siendo quien le había hecho más daño. Pero se había convertido en una mujer dura, y él admiraba su capacidad para asumir el mando.
Se preguntó si su matrimonio habría sobrevivido si ella hubiera sido así en el pasado, o si los secretos que él guardaba habrían acabado estropeando las cosas de todas maneras, y se dio cuenta de que probablemente habría sucedido lo último. Myri tenía una gran capacidad de perdón, pero dudaba que pudiera comprender la razón por la que él no podía arriesgarse a querer a otro hijo.
Ella se sacó una hoja de papel del bolsillo, y comentó:
—Si quieres, podemos quedar para mañana por la mañana, para hablar de las reservas de grupos. La idea no me parece mal, pero quiero empezar poco a poco. La cocina tiene que funcionar como un reloj antes de que podamos plantearnos servir a cincuenta personas al mismo tiempo.
—Había pensado que podríamos empezar con un grupo de confianza. El Daily Grind celebra una comida de entrega de premios anual en julio, y podríamos celebrarla aquí. Me han llamado para varios eventos más, dos en verano y tres en septiembre.
—Consígueme todos los detalles, y ya te diré lo que podemos hacer. No hay problema con los del verano, y cocinaré para la comida del Daily Grind siempre y cuando pueda salir un rato a mirar.
—¿Porqué?
—Por curiosidad profesional, es tu otra vida.
Vic se preguntó por qué le interesaba su negocio, pero decidió acceder a su petición.
—Claro.
—Pero no podemos programar nada para septiembre.
—¿Por qué no?
—Porque no estaré aquí.
—¿En todo el mes? Imposible, el restaurante sólo llevará abierto cinco meses.
—Ya lo sé, pero pienso irme y no podrás impedírmelo —Myri levantó una mano para silenciarlo—. No es por propia elección, Vic. Bueno, supongo que técnicamente sí que lo es. No me voy de vacaciones, estaré de baja por maternidad. Voy a tener un hijo.
CONTINUARA...
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Mensaje  Dianitha Vie Sep 10, 2010 3:39 pm

graciias x el cap xfa niiña no tardes con el siiguiiente cap sii que kiiero saber como va a reacciionar vicitor con la noticia de que myriam va a ser mama Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196 Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196 Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196 Delicioso Reencuentro Nueva Novela! 196
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Mensaje  alma.fra Vie Sep 10, 2010 8:36 pm

Muchas gracias por el capitulo.
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Mensaje  mariateressina Sáb Sep 11, 2010 10:03 am

graxias x el capitulo ahora si que a Victor lo dejara con la boca abierta a ver cual va a ser la reaccion de el.

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Mensaje  FannyQ Sáb Sep 11, 2010 4:11 pm

Capítulo 6
La expresión de Vic se mantuvo inmutable, pero como siempre, su boca lo delató. Sus labios se apretaron en una fina línea de desagrado, y en su mandíbula apareció un tic nervioso.
—Felicidades.
Aquella sola palabra contenía todo un mundo de rabia, y Myri se obligó a no reaccionar. Había sabido que la noticia le impactaría, y lo más sensato sería darle al pobre hombre unos segundos para que la asimilara.
—Gracias.
—No sabía que estabas saliendo con alguien.
Al ver que su boca se tensaba aún más, Myri supo con casi total seguridad que estaba pensando en el beso que habían compartido.
—No lo hago. No hay nadie en mi vida en este momento.
—¿Qué pasa con el padre del bebé?
—No está involucrado.
Cuando él la miró con enfado y desaprobación, Myri se indignó.
—Mi embarazo no tiene nada que ver contigo, y soy perfectamente capaz de realizar mi trabajo. Ya han pasado varios siglos desde la época en que las mujeres tenían que retirarse de la vida pública cuando esperaban un hijo.
—Que puedas hacer o no tu trabajo es lo que menos me importa.
Vic se levantó, y cuando se acercó a ella, Myri se apresuró a ponerse en pie para quedar a su altura… más o menos.
—Me ocultaste esta información de forma deliberada cuando te ofrecí el trabajo —la acusó.
—No lo mencioné porque sabía que reaccionarías de forma irracional al enterarte.
—Mi reacción no es irracional, estoy furioso. ¿De cuánto estás?
—De cuatro meses — lo fulminó con la mirada, y añadió—: mi embarazo no afecta a mi habilidad culinaria.
—Tienes que estar de pie durante doce horas al día, y no puedes hacerlo estando embarazada. ¿Cómo vas a arreglártelas cuando tengas que probar los platos?, ¿no hay ciertos tipos de pescado que deberías evitar? ¿Qué pasa con el vino?
—Puedo probar tanto el vino como la comida, un bocado o un trago no son problema. Soy perfectamente capaz de hacer bien mi trabajo, así que deja de presionarme.
Vic se cernió sobre ella, y le dijo con voz furiosa:
—Me mentiste y me ocultaste información importante. Ambos sabemos que puedo ponerte de patitas en la calle.
Myri abrió la boca, pero volvió a cerrarla al darse cuenta de que tenía razón. Si un empleado le hubiera mentido a ella sobre algo tan gordo, le despediría sin pensárselo dos veces.
—Soy la razón del éxito de este restaurante, y hago un buen trabajo —le dijo, en voz deliberadamente baja—. Sí, puedes echarme, pero ¿qué harás después?, ¿crees de verdad que el local sobrevivirá al perder a la chef a las dos semanas de la inauguración? —lo miró a los ojos, pidiéndole con la mirada que la comprendiera, y añadió—: He pensado en todo, y puedo hacer mi trabajo estando embarazada. Vic, estamos juntos en esto, no lo estropees.
—No finjas que somos un equipo, después de ocultarme un secreto así. ¿Hay algo más que tengas que decirme?
—No.
—Muy bien. Volveré dentro de un par de horas.
—Pero acabamos de abrir, van a empezar a llegar los clientes.
—¿Y qué? Según tú, has pensado en todo. Arréglatelas como puedas —sin más, se volvió y salió del despacho.

Vic condujo sin pensar, y no se sorprendió cuando se encontró delante del bar que dirigía Reid. Después de darle las llaves al aparcacoches, entro en el abarrotado local.
No entendía qué demonios estaba pasando, y apenas podía asimilar el hecho de que Myri estuviera embarazada. Sabía que ella siempre había querido tener hijos, se lo había dejado claro muchas veces, pero ¿por qué en ese preciso momento?
Le hizo un gesto a su hermano, que estaba detrás de la barra, y éste le dijo algo a una de las camareras que estaban ayudándole a servir y se apresuró a acercarse a él.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
En vez de contestar, fue hacia la oficina de su hermano, entró sin contemplaciones y cerró la puerta cuando Reid entró tras él.
—Sabías lo del bebé, ¿verdad? —le dijo, en tono de afirmación.
Reid pareció sorprendentemente indiferente.
—Así que por fin te lo ha dicho, ¿no? Le advertí que no te sentaría nada bien, y parece que no me equivoqué.
—Claro que no me ha sentado bien. ¿Cómo demonios ha pasado?, ¿la animaste tú?
—Oye, cálmate. ¿A ti qué más te da si Myri se ha quedado embarazada?, hace mucho tiempo que renunciaste a ella.
—Eso no tiene nada que ver —le traía sin cuidado con quién se acostaba su ex mujer, o lo que hacía con su vida personal. Lo que lo enfurecía era que se hubiera quedado embarazada.
Reid se apoyó en su desordenada mesa, y comentó:
—Mira, no es para tanto. Myri llevaba mucho tiempo pensando en tener un hijo, siempre quiso formar una familia.
Vic sabía el tiempo exacto que ella llevaba pensándolo. No tenía ni que cerrar los ojos para verla acurrucada contra él en el sofá, con la mano apoyada en su muslo mientras se inclinaba y le susurraba: «Vic, vamos a intentarlo otra vez. Quiero que tengamos un hijo».
—Cuando cumplió los treinta, pensó que lo mejor sería ponerse manos a la obra —añadió Reid.
Vic lo agarró por la parte delantera de la camisa.
—¿Fuiste tú?, ¿te acostaste con ella?
Su hermano, que normalmente tenía una actitud muy despreocupada, se tensó de inmediato y le cubrió la mano con la suya con fuerza amenazadora.
—Voy a darte cinco segundos para que lo retires, si no quieres que te haga puré —gruñó.
—¿De verdad crees que podrías?
Los dos permanecieron mirándose desafiantes durante unos segundos, pero finalmente fue Reid el que cedió. Soltó a Vic, y levantó las manos.
—Nadie se acostó con Myri, la cosa no fue así.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó antes de soltarlo.
—No hay ningún amante, fue a un banco de esperma. Ya sabes, uno de la columna A, otro de la columna B. Eligió el esperma de una lista informatizada. Yo pensé que era una tontería no hacerlo de la forma tradicional, pero ella lo prefirió así —Reid le dio un golpecito en el pecho, y añadió—: ¿por qué no te ha dicho ella lo de la fecundación in vitro?
Vic se encogió de hombros, y Reid le dio otro golpe.
—No has dejado que se explicara, ¿verdad? Has preferido creer lo que te ha dado la gana. Maldita sea, Vic, ¿por qué siempre tienes que pensar lo peor de todo el mundo?
—No lo hago.
—Sí, claro, eres todo un rayo de sol. Deberías confiar en que los demás hagan lo correcto, y Myri nunca se liaría con un tipo capaz de abandonar a un niño, ¿de acuerdo?
Vic retrocedió un paso, sin saber cómo contestar a aquello. Reid había dado justo en el clavo. Eso era lo que no podía soportar… la idea de un hombre abandonando a su propio hijo. Un hombre tenía opciones, las opciones que él no había tenido a los diecisiete años.
—Es verdad, tienes razón. Eh… gracias por explicarme la situación.
Reid volvió a apoyarse en su mesa, y se cruzó de brazos.
—¿Sabes que eres un desastre?
—Sí, lo tengo bastante claro.
—Todos lo somos, gracias a Gloria —Reid sacudió la cabeza—. Vaya zorra. Las cosas que nos obligó a hacer, sus constantes amenazas… tantos jodidos secretos —miró a Vic, y le dijo—: Myri quiere tener ese bebé, y será una buena madre.
—No se trata de eso.
—¿En serio? Entonces, todo esto es por Lindsey, ¿no?
Vic se quedó mirando a su hermano con la boca abierta, incapaz de creer lo que acababa de oír.
—¿Lo sabías? —le preguntó, con voz ronca por la sorpresa.
Reid asintió.
Ya habían pasado diecisiete años, y Vic no había hablado de su hija con nadie de su familia. Gloria lo había sabido, claro, porque ella se enteraba de todo, y aunque su novia del instituto había estado encantada de dar a su hija en adopción, él había querido algo más para su pequeña. Había querido ocuparse de ella, pero en aquel entonces estaba en el último curso del instituto, sin medios para mantener a una niña, y mucho menos para criarla.
Gloria le había ofrecido poder quedarse con su hija si era ella quien la criaba, pero hasta la última fibra de su ser se había rebelado ante la mera idea; al final, ella lo había presionado tanto que él había cedido y había accedido a darla en adopción.
Aún recordaba el momento en que había firmado los documentos, la sensación de estar cometiendo un gran error. Le faltaban unas semanas para cumplir los dieciocho años, así que era demasiado mayor para llorar, pero el deseo de hacerlo había sido avasallador. Había querido agarrar a su hija y salir corriendo, y había sido la calidez de la familia adoptante lo único que había posibilitado que renunciara a Lindsey.
—¿Cómo te enteraste de su existencia?, nadie lo supo.
—En teoría, pero Walker y yo te oímos discutiendo con Gloria sobre el tema. Creo que Dani no lo sabe, era demasiado pequeña.
—Nunca comentasteis nada al respecto.
—¿Por qué íbamos a hacerlo?, era tu decisión. Walker y yo hablamos sobre lo que haríamos si nos hubiera pasado a nosotros, y los dos coincidimos en que también habríamos renunciado al bebé sin pensarlo dos veces.
—Es fácil decirlo cuando le ha pasado a otra persona.
—Puede. Después el tema quedó zanjado, y creímos que tenías derecho a mantenerlo en secreto si querías. Sabías dónde encontramos si te apetecía hablar del tema.
Reid parecía hablar con mucha naturalidad, pero Vic se preguntó si había algo más detrás de su aparente indiferencia, cierta sensación de traición por el hecho de que no hubiera confiado en ellos en una decisión tan importante.
—Yo era el mayor —dijo, un poco incómodo.
—Claro, y supongo que quisiste dar un buen ejemplo, así que decidiste no decirles a tus hermanitos pequeños que le habías hecho un bombo a tu novia. A Walker y a mí nos quedó muy claro, y nos convertimos en estandartes del sexo seguro. No te preocupes, hermano mayor, lo que te pasó nos sirvió de ejemplo.
Vic supuso que aquello contaba para algo.
—¿Cuántos años tiene? ¿Quince?, ¿dieciséis?
—Diecisiete. Está cursando el último año en el instituto.
—¿Te mantienes en contacto con la familia?
—Con los padres. Me mandan fotos y cartas un par de veces al año y ella sabe que es adoptada, pero no le interesa conocer a sus padres biológicos.
A su madre biológica le resultaba indiferente. Después de dar a luz y de graduarse, Alison se había ido a vivir al este; Vic no había vuelto a saber nada de ella, pero sospechaba que no tenía ningún interés en la hija a la que había entregado en adopción.
—Siempre lo sentí por ti, sé que no querías renunciar a ella —comentó Reid.
—No supe cómo ocuparme de ella.
—Hiciste lo correcto. Siempre lo haces, y siempre me lo restregaban por la cara.
—Gracias por no tenérmelo en cuenta.
—De nada. Pero creo que ha llegado el momento de que hagas lo correcto con Myri, no se ha quedado embarazada para fastidiarte.
—Seguro que lo considera un extra muy divertido.
—Puede, pero desea de verdad tener este bebé. Tendrías que respetarlo, y no echárselo en cara.
Vic sabía que su hermano tenía razón, pero se limitó a contestar:
—Me lo pensaré.
—Perfecto. ¿Quieres una cerveza?
—No, gracias. Tengo que volver al restaurante.
Vic apretó un puño. Reid lo imitó, y los chocaron.
—Ten paciencia, hermanito mayor. No es hijo tuyo, así que esta vez no te incumbe lo que pase.
—Claro. Gracias.
Vic salió del despacho, y fue hacia la puerta principal. Cuando el aparcacoches le llevó su BMW, volvió al restaurante mientras reflexionaba sobre todas las sorpresas que se había llevado en un espacio tan corto de tiempo; el embarazo de Myri, enterarse de que Reid y Walker sabían lo de su hija…
Recordó las peleas que había tenido con Gloria en aquel entonces, cómo le había gritado con toda la furia de un muchacho de diecisiete años a quien se le estaba arrebatando algo de un valor incalculable. Era sorprendente que el barrio entero no se hubiera enterado, pero sus hermanos se habían mantenido en silencio, esperando a que él acudiera a ellos. Y nunca lo había hecho.
Tendría que haber hablado con ellos, porque le habrían entendido. Y debería haber hablado con ellos hacía tres años y medio, cuando su matrimonio se había estado desmoronando. Myri había empezado a presionarle para que se comprometiera más desde un punto de vista emocional, para que tuviera un hijo con ella, para que se centrara en su matrimonio; sin embargo, él se había esforzado por mantenerse todo lo apartado posible de ella, mientras intentaba superar el terror de saber que a su única hija acababan de diagnosticarle leucemia mielocítica aguda.
Había esperado durante tres meses para ver cómo evolucionaba la enfermedad, y los padres adoptivos de Lindsey le habían mantenido informado de cada etapa del tratamiento. Recordó la agonía de no saber si la quimio funcionaría, la incertidumbre de no saber si su hija iba a vivir o a morir, y la felicidad cuando Lindsey había vencido a la enfermedad.
¿Debería haberle hablado a Myri de su existencia? En aquel entonces se había sentido incapaz, porque ella no habría entendido que él se preocupara tanto por una hija que había tenido con otra mujer, y que al mismo tiempo se negara a tener un hijo con ella. No había sabido cómo explicarle que tenía miedo de volver a pasar por el sufrimiento que había sentido al perder a Lindsey.
De modo que Myri le había presionado para que le diera más, y él se había ido retrayendo hasta que ella había acabado por irse. Su marcha había parecido lo mejor para los dos.
Entró en el restaurante, y después de hablar con su gerente adjunto, fue a la cocina. Como siempre, lo asaltó el barullo de los gritos, el siseo del vapor y el ruido de la parrilla.
—Tres más de salmón —dijo uno de los camareros, mientras dejaba una bandeja sobre el mostrador— La mujer quiere saber lo que le pones a la salsa.
Myri vio a Vic al levantar la mirada, pero se apresuró a centrar su atención en el camarero.
—Lo siento, es un secreto. Pero prometo que, si alguna vez publico un libro de cocina, pondré la receta en el primer capítulo.
Cuando el camarero se fue, ella se volvió hacia Vic y le dijo:
—Te has marchado cuando iba a empezar la cena.
—Ya lo sé.
Su expresión le advirtió que no volviera a hacerlo, pero no lo dijo en voz alta. Myri era demasiado buena, y no iba a abroncarlo delante del personal.
Pero quería hacerlo, y dadas las circunstancias, no podía culparla.
—Tenemos que hablar, ¿te va bien a eso de las diez? —le preguntó.
—Claro. Seré la que lleva el uniforme de chef.

A las nueve y cuarto, la cosa ya se había calmado un poco. Todas las reservas estaban servidas y había un par de mesas vacías en el comedor, así que Vic fue a su despacho a ponerse al día con el papeleo antes de que llegara Myri. No estaba seguro de lo que le iba a decir; quería disculparse por reaccionar de forma desproporcionada, pero no podía contarle lo de Lindsey justo después de enterarse de que estaba embarazada. Quería que las aguas se calmaran antes de soltarle aquella noticia impactante.
Se sentó tras su mesa, pero en vez de encender el ordenador, se reclinó en el respaldo de la silla y recordó la primera vez que Myri le había dicho que estaba embarazada. No lo habían planeado, pero a veces, los métodos anticonceptivos fallaban.
Él se había quedado de piedra… primero debido a una felicidad enorme, y después por una terrible sensación de culpabilidad. Iba a vivir todo lo que se había perdido con Lindsey, ¿qué pasaría si quería más a aquel bebé que a su hija?
No había sabido dónde encontrar las respuestas a sus preguntas, o a quién confiarle su confusión, así que no le había dicho nada a nadie. Conforme había ido pasando el tiempo, Myri se había dado cuenta de que su entusiasmo iba disminuyendo, y no había podido entender por qué se contenía y se apartaba de ella; al fin y al cabo, era una mujer que se entregaba al cien por cien.
—Toc, toc.
Vic se volvió, y ahogó un gemido al ver a Gloria en la puerta del despacho. Sí, claro, como si aquel día no hubiera sido ya lo bastante estresante.
—Se supone que no tendrías que estar aquí —le dijo a su abuela.
Gloria entró con paso firme, y se sentó en la única silla libre.
—No sé por qué crees que me paso la vida controlándolo todo, no es cierto. He venido a ver a mi nieto, ¿hay algo de malo en ello?
No lo habría, si Vic pensara que estaba siendo sincera. Pero sabía que Gloria siempre tenía un propósito y un motivo.
—Muy bien, si se trata de una visita estrictamente social, entonces supongo que no tendrás que hacer ningún comentario sobre el restaurante.
Gloria apretó los labios, y comentó:
—Lo cierto es que he notado un par de cosas…
Vic la miró con expresión firme, y ella exhaló lentamente.
—Pero no voy a mencionarlas. Aunque no entiendo por qué no puedes aceptar alguna crítica constructiva, lo más lógico sería que quisieras que el restaurante funcionara lo mejor posible.
—Buen intento, pero no voy a picar.
—Oh, está bien —dijo ella, mientras se quitaba el abrigo—. Sólo quería que supieras que Daniel se ha ido.
—¿Quién es Daniel? —le preguntó él, perplejo.
—Daniel Langstrom, el presidente de la compañía. Cielos, Victor, ¿es que ni siquiera puedes fingir que sientes cierto interés? Se ha negado a decirme por qué ha dimitido, pero es un engorro. Es el tercero que se va en quince meses. Las búsquedas de ejecutivos son muy caras, por no mencionar el tiempo que se pierde. Es increíble que las empresas especializadas no nos ofrezcan mejores candidatos.
—El problema eres tú, Gloria. Trabajar contigo es un infierno.
—Disculpa, pero me niego a permitir que me hables de esa forma vulgar y grosera.
—Pero es la pura verdad, contigo la palabra «control» adquiere una nueva dimensión. Siempre te empeñas en cambiar o en revocar cada una de las órdenes de la gente que pones al mando, te entrometes, cambias de opinión cada quince minutos y haces que todo el que te rodea desee estar muerto.
—Eso no es cierto —protestó ella, palideciendo un poco.
—¿No te has dado cuenta de lo difícil que te resulta conservar a un asistente ejecutivo, por no hablar de un director? Hace años que lograste que yo me fuera, y Reid y Walker ni siquiera se molestaron en intentarlo. Tienes que soltar un poco las riendas, antes de que no quede nadie en la empresa.
—Eso es una ridiculez, estás exagerando. Pero no importa, porque lo que quiero es que tú asumas la dirección.
Vic prefería ser cebo para tiburones.
—No, gracias. Ya tengo un trabajo.
—En esa cafetería tuya —por su tono de voz, parecía que Vic servía batidos de ácido a los niños.
—Exacto. Me gusta mi trabajo, Gloria. Estoy orgulloso de lo que hago —se detuvo al recordar que no iba a lograr convencerla.
—Ésta es tu herencia, eres un Buchanan.
—No me interesa; de hecho, a la única que le importa algo la empresa familiar es a Dani. Sólo Dios sabe cómo es posible que aún no se haya hartado de ti, pero sigue firme en su empeño. Dale una oportunidad.
—Eso es imposible, no es de la familia. No es una Buchanan, y nunca le perdonaré que sea la hija de quien es.
—Mi madre tuvo una aventura hace casi treinta años, ya es hora de que lo superes.
—Nunca —los ojos de Gloria brillaron de furia—. Traicionó a mi hijo, ¿es que no te importa que se riera de tu padre?
A Vic no le hacía ninguna gracia, pero le resultaba difícil indignarse por ello después de tanto tiempo.
—Supéralo, mamá y papá ya están muertos.
—Pero la prueba de carne y hueso de la aventura de tu madre aún vive.
—Sería mejor que te aclimataras a este siglo, Dani es tu nieta.
—Jamás. Ella no es nada. Dejo que se crea una Buchanan por piedad.
—¿Así lo llamas tú?
Gloria le había contado la verdad cuando se había licenciado en la universidad, como una especie de regalo retorcido. Había utilizado aquella información para chantajearlo y lograr que entrara a trabajar en el negocio.
Él no había querido formar parte del imperio familiar, pero Gloria lo había amenazado con contarle a Dani que no era una de ellos. Había accedido a empezar a trabajar en la hamburguesería para que su hermana no se enterara de la verdad.
—He formado parte de esta familia desde que tenía dieciocho años, he sudado sangre, sudor y lágrimas para que pudierais tener vuestro legado. Soy la razón de que esta familia sea rica.
—Nos habría ido mucho mejor si nos hubieras dejado tranquilos.
Gloria se levantó, y lo fulminó con la mirada.
—Puede que a ti no te importe lo más mínimo la familia, pero a mí sí. Tu madre destruyó a mi hijo con sus mentiras y su falsedad.
—Pero Dani no tiene la culpa de nada, y es la única a la que le importa la empresa. Siempre se ha esforzado al máximo y es buena en su trabajo, así que dale una oportunidad. Asciéndela, deja que demuestre lo que vale en Buchanan's, o aquí.
—Nunca.
Vic tuvo ganas de pegarle un puñetazo a algo, pero una vez ya había cedido ante aquel impulso con una pared y no había sido una idea demasiado inteligente.
—Debería decírselo yo mismo —comentó, más para sí mismo que para Gloria.
—Pero no lo harás —su abuela volvió a sentarse—. No serías capaz de hacerle daño a tu hermana.
Gloria tenía razón, él jamás le haría daño a Dani de forma deliberada, aunque estaba empezando a pensar que con su silencio le estaba causando un dolor diferente.
—Cambiando de tema, ¿sabías que tu chef ejecutiva está embarazada?
Vic masculló un juramento para sus adentros. ¿Cómo se había enterado? Lo menos sorprendente de todo era la necesidad que ella parecía sentir de causar problemas.
—Claro que sí —contestó, sin añadir que se había enterado ese mismo día.
—Ah —dijo ella, claramente decepcionada—. ¿Sabes quién es el padre?
—¿Qué importa eso?
—No te conviene, Victor, siempre lo he pensado. Creía que tú también te habías dado cuenta.
—Mi vida personal no es de tu incumbencia.
Los pequeños ojos de ella se clavaron en los suyos, y Vic supo que se estaba preguntando si le estaba advirtiendo que lo dejara en paz porque había algo entre Myri y él, o por simples principios.
—Nunca te cayó bien —comentó—. ¿Fue por Myri en particular, o porque no dejé que eligieras a mi mujer?
—Estoy convencida de que mi elección habría sido mucho mejor que la tuya.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Sin importar que fuera una persona mayor, Vic ya había tenido bastante.
—Ya es hora de que te vayas —le dijo, mientras se levantaba de la silla.
Gloria agarró su abrigo, y se puso en pie.
—Piensa en lo que te he dicho sobre la presidencia, es una gran oportunidad.
—Ni hablar.
—Pero, Victor…
Vic la acompañó hasta el pasillo, y le cerró la puerta en las narices con firmeza.
CONTINUARA...
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Delicioso Reencuentro Nueva Novela! Empty Re: Delicioso Reencuentro Nueva Novela!

Mensaje  FannyQ Sáb Sep 11, 2010 4:11 pm

Capítulo 7
Myri puso su cena en una mesa lateral del comedor. La limpieza de la cocina estaba a punto de terminar, y aunque estaba cansada y lista para ir a casa y acostarse, estaba hambrienta.
Al principio, se había sentido tan furiosa cuando Vic se había marchado antes de la cena, que ni siquiera había pensado en comer, y después había estado demasiado ajetreada; pero la jornada ya había terminado, y pensaba recuperar el tiempo perdido.
Tenía un plato enorme del pescado rebozado de sus célebres patatas fritas con pescado, un segundo plato con puré de patatas con ajo, y una gran fuente de ensalada que había preparado con todas las verduras que había podido encontrar. Había bastante comida para seis u ocho personas, pero a veces se le olvidaba cómo cocinar para una sola.
Había pensado que a lo mejor Naomi la acompañaría, pero a su amiga le había faltado tiempo para irse a calentar la cama de Reid. Siempre había sabido que aquellos dos acabarían liándose, y que cuando lo hicieran, sentiría su pérdida temporal mientras ellos se adentraban en un mundo propio. Pero le había pillado por sorpresa que fuera justo en ese momento.
Al ver que Vic entraba en el comedor, lo ignoró y empezó a llenar su plato, pero él se acercó a ella.
—Hemos tenido una buena noche —comentó él.
Myri se limitó a asentir.
—Las cifras siguen por encima de lo previsto.
—Pareces sorprendido.
—Lo estoy. Espero que podamos mantener la buena inercia.
—No hay razón para que no sea así. La ubicación es buena, y la comida mejor. ¿Qué problema puede haber?
—Siempre fuiste una persona positiva —comentó él, con una sonrisa.
—Es mejor que lo contrario.
—¿Quieres un poco de compañía?
Myri contempló las atractivas líneas de su cara, y la suave curva de su boca. Ya no estaba enfadado, y ella tampoco; podía fingir que era así, y si él le daba unos minutos, podía avivar su indignación, pero no le serviría de nada.
—Sólo si tienes hambre, he preparado comida de sobra.
—Ya lo veo.
Vic se sentó junto a ella, y tomó uno de los platos limpios. Después de llenarlo, agarró un tenedor y probó las patatas.
—Siguen siendo las mejores —comentó.
—Patatas, ajo, mantequilla, unas cuantas especias… sigues siendo un hombre fácil, Vic.
—Tengo claro lo que me gusta.
Aquellas palabras acarreaban una señal de peligro, así que Myri decidió cambiar de tema.
—He visto a Gloria, pero tuvo la delicadeza de mantenerse alejada de mi cocina. ¿Qué quería?
—Está intentando presionarme para que acepte el puesto de presidente de la compañía, se acaba de largar el tercer tipo en quince meses.
—Si el pobre tenía que rendirle cuentas a ella directamente, lo entiendo.
—Eso es lo que le he dicho. Le he advertido que tiene que soltar un poco las riendas, si no quiere perderlo todo.
—Tú nunca aceptarías el puesto —comentó Myri con certeza—. No aguantarías trabajar para ella, y no querrías dejar tu trabajo en el Daily Grind.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso? —le dijo él, contemplándola con una mirada penetrante.
—¿Acaso me equivoco?
—No.
Myri sonrió.
—Vic, eres un hombre, así que casi siempre eres bastante simple. Aunque algunas veces me dejaste completamente confundida —como no quería hablar de su relación, Myri añadió—: ¿por qué tanto problema?, debería ofrecerle el empleo a Dani. Ella estaría encantada de tener la oportunidad de estar al mando, y creo que lo haría muy bien.
—Eso es lo que le he dicho yo, pero Gloria no quiere ni oír hablar del tema.
—Gloria siempre se ha portado fatal con Dani, ¿qué es lo que tiene en contra de tu hermana?
Myri esperaba que Vic ignorara la pregunta o que le dijera que no lo sabía, así que se sorprendió cuando él dejó el tenedor y se inclinó hacia ella.
—Que no es una Buchanan —le dijo él, en voz baja.
Ella no se habría quedado más atónita si él se hubiera convertido en un calamar bailarín ante sus propios ojos.
—¿Qué? Vic, es tu hermana.
—A medias. Misma madre, diferente padre. Mi padre siempre fue muy distante, bebía… creo que tener a una madre como Gloria lo impulsó a refugiarse en el alcohol. No recuerdo demasiado de su matrimonio, pero nunca parecieron felices ni se portaron como otras parejas. Mi madre tuvo una aventura con alguien, y Dani fue el resultado. Me enteré al acabar la carrera, y fue una sorpresa enorme. Ninguno de nosotros sospechaba nada.
De forma instintiva, Myri le cubrió una mano con la suya.
—Eso es imposible, Dani es uno de los vuestros.
—No, es completamente diferente. Su apariencia, su personalidad… además, mira cómo la trata Gloria. Dani cree que se debe a que es una chica, pero es mucho más que eso.
Myri pensó en los años que había pasado casada con Vic, durante los cuales había estado en contacto con el resto de la familia Buchanan. Gloria era grosera y difícil con todos, pero con Dani se mostraba especialmente maliciosa. La trataba casi con… desprecio.
—No —dijo, más a sí misma que a Vic—. La familia lo es todo para Dani, ser una Buchanan es lo que define su mundo. Lo único que desea aparte de su matrimonio es dirigir la empresa.
—Gloria no va a permitir que eso ocurra.
Myri le dio un ligero apretón en los dedos.
—¿Lo saben Reid y Walker?
—Sí. Gloria se lo dijo, y después utilizó la información para amenazarlos. Ya sabes… «haced lo que os digo, o le contaré a vuestra hermana que no forma parte de esta familia».
Myri sintió que se le formaba un nudo en el estómago.
—Eso es horrible. Gloria nunca me cayó bien, pero jamás había pensado que fuera realmente mala. Pobre Dani, tienes que decírselo.
Vic apartó la mano, y negó con la cabeza.
—Ni hablar, no pienso destrozarle la vida.
—Su vida ya está destrozada. Vic, le estás ocultando secretos, y eso no es una buena idea. Te lo digo por propia experiencia.
La mirada de él bajó hasta su vientre. Myri sabía que sin su chaqueta blanca de cocina, el embarazo era bastante obvio; aunque dudaba que él se diera cuenta de que tenía los pechos más grandes de lo normal, notaría sin duda la redondez de su vientre.
—No puedo decírselo, le haría demasiado daño —dijo él.
—Le hará más daño cuando se entere por otro lado.
Vic le dio un mordisco a un trozo de pescado, y al reconocer el gesto tozudo de su boca, Myri suspiró. Muy bien. No podía obligarle a que le dijera la verdad a Dani, pero podía seguir dándole la lata hasta que se diera por vencido.
—La verdad es que hablar de tu familia siempre hace que aprecie más a la mía —comentó.
—¿Cómo están tus padres? —le preguntó él.
—Bien. Mi padre aún sigue entreteniéndose haciendo que sus dos yernos se preocupen por quién va a quedar al mando.
—¿Lo saben ya? —dijo Vic, mirando su vientre con expresión elocuente.
Ella posó una mano allí antes de contestar.
—Sí, ya les he dicho lo del bebé. De hecho, hablé con ellos cuando empecé a plantearme la posibilidad de quedarme embarazada. Mamá quería que esperara a casarme, pero no tuvimos una discusión fuerte. Han dejado de esperar que me vuelva convencional.
—¿Porque decidiste no ser como Emily y Julie?

Myri asintió. Sus dos hermanas se habían casado menos de dos años después de salir del instituto, pero ella nunca le había encontrado la gracia a atarse a un hombre, encerrarse en casa y empezar a producir niños. Aunque tampoco había planeado ser madre soltera, claro.
—Me he abierto camino en un mundo de hombres —dijo con optimismo—. En cuanto se sepa lo del bebé, todo el mundo empezará a tratarme como a una reina, y si no es así, tengo a Naomi para protegerme.
Vic recorrió el restaurante vacío con la mirada.
—¿Está con Reid?
—Supongo que sí. Estoy segura de que están haciendo el amor como conejos en este mismo momento.
—Será mejor que dejemos el tema, ninguno de los dos queremos tener esa imagen en el cerebro —dijo Vic, con una mueca.
—Tienes razón. Naomi es la persona más sexual que he conocido en mi vida.
—Dímelo a mí. Aquella vez que nos pilló in fraganti, pensé que iba a ofrecerse a unirse a nosotros.
Myri se echó a reír.
—Creo que a lo mejor nos lo habría propuesto, si no hubiéramos estado casados. Después me dijo que eras mucho más impresionante desnudo de lo que se había imaginado.
—Genial. No necesitaba saber eso.
—Pero Naomi es prácticamente una leyenda —le dijo ella, en tono de broma—. ¿No querrías probar para saber por qué?
—No.
—Pero, Vic…
—No me interesa acostarme con tu mejor amiga, ¿está claro? —le dijo él, mientras la fulminaba con la mirada.
—Vale, tú te lo pierdes.
—Si quieres detalles, pídeselos a Reid. Estoy seguro de que no le importará contártelo todo.
—No, gracias —a Myri le gustaba bromear con Vic sobre Naomi, pero realmente no quería saber cómo era su amiga en la cama. Eso sería demasiado raro—. Bueno, si no quieres saber nada de Naomi, ¿en quién estás interesado?
—¿Me estás preguntando sobre mi vida sentimental?
—Claro —Myri sospechaba que no había nadie en su vida en ese momento, porque no la habría besado si tuviera alguna relación con alguien.
—No estoy con nadie. ¿Y tú?
—Has hablado con Reid, así que ya sabes que yo tampoco —le dijo, convencida de que había ido a ver a su hermano para que le explicara lo que pasaba.
—¿Por eso optaste por la fecundación in vitro?
—Sí, me cansé de esperar a que apareciera Don Perfecto; al parecer, su vuelo se retrasó o se casó con otra persona por error.
A Vic no le gustó nada aquel comentario. Había habido un tiempo en el que él había sido Don Perfecto… aunque aquello había cambiado cuando el matrimonio se había roto, por supuesto.
—¿Eso es lo que quieres?, ¿un matrimonio tradicional? —le preguntó.
—Sí. Nunca pensé que sería una madre soltera. No me da miedo arreglármelas sola, pero habría preferido formar parte de algo más. Pero no importa, sé que puedo hacerlo.
El no lo dudó ni por un segundo, porque Myri siempre había puesto todo su empeño en lograr sus objetivos.
—Comentaste que sería en septiembre. ¿Cuándo?
—El doce. Tengo la ventaja de saber el día exacto en que me quedé embarazada.
—¿Lo llevas bien en la cocina?
—Claro. Tendré que sentarme más después del séptimo mes, pero aún podré ocuparme de todo. El embarazo es una de las razones de que quisiera que Naomi se viniera a trabajar conmigo, ella tomará el relevo. Me tomaré una pequeña baja por maternidad, y volveré al trabajo en tres semanas.
—¿No quieres quedarte en casa más tiempo con el bebé? —le preguntó él, sorprendido.
—Voy a traérmelo al trabajo. ¿Por qué crees que elegí el despacho más grande?
¿Un niño?, ¿allí?
—No puedes traértelo.
—¿En serio?, ¿por qué?
Vic se la quedó mirando, incapaz de pensar en una sola razón.
—Exacto —dijo ella—. ¿Por qué no puedo traérmelo?, al menos durante los primeros meses. Voy a darle de mamar, así que tendré que mantenerlo cerca, y ya tengo apalabrada a una niñera fantástica que se parece a la mujer de Papá Noel. Para cuando mi hijo o mi hija esté en edad preescolar, tendré mi propio restaurante.
Myri siempre lo tenía todo planeado.
—El niño va a saber lo que es una sartén antes de aprender a caminar —comentó Vic.
—Eso espero.
Vic ensartó unas patatas con el tenedor. No le extrañaba que sus pechos estuvieran más grandes, si estaba de cuatro meses. Contuvo las ganas de sonreír, al darse cuenta de que Myri lo acusaría de ser un hombre típico por haber notado aquello antes que nada.
Al recordar su primer embarazo, se dio cuenta de que aún había más cambios en ella. Ambos se habían sentido tan felices… asustados, pero felices. Y entonces la culpa había empezado a corroerlo, y la situación se le había escapado de las manos.
Lo más lógico hubiera sido contarle lo de Lindsey, pero nunca había encontrado las palabras ni el momento adecuados, así que se había ido distanciando de ella y del hijo que crecía en su vientre. Había hecho todo lo posible por ignorar cómo iba cambiando su cuerpo, hasta que un día ella le había llamado llorando y aterrada.
—Aquella vez también estabas de cuatro meses —dijo, sin saber si era una buena idea mencionar el pasado.
Ella se sirvió un poco más de ensalada antes de contestar.
—Ya lo sé, he estado pensando en ello. Según mi ginecóloga, lo que sucedió es una de esas cosas que pasan y ya está. Probablemente había algún problema con el niño, y por eso lo perdí. Me ha dicho que estoy completamente sana, y que no hay razón para pensar que vaya a perder también éste.
—¿Has pasado de la fecha…?
—Dentro de dos semanas.
Vic no necesitaba preguntarle si estaba preocupada, porque podía verlo en sus ojos.
La vez anterior, se había quedado devastada, y recordó cómo la había abrazado mientras ella sollozaba por la pequeña vida que se había perdido. Por su parte, él se había sentido tanto desolado como aliviado, porque no iba a tener que decidir a quién querría más… si a Lindsey, o al nuevo bebé; sin embargo, el dolor de Myri había sido demasiado hondo para poder contenerlo, y se había mostrado inconsolable.
El tiempo había cicatrizado las heridas, como siempre, y cuando ella le había propuesto ocho meses después que lo intentaran de nuevo, él le había dicho que no quería tener hijos. Había sido más fácil que contarle la verdad, que confesarle que no podía soportar otra pérdida más… no mientras Lindsey luchaba contra la leucemia.
—Solíamos hacer esto montones de veces —comentó ella—. Nos quedábamos hasta tarde hablando, mientras el resto del mundo se iba a dormir.
—Nos regimos por el horario del restaurante, el mundo es un lugar diferente de noche.
—Solía compadecer a los pobrecitos que tenían que levantarse temprano, me gustaba quedarme despierta hasta las dos o las tres de la madrugada. En aquel entonces no tenía que llegar a primera hora para supervisar las entregas y planificar los especiales del día.
Vic miró los platos, que aún estaban llenos de comida, y le dijo:
—¿Quieres llevarte lo que ha sobrado a tu casa?
—Claro, me lo comeré para desayunar.
—¿Pescado para desayunar?, qué asco.
—Oye, muchachote, que estás hablando de mi pescado. Está buenísimo.
—Pues cómetelo todo.
El se levantó y fue a la cocina a por unos recipientes. Después de que Myri metiera allí todo lo que había sobrado, llevaron los platos sucios a la cocina y recogieron sus abrigos.
—¿Necesitas algo? —le preguntó él, mientras la acompañaba a su coche después de cerrar con llave la puerta trasera del restaurante.
Ella lo miró, y dijo:
—Vaya, genial. Ahora que sabes que estoy embarazada, no va a haber quien te aguante, ¿verdad?
—Si con eso quieres decir que me voy a preocupar por ti, entonces tienes razón.
Ella se paró al llegar junto a su Volvo, y se apoyó contra la puerta del conductor.
—No soy responsabilidad tuya.
—Formas parte de mi plantilla.
—No te preocuparías tanto si la maître se quedara embarazada.
—No he estado casado con ella.
—De haber sido así, más de uno se habría escandalizado, porque apenas tiene dieciocho años.
Vic sabía que le estaba diciendo que era una mujer adulta y que no necesitaba que nadie la cuidara, y le pareció gracioso que su independencia le resultara tan atractiva. En el pasado ella había necesitado tantas cosas… pero ya no.
Las luces del aparcamiento enfatizaban el rojo de su pelo, sus ojos azules parecían negros y misteriosos, y su piel parecía estar iluminada desde dentro.
—El embarazo te sienta muy bien —murmuró.
—Ni se te ocurra intentar engatusarme, soy inmune.
Vic sonrió ante aquel desafío.
—¿En serio?
—Sí.
Después de eso, a Vic no le quedó otra alternativa que inclinarse y rozar su boca con sus labios.
Estaba casi convencido de que ella se apartaría, pero Myri deslizó las manos por debajo de su abrigo abierto y las dejó en su cintura. Vic se acercó más a ella, dejó la bolsa de comida encima del coche, y enmarcó su rostro entre las manos.
Myri levantó la cabeza en una invitación muda que él no pudo ignorar, y cuando tocó con la lengua su labio inferior, ella se abrió para él. Vic se deslizó en el interior de su boca, y se encontró en un paraíso que recordaba muy bien.
Ella era suave, cálida y dulce, y Vic sintió que el deseo le hacía arder la sangre antes de bajar por su cuerpo y endurecer su miembro. La pasión se incrementó cuando sus lenguas se acariciaron, y Myri se estremeció.
Los dedos de ella se tensaron en su cintura. Vic oyó su sordo gemido gutural, y al sentir la ligera presión de su vientre y de sus pechos, le colocó las manos en los hombros y la apretó contra su cuerpo.
El beso siguió hasta que sintió que ella se derretía entre sus brazos. Había hecho el amor con ella suficientes veces para saber lo que significaba su respiración agitada, y era consciente de que la forma en que ella intentaba acercarse aún más era toda una invitación. Estaba cada vez más excitado, ella estaba dispuesta, y ninguno de los dos estaba con nadie más.
—Vic… —susurró ella, al apartarse ligeramente de él.
Vic deslizó las manos desde los hombros hasta sus pechos plenos. Los pezones ya estaban endurecidos, y Myri soltó un gemido cuando él los acarició. Ella cerró los ojos lentamente, y se tambaleó un poco.
—No te pares… oh, sí, así… —susurró.
Vic frotó sus pezones con los pulgares y los índices, y jugueteó con ellos hasta que Myri se quedó sin aliento y abrió los ojos.
—Eso siempre se te dio muy bien —comentó ella.
—Me pasé la mayor parte de la adolescencia practicando en mi imaginación.
Myri sonrió, y cubrió sus manos con las suyas.
—Hay unas cincuenta razones por las que esto es una mala idea.
Él se movió hasta cubrir un pecho, y le dio un suave beso en la boca antes de decir:
—Dame cinco.
—Trabajo contigo, y confraternizar con el personal nunca es buena idea.
Él volvió a besarla.
—¿Ésa es una razón, o son dos? —le preguntó contra su boca.
Ella le mordisqueó el labio inferior, y su erección palpitó dolorosamente.
—Dos.
—Vale, tres más.
—Soy tu ex mujer. ¿De verdad quieres seguir habiendo esto conmigo?
Era probable que tuviera razón, pero en ese momento, lo único que le importaba a Vic era desnudarla y aliviar su deseo.
—Estoy embarazada del hijo de otro hombre —añadió ella con voz temblorosa, mientras él bajaba las manos hasta sus caderas y las deslizaba hacia atrás hasta abarcar su trasero.
—Tu embarazo sólo significa que tendremos que ser más creativos —le susurró él al oído, antes de mordisquearle el lóbulo.
—Estamos en medio de un aparcamiento que le pertenece a tu abuela, la paternidad de tu hermana está en duda, mis dos mejores amigos se acuestan juntos y resulta que uno de ellos es tu hermano.
Vic recibió el mensaje, aunque habría preferido ignorarlo. Algunos componentes de su cuerpo insistían en que hablar estaba sobrevalorado, y que debería limitarse a ir directamente a la parte que incluía desnudarse; sin embargo, su lado maduro e inteligente era mayor y estaba al mando, así que bajó las manos y se apartó de ella.
—Lo que estás diciendo es que hay algunas complicaciones —comentó.
Myri se echó a reír.
—¿Tú crees?
—Vale, tienes razón —admitió él, con una sonrisa. De todos los puntos que ella había comentado, lo que tenía más peso era el hecho de que era su ex mujer, y que lo mejor era no enredarse demasiado.
Era extraño, porque dos meses atrás, Myri no se le había pasado siquiera por la cabeza; sin embargo, había vuelto a entrar en su vida, aunque fuera de forma temporal, y estaba interesado en acostarse con ella… al menos en ese momento. ¿Qué significaba todo aquello?
De acuerdo, en parte significaba que hacía bastante tiempo que no estaba con nadie, pero también tenía algo que ver con la propia Myri. Le gustaba la persona en la que se había convertido, y siempre se lo había pasado bien con ella en la cama.
—Estoy tentada —dijo ella, antes de ponerse de puntillas para darle un ligero beso en los labios—. Muy tentada.
—Bien.
Vic retrocedió cuando ella se metió en su coche, y después de darle la bolsa de la comida, esperó a que se fuera antes de entrar en su propio vehículo para volver a casa.
Se alegró al ver que las calles estaban vacías, porque así tardaría poco en llegar y no tendría demasiado tiempo para pensar. No quería pensar en Myri ni en el deseo que sentía por ella, ni en Lindsey ni en Dani. Quería dejar la mente en blanco, y dormir. Al día siguiente tendría más respuestas, al día siguiente…
Al doblar la esquina de su calle, Vic vio que en su casa había varias luces encendidas, y un coche que no reconocía aparcado delante. Supuso que se trataría de Reid o de Dani, porque ambos tenían llaves. Rezó para que no se tratara de Reid, en busca de un sitio nuevo donde hacerlo con Naomi, porque su servicio de limpieza acababa de cambiar las sábanas.
Cuando entró en el garaje, sonrió al ver al hombre alto, musculoso y con el pelo muy corto que abrió la puerta.
—Hola, Walker —dijo, al salir de su Z4—. ¿Cuándo has llegado?
—Hace unas tres horas, alquilé un coche en el aeropuerto y me vine directo hacia aquí. Espero que no te importe que me quede unos días en tu casa.
—Quédate el tiempo que quieras.
Después de abrazarse, los dos hermanos entraron en la casa. Vic fue a la cocina, y vio que había una botella de whisky sobre la encimera.
—Veo que sigues mis enseñanzas —le dijo a Walker, con una sonrisa.
Su hermano le sirvió un vaso, y después agarró el suyo.
—Siempre respeté tu capacidad para rodearte de artículos de calidad.
Brindaron en silencio, y entonces fueron a la sala de estar; como siempre, Walker se sentó en la silla que estaba de cara a la puerta, y que le permitía mantener la espalda hacia una esquina.
Vic observó a su hermano con atención, y se alegró al ver que no tenía ninguna cicatriz visible; sin embargo, parecía cansado, y tenía un brillo extraño en los ojos. Había visto y hecho cosas muy duras, algo normal cuando uno elegía entrar en los marines.
Vic había entrado a trabajar en el negocio familiar al salir de la universidad, pero tanto Reid como Walker habían conseguido escapar. Para Reid, el béisbol lo era todo… además de las mujeres, claro… y no había mirado atrás hasta que se había lesionado el hombro el año anterior.
Por su parte, Walker había ido al centro de reclutamiento de los marines en cuanto se había graduado en el instituto, y se había embarcado semanas después. Gloria se había puesto furiosa, no sólo por el hecho de haber perdido a otro Buchanan, sino porque Walker ni siquiera se hubiera molestado en ir antes a la universidad.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Vic, después de un largo momento en el que ambos tuvieron tiempo de saborear tanto el whisky como el fuego que Walker había encendido en la chimenea.
—Bien.
—¿Has entrado en acción?
—Un poco.
Walker se había pasado la mayor parte de aquel periodo de servicio en Afganistán, y aunque le enviaba correos electrónicos, no le decía gran cosa aparte de que estaba bien; no le explicaba detalles sobre su jornada, o sobre sus misiones.
—¿Y tú qué tal?, me comentaste que ibas a ocuparte del Waterfront.
—Sólo por cuatro meses. El local era un desastre, y Gloria tuvo que cerrarlo.
—Y entonces te llamó para que la rescataras.
—Sólo son cuatro meses, después podré volver al Daily Grind.
—¿Están bien Dani y Reid?
—Sí. Dani sigue frustrada porque Gloria no la deja salir de la hamburguesería, y Reid se ha hecho cargo del bar de deportes. Su popularidad atrae a la clientela.
—¿Las camareras siguen estando impresionantes y medio desnudas?
—Ya conoces a Reid.
—Tendré que acercarme por allí —bromeó Walker.
—Estaría bien que nos reuniéramos todos. ¿Cuánto tiempo tienes de permiso?
Walker tomó otro trago, dejó el vaso en una mesita que tenía al lado y se inclinó hacia delante.
—Lo he dejado.
—¿Te has retirado? —le preguntó Vic, sorprendido.
—Sí, ya llevaba allí catorce años.
Vic no podía imaginarse a su hermano haciendo otra cosa.
—¿Por qué?
—Porque había llegado el momento —contestó Walker, encogiéndose de hombros.
—¿Qué vas a hacer a partir de ahora?
—No estoy seguro. Había pensado en quedarme aquí un par de días, antes de empezar a buscar casa.
—Claro, quédate el tiempo que quieras. Trabajo de doce a quince horas al día, así que casi nunca estoy aquí. Además, mi vida amorosa es un asco, así que no tienes que preocuparte de interferir en ella.
—¿No sales con nadie? —le preguntó Walker, mientras volvía a tomar su vaso.
—No, hace bastante tiempo que no.
Vic pensó en el beso que había compartido con Myri, y decidió que eso no contaba. Ni siquiera podía explicárselo a sí mismo, así que era imposible que pudiera explicárselo a su hermano.
—Creía que te quedarías en los marines hasta que te echaran a patadas, ¿estás bien?
—Sí.
Vic no supo si creerlo, porque había algo en los ojos de Walker… una sombra preocupante.
—¿Quieres hablar del tema?
Su hermano lo miró a los ojos, y le preguntó:
—¿Alguna vez he querido hacerlo?
—No. ¿Qué te parece si nos emborrachamos?
—Me parece genial —dijo Walker, con una sonrisa.
—Bien. Voy a llamar a Reid.
—A lo mejor le interrumpes, ¿no?
Vic pensó en Reid y Naomi, y contestó con voz alegre:
—Seguramente, pero ¿por qué no va a sufrir él también?
CONTINUARA...
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Mensaje  alma.fra Sáb Sep 11, 2010 8:46 pm

Muchas gracias por el capitulo.
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Mensaje  myrithalis Dom Sep 12, 2010 3:24 am

Gracias por los Cap. Muy buena la novelita me encanta Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  FannyQ Dom Sep 12, 2010 1:45 pm

Capítulo 8
—Me gustaría decir que es la sal —dijo Myri, mientras rebuscaba en el plato de frutos secos a lacaza de las avellanas—, pero creo que es algo más que eso. Si fuera la sal,cualquier fruto seco serviría, pero el antojo es muy específico.
Levantó la mirada, y soltó una carcajada al ver queReid se estremecía.
—¿Qué pasa?, ¿no quieres que te cuente mis antojos?
—No es que me haga demasiada ilusión, porque algunoshan sido asquerosos.
—Y me lo dice un tipo que salía escupiendo portelevisión.
Reid secó otro vaso, y lo colocó detrás de la barra.
—Yo nunca escupo.
—Todos los jugadores de béisbol lo hacen.
—Algunos no.
—No lo entiendo, ¿por qué os encanta escupir? ¿No osllaman las madres para deciros que da asco? Puaj… —Myri se llevó una mano al vientre, y añadió—: Vale,cambiemos de tema. Me están entrando náuseas.
—Como quieras.
Lucy salió de lacocina, y se acercó a ellos.
—Aquí tienes, cielo —le dijo a Myri, al darle una copa enorme.
—Gracias, eres una maravilla —contestó ella, con unsuspiro de placer.
—No me lo agradezcas a mí, yo sólo lo he pedido —lacamarera se volvió hacia su jefe, y le preguntó—: ¿Quieres algo?
—No, gracias.
Lucy sonrió, yvolvió a la única mesa ocupada del bar.
Eran las tres, el típico momento de calma entre lacomida y el ajetreo de la tarde. Myri sabía que tendría que volver pronto al restaurante,pero antes pensaba saborear su capricho, un refresco de cerveza de raíz conhelado de vainilla.
Mientras Reid la miraba fingiendo tener arcadas,echó las avellanas en la copa y tomó una cucharada. La mezcla de frío líquido,helado y frutos secos salados le resultó deliciosa.
—Lo que te pasa es que estás celoso, porque no se tehabía ocurrido esta combinación —le dijo a su amigo, después de tragar.
—Sí, claro. Celoso —Reid se echó hacia atrás, y secruzó de brazos—. ¿Has visto ya a Walker?
—No, y apenas puedo esperar. Me quedé de piedracuando Vic me dijo que había dejado los marines, ¿va a venir? —dijo, mientrasrecorría con la mirada el bar casi desierto.
—Sí. Pareces muy contenta de que haya vuelto a casa.
—Porque lo estoy. Y no te preocupes, nunca podríaquerer a Walker tanto como ati —bromeó.
—Eso no me preocupa.
Myri sabía queprobablemente lo decía en serio. Hacía mucho tiempo que eran amigos, y Reidsabía que ella nunca lo dejaría de lado; a veces, Myri pensaba queDani y ella eran las únicas mujeres estables en la vida de su amigo.
—Tu verdadero problema es Naomi —comentó, mientras tomaba otra cucharada de helado—.No conoce a Walker, y yasabes que a las mujeres les encantan los militares.
—Es muy probable que se sienta atraída por él.
Ella le lanzó una mirada perpleja.
—¿Ya está?, ¿te trae sin cuidado si la mujer con laque te acuestas se va con otro?
—Naomi y yo nosentendemos muy bien. Nos lo pasamos bien juntos —Reid sonrió, y añadió—: Muybien.
—No quiero oír los detalles —se apresuró a decirella, con una mueca.
—Tu amiga es muy…
—¡Para!
Reid soltó una carcajada.
—Vale, me portaré bien. Naomi y yo somos iguales, nos interesa estar juntosmientras sea divertido. Cuando deje de serlo o alguno de los dos pierda elinterés, se acabó.
Myri lo habíavisto en acción muchas veces, y sabía que estaba siendo sincero. Pero verlo ycreerlo no quería decir que lo entendiera.
—¿Nunca has deseado tener algo más familiar? —lepreguntó.
—¿Para qué?, la variedad mantiene las cosasinteresantes.
—Durante un tiempo, pero la gente normalmente quiereformar vínculos.
—Vic siempre ha dicho que me falta un tornillo.
Myri metió unapajita en su copa.
—Reid, estoy hablando en serio, me preocupas. ¿No tehartas de tus ligues de una noche?, ¿nunca te has planteado sentar la cabeza?
—Claro que no. Myri, mira a tu alrededor —Reid abarcó el local con ungesto del brazo—. Puedo tener una mujer diferente cada día de la semana, ynadie espera que llegue a casa a una hora concreta, para cenar y ponerme a verla tele. Puedo hacer lo que me dé la gana, y mi vida siempre es interesante.¿Por qué iba a renunciar a eso por una única mujer, un par de niños y unahipoteca?
—Por amor —era una discusión que ya habían tenidootras veces, y Myri nunca conseguía comprenderlo—. ¿No quieres formarparte de algo?, ¿dejar tu impronta en el mundo?
—Estaré en los libros de historia.
—No me refiero al béisbol, sino a querer a alguien, a… —Myri se detuvo, y tras unsegundo añadió—: lo siento, ya sé que habíamos acordado no volver a hablar deesto, siempre acabamos discutiendo.
Reid se acercó a ella, y le acarició la mejilla.
—No discutimos, tú te enfadas porque no quiero loque crees que debería tener.
—Me preocupo por ti. No quiero que envejezcas solo,sin nadie que te quiera.
—A mí no me importa.
Myri no lo entendía.Aunque Reid llevaba un estilo de vida que le habría encantado a un chico dedieciocho años, sospechaba que a la luz de la mañana, no era tan fantásticocomo él decía. Pero podían ser imaginaciones suyas.
Ninguno de los hermanos Buchanan había tenido demasiadasuerte en el amor. Dani era la única que tenía una relación feliz y estable, yni siquiera era una verdadera Buchanan… ella aún no había podido asimilar aquellainformación.
—¿Cómo está el peque? —le preguntó Reid.
Myri tuvo laimpresión de que quería cambiar de tema, y supuso que era una buena idea.
—Muy bien. Estoy teniendo un embarazo modélico,aunque aún me las arreglo para preocuparme por todo —dijo, con las manos sobresu vientre.
—¿Cuánto falta? —le preguntó él, con un brillo depreocupación en los ojos.
—Una semana. Ya sé que pasar de la fecha en la queperdí el otro bebé no significa nada, pero creo que entonces podré relajarme unpoco.
—Es normal, quieres cortar la racha —le dijo él consuavidad.
—Me repito una y otra vez que estoy bien, y ladoctora me lo ha confirmado.
—Te lo creerás conforme el embarazo vaya avanzando.¿Cómo lo lleva mi hermano?
—¿Qué quieres decir?, Vic no tiene nada que ver—dijo ella, antes de sorber con la pajita.
—Vino dispuesto a arrancarme un brazo cuando seenteró de que estás embarazada, quería saberlo todo sobre el padre.
Myri sintió quese sonrojaba, y centró toda su atención en su copa.
—Dudo que estuviera tan afectado.
—Tú no estabas aquí, estaba dispuesto a darme unapaliza.
Incapaz de contenerse, Myri levantó lamirada hacia él.
—Eso no es cierto.
—Vale, a lo mejor estoy exagerando un poco, peroaquí está pasando algo.
Myri pensó en suúltimo encuentro… personal. Tres años atrás, se había sentido tan furiosa yherida, que no había querido saber nada de él, pero en ese momento…
—Trabajamos juntos, y nos estamos haciendo amigos—se limitó a decir.
—Entonces, ¿por qué te has ruborizado?
La culpa hizo que Myri se sonrojara aún más.
—No es eso, lo que pasa es que…
Reid esperó pacientemente, y al final ella admitiócon un suspiro:
—No puedo explicarlo. Nos llevamos bastante bien, yes agradable. Parece como si ahora nos valoráramos como no conseguimos hacerloen el pasado —levantó una mano antes de que él pudiera interrumpirla, y siguiódiciendo—: No lo digo desde un punto de vista sentimental. Somos dos personasdiferentes, y es como si lo que no me gustaba de él hubiera desaparecido, ysólo quedaran las cosas positivas. O a lo mejor soy yo la que ha cambiado.
—A mí me parece que te estás poniendo en plansentimental. No te estarás enamorando otra vez de él, ¿verdad?
—¿Qué? Claro queno, estoy embarazada.
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Sólo pienso en el bebé, y Vic no quiere tenerhijos.
A Myri le parecióvislumbrar una expresión extraña que relampagueó en los ojos de Reid.
—Nunca se sabe. Como tú misma has dicho, es unapersona diferente.
—Aun así, no me interesa. No necesito tener unhombre en mi vida.
—Entonces, ¿por qué estás tan empeñada en que me atea una mujer?
—Yo he estado comprometida en el pasado, pero tú no.
—Estoy comprometido con mi familia.
Aquello era cierto. Reid también se habíacomprometido con el béisbol, pero Myri no quiso sacar el tema, porque había visto el dolor ensus ojos cuando daban los partidos por televisión.
—Me resulta muy interesante que Vic y tú os llevéistan bien últimamente —comentó él—. Y que a ninguno de los dos os interesaratener nada serio mientras estabais divorciados.
Myri se esforzóal máximo por parecer la inocencia personificada.
—¿En serio?, ¿Vic no ha tenido ninguna relaciónestable?
—No. Ha salido con varias mujeres, pero nada serio.
—¿Varias?, ¿cuántas, exactamente?
—¿Por qué te importa tanto? —le preguntó él, muysonriente.
—No me importa, sólo siento curiosidad —más quecuriosidad. ¿Qué mujeres?, ¿con quién habría salido Vic?
—Lo siento, pero no chismorreo sobre mis hermanos,ni siquiera por ti —Reid miró hacia la puerta, y sonrió—. ¡Hola!, ¿qué tal?
Myri se volvió, y vio que Dani se acercaba a ellos.
—Hola. Myri, ¿qué es eso? —le preguntó la hermana de Reid, alsentarse junto a ella.
—Un refresco de cerveza de raíz con helado devainilla y avellanas.
—¿Entra en la categoría de antojos? —dijo Dani, con unamueca.
—No, sólo es una asquerosidad que se le ha ocurrido—comentó Reid.
—Los hombres no sabéis apreciar este tipo demanjares —contestó Myri.
—Yo tampoco estoy segura de apreciarlos —le dijoDani—. ¿Cómo estás?
—Bien, engordando día a día — estiró un poco de su jersey, para enseñarle suvientre.
Después de contemplar su barriga abultada, Dani sevolvió hacia su hermano.
—¿Me pones una coca-cola light?
—Claro. ¿Quieres comer algo?
—No, gracias. Sólo necesito la cafeína.
—¿Tienes un día movido? —le preguntó él al servirleel refresco.
—Sí. No había ni una mesa libre a la hora de lacomida.
Dani no parecía demasiado entusiasmada, pero Myri no podía culparla. Lo único que deseaba la hermana deReid era tener éxito en el negocio familiar, pero Gloria se lo había impedido. Vicle había contado que su abuela le había amenazado con revelarle la verdad a suhermana si no la obedecía, y aunque no era asunto suyo, creía que sería muchomejor que Dani se enterara de la verdadera razón de la animadversión de Gloria.
Contempló con disimulo a su antigua cuñada. Dani erabastante baja, y tenía el pelo castaño claro y los ojos color avellana. Susfacciones eran más delicadas que las de sus hermanos, y completamentefemeninas. El parecido era suficiente para que nadie adivinara la verdad, perotambién había muchas diferencias, como su colorido más claro o su constitucióndelicada.
Dani llevaba el pelo corto y a la moda, y suspantalones hechos a medida y su chaqueta le quedaban a la perfección. A sulado, Myri se sintiócomo una giganta desgarbada.
Dani tomó un trago de su refresco, y miró a Reid conuna sonrisa.
—Voy a empezar a hablar de un tema de chicas queseguramente te va a poner muy incómodo.
Reid se apresuró a retroceder un paso.
—Gracias por el aviso. Que os lo paséis bien —dijo,antes de irse a toda prisa al otro extremo del bar.
—Los hombres son tan predecibles… es algo que megusta de ellos —comentó Dani.
—Sí, la verdad es que ayuda. ¿Qué pasa?
—Quería hablar contigo sobre la fecundación in vitro a la que tesometiste. Ahora mismo no, pero ¿te importaría que habláramos de ello un día deéstos?
—Claro que no, puedes preguntarme todo lo quequieras. ¿Te estás planteando hacerlo tú también? —le preguntó con cautela, sinsaber si estaba pisando terreno delicado.
—Sí. Hay ciertas cosas que Hugh no puede hacer debido a suincapacidad, y ésa es una de ellas —Dani frunció la nariz, y añadió—: Hacemosotras cosas que supongo que no quieres saber.
—Preferiría emborracharme antes, y en este momentono puedo beber alcohol —le contestó Myriy, con una sonrisa.
Dani se echó a reír.
—Te entiendo. En fin, es algo que nos hemosplanteado de cara al futuro, así que si no te importa contarme cómo fue elproceso de la fecundación in vitro, te lo agradecería mucho.
—Claro. Te daré también el nombre de mi doctora, esfantástica. Es una persona muy cercana, que entiende el miedo que puede generartodo el proceso.
—Es bastante caro, ¿verdad?
—Mucho. Lo que tuve que pagar creó un agujeroconsiderable en lo que tenía ahorrado para abrir mi propio restaurante, peroquería tener un hijo antes de que mis óvulos se convirtieran en uvas pasas.
—Bien hecho.
Myri pescó otraavellana, y comentó:
—A ti aún te quedan varios años antes de empezar apreocuparte por lo de las uvas pasas.
—No tantos —Dani recorrió su vaso con los dedos, yempezó a decir—: ¿Por qué no…? —miró por encima del hombro, como si quisieraasegurarse de que Reid seguía en el otro extremo del bar, y bajó la voz—. ¿Porqué elegiste ese método? Te habría salido más barato elegir a algún tipo yacostarte con él.
—Eso mismo me preguntó mi madre —admitió Myri, recordando la reticencia de sus padres cuando leshabía contado lo que quería hacer—. Pero así podía tener más información sobrela familia del padre, conocer sus características, ese tipo de cosas. Además,la verdad es que no quería tener problemas, arriesgarme a que el padre del niñopudiera reclamar la paternidad.
—Podrías haberle exigido que renunciara al niño porescrito —comentó Dani.
—Sí, perosiempre existiría la posibilidad de que cambiara de idea. ¿Qué pasaría siapareciera al cabo de diez años para pedir derecho de visitas? No sabía sisería posible que un juez se lo concediera, y no quise arriesgarme.
—Podrías habérselo pedido a Reid, él no te habríaexigido nada.
—¿Acostarme con el hermano de mi ex marido? No,gracias. Eso sería más que desagradable.
—¿Es que para ti sólo es el hermano de tu ex?
—Sólo cuandoalguien menciona la posibilidad de que él y yo nos acostemos juntos, y creo queél opina lo mismo.
Dani se echó a reír.
—Vale, tienes razón. Hugh y yo hablamos de esperar un par de años paraorganizar nuestras vidas antes de formar una familia, y ahora a él le va muybien en la universidad, y yo… —Dani suspiró, y siguió diciendo—: en fin, creoque éste sería un buen momento. A lo mejor tener un hijo me distraería de otrascosas.
Myri posó unamano en su brazo, y le dijo con suavidad:
—¿Te refieres a estar embarrancada en lahamburguesería?
—Sí. Gloria ha conseguido que se vaya el tercerpresidente en quince meses. Yo estoy dispuesta a soportarla, pero ¿crees que mepide que lo intente?, ¿que me da una oportunidad? No estoy diciendo que tengaque dirigir la compañía, pero tiene que haber otra manera que me permitaaportar mi contribución.
—Como dirigirel Waterfront, ¿no? —comentó Myri en tono comprensivo.
—No es que quiera quitarle el puesto a Vic, pero sí,yo podría haberme encargado del restaurante.
—Sólo va a estar allí durante cuatro meses, ¿por quéno empiezas una campaña de presión para conseguir sustituirlo cuando él sevaya?
Dani la miró con expresión de sorpresa.
—Pero tú eres la chef del local, y estuvimos emparentadas durante un tiempo.¿No te sentirías más cómoda con otro gerente?
—Creo que tú y yo trabajaríamos muy bien juntas, yestoy convencida de que harías un trabajo fantástico.
—¿En serio? Caramba, es genial. A lo mejor hablo conVic para ver qué le parece.
—Vic pensará que es una idea estupenda —dijo Myri, consciente de que el verdadero problema iba a ser Gloria.
—Entonces empezaré con mi campaña cuanto antes. Sino necesitara el estupendo seguro médico por Hugh, hace años que me habría ido de la hamburguesería. Encuanto lo hagan fijo en el trabajo, dejo la empresa… bueno, si no consigo queme pongan al mando del Waterfront.
—Entonces tienes un plan, ¿no?
—Sí —Dani tomó un sorbo de su refresco, antes devolver a dejarlo sobre la barra—. Ya sé que no es de mi incumbencia, pero ¿cómolleváis Vic y tú lo de trabajar juntos?
—Muy bien. Supongo que teníamos que divorciarnos ypasar tres años separados antes de poder ser amigos. Un poco retorcido, ¿no?
—No sé, me parece una lástima que no pudieraisarreglar las cosas.
Myri asintió comosi estuviera de acuerdo con ella, pero no era así. Sabía que había sidoimposible que Vic y ella permanecieran casados después de que él le rompiera elcorazón.
Antes de casarse, habían acordado que tendrían hijos,la única discusión había sido sobre si serían tres o cuatro. Cuando habíandescubierto que estaba embarazada, él se había alegrado tanto como ella, y sehabían abrazado con fuerza, entusiasmados, asustados y decididos a hacerlo lomejor que pudieran.
Pero Vic había ido cambiando con el paso de losdías, y al llegar al cuarto mes de embarazo, ella había empezado a preguntarsesi él quería realmente tener hijos con ella o no. Vic se negaba a hablar delniño, o a acompañarla a la ginecóloga… y entonces había tenido el aborto.
Los primeros dolores la habían aterrorizado y sehabía apresurado a ir al hospital, pero todo había acabado antes de que llegaraa la sala de reconocimiento.
Vic había dicho todas las palabras adecuadas y lahabía abrazado mientras ella lloraba; sin embargo, no le había creído, ya queen cierta manera, había parecido más aliviado que triste.
Se había dicho a sí misma que no debía juzgarlo, quecada uno expresaba el dolor a su manera, pero sus sospechas se habíanconfirmado varios meses después, cuando le había sugerido que volvieran aintentarlo.
Aún podía verlo, en el otro extremo del sofá,mirando hacia la pared como si no quisiera mirarla a los ojos. Él le habíadicho sin andarse con rodeos que no quería tener hijos, ni en ese momento ninunca, y además se había negado a decirle por qué había cambiado de idea.
Myri se habíapreguntado si aún la amaba y había hecho todo lo posible por intentar captar suatención, pero él se había ido apartando de ella paulatinamente, hasta quehabía resultado imposible alcanzar su corazón. Se había ido en un últimoesfuerzo desesperado por lograr que admitiera que la quería, con la esperanzade que fuera a por ella y le rogara que volviera a su lado, pero en vez de eso,él le había dicho que era lo mejor.

Vic calculó los ingresos del día. Aún superaban lasprevisiones y las reservas seguían llegando sin parar, y aunque le habríagustado decir que los responsables eran el nuevo comedor o los anunciospublicitarios, sabía que el éxito se debía al menú de Myri.
—¿Te ha sobrado algo de comida? —le dijo su hermano Walker, al entrar en el despacho.
—Claro. Le diré a Myri que te traiga algo.
Llamó a la cocina, y Naomi contestó y le dijo a modo de saludo:
—¿Por quéllamas?, ¿es que eres demasiado importante para caminar los siete o nuevemetros que hay desde tu despacho hasta la cocina?
—Exacto. ¿Puedes decirle a Myri que venga?
—Oye, que no trabaja para ti.
—Creo que tendrías que revisar su contrato, claroque trabaja para mí. Y tú también.
—Genial, presume de tu autoridad. Myri, reclaman tu presencia —Naomi colgó sin más.
Vic miró a su hermano, y le dijo con calma:
—Enseguida viene.
—¿Has llamado para que venga? —dijo ella, al entraren el despacho con un paño de cocina en la mano— En mi contrato no pone nadade…
Myri se detuvo enseco al ver a Walker. Surostro se iluminó, su boca se curvó en una enorme sonrisa, y echó a correrhacia él como si la estuviera persiguiendo una manada de lobos.
—¡Walker!, ¡has vuelto!
Se lanzó hacia él con la seguridad de una mujer quesabe que la van a agarrar. Walker sonrió, y la rodeó con los brazos.
—Hola, Myri —le dijo, mientras inclinaba la cabeza hacia ella.
Myri hizo lomismo, y sus frentes se tocaron.
—Has vuelto, mi marine favorito ha vuelto.
Vic sabía que Myri adoraba a sus hermanos. Ella solía decir que eraporque se había criado con dos hermanas, y anhelaba un punto de vista masculinoen su vida. Hasta ese momento, no le había importado lo más mínimo; sinembargo, al ver a Walker dar unavuelta con ella alzada en sus brazos, con los pies en el aire, sintió unasganas tremendas de soltar un gruñido. Se dijo que le traía sin cuidado lo que Myri hiciera en su vidaprivada, que ya no era su mujer. Un par de besos no le daban ningún derecho, yde todas formas, él no la quería; incluso se dijo que Walker jamás se sentiríainteresado por su antigua cuñada, pero la sensación de malestar no sedesvaneció.
Cuando Walker la dejó en el suelo, ella lo miró con una sonrisaentusiasmada y le dijo:
—Vic me comentó que te habías ido de los marines.¿Es cierto?, ¿es algo definitivo?
—Sí, habíallegado el momento.
—Perfecto, así te veré más. Hay varios platos quequiero que pruebes, tengo las mejores patatas fritas con pescado, te vas a caerredondo. Me pedirás de rodillas que te dé la receta, pero no pienso hacerlo.
En ese momento, Naomi salió de la cocina. Llevaba unos vaqueros negros yun jersey rojo ajustado que enfatizaba su largo cabello oscuro y ondulado, yparecía una sexy amazona alacecho. Vic vio cómo fijaba su atención en Walker, y mentalmente le dio unos treinta segundos delibertad a su hermano antes de caer en sus garras.
—Así que tú eres Walker —dijo ella, al acercarse— He oído hablar mucho deti, pero empezaba a creer que eras una invención de la gente.
—Genial, otra conquista más —suspiró Myri— Walker, te presento a Naomi, una amiga mía. Naomi, Walker. Trátalo conamabilidad, acaba de salir de los marines.
Vic contuvo las ganas de reír al ver que Myri intentaba proteger a suduro hermano menor, y se preguntó qué pensaría Reid al enterarse de que yahabía sido reemplazado.
—Encantado, señora —dijo Walker. Soltó a Myri, y alargó una mano hacia Naomi.
—Si vuelves a llamarme «señora», voy a tener queenseñarte modales —comentó ella, con una mueca.
—De acuerdo. Naomi.
—Mucho mejor.
Vic se acercó un poco para ver el espectáculo.
Naomi recorrió conla mirada a Walker, ycomentó:
—Si acabas de volver del extranjero, a lo mejornecesitas que alguien te enseñe los cambios que ha habido en Seattle. Yo estaría más quedispuesta a hacerlo.
—Aprecio tu oferta, pero tengo entendido que estássaliendo con mi hermano.
—¿Con Reid? Lo estaba, pero ya lo conoces. Suatención dura unos quince minutos.
—No pareces demasiado afectada.
—Porque mi propia atención dura unos dos minutosmenos que la suya —contestó Naomi, con una sonrisa—. No pasa nada. No me interesa nada serio,sólo pasarlo bien.
La invitación era obvia, y Vic tuvo que admitir quela franqueza sexual de la amiga de Myri atraía a los hombres.
Myri miró a Naomi y a Walker, y comentó:
—Decidas lo que decidas, vas a tener que cenarconmigo, Walker.
—No hay nada que me apetezca más —le dijo él,mientras le tiraba de su larga trenza.
—Por favor, come bastante, vas a necesitar toda tuenergía —le dijo Naomi.
Walker se la quedómirando durante largo rato, y finalmente empezó a decir:
—Te agradezco la oferta…
—¿Me estás rechazando? —le preguntó Naomi, atónita.
—¿Qué te parece si lo dejamos para otro
día?
Vic se preparó para el estallido. Que él supiera, nadie había rechazado a Naomi hasta ese momento; sin embargo, se sorprendió cuandoella se echó a reír.
—Tú te lo pierdes, soldado. Si cambias de idea, yestoy segura de que lo harás, Myri tiene mi número —dijo, antes de volver a la cocina.
—Qué mujer más interesante —comentó Walker.
—Eso se rumorea —dijo Myri—. ¿De verdad no te interesa, o te estás haciendo elduro para captar su atención?
—Yo no me ando con jueguecitos —dijo Walker, muy serio.
—¡Ja! Eso esalgo genético en los de tu género. Bueno, siéntate y te traeré la comida.
—¿No puedo elegir lo que me apetezca?
—Venga ya, ¿en qué planeta crees que estás? —Myri se volvió hacia Vic, y le preguntó—: ¿Tienes hambre?, puedo traerte algo también.
—Gracias.
Cuando volvió a la cocina, Walker se volvió hacia su hermano.
—¿Es tuyo?
Vic supuso que se refería al bebé.
—Es mi ex mujer.
—Tuviste ganas de darme un puñetazo cuando me abrazó.
Se sorprendió de que su hermano hubiera notado su reacción, ya que habría apostado dinero a que había conseguido permanecer inexpresivo.
—No sé de qué estás hablando.
—Sí, claro. Entonces, has contratado a tu ex mujer porque es una gran chef, ¿verdad?
—¿Te has olvidado de la vez que cocinó la cena deNavidad?
—Tienes razón. Entonces, ¿cómo lo lleváis?
—Bien, mejor de lo que esperaba.
—¿Y el bebé?
—Decidió que ya era hora, y fue a un banco deesperma. No hay ningún hombre en su vida.
Walker miró a suhermano a los ojos, y comentó:
—Menos mal.

Los tres se sentaron a una de las mesas del comedor.Myri sirvió dosensaladas diferentes, sus famosas patatas fritas con pescado, salmón, puré depatatas, judías verdes con salsa de mostaza y además les prometió un postreespecial, aunque se negó a decirles de qué se trataba.
—¿Has pensado en lo que vas a hacer a partir deahora? —le preguntó a Walker, despuésde llenar los tres platos de comida.
—Lo primero es encontrar casa —contestó él. Sevolvió hacia Vic, y añadió—: No es que no me guste vivir contigo.
—Puedes quedarte el tiempo que quieras —le dijo suhermano.
—Te lo agradezco, pero quiero tener mi propio hogar.Primero buscaré un piso, hasta que decida dónde quiero vivir.
—¿Es que eres rico? —le preguntó Myri.
Los dos hermanos se la quedaron mirando sin decirpalabra.
—¿Qué? —protestóella—. Siento curiosidad. Walker, invertiste en el Daily Grind, ¿verdad?
—Sí, limpiémis ahorros por mi hermanito mayor.
—Y ganaste una fortuna —le dijo Vic.
Cinco años atrás, Reid había conseguido su segundocontrato multimillonario y se había ofrecido a costear todos los gastos, pero Vichabía preferido tener varios inversores, y Walker había sido uno de ellos.
—La verdad es que me va muy bien, y ni siquieranecesito trabajar —admitió Walker.
—¿Vas a buscar empleo? —le preguntó Vic.
No se sorprendió cuando su hermano asintió, porque Walker no era una persona a la que le gustara estar todo eldía de brazos cruzados.
—Pero antes, tengo que encontrar a alguien —comentó Walker.
—¿A quién? —le preguntó Myri.
—A una mujer llamada Ashley.
—¿Una novia? —le preguntó Vic.
—Sí, pero no mía. Ben, uno de mis compañeros de unidad, murió en acto deservicio. Era un buen tipo. No es que fuera un gran marine, pero tenía buencorazón, y Ashley era suchica. Pensaba casarse con ella al volver, y tengo que encontrarla paraentregarle una carta.
—Tendrás algo más que su nombre, ¿no? La familia deél podría ayudarte a localizarla —comentó Myri.
Los ojos de Walker se nublaron.
—Ben no teníafamilia, se crió en centros de acogida y pasó por cuatro institutos en otrostantos años. Sé que ella vivía en la zona de Seattle cuando coincidieron en un instituto, y que se llama Ashley.
Vic se reclinó en su silla, y comentó:
—Esa información no basta para encontrarla.
—Claro que basta —contestó Walker, mientras agarraba su vaso de vino—. Puedo buscar enlos anuarios de los institutos donde estuvo Ben, y conseguir información sobre todas las Ashley que coincidieron con él.
—Eso sería un trabajo brutal, ¿no sería mejor quecontrataras a un investigador privado, o algo así? —comentó Myri.
—Tengo tiempo de sobra, quiero que ella reciba esacarta —dijo Walker con firmeza.
Vic reconoció la expresión testaruda en el rostro desu hermano.
—No insistas, Myri. Está decidido a hacerlo.
—Buena suerte —dijo ella.
—Gracias —respondió Walker. Cortó un trozo de pescado rebozado, y le dijo—: Lacomida está buenísima, es lo mejor que he probado en un año.
—Gracias, supuse que te gustaría. ¿Por qué hasrechazado a Naomi?
—Una transición muy buena, Myri. Qué sutil eres —dijo Vic.
—Siento curiosidad. Llevas mucho tiempo fuera, asíque supongo que no tuviste demasiado… eh… bueno, ya sabes.
—Sexo —dijo Walker con calma— Te refieres a que no tuve demasiado sexomientras estaba fuera.
—Algo así. Naomi es atractiva, y según tengo entendido, es muy buenaen la cama.
—¿Me estás ofreciendo a tu amiga?
—No, sólo tengo curiosidad. ¿Es porque es mayor quetú?
—¿Cuántos años tiene?, ¿treinta y ocho o treinta ynueve?
—Cuarenta.
—Una edad perfecta. Ese no es el problema.
—Entonces, ¿qué pasa?
—Entonces, no es asunto tuyo.
Myri levantó sutenedor como si fuera un arma, y comentó:
—Estoy embarazada, tienes que portarte bien conmigo.
Vic decidió que su hermano necesitaba que lorescatara, así que intentó cambiar de tema.
—Parece que los Mariners harán una buena temporada.
—Sí, eso heoído —dijo Walker.
Myri hizo unamueca.
—La alineación central parece prometedora, a ver siconsiguen que los bateadores estén a la altura.
Mientras hablaban de béisbol, del éxito delrestaurante y de las mejores zonas donde Walker podía buscar casa, Vic observó cómo su hermanoeludía las preguntas personales de Myri; obviamente, no estaba dispuesto a contarle más de loque él creyera oportuno, a pesar de lo mucho que la apreciaba.
Estaba claro que eran una familia con un montón desecretos.

CONTINUARA...
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