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UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina

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Mensaje  mariateressina Lun Mar 08, 2010 1:20 pm

hola chicas le tengo esta novelita que esta muy bonita y que quiero compartir con ustedes, espero les guste e interese y espero sus comentarios para poder continuarla.

gracias

UN AMOR PERDIDO… Y UNA FAMILIA REUNIDA.

UN AMANTE ITALIANO

Atrapados después de una avalancha en los Alpes, Myriam Montemayor y Víctor García encontraron consuelo uno en los brazos del otro mientras esperaban a ser rescatados. Dos años después, Myriam seguía añorando al alegre italiano del que se había enamorado peral al que creía perdido siempre… hasta ese momento.

Al descubrir que Víctor había sobrevivido, Myriam corrió a buscarlo, porque suyos eran su corazón y el hijo del que el no sabia nada. Pero Víctor había perdido la memoria. ¿Cómo reaccionaria al descubrir la verdad? ¿Aceptaría a su novia y a su hijo?
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Mensaje  nayelive Lun Mar 08, 2010 5:29 pm

se lee interesante UN AMANTE ITALIANO   POR Mariateressina 455262 UN AMANTE ITALIANO   POR Mariateressina 455262
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Mensaje  myrielpasofan Lun Mar 08, 2010 7:38 pm

se ve interesante...aki estare esperando por el primer capi...
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Mensaje  alma.fra Lun Mar 08, 2010 9:24 pm

Se ve ke va a ser una novela muy padre, te estaremos esperando con el primer capitulo.
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Mensaje  Eva_vbb Lun Mar 08, 2010 9:51 pm

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YUPIIII NOVELA NUEVA SE LEE QUE VA ESTAR MUY INTERESANTE
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Mensaje  myrithalis Lun Mar 08, 2010 11:05 pm

Ooooooooooooooooooo Shocked Shocked Shocked Se ve buena la novelita niña que bueno que ponen otra novela la verdad que padre esperamos el primer capitulo no tardes Saludos Atte:Iliana
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Mensaje  mats310863 Mar Mar 09, 2010 9:59 am

POR FIS NO TARDES EN COMENZARLA, SALUDOS

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Mensaje  fresita Mar Mar 09, 2010 2:50 pm

hay niña se ve linda la nove ya empiezala jajaja no tardes


saludos
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Mensaje  girl190183 Mar Mar 09, 2010 3:46 pm

Novelita nueva uhuhuh :p
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Mensaje  mariateressina Mar Mar 09, 2010 5:55 pm

bueno chicas aqui tengo el primer capitulo a ver que opinan, espero sus comentarios graxias.


Capitulo 1

Una cosa estaba clara desde un principio: Myriam Montemayor y Victor Garcia estaban destinados a pelearse; a irritar y enfadar al otro , a burlarse, a discutir y a darse cabezazos contra la pared de pura frustración. Y a reírse luego y olvidarlo todo. Hasta la próxima vez.
Esa verdad estaba bien clara la noche que se conocieron… si alguno de los dos hubiera podido darse cuenta: la instantánea atracción escondida tras el supuesto antagonismo, la sensación de haber topado con un alma gemela que los habia pillado a los dos por sorpresa…
Lo único que faltaba era la tragedia. Pero eso llegaría después.
Una tarde, a finales de febrero. Myriam llego a Chamonix, en la frontera franco-italiana y se alojo en uno de los mejores hoteles. Costaba un poco mas de lo que ella podía pagar, pero iba a pasar la semana siguiente escalando los Alpes y decidió darse un capricho.
Todo era perfecto, desde la vista de los Alpes hasta la deliciosa cocina francesa que se servia en el restaurante.
Durante la cena, Myriam se dedico a observar a los demás clientes y un apareja llamo su atención. La mujer debía de tener treinta y tantos años e iba arreglada muy elegante.
“Luciendo sus encantos para atrapar a una presa”, pensó divertida.
Y lo había conseguido. El joven con el que estaba no dejaba de apretar su mano y mirarla a los ojos como si el resto del mundo no existiera. También el parecía tener unos treinta años, con un rostro mas atractivo que apuesto: nariz romana, mentón firmen.
Pero cuando sonrió, Myriam decidió que tenía una sonrisa embriagadora, radiante.
Muchas mujeres se hubieran visto seducidas por esa sonrisa, incluso a distancia. Pero ella no. Porque esa sonrisa no era sincera. A pesar de la apasionada intensidad de su mirada, aquel hombre no estaba enamorado. Solo hacia lo que se esperaba de él, siguiendo un camino predeterminado para llegar a algo. Y no había que ser muy listo para saber que era ese algo.
La impresión se vio confirmada unos minutos después, cuando la pareja se levantó y salio del restaurante. Él tomándola por la cintura, ella apoyando su cabeza en su hombro, mirándose con adoración.

Después de tomarse el café, Myriam se retiro a su habitación para prepararse para el día siguiente, cuando se uniría a una expedición por los Alpes dirigida por un escalador profesional, Pierre Foule. Y estaba en forma para ello; un cuerpo joven y delgado, el pelo castaño muy corto.
Practico, pensó. Justo lo que necesitaba.
Lo que no solía tener en cuenta eran sus profundos ojos cafés. Para ella solo eran unos ojos, útiles por su perfecta visión pero nada especiales, de modo que no pensaba en su belleza o en el efecto que ejercían en otras personas.
La ducha caliente fue maravillosa y después, una vez envuelta en el albornoz, se sintió llena de energía, dispuesta a empezar la escalada.
Suspirando, salio al balcón para mirar las montañas una vez más, estaba por entrar cuando oyó un griterío dos ventanas a su derecha. Un hombre maldecía en francés, una mujer estaba lanzando alaridos…
De repente, un hombre aparto las cortinas y salio al balcón. No sabia por que pero no le sorprendió que fuera el chico al que vio en el restaurante. Ante su atónica mirada, se subió a la barandilla de hierro y después de respirar profundamente, se lanzo hacia el siguiente balcón.
Pero allí acabo su suerte. Todo estaba oscuro y cuando llamo a la puerta no contesto nadie. Los gritos en la habitación que acabada de abandonar eran cada vez más fuertes y Myriam lo vio mirar su balcón con muy malas intenciones.
Aquel hombre estaba loco. El salto del primer balcón al segundo era fácil, pero el balcón desde el que quería saltar ahora estaba a más de 2 metros de distancia … y a 15 del suelo.
-¡Está usted mal de la cabeza!
-¿Podemos hablar de eso más tarde?
Asustada Myriam dio un paso atrás en el momento que se lanzaba al espacio. Lo vio atravesar los 2 metros por el aire y… afortunadamente, logro llegar a su balcón murmurando un: Grazie Dio!
Italiano, entonces.
Pero ella le había hablado en su idioma y el había contestado.
-Vamos –le ordeno, empujándola hacia dentro y cerrando el balcón.
-¿Se puede saber…?
-Calle, no haga ruido.
-¿A quién cree que está dándole ordenes? –le dijo Myriam, cerrándose el albornoz. -¿Quién es usted?
-Un hombre que le suplica ayuda de rodillas –contesto él. –No se asuste, no voy a hacerle daño. Sólo necesito un sitio para esconderme hasta que dejen de buscarme.
-¿Quién?
-El marido, por supuesto –respondió el extraño, en un tono que implica consecuencias. –Yo no sabía que lo hubiera. Ella me juro que estaba divorciada… ¿Cómo va a saber un hombre cuándo eso es o no verdad?
-Supongo que ella será la mujer con la que lo vi en el restaurante.
-Ah, ¿la ha visto? ¿Entiende ahora que perdiese la cabeza?
-No ha perdido la cabeza –dijo ella, mirándolo cínicamente. –Usted sabia muy bien lo que estaba haciendo. Esas miradas apasionadas… -Myriam puso cara de falso embeleso y él se mostró indignado.
-¡Eso es mentira! Yo nunca pongo esa cara.
-¿Con ella o con las demás?
-¿Cómo no iba a saberlo? ¡Parecía un zorrillo enamorado!
-¿Un zorrillo? Será posible…
-Claro que de enamorado nada. Sabía usted muy bien lo que estaba haciendo.
-Sí, seguro, ya me ve. Un hombre que sabe lo que esta haciendo no acaba lanzándose de un balcón a otro. Ella me tenía trastornado.
-¿Y esa es una excusa para actuar como héroe de una mala película de acción? ¿Quién cree que es, Douglas Fairbanks?
-¿Quién?
-Un actor que hacia saltos acrobáticos en sus películas y… ¿Por qué le estoy contando esto? ¿Cómo se atreve a entrar a mi habitación como un Donjuán de pacotilla?
-Creí que era Douglas Fairbanks.
-¡Fuera de aquí! ¡Fuera…!
Myriam no pudo terminar la frase porque él le había tapado la boca con la mano.
-Por favor, cállese… ¡Ay! ¡Me ha mordido la mano!
-Y le morderé donde mas duele si no sale ahora mismo de mi habitación. Vuelva con su amiguita.
-No puedo, su marido me mataría.
-Pues me alegro por él. Yo le ayudare a librarse del cadáver.
-No es usted muy amable –protestó él.
En ese momento alguien llamo a la puerta.
-¡Mademoiselle, abra a la policía! Esto es por su propia seguridad.
Myriam se acerco a la puerta, pero no abrió. Después, no podía entender que la había detenido, pero se limito a pregunta:
-¿Qué ocurre?
-Un delincuente, Mademoiselle. Ha sido detectado en una habitación cercana a la suya, pero consiguió escapar. Por favor, abra la puerta.
-Abra –le dijo el extraño al oído.
-¿Qué?
-Si no abre, sospecharán. Lo que debe hacer es permanecer tranquila y poner cara de inocente.
-¿Cómo se atreve? ¡Yo soy inocente!
-Entonces abra la puerta.
-¿Y dejar que le vean para que el marido pueda identificarlo?
-No podrá, no me ha visto. Me escape cuando el entro en la habitación.
-¿Y cómo voy a explicar su presencia aquí?
-No tiene que explicar nada. Usted puede estar con quien quiera.
-¿Está sugiriendo que usted y yo…?
-A menos que se le ocurra algo más convincente –la interrumpe él. –Podría decirles que le estoy vendiendo un seguro…
-¡Cállese!
-Lo que usted diga. Estoy a su merced.
-¡Abra a la policía!
-Es evidente que está ahí dentro –oyeron otra voz. -¡o tira usted la puerta abajo o la tiro yo!
Furiosa con ellos, Myriam abrió tan bruscamente que el atacante cayó sobre ella, tirándola al suelo. Sólo el rápido movimiento de su compañero evitó que la aplastase contra la pared.
-¡Asesino! –le gritó -. Cariño, ¿te ha hecho daño?
-No estoy segura –murmuro ella, confusa. –Ayúdame…
El la tomo en brazos para llevarla a la cama y apretó tiernamente su mano.
-¡Fuera de aquí los dos! –les grito. –Miren lo que han hecho.
Con los ojos semicerrados, Myriam miró a los dos hombres. Y un momento de locura debió de apoderarse de ella porque señaló al intruso, un tipo bajito y mal encarado.
-¿Por qué me ha atacado? –le preguntó, con voz temblorosa.
-¡Yo no, yo no…! –empezó a gritar él, con voz aflautada. –Yo buscaba al hombre que estaba con mi mujer. Creí que estaba aquí…
-¡Ah de mí! –gimió Myriam, tapándose la cara con las manos y volviéndose hacia los brazos de su salvador.
-Salgan de aquí antes de que llame a los de seguridad –los amenazo el.
El policía empezó a murmurar una disculpa mientras se dirigía hacia la puerta, arrastrando con él al ofendido marido.
-Ya está, se han ido.
Al levantar la cabeza, Myriam comprobó que aquel caradura la miraba con un brillo más que travieso en los ojos… pero no era su cara lo que estaba mirando, sino el cuello del albornoz, que se había abierto. Como si fuera una ducha de agua fría, recupero la cordura instantáneamente y se levanto de un salto.
-¡Fuera de aquí!
-Gracias por todo. Eres maravillosa –dijo el. Pero, al ver un brillo asesino en los ojos cafés, iba dando pasos hacia atrás mientras hablaba.
-Si no sales de mi habitación en este mismo instante, me pondré a gritar, llamaré a ese policía y le contaré la verdad.
-No, no, por favor. Cualquier cosa menos la verdad.
-Ah, claro la verdad no, ¿eh? Eres un granuja desvergonzado…
-Sin la menor duda.
-Un depravado.
-Si, también.
-Un mal actor…
-Yo no iría tan lejos…
-Un mentiroso, un tipo sin escrúpulos…
Él abrió la puerta, comprobó que no había nadie en el pasillo y luego se volvió para mirarla.
-Solo quiero decirte que has sido maravillosa.
-¡Fuera!
-Y gracias.
-Si no sales de aquí…
Después de tirarle un beso, el joven cerró la puerta.
Myriam se quedo de pie, debatiéndose entre la exasperación y la risa. Aquel hombre era todo lo que le había llamado y más, pero se sentía misteriosamente alegre, como nunca en su vida.
Suspirando, apago la luz, se quito el albornoz y se metió en la cama, pensando en lo que había ocurrido.
¿De donde había salido? Lo había oído murmurar en italiano pero hablada muy bien su idioma.
¿Qué lo había poseído para lanzarse de balcón a balcón? ¿El miedo a un marido traicionado? No, imposible. Él ágil, un atleta, podría haberle tirado de un empujón. Pero había decidido salir huyendo y arriesgar su vida.
Un hombre sin miedo entonces. Pero también un hombre sin moral alguna.
Estaba claro que no era el prime incidente de ese tipo en el que se veía involucrado.
Y no parecía asustarlo en absoluto. Así era como vivía, de una mujer a otra. Amada, escapaba y seguía adelante. Y se reía. Había estado riéndose mientras lo insultaba, no a carcajadas, sino por dentro. La risa estaba en su actitud, pero sobre todo en el brillo de sus ojos.
Myriam lo maldijo por haberla visto con el albornoz abierto. “Si hubiera intentando propasarse, se habría enterado de lo que es bueno”. Ella no tenia marido, pero si un buen gancho de izquierda.
Esa idea la hizo sentir mejor y se quedó dormida.

A la mañana siguiente, Myriam fue paseando por las calles cubiertas de nieve de Chamonix hasta la oficina donde tenía que unirse a la expedición.
Cuando llego a la oficina de Pierre Foule, el organizador de la expedición, vio un grupo de gente joven en la puerta, impaciente por empezar.
-Cuando conté en mi trabajo que me iba a escalar los Alpes –estaba diciendo un joven-, se quedaron totalmente impresionados. Sobre todo las chicas.
-¡Y anda que no vas a aprovechaste de eso cuando vuelvas! –exclamó un compañero.
-No creo que te sirva de nada –intervino una chica de su misma edad, delgada y de expresión alegre. –ahora nosotras también escalamos y llegamos arriba antes que vosotros… ah, hola –dijo al ver a Myriam. –Soy Ma. Inés Guerra. ¿Eres de la expedición al Mont Blanc?
-Si. Me llamo Myriam Montemayor.
-Yo acabo de registrarme, pero lo de ahí dentro es una casa de locos. Pierre Foule, que debería guiar la expedición, está enfermo así que ha enviado un sustituto y las chicas se han vuelto locas. Y él está encantado, claro.
-Vaya –sonrió Myriam. –Uno de ésos.
-¿Eh?
-Un seductor.
En cuanto entraron en la oficina, Myriam comprobó que Ma. Inés no había exagerado: un círculo de chicas convergía sobre un hombre al que no podía ver bien.
Pero cuando el se dio la vuelta se quedo helada.
-No puede ser –murmuró.
Pero no había ningún error. Aquella sonrisa, aquel aire de estar dispuesto a comerse el mundo…
-¡Hola todo el mundo! Soy Víctor García. Estoy a cargo de esta expedición, pero me falta una persona…
Víctor se quedó callado al ver a Myriam y ella tuvo el placer de contemplar su desconcierto, algo que seguramente no ocurría a menudo.
-Tú –susurro
-Sí, yo. Me alegro de que te acuerdes de mí.
-Pues claro. Me salvaste la vida.
-Yo creo que cuanto menos digamos, mejor.
-Por supuesto. ¿Qué haces aquí?
-Soy Myriam Montemayor.
-¿Tú? –exclamó él. -¿Estás segura?
-Bueno, he sido Myriam Montemayor durante veintisiete años. Si fuera un error, seguro que ya me hubiese dado cuenta.
-No, quería decir.. no eres lo que había esperado –dijo él, mirándola de arriba abajo. –Ésta es una escalada muy dura y…
-He rellenado los cuestionarios sobre mi salud y Pierre Foule no parecía tener ningún problema.
-Pero si Pierre hubiera sabido que eres tan delicada…
-¡Una porra delicada! –lo interrumpió Myriam. –Soy dura como el acero.
Para demostrarlo, Myriam adoptó una postura de boxeo que él copió inmediatamente.
-¡Levanta los puños! Eso es lo que se dice, ¿no?
-Eso es lo que se dice cuando uno va a darle un golpe a alguien. Pero sería yo quien te diera un golpe a ti.
-No, no. ti prego, ti prego –dijo él, en cómico tono de súplica. –Puede que tú no seas delicada, pero yo sí.
-¿Quiere dejar de hacer el tonto?
-Lo que tú digas –asistió él, ofreciéndole una de sus preciosas sonrisas.
-Mira, a mí esto me gusta tan poco como a ti, pero no nos queda más remedio. Me apunté para escalar los Alpes y eso es lo que voy a hacer. –estaba mirándolo con lo que esperaba fuese un gesto amenazante, tarea nada fácil porque él le sacaba más de una cabeza.-¿Lo entiendes?
-Te juro que, si yo fuera una de esas montañas, estaría temblando.
-Quizá deberías hacerlo –le advirtió Myriam.
Él murmuro algo en italiano, esperando que no lo entendiera, pero lo entendió. Había dicho:”¿Por qué siempre me pasan a mí estás cosas?”.
Y le contesto en italiano:
-Algunas personas son como un imán para los problemas.
Y obtuvo como recompensa un gesto avergonzado.
-Habrá que tener cuidado contigo, ¿no?
-Desde luego. Quedas advertido.
Víctor asistió con la cabeza, poniendo una falsa cara de susto.
-Si me perdonas, tengo que hablar con los otros –murmuró, antes de alejarse.
-Será tonto… -murmuro Myriam.
Debía admitir que lo de “delicada” contenía cierta verdad. Ella era esbelta y de movimientos gráciles, por eso mucha gente pensaba que era frágil. Pero estaban equivocados.
Ma. Inés volvió a su lado entonces.
-Dicen que es muy bueno.
-¿Te refieres a sus habilidades escalando montañas? –preguntó Myriam, irónica.
-No, yo creo que tiene más que ver con esa sonrisa –sonrió Ma. Inés, estudiando la figura alta y atlética de Víctor.
-No puedo decir que me haya fijado
-Te habrías fijado si no estuvieras tan enfadada con él.
Riendo, Myriam decidió conceder el punto. Aunque ella no estaba suspirando por Víctor como las demás chicas, debía admitir que tenía una sonrisa de cine.
Si tuviera que describir a aquel hombre, diría que estar rodeado de mujeres era “su estado natural”. Y sería verdad, sin hacerle justicia del todo.
Parecía un animal vibrante, sano, alguien que se pasaba la vida al aire libre.
-Un donjuán profesional -comentó cínicamente.
-¿Y quién se queja? –rió Ma. Inés. –Yo no.
-Pues es todo tuyo.
Por fin terminaron con las formalidades y Víctor empezó a explicar el plan para los siguientes días:
-Pasaremos la noche en los refugios que encontremos arriba. Algunos son casi como pequeños hoteles, otros más básicos, pero entiendo que todos estáis dispuestos a vivir una aventura.
Hubo un murmullo general de asentimiento, pero Myriam tuvo que intervenir:
-incluso los que somos delicados.
Víctor sonrió.
-Seguro que no vas dejar que me olvide de eso. Bueno, vámonos.
Mientras los demás recogían mochila y esquís, él la llevó aparte.
-Gracias por no contar nada.
-No sé de qué estás hablando. Yo no recuerdo nada.
-Sí, claro –rió él. –Bueno, vamos.

La subida del primer día fue relativamente fácil. El único tropiezo llegó cuando Ma. Inés, atada a su cuerda, perdió pie. Myriam tuvo que sujetar a la delgada joven para que no se despeñara, pero Ma. Inés se recuperó rápidamente.
Cuando levantó la cabeza encontró a Víctor mirándola y tuvo la satisfacción de verlo sonreír, como aprobando lo que había hecho.
Era un placer saber que no era la peor escaladora del grupo de doce personas; ese honor estaba reservado para Miguel, un joven delgado y ruidoso que quería hacerlo todo a su manera y no aceptaba instrucciones. Varias veces Víctor tuvo que ponerse firme con él y Myriam debía admitir que lo había hecho sin ningún problema.
Cuando oscureció llegaron a un refugio en el que pasarían la noche era pequeño, pero cómodo y la comida era buena, había un aire de alegría general que hizo la noche más soportable.
Por supuesto cuando llegaron al refugio Víctor se convirtió de nuevo en el objeto de atención de todas las chicas. Ellas lo miraban con arrobo, ellos con envidia. Y él parecía aceptarlo todo sin preocuparse.
Myriam debía admitir que tenía lo que tantos otros italianos llamaban “la bella figura”. Y que más que un rostro atractivo implicaba estilo, carisma, seguridad en uno mismo.
En ninguna situación parecía perdido o incómodo y cuando alguien saco una vieja guitarra, él hacía los coros con el aplomo de un líder natural.
De vez en cuando Miguel metía la pata, riéndose a destiempo o emitiendo un ruido como el de un mono asustado, pero todos le hacían callar. Después de eso nadie volvió a pensar en él hasta la hora de irse a dormir, cuando el sonido de una bofetada seguida de un grito mostró que tampoco tenía suerte en ese aspecto.
Al día siguiente subieron casi tres mil metros y acabaron en un refugio más grande, situado en la cima de un risco desde el que las luces de Chamonix eran apenas visibles.
Myriam salió para ver la puesta del sol que allí, en las montañas, era mucho más hermosa.
La puerta del refugio se abrió tras ella y, cuando giró la cabeza, vio salir a Víctor. Afortunadamente, se sentó a su lado sin decir nada mientras los dos contemplaban cómo el cielo iba volviéndose negro poco a poco.
Y, por fin, lo oyó suspirar.
-Es precioso, ¿verdad? Nunca deja de sorprenderme lo bonito que es.
-Y, sin embargo, debes de haberlo visto muchas veces –aventuró ella.
-Da igual cuántas veces lo veas, siempre es como la primera vez –murmuró Víctor. –Supongo que eso te sorprende ya que me crees un idiota totalmente insensible e incapaz de apreciar la hermosura de la naturaleza. No niegues que eso es lo que piensas de mí.
-No iba a negarlo –rió Myriam. -¿Por qué iba a hacerlo?
Él puso cara de enfadado.
-Hubiera sido lo más amable
-Yo no soy amable.
-Ah, ya. Así no pierdes el tiempo –sonrió él. -¿Estás bien?
-Muy bien, gracias. Y contenta conmigo misma por no caerme cuando Ma. Inés perdió pie. Lo hice bien, tienes que admitirlo.
-Cierto, pero yo estaba arriba, sujetándolas a las dos. Muy bien, muy bien, no me muerdas…
Desde el interior del refugio les llegó una risotada.
-¿No deberías estar dentro? –preguntó Myriam.
-No son mis invitados, son mi responsabilidad. Y a veces esa responsabilidad pesa demasiado. Te juro que ésta es la última vez que hago de guía si no conozco a la gente. Y no, no me refiero a ti.
-Lo sé –sonrió ella. –Miguel. ¿Sabes qué chica lo abofeteó anoche?
-Creo que se han puesto a la cola para abofetearlo. Pobre Miguel. Le he visto antes, intentando colocarse a tu lado. ¿Te ha dado algún problema?
-No estarás ofreciéndote caballerosamente a cuidar de mí espero.
-No, por Dios –dijo Víctor. –Haz con él lo que quieras y yo… me desharé del cadáver.
-Muy bien –rió Myriam. –En realidad creo que Miguel quería hablar mal de ti.
-¿Por que tengo que vigilarlo?
-No, mas bien porque tú eres todo lo que él querría ser. A ti no te dan bofetadas y por eso quiere matarte.
-¿Qué cree que puede hacer aquí? Esas literas son estrechísimas.
-Bueno, supongo que eso sería suficiente si te empeñases…
-Me estoy poniendo colorado.
-Me encantaría saber qué te pone colorado a ti –rió Myriam. –Pero no se me ocurre nada.
Había anochecido y no podía ver su cara, pero sus ojos tenían un brillo travieso.
-¿Cómo vas a saberlo si no lo intentas?
-Venga ya. Sé lo que estás haciendo y es una pérdida de tiempo.
-¿Qué estoy haciendo?
-¿Con quién crees que estás hablando? ¿Una de esas chicas que suspiran cada vez que pasas a su lado?
-No creo que tú suspires –dijo él
-¿Crees que quiero que tengas que lanzarte desde mi balcón?
-No, imposible. Tú me empujarías.
-Ah, qué astuto.
-Bueno, dejemos el tema porque estoy quedando fatal. Voy a buscar algo de beber para que podamos pelearnos a gusto.
Víctor entró al refugio y Myriam se apoyó en la roca, contenta. Le parecía como si conociera a Víctor de toda la vida y, por eso, lo tenía controlado. Y como sospechaba que no muchas mujeres podrían controlar a aquel seductor, le resultaba una sensación muy agradable
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Mensaje  jai33sire Mar Mar 09, 2010 9:34 pm

muchas gracias por el primer capitulo a mi me gusto

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Mensaje  myrithalis Miér Mar 10, 2010 12:42 am

Gracias por el Cap. siguele esta interesante la novelita bye Atte: Iliana
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Mensaje  alma.fra Miér Mar 10, 2010 1:20 am

Ke buen inicio, me encanta como pelean jaja. Gracias por el capitulo.
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Mensaje  mats310863 Miér Mar 10, 2010 9:06 am

EL INICIO MUY DIVERTIDO, Y YA SABEMOS QUE DEL ODIO NACE EL AMOR.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  Eva Robles Miér Mar 10, 2010 9:05 pm

estubo muy bonito el capi no tardes por favot que se ve muy interesante esta novela

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Mensaje  fresita Mar Mar 16, 2010 8:49 pm

interesante siguele me encanto el capi grax


saludos
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Mensaje  Dianitha Miér Mar 17, 2010 10:11 am

hay niiña me encanto tu noveliita graciias x compartirla con nosotras xfa no tardes con el siiguiiente cap sii k ya kiiero saber k va a pasar con este par de niiños What a Face What a Face Like a Star @ heaven Like a Star @ heaven
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Mensaje  mariateressina Miér Mar 17, 2010 3:23 pm

hola, disculpen la tardanza pero aqui esta el cap. 2, espero sus comentarios plis, ojala les guste.

Capitulo 2

Víctor volvió un minuto después con una botella de vino y 2 vasos.
-Sólo un poco. Debemos mantener la cabeza fría para mañana –le dijo, ofreciéndole un vaso. –Bueno , dime, ¿Miguel se ha portado bien?
-Sólo al principio –contestó Myriam. –Luego intentó ligar y yo le lancé una de mis miradas de “cáete muerto”.
-El pobre me da pena. Seguro que eres profesora de kárate.
-No, qué va. Me dedico a la investigación.
-¿Investigación? ¿Eres científica?
-No, pero la verdad es que tengo un par de títulos universitarios.
-¿Un par de…? -Víctor se apartó, como si temiera que sus títulos lo atacasen.
-Oye, eso ayuda. Investigo para gente que escribe libros y necesita datos sobre historias, literatura y ese tipo de cosas.
-¿Por eso hablas italiano?
Sí, por eso. Tuve que aprender un poco para un novelista que estaba escribiendo algo sobre los Borgia y me gustó tanto que seguí estudiándolo.
-Y seguro que no es el único idioma que hablas –dijo él, cada vez más consternado.
Estudié francés y alemán en la universidad. Y también me han sido de gran utilidad.
-o sea, que eres una erudita –murmuró Víctor, cariacontecido.
-Pues algo así. ¿Por qué no dejas de mirar hacia el barranco?
-Estoy intentando decidir por dónde tirarme.
-No tengas tanta prisa. Espera a que todos los demás estemos a salvo y ya se me ocurrirá algo.
Los dos sonrieron mientras Víctor volvía a llenar su vaso.
-Seguro que me estás tomando el pelo. Tú también has ido a la universidad.
-Durante un par de años, pero no era lo mío. No tengo cabeza para los estudios.
-Venga ya…
-¿Has escrito algún libro?
-Un par de libros de viajes –contesto ella
-¿Por eso siempre llevas un cuaderno?
-Para tomar notas, lo hago siempre.
-¿No te dedicas nunca a disfrutar sencillamente?
-Pero disfruto tomando notas. A menudo no sé para qué voy a usarlas. Se quedan bailando en mi cabeza y, de repente, cobran vida en el momento más inesperado.
-Ah, fantástico. Es como tirar un dado al aire y esperar a ver qué pasa.
-Supongo que es así como tú vives.
-Me gusta que la vida me sorprenda, como a ti. Somos parecidos, nos gusta la libertad, no estar atados. Y así es como tiene que ser.
-¿Y cómo sabes que yo no estoy atada?
Víctor se encogió de hombros.
-O eres libre o tienes un novio que se queda en casa mientras tú vas de escalada.
Un diablillo la obligó a decir:
-¿Y por qué no? Cada uno sigue su camino y nos respetamos el uno al otro.
El rostro de Víctor era la viva imagen de la desilusión.
-¡Tienes que librarte de él inmediatamente! Yo no dejaría que mi chica arriesgara el cuello en la montaña.
-¿No la dejarías? ¿En qué siglo vives?
-En cualquier siglo donde eso no pudiera pasar. Pero me estás tomando el pelo, ¿no? No me digas que ese hombre lleno de virtudes existe de verdad.
-No, la verdad es que no –suspiró ella melodramática. –Pero sueño con conocerlo. ¿Y tú? Supongo que no estás con nadie fijo y piensas seguir así.
-Al menos durante un tiempo. Lo de tener novia está bien… algún día.
-No, yo creo que tú te morirás siendo un hombre libre porque eso es lo que la vida significa para ti.
Víctor levantó su vaso.
-Muy inteligente.
-Sí, lo soy. Así que ten cuidado con lo que dices; lo veo todo, soy una bruja.
-No –murmuró él, -no eres una bruja. Un gatito… un gatito muy elegante, exquisito, de hermosos ojos cafés.
-Pues cuidado con mis garras –le advirtió ella, intentando disimular el placer que le producía el halago.
-Es agradable hablar con alguien que entienda la libertad. Pero, a riesgo de que me pegues un puñetazo, me gustaría saber por qué no tienes novio. ¿Es que los hombres de tu país no tiene ojos en la cara?
-A lo mejor no les gusta lo que ven –sonrió Myriam. –El último me dijo que prefería una mujer “que tuviese un poco más de carne”.
-Víctor sacudió la cabeza.
-Sólo un inglés podría decir eso. Pero hablas de él en pasado…
-Un día quedamos, no apareció y no he vuelto a saber nada de él.
-Así te ahorraste la tarea de dejarlo.
-¿Cómo sabes que lo hubiera dejado?
Él hizo un mueca.
-Tienes demasiado buen gusto como para tolerar a una criatura con cara de cerdo. Y, además, nunca encontraras al hombre perfecto porque no estás buscándolo.
Myriam lo pensó un momento. ¿Podría ser cierto? El hombre que estuvo a punto de romperle el corazón, a pinto sólo, había dejado de tener importancia para ella. ¿No se había recuperado muy rápido?
Tenía la extraña sensación de que Víctor estaba mirando directamente en su alma, viendo cosas que para ella estaban escondidas.
-Podría ser –asistió.
-¿Por qué has venido aquí? Seguro que querías algo más que buscar material para tus notas.
-Necesitaba un cambio. Me gusta estar al aire libre y vivir aventuras… estar delante de un ordenador no es suficiente para mí.
-Te entiendo. Yo también paso demasiado tiempo encerrado.
-¿Tú? Pensé que prácticamente vivías en la montaña.
-No, qué va. No hago esto para ganarme la vida. Antes escalaba mucho, pero ahora me dedico a vender material deportivo. Aprendí a escalar con Pierre, nos hicimos amigos y cuando necesita ayuda le echo la mano. Así tengo la oportunidad de disfrutar del aire libre. Las montañas pueden ser peligrosas, pero nunca son aburridas.
-Pero incluso el peligro… -Myriam se quedo callada, dejando escapar un suspiro.
-¿Tú también? Sí, es verdad –asistió Víctor. –Hay cierto placer en el peligro… quizá más del que sería sensato.
-El momento en el que crees que podrías haber llagado demasiado lejos… pero no ocurre nada malo.
-No hay nada parecido. En ese momento eres un ganador, el rey del mundo. Y la próxima vez…
Víctor se quedó callado, mirándola a los ojos.
-¿Seguro que deberías decirme esas cosas? Tú eres el maestro, yo la alumna. ¿No deberías decir que la seguridad es lo primero y que debo alejarme del peligro?
-A ti te gusta el peligro o no sabrías de qué estoy hablando. Pero tienes razón: no debería hablar así y no lo haría con nadie más. Espero que no se lo cuentes a nadie.
-Lo prometo –dijo Myriam, haciendo chocar sus vasos.
-¡Especialmente a él! –suspiró Víctor cuando vio que Miguel se dirigía hacia ellos.
-¿Tan tarde es? –exclamó Myriam, levantándose. –Uf, creo que me voy a la cama.
Descubrir que Víctor no era un hombre frívolo y superficial había abierto un nuevo camino que podría ser divertido explorar. Y lo mejor de todo era la conexión que había entre ellos. Nunca habría esperado eso con un hombre como Víctor y eso lo hacía más interesante.
Pero debía recordar que sólo iban a estar juntos unos días. Luego él volvería a su país, ella al suyo, y todo habría terminado.


Al día siguiente hacía muy buen tiempo y la escalada fue deliciosa. Con cada paso, el aire se volvía más limpio, más brillante y las cimas de las montañas parecían estar ya cerca.
-Parece como si pudiéramos llegar hoy mismo suspiró Myriam.
-Es una ilusión –dijo Víctor. –Tú has estado antes en las montañas, deberías saberlo.
-Sí, es verdad.
-Después de subir un rato todo parece irreal… o a lo mejor es real, pero ¿Cómo será saberlo si lo que te rodea va y viene? ¿Están cerca o lejos? ¿Cómo será cuando lo descubras… si puedes descubrirlo?
-Oye, eres un poeta –dijo ella, impresionada.
-No, qué va Yosoya un hombre muy serio que desaprueba esas beberías. Y deja de mirarme así, gatita. A veces tengo que ponerme serio.
-O fingir que lo eres.
-¿Quieres callarte? Hazme caso y ten cuidado con las falsas impresiones.
-Pero a lo mejor no todas las impresiones son falsas.
-Aquí, la mayoría lo son. No te pongas sentimental, concéntrate.
-¡Sí, señor! –Myriam hizo un exagerado saludo militar.
-¡Compórtate! –la regaño Víctor, volviéndose hacia los demás. –a ver, todo el mundo, ¿estamos listos?
Mientras reunía a los demás, comprobando cordajes y crampones, ella sonrió para sí misma. Sin quererlo, había tocado una parte de su personalidad que Víctor parecía querer conservar en privado. Que interesante. Muy, pero que muy interesante.
Acabaron el día en un refugio que, en lugar de dormitorios con literas, tenía habitaciones dobles con cómodas camas. La comida era excelente y después de la cena todos se reunieron en el salón, donde un hombre tocaba el acordeón.
Al principio bailaron como locos, pero después de un rato el grupo se dividió en parejas. Ma. Inés, noto Myriam tenía dos pretendientes entre los que elegir… tres si se incluía a Miguel, al que nadie incluía en nada.
Por fin, su nueva amiga eligió a un chico muy guapo llamado Raúl. Bailaron un rato, besuqueándose, y luego desaparecieron para no volver a ser vistos.
Víctor bailó con todas las chicas de la expedición salvo con Myriam… porque estaba tan solicitada que no podía acercarse a ella.
Lo que no le había contado la noche anterior era que de pequeña quiso ser bailarina y había tomado clases de danza. Lo dejó al darse cuenta de que sólo tenía un modesto talento, pero seguía gustándole bailar y, de repente le apetecía como nunca. Y pronto casi todos los chicos de la expedición hacían cola para bailar con ella.
Un español llamado José Antonio, tan entusiasta como Myriam, se convirtió en su compañero de juerga. De repente eran bailarines españoles haciendo sonar imaginarias castañuelas, mirándose apasionadamente a los ojos. Luego cambió el ritmo y bailaron un rock. José Antonio se la colocaba al hombro, la hacía pasar entre sus piernas… cuando la música terminó, Myriam cayó en sus brazos con teatral gesto de abandono mientras los demás aplaudían.
-Yo no puedo competir con tu última pareja, pero haré lo que pueda –sonrió Víctor.
-¿Y si no quiero bailar contigo?
-Eso da igual –contestó él. –Tengo que distribuir mis favores de forma equitativa. No he bailado contigo y tengo que hacerlo.
-Soy irresistible, ¿no te lo han dicho?
-No. Y si alguna me lo dice, le diré mi opinión.
-¡Ésa es mi chica!
Víctor la tomó por la cintura, suspirando dramáticamente. El hombre del acordeón estaba tocando un vals y mientras se deslizaban por el salón Myriam se dio cuenta de que las demás chicas la miraban con envidia.
-Tampoco te pases –le advirtió.
-No lo entiendes. La gente espera que me pase.
-Ah, claro, y tú sólo estás cumpliendo con tu deber. Si no, por supuesto, no bailarías conmigo.
-Yo no diría eso. Una enorme cantidad de dinero podría persuadirme.
-Voy a darte una patada en la espinilla.
Pero en realidad Víctor era un bailarín excelente y le gustaba estar con él. Le gustaba mucho estar con él.
-No estás haciendo bien tu papel –dijo él después. –deberías estar mirándome a los ojos con adoración.
Myriam levantó la mirada y encontró su cara más cerca de lo que había esperado.
-Así está mejor –murmuró.
-Cuidado –le advirtió ella. –Podría ponerse peligrosa.
-Estupendo. No hay nada más interesante que cuando una mujer se pone peligrosa.
Myriam tuvo un segundo de alarma. Por un momento, sólo un momento, había querido que la encontrase interesante. Era hora de hundirlo.
-Esas frasecitas estudiadas están muy bien. Supongo que te sentirás orgulloso.
-Ésa era una de las mejores –asistió Víctor, tan tranquilo.
-Pues deberías practicar más.
-¿Por qué? Pensé que la había enunciado perfectamente.
-Pero deberías decírsela a una mujer que no estuviera juzgando tu actuación.
-Tú no estás juzgando nada –rió él, apretándola contra su pecho.
-¿Cómo que no? Me estoy riendo de ti porque piensas que te lo voy a poner fácil.
-Si hay algo que no se me ocurriría nunca, es pensar que tú vas a ponérmelo fácil.
-Por favor, esmérate un poco más. Al fin y al cabo eres italiano. ¡Piensa en Casanova! ¡Piensa en Romeo!
-¡Piensa en un puñetazo en la barbilla! Mio dio, ¿de dónde sacas esas ideas? Si yo dijera que eres fría y remilgada sólo porque fueras inglesa, te molestaría, ¿no?
-Si fuese cierto, no. Entonces me alegraría que reconocieras mis virtudes.
Su alarmada expresión era tan cómica que Myriam soltó una carcajada.
-Seguro que cada noche, antes de irte a dormir, rezas para que Dios te salve de las mujeres virtuosas.
Víctor la miró, pensativo.
-Bueno, no de todas. Ah, qué pena que la música haya terminado. Debemos seguir con esta interesante conversación en otro momento.
Myriam le hizo una burlona reverencia cuando se separaron.
-Gracias, señorita.
-A usted, señor. Después de cumplir con su deber, puede seguir disfrutando.
Le pareció ver un brillo en sus ojos, pero desapareció tan rápido que pensó que había visto mal. Y quizá era mejor así.
Como necesitaba un poco de aire fresco, tomó la chaqueta y salió del refugio. La luna llena bañaba las montañas con su luz plateada y se acercó a un muro de piedra donde podía sentarse para pensar.
-Ah, ahí estás –oyó una voz tras ella.
Myriam se tragó un gemido.
-Hola, Miguel.
-He estado viéndote bailar. Lo haces muy bien.
-Gracias.
Rezaba para que no se sentase con ella, pero lo hizo.
-Te mueves de maravilla, de una manera muy sexy. Me ha hecho pensar en todo tipo de cosas entre tú y yo… ¿Qué te parece?
-No –dijo ella.
Miguel cometió el error de intentar besarla y Myriam, sin pensárselo dos veces, le retorció el brazo.
-¡Ay!
-Escúchame atentamente –le dijo, con tono de advertencia. –si no me dejas en paz, te freiré en aceite y te decapitaré… no necesariamente en ese orden. Y ahora vete antes de que te haga daño de verdad.
Incluso aquel memo entendió el mensaje porque salió corriendo… no sin antes llamarla <frígida>. Furiosa, Myriam tomó un puñado de nieve y le lanzo una bola.
-¡Oye! –protestó Víctor.
-Ah, hola. ¿Desde cuándo estás ahí?
-El tiempo suficiente para ver a Miguel haciendo el ridículo –sonrió él, quitándose la nieve de la chaqueta.
-¿No deberías haber acudido al rescate? Se supone que debes rescatar a una damisela en apuros.
-Yo no he visto a ninguna damisela por aquí –contestó él, sentándose a su lado. –Contigo un hombre tiene que ir con mucho cuidado.
-Si estuviera en su naturaleza ir con cuidado, claro. Algunos hombres no tienen el sentido común de ser cautos.
-Salvo cuando estoy escalando, yo nunca he tenido el mínimo sentido común –le confirmó Víctor. –Por eso a veces me he llevado alguna bofetada. Aunque también me ha aportado alguno de los mejores momentos de mi vida.
Myriam asistió. Era lo que había imaginado.
-Estabas muy guapa bailando –dijo él después. –Tanto como para que a un hombre se le ocurran ciertas fantasías.
-Sólo a un bobo como Miguel.
Víctor negó con la cabeza-
-A cualquier hombre.
-¿Otra vez estás cumpliendo con tu obligación? –sonrió Myriam.
-No, para nada. Si yo quisiera acercarme a ti, no lo haría como un toro lanzándose contra la valla.
-¿Y cómo lo harías entonces?
-Me quedaría callado un momento, mirando las montañas, y luego te diría que la luna le da a todo un aspecto irreal, como si estuviéramos en otro planeta… los dos solos.
-¿Y luego dirías:<No querría estar con nadie más que contigo>? –sugirió Myriam.
-Creo que sería algo más sutil como: <Eres tan etérea que pareces una fabricación de la luna>. ¿No?
-Si dices eso, me daría un ataque de risa.
-¿Entonces qué tal algo como: <Verte bailar me ha hecho pensar cosas de las que me avergüenzo>? <No podrías repetirlas… a menos que insistieras>.
-No creo que tuviera que hacerlo –dijo ella, irónica.
-Tenías una docena de hombres a tus pies.
-¿Ah, sí? No sé, no me he dado cuenta.
-Myriam… tú sabías perfectamente lo que estabas haciendo.
Tenía razón. Había visto un brillo de admiración en los ojos de los chicos, pero los únicos ojos que le importaban eran los de Víctor.
Aun así, no pensaba ponérselo fácil.
-Hay que pasar el rato de alguna forma –dijo, lánguidamente.
-Ah, muy bien, hazte la indiferente. Hazlos sufrir, pero no te pases de la raya o las cosas se podrían escapar de las manos.
-A mí las cosas nunca se me escapan de las manos. No dejo que eso ocurra.
-Eso es una provocación –dijo Víctor, acercándose un poco más. –Claro que ahora podrías amenazar con bañarme en aceite hirviendo.
-No, creo que eso me lo guardaré para más tarde.
Sin decir nada, él se llevó su mano a la cara. Era una sensación agradable y nada alarmante hasta que giró la cabeza para besar su mano. Myriam intentó controlar un escalofrío, decidida a disimular, pero no podía esconderlo de sí misma. Sólo era una broma, se dijo. Pero ¿dónde se había metido?
-Por otro lado, sé muy bien qué tipo de aceite usar.
-¿Crees que sería tan tonto como para tentar a la suerte?
-Tendrías que ser muy tonto.
Víctor se inclinó un poco hacia delante.
-Un hombre valiente te pondría a prueba.
-¿Y tú eres valiente?
-No, estoy temblando.
El siguiente paso era tan fácil. Sólo tenía que decir una palabra y estaría entre sus brazos, su boca sobre la suya, disfrutando del beso para el que, claramente, había estado preparándola.
¡Preparándola!
Myriam se quedó helada.
Era un juego, un truco; y ella había caído en la trampa como una tonta.
-Temblando, ¿eh? Pues si supieras lo que estoy pensando ahora mismo, te pondrías a temblar de verdad.
-Myriam…
-No me trates como si fuera tonta. Lo has hecho bien, lo admito, pero no tan bien como crees.
-¿Piensas que yo…?
-Estabas tomándome el pelo, admítelo.
-Bueno… -Víctor pareció considerarlo un momento, -como te has dado cuenta tan rápidamente, supongo que así es. Debería rendirme.
-Miguel y tú, los dos.
Después de eso no le quedó más que volver al refugio, despedirse de los compañeros, irse a la cama… y quedarse mirando al techo durante horas, preguntándose si se había vuelto loca.

Al día siguiente hacía sol y, para alivio de Myriam, los fantasmas de la noche anterior desaparecieron. Víctor le había tendido una trampa, ella había estado a punto de caer… pero no había caído. El mundo era maravilloso otra vez.
Él parecía haber olvidado el incidente cuando los reunió para darles unos consejos.
-No vayas tan deprisa, Myriam. Siempre subes como si quisieras demostrar algo, así que ve con cuidado.
Empezaron la jornada alegremente, respirando aquel aire tan limpio, disfrutando del día. Mientras atravesaban con cuidado un estrecho saliente, Myriam empezó a fantasear con llegar a la cima. Qué increíblemente azul sería allí el cielo, qué emocionante verlo todo desde arriba. Entusiasmada, se dejó llevar…
Y, de repente, el suelo, tan firme unos minutos antes, sencillamente dejó de existir. El saliente de la montaña se hundió bajo sus pies; la nieve y el cielo se convirtieron en uno solo y luego, de pronto, sintió que alguien tiraba de ella hacia arriba, sujetándola por la cintura con un brazo que parecía de hierro.
-¿Te has hecho daño? –le preguntó Víctor
Myriam estaba tumbada de espaldas, mirando el cielo, con el corazón latiendo a mil por hora mientras el universo volvía a colocarse en su sitio.
-¿Qué ha pasado?
-Que has resbalado –contestó él. –Respira tranquilamente. No hay prisa.
-Estoy bien –dijo Myriam. Pero, aunque se hacía la valiente, se había llevado un susto de muerte.
-Hoy no vamos a subir mucho –dijo él. –Hay un refugio cerca de aquí . no es grande como el de ayer, pero así podremos descansar un poco.
Myriam se alegró infinitamente porque, aunque no quiso decirle nada, se había hecho daño en la pierna al caer.
En la habitación del refugio, que compartía con otras cuatro chicas, Ma. Inés la ayudó a ponerse el pijama.
-¡Menudo golpe! –exclamó, al ver el moratón en la pantorrilla.
-Es impresionante, ¿verdad? Y me duele un poco.
Víctor llamó a la puerta en ese momento.
-¿Puedo entrar?
-Sí, claro.
-Ma. Inés, Raúl estaba buscándote. Creo que quería ir a dar un romántico paseo a la luz de la luna. ¿Le digo que no estás interesada?
-Ni se te ocurra –sonrió Ma. Inés, saliendo a la carrera.
Víctor se volvió hacia Myriam.
-A ver, deja que te mire esa pierna…
-¡Ay!
-Cuando te ponga un poco de esto dejará de dolerte –murmuró él, mostrándole un bote.
-¿Qué es?
-El linimento mágico del doctor Víctor. Estira la pierna.
Su actitud era tan impersonal que Myriam no tuvo ningún problema para cerrar los ojos y sucumbir al relajante efecto de sus manos frotando la pierna rítmicamente.
-Qué bien.
-¿Te gusta?
-Mmmm…
-¿Te duele algún otro sitio?
-Por todas partes: el cuello, los hombros, los brazos, la espalda.
-Date vuelta.
-ella lo hizo y Víctor empezó a darle un masaje en la espalda, metiendo las manos bajo la camisa del pijama hasta que, sin pensar, ella misma desabrochó los botones para estar más cómoda.
Qué maravilla ese masaje en la espina dorsal, los hombros, el cuello… al final, estaba como flotando. Vagamente se dio cuenta de que estada medio desnuda y a solas con un fresco. Y cuando terminase de curar sus dolencias volvería a intentar seducirla, quizá para vengarse de su derrota la noche anterior.
Y lo haría dejando que sus manos bajasen un poquito más de lo debido, deslizándose para ver si ponía alguna objeción pero sin esperarla en realidad. Entonces tendría que ponerse firme con él, lo cual no sería fácil porque estaba demasiado contenta como para ponerse firme sobre nada.
-Bueno, ya está –dijo Víctor, levantándose. –Voy a pedir que te traigan algo de comer y después de ocho horas de sueño te sentirás mucho mejor. Buenas noches.
Y se marchó.
Myriam se quedó donde estaba pensativa, sin saber si debía estarle agradecida por haberse portado como un caballero o enfadarse por esa misma razón. Mientras intentaba decidirse, se quedó dormida.
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Mensaje  Eva Robles Miér Mar 17, 2010 9:42 pm

Esta historia la lei hace como 3 años espero y les guste


Casa de la famila de Estrella
Ines oye estrella como que ya se tardo mucho en bajarvpara irnos a la fiesta ysolo es que iba por los del rogalo de su querido apa
Nadia si quieres voy a hablarle porque si no nunca vamos a salir de aqui
Myriam ya no seamn exsageradas que ya estoy aqui ya vamonos
Estrella si porquecuando llegenos en vez de que le demos la sorpresa a rulo el nos la va a ver a nosotras por tu culpa

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Mensaje  jai33sire Miér Mar 17, 2010 11:43 pm

muchas gracias por el capitulo

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Mensaje  Dianitha Jue Mar 18, 2010 12:16 am

graciias x el cap esta nov cada vez se pone mas iinteresante siiguele xfiis niiña k akii estare esperando el siiguiiente cap siii Very Happy Very Happy Very Happy
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Mensaje  alma.fra Jue Mar 18, 2010 12:51 am

Muchas gracias por el capitulo, esta muuuy padre esta novela.
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Mensaje  myrithalis Jue Mar 18, 2010 1:41 am

Gracias por el Cap Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  mats310863 Vie Mar 19, 2010 9:22 am

VAYA SUSTO QUE SE LLEVO MYRIAM, Y DESPUES EL CHASCO CON LA ACTITUD DE VÍCTOR, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  mariateressina Sáb Mar 20, 2010 1:47 pm

hola chicas aqui les traigo un nuevo capitulo a ver si les gusta, espero sus comentarios x fis.


CAPITULO 3

Cuando despertó, Ma. Inés estaba a su lado.
-Víctor me envió con la cena hace una hora, pero estabas dormida. Ahora he recibido órdenes estrictas de vigilarte y obligarte a comer.
-¿Y por qué tiene Víctor que darle órdenes a nadie?
-No, en realidad no lo hace. Siempre consigue lo que quiere con esa sonrisa suya. Es mucho más efectiva que cualquier otra cosa. Te invita a conspirar con él y una sabe que sería la mejor conspiración del mundo.
Myriam la miró, levantando la cejas.
-¿Raúl sabe lo que piensas de nuestro glorioso líder?
-Todas las chicas piensan lo mismo. Menos tú. Aunque no sé por qué, especialmente con lo bien que se ha portado contigo hoy. Ah, espera… ya lo entiendo. Debería haberlo imaginado.
-¿A qué te refieres?
-Debería haberme quedado en la habitación cuando te dio el masaje, ¿verdad? Pensé que se portaría bien, pero…
-¿Se puede saber de qué estas hablando?
-Seguramente se habrá pasado de la raya, ¿no? Se ha aprovechado de ti.
-No, en lo absoluto –dijo Myriam, exasperada. –Sus manos no se han alejado ni un centímetro de donde deberían.
-¿Ni siquiera…?
-¡No!
-Ah –dijo Ma. Inés, sonriendo de oreja a oreja. –Ahora lo entiendo.
-No hay nada que entender. Y es hora de que me levante. Prefiero comer con los demás.
Myriam saltó de la cama temiendo lo peor, pero se encontraba bien , el doctor Víctor había sido muy efectivo, pensó mientras se vestía.
Los demás la saludaron alegremente cuando salió de la habitación y Víctor se sentó a su lado.
-Cómetelo todo. Tienes que recuperar las fuerzas para mañana.
Mientras comían la vigilaba como un perro de presa… o como una niñera. Y, de repente, lo que había pensado sobre sus malas intenciones le pareció tan ridículo que le dio risa.
-¿De que te ríes?
-De nada –contesto Myriam que, de repente, se atragantó y empezó a toser.
-Uno no se atraganta por nada –sonrió Víctor, dándole golpecitos en la espalda. –Así está mejor. ¿Vas a compartir la broma?
-No, algunas bromas no se pueden compartir.
-Ésas son las mejores.
-Es verdad. Y ésta… bueno, déjalo.
Víctor parecía a pinto de decir algo cuando un grito hizo que todos levantasen la mirada.
Era Miguel, frente a la ventana.
-¡Está nevando!
Todo el grupo se levantó para ver los suaves copos de nieve que caían del cielo. Víctor salió de la cabaña y Myriam se reunió con él.
-esto no me gusta nada.
-sólo es una nevada.
-Si sigue nevando, será un problema. La nieve fina no tiene oportunidad de solidificarse y forma una capa muy peligrosa.
-¿Si sigue nevando toda la noche, no podríamos seguir adelante?
-Si sigue nevando, habrá que volver.
-Espero que no tengamos que hacerlo –suspiró Myriam. –Esto es tan bonito… y un poquito de nieve no…
-El problema con vosotros, los ingleses, es que vivís en un clima moderado. No entendéis que la nieve puede ser peligrosa. Pero mira el cielo –dijo Víctor. –En el mejor de los casos esa nieve es un reto, en el peor un enemigo.
-Vaya por Dios.
-Es demasiado pronto para saber si podemos seguir adelante. No desesperes todavía.
-Yo nunca me desespero –oyeron una voz tras ellos… y los dos levantaron los ojos al cielo al ver a Miguel. –Venga, hombre. ¿Dónde está vuestro sentido de la aventura?
-lo tengo guardado desde que decidí traer a un grupo de personas hasta aquí –contestó Víctor que, de nuevo, se convirtió en un perro de presa, obligándolos a entrar en el refugio y ordenando a todo el mundo que se fuera a la cama.
-¿Qué tal la pierna?
-Bien. El linimento mágico del doctor Víctor es estupendo. Deberías patentarlo.
-Lo guardo sólo para ocasiones especiales –sonrió él. –Que duermas bien.
Para alivio de todos, dejó de nevar durante la noche, pero el día amaneció nublado y Víctor no parecía contento. Cuando terminaban de desayunar se sorprendieron al ver un grupo de montañeros acercándose al refugio.
-arriba el tiempo ha empeorado mucho –le explicó el líder, un joven con barba llamado Héctor. –Nosotros hemos decidido volver.
-Y nosotros también –dijo Víctor. –lo siento, chicos, pero la seguridad es lo primero. Guardad vuestras cosas en las mochilas, nos vamos. Y eso te incluye a ti, Miguel… ¿Miguel? ¿Dónde está?
-No lo he visto esta mañana –contestó alguien.
-pues decidle que guarde sus cosas y que se dé prisa.
Pero cinco minutos después otro de los chicos se acercó a él, preocupado.
-Miguel ha desaparecido, pero hemos encontrado esto.
Era una nota escrita a mano:

ALGUNOS NO TENEMOS MIEDO DE SEGUIR ADELANTE. ¡NOS VEMOS ARRIBA… CAPULLOS!

-¡Se ha ido solo! –gritó Myriam. -¿Cómo puede ser tan idiota?
-Porque es un idiota –dijo Víctor, entre dientes.
Su expresión era tan airada que obligó a todo el mundo a retroceder. Estaban acostumbrados al Víctor agradable y divertido, pero nada los había preparado para aquella furia.
-Da miedo –dijo alguien.
Y Myriam estaba de acuerdo. De repente se había convertido en otra persona y se preguntó cómo podía haber pensado alguna vez que aquel hombre era un peso ligero.
Víctor estaba soltando palabrotas en italiano. Lo hacía en voz baja, pero el tono era tan furibundo que casi resultaba alarmante.
-Tengo que ir a buscar a ese cretino –dijo por fin. –Vosotros bajad con el grupo que acaba de llegar. Venga, vamos.
Myriam entró en el refugio para guardar sus cosas, pero había tomado una decisión. No podría decir por qué o de dónde había salido, pero sabía instintivamente que no podía dejar que Víctor fuese solo a buscar a Miguel.
-¿Estás lista? –le preguntó él cuando apareció.
-Sí, pero no voy a bajar con los demás. Voy contigo.
-No, de eso nada. Ese loco podría hacer cualquier cosa.
-Entonces necesitarás ayuda –dijo ella, desafiante.
-Mira, no sé qué va a pasar, pero ese tipo es capaz de hacer que acabemos todos en el fondo de un barranco.
-Muy bien, entonces dejaré que te lances encima y, si Miguel consigue arrastraros a los dos al fondo de un barranco, yo seguiré viva para contarle al mundo lo que ha pasado.
Él la miró, atónico.
-Voy a ir, quieras ti o no –insistió Myriam. –Puedo ir contigo con relativa seguridad o puedo ir sola…
-¿Valdría de algo que te dijera que no?
-No, de nada, así que ¿para qué estamos perdiendo el tiempo?
Ma. Inés y Raúl salían en ese momento del refugio y víctor apeló a ellos.
-¿Podéis convencen a esta mujer? Dice que quiere ir conmigo.
-A mí me parece buena idea –dijo Ma. Inés. –Yo iré también, para vigilarla.
-Yo también –se apunto Raúl.
Víctor estaba apunto de tirarse de los pelos.
-Cuando lleguemos arriba haréis lo que yo os diga.
Pero si veis a Miguel, no os acerquéis a él.
Héctor estaba reuniendo a su grupo y, cuando preguntó quién bajaría con ellos, Ma. Inés, Raúl y Myriam se cruzaron obstinadamente de brazos. Afortunadamente, el resto se apuntó al descenso y, después de despedirse de todo el mundo, Víctor se quedó con los tres.
-Estáis locos.
-Sí, bueno, algunas personas lo llamarían lealtad –protestó Myriam.
-La mayoría lo llamaría estupidez –replicó él. –Pero gracias –dijo luego.
-De nada –sonrió Myriam, victoriosa.
-No estarás ofreciéndote a cuidar de mí, espero –dijo Víctor, repitiendo sus propias palabras.
-¿Yo? No, en realidad quiero proteger a Miguel… de ti.
-Ah, ahí podrías tener razón.
Después de ponerse los esquís, Víctor comprobó los cordajes que los unían y empezaron a subir despacio, mirando a un lado y a otro.
-Una pena que no podamos gritar –suspiró Ma. Inés. –se me ocurren muchas cosas que decirle a Miguel.
-No, por favor -dijo Víctor. –Si hay que llamarle algo, lo haré yo, cuando estemos a solas.
Pero pasaron horas y no vieron ni rastro de su presa. Myriam esperaba que no le hubiera pasado nada, pero sólo por Víctor. Si algún miembro del grupo sufría un accidente, le pedirían a él responsabilidades, aunque no tuviese la culpa.
Según pasaban las horas empezaba a hacer más frío. Allí arriba no había sol y el mundo era gris. Raúl, que estaba perdiendo el valor, fue el primero en expresar sus dudas.
-No me importaría nada encontrar un refugio.
-¿Y ése de allí? –preguntó Ma. Inés, señalando en la distancia.
-está abandonado –contestó Víctor. -¿No veis que está al borde de un precipicio? No estaba así cuando lo construyeron, pero la nieve ha ido cediendo con el paso de los años.
Siguieron adelante por tanto, más angustiados cada minuto que pasaba, hasta que Raúl exclamó:
-¡Ahí está!
Miguel estaba delante de ellos, sobre un saliente, y se había vuelto para mirarlos, levantando los brazos en un gesto de victoria.
-¡Será imbécil! –exclamó Víctor. –Está tan contento consigo mismo.
Miguel estaba bailoteando, un títere absurdo en la creciente oscuridad.
-¡Venid! ¡Esto es fantástico!
-¡Baja tú! –le grito Ma. Inés.
-Silencio –le advirtió Víctor. –No se debe gritar en la montaña. ¿Quieres provocar una avalancha?
-¡Eh! –gritó Miguel desde el saliente. -¡Vengan, venid!
-No os mováis de aquí y no hagáis ruido. Voy a buscarlo.
Luego se soltó de la cuerda que los unía y empezó a subir por la pendiente, mientras Miguel seguía saltando y gritando.
-Ése va a organizarla –murmuró Raúl.
Como para confirmar sus sospechas, un segundo después oyeron un ruido a lo lejos. Aunque poco más que un suspiro, era un sonido amenazador en un sitio permanentemente silencioso.
-Yo me voy de aquí –dijo Raúl. –Vámonos. Ma. Inés. ¿Myriam, vienes?
-No podemos dejar a Víctor solo. Tranquilos, él sabe lo que hace.
-Él sí, pero Miguel no. Ma. Inés…
-Sí, creo que yo también me voy.
-Yo me quedo –insistió Myriam.
-Muy bien, nos vemos abajo.
Unos segundos después los dos se habían soltado y empezaban a bajar. Arriba, Myriam podía ver a Miguel descendiendo para encontrarse con Víctor. Pero incluso a distancia se daba cuenta de que estaba <colocado>, no sabía si de alcohol o de qué.
Cuando llegó a su lado, aquel irresponsable estaba diciendo:
-No sabes pasarlo bien, tío.
-Para pasarlo bien hay que estar vivo –replicó Víctor. –Y ahora cállate y baja con nosotros.
Miguel miró a Myriam como buscando apoyo, pero ella sacudió la cabeza. Y cuando Víctor intentó engancharlo a su cuerda, se apartó.
-No, de eso nada. Bajaré, sí, pero no pienso ir atado a nadie.
-Deja de hacer el tonto…
-¡No te acerques a mí!
Miguel se alejó esquiando a toda velocidad y Víctor y Myriam se miraron, incrédulos.
-¿Qué ha tomado ese imbécil?
Después de encordarse empezaron a descender. Myriam podía oír el ruido de los esquís sobre la nieve, el sonido haciéndose más ominoso hasta que se dio cuenta de que estaba escuchando algo diferente… algo aterrador. La nieve estaba moviéndose.
De repente, el movimiento estaba por todas partes… tras ella, a su lado a su alrededor; y el sonido se convirtió en un estruendo.
-¡Víctor!
-¡Tenemos que ir por delante! –gritó él. -¡Esquía tan rápido como puedas!
Myriam miró hacia atrás y vio una avalancha de nieve lanzándose hacia ellos, cada vez más rápida, más amenazadora, más estruendosa. Supo en ese instante que no había manera de escapar, pero siguió esquiando, aún atada a Víctor, en un frenético intento de salvar la vida.
Había dejado de pensar; las sensaciones dejaron de estar separadas y se mezclaban en una tormenta de miedo y angustia. El mundo entero era un borrón blanco, por encima y por debajo de ella. Sólo un borrón blanco
No vio la pared de nieve que se cerraba sobre sus cabezas, no supo que estaba allí hasta que la golpeó, dejándola sin aliento y medio atontada. Un grito de terror escapó de su garganta mientras miraba alrededor frenéticamente:
-¡Víctor, Víctor! ¿Dónde estás?
-Aquí –oía su voz a unos metros de ella, pero no podía verlo bajo la nieve.
-¿Dónde estás? ¡No te veo!
Un segundo después sintió que agarraba su mano y dejó escapar un angustioso suspiro de alivio.
-No te asustes, estamos al lado del refugio del que os hablé antes. Si podemos entrar, estaremos a salvo. Intenta acercarte a mí.
Era difícil moverse porque los esquís estaban enganchados al suelo, pero Víctor tiró de ella y por fin lo consiguió, apartando la nieve hasta que pudo ver un trozo de su cara.
-La puerta está a mi izquierda. Esperemos que esté abierta…
Por una vez, tuvieron suerte. Después de empujar la puerta con el hombro un par de veces, Víctor consiguió abrirla, pero la nieve se colaba con ellos.
-¡Tenemos que cerrar! ¡Empuja, Myriam!
Juntos lograron cerrar la puerta con agonizante lentitud, dejando la nieve al otro lado, al menos por el momento.
-¡Gracias a Dios! Es una puerta de hierro, yo creo que aguantará.
-¿Eso quiere decir que estamos a salvo?
-Por supuesto. Podemos quedarnos aquí hasta que nos encuentren… y no tardarán mucho.
Su exagerado tono de alborozo le dijo que estaban mintiendo. Estaban atrapados, quizá durante unos días quizá para siempre.
Pero aquél no era momento para hablar. Había muchas cosas que hacer.
-Vamos a quitarnos los esquís… ¿Myriam? ¿Qué pasa?
-Un momento. Es que…
-Espera –dijo él, ayudándola a quitarse los esquís. –No pasa nada, descansa un poco.
Myriam estaba temblando violentamente, las lágrimas rodando por su rostro.
-Están muertos. Ma. Inés y Raúl deben de estar muertos… y Miguel… la avalancha se los habrá llevado…
-No lo sabemos –intentó calmarla Víctor. –Myriam, Myriam… no llores.
La estrechó entre sus brazos, murmurando palabras de consuelo, pero nada podía calmarla. Sumergida en la agonía y el miedo, ella lo empujó violentamente.
-¡Están muertos… muertos! –gritó. -¡Suéltame!
Corrió sin saber hacia dónde iba, intentando huir del horror que había dentro de su cabeza. Víctor intentó detenerla, pero ella lo apartó, abriendo una puerta en su ciego deseo de escapar…
-¡No! –gritó él.
Myriam no sabía que detrás de la puerta no había nada, sólo el vacío. El suelo se había hundido y, además de un metro de roca y nieve, la esperaba un precipicio…
Pero Víctor consiguió tirarla al suelo antes de que cayera, manteniéndola sujeta por las piernas mientras ella miraba hacia aquel abismo sin fondo.
-Échate hacia atrás, despacio…
Ella no podía moverse, los ojos fijos en aquella sima en la que había estado a punto de caer.
-No puedo…
-Con cuidado, tranquila –oía la voz de Víctor, que tiraba de ella poco a poco. Luego, cuando estuvo a salvo, cerró la perta y se quedó apoyado en ella un momento.
-Tienes que tranquilizarte –murmuró.
-Yo no sabía…
-No, no podías ver ese lado desde donde estábamos. Debería habértelo advertido…
-¿Cómo ibas a advertirme? He sido una idiota…
-Myriam, ¿vamos a discutir precisamente ahora sobre quién de los dos es más idiota?
-No, supongo que no sería buena idea.
-Venga, vamos a un sitio más seguro.
Víctor la llevó a otra zona del refugio donde no podían ver que la mitad del edificio había desaparecido, donde casi podían creer que estaban a salvo.
-Dejó de ser habitable hace seis meses porque el suelo se hundió y parte del refugio cayó al precipicio –le explicó él. –Los servicios de rescate empezaron a sacar los muebles, pero el suelo cedió un poco más y desde entonces nadie se ha atrevido a entrar.
-¿Y cómo vamos a salir de aquí?
-Cuando ocurre algo así, el servicio de rescate envía un helicóptero. Puede que tarden unos días, pero nos encontrarán. Voy a llamar por radio para hacerles saber que estamos en el viejo refugio…
Pero cuando sacó la radio de su mochila y empezó a pulsar botones se dio cuenta que estaba muerta. No había recepción.
-Pero yo tengo un móvil dijo Myriam.
-Vamos a intentarlo, aunque no sé si aquí habrá cobertura.
Tenía razón. El teléfono no servía de nada.
-No importa –dijo Víctor. –los que bajaron por delante les dirán hacia dónde nos dirigíamos. Los equipos de rescate están acostumbrados a este tipo de cosas.
-Sí pero…
-Yo he estado en situaciones parecidas otras veces y siempre hay que mantener la esperanza, Myriam. Estamos protegidos dentro de un refugio y, si no nos encuentran inmediatamente, podemos sobrevivir hasta que mejore el tiempo.
-¿Pero cómo vamos a salir?
-Subiremos apartando la nieve a puñados si hace falta. Confía en mí, yo sé lo que hay que hacer.
Pero, como para desafiarlo, una vibración sacudió el refugio en ese momento. Durante un segundo todo empezó a temblar y parecía como si la frágil estructura se hubiera acercado un poco más al precipicio. Myriam, instintivamente, se acercó a él y Víctor le pasó un brazo por la cintura.
Nada de pretensiones, nada de juegos; sólo dos personas buscando consuelo en el único sitio que podían encontrarlo.
-No tengas miedo –dijo él. –Yo estoy aquí. No va a pasar nada.
Y ahora podía creerlo, sencillamente porque Víctor lo había dicho. No tenía sentido y, sin embargo, tenía todo el sentido del mundo.
-Bueno, vamos a concentrarnos en lo más urgente: acomodarnos, entrar en calor, encontrar algo de comer.
-Sí, muy bien –asistió Myriam.
La oscuridad era casi total. Había caído la noche y la luz de la luna no llegaba hasta ellos a través de la nieve. Sólo lo que quedaba de la habitación frente al precipicio recibía algo de luz y ésa era la que debían evitar
No había calefacción de ningún tipo y el generador no funcionaba pero, afortunadamente, Víctor llevaba una linterna y con ella pudieron explorar un poco. Había un cuarto de baño con agua que salía de tanque y una cocina donde encontraron botellas de agua y algunas latas.
-Mira, tenemos comida –dijo Víctor. –Menos mal que no les dio tiempo a llevarse estas latas. No nos moriremos de hambre, aunque la cena podría ser una mezcla un poco extraña.
-A lo mejor están caducadas.
-A ver… no, afortunadamente no. No sé qué es esto –murmuró Víctor. –Cruza los dedos.
La cena consistió en una lata de atún y otra de melocotón en almíbar, que se tomaron con agua. Mientras comían, Víctor no dejaba de hablar, intentando tranquilizarla, haciendo que aquello pareciera un día normal hasta que, por fin, Myriam dijo en voz baja:
-Déjalo, por favor.
-Muy bien. De todas formas, deberíamos descansar.
Nos hemos llevado un susto tremendo.
Ella no intentó sacarle más información. No sabía qué profundidad tenía la capa de nieve bajo la que estaban atrapados, pero las posibilidades de sobrevivir eran pocas y, en su corazón, intuía que Víctor lo sabía también.
Pero era demasiado pronto para enfrentarse a eso.
Sólo había un dormitorio que pudieran usar, con dos camas. Vestidos, cayeron sobre ellas y se taparon con las mantas hasta las oreja.
-Buenas noches –dijo Víctor.
-Buenas noches.
Con la linterna apagada casi podía pensar que era un día normal, que no había pasado nada, pero el frío la hacía encogerse y se preguntó si él tendría frío también.
Si recordaba dónde estaba, se volvería loca. Pero la realidad no era la realidad. Lo que estaba pasando. La nieve sólo estaba en su cabeza y, si se concentraba mucho, podía hacer que desapareciera…
Pero no desaparecía por mucho que lo intentase.
-¡Myriam, Myriam, despierta! –pensó que oía la voz de Víctor, pero no estaba segura porque había alguien gritando. -¡Myriam, calla!
Se dio cuenta de que era ella misma quien estaba gritando, pero no pudo parar hasta que Víctor la apretó contra su pecho.
-¿Estás despierta?
-Sí –consiguió decir.
Por fin dejó de temblar y él la soltó, pero sólo un poco.
-Estabas temiendo una pesadilla –le dijo. –Y no me sorprende. pero no te preocupes…
-¿Qué no me preocupe? Víctor, no tienes que contarme más mentiras. Puedo aceptar la verdad.
-Van a rescatarnos…
-O no. También existe la posibilidad de que no nos encuentren.
Él la apretó contra su pecho y Myriam, de repente, experimentó una sensación de paz. Podría parecer absurdo en aquellas circunstancias, pero era como si sus brazos tuvieran el poder de hacerla olvidar el desastre.
-No tienes que protegerme. No soy tan delicada.
-No, ya sé que no –murmuró él –me lo dijiste y yo no rehice caso. Yo soy así. Creo que hay gente que me encuentra insoportable precisamente por eso.
-Dime quiénes son y me los cargo –bromeó Myriam. –No voy a dejar que nadie hable mal de ti.
Él rió, apretando la cara contra su pelo.
-Muy bien. Si tú me defiendes, ¿qué puedo temer?
-No me sueltes –dijo ella entonces. -¿Quédate aquí, conmigo.
-Espera un momento –Víctor se apartó para juntar las camas. –Así está mejor –murmuró, volviendo a abrazarla.
Después de eso le resulto más fácil volver a dormirse y esta vez no hubo pesadillas
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