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Dianitha
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Espero les guste y lean tambien la historia de CENICIENTA por favor dejen comentarios...
Hampshire, 1832
Se suponía que un mozo de cuadra no debía hablar a la hija del conde, y mucho menos trepar a la ventana de su dormitorio. Dios sabe qué le ocurriría si se le pillaba. Probablemente recibiría una paliza antes de ser expulsado de la finca.
García escaló una columna soporte, curvó sus largos dedos alrededor de los herrajes del balcón del segundo piso, y colgó suspendido un momento antes de balancear sus piernas arriba con un gruñido de esfuerzo. Se agazapó delante de las puertas francesas y cubrió con sus manos ambos lados de los ojos, cuando entró con los ojos entornados en el dormitorio, donde ardía una única lámpara. Una muchacha estaba de pie delante del tocador, pasando el cepillo por su largo pelo negro. La visión llenó a García de un súbito placer.
Lady Myriam Montemayor … la hija mayor del Conde de Westcliff. Era cálida, animosa, y hermosa de todas las maneras. Habiéndosele permitido demasiada libertad por sus desatentos padres, Myriam había pasado la mayoría de su corta vida vagando por la suntuosa propiedad de Hampshire de su familia. Lord y Lady Westcliff estaban demasiado inmersos en sus propios asuntos sociales para prestar ninguna consideración real a la supervisión de sus tres niños. La situación no era inusual para las familias que habitaban haciendas como la de Stony Cross Park. Sus vidas estaban estratificadas por el puro tamaño de la finca, donde los niños comían, dormían y jugaban lejos de sus padres. Por otra parte, la noción de la responsabilidad paternal no constituía ninguna clase de vínculo entre el conde y la condesa. Ninguno de ellos estaba particularmente inclinado a preocuparse de niños que eran el producto de una unión de carácter práctico y sin amor.
Desde el día en que se había traído a García a la finca a la edad de ocho años, él y Myriam habían sido constantes compañeros durante diez años, escalando árboles, nadando en el río, y correteando con los pies desnudos. Su amistad había sido pasada por alto porque eran críos. Pero con el tiempo, las cosas habían comenzado a cambiar entre ellos. Ningún hombre joven saludable podría evitar conmoverse y sentirse fuera de sus casillas por Myriam, quien, a los diecisiete años, se había convertido en la muchacha más adorable sobre los verdes campos del Señor.
En ese momento Myriam ya estaba vestida de cama, llevando un camisón hecho de algodón blanco intrincadamente plisado y trenzado. Cuando se movió atravesando la habitación, la luz de la lámpara silueteó las generosas curvas de sus pechos y caderas a través del delgado tejido, y se deslizó sobre los negros bucles de su cabello.
El aspecto físico de Myriam era de la clase que provocaba que el corazón se parara y quedarse sin aliento. Su colorido sólo habría dado incluso a una mujer sin atractivo la apariencia de una gran belleza. Pero además sus facciones eran finas y perfectas, y perpetuamente encendidas con el brillo de sus emociones sin reprimir. Y si todo eso no hubiese sido suficiente, la naturaleza la había dotado de un detalle final, un pequeño lunar negro que coqueteaba con la comisura de su boca.
García había tenido un sin fin de fantasías sobre besar esa marca atormentadora, y a continuación seguirla hacia las exuberantes curvas de sus labios. Besarla y besarla hasta que quedara débil y temblorosa en sus brazos.
En más de una ocasión García había ponderado la cuestión de cómo un hombre de la anodina apariencia del conde, emparejado con una mujer de mediano atractivo como la condesa, podían haber producido una hija como Myriam. Por algún capricho del destino, ella había heredado justo la correcta combinación de rasgos de cada uno de ellos. Su hijo, Marcos, había sido de alguna forma menos afortunado, pareciéndose al conde con su rostro ancho y de rasgos ásperos y su constitución física de toro. La pequeña Lidia (de quien se rumoreaba que era el resultado de uno de las aventuras extramaritales de la condesa) era hermosa, pero no de forma tan extraordinaria, careciendo de la radiante magia de su hermana.
Cuando miraba a Myriam, García reflexionaba sobre que se aproximaba rápidamente el tiempo en que ellos no podrían tener nada el uno con el otro. La familiaridad entre ellos pronto se convertiría en algo peligroso, si no lo era ya.
Volviendo en sí mismo, García golpeó suavemente sobre el panel de cristal de las puertas francesas. Myriam se giró hacia el sonido y lo vio sin sorpresa aparente. García se puso en pie, mirándola intensamente. Cruzando sus brazos sobre el pecho, Myriam lo evaluó con el ceño fruncido. Vete, vocalizó silenciosamente a través de la ventana.
García estaba al mismo tiempo divertido y consternado cuando se preguntó que demonios habría hecho él ahora. Por lo que sabía, no se había visto envuelto en ninguna travesura ni maquinado calamidades, y no había provocado ninguna discusión con ella. Y como recompensa, había estado esperando sólo en el río durante dos horas por la tarde.
Sacudiendo la cabeza severamente, García permaneció en donde estaba. Se agachó para sacudir el pomo de la puerta en sutil advertencia. Ambos sabían que si era descubierto en su balcón, sería él el que padecería lo peor de las consecuencias, no ella. Y era por esa razón (para preservarlo escondido) por la que ella reluctantemente quitó el cerrojo de la puerta y la abrió. Él no pudo evitar sonreír por el éxito de su treta, incluso si ella continuaba con el ceño fruncido.
- ¿Olvidaste que nos íbamos a encontrar esta tarde?- Preguntó García sin preámbulos, agarrado el canto de la puerta con una mano. Apoyó el hombro contra la delgada estructura de madera, y sonrió a sus ojos marrón oscuro. Incluso cuando él se encorvaba, Myriam debía torcer el cuello al mirar hacia arriba para encontrarse con su mirada.
- No, no lo olvidé- su voz, normalmente tan dulce y ligera, era cortante por el enfado.
- Entonces, ¿dónde estabas?
- ¿Importa eso realmente?
García bajó la cabeza mientras se preguntó brevemente por qué a las muchachas les gustaba someter a un hombre, a un juego de suposiciones cuando estaba en problemas. Sin llegar a ninguna respuesta razonable, recogió con resolución el guante arrojado.
- Te pedí que te reunieras conmigo en el río porque quería verte.
- Asumí que habías cambiado de planes, ya que pareces preferir la compañía de alguien más a la mía- Cuando Myriam leyó la confusión en su expresión, su boca se torció con impaciencia.- Te vi en el pueblo esta mañana, cuando mi hermana y yo fuimos a la modista.
García respondió con un cauteloso gesto de asentimiento, recordando que se le había enviado al zapatero por el jefe de los establos, a entregar algunas botas que necesitaban repararse. Pero ¿qué demonios habría hecho para ofender tanto a Myriam?.
- Oh, no seas tan idiota- exclamó Myriam.- Te vi con una de las muchachas del pueblo, García. La besaste. Justo allí en la calle, ¡para que todo el mundo lo viera!.
Él levantó la ceja instantáneamente. Era verdad. Su compañera había sido Rosaura, la hija del carnicero. García había coqueteado con ella por la mañana, como hacía con la mayoría de las muchachas a las que conocía, y Rosaura le había pinchado sobre una cosa y otra hasta que él se había reído y le había robado un beso. No había significado nada ni para él ni para Rosaura, y el asunto había salido de su mente con rapidez.
Por lo tanto, esa era la causa de la irritación de Myriam: celos. García intentó reprimir su placer ante el descubrimiento, pero se condensó en una masa dulce y pesada en su pecho.
Demonios. Él sacudió la cabeza tristemente, preguntándose cómo recordarle lo que ella ya sabía: que la hija de un noble no debería dar ninguna importancia a lo que él hiciera.
- Myriam- protestó, medio levantando sus manos para tocarla, y haciéndolas retroceder.-Lo que yo haga con otras muchachas no tiene nada que ver con nosotros. Tú y yo somos amigos. Nosotros nunca…tu no eres de mi misma clase … ¡Maldición, no hay necesidad de que te explique lo que es obvio!
Myriam lo miró de un modo como nunca había hecho antes, sus ojos marrones repletos de una intensidad que provocó que se le erizara el pelo de detrás del cuello.
-¿Y si fuera una muchacha del pueblo?- preguntó - ¿me harías eso mismo a mí?
Era la primera vez que García se había quedado mudo. Él tenía un don para saber lo que la gente quería oír, y lo usaba normalmente a su favor para complacerlos. Su fácil encanto le había sido de gran utilidad, tanto para engatusar a la mujer del panadero para que le diera un bollo como para mantenerse fuera de problemas con el jefe de las cuadras. Pero con la pregunta de Myriam… había un peligro infinito en decir sí o no.
En silencio, García tanteó alguna media verdad que pudiera usar para calmarla.
-No pienso en ti de esa forma- dijo finalmente, forzándose en encontrarse con la mirada de ella sin parpadear.
-Otros muchachos lo hacen- Ante su mirada inexpresiva, Myriam continuó del mismo modo.-La semana pasada cuando nos visitaron los Harewoods su hijo William me arrinconó contra la barandilla en el acantilado e intentó besarme.
- ¡Ese mocoso arrogante!- dijo García al instante con furia, recordando al muchacho rechoncho y pecoso que no hizo ningún esfuerzo por ocultar su fascinación con Myriam.- Le voy a arrancar la cabeza la próxima vez que lo vea. ¿Por qué no me lo dijiste?.
- No es el único que lo ha intentado- dijo Myriam, echando combustible al fuego deliberadamente.-No hace mucho mi primo Elliot me retó a jugar con él a un juego de besos.
Se interrumpió con una leve exclamación cuando García se estiró y la agarró.
- Maldito sea tu primo Elliot- dijo rudamente-Malditos sean todos ellos.
Fue un error para tocarla. La sensación de sus brazos, tan flexibles y calientes bajo sus dedos, hizo que su interior se apretara con un nudo. Necesitaba tocar más de ella, necesitaba inclinarse más cerca y llenarse la nariz del olor de ella... el olor jabonoso a piel recién lavada, un toque de agua de rosas, el íntimo aroma de su respiración. Todos sus instintos clamaron para tirar de ella para acercarla y para que pusiera su boca sobre la curva aterciopelada en la que su cuello se encontraba con su hombro. En su lugar, se forzó en soltarla, sus manos permaneciendo suspendidas en el aire. Era difícil moverse, respirar, pensar con claridad.
-No he dejado a nadie que me bese- dijo Myriam – Te quiero a ti… sólo a ti
Una nota pesarosa entró en su voz. – Pero a este paso, tendré noventa años antes de que te decidas a intentarlo.
García no pudo ocultar su triste anhelo cuando la contempló. -No. Lo cambiaría todo, y no puedo dejar que eso suceda.
Cuidadosamente Myriam alzó una mano para tocarle la mejilla con las puntas de los dedos. Su mano le era casi más familiar a García que las suyas propias. Sabía de dónde habían venido cada diminuta cicatriz y rasguño.
Cuando era una niña su mano había sido rechoncha y a menudo mugrienta. Ahora su mano era esbelta y blanca, las uñas cuidadosamente arregladas. La tentación de posar su boca en la suave palma de su mano era torturadora. En su lugar García se endureció para ignorar la caricia de sus dedos contra su mandíbula.
- He notado el modo en que me miras últimamente- dijo Myriam, con el rubor alzándose en su rostro pálido- Conozco tus pensamientos, de la misma forma que tu conoces los míos. Y con todo lo que siento por ti, y todo lo que significas para mí… ¿no puedo tener al menos un momento de... de... – luchó por encontrar la palabra adecuada- … de ilusión?
- No- dijo él bruscamente- Porque pronto la ilusión se terminaría, y estaríamos los dos peor que antes.
- ¿De verdad?- Myriam se mordió el labio y apartó la mirada, sus puños apretados como si ella pudiera desechar de un puñetazo la desagradable verdad que colgaba tan insistentemente entre ellos.
- Moriría antes de hacerte daño- dijo García sobriamente- Y si me permitiera besarte una vez, habría otra vez, y otra, y pronto no habría lugar donde parar.
- No lo sabes- Comenzó a rebatir Myriam.
- Sí, lo sé.
Se miraron el uno al otro en un desafío sin palabras. García conservó su rostro sin expresión. Conocía suficientemente bien a Myriam para estar seguro de que si ella detectaba cualquier vulnerabilidad en su fachada, lo haría notar sin duda; musicalmente Myriam dejó salir un suspiro de derrota.
- De acuerdo, entonces- suspiró, como para sí misma. Su columna vertebral pareció enderezarse, y su tono apagado con resignación.
- ¿Nos encontraremos en el río mañana al atardecer, García?. Tiraremos piedras, y hablaremos, y pescaremos un poco, como siempre. ¿Es eso lo que quieres?.
Pasó largo tiempo antes de que García pudiera hablar.
- Sí- dijo él cautelosamente. Eso era todo lo que podía tener de ella…. y Dios sabe que era mejor que nada.
Una sonrisa torcida y mimosa se estiró en los labios de Myriam cuando ella lo miró- Será mejor que te vayan entonces, antes de que te cojan aquí. Pero primero, agáchate y deja que te arregle el pelo. Está encrespado por arriba.
Si él no hubiera estado tan distraído, García hubiera apuntado que no necesitaba que ella le arreglara su apariencia. Iba a su habitación sobre las cuadras, y a las cinco docenas de caballos allí alojados no les importaba un demonio su pelo. Pero él se inclinó automáticamente, concediendo el pequeño deseo de Myriam por la pura fuerza de la costumbre.
En lugar de alisar sus indóciles mechones negros, Myriam se puso de puntillas, deslizó una mano por detrás de su cuello, y llevó su boca a la de él.
El beso lo afectó como la descarga de un rayo. García hizo un sonido agitado en su garganta, todo su cuerpo inmovilizado de repente por el impacto de placer. Oh Dios, sus labios, tan exuberantes y delicados, buscando los suyos con desmañada determinación. Como Myriam había sabido, no había maldita manera de que pudiera apartarse de ella ahora. Sus músculos se agarrotaron, y se quedo pasivo, luchando por contener el torrente de sensaciones que amenazaba con aplastarlo. La amaba, la quería, con toda su ciega ferocidad adolescente. La temblorosa retención de su autocontrol duró menos de un minuto antes de que gruñera derrotado y la rodeara con fuerza con los brazos.
Respirando entrecortadamente, la besó una vez y otra, intoxicado por la suavidad de sus labios. Myriam le respondió ansiosamente, presionando hacia arriba, mientras sus dedos se curvaban en los mechones trasquilados de sus cabellos que estaban más cercanos. El placer de tenerla en sus brazos era demasiado grande… García no pudo hacerse contener de incrementar la presión de sus besos hasta que sus labios se separaron inocentemente. Él tomó ventaja inmediata, explorando el filo de sus dientes, la húmeda seda de su boca. Eso la sorprendió (él sintió su duda), y ronroneó con su garganta hasta que ella se relajó. Deslizó su mano por la parte de atrás de su cabeza, sus dedos amoldándose a la curva de su cráneo, mientras introducía la lengua más profundamente en su interior. Myriam jadeó y apretó sus hombros con fuerza, respondiendo con una franca, inconsciente sensualidad que lo devastó. García deseó besar y amar cada parte de ella, darle más placer del que pudiera soportar. Él había sabido antes lo que era el deseo, y aunque su experiencia era limitada, no era virgen. Pero nunca había encontrado antes esa agonizante mezcla de emoción y hambre física antes…una tentación abrasadora a la que nunca podría entregarse.
Arrancando su boca de la de ella, García enterró su rostro en el brillante velo medianoche de su cabello.
-¿Por qué has hecho eso? – gruñó.
La breve risa de Myriam era de un audible dolor.- Tú lo eres todo para mí. Te quiero. Siempre lo he …
- Shhh... - Él la sacudió brevemente para hacerla callar. Manteniéndola a la distancia de la longitud de un brazo, contempló su rostro ruborizado, radiante.
- No vuelvas a decir eso jamás. Si lo haces, dejaré Stony Cross.
- Huiremos juntos- continuó ella sin descanso- Iremos a un lugar donde nadie pueda encontrarnos…
- Sagrado infierno, ¿sabes lo loca que suenas?
-¿Por qué es una locura?
- ¿crees que te arruinaría la vida de ese modo?
- Te pertenezco- dijo ella tercamente- Haré lo que tenga que hacer para estar contigo.
Ella creía en lo que estaba diciendo… García lo veía en su rostro. Le rompió el corazón, incluso mientras se enfurecía. Maldita fuera, ella sabía que las diferencias entre ellos eran insuperables, y tenía que aceptar eso. No podía quedarse aquí y enfrentarse con la constante tentación, sabiendo que ceder provocaría la caída de ambos.
Sujetando el rostro de ella en sus manos, García dejó que sus dedos tocaran los extremos de sus oscuras cejas, y deslizó sus pulgares sobre el cálido terciopelo de sus mejillas. Y porque no pudo conseguir eliminar la reverencia de su toque, habló con fría aspereza.
- Crees que me quieres ahora. Pero cambiarás. Algún día encontrarás condenadamente fácil olvidarte de mí. Soy un bastardo. Un criado, y ni siquiera un criado de los de arriba ni siquiera…
- Eres mi otra mitad.
Callado por la conmoción, García cerró los ojos. Odiaba su propia respuesta instintiva a las palabras, el brinco de primitiva alegría.
- ¡Por todos los demonios!. Estás haciendo imposible que me quede en Stony Cross.
Myriam retrocedió un paso de él de inmediato, el color abandonando su rostro.
- No, no te vayas. Lo siento. No diré nada más. Por favor, García, te quedarás, ¿verdad?.
Sintió de repente un poco del dolor inevitable que experimentaría algún día, las heridas letales que resultarían del simple acto de dejarla. Myriam tenía diecisiete años… todavía le quedaba otro año con ella, quizás ni siquiera tanto. Luego el mundo se le abriría a ella, y García se convertiría en una peligrosa obligación. O peor, en una vergüenza. Ella se obligaría a olvidarse de esta noche. No querría recordar lo que le había dicho a un mozo de cuadra en el balcón bañado por la luz de la luna fuera de su dormitorio. Pero hasta entonces…
- Me quedaré todo lo que pueda- dijo broncamente.
Brilló la ansiedad en las oscuras profundidades de sus ojos. ¿Y mañana?- le recordó- ¿Te encontrarás conmigo mañana?-
- En el río a la puesta de sol- dijo García, súbitamente fatigado por la interminable lucha interior de querer y jamás tener.
Myriam pareció leer su mente. –Lo siento.- su angustiado susurro descendió en aire tan gentilmente como cayeron los pétalos de las flores cuando descendió trepando por el balcón.
Después García había desaparecido en las sombras.
Myriam se resguardó en su dormitorio y se tocó los labios. Las yemas de sus dedos frotaron el beso más profundo en la tierna piel. Su boca había sido inesperadamente cálida, y su sabor era dulce y exquisito, con aroma a las manzanas que el debía haber robado del huerto. Se había imaginado su beso miles de veces, pero nada la había preparado para su sensual realidad.
Había querido hacer que García la reconociera como una mujer, y había tenido éxito por fin. Pero no había triunfo en la ocasión, sólo una desesperación que cortaba como la hoja de un cuchillo. Sabía que García pensaba que ella no comprendía la complejidad de la situación, cuando la verdad era que ella lo sabía mejor que él.
Le había sido instilado inexorablemente desde la cuna que la gente no osaba salir de su clase social. Los jóvenes como García le estarían prohibidos para siempre. Todo el mundo, desde lo más alto a lo más bajo de la sociedad comprendía y aceptaba tal estratificación, y causaba un desagrado universal sugerir que pudiera ser de otra forma en alguna ocasión. Es como si García y ella hubieran pertenecido a especies diferentes, pensó con humor negro.
Pero de alguna forma, Myriam no podía ver a García como lo hacía el resto del mundo. No era un aristócrata, pero tampoco era un mero mozo de cuadra. Si hubiera nacido en una familia de noble pedigrí, hubiera sido el orgullo de la nobleza. Era monstruosamente injusto que tuviera que comenzar su vida con tales desventajas. Él era joven, apuesto, trabajador infatigable, y aún así nunca podría superar las limitaciones sociales que habían nacido con él.
Se acordaba del día que había venido por primera vez a Stony Cross Park, un muchachito con el cabello negro desigualmente cortado y ojos que no eran ni azules ni verdes, sino algún mágico matiz entre ellos. Según los chismes de los criados, el muchacho era el bastardo de una muchacha del pueblo que se había escapado a Londres, se había metido en problemas y había muerto en el parto. El desafortunado bebé había sido enviado a Stony Cross Park, donde se le empleó como criado de cámara. Sus deberes habían sido limpiar los zapatos de los criados de clase más elevada, ayudar a las doncellas a llevar pesados cubos de agua caliente arriba y abajo, y lavar las monedas de plata que venían de la ciudad, como para evitar que el conde y la condesa se encontraran con alguna traza de suciedad que pudiera haber procedido de las manos de un comerciante.
Su nombre completo era Víctor García, pero ya había tres criados en la finca llamados Víctor. Se había decidido que sería llamado por su apellido hasta que se eligiera un nuevo nombre para él… pero de algún modo se había olvidado el asunto, y él había sido simplemente García desde entonces. Al principio los criados le habían hecho poco caso, excepto el ama de llaves, la señora Faircloth. Ella era una mujer de buen corazón, rostro ancho y mejillas sonrosadas, que era la cosa más cercana a un pariente que García había conocido nunca. De hecho, incluso Myriam y su hermana más pequeña, Lidia, estaban mucho más dispuestas para acudir a la señora Faircloth que a su propia madre. No importaba lo ocupada que estuviera el ama de llaves, ella siempre parecía tener un momento libre para un niño, para vendar un dedo herido, para admirar un nido vacía que se había encontrado fuera, o para recomponer un juguete roto.
Había sido la señora Faircloth quien había perdonado alguna vez a García de sus deberes para que pudiera correr y jugar con Myriam. Esas tardes habían sido el único escape del muchacho de la poco natural existencia restringida de un muchacho sirviente.
- Debes ser amable con García- había regañado la señora Faircloth a Myriam, cuando le había ido con un cuento de cómo le había roto él su cochecito para muñecas.- Él no tiene ninguna familia ahora, ni tiene bonitas ropas que ponerse, ni buenas cosas para comer en su almuerzo, como tú. Mucho tiempo mientras tú juegas, él está trabajando para mantenerse. Y si cometiera demasiados errores, o si alguna vez se piensa que es un mal muchacho, puede ser enviado fuera de aquí, y nunca lo volveremos a ver.
Las palabras se habían calado hasta la médula de Myriam. Desde entonces había buscado el proteger a García, asumiendo la culpa de sus ocasionales travesuras, compartiendo los dulces que su hermano mayor a veces les traía de la ciudad, e incluso haciéndole estudiar las lecciones que su institutriz le daba a leer. Y a cambio Víctor le había enseñado cómo nadar, cómo hacer saltar guijarros sobre el estanque, cómo cabalgar y cómo hacer un silbato de una hoja de hierba estirada entre sus pulgares.
Contrariamente a lo que todo el mundo, incluso la señora Faircloth creían, Myriam nunca había pensado en García como en un hermano. El afecto familiar que ella sentía por Marcos no tenía semejanza con su relación con García. García era su igual, su brújula, su santuario.
Había sido únicamente natural que cuando se convirtió en una joven, se hubiera llegado a sentir físicamente atraída por él. Ciertamente todas las demás mujeres de Hampshire lo estaban. García se había transformado en un hombre alto de huesos grandes de aspecto impresionante, sus rasgos fuertes pero correctamente cincelados, su nariz larga y arrogante, su boca ancha. Su pelo negro colgaba sobre su frente en un flujo continuo, mientras aquellos singulares ojos turquesa estaban sombreados por extravagantes pestañas negras. Para completar su atractivo, poseía un encanto relajado y un astuto sentido del humor que lo hacían el favorito de la finca y más allá del pueblo.
El amor de Myriam por García le hacía querer lo imposible, estar con él siempre, convertirse en la familia que él nunca había tenido. En lugar de eso, ella tendría que aceptar la vida que sus padres le eligieran. Aunque las parejas por amor entre los de la clase altar no eran ya tan mal vistos como lo habían sido antes, los Montemayor todavía insistían en la tradición de los matrimonios concertados. Myriam sabía perfectamente lo que estaba previsto para ella. Tendría un indolente y aristocrático marido, que la usaría para criar a sus niños y haría ojos ciegos cuando tomara un amante para divertirse en su ausencia. Cada año pasaría la temporada en Londres, seguido por las visitas a la casa de campo en verano, y luego las cacerías de otoño. Año tras año vería los mismos rostros, escucharía los mismos chismorreos. Incluso los placeres de la maternidad le serían denegados. Los criados cuidarían a sus niños, y cuando ellos fueran mayores, serían enviados internos a un colegio como lo había sido Marcos.
Décadas de vacío, pensó desdichadamente Myriam. Y lo peor de todo sería saber que García estaba allí fuera en algún sitio, confiando a otra mujer todos sus pensamientos y sus sueños.
- Dios ¿qué voy a hacer?- susurró agitada Myriam, arrojándose sobre su cama cubierta de brocado.
Sujetó con fuerza una almohada en sus brazos y hundió su barbilla en la rechoncha blandura de su superficie, mientras imprudentes pensamientos vagaban por su mente. Ella no podía perderlo. Ese pensamiento la dejaba temblorosa, llenaba su mente de fiereza, la hacía querer gritar.
Dejando la almohada a un lado con un golpe, Myriam se puso sobre su espalda y miró ciegamente a los pliegues oscuros del cubre dosel sobre su cabeza. ¿Cómo podría conservar a Víctor en su vida?. Intentó imaginarse tomándole como su amante una vez que estuviera casada. Su madre tenía amoríos… muchas señoras de la aristocracia tenían, y mientras fueran discretas, nadie objetaba. Pero Myriam sabía que Víctor García nunca aceptaría tal arreglo. Nada tenía medias tintas para él, el no consentiría en compartirla. Podría ser un sirviente, pero tenía tanto orgullo y posesividad como cualquier otro hombre del mundo.
Myriam no sabía qué hacer. Parecía que la única opción era robar cada momento que pudiera para estar con él hasta que el destino los separara.
continuara...
Hampshire, 1832
Se suponía que un mozo de cuadra no debía hablar a la hija del conde, y mucho menos trepar a la ventana de su dormitorio. Dios sabe qué le ocurriría si se le pillaba. Probablemente recibiría una paliza antes de ser expulsado de la finca.
García escaló una columna soporte, curvó sus largos dedos alrededor de los herrajes del balcón del segundo piso, y colgó suspendido un momento antes de balancear sus piernas arriba con un gruñido de esfuerzo. Se agazapó delante de las puertas francesas y cubrió con sus manos ambos lados de los ojos, cuando entró con los ojos entornados en el dormitorio, donde ardía una única lámpara. Una muchacha estaba de pie delante del tocador, pasando el cepillo por su largo pelo negro. La visión llenó a García de un súbito placer.
Lady Myriam Montemayor … la hija mayor del Conde de Westcliff. Era cálida, animosa, y hermosa de todas las maneras. Habiéndosele permitido demasiada libertad por sus desatentos padres, Myriam había pasado la mayoría de su corta vida vagando por la suntuosa propiedad de Hampshire de su familia. Lord y Lady Westcliff estaban demasiado inmersos en sus propios asuntos sociales para prestar ninguna consideración real a la supervisión de sus tres niños. La situación no era inusual para las familias que habitaban haciendas como la de Stony Cross Park. Sus vidas estaban estratificadas por el puro tamaño de la finca, donde los niños comían, dormían y jugaban lejos de sus padres. Por otra parte, la noción de la responsabilidad paternal no constituía ninguna clase de vínculo entre el conde y la condesa. Ninguno de ellos estaba particularmente inclinado a preocuparse de niños que eran el producto de una unión de carácter práctico y sin amor.
Desde el día en que se había traído a García a la finca a la edad de ocho años, él y Myriam habían sido constantes compañeros durante diez años, escalando árboles, nadando en el río, y correteando con los pies desnudos. Su amistad había sido pasada por alto porque eran críos. Pero con el tiempo, las cosas habían comenzado a cambiar entre ellos. Ningún hombre joven saludable podría evitar conmoverse y sentirse fuera de sus casillas por Myriam, quien, a los diecisiete años, se había convertido en la muchacha más adorable sobre los verdes campos del Señor.
En ese momento Myriam ya estaba vestida de cama, llevando un camisón hecho de algodón blanco intrincadamente plisado y trenzado. Cuando se movió atravesando la habitación, la luz de la lámpara silueteó las generosas curvas de sus pechos y caderas a través del delgado tejido, y se deslizó sobre los negros bucles de su cabello.
El aspecto físico de Myriam era de la clase que provocaba que el corazón se parara y quedarse sin aliento. Su colorido sólo habría dado incluso a una mujer sin atractivo la apariencia de una gran belleza. Pero además sus facciones eran finas y perfectas, y perpetuamente encendidas con el brillo de sus emociones sin reprimir. Y si todo eso no hubiese sido suficiente, la naturaleza la había dotado de un detalle final, un pequeño lunar negro que coqueteaba con la comisura de su boca.
García había tenido un sin fin de fantasías sobre besar esa marca atormentadora, y a continuación seguirla hacia las exuberantes curvas de sus labios. Besarla y besarla hasta que quedara débil y temblorosa en sus brazos.
En más de una ocasión García había ponderado la cuestión de cómo un hombre de la anodina apariencia del conde, emparejado con una mujer de mediano atractivo como la condesa, podían haber producido una hija como Myriam. Por algún capricho del destino, ella había heredado justo la correcta combinación de rasgos de cada uno de ellos. Su hijo, Marcos, había sido de alguna forma menos afortunado, pareciéndose al conde con su rostro ancho y de rasgos ásperos y su constitución física de toro. La pequeña Lidia (de quien se rumoreaba que era el resultado de uno de las aventuras extramaritales de la condesa) era hermosa, pero no de forma tan extraordinaria, careciendo de la radiante magia de su hermana.
Cuando miraba a Myriam, García reflexionaba sobre que se aproximaba rápidamente el tiempo en que ellos no podrían tener nada el uno con el otro. La familiaridad entre ellos pronto se convertiría en algo peligroso, si no lo era ya.
Volviendo en sí mismo, García golpeó suavemente sobre el panel de cristal de las puertas francesas. Myriam se giró hacia el sonido y lo vio sin sorpresa aparente. García se puso en pie, mirándola intensamente. Cruzando sus brazos sobre el pecho, Myriam lo evaluó con el ceño fruncido. Vete, vocalizó silenciosamente a través de la ventana.
García estaba al mismo tiempo divertido y consternado cuando se preguntó que demonios habría hecho él ahora. Por lo que sabía, no se había visto envuelto en ninguna travesura ni maquinado calamidades, y no había provocado ninguna discusión con ella. Y como recompensa, había estado esperando sólo en el río durante dos horas por la tarde.
Sacudiendo la cabeza severamente, García permaneció en donde estaba. Se agachó para sacudir el pomo de la puerta en sutil advertencia. Ambos sabían que si era descubierto en su balcón, sería él el que padecería lo peor de las consecuencias, no ella. Y era por esa razón (para preservarlo escondido) por la que ella reluctantemente quitó el cerrojo de la puerta y la abrió. Él no pudo evitar sonreír por el éxito de su treta, incluso si ella continuaba con el ceño fruncido.
- ¿Olvidaste que nos íbamos a encontrar esta tarde?- Preguntó García sin preámbulos, agarrado el canto de la puerta con una mano. Apoyó el hombro contra la delgada estructura de madera, y sonrió a sus ojos marrón oscuro. Incluso cuando él se encorvaba, Myriam debía torcer el cuello al mirar hacia arriba para encontrarse con su mirada.
- No, no lo olvidé- su voz, normalmente tan dulce y ligera, era cortante por el enfado.
- Entonces, ¿dónde estabas?
- ¿Importa eso realmente?
García bajó la cabeza mientras se preguntó brevemente por qué a las muchachas les gustaba someter a un hombre, a un juego de suposiciones cuando estaba en problemas. Sin llegar a ninguna respuesta razonable, recogió con resolución el guante arrojado.
- Te pedí que te reunieras conmigo en el río porque quería verte.
- Asumí que habías cambiado de planes, ya que pareces preferir la compañía de alguien más a la mía- Cuando Myriam leyó la confusión en su expresión, su boca se torció con impaciencia.- Te vi en el pueblo esta mañana, cuando mi hermana y yo fuimos a la modista.
García respondió con un cauteloso gesto de asentimiento, recordando que se le había enviado al zapatero por el jefe de los establos, a entregar algunas botas que necesitaban repararse. Pero ¿qué demonios habría hecho para ofender tanto a Myriam?.
- Oh, no seas tan idiota- exclamó Myriam.- Te vi con una de las muchachas del pueblo, García. La besaste. Justo allí en la calle, ¡para que todo el mundo lo viera!.
Él levantó la ceja instantáneamente. Era verdad. Su compañera había sido Rosaura, la hija del carnicero. García había coqueteado con ella por la mañana, como hacía con la mayoría de las muchachas a las que conocía, y Rosaura le había pinchado sobre una cosa y otra hasta que él se había reído y le había robado un beso. No había significado nada ni para él ni para Rosaura, y el asunto había salido de su mente con rapidez.
Por lo tanto, esa era la causa de la irritación de Myriam: celos. García intentó reprimir su placer ante el descubrimiento, pero se condensó en una masa dulce y pesada en su pecho.
Demonios. Él sacudió la cabeza tristemente, preguntándose cómo recordarle lo que ella ya sabía: que la hija de un noble no debería dar ninguna importancia a lo que él hiciera.
- Myriam- protestó, medio levantando sus manos para tocarla, y haciéndolas retroceder.-Lo que yo haga con otras muchachas no tiene nada que ver con nosotros. Tú y yo somos amigos. Nosotros nunca…tu no eres de mi misma clase … ¡Maldición, no hay necesidad de que te explique lo que es obvio!
Myriam lo miró de un modo como nunca había hecho antes, sus ojos marrones repletos de una intensidad que provocó que se le erizara el pelo de detrás del cuello.
-¿Y si fuera una muchacha del pueblo?- preguntó - ¿me harías eso mismo a mí?
Era la primera vez que García se había quedado mudo. Él tenía un don para saber lo que la gente quería oír, y lo usaba normalmente a su favor para complacerlos. Su fácil encanto le había sido de gran utilidad, tanto para engatusar a la mujer del panadero para que le diera un bollo como para mantenerse fuera de problemas con el jefe de las cuadras. Pero con la pregunta de Myriam… había un peligro infinito en decir sí o no.
En silencio, García tanteó alguna media verdad que pudiera usar para calmarla.
-No pienso en ti de esa forma- dijo finalmente, forzándose en encontrarse con la mirada de ella sin parpadear.
-Otros muchachos lo hacen- Ante su mirada inexpresiva, Myriam continuó del mismo modo.-La semana pasada cuando nos visitaron los Harewoods su hijo William me arrinconó contra la barandilla en el acantilado e intentó besarme.
- ¡Ese mocoso arrogante!- dijo García al instante con furia, recordando al muchacho rechoncho y pecoso que no hizo ningún esfuerzo por ocultar su fascinación con Myriam.- Le voy a arrancar la cabeza la próxima vez que lo vea. ¿Por qué no me lo dijiste?.
- No es el único que lo ha intentado- dijo Myriam, echando combustible al fuego deliberadamente.-No hace mucho mi primo Elliot me retó a jugar con él a un juego de besos.
Se interrumpió con una leve exclamación cuando García se estiró y la agarró.
- Maldito sea tu primo Elliot- dijo rudamente-Malditos sean todos ellos.
Fue un error para tocarla. La sensación de sus brazos, tan flexibles y calientes bajo sus dedos, hizo que su interior se apretara con un nudo. Necesitaba tocar más de ella, necesitaba inclinarse más cerca y llenarse la nariz del olor de ella... el olor jabonoso a piel recién lavada, un toque de agua de rosas, el íntimo aroma de su respiración. Todos sus instintos clamaron para tirar de ella para acercarla y para que pusiera su boca sobre la curva aterciopelada en la que su cuello se encontraba con su hombro. En su lugar, se forzó en soltarla, sus manos permaneciendo suspendidas en el aire. Era difícil moverse, respirar, pensar con claridad.
-No he dejado a nadie que me bese- dijo Myriam – Te quiero a ti… sólo a ti
Una nota pesarosa entró en su voz. – Pero a este paso, tendré noventa años antes de que te decidas a intentarlo.
García no pudo ocultar su triste anhelo cuando la contempló. -No. Lo cambiaría todo, y no puedo dejar que eso suceda.
Cuidadosamente Myriam alzó una mano para tocarle la mejilla con las puntas de los dedos. Su mano le era casi más familiar a García que las suyas propias. Sabía de dónde habían venido cada diminuta cicatriz y rasguño.
Cuando era una niña su mano había sido rechoncha y a menudo mugrienta. Ahora su mano era esbelta y blanca, las uñas cuidadosamente arregladas. La tentación de posar su boca en la suave palma de su mano era torturadora. En su lugar García se endureció para ignorar la caricia de sus dedos contra su mandíbula.
- He notado el modo en que me miras últimamente- dijo Myriam, con el rubor alzándose en su rostro pálido- Conozco tus pensamientos, de la misma forma que tu conoces los míos. Y con todo lo que siento por ti, y todo lo que significas para mí… ¿no puedo tener al menos un momento de... de... – luchó por encontrar la palabra adecuada- … de ilusión?
- No- dijo él bruscamente- Porque pronto la ilusión se terminaría, y estaríamos los dos peor que antes.
- ¿De verdad?- Myriam se mordió el labio y apartó la mirada, sus puños apretados como si ella pudiera desechar de un puñetazo la desagradable verdad que colgaba tan insistentemente entre ellos.
- Moriría antes de hacerte daño- dijo García sobriamente- Y si me permitiera besarte una vez, habría otra vez, y otra, y pronto no habría lugar donde parar.
- No lo sabes- Comenzó a rebatir Myriam.
- Sí, lo sé.
Se miraron el uno al otro en un desafío sin palabras. García conservó su rostro sin expresión. Conocía suficientemente bien a Myriam para estar seguro de que si ella detectaba cualquier vulnerabilidad en su fachada, lo haría notar sin duda; musicalmente Myriam dejó salir un suspiro de derrota.
- De acuerdo, entonces- suspiró, como para sí misma. Su columna vertebral pareció enderezarse, y su tono apagado con resignación.
- ¿Nos encontraremos en el río mañana al atardecer, García?. Tiraremos piedras, y hablaremos, y pescaremos un poco, como siempre. ¿Es eso lo que quieres?.
Pasó largo tiempo antes de que García pudiera hablar.
- Sí- dijo él cautelosamente. Eso era todo lo que podía tener de ella…. y Dios sabe que era mejor que nada.
Una sonrisa torcida y mimosa se estiró en los labios de Myriam cuando ella lo miró- Será mejor que te vayan entonces, antes de que te cojan aquí. Pero primero, agáchate y deja que te arregle el pelo. Está encrespado por arriba.
Si él no hubiera estado tan distraído, García hubiera apuntado que no necesitaba que ella le arreglara su apariencia. Iba a su habitación sobre las cuadras, y a las cinco docenas de caballos allí alojados no les importaba un demonio su pelo. Pero él se inclinó automáticamente, concediendo el pequeño deseo de Myriam por la pura fuerza de la costumbre.
En lugar de alisar sus indóciles mechones negros, Myriam se puso de puntillas, deslizó una mano por detrás de su cuello, y llevó su boca a la de él.
El beso lo afectó como la descarga de un rayo. García hizo un sonido agitado en su garganta, todo su cuerpo inmovilizado de repente por el impacto de placer. Oh Dios, sus labios, tan exuberantes y delicados, buscando los suyos con desmañada determinación. Como Myriam había sabido, no había maldita manera de que pudiera apartarse de ella ahora. Sus músculos se agarrotaron, y se quedo pasivo, luchando por contener el torrente de sensaciones que amenazaba con aplastarlo. La amaba, la quería, con toda su ciega ferocidad adolescente. La temblorosa retención de su autocontrol duró menos de un minuto antes de que gruñera derrotado y la rodeara con fuerza con los brazos.
Respirando entrecortadamente, la besó una vez y otra, intoxicado por la suavidad de sus labios. Myriam le respondió ansiosamente, presionando hacia arriba, mientras sus dedos se curvaban en los mechones trasquilados de sus cabellos que estaban más cercanos. El placer de tenerla en sus brazos era demasiado grande… García no pudo hacerse contener de incrementar la presión de sus besos hasta que sus labios se separaron inocentemente. Él tomó ventaja inmediata, explorando el filo de sus dientes, la húmeda seda de su boca. Eso la sorprendió (él sintió su duda), y ronroneó con su garganta hasta que ella se relajó. Deslizó su mano por la parte de atrás de su cabeza, sus dedos amoldándose a la curva de su cráneo, mientras introducía la lengua más profundamente en su interior. Myriam jadeó y apretó sus hombros con fuerza, respondiendo con una franca, inconsciente sensualidad que lo devastó. García deseó besar y amar cada parte de ella, darle más placer del que pudiera soportar. Él había sabido antes lo que era el deseo, y aunque su experiencia era limitada, no era virgen. Pero nunca había encontrado antes esa agonizante mezcla de emoción y hambre física antes…una tentación abrasadora a la que nunca podría entregarse.
Arrancando su boca de la de ella, García enterró su rostro en el brillante velo medianoche de su cabello.
-¿Por qué has hecho eso? – gruñó.
La breve risa de Myriam era de un audible dolor.- Tú lo eres todo para mí. Te quiero. Siempre lo he …
- Shhh... - Él la sacudió brevemente para hacerla callar. Manteniéndola a la distancia de la longitud de un brazo, contempló su rostro ruborizado, radiante.
- No vuelvas a decir eso jamás. Si lo haces, dejaré Stony Cross.
- Huiremos juntos- continuó ella sin descanso- Iremos a un lugar donde nadie pueda encontrarnos…
- Sagrado infierno, ¿sabes lo loca que suenas?
-¿Por qué es una locura?
- ¿crees que te arruinaría la vida de ese modo?
- Te pertenezco- dijo ella tercamente- Haré lo que tenga que hacer para estar contigo.
Ella creía en lo que estaba diciendo… García lo veía en su rostro. Le rompió el corazón, incluso mientras se enfurecía. Maldita fuera, ella sabía que las diferencias entre ellos eran insuperables, y tenía que aceptar eso. No podía quedarse aquí y enfrentarse con la constante tentación, sabiendo que ceder provocaría la caída de ambos.
Sujetando el rostro de ella en sus manos, García dejó que sus dedos tocaran los extremos de sus oscuras cejas, y deslizó sus pulgares sobre el cálido terciopelo de sus mejillas. Y porque no pudo conseguir eliminar la reverencia de su toque, habló con fría aspereza.
- Crees que me quieres ahora. Pero cambiarás. Algún día encontrarás condenadamente fácil olvidarte de mí. Soy un bastardo. Un criado, y ni siquiera un criado de los de arriba ni siquiera…
- Eres mi otra mitad.
Callado por la conmoción, García cerró los ojos. Odiaba su propia respuesta instintiva a las palabras, el brinco de primitiva alegría.
- ¡Por todos los demonios!. Estás haciendo imposible que me quede en Stony Cross.
Myriam retrocedió un paso de él de inmediato, el color abandonando su rostro.
- No, no te vayas. Lo siento. No diré nada más. Por favor, García, te quedarás, ¿verdad?.
Sintió de repente un poco del dolor inevitable que experimentaría algún día, las heridas letales que resultarían del simple acto de dejarla. Myriam tenía diecisiete años… todavía le quedaba otro año con ella, quizás ni siquiera tanto. Luego el mundo se le abriría a ella, y García se convertiría en una peligrosa obligación. O peor, en una vergüenza. Ella se obligaría a olvidarse de esta noche. No querría recordar lo que le había dicho a un mozo de cuadra en el balcón bañado por la luz de la luna fuera de su dormitorio. Pero hasta entonces…
- Me quedaré todo lo que pueda- dijo broncamente.
Brilló la ansiedad en las oscuras profundidades de sus ojos. ¿Y mañana?- le recordó- ¿Te encontrarás conmigo mañana?-
- En el río a la puesta de sol- dijo García, súbitamente fatigado por la interminable lucha interior de querer y jamás tener.
Myriam pareció leer su mente. –Lo siento.- su angustiado susurro descendió en aire tan gentilmente como cayeron los pétalos de las flores cuando descendió trepando por el balcón.
Después García había desaparecido en las sombras.
Myriam se resguardó en su dormitorio y se tocó los labios. Las yemas de sus dedos frotaron el beso más profundo en la tierna piel. Su boca había sido inesperadamente cálida, y su sabor era dulce y exquisito, con aroma a las manzanas que el debía haber robado del huerto. Se había imaginado su beso miles de veces, pero nada la había preparado para su sensual realidad.
Había querido hacer que García la reconociera como una mujer, y había tenido éxito por fin. Pero no había triunfo en la ocasión, sólo una desesperación que cortaba como la hoja de un cuchillo. Sabía que García pensaba que ella no comprendía la complejidad de la situación, cuando la verdad era que ella lo sabía mejor que él.
Le había sido instilado inexorablemente desde la cuna que la gente no osaba salir de su clase social. Los jóvenes como García le estarían prohibidos para siempre. Todo el mundo, desde lo más alto a lo más bajo de la sociedad comprendía y aceptaba tal estratificación, y causaba un desagrado universal sugerir que pudiera ser de otra forma en alguna ocasión. Es como si García y ella hubieran pertenecido a especies diferentes, pensó con humor negro.
Pero de alguna forma, Myriam no podía ver a García como lo hacía el resto del mundo. No era un aristócrata, pero tampoco era un mero mozo de cuadra. Si hubiera nacido en una familia de noble pedigrí, hubiera sido el orgullo de la nobleza. Era monstruosamente injusto que tuviera que comenzar su vida con tales desventajas. Él era joven, apuesto, trabajador infatigable, y aún así nunca podría superar las limitaciones sociales que habían nacido con él.
Se acordaba del día que había venido por primera vez a Stony Cross Park, un muchachito con el cabello negro desigualmente cortado y ojos que no eran ni azules ni verdes, sino algún mágico matiz entre ellos. Según los chismes de los criados, el muchacho era el bastardo de una muchacha del pueblo que se había escapado a Londres, se había metido en problemas y había muerto en el parto. El desafortunado bebé había sido enviado a Stony Cross Park, donde se le empleó como criado de cámara. Sus deberes habían sido limpiar los zapatos de los criados de clase más elevada, ayudar a las doncellas a llevar pesados cubos de agua caliente arriba y abajo, y lavar las monedas de plata que venían de la ciudad, como para evitar que el conde y la condesa se encontraran con alguna traza de suciedad que pudiera haber procedido de las manos de un comerciante.
Su nombre completo era Víctor García, pero ya había tres criados en la finca llamados Víctor. Se había decidido que sería llamado por su apellido hasta que se eligiera un nuevo nombre para él… pero de algún modo se había olvidado el asunto, y él había sido simplemente García desde entonces. Al principio los criados le habían hecho poco caso, excepto el ama de llaves, la señora Faircloth. Ella era una mujer de buen corazón, rostro ancho y mejillas sonrosadas, que era la cosa más cercana a un pariente que García había conocido nunca. De hecho, incluso Myriam y su hermana más pequeña, Lidia, estaban mucho más dispuestas para acudir a la señora Faircloth que a su propia madre. No importaba lo ocupada que estuviera el ama de llaves, ella siempre parecía tener un momento libre para un niño, para vendar un dedo herido, para admirar un nido vacía que se había encontrado fuera, o para recomponer un juguete roto.
Había sido la señora Faircloth quien había perdonado alguna vez a García de sus deberes para que pudiera correr y jugar con Myriam. Esas tardes habían sido el único escape del muchacho de la poco natural existencia restringida de un muchacho sirviente.
- Debes ser amable con García- había regañado la señora Faircloth a Myriam, cuando le había ido con un cuento de cómo le había roto él su cochecito para muñecas.- Él no tiene ninguna familia ahora, ni tiene bonitas ropas que ponerse, ni buenas cosas para comer en su almuerzo, como tú. Mucho tiempo mientras tú juegas, él está trabajando para mantenerse. Y si cometiera demasiados errores, o si alguna vez se piensa que es un mal muchacho, puede ser enviado fuera de aquí, y nunca lo volveremos a ver.
Las palabras se habían calado hasta la médula de Myriam. Desde entonces había buscado el proteger a García, asumiendo la culpa de sus ocasionales travesuras, compartiendo los dulces que su hermano mayor a veces les traía de la ciudad, e incluso haciéndole estudiar las lecciones que su institutriz le daba a leer. Y a cambio Víctor le había enseñado cómo nadar, cómo hacer saltar guijarros sobre el estanque, cómo cabalgar y cómo hacer un silbato de una hoja de hierba estirada entre sus pulgares.
Contrariamente a lo que todo el mundo, incluso la señora Faircloth creían, Myriam nunca había pensado en García como en un hermano. El afecto familiar que ella sentía por Marcos no tenía semejanza con su relación con García. García era su igual, su brújula, su santuario.
Había sido únicamente natural que cuando se convirtió en una joven, se hubiera llegado a sentir físicamente atraída por él. Ciertamente todas las demás mujeres de Hampshire lo estaban. García se había transformado en un hombre alto de huesos grandes de aspecto impresionante, sus rasgos fuertes pero correctamente cincelados, su nariz larga y arrogante, su boca ancha. Su pelo negro colgaba sobre su frente en un flujo continuo, mientras aquellos singulares ojos turquesa estaban sombreados por extravagantes pestañas negras. Para completar su atractivo, poseía un encanto relajado y un astuto sentido del humor que lo hacían el favorito de la finca y más allá del pueblo.
El amor de Myriam por García le hacía querer lo imposible, estar con él siempre, convertirse en la familia que él nunca había tenido. En lugar de eso, ella tendría que aceptar la vida que sus padres le eligieran. Aunque las parejas por amor entre los de la clase altar no eran ya tan mal vistos como lo habían sido antes, los Montemayor todavía insistían en la tradición de los matrimonios concertados. Myriam sabía perfectamente lo que estaba previsto para ella. Tendría un indolente y aristocrático marido, que la usaría para criar a sus niños y haría ojos ciegos cuando tomara un amante para divertirse en su ausencia. Cada año pasaría la temporada en Londres, seguido por las visitas a la casa de campo en verano, y luego las cacerías de otoño. Año tras año vería los mismos rostros, escucharía los mismos chismorreos. Incluso los placeres de la maternidad le serían denegados. Los criados cuidarían a sus niños, y cuando ellos fueran mayores, serían enviados internos a un colegio como lo había sido Marcos.
Décadas de vacío, pensó desdichadamente Myriam. Y lo peor de todo sería saber que García estaba allí fuera en algún sitio, confiando a otra mujer todos sus pensamientos y sus sueños.
- Dios ¿qué voy a hacer?- susurró agitada Myriam, arrojándose sobre su cama cubierta de brocado.
Sujetó con fuerza una almohada en sus brazos y hundió su barbilla en la rechoncha blandura de su superficie, mientras imprudentes pensamientos vagaban por su mente. Ella no podía perderlo. Ese pensamiento la dejaba temblorosa, llenaba su mente de fiereza, la hacía querer gritar.
Dejando la almohada a un lado con un golpe, Myriam se puso sobre su espalda y miró ciegamente a los pliegues oscuros del cubre dosel sobre su cabeza. ¿Cómo podría conservar a Víctor en su vida?. Intentó imaginarse tomándole como su amante una vez que estuviera casada. Su madre tenía amoríos… muchas señoras de la aristocracia tenían, y mientras fueran discretas, nadie objetaba. Pero Myriam sabía que Víctor García nunca aceptaría tal arreglo. Nada tenía medias tintas para él, el no consentiría en compartirla. Podría ser un sirviente, pero tenía tanto orgullo y posesividad como cualquier otro hombre del mundo.
Myriam no sabía qué hacer. Parecía que la única opción era robar cada momento que pudiera para estar con él hasta que el destino los separara.
continuara...
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Capítulo 2
Después de su dieciocho cumpleaños, Víctor García había comenzado a cambiar a velocidad sorprendente. Crecía tan rápidamente que hacía exclamar a la señora Faircloth en afectuosa exasperación que no tenía sentido sacarle a sus pantalones, cuando tendría que volver a hacerse a la semana siguiente. Víctor estaba vorazmente hambriento todo el tiempo, pero ninguna cantidad de comida servía para satisfacer su apetito o para llenar su larguirucha figura de huesos grandes.
El tamaño del muchacho presagia bien su futuro- dijo orgullosamente la señora Faircloth mientras discutía de García con el mayordomo, Salter. Sus voces llegaron claramente desde el vestíbulo ribeteado con piedra hasta el balcón del segundo piso por donde pasaba por casualidad Myriam.
Alerta a cualquier mención de Víctor, se paró y escuchó intensamente.
- Indiscutible- dijo Salter- … podría decirse que logrará con facilidad las proporciones de un lacayo algún día.
- Quizás debería ser traído de las cuadras y comenzar su aprendizaje como lacayo- dijo la señora Faircloth en un tono apocado que hizo hacer una mueca a Myriam. Ella sabía que detrás de esas maneras casuales había un fuerte deseo de traerlo de la posición más baja de mozo de escuadra a algo más prestigioso.
- El cielo sabe- continuó el ama de llaves- que podríamos usar otro par de manos para cargar carbón y limpiar la plata, y para sacar brillo a los espejos.
-mm.- Hubo una larga pausa – Creo que tiene razón, señora Faircloth. Recomendaré al conde que Víctor García sea hecho lacayo. Si está de acuerdo, ordenaré que se le haga un uniforme.
A pesar del incremento de la paga y del privilegio de dormir en la casa, Víctor García de algún modo no estaba agradecido por su nuevo status. Había disfrutado trabajando con los caballos y viviendo en la relativa privacidad de las cuadras, y ahora pasaba al menos la mitad de su tiempo en la mansión vistiendo un uniforme convencional completo compuesto de calzones negros de felpa, un chaleco color mostaza, y una levita azul. Lo que era todavía más agraviante, se le pedía acompañar a la familia a la iglesia cada domingo, abrir el banco para ellos, quitarle el polvo, y disponer en él sus libros de oración.
Myriam no pudo evitar estar un poco divertida por las amigables tomaduras de pelo a que era sometido García por las muchachas y muchachos del pueblo que esperaban fuera de la iglesia. La visión de su amigo ataviado con el detestado uniforme era una oportunidad irresistible para que ellos comentaran la vista de sus piernas con medias blancas. Ellos especulaban en voz alta si el bulto de sus pantorrillas estaba hecho de músculos o quizás eran unos “postizos” que los lacayos a veces usaban para que sus piernas parecieran mejor formadas. García mantenía una expresión convenientemente impasible, pero les disparaba una mirada prometiendo venganza, haciendo que ellos aullaran de placer. Misericordiosamente, el resto del tiempo de Víctor García estaba ocupado en jardinería y en limpiar los coches, lo que le permitía llevar sus gastados pantalones y una camisa suelta blanca. Se puso profundamente bronceado, y aunque el tinte bronce de su piel proclamaba claramente que pertenecía a la clase obrera, destacaba el vívido de sus ojos y hacía que sus dientes parecieran todavía más blancos de lo habitual. No era de sorprender que García comenzara a atraer la atención de las huéspedes femeninas de la finca, una de las cuales incluso intento contratarle fuera de Stony Cross Park.
A pesar de los mejores esfuerzos de seducción de la señora, García rechazó la oferta de empleo con tímida discreción. Desafortunadamente, ese sentido del comedimiento lleno de tacto no fue compartido por el resto de los criados, que se burlaron de García hasta que este se puso rojo bajo su bronceado.
Myriam le preguntó por la oferta de las señoras tan pronto como encontró una oportunidad para estar a solas con él. Era mediodía, justo después de que Víctor García había terminado sus tareas en el exterior, y tenía unos pocos preciosos minutos de tiempo libre antes de que debiera vestirse con su uniforme para trabajar en la mansión.
Se repantigaron juntos en su punto favorito del río, donde un prado bajaba a la ribera. Hierbas altas los camuflaban de la vista cuando se sentaron en las rocas planas que se habían tornado suaves por el silenciosamente persistente flujo del agua. El aire estaba pesado por los aromas del mirto de la orilla y por el brezo calentado por el sol, una mezcla que apaciguó los sentidos de Myriam.
-¿Por qué no te vas con ella?- preguntó Myriam, subiendo sus rodillas bajo las faldas y rodeándoselas con los brazos.
Estirando su cuerpo larguirucho, Víctor se subió sobre un codo.-¿Con quién?
Myriam puso los ojos en blanco ante su fingida ignorancia.- Lady Brading, la mujer que quería contratarte. ¿Por qué la rechazaste?
Su lenta sonrisa casi la cegó.- Porque mi sitio está aquí,
- ¿Conmigo?
Víctor García se quedó callado, su sonrisa demorándose mientras la miraba a los ojos. Palabras no dichas colgaban entre ellos… palabras tan tangibles como el mismo aire que respiraban.
Myriam quería enroscarse a su lado como un gato perezoso, relajándose a la luz del sol y al amparo de su cuerpo. En su lugar, se forzó en quedarse quieta. – He escuchado casualmente a uno de los lacayos diciendo que podrías haber obtenido el doble de salario del que ganas ahora, sólo que tendrías que darle un tipo de servicio distinto del que estás acostumbrado.
-Debe haber sido cosa de James- murmuró García.- Maldita sea su lengua suelta. ¿Cómo puede saberlo él, en cualquier caso?.
Myriam se quedó fascinada al ver cómo el rubor cubría la parte alta de sus mejillas y el pesado puente de su nariz. Entonces lo comprendió. La mujer quería contratar a García para llevarlo a su cama. Una mujer de al menos dos veces su edad. Myriam se sintió comenzar a arder, y entonces su mirada se deslizó por el amplio perfil de sus hombros, bajando hacia la enorme mano que descansaba sobre el lecho verdinegro de musgo.
- Ella quería que durmieras con ella- Dijo más que preguntó Myriam, rompiendo el silencio que se había vuelto repentinamente íntimo.
Los hombros de García se contrajeron en señal del más puro encogimiento de hombros. –Dudo que dormir fuera su objetivo.
Su corazón se aceleró en una violenta cadencia cuando comprendió que no era la primera vez que le había ocurrido tal cosa a Víctor. Ella nunca se había permitido demorarse plenamente sobre la experiencia sexual de García—la perspectiva era demasiado perturbadora para contemplarlo.Víctor era suyo, y era insoportable pensar que él se volviera hacia alguien más para necesidades que ella se desesperaba por complacer. Si sólo, si sólo…
Sofocada bajo el peso de los celos, Myriam fijó su mirada sobre la mano grande y encallecida de García. Alguna otra mujer conocía a Víctor García mejor que ella, mejor de lo que ella nunca podría. Alguien había tomado su cuerpo sobre ella, dentro suyo, y había conocido la dulce calidez de su boca, y el roce de su mano sobre su piel. Se retiró cuidadosamente un mechón de pelo que se le había deslizado en los ojos.
- ¿Cuándo… cuándo fue la primera vez que tu…?- se vio forzada a parar cuando las palabras se le atascaron en la garganta. Era la primera vez en la vida que ella le preguntaba sobre sus asuntos sexuales, una materia en la que ella siempre había tenido escrupuloso cuidado por evitar.
Víctor no contestó. Levantando la mirada hacia él, Myriam vio que parecía perdido en la profunda contemplación de un bicho mientras escalaba una larga hoja de hierba.
- No creo que debamos hablar sobre eso- dijo finalmente con voz muy suave.
- No te culpo por dormir con otras muchachas. Lo esperaba, en realidad, yo sólo…- Myriam sacudió su cabeza levemente, dolorida y aturdida cuando se forzó a si misma a admitir la verdad-…Yo sólo desearía que pudiera ser yo.- consiguió decir mientras el nudo en su garganta se hacía mayor.
García agachó la cabeza, la luz del sol deslizándose sobre su negro cabello. Suspiró y buscó su rostro, retirando el mechón de cabello cuando volvió a caer sobre su mejilla. La yema de su pulgar frotó la marca de belleza cercana a su boca, el pequeño lunar que siempre parecía fascinarle tanto.
- Nunca podrás ser tú- murmuró.
Myriam asintió, mientras una cruda emoción hacía su boca contraerse y sus ojos entornarse contra la amenaza de las lágrimas.
-Víctor—
- No- advirtió rudamente él, retirando su mano, sus dedos cerrándose apretadamente en el aire vacío.- No lo digas, Myriam.
- No cambia nada, si lo digo o no. Te necesito. Necesito estar contigo.
- No.
- Imagina cómo te sentirías si yo durmiera con algún otro hombre- dijo ella en temeraria desdicha- sabiendo que él me estaba dando el placer que tú no puedes, que él me tomaba en sus brazos por la noche y…-
Víctor hizo un sonido gutural y rodó con rapidez sobre ella, extendiéndola bajo él sobre la dura tierra.
- Lo mataría-dijo Víctor roncamente- No podría soportarlo.
Víctor miró su rostro lleno de lágrimas y luego su mirada se movió a su ruborizada garganta y al rápido movimiento de sus pechos alzados. Una curiosa mezcla de triunfo y alarma llenó a Myriam cuando vio el calor sexual de su mirada, y sintió la agresiva energía masculina de su cuerpo.
Víctor cerró los ojos, luchando por controlarse.
- Tengo que dejarte ir.- dijo entre dientes.
- Todavía no- susurró Myriam. Se retorció un poco, sus caderas levantándose contra las suyas, y el movimiento provocó una marea de sensaciones en lo profundo de su abdomen.
Víctor gruñó, cerniéndose sobre ella, mientras sus dedos se hundían en la densa capa de musgo que cubría la tierra.
- No. - su voz estaba rota con la ira y el esfuerzo y… algo más… algo que sonaba a excitación.
Myriam se movió de nuevo, embargada con un peculiar sentimiento de urgencia, queriendo cosas para las que ella no podía encontrar palabras. Deseando su boca.. manos… cuerpo.. queriendo poseerlo y ser poseída.
- Te amo- dijo Myriam, buscando a tientas un modo de convencerlo de la enormidad de su necesidad- Te amaré hasta el día en que muera. Eres el único hombre que siempre querré, Víctor, el único…-
Sus palabras fueron sofocadas cuando él apresó su boca en un suave, sincero beso. Myriam gimió de satisfacción, dado la bienvenida a la tierna exploración, la punta de su lengua buscando el delicado interior de sus labios. La besó como si estuviera robando secretos de su boca, devastándola con exquisita gentileza. Vorazmente, ella deslizó las manos bajo su camisa y sobre su espalda, saboreando el tacto de sus músculos flexionándose y del lustre de su piel.
Él, como ella, sabía, que cada momento de prohibida intimidad venía con un precio que ninguno de ellos podían permitirse.
- Sigue- dijo Myriam con voz confusa, su corazón golpeándole en el pecho. Besó la dura línea de su mandíbula, sus mejillas, cada parte de su rostro que ella podía alcanzar. Encontrando un punto sensible a un lado de su cuello, se concentró en el lugar vulnerable hasta que todo el cuerpo de él tembló.
– No pares- susurró fervientemente- No pares todavía. Nadie puede vernos. Víctor, por favor ámame, ámame….
Las palabras parecieron erosionar su voluntad de resistir.
- No me casare con nadie excepto contigo, García- susurró ella- Y si alguna vez me dejas, me quedaré sola el resto de mi vida. Su cabeza morena bajó sobre la suya.
- Myriam- dijo con la voz reverente que podría haber usado para una plegaria- Yo nunca te dejaré a no ser que me digas que me vaya.
Dejando escapar un suspiro, forcejeó para arreglar sus ropas. Después de un momento García se puso sobre su costado para mirarla. Parecía retomado el control sobre sí mismo, aunque sus ojos todavía brillaban de pasión no satisfecha. Myriam sacudió su cabeza con una melancólica sonrisa.
- Nadie me mirará nunca como lo haces tú, como si me amaras con cada parte de tu cuerpo.
Lentamente, él se estiró y empujó un bucle de pelo tras su oreja. –Así es como me miras tú a mí también.
Myriam tomó su mano y besó la ruda superficie de sus nudillos.
- Prométeme que siempre estaremos juntos.
Pero Victor permaneció en silencio, porque ambos sabían que era una promesa que él no podía hacer.
Myriam sabía que lo más seguro sería fingir que esos minutos llenos de pasión en el río nunca habían existido. Era imposible, sin embargo. Cuando Victor estaba cerca, ella sentía su cuerpo entero reaccionar a su presencia. Las emociones parecían desperdigarse desde ella, cargando la atmósfera hasta que estaba segura de que cualquiera podía sentirlas. Ella no se atrevía a encontrarse con la mirada de Víctor delante de otros, temerosa de que su expresión la traicionara. Víctor era mucho mejor que ella en mantener una fachada impasible, pero algunos de los criados, incluyendo a la señora Faircloth, remarcaron lo inusualmente callado que había estado durante la semana pasada. Estaba claro para los que lo conocían bien que algo le preocupaba.
- Es la edad, supongo- le dijo la señora Faircloth a Salter, el mayordomo- los jóvenes son todo ánimo y travesuras un día y todo oscuridad y rebelión al siguiente.
- No importa cuál sea su temperamento, será mejor que Víctor haga su trabajo bien- dijo Salter hoscamente.
- O por su bien volverá a los establos, y será un criado de la clase más bajo durante el resto de sus días.
Cuando Myriam le repitió el comentario a Víctor una tarde, él hizo una mueca y se rió. Estaba ocupado sacando brillo a los paneles laqueados de un carruaje, mientras Myriam se sentaba sobre un cubo puesto bocabajo y lo miraba. La cochera estaba vacía y en silencio, excepto por él.
La tarea de Víctor le había hecho sudar, hasta que su blanca camisa se adhería dispareja a la superficie muscular de su espalda. Sus hombros se abultaban y flexionaban cuando aplicó una capa de cera en el lacado negro, y la frotó hasta que brilló como el cristal. Myriam se había ofrecido a ayudarle, pero él había rehusado inexorablemente y le había quitado el trapo.
- Es mi trabajo- le dijo bruscamente- siéntate allí y mira.
Myriam le había obedecido con placer, disfrutando de la gracia masculina de sus movimientos. Como todo lo que hacía, Víctor ejecutó la tarea meticulosamente. Había sido enseñado desde niño que el trabajo bueno era su propia recompensa, y eso, acompañado de una completa falta de ambición, lo hacían un criado perfecto. Era el único defecto que Myriam le podía encontrar: su automática aceptación de su papel en la vida, una resignación tan intrínseca que parecía que nada pudiera cambiarlo. De hecho, meditó culpablemente, si no fuera por ella, Víctor habría sido perfectamente feliz con su destino. Ella era la única cosa que él siempre había querido y que nunca tendría. Y ella sabía cuán egoísta por su parte era mantenerlo tan firmemente atado a ella, pero no podía obligarse a dejarlo ir. Él le era tan necesario como lo era la comida y el agua y el aire.
- No quieres ser un criado inferior para siempre, ¿verdad?- presionó ella, llevando sus pensamientos a la conversación de ellos.
- Me gusta más que trabajar en la casa y llevar uniforme- replicó él.
- La señora Faircloth cree que podrías hacerte primer lacayo algún día, o incluso ayuda de cámara- Myriam se negó a mencionar la pesarosa observación del ama de llaves acerca de que aunque Víctor haría un maravilloso ayuda de cámara, sus posibilidades de ello estaban grandemente disminuidas por su apostura. Ningún señor querría un ayuda de cámara cuya apariencia y porte deslucieran la suya propia. Es más, a alguien como Víctor lo conservaría de uniforme que lo marcara claramente como criado.- Y estarías mejor pagado.
- No me importa eso- murmuró él, aplicando más cera a la puerta de la superficie frontal del carruaje.-¿Para qué necesito más dinero?.
Myriam frunció el ceño pensativamente.- Para comprar algún día una casita, y explotar tu propio terreno.
Víctor hizo una pausa a mitad de su abrillantado y la miró sobre su hombro con una repentina chispa diabólica en sus ojos verde azulados. - ¿y quién viviría conmigo, en mi casita?
Myriam se encontró con su mirada y sonrió, mientras una fantasía la hacía presa y la sofocaba con calidez.
- Yo, por supuesto.
Considerando eso, Víctor colgó el trapo del encerado en el gancho de la lámpara del carruaje antes de aproximarse a ella lentamente. El estómago de Myriam se estremeció ante la mirada de su rostro.
- Necesitaría ganar una cantidad respetable de monedas para eso -murmuró- Mantenerte debe ser un objetivo costoso.
- No costaría tanto- protestó ella indignada.
Él le disparó una mirada escéptica.- Sólo el precio de tus cintas del pelo, me convertiría en mendigo, esposa.
La palabra esposa, pronunciada en ese tono bajo, la hizo sentir como si se hubiera tragado una cucharada de caramelo.
- Te compensaré de otras formas- replicó ella.
Sonriendo, Víctor se agachó y la puso en pie. Sus manos se deslizaron ligeramente sobre sus costados, demorándose justo bajo sus brazos, las palmas de sus manos rozando contra sus pechos. El masculino aroma almizclado de él y el brillo de su piel manchada de sudor la hizo tragar con esfuerzo. Sacó de su manga un pañuelito bordado de pequeñas rosas y secó la frente de él.
Tomándole la delicada prenda, Víctor observó la artesanía de puntadas verdes y rosas con una sonrisa.
- ¿Lo has hecho tú?- su pulgar acarició las flores bordadas- Es hermoso.
Ella se sonrojó de placer ante el cumplido- Sí, trabajaba en él por las tardes. Una señora nunca debe sentarse con las manos ociosas.
Víctor remetió el pañuelo en la cintura de sus pantalones y miró con presteza a sus alrededores. Asegurándose de que estaban completamente sólos, deslizó sus brazos alrededor de ella. Sus manos vagaron ligeramente sobre su espalda y sus caderas ejerciendo una deliciosa presión justo en los lugares oportunos, ajustando su cercanía con sensual precisión.
- ¿Estarás allí esperándome cada noche, en nuestra casita?- murmuró él.
Ella asintió, apoyándose en él.
Las gruesas pestañas negras de Víctor bajaron hasta que se hicieron sombras en sus mejillas.
- ¿Y me rascarás la espalda cuando vuelva fatigado y sucio del campo?
Myriam se imaginó su largo, poderoso cuerpo recortado en una tina de madera… sus suspiros de placer al calor del agua… su espalda de bronce brillando a la luz del fuego.
- Sí- jadeó ella- Y luego tu podrás enjabonarte mientras yo cuelgo la olla de estofado sobre el fuego, y te contaré la pelea que tuve con el molinero, que no me dio suficiente harina porque su báscula estaba trucada.
Víctor rió suavemente mientras las puntas de sus dedos rozaban ligeramente su garganta.
- El tramposo- murmuró, sus ojos destellando- Hablaré con él mañana. Nadie intenta desplumar a mi esposa y consigue librarse de ello. Mientras tanto, vámonos a la cama. Quiero tenerte toda la noche.
El pensamiento de irse a dormir con él a una acogedora cama, sus cuerpos desnudos entrelazados, hizo a Myriam temblar con anhelo.
- Probablemente te quedarás dormido tan pronto como tu cabeza toque la almohada- dijo- El trabajo de granja es una tarea dura, estarás agotado.
- Nunca estoy demasiado cansado para amarte-.
Sus brazos se deslizaron rodeándola, y se encorvó para acariciarle con la nariz la curva de su mejilla. Sus labios eran como terciopelo caliente cuando él susurró contra su piel- Voy a besarte desde la cabeza a la suela de los pies. Y no pararé hasta que te haga llorar, y luego te daré placer hasta que te debilites por mi amor.
Myriam deslizó sus dedos a su dura nuca y llevó la boca de él a la suya. Los labios de él cubrieron los suyos, moldeándoles gentilmente hasta que ella la abrió para admitir la incursión exquisita de su lengua. Ella quería la vida que él acababa de describir… la quería infinitamente más que el futuro que la aguardaba. Aunque esa vida perteneciera a otra mujer. La idea de alguien más compartiendo sus días y noches, sus secretos y sueños, la llenó de desesperación.
Víctor- gimió ella, quitando la boca de la suya- prométeme…
El la sostuvo más fuerte, acariciándole la espalda, frotando la mejilla contra su pelo.- Todo, todo...
- Si te casas con alguna otra, prométeme que siempre me amarás más a mí.
- Dulce y egoísta amada, - murmuró él tiernamente- Tendrás siempre mi corazón, me has arruinado para la vida.
Myriam envolvió su cuello con los brazos.
- ¿Estás resentido conmigo por ello?-su voz estaba sofocada contra su hombro
- Debería. Si no fuera por ti, habría estado contento con cosas ordinarias. Con una muchacha corriente.
- Lo siento.- dijo ella abrazándole con fiereza.
- ¿De veras?
- No.- admitió ella, y Víctor se rió, echándole la cabeza hacia atrás para besarla.
Su boca era firme y exigente, su lengua se deslizó profundamente con brutal sensualidad. Cuando las rodillas de Myriam se debilitaron, se amoldó a él hasta que no quedó ni un centímetro de espacio entre ellos. Víctor la sostuvo con facilidad, manteniéndola entre sus muslos, su gran mano acunando su nuca. La presión de sus labios se alteró cuando lamió el interior de su boca con un jugueteo erótico que arrancó un entrecortado suspiro de ella. Justo cuando pensaba que se derretiría en el suelo formando un charco de éxtasis, Myriam fue contrariada cuando Víctor quitó abruptamente la boca de la suya.
-¿Qué pasa?- preguntó ella con voz confusa.
Víctor la silenció dando un toque con el índice sobre sus labios, mirando la entrada de la cochera con ojos entrecerrados.
-Pensé que había oído algo.
Myriam frunció el ceño de repentina preocupación, mirando como él rápidamente cruzaba las losas a grandes pasos hacia la entrada abovedada. Él miró de un lado de la vacía cochera al otro. No detectando señales de nadie, se encogió de hombros y volvió hacia Myriam. Ella deslizó los brazos alrededor de su delgada cintura.
- Bésame otra vez.
- Oh, no- dijo él con una mueca torcida- Vas a regresar a la casa. No puedo trabajar contigo aquí.
- Me quedaré callada- dijo ella, sacando su labio inferior rebeldemente- ni siquiera sabrás que estoy aquí.
- Sí, si lo sabré. Miró a su propio cuerpo excitado, y entonces le disparó a ella una mirada enconada.- Y es difícil para un hombre hacer su trabajo cuando está en estas condiciones.
-Yo te lo pondré mejor.- ronroneó ella, bajando la mano - Sólo dime lo que tengo que hacer.
Con un gemido de risa, Víctor le robó a sus labios un cálido y rápido beso y la apartó de él.
- Ya te he dicho lo que vas a hacer: vuelve a la casa.
- ¿Escalarás a mi habitación esta noche?
- Puede.
Ella le lanzó una mirada burlonamente amenazadora, y Víctor hizo una mueca, sacudiendo la cabeza cuando se volvía al carruaje.
Aunque los dos eran conscientes de la necesidad de precaución, aprovechaban cualquier oportunidad para vagar juntos. Se encontraban en los bosques, o en su lugar del río, o por la noche en su balcón. Víctor rehusaba con firmeza cruzar el umbral de la habitación de Myriam, diciendo que no podía ser responsable de sus acciones, si se encontraba cerca de una cama con ella.
Su autocontrol era mucho mayor que el de ella, aunque Myriam era plenamente consciente del esfuerzo que le costaba, y cuánto la quería. Él le había dado placer dos veces más, besándola, sosteniéndola y acariciándola hasta que estaba relajada de satisfacción.
Si bien esos eran sus años maravillosos, sin embargo, su tiempo era demasiado corto en esta vida. Myriam sabía que su aventura amorosa con Víctor, tal y como era, no acabaría nunca. Por eso mismo, ella no esperaba que terminara tan rápidamente, ni de una manera tan brutal.
Su padre convocó Myriam a su estudio después de la cena una noche, algo que nunca había hecho antes. Nunca había habido ninguna razón para que el conde hablara con ella ni con su hermana Lidia en privado. Marcos, su hijo, era el único vástago al que el conde prestaba alguna atención… y ninguna de las muchachas envidiaban a su hermano mayor por ello. El conde era especialmente crítico con su heredero, exigiendo perfección en todo momento, prefiriendo motivar con miedo en lugar de con elogios. Y pese a todo el adusto tratamiento que Marcos había recibido, era esencialmente un muchacho amable y de buena naturaleza. Myriam tenía muchas esperanzas de que no se volvería como su padre algún día, pero había muchos años de moldeado de rudeza del conde almacenados para él.
En el momento en que Myriam llegó al estudio, sintió como si su estómago se hubiera vuelto un bloque de hielo. La frialdad se extendía hacia fuera a través de sus miembros hasta que llegó a la punta de sus dedos y a la suela de sus pies. No tenía ninguna duda en su mente del por qué había recibido esa orden inusual de su padre. El conde debía haber descubierto de algún modo su relación con Víctor. Si fuera otra cosa, le habría dicho a su madre o a la señora Faircloth que hablaran con ella. Pero el hecho de que se fuera a molestar en comunicarse directamente con ella mostraba que el asunto era de importancia. Y sus instintos le advirtieron que la confrontación iba a ser ciertamente abominable. Trató de pensar frenéticamente en cómo reaccionar, en cómo proteger mejor a Víctor. Haría cualquier cosa, prometería lo que fuera, para mantenerlo a salvo de la furia del conde.
Helada y sudando, alcanzó el estudio, con su interior de paneles oscuros y el enorme escritorio de caoba sobre el que se dirigían muchos de los negocios de la finca. La puerta estaba abierta, y una lámpara ardía en su interior. Entró en la habitación y se encontró a su padre de pie cerca del escritorio.
El conde no era un hombre apuesto, sus rasgos eran demasiado anchos y rudos, como si hubiera sido moldeado por un escultor que hubiera tenido demasiada prisa para refinar los profundos golpes de su cincel. Si el conde hubiera poseído una cierta medida de calidez o ingenio, o alguna adición de amabilidad, sus rasgos podrían haberse prestado un cierto duro atractivo.
Desafortunadamente, era un hombre desprovisto absolutamente de humor, que con todas las ventajas que Dios le había dado, estaba en amargo desacuerdo con todo en la vida. No encontraba placer en nada, especialmente en su familia, quienes le parecían poco más que una carga colectiva. La única aprobación que le había mostrado alguna vez a Myriam era un reluctante orgullo por su belleza física que amigos y extraños habían alabado tan a menudo. Mientras que por sus pensamientos, su carácter, sus esperanzas y miedos, no se preocupaba en absoluto por esos intangibles. Le había dejado claro que el único propósito en la vida de Myriam era casarse bien.
Cuando se encaró con su padre, Myriam se preguntó como era posible sentir tan poco por el hombre que la había engendrado. Uno de los muchos lazos entre ella y Víctor era el hecho de que ninguno de ellos había conocido cómo era el amor de un padre ni una madre. Para ambos, si no hubiera sido por la señora Faircloth, ninguno hubiera tenido ningún concepto de amor paternal.
Leyendo en la mirada de su padre un odio vivaz, Myriam reflexionó que eso era como él siempre había mirado a Lidia. La pobre Lidia, quien no tenía ninguna culpa de haber sido concebida por uno de los amantes de la condesa.
- ¿Enviaste a por mí, Padre?-murmuró sin entonación.
La luz de la lámpara acuchillaba sombras a través del rostro del conde de Westcliff cuando se dirigió a ella fríamente:
- En este momento – remarcó- estoy más seguro que nunca de que las hijas son una maldición del infierno.
Myriam dejó inexpresivo su rostro, aunque se vio forzada a hacer una breve inspiración cuando sus pulmones se contrajeron.
-Has sido vista con el mozo de cuadra- continuó el conde- Besándoos, con vuestras manos en el otro…”
Hizo una pausa, su boca contorsionándose brevemente antes de que consiguiera disciplinar sus rasgos.
- Parece que finalmente ha sobresalido la sangre de tu madre. Ella tiene un gusto similar por los de clase baja… aunque incluso ella tiene el sentido común de divertirse con los lacayos, mientras que tú pareces haber reducido tu interés a nada mejor que un desecho de cuadra.
Esas palabras llenaron a Myriam de un odio casi letal por su intensidad. Quería golpear el rostro burlón de su padre, vencerlo, herirlo en lo más profundo de su alma… si tenía una. Enfocando un pequeño cuadro de los paneles, Myriam se disciplinó para permanecer perfectamente quieta, dando sólo un pequeño respingo cuando su padre avanzó y le agarró la mandíbula con una mano. La presión de sus dedos mordió cruelmente los pequeños músculos de su rostro.
- ¿Ha tomado tu virtud?- ladró él.
Myriam le miró directamente en la superficie de obsidiana de sus ojos. –No.
Vio que no la creía. La garra hiriente sobre su rostro se tensó.
- Y si yo llamo a médico para examinarte, ¿confirmará él eso?.
Myriam no parpadeó, sólo lo miró sin expresión, retándole silenciosamente.
- Sí.- La palabra salió como un siseo.- Pero si hubiera sido por mí, mi virginidad se habría ido hace tiempo. Se la ofrecí libremente a Víctor, sólo desearía que él la hubiera aceptado.
Después de su dieciocho cumpleaños, Víctor García había comenzado a cambiar a velocidad sorprendente. Crecía tan rápidamente que hacía exclamar a la señora Faircloth en afectuosa exasperación que no tenía sentido sacarle a sus pantalones, cuando tendría que volver a hacerse a la semana siguiente. Víctor estaba vorazmente hambriento todo el tiempo, pero ninguna cantidad de comida servía para satisfacer su apetito o para llenar su larguirucha figura de huesos grandes.
El tamaño del muchacho presagia bien su futuro- dijo orgullosamente la señora Faircloth mientras discutía de García con el mayordomo, Salter. Sus voces llegaron claramente desde el vestíbulo ribeteado con piedra hasta el balcón del segundo piso por donde pasaba por casualidad Myriam.
Alerta a cualquier mención de Víctor, se paró y escuchó intensamente.
- Indiscutible- dijo Salter- … podría decirse que logrará con facilidad las proporciones de un lacayo algún día.
- Quizás debería ser traído de las cuadras y comenzar su aprendizaje como lacayo- dijo la señora Faircloth en un tono apocado que hizo hacer una mueca a Myriam. Ella sabía que detrás de esas maneras casuales había un fuerte deseo de traerlo de la posición más baja de mozo de escuadra a algo más prestigioso.
- El cielo sabe- continuó el ama de llaves- que podríamos usar otro par de manos para cargar carbón y limpiar la plata, y para sacar brillo a los espejos.
-mm.- Hubo una larga pausa – Creo que tiene razón, señora Faircloth. Recomendaré al conde que Víctor García sea hecho lacayo. Si está de acuerdo, ordenaré que se le haga un uniforme.
A pesar del incremento de la paga y del privilegio de dormir en la casa, Víctor García de algún modo no estaba agradecido por su nuevo status. Había disfrutado trabajando con los caballos y viviendo en la relativa privacidad de las cuadras, y ahora pasaba al menos la mitad de su tiempo en la mansión vistiendo un uniforme convencional completo compuesto de calzones negros de felpa, un chaleco color mostaza, y una levita azul. Lo que era todavía más agraviante, se le pedía acompañar a la familia a la iglesia cada domingo, abrir el banco para ellos, quitarle el polvo, y disponer en él sus libros de oración.
Myriam no pudo evitar estar un poco divertida por las amigables tomaduras de pelo a que era sometido García por las muchachas y muchachos del pueblo que esperaban fuera de la iglesia. La visión de su amigo ataviado con el detestado uniforme era una oportunidad irresistible para que ellos comentaran la vista de sus piernas con medias blancas. Ellos especulaban en voz alta si el bulto de sus pantorrillas estaba hecho de músculos o quizás eran unos “postizos” que los lacayos a veces usaban para que sus piernas parecieran mejor formadas. García mantenía una expresión convenientemente impasible, pero les disparaba una mirada prometiendo venganza, haciendo que ellos aullaran de placer. Misericordiosamente, el resto del tiempo de Víctor García estaba ocupado en jardinería y en limpiar los coches, lo que le permitía llevar sus gastados pantalones y una camisa suelta blanca. Se puso profundamente bronceado, y aunque el tinte bronce de su piel proclamaba claramente que pertenecía a la clase obrera, destacaba el vívido de sus ojos y hacía que sus dientes parecieran todavía más blancos de lo habitual. No era de sorprender que García comenzara a atraer la atención de las huéspedes femeninas de la finca, una de las cuales incluso intento contratarle fuera de Stony Cross Park.
A pesar de los mejores esfuerzos de seducción de la señora, García rechazó la oferta de empleo con tímida discreción. Desafortunadamente, ese sentido del comedimiento lleno de tacto no fue compartido por el resto de los criados, que se burlaron de García hasta que este se puso rojo bajo su bronceado.
Myriam le preguntó por la oferta de las señoras tan pronto como encontró una oportunidad para estar a solas con él. Era mediodía, justo después de que Víctor García había terminado sus tareas en el exterior, y tenía unos pocos preciosos minutos de tiempo libre antes de que debiera vestirse con su uniforme para trabajar en la mansión.
Se repantigaron juntos en su punto favorito del río, donde un prado bajaba a la ribera. Hierbas altas los camuflaban de la vista cuando se sentaron en las rocas planas que se habían tornado suaves por el silenciosamente persistente flujo del agua. El aire estaba pesado por los aromas del mirto de la orilla y por el brezo calentado por el sol, una mezcla que apaciguó los sentidos de Myriam.
-¿Por qué no te vas con ella?- preguntó Myriam, subiendo sus rodillas bajo las faldas y rodeándoselas con los brazos.
Estirando su cuerpo larguirucho, Víctor se subió sobre un codo.-¿Con quién?
Myriam puso los ojos en blanco ante su fingida ignorancia.- Lady Brading, la mujer que quería contratarte. ¿Por qué la rechazaste?
Su lenta sonrisa casi la cegó.- Porque mi sitio está aquí,
- ¿Conmigo?
Víctor García se quedó callado, su sonrisa demorándose mientras la miraba a los ojos. Palabras no dichas colgaban entre ellos… palabras tan tangibles como el mismo aire que respiraban.
Myriam quería enroscarse a su lado como un gato perezoso, relajándose a la luz del sol y al amparo de su cuerpo. En su lugar, se forzó en quedarse quieta. – He escuchado casualmente a uno de los lacayos diciendo que podrías haber obtenido el doble de salario del que ganas ahora, sólo que tendrías que darle un tipo de servicio distinto del que estás acostumbrado.
-Debe haber sido cosa de James- murmuró García.- Maldita sea su lengua suelta. ¿Cómo puede saberlo él, en cualquier caso?.
Myriam se quedó fascinada al ver cómo el rubor cubría la parte alta de sus mejillas y el pesado puente de su nariz. Entonces lo comprendió. La mujer quería contratar a García para llevarlo a su cama. Una mujer de al menos dos veces su edad. Myriam se sintió comenzar a arder, y entonces su mirada se deslizó por el amplio perfil de sus hombros, bajando hacia la enorme mano que descansaba sobre el lecho verdinegro de musgo.
- Ella quería que durmieras con ella- Dijo más que preguntó Myriam, rompiendo el silencio que se había vuelto repentinamente íntimo.
Los hombros de García se contrajeron en señal del más puro encogimiento de hombros. –Dudo que dormir fuera su objetivo.
Su corazón se aceleró en una violenta cadencia cuando comprendió que no era la primera vez que le había ocurrido tal cosa a Víctor. Ella nunca se había permitido demorarse plenamente sobre la experiencia sexual de García—la perspectiva era demasiado perturbadora para contemplarlo.Víctor era suyo, y era insoportable pensar que él se volviera hacia alguien más para necesidades que ella se desesperaba por complacer. Si sólo, si sólo…
Sofocada bajo el peso de los celos, Myriam fijó su mirada sobre la mano grande y encallecida de García. Alguna otra mujer conocía a Víctor García mejor que ella, mejor de lo que ella nunca podría. Alguien había tomado su cuerpo sobre ella, dentro suyo, y había conocido la dulce calidez de su boca, y el roce de su mano sobre su piel. Se retiró cuidadosamente un mechón de pelo que se le había deslizado en los ojos.
- ¿Cuándo… cuándo fue la primera vez que tu…?- se vio forzada a parar cuando las palabras se le atascaron en la garganta. Era la primera vez en la vida que ella le preguntaba sobre sus asuntos sexuales, una materia en la que ella siempre había tenido escrupuloso cuidado por evitar.
Víctor no contestó. Levantando la mirada hacia él, Myriam vio que parecía perdido en la profunda contemplación de un bicho mientras escalaba una larga hoja de hierba.
- No creo que debamos hablar sobre eso- dijo finalmente con voz muy suave.
- No te culpo por dormir con otras muchachas. Lo esperaba, en realidad, yo sólo…- Myriam sacudió su cabeza levemente, dolorida y aturdida cuando se forzó a si misma a admitir la verdad-…Yo sólo desearía que pudiera ser yo.- consiguió decir mientras el nudo en su garganta se hacía mayor.
García agachó la cabeza, la luz del sol deslizándose sobre su negro cabello. Suspiró y buscó su rostro, retirando el mechón de cabello cuando volvió a caer sobre su mejilla. La yema de su pulgar frotó la marca de belleza cercana a su boca, el pequeño lunar que siempre parecía fascinarle tanto.
- Nunca podrás ser tú- murmuró.
Myriam asintió, mientras una cruda emoción hacía su boca contraerse y sus ojos entornarse contra la amenaza de las lágrimas.
-Víctor—
- No- advirtió rudamente él, retirando su mano, sus dedos cerrándose apretadamente en el aire vacío.- No lo digas, Myriam.
- No cambia nada, si lo digo o no. Te necesito. Necesito estar contigo.
- No.
- Imagina cómo te sentirías si yo durmiera con algún otro hombre- dijo ella en temeraria desdicha- sabiendo que él me estaba dando el placer que tú no puedes, que él me tomaba en sus brazos por la noche y…-
Víctor hizo un sonido gutural y rodó con rapidez sobre ella, extendiéndola bajo él sobre la dura tierra.
- Lo mataría-dijo Víctor roncamente- No podría soportarlo.
Víctor miró su rostro lleno de lágrimas y luego su mirada se movió a su ruborizada garganta y al rápido movimiento de sus pechos alzados. Una curiosa mezcla de triunfo y alarma llenó a Myriam cuando vio el calor sexual de su mirada, y sintió la agresiva energía masculina de su cuerpo.
Víctor cerró los ojos, luchando por controlarse.
- Tengo que dejarte ir.- dijo entre dientes.
- Todavía no- susurró Myriam. Se retorció un poco, sus caderas levantándose contra las suyas, y el movimiento provocó una marea de sensaciones en lo profundo de su abdomen.
Víctor gruñó, cerniéndose sobre ella, mientras sus dedos se hundían en la densa capa de musgo que cubría la tierra.
- No. - su voz estaba rota con la ira y el esfuerzo y… algo más… algo que sonaba a excitación.
Myriam se movió de nuevo, embargada con un peculiar sentimiento de urgencia, queriendo cosas para las que ella no podía encontrar palabras. Deseando su boca.. manos… cuerpo.. queriendo poseerlo y ser poseída.
- Te amo- dijo Myriam, buscando a tientas un modo de convencerlo de la enormidad de su necesidad- Te amaré hasta el día en que muera. Eres el único hombre que siempre querré, Víctor, el único…-
Sus palabras fueron sofocadas cuando él apresó su boca en un suave, sincero beso. Myriam gimió de satisfacción, dado la bienvenida a la tierna exploración, la punta de su lengua buscando el delicado interior de sus labios. La besó como si estuviera robando secretos de su boca, devastándola con exquisita gentileza. Vorazmente, ella deslizó las manos bajo su camisa y sobre su espalda, saboreando el tacto de sus músculos flexionándose y del lustre de su piel.
Él, como ella, sabía, que cada momento de prohibida intimidad venía con un precio que ninguno de ellos podían permitirse.
- Sigue- dijo Myriam con voz confusa, su corazón golpeándole en el pecho. Besó la dura línea de su mandíbula, sus mejillas, cada parte de su rostro que ella podía alcanzar. Encontrando un punto sensible a un lado de su cuello, se concentró en el lugar vulnerable hasta que todo el cuerpo de él tembló.
– No pares- susurró fervientemente- No pares todavía. Nadie puede vernos. Víctor, por favor ámame, ámame….
Las palabras parecieron erosionar su voluntad de resistir.
- No me casare con nadie excepto contigo, García- susurró ella- Y si alguna vez me dejas, me quedaré sola el resto de mi vida. Su cabeza morena bajó sobre la suya.
- Myriam- dijo con la voz reverente que podría haber usado para una plegaria- Yo nunca te dejaré a no ser que me digas que me vaya.
Dejando escapar un suspiro, forcejeó para arreglar sus ropas. Después de un momento García se puso sobre su costado para mirarla. Parecía retomado el control sobre sí mismo, aunque sus ojos todavía brillaban de pasión no satisfecha. Myriam sacudió su cabeza con una melancólica sonrisa.
- Nadie me mirará nunca como lo haces tú, como si me amaras con cada parte de tu cuerpo.
Lentamente, él se estiró y empujó un bucle de pelo tras su oreja. –Así es como me miras tú a mí también.
Myriam tomó su mano y besó la ruda superficie de sus nudillos.
- Prométeme que siempre estaremos juntos.
Pero Victor permaneció en silencio, porque ambos sabían que era una promesa que él no podía hacer.
Myriam sabía que lo más seguro sería fingir que esos minutos llenos de pasión en el río nunca habían existido. Era imposible, sin embargo. Cuando Victor estaba cerca, ella sentía su cuerpo entero reaccionar a su presencia. Las emociones parecían desperdigarse desde ella, cargando la atmósfera hasta que estaba segura de que cualquiera podía sentirlas. Ella no se atrevía a encontrarse con la mirada de Víctor delante de otros, temerosa de que su expresión la traicionara. Víctor era mucho mejor que ella en mantener una fachada impasible, pero algunos de los criados, incluyendo a la señora Faircloth, remarcaron lo inusualmente callado que había estado durante la semana pasada. Estaba claro para los que lo conocían bien que algo le preocupaba.
- Es la edad, supongo- le dijo la señora Faircloth a Salter, el mayordomo- los jóvenes son todo ánimo y travesuras un día y todo oscuridad y rebelión al siguiente.
- No importa cuál sea su temperamento, será mejor que Víctor haga su trabajo bien- dijo Salter hoscamente.
- O por su bien volverá a los establos, y será un criado de la clase más bajo durante el resto de sus días.
Cuando Myriam le repitió el comentario a Víctor una tarde, él hizo una mueca y se rió. Estaba ocupado sacando brillo a los paneles laqueados de un carruaje, mientras Myriam se sentaba sobre un cubo puesto bocabajo y lo miraba. La cochera estaba vacía y en silencio, excepto por él.
La tarea de Víctor le había hecho sudar, hasta que su blanca camisa se adhería dispareja a la superficie muscular de su espalda. Sus hombros se abultaban y flexionaban cuando aplicó una capa de cera en el lacado negro, y la frotó hasta que brilló como el cristal. Myriam se había ofrecido a ayudarle, pero él había rehusado inexorablemente y le había quitado el trapo.
- Es mi trabajo- le dijo bruscamente- siéntate allí y mira.
Myriam le había obedecido con placer, disfrutando de la gracia masculina de sus movimientos. Como todo lo que hacía, Víctor ejecutó la tarea meticulosamente. Había sido enseñado desde niño que el trabajo bueno era su propia recompensa, y eso, acompañado de una completa falta de ambición, lo hacían un criado perfecto. Era el único defecto que Myriam le podía encontrar: su automática aceptación de su papel en la vida, una resignación tan intrínseca que parecía que nada pudiera cambiarlo. De hecho, meditó culpablemente, si no fuera por ella, Víctor habría sido perfectamente feliz con su destino. Ella era la única cosa que él siempre había querido y que nunca tendría. Y ella sabía cuán egoísta por su parte era mantenerlo tan firmemente atado a ella, pero no podía obligarse a dejarlo ir. Él le era tan necesario como lo era la comida y el agua y el aire.
- No quieres ser un criado inferior para siempre, ¿verdad?- presionó ella, llevando sus pensamientos a la conversación de ellos.
- Me gusta más que trabajar en la casa y llevar uniforme- replicó él.
- La señora Faircloth cree que podrías hacerte primer lacayo algún día, o incluso ayuda de cámara- Myriam se negó a mencionar la pesarosa observación del ama de llaves acerca de que aunque Víctor haría un maravilloso ayuda de cámara, sus posibilidades de ello estaban grandemente disminuidas por su apostura. Ningún señor querría un ayuda de cámara cuya apariencia y porte deslucieran la suya propia. Es más, a alguien como Víctor lo conservaría de uniforme que lo marcara claramente como criado.- Y estarías mejor pagado.
- No me importa eso- murmuró él, aplicando más cera a la puerta de la superficie frontal del carruaje.-¿Para qué necesito más dinero?.
Myriam frunció el ceño pensativamente.- Para comprar algún día una casita, y explotar tu propio terreno.
Víctor hizo una pausa a mitad de su abrillantado y la miró sobre su hombro con una repentina chispa diabólica en sus ojos verde azulados. - ¿y quién viviría conmigo, en mi casita?
Myriam se encontró con su mirada y sonrió, mientras una fantasía la hacía presa y la sofocaba con calidez.
- Yo, por supuesto.
Considerando eso, Víctor colgó el trapo del encerado en el gancho de la lámpara del carruaje antes de aproximarse a ella lentamente. El estómago de Myriam se estremeció ante la mirada de su rostro.
- Necesitaría ganar una cantidad respetable de monedas para eso -murmuró- Mantenerte debe ser un objetivo costoso.
- No costaría tanto- protestó ella indignada.
Él le disparó una mirada escéptica.- Sólo el precio de tus cintas del pelo, me convertiría en mendigo, esposa.
La palabra esposa, pronunciada en ese tono bajo, la hizo sentir como si se hubiera tragado una cucharada de caramelo.
- Te compensaré de otras formas- replicó ella.
Sonriendo, Víctor se agachó y la puso en pie. Sus manos se deslizaron ligeramente sobre sus costados, demorándose justo bajo sus brazos, las palmas de sus manos rozando contra sus pechos. El masculino aroma almizclado de él y el brillo de su piel manchada de sudor la hizo tragar con esfuerzo. Sacó de su manga un pañuelito bordado de pequeñas rosas y secó la frente de él.
Tomándole la delicada prenda, Víctor observó la artesanía de puntadas verdes y rosas con una sonrisa.
- ¿Lo has hecho tú?- su pulgar acarició las flores bordadas- Es hermoso.
Ella se sonrojó de placer ante el cumplido- Sí, trabajaba en él por las tardes. Una señora nunca debe sentarse con las manos ociosas.
Víctor remetió el pañuelo en la cintura de sus pantalones y miró con presteza a sus alrededores. Asegurándose de que estaban completamente sólos, deslizó sus brazos alrededor de ella. Sus manos vagaron ligeramente sobre su espalda y sus caderas ejerciendo una deliciosa presión justo en los lugares oportunos, ajustando su cercanía con sensual precisión.
- ¿Estarás allí esperándome cada noche, en nuestra casita?- murmuró él.
Ella asintió, apoyándose en él.
Las gruesas pestañas negras de Víctor bajaron hasta que se hicieron sombras en sus mejillas.
- ¿Y me rascarás la espalda cuando vuelva fatigado y sucio del campo?
Myriam se imaginó su largo, poderoso cuerpo recortado en una tina de madera… sus suspiros de placer al calor del agua… su espalda de bronce brillando a la luz del fuego.
- Sí- jadeó ella- Y luego tu podrás enjabonarte mientras yo cuelgo la olla de estofado sobre el fuego, y te contaré la pelea que tuve con el molinero, que no me dio suficiente harina porque su báscula estaba trucada.
Víctor rió suavemente mientras las puntas de sus dedos rozaban ligeramente su garganta.
- El tramposo- murmuró, sus ojos destellando- Hablaré con él mañana. Nadie intenta desplumar a mi esposa y consigue librarse de ello. Mientras tanto, vámonos a la cama. Quiero tenerte toda la noche.
El pensamiento de irse a dormir con él a una acogedora cama, sus cuerpos desnudos entrelazados, hizo a Myriam temblar con anhelo.
- Probablemente te quedarás dormido tan pronto como tu cabeza toque la almohada- dijo- El trabajo de granja es una tarea dura, estarás agotado.
- Nunca estoy demasiado cansado para amarte-.
Sus brazos se deslizaron rodeándola, y se encorvó para acariciarle con la nariz la curva de su mejilla. Sus labios eran como terciopelo caliente cuando él susurró contra su piel- Voy a besarte desde la cabeza a la suela de los pies. Y no pararé hasta que te haga llorar, y luego te daré placer hasta que te debilites por mi amor.
Myriam deslizó sus dedos a su dura nuca y llevó la boca de él a la suya. Los labios de él cubrieron los suyos, moldeándoles gentilmente hasta que ella la abrió para admitir la incursión exquisita de su lengua. Ella quería la vida que él acababa de describir… la quería infinitamente más que el futuro que la aguardaba. Aunque esa vida perteneciera a otra mujer. La idea de alguien más compartiendo sus días y noches, sus secretos y sueños, la llenó de desesperación.
Víctor- gimió ella, quitando la boca de la suya- prométeme…
El la sostuvo más fuerte, acariciándole la espalda, frotando la mejilla contra su pelo.- Todo, todo...
- Si te casas con alguna otra, prométeme que siempre me amarás más a mí.
- Dulce y egoísta amada, - murmuró él tiernamente- Tendrás siempre mi corazón, me has arruinado para la vida.
Myriam envolvió su cuello con los brazos.
- ¿Estás resentido conmigo por ello?-su voz estaba sofocada contra su hombro
- Debería. Si no fuera por ti, habría estado contento con cosas ordinarias. Con una muchacha corriente.
- Lo siento.- dijo ella abrazándole con fiereza.
- ¿De veras?
- No.- admitió ella, y Víctor se rió, echándole la cabeza hacia atrás para besarla.
Su boca era firme y exigente, su lengua se deslizó profundamente con brutal sensualidad. Cuando las rodillas de Myriam se debilitaron, se amoldó a él hasta que no quedó ni un centímetro de espacio entre ellos. Víctor la sostuvo con facilidad, manteniéndola entre sus muslos, su gran mano acunando su nuca. La presión de sus labios se alteró cuando lamió el interior de su boca con un jugueteo erótico que arrancó un entrecortado suspiro de ella. Justo cuando pensaba que se derretiría en el suelo formando un charco de éxtasis, Myriam fue contrariada cuando Víctor quitó abruptamente la boca de la suya.
-¿Qué pasa?- preguntó ella con voz confusa.
Víctor la silenció dando un toque con el índice sobre sus labios, mirando la entrada de la cochera con ojos entrecerrados.
-Pensé que había oído algo.
Myriam frunció el ceño de repentina preocupación, mirando como él rápidamente cruzaba las losas a grandes pasos hacia la entrada abovedada. Él miró de un lado de la vacía cochera al otro. No detectando señales de nadie, se encogió de hombros y volvió hacia Myriam. Ella deslizó los brazos alrededor de su delgada cintura.
- Bésame otra vez.
- Oh, no- dijo él con una mueca torcida- Vas a regresar a la casa. No puedo trabajar contigo aquí.
- Me quedaré callada- dijo ella, sacando su labio inferior rebeldemente- ni siquiera sabrás que estoy aquí.
- Sí, si lo sabré. Miró a su propio cuerpo excitado, y entonces le disparó a ella una mirada enconada.- Y es difícil para un hombre hacer su trabajo cuando está en estas condiciones.
-Yo te lo pondré mejor.- ronroneó ella, bajando la mano - Sólo dime lo que tengo que hacer.
Con un gemido de risa, Víctor le robó a sus labios un cálido y rápido beso y la apartó de él.
- Ya te he dicho lo que vas a hacer: vuelve a la casa.
- ¿Escalarás a mi habitación esta noche?
- Puede.
Ella le lanzó una mirada burlonamente amenazadora, y Víctor hizo una mueca, sacudiendo la cabeza cuando se volvía al carruaje.
Aunque los dos eran conscientes de la necesidad de precaución, aprovechaban cualquier oportunidad para vagar juntos. Se encontraban en los bosques, o en su lugar del río, o por la noche en su balcón. Víctor rehusaba con firmeza cruzar el umbral de la habitación de Myriam, diciendo que no podía ser responsable de sus acciones, si se encontraba cerca de una cama con ella.
Su autocontrol era mucho mayor que el de ella, aunque Myriam era plenamente consciente del esfuerzo que le costaba, y cuánto la quería. Él le había dado placer dos veces más, besándola, sosteniéndola y acariciándola hasta que estaba relajada de satisfacción.
Si bien esos eran sus años maravillosos, sin embargo, su tiempo era demasiado corto en esta vida. Myriam sabía que su aventura amorosa con Víctor, tal y como era, no acabaría nunca. Por eso mismo, ella no esperaba que terminara tan rápidamente, ni de una manera tan brutal.
Su padre convocó Myriam a su estudio después de la cena una noche, algo que nunca había hecho antes. Nunca había habido ninguna razón para que el conde hablara con ella ni con su hermana Lidia en privado. Marcos, su hijo, era el único vástago al que el conde prestaba alguna atención… y ninguna de las muchachas envidiaban a su hermano mayor por ello. El conde era especialmente crítico con su heredero, exigiendo perfección en todo momento, prefiriendo motivar con miedo en lugar de con elogios. Y pese a todo el adusto tratamiento que Marcos había recibido, era esencialmente un muchacho amable y de buena naturaleza. Myriam tenía muchas esperanzas de que no se volvería como su padre algún día, pero había muchos años de moldeado de rudeza del conde almacenados para él.
En el momento en que Myriam llegó al estudio, sintió como si su estómago se hubiera vuelto un bloque de hielo. La frialdad se extendía hacia fuera a través de sus miembros hasta que llegó a la punta de sus dedos y a la suela de sus pies. No tenía ninguna duda en su mente del por qué había recibido esa orden inusual de su padre. El conde debía haber descubierto de algún modo su relación con Víctor. Si fuera otra cosa, le habría dicho a su madre o a la señora Faircloth que hablaran con ella. Pero el hecho de que se fuera a molestar en comunicarse directamente con ella mostraba que el asunto era de importancia. Y sus instintos le advirtieron que la confrontación iba a ser ciertamente abominable. Trató de pensar frenéticamente en cómo reaccionar, en cómo proteger mejor a Víctor. Haría cualquier cosa, prometería lo que fuera, para mantenerlo a salvo de la furia del conde.
Helada y sudando, alcanzó el estudio, con su interior de paneles oscuros y el enorme escritorio de caoba sobre el que se dirigían muchos de los negocios de la finca. La puerta estaba abierta, y una lámpara ardía en su interior. Entró en la habitación y se encontró a su padre de pie cerca del escritorio.
El conde no era un hombre apuesto, sus rasgos eran demasiado anchos y rudos, como si hubiera sido moldeado por un escultor que hubiera tenido demasiada prisa para refinar los profundos golpes de su cincel. Si el conde hubiera poseído una cierta medida de calidez o ingenio, o alguna adición de amabilidad, sus rasgos podrían haberse prestado un cierto duro atractivo.
Desafortunadamente, era un hombre desprovisto absolutamente de humor, que con todas las ventajas que Dios le había dado, estaba en amargo desacuerdo con todo en la vida. No encontraba placer en nada, especialmente en su familia, quienes le parecían poco más que una carga colectiva. La única aprobación que le había mostrado alguna vez a Myriam era un reluctante orgullo por su belleza física que amigos y extraños habían alabado tan a menudo. Mientras que por sus pensamientos, su carácter, sus esperanzas y miedos, no se preocupaba en absoluto por esos intangibles. Le había dejado claro que el único propósito en la vida de Myriam era casarse bien.
Cuando se encaró con su padre, Myriam se preguntó como era posible sentir tan poco por el hombre que la había engendrado. Uno de los muchos lazos entre ella y Víctor era el hecho de que ninguno de ellos había conocido cómo era el amor de un padre ni una madre. Para ambos, si no hubiera sido por la señora Faircloth, ninguno hubiera tenido ningún concepto de amor paternal.
Leyendo en la mirada de su padre un odio vivaz, Myriam reflexionó que eso era como él siempre había mirado a Lidia. La pobre Lidia, quien no tenía ninguna culpa de haber sido concebida por uno de los amantes de la condesa.
- ¿Enviaste a por mí, Padre?-murmuró sin entonación.
La luz de la lámpara acuchillaba sombras a través del rostro del conde de Westcliff cuando se dirigió a ella fríamente:
- En este momento – remarcó- estoy más seguro que nunca de que las hijas son una maldición del infierno.
Myriam dejó inexpresivo su rostro, aunque se vio forzada a hacer una breve inspiración cuando sus pulmones se contrajeron.
-Has sido vista con el mozo de cuadra- continuó el conde- Besándoos, con vuestras manos en el otro…”
Hizo una pausa, su boca contorsionándose brevemente antes de que consiguiera disciplinar sus rasgos.
- Parece que finalmente ha sobresalido la sangre de tu madre. Ella tiene un gusto similar por los de clase baja… aunque incluso ella tiene el sentido común de divertirse con los lacayos, mientras que tú pareces haber reducido tu interés a nada mejor que un desecho de cuadra.
Esas palabras llenaron a Myriam de un odio casi letal por su intensidad. Quería golpear el rostro burlón de su padre, vencerlo, herirlo en lo más profundo de su alma… si tenía una. Enfocando un pequeño cuadro de los paneles, Myriam se disciplinó para permanecer perfectamente quieta, dando sólo un pequeño respingo cuando su padre avanzó y le agarró la mandíbula con una mano. La presión de sus dedos mordió cruelmente los pequeños músculos de su rostro.
- ¿Ha tomado tu virtud?- ladró él.
Myriam le miró directamente en la superficie de obsidiana de sus ojos. –No.
Vio que no la creía. La garra hiriente sobre su rostro se tensó.
- Y si yo llamo a médico para examinarte, ¿confirmará él eso?.
Myriam no parpadeó, sólo lo miró sin expresión, retándole silenciosamente.
- Sí.- La palabra salió como un siseo.- Pero si hubiera sido por mí, mi virginidad se habría ido hace tiempo. Se la ofrecí libremente a Víctor, sólo desearía que él la hubiera aceptado.
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El conde la soltó con un sonido enfurecido y la abofeteó rápidamente, su palma estrellándose contra su mejilla. La fuerza de la bofetada le entumeció el rostro y le giró la cabeza a un lado. Aturdida, Myriam sostuvo la palma de su mano contra su mejilla inflamada, y lo miró con ojos abiertos.
La visión de su estupor y su dolor pareció calmar de algún modo al conde. Dejando escapar una profunda inspiración, fue a su silla y se sentó con gracia arrogante. Su brillante mirada oscura se encontró con la de ella.
- El muchacho se irá de la finca por la mañana. Y te asegurarás de que nunca se atreva a aproximarse a ti de nuevo. Porque yo descubriré si lo hace, y usaré todos los medios a mi disposición para arruinarle. Sabes que tengo el poder y la voluntad para hacerlo. No importa adónde vaya, lo haré encontrar y cazar. Y tendré el mayor placer en asegurarme que su vida termina miserable y tortuosamente. No se merece menos por profanar a la hija de un Montemayor.
Myriam nunca había comprendido verdaderamente con anterioridad que para su padre era una propiedad, que sus sentimientos no significaban nada para él. Ella sabía que él decía en serio cada palabra, que aplastaría a Víctor como un infeliz roedor bajo su pie. Eso no debía pasar. Víctor debía ser amparado de la venganza de su padre, y ser previsto. Ella no podía permitirle castigarlo simplemente porque se había atrevido a amarla. Mientras el miedo roía su corazón, habló con una voz frágil que no reconoció como suya.
- Víctor no se regresará si él cree que yo quiero que se vaya.
- Entonces por su bien, haz que él lo crea.
Myriam no dudó en su respuesta.
- Quiero que se encuentre un puesto para él. Uno decente, un aprendizaje, algo que le permita mejorar.
Su padre parpadeó un instante ante la audaz demanda.
- ¿Qué te da la temeridad para creer que yo voy a hacer eso por él?.
- Aún soy virgen. Dijo ella suavemente- Por ahora.
Sus miradas se sostuvieron durante un helado momento.
- Ya veo- murmuró el conde- Amenazarás con encamarte con el primer hombre que puedas encontrar, sea un pordiosero o un criador de cerdos, si no concedo tu petición.
- Exactamente.- No se requirió ninguna habilidad de actriz para que Myriam lo convenciera. Ella era sincera. Después de que Víctor se fuera, nada mantendría ningún valor para ella. Ni incluso su propio cuerpo.
La audacia de Myriam pareció despertar el interés del conde, tanto como lo irritó.
- Parece que aún tienes en ti algo de mi sangre-murmuró-Aunque hay, como siempre, mucho en cuestión, considerando a tu madre. Muy bien, le encontraré un puesto al insolente bastardo. Y tú harás tu parte para asegurarte que Stony Cross se libra de él.
- ¿Tengo tu palabra de eso?-persistió ella en voz baja, sus puños apretados a los costados.
- Sí.
- Entonces tú tienes la mía a cambio.
Una mueca despectiva contorsionó sus rasgos.- No te pido tu palabra, hija. No porque me fíe de ti, te aseguro que no es así. Sino porque he aprendido que el honor de una mujer tiene menos valor que la basura del suelo.
Como no se requería respuesta, Myriam permaneció de pie allí tiesa hasta que le ordenó que se fuera. Insensible y desorientada, caminó a su cuarto, donde esperó a que viniera Víctor. Los pensamientos clamaban frenéticamente en su mente. Una cosa era cierta, ningún poder en la tierra podría mantener a Víctor alejado de ella, mientras él creyera que ella todavía lo amaba.
Capítulo 3
Había sido un día largo y duro de trabajo para Víctor, ayudando a los asistentes del jardinero a construir un muro de piedra alrededor del huerto de frutales. Horas de levantar pesadas rocas habían provocado que sus músculos temblaran por el esfuerzo. Con una mueca lastimera, reflexionó en que no le sería de mucha utilidad a Myriam durante un día o dos (estaba casi demasiado dolorido para moverse). Pero quizás ella le dejaría descansar la cabeza en su regazo, y le dejaría echar una siesta durante unos pocos minutos, con su perfume y suavidad rodeándole. Dormir mientras sus dedos gentiles acariciaban su pelo… la idea lo llenó de fatigada anticipación. Sin embargo, antes de que pudiera ir con Myriam, debía ver a la señora Faircloth, que le había ordenado que fuera con ella de inmediato. Después de bañarse en la vieja bañera de hierro que todos los criados masculinos podían usar, Víctor fue a la cocina con el pelo todavía húmedo. Su piel tenía el aroma del acre jabón que se usaba para limpiar los suelos y hacer la colada, que también se les daba a los criados para sus necesidades personales.
-El muchacho de la entrada dijo que querías verme.- dijo Víctor sin preámbulos. Cuando miró al ama de llaves, se quedó sorprendido por la apariencia consternada de su rostro.
- Lord Westcliff ha pedido verte- dijo la señora Faircloth.
De repente, la gran cocina perdió su calor reconfortante, y la rica dulzura de un tarro de mermelada hirviendo en el fogón cesó de llamar a su más voraz que nunca apetito.
- ¿Por qué?- preguntó cautelosamente Víctor.
La señora Faircloth sacudió la cabeza. El calor de la cocina había hecho adherirse a mechones de su cabello sal y pimienta en sus mejillas.
- Te aseguro que no lo sé, y tampoco lo sabe Salter. ¿Te has metido en algún tipo de travesura, Víctor?.
- Travesura, no.
- Bueno, por lo que sé has hecho tu trabajo, y te has comportado tan bien como pueda hacerlo un muchacho de tu edad.- frunció el ceño contemplativamente- Quizás el señor desea recompensarte, o enviarte a alguna tarea especial.
Sin embargo, ambos sabían que eso era poco probable. El conde nunca convocaba a un criado inferior por tal razón. Era jurisdicción del mayordomo el ofrecer alabanzas o disciplina, o repartir nuevas responsabilidades.
- Ve y ponte tu uniforme- le rogó la señora Faircloth- No puedes presentarte delante del señor con tu ropa ordinaria. Y date prisa, no quiere esperar.
- Demonios- murmuró Víctor, encogiéndose ante la idea de vestir el odiado uniforme.
Fingiendo enfadarse, el ama de llaves levantó una cuchara de madera amenazadoramente- Otra palabra blasfema en mi presencia, y te golpearé en los nudillos.
- Sí, señora- Víctor bajó su cabeza y ensayó una expresión mansa que la hizo reír. Ella dio unos golpecitos en su mejilla con su cálida y mullida mano. Sus ojos eran suaves pozos de marrón cuando sonrió.
- Vete, y después de que hayas visto al conde, tendré pan fresco y mermelada esperándote.
Cuando Víctor se fue para obedecer, su sonrisa se desvaneció, y soltó un largo y tenso suspiro. Nada bueno vendría de la demanda del conde. La única posible razón para la convocatoria era su relación con Myriam. Se sintió ligeramente mareado. Víctor no le temía a nada excepto a la posibilidad de que lo apartaran de ella. La idea de días, semanas, meses pasados sin ser capaz de verla era insoportable… como si se le dijera que debía intentar vivir bajo el agua. Se abrumó por la necesidad de encontrarse con ella ahora, pero no había tiempo. Uno no se demora cuando el conde envía a por él.
Vistiéndose rápidamente en el uniforme de trencilla dorada, calzándose zapatos negros y medias blancas, Víctor fue al estudio donde le esperaba Lord Westcliff. La casa parecía peculiarmente silenciosa, llena del silencio que se daba antes de que tuviera lugar una ejecución. Usando dos nudillos como Salter le había enseñado, Víctor dio un cauteloso golpe en la puerta.
- Entra- dijo la voz del amo.
El corazón de Víctor latía tan fuerte que se sintió mareado. Dejando su rostro sin expresión, entró en la habitación y esperó justo dentro de la puerta. La habitación era sencilla y severa, cubierta con paneles de brillante cerezo y con ventanas de grandes vidrieras rectangulares en un lado. Estaba escasamente amueblada con bibliotecas, sillas de asiento duro y un gran escritorio donde se sentaba Lord Westcliff.
Obedeciendo al conciso gesto del conde, Víctor se aventuró en la habitación y se detuvo delante del escritorio.
- Mi señor- dijo humildemente, esperando que cayera el hacha.
El conde lo examinó con una mirada con los ojos entrecerrados.
- He estado considerando lo que se va a hacer contigo.
- ¿Señor?- cuestionó Víctor, su estómago dando un salto de una brusquedad mareante. Miró a los duros ojos de Westcliff y apartó instintivamente la mirada. Ningún criado se atreve a sostener la mirada del amo. Era un intolerable signo de insolencia.
- Ya no se requiere más tu servicio en Stony Cross Park.-la voz del conde era un calmado latigazo de sonido.- Serás despedido de inmediato. Me he encargado de asegurar otra ocupación para ti.
Víctor asintió en silencio.
- Estoy en tratos con un constructor de barcos de Bristol- continuó Westcliff- un tal señor Ilbery, que ha condescendido en tomarte como aprendiz. Sé que es un hombre honorable y espero que será un amo, si bien exigente, justo…
Westcliff dijo algo más, pero Víctor sólo lo medio escuchó. Bristol… no sabía nada de él, excepto que era un puerto comercial de los principales, y que estaba lleno de cuestas y era rico en carbón y metal. Al menos no estaba demasiado lejos, era un condado vecino.
- No tendrás oportunidad de regresar a Stony Cross- dijo el conde, volviendo a capturar su atención- Ya no eres más bienvenido, por razones que no deseo discutir. Y si intentas regresar, haré que lo lamentes amargamente.
Víctor comprendió lo que se le estaba diciendo. Nunca se había sentido tan a la merced de nadie. Era un sentimiento al que un criado debería estar bien acostumbrado, pero, por primera vez en su vida, se sintió resentido por él.
Intentó tragarse su hirviente hostilidad, pero permaneció aguda e hiriente en el fondo de su garganta. Myriam…
- He organizado que seas transportado esta noche- dijo Westcliff fríamente.- La familia Farnham transporta bienes para su venta en el mercado de Bristol. Te permitirán montar en la parte trasera de su carro. Recoge tus pertenencias de inmediato, y llévalas al hogar de los Farnham en el pueblo, desde donde partirás.
Abriendo el cajón del escritorio, extrajo una moneda y se la lanzó a Víctor, que la cogió instintivamente. Era una corona, el equivalente a cinco chelines.
- Tu paga del mes, aunque te faltan unos pocos días para las cuatro semanas completas- comentó Westcliff- Que no se diga nunca que soy poco generoso.
- No, milord- medio susurró Víctor. Esta moneda, junto con la exigua cantidad de ahorros de su cuarto sumaría aproximadamente dos libras. Tendría que hacerlo durar, ya que su aprendizaje sería probablemente un trabajo sin paga.
- Puedes irte ahora. Dejarás atrás tu uniforme, ya que no tendrás más necesidad de él.- el conde volvió su atención a algunos papeles del escritorio, ignorando completamente a Víctor.
- Sí, milord- la mente de Víctor era una revolución de confusión cuando dejó el estudio.
¿Por qué no le había preguntado nada el conde?, ¿Por qué no había exigido saber con precisión cuán lejos había ido su corto de vida amorío?. Quizás Westcliff estaba asumiendo lo peor, que Myriam ya había tomado a Víctor como su amante. ¿Sería castigada Myriam por ello?
No estaría aquí para descubrirlo. No sería capaz de protegerla ni reconfortarla… iba a ser eliminado de su vida con precisión quirúrgica. Pero maldito si no iba a verla de nuevo. El estupor palideció, y de repente su aliento pareció arder en la garganta y pecho, como si hubiera inhalado fuego en sus pulmones.
Myriam casi se dobló sobre sí misma de agonía cuando escuchó el sonido que había estado esperando… el silencioso rascar de Víctor escalando a su balcón. Su estómago rodó, y apretó los puños contra su abdomen. Sabía lo que tenía que hacer. Y sabía que incluso sin la manipulación de su padre, su intrusión en la vida de Víctor sólo podía haber resultado en desdicha para ambos. Víctor estaría en mejor situación para hacer un nuevo comienzo, sin estorbos de nada ni nadie de su pasado. Encontraría a alguien más, alguien que fuera libre de amarlo como ella nunca lo sería. Y no dudaba que se le ofrecerían muchos corazones femeninos a un hombre como él
Myriam sólo deseó que hubiera otra forma de liberarlo, un modo que no les causara tanto dolor a ambos.
Vio a Víctor en su balcón, una gran sombra detrás de la red de la cortina de encaje. La puerta se había dejado ligeramente abierta… La golpeó ligeramente con el pie, pero como siempre, no se atrevió a cruzar el umbral.
Myriam encendió cuidadosamente una vela al lado de la cama, y miró cómo su propio reflejo cobraba parpadeante vida en los paneles de cristal, sobreimpresa a la oscura forma de Víctor antes de que la puerta se abriera más y la imagen se deslizara fuera.
Myriam se sentó en la esquina de la cama más cercana al balcón, no confiando en sí misma para acercarse más a él.
- Has hablado con el conde- dijo sin inflexión, mientras una gota de sudor se deslizaba hacia abajo por su tensa espalda.
Víctor estaba muy quieto, interpretando la rigidez de su postura, el modo en que se negaba a él. A esas alturas debería haber estado en sus brazos..
- Me dijo…
- Sí, sé lo que te dijo- interrumpió suavemente Myriam- Vas a dejar Stony Cross Park. Y es lo mejor, realmente.
Víctor hizo una lenta, confusa sacudida de cabeza.
- Necesito cogerte en brazos- susurró él, y por primera vez dio un paso dentro de la habitación. Se paró sin embargo, cuando Myriam alzó una mano en un gesto de freno.
- No- dijo ella, y tomó aliento para terminar cuanto antes- Se ha terminado, Víctor. La única cosa que queda por hacer es decir tu despedida y desaparecer.
- Encontraré una forma de regresar- dijo él confusamente, su mirada acosada- Haré cualquier cosa que me pidas…
- Eso no sería sensato. Yo…- el autoaborrecimiento se enroscó en ella cuando se forzó a seguir- No quiero que regreses. No quiero volver a verte más.
Mirándola sin expresión, Víctor retrocedió un paso de ella-
- No digas eso- murmuró con voz ronca- No importa dónde vaya, nunca dejaré de amarte. Dime que sientes lo mismo, Myriam. Dios… no puedo vivir sin alguna brizna de esperanza.
Era precisamente esa esperanza lo que provocaría su probable ruina. Si él tenía esperanzas, regresaría a ella, y entonces su padre lo destruiría. El único modo de salvar a Víctor era alejarlo por su bien… extinguir toda fe en su amor. Si no llevaba eso a cabo, entonces ningún poder sobre la tierra sería suficiente para mantenerlo lejos de ella.
- Te pido disculpas por mi padre, desde luego, dijo Myriam en una voz ligera y quebradiza- Le pedí que te despidiera para evitarme el embarazo. Él estaba enfadado, por su puesto, dijo que debería al menos haber mirado en algún lugar por encima de las cuadras. Tenía razón. La próxima vez elegiré con más distinción.
- ¿La próxima vez?- Víctor parecía como si hubiera sido golpeado.
- Me has divertido un tiempo, pero ya estoy aburrida de ti. Supongo que deberíamos intentar separarnos como amigos, sólo que…. eres sólo un criado, después de todo. Por lo tanto, permite que lo terminemos limpiamente. Es mejor para ambos que te vayas antes de que me vea forzada a decir cosas que nos harán sentir incluso más incómodos. Vete, Víctor. Ya no te quiero.
-Myriam... tú me quieres..."
- Estaba jugando contigo. He aprendido todo lo que podía de ti. Ahora necesito encontrar un caballero con el que practicar.
Víctor se quedó callado, mirándola la mirada de un animal herido de muerte. Desesperadamente, Myriam se preguntó cuánto más podría continuar sin quebrarse.
- ¿Cómo podría amar a alguien como tú?- preguntó ella, cada palabra de desdén causando una cuchillada de agonía en ella.- Eres un bastardo, Víctor… no tienes familia, ni linaje, ni medios… ¿qué podrías ofrecerme que no pudiera tomar de cualquier hombre de bajo linaje?. Vete, por favor.- sus uñas dejaron surcos sangrientos en las palmas de sus manos.- Vete.
Mientras se desentrañaba el silencio, Myriam bajó la cabeza y esperó, temblando, rezando a un Dios misericordioso que Víctor no se acercara a ella. Si la tocaba, o le hablaba otra vez, se desmoronaría de angustia. Se hizo inspirar y espirar, forzando a sus pulmones a trabajar, deseando que su corazón siguiera latiendo. Después de largo rato, abrió los ojos y miró el umbral vacío.
Se había ido.
Levantándose de la cama, consiguió alcanzar el lavamanos y se aferró con los brazos rodeando el cuenco de porcelana. La náusea erupcionó en espasmos castigadores, y se dedicó a ello con jadeos de desdicha, hasta que su estómago estuvo vacío y sus rodillas habían perdido toda capacidad de funcionamiento. Tropezando y reptando hacia el balcón, se acuclilló contra la barandilla y agarró los barrotes de hierro.
Vio la distante figura de Víctor caminando por el camino que salía de la mansión, camino que conectaba con la carretera del pueblo. Llevaba la cabeza baja, y se fue sin una mirada hacia atrás.
Myriam lo miró hambrientamente a través de los barrotes pintados, sabiendo que nunca lo volvería a ver
-Víctor- suspiró ella. Miró por los pintados barrotes hasta que desapareció, siguiendo un giro del camino que lo conduciría lejos de ella. Y entonces presionó su rostro gélido y sudoroso contra la manga de su vestido, y sollozó.
aitanalorence- VBB ORO
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Ay noo Ke triste inicio gracias por los capitulos.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Capitulo 4
La señora Faircloth llegó a la puerta del escritorio de Myriam, una pequeña antecámara de su dormitorio. La diminuta habitación se había originado de un castillo construido a principios del siglo diecisiete. Años atrás, el conde y la condesa habían comprado el gabinete abovedado en un viaje que habían realizado al exterior. Había sido empacado dentro de bastos paneles de madera, los cuadros, el techo y el suelo y completamente reconstruido en Stony Cross Park. Tales habitaciones eran raras en Inglaterra pero comunes en Francia, donde la clase alta utilizaba aquellos cuartos para soñar despiertos, estudiar y escribir, y conversar íntimamente con algún amigo.
Myriam se acurrucó en la esquina de un sillón que había estado alojada contra la ventana del añejo vidrio, con la mirada fija en la nada. El estrecho umbral por debajo de los cristales de la ventana con pequeños objetos... un diminuto caballito pintado de metal... un par de soldados de hojalata, uno de ellos sin un brazo... un botón barato de madera de la camisa de un hombre... un pequeño cuchillo enfundado con un mango tallado con la punta de un cuerno. Todos los artículos eran trocitos y piezas del pasado de Víctor que Myriam había coleccionado. Sus dedos estaban enrollados alrededor del dorso de un pequeño libro de versos, la absurda clase de libros utilizados para enseñar a los niños las reglas de la gramática y la ortografía. La señora Faircloth recordó más de una ocasión en la que había visto a Myriam y Víctor de niños, leyendo juntos el abecedario, con sus cabezas muy juntas mientras Myriam se empeñaba en tratar de enseñarle sus lecciones. Y Víctor había escuchado de mala gana, aunque era bastante claro que hubiera preferido mucho más andar corriendo por los bosques como una criatura incivilizada.
Frunciendo el ceño, la señora Faircloth colocó un plato de sopa y tostadas sobre la falda de Myriam. "Es hora de que comas algo" dijo, acentuando su preocupación con una voz severa.
En el mes en que Víctor había partido, Myriam no había podido comer o dormir. Débil y desanimada, pasaba la mayor parte de su tiempo a solas. Cuando se le ordenada acompañar a la familia en la cena, se sentaba sin tocar su comida y permanecía anormalmente silenciosa. El conde y la condesa decidieron considerar el rechazo de Myriam como un capricho infantil. Sin embargo, la señora Faircloth no compartía esa opinión, preguntándose cómo podían desestimar tan fácilmente el profundo afecto que existía entre Myriam y Víctor.
El ama de llaves había tratado de razonar acerca de su preocupación, recordándose a sí misma que ellos eran simples niños, y como tales, eran criaturas muy animosas. Aún así... perder a Víctor parecía desquiciar a Myriam.
"Yo también lo extraño," dijo el ama de llaves, con un nudo en la garganta y dolor compartido. "Pero debes pensar en lo que es mejor para Víctor, no para ti. No querrías que él permaneciera aquí y estuviera atormentado por todas las cosas que no podría tener. Y no le sirve a nadie dejarte convertir en pedazos de esta manera. Estás pálida y delgada, y tu cabello está tan áspero como la cola de un caballo. ¿Qué pensaría Víctor si te viese ahora?"
Myriam elevó una lánguida mirada hacia la de ella. "Él pensaría que es lo que merezco por ser tan cruel."
"Él entenderá algún día. Reflexionará sobre ello y se dará cuenta de que tú sólo podías haberlo hecho por su propio bien."
"¿Tú piensas eso?" Preguntó Myriam sin aparente interés.
"Por supuesto", asintió vehemente la señora Faircloth.
"Yo no" Myriam recogió el caballito de metal de la ventana y lo observó sin emoción. "Pienso que Víctor me odiará por el resto de su vida."
El ama de llaves meditó en las palabras, convenciéndose cada vez más de que si algo no se hacía pronto para sacudir a la joven de su congoja, se podría provocar un daño permanente en su salud.
"Quizá debería decirte que... he recibido una carta de él," dijo la señora Faircloth, aunque había tenido la intención de guardar esa información para ella misma. No se podía predecir cómo reaccionaría Myriam ante las noticias. Y si el conde se enterara de que la señora Faircloth había permitido a Myriam ver aquella misiva, habría aún otro puesto libre en Stony Cross Park... el de ella.
Los ojos oscuros de la joven revivieron de repente, cargados de un brillo frenético. "¿Cuándo?"
"Esta misma mañana"
"¿Qué escribió? ¿Cómo está?"
"Aún no he leído la carta, tú sabes como son mis ojos. Necesito la luz apropiada... y he extraviado mis lentes..."
Myriam empujó el plato a un lado y salió con esfuerzo del sillón "¿Dónde está? Déjame verla de una vez... oh, porqué esperaste tanto para decírmelo?"
Inquieta por el color febril que se había apoderado del rostro de la joven, la señora Faircloth trató de calmarla. "La carta está en mi habitación, y no la tendrás hasta que termines cada bocado de ese plato." Dijo con firmeza. "A mi entender, nada a pasado a través de tus labios desde ayer… Te desmayarás antes de alcanzar las escaleras."
"Por todos los cielos, ¿cómo puedes hablar de comida?" Preguntó salvajemente Myriam.
La señora Faircloth la retuvo en su posición, sosteniendo la mirada desafiante de Myriam sin parpadear, hasta que la muchacha liberó sus manos con un sonido iracundo. Recogiendo el plato, agarró un trozo de pan y lo desgarró furiosamente con sus dientes.
El ama de llaves la observó con satisfacción. "De acuerdo, ven a buscarme cuando hallas terminado…. estaré en la cocina. Y luego iremos a mi cuarto por la carta."
Myriam comió tan rápido que casi se atragantó con el pan. Pasó un poquito mejor la sopa, con la cuchara temblando de una manera tan violenta que repartió poco más que algunas gotas a su boca. Parecía no poder concentrarse en un pensamiento, su mente estaba revuelta y girando. Sabía que no habría palabras de perdón o comprensión en la carta de Víctor…… no haría ninguna mención con respecto a ella. Eso no importaba. Todo lo que ella quería era alguna seguridad de que él estaba vivo y bien. Oh Dios, estaba hambrienta de noticias de él.
Tanteando con la cuchara, la arrojó con impaciencia en la esquina, y calzó sus pies en sus zapatos. Era una señal de lo estúpidamente absorbida que estaba en si misma, ya que no se le había ocurrido pedirle a la señora Faircloth comenzar una correspondencia con Víctor. Aunque era imposible para Myriam comunicarse con él, ella aún podía conseguir una frágil conexión a través del ama de llaves. La idea causó un cálido sentimiento de alivio en su interior, disolviendo el aislamiento que se había encajonado en ella por semanas. Voraz por la carta, anhelando ver las marcas que las manos de Víctor habían hecho en el pergamino, Myriam se apresuró a salir de la habitación.
Cuando llegó a la cocina, su aparición atrajo algunas miradas extrañas por parte de la fregadera y el par de cocineras, y se dio cuenta que su rostro debía de estar muy rojo. La excitación ardía en ella, haciendo difícil permanecer en calma mientras rodeaba la enorme mesa de madera hacia el lado en donde permanecían la señora Faircloth y la cocinera, cerca del horno de ladrillos sobre el hogar. El aire estaba cargado con el olor del pescado friéndose, el rico y graso aroma parecía cuajar el contenido del estómago de Myriam. Luchando contra una oleada de náuseas, tragó repetidamente y se dirigió hacia el ama de llaves, que estaba haciendo una lista junto con la cocinera.
"La carta" murmuró Myriam a su oído, y la señora Faircloth sonrió.
"Sí. Sólo un momento más, milady."
Myriam asintió con un suspiro impaciente. Se dio vuelta de frente al horno, donde una de las criadas procuraba voltear el pescado de una manera muy tosca. El aceite salpicaba repetidamente de la sartén cuando cada pieza era golpeada, el líquido se derramaba dentro de la canasta rellena con las brazas nuevas. Elevando sus cejas ante la ineptitud de la muchacha, Myriam dio un codazo al rechoncho cuerpo de la señora Faircloth. "Señora Faircloth…."
"Sí, ya casi terminamos." Murmuró el ama de llaves.
"Lo sé, pero el horno….."
"Una palabra más con la cocinera, milady."
"Señora Faircloth, no creo que la criada debiera…."
Myriam fue interrumpida por una sorpresiva ráfaga de aire caliente acompañada por un explosivo rugido mientras que la canasta empapada de aceite se prendía fuego. Las llamas alcanzaron el techo y se esparcieron hasta la sartén con el pescado, transformando la cocina en un infierno.
Aturdida, Myriam sintió que la criada tropezó con ella, y el aire escapó de sus pulmones mientras su espalda chocaba con el borde de la mesa dura.
Hipando por un poco de aire, Myriam estaba débilmente consiente de los gritos de temor de la criada, opacados por los agudos alaridos de la señora Faircloth para que alguien trajera un saco de sales de bicarbonato de la despensa, para sofocar las llamas.
Myriam dio la vuelta para escapar del calor y del humo, pero parecía que estaba rodeada por él. De repente su cuerpo estaba abarcado por el dolor más sofocante de lo que hubiera imaginado posible.
Entrando en pánico ante la comprensión de que sus ropas se prendieran fuego, corrió instintivamente, pero no podía escapar de las llamas que la devoraban viva.
Tuvo la empañada visión del rostro horrorizado de la señora Faircloth, y luego alguien la arrojó violentamente contra el suelo... la voz de un hombre maldiciendo.
Había punitivas quemaduras en sus piernas y en su cuerpo mientras él sacudía sus ropas incendiadas.
Myriam lloró y luchó contra él, pero no pudo respirar más, o pensar o ver mientras se sumergía en la oscuridad.
La señora Faircloth llegó a la puerta del escritorio de Myriam, una pequeña antecámara de su dormitorio. La diminuta habitación se había originado de un castillo construido a principios del siglo diecisiete. Años atrás, el conde y la condesa habían comprado el gabinete abovedado en un viaje que habían realizado al exterior. Había sido empacado dentro de bastos paneles de madera, los cuadros, el techo y el suelo y completamente reconstruido en Stony Cross Park. Tales habitaciones eran raras en Inglaterra pero comunes en Francia, donde la clase alta utilizaba aquellos cuartos para soñar despiertos, estudiar y escribir, y conversar íntimamente con algún amigo.
Myriam se acurrucó en la esquina de un sillón que había estado alojada contra la ventana del añejo vidrio, con la mirada fija en la nada. El estrecho umbral por debajo de los cristales de la ventana con pequeños objetos... un diminuto caballito pintado de metal... un par de soldados de hojalata, uno de ellos sin un brazo... un botón barato de madera de la camisa de un hombre... un pequeño cuchillo enfundado con un mango tallado con la punta de un cuerno. Todos los artículos eran trocitos y piezas del pasado de Víctor que Myriam había coleccionado. Sus dedos estaban enrollados alrededor del dorso de un pequeño libro de versos, la absurda clase de libros utilizados para enseñar a los niños las reglas de la gramática y la ortografía. La señora Faircloth recordó más de una ocasión en la que había visto a Myriam y Víctor de niños, leyendo juntos el abecedario, con sus cabezas muy juntas mientras Myriam se empeñaba en tratar de enseñarle sus lecciones. Y Víctor había escuchado de mala gana, aunque era bastante claro que hubiera preferido mucho más andar corriendo por los bosques como una criatura incivilizada.
Frunciendo el ceño, la señora Faircloth colocó un plato de sopa y tostadas sobre la falda de Myriam. "Es hora de que comas algo" dijo, acentuando su preocupación con una voz severa.
En el mes en que Víctor había partido, Myriam no había podido comer o dormir. Débil y desanimada, pasaba la mayor parte de su tiempo a solas. Cuando se le ordenada acompañar a la familia en la cena, se sentaba sin tocar su comida y permanecía anormalmente silenciosa. El conde y la condesa decidieron considerar el rechazo de Myriam como un capricho infantil. Sin embargo, la señora Faircloth no compartía esa opinión, preguntándose cómo podían desestimar tan fácilmente el profundo afecto que existía entre Myriam y Víctor.
El ama de llaves había tratado de razonar acerca de su preocupación, recordándose a sí misma que ellos eran simples niños, y como tales, eran criaturas muy animosas. Aún así... perder a Víctor parecía desquiciar a Myriam.
"Yo también lo extraño," dijo el ama de llaves, con un nudo en la garganta y dolor compartido. "Pero debes pensar en lo que es mejor para Víctor, no para ti. No querrías que él permaneciera aquí y estuviera atormentado por todas las cosas que no podría tener. Y no le sirve a nadie dejarte convertir en pedazos de esta manera. Estás pálida y delgada, y tu cabello está tan áspero como la cola de un caballo. ¿Qué pensaría Víctor si te viese ahora?"
Myriam elevó una lánguida mirada hacia la de ella. "Él pensaría que es lo que merezco por ser tan cruel."
"Él entenderá algún día. Reflexionará sobre ello y se dará cuenta de que tú sólo podías haberlo hecho por su propio bien."
"¿Tú piensas eso?" Preguntó Myriam sin aparente interés.
"Por supuesto", asintió vehemente la señora Faircloth.
"Yo no" Myriam recogió el caballito de metal de la ventana y lo observó sin emoción. "Pienso que Víctor me odiará por el resto de su vida."
El ama de llaves meditó en las palabras, convenciéndose cada vez más de que si algo no se hacía pronto para sacudir a la joven de su congoja, se podría provocar un daño permanente en su salud.
"Quizá debería decirte que... he recibido una carta de él," dijo la señora Faircloth, aunque había tenido la intención de guardar esa información para ella misma. No se podía predecir cómo reaccionaría Myriam ante las noticias. Y si el conde se enterara de que la señora Faircloth había permitido a Myriam ver aquella misiva, habría aún otro puesto libre en Stony Cross Park... el de ella.
Los ojos oscuros de la joven revivieron de repente, cargados de un brillo frenético. "¿Cuándo?"
"Esta misma mañana"
"¿Qué escribió? ¿Cómo está?"
"Aún no he leído la carta, tú sabes como son mis ojos. Necesito la luz apropiada... y he extraviado mis lentes..."
Myriam empujó el plato a un lado y salió con esfuerzo del sillón "¿Dónde está? Déjame verla de una vez... oh, porqué esperaste tanto para decírmelo?"
Inquieta por el color febril que se había apoderado del rostro de la joven, la señora Faircloth trató de calmarla. "La carta está en mi habitación, y no la tendrás hasta que termines cada bocado de ese plato." Dijo con firmeza. "A mi entender, nada a pasado a través de tus labios desde ayer… Te desmayarás antes de alcanzar las escaleras."
"Por todos los cielos, ¿cómo puedes hablar de comida?" Preguntó salvajemente Myriam.
La señora Faircloth la retuvo en su posición, sosteniendo la mirada desafiante de Myriam sin parpadear, hasta que la muchacha liberó sus manos con un sonido iracundo. Recogiendo el plato, agarró un trozo de pan y lo desgarró furiosamente con sus dientes.
El ama de llaves la observó con satisfacción. "De acuerdo, ven a buscarme cuando hallas terminado…. estaré en la cocina. Y luego iremos a mi cuarto por la carta."
Myriam comió tan rápido que casi se atragantó con el pan. Pasó un poquito mejor la sopa, con la cuchara temblando de una manera tan violenta que repartió poco más que algunas gotas a su boca. Parecía no poder concentrarse en un pensamiento, su mente estaba revuelta y girando. Sabía que no habría palabras de perdón o comprensión en la carta de Víctor…… no haría ninguna mención con respecto a ella. Eso no importaba. Todo lo que ella quería era alguna seguridad de que él estaba vivo y bien. Oh Dios, estaba hambrienta de noticias de él.
Tanteando con la cuchara, la arrojó con impaciencia en la esquina, y calzó sus pies en sus zapatos. Era una señal de lo estúpidamente absorbida que estaba en si misma, ya que no se le había ocurrido pedirle a la señora Faircloth comenzar una correspondencia con Víctor. Aunque era imposible para Myriam comunicarse con él, ella aún podía conseguir una frágil conexión a través del ama de llaves. La idea causó un cálido sentimiento de alivio en su interior, disolviendo el aislamiento que se había encajonado en ella por semanas. Voraz por la carta, anhelando ver las marcas que las manos de Víctor habían hecho en el pergamino, Myriam se apresuró a salir de la habitación.
Cuando llegó a la cocina, su aparición atrajo algunas miradas extrañas por parte de la fregadera y el par de cocineras, y se dio cuenta que su rostro debía de estar muy rojo. La excitación ardía en ella, haciendo difícil permanecer en calma mientras rodeaba la enorme mesa de madera hacia el lado en donde permanecían la señora Faircloth y la cocinera, cerca del horno de ladrillos sobre el hogar. El aire estaba cargado con el olor del pescado friéndose, el rico y graso aroma parecía cuajar el contenido del estómago de Myriam. Luchando contra una oleada de náuseas, tragó repetidamente y se dirigió hacia el ama de llaves, que estaba haciendo una lista junto con la cocinera.
"La carta" murmuró Myriam a su oído, y la señora Faircloth sonrió.
"Sí. Sólo un momento más, milady."
Myriam asintió con un suspiro impaciente. Se dio vuelta de frente al horno, donde una de las criadas procuraba voltear el pescado de una manera muy tosca. El aceite salpicaba repetidamente de la sartén cuando cada pieza era golpeada, el líquido se derramaba dentro de la canasta rellena con las brazas nuevas. Elevando sus cejas ante la ineptitud de la muchacha, Myriam dio un codazo al rechoncho cuerpo de la señora Faircloth. "Señora Faircloth…."
"Sí, ya casi terminamos." Murmuró el ama de llaves.
"Lo sé, pero el horno….."
"Una palabra más con la cocinera, milady."
"Señora Faircloth, no creo que la criada debiera…."
Myriam fue interrumpida por una sorpresiva ráfaga de aire caliente acompañada por un explosivo rugido mientras que la canasta empapada de aceite se prendía fuego. Las llamas alcanzaron el techo y se esparcieron hasta la sartén con el pescado, transformando la cocina en un infierno.
Aturdida, Myriam sintió que la criada tropezó con ella, y el aire escapó de sus pulmones mientras su espalda chocaba con el borde de la mesa dura.
Hipando por un poco de aire, Myriam estaba débilmente consiente de los gritos de temor de la criada, opacados por los agudos alaridos de la señora Faircloth para que alguien trajera un saco de sales de bicarbonato de la despensa, para sofocar las llamas.
Myriam dio la vuelta para escapar del calor y del humo, pero parecía que estaba rodeada por él. De repente su cuerpo estaba abarcado por el dolor más sofocante de lo que hubiera imaginado posible.
Entrando en pánico ante la comprensión de que sus ropas se prendieran fuego, corrió instintivamente, pero no podía escapar de las llamas que la devoraban viva.
Tuvo la empañada visión del rostro horrorizado de la señora Faircloth, y luego alguien la arrojó violentamente contra el suelo... la voz de un hombre maldiciendo.
Había punitivas quemaduras en sus piernas y en su cuerpo mientras él sacudía sus ropas incendiadas.
Myriam lloró y luchó contra él, pero no pudo respirar más, o pensar o ver mientras se sumergía en la oscuridad.
aitanalorence- VBB ORO
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Aitana, regresaste!!!! Re-bienvenida al foro, te extrañamos mucho y mira que regresas con un gran regalo, se nota que nos conoces bastante bien jaja!!! Gracias por esta novelita, estaremos pendientes y cuéntanos qué hiciste en nuestra ausencia?? Cómo está Vicky?!!
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Re: Disponible para ti
miil garciias niiña por compartiir la noveliita
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Disponible para ti
saludos gracias por tus comentarios!!!, en este tiempo hice otra niña jajaja nacio un mesito antes, pero esta perfecta!!! y tiene dos semanas apenas y vicky ya se imaginaran anda chipilona de hermana mayor, y yo en casa con las dos y refeliz de poder volver aunque sea al forito...
Continuamos...
Capitulo 5
"Parece que han llegado los Americanos" Dijo Myriam secamente, ella y su hermana, Lidia, regresaron a la casa solariega después de una caminata matutina. Se detuvo al lado de la fachada rocosa color miel para tener una buena vista de los cuatro vehículos adornados que estaban parados en el frente de la casa. Los sirvientes se chocaban a través del patio amplio enfrentado a la casa, desde los establos localizados en un lado, a los cuartos de los sirvientes en el otro. Los invitados habían llegado con una gran cantidad de baúles y equipaje para su estadía de un mes en Stony Cross Park. Lidia volvió para aguardar a Myriam. Ella era una atractiva joven de veinticuatro años, con cabello castaño claro, ojos verdes avellanados y delgada, de pequeña figura. Por sus modales alegres, uno podía pensar que a ella no le importaba en absoluto. Pero era evidente para cualquiera que mirara en sus ojos que ella había pagado un alto precio por los raros momentos de felicidad que había conocido.
"Tontos" Dijo Lidia con indiferencia, refiriéndose a sus invitados, "¿no les han dicho que no se estila llegar tan temprano en el día?"
"Pareciera que no"
"Bastante ostentosos, ¿no?" Murmuró Lidia, observando las molduras doradas y los paneles pintados a los lados de los carruajes.
Myriam sonrió. "Cuando los americanos gastan su dinero, lo hacen para mostrarlo"
Rieron e intercambiaron miradas maliciosas. Esta no era la primera vez que su hermano, Marcos, ahora lord Westcliff, había hospedado Americanos para sus famosas cacerías y sus reuniones de tiro. Parecía que en Hampshire, siempre era la temporada para algo... aves silvestres en Agosto, perdices en Septiembre, faisanes en Octubre, cornejas en primavera y verano, y conejos todo el año. La caza tradicional tomaba lugar dos veces a la semana, y ocasionalmente con las damas corriendo a los perros también. Todos los asuntos de negocios eran tratados en estas reuniones, que usualmente duraban semanas e incluían figuras políticamente influyentes o ricos profesionales. Durante estas visitas, Marcos persuadió astutamente a ciertos huéspedes para tomar parte con él de un asunto o de otro, o para concordar en una materia de negocios que serviría a sus intereses. Los Americanos que llegaron a Stony Cross eran usualmente ricos neauveaux... sus fortunas provenían de embarques de transporte, y herencias reales, o de fábricas que producían cosas como láminas de jabón, o rollos de papel. Myriam siempre había encontrado a los Americanos bastante agraciados. A ella le gustaban sus espíritus altivos, y le impresionó su anhelo por ser aceptados. Fuera de sentirse demasiado elegantes, usaban ropas que estaban una temporada o dos por detrás de la moda actual. En la cena estaban terriblemente ansiosos por si sus asientos habían sido ubicados después del marinero o si se les había dado el lugar más prestigioso cerca del hospedador. Y generalmente estaban preocupados acerca de la calidad, aclarando que preferían la porcelana de Sevres, las esculturas Italianas, vino Francés... y compañeras Inglesas. Los Americanos estaban notablemente ansiosos por concretar matrimonios transatlánticos, utilizando fortunas Yankees para atrapar empobrecidas sangres azules Británicas. Y ninguna sangre era más elevada que la de los Montemayor, quienes poseían uno de los condados más antiguos de la nobleza.
A Lidia le gustaba bromear acerca de su linaje, clamando que la reconocida ascendencia Montemayor podría hacer que una oveja negra como ella pareciera atractiva para un ambicioso Americano. "Considerando que ningún Inglés decente me tomaría, quizá debiera casarme con uno de esos simpáticos y ricos Yankees y navegar con él a través del Atlántico."
Myriam había sonreído y la había abrazado con fuerza. "No te atreverías," susurró en los cabellos de su hermana. "Te extrañaría demasiado"
"Que par que formamos" respondió Lidia con una lastimosa risa. "Te das cuenta de que ambas terminaríamos viejas y solteras, viviendo juntas con una gran horda de gatos."
"Dios me salve" había dicho Myriam con un quejido risueño.
Pensando en la conversación, Myriam deslizó un brazo alrededor de los hombros de su hermana. "Bueno, querida" dijo suavemente "esta es la oportunidad para que consigas un ambicioso Americano con grandes bolsillos. Justo lo que estabas esperando."
Lidia emitió un bufido. "Sólo estaba bromeando, como bien sabes. Además, ¿cómo puedes estar segura de que habrá hombres elegibles en la fiesta?"
"Marcos me contó un poco acerca del grupo de la noche anterior. ¿Alguna vez has oído de los Shaw de Nueva York? Han tenido dinero por tres generaciones, lo que es para siempre en América. La cabeza de la familia es el Sr. Gideon Shaw, que es soltero…. y aparentemente bastante apuesto."
"Bien por él" dijo Lidia. "De todos modos, no estoy interesada en la cacería de maridos, no importa cuán atractivo pueda ser."
Myriam presionó su brazo de manera protectora sobre los estrechos hombros de Lidia. Desde la muerte de su prometido, Lord Amberley, Lidia había jurado no enamorarse otra vez. Sin embrago, era evidente que Lidia necesitaba una familia propia. Su naturaleza era demasiado afectuosa para ser malgastada en la vida de soltería. Era una medida de cuán profundamente había amado Lidia a Amberley, tanto que aún lo lloraba dos años después de su muerte. Y seguramente Amberley, el más bondadoso de los jóvenes, no hubiera querido que Lidia pasara el resto de su vida sola.
"Uno nunca sabe" dijo Myriam. "Es posible que conozcas a un hombre a quien ames tanto, si no más, como amaste a Lord Amberley."
Los hombros de Lidia se atiesaron. "Dios, espero que no. Duele demasiado amar a alguien de esa manera. Tú lo sabes tan bien como yo."
"Sí" Admitió Myriam, luchando para alejar los recuerdos que se agitaban detrás de una puerta invisible en su mente. Recuerdos tan inhabilitantes que tuvo que ignorarlos por el bien de su propia salud.
Permanecieron juntas en silencio, cada una entendiendo las silenciosas penas de la otra. Cuán extraño, pensó Myriam, que la hermana menor que tenía siempre considerada como algo molesta, resultara ser su amiga más querida y su compañera. Suspirando, Myriam se volvió hacia una de las cuatro torres que estaban ubicadas en las esquinas del cuerpo principal de la finca. "Ven" dijo enérgicamente. "Entremos a través de la puerta de los sirvientes. No quiero encontrarme con nuestros huéspedes estando polvorienta por nuestra caminata."
"Yo tampoco quiero" Lidia siguió tras de sus pasos. "Myriam, ¿no te cansas alguna vez de ser la anfitriona de los invitados de Marcos?"
"No, en realidad no me importa, me gusta entretener, y siempre es agradable oír las noticias de Londres."
"La semana pasada, el viejo Lord Torrington dijo que tú tienes una manera de hacer que los otros se sientan más inteligentes e interesantes de lo que en verdad son. Dijo que eras la anfitriona más diestra que el haya conocido."
"¿Eso dijo? Por sus amables palabras pondré brandy extra en su té la próxima vez que nos visite." Sonriendo, Myriam se detuvo a la entrada de la torre y miró por sobre su hombro al cortejo de invitados y sus sirvientes, que se arremolinaban en el patio mientras varios baúles eran cargados por un camino o por el otro. Parecía ser un grupo ruidoso, esta compañía del Sr. Gideon Shaw. Mientras Myriam contemplaba el patio, su mirada fue atraída por un hombre que era más alto que el resto, su altura excedía aún más de las de los lacayos. Él era grande y de cabellos negros, con hombros anchos, y una segura, masculina manera de caminar, que estaba muy cercano al contoneo. Como los otros Americanos, estaba vestido con un traje entallado pero escrupulosamente conservador. Él se detuvo para conversar con otro invitado, su perfil duro parcialmente disimulado.
Verlo hizo sentir inquieta a Myriam, como si su autodominio hubiera sido apartado de repente. A esa distancia ella no podía ver sus rasgos con claridad, pero podía sentir su poder. Estaba en sus movimientos, en la innata autoridad de su posición, la arrogante inclinación de su cabeza. Nadie podía dudar que él era un hombre de importancia... ¿quizá él era el Sr. Shaw?
Lidia la precedió dentro de la casa. "¿Vienes Myriam?" Dijo sobre su hombro.
"Sí, yo..." Balbuceó Myriam en un silencio mientras continuaba mirando la distante figura, cuya vitalidad apenas escondida hacía que cualquier otro hombre en la vecindad pareciera pálido en comparación. Terminando su breve conversación, él cruzó a pasos largos hacia la entrada de la finca. En el momento en que iba a dar un paso, se detuvo... como si alguien hubiese gritado su nombre. Sus hombros se pusieron tensos bajo su saco negro. Myriam lo observó, hipnotizada por su imprevista tranquilidad. Lentamente él se volvió y la miró directamente. El corazón de ella se dio un fuerte, doloroso golpe y se retiró rápidamente hacia la torre antes de que sus miradas se encontraran.
"¿Qué pasa?" Preguntó Lidia con un toque de preocupación.
"Has enrojecido repentinamente." Ella se adelantó y tomó la mano de Myriam, tironeando con impaciencia. "Ven, lavaremos tu rostro y tus muñecas con agua fresca."
"Oh, estoy perfectamente bien." Replicó Myriam, pero el vacío de su estómago se sintió extraño y trémulo. "Es sólo que vi a un caballero en el patio..."
"¿El de pelo negro? Sí, yo también lo noté. ¿Por qué será que los Americanos son siempre tan altos? Quizá es algo en el clima, los hace crecer como malas hierbas."
"En ese caso, tú y yo deberíamos ir por una larga estadía." Dijo Myriam con una sonrisa, para ambas, ellas eran de pequeña estatura. Su hermano, Marcos, tampoco era más alto que lo usual, pero su contextura era tan muscular y fornida que representaba una peligrosa amenaza física para cualquier tonto capaz de retarlo.
Charlando confortablemente, las hermanas hicieron su camino hacia sus apartamentos privados en el ala este. Myriam sabía que debía ser rápida al cambiarse su vestido y refrescar su apariencia, mientras el temprano arribo de los Americanos había conmocionado a toda la casa. Los huéspedes querrían refrescos de alguna clase, pero no había tiempo para preparar un pleno desayuno. Los Americanos tendrían que contentarse con bebidas hasta que su desayuno de media mañana pudiera ser convocado.
De inmediato, Myriam hizo una lista mental de los contenidos de la despensa. Decidió que dispondría los bowls de cristal de frutillas y frambuesas, potes de manteca y jamón junto con pan y torta. Algunos espárragos salados y tocino asado también sería bueno, y Myriam también le diría al ama de llaves, la Sra. Faircloth que sirviera soufflé de langosta fría que sería la cena para más tarde. Algo más podría ser sustituido en la cena, quizá algunas finas chuletas de salmón con salsa de huevo, o panes dulces con tallos de apios--
"Bueno" dijo Lidia prosaicamente, interrumpiendo sus especulaciones, "que tengas un día placentero, debo proceder a escabullirme como es usual."
"No es necesario" dijo Myriam frunciendo el entrecejo instantáneamente. Lidia había optado virtualmente por esconderse luego de las escandalosas consecuencias de su trágica aventura amorosa con Lord Amberley. Aunque generalmente ella era observada con simpatía, Lidia aún era considerada como "arruinada", y por lo tanto, compañía inconveniente para aquellos de delicada sensibilidad. Ella nunca era invitada a eventos sociales de ninguna clase, y cuando un baile o una tertulia era organizada en Stony Cross Park, permanecía en su cuarto para evitar la reunión. Sin embargo, después de dos años de atestiguar el exilio social de Lidia, Marcos y Myriam habían acordado en que era suficiente. Quizá Lidia nunca podría recuperar la posición que había disfrutado antes de su escándalo, pero los hermanos estaban decididos a que ella no viviría el resto de su vida como una reclusa. Gentilmente la reacomodarían en los márgenes de la buena sociedad y eventualmente le encontrarían un marido de fortuna y respetabilidad adecuadas.
"Has cumplido tu penitencia, Lidia" dijo Myriam con firmeza. "Marcos dice que cualquiera que no se quiera unir contigo simplemente tendrá que abandonar el estado."
"Yo no evito a la gente porque tema su decepción." Protestó Lidia. "La verdad es que no estoy lista para volver a la corriente de las cosas aún."
"Puede que nunca te sientas lista" Contrarió Myriam. "Tarde o temprano tendrás que saltar de nuevo en ella"
"Tarde, entonces"
"Pero recuerdo cuanto te gustaba bailar, y jugar juegos de salón, y cantar al piano….."
"Myriam" Interrumpió Lidia con gentileza "Te prometo que algún día bailaré, jugaré y cantaré otra vez, pero tiene que ser en el momento de mi elección, no del tuyo."
Myriam cedió con una compungida sonrisa. "No es mi intención ser dominante, sólo quiero que seas feliz."
Lidia buscó su mano y la presionó. "Deseo, querida, que te preocupes por tu propia felicidad de la misma forma en que te preocupas por la de los demás."
Soy feliz, quería replicar Myriam, pero las palabras se atascaron en su garganta. Suspirando, Lidia abandonó su lugar en el hall. "Te veré más tarde esta noche."
Myriam agarró el tirador de porcelana pintado, lo empujó dentro de su habitación, y arrancó la cofia de su cabeza. El cabello de su nuca estaba húmedo con sudor. Halando las onduladas hebillas de alambre de sus largos rizos marrón chocolate, los colocó en su cómoda y tomó un cepillo de mango plateado. Lo arrastró lentamente por su cabello, saboreando el lisonjero rascado de las cerdas de jabalí en su cuero cabelludo.
Había sido un Agosto excepcionalmente cálido hasta ahora, y el condado hormigueaba de elegantes familias que serían atrapadas en los meses de verano en Londres. Marcos había dicho que el Sr. Shaw y su compañero de negocios estarían viajando ida y vuelta entre Hampshire y Londres, con el resto del séquito atrincherado en Stony Cross Park. Parecía que el Sr. Shaw planeaba abrir una oficina en Londres para las nuevas empresas de su familia, así como asegurar todos los derechos importantes del muelle que permitirían a sus barcos realizar las descargas en el puerto.
Aunque la familia Shaw ya era opulenta del estado real y de las especulaciones de Wall Street, recientemente se habían iniciado en el negocio de producción locomotora de rápido crecimiento. Aparentemente su ambición no era abastecer los rieles Americanos con locomotoras, carruajes y repuestos, sino también exportar sus productos a Europa. Según Marcos, Shaw no carecía de inversores para su nuevo emprendimiento y Myriam presintió que su hermano pretendía ser uno de ellos. Con ese objetivo en mente, Myriam pensó que el Sr. Shaw y su socio tenían una estadía extremadamente agradable en Stony Cross.
Con su mente repleta de planes, Myriam cambió a un ligero vestido de verano de algodón blanco, bordado con flores color lavanda. No llamó a la criada para que la ayudara. A diferencia de otras damas en su situación, ella se vestía sola la mayoría de las veces, requiriendo la ayuda de la Sra. Faircloth sólo cuando era necesario. El ama de llaves era la única persona que tenía permiso de ver a Myriam bañándose o vistiéndose, con excepción de Lidia.
Cerrando la hilera de pequeños botones de perlas del frente de su corpiño, Myriam permaneció frente al espejo. Expertamente ella trenzó y sujetó su cabello oscuro en una vuelta sobre su nuca. Mientras aseguraba la última hebilla en su peinado, vio en el reflejo que algo había sido dejado sobre la cama... un guante extraviado o liga, quizá... en el destello rosa damasco del cobertor. Frunciendo el ceño curiosamente, fue a investigar.
Se estiró para alcanzar el objeto sobre la almohada. Era un pañuelo viejo, la seda bordada de matiz descolorido, muchos de los hilos estaban gastados. Confundida, Myriam trazó el patrón de capullos de rosa con la yema de su dedo. ¿De dónde había venido? ¿Y por qué había sido dejado sobre su cama? El sentimiento de revoloteo regresó a su estómago, y su dedo se detuvo en la delicada trama del bordado.
Ella había hecho esto con sus propias manos, doce años atrás.
Sus dedos se cerraron en el trozo de tela, presionándolo contra su palma, de repente su pulso resonó en sus sienes, oídos, garganta y pecho. "Víctor", susurró.
Recordó el día en que se lo había dado a él... o más precisamente el día en que él lo había tomado de ella, en la sala de los carruajes del establo. Sólo Víctor le podía devolver ese fragmento del pasado a ella. Pero eso no era posible, Víctor había abandonado Inglaterra años atrás rompiendo su acuerdo de aprendizaje con el constructor de barcos Bristol. Nadie lo había visto o había oído de él nuevamente.
Myriam había pasado su vida entera de adulta tratando de no pensar en él, entreteniendo la fútil esperanza con el hecho de que el tiempo suavizaría los recuerdos del doloroso amor. Pero sin embrago, Víctor había permanecido con ella como un fantasma, llenando sus sueños con todas las abandonadas esperanzas que ella rehusaba admitir durante sus horas diurnas. Todo este tiempo ella no había sabido si él estaba vivo o muerto. Cualquier posibilidad era muy dolorosa de contemplar.
Todavía agarrando el pañuelo, Myriam salió de su cuarto. Pasó sin ser vista a través del ala este, como un animal herido, usando las puertas de los sirvientes para abandonar la finca. No había privacidad en la casa, y elle tenía que robar algunos minutos a solas para reunir su juicio. Un pensamiento era el principal en su mente... No regreses Víctor... El sólo verte me mataría... No regreses... No lo hagas...
Marcos, Lord Westcliff, dio la bienvenida a Gideon Shaw en su biblioteca. Marcos había conocido a Shaw antes, en una visita previa a Inglaterra, y había encontrado mucho que recomendar al hombre.
Permitiéndole pasar, Marcos estaba predispuesto a que no le agradaría Shaw, que era un conocido miembro de la llamada aristocracia Americana. A pesar de una vida de adoctrinamiento social, Marcos no creía en la aristocracia de ningún tipo. Él habría rechazado su propio título, si fuera legalmente posible. No era que tuviera presente la responsabilidad, ni que tuviera aversión al dinero heredado. Era sólo que nunca le había sido posible aceptar la superioridad innata de un hombre sobre otro. La noción era inherentemente injusta, sin mencionar que era ilógica y Marcos nunca había sido capaz de tolerar una falta de lógica.
Sin embargo, Gideon Shaw no era como los aristócratas Americanos que Marcos había conocido. De hecho, Shaw parecía disfrutar haciendo rebajar a su familia de New York con sus joviales referencias de su bisabuelo, un bruto y franco marinero mercante que había acumulado una sorprendente fortuna. Subsecuentes generaciones de Shaw refinados y de buenos modales hubieran preferido olvidar a sus vulgares ancestros... si sólo Gideon lo hiciera posible.
Shaw entró al cuarto con holgadas y tranquilas zancadas. Él era un hombre elegante de unos treinta y cinco años de edad. Su cabello del color del trigo estaba cortado en centelleantes capas, su piel era bronceada y estaba afeitado. Su apariencia era concentradamente Americana... ojos azules, rubio, con un aire de irreverencia. Pero había una oscuridad debajo de su dorada superficie, un cinismo e insatisfacción que habían marcado profundas líneas alrededor de sus ojos y boca. Su reputación era la de un hombre que trabajaba duro y que jugaba aún más fuerte, disparando rumores de bebida y libertinaje que Marcos sospechaba eran bien merecidos.
"Mi Lord" murmuró Shaw, intercambiando un decisivo apretón de manos, "es un placer llegar al fin."
Una criada entró sosteniendo un juego de plata de café, y Marcos gesticuló para que lo depositara sobre el escritorio.
"¿Cómo estuvo el viaje?" Preguntó Marcos.
Una sonrisa arrugó los extremos de los ojos azul grisáceos de Shaw. "Tranquilo, gracias a Dios. ¿Puedo preguntar por la condesa? ¿Confío en que esté bien?"
"Bastante bien, gracias. Mi madre me pidió comunicar sus disculpas por no poder estar en estos momentos, pero ella está visitando amigos en el exterior." Observando la bandeja de refrescos, Marcos se preguntó por qué Myriam no había aparecido aún para recibir a los invitados. Sin dudas estaba acomodando sus planes para compensar la temprana llegada.
"¿Tomará un poco de café?"
"Sí, por favor." Descendiendo su alta y flaca figura en la silla detrás del escritorio, Shaw se sentó con sus piernas descuidadamente desplegadas.
"¿Crema o azúcar?"
"Azúcar solamente, por favor." Mientras Shaw recibía su taza y platillo, Marcos notó un temblor diferente en sus manos, causando que la porcelana golpeteara. Eran los inconfundibles tremores de un hombre que aún no se había recuperado de la borrachera de la noche anterior.
Sin pasar por alto una sacudida, Shaw colocó la taza sobre el escritorio, retiró un frasco de plata del interior de su saco, y echó una generosa cantidad de licor en su café. Bebió de la taza sin utilizar el platillo, cerrando los ojos mientras la caliente infusión alcohólica vertía por su garganta. Mientras el café descendía, extendió la taza sin comentarios, y servicialmente Marcos la volvió a llenar. De nuevo fue representado el ritual del frasco.
"Su socio es invitado a acompañarnos" Dijo Marcos amablemente.
Recomponiéndose en su silla, Shaw bebió la segunda taza de café más lentamente que la primera. "Gracias, pero creo que por el momento, él está ocupado dándole instrucciones a los sirvientes." Una sonrisa irónica asomó en sus labios. "Víctor tiene aversión de sentarse en el medio del día. Él está en constante movimiento."
Habiendo tomado su propio asiento detrás del escritorio, Marcos se detuvo en el instante en que estaba llevando la taza a sus propios labios.
"Víctor" Repitió pausadamente. Era un nombre común. Aún así, una nota de alarma sonó en su interior.
Shaw sonrió descuidadamente. "Lo llaman el rey de la fundición en Manhattan. Es enteramente por su esfuerzo que las fundiciones Shaw han comenzado a producir máquinas locomotoras en lugar de maquinaria agrícolas."
"Eso es considerado por algunos como un riesgo innecesario", comentó Marcos. "Usted lo está haciendo muy bien con la producción de máquinas agrícolas... las segadoras y las sembradoras mecánicas de grano, en particular. ¿Por qué aventurarse con manufacturas locomotoras? Las principales compañías ferroviarias han construido sus propias maquinarias y es aparente que abastecen sus necesidades de una manera muy eficiente."
"No por mucho tiempo" Dijo Shaw tranquilamente. "Estamos convencidos que sus demandas de producción excederán pronto su capacidad y se verán forzados a contar con constructores externos para compensar la diferencia. Además, América es diferente de Inglaterra. Allí la mayoría de los ferrocarriles cuentan con empresas propias privadas de locomotoras, como la mía, para proveerles maquinaria y partes. La competencia es feroz, y de esto resulta un mejor producto, más agresivamente valuado."
"Sería interesante saber por qué usted cree que las fundiciones ferroviarias de Inglaterra no serán capaces de mantener un paso aceptable de producción."
No olviden SED eterna y Cenicienta estan completas y son lindas!!!!!
Continuamos...
Capitulo 5
"Parece que han llegado los Americanos" Dijo Myriam secamente, ella y su hermana, Lidia, regresaron a la casa solariega después de una caminata matutina. Se detuvo al lado de la fachada rocosa color miel para tener una buena vista de los cuatro vehículos adornados que estaban parados en el frente de la casa. Los sirvientes se chocaban a través del patio amplio enfrentado a la casa, desde los establos localizados en un lado, a los cuartos de los sirvientes en el otro. Los invitados habían llegado con una gran cantidad de baúles y equipaje para su estadía de un mes en Stony Cross Park. Lidia volvió para aguardar a Myriam. Ella era una atractiva joven de veinticuatro años, con cabello castaño claro, ojos verdes avellanados y delgada, de pequeña figura. Por sus modales alegres, uno podía pensar que a ella no le importaba en absoluto. Pero era evidente para cualquiera que mirara en sus ojos que ella había pagado un alto precio por los raros momentos de felicidad que había conocido.
"Tontos" Dijo Lidia con indiferencia, refiriéndose a sus invitados, "¿no les han dicho que no se estila llegar tan temprano en el día?"
"Pareciera que no"
"Bastante ostentosos, ¿no?" Murmuró Lidia, observando las molduras doradas y los paneles pintados a los lados de los carruajes.
Myriam sonrió. "Cuando los americanos gastan su dinero, lo hacen para mostrarlo"
Rieron e intercambiaron miradas maliciosas. Esta no era la primera vez que su hermano, Marcos, ahora lord Westcliff, había hospedado Americanos para sus famosas cacerías y sus reuniones de tiro. Parecía que en Hampshire, siempre era la temporada para algo... aves silvestres en Agosto, perdices en Septiembre, faisanes en Octubre, cornejas en primavera y verano, y conejos todo el año. La caza tradicional tomaba lugar dos veces a la semana, y ocasionalmente con las damas corriendo a los perros también. Todos los asuntos de negocios eran tratados en estas reuniones, que usualmente duraban semanas e incluían figuras políticamente influyentes o ricos profesionales. Durante estas visitas, Marcos persuadió astutamente a ciertos huéspedes para tomar parte con él de un asunto o de otro, o para concordar en una materia de negocios que serviría a sus intereses. Los Americanos que llegaron a Stony Cross eran usualmente ricos neauveaux... sus fortunas provenían de embarques de transporte, y herencias reales, o de fábricas que producían cosas como láminas de jabón, o rollos de papel. Myriam siempre había encontrado a los Americanos bastante agraciados. A ella le gustaban sus espíritus altivos, y le impresionó su anhelo por ser aceptados. Fuera de sentirse demasiado elegantes, usaban ropas que estaban una temporada o dos por detrás de la moda actual. En la cena estaban terriblemente ansiosos por si sus asientos habían sido ubicados después del marinero o si se les había dado el lugar más prestigioso cerca del hospedador. Y generalmente estaban preocupados acerca de la calidad, aclarando que preferían la porcelana de Sevres, las esculturas Italianas, vino Francés... y compañeras Inglesas. Los Americanos estaban notablemente ansiosos por concretar matrimonios transatlánticos, utilizando fortunas Yankees para atrapar empobrecidas sangres azules Británicas. Y ninguna sangre era más elevada que la de los Montemayor, quienes poseían uno de los condados más antiguos de la nobleza.
A Lidia le gustaba bromear acerca de su linaje, clamando que la reconocida ascendencia Montemayor podría hacer que una oveja negra como ella pareciera atractiva para un ambicioso Americano. "Considerando que ningún Inglés decente me tomaría, quizá debiera casarme con uno de esos simpáticos y ricos Yankees y navegar con él a través del Atlántico."
Myriam había sonreído y la había abrazado con fuerza. "No te atreverías," susurró en los cabellos de su hermana. "Te extrañaría demasiado"
"Que par que formamos" respondió Lidia con una lastimosa risa. "Te das cuenta de que ambas terminaríamos viejas y solteras, viviendo juntas con una gran horda de gatos."
"Dios me salve" había dicho Myriam con un quejido risueño.
Pensando en la conversación, Myriam deslizó un brazo alrededor de los hombros de su hermana. "Bueno, querida" dijo suavemente "esta es la oportunidad para que consigas un ambicioso Americano con grandes bolsillos. Justo lo que estabas esperando."
Lidia emitió un bufido. "Sólo estaba bromeando, como bien sabes. Además, ¿cómo puedes estar segura de que habrá hombres elegibles en la fiesta?"
"Marcos me contó un poco acerca del grupo de la noche anterior. ¿Alguna vez has oído de los Shaw de Nueva York? Han tenido dinero por tres generaciones, lo que es para siempre en América. La cabeza de la familia es el Sr. Gideon Shaw, que es soltero…. y aparentemente bastante apuesto."
"Bien por él" dijo Lidia. "De todos modos, no estoy interesada en la cacería de maridos, no importa cuán atractivo pueda ser."
Myriam presionó su brazo de manera protectora sobre los estrechos hombros de Lidia. Desde la muerte de su prometido, Lord Amberley, Lidia había jurado no enamorarse otra vez. Sin embrago, era evidente que Lidia necesitaba una familia propia. Su naturaleza era demasiado afectuosa para ser malgastada en la vida de soltería. Era una medida de cuán profundamente había amado Lidia a Amberley, tanto que aún lo lloraba dos años después de su muerte. Y seguramente Amberley, el más bondadoso de los jóvenes, no hubiera querido que Lidia pasara el resto de su vida sola.
"Uno nunca sabe" dijo Myriam. "Es posible que conozcas a un hombre a quien ames tanto, si no más, como amaste a Lord Amberley."
Los hombros de Lidia se atiesaron. "Dios, espero que no. Duele demasiado amar a alguien de esa manera. Tú lo sabes tan bien como yo."
"Sí" Admitió Myriam, luchando para alejar los recuerdos que se agitaban detrás de una puerta invisible en su mente. Recuerdos tan inhabilitantes que tuvo que ignorarlos por el bien de su propia salud.
Permanecieron juntas en silencio, cada una entendiendo las silenciosas penas de la otra. Cuán extraño, pensó Myriam, que la hermana menor que tenía siempre considerada como algo molesta, resultara ser su amiga más querida y su compañera. Suspirando, Myriam se volvió hacia una de las cuatro torres que estaban ubicadas en las esquinas del cuerpo principal de la finca. "Ven" dijo enérgicamente. "Entremos a través de la puerta de los sirvientes. No quiero encontrarme con nuestros huéspedes estando polvorienta por nuestra caminata."
"Yo tampoco quiero" Lidia siguió tras de sus pasos. "Myriam, ¿no te cansas alguna vez de ser la anfitriona de los invitados de Marcos?"
"No, en realidad no me importa, me gusta entretener, y siempre es agradable oír las noticias de Londres."
"La semana pasada, el viejo Lord Torrington dijo que tú tienes una manera de hacer que los otros se sientan más inteligentes e interesantes de lo que en verdad son. Dijo que eras la anfitriona más diestra que el haya conocido."
"¿Eso dijo? Por sus amables palabras pondré brandy extra en su té la próxima vez que nos visite." Sonriendo, Myriam se detuvo a la entrada de la torre y miró por sobre su hombro al cortejo de invitados y sus sirvientes, que se arremolinaban en el patio mientras varios baúles eran cargados por un camino o por el otro. Parecía ser un grupo ruidoso, esta compañía del Sr. Gideon Shaw. Mientras Myriam contemplaba el patio, su mirada fue atraída por un hombre que era más alto que el resto, su altura excedía aún más de las de los lacayos. Él era grande y de cabellos negros, con hombros anchos, y una segura, masculina manera de caminar, que estaba muy cercano al contoneo. Como los otros Americanos, estaba vestido con un traje entallado pero escrupulosamente conservador. Él se detuvo para conversar con otro invitado, su perfil duro parcialmente disimulado.
Verlo hizo sentir inquieta a Myriam, como si su autodominio hubiera sido apartado de repente. A esa distancia ella no podía ver sus rasgos con claridad, pero podía sentir su poder. Estaba en sus movimientos, en la innata autoridad de su posición, la arrogante inclinación de su cabeza. Nadie podía dudar que él era un hombre de importancia... ¿quizá él era el Sr. Shaw?
Lidia la precedió dentro de la casa. "¿Vienes Myriam?" Dijo sobre su hombro.
"Sí, yo..." Balbuceó Myriam en un silencio mientras continuaba mirando la distante figura, cuya vitalidad apenas escondida hacía que cualquier otro hombre en la vecindad pareciera pálido en comparación. Terminando su breve conversación, él cruzó a pasos largos hacia la entrada de la finca. En el momento en que iba a dar un paso, se detuvo... como si alguien hubiese gritado su nombre. Sus hombros se pusieron tensos bajo su saco negro. Myriam lo observó, hipnotizada por su imprevista tranquilidad. Lentamente él se volvió y la miró directamente. El corazón de ella se dio un fuerte, doloroso golpe y se retiró rápidamente hacia la torre antes de que sus miradas se encontraran.
"¿Qué pasa?" Preguntó Lidia con un toque de preocupación.
"Has enrojecido repentinamente." Ella se adelantó y tomó la mano de Myriam, tironeando con impaciencia. "Ven, lavaremos tu rostro y tus muñecas con agua fresca."
"Oh, estoy perfectamente bien." Replicó Myriam, pero el vacío de su estómago se sintió extraño y trémulo. "Es sólo que vi a un caballero en el patio..."
"¿El de pelo negro? Sí, yo también lo noté. ¿Por qué será que los Americanos son siempre tan altos? Quizá es algo en el clima, los hace crecer como malas hierbas."
"En ese caso, tú y yo deberíamos ir por una larga estadía." Dijo Myriam con una sonrisa, para ambas, ellas eran de pequeña estatura. Su hermano, Marcos, tampoco era más alto que lo usual, pero su contextura era tan muscular y fornida que representaba una peligrosa amenaza física para cualquier tonto capaz de retarlo.
Charlando confortablemente, las hermanas hicieron su camino hacia sus apartamentos privados en el ala este. Myriam sabía que debía ser rápida al cambiarse su vestido y refrescar su apariencia, mientras el temprano arribo de los Americanos había conmocionado a toda la casa. Los huéspedes querrían refrescos de alguna clase, pero no había tiempo para preparar un pleno desayuno. Los Americanos tendrían que contentarse con bebidas hasta que su desayuno de media mañana pudiera ser convocado.
De inmediato, Myriam hizo una lista mental de los contenidos de la despensa. Decidió que dispondría los bowls de cristal de frutillas y frambuesas, potes de manteca y jamón junto con pan y torta. Algunos espárragos salados y tocino asado también sería bueno, y Myriam también le diría al ama de llaves, la Sra. Faircloth que sirviera soufflé de langosta fría que sería la cena para más tarde. Algo más podría ser sustituido en la cena, quizá algunas finas chuletas de salmón con salsa de huevo, o panes dulces con tallos de apios--
"Bueno" dijo Lidia prosaicamente, interrumpiendo sus especulaciones, "que tengas un día placentero, debo proceder a escabullirme como es usual."
"No es necesario" dijo Myriam frunciendo el entrecejo instantáneamente. Lidia había optado virtualmente por esconderse luego de las escandalosas consecuencias de su trágica aventura amorosa con Lord Amberley. Aunque generalmente ella era observada con simpatía, Lidia aún era considerada como "arruinada", y por lo tanto, compañía inconveniente para aquellos de delicada sensibilidad. Ella nunca era invitada a eventos sociales de ninguna clase, y cuando un baile o una tertulia era organizada en Stony Cross Park, permanecía en su cuarto para evitar la reunión. Sin embargo, después de dos años de atestiguar el exilio social de Lidia, Marcos y Myriam habían acordado en que era suficiente. Quizá Lidia nunca podría recuperar la posición que había disfrutado antes de su escándalo, pero los hermanos estaban decididos a que ella no viviría el resto de su vida como una reclusa. Gentilmente la reacomodarían en los márgenes de la buena sociedad y eventualmente le encontrarían un marido de fortuna y respetabilidad adecuadas.
"Has cumplido tu penitencia, Lidia" dijo Myriam con firmeza. "Marcos dice que cualquiera que no se quiera unir contigo simplemente tendrá que abandonar el estado."
"Yo no evito a la gente porque tema su decepción." Protestó Lidia. "La verdad es que no estoy lista para volver a la corriente de las cosas aún."
"Puede que nunca te sientas lista" Contrarió Myriam. "Tarde o temprano tendrás que saltar de nuevo en ella"
"Tarde, entonces"
"Pero recuerdo cuanto te gustaba bailar, y jugar juegos de salón, y cantar al piano….."
"Myriam" Interrumpió Lidia con gentileza "Te prometo que algún día bailaré, jugaré y cantaré otra vez, pero tiene que ser en el momento de mi elección, no del tuyo."
Myriam cedió con una compungida sonrisa. "No es mi intención ser dominante, sólo quiero que seas feliz."
Lidia buscó su mano y la presionó. "Deseo, querida, que te preocupes por tu propia felicidad de la misma forma en que te preocupas por la de los demás."
Soy feliz, quería replicar Myriam, pero las palabras se atascaron en su garganta. Suspirando, Lidia abandonó su lugar en el hall. "Te veré más tarde esta noche."
Myriam agarró el tirador de porcelana pintado, lo empujó dentro de su habitación, y arrancó la cofia de su cabeza. El cabello de su nuca estaba húmedo con sudor. Halando las onduladas hebillas de alambre de sus largos rizos marrón chocolate, los colocó en su cómoda y tomó un cepillo de mango plateado. Lo arrastró lentamente por su cabello, saboreando el lisonjero rascado de las cerdas de jabalí en su cuero cabelludo.
Había sido un Agosto excepcionalmente cálido hasta ahora, y el condado hormigueaba de elegantes familias que serían atrapadas en los meses de verano en Londres. Marcos había dicho que el Sr. Shaw y su compañero de negocios estarían viajando ida y vuelta entre Hampshire y Londres, con el resto del séquito atrincherado en Stony Cross Park. Parecía que el Sr. Shaw planeaba abrir una oficina en Londres para las nuevas empresas de su familia, así como asegurar todos los derechos importantes del muelle que permitirían a sus barcos realizar las descargas en el puerto.
Aunque la familia Shaw ya era opulenta del estado real y de las especulaciones de Wall Street, recientemente se habían iniciado en el negocio de producción locomotora de rápido crecimiento. Aparentemente su ambición no era abastecer los rieles Americanos con locomotoras, carruajes y repuestos, sino también exportar sus productos a Europa. Según Marcos, Shaw no carecía de inversores para su nuevo emprendimiento y Myriam presintió que su hermano pretendía ser uno de ellos. Con ese objetivo en mente, Myriam pensó que el Sr. Shaw y su socio tenían una estadía extremadamente agradable en Stony Cross.
Con su mente repleta de planes, Myriam cambió a un ligero vestido de verano de algodón blanco, bordado con flores color lavanda. No llamó a la criada para que la ayudara. A diferencia de otras damas en su situación, ella se vestía sola la mayoría de las veces, requiriendo la ayuda de la Sra. Faircloth sólo cuando era necesario. El ama de llaves era la única persona que tenía permiso de ver a Myriam bañándose o vistiéndose, con excepción de Lidia.
Cerrando la hilera de pequeños botones de perlas del frente de su corpiño, Myriam permaneció frente al espejo. Expertamente ella trenzó y sujetó su cabello oscuro en una vuelta sobre su nuca. Mientras aseguraba la última hebilla en su peinado, vio en el reflejo que algo había sido dejado sobre la cama... un guante extraviado o liga, quizá... en el destello rosa damasco del cobertor. Frunciendo el ceño curiosamente, fue a investigar.
Se estiró para alcanzar el objeto sobre la almohada. Era un pañuelo viejo, la seda bordada de matiz descolorido, muchos de los hilos estaban gastados. Confundida, Myriam trazó el patrón de capullos de rosa con la yema de su dedo. ¿De dónde había venido? ¿Y por qué había sido dejado sobre su cama? El sentimiento de revoloteo regresó a su estómago, y su dedo se detuvo en la delicada trama del bordado.
Ella había hecho esto con sus propias manos, doce años atrás.
Sus dedos se cerraron en el trozo de tela, presionándolo contra su palma, de repente su pulso resonó en sus sienes, oídos, garganta y pecho. "Víctor", susurró.
Recordó el día en que se lo había dado a él... o más precisamente el día en que él lo había tomado de ella, en la sala de los carruajes del establo. Sólo Víctor le podía devolver ese fragmento del pasado a ella. Pero eso no era posible, Víctor había abandonado Inglaterra años atrás rompiendo su acuerdo de aprendizaje con el constructor de barcos Bristol. Nadie lo había visto o había oído de él nuevamente.
Myriam había pasado su vida entera de adulta tratando de no pensar en él, entreteniendo la fútil esperanza con el hecho de que el tiempo suavizaría los recuerdos del doloroso amor. Pero sin embrago, Víctor había permanecido con ella como un fantasma, llenando sus sueños con todas las abandonadas esperanzas que ella rehusaba admitir durante sus horas diurnas. Todo este tiempo ella no había sabido si él estaba vivo o muerto. Cualquier posibilidad era muy dolorosa de contemplar.
Todavía agarrando el pañuelo, Myriam salió de su cuarto. Pasó sin ser vista a través del ala este, como un animal herido, usando las puertas de los sirvientes para abandonar la finca. No había privacidad en la casa, y elle tenía que robar algunos minutos a solas para reunir su juicio. Un pensamiento era el principal en su mente... No regreses Víctor... El sólo verte me mataría... No regreses... No lo hagas...
Marcos, Lord Westcliff, dio la bienvenida a Gideon Shaw en su biblioteca. Marcos había conocido a Shaw antes, en una visita previa a Inglaterra, y había encontrado mucho que recomendar al hombre.
Permitiéndole pasar, Marcos estaba predispuesto a que no le agradaría Shaw, que era un conocido miembro de la llamada aristocracia Americana. A pesar de una vida de adoctrinamiento social, Marcos no creía en la aristocracia de ningún tipo. Él habría rechazado su propio título, si fuera legalmente posible. No era que tuviera presente la responsabilidad, ni que tuviera aversión al dinero heredado. Era sólo que nunca le había sido posible aceptar la superioridad innata de un hombre sobre otro. La noción era inherentemente injusta, sin mencionar que era ilógica y Marcos nunca había sido capaz de tolerar una falta de lógica.
Sin embargo, Gideon Shaw no era como los aristócratas Americanos que Marcos había conocido. De hecho, Shaw parecía disfrutar haciendo rebajar a su familia de New York con sus joviales referencias de su bisabuelo, un bruto y franco marinero mercante que había acumulado una sorprendente fortuna. Subsecuentes generaciones de Shaw refinados y de buenos modales hubieran preferido olvidar a sus vulgares ancestros... si sólo Gideon lo hiciera posible.
Shaw entró al cuarto con holgadas y tranquilas zancadas. Él era un hombre elegante de unos treinta y cinco años de edad. Su cabello del color del trigo estaba cortado en centelleantes capas, su piel era bronceada y estaba afeitado. Su apariencia era concentradamente Americana... ojos azules, rubio, con un aire de irreverencia. Pero había una oscuridad debajo de su dorada superficie, un cinismo e insatisfacción que habían marcado profundas líneas alrededor de sus ojos y boca. Su reputación era la de un hombre que trabajaba duro y que jugaba aún más fuerte, disparando rumores de bebida y libertinaje que Marcos sospechaba eran bien merecidos.
"Mi Lord" murmuró Shaw, intercambiando un decisivo apretón de manos, "es un placer llegar al fin."
Una criada entró sosteniendo un juego de plata de café, y Marcos gesticuló para que lo depositara sobre el escritorio.
"¿Cómo estuvo el viaje?" Preguntó Marcos.
Una sonrisa arrugó los extremos de los ojos azul grisáceos de Shaw. "Tranquilo, gracias a Dios. ¿Puedo preguntar por la condesa? ¿Confío en que esté bien?"
"Bastante bien, gracias. Mi madre me pidió comunicar sus disculpas por no poder estar en estos momentos, pero ella está visitando amigos en el exterior." Observando la bandeja de refrescos, Marcos se preguntó por qué Myriam no había aparecido aún para recibir a los invitados. Sin dudas estaba acomodando sus planes para compensar la temprana llegada.
"¿Tomará un poco de café?"
"Sí, por favor." Descendiendo su alta y flaca figura en la silla detrás del escritorio, Shaw se sentó con sus piernas descuidadamente desplegadas.
"¿Crema o azúcar?"
"Azúcar solamente, por favor." Mientras Shaw recibía su taza y platillo, Marcos notó un temblor diferente en sus manos, causando que la porcelana golpeteara. Eran los inconfundibles tremores de un hombre que aún no se había recuperado de la borrachera de la noche anterior.
Sin pasar por alto una sacudida, Shaw colocó la taza sobre el escritorio, retiró un frasco de plata del interior de su saco, y echó una generosa cantidad de licor en su café. Bebió de la taza sin utilizar el platillo, cerrando los ojos mientras la caliente infusión alcohólica vertía por su garganta. Mientras el café descendía, extendió la taza sin comentarios, y servicialmente Marcos la volvió a llenar. De nuevo fue representado el ritual del frasco.
"Su socio es invitado a acompañarnos" Dijo Marcos amablemente.
Recomponiéndose en su silla, Shaw bebió la segunda taza de café más lentamente que la primera. "Gracias, pero creo que por el momento, él está ocupado dándole instrucciones a los sirvientes." Una sonrisa irónica asomó en sus labios. "Víctor tiene aversión de sentarse en el medio del día. Él está en constante movimiento."
Habiendo tomado su propio asiento detrás del escritorio, Marcos se detuvo en el instante en que estaba llevando la taza a sus propios labios.
"Víctor" Repitió pausadamente. Era un nombre común. Aún así, una nota de alarma sonó en su interior.
Shaw sonrió descuidadamente. "Lo llaman el rey de la fundición en Manhattan. Es enteramente por su esfuerzo que las fundiciones Shaw han comenzado a producir máquinas locomotoras en lugar de maquinaria agrícolas."
"Eso es considerado por algunos como un riesgo innecesario", comentó Marcos. "Usted lo está haciendo muy bien con la producción de máquinas agrícolas... las segadoras y las sembradoras mecánicas de grano, en particular. ¿Por qué aventurarse con manufacturas locomotoras? Las principales compañías ferroviarias han construido sus propias maquinarias y es aparente que abastecen sus necesidades de una manera muy eficiente."
"No por mucho tiempo" Dijo Shaw tranquilamente. "Estamos convencidos que sus demandas de producción excederán pronto su capacidad y se verán forzados a contar con constructores externos para compensar la diferencia. Además, América es diferente de Inglaterra. Allí la mayoría de los ferrocarriles cuentan con empresas propias privadas de locomotoras, como la mía, para proveerles maquinaria y partes. La competencia es feroz, y de esto resulta un mejor producto, más agresivamente valuado."
"Sería interesante saber por qué usted cree que las fundiciones ferroviarias de Inglaterra no serán capaces de mantener un paso aceptable de producción."
No olviden SED eterna y Cenicienta estan completas y son lindas!!!!!
aitanalorence- VBB ORO
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Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Disponible para ti
Gracias por los capitulos.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Disponible para ti
Tenemos otra princesa??? Wow, felicidades Aitana!!! Muchas bendiciones para toda tu familia que sigue en crecimiento!!! Ojalá pronto nos puedas compartir cómo han crecido las princesas del foro!!! Besos a las nenas y gracias por regalarnos tu talento con estas novelitas!!!
Marianita- STAFF
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Disponible para ti
Gracias pos los Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Localización : Monterrey, Nuevo Leon
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Re: Disponible para ti
Esta muy interesante! Gracias, aqui andare leyendola
Anyannca- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 197
Localización : Mexico
Fecha de inscripción : 27/05/2008
Re: Disponible para ti
Sumamente interesante, y vaya sorpresa para Myriam y su familia el regreso de Víctor.
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Disponible para ti
GRAXAIS X EL CAPITULO MUY BONITA LA NOVELA
mariateressina- VBB PLATINO
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