Heridas en el Corazón
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Re: Heridas en el Corazón
Ke padre capitulo, muchas gracias.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
wow k cap niiña graciias pero xfis no tardes con el siguiiente cap siip k akii lo estare esperando ok niiña
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Heridas en el Corazón
GRACIAS POR EL BUEN CAPÍTULO, SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
Cap. 11
La aprensión de Myriam fue en aumento a medida que la limusina entraba en el aparcamiento subterráneo de la casa de Londres. Tragó saliva cuando Eduardo apagó el motor.
A su lado, Alberto se desabrochó el cinturón de seguridad, sin que nada en su actitud sugiriera que compartía el mismo nerviosismo que ella. Myriam no podía creer que estuviera tan relajado.
Victor era un padre indulgente, pero cuando el joven sobrepasaba el límite, respondía con dureza. ¡Y en esa ocasión no cabía otra interpretación que se había pasado de la raya!
Aguardó hasta que Eduardo no pudo oírlos antes de formularle la pregunta que bullía en su cabeza.
—¿Por qué lo has hecho?
Le había proporcionado un torrente de información acerca del viaje, pero hasta el momento no había dejado entrever nada que explicara la fuga.
Alberto la miró y se encogió de hombros.
La similitud entre padre e hijo nunca había sido tan pronunciada como cuando el adolescente la miró.
—Un impulso, supongo.
Myriam puso los ojos en blanco.
—Por favor, no le digas eso a tu padre, Alberto.
—No te preocupes por papá, Myriam. Puedo manejarlo.
Ella se quedó boquiabierta.
—Puedes manejarlo… —comenzó a reír. Aún no había nacido la persona capaz de manejar a Victor.
El niño no se mostró ofendido por su diversión.
—En serio, Myriam, no pasa nada. Lo tengo todo bajo control.
—¿Has sufrido algún golpe en la cabeza? —el muchacho rió—. ¡Alberto! —protestó—. No se trata de una broma. No puedes huir así.
—¿Por qué no, Myriam? Tú lo hiciste.
El delicado recordatorio hizo que se ruborizara hasta las mismas raíces del pelo.
—Eso —respondió—, no es para nada lo mismo. Yo soy una adulta…
—Y estás casada y yo no.
—Tu padre debió de ponerse furioso.
—Cuando te marchaste, pasó la noche yendo de un lado a otro.
—¿En serio? —calló y se mordió el labio. «De pronto yo soy la adolescente»—. Eso es algo entre tu padre y yo —cortó.
—Por supuesto. Cosas de adultos.
Lo miró con suspicacia, incapaz de desterrar la idea de que le seguía la corriente.
—Tienes trece años. Lo que has hecho ha sido increíblemente peligroso. Podría haberte pasado cualquier cosa —afirmó, afanándose por transmitirle la seriedad de la situación sin parecer una madrastra pesada.
—Pero no sucedió —señaló, con otro destello de lógica irrefutable—. O sea que no tiene mucho sentido preocuparse por eso, ¿verdad?
—Sé que en ocasiones tu padre puede parecer un poco inaccesible, pero si hay algún problema, deberías contárselo a él, Alberto. Creo que te sorprendería lo comprensivo que puede ser.
—Oh, no te preocupes, Myriam. Sé que a papá puedo contarle todo y, seamos sinceros, es la clase de persona que querrías tener al lado en un momento de crisis.
Esa percepción tan clara la dejó momentáneamente sin habla.
—Sí, lo es —reconoció al final—. Lo único que te pido es que cuando tu padre llegue, hagas lo que hagas, no actúes como si se tratara de una broma.
—No lo haré.
Tuvo que contentarse con eso, ya que el joven salió disparado.
Lo llamó, yendo tras él para alcanzarlo.
Pero no lo consiguió y el muchacho llegó a la entrada antes.
Myriam se detuvo al pie de los escalones y lo observó intercambiar unas palabras con el hombre que había en la puerta abierta antes de desaparecer en el interior.
«Huye», le gritó una voz interior cuando el hombre bajó los escalones. Podría haber respondido a ese consejo de no haber tenido los pies clavados en el suelo.
—Hola, Victor —se lo veía demoledoramente atractivo con la camisa clara de algodón abierta al cuello y unos vaqueros ceñidos a las caderas estrechas, que resaltaban la extensión y el poderío de sus piernas musculosas. La añoranza la cubrió como el mar en marea alta.
Ni se le ocurrió cuestionar la presencia de él allí. Un año compartiendo su vida le había enseñado que el ingenio, la determinación y en apariencia unos recursos financieros inagotables significaban que pocas cosas le resultaban imposibles.
Se detuvo en el último escalón, haciendo que la disparidad que había entre sus respectivas estaturas fuera aún más apreciable, pero no respondió al saludo.
En ningún momento apartó los ojos oscuros e intensos de su cara.
—Alberto lo siente mucho.
Myriam vio algo parecido a un destello divertido en los ojos de Victor.
—¿Te lo ha dicho él?
—No con esas palabras, pero…
La cortó con un movimiento tajante de la mano.
—Dio mió, no me apetece hablar de mi hijo ahora.
—No conmigo, quieres decir.
La boca de él se tensó con frustración.
—Es una tontería, en serio —continuó ella con voz trémula—. Pero cuando nos casamos, me sentía nerviosa ante el hecho de ser una madrastra —vio algo parecido a la sorpresa en los ojos de él y rió otra vez—. ¿No lo pensaste? No se te pasó por la cabeza que pudiera estar preocupada por la posibilidad de estropear las cosas y decepcionarte.
—Pues no lo hiciste.
—Claro que no, ¿cómo habría podido? Tienes en exclusiva el papel de padre. De hecho, si lo analizas, para alguien que se negó a ser tu amante, mi presencia aquí no cuenta nada. Me he esforzado en encajar en tu mundo, Victor, mucho, pero creo que sin importar cuánto lo intente, jamás seré lo bastante buena.
Un silencio aturdido siguió a ese exabrupto emocional.
—¿Por qué no me contaste que te sentías así? Pensé que querías formar parte de una familia.
—¿No has escuchado ni una palabra que he dicho? Quise y quiero ser parte de una familia, pero estoy fuera de ella, donde tú me has puesto —acusó.
Pareció sinceramente atónito por esa afirmación.
—Si es verdad, no fue mi intención.
—Nunca haces algo de forma fortuita, Victor. Tú manipulas a la gente.
—Per amor de Dio, te comportas como si lo hubiera planeado todo… —soltó una risa dura, se pasó una mano por el pelo y movió la cabeza—. ¡Desde que te conocí, mi vida ha estado tan planeada como un incendio forestal!
El antagonismo escapó de Myriam como si alguien hubiera abierto una válvula. Daban vueltas en círculos sin salida. No la amaba y no iba a cambiar, ¿qué sentido tenía continuar con eso?
—Bueno, la verdad es que ya no importa —comentó con voz apagada—. Te dejaré con tus responsabilidades de padre. Ahora mismo estoy en la casa de Sue, ya tienes su número.
Asombrado, durante un momento sólo la observó.
—¿Esperas que me quede aquí y deje que te marches…?
Ella se encogió de hombros, fingiendo un desinterés que no sentía.
—¿Por qué no?
—¿De qué estás hablando? Eres mi esposa, aunque parece que lo has olvidado.
Myriam sabía que únicamente lo era sobre el papel. En el corazón de Victor siempre habría sólo una esposa, y no era ella.
—Fui tu esposa hace dos días —observó—. No vi que te esforzaras mucho en comprobar que me encontraba bien.
—¿Así que debía seguirte? —bajó al nivel de ella y cerró las manos con gesto posesivo en torno a su cuerpo, acercándola hasta quedar separados por un centímetro—. No tienes buen aspecto —acusó, y la preocupación hizo que la voz le sonara áspera.
—No dispuse de mucho tiempo para arreglarme —no mencionó el hecho de que el cerebro se le había derretido al oír su voz—. Dijiste que era urgente. Di por hecho que no había tiempo para ir a la peluquería.
Él sonrió y con voz intensa dijo:
—Tu cabello siempre está hermoso.
Quiso apoyarse en él y sentir que la rodeaba con los brazos.
Victor le apartó un mechón de pelo de la mejilla.
—¡Tu piel es tan suave! Sedosa… por todo tu cuerpo —contuvo el aliento mientras su cuerpo reaccionaba a la descarga de lujuria que lo recorrió—. Sólo quería decir que se te ve… —ladeó la cabeza— cansada —dijo pasándole la yema del dedo pulgar por las ojeras.
Myriam no tuvo energía para apartarse.
—No he estado durmiendo bien —un sofá y un saco de dormir no podían ser sustitutos del calor de su cuerpo, de la calidez y la fragancia del cuerpo masculino.
—Yo tampoco.
—¿No? —o sea que Alberto no se había equivocado al decir que lo había oído ir de un lado a otro—. ¿Por qué?
—Estaba enfadado contigo.
—¿Enfadado? Pensé que podrías haberme echado de menos… —percibió el tono de súplica en su voz y experimentó rechazo… ¿Qué había sido de su orgullo y autoestima? Prácticamente le estaba rogando—. ¡Todo esto es por mi culpa! —movió la cabeza—. Si hubiera aceptado ser tu amante, las cosas no se habrían complicado tanto. Quiero decir, lo único que has querido tú siempre ha sido sexo, y eso no es complicado.
—No lo era hasta antes de conocerte —confirmó con tono sombrío. Nada en su vida había sido sencillo desde que conociera a Myriam.
—Tal vez te arrepientes de que nos hayamos casado —un silencio siguió a sus palabras. Se extendió y deseó que la tragara la tierra.
—Cuando te marchaste de esa manera, me enfadé, me preocupé, me… —calló, sin dejar de mirarla intensamente a los ojos. Soltó un juramento en su idioma y se pasó las dos manos por el pelo y luego se frotó la mandíbula.
Fue una acción tan agotada que el corazón tierno de Myriam recibió el impacto de forma directa. De repente se dio cuenta de que parecía un hombre que hubiera estado en el infierno y hubiera realizado el viaje de vuelta.
No podía ser de otra manera… su hijo había estado perdido.
El mismo hijo con el que sólo había hablado unos treinta segundos.
Eso sí que la desconcertó, ya que había esperado presenciar un estallido de Victor.
—Te he echado de menos.
—¿Sí? —sus ojos conectaron y las débiles defensas de ella se desmoronaron—. Te he echado tanto de menos, Victor.
Los ojos de él se encendieron.
—Mi cama, si hubiera podido pasar algún momento en ella, habría estado tan vacía como el resto de la casa sin ti —le dijo con voz baja e intensa.
Ella se lanzó a sus brazos como un misil. ¿Quién quería autoestima? Vio la llama del triunfo en sus ojos, por un momento casi pareció alivio, antes de que le reclamara la boca.
Cuando él la aplastó contra su cuerpo, se dijo que estaba donde quería estar, donde le correspondía.
—Puedes soltarme. No voy a desaparecer —dijo un Victor mucho más relajado cuando al fin se separaron.
Myriam movió la cabeza y le mantuvo aferrada la pechera de la camisa.
—Te la he estropeado.
—Me la quitaré.
A ella le pareció un plan perfecto.
—Aunque quizá sea más apropiado en un lugar menos público.
De pronto se ruborizó al darse cuenta de que podían haberles visto.
Riendo ante su evidente bochorno, giró para guiarla escalones arriba, pero ella movió la cabeza.
—Primero he de hablarte del bebé.
Había tomado la decisión de no tener jamás un hijo, pero eso no impedía que le causara un profundo dolor.
Fue consciente de que él se ponía rígido y de que se distanciaba de ella ante las palabras.
—He tenido tiempo de reflexionar en ello y tienes razón.
—¿No quieres un bebé? —preguntó con cautela.
—Te tengo a ti y a Alberto. Si no necesita una madre, tal vez necesite una amiga…
—Dio! —la miró con incredulidad—. ¿Intentas avergonzarme?
Lo observó sin comprender.
—No sé a qué te refieres.
—¿Crees que no lo sé?
Desconcertada por la extraña sonrisa en su cara, se afanó en leer su estado de ánimo mientras él le apoyaba la palma de una mano en la mejilla y le acariciaba el pómulo con el dedo pulgar.
—Alberto tiene amigos, no tiene madre… o más bien no la tenía —le secó una lágrima que cayó por el borde de un ojo—. ¿Estás segura de esto?
En silencio, ella asintió.
—Absolutamente. He decidido que no quiero pasar, que pasemos, por todo esto sin siquiera una mínima garantía de que vaya a funcionar —había sobrevivido al conocimiento de su infertilidad durante años; sin embargo, estaba menos segura de poder sobrevivir sin Victor en su vida—. Y quiero que este matrimonio funcione.
—¿Y qué me dices dentro de diez, quince años… no me mirarás y estarás resentida por el hecho de que yo te impedí seguir intentándolo?
—Es mi decisión, Victor.
Había esperado qué pareciera aliviado, pero no fue así.
—Estás segura de ello —estaba aliviado de poder dejar el asunto para siempre detrás de ellos. Al menos una cosa era segura… nunca más volvería a preguntarse si la amaba. Un hombre que amara a una mujer nunca le pediría que tomara la decisión que él había forzado que Myriam tomara.
—Sí.
Sintiéndose como un canalla absoluto, asintió y la llevó dentro.
La sorprendió que Victor le dijera que el asunto de Alberto podía esperar hasta el día siguiente y que una noche reflexionando en sus actos le sería de utilidad.
Las prioridades de él eran diferentes. La llevó directamente a la intimidad del dormitorio, donde se quitó la camisa manchada y todo lo demás.
Le hizo el amor con una cualidad que nunca antes había mostrado, una intensidad y ternura vehemente que le atravesaron el alma como una daga y la dejaron con lágrimas en la cara.
Victor se tendió boca abajo y ella le acarició la espalda.
—Dio mió, siento como si me hubiera atropellado un tren —giró y la atrajo hacia sí.
Ella permaneció con la cabeza apoyada sobre su pecho, sintiendo la tranquilizadora palpitación de su corazón. Se dijo que un hombre no podía haber hecho lo que él acababa de hacer si no la amara un poco.
Con ese pensamiento, se quedó dormida.
La aprensión de Myriam fue en aumento a medida que la limusina entraba en el aparcamiento subterráneo de la casa de Londres. Tragó saliva cuando Eduardo apagó el motor.
A su lado, Alberto se desabrochó el cinturón de seguridad, sin que nada en su actitud sugiriera que compartía el mismo nerviosismo que ella. Myriam no podía creer que estuviera tan relajado.
Victor era un padre indulgente, pero cuando el joven sobrepasaba el límite, respondía con dureza. ¡Y en esa ocasión no cabía otra interpretación que se había pasado de la raya!
Aguardó hasta que Eduardo no pudo oírlos antes de formularle la pregunta que bullía en su cabeza.
—¿Por qué lo has hecho?
Le había proporcionado un torrente de información acerca del viaje, pero hasta el momento no había dejado entrever nada que explicara la fuga.
Alberto la miró y se encogió de hombros.
La similitud entre padre e hijo nunca había sido tan pronunciada como cuando el adolescente la miró.
—Un impulso, supongo.
Myriam puso los ojos en blanco.
—Por favor, no le digas eso a tu padre, Alberto.
—No te preocupes por papá, Myriam. Puedo manejarlo.
Ella se quedó boquiabierta.
—Puedes manejarlo… —comenzó a reír. Aún no había nacido la persona capaz de manejar a Victor.
El niño no se mostró ofendido por su diversión.
—En serio, Myriam, no pasa nada. Lo tengo todo bajo control.
—¿Has sufrido algún golpe en la cabeza? —el muchacho rió—. ¡Alberto! —protestó—. No se trata de una broma. No puedes huir así.
—¿Por qué no, Myriam? Tú lo hiciste.
El delicado recordatorio hizo que se ruborizara hasta las mismas raíces del pelo.
—Eso —respondió—, no es para nada lo mismo. Yo soy una adulta…
—Y estás casada y yo no.
—Tu padre debió de ponerse furioso.
—Cuando te marchaste, pasó la noche yendo de un lado a otro.
—¿En serio? —calló y se mordió el labio. «De pronto yo soy la adolescente»—. Eso es algo entre tu padre y yo —cortó.
—Por supuesto. Cosas de adultos.
Lo miró con suspicacia, incapaz de desterrar la idea de que le seguía la corriente.
—Tienes trece años. Lo que has hecho ha sido increíblemente peligroso. Podría haberte pasado cualquier cosa —afirmó, afanándose por transmitirle la seriedad de la situación sin parecer una madrastra pesada.
—Pero no sucedió —señaló, con otro destello de lógica irrefutable—. O sea que no tiene mucho sentido preocuparse por eso, ¿verdad?
—Sé que en ocasiones tu padre puede parecer un poco inaccesible, pero si hay algún problema, deberías contárselo a él, Alberto. Creo que te sorprendería lo comprensivo que puede ser.
—Oh, no te preocupes, Myriam. Sé que a papá puedo contarle todo y, seamos sinceros, es la clase de persona que querrías tener al lado en un momento de crisis.
Esa percepción tan clara la dejó momentáneamente sin habla.
—Sí, lo es —reconoció al final—. Lo único que te pido es que cuando tu padre llegue, hagas lo que hagas, no actúes como si se tratara de una broma.
—No lo haré.
Tuvo que contentarse con eso, ya que el joven salió disparado.
Lo llamó, yendo tras él para alcanzarlo.
Pero no lo consiguió y el muchacho llegó a la entrada antes.
Myriam se detuvo al pie de los escalones y lo observó intercambiar unas palabras con el hombre que había en la puerta abierta antes de desaparecer en el interior.
«Huye», le gritó una voz interior cuando el hombre bajó los escalones. Podría haber respondido a ese consejo de no haber tenido los pies clavados en el suelo.
—Hola, Victor —se lo veía demoledoramente atractivo con la camisa clara de algodón abierta al cuello y unos vaqueros ceñidos a las caderas estrechas, que resaltaban la extensión y el poderío de sus piernas musculosas. La añoranza la cubrió como el mar en marea alta.
Ni se le ocurrió cuestionar la presencia de él allí. Un año compartiendo su vida le había enseñado que el ingenio, la determinación y en apariencia unos recursos financieros inagotables significaban que pocas cosas le resultaban imposibles.
Se detuvo en el último escalón, haciendo que la disparidad que había entre sus respectivas estaturas fuera aún más apreciable, pero no respondió al saludo.
En ningún momento apartó los ojos oscuros e intensos de su cara.
—Alberto lo siente mucho.
Myriam vio algo parecido a un destello divertido en los ojos de Victor.
—¿Te lo ha dicho él?
—No con esas palabras, pero…
La cortó con un movimiento tajante de la mano.
—Dio mió, no me apetece hablar de mi hijo ahora.
—No conmigo, quieres decir.
La boca de él se tensó con frustración.
—Es una tontería, en serio —continuó ella con voz trémula—. Pero cuando nos casamos, me sentía nerviosa ante el hecho de ser una madrastra —vio algo parecido a la sorpresa en los ojos de él y rió otra vez—. ¿No lo pensaste? No se te pasó por la cabeza que pudiera estar preocupada por la posibilidad de estropear las cosas y decepcionarte.
—Pues no lo hiciste.
—Claro que no, ¿cómo habría podido? Tienes en exclusiva el papel de padre. De hecho, si lo analizas, para alguien que se negó a ser tu amante, mi presencia aquí no cuenta nada. Me he esforzado en encajar en tu mundo, Victor, mucho, pero creo que sin importar cuánto lo intente, jamás seré lo bastante buena.
Un silencio aturdido siguió a ese exabrupto emocional.
—¿Por qué no me contaste que te sentías así? Pensé que querías formar parte de una familia.
—¿No has escuchado ni una palabra que he dicho? Quise y quiero ser parte de una familia, pero estoy fuera de ella, donde tú me has puesto —acusó.
Pareció sinceramente atónito por esa afirmación.
—Si es verdad, no fue mi intención.
—Nunca haces algo de forma fortuita, Victor. Tú manipulas a la gente.
—Per amor de Dio, te comportas como si lo hubiera planeado todo… —soltó una risa dura, se pasó una mano por el pelo y movió la cabeza—. ¡Desde que te conocí, mi vida ha estado tan planeada como un incendio forestal!
El antagonismo escapó de Myriam como si alguien hubiera abierto una válvula. Daban vueltas en círculos sin salida. No la amaba y no iba a cambiar, ¿qué sentido tenía continuar con eso?
—Bueno, la verdad es que ya no importa —comentó con voz apagada—. Te dejaré con tus responsabilidades de padre. Ahora mismo estoy en la casa de Sue, ya tienes su número.
Asombrado, durante un momento sólo la observó.
—¿Esperas que me quede aquí y deje que te marches…?
Ella se encogió de hombros, fingiendo un desinterés que no sentía.
—¿Por qué no?
—¿De qué estás hablando? Eres mi esposa, aunque parece que lo has olvidado.
Myriam sabía que únicamente lo era sobre el papel. En el corazón de Victor siempre habría sólo una esposa, y no era ella.
—Fui tu esposa hace dos días —observó—. No vi que te esforzaras mucho en comprobar que me encontraba bien.
—¿Así que debía seguirte? —bajó al nivel de ella y cerró las manos con gesto posesivo en torno a su cuerpo, acercándola hasta quedar separados por un centímetro—. No tienes buen aspecto —acusó, y la preocupación hizo que la voz le sonara áspera.
—No dispuse de mucho tiempo para arreglarme —no mencionó el hecho de que el cerebro se le había derretido al oír su voz—. Dijiste que era urgente. Di por hecho que no había tiempo para ir a la peluquería.
Él sonrió y con voz intensa dijo:
—Tu cabello siempre está hermoso.
Quiso apoyarse en él y sentir que la rodeaba con los brazos.
Victor le apartó un mechón de pelo de la mejilla.
—¡Tu piel es tan suave! Sedosa… por todo tu cuerpo —contuvo el aliento mientras su cuerpo reaccionaba a la descarga de lujuria que lo recorrió—. Sólo quería decir que se te ve… —ladeó la cabeza— cansada —dijo pasándole la yema del dedo pulgar por las ojeras.
Myriam no tuvo energía para apartarse.
—No he estado durmiendo bien —un sofá y un saco de dormir no podían ser sustitutos del calor de su cuerpo, de la calidez y la fragancia del cuerpo masculino.
—Yo tampoco.
—¿No? —o sea que Alberto no se había equivocado al decir que lo había oído ir de un lado a otro—. ¿Por qué?
—Estaba enfadado contigo.
—¿Enfadado? Pensé que podrías haberme echado de menos… —percibió el tono de súplica en su voz y experimentó rechazo… ¿Qué había sido de su orgullo y autoestima? Prácticamente le estaba rogando—. ¡Todo esto es por mi culpa! —movió la cabeza—. Si hubiera aceptado ser tu amante, las cosas no se habrían complicado tanto. Quiero decir, lo único que has querido tú siempre ha sido sexo, y eso no es complicado.
—No lo era hasta antes de conocerte —confirmó con tono sombrío. Nada en su vida había sido sencillo desde que conociera a Myriam.
—Tal vez te arrepientes de que nos hayamos casado —un silencio siguió a sus palabras. Se extendió y deseó que la tragara la tierra.
—Cuando te marchaste de esa manera, me enfadé, me preocupé, me… —calló, sin dejar de mirarla intensamente a los ojos. Soltó un juramento en su idioma y se pasó las dos manos por el pelo y luego se frotó la mandíbula.
Fue una acción tan agotada que el corazón tierno de Myriam recibió el impacto de forma directa. De repente se dio cuenta de que parecía un hombre que hubiera estado en el infierno y hubiera realizado el viaje de vuelta.
No podía ser de otra manera… su hijo había estado perdido.
El mismo hijo con el que sólo había hablado unos treinta segundos.
Eso sí que la desconcertó, ya que había esperado presenciar un estallido de Victor.
—Te he echado de menos.
—¿Sí? —sus ojos conectaron y las débiles defensas de ella se desmoronaron—. Te he echado tanto de menos, Victor.
Los ojos de él se encendieron.
—Mi cama, si hubiera podido pasar algún momento en ella, habría estado tan vacía como el resto de la casa sin ti —le dijo con voz baja e intensa.
Ella se lanzó a sus brazos como un misil. ¿Quién quería autoestima? Vio la llama del triunfo en sus ojos, por un momento casi pareció alivio, antes de que le reclamara la boca.
Cuando él la aplastó contra su cuerpo, se dijo que estaba donde quería estar, donde le correspondía.
—Puedes soltarme. No voy a desaparecer —dijo un Victor mucho más relajado cuando al fin se separaron.
Myriam movió la cabeza y le mantuvo aferrada la pechera de la camisa.
—Te la he estropeado.
—Me la quitaré.
A ella le pareció un plan perfecto.
—Aunque quizá sea más apropiado en un lugar menos público.
De pronto se ruborizó al darse cuenta de que podían haberles visto.
Riendo ante su evidente bochorno, giró para guiarla escalones arriba, pero ella movió la cabeza.
—Primero he de hablarte del bebé.
Había tomado la decisión de no tener jamás un hijo, pero eso no impedía que le causara un profundo dolor.
Fue consciente de que él se ponía rígido y de que se distanciaba de ella ante las palabras.
—He tenido tiempo de reflexionar en ello y tienes razón.
—¿No quieres un bebé? —preguntó con cautela.
—Te tengo a ti y a Alberto. Si no necesita una madre, tal vez necesite una amiga…
—Dio! —la miró con incredulidad—. ¿Intentas avergonzarme?
Lo observó sin comprender.
—No sé a qué te refieres.
—¿Crees que no lo sé?
Desconcertada por la extraña sonrisa en su cara, se afanó en leer su estado de ánimo mientras él le apoyaba la palma de una mano en la mejilla y le acariciaba el pómulo con el dedo pulgar.
—Alberto tiene amigos, no tiene madre… o más bien no la tenía —le secó una lágrima que cayó por el borde de un ojo—. ¿Estás segura de esto?
En silencio, ella asintió.
—Absolutamente. He decidido que no quiero pasar, que pasemos, por todo esto sin siquiera una mínima garantía de que vaya a funcionar —había sobrevivido al conocimiento de su infertilidad durante años; sin embargo, estaba menos segura de poder sobrevivir sin Victor en su vida—. Y quiero que este matrimonio funcione.
—¿Y qué me dices dentro de diez, quince años… no me mirarás y estarás resentida por el hecho de que yo te impedí seguir intentándolo?
—Es mi decisión, Victor.
Había esperado qué pareciera aliviado, pero no fue así.
—Estás segura de ello —estaba aliviado de poder dejar el asunto para siempre detrás de ellos. Al menos una cosa era segura… nunca más volvería a preguntarse si la amaba. Un hombre que amara a una mujer nunca le pediría que tomara la decisión que él había forzado que Myriam tomara.
—Sí.
Sintiéndose como un canalla absoluto, asintió y la llevó dentro.
La sorprendió que Victor le dijera que el asunto de Alberto podía esperar hasta el día siguiente y que una noche reflexionando en sus actos le sería de utilidad.
Las prioridades de él eran diferentes. La llevó directamente a la intimidad del dormitorio, donde se quitó la camisa manchada y todo lo demás.
Le hizo el amor con una cualidad que nunca antes había mostrado, una intensidad y ternura vehemente que le atravesaron el alma como una daga y la dejaron con lágrimas en la cara.
Victor se tendió boca abajo y ella le acarició la espalda.
—Dio mió, siento como si me hubiera atropellado un tren —giró y la atrajo hacia sí.
Ella permaneció con la cabeza apoyada sobre su pecho, sintiendo la tranquilizadora palpitación de su corazón. Se dijo que un hombre no podía haber hecho lo que él acababa de hacer si no la amara un poco.
Con ese pensamiento, se quedó dormida.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
Muchas gracias por el capitulo, Yo creo ke les faltan cosas por hablar.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
HA ESTE PAR LE HACE FALTA COMUNICARSE, HABLAR DE SUS DESEOS Y TEMORES CLARAMENTE, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
gracias por el capi muy bueno
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Heridas en el Corazón
Chicas aqui les dejo el capi de hoy, pero he de confesar que no tenia ganas de postear, ayer les deje el capi temprano en la mañana y no tuve un comentario hasta apenas hoy en la madrugadaa ... buaa bueno el caso es que no les quedare mal terminare esta novela y pss haber hasta cuando les traigo otraaa... saluditos y que esten bien.
Cap. 12
Estaba oscuro cuando despertó.
—Victor… —alargó la mano y palmeó la cama a su lado. No había nada salvo un hueco cálido. Se sentó y volvió a llamarlo, más alto.
En esa ocasión obtuvo respuesta. La puerta del cuarto de baño se abrió y él quedó enmarcado en el umbral.
—Hola, bella durmiente —fue hacia ella con una toalla alrededor de las caderas y otra colgándole del hombro.
Le sonrió somnolienta cuando se sentó a su lado y le dio un beso cálido en los labios.
—Estás mojado —le revolvió el pelo chorreante.
—Y tú incitadora —repuso con voz ronca, apartando la sábana que le cubría los pechos y respirando hondo—. Mmmm… y también hueles bien.
—¿Qué hora es?
—La una y media.
Abrió mucho los ojos.
—He dormido durante horas. ¿Por qué no me despertaste?
—Porque estabas cansada.
Apaciguada por la explicación, se apoyó en la almohada.
—¿Y Alberto?
—¿Qué pasa con Alberto? Ya no necesita que lo arrope.
—No seas muy duro con él. Intenta recordar lo que es ser un adolescente lleno de hormonas.
—Creo que puedo recordar muy bien lo de las hormonas —también podía recordar lo que se sentía al tenerla en brazos.
—¿Crees que puede ser por la época de exámenes? Recuerdo que a mí me ponían muy nerviosa —miró a su marido, convencida de que jamás había sentido un atisbo de nervios durante un examen—. Además, tú eres un ejemplo exigente para cualquier niño. Tal vez se sienta intimidado… —sugirió un poco a ciegas.
—Lo dudo —repuso con sequedad—. En cuanto a igualar mis logros académicos, no le resultará difícil. No tengo ninguno.
—¿Qué quieres decir con ninguno?
—Que no llegué a realizar ningún examen.
—¿Ninguno?
—Faltaban unos meses para hacerlos cuando se me pidió que abandonara la universidad.
—¿Te expulsaron?
—Nada tan carismático —le pasó un dedo por la mejilla y rió.
—Entonces, ¿por qué te fuiste? —él jamás hablaba de su pasado y no podía pasar por alto esa oportunidad.
Se encogió de hombros con gesto resignado.
—Imaginas un misterio donde no lo hay —dobló una almohada y se echó a su lado.
—Eres un exhibicionista —acusó, continuando antes de verse completamente distraída por su cuerpo—. Entonces, ¿por qué dejaste la universidad?
—Por impago de la matrícula.
Ella abrió mucho los ojos.
—¿Y entonces te pidieron que te marcharas? Eso es terrible —se mostró indignada—. ¡Cruel! —añadió.
—De hecho, se mostraron muy pacientes a lo largo de los años. El tesorero se dirigía a mí con diplomacia para decirme que el pago se retrasaba. Por lo general había algún cuadro o joya que se podían vender, hasta que no quedó nada —se encogió de hombros con indiferencia—. No te muestres tan trágica, cara mia. La educación formal no era para mí; resultaba demasiado… limitadora. En realidad, me hicieron un favor. Al mes de dejar la universidad había fundado la empresa punto com, que vendí antes de que estallara la burbuja, y el resto, como se dice, es historia.
—¿No te importa que tu padre actúe como si el palazzo fuera suyo cuando va de visita?
—Es una cuestión de orgullo. ¿Qué sentido tiene hurgar en la herida? Además, en la actualidad es un hombre reformado, tal como puede estarlo cualquier ludópata.
—Creo que eres un hombre increíblemente generoso —dijo de forma impulsiva—. Teniendo en cuenta por lo que los hizo pasar a tu madre y a ti.
—Todos tenemos nuestras debilidades, Myriam.
Lo observó dubitativa.
—¿Incluso tú?
—Incluso yo —confirmó.
—No te creo.
—Deberías. Mi debilidad es una chaparrita que apenas me llega a los hombros —y se hallaba tan inmerso en su hechizo, que ya no deseaba escapar.
La declaración la asombró.
—¿Eso es un cumplido…?
Se quitó la toalla que tenía alrededor del cuello.
—No sé nada de eso, salvo que es la verdad. Acerca de la calidez, cara mia… ¿te apetece compartirla conmigo?
Lo miró con timidez y retiró el edredón.
—Me gustaría cobijarte.
Y lo hizo.
Cuando volvió a despertar había luz y la cama a su lado estaba vacía y fría.
Se apoyó en un codo y estaba a punto de llamarlo en voz alta cuando vio el despertador. Atónita, comprobó que era mediodía.
Sacó los pies por el borde de la cama y se apartó el cabello revuelto de la frente al tiempo que se dirigía a la ducha.
Victor debería haberla despertado.
Le dijo lo mismo al bajar y encontrarlo en la cocina.
—Lo intenté —apoyó una mano en el trasero cubierto por unos vaqueros y con la otra le alisó los cabellos aún mojados que caían sobre su mejilla—. Intenté despertarte a besos, pero tú te diste la vuelta y te acurrucaste como una gatita dormida.
Suspiró y lo miró.
—No debieron ser besos cariñosos —bromeó.
Él le dedicó una sonrisa sexy y sin advertencia previa le enmarcó el rostro entre las manos y le cubrió la boca con los labios.
—¿Ves? —indicó mientras trataba de recuperar el aliento—, ése sí me habría despertado.
—Te repito que no lo conseguí, y me habría quedado a hacerte compañía, pero debía realizar unas llamadas —sus ojos se oscurecieron—. Sabes que me quedo en la cama si recibo el estímulo apropiado. ¿Te sientes —le levantó un mechón de pelo de la mejilla— predispuesta a suministrármelo?
Pensando en su cita de último momento en la clínica de fertilidad, bajó la vista.
—Me gustaría, pero tengo un cita…
Controlando su insatisfacción, dejó caer la mano.
—¿Adónde vas?
Se adelantó para servirse un café, permitiendo que el cabello le ocultara medio rostro.
—Tengo hora con el dentista. Se me ha caído un empaste.
Lo miró nerviosa. La mentira le sonó tan falsa a ella misma, que esperaba que él la descubriera al instante.
—¿Por qué no me lo dijiste, cara? ¿Te duele? —preguntó él preocupado.
—No, no está tan mal, sólo sensible con el frío y el calor —continuó con la mentira, sintiéndose más culpable que nunca.
—Te acompañaré.
—No… ¡no! —con una sonrisa moderó su tono—. Creo que deberías aprovechar la oportunidad de mantener una charla con Alberto —bajó la voz al mirar hacia donde el joven desayunaba sentado a la mesa, moviendo la cabeza al ritmo de la música que escuchaba a través de unos auriculares—. Seguimos sin saber por qué huyó —su preocupación al respecto no era fingida—. Y quizá le resulte más fácil hablar si yo no estoy presente. Tenías razón… a Alberto podría molestarle que interfiera.
—No podrías lograr que a Alberto le molestara tu presencia aunque lo intentaras —la miró con expresión peculiar—. No eres una intrusa en esta familia, Myriam, eres un miembro de pleno derecho. No necesitas excusarte para brindarnos tiempo a solas.
La emoción le atenazó la garganta. El día anterior había hablado en serio. Si se había sentido culpable por mentirle antes, en ese momento se sintió desolada.
Después de ese día, se prometió que ya no tendrían más secretos.
El doctor escuchó con educación cuando ella le explicó que después de haber hablado del asunto con su marido, habían decidido no tomar parte en la prueba clínica.
—De hecho, señora García, he de informarle de que ya no es candidata a la prueba.
Recibió esa noticia con un silencio aturdido.
—¿O sea que no existía la oportunidad de que me quedara embarazada?
Encogió los hombros. No supo si sentirse aliviada o decepcionada…
—A mí me parece evidente que ya lo está, señora García.
Cap. 12
Estaba oscuro cuando despertó.
—Victor… —alargó la mano y palmeó la cama a su lado. No había nada salvo un hueco cálido. Se sentó y volvió a llamarlo, más alto.
En esa ocasión obtuvo respuesta. La puerta del cuarto de baño se abrió y él quedó enmarcado en el umbral.
—Hola, bella durmiente —fue hacia ella con una toalla alrededor de las caderas y otra colgándole del hombro.
Le sonrió somnolienta cuando se sentó a su lado y le dio un beso cálido en los labios.
—Estás mojado —le revolvió el pelo chorreante.
—Y tú incitadora —repuso con voz ronca, apartando la sábana que le cubría los pechos y respirando hondo—. Mmmm… y también hueles bien.
—¿Qué hora es?
—La una y media.
Abrió mucho los ojos.
—He dormido durante horas. ¿Por qué no me despertaste?
—Porque estabas cansada.
Apaciguada por la explicación, se apoyó en la almohada.
—¿Y Alberto?
—¿Qué pasa con Alberto? Ya no necesita que lo arrope.
—No seas muy duro con él. Intenta recordar lo que es ser un adolescente lleno de hormonas.
—Creo que puedo recordar muy bien lo de las hormonas —también podía recordar lo que se sentía al tenerla en brazos.
—¿Crees que puede ser por la época de exámenes? Recuerdo que a mí me ponían muy nerviosa —miró a su marido, convencida de que jamás había sentido un atisbo de nervios durante un examen—. Además, tú eres un ejemplo exigente para cualquier niño. Tal vez se sienta intimidado… —sugirió un poco a ciegas.
—Lo dudo —repuso con sequedad—. En cuanto a igualar mis logros académicos, no le resultará difícil. No tengo ninguno.
—¿Qué quieres decir con ninguno?
—Que no llegué a realizar ningún examen.
—¿Ninguno?
—Faltaban unos meses para hacerlos cuando se me pidió que abandonara la universidad.
—¿Te expulsaron?
—Nada tan carismático —le pasó un dedo por la mejilla y rió.
—Entonces, ¿por qué te fuiste? —él jamás hablaba de su pasado y no podía pasar por alto esa oportunidad.
Se encogió de hombros con gesto resignado.
—Imaginas un misterio donde no lo hay —dobló una almohada y se echó a su lado.
—Eres un exhibicionista —acusó, continuando antes de verse completamente distraída por su cuerpo—. Entonces, ¿por qué dejaste la universidad?
—Por impago de la matrícula.
Ella abrió mucho los ojos.
—¿Y entonces te pidieron que te marcharas? Eso es terrible —se mostró indignada—. ¡Cruel! —añadió.
—De hecho, se mostraron muy pacientes a lo largo de los años. El tesorero se dirigía a mí con diplomacia para decirme que el pago se retrasaba. Por lo general había algún cuadro o joya que se podían vender, hasta que no quedó nada —se encogió de hombros con indiferencia—. No te muestres tan trágica, cara mia. La educación formal no era para mí; resultaba demasiado… limitadora. En realidad, me hicieron un favor. Al mes de dejar la universidad había fundado la empresa punto com, que vendí antes de que estallara la burbuja, y el resto, como se dice, es historia.
—¿No te importa que tu padre actúe como si el palazzo fuera suyo cuando va de visita?
—Es una cuestión de orgullo. ¿Qué sentido tiene hurgar en la herida? Además, en la actualidad es un hombre reformado, tal como puede estarlo cualquier ludópata.
—Creo que eres un hombre increíblemente generoso —dijo de forma impulsiva—. Teniendo en cuenta por lo que los hizo pasar a tu madre y a ti.
—Todos tenemos nuestras debilidades, Myriam.
Lo observó dubitativa.
—¿Incluso tú?
—Incluso yo —confirmó.
—No te creo.
—Deberías. Mi debilidad es una chaparrita que apenas me llega a los hombros —y se hallaba tan inmerso en su hechizo, que ya no deseaba escapar.
La declaración la asombró.
—¿Eso es un cumplido…?
Se quitó la toalla que tenía alrededor del cuello.
—No sé nada de eso, salvo que es la verdad. Acerca de la calidez, cara mia… ¿te apetece compartirla conmigo?
Lo miró con timidez y retiró el edredón.
—Me gustaría cobijarte.
Y lo hizo.
Cuando volvió a despertar había luz y la cama a su lado estaba vacía y fría.
Se apoyó en un codo y estaba a punto de llamarlo en voz alta cuando vio el despertador. Atónita, comprobó que era mediodía.
Sacó los pies por el borde de la cama y se apartó el cabello revuelto de la frente al tiempo que se dirigía a la ducha.
Victor debería haberla despertado.
Le dijo lo mismo al bajar y encontrarlo en la cocina.
—Lo intenté —apoyó una mano en el trasero cubierto por unos vaqueros y con la otra le alisó los cabellos aún mojados que caían sobre su mejilla—. Intenté despertarte a besos, pero tú te diste la vuelta y te acurrucaste como una gatita dormida.
Suspiró y lo miró.
—No debieron ser besos cariñosos —bromeó.
Él le dedicó una sonrisa sexy y sin advertencia previa le enmarcó el rostro entre las manos y le cubrió la boca con los labios.
—¿Ves? —indicó mientras trataba de recuperar el aliento—, ése sí me habría despertado.
—Te repito que no lo conseguí, y me habría quedado a hacerte compañía, pero debía realizar unas llamadas —sus ojos se oscurecieron—. Sabes que me quedo en la cama si recibo el estímulo apropiado. ¿Te sientes —le levantó un mechón de pelo de la mejilla— predispuesta a suministrármelo?
Pensando en su cita de último momento en la clínica de fertilidad, bajó la vista.
—Me gustaría, pero tengo un cita…
Controlando su insatisfacción, dejó caer la mano.
—¿Adónde vas?
Se adelantó para servirse un café, permitiendo que el cabello le ocultara medio rostro.
—Tengo hora con el dentista. Se me ha caído un empaste.
Lo miró nerviosa. La mentira le sonó tan falsa a ella misma, que esperaba que él la descubriera al instante.
—¿Por qué no me lo dijiste, cara? ¿Te duele? —preguntó él preocupado.
—No, no está tan mal, sólo sensible con el frío y el calor —continuó con la mentira, sintiéndose más culpable que nunca.
—Te acompañaré.
—No… ¡no! —con una sonrisa moderó su tono—. Creo que deberías aprovechar la oportunidad de mantener una charla con Alberto —bajó la voz al mirar hacia donde el joven desayunaba sentado a la mesa, moviendo la cabeza al ritmo de la música que escuchaba a través de unos auriculares—. Seguimos sin saber por qué huyó —su preocupación al respecto no era fingida—. Y quizá le resulte más fácil hablar si yo no estoy presente. Tenías razón… a Alberto podría molestarle que interfiera.
—No podrías lograr que a Alberto le molestara tu presencia aunque lo intentaras —la miró con expresión peculiar—. No eres una intrusa en esta familia, Myriam, eres un miembro de pleno derecho. No necesitas excusarte para brindarnos tiempo a solas.
La emoción le atenazó la garganta. El día anterior había hablado en serio. Si se había sentido culpable por mentirle antes, en ese momento se sintió desolada.
Después de ese día, se prometió que ya no tendrían más secretos.
El doctor escuchó con educación cuando ella le explicó que después de haber hablado del asunto con su marido, habían decidido no tomar parte en la prueba clínica.
—De hecho, señora García, he de informarle de que ya no es candidata a la prueba.
Recibió esa noticia con un silencio aturdido.
—¿O sea que no existía la oportunidad de que me quedara embarazada?
Encogió los hombros. No supo si sentirse aliviada o decepcionada…
—A mí me parece evidente que ya lo está, señora García.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
Eeeeh Myriam esta embarazada!!! aunque no se como lo vaya a tomar Victor
y dulce no te aguites.Yo si leo la novela. tal vez no diaro porque ultimamente la uni ha estado horriblemente pesada y solo me daba tiempo de entrar a temas mas cortos y no de novelas, pero creo que ya se trankilizo la escuela y ahora si tengo mas tiempo para aventarme novelas
y dulce no te aguites.Yo si leo la novela. tal vez no diaro porque ultimamente la uni ha estado horriblemente pesada y solo me daba tiempo de entrar a temas mas cortos y no de novelas, pero creo que ya se trankilizo la escuela y ahora si tengo mas tiempo para aventarme novelas
marimyri- VBB ORO
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Localización : El Paso
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Re: Heridas en el Corazón
como nos dejas asii niiña osea myriiam esta embarazada creo k viictor no lo va a toamr de la mejor manera xfiitas niiña no tardes con el siiguiiente cap k me muero x saber k es lo k va a pasar con esta notiiciia
y no te preocupes dulce k yo estare esperando los cap ya sabes eso del trabajar como k no deja mucho tiiempo pero yo tratare de postear todos los diias
y no te preocupes dulce k yo estare esperando los cap ya sabes eso del trabajar como k no deja mucho tiiempo pero yo tratare de postear todos los diias
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Heridas en el Corazón
MUCHAS GRACIAS X EL CAP... NIÑA X FISSS NO NOS DEJES DE POSTEAR CAP... DE ADIARIO YO SI LEEO LA NOVE.... ES MAS SI QUIERES TE PONGO GORRO EN LA MAÑANA Y EN LA NOCHE PIDIENDOTE MI CAP... DEL DIA
ZOPASSSSSSSSSSSS YA ESTA EMBARAZADA A VER COMO TOMA LA NOTICIA VICTOR
ZOPASSSSSSSSSSSS YA ESTA EMBARAZADA A VER COMO TOMA LA NOTICIA VICTOR
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Heridas en el Corazón
primero que nada una disculpa por no postear muy seguido pero se agradece tu tiempo y aremos lo posible por postear mas en tus noves,
gracias por el capi
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Heridas en el Corazón
Hola niña oye no te pongastriste pero ayer yo no pude abrir el for y me dio mucho coraje porque todos los dias espero con anciau Cap. y no quiero que se acabe la novelita niña y si me declaro tu Fans jijijiji y sigue postiendo novelitas estan bien padres saludos y por eso no publique respueta ayer porque no puede abrir el foro pero ahora si y aqui estoy y espero mas Caps EEEEEEE Saludos Dulcecita bye Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Heridas en el Corazón
Muchas gracias por el capitulo, estuvo super padre.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Heridas en el Corazón
¿ COMO REACCIONARA VICTOR CON LA NOTICIA DEL EMBARAZO?, ESPERO QUE NO VAYA HACER ALGO QUE LASTIME A MYRIAM, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
DULCINEAAAAAAAAAAA YA TE VENGO A PEDIR MI CAP... DE HOY X FISSSS SUBELO TEMPRANO YA QUIERO SABER QUE VA A DECIR VICTOR O COMO SE VAYA A TOMAR LA NOTICIA DEL EMBARAZO
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
Cap. 13
Fue vagamente consciente de que la guiaba a una silla. Miró fijamente el vaso con agua que no sabía cómo había llegado a su mano.
El zumbido en sus oídos se mitigó un poco.
—Lo siento —se disculpó con risa tensa—. Por un momento pensé que decía que estaba embarazada.
—¿No lo sospechaba?
—¿Sospecharlo? —repitió, pensando en los cambios de estado de ánimo, en la súbita aversión al café, en los pechos sensibles—. ¿Cómo podía sospecharlo? —demandó. Las señales habían estado allí, pero ella no había estado buscándolas… ¿qué motivo había para ello?—Usted mismo dijo que para que pudiera concebir de forma natural se requeriría un milagro —protestó—. Y lo habría sabido… Las mujeres lo notan, ¿no?
—No es inusual que una mujer no se dé cuenta de que está embarazada hasta que el embarazo se encuentra bien avanzado, y los milagros, incluso en este mundo cínico, no son tan raros como pueda imaginar. En mi trabajo veo milagros todos los días, el nacimiento mismo lo es.
Myriam soltó un suspiro trémulo e instintivamente apoyó las manos sobre el estómago. Alzó una para cubrirse la boca y comprendió que temblaba con fuerza.
Movió la cabeza, todavía incapaz de creer del todo que no se trataba de un sueño.
—¿No ha confundido mis resultados con los de otra mujer?
—Seguro —el doctor pareció más divertido que ofendido por esa pregunta suspicaz—. Está embarazada.
—¡Oh, Dios mío! —¿qué iba a decir Victor? Descartó ese pensamiento. Ya era bastante complicado asumir los hechos básicos como para abordar ese tema—. ¿De cuánto tiempo?
—Por el reconocimiento médico, diría que de doce semanas, pero podré informarle con más precisión después de la ecografía.
«Mi bebé…» Por primera vez se permitió creer y se sintió embargada por el júbilo.
—¿Me va a hacer una ecografía? —si veía a su propio bebé parecería más real—. ¿Cuándo?
—Ahora mismo, si usted quiere.
—Me gustaría.
Myriam no podía apartar sus ojos fascinados de la pantalla.
—Realmente es un bebé —susurró, secándose con gesto distraído la humedad de la cara—. Un milagro —añadió con voz ronca—. ¿Está bien? ¿No hay nada…?
—Su bebé está perfecto y de acuerdo con las medidas… sí, el embarazo es de unas catorce semanas.
—Realmente esto me desborda. Debería hacerle preguntas —movió la cabeza—. No sé… Jamás pensé que me encontraría en esta situación… —la voz se le quebró.
El médico sonrió y le entregó un pañuelo de papel.
—Encantado responderé cualquier pregunta. ¿Por qué no pide cita para volver con su marido una vez que hayan asimilado la noticia? Estoy seguro de que él querrá involucrarse.
Myriam, que estaba igualmente segura de lo contrario, sintió un aguijonazo de dolor que la hizo jadear.
—Es usted muy amable. Muchas gracias.
Se marchó de la clínica y, aún aturdida, dio un paseo por el parque. Su estado emocional fluctuaba entre la euforia y el temor.
Seguía sin sentirlo como algo real.
¿Cómo hacerlo?
Tener un bebé no era algo sobre lo que se hubiera permitido pensar hasta hacía poco. Y había tomado una decisión consciente de abandonar ese sueño. Porque de lo contrario, habría destruido su matrimonio.
Quería tener el hijo de Victor y lo quería a él. No podía tener a ambos.
Atribulada, se sentó en un banco y enterró la cara en las manos.
Al levantarla, estaba pálida pero decidida. ¿Por qué no podía tener a ambos? Victor había parecido estar en contra de la idea del bebé, pero una parte de ello se había debido a la falta de entusiasmo ante la naturaleza invasiva de la intervención médica.
Tenía un hijo y era un padre magnífico. Sería estupendo con el hijo de ambos una vez que se acostumbrara a la idea.
De pronto por su cabeza pasó la imagen de cuando le había dicho que no querría volver a tener hijos jamás.
Apretó los dientes y desterró esa imagen. Eso había sido en el pasado, su embarazo era el presente. Las cosas habían cambiado.
No era el momento para tener pensamientos negativos. Movió la cabeza para despejarla.
Pero no era la clase de información que podía soltarle así sin más, todavía no. Lo más sensato sería dejar caer indirectas, aunque aún no tenía claro qué clase de indirectas.
Él simplemente necesitaría tiempo para aceptarlo.
Respiró hondo, irguió los hombros y pensó: «No tiene otra alternativa».
«Porque tiene que querer este bebé tanto como yo».
Llevaban juntas otra vez una semana y la vida era tan perfecta como Myriam podía imaginar.
Habría sido perfecta salvo por su secreto. Colgaba sobre su cabeza como la proverbial espada. Y ella seguía esquivándola junto con la verdad.
Debía contarle a Victor que estaba embarazada. No era algo que pudiera ignorar, y Myriam tampoco lo quería. No tenía elección y el tiempo se agotaba; faltaba poco para que empezara a notársele.
Su cuerpo ya había experimentado algunos cambios sutiles y fascinantes. Cambios que parecían tan drásticos que no podía creer que Victor no los hubiera notado. Pero aparte de una entusiasta observación sobre el aumento de sus pechos, parecía ajeno a todo lo demás.
Cada vez era más obvio que el momento perfecto que había estado esperando no se iba a presentar más allá de sus fantasías. ¡E incluso en ellas jamás era muy convincente!
Aunque también podía resultar cierto que exageraba y sufría esas pesadillas por nada. No había motivo para dar por hecho que él odiaría la idea. Cuando se enfrentara a la realidad de un bebé, Victor podría dar un giro radical; tal vez quedara tan encantado como ella con la idea.
Pero también era posible que no fuera así.
Era la posibilidad para la que tenía que prepararse, pero no podía.
Cada vez que intentaba predecir su reacción, se ponía a sudar. Sólo había una manera de averiguarlo.
Debía contárselo.
No había nada peor que estar embargada por esa permanente sensación de culpabilidad. Nada podía ser peor que eso, salvo, posiblemente, que tu marido te odiara y que tu matrimonio se destruyera…
Y no iba a ser así.
No dejaba de recordar la expresión en la cara de Kate cuando le había comunicado su embarazo.
—Jamás me había considerado una persona maternal —le había confiado la otra mujer—. De modo que nunca había esperado sentirme de esa manera, y cuando se lo conté a Angelo, lloró… lloró de verdad. Ya sabes, no pensaba que pudiéramos estar más unidos, pero me equivoqué. Este bebé nos ha acercado aún más.
¡Parecía tan injusto!
Contarle al hombre al que amas que esperas un hijo de él debería ser un gran motivo de felicidad.
Después de pasar la mañana en el orfanato infantil, tuvo la certeza de que la vida no era justa.
Se marchó de allí con un objetivo renovado. Tenía las cosas más claras que nunca.
«Se lo contaré esta noche», decidió al subir al coche.
Esa noche había una cena benéfica, y al día siguiente sin duda buscará alguna otra excusa para considerar que no era el momento propicio, por lo tanto, ¿qué sentido tenía esperar?
—Sí, decididamente esta noche —afirmó.
No habría esperado tanto si no hubiera quedado para almorzar con Carla. Habría ido directamente a la oficina de Victor en Florencia, pero ya había rechazado la invitación de la mujer mayor dos veces desde el regreso al hogar.
«Hogar». Lo sentía como su hogar más que cualquier otro lugar que hubiera conocido. Pero, tópico o no, sabía que cualquier sitio donde estuviera Victor sería su hogar.
Valía la pena luchar por lo que tenía, y si no le quedaba más remedio que golpear a Victor con un palo en la cabeza para lograr que se diera cuenta de que un bebé era causa de celebración, ¡lo haría!
Al llegar al restaurante, Carla ya estaba sentada a la mesa bebiendo agua mineral.
—Lamento el retraso —dijo cuando la otra mujer se levantó y le dio un beso en cada mejilla. Demasiado sensible a los olores últimamente, experimentó una oleada de náuseas al quedar envuelta en la nube del fuerte perfume de Carla.
—Se te ve preciosa —comentó Carla cuando se sentó frente a ella y le pedía al camarero una botella de agua mineral—. Y qué zapatos tan cómodos —admiró—. Cielos —suspiró—, cómo me gustaría no ser una esclava de la moda. Y ahora, antes de que empecemos, deja que te informe de que le he dicho a todo el mundo que no es más que un rumor tonto.
Myriam dejó el menú.
—¿A qué te refieres?
—Cuando te marchaste de esa manera se habló un poco, pero yo dije…
—¿Se habló? —se sintió consternada. No había imaginado que su breve ausencia atraería tanta atención y la idea de ser el blanco de rumores la descorazonaba.
—De divorcio, pero no te preocupes, yo dije que todas las parejas discuten y que Victor jamás te engañaría.
—¡Claro que no!
—No te preocupes, soy una persona absolutamente discreta.
—No hay nada que requiera discreción.
—Es lo que yo les dije —le dedicó una sonrisa alegre y se concentró en el menú—. Comenté que tenían que ver lo felices que eran ahora, porque nos preocupamos mucho por Victor cuando murió Sara. Fue un tiempo terrible. De no haber sido porque Alberto lo necesitaba, algunas personas incluso sugirieron que habría sido capaz de cometer una tontería… —calló mientras le dedicaba una mirada significativa.
—¡Nunca! —la protesta de Myriam salió del corazón.
Victor no era de los que abandonaba; sin importar lo dura que pudiera tornarse una situación, nunca tomaría la salida fácil.
La otra mujer, desconcertada por la vehemencia de Myriam, se mostró de acuerdo de inmediato.
—Estoy segura de que tienes razón. Tengo entendido que aquí sirven una langosta magnífica.
Myriam prefirió algo más ligero. Aun así, acababa de empezar a comer cuando tuvo que ir al aseo.
Un breve vistazo al espejo después de refrescarse la cara le mostró que el poco maquillaje que había llevado había desaparecido por completo.
Carla la miró fijamente cuando regresó del aseo.
—Estás embarazada, ¿verdad?
Myriam se sobresaltó. Estaba tan consternada por que hubiera descubierto su secreto que no notó la dureza en la voz de la otra mujer.
—Sí.
Los labios finos de la mujer mayor se curvaron en una sonrisa rígida.
—Felicidades.
—Gracias. Te agradecería que aún no se lo comentaras a nadie. Todavía no es… no es algo público. Ni siquiera privado.
—Muy inteligente, teniendo en cuenta todas las cosas que pueden ocurrir en los primeros meses. He leído que un gran número de embarazos no llegan a su fin en…
La voz de Myriam la cortó.
—¡No! Mi bebé está bien —soltó, acalorándose.
Carla enarcó una ceja fina.
—Por supuesto. No era mi intención sugerir que pudiera pasar algo; sólo coincidía con tu decisión de no hacerlo público tan pronto.
—En realidad, no es tan pronto.
—No diré una palabra. Victor debe estar encantado.
La culpa hizo que Myriam se sonrojara.
—Bueno, en realidad aún no se lo he contado.
—¿En serio?
—Seguro que te parece raro.
—Estoy segura de que tienes tus razones —sonrió, revelando unos dientes parejos y blancos contra unos labios carmesíes—. Pero no te preocupes, no diré ni una palabra.
Dos horas más tarde, Carla estaba sentada en la terraza de la cafetería situada enfrente de la entrada posterior del Edificio García, la misma a la que acudía Victor.
Al ver la alta figura de su primo salir por la puerta, se puso de pie y, cruzando por la ruta más directa, chocó contra él de forma habilidosa antes de que llegara al coche aparcado.
—Lo siento. ¿Está bien? —la mano de Victor fue de forma automática a sujetar a la mujer que se había topado con él. Enarcó una ceja al identificarla—. Carla, vas con prisas.
—Se me hace un poco tarde —reconoció, chasqueando la lengua al mirar las bolsas de las boutiques de lujo con el contenido volcado en la acera.
—¿Has estado de compras?
Victor pensó que había poco más en la vida de esa mujer. Y si lo había, ella jamás lo mencionaba.
Fue incapaz de imaginar a su esposa satisfecha con una existencia tan hedonista y superficial, aunque tuvo que reconocerse que a veces Myriam lo llevaba a extremos.
Así como estaba orgulloso de lo que había conseguido poniendo en marcha el proyecto del orfanato en tan poco espacio de tiempo, le preocupaba que asumiera demasiadas cargas. Sabía que mucha gente daba por hecho que él había sido la fuerza motriz detrás del plan.
Y no había nada más alejado de la verdad, aunque Myriam no parecía preocupada por el reconocimiento a su duro trabajo.
A veces le daba la impresión de que desconocía el significado de la palabra delegar, incluso de un simple no… alguien le pedía que hiciera algo y lo aceptaba sin tomar en consideración el esfuerzo para ella.
Cuando había hablado del tema con ella, no había tomado en serio sus comentarios.
—Me gusta mantenerme ocupada… y mira quién fue a hablar. ¿Cuándo fue la última vez que te tumbaste en la hierba a contemplar el cielo?
—¿Y por qué iba a hacerlo?
Cuando Myriam dejó de reír, se encogió de hombros.
—Creo que me acabas de dar la razón. Te creces con la presión, Victor.
—Conozco mis limitaciones.
—Eso es tan poco cierto que ni siquiera resulta gracioso.
Había dejado el tema, pero reconocía que había sido un error. Frunció el ceño al recordar lo pálida y cansada que parecía Myriam aquella mañana, antes de marcharse.
—¡Ay!
El grito agudo lo devolvió al presente y a la mujer que trataba de recoger las compras del suelo. Sus esfuerzos se veían entorpecidos por una falda extremadamente ceñida y zapatos con diez centímetros de tacón.
Victor se agachó.
—Déjame —lo primero que recogió fue un pijama para bebé.
Con una carcajada, Carla se lo arrebató de las manos.
—Tendrás que fingir que no lo has visto cuando Myriam lo desenvuelva —alisándose la falda, se incorporó y sostuvo la diminuta prenda ante él—. ¿Crees que a Myriam le gustará? —calló cuando pareció ocurrírsele una idea—. Oh, ¿dime que no ha comprado una igual?
Victor observó el pijama y respondió:
—Estoy completamente seguro de que no lo ha hecho.
Carla emitió un exagerado suspiro de alivio.
—Bueno, me alegro mucho. Estuve a punto de comprarle una rebequita, pero pensé, ¿es adecuada la cachemira para un bebé? —interceptó la mirada gélida de él y volvió a reír—. Lo siento, me entusiasmo demasiado, pero vas a tener que acostumbrarte a eso —bromeó.
El sonido artificial de su voz empezaba a crisparlo.
Victor colocó el resto de los paquetes en las bolsas y se puso lentamente de pie.
—Gracias —dijo ella, plantándole un beso en la mejilla al tiempo que aceptaba las compras—. Tienes que estar tan entusiasmado —ajena al hecho de que parecía un bloque de hielo, volvió a darle otro beso antes de cruzar hacia la terraza de la otra acera.
Fue vagamente consciente de que la guiaba a una silla. Miró fijamente el vaso con agua que no sabía cómo había llegado a su mano.
El zumbido en sus oídos se mitigó un poco.
—Lo siento —se disculpó con risa tensa—. Por un momento pensé que decía que estaba embarazada.
—¿No lo sospechaba?
—¿Sospecharlo? —repitió, pensando en los cambios de estado de ánimo, en la súbita aversión al café, en los pechos sensibles—. ¿Cómo podía sospecharlo? —demandó. Las señales habían estado allí, pero ella no había estado buscándolas… ¿qué motivo había para ello?—Usted mismo dijo que para que pudiera concebir de forma natural se requeriría un milagro —protestó—. Y lo habría sabido… Las mujeres lo notan, ¿no?
—No es inusual que una mujer no se dé cuenta de que está embarazada hasta que el embarazo se encuentra bien avanzado, y los milagros, incluso en este mundo cínico, no son tan raros como pueda imaginar. En mi trabajo veo milagros todos los días, el nacimiento mismo lo es.
Myriam soltó un suspiro trémulo e instintivamente apoyó las manos sobre el estómago. Alzó una para cubrirse la boca y comprendió que temblaba con fuerza.
Movió la cabeza, todavía incapaz de creer del todo que no se trataba de un sueño.
—¿No ha confundido mis resultados con los de otra mujer?
—Seguro —el doctor pareció más divertido que ofendido por esa pregunta suspicaz—. Está embarazada.
—¡Oh, Dios mío! —¿qué iba a decir Victor? Descartó ese pensamiento. Ya era bastante complicado asumir los hechos básicos como para abordar ese tema—. ¿De cuánto tiempo?
—Por el reconocimiento médico, diría que de doce semanas, pero podré informarle con más precisión después de la ecografía.
«Mi bebé…» Por primera vez se permitió creer y se sintió embargada por el júbilo.
—¿Me va a hacer una ecografía? —si veía a su propio bebé parecería más real—. ¿Cuándo?
—Ahora mismo, si usted quiere.
—Me gustaría.
Myriam no podía apartar sus ojos fascinados de la pantalla.
—Realmente es un bebé —susurró, secándose con gesto distraído la humedad de la cara—. Un milagro —añadió con voz ronca—. ¿Está bien? ¿No hay nada…?
—Su bebé está perfecto y de acuerdo con las medidas… sí, el embarazo es de unas catorce semanas.
—Realmente esto me desborda. Debería hacerle preguntas —movió la cabeza—. No sé… Jamás pensé que me encontraría en esta situación… —la voz se le quebró.
El médico sonrió y le entregó un pañuelo de papel.
—Encantado responderé cualquier pregunta. ¿Por qué no pide cita para volver con su marido una vez que hayan asimilado la noticia? Estoy seguro de que él querrá involucrarse.
Myriam, que estaba igualmente segura de lo contrario, sintió un aguijonazo de dolor que la hizo jadear.
—Es usted muy amable. Muchas gracias.
Se marchó de la clínica y, aún aturdida, dio un paseo por el parque. Su estado emocional fluctuaba entre la euforia y el temor.
Seguía sin sentirlo como algo real.
¿Cómo hacerlo?
Tener un bebé no era algo sobre lo que se hubiera permitido pensar hasta hacía poco. Y había tomado una decisión consciente de abandonar ese sueño. Porque de lo contrario, habría destruido su matrimonio.
Quería tener el hijo de Victor y lo quería a él. No podía tener a ambos.
Atribulada, se sentó en un banco y enterró la cara en las manos.
Al levantarla, estaba pálida pero decidida. ¿Por qué no podía tener a ambos? Victor había parecido estar en contra de la idea del bebé, pero una parte de ello se había debido a la falta de entusiasmo ante la naturaleza invasiva de la intervención médica.
Tenía un hijo y era un padre magnífico. Sería estupendo con el hijo de ambos una vez que se acostumbrara a la idea.
De pronto por su cabeza pasó la imagen de cuando le había dicho que no querría volver a tener hijos jamás.
Apretó los dientes y desterró esa imagen. Eso había sido en el pasado, su embarazo era el presente. Las cosas habían cambiado.
No era el momento para tener pensamientos negativos. Movió la cabeza para despejarla.
Pero no era la clase de información que podía soltarle así sin más, todavía no. Lo más sensato sería dejar caer indirectas, aunque aún no tenía claro qué clase de indirectas.
Él simplemente necesitaría tiempo para aceptarlo.
Respiró hondo, irguió los hombros y pensó: «No tiene otra alternativa».
«Porque tiene que querer este bebé tanto como yo».
Llevaban juntas otra vez una semana y la vida era tan perfecta como Myriam podía imaginar.
Habría sido perfecta salvo por su secreto. Colgaba sobre su cabeza como la proverbial espada. Y ella seguía esquivándola junto con la verdad.
Debía contarle a Victor que estaba embarazada. No era algo que pudiera ignorar, y Myriam tampoco lo quería. No tenía elección y el tiempo se agotaba; faltaba poco para que empezara a notársele.
Su cuerpo ya había experimentado algunos cambios sutiles y fascinantes. Cambios que parecían tan drásticos que no podía creer que Victor no los hubiera notado. Pero aparte de una entusiasta observación sobre el aumento de sus pechos, parecía ajeno a todo lo demás.
Cada vez era más obvio que el momento perfecto que había estado esperando no se iba a presentar más allá de sus fantasías. ¡E incluso en ellas jamás era muy convincente!
Aunque también podía resultar cierto que exageraba y sufría esas pesadillas por nada. No había motivo para dar por hecho que él odiaría la idea. Cuando se enfrentara a la realidad de un bebé, Victor podría dar un giro radical; tal vez quedara tan encantado como ella con la idea.
Pero también era posible que no fuera así.
Era la posibilidad para la que tenía que prepararse, pero no podía.
Cada vez que intentaba predecir su reacción, se ponía a sudar. Sólo había una manera de averiguarlo.
Debía contárselo.
No había nada peor que estar embargada por esa permanente sensación de culpabilidad. Nada podía ser peor que eso, salvo, posiblemente, que tu marido te odiara y que tu matrimonio se destruyera…
Y no iba a ser así.
No dejaba de recordar la expresión en la cara de Kate cuando le había comunicado su embarazo.
—Jamás me había considerado una persona maternal —le había confiado la otra mujer—. De modo que nunca había esperado sentirme de esa manera, y cuando se lo conté a Angelo, lloró… lloró de verdad. Ya sabes, no pensaba que pudiéramos estar más unidos, pero me equivoqué. Este bebé nos ha acercado aún más.
¡Parecía tan injusto!
Contarle al hombre al que amas que esperas un hijo de él debería ser un gran motivo de felicidad.
Después de pasar la mañana en el orfanato infantil, tuvo la certeza de que la vida no era justa.
Se marchó de allí con un objetivo renovado. Tenía las cosas más claras que nunca.
«Se lo contaré esta noche», decidió al subir al coche.
Esa noche había una cena benéfica, y al día siguiente sin duda buscará alguna otra excusa para considerar que no era el momento propicio, por lo tanto, ¿qué sentido tenía esperar?
—Sí, decididamente esta noche —afirmó.
No habría esperado tanto si no hubiera quedado para almorzar con Carla. Habría ido directamente a la oficina de Victor en Florencia, pero ya había rechazado la invitación de la mujer mayor dos veces desde el regreso al hogar.
«Hogar». Lo sentía como su hogar más que cualquier otro lugar que hubiera conocido. Pero, tópico o no, sabía que cualquier sitio donde estuviera Victor sería su hogar.
Valía la pena luchar por lo que tenía, y si no le quedaba más remedio que golpear a Victor con un palo en la cabeza para lograr que se diera cuenta de que un bebé era causa de celebración, ¡lo haría!
Al llegar al restaurante, Carla ya estaba sentada a la mesa bebiendo agua mineral.
—Lamento el retraso —dijo cuando la otra mujer se levantó y le dio un beso en cada mejilla. Demasiado sensible a los olores últimamente, experimentó una oleada de náuseas al quedar envuelta en la nube del fuerte perfume de Carla.
—Se te ve preciosa —comentó Carla cuando se sentó frente a ella y le pedía al camarero una botella de agua mineral—. Y qué zapatos tan cómodos —admiró—. Cielos —suspiró—, cómo me gustaría no ser una esclava de la moda. Y ahora, antes de que empecemos, deja que te informe de que le he dicho a todo el mundo que no es más que un rumor tonto.
Myriam dejó el menú.
—¿A qué te refieres?
—Cuando te marchaste de esa manera se habló un poco, pero yo dije…
—¿Se habló? —se sintió consternada. No había imaginado que su breve ausencia atraería tanta atención y la idea de ser el blanco de rumores la descorazonaba.
—De divorcio, pero no te preocupes, yo dije que todas las parejas discuten y que Victor jamás te engañaría.
—¡Claro que no!
—No te preocupes, soy una persona absolutamente discreta.
—No hay nada que requiera discreción.
—Es lo que yo les dije —le dedicó una sonrisa alegre y se concentró en el menú—. Comenté que tenían que ver lo felices que eran ahora, porque nos preocupamos mucho por Victor cuando murió Sara. Fue un tiempo terrible. De no haber sido porque Alberto lo necesitaba, algunas personas incluso sugirieron que habría sido capaz de cometer una tontería… —calló mientras le dedicaba una mirada significativa.
—¡Nunca! —la protesta de Myriam salió del corazón.
Victor no era de los que abandonaba; sin importar lo dura que pudiera tornarse una situación, nunca tomaría la salida fácil.
La otra mujer, desconcertada por la vehemencia de Myriam, se mostró de acuerdo de inmediato.
—Estoy segura de que tienes razón. Tengo entendido que aquí sirven una langosta magnífica.
Myriam prefirió algo más ligero. Aun así, acababa de empezar a comer cuando tuvo que ir al aseo.
Un breve vistazo al espejo después de refrescarse la cara le mostró que el poco maquillaje que había llevado había desaparecido por completo.
Carla la miró fijamente cuando regresó del aseo.
—Estás embarazada, ¿verdad?
Myriam se sobresaltó. Estaba tan consternada por que hubiera descubierto su secreto que no notó la dureza en la voz de la otra mujer.
—Sí.
Los labios finos de la mujer mayor se curvaron en una sonrisa rígida.
—Felicidades.
—Gracias. Te agradecería que aún no se lo comentaras a nadie. Todavía no es… no es algo público. Ni siquiera privado.
—Muy inteligente, teniendo en cuenta todas las cosas que pueden ocurrir en los primeros meses. He leído que un gran número de embarazos no llegan a su fin en…
La voz de Myriam la cortó.
—¡No! Mi bebé está bien —soltó, acalorándose.
Carla enarcó una ceja fina.
—Por supuesto. No era mi intención sugerir que pudiera pasar algo; sólo coincidía con tu decisión de no hacerlo público tan pronto.
—En realidad, no es tan pronto.
—No diré una palabra. Victor debe estar encantado.
La culpa hizo que Myriam se sonrojara.
—Bueno, en realidad aún no se lo he contado.
—¿En serio?
—Seguro que te parece raro.
—Estoy segura de que tienes tus razones —sonrió, revelando unos dientes parejos y blancos contra unos labios carmesíes—. Pero no te preocupes, no diré ni una palabra.
Dos horas más tarde, Carla estaba sentada en la terraza de la cafetería situada enfrente de la entrada posterior del Edificio García, la misma a la que acudía Victor.
Al ver la alta figura de su primo salir por la puerta, se puso de pie y, cruzando por la ruta más directa, chocó contra él de forma habilidosa antes de que llegara al coche aparcado.
—Lo siento. ¿Está bien? —la mano de Victor fue de forma automática a sujetar a la mujer que se había topado con él. Enarcó una ceja al identificarla—. Carla, vas con prisas.
—Se me hace un poco tarde —reconoció, chasqueando la lengua al mirar las bolsas de las boutiques de lujo con el contenido volcado en la acera.
—¿Has estado de compras?
Victor pensó que había poco más en la vida de esa mujer. Y si lo había, ella jamás lo mencionaba.
Fue incapaz de imaginar a su esposa satisfecha con una existencia tan hedonista y superficial, aunque tuvo que reconocerse que a veces Myriam lo llevaba a extremos.
Así como estaba orgulloso de lo que había conseguido poniendo en marcha el proyecto del orfanato en tan poco espacio de tiempo, le preocupaba que asumiera demasiadas cargas. Sabía que mucha gente daba por hecho que él había sido la fuerza motriz detrás del plan.
Y no había nada más alejado de la verdad, aunque Myriam no parecía preocupada por el reconocimiento a su duro trabajo.
A veces le daba la impresión de que desconocía el significado de la palabra delegar, incluso de un simple no… alguien le pedía que hiciera algo y lo aceptaba sin tomar en consideración el esfuerzo para ella.
Cuando había hablado del tema con ella, no había tomado en serio sus comentarios.
—Me gusta mantenerme ocupada… y mira quién fue a hablar. ¿Cuándo fue la última vez que te tumbaste en la hierba a contemplar el cielo?
—¿Y por qué iba a hacerlo?
Cuando Myriam dejó de reír, se encogió de hombros.
—Creo que me acabas de dar la razón. Te creces con la presión, Victor.
—Conozco mis limitaciones.
—Eso es tan poco cierto que ni siquiera resulta gracioso.
Había dejado el tema, pero reconocía que había sido un error. Frunció el ceño al recordar lo pálida y cansada que parecía Myriam aquella mañana, antes de marcharse.
—¡Ay!
El grito agudo lo devolvió al presente y a la mujer que trataba de recoger las compras del suelo. Sus esfuerzos se veían entorpecidos por una falda extremadamente ceñida y zapatos con diez centímetros de tacón.
Victor se agachó.
—Déjame —lo primero que recogió fue un pijama para bebé.
Con una carcajada, Carla se lo arrebató de las manos.
—Tendrás que fingir que no lo has visto cuando Myriam lo desenvuelva —alisándose la falda, se incorporó y sostuvo la diminuta prenda ante él—. ¿Crees que a Myriam le gustará? —calló cuando pareció ocurrírsele una idea—. Oh, ¿dime que no ha comprado una igual?
Victor observó el pijama y respondió:
—Estoy completamente seguro de que no lo ha hecho.
Carla emitió un exagerado suspiro de alivio.
—Bueno, me alegro mucho. Estuve a punto de comprarle una rebequita, pero pensé, ¿es adecuada la cachemira para un bebé? —interceptó la mirada gélida de él y volvió a reír—. Lo siento, me entusiasmo demasiado, pero vas a tener que acostumbrarte a eso —bromeó.
El sonido artificial de su voz empezaba a crisparlo.
Victor colocó el resto de los paquetes en las bolsas y se puso lentamente de pie.
—Gracias —dijo ella, plantándole un beso en la mejilla al tiempo que aceptaba las compras—. Tienes que estar tan entusiasmado —ajena al hecho de que parecía un bloque de hielo, volvió a darle otro beso antes de cruzar hacia la terraza de la otra acera.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
gracias por el capi uyy ahora si habra pleito
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Heridas en el Corazón
oh oh
ya se entero Victor y sospecho que no se lo va a tomar nada bien.
gracias por el capitulo
ya se entero Victor y sospecho que no se lo va a tomar nada bien.
gracias por el capitulo
marimyri- VBB ORO
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Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Heridas en el Corazón
niña muchas grax y sigue posteando que aunque no alcance aveces poner mi comentario si la leo pero igual te dejare mis comen de hoy en adelante
saludos
saludos
fresita- VBB PLATINO
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Localización : colima, méxico
Fecha de inscripción : 31/07/2009
Re: Heridas en el Corazón
Gracias niña por el Cap. esa Carla la odio inche vieja Saludos Atte:Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Localización : Monterrey, Nuevo Leon
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Re: Heridas en el Corazón
MUCHAS GRACIAS X EL CAP....
P,D:CREO QUE YA SE ENTERO DEL EMBARAZO BUENO ESO CREOO O POR LO MENOS LO SOSPECHA QUE MAL SI FUE ASI QUE SE ENTERO Y NO POR PARTE DE MYRIAM ASH CHE... CARLA TAN METICHE Y BOCA-FLOJA QUE NO LE DIJO MYRIAM QUE NO FUERA A DECIR O COMENTAR NADA PERO OVIO QUE NO SE IBA A QUEDAR CALLADA TENIA QUE METERSE
P,D:CREO QUE YA SE ENTERO DEL EMBARAZO BUENO ESO CREOO O POR LO MENOS LO SOSPECHA QUE MAL SI FUE ASI QUE SE ENTERO Y NO POR PARTE DE MYRIAM ASH CHE... CARLA TAN METICHE Y BOCA-FLOJA QUE NO LE DIJO MYRIAM QUE NO FUERA A DECIR O COMENTAR NADA PERO OVIO QUE NO SE IBA A QUEDAR CALLADA TENIA QUE METERSE
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
Aaaa ke vieja tan chismosa Victor se va a enojar.
Gracias por el capitulo.
Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
hay no esa carla me cai mal maldiita viieja entrometiida le diijo a viictor lo del bebe con el fiin de k el se enojara con myriiam niiña pliis no tardes con el siiguiiente cap siip niiña xfiis
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Heridas en el Corazón
QUE GANAS DE DARLE UN ZAPE A ESA PRIMITA, VICTOR POR FIS NO TE VAYAS A ENOJAR, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
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