Heridas en el Corazón
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Re: Heridas en el Corazón
graciis dulce x los cap xfiin me pude poner al corriiente con los caps solo espero k viictor se de cuenta de k esta enamorado de myriiam xfiitas no tardes con los caps sii k akii estare esperando ok niiña
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Heridas en el Corazón
BUENO AL MENOS EL HIJO DE VICTOR REACCIONO Y ESTA TRATANDO DE REUNIRLOS, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
gracias niña por el Cap. nos vemos bye Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Heridas en el Corazón
Muchas gracias por el capitulo, Ese alberto me cae bien jaja ke niño tan inteligente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Heridas en el Corazón
gracias por los capis y digo capis porque me puse alcorriente jaja muy buenos
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Heridas en el Corazón
Cap. 8
De hecho, aquel día había empezado fatal. Uno de sus pacientes, un anciano adorable que había sido sometido a cirugía cardiovascular y que estaba recuperándose, había fallecido de repente.
Salir del hospital y contemplar el cielo plomizo no había ayudado a mejorar su estado de ánimo.
Justo cuando se preparaba para cruzar a la carrera hacia la parada del autobús había sentido una mano en su hombro.
Se había vuelto y encontrado a la altura de sus ojos una cara chaqueta de piel. Y debajo un jersey gris claro de cachemira.
Al alzar la cabeza, a duras penas había conseguido no emitir un inadecuado jadeo. En cuanto vio esos ojos profundamente oscuros el cansancio que había hecho que sus pasos resultaran pesados se había evaporado con la descarga de adrenalina.
Al menos había esperado que fuera adrenalina, pero si hubiera sido por sus hormonas, estaría metida en problemas porque había olvidado cómo respirar. La habría ayudado si él hubiera movido la mano, pero aún seguía sobre su hombro.
Había esbozado una leve sonrisa.
Durante la última semana había visto a Victor García cada día. Había podido observar de primera mano la satisfactoria cicatrización de la herida que ella misma le había suturado. También había podido presenciar la devoción que le inspiraba su hijo y la capacidad que tenía de funcionar casi sin dormir.
Había permanecido junto a la cama de su hijo treinta y seis horas seguidas antes de marcharse el tiempo suficiente para darse una ducha, cambiarse de ropa y regresar afeitado. Si desarreglado y manchado de sangre había parecido más atractivo que lo que un hombre tenía derecho a estar… limpio simplemente había estado increíble.
—Señor García —la humedad en la cara y el cabello pegado contra la frente sugerían que llevaba allí un buen rato.
—Me llamo Victor.
Enarcó una ceja, pero Myriam se sentía demasiado agitada por su presencia, tan física, como para responder a la señal de curiosidad. Era dolorosamente consciente del contacto ligero sobre el hombro y la reacción tan poco casual que le provocaba a ella.
—¿Alberto la llama Myriam?
Ella asintió, descubriendo que no podría apartar la vista de esas facciones marcadas aunque en ello le fuera la vida.
—Sí.
—Es un nombre poco corriente.
—Mi abuela era irlandesa. Me pusieron ese nombre en su honor.
—¿Se va a casa? —ella asintió—. Y está cansada y hambrienta porque ha trabajado durante su hora para cenar y —sonrió— ahora mismo se pregunta cómo sé estas cosas.
Myriam se quedó boquiabierta.
—¿Cómo lo sabe?
—La observo.
Dos palabras, pero en ella surtieron el mismo efecto que el mundo desviándose de su eje, lo cual, si recordaba bien, podía dar como resultado el fin de toda vida en el planeta tal como la humanidad la conocía.
La idea de esos ojos oscuros siguiéndola le provocó una oleada de calor por el cuerpo.
—Me sentiría halagada si creyera que había algo más que mirar —indicó en un intento por quitarle trascendencia a su comentario.
Le costó más quitarle trascendencia a la expresión de su cara al recorrerle despacio el cuerpo.
Los músculos de su abdomen se contrajeron y siguieron temblando mientras luchaba por mantener a raya el insidioso letargo que le quitaba la fuerza de sus extremidades y le licuaba el cerebro.
—Nunca es una incomodidad mirar a una mujer hermosa.
—¡Yo!
La exclamación sorprendida hizo que él soltara una carcajada.
—Es infinitamente preferible observarla a usted que a su amigo, el musculoso jefe de enfermeros. ¿Quizá ustedes dos son pareja?
—¡Julio! —la sugerencia la sobresaltó—. No, claro que no.
—Él también la mira.
—No sea ridículo —replicó enfadada.
—Pobre Julio —musitó él—. Y ahora que he hecho que pensara en ello, comprende que es cierto. Es inútil negarlo. Tiene el rostro más transparente que jamás he visto.
Hizo que sonara como un defecto y tuvo ganas de coincidir con él. En ese momento por su cabeza pasaban pensamientos que hubiera preferido desconocer. La idea de estar transmitiéndoselos la horrorizó.
—Confunde la vida real con una telenovela. Creo, señor García, que ha dispuesto de demasiado tiempo libre. Es evidente que su imaginación se ha desbocado.
En sus ojos brilló una luz que Myriam no se atrevió a analizar mientras él le concedía la razón.
—Quizá tenga razón en que la imaginación no puede sustituir a la realidad. No cuando se torna dolorosamente frustrante… —murmuró, mirándole los suaves labios rosados de un modo que la paralizó.
—De hecho, señor García, a mí me parece que la realidad rara vez está a la altura de la imaginación —por ejemplo, esa boca que tanto la distraía. Era imposible que besara tan bien como sugerían esos labios sensuales.
—Eso no me ofrece una gran opinión sobre los hombres que ha habido en su vida.
Cuando lo asimiló, palideció.
—¡Yo no hablaba de sexo!
—Claro que no —la aplacó, divertido por su exabrupto—. La comida es un tema más cómodo. Pensé que tal vez le gustaría ir a cenar algo… comida real, no imaginaria.
Ella parpadeó desconcertada.
—¿Me está invitando a cenar?
—Los dos tenemos hambre y yo estoy solo aquí…
Lo dijo como un hombre sin un amigo en el mundo, algo tan inverosímil que ella tuvo ganas de reír.
—¿Y no podría telefonear o chasquear los dedos para disponer de una preciosa, amena e inteligente compañía?
Él sonrió.
—Pensé que valía la pena jugar la carta de la soledad —admitió sin pudor—. Usted es una compañía amena e inteligente.
—Las adulaciones no lo llevarán a ninguna parte.
—¿Y bien? —enarcó una ceja—. ¿Acepta?
—No puedo acompañarlo.
—¿Por qué?
—Llevo puesto el uniforme y usted… —calló, mirándolo de arriba abajo. Era el hombre más atractivo que jamás había visto.
—¿Yo qué, Myriam? —sonrió.
El modo en que pronunció su nombre hizo que se ruborizara. Bajó la vista. Con semejante voz, podía hacer que la lista de la compra sonara sexy.
—La gente como usted no sale a cenar con gente como yo.
Cenaría con mujeres deslumbrantes que jamás vestirían un uniforme inapropiado y poco favorecedor.
—¿Hay una ley al respecto? —la vio fruncir los labios, reacia aún a mirarlo—. Hace que suene como si perteneciéramos a dos especies diferentes, Myriam.
—Y prácticamente así es señor García.
—Victor.
—Es muy amable, señor García, pero no tiene que invitarme a cenar sólo por haberse tropezado conmigo. La mayoría de los padres expresa su gratitud con una caja de bombones.
—Me he quedado sin bombones —extendió las manos hacia arriba para ilustrar su comentario—. Y no tropecé con usted; la estaba esperando.
Ella lo miró a la cara.
—¿Y por qué haría algo así? —demandó, sin poder contener en su estómago un aleteo de entusiasmo.
—¿Por qué suelen esperarla los hombres, Myriam?
—No lo hacen y deje de llamarme así.
—¿No es su nombre?
—No como usted lo dice. Usted hace que parezca el de otra persona.
—Bien, entonces no haga lo de siempre y suba al coche.
Giró la cabeza en la dirección que él indicaba.
—¿Qué coche?
¿Cómo lo había pasado por alto?
La limusina con las ventanillas tintadas que se detuvo junto al bordillo frente a ellos era enorme.
Sintió la mano de él en su hombro y no vio el daño que podría causar dejar que permaneciera allí durante un minuto.
—Necesita animarse.
—No lo necesito —protestó, liberando su brazo—. De verdad.
—Yo sí lo necesito —respondió él—. De verdad.
Algo en su voz hizo que se detuviera. Alzó la vista despacio y vio que estaba ceñudo y por primera vez percibió las ojeras y las arrugas de la tensión alrededor de su boca.
Costaba imaginar a un hombre menos propenso a despertar su instinto maternal.
—Tiene que estar muy cansado —«este hombre no necesita que lo cuiden», le señaló su voz interior lógica y racional.
—No me iría mal un cambio de ambiente. Pensé que le alegraría que siguiera su consejo. ¿No es lo que ha estado recomendándome durante días a través de su excelente jefe de enfermeros? —preguntó con tono inocente—. Un hombre más sensato daría por hecho que era reacia a hablar conmigo…
—Di por sentado que le resultaría más fácil aceptar un consejo si se lo daba un hombre.
—¿Cree que tengo algún problema con las mujeres fuertes? De hecho, me gusta una mujer que sabe lo que quiere y no le da miedo decírselo a un hombre.
Quizá era ella quien veía un matiz sexual que no existía. No obstante, se esforzó en mantener a raya el rubor.
—Aceptar los consejos de una mujer en las circunstancias adecuadas —prosiguió él—, puede ser muy agradable.
De inmediato se corrigió. ¡Claro que existía el matiz sexual!
Soslayó el peligroso tirón de excitación en su estómago y lo miró con seriedad. Pero sólo aguantó hasta que vio el resplandor que ardía en las profundidades de los ojos de él.
—¡No me mire así!
Dentro del hospital tenía el control; en el exterior no había ninguna placa identificativa tras la que esconderse. Sus papeles se invertían y eso la asustaba.
—¿Por qué?
—Porque no me gusta —no era una mentira completa… el agrado no tenía nada que ver con los escalofríos que le recorrían la espalda.
—Cene conmigo.
—No sería buena compañía.
—Me arriesgaré. Relájese. Usted tiene hambre, yo tengo hambre… ¿dónde está el problema?
En que relajarse con ese hombre era clínicamente imposible.
Giró la cabeza para hablarle en rápido italiano al chófer antes de abrirle a ella la puerta de atrás del lujoso vehículo.
Tras una pausa, Myriam entró. Sólo era una cena y a veces había que vivir un poco peligrosamente… aparte de que en casa sólo la esperaba un plato de comida precocinada.
—¡Santo cielo, esto es más grande que mi cocina! —exclamó, sorprendida por el extravagante lujo como para mostrarse indiferente—. Este cacharro debe consumir litros de combustible.
—Sería un mal hombre de negocios si no supiera…
—Y no un «implacable genio de las finanzas» —citó ella con tono travieso.
Él movió la cabeza con sonrisa irónica.
—Supongo que esa cita del suplemento dominical me acompañará hasta la tumba.
—¿Es así como viaja un genio?
—No soy uno y por lo general me resulta más cómodo usar un helicóptero.
La respuesta le provocó una risa.
—¿Y lo de despiadado? —inquirió con curiosidad.
Volvió a dedicarle esa sonrisa carismática.
—Eso depende de con quién esté hablando.
—Hablo con usted.
—¿Y usted qué piensa?
—Que le es imposible ofrecer una respuesta directa. Quizá debería dedicarse a la política.
—¿O sea que quiere conocer al hombre que hay detrás de ese estúpido titular?
Ella movió la cabeza.
—No dispongo de ese tiempo. Sólo es una cena.
—No tiene por qué ser sólo una.
La calidez terrenal de su escrutinio hizo que el estómago le diera un vuelco. Intentó reír para reducir la tensión que había surgido en el espacio reducido, pero tenía las cuerdas vocales paralizadas.
—Probablemente hace bien en no comprometerse. Aguarde y veamos cómo marcha esta noche.
De hecho, aquel día había empezado fatal. Uno de sus pacientes, un anciano adorable que había sido sometido a cirugía cardiovascular y que estaba recuperándose, había fallecido de repente.
Salir del hospital y contemplar el cielo plomizo no había ayudado a mejorar su estado de ánimo.
Justo cuando se preparaba para cruzar a la carrera hacia la parada del autobús había sentido una mano en su hombro.
Se había vuelto y encontrado a la altura de sus ojos una cara chaqueta de piel. Y debajo un jersey gris claro de cachemira.
Al alzar la cabeza, a duras penas había conseguido no emitir un inadecuado jadeo. En cuanto vio esos ojos profundamente oscuros el cansancio que había hecho que sus pasos resultaran pesados se había evaporado con la descarga de adrenalina.
Al menos había esperado que fuera adrenalina, pero si hubiera sido por sus hormonas, estaría metida en problemas porque había olvidado cómo respirar. La habría ayudado si él hubiera movido la mano, pero aún seguía sobre su hombro.
Había esbozado una leve sonrisa.
Durante la última semana había visto a Victor García cada día. Había podido observar de primera mano la satisfactoria cicatrización de la herida que ella misma le había suturado. También había podido presenciar la devoción que le inspiraba su hijo y la capacidad que tenía de funcionar casi sin dormir.
Había permanecido junto a la cama de su hijo treinta y seis horas seguidas antes de marcharse el tiempo suficiente para darse una ducha, cambiarse de ropa y regresar afeitado. Si desarreglado y manchado de sangre había parecido más atractivo que lo que un hombre tenía derecho a estar… limpio simplemente había estado increíble.
—Señor García —la humedad en la cara y el cabello pegado contra la frente sugerían que llevaba allí un buen rato.
—Me llamo Victor.
Enarcó una ceja, pero Myriam se sentía demasiado agitada por su presencia, tan física, como para responder a la señal de curiosidad. Era dolorosamente consciente del contacto ligero sobre el hombro y la reacción tan poco casual que le provocaba a ella.
—¿Alberto la llama Myriam?
Ella asintió, descubriendo que no podría apartar la vista de esas facciones marcadas aunque en ello le fuera la vida.
—Sí.
—Es un nombre poco corriente.
—Mi abuela era irlandesa. Me pusieron ese nombre en su honor.
—¿Se va a casa? —ella asintió—. Y está cansada y hambrienta porque ha trabajado durante su hora para cenar y —sonrió— ahora mismo se pregunta cómo sé estas cosas.
Myriam se quedó boquiabierta.
—¿Cómo lo sabe?
—La observo.
Dos palabras, pero en ella surtieron el mismo efecto que el mundo desviándose de su eje, lo cual, si recordaba bien, podía dar como resultado el fin de toda vida en el planeta tal como la humanidad la conocía.
La idea de esos ojos oscuros siguiéndola le provocó una oleada de calor por el cuerpo.
—Me sentiría halagada si creyera que había algo más que mirar —indicó en un intento por quitarle trascendencia a su comentario.
Le costó más quitarle trascendencia a la expresión de su cara al recorrerle despacio el cuerpo.
Los músculos de su abdomen se contrajeron y siguieron temblando mientras luchaba por mantener a raya el insidioso letargo que le quitaba la fuerza de sus extremidades y le licuaba el cerebro.
—Nunca es una incomodidad mirar a una mujer hermosa.
—¡Yo!
La exclamación sorprendida hizo que él soltara una carcajada.
—Es infinitamente preferible observarla a usted que a su amigo, el musculoso jefe de enfermeros. ¿Quizá ustedes dos son pareja?
—¡Julio! —la sugerencia la sobresaltó—. No, claro que no.
—Él también la mira.
—No sea ridículo —replicó enfadada.
—Pobre Julio —musitó él—. Y ahora que he hecho que pensara en ello, comprende que es cierto. Es inútil negarlo. Tiene el rostro más transparente que jamás he visto.
Hizo que sonara como un defecto y tuvo ganas de coincidir con él. En ese momento por su cabeza pasaban pensamientos que hubiera preferido desconocer. La idea de estar transmitiéndoselos la horrorizó.
—Confunde la vida real con una telenovela. Creo, señor García, que ha dispuesto de demasiado tiempo libre. Es evidente que su imaginación se ha desbocado.
En sus ojos brilló una luz que Myriam no se atrevió a analizar mientras él le concedía la razón.
—Quizá tenga razón en que la imaginación no puede sustituir a la realidad. No cuando se torna dolorosamente frustrante… —murmuró, mirándole los suaves labios rosados de un modo que la paralizó.
—De hecho, señor García, a mí me parece que la realidad rara vez está a la altura de la imaginación —por ejemplo, esa boca que tanto la distraía. Era imposible que besara tan bien como sugerían esos labios sensuales.
—Eso no me ofrece una gran opinión sobre los hombres que ha habido en su vida.
Cuando lo asimiló, palideció.
—¡Yo no hablaba de sexo!
—Claro que no —la aplacó, divertido por su exabrupto—. La comida es un tema más cómodo. Pensé que tal vez le gustaría ir a cenar algo… comida real, no imaginaria.
Ella parpadeó desconcertada.
—¿Me está invitando a cenar?
—Los dos tenemos hambre y yo estoy solo aquí…
Lo dijo como un hombre sin un amigo en el mundo, algo tan inverosímil que ella tuvo ganas de reír.
—¿Y no podría telefonear o chasquear los dedos para disponer de una preciosa, amena e inteligente compañía?
Él sonrió.
—Pensé que valía la pena jugar la carta de la soledad —admitió sin pudor—. Usted es una compañía amena e inteligente.
—Las adulaciones no lo llevarán a ninguna parte.
—¿Y bien? —enarcó una ceja—. ¿Acepta?
—No puedo acompañarlo.
—¿Por qué?
—Llevo puesto el uniforme y usted… —calló, mirándolo de arriba abajo. Era el hombre más atractivo que jamás había visto.
—¿Yo qué, Myriam? —sonrió.
El modo en que pronunció su nombre hizo que se ruborizara. Bajó la vista. Con semejante voz, podía hacer que la lista de la compra sonara sexy.
—La gente como usted no sale a cenar con gente como yo.
Cenaría con mujeres deslumbrantes que jamás vestirían un uniforme inapropiado y poco favorecedor.
—¿Hay una ley al respecto? —la vio fruncir los labios, reacia aún a mirarlo—. Hace que suene como si perteneciéramos a dos especies diferentes, Myriam.
—Y prácticamente así es señor García.
—Victor.
—Es muy amable, señor García, pero no tiene que invitarme a cenar sólo por haberse tropezado conmigo. La mayoría de los padres expresa su gratitud con una caja de bombones.
—Me he quedado sin bombones —extendió las manos hacia arriba para ilustrar su comentario—. Y no tropecé con usted; la estaba esperando.
Ella lo miró a la cara.
—¿Y por qué haría algo así? —demandó, sin poder contener en su estómago un aleteo de entusiasmo.
—¿Por qué suelen esperarla los hombres, Myriam?
—No lo hacen y deje de llamarme así.
—¿No es su nombre?
—No como usted lo dice. Usted hace que parezca el de otra persona.
—Bien, entonces no haga lo de siempre y suba al coche.
Giró la cabeza en la dirección que él indicaba.
—¿Qué coche?
¿Cómo lo había pasado por alto?
La limusina con las ventanillas tintadas que se detuvo junto al bordillo frente a ellos era enorme.
Sintió la mano de él en su hombro y no vio el daño que podría causar dejar que permaneciera allí durante un minuto.
—Necesita animarse.
—No lo necesito —protestó, liberando su brazo—. De verdad.
—Yo sí lo necesito —respondió él—. De verdad.
Algo en su voz hizo que se detuviera. Alzó la vista despacio y vio que estaba ceñudo y por primera vez percibió las ojeras y las arrugas de la tensión alrededor de su boca.
Costaba imaginar a un hombre menos propenso a despertar su instinto maternal.
—Tiene que estar muy cansado —«este hombre no necesita que lo cuiden», le señaló su voz interior lógica y racional.
—No me iría mal un cambio de ambiente. Pensé que le alegraría que siguiera su consejo. ¿No es lo que ha estado recomendándome durante días a través de su excelente jefe de enfermeros? —preguntó con tono inocente—. Un hombre más sensato daría por hecho que era reacia a hablar conmigo…
—Di por sentado que le resultaría más fácil aceptar un consejo si se lo daba un hombre.
—¿Cree que tengo algún problema con las mujeres fuertes? De hecho, me gusta una mujer que sabe lo que quiere y no le da miedo decírselo a un hombre.
Quizá era ella quien veía un matiz sexual que no existía. No obstante, se esforzó en mantener a raya el rubor.
—Aceptar los consejos de una mujer en las circunstancias adecuadas —prosiguió él—, puede ser muy agradable.
De inmediato se corrigió. ¡Claro que existía el matiz sexual!
Soslayó el peligroso tirón de excitación en su estómago y lo miró con seriedad. Pero sólo aguantó hasta que vio el resplandor que ardía en las profundidades de los ojos de él.
—¡No me mire así!
Dentro del hospital tenía el control; en el exterior no había ninguna placa identificativa tras la que esconderse. Sus papeles se invertían y eso la asustaba.
—¿Por qué?
—Porque no me gusta —no era una mentira completa… el agrado no tenía nada que ver con los escalofríos que le recorrían la espalda.
—Cene conmigo.
—No sería buena compañía.
—Me arriesgaré. Relájese. Usted tiene hambre, yo tengo hambre… ¿dónde está el problema?
En que relajarse con ese hombre era clínicamente imposible.
Giró la cabeza para hablarle en rápido italiano al chófer antes de abrirle a ella la puerta de atrás del lujoso vehículo.
Tras una pausa, Myriam entró. Sólo era una cena y a veces había que vivir un poco peligrosamente… aparte de que en casa sólo la esperaba un plato de comida precocinada.
—¡Santo cielo, esto es más grande que mi cocina! —exclamó, sorprendida por el extravagante lujo como para mostrarse indiferente—. Este cacharro debe consumir litros de combustible.
—Sería un mal hombre de negocios si no supiera…
—Y no un «implacable genio de las finanzas» —citó ella con tono travieso.
Él movió la cabeza con sonrisa irónica.
—Supongo que esa cita del suplemento dominical me acompañará hasta la tumba.
—¿Es así como viaja un genio?
—No soy uno y por lo general me resulta más cómodo usar un helicóptero.
La respuesta le provocó una risa.
—¿Y lo de despiadado? —inquirió con curiosidad.
Volvió a dedicarle esa sonrisa carismática.
—Eso depende de con quién esté hablando.
—Hablo con usted.
—¿Y usted qué piensa?
—Que le es imposible ofrecer una respuesta directa. Quizá debería dedicarse a la política.
—¿O sea que quiere conocer al hombre que hay detrás de ese estúpido titular?
Ella movió la cabeza.
—No dispongo de ese tiempo. Sólo es una cena.
—No tiene por qué ser sólo una.
La calidez terrenal de su escrutinio hizo que el estómago le diera un vuelco. Intentó reír para reducir la tensión que había surgido en el espacio reducido, pero tenía las cuerdas vocales paralizadas.
—Probablemente hace bien en no comprometerse. Aguarde y veamos cómo marcha esta noche.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Heridas en el Corazón
Muchas gracias por el capitulo, ya kiero ke se vuelvan a aencontrar
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Heridas en el Corazón
gracias por el Cap. niña nos vemos Saudos Att: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Heridas en el Corazón
CON ESOS RECUERDOS, COMO MYRIAM PODRÍA OLVIDARSE DE VICTOR, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Heridas en el Corazón
MUCHAS GRACIASSSS X LOS CAP.... YA ME PUSE AL CORRIENTE
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Heridas en el Corazón
Cap. 9
La puerta de la limusina al abrirse le brindó la distracción necesaria para permitirle escapar del dominio sensual que la tenía inmovilizada y liberarse de esa mirada intensa.
Estaba tan agitada que al bajar no se percató de inmediato de que en esa zona residencial no había ningún local.
—Esto no es un restaurante —dijo, mirándolo con expresión acusadora al acercarse a la entrada cubierta de un edificio grande de estilo georgiano.
—Es mi casa.
—¿Qué parte?
—Toda.
Ella puso los ojos en blanco.
—Claro.
La puerta se abrió antes de que llegaran. Una mujer de pelo negro, de treinta y pocos años y con una falda azul marino, le sonrió agradablemente. Impulsada por el toque delicado de la mano de él en su espalda, entró en el recibidor elegante iluminado por arañas de cristal y dominado por una amplia escalera bajo la cual se podría haber acomodado una orquesta entera.
Deslumbrada por todo ese esplendor reluciente, no captó el nombre cuando Victor le presentó al ama de llaves. Después de un breve intercambio en italiano, la mujer de voz suave se despidió con tono cortés y desapareció por una de las muchas puertas que daban a la zona de recepción.
—Venga.
Tuvo que reconocer que su estilo autocrático la irritaba sobremanera.
La condujo a través de una serie de puertas y por un largo corredor. Al llegar al extremo, abrió una puerta y le indicó que lo precediera.
Myriam entró en una cocina, aunque diferente a cualquiera que conociera. El único lugar en el que aparecían cuartos como ése, era en las revistas de decoración.
—Ésta es la cocina.
—Bien visto —aprobó Victor, dedicándole una rápida sonrisa irónica mientras se quitaba la chaqueta—. ¿Le gusta el risotto?
Lo vio abrir las puertas dobles de una nevera grande y comenzar a sacar ingredientes.
—¿Usted cocina?
—¿La sorprende?
—La verdad es que me sorprende que sepa dónde está la cocina.
Él rió.
«¡Ayuda! ¡Es tan atractivo!»
Pensó que parecía más relajado que nunca, aunque dado el entorno en el que lo había visto hasta ese momento, no le resultó extraño.
—¿No tiene chef?
—Varios. También tengo un chófer, pero eso no significa que no sepa conducir un coche. Aunque mi estilo de vida no me brinda la oportunidad de practicar mis habilidades culinarias tan a menudo como me gustaría. ¿Qué le causa gracia?
—Tiene varios chefs y cree que es algo normal… Es que es tan rico… —miró alrededor—. Es como si viviera en otro planeta.
Él se encogió de hombros.
—Vivimos en el mismo planeta, Myriam. Las cosas importantes de la vida no traen una etiqueta con un precio. Y ahora, puede quitarse el abrigo y servir unas copas de vino… el refrigerador de los vinos está a su izquierda —con la cabeza indicó un armario de puerta de cristal—. Y póngase cómoda.
Él retiró una silla de la mesa donde había depositado los ingredientes. Ella se quitó el abrigo mojado, lo dobló sobre el respaldo de una silla y, poniéndose en cuclillas, abrió la puerta del refrigerador.
—¿Qué vino? —preguntó, sintiéndose totalmente fuera de lugar mientras miraba la enorme cantidad de botellas allí guardadas.
—Cierre los ojos y déjelo a la suerte —sugirió Victor antes de centrar su atención en una cebolla que procedió a picar con velocidad de profesional—. Sacacorchos —dijo, abriendo un cajón y tirándole el utensilio—. Buenos reflejos.
Myriam abrió la botella y llenó dos copas. Sentándose, apoyó los codos en la mesa y, mientras bebía, lo observó cortar, trocear y mezclar con evidente destreza.
Al rato el cuarto se llenó con un olor delicioso.
—Tiene buena pinta.
Él alzó la vista del plato que preparaba.
—¿Tiene hambre? —ella asintió—. Bien —alzó una cuchara de madera hacia sus labios y asintió con expresión seria de aprobación—. Ya casi está. Si usted lo remueve, yo pondré la mesa. No se preocupe, no muerde —añadió divertido cuando ella estudió la cuchara con suspicacia.
Los dedos se rozaron cuando se la entregó y Myriam sintió un hormigueo que la aterró y la estimuló al mismo tiempo.
«¿Qué hago aquí? Éste no es mi mundo». Giró la cabeza para mirarlo y pensó: «Es su mundo y aquí no pinto nada».
—Siéntese —retiró una silla y le indicó que la ocupara mientras encendía la vela que había puesto en la mesa.
Sólo faltaba una música suave para que fuera una clásica escena de seducción.
El corazón le latía deprisa, se sentía sin aire, casi mareada.
«Cualquiera pensaría que quiero ser seducida».
Descartó la idea. Jamás se había sentido tentada por las relaciones casuales; la idea de intimidad sin amor la dejaba fría.
Entonces, ¿por qué sentía la piel tan encendida?
Sin mirarlo a los ojos, tembló por dentro, le dedicó una media sonrisa y ocupó la silla que le ofrecía.
Cenaría y se marcharía. Se dijo que corría el peligro de complicar demasiado la situación, dándole demasiada importancia a una mirada casual. Debía dejar de ver cosas que no estaban ahí.
Victor se sentó enfrente. Fue a rellenarle la copa, pero ella movió la cabeza.
—No, gracias.
Notó que él tampoco se servía. Como no hizo ademán de alzar su tenedor; esperó, con los codos sobre la mesa y el mentón apoyado en las manos, hasta que ella probó la comida.
—¿Y bien?
—Está delicioso —admitió Myriam con sinceridad—. ¿Va a regresar al hospital esta noche?
Él movió la cabeza.
—No, Alberto se encuentra mejor y me ha echado.
—Tiene más agallas que el resto de nosotros.
Mientras cenaban, los temas de conversación fueron intrascendentes, variados, y Myriam empezó a… relajarse era una palabra demasiado contundente, pero sí bajó levemente las defensas y la tensión se evaporó de su espalda rígida. Sin embargo, todo el tiempo que hablaron sin decir mucho, fue consciente de que estaba con Victor García, un hombre peligroso acostumbrado a conseguir lo que deseaba.
«¿Y si me desea a mí?»
Se puso de píe con tanta celeridad, que estuvo a punto de tirar la silla.
—Ha sido una cena deliciosa, pero es tarde —tarde para fingir que no se había sentido atraída por él desde el primer instante en que lo vio—. Debería irme —«de hecho, no debería haber venido».
Victor dejó a un lado la servilleta y se incorporó con la fluidez que caracterizaba todos sus movimientos.
—Es temprano —protestó, yendo hacia el lado de la mesa en que se encontraba ella.
Myriam se quedó quieta, con el corazón martilleándole, retorciendo la servilleta blanca, incapaz de mover los pies, hasta que él se acercó lo suficiente como para sentir el calor que emanaba de su cuerpo.
Dejó la vista clavada en la copa de vino en la mesa.
—Realmente debería…
Él posó el dedo pulgar en el labio inferior de Myriam, sobresaltándola al tiempo que despertaba una expresión de curiosidad.
—Tu boca… se ve tan suave y exuberante.
Sus ojos conectaron y el calor y el apetito que ella vio reflejados en la superficie oscura de los de Victor le generaron una descarga sensual.
—Esta velada no va en la dirección que crees que está yendo —soltó ella, llevándose una mano al pecho, ya que daba la impresión de que su corazón luchaba por liberarse.
Él puso expresión sarcástica.
—¿Y cuál es?
Ella movió la cabeza para tratar de despejarse.
—En realidad, no soy una persona de una aventura de una noche.
—Una aventura de una noche no bastaría.
La observación ronca hizo que emitiera un leve gemido que trató de ocultar con una risa frágil.
—La verdad es que no creo que ayude a tu reputación que te vean conmigo en los lugares adecuados.
—No me interesa mi reputación y el único lugar en el que me interesa verte es en mi cama —ladeó la cabeza y observó su rostro encendido—. ¿Te he conmocionado? No estás cómoda hablando de sexo.
—Toda esta conversación me resulta incómoda.
—¿Preferirías hablar del tiempo? Podríamos, pero los dos estaríamos pensando en el sexo.
Alzó el mentón y le lanzó una mirada desafiante.
—Habla por ti.
—Me decepcionas. No pensé que fueras una hipócrita.
La acusación la enfadó.
—No lo soy, pero tampoco me domina el sexo.
De hecho, era lo opuesto… al menos hasta ese momento. Porque su libido se había globalizado. Había cerrado las manos porque no confiaba en no arrancarle la ropa.
Él inclinó la cabeza y su aliento le acarició la mejilla.
—Me deseas —musitó con voz ronca—. Y sabes que yo te deseo y eso te gusta. Te excita. Yo te excito.
Movió la cabeza, porque supo que si hablaba podría darle la impresión de que deseaba que continuara diciendo ese tipo de cosas.
¿Y no era así?
Volvió a mover la cabeza, asustada por el torrente de emociones que la recorría.
—Llevo una semana entera deseando besarte. Voy a hacerlo ahora, ¿si eso te parece bien…?
Su voz seductora no pedía permiso, simplemente incrementaba con habilidad la tensión sexual. La verdad era que no esperaba que ella se negara, porque las mujeres le habían estado diciendo que sí toda la vida.
«Y al parecer yo no soy distinta», pensó Myriam.
Y no lo era… para él eso era sexo sin obligaciones. Reconocerlo no bastó para que se sintiera menos desesperada por Victor. Realizó un último intento de irse.
—De verdad es muy tarde —incluso sus oídos captaron la falta de convicción en la protesta murmurada.
—¿Qué prisa hay? Mañana no trabajas.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo comprobé.
—¿Por qué hiciste algo así?
—La información es poder, Myriam —esbozó una sonrisa perezosa y bajó la mano.
Ella quiso que la tocara.
Alzó el mentón y trató de parecer divertida.
—No tienes poder sobre mí —lamentó que sus hormonas no mostraran una autonomía similar.
—Es una pena, porque a mí me tienes en la palma de tu bonita mano —le tomó la muñeca y le abrió los dedos cerrados como los pétalos de una flor—. Una mano preciosa —susurró.
Su contacto le infligía un daño terrible, probablemente irreparable, al sistema nervioso. Con una mezcla de miedo y anhelo en los ojos, suspiró y admitió:
—La verdad es que no me quiero ir.
Algo ardió en la profundidad de los ojos de él, una satisfacción masculina primitiva con algo menos fácilmente identificable.
—Entonces, quédate, cara.
—Pero ni siquiera estoy segura de que me gustes.
Él rió.
—Si te hace sentir mejor, durante las primeras veinticuatro horas yo también estuve convencido de que no me gustabas.
—No lo ocultaste muy bien —trató de sonreír, sin éxito… la embargaba la emoción.
—Quería sexo contigo incluso cuando no me gustabas —sonrió—. Vuelves a mostrar esa expresión conmocionada.
Ella bajó los párpados. Se sentía excitada, lo que resultaba mucho más inquietante.
—Me sorprende que esté haciendo esto.
El corazón se le disparó cuando él inclinó la cabeza. Desde tan cerca podía ver los extremos dorados en sus pestañas largas y oscuras y la fina textura de su piel bronceada. Al acercarse más, todo se convirtió en un calidoscopio desenfocado y el latir del corazón se le hizo más rápido y fuerte.
La anticipación se cerró como un puño en su estómago al separar los labios bajo la gentil pero insistente presión de la boca de Victor.
Cuando le introdujo la lengua en la boca, Myriam emitió un gemido bajo y le aferró los hombros, pegándose a ese cuerpo fibroso, duro y vital al tiempo que le devolvía el beso con una ansiedad próxima a la desesperación.
—Dio mió! —él respiró entrecortadamente y ladeó la cabeza para estudiarla cuando al fin se separaron—. Eres todo lo que imaginé y mucho, mucho más.
El resplandor de deseo intenso que vio en sus ojos la dejó sin aliento y le hizo dar vueltas la cabeza antes de que volviera a besarla. Deslizó la mano hacia la curva de un pecho y las rodillas de Myriam se volvieron de gelatina.
—¡No es suficiente! —jadeó ella después de unos minutos de esa tortura.
Victor se obligó a apartar un poco la boca.
—¿No es suficiente qué? —preguntó.
Ella suspiró y le pasó la lengua por la curva sensual del labio superior.
—Tú —reveló.
—¿Quieres más de mí?
Con los ojos dilatados, ladeó la cabeza para enfocar sus facciones.
—No, quiero todo.
Victor contuvo el aliento, metió los dedos en el cabello rojo y le echó la cabeza hacia atrás con el fin de dejar expuesta la delicada curva de esa pálida garganta.
Myriam cerró los ojos y él pegó los labios en el hueco de la base de su cuello y luego fue subiendo hasta su boca con una serie de besos eróticos.
Ella soltó una exclamación cuando la alzó en vilo.
—¿Qué haces?
Fue hacia la puerta y la abrió con el pie.
—No quiero que la primera vez sea en la mesa de la cocina.
—A mí no me importa donde sea mientras suceda —atónita, se preguntó si había hablado ella.
La puerta de la limusina al abrirse le brindó la distracción necesaria para permitirle escapar del dominio sensual que la tenía inmovilizada y liberarse de esa mirada intensa.
Estaba tan agitada que al bajar no se percató de inmediato de que en esa zona residencial no había ningún local.
—Esto no es un restaurante —dijo, mirándolo con expresión acusadora al acercarse a la entrada cubierta de un edificio grande de estilo georgiano.
—Es mi casa.
—¿Qué parte?
—Toda.
Ella puso los ojos en blanco.
—Claro.
La puerta se abrió antes de que llegaran. Una mujer de pelo negro, de treinta y pocos años y con una falda azul marino, le sonrió agradablemente. Impulsada por el toque delicado de la mano de él en su espalda, entró en el recibidor elegante iluminado por arañas de cristal y dominado por una amplia escalera bajo la cual se podría haber acomodado una orquesta entera.
Deslumbrada por todo ese esplendor reluciente, no captó el nombre cuando Victor le presentó al ama de llaves. Después de un breve intercambio en italiano, la mujer de voz suave se despidió con tono cortés y desapareció por una de las muchas puertas que daban a la zona de recepción.
—Venga.
Tuvo que reconocer que su estilo autocrático la irritaba sobremanera.
La condujo a través de una serie de puertas y por un largo corredor. Al llegar al extremo, abrió una puerta y le indicó que lo precediera.
Myriam entró en una cocina, aunque diferente a cualquiera que conociera. El único lugar en el que aparecían cuartos como ése, era en las revistas de decoración.
—Ésta es la cocina.
—Bien visto —aprobó Victor, dedicándole una rápida sonrisa irónica mientras se quitaba la chaqueta—. ¿Le gusta el risotto?
Lo vio abrir las puertas dobles de una nevera grande y comenzar a sacar ingredientes.
—¿Usted cocina?
—¿La sorprende?
—La verdad es que me sorprende que sepa dónde está la cocina.
Él rió.
«¡Ayuda! ¡Es tan atractivo!»
Pensó que parecía más relajado que nunca, aunque dado el entorno en el que lo había visto hasta ese momento, no le resultó extraño.
—¿No tiene chef?
—Varios. También tengo un chófer, pero eso no significa que no sepa conducir un coche. Aunque mi estilo de vida no me brinda la oportunidad de practicar mis habilidades culinarias tan a menudo como me gustaría. ¿Qué le causa gracia?
—Tiene varios chefs y cree que es algo normal… Es que es tan rico… —miró alrededor—. Es como si viviera en otro planeta.
Él se encogió de hombros.
—Vivimos en el mismo planeta, Myriam. Las cosas importantes de la vida no traen una etiqueta con un precio. Y ahora, puede quitarse el abrigo y servir unas copas de vino… el refrigerador de los vinos está a su izquierda —con la cabeza indicó un armario de puerta de cristal—. Y póngase cómoda.
Él retiró una silla de la mesa donde había depositado los ingredientes. Ella se quitó el abrigo mojado, lo dobló sobre el respaldo de una silla y, poniéndose en cuclillas, abrió la puerta del refrigerador.
—¿Qué vino? —preguntó, sintiéndose totalmente fuera de lugar mientras miraba la enorme cantidad de botellas allí guardadas.
—Cierre los ojos y déjelo a la suerte —sugirió Victor antes de centrar su atención en una cebolla que procedió a picar con velocidad de profesional—. Sacacorchos —dijo, abriendo un cajón y tirándole el utensilio—. Buenos reflejos.
Myriam abrió la botella y llenó dos copas. Sentándose, apoyó los codos en la mesa y, mientras bebía, lo observó cortar, trocear y mezclar con evidente destreza.
Al rato el cuarto se llenó con un olor delicioso.
—Tiene buena pinta.
Él alzó la vista del plato que preparaba.
—¿Tiene hambre? —ella asintió—. Bien —alzó una cuchara de madera hacia sus labios y asintió con expresión seria de aprobación—. Ya casi está. Si usted lo remueve, yo pondré la mesa. No se preocupe, no muerde —añadió divertido cuando ella estudió la cuchara con suspicacia.
Los dedos se rozaron cuando se la entregó y Myriam sintió un hormigueo que la aterró y la estimuló al mismo tiempo.
«¿Qué hago aquí? Éste no es mi mundo». Giró la cabeza para mirarlo y pensó: «Es su mundo y aquí no pinto nada».
—Siéntese —retiró una silla y le indicó que la ocupara mientras encendía la vela que había puesto en la mesa.
Sólo faltaba una música suave para que fuera una clásica escena de seducción.
El corazón le latía deprisa, se sentía sin aire, casi mareada.
«Cualquiera pensaría que quiero ser seducida».
Descartó la idea. Jamás se había sentido tentada por las relaciones casuales; la idea de intimidad sin amor la dejaba fría.
Entonces, ¿por qué sentía la piel tan encendida?
Sin mirarlo a los ojos, tembló por dentro, le dedicó una media sonrisa y ocupó la silla que le ofrecía.
Cenaría y se marcharía. Se dijo que corría el peligro de complicar demasiado la situación, dándole demasiada importancia a una mirada casual. Debía dejar de ver cosas que no estaban ahí.
Victor se sentó enfrente. Fue a rellenarle la copa, pero ella movió la cabeza.
—No, gracias.
Notó que él tampoco se servía. Como no hizo ademán de alzar su tenedor; esperó, con los codos sobre la mesa y el mentón apoyado en las manos, hasta que ella probó la comida.
—¿Y bien?
—Está delicioso —admitió Myriam con sinceridad—. ¿Va a regresar al hospital esta noche?
Él movió la cabeza.
—No, Alberto se encuentra mejor y me ha echado.
—Tiene más agallas que el resto de nosotros.
Mientras cenaban, los temas de conversación fueron intrascendentes, variados, y Myriam empezó a… relajarse era una palabra demasiado contundente, pero sí bajó levemente las defensas y la tensión se evaporó de su espalda rígida. Sin embargo, todo el tiempo que hablaron sin decir mucho, fue consciente de que estaba con Victor García, un hombre peligroso acostumbrado a conseguir lo que deseaba.
«¿Y si me desea a mí?»
Se puso de píe con tanta celeridad, que estuvo a punto de tirar la silla.
—Ha sido una cena deliciosa, pero es tarde —tarde para fingir que no se había sentido atraída por él desde el primer instante en que lo vio—. Debería irme —«de hecho, no debería haber venido».
Victor dejó a un lado la servilleta y se incorporó con la fluidez que caracterizaba todos sus movimientos.
—Es temprano —protestó, yendo hacia el lado de la mesa en que se encontraba ella.
Myriam se quedó quieta, con el corazón martilleándole, retorciendo la servilleta blanca, incapaz de mover los pies, hasta que él se acercó lo suficiente como para sentir el calor que emanaba de su cuerpo.
Dejó la vista clavada en la copa de vino en la mesa.
—Realmente debería…
Él posó el dedo pulgar en el labio inferior de Myriam, sobresaltándola al tiempo que despertaba una expresión de curiosidad.
—Tu boca… se ve tan suave y exuberante.
Sus ojos conectaron y el calor y el apetito que ella vio reflejados en la superficie oscura de los de Victor le generaron una descarga sensual.
—Esta velada no va en la dirección que crees que está yendo —soltó ella, llevándose una mano al pecho, ya que daba la impresión de que su corazón luchaba por liberarse.
Él puso expresión sarcástica.
—¿Y cuál es?
Ella movió la cabeza para tratar de despejarse.
—En realidad, no soy una persona de una aventura de una noche.
—Una aventura de una noche no bastaría.
La observación ronca hizo que emitiera un leve gemido que trató de ocultar con una risa frágil.
—La verdad es que no creo que ayude a tu reputación que te vean conmigo en los lugares adecuados.
—No me interesa mi reputación y el único lugar en el que me interesa verte es en mi cama —ladeó la cabeza y observó su rostro encendido—. ¿Te he conmocionado? No estás cómoda hablando de sexo.
—Toda esta conversación me resulta incómoda.
—¿Preferirías hablar del tiempo? Podríamos, pero los dos estaríamos pensando en el sexo.
Alzó el mentón y le lanzó una mirada desafiante.
—Habla por ti.
—Me decepcionas. No pensé que fueras una hipócrita.
La acusación la enfadó.
—No lo soy, pero tampoco me domina el sexo.
De hecho, era lo opuesto… al menos hasta ese momento. Porque su libido se había globalizado. Había cerrado las manos porque no confiaba en no arrancarle la ropa.
Él inclinó la cabeza y su aliento le acarició la mejilla.
—Me deseas —musitó con voz ronca—. Y sabes que yo te deseo y eso te gusta. Te excita. Yo te excito.
Movió la cabeza, porque supo que si hablaba podría darle la impresión de que deseaba que continuara diciendo ese tipo de cosas.
¿Y no era así?
Volvió a mover la cabeza, asustada por el torrente de emociones que la recorría.
—Llevo una semana entera deseando besarte. Voy a hacerlo ahora, ¿si eso te parece bien…?
Su voz seductora no pedía permiso, simplemente incrementaba con habilidad la tensión sexual. La verdad era que no esperaba que ella se negara, porque las mujeres le habían estado diciendo que sí toda la vida.
«Y al parecer yo no soy distinta», pensó Myriam.
Y no lo era… para él eso era sexo sin obligaciones. Reconocerlo no bastó para que se sintiera menos desesperada por Victor. Realizó un último intento de irse.
—De verdad es muy tarde —incluso sus oídos captaron la falta de convicción en la protesta murmurada.
—¿Qué prisa hay? Mañana no trabajas.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo comprobé.
—¿Por qué hiciste algo así?
—La información es poder, Myriam —esbozó una sonrisa perezosa y bajó la mano.
Ella quiso que la tocara.
Alzó el mentón y trató de parecer divertida.
—No tienes poder sobre mí —lamentó que sus hormonas no mostraran una autonomía similar.
—Es una pena, porque a mí me tienes en la palma de tu bonita mano —le tomó la muñeca y le abrió los dedos cerrados como los pétalos de una flor—. Una mano preciosa —susurró.
Su contacto le infligía un daño terrible, probablemente irreparable, al sistema nervioso. Con una mezcla de miedo y anhelo en los ojos, suspiró y admitió:
—La verdad es que no me quiero ir.
Algo ardió en la profundidad de los ojos de él, una satisfacción masculina primitiva con algo menos fácilmente identificable.
—Entonces, quédate, cara.
—Pero ni siquiera estoy segura de que me gustes.
Él rió.
—Si te hace sentir mejor, durante las primeras veinticuatro horas yo también estuve convencido de que no me gustabas.
—No lo ocultaste muy bien —trató de sonreír, sin éxito… la embargaba la emoción.
—Quería sexo contigo incluso cuando no me gustabas —sonrió—. Vuelves a mostrar esa expresión conmocionada.
Ella bajó los párpados. Se sentía excitada, lo que resultaba mucho más inquietante.
—Me sorprende que esté haciendo esto.
El corazón se le disparó cuando él inclinó la cabeza. Desde tan cerca podía ver los extremos dorados en sus pestañas largas y oscuras y la fina textura de su piel bronceada. Al acercarse más, todo se convirtió en un calidoscopio desenfocado y el latir del corazón se le hizo más rápido y fuerte.
La anticipación se cerró como un puño en su estómago al separar los labios bajo la gentil pero insistente presión de la boca de Victor.
Cuando le introdujo la lengua en la boca, Myriam emitió un gemido bajo y le aferró los hombros, pegándose a ese cuerpo fibroso, duro y vital al tiempo que le devolvía el beso con una ansiedad próxima a la desesperación.
—Dio mió! —él respiró entrecortadamente y ladeó la cabeza para estudiarla cuando al fin se separaron—. Eres todo lo que imaginé y mucho, mucho más.
El resplandor de deseo intenso que vio en sus ojos la dejó sin aliento y le hizo dar vueltas la cabeza antes de que volviera a besarla. Deslizó la mano hacia la curva de un pecho y las rodillas de Myriam se volvieron de gelatina.
—¡No es suficiente! —jadeó ella después de unos minutos de esa tortura.
Victor se obligó a apartar un poco la boca.
—¿No es suficiente qué? —preguntó.
Ella suspiró y le pasó la lengua por la curva sensual del labio superior.
—Tú —reveló.
—¿Quieres más de mí?
Con los ojos dilatados, ladeó la cabeza para enfocar sus facciones.
—No, quiero todo.
Victor contuvo el aliento, metió los dedos en el cabello rojo y le echó la cabeza hacia atrás con el fin de dejar expuesta la delicada curva de esa pálida garganta.
Myriam cerró los ojos y él pegó los labios en el hueco de la base de su cuello y luego fue subiendo hasta su boca con una serie de besos eróticos.
Ella soltó una exclamación cuando la alzó en vilo.
—¿Qué haces?
Fue hacia la puerta y la abrió con el pie.
—No quiero que la primera vez sea en la mesa de la cocina.
—A mí no me importa donde sea mientras suceda —atónita, se preguntó si había hablado ella.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
Gracias niña por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Localización : Monterrey, Nuevo Leon
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Re: Heridas en el Corazón
graciias x los cap niiña creo k esto esta super emociionante eee xfiis no tardes con el siiguiiente cap siip k akii lo estaremos esperando ok niiña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Heridas en el Corazón
Muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Heridas en el Corazón
MUCHAS GRACIASSS X EL CAP... DULCINEAAAA
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Heridas en el Corazón
gracias por los capitulos siguele amiga esta buenisima la novelita
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
Muchas gracias por el capitulo!
marimyri- VBB ORO
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Edad : 36
Localización : El Paso
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Re: Heridas en el Corazón
Ayyy Dul, ya andaba super atrasada pero ya me puse al corriente, síguele!!!!!!!
Marianita- STAFF
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
poniendome al corriente tambien gracias por los capis
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Heridas en el Corazón
QUE MANERA DE CONVENCER TIENE VÍCTOR, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Heridas en el Corazón
Cap. 10
Jadeante, aunque no por el esfuerzo de subir los escalones de dos en dos, abrió la puerta de su enorme dormitorio dominado por una gran cama con dosel.
Myriam no fue capaz de fijarse en nada más. Toda su atención se hallaba centrada en el hombre que la depositó con cuidado en el centro de la vasta cama antes de encender una lámpara.
Seguía jadeando al sacarse la camisa de los pantalones y desprenderse de ella.
El gemido de Myriam resultó audible. El deseo le atenazó el vientre mientras lo miraba con asombro silencioso.
Era duro y esbelto, sin un gramo de grasa que estorbara la perfección de esos músculos definidos.
Quería tocarlo, sentir esa piel desnuda contra la suya; quería probarlo y experimentar las manos de él sobre su propio cuerpo. No fue consciente de que había expresado esa creciente desesperación de realizar dichas ambiciones hasta que él se desabrochó la hebilla del cinturón y prometió con voz gutural:
—Lo harás, cara, lo harás…
No dejó de mirarla ni un segundo mientras se bajaba los pantalones por la cintura estrecha y los apartaba con los pies. Permaneció allí un momento, con unos calzoncillos que apenas lograban ocultar el poderío de su erección.
Se echó en la cama apoyado en un codo y acomodó el cuerpo largo junto al suyo. Le dio una serie de besos por la mandíbula al tiempo que buscaba el bajo de su top.
Myriam realizó un movimiento sensual y sinuoso para ayudarlo a quitárselo por la cabeza y ver cómo lo tiraba por la habitación.
Disfrutando de la sensación, apoyó las manos sobre el estómago plano de Victor y notó la contracción convulsiva de los músculos debajo de la piel sedosa y velluda.
—Esto es una agonía —soltó al palpitar duro y ardiente contra las restricciones de su mano.
No sólo le llenaba la mano, sino el alma y la mente, estirando su capacidad emocional al límite, a un nuevo nivel mental.
Se situó sobre ella, observando con ojos encendidos y hambrientos el rápido subir y bajar de los pechos contenidos en el sujetador de encaje.
—Blanco virginal —murmuró él, invitándola con la sonrisa a compartir la broma mientras le soltaba el cierre frontal.
¡Vaya broma!
El recordatorio involuntario la puso tensa, pero entonces sus manos le coronaron los pechos y se los masajearon. La sensación increíble dejó poco espacio en el cerebro dominado por el placer para cualquier inquietud.
Cerró los ojos mientras lo escuchaba decirle que era perfecta y sonaba sorprendido por el descubrimiento.
Cualquier reparo residual se evaporó cuando el dedo pulgar de Victor comenzó a provocar primero un pezón y luego el otro, concediéndoles una vida propia antes de aplicar los labios y la lengua a la misma tarea.
Estremecida por el placer, con el cuerpo respondiendo al contacto más ligero, apenas fue consciente de que primero le quitaba los vaqueros y luego las braguitas con rebordes de encaje hasta que sintió los dedos deslizarse entre los rizos claros en la cumbre de sus muslos, buscando el centro lubricado y ardiente.
Tembló con una necesidad sin nombre cuando él le besó los párpados cerrados y le tocó la piel anhelante y sensibilizada del centro de su feminidad. La invasión asombrosamente íntima le arrancó un grito de placer sobresaltado. Las caricias la llevaron al borde de algo que estaba más allá de su experiencia, pero Victor se retiró literalmente antes de que llegara a la cima.
—Oh, Dios, yo…
—Eres perfecta; somos perfectos —le dijo antes de bajar por su cuerpo dejando una estela de besos por la curva delicada de su estómago—. Y esto —añadió, arrodillándose entre los muslos separados— también será perfecto.
Myriam suspiró mientras observaba con codicia el magnífico cuerpo desnudo.
—He de tenerte… Myriam, me estás volviendo loco.
Ella respondió enlazando los brazos alrededor de su cuello, arqueando la espalda y pegando de forma provocadora los pechos desnudos contra su torso.
Sintió el aliento de él en el cuello mientras se abría paso entre los labios vaginales para penetrarla. Arqueó el cuerpo y exhaló un suspiro de asombro desde las profundidades de su ser.
—Per amor di Dio!
Apenas consciente de esa exclamación atónita, Myriam le pasó las piernas alrededor de las caderas y se aferró a sus hombros sudorosos. En algún momento notó los temblores que sacudieron su cuerpo grande al contenerse, pero sucedían tantas otras cosas maravillosas que prácticamente sólo se percató de lo increíble que era tenerlo dentro de ella.
—Esto es fantástico, eres… ¡oh, cielos! —jadeó Myriam cuando la penetró aún más.
Gritó su nombre una y otra vez como una letanía mientras le llenaba el vacío que no había sabido que existía en su interior, impulsándola hacia el momento de total realización, su propio cuerpo temblándole por el esfuerzo de la contención.
Entonces, en los momentos finales mientras se equilibraba ante el abismo, él prescindió de esa contención y con un grito la penetró una última vez hasta que ambos alcanzaron el devastador clímax al unísono.
Temblando durante las últimas convulsiones del orgasmo, se entregó a él sin reserva alguna.
—¡Oh, Victor! —jadeó, enmarcándole la cara con las manos y dándole un beso ardiente—. No te haces idea de lo contenta que estoy de haberme quedado. Eres perfecto —afirmó somnolienta.
Entonces, se acurrucó en sus brazos y soltó un suspiro satisfecho.
Jamás olvidaría aquel momento en que había comprendido que había seducido a una virgen.
Al tenerla en brazos y contarle que jamás se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que fuera virgen, le había confirmado lo ingenua que era cuando le dijo con expresión arrepentida:
—Lo has notado, entonces. Me preguntaba si lo harías.
—¿Cómo es posible? Tienes veintiséis años.
Con una gracilidad felina que le fascinó, se situó arriba y se deslizó con asombrosa falta de timidez hasta él. Le pasó un dedo por el torso sudoroso, insinuando la curva femenina de la cadera al pasar un muslo esbelto por encima de sus piernas.
—¿Cuántos años tenías tú la primera vez? —musitó, suspirando con voluptuoso placer—: Dios, esto es estupendo y tú eres absolutamente magnífico. ¿Te vas a quedar dormido?
—No, no me voy a quedar dormido —prometió él, riendo.
Nunca antes había asociado la risa con el sexo, aunque tampoco tenía por costumbre bromear o retozar después de la consumación.
El sexo se centraba en satisfacer una mutua necesidad primaria. La sociedad moderna sentía la necesidad de adornarlo y disfrazarlo y hablar de conexiones espirituales y emocionales, pero él no caía en ese engaño.
—Bueno, ¿cuántos años, tenías? —insistió ella.
—Pareces fascinada por mi historia sexual.
Con la lengua entre los dientes, le pasó un dedo por el torso, coqueteando con él con sus ojos. Le divirtió verla descubrir el poder de su sexualidad femenina y disfrutar tanto de ella.
La mano exploradora bajó más y rió entre dientes al sentirlo temblar al tiempo que su cuerpo despertaba.
—Me fascinan muchas cosas tuyas —reconoció.
Muy consciente de la mano pequeña que en ese momento tenía la palma apoyada contra su estómago, repuso:
—No tenía veintiséis años —siempre que podía evitaba pensar en lo idealista que había sido con diecinueve años—. ¿Cómo es posible que una mujer tan hermosa como tú jamás haya tenido un amante?
—Gracias. Es muy bonito lo que has dicho. Tienes unos modales encantadores.
—¿Modales? Dio, dices cosas muy raras. No es bonito; es un hecho… eres preciosa —le alzó la cara por el mentón y la miró profundamente a los ojos.
Myriam no apartó la vista, aunque había timidez en su mirada directa. Cuando él posó el dedo pulgar en sus labios, aún inflamados por los besos, y recorrió su suavidad, ella bajó los párpados.
Se los besó y murmuró:
—Muy hermosa y deseable. Lo pensé nada más verte —vio que se le dilataban los ojos hasta que sólo quedó un pequeño anillo verde. Despertaba una excitación en él que amenazaba el control del que tanto se enorgullecía—. Lo que necesitas, cara, es práctica, mucha práctica.
—¿Y tú me la darás? —antes de que pudiera asegurarle lo dispuesto que estaba a complacerla, de repente gimió—: ¡No, esto está mal!
—¿Mal? —a él le parecía muy bien. La frustración aleteó en su estómago.
—Los pacientes son vulnerables —explicó ella con expresión solemne—. A veces se entregan a las personas que cuidan de ellos, imaginan que es una forma de agradecimiento. Es una verdad bien documentada. Aprovecharse de alguien vulnerable es despreciable… y ni siquiera puedo aducir que no sabía lo que hacía. Lo sabía muy bien.
Necesitó unos segundos para interpretar esa explicación enrevesada y ansiosa.
—¿Piensas que te estás aprovechando de mí? —tuvo que contener la carcajada porque vio que ella se lo tomaba muy en serio—. Si se pudiera acusar a alguien de algo así, debería ser a mí. Tú eras la virgen —ella descartó el punto con un movimiento de la mano—. Y hoy estabas abatida por haber perdido a una paciente.
—Soy enfermera y trabajo en una unidad donde la gente está grave, donde los pacientes mueren.
—Y tú mantienes la objetividad… ¿quieres que me crea eso? —preguntó incrédulo—. Te he observado. Irradias empatía.
Lo miró desconcertada.
—¿Eso es malo?
—No para el anciano solo al que visitaste en tu día libre.
—El señor Chambers no tenía familia aquí. Su hija había emigrado, estaba de camino y…
—No necesitas darme explicaciones por tus actos, Myriam. No soy tu paciente.
—Pero tu hijo sí.
—No por mucho más tiempo —en cuanto superara la infección que había demorado un poco su mejoría, los médicos decían que podría estar bien para que lo trasladaran a convalecer a un hospital situado a media hora de la casa que tenían en Florencia.
Ella asintió.
—Volveran pronto a casa.
Victor vio cómo sin previa advertencia las lágrimas comenzaban a caer de los maravillosos ojos de ella.
—Dios mío —gimió, mirándolo arrepentida mientras se las secaba—. Lo siento mucho.
—¿Por qué lloras Myriam? —preguntó.
Por lo general, las lágrimas eran el indicio que le recordaba que debía estar en otra parte. Mantenía un punto de vista cínico acerca de las lágrimas de las mujeres, ya que era de la opinión que tenían más que ver con la manipulación que con el sentimentalismo.
Aunque empezaba a ver que a diferencia de otras amantes que había tenido en el pasado, esa pelirroja no sabía nada sobre la manipulación o, ya puestos, del instinto de conservación.
Cerró los puños al pensar que ese ser inocente podía caer en las garras de algún canalla que se aprovechara de su naturaleza confiada.
—No lloro. ¡Oh, Dios! —espetó, mirándolo enfadada—. ¿Es que una chica no puede suspirar sin verse sometida a un interrogatorio?
—Estás molesta y quiero saber la causa —había experimentado una cierta incomodidad al darse cuenta de que de verdad quería saberlo—. ¿Lamentas lo que hemos hecho?
—¿Lamentarlo? —repitió, sobresaltada por la sugerencia y luego irónicamente divertida mientras le respondía—: Nada más alejado de la verdad.
Se sintió aliviado, pero perplejo por la extraña inflexión en la voz de ella.
—Entonces, ¿por qué…? —ella movió la cabeza en silencio y se apartó, dándole la delicada espalda. La hizo girar con una mano en el hombro—. ¡Mírame! —ordenó.
Pasado un momento, lo hizo. Sus ojos se encontraron y el silencio se alargó hasta que de la garganta de Myriam escapó un leve sonido ahogado. Con un movimiento fluido, se puso de pie junto a la cama. Parecía ajena a su desnudez mientras permanecía literalmente temblando, la piel pálida brillando con un fulgor opalescente.
En ese instante Victor había sabido que esa imagen de ella permanecería para siempre en su memoria.
—Me afanaba en encarar todo esto de forma adulta, pero si lo quieres saber, ¡perfecto!
Alzó los brazos, haciendo que sus pequeños pechos de puntas rosadas se movieran de un modo que lanzó una oleada de deseo por el cuerpo ya excitado de Victor.
—Lloraba porque te echaré de menos cuando te vayas a casa —cerró los ojos con fuerza y movió la cabeza, luego lo miró con desafío—. Y antes de que lo digas, sí, sé lo estúpido que suena eso y lo ridícula que estoy siendo. Apenas te conozco. No tenemos nada en común y…
—¿Me echarás de menos? —vio cómo se ruborizaba al tiempo que se inclinaba para recoger una manta que había caído al suelo y se envolvía en ella.
—La verdad es que no sé lo que digo. Ha sido un día muy emocional.
Victor palmeó la cama. Fue una invitación que ella aceptó pasado un momento, aunque para su pesar no se quitó la manta al sentarse en el borde.
—Ven conmigo —se oyó decir.
La expresión de ella reflejó la incomprensión que sentía él.
—¿Ir…?
—Ven con nosotros cuando regresemos a Italia.
—Eres muy amable, pero no me queda ningún día de vacaciones para este año.
—Para que quede claro, Myriam, no soy un hombre amable y no hablo de unas vacaciones. Te gustaría Italia.
—¿Te refieres a vivir allí?
—¿Por qué no?
—Hay cien razones —replicó, tratando de reír sin éxito mientras le recordaba—: Mi trabajo está aquí, Victor.
—Hay hospitales en Italia.
—No hablo el idioma, se requiere tiempo para aprenderlo y he de ganarme la vida… Dios, ¿escuchas lo que digo? —exclamó, poniendo los ojos en blanco—. Sueno como si de verdad fuera a considerarlo.
—No debes preocuparte por ganarte la vida nada más llegar… no soy exactamente un hombre pobre.
Ella se puso rígida.
—¿Sugieres que deje mi trabajo y a mis amigos y vaya contigo a Italia como tu amante?
—No amante, precisamente —admitió.
Pero una vez que pensó en ello, pudo ver las ventaja de ese plan. Sin embargo, cuando ella giró la cabeza comprendió que no le entusiasmaba la idea.
—Bien, ¿qué otro nombre le darías a una mujer cuando un hombre paga sus facturas a cambio de ciertos favores? —inquirió con manifiesto desdén—. ¡Nunca en la vida me había sentido tan insultada!
A Victor su furia le resultó totalmente inexplicable.
—¿Te sientes insultada? —sabía que muchas mujeres habían anhelado ese puesto durante años.
—Exacto —apretó los dientes—. ¿Te parezco la clase de mujer a la que le gustaría depender de un hombre? ¿Una mujer que cedería su independencia? Haber esperado hasta los veintiséis años para descubrir el sexo puede dar la impresión de que he sido tonta, pero yo no me considero tonta.
—¿Es eso? Ahora que has descubierto el sexo estás ansiosa por experimentar —por su cabeza pasó la imagen de los hombres sin cara que continuarían con la educación que él había iniciado. Le palpitaron las sienes.
Después de mirarlo en silencio atónito durante un rato, ella echó la cabeza atrás y rió. Los ojos le brillaban indignados al responder:
—Y he de agradecerte a ti mi liberación sexual.
—No confundas la promiscuidad con la liberación —indicó con severidad, imaginando todavía esa hilera de hombres sin cara.
—¿Tú me acusas a mí de ser promiscua? ¡Lo que me faltaba! Tal como yo lo entiendo, cambias de mujer con la misma facilidad que un hombre normal cambia de camisa. Si fueras una mujer y no tuvieras tanto dinero, la gente te llamaría con nombres desagradables. ¡Y tendrían razón! ¿Sabes? Eres la clase de hombre que es incapaz de hablar de sus sentimientos y considera eso una señal de fortaleza.
—De pronto sabes un montón de hombres… y de mí —observó con tono lóbrego.
Lo miró furiosa.
—Conozco lo suficiente sobre ti como para saber que no quiero volver a verte jamás —recogió la ropa dispersa y huyó de la habitación.
Él se dijo que ese giro, aunque frustrante, a la larga sería lo mejor. Al apartar el edredón y ponerse de pie, un dedo se le enganchó con el sujetador de Myriam.
Se lo devolvió una semana más tarde cuando se declaró.
Jadeante, aunque no por el esfuerzo de subir los escalones de dos en dos, abrió la puerta de su enorme dormitorio dominado por una gran cama con dosel.
Myriam no fue capaz de fijarse en nada más. Toda su atención se hallaba centrada en el hombre que la depositó con cuidado en el centro de la vasta cama antes de encender una lámpara.
Seguía jadeando al sacarse la camisa de los pantalones y desprenderse de ella.
El gemido de Myriam resultó audible. El deseo le atenazó el vientre mientras lo miraba con asombro silencioso.
Era duro y esbelto, sin un gramo de grasa que estorbara la perfección de esos músculos definidos.
Quería tocarlo, sentir esa piel desnuda contra la suya; quería probarlo y experimentar las manos de él sobre su propio cuerpo. No fue consciente de que había expresado esa creciente desesperación de realizar dichas ambiciones hasta que él se desabrochó la hebilla del cinturón y prometió con voz gutural:
—Lo harás, cara, lo harás…
No dejó de mirarla ni un segundo mientras se bajaba los pantalones por la cintura estrecha y los apartaba con los pies. Permaneció allí un momento, con unos calzoncillos que apenas lograban ocultar el poderío de su erección.
Se echó en la cama apoyado en un codo y acomodó el cuerpo largo junto al suyo. Le dio una serie de besos por la mandíbula al tiempo que buscaba el bajo de su top.
Myriam realizó un movimiento sensual y sinuoso para ayudarlo a quitárselo por la cabeza y ver cómo lo tiraba por la habitación.
Disfrutando de la sensación, apoyó las manos sobre el estómago plano de Victor y notó la contracción convulsiva de los músculos debajo de la piel sedosa y velluda.
—Esto es una agonía —soltó al palpitar duro y ardiente contra las restricciones de su mano.
No sólo le llenaba la mano, sino el alma y la mente, estirando su capacidad emocional al límite, a un nuevo nivel mental.
Se situó sobre ella, observando con ojos encendidos y hambrientos el rápido subir y bajar de los pechos contenidos en el sujetador de encaje.
—Blanco virginal —murmuró él, invitándola con la sonrisa a compartir la broma mientras le soltaba el cierre frontal.
¡Vaya broma!
El recordatorio involuntario la puso tensa, pero entonces sus manos le coronaron los pechos y se los masajearon. La sensación increíble dejó poco espacio en el cerebro dominado por el placer para cualquier inquietud.
Cerró los ojos mientras lo escuchaba decirle que era perfecta y sonaba sorprendido por el descubrimiento.
Cualquier reparo residual se evaporó cuando el dedo pulgar de Victor comenzó a provocar primero un pezón y luego el otro, concediéndoles una vida propia antes de aplicar los labios y la lengua a la misma tarea.
Estremecida por el placer, con el cuerpo respondiendo al contacto más ligero, apenas fue consciente de que primero le quitaba los vaqueros y luego las braguitas con rebordes de encaje hasta que sintió los dedos deslizarse entre los rizos claros en la cumbre de sus muslos, buscando el centro lubricado y ardiente.
Tembló con una necesidad sin nombre cuando él le besó los párpados cerrados y le tocó la piel anhelante y sensibilizada del centro de su feminidad. La invasión asombrosamente íntima le arrancó un grito de placer sobresaltado. Las caricias la llevaron al borde de algo que estaba más allá de su experiencia, pero Victor se retiró literalmente antes de que llegara a la cima.
—Oh, Dios, yo…
—Eres perfecta; somos perfectos —le dijo antes de bajar por su cuerpo dejando una estela de besos por la curva delicada de su estómago—. Y esto —añadió, arrodillándose entre los muslos separados— también será perfecto.
Myriam suspiró mientras observaba con codicia el magnífico cuerpo desnudo.
—He de tenerte… Myriam, me estás volviendo loco.
Ella respondió enlazando los brazos alrededor de su cuello, arqueando la espalda y pegando de forma provocadora los pechos desnudos contra su torso.
Sintió el aliento de él en el cuello mientras se abría paso entre los labios vaginales para penetrarla. Arqueó el cuerpo y exhaló un suspiro de asombro desde las profundidades de su ser.
—Per amor di Dio!
Apenas consciente de esa exclamación atónita, Myriam le pasó las piernas alrededor de las caderas y se aferró a sus hombros sudorosos. En algún momento notó los temblores que sacudieron su cuerpo grande al contenerse, pero sucedían tantas otras cosas maravillosas que prácticamente sólo se percató de lo increíble que era tenerlo dentro de ella.
—Esto es fantástico, eres… ¡oh, cielos! —jadeó Myriam cuando la penetró aún más.
Gritó su nombre una y otra vez como una letanía mientras le llenaba el vacío que no había sabido que existía en su interior, impulsándola hacia el momento de total realización, su propio cuerpo temblándole por el esfuerzo de la contención.
Entonces, en los momentos finales mientras se equilibraba ante el abismo, él prescindió de esa contención y con un grito la penetró una última vez hasta que ambos alcanzaron el devastador clímax al unísono.
Temblando durante las últimas convulsiones del orgasmo, se entregó a él sin reserva alguna.
—¡Oh, Victor! —jadeó, enmarcándole la cara con las manos y dándole un beso ardiente—. No te haces idea de lo contenta que estoy de haberme quedado. Eres perfecto —afirmó somnolienta.
Entonces, se acurrucó en sus brazos y soltó un suspiro satisfecho.
Jamás olvidaría aquel momento en que había comprendido que había seducido a una virgen.
Al tenerla en brazos y contarle que jamás se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que fuera virgen, le había confirmado lo ingenua que era cuando le dijo con expresión arrepentida:
—Lo has notado, entonces. Me preguntaba si lo harías.
—¿Cómo es posible? Tienes veintiséis años.
Con una gracilidad felina que le fascinó, se situó arriba y se deslizó con asombrosa falta de timidez hasta él. Le pasó un dedo por el torso sudoroso, insinuando la curva femenina de la cadera al pasar un muslo esbelto por encima de sus piernas.
—¿Cuántos años tenías tú la primera vez? —musitó, suspirando con voluptuoso placer—: Dios, esto es estupendo y tú eres absolutamente magnífico. ¿Te vas a quedar dormido?
—No, no me voy a quedar dormido —prometió él, riendo.
Nunca antes había asociado la risa con el sexo, aunque tampoco tenía por costumbre bromear o retozar después de la consumación.
El sexo se centraba en satisfacer una mutua necesidad primaria. La sociedad moderna sentía la necesidad de adornarlo y disfrazarlo y hablar de conexiones espirituales y emocionales, pero él no caía en ese engaño.
—Bueno, ¿cuántos años, tenías? —insistió ella.
—Pareces fascinada por mi historia sexual.
Con la lengua entre los dientes, le pasó un dedo por el torso, coqueteando con él con sus ojos. Le divirtió verla descubrir el poder de su sexualidad femenina y disfrutar tanto de ella.
La mano exploradora bajó más y rió entre dientes al sentirlo temblar al tiempo que su cuerpo despertaba.
—Me fascinan muchas cosas tuyas —reconoció.
Muy consciente de la mano pequeña que en ese momento tenía la palma apoyada contra su estómago, repuso:
—No tenía veintiséis años —siempre que podía evitaba pensar en lo idealista que había sido con diecinueve años—. ¿Cómo es posible que una mujer tan hermosa como tú jamás haya tenido un amante?
—Gracias. Es muy bonito lo que has dicho. Tienes unos modales encantadores.
—¿Modales? Dio, dices cosas muy raras. No es bonito; es un hecho… eres preciosa —le alzó la cara por el mentón y la miró profundamente a los ojos.
Myriam no apartó la vista, aunque había timidez en su mirada directa. Cuando él posó el dedo pulgar en sus labios, aún inflamados por los besos, y recorrió su suavidad, ella bajó los párpados.
Se los besó y murmuró:
—Muy hermosa y deseable. Lo pensé nada más verte —vio que se le dilataban los ojos hasta que sólo quedó un pequeño anillo verde. Despertaba una excitación en él que amenazaba el control del que tanto se enorgullecía—. Lo que necesitas, cara, es práctica, mucha práctica.
—¿Y tú me la darás? —antes de que pudiera asegurarle lo dispuesto que estaba a complacerla, de repente gimió—: ¡No, esto está mal!
—¿Mal? —a él le parecía muy bien. La frustración aleteó en su estómago.
—Los pacientes son vulnerables —explicó ella con expresión solemne—. A veces se entregan a las personas que cuidan de ellos, imaginan que es una forma de agradecimiento. Es una verdad bien documentada. Aprovecharse de alguien vulnerable es despreciable… y ni siquiera puedo aducir que no sabía lo que hacía. Lo sabía muy bien.
Necesitó unos segundos para interpretar esa explicación enrevesada y ansiosa.
—¿Piensas que te estás aprovechando de mí? —tuvo que contener la carcajada porque vio que ella se lo tomaba muy en serio—. Si se pudiera acusar a alguien de algo así, debería ser a mí. Tú eras la virgen —ella descartó el punto con un movimiento de la mano—. Y hoy estabas abatida por haber perdido a una paciente.
—Soy enfermera y trabajo en una unidad donde la gente está grave, donde los pacientes mueren.
—Y tú mantienes la objetividad… ¿quieres que me crea eso? —preguntó incrédulo—. Te he observado. Irradias empatía.
Lo miró desconcertada.
—¿Eso es malo?
—No para el anciano solo al que visitaste en tu día libre.
—El señor Chambers no tenía familia aquí. Su hija había emigrado, estaba de camino y…
—No necesitas darme explicaciones por tus actos, Myriam. No soy tu paciente.
—Pero tu hijo sí.
—No por mucho más tiempo —en cuanto superara la infección que había demorado un poco su mejoría, los médicos decían que podría estar bien para que lo trasladaran a convalecer a un hospital situado a media hora de la casa que tenían en Florencia.
Ella asintió.
—Volveran pronto a casa.
Victor vio cómo sin previa advertencia las lágrimas comenzaban a caer de los maravillosos ojos de ella.
—Dios mío —gimió, mirándolo arrepentida mientras se las secaba—. Lo siento mucho.
—¿Por qué lloras Myriam? —preguntó.
Por lo general, las lágrimas eran el indicio que le recordaba que debía estar en otra parte. Mantenía un punto de vista cínico acerca de las lágrimas de las mujeres, ya que era de la opinión que tenían más que ver con la manipulación que con el sentimentalismo.
Aunque empezaba a ver que a diferencia de otras amantes que había tenido en el pasado, esa pelirroja no sabía nada sobre la manipulación o, ya puestos, del instinto de conservación.
Cerró los puños al pensar que ese ser inocente podía caer en las garras de algún canalla que se aprovechara de su naturaleza confiada.
—No lloro. ¡Oh, Dios! —espetó, mirándolo enfadada—. ¿Es que una chica no puede suspirar sin verse sometida a un interrogatorio?
—Estás molesta y quiero saber la causa —había experimentado una cierta incomodidad al darse cuenta de que de verdad quería saberlo—. ¿Lamentas lo que hemos hecho?
—¿Lamentarlo? —repitió, sobresaltada por la sugerencia y luego irónicamente divertida mientras le respondía—: Nada más alejado de la verdad.
Se sintió aliviado, pero perplejo por la extraña inflexión en la voz de ella.
—Entonces, ¿por qué…? —ella movió la cabeza en silencio y se apartó, dándole la delicada espalda. La hizo girar con una mano en el hombro—. ¡Mírame! —ordenó.
Pasado un momento, lo hizo. Sus ojos se encontraron y el silencio se alargó hasta que de la garganta de Myriam escapó un leve sonido ahogado. Con un movimiento fluido, se puso de pie junto a la cama. Parecía ajena a su desnudez mientras permanecía literalmente temblando, la piel pálida brillando con un fulgor opalescente.
En ese instante Victor había sabido que esa imagen de ella permanecería para siempre en su memoria.
—Me afanaba en encarar todo esto de forma adulta, pero si lo quieres saber, ¡perfecto!
Alzó los brazos, haciendo que sus pequeños pechos de puntas rosadas se movieran de un modo que lanzó una oleada de deseo por el cuerpo ya excitado de Victor.
—Lloraba porque te echaré de menos cuando te vayas a casa —cerró los ojos con fuerza y movió la cabeza, luego lo miró con desafío—. Y antes de que lo digas, sí, sé lo estúpido que suena eso y lo ridícula que estoy siendo. Apenas te conozco. No tenemos nada en común y…
—¿Me echarás de menos? —vio cómo se ruborizaba al tiempo que se inclinaba para recoger una manta que había caído al suelo y se envolvía en ella.
—La verdad es que no sé lo que digo. Ha sido un día muy emocional.
Victor palmeó la cama. Fue una invitación que ella aceptó pasado un momento, aunque para su pesar no se quitó la manta al sentarse en el borde.
—Ven conmigo —se oyó decir.
La expresión de ella reflejó la incomprensión que sentía él.
—¿Ir…?
—Ven con nosotros cuando regresemos a Italia.
—Eres muy amable, pero no me queda ningún día de vacaciones para este año.
—Para que quede claro, Myriam, no soy un hombre amable y no hablo de unas vacaciones. Te gustaría Italia.
—¿Te refieres a vivir allí?
—¿Por qué no?
—Hay cien razones —replicó, tratando de reír sin éxito mientras le recordaba—: Mi trabajo está aquí, Victor.
—Hay hospitales en Italia.
—No hablo el idioma, se requiere tiempo para aprenderlo y he de ganarme la vida… Dios, ¿escuchas lo que digo? —exclamó, poniendo los ojos en blanco—. Sueno como si de verdad fuera a considerarlo.
—No debes preocuparte por ganarte la vida nada más llegar… no soy exactamente un hombre pobre.
Ella se puso rígida.
—¿Sugieres que deje mi trabajo y a mis amigos y vaya contigo a Italia como tu amante?
—No amante, precisamente —admitió.
Pero una vez que pensó en ello, pudo ver las ventaja de ese plan. Sin embargo, cuando ella giró la cabeza comprendió que no le entusiasmaba la idea.
—Bien, ¿qué otro nombre le darías a una mujer cuando un hombre paga sus facturas a cambio de ciertos favores? —inquirió con manifiesto desdén—. ¡Nunca en la vida me había sentido tan insultada!
A Victor su furia le resultó totalmente inexplicable.
—¿Te sientes insultada? —sabía que muchas mujeres habían anhelado ese puesto durante años.
—Exacto —apretó los dientes—. ¿Te parezco la clase de mujer a la que le gustaría depender de un hombre? ¿Una mujer que cedería su independencia? Haber esperado hasta los veintiséis años para descubrir el sexo puede dar la impresión de que he sido tonta, pero yo no me considero tonta.
—¿Es eso? Ahora que has descubierto el sexo estás ansiosa por experimentar —por su cabeza pasó la imagen de los hombres sin cara que continuarían con la educación que él había iniciado. Le palpitaron las sienes.
Después de mirarlo en silencio atónito durante un rato, ella echó la cabeza atrás y rió. Los ojos le brillaban indignados al responder:
—Y he de agradecerte a ti mi liberación sexual.
—No confundas la promiscuidad con la liberación —indicó con severidad, imaginando todavía esa hilera de hombres sin cara.
—¿Tú me acusas a mí de ser promiscua? ¡Lo que me faltaba! Tal como yo lo entiendo, cambias de mujer con la misma facilidad que un hombre normal cambia de camisa. Si fueras una mujer y no tuvieras tanto dinero, la gente te llamaría con nombres desagradables. ¡Y tendrían razón! ¿Sabes? Eres la clase de hombre que es incapaz de hablar de sus sentimientos y considera eso una señal de fortaleza.
—De pronto sabes un montón de hombres… y de mí —observó con tono lóbrego.
Lo miró furiosa.
—Conozco lo suficiente sobre ti como para saber que no quiero volver a verte jamás —recogió la ropa dispersa y huyó de la habitación.
Él se dijo que ese giro, aunque frustrante, a la larga sería lo mejor. Al apartar el edredón y ponerse de pie, un dedo se le enganchó con el sujetador de Myriam.
Se lo devolvió una semana más tarde cuando se declaró.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Heridas en el Corazón
Gracias por el Cap. de hoy Saludos Atte: lliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Heridas en el Corazón
MUCHASS GRACIAS X EL CAP... DULCINEAAA
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
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