Vicco y la Viccobebe
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Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon

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Mensaje  laurayvictor Mar Jun 05, 2012 11:32 am

Chicas aqui tiene el capitulo que les debia, una disculpa pero he tenido muchgo trabajo y no habia podido ponerlo.

Capítulo 8

Myriam había salido a correr aquella mañana. Cuando metió la tarjeta para abrir la puerta, estaba sudando. La fresca mañana y la amplia playa le habían dado una nueva perspectiva. Todo había sido una locura. Los dos se habían visto presos de la magia sensual de la isla. Sin embargo, aquel era un nuevo día. Se daría una ducha bien caliente y entonces, su amigo y ella tomarían el desayuno y pensarían en un nuevo plan. Aquel sería el día en el que las cosas volverían a la normalidad con Víctor.
Se sentía segura, decidida… Hasta que entró en la habitación y vio a Víctor saliendo del cuarto de baño, vestido solo con los pantalones del pijama y una toalla alrededor del cuello.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó, mientras se mesaba los caballos. Aquel movimiento hizo que los músculos del vientre se le fruncieran, lo que provocó una reacción en Myriam que estuvo a punto de terminar con su resolución.
—Bien. Estoy muy sudada, así que me voy a meter en la ducha —replicó, decidida a no prestar atención al deseo que despertaba en ella Víctor. Estaba decidida a tratarlo solo como un amigo. No obstante, cuando entró en el cuarto de baño, él la siguió—. He dicho que me iba a duchar.
—Yo estaba a punto de afeitarme. ¿Te importa si lo hago mientras te duchas? —le dijo, a modo de desafío.
—Claro —replicó ella—. No hay problema. Solo déjame que me meta primero.
Podía hacerlo. Estaba segura. Entonces, se acercó y abrió el grifo para que corriera el agua. A continuación, se desabrochó las deportivas y se las quitó. Era mucho más productivo que contemplar el torso desnudo de Víctor. El único problema era que le colocaba la vista a la altura del ombligo y de la entrepierna. Se irguió secamente, reprimiendo un suspiro. Se quitó los calcetines con mucho cuidado de no doblarse en aquella ocasión. Cada vez le costaba más ignorar el deseo que se iba despertando en ella.
—Date la vuelta para que me pueda desnudar.
Víctor se giró. Su espalda ofrecía un estudio completo de simetría y elegancia. El fino algodón del pijama le destacaba el trasero. Myriam se desnudó rápidamente y se metió en la ducha.
—¿Estás ya dentro?
—Sí.
—¿Cómo está el agua?
—Bien.
Desesperadamente, Myriam trató de recordar algo desagradable sobre Víctor para así poder ignorar el estado de extrema excitación en el que se encontraba. Desgraciadamente, no se le ocurrió nada más que lo erótico que era hablar con él mientras el agua cálida le resbalaba por los hombros, la espalda y el trasero y las piernas. ¿Acaso estaba destinada a pasarse todas aquellas vacaciones húmeda, de un modo u otro, y desnuda o casi desnuda?
Lo mejor era terminar lo antes posible con la ducha. Buscó el jabón, pero se dio cuenta de que estaba en el lavabo, al lado de Víctor.
—¿Te importa pasarme el jabón, por favor?
—¿Necesitas algo más?
—No, solo el jabón.
Le entregó la pastilla desde el otro lado de la mampara de cristal, poniendo cuidado de no mirar. Myriam le rozó los dedos cuando agarró el jabón y aquel ligero contacto fue suficiente como para que se le convirtieran los pezones en lanzas erectas.
—Gracias.
La frustración, la exasperación y la confusión se apoderaron de ella. Sentía que la base de su amistad estaba desapareciendo ante sus propios ojos, destruida por la atracción que palpitaba entre ellos. Incluso en aquel momento, en el silencio que los separaba, la tensión sexual establecía un vínculo muy fuerte entre ellos.
El deseo pareció hacer mucho más sensible su piel. Contuvo el aliento mientras se pasaba la esponja por los hombros. La tensión se apoderó de ella. Una tensión caliente y húmeda…
—Myriam, esto no funciona.
—¿No?
—No. Tú ahí dentro, desnuda y húmeda. Y yo aquí fuera.
—Pero…
Víctor se dio la vuelta, interrumpiendo las palabras de Myriam. Ella vio el deseo dibujado en las facciones de su amigo. A través del cristal de la ducha, la estaba devorando con la mirada.
—Te deseo tanto que me duele…
Myriam sintió que se le aceleraban los latidos del corazón. Sabía que estaba nadando contra corriente, enfrentándose a una marea de necesidad sexual que amenazaba por llevársela por delante. Francamente, no sabía si podría encontrar el camino de vuelta a donde había empezado. En aquellos momentos, se veía en un peligro desesperado de ahogarse.
Abrió la puerta de la ducha y tiró de él, cansada de luchar contra corriente, aferrándose a Víctor como si solo él pudiera salvarla. Él entró con los pantalones del pijama y todo. Inmediatamente, la besó, empujándola bajo la ducha hasta que la espalda y el trasero chocaron contra la pared de mármol. Entonces, se abrazó a él, desesperada por sentir su piel.
—Oh, Myriam… —gimió Víctor, como si compartiera la misma desesperación.
Le atrapó las muñecas con la mano izquierda y se las colocó encima de la cabeza, sujetándoselas contra la pared. Era una posición muy erótica y que le hacía sentirse muy vulnerable. El agua les caía a borbotones por la cabeza, entre ellos. Entonces, Víctor agarró la pastilla de jabón y la frotó entre las manos hasta que consiguió sacar mucha espuma. Cuando terminó, la dejó caer al fondo de la ducha.
Myriam jadeaba profundamente. Con exquisito cuidado, Víctor comenzó a frotarle el cuello con la mano llena de jabón. En vez de satisfacerla, aquellas caricias acicatearon más el hambre que la atenazaba.
Cuando le acarició la axila, ella se echó a temblar. Aquellos dedos ágiles y ligeros bajaron entonces para acariciar la tierna carne de un pecho. Lo enjabonó por todas partes, haciendo que el pezón se irguiera ansioso para recibir jabón y agua y para esperar más caricias. Cuando la tocó con la palma de la mano, la sensación que Myriam sintió se hizo eco por todo el cuerpo. Cerró los ojos y bajó la cabeza, entregándose a las sensaciones que la embargaban. Víctor repitió las caricias que le había dado al pecho izquierdo en el derecho y luego empezó a bajar poco a poco, enjabonándole la cintura y el vientre.
—Tienes el vientre más sexy que he visto nunca —susurró Víctor, sin soltarle las muñecas.
A continuación, centró toda su atención en las caderas. Instintivamente, Myriam separó los pies, abriéndose para él. Víctor le frotó la parte interna de los muslos, dejando que el reverso de la mano le rozara el vello. Ella no pudo reprimir un gemido. Solo con que moviera ligeramente la mano…
—Date la vuelta y déjame que te enjabone por atrás.
—Pero…
—Todo a su debido tiempo. Ten paciencia. ¿Confías en mí?
—Sí, claro que sí.
—¿Se te cansan los brazos?
—No. Me gusta…
—A mí también. Ahora, date la vuelta.
Myriam obedeció lo que él le había pedido. Apretó la mejilla y el pecho contra la pared. Entonces, se mordió los labios. Víctor comenzó a masajearle la espalda y los tensos músculos de los hombros. Con cada caricia, el deseo que ardía en el interior del cuerpo de la joven se iba haciendo cada vez más fuerte.
De repente, él giró las manos y le tomó en ellas los carrillos del trasero. Sin poder evitarlo, Myriam se le ofreció aún más y separó otro poco los pies. Los dedos de Víctor se introdujeron en los pliegues más íntimos, llevándola más allá de todo razonamiento.
Ella empezó a gemir de placer contra el frío mármol. Por fin, le separó con dos dedos los labios de su feminidad. Una caricia, ligera como una pluma. El dedo resbaladizo de Víctor contra la cálida humedad de su cuerpo. Myriam tembló de placer. Su cuerpo entero se convulsionó con una sola caricia. Sin embargo, no era suficiente.
—Quédate como estás —dijo él, tras soltarle las muñecas.
Ella esperó durante lo que seguramente solo fueron segundos, pero que le parecieron horas. Entonces, sintió que Víctor se arrodillaba tras ella, apretándole el trasero, separándoselo.
—Quiero saborearte, Myriam —susurró. Entonces, la lengua acarició el mismo lugar que antes había tocado el dedo. Las sensaciones fueron de un indescriptible placer—. Delicioso…
—Víctor… por favor… no pares…
La boca de él la besaba muy íntimamente. Labios, lengua, acariciaban, mordisqueaban, besaban… Una abrumadora sensación de gozo se apoderó de ella y la atravesó, haciendo que se tambaleara de puro placer. Entonces, poco a poco, se deslizó por la pared de mármol, mientras sentía que los fuertes brazos de Víctor la agarraban para evitar que se cayera.
—Eso es, niña… Yo te sujeto… Tú relájate…
Como una marioneta, Myriam se plegó en el suelo, entre las piernas de Víctor. Él se sentó, apoyando la espalda contra la otra pared y tomó a Myriam entre sus brazos. Empezó a acariciarle los pechos, dejando que el agua se llevara todos los restos de jabón y que refrescara sus sensibles pezones. A través de la fina tela de algodón, su potente erección se apretaba contra ella.
—Eres increíble, Myriam. Tan caliente… Tan sexy… Tan dulce…
Cuando volvió a tomar sus labios, ella sintió que algo volvía a despertarse en su interior, algo más allá de lo físico… Debía de ser una ninfómana, porque, cuanto mejor era el sexo, más quería. Acababa de experimentar uno de los orgasmos para satisfactorios de su vida y volvía a sentir que el deseo se despertaba en ella. Sabía que no podía seguir cayendo en aquellas situaciones con Víctor, pero quería darle el placer que él le había entregado.
Extendió las manos y le tocó a través del pijama.
—Creo que a ti también te vendría bien un poco de terapia en la ducha.
—Parece interesante…
—Creo que te gustará —susurró. Entonces, se apartó un poco de él y se arrodilló, dejando que el agua le salpicara la espalda y los hombros—. Sin embargo, para que te beneficies al máximo, debes ayudarme para que te pueda quitar los pantalones —añadió. Víctor trató de levantarse, pero ella se lo impidió—. Quédate donde estás. Solo levanta un poco las caderas.
Le bajó los pantalones. Al ver cómo la erección que él tenía creaba un efecto de tienda de campaña con la tela del pijama, Myriam se echó a reír.
—Ríete. ¿Sabes lo que ocurre cuando una hermosa mujer se ríe de un hombre desnudo?
Sin dejar de reír, ella le terminó de bajar el pijama.
—Ahora estás completamente desnudo. Y te aseguro… —murmuró, tocándole de arriba abajo con un dedo—… que no me río.
—Yo tampoco.
Dejó los pantalones en una esquina de la ducha. Entonces, tomó la pastilla de jabón y la frotó hasta crear espuma. A continuación, se colocó encima de él, a horcajadas y le empezó a acariciar los hombros. Los duros y firmes músculos se flexionaron suavemente.
—Tocarte es un placer…
—Entonces, tócame todo lo que desees… Eres estupenda. Tienes unas manos mágicas —susurró Víctor, gozando con el masaje—. No tenía ni idea de que supieras hacer esto…
—Ya veo que lo estoy haciendo bien —dijo ella, sonriendo al ver la expresión de placer que tenía en el rostro.
—Sí…
—Hay muchas cosas que sé hacer de las que tú no tienes ni idea.
—Me muero de ganas porque me las muestres.
Entonces, Myriam pasó a frotarle el brazo y el torso. Sin poder evitarlo, Víctor se inclinó sobre ella y le atrapó un pezón entre los labios. La joven se aferró a él y lanzó un gemido de placer al sentir aquella caricia tan placentera.
—Sí… —susurró.
Víctor la soltó y dejó caer la cabeza hacia atrás.
—Ese es uno de los placeres que se consiguen cuando te baña una mujer desnuda.
—Y aquí está el segundo —musitó ella, ofreciéndole el otro pecho.
Sin poder negarse, él le chupó el pezón, mordiéndolo suavemente. Myriam cerró los ojos y lanzó un profundo gemido que rebotó entre las paredes de mármol. Cuando Víctor la soltó, ella volvió a abrir lentamente los ojos. Entonces, le acarició los pezones a él.
—Me parece que descubrirás que los beneficios se van haciendo cada vez más interesantes.
—Espero vivir lo suficiente, niña, porque me estás matando…
Le acarició el vientre con suaves movimientos circulares. Entonces, poco a poco, fue bajando más y más hacia la entrepierna. Cuanto más se acercaba a la erección, más se le aceleraba la respiración a Víctor. La excitación que él sentía alimentaba la de ella.
Lentamente, Myriam comenzó a enjuagarlo.
—Te gustaría mucho que te tocara, ¿verdad?
—Sí, me gustaría mucho —admitió Víctor. La respiración se le había acelerado aún más y la erección parecía palpitar ante aquella sugerencia.
Myriam quería darle el mismo placer que él le había entregando a ella. Por eso, se acercó a él a cuatro patas. El agua le caía por la cabeza y los hombros. Delicadamente, lo acarició desde la punta hasta la base. Víctor cerró los ojos y apretó los dientes.
—Oh, Myriam… Niña…
Ella se acercó un poco más y le tocó la punta con la lengua. En aquel momento, Víctor abrió los ojos de par en par.
—Me gusta tocarte, Víctor, pero lo que realmente quiero hacer es saborearte —susurró, mientras le lamía suavemente, deteniéndose especialmente en la punta. Entonces, abrió la boca, lista para introducirse en ella tanta masculinidad.
Víctor se aferró a la dicha y sonrió de pura felicidad.

gracias sus comentarios.

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Mensaje  jai33sire Mar Jun 05, 2012 10:15 pm

Gracias por el capitulo

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Mensaje  dany Miér Jun 06, 2012 11:48 am

Ya las alcanze en esta novela............Gracias por el capitulo

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Mensaje  alma.fra Miér Jun 06, 2012 8:58 pm

Muchas gracias por el capitulo, haber ke pasa con estos niños, te esperamos con el siguiente.
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Mensaje  laurayvictor Sáb Ago 04, 2012 2:48 am

HOLA CHICAS PERDON POR LA TARDANZA AQUI TIENE ESTE CAPITULO SOLO FALTAN DOS.

Capítulo 9

—La playa está llena de gente —observó Víctor, desde la mesa en la que habían desayunado la mañana anterior. ¿Solo habían pasado veinticuatro horas? Habían cambiado tantas cosas entre ellos que podría haber sido una vida entera.
Martin les sirvió café y, una vez más, compartieron una selección de fruta y bollería.
—No puedo pensar en la playa —replicó ella—. Tenemos que pensar en un plan.
Se tomó un trozo de fruta. Sin que pudiera evitarlo, el zumo le corrió por la barbilla. Víctor extendió la mano y atrapó el jugo con el dedo. La textura de su piel era tan fina y sedosa que…
—Víctor…
Los recuerdos de la mañana volvieron a agolpársele en la mente. La ducha. El vapor, las manos, las bocas… Deseo y placer…
—Ya lo sé, ya lo sé…
Víctor se tomó el café. Tenía que centrarse, y no precisamente en la sensual boca de Myriam. Había prometido ayudarla a encontrar un plan y lo haría. Cuando pudiera pensar más claramente.
—¿Cómo nos ha ocurrido esto?
Víctor no supo qué responder. La miró atentamente. No le gustaba la tensión que notaba en su voz. Al contrario que él mismo, Myriam necesitaba saber el porqué de las cosas antes de aceptar cualquier situación.
—No sé, Myriam. Tal vez sea este lugar. El sol es mucho más brillante, la arena más blanca, el agua más transparente… Todo es mucho más intenso.
—Tú eres más intenso…
Víctor lo sabía. Lo sentía. Hacer el amor con Myriam había despertado algo en su interior. Había sido mucho más que una sensación física. Tomó el pain au chocolat y le pasó el plato a ella. Myriam tomó el bollo y lo mordió.
—Tal vez tengas razón —comentó ella—. Tal vez sea jamaica. Este bollo está delicioso —añadió. Entonces, se quedó un momento en silencio y chascó los dedos. Una expresión de alivio y excitación se le reflejó en el rostro—. ¡Ya lo tengo! ¡Tengo el plan! Esto nuestro es como empezar un régimen.
—No te entiendo…
—Uno empieza un régimen y lo último que necesita es un delicioso bollo cubierto de chocolate. Sin embargo, no hay nada que te apetezca más. Ni siquiera tienes que cerrar los ojos para poder saborearlo, pero si lo metemos cinco segundos en el microondas se transforma en una masa pegajosa y caliente.
—Niña, no te entiendo.
—Te lo explicaré. Si tienes un bollo de chocolate, está tan bueno que no puedes pensar en otra cosa que no sea en comértelo. No se puede pensar en otra cosa que no sea lo bueno que estaba y en que no se debería tomar otro.
—Sin embargo, no hay nada que desees más… —dijo él, recordando la primera vez que hicieron el amor.
—Exactamente. Eso nos pasa a nosotros cada vez que hacemos el amor.
—¿Y cuál es la solución? —preguntó Víctor, sin acabar de comprender.
—Antes de que una empiece un régimen, se compra una docena de bollos y se los come todos. El primero es estupendo, el segundo sigue estando igual de bueno. El tercero está delicioso, pero el cuarto ya no está tan bueno. Para cuando llegas al décimo, o no lo quieres o se ha quedado duro. ¿Ves dónde quiero llegar a parar?
—Me asustas cuando utilizas tu lógica femenina.
—Bien, porque tú me asustas cuando te comportas como un macho superior —replicó ella, con una provocativa sonrisa.
Víctor extendió la mano y entrelazó los dedos con los de ella. Los tenía muy largos, como las piernas, y cuando lo agarraban…
—Déjame asegurarme de que te he comprendido. ¿Estás diciendo que nos hartemos de sexo?
—Exactamente. A partir de este momento y hasta que nos marchemos.
—Creo que es una pena que estemos en un lugar público. Si no, te demostraría lo mucho que me gusta tu plan poniéndolo en práctica inmediatamente.
—Me alegro de que te guste.
—Normalmente no me dejo llevar por un comportamiento compulsivo, pero en este caso creo que podré hacer una excepción —susurró, besándole suavemente la muñeca.
—¿Hmm?
Con teoría de bollos o sin ella, Víctor no se imaginaba un momento en el que no la deseara. Estaba completamente seguro de que cuatro días más de intimidad con ella no serían suficientes. Sin embargo, no creía que Myriam estuviera preparada para escuchar aquello.
—¿Por qué tienes tantos deseos de quemar lo que hay entre nosotros, Myriam? ¿Por qué tiene que terminar cuando nos marchemos de aquí? ¿Por qué no podemos esperar a ver dónde nos lleva?
—Porque necesita terminar para que podamos seguir siendo amigos. Porque los dos sabemos que esto no puede durar…
—¿Cómo…?
—Porque el tiempo máximo en el que tú has estado saliendo con una mujer ha sido cuatro semanas. Al menos de este modo, ninguno de los dos tiene que estar esperando a ver qué pasa. Porque nuestra amistad lo significa todo para mí…
—Pero podemos…
—No. No lo digas. Ni siquiera lo menciones —replicó ella, colocándole una mano encima de la boca—. No pienso sacrificar nuestra amistad por una fugaz relación pasajera. Además, pasar a formar parte del harén de Víctor García no es una opción para mí.
Víctor pensó que otro hombre se habría sentido ofendido. Sin embargo, le parecía que al menos sabía el terreno que pisaba con ella.


Myriam colgó la señal de «No Molestar» por fuera de la puerta y entonces la cerró. El deseo se había apoderado de ella. Sus días habían tomado una cierta rutina, una deliciosa, placentera y adictiva rutina.
Hacían el amor por la mañana. A continuación, realizaban una excursión o practicaban un deporte de agua. Luego, volvían a la intimidad de la habitación para echarse una siesta. Tal vez una actividad por la tarde. Cena. Por último, las largas noches tropicales…
En los últimos tres días, habían practicado windsurf, buceo, habían visitado la plantación Prospect para admirar las hermosas vistas que tenía sobre la garganta del río White. Aquella misma mañana habían escalado los ciento ochenta metros de subida de las cataratas del río Dunn.
Había perdido la cuenta sobre el número de veces y los lugares en los que habían hecho el amor. En su habitación, en el patio privado con su piscina, en un oscuro rincón del jardín que había detrás de La Jungla, en una zona escondida de la playa, al atardecer, con el agua del mar acariciándoles la piel.
Sus escapadas habían sido casi indecentes, pero, a pesar de todo, Myriam no se saciaba de él. Solo les quedaba un día para marcharse y había planeado aprovechar hasta el último minuto. Al día siguiente pensaría… bueno, eso sería al día siguiente.
Víctor cruzó la habitación con una mirada lasciva en el rostro. Le metió las manos por debajo del vestido y le apretó con fuerza el trasero. Ella se apretó contra él, disfrutando del momento.
—¿Quieres ir de compras al mercado esta tarde? —le preguntó.
—Podríamos ir, pero mucho, mucho más tarde… —susurró Víctor, apretándola contra sí para que pudiera sentir su erección.
—Quiero buscar…
Interrumpió sus palabras al sentir que él le estaba acariciando el muslo. Al notar que llegaba hasta la entrepierna del biquini, se echó a temblar. Un deseo que ya le resultaba familiar la devoró por dentro. Suavemente, Víctor comenzó a mordisquearle la base del cuello. Sabía que destruía su razonamiento, igual que ella hacía con el suyo. Era un pensamiento algo turbador. Ya lo pensaría cuando regresaran a los fríos y grises días de Nashville.
Se apartó de él, al darse cuenta de que una fina capa de sudor le cubría la piel, a causa del calor de mediodía.
—Estoy sudando.
—Me gusta —musitó él, besándole dulcemente un punto por debajo de la oreja—. Me excita…
La risa de Myriam se hizo un suspiro cuando la boca de Víctor le devoró el cuello. Él le apretó los dedos sobre el muslo y se acercó más a ella.
—Me excitas tanto, así que, demándame…
—Se me ocurre una idea mucho mejor. Lo que de verdad me gustaría sería… —dijo. Entonces, aprovechó la pausa para zafarse de los brazos de Víctor—… echarte una carrera a la piscina.
El elemento sorpresa le dio ventaja. Rápidamente, salió corriendo hacia las puertas del patio privado.
—Lo pagarás, tramposilla —gritó Víctor, echando a correr detrás de ella.
Se quitó rápidamente el vestido y se metió en la piscina. El agua fresca le alivió la caldeada piel.
—He ganado —anunció Myriam, mientras que Víctor se metía en la piscina.
—El juego no se ha terminado. ¿Por qué no vienes aquí? —le desafió él—. ¿Es que tienes miedo?
Lentamente, Myriam se dio la vuelta. Entonces, se sumergió en el agua y se deslizó hasta las fuertes columnas de las piernas de Víctor. Cuando rompió la superficie del agua, fue a aparecer entre sus brazos.
Sin intercambiar palabra alguna, se besaron tierna, dulcemente. La pasión seguía presente, pero era más relajada que la acalorada pasión que habían compartido por la mañana.
Myriam absorbió la textura de la piel de Víctor, dorada por el sol, e inhaló el aroma que le era tan particular. El olor a cloro le recordaría siempre aquel momento. Entonces, él la sacó de la piscina y la llevó hasta la habitación, dejando las puertas de la terraza abiertas de par en par.
—Debería hacerte pagar por lo de antes, pero solo quiero estar cerca de ti. Que no haya nada entre nosotros —susurró Víctor. Entonces, los desnudó a ambos, dejando que la ropa se acumulara sobre el suelo.
Los rayos del sol le iluminaban los anchos hombros, la estrecha cintura, las fuertes piernas. Myriam temblaba de deseo. Fuera lo que fuera lo que les deparara el futuro, durante aquellos instantes. Víctor le pertenecía. Se abrazó a él e hizo que bajara la boca. Entonces, tiró de él hacia la cama, provocando que el peso de Víctor la hiciera caer a ella también. Exploró la calidez de su boca con la lengua, memorizando su sabor. A continuación, Víctor levantó la cabeza y la miró, con aire solemne. Con un rápido movimiento, se tumbó de espaldas y la colocó a ella encima de su cuerpo.
—Si pudiera, me metería por dentro de tu piel para poder estar más cerca de ti. ¿Te asusta eso? —susurró, mientras le acariciaba la espalda desnuda—. A mí sí.
—Un poco, pero solo porque sé lo que sientes —replicó Myriam.
El tiempo pareció adquirir una nueva dimensión. En vez de minutos u horas, este pasó a medirse por medio de la longitud de una mirada entre amantes, de un susurro, del reflejo del sol sobre la piel de ella, del suave murmullo de la voz de él… Aquel momento se transformó en una sinfonía del acto sexual, un crescendo de carne y espíritu.
Después, Myriam observó de modo ausente las sombras de una palmera sobre el techo. Así era como se sentía. Etérea. Completa. Plena.
La tranquila y medida cadencia de la respiración de Víctor le indicó que él se había quedado dormido. Apretó los labios contra el fuerte brazo que le servía de almohada. De repente, lo comprendió todo.
Se había enamorado de Víctor. Llevaba mucho tiempo enamorada de él, tal vez desde el momento en que lo conoció. Siempre lo había amado. Ese amor le había reportado alegría, tranquilidad y profundidad a su vida y confiaba en que Víctor había sentido lo mismo.
Había sido una constante en su vida desde que lo conoció. En vacaciones, cumpleaños, funciones escolares, Víctor siempre había estado a su lado cuando sus padres le habían fallado. Sin embargo, se había enamorado de él. Una fuerte pena le floreció en el corazón, profundamente dolorosa. Cerró los ojos y trató de apartarla de sí, pero no consiguió que cambiara nada.
Estaba en la peor situación en la que podía estar una mujer. Enamorada de Víctor García.


Los puestos alineaban la calle. Una cacofonía de sonidos llenaba el aire, una mezcla de las voces de los vendedores, de la música e incluso de los graznidos de los animales que se vendían.
—¿Hay alguna posibilidad de que Raúl y tú os reconciliéis cuando regresemos a Nashville? —le preguntó Víctor, de repente.
—¿Es que has perdido la cabeza? —preguntó Myriam, deteniéndose en seco.
Regresaban a casa al día siguiente. La idea de verla con otro hombre llevaba atormentándolo toda la tarde. Había preguntado por Raúl porque era el único que se le venía a la cabeza, pero podría haber otros.
—¿Estás segura?
—¿Por qué me estás preguntando ahora por Raúl? ¿Es que estás pensando en volver a salir con Inés? —le espetó ella, muy tensa.
—Claro que no. Solo necesitaba asegurarme que Raúl era agua pasada. Ese hombre no te merece.
—Bueno, gracias. Supongo.
Resultaba extraño hablar de otros hombres con Myriam mientras la tenía de la mano y paseaban por el mercado. En realidad, era una conversación algo extraña para estar teniéndola con la mujer con la que uno se estaba acostando. Sin embargo, nada era normal entre ellos.
A pesar de todo, la idea de que otro hombre la tocara le resultaba intolerable. Aunque consiguiera superar aquello, ¿dónde queda ría su amistad? Cuando Myriam encontrara otro novio, tal vez no fuera tan tolerante con Víctor, especialmente si descubría que habían tenido una aventura. Y cuando siguiera adelante con su plan para casarse, ¿qué pasaría con él?
Mientras paseaban entre los puestos, Víctor tuvo una inspiración. Él. Víctor Gerald García, se casaría con Myriam. Ella quería un marido. Él sentía cariño por ella. Se entendían bien. El sexo era estupendo. Si se casaba con ella, no habría nadie que pudiera ponerle objeciones.
La tomó entre sus brazos y empezó a dar vueltas con ella. Cuando la volvió a dejar en el suelo, la besó apasionadamente.
—¿A qué viene esto? —preguntó ella, entre risas.
—A nada —respondió. Decidió que no había llegado el momento de hacerle la pregunta.
—Hmm —susurró Myriam, abrazándose de nuevo a él. Entonces, volvió a besarlo—. ¿Para qué estamos aquí? —añadió después, con expresión distraída.
—Para comprar ron en especia para Ted y una cesta y un sombrero para ti.
—Ah, sí.
—Eres maravillosa…
—Y tú engañoso —replicó Myriam, con una sonrisa en los labios—. Pero gracias.
Víctor le tomó la mano. Volvía a latir entre ellos, así de rápidamente. Una pasión que le aceleraba la sangre. Myriam lo sintió también. Lo notó en cómo se le aceleró el pulso y por el modo en el que se le irguieron los pezones contra la camiseta de algodón.
—Vamos —dijo él—. Tenemos que encontrarte el sombrero de paja perfecto.
—¡Eh, señor! —exclamó uno de los vendedores—. Venga a echar un vistazo. Tengo los mejores collares de toda Jamaica. A su mujer le gustarán.
Su mujer. Su Myriam.
Después de aquella noche, no habría ninguna duda al respecto.

P,D ESPERO Y CALLY LO LEA Y YA NOS PUBLIQUE OTRO CAPITULO Smile

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Mensaje  jai33sire Sáb Ago 04, 2012 7:58 am

gracias por el capitulo

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Mensaje  dany Lun Ago 06, 2012 3:48 pm

gracias por el capitulo

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Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon - Página 3 Empty Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon

Mensaje  laurayvictor Miér Ago 29, 2012 9:37 am

Chicas aqui tienen otro capitulo prometo mañana poner los que faltan....
gracias por sus mensajitos....

Capítulo 10

—¿Estás seguro de que no te quieres meter en el jacuzzi antes de cenar? Es muy bueno para relajarse —dijo Myriam, desabrochándose un botón de la camisa.
Víctor gruñó. Se sentía muy tentado por las largas piernas y la seductora sonrisa de Myriam, pero quería que aquella noche fuera absolutamente perfecta para ambos. Eso significaba que había algunos preparativos que realizar, preparativos que ella no debía saber.
—Sí. Tal vez más tarde…
Rápidamente cerró la puerta para tratar de controlar el deseo que había despertado en él la proposición de Myriam. Tenía un par de cosas que preparar. Después de todo, un hombre no pedía en matrimonio a una mujer todas las noches.
Salió de la habitación y miró el reloj. Lo primero que iba a hacer era buscar a Martin y pedir su ayuda. Se dirigió al restaurante. No le importó ver que había una tarjeta que indicaba que estaba cerrado. Entró de todos modos y encontró a Martin doblando servilletas.
—¿Cómo está? —le dijo Martin, con una amplia sonrisa—. ¿Es mañana su último día? Espero que hayan disfrutado de estas vacaciones en Jamaica.
—Jamaica es un lugar estupendo. Me encanta. De hecho, regresaremos aquí en nuestra luna de miel.
—¡Enhorabuena! —exclamó Martin—. Son unas estupendas noticias. ¿Puedo felicitar también a la novia?
—Por eso estoy aquí. Ella no lo sabe todavía. Bueno, probablemente lo sospecha, dado que quiere un marido. Tal vez solo estaba tratando de llamarme la atención. Y ha funcionado. Cuando vinimos aquí, nunca pensé que…
—Suele ocurrir —afirmó Martin, con una sonrisa—. Es la magia de la isla. Yo sentí que existía entre ustedes desde el principio. Para Mathilde y yo fue igual.
—Esta noche, quiero algo especial. ¿Puedes colocarnos en una de las mesas que están al lado del agua? ¿Tal vez una que esté algo apartada?
—Tengo el sitio idóneo.
—Perfecto. Además, me gustaría tener una botella de champán en la mesa y, por supuesto, un anillo. No puedo pedirle que se case conmigo sin un anillo.
—Claro, el anillo. Mi prima Angelique, que trabaja en la tienda de regalos del hotel, podrá mostrarle muchos anillos. Hay un artista local que diseña joyas poco frecuentes. También tiene cosas más tradicionales, como el diamante.
—No, creo que me decidiré por la primera opción —dijo. Tal vez cuando regresaran a Nashville, Myriam preferiría comprar un anillo de diamantes, pero Jamaica requería algo más exótico—. Gracias por tu ayuda, Martin.
—De nada. Me siento muy honrado de poder asistir a una ocasión tan memorable.
—Creo que será una noche que no olvidaremos jamás —afirmó Víctor, estrechando la mano de Martin.


—Es un poco temprano para ir a cenar. ¿Quieres que vayamos a tomar algo al bar o que demos un paseo por la playa? —preguntó Víctor, cuando estaban a las puertas del restaurante. Estaba muy guapo, con un ligero traje de verano.
—Prefiero un paseo. La playa está prácticamente vacía —respondió Myriam.
Necesitaba actividad física. Se sentía algo tensa y una melancolía se había apoderado de ella ante la perspectiva de marcharse. No la había ayudado el hecho de que Víctor la hubiera rechazado a primera hora de la tarde. Le había parecido el principio del fin para ellos.
Tomaron el sendero que llevaba a la playa. Sin embargo, Myriam se detuvo para quitarse las sandalias.
—Esta noche no habrá tobillos torcidos.
Víctor llevaba sus zapatos y sus calcetines en una mano. Con la otra, rodeó la cintura de Myriam.
—No sé. Al final todo salió muy bien…
Cruzaron la arena. La cadera de Víctor rozaba la suya, su aliento daba vida a los finos cabellos de la sien. ¿Qué mujer compartiría su calor y sus caricias cuando regresaran a Nashville?
Se acercaron a la orilla del mar, donde la arena era más firme, y dejaron que el agua del mar les lamiera los pies. No lejos de allí, estaba el lugar donde habían hecho el amor algunas noches atrás.
Se detuvieron y se abrazaron. Myriam admiró la belleza y la inmensidad del mar.
—¿No te parece hermoso? Y es tan constante… Ocurra lo que ocurra en el mundo, las mareas no dejan de subir y bajar…
—Es muy hermoso, pero lo único constante es el cambio —replicó él—. Mira. No hay dos olas que sean iguales. La que acaba de romper en la orilla es completamente diferente a la anterior. Las mareas no dejan de ir y venir…
—Nunca lo había visto de esa manera.
Empezaron de nuevo a pasear por la orilla.
—Mira —dijo Myriam, de repente—, hay un banco ahí, entre esas plantas.
—Es un lugar espléndido para admirar el océano. Además, es también muy íntimo. ¿Por qué no nos sentamos a ver la puesta de sol?
Ambos se dirigieron al banco después de que Myriam se pusiera de nuevo las sandalias. El perfume del jardín tropical los rodeaba por todas partes mientras veían como el sol, como un disco de fuego, se hundía en las aguas.
¿Cómo podía Myriam admirar la vista cuando sentía el muslo de Víctor contra el suyo, cuando tenía una hambrienta pasión en el vientre que pedía que se la alimentara?
Tenían tan poco tiempo… Al día siguiente regresarían a casa y todo aquello no sería más que un recuerdo.
—Myriam…
—¿Sí?
—¿Te acuerdas de la otra noche en la playa?
—Sí… Claro que me acuerdo.
Nunca podría olvidar ni un minuto de los que había pasado con él y quería asegurarse de que él tampoco olvidaba. Aquella era su última noche. En los años venideros, quería que él recordara que hacer el amor había sido la mejor experiencia de su vida. Estaba segura de que sería así, porque ninguna otra mujer lo amaría tan profundamente como ella.
—Hay algo muy excitante en lo de hacer el amor en un lugar público, ¿no te parece?
—Es… muy estimulante —susurró Víctor, al sentir que el reverso de la mano de Myriam le rozaba la entrepierna.
—Si yo me agarrara a la parte de atrás del banco y tú te colocaras detrás de mí, con la chaqueta desabrochada… —musitó ella, acariciándole la firme columna de su erección. Los dos estaban a punto de explotar.
—Ponte de pie —le indicó él, con la voz ronca de la excitación.
Myriam se puso de pie y se dirigió a la parte de atrás del banco. Se sentía tan húmeda… Víctor la observaba de un modo que hizo que el calor que sentía en el vientre se convirtiera en un infierno. Separó las piernas y se agarró a la parte posterior del banco. Entonces, se inclinó, con la espalda muy recta y le susurró al oído:
—Cuando estés preparado…
—Niña, estoy tan preparado que creo que casi no puedo andar.
—Me sentiré muy desilusionada si no te puedes levantar. Quiero compartir esta vista contigo.
—¿Por qué no me dices lo desilusionada que te sentirás?
—Estoy húmeda y caliente y me temo que voy a empeorar si no haces algo al respecto.
Víctor se puso de pie y rodeó el banco para colocarse detrás de ella. El ruido de una cremallera y la agitada respiración de Víctor sonaron a sus espaldas. Él se acercó más, dejando que su firme erección le acariciara el trasero. Myriam observó cómo el dorado disco se iba hundiendo en el cielo. Su cuerpo temblaba de deseo, que se incrementó aún más cuando sintió que Víctor le levantaba el vestido, le apartaba las braguitas y la agarraba de la cintura.
—¿Has visto alguna vez una puesta de sol tan hermosa? —le preguntó, al tiempo que la penetraba.
—No —gimió ella—. Es espectacular.
Víctor le agarró con firmeza las caderas. Myriam se inclinó hacia delante, para que él pudiera hundirse más en ella, sintiendo como ella se tensaba a su alrededor. Myriam le acogía en sus entrañas, diciéndole con su cuerpo lo que nunca podría decirle con palabras. Se concentró en la puesta de sol, hasta que el ardiente disco explotó en una miríada de colores y desapareció en el horizonte.
—Ha sido… —susurró, sin poder encontrar palabras. Le temblaban las piernas cuando se colocó el vestido.
En la playa, a pocos metros de ellos, una pareja se dirigía hacia ellos.
—Casi indecente —dijo él, terminando la frase. Entonces, la estrechó entre sus brazos y la besó en el cuello—… y completamente increíble.


Martin los saludó cuando llegaron a la puerta del restaurante.
—Por aquí —dijo—. Tenemos una mesa muy especial para ustedes esta noche. Tendrán unas vistas excelentes.
Víctor guiaba a Myriam hacia la mesa colocándole una mano en la espalda. El fuego volvió a desatarse en ella. Aquello era una locura. El febril deseo que sentía por Víctor la estaba consumiendo. Por fin, llegaron a la mesa a la que les conducía Martin. Era una mesa muy íntima, al borde del agua.
—¿Le gusta esta mesa, señorita? —preguntó Martin. En realidad, los dos hombres la estaban mirando.
—Sí, es perfecta.
—Muy bien —replicó Martin, sujetándole la silla con un exagerado ademán.
Myriam se sentó y contempló cómo Víctor se sentaba a su lado. Entonces, le agarró con fuerza la mano y entrelazó los dedos con los de ella. Myriam sintió que el pulso se le aceleraba.
—¿Por qué no empezamos con una copa de champán? —le sugirió.
—Estupendo.
Por mucho que quisiera disfrutar del momento y no pensar en el mañana, no podía evitarlo. Necesitaban pensar en las reglas que tendrían para cuando llegaran a casa. A ella le parecía que sería mejor que no volvieran a mencionarse Jamaica mutuamente. Debían dejar que se desvaneciera como un sueño. Tal vez aquel era el mejor momento y el lugar más apropiado para…
—Víctor…
—Myriam.
—Tú dirás.
—Tenemos que hablar —afirmó Víctor.
—De acuerdo. ¿De qué quieres hablar?
—De nosotros.
—De eso quería hablar yo —dijo ella. Estaba tan sorprendida que estuvo a punto de caerse de la silla.
Vio que Víctor se pasaba la mano por el cabello. Aquello era algo que hacía solo cuando estaba nervioso. ¿Por qué iba a estar nervioso?
En aquel momento, Martin llegó con el champán y una sonrisa en los labios. Víctor sonrió también, aunque muy tensamente, y se tiró de la corbata. Estaba nervioso, no había duda.
Mientras abría y servía el champán, lo comprendió todo. La mesa especial, el champán, el nerviosismo… Ahí estaba. Iba a darle la noticia de que se había terminado todo entre ellos.
Myriam sintió unas increíbles ganas de llorar. En realidad no se terminaba porque los dos habían entrado en aquella relación con los ojos muy abiertos y aquello era precisamente de lo que quería hablar con él. Sin embargo, le dolía un poco que hubiera montado todo aquel espectáculo, como seguramente había hecho con las de más mujeres.
—No creía que esto sería tan difícil —susurró él.
—Por el amor de Dios, dilo ya. Si no lo haces tú, lo haré yo —le espetó ella, muy tensa.
—No creo que estemos hablando de lo mismo.
—Somos amigos desde hace mucho tiempo. Creo que nos conocemos tan bien el uno al otro como a nosotros mismos. Te aseguro que no hay que andarse con miramientos. Los dos queremos lo mismo.
Víctor pareció sorprendido y aliviado. ¿Por qué estaba tan nervioso por terminar una relación que solo era física?
—Muy bien. ¿Cuándo quieres que nos casemos?
—Ya está. No creo que haya sido tan difícil…
De repente, Myriam se quedó boquiabierta, como si le estuviera costando asimilar lo que Víctor había dicho y que, evidentemente, no era lo que ella había pensado.
—¿Qué has dicho?
—Que nos casemos.
—¿Qué nos casemos? —repitió ella, atónita—. ¿Has dicho que nos casemos?
—Sí.
—¿Y con quién quieres casarte?
—Deja de hacer el tonto, Myriam —comentó él, con una sonrisa. De repente, aquella sonrisa se le heló en los labios—. No estás haciendo el tonto, ¿verdad? Pues contigo. Quiero casarme contigo.
—¿Tú y yo? —preguntó ella, sin comprender.
—Sí, tú y yo. Nosotros.
Myriam contuvo la histeria. Víctor García acababa de pedirle que se casara con él. Dios santo. Una aventura era una cosa, pero un compromiso a largo plazo otra muy distinta. Viniendo de Víctor, aquello solo podría ser un compromiso a corto plazo.
—¿Por qué? —le preguntó. Entonces, tomó la copa de champán y la vació de un trago.
—¡Eh! Se supone que tenemos que brindar en cuanto tú hayas dicho que sí.
—Lo siento. Necesitaba una copa ahora mismo.
—Pensaría que te gustaría la idea.
—Me he quedado sin habla.
—Ya me he dado cuenta —replicó Víctor, con cierta aspereza.
—¿Y por qué íbamos a querer casarnos?
—Pero tú dijiste que querías casarte…
—Sí. ¿Te acuerdas de la otra parte? ¿De lo de empezar una familia?
—Bien. Dentro de un par de años, hablaremos del bebé.
Myriam trató de sacar algún sentido a lo que le parecía incomprensible: que Víctor la hubiera pedido en matrimonio y que quisiera empezar una familia.
—¿Por qué?
—Maldita sea, Myriam. ¿Es eso lo único que sabes decir? ¿Por qué? Porque tú deseas tenerla.
—No te estás explicando bien. No nos podemos casar y tener hijos solo porque yo lo desee. Somos amigos —comentó ella, sirviéndose otra copa de champán.
—Eres tú la que no se está explicando bien. ¿Y por qué no se pueden casar los amigos?
—Olvídalo. Quiero saber por qué crees tú que debemos casarnos.
—Piénsalo. Nos gustamos. Nos llevamos bien… Y el sexo es fenomenal.
—No te puedes casar con una persona solo porque el sexo sea bueno.
—Genial.
—Bueno, pues genial, pero sigue sin ser razón para casarse.
—¿Qué nos va a ocurrir, Myriam? Párate a pensarlo. Tu próximo novio tal vez no sea tan tolerante con nuestra amistad, especialmente después de esta semana. Yo no lo sería, te lo aseguro. ¿Has dejado tú de pensar en el matrimonio?
—Entonces, ¿quieres casarte conmigo porque mi próximo novio o posiblemente mi marido pueda oponerse a nuestra amistad porque hemos sido amantes?
—Exactamente. Eres muy importante para mí, Myriam.
No había mencionado el amor ni estar enamorado. Hasta aquel momento, Myriam se había sentido confundida, pero en aquel instante se sentía furiosa.
—Entiendo. ¿Estás protegiendo tus intereses?
—No exactamente. Eso suena…
—¿Egoísta? ¿Absurdo?
—Yo no lo diría de esa manera.
—¿De verdad? ¿Y cómo lo pondrías tú?
—Sensato. Razonable. Normalmente eres tan racional que…
—¿Estás implicando que me estoy comportando de un modo irracional?
—No me atribuyas palabras que no he dicho.
—No lo estoy haciendo. Lo estás haciendo muy bien tú solo.
—Maldita sea, Myriam. Es un buen plan. Nos entendemos, sentimos cariño el uno por el otro… ¿Por qué no iba a funcionar?
—¿Tienes idea de lo mucho que significas para mí? —replicó ella, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Sabes lo importante que es nuestra amistad?
—Razón de más para casarse.
—Razón de más para no hacerlo. Superaremos esta… esta aventura. Todavía podemos superarlo, pero un mal matrimonio nos destruiría y tú eres demasiado importante para mí como para cometer ese error.
—¿Por qué estás dando por sentado que tendríamos un mal matrimonio?
—El matrimonio es un compromiso a largo plazo. Tú mismo has dicho lo mucho que te gusta cambiar de canales. Yo no pienso estar sentada a tu lado, esperando que decidas cambiar de canal —le espetó.
—Eso no es justo. Esto es diferente. ¿Cuánto tiempo hace que somos amigos? ¿No te parece eso un compromiso a largo plazo?
—La amistad es una cosa. El matrimonio otra muy distinta —respondió ella, con toda sinceridad—. Eres el mejor amigo que he tenido nunca y el mejor que nunca tendré —añadió, poniéndose de pie—. Sin embargo, eres el último hombre que escogería como marido.


espero los comentarios eh... Razz

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Mensaje  jai33sire Miér Ago 29, 2012 8:59 pm

gracias por el capitulo

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Mensaje  Dianitha Jue Ago 30, 2012 10:05 am

gracias por el cap niña Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon - Página 3 146353 Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon - Página 3 146353
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Mensaje  dany Jue Ago 30, 2012 2:15 pm

gracias por el capitulo

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Mensaje  alma.fra Jue Sep 06, 2012 9:19 pm

Pobrecito Vic, eso ke le dijo myri estuvo muy feo Sad . Muchas gracias por los capitulos, te esperamos con mas.
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Mensaje  myrithalis Dom Sep 23, 2012 3:49 pm

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  laurayvictor Miér Sep 26, 2012 3:21 pm

hola chicas perdon aqui tienen un capitulo

Capítulo 11

Víctor la encontró fácilmente. Su silueta se destacaba gracias a la luz de la luna, al lado del mar. Ella había hecho trizas su orgullo, pero se negaba a dejar de aquel modo las cosas.
Mientras se dirigía hacia el lugar en el que estaba Myriam, la arena se le metió en los zapatos. Ella estaba mirando el mar, con los brazos entrelazados alrededor de la cintura. Víctor se quedó detrás de ella, sin tocarla. Sabía que él estaba ahí y decidió esperar a que ella quisiera hablarle.
—Sé que estás enfadado —dijo ella, por fin, sin darse la vuelta—. Y herido. No quería ninguna de las dos cosas. Ni esperaba que vinieras aquí.
Víctor le colocó las manos sobre los hombros y la estrechó contra su cuerpo. Myriam se mantuvo muy rígida, como si no quisiera apoyarse sobre él. Víctor se mantuvo a su lado, sin moverse.
—¿Cómo podía permitir que las cosas entre nosotros se quedaran así? No puedo. Significas demasiado para mí.
—Dios… ¿Cómo se han podido estropear tanto las cosas entre nosotros? —preguntó ella, con desesperación en la voz.
—Se trata solo de algo diferente. Es un cambio. No afrontas bien los cambios y este es muy grande, pero yo te ayudaré, Myriam. Nos ayudaremos mutuamente. Eso es lo que haremos.
Entonces, le dio la vuelta para tenerla cara a cara y la rodeó con los brazos, estrechándola con fuerza contra su cuerpo. Sintió que el rostro de Myriam estaba húmedo, por lo que le acarició la cabeza muy tiernamente.
—Shh… Todo va a salir bien.
—¿Cómo? —preguntó ella—. ¿Cómo van a volver las cosas igual que lo eran antes?
—No serán igual. Serán mejor. ¿Se te ha ocurrido pensarlo así?
—No —admitió ella—. Creo que si lo intentamos, podemos conseguir que todo sea como antes —añadió, con cierta desesperación.
—Eso no puede ser, Myriam. Tú quieres volver atrás, pero es imposible. La vida va siempre hacia delante. Los cambios son buenos.
—Ese es el problema. Por eso nunca funcionaría entre nosotros. Tú no puedes vivir la vida sin cambios. Estás adicto a ellos. ¿Qué ocurrirá cuando te canses de mí como esposa? ¿Cuando el sexo fenomenal ya no lo sea tanto? ¿Crees que podremos volver a ser amigos después de eso? Yo no soy una de tus mujeres, de las que se quedan en el harén cuando las dejas.
—¿Cómo crees tú que debería ser? —preguntó Víctor, obviando el comentario del harén—. Yo no comprendo la diferencia.
—La diferencia está en el nivel de compromiso y de confianza. Hace falta algo más para ser marido que para ser amigo.
—Entonces, no confías en mí emocionalmente. Tengo lo que hace falta para ser un amigo y para ser amante, pero no para ser tu marido. Gracias, Myriam —replicó él, herido.
—Mira el listado de mujeres que tienes a tus espaldas…
—Había muchos peces en el mar y me gustó salir a pescar —dijo él.
—¿Y ahora estás dispuesto a guardar la caña de pescar? No me lo creo. Los peces siguen estando ahí.
—Nunca le he pedido a otra mujer que se case conmigo. Nunca he sentido esto por ninguna otra mujer. Y nunca lo haré.
—Se trata de una aberración temporal…
—Tú eres la que deseo. La única.
—Tal vez deberías escucharte. Tal vez sea yo la que tiene fama de gustarle la competencia, pero a ti también te atrae. No destruyas nuestra amistad solo porque no quieras permitirme que sea yo la que quiera salir de esta situación.
—Muy bien, dejemos el asunto por el momento.
Sin embargo, pensó que Myriam debía de estar preparada. No estaba dispuesto a perder lo mejor que le había ocurrido nunca.


Doce horas. Solo quedaban doce horas hasta que se montaran en el autocar que los llevaría al aeropuerto. Doce horas hasta que aquella locura terminara.
El día siguiente sería un nuevo día. Al día siguiente pensaría en la proposición de Víctor. Al día siguiente ella se quitaría las trenzas. Al día siguiente pensaría en su amistad. Sin embargo, aquella noche solo deseaba a su amante.
—Sé que habíamos planeado ir a la fiesta de la playa y luego a La Jungla, pero prefiero regresar a la habitación.
—A mí tampoco me interesa ir a la fiesta o a la discoteca —susurró él, colocándole la mano en la cadera—. Solo quiero estar contigo.
—Eso es también lo que yo estaba pensando —musitó, con un nudo en la garganta. Seguía habiendo cosas en las que estaban de acuerdo.
En silencio, regresaron a la habitación. Allí, cerraron la puerta y se envolvieron de la intimidad que allí reinaba. El inminente regreso a Nashville, la proposición de Víctor y el rechazo de Myriam le daban al ambiente un tinte de desesperación y de tiempo prestado.
Víctor se sentó en el sofá. Entonces, tomó la mano de Myriam y la sentó sobre su regazo.
—Myriam…
Entonces, la besó apasionadamente. Ella se abrazó a él con fuerza y se perdió en aquel beso, entregándose de nuevo a él.
—Besas muy bien —musitó ella, cuando por fin apoyó la cabeza sobre el hombro de Víctor.
—A ti da gusto besarte —replicó, besándola de nuevo—. Myriam…
—¿Hmmm?
—Con otros hombres, ¿es también así?
—No me puedes preguntar eso.
—¿Por qué no? Parece que vamos inventando reglas a cada paso. Tú hiciste que pusiéramos nota al sexo.
—Tienes razón. No, no lo es —admitió—. Nunca ha sido así con nadie más. Solo contigo.
—A mí me ocurre lo mismo.
—No quiero hablar —susurró Myriam, mientras lo besaba en la mejilla y en la mandíbula—. Ya hablaremos más tarde…
—Si no quieres hablar, ¿qué quieres hacer? —le preguntó Víctor, bajándole una de las hombreras del vestido.
Myriam se puso de pie, frente a él. Entonces, se bajó la cremallera del vestido. Se lo quitó primero de un hombro y luego del otro, sujetándoselo durante unos segundos sobre los pechos.
Víctor tragó saliva. Tenía una expresión primitiva en el rostro. Entonces, vio cómo Myriam dejaba caer el vestido. Estaba frente a él, solo con unas sandalias, un tanga y un Wonderbra.
—Creo que nos quedan por comer algunos de esos bollos de chocolate —murmuró ella—, antes de que empecemos el régimen mañana.


Víctor metió el último par de pantalones cortos en la maleta y la cerró.
—¿Lista?
—Sí, estoy lista —respondió ella. Estaba apoyada contra el marco de la puerta, mirando la piscina.
Habían hecho el amor varias veces a lo largo de la noche y una vez más en la ducha. Lejos de estar cansados, se habían sentido desesperados por volver a estar juntos.
Sin embargo, cuando terminaron de hacer las maletas, Myriam se había rodeado de una muralla de distancia.
—¿Por qué no nos llevamos los bollos de chocolate que nos quedan? —sugirió él—. A mí me parece que es una pena dejarlos aquí.
—Creo que no —replicó Myriam, sonriendo por primera vez desde hacía una hora.
—A mí no me podrás culpar de no intentarlo —murmuró. Estaban a punto de salir por la puerta, cuando recordó algo importante—. Acuérdate de que Inés y Raúl estarán en el autocar y que tenemos juntos los asientos en el vuelo de regreso a Nashville.
A Víctor le habría gustado decir que le importaba un comino Inés o Raúl, pero no era del todo cierto. No quería que Raúl pensara que Myriam estaba disponible. Además, aquello podría ser una manera de convencerla para que cambiara de opinión sobre él.
—Se me había olvidado —admitió ella.
Era increíble que la competitiva Myriam se hubiera olvidado de la competición.
—Bueno, creo que deberíamos facilitarnos las cosas. Llevémonos los bollos hasta Nashville.
—Se quedan en el aeropuerto.
—En el aeropuerto. De acuerdo. ¿Trato hecho?
—Trato hecho.
—Entonces, tenemos que hacer algo al respecto —dijo Víctor, apoyando ambas manos en la puerta para aprisionarla allí. Se inclinó sobre ella y aspiró el suave aroma que emanaba de su piel. Enseguida, vio cómo la pasión volvía a encendérsele en los ojos—. No podemos consentir que parezca que te he desatendido.


—Myriam, niña. Despierta. Estamos a punto de aterrizar.
Estaba apoyada contra el hombro de Víctor. Al oír aquellas palabras, se estiró y de mala gana se deshizo de los últimos vestigios de sueño. No abrió los ojos inmediatamente, sino que se tomó unos segundos para gozar con la calidez y el aroma del cuerpo de Víctor. Entonces, separó los párpados y se incorporó mientras Víctor le colocaba el cinturón de seguridad.
—Has dormido durante casi todo el viaje. ¿Te sientes mejor?
—No me había dado cuenta de lo cansada que estaba…
—Has sido tanta actividad física. Además, anoche no dormiste y tampoco lo hiciste mucho la noche anterior…
Myriam captó un movimiento en la fila de asientos que había detrás de la de ellos. Raúl. Husmeando.
Entonces, le dio un beso a Víctor.
—Siento haberte mantenido despierto…
—Mmm… Ha sido un placer.
—Sí, es cierto.
Era patética. No había otro modo de definirla. Víctor y ella estaban fingiendo aquello por Inés y Raúl, cuando lo que Myriam estaba haciendo realmente era disfrutar de los últimos minutos de intimidad que iba a tener con él. Unas frases sugerentes, unas caricias y volvía a desearlo. Sin poder evitarlo, bajó los ojos hasta mirarle la bragueta… Oh. Víctor estaba pensando lo mismo que ella.
—Myriam —susurró él.
Tan absorta estaba en Víctor que se sorprendió mucho cuando, de repente, el avión tomó tierra y frenó sobre la pista de aterrizaje. Cuando la azafata les dio las indicaciones habituales por la megafonía del avión, Víctor se inclinó sobre ella para susurrarle unas palabras al oído.
—Niña, si no dejas de mirarme así, o, más exactamente, de mirármela, no voy a poder salir de este avión sin avergonzarnos a los dos.
—Oh.
Estuvieron unos minutos esperando para desembarcar. Resultaba muy incómodo estar esperando delante de Inés y Raúl mientras los demás pasajeros recogían su equipaje y descendían del avión.
—Bueno, tengo que decir que esta semana ha sido muy diferente de lo que me había imaginado —dijo Inés.
—Efectivamente —afirmó Myriam—. Yo nunca me habría imaginado que sería tan buena.
Raúl, que estaba de pie al lado de Inés, se sonrojó. Entonces, Víctor rodeó posesivamente los hombros de Myriam con un brazo.
—Ha sido la mejor semana de mi vida —dijo.
Inés lo miró y sonrió.
—Llámame en alguna ocasión —le pidió.
Myriam sintió unos desmesurados celos. Durante un momento de irracionalidad, sintió la tentación de abofetear a Inés.
—No lo creo —replicó Víctor, mostrando así su falta de entusiasmo. Fue esto y el hecho de que los pasajeros comenzaran a moverse lo que evitó que Myriam reaccionara con violencia.
Avanzó por el pasillo del avión. Esa era precisamente la razón por la que Víctor y ella nunca conseguirían tener éxito como pareja. Él era corno un tarro de miel rodeado por una horda de moscas. Les gustaba a las mujeres, lo deseaban. En aquel momento no estaba interesado en Inés, pero, ¿y después? No era culpa suya que les gustara a las mujeres. Además, a él también le gustaban… durante un tiempo. Desde la primera novia que había tenido en el instituto, nunca había salido con una mujer durante más de unas pocas semanas. Hacía años, había conseguido el récord con una chica que se llamaba Judy. Habían salido durante un mes.
Salió al estrecho pasillo que llevaba a la terminal. Víctor estaba detrás de ella.
—Myriam, espera. Le dije que no tenía interés en llamarla.
Ella aminoró el paso. En realidad, no era culpa suya. Era simplemente el modo en que eran las cosas. Por lo tanto, decidió hacer algo mucho más eficaz que abofetear a Inés. Le rodeó la cintura con el brazo como si tuviera todo el derecho a hacerlo.
Salieron a la terminal y entonces, lo empujó a un lago y lo abrazó. Lo besó directamente en la boca, para que Inés pudiera llevarse aquel recuerdo a su casa. Después de la sorpresa inicial, Víctor se mostró dispuesto a cooperar.
Myriam perdió noción del tiempo, del lugar. Ni siquiera podía estar del todo segura de cómo se llamaba. Besar a Víctor la afectaba de aquella manera.

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Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon - Página 3 Empty Re: Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon

Mensaje  myrithalis Jue Sep 27, 2012 12:16 am

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  jai33sire Jue Sep 27, 2012 6:58 am

gracias por el capitulo

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Mensaje  laurayvictor Jue Sep 27, 2012 2:00 pm

Hola chicas ahora si otro capitulo espero y les este gustando ya falta poco.

Capítulo 12

Myriam abrió la puerta de su piso. Bridgette entró la primera y fue corriendo hasta su lugar favorito. Evidentemente, la perra estaba encantada de volver a casa. Sin embargo, Myriam ya echaba Jamaica de menos, o más exactamente, a Víctor.
En Nashville hacía frío y estaba lloviendo. Incluso en su piso, que siempre resultaba muy acogedor, reinaba un ambiente frío y húmedo.
Dejó la maleta en medio del salón y se quitó los zapatos. Entonces, apretó el botón del contestador para escuchar los mensajes que tenía mientras preparaba un buen fuego para terminar con el frío.
—Hola, cielo, soy yo, la tía Caroline. Ya sabes que no me gusta hablar con esta máquina, pero solo te quería decir que espero que te lo hayas pasado muy bien. Quiero que me cuentes todo sobre tu viaje la semana que viene. ¿Por qué no vienes a cenar el martes por la noche? Y tráete a Bridgette contigo. Nos ha gustado tenerla con nosotros.
Sus tíos no estaban en casa cuando fue a recoger a Bridgette, tras salir del aeropuerto. Myriam se había sentido muy aliviada de que así fuera. No quería hablar del viaje con nadie.
Se sentó delante del fuego. Entonces, frotó los pies contra la espalda de Bridgette. La perra suspiró de felicidad.
El siguiente mensaje era de un banco que le prometía muy buenas condiciones si renegociaba su hipoteca. El número tres era su dentista, para cambiar una cita que tenían para realizar una limpieza.
Mensaje cuatro.
—Myriam, solo quería asegurarme de que habías llegado bien. Llámame cuando llegues a casa.
Era Víctor. El sonido de su voz, rica y profunda, la calentó como las cálidas aguas del Caribe. No era el mensaje de un amigo, sino el de un amante. Solo su voz evocaba los recuerdos y los sentimientos que le habían arrebatado el sentido común.
En aquel momento, el teléfono volvió a sonar. ¿Sería su tía o Víctor?
—Sí.
—Myriam —dijo Víctor—. ¿Acabas de llegar?
—Estaba escuchando mis mensajes.
—Escucha, niña, sobre…
—Víctor, no me llames así —le interrumpió ella.
—¿Cómo?
—Niña.
—¿Y eso?
—Es demasiado… demasiado… Bueno, no importa, pero no me llames así. Limitémonos a Myriam. ¿De acuerdo?
—Lo intentaré.
—Pon todo tu empeño.
—Por ti, me esforzaré muy duramente, aunque me resultará muy duro —añadió, con cierta intencionalidad que Myriam reconoció enseguida.
—Personalmente, me parece que estás es tu mejor momento cuando estás duro —susurró ella, sin poder evitarlo. Lo echaba de menos.
—En este momento, las cosas me resultan muy duras.
—Creo que estamos cambiando de tema…
—A mí me parece que hay otra palabra para definirlo —susurró él.
—Compórtate.
—Tú has empezado esta conversación.
—No… Bueno, supongo que sí. Lo siento. No volverá a ocurrir.
—No me gusta escuchar esas palabras.
—Basta ya. Esto es preciosamente el tipo de cosas ante las que tenemos que levantar la guardia.
—De acuerdo, niña…
—No me llames niña. Recuérdalo.
—Oh, sí, claro. Bueno, ¿dónde estábamos antes de que nos fuéramos por el camino de la perdición telefónica?
—Tú fuiste el que me empezaste a llamar en cuanto llegué a casa.
—Oh, sí… Te echo de menos, Myriam —musitó, tras una pequeña pausa.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos horas? Ella también lo echaba de menos desesperadamente.
—Es domingo por la tarde. ¿Quieres venir a casa? —sugirió ella. Normalmente, Víctor solía ir a cenar con ella los domingos por la tarde. ¿Qué diferencia podría suponer hacer lo un día más?
—Podría comprar una pizza de camino.
—¿De doble de queso y anchoas?
—Pensé que preferirías queso normal y que fuera vegetal.
—Empiezo el régimen mañana.
—Oh… En ese caso, compraré también una caja de bollos con chocolate.
—Me parece que ese es un buen modo de comenzar una dieta.
—Estaré allí antes de una hora —anunció él, colgando el teléfono antes de que ella pudiera responder.
Aquel era el lado negativo de acostarse con su mejor amigo. ¿Con quién se suponía que podías hablar al respecto? Myriam necesitaba desesperadamente charlar con alguien.
Siempre había sido muy reservada. A pesar de que tenía muchos conocidos a los que podía llamar para salir a cenar o ir al cine, Víctor era su amigo más íntimo. Bridgette la escuchaba, pero no podía darle consejos. Resultaba algo difícil sacarle sugerencias a un perro.
Suponía que tendría que empezar a hablar consigo misma. De repente, vio un reflejo de su peinado caribeño en el cristal de la ventana. Tal vez aquello era parte del problema. Mentalmente seguía todavía en jamaica.
—El primer paso es quitarme estas trenzas. ¿Quién sabe? Tal vez la magia solo pertenecía a Jamaica. Tal vez las cosas volverán a ser como antes.
Bridgette levantó la cabeza. Entonces, la volvió a bajar y cerró los ojos. Myriam tampoco lo creía.


Víctor hizo equilibrios con la pizza, unos donuts de chocolate y seis botellas de cerveza y llamó a la puerta del piso de Myriam. No era que estuviera desesperado por verla. La había llamado y ella misma le había invitado. Igual que todos los domingos.
Oyó que ella descorría las cerraduras. Entonces, se abrió la puerta.
—Hola.
—Pizza, donuts, cerveza —anunció—. Lo esencial.
—Entra.
Víctor entró en el pequeño recibidor, sin poder dejar de mirarla. Llevaba unos pantalones de cuadros algo deslucidos, una vieja sudadera de la universidad, sin sujetador. El cabello húmedo, ya sin trenzas, le caía por los hombros. También se apostaba algo a que no llevaba bragas debajo de los pantalones. Estaba deliciosa.
Mientras él la miraba, los pezones de Myriam se endurecieron y se irguieron contra la pechera de la sudadera.
—Dame las cervezas y deja todo lo demás encima de la mesa.
—Veo que ya te has quitado las trenzas.
—Te dije que lo haría. Eso era en Jamaica. Ahora estamos en Nashville.
Víctor comprendió el mensaje perfectamente. Dejó las cosas encima de la mesa y se acercó a acariciar a Bridgette.
—¿Cómo estás, bonita? —le dijo a la perra—. ¿Qué tal te llevaste con todos esos gatos? Myriam, ¿quieres que veamos el partido?
—Claro.
Víctor encendió la televisión mientras ella llevaba platos y cubiertos al salón.
—¿Te apetece una cerveza? —gritó ella, desde la cocina.
—Claro.
Myriam regresó con los platos, las servilletas y dos cervezas. Víctor agarró las cervezas, que estaban a punto de caérsele. Sin querer, le rozó un pezón con los dedos.
—Lo siento —susurró, con el corazón latiéndole a toda velocidad, como si fuera un adolescente.
—No pasa nada —replicó ella—. Bueno —añadió, después de dejar todo encima de la mesa—, ¿en qué canal ponen el partido?
—Mira a ver en el cinco —contestó Víctor, mientras abría la caja de la pizza. No tenía mucha hambre, pero aquello le daba algo que hacer que no fuera mirar fijamente a Myriam y pensar en los pechos que había debajo de aquella sudadera.
Hicieron lo mismo de siempre. Realizaron apuestas sobre el partido, se tomaron la pizza, bebieron una cerveza cada uno y animaron a sus respectivos equipos. Allí no había brisa tropical sobre un mar transparente, ni música caribeña. Myriam no iba vestida con sandalias, ni llevaba un tanga y un Wonderbra. Estaba descalza y llevaba unas ropas viejas y raídas. Su cabello no estaba recogido en sensuales trenzas ni estaban en la exótica Jamaica.
Debería haber sido como en los viejos tiempos, pero no era así. Víctor la deseaba tan desesperadamente que casi no veía. Había tensión, deseo, necesidad entre ellos.
—¿Quieres un donut? —le preguntó él, de repente.
—Pensé que nunca me lo ibas a preguntar.
Ninguno de los dos miró la caja que había encima de la mesa. Víctor la tomó entre sus brazos y le hundió las manos en el cabello y le devoró la boca con la suya. Myriam se aferró a él, estrechándolo con fuerza contra su cuerpo.
—Oh, niña… Te he echado tanto de menos…
Fuera lo que fuera lo que había entre ellos podría haber comenzado en Jamaica, pero, con toda seguridad, no había terminado allí.


Myriam entró en Birelli’s, igual que lo había hecho durante los últimos siete años, para almorzar con Víctor el jueves a las doce y media. Sin embargo, aquel día se sentía muy nerviosa.
Víctor estaba sentado a la misma mesa en la que se sentaban todas las semanas. Levantó los ojos de un informe que estaba leyendo en el momento en el que ella se sentó enfrente de él.
—Hola. Veo que has podido venir.
—Sí, y tú también.
Sin poder evitarlo, lo devoró con la mirada. Se sentía como una adolescente. Inmediatamente, Naomi se acercó a ellos con dos tazas de té.
—Aquí tenéis. Os traeré lo de siempre dentro de un momento. ¿Qué tal os fue en…? ¡Dios santo! Lo hicisteis, ¿verdad? —afirmó, después de mirarlos detenidamente a ambos—. ¡Sí! ¡He ganado mucho dinero! Llevamos haciendo porras sobre vosotros desde hace un par de años. Yo sabía que era solo cuestión de tiempo. Esperad a que se lo diga a George —añadió. Entonces, salió corriendo hacia la cocina.
Genial. Evidentemente, Myriam parecía llevar escrito en la frente que se había acostad con Víctor García. Sonrió muy nerviosa al resto de los clientes, que la estaban mirando fijamente. El rubor le cubrió lentamente el rostro.
—No te preocupes por eso, niña… Oh, lo siento. Se me ha olvidado.
Naomi volvió a aparecer, aquella vez con la comida.
—Aquí tenéis, un stromboli, una ensalada y panecillos. Hoy invita la casa.
—Naomi, no podemos…
—Confía en mí. Hoy me lo puedo permitir. Gracias a los dos. Disfrútalo —añadió, para acallar las protestas de Myriam.
Víctor cortó casi un cuarto del stromboli. En vez de colocarlo en el plato, lo tomó entre las manos y se lo ofreció a Myriam.
—Toma.
Ella se inclinó y le dio un mordisco a la masa crujiente rellena de queso. Al hacerlo, rozó sin querer los labios de Víctor con el dedo. Entonces, la alegría que había en los ojos de él desapareció, viéndose reemplazada por un apetito que no tenía nada que ver con la comida.
No intercambiaron historias sobre cómo les iba con el trabajo o con los compañeros. En vez de eso, el almuerzo transcurrió en un ambiente de desesperación y deseo. Myriam estaba sentada enfrente de él. Cada vez que le rozaba las piernas con las suyas, que olía la colonia que él llevaba puesta, sentía que la tensión se hacía insoportable.
—¿Os apetece postre? —les preguntó Naomi.
—Para mí no —respondió ella—. Tengo que volver a mi despacho.
—Entonces hoy nos lo saltamos —dijo Víctor—. Gracias, Naomi.
—No, gracias a vosotros. Que disfrutéis el resto del almuerzo —añadió, guiñándoles un ojo.
Se pusieron de pie. Víctor salió detrás de Naomi, tras colocarle una mano en la espalda. Los dedos parecían abrasarle la tela. Los dos se detuvieron en la acera. Entonces, él le colocó la mano en la cadera, en un gesto muy posesivo.
—¿Dónde has aparcado? —le preguntó, con la boca lo suficientemente cerca como para hacer que ella sintiera escalofríos.
—A dos manzanas de aquí. No encontré otro sitio.
—Yo estoy justo ahí enfrente. En el aparcamiento. ¿Qué te parece si te llevo?
Cruzaron la calle y esperaron en silencio a que llegara el ascensor. Myriam se tomó mucho cuidado de no tocarlo, dado que no estaba segura de lo que podría ocurrir. ¿Cómo era posible que le pareciera una eternidad los cuatro días que había pasado sin sus caricias, sin sentirlo contra su cuerpo?
Las puertas se abrieron por fin. Un hombre salió del interior del ascensor. Cuando los dos entraron, Víctor apretó el botón del cuarto piso. Las puertas no se habían terminado de cerrar cuando se abalanzaron el uno sobre el otro.
La boca de él era dura y cálida, igual que su cuerpo. Myriam se frotaba contra él, mientras Víctor le levantaba la falda y metía la mano por debajo.
El timbre del ascensor sonó, anunciándoles que habían llegado a la cuarta planta. Se separaron, jadeando. Frenéticos.
—¿Dónde tienes el coche?
—En ese rincón. Al otro lado de esa furgoneta tan grande.
—Date prisa.
—Al lado del pasajero —dijo él, cuando llegaron junto al vehículo.
Abrió la puerta y se sentó. Entonces, se colocó a Myriam sobre el regazo y cerró la puerta con fuerza. A continuación, reclinó el asiento. Ella se levantó la falda y se sentó a horcajadas sobre él, mostrándole los muslos desnudos.
Si no hubiera estado húmeda ya de antes, la mirada de deseo y de apreciación que se dibujó en los ojos de Víctor le habría bastado para estarlo. El liguero y las medias tuvieron mucho éxito.
—Oh, niña… —susurró él, acariciándole un muslo mientras se bajaba la bragueta.
Myriam le agarró la cabeza entre las manos y lo besó con pasión. Le hundió la lengua en la boca mientras él le agarraba las braguitas y se las apartaba a un lado. Con la otra, la colocó encima de su erección y, con un único movimiento, la penetró. Una pasión cálida y descarnada se apoderó de ella. Dejó escapar un gemido de placer que él absorbió inmediatamente. A los pocos segundos, habían encontrado el alivio que los dos habían buscado desesperadamente.
Agotada, Myriam se desmoronó encima de él, sin estar del todo segura de dónde finalizaban los latidos de su corazón ni de dónde empezaban los de él. Lo amaba tanto…


Myriam salió del coche, algo perpleja y muy frustrada. No comprendía por qué Víctor habría querido reunirse con ella en un parque municipal en un día tan revuelto. Sentía un profundo deseo, y allí no tendrían oportunidad de aliviarlo. A menos que encontraran un lugar recoleto para el coche, no veía cómo.
Víctor la estaba esperando en un banco que había enfrente de un estanque con patos. Hacía tanto frío que tenía levantado el cuello de la chaqueta.
—Hola —le dijo Myriam—. Hace mucho frío. ¿Por qué no nos vamos a mi coche?
Víctor se puso de pie para saludarla, pero no la tocó.
—No. Allí nos distraeríamos muy fácilmente. Por eso quería que nos viéramos aquí hoy. Aquí no hay oportunidad alguna —dijo, sin su habitual sonrisa.
Ella se sentó en el banco. Tampoco sonreía. Aquello le daba muy mala espina. Víctor se sentó a su lado.
—Myriam, tenemos que hablar.
Se pasó la mano por el cabello. Ella tuvo que contenerse para no gritar. En vez de eso, se armó de valor.
—Esto no funciona.
Sintió un enorme nudo en el estómago. Siempre había sabido que llegaría aquel día. Nunca lo había dudado, ni siquiera desde el primer beso. Comprobó la fecha en la esfera de su reloj.
—Catorce días. Esperaba que podríamos batir un récord personal contigo y conseguir superar el mes, pero supongo que ya no podrá ser.
Jesús. Su voz era completamente odiosa. Parecía llena de rencor, pero no le importó. Así al menos evitó echarse a llorar como una niña y suplicarle que no terminara aquella aventura, que era en realidad lo que le apetecía hacer. No suplicaría.
—Maldita sea… ¿Me quieres escuchar?
—Tienes toda mi atención.
—No podemos seguir así. No podemos seguir solo con relaciones sexuales.
—Pero eso es todo…
—A eso me refiero. Estamos juntos constantemente, aunque no les podría llamar citas a nuestros encuentros. Algunas veces comemos juntos, otras vamos al cine, pero siempre es por el sexo. Es estupendo, pero es lo único que nos queda. Cuanto más nos unimos físicamente, más te distancias tú emocionalmente. ¿Es que no te das cuenta? Esto nos está destruyendo.
—Bueno, puedo decir que es un modo único de romper una relación —le espetó, sintiendo un dolor terrible.
—Cada vez que trato de hablar de matrimonio, me distraes. Ahora no quiero que me distraigas. Cásate conmigo.
—No.
—Myriam —susurró él, acariciándole suavemente la mejilla—, llevo esperándote toda mi vida. El resto de las mujeres solo fueron un alocado intento por salir corriendo de lo que tenía delante de los ojos. ¿Es que no te das cuenta? Todas eran completamente opuestas a ti. Por supuesto, no duraba con ellas mucho tiempo. No podía ser. Supongo que soy algo lento, pero por fin lo he comprendido. Eres lo que he querido siempre y lo que siempre querré. Te amo. Estoy tan enamorado de ti que me duele…
Aquello era algo que Myriam comprendía muy bien, pero decidió cauterizarlo con monosílabos.
—No.
—Myriam, tú me quieres… —murmuró, agarrándole las manos—… y estoy completamente seguro de que estás enamorada de mí.
Ella lo miraba sin decir nada. Esperaba que terminara pronto. Sentía que al menos le debía escucharlo, pero no podría soportarlo mucho tiempo.
—Niña, siempre ha habido un vínculo muy fuerte entre nosotros. Desde la primera vez que te encontré llorando entre los bosques que hay detrás de mi casa… ¿Te acuerdas en jamaica? ¿Te acuerdas del Caribe? Nuestra relación es como el océano. Las mareas cambian. Algunas veces son tranquilas, otras rizadas, pero siempre están presentes…
—Es una comparación preciosa. Ojalá pudiera creérmelo… Tú eres un vendedor muy persuasivo, pero no puedo.
—Por favor, Myriam, no nos hagas esto.
—No soy yo quien lo hace. Tú eres el que me está dando un ultimátum. ¿Has dicho que es el matrimonio o nada?
—He tratado de verlo a tu modo, Myriam, pero no es suficiente. Quiero despertarme y sentir tu calor a mi lado cada mañana. Quiero envejecer contigo…
—No creo que podamos tener ninguna de esas dos cosas.
—¿Sabes lo que creo? Que tienes tanto miedo que no ves las cosas claras. Cuando éramos amigos, era algo seguro y fácil, ¿verdad? Con los amigos se puede mantener una cómoda distancia. ¿Y los hombres con los que has salido? Nunca ha habido verdaderos sentimientos. Todo ha sido, agradable, seguro y a distancia. En realidad no te hizo ningún daño que Raúl te traicionara, ¿a que no?
—¿Y qué me dices de ti? Tienes relaciones de puerta giratoria. ¿Acaso hay en ellas sentimientos? ¡No me hagas reír!
—Sí, al menos yo lo admito. Tú mantienes a todo el mundo a distancia. A tus tíos, a mí, a tus compañeros de trabajo. Pocos días antes de que nos marcháramos a jamaica me dijiste que era retrasado emocionalmente y que tú eras la causa, pero creo que es mejor que des un paso atrás y que vuelvas a analizar la situación. Mírate al espejo. ¿Sabes por qué yo soy el último hombre con el que te casarías? Escóndete detrás de todas las mujeres con las que he salido si eso hace que te sientas mejor, pero la verdad es que no quieres casarte conmigo porque sentirías demasiado, Myriam.
—Bueno, espero que ahora te sientas mejor, porque yo no.
—No se trata de sentirse mejor, sino de salvar lo nuestro.
—¿Qué me ofreces? ¿El matrimonio o nada?
—Yo no lo veo de otra manera.
—Entonces, supongo que no nos queda nada que decir.
Víctor se puso de pie y la miró.
—Ya sabes dónde encontrarme, niña, pero quiero que sepas que ni soy barato, ni gratis ni fácil. Tengo un precio muy alto. Tú.
Con eso, se marchó. Al contrario que cuando sus padres la habían abandonado, Myriam sabía que aquella vez Víctor no regresaría. Sin embargo, eso no hizo que el dolor que sentía fuera más soportable.

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Mensaje  jai33sire Jue Sep 27, 2012 10:01 pm

gracias por los capitulos y esperamos el final de la novelita

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Mensaje  myrithalis Vie Sep 28, 2012 12:10 am

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  dany Mar Oct 02, 2012 2:41 am

gracias por los capitulos

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Mensaje  laurayvictor Sáb Oct 13, 2012 12:23 pm

hola chicas aqui tienen el final de esta novela.... espero les alla gustado, les pondre despues de este un pequeño capitulo......eso sera el lunes.... espero muchos comentarios.... gracias por leer.

Capítulo 13

Víctor estaba sentado a la mesa de siempre en Birelli’s, haciendo como que revisaba un informe. Habían pasado dos días desde que se había reunido con Myriam en el parque. Ni ella había llamado ni él tampoco. No había habido partidos de hockey, ni sexo. Ni Myriam. Estaría mintiendo si dijera que no había echado de menos el sexo, pero lo que realmente le había faltado había sido ella. Era como si le hubieran amputado una parte esencial de su cuerpo.
—Llega tarde —dijo Naomi—. ¿Dónde está? Myriam nunca llega tarde.
—No sé si va a venir…
—Vendrá —le aseguró Naomi—. Mira, ahí está. Ya te había dicho yo que vendría.
Víctor vio a Myriam en la acera a través de los ventanales del restaurante. Un profundo alivio se apoderó de él. Ya podía admitirlo. Había tenido tanto miedo de que ella no acudiera… Sin embargo, estaba allí. Juntos podrían solucionarlo todo.
Myriam lo miró a través del cristal, con una expresión inescrutable en el rostro. Cuando llegó a la puerta del restaurante, dudó. Entonces, se dio la vuelta y siguió andando.
—Era Myriam. ¿No era esa Myriam? —le preguntó Naomi, perpleja—. ¿La que acaba de marcharse?
Víctor gruñó. Sintió deseos de salir detrás de ella, de pedirle una y otra vez que se casara con él hasta que ella accediera, pero ya lo había intentado antes y no había funcionado.
—Anula la ensalada y tráeme el stromboli ahora mismo —dijo, con una voz tan tranquila que le sorprendió hasta a él mismo.
—Esas son las palabras más tristes que he escuchado nunca —susurró Naomi, enjugándose una lágrima.
Víctor estaba completamente de acuerdo.


Myriam giró la silla y contempló la vista de Nashville que se divisaba desde la ventana de su despacho. Contemplar la ciudad al atardecer era algo que siempre le gustaba. Sin embargo, aquella vez, no le produjo emoción alguna.
Se volvió de nuevo hacia la mesa. Se sentía vacía por dentro. Sin embargo, aquello era preferible al sufrimiento. Cerró los ojos. ¿Sería así el resto de su vida? ¿Conseguiría superar el vacío? Tal vez. Se había sentido así antes, cada vez que sus padres prometían ir a buscarla, pero sin presentarse nunca. No era una sensación nueva, pero antes Víctor siempre la había ayudado a superarla. En aquellos momentos estaba sola.
Se puso el abrigo, tomó su maletín y cerró la puerta del despacho. Como si fuera con piloto automático, se dirigió al ascensor y bajó al aparcamiento. Tras meterse en su coche, se sumergió en el tráfico de los que regresaban a sus casas.
Habían pasado cinco semanas desde la última vez que se había visto con Víctor, en el parque. Llevaba cinco semanas sintiéndose como si le faltara una parte muy importante de su vida. ¿Tendría él razón? ¿Sería verdad que mantenía las distancias con todo el mundo? Siempre había creído que ser reservada era parte de su personalidad, pero no había habido nada de reservado en la pasión que había mostrado en Jamaica.
De repente, se dio cuenta de que estaba muy cerca de la casa de sus tíos Decidió acercarse al lugar que le había servido de refugio desde la infancia. Durante el último mes, había encontrado una excusa tras otra para no aceptar las invitaciones a cenar de su tía. No quería hablar de Jamaica con ella.
Aparcó el coche y se acercó a la casa. Abrió la puerta trasera y entró directamente a la cocina. Su tía estaba sentada frente a un escritorio, navegando por internet con una copa de vino al lado. Había dos ensaladas preparadas sobre la encimera.
—Hola.
—¡Myriam! —exclamó la mujer, al verla—. Te he echado mucho de menos… Estábamos empezando a creer que ya no nos querías —añadió. Entonces, se levantó y se acercó a su sobrina. Su sonrisa se vio reemplazada por un gesto de preocupación al mirarla fijamente—. Cielo, ¿qué te pasa?
Sin poder evitarlo, Myriam se echó a llorar y se lanzó a los brazos de su tía. Los sollozos hacían que sus palabras fueran completamente incoherentes. Cuando finalmente pudo tranquilizarse, se sintió muy avergonzada.
—Lo siento…
—No te atrevas a disculparte, cielo mío —replicó Caroline, acariciándole el pelo y obligándola a sentarse en una de las sillas de la cocina.
Myriam trató de recuperar la compostura. Caroline se dirigió al fregadero y tomó un poco de papel de cocina, que mojó y ofreció a su sobrina.
—Suénate —le dijo, como si tuviera seis años.
Myriam se sonó. No sabía qué hacer. En realidad no había pensado ir a casa de sus tíos y no sabía qué decir.
—No quería…
—Shh. ¿Sabes el tiempo que llevo esperando a que vengas a pedirme algo? No me gusta que estés triste, pero me alegro de que estés aquí. Llevo una vida entera esperando este momento. Por supuesto, siempre fue así…
—¿De qué estás hablando, tía Caroline?
—Tu tío Frank y yo descubrimos que no podíamos tener hijos pocos años después de casarnos. Probablemente hoy no significaría mucho, pero hace treinta y cinco años no se sabía mucho sobre la infertilidad ni teníamos el dinero para poder hacer algo al respecto. Entonces, Lynette y Vance te tuvieron a ti. Eras una niña maravillosa. Inteligente y bonita. Yo traté de alegrarme por ellos, pero… No te cuidaban bien. Vivían como vagabundos, yendo de un lado a otro, donde les apetecía. Muchas noches, me dormía pensando que podrías no tener suficiente para comer ni un lugar en el que dormir.
Las palabras de su tía despertaron muchos recuerdos en ella. Inmediatamente, se acordó de las noches en las que se había ido a la cama y se había despertado en el asiento trasero del coche de sus padres con un enorme vacío en el estómago.
—Tú eras muy inteligente —prosiguió su tía—, pero ellos nunca se quedaban en un sitio el tiempo suficiente corno para que tú pudieras asistir a la guardería o al parvulario. Cuando te dejaron con nosotros, me alegré mucho. Entonces, me avergoncé mucho, igual que me avergüenzo ahora, de sentirme tan feliz por algo que a ti te causaba tanto dolor. Para nosotros, fuiste una bendición. No hacía más que pensar que un día, si te daba suficiente espacio y te mostraba lo mucho que te queríamos, tú nos aceptarías y nos querrías a cambio. Lo siento mucho, Myriam, pero pensé que estarías mejor con nosotros. Nunca evité que Lynette o Vance vinieran a verte, pero tampoco los animé. Te quería para mí sola.
Las lágrimas empezaron a rodar por el rostro de Caroline. Sin pararse a pensarlo, Myriam se levantó y fue a abrazar a su tía.
Siempre la habían querido. Durante todos aquellos años la habían amado. No la habían cuidado solo por obligación, sino porque la querían. Ella había sido una bendición para los dos.
—Pensaba que no hacías que me marchara porque eras demasiado buena, como hacías con los gatos.
—¿Te acuerdas de Boris, aquel gato tan grande que vino a casa en la primavera en que te pusimos los aparatos en los dientes?
—Sí.
—Te parecías tanto a él… ¿Te acuerdas que solías ponerle comida y ver cómo se la tomaba? Cada día te ibas acercando un poco más, pero nunca te dejaba tocarlo. Entonces, Duquesa y él se hicieron amigos y dejaste de intentar acariciarlo porque ya no estaba solo.
—Sí, me acuerdo.
—Tú eras como ese gato. Solitaria y distante, pero entonces encontraste a Víctor y tu tío y yo supimos que todo iba a salir bien, aunque eso nunca evitó que quisiéramos que te acercaras un poco más a nosotros.
—Lo siento…
—Cielo, es difícil aprender a confiar en la gente. Seguramente creías que te podrías volver a ver abandonada. Tal vez deberíamos haberte buscado ayuda para que te apoyara a superar aquel trauma, pero el dinero no nos sobraba. Creíamos que si te dábamos mucho amor, un día aprenderías a querernos.
—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Por qué no me querían, tía?
—No lo sé. Nunca lo comprendí. Tal vez porque Lynette era la más joven de la familia y estaba algo mimada. Tal vez porque es su modo de ser. Descubrirás a lo largo de la vida que algunas veces las preguntas no tienen respuesta.
—Eso no me basta. Yo necesito saber los porqués.
—Tienes que olvidarte de todo eso y seguir con tu vida. Creo que ya has encontrado tu propio porqué y te equivocas. Mírame, Myriam —le ordenó Caroline, agarrándola de la barbilla—. Tus padres te dejaron aquí y no regresaron nunca. Se merecían todo lo peor por eso, sobre todo porque en algunas ocasiones te dijeron que vendrían y nunca lo hicieron. Sin embargo, necesitas darte cuenta de que son ellos los que tienen el problema y no tú. Supongo que hace tiempo decidieron que a ti no te importaba y que no dejarías que volvieran a hacerte daño.
—Ya no pueden hacerme daño. No tienen ningún control sobre mi vida ni sobre mí.
—Desgraciadamente, te equivocas. Sigues dejando que te controlen. El miedo que tienes a sentirte abandonada, a dejar que alguien se te acerque demasiado… ese es el poder que les has dado a lo largo de tu vida. Si no consigues superar eso, nunca te darás cuenta de tu potencial. No dejes que te amarguen la vida… Y sobre todo no dejes que arruinen lo que puedas tener con Víctor —añadió. Al oír aquellas palabras, Myriam volvió a tomar asiento.
—¿Qué dices de Víctor?
—Nos llamó hace unas semanas. Te ama, Myriam. Está tan enamorado de ti que casi no puede soportarlo. Igual que tú lo amas a él. Frank y yo nos dimos cuenta hace muchos años…
—Pero todas sus novias… todas esas relaciones…
—Myriam, esas historias nunca fueron relaciones. Solo eran lo que un hombre sabe hacer mejor: huir aterrado. Si te fijas bien, Víctor también se parece mucho a Boris. Su madre murió completamente alcoholizada y luego su padre fue de mujer en mujer, sin prestarle ninguna atención. Él estuvo tan abandonado como tú. Tampoco confía en la gente con facilidad. Sin embargo, desde el día en que os conocisteis, tú fuiste como Duquesa y él como Boris. Nunca he visto dos personas más destinadas a estar juntas ni que tardaran tanto tiempo en darse cuenta.
Myriam se quedó inmóvil, asimilando las palabras de Caroline.
—¿Por qué no me dijiste todo esto antes?
—Porque tu corazón no estaba preparado para escucharlo.
—¿Y si…?
—La vida no viene con garantía, Myriam. Lo único que se puede hacer es amar como si no hubiera mañana y esperar que todo salga bien.
Myriam consiguió superar la represión de años y abrazó a Caroline. Con su tía en brazos, encontró el valor para pronunciar las palabras que nunca le había podido decir antes.
—Te quiero…


Bridgette la siguió mientras Myriam sacaba una caja de cartón del armario y la llevaba al salón. Era solo una caja de zapatos, pero, cuando retiró la tapa, las manos le temblaban incontrolablemente. Aquella caja era como una cápsula del tiempo.
Sacó una foto. Habían pasado veinticinco años. Una pensativa Myriam estaba entre sus padres. Recordaba aquel día tan claramente como si hubiera sido ayer.
—Estos son, Bridgette —le dijo a la perra—. Habíamos parado en un circo ambulante. Ellos se lo estaban pasando estupendamente, pero yo estaba cansada y tenía hambre. Nos habíamos pasado la noche en el coche. No había habido dinero para desayunar, pero sí lo había habido para el circo.
A lo largo de los años, se había preguntado muchas veces si la habrían abandonado porque no era lo suficientemente divertida, o lo suficientemente lista o lo suficientemente guapa. Tal vez se había quejado demasiado. Se había preguntado todas aquellas cosas más veces de las que quería admitir. En cierto modo, sentía que los había fallado.
Bridgette apoyó la cabeza sobre su regazo, como si quisiera consolarla. Myriam miró a la perra y se preguntó por qué la habrían abandonado en la perrera. Se había preguntado en muchas ocasiones si habría sido porque se comportaba mal o porque era mala. Al final, había dejado de hacerse preguntas. Bridgette era maravillosa y ella la adoraba. Afortunadamente, se habían encontrado.
Dejó la foto en el sofá y sacó un montón de papeles. Eran poemas, notas, sobres que nunca había enviado. Confesiones de una adolescente confusa. La ira, la humillación, la amargura… Todo estaba allí, guardado para poder entregárselo un día a sus padres.
Una infinita tristeza se apoderó de ella. Aquello había ocupado una gran parte de su vida, tantos años que era difícil olvidar. Se sentó en el suelo, ante la chimenea. La mano le temblaba cuando acercó el primer sobre al fuego. A medida que las llamas empezaron a lamerlo y a quemar las puntas, una lágrima le rodó por la mejilla. Entonces, sintió un profundo alivio. Con cada trozo de papel le resultaba más fácil y las lágrimas caían con más fluidez. Entonces, arrojó también la caja y la tapa y dejó que el fuego devorara todos aquellos recuerdos.
Lo único que salvó fue la foto. Entonces, la recogió y se dispuso a arrojarla también al fuego, pero en el último momento cambió de opinión. La amargura y el dolor habían desaparecido. Sin embargo, necesitaba recordar quién era y de dónde venía. Ya podía mirar la foto y recordar por qué todo aquello no importaba. Su corazón había comprendido por fin el mensaje.


Víctor no pudo romper la costumbre de acudir todos los jueves a Birelli’s. Aunque habían pasado cinco semanas desde que Myriam había dejado de reunirse allí con él. En vez de hablar con ella, se pasaba la hora del almuerzo leyendo informes.
De repente, Naomi se acercó a su mesa y dejó una taza de té.
—Naomi, ya me has servido antes.
—Sí, pero a ella no.
Víctor levantó la cabeza y sintió que el corazón estaba a punto de detenérsele. Myriam estaba en la puerta del restaurante. Entonces, con aspecto fuerte, pero vulnerable, empezó a avanzar hacia él. El tiempo parecía haberle afilado el rostro.
—¿Te importa si me siento?
—Es tu sitio.
—Volveré enseguida con una ensalada —dijo Naomi, mientras Myriam tomaba asiento.
—Espera. Tomaré un stromboli de pollo y espinacas.
—Pero si siempre tomas ensalada.
—Lo sé, pero siempre he querido tomar stromboli, así que eso va a ser lo que voy a tomar.
—Por supuesto —replicó Naomi, con una sonrisa, mientras se marchaba hacia la barra.
Un incómodo silencio cayó entre ellos. ¿Eran amigos? ¿Amantes? ¿Conocidos? Víctor no lo sabía. De lo único de lo que estaba seguro era de que la amaba y de que la había echado mucho de menos.
—Bueno, ¿has venido para decirme que te vas a casar conmigo?
—De hecho, sí.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Porque es el único modo en el que puedo tener relaciones sexuales contigo —contestó, con una sonrisa.
—¿Y nada más?
—Sí —contestó ella—. Te quiero, Víctor…
—También me querías antes, pero no parecía serte suficiente.
Myriam le tomó la mano y se la llevó a los labios. Al notar su aliento, a Víctor le pareció que había vuelto a la vida.
—Ya no tengo miedo. Ya no temo amarte ni me asusta dejar que tú me ames a mí.
—¿Cómo sé que no vas a volver a sentir temor? Cuando te encontré en el bosque, hace más de veinte años, tú me devolviste también la vida. Llevaba meses sufriendo. Tú me hiciste sentirme completo. Estar lejos de ti durante estas semanas… No podría volver a soportarlo, Myriam.
—Tienes que confiar en mí, lo mismo que yo tengo que confiar en ti. Quiero envejecer a tu lado. Te necesito. Tú eres el flujo y el reflujo de mi marca. Tú has provocado el cambio que mi vida necesitaba.
—Igual que tú eres la arena de mi costa, mi ancla, mi constante…
Víctor se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una cajita que se había llevado de Jamaica y que había tenido encima desde aquel día. Se sentía muy nervioso.
Ella abrió la caja y encontró un anillo de diseño muy sencillo. Estaba formado por dos tiras de metal, que se entrelazaban la una sobre la otra sin romperse, unidas para siempre.
—Es precioso —susurró. Víctor le tomó inmediatamente la mano.
—Podemos buscar uno de diamantes si…
—No. Este es el anillo que quiero. ¿Cuándo me lo compraste?
—Cuando estábamos en Jamaica. El día en que me declaré. Martin tenía una…
—Déjame adivinarlo —comentó ella, riendo—. Martin tenía una prima que trabaja en una joyería.
—¿Cómo lo sabes?
—Creo que Martin es un hombre con muchos contactos —susurró Myriam, antes de besarlo.
Fue simplemente el casto beso de una promesa, pero, a pesar de todo, desató el deseo entre ellos. Myriam se apartó. Sentía la misma necesidad que expresaban los ojos de Víctor.
—Yo también tengo algo para ti —añadió.
Sacó un sobre del bolso y lo dejó encima de la mesa, delante de él. Víctor lo abrió y sacó dos billetes de avión para Jamaica y la confirmación de la reserva de la suite nupcial en Arenas Calientes.
—¿Tan segura estabas de mí?
—No, pero estaba segura de nosotros No estaba dispuesta a dejarte escapar.
Naomi llegó en aquel momento con el stromboli.
—¿Te importaría llevártelo?
La camarera volvió a recoger el plato con una sonrisa en los labios.
—Claro que no. ¿Queréis que os traiga el postre?
—No hace falta. Creo que nos tomaremos unos donuts de chocolate por el camino.

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Mensaje  laurayvictor Lun Oct 15, 2012 4:33 pm

hola aqui tiene el epilogo de esta historia... muy pronto le tendre otra adaptacion de una novelita.... gracias a todas por leerlas...

Epílogo

Tres meses después…
—Bienvenidos de nuevo a Jamaica. Me alegro mucho de volver a verlos —dijo Martin, con una sincera sonrisa en los labios.
—Estamos encantados de estar de vuelta —comentó Myriam.
—Estamos aquí de luna de miel —anunció Víctor, del mismo modo en que le había dicho a todo el mundo que se habían casado aquella misma mañana.
—¿Se han casado aquí en Jamaica? —preguntó Martin, mientras le estrechaba la mano.
—No. Nos casamos en Nashville, para que nuestras familias pudieran asistir —dijo Myriam. Para ella, había sido muy importante ver la felicidad de sus tíos y que el tío Frank la llevara al altar—. Si nos hubiéramos casado aquí, os habríamos invitado a Mathilde y a ti.
—Es tan romántico… Esta isla es mágica —susurró Martin—. Como ocurrió con Mathilde y conmigo.
Myriam sonrió, sintiendo que el corazón le estallaba de felicidad.
—¿Cómo están Mathilde y los chicos? —quiso saber Víctor.
—Estupendos. Soy un hombre muy afortunado.
—Lo sé. Yo también lo soy —afirmó Myriam, abrazándose a Víctor.
—Sería un honor para mí que me permitieran prepararles una mesa muy especial para esta noche, con un menú también muy especial, si no les importa bajar un poco tarde a cenar. Mi primo es ahora el chef.
—Estaríamos encantados —afirmó Myriam, riendo—. Ahora no estamos vestidos para bajar a cenar y además queremos dar un paseo por la playa.
—Ah… Veo que les gustan las puestas de sol espectaculares…
—Sí —dijo Myriam, tras intercambiar una mirada de anhelo y de promesa con Víctor. Sentía un calor que probablemente no podría aliviarle la brisa del mar—. Si, a los dos nos gustan mucho las puestas de sol. Son…
—Muy excitantes —dijo Víctor, terminando la frase por ella. Entonces, esbozó una pícara sonrisa.
—Excelente. Estaré encantado de servirles la cena esta noche. Que disfruten de la puesta de sol.
El corazón de Myriam latía a toda velocidad cuando Víctor y ella salieron del restaurante y comenzaron a caminar por la arena. El sencillo vestido blanco que ella llevaba puesto permitía que se le reflejaran en las piernas los últimos rayos del sol. Víctor le agarró la mano y comenzaron a pasear por la costa, dejando que el agua les lamiera los tobillos. Myriam lo miró y vio que él tenía los ojos llenos de ardor y de promesas.
El sol terminó de ponerse en el horizonte en medio de un crisol espectacular de rosas y naranjas. En una íntima zona de la playa jamaicana, que Myriam consideraba ya como propia, ella se perdió entre el calor de los brazos de Víctor y la pasión de sus besos.
Bañados por el crepúsculo y las cálidas aguas del Caribe, Víctor la hizo sentarse sobre la arena.
—Todavía no ha oscurecido —murmuró, afirmando más que objetando.
Él extendió la mano y le tocó un seno. Comenzó a acariciarle el pezón a través de la tela mientras le mordisqueaba ávidamente el cuello.
—Lo sé…
—¿Sabes lo que es esto? —le preguntó Myriam, mientras le sacaba la camisa del pantalón y le acariciaba apasionadamente el pecho y el vientre. Lo deseaba tanto como la primera vez. Estaba segura de que así sería siempre entre ellos. Ardiente, apasionado y…— … casi indecente.



Fin

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Mensaje  myrithalis Mar Oct 16, 2012 12:26 am

Gracias por la novelita muy buena esperamos otra Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  Dianitha Mar Oct 16, 2012 4:20 pm

mil gracias por la novelita niña me encanto Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon - Página 3 146353 Cambio de pareja....13 capitulo Final..... y pilon - Página 3 146353
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Mensaje  jai33sire Mar Oct 16, 2012 9:54 pm

muchas gracias por la novelita

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